miércoles, 16 de diciembre de 2020

GUERRA EN EL MAR

 

 

Guerra en el mar

Por Federico Bello Landrove

 

     En un escenario rigurosamente histórico se desarrolla una historia de amor imaginaria. En el primero juega un papel fundamental la guerra en el mar -de ahí, el título del relato-, a través de los acontecimientos más luctuosos de la Guerra Civil Española en el Mediterráneo. En cuanto a la relación amorosa, tan clásica, entre una enfermera y un militar, tendrá continuación en el tiempo, de la mano de un hotel histórico de Benicásim (Castellón) y de la película berlanguiana que en él se rodó[1].

 



 

1.      Una carta y un encargo

 

     Puede que haga diez años desde que recibí la siguiente carta:

     Estimado Señor:

     Por consejo de mi marido, he leído varios de sus relatos, titulados Crónica Sentimental de la Guerra Civil, que me ha parecido aúnan satisfactoriamente la historia y el ambiente de aquella época, con la memoria y los sentimientos de muchas de las personas que nos vimos obligadas a vivir en ella.

     Soy depositaria, desde hace más de cincuenta años, de unas memorias que se ajustan como anillo al dedo a su forma de ver aquella incivil contienda y de cómo fue esta afrontada y, a veces, superada por los jóvenes, sin perder sus anhelos de amor ni sus esperanzas de un futuro en paz de conciencia. Ello me mueve a enviarle copia literal del citado documento, para que vea de publicarlo en su blog, dentro de la etiqueta de dicha Crónica sentimental.

      Se preguntará usted por qué no me encargo yo misma de la publicación. Hay dos motivos coincidentes para no hacerlo. El primero es que no estoy segura de que estas presuntas memorias no sean un simple cuento o relato de ficción, pues apenas conocí a su autora y no es precisamente mi fuerte la pequeña historia de nuestra guerra civil. El segundo, ¡ay!, es que no estoy lejos de cumplir noventa años, edad poco propicia para emprender un trabajo de investigación, para el que carezco de base cultural y de conocimientos de informática suficientes.

     Así pues, le ruego tenga a bien examinar a fondo el contenido del documento que le adjunto y, si llega a la conclusión de que es verdadero, lo publique en la forma antes indicada. Caso contrario, le pido que lo ignore y destruya, pues como obra de ficción no creo que tenga valor literario alguno, además de suponer que su autora me habría tomado el pelo, presentándome como realmente vivido lo que no dejaría de ser un divertimento para unas vacaciones pasadas en el hotel Voramar, entre la placidez del Mediterráneo y el bullicio de una troupe de cineastas, de la que tuve la suerte de formar parte.

     Para que actúe usted con mayor libertad, he decidido permanecer en el anonimato. De todos modos, en el contenido de esta carta hallará ciertas claves para entretenerse en buscar mi identidad, si es que se aburre algún día hasta ese punto.

     Agradecida a su atención, le saluda afectuosamente,

     J.

     Ignoro las razones que pudo tener Doña J. para haber tardado tantísimo tiempo en dar curso al relato con vistas a su posible publicación, que habría sido factible tras la muerte de Franco y de su Régimen[2]. Las de mi demora las tengo claras y, curiosamente, siguen vigentes, aunque vaya a dar el paso de publicar las Memorias de Milagros: No he sido capaz, hasta ahora, de asegurar si las mismas son veraces o solo verosímiles. Desde luego, la verosimilitud es aplastante, máxime habiendo sido redactadas a quince años de los hechos. Por otra parte, la clave histórica -esa venganza en caliente que ordena el Generalísimo por la tragedia del crucero Baleares[3]- es de aquellas que suelen mantenerse en secreto, por su escasísima ejemplaridad.

     En fin, cumpliendo a medias la voluntad de mi mandante, me he decidido a publicar la historia de Milagros, sin poder afirmar si los hechos concretos y personales que narra son verdad, o fruto de su imaginación. No he querido demorarme más pues, si mi olfato no me engaña, Doña J. tiene hoy noventa y ocho años[4] y todo el derecho del mundo a recibir ya mi respuesta a su carta. Si, de paso, ustedes leen este relato y les aprovecha, seguro que ella y yo seremos muy felices.  

 

Hotel “Voramar” de Benicásim (postal antigua)

 

2.      Preparativos para una represalia

 

     En la noche del 5 al 6 de marzo de 1938, en las proximidades del Cabo de Palos, el crucero franquista, Baleares, fue torpedeado y hundido por un destructor republicano. Fallecieron más de setecientos cincuenta hombres de su tripulación y, de no haber sido socorridos inmediatamente por dos destructores británicos, habrían fallecido otros cuatrocientos treinta y cinco. Durante las operaciones de salvamento, varios aviones republicanos atacaron los barcos ingleses, llegando a causar en uno de ellos varias bajas. Los mandos de la aviación se justificaron en que habían confundido dichos buques con otros franquistas que navegaban por la zona, pero la disculpa era muy pobre y, desde luego, no fue aceptada por el bando de los náufragos, que entendió el ametrallamiento aéreo como un esfuerzo por lograr que muriesen todos los tripulantes del Baleares. La indignación creció cuando, al desembarcar a los supervivientes en Palma de Mallorca, se constató que muchos de ellos estaban gravemente heridos, en particular, con severas quemaduras.

     Las noticias, más o menos tergiversadas, llegaron inmediatamente al cuartel general de Franco quien, a tenor de las Memorias que ahora publico, se indignó sobremanera y decidió una acción de represalia que, por un lado, tuviera carácter urgente y, por otro, se acomodara en lo posible a lo sucedido en la batalla del Cabo de Palos. La venganza tendría que cumplirla la Marina, y sus consecuencias habrían de afectar a enfermos o heridos de guerra. Claro que resultaba casi imposible conseguir unos resultados del gran nivel de los del Baleares, dada la inmediatez exigida a la respuesta y la superioridad naval que a la sazón tenía en la zona el bando republicano, pero las mentes pensantes de los nacionales pergeñaron un plan que recibió el beneplácito del Caudillo. La censura histórica lo ha sepultado en el olvido y, en consecuencia, no tenemos otro documento para conocerlo que las Memorias de Milagros, que ahora les estoy libremente transcribiendo.

     De ellas se deduce que el objetivo a atacar era el importante complejo sanitario y asistencial que, en torno a las Brigadas Internacionales[5], se había montado en la línea de playa de la localidad castellonense de Benicásim, formado por un hotel-hospital -llamado en origen Voramar y, durante la guerra civil, Frente Popular-, y como una treintena de villas de veraneo y otros edificios aledaños, que completaban al citado hospital general o desarrollaban otras funciones asistenciales, culturales, de alojamiento, etcétera, habiendo sustituido los nombres de sus antiguos propietarios por los de destacados políticos y escritores izquierdistas del momento. No es fácil determinar el número de enfermos y personas acogidas en todo el conjunto pero, en el mes de marzo de 1938, es probable que alcanzara unas dos mil personas, de las que unas mil doscientas eran militares republicanos heridos de guerra o enfermos, tanto brigadistas, como españoles[6].

Crucero “Baleares”

     A la exigencia de Franco de que la represalia se hiciese en caliente, se añadía una razón más para atacar Benicásim con prontitud: Dado el acercamiento del frente a la zona -los franquistas acababan de conquistar Vinaroz-, estaba a punto de producirse la evacuación del hospital benicense con destino a Cataluña -Barcelona y Mataró-. Era, pues, indispensable actuar a toda prisa, sin pararse a pensar en los preparativos, ni programar una acción marítima en gran escala. En consecuencia, se optó por una intervención fulminante, de apenas unas horas, cuyas líneas maestras serían las siguientes:

     Una compañía de infantes de marina, compuesta por tres secciones de unos treinta hombres cada una, embarcaría en el puerto de Palma de Mallorca en el destructor Velasco, el buque más rápido y aparente para la operación que se intentaba. El barco haría la travesía hasta Benicásim en la noche del 26 al 27 de marzo de 1938, con luces apagadas y radio inactiva, para llegar de improviso a la altura de la villa hacia las cinco de la mañana del domingo, día 27. Una vez frente a la playa, se llevaría a cabo la operación de desembarco, en botes y lanchas, que habrían de realizar dos viajes cada embarcación. Una vez en la playa, una de las secciones se encargaría de ocupar el Hospital principal, situado en uno de los extremos de la playa, en tanto otra unidad análoga realizaría un rápido asalto a las principales villas del frente playero. La tercera sección se mantendría en la playa, custodiando los botes y presta a acudir en socorro de las otras fuerzas, si se necesitaba. La sección del Hospital se encargaría a la mayor brevedad, con el auxilio forzado del personal de aquel[7], de sacar a los heridos y enfermos a la explanada frente a la fachada, procediendo a la destrucción de la mayor cantidad de material y, una vez evacuados los enfermos, a prender fuego a muebles y ropas de cama, ayudándose de algunas latas de gasolina, hasta provocar el completo incendio del edificio. La sección de las villas entraría en las mismas haciendo fuego contra el personal que allí encontrara, resistiera o no el ataque, en el entendimiento de que se trataba de personas afectas al servicio del Frente Popular; solo se haría exclusión de niños y de enfermos. Siendo posible, dada la premura de tiempo, se harían prisioneros a los militares de grado igual o superior al de capitán, siempre que pudieran, por su menor gravedad, soportar el traslado al Velasco. De igual modo, serían detenidos aquellos individuos que, por su rango o personalidad, pudiesen luego ser objeto de canje por presos nacionales en poder de la República. Se calculaba un máximo de una hora para llevar a cabo la operación, a fin de que las tropas republicanas de tierra o mar no tuviesen oportunidad de interceptar a los infantes de marina, ni al destructor en su viaje de regreso. Como es lógico, de amanecida, podía contarse con la acción de cazas enemigos, pero estos se librarían muy mucho de disparar, ante la carga de prisioneros que el buque transportaba, perfecta garantía de inmunidad.

     Todas esas instrucciones -deducidas de lo que luego sucedió- fueron entregadas en sobre cerrado al capitán del Velasco, capitán de corbeta, Francisco Núñez, con la orden de abrirlo al hallarse a mitad de camino entre Palma y Benicásim. Hasta entonces, marinos e infantes solo sabrían, una vez embarcados, que su destino era la costa levantina, donde iban a realizar una operación de castigo, para vengar la impiadosa muerte de sus compañeros del Baleares.

 

 

3.      Un teniente con pocas tragaderas

 

     No parece muy prometedora la forma en que las Memorias de Milagros introducen al protagonista masculino de esta historia. Claro que Milagros no lo conoció hasta el mismo 27 de marzo de 1938, y no fue mucho el tiempo que tuvieron de estar juntos. En cualquier caso, la presentación del personaje se hace como sigue:

     La sección a la que se encargó la toma y destrucción del Hospital estaba bajo el mando del teniente Jaime Rossell, mallorquín, de 27 años de edad, hijo de un comandante médico del Hospital Militar de Palma de Mallorca…

     Como es lógico, según vamos leyendo las Memorias y avanza el conocimiento de Jaime[8], tenemos más datos de su persona, pero nunca los relativos a cómo había llegado a alcanzar rango de oficial del Ejército, si por la vía profesional de Academia, o por ascenso eventual desde el de alférez provisional. En cualquier caso, se recoge su vinculación con el Ejército por vía paterna, al ser su padre un jefe del Cuerpo de Sanidad Militar; mención que no resulta ociosa pues puede explicar, en buena parte, la reacción del teniente Rossell al recibir la orden de destruir el hospital instalado en el antiguo hotel Voramar.

Dos vistas parciales del Hotel “Voramar” durante la guerra civil


     En efecto, llegado sin novedad el Velasco al punto medio de su singladura, su capitán abrió el sobre de las órdenes, en presencia del capitán y de los tres tenientes de Infantería de Marina que, como oficiales, mandaban la fuerza de tierra embarcada en el destructor. Su contenido ya ha quedado expuesto en el capítulo precedente. La lectura no implicó objeción o protesta ninguna por parte de los oficiales encargados de cumplirlas; de modo que el capitán de la compañía distribuyó entre las tres secciones los diversos cometidos, dando la casualidad de que Rossell recibió el de destruir el hospital.

      ¿Por qué no objetó nada el teniente a la orden recibida? Aplicando el sentido común, podemos colegir que, cuando se leyeron las órdenes, Rossell ignoraba que iba a ser él el directamente encargado de incendiar el Voramar, al no haberse distribuido todavía la operación entre las secciones. Una vez encargado de tal destrucción, es muy probable que pensara en que, de alegar algo en contra de su cumplimiento, el capitán haría el encargo a otro compañero, con lo que el daño para el hospital sería el mismo. Y, por otra parte, callando su propósito de incumplir lo ordenado, tal vez podría explicar en su día la presunta desobediencia como fruto de razones de urgencia o de errores a la hora de provocar el incendio. Más bien que justificar por qué calló Rossell ante lo que se le ordenaba, sería necesario indicar qué motivos tenía para no cumplir la orden de incendiar el hospital pues, por muy draconiana que ella fuera, la desobediencia a la superioridad en acción de guerra estaba llamada a ocasionarle graves consecuencias. Es un punto que Milagros recogió en su escrito de manera breve, pero suficiente:

     Aunque no tenía un ejemplar a mano, Jaime recordaba perfectamente que el Convenio de Ginebra obligaba a respetar la integridad de los hospitales militares, así como a los enfermos y heridos acogidos en ellos, y al personal y medios sanitarios, en especial, cuando unos y otros no estuviesen guardados por una fuerza militar[9]. A su conciencia de hombre íntegro y de militar, se unía la vivencia de aquellas normas y establecimientos, propia del hijo de un comandante médico destinado en un Hospital Militar.

     En fin, queda claro que el teniente Rossell tomó la decisión de no cumplir al pie de la letra las órdenes recibidas, así como de mantener para su fuero interno dicha resolución. Es de suponer que, durante las horas que todavía faltaban para llegar ante Benicásim, fuera madurando, no tanto el propósito, como la forma de desarrollarlo y, si era posible, de disimularlo.

***

     Desde el punto de vista de los atacantes, la operación resultó un éxito. Sorprendidos los enemigos en pleno sueño dominical, sin que hubiese fuerza armada que resistiese de manera organizada y eficaz, la sección encargada de asaltar las villas, entró a sangre y fuego en las denominadas en origen Elisa, Margarita, Victoria, Pilar y Beutel[10], no aplacando su violencia salvo en la primera de ellas, al constatar que estaba destinada a albergue para niños huérfanos o abandonados. La necesidad de repartirse entre varios edificios y la dificultad de determinar, entre la oscuridad y la barahúnda, quién era quién, impidió a esta sección seleccionar a personas de calidad, a fin de detenerlas y llevarlas al barco para futuros consejos de guerra o canjes. Como se vanaglorió un sargento de la sección, los rojos ya se han llevado “puesta” la sentencia de muerte, si bien nadie se detuvo a contar las víctimas, ni en comprobar su estado. El trabajo se completó con la destrucción de mobiliario y material, produciéndose algunos conatos de incendio, avivados por los productos inflamables que había en las villas destinadas a albergar heridos leves, convalecientes o infecciosos.

     En el hospital principal, la sección al mando del teniente Rossell, con la obligada cooperación de quienes cuidaban a los enfermos y de los más válidos de estos, procedió a la evacuación de los heridos menos graves al patio frente al edificio. Los más graves, fueron sacados -algunos en sus camas- a las terrazas delanteras que tenían las dos plantas del edificio, las que habitualmente hacían de solario. De manera superficial y precipitada, causaron desperfectos en armarios e instrumental. Apilaron ropas de cama y derramaron por encima alcohol, prendiendo algunos fuegos. El propio teniente dio orden de respetar los dos quirófanos que había en este recinto.

     Simultáneamente, fue agrupado en el patio todo el personal que había en aquel momento cuidando a los hospitalizados o velando su sueño. Ordenaron a voces que se identificasen los heridos que tuviesen graduación igual o superior a la de capitán, así como los médicos en quienes concurriera análoga condición, saliendo voluntariamente un capitán médico -apellidado Becker, alemán, que estaba de guardia- y siete u ocho enfermos, de entre los que el teniente escogió a los que parecían capacitados para resistir el traslado y viaje en el barco. Y, sigue narrando Milagros, a los voluntarios del pueblo que cuidaban a los enfermos por la noche no se les molestó y, en cuanto al resto del personal civil -enfermeras, limpiadoras, etcétera- se nos preguntó por nuestra filiación, procedencia y profesión antes de la guerra. Afortunadamente, al ser un domingo de madrugada, estábamos muy pocos, pero, aún así, fuimos detenidos un tal Silva, comisario político en el hospital, y yo misma, Milagros Gómez, como supuesta hija del Presidente del Tribunal Supremo, Don Mariano Gómez, ya que me presenté como tal, con la sola intención de que los enfermos detenidos tuviesen durante la travesía la atención sanitaria que pudieran requerir, a cuyo fin, el teniente nos autorizó al capitán médico y a mí para que recogiésemos el instrumental y medicamentos más necesarios, lo que fue controlado por un cabo y un soldado, que nos acompañaron.

     Si la presentación del teniente Rossell era muy lacónica, más aún puede decirse de la que Milagros hace de sí misma. Tan solo aclara con precisión que, en efecto, era parienta del magistrado Gómez por parte de padre y natural, también, de la localidad almeriense de Huércal-Overa. Debía de tener entonces entre veinte y veintidós años, pues acababa de obtener plaza de maestra, que abandonó para servir como enfermera voluntaria, tarea para la que había seguido en Valencia los cursillos oportunos. Al volver a coincidir en la capital valenciana con Don Mariano Gómez, entabló amistad con su hija María, lo que le permitió un perfecto conocimiento de las personas y forma de vida de la familia, a efectos de aparentar ser uno de ellos. A finales de 1937, el Presidente del Tribunal Supremo pasó a vivir en Barcelona hasta principios de 1939, en que se exilió.  

***

     El reembarque, en unión de los apresados, se realizó todavía casi de noche, sin mayores contratiempos. Llegados al destructor, tras dos viajes de cada lancha, los detenidos fueron encerrados bajo vigilancia en un compartimento a popa, con lo que Milagros no tuvo ocasión de conocer el diálogo explicativo que medió entre los jefes de la expedición. En sus Memorias, supone que el teniente Rossell daría cuenta de lo sucedido en el hospital, conforme a la versión edulcorada de su desobediencia, según tenía previsto, así como sobre el número e identidad de las personas que había traído detenidas al barco, conforme a lo ordenado. Tampoco es razonable pensar que la involuntaria pasajera conociera que, en la travesía de regreso a Palma, aparecieron aviones republicanos que, advertidos de algún modo de la presencia de prisioneros de cierta importancia, se abstuvieron de disparar contra el Velasco. Por lo demás, el destructor, navegando a toda máquina[11], llegó hacia las diez de la mañana del mismo día al puerto de Palma. Los cazas republicanos que lo habían escoltado liberaron entonces la ira de sus pilotos ametrallando las instalaciones portuarias, sin que conste la causación de víctimas.



4.      Compás de espera

 

     Parece ser que, en un primer momento, no se pensó que la relativa incolumidad del hospital de Benicásim se hubiese debido a la desobediencia del teniente Rossell. En algunas zonas del edificio se habían visto llamas y, por otra parte, el conjunto de la acción había resultado exitoso. Ignoro -como también lo desconocía Milagros- el alcance y contenido de la disculpa que inicialmente podría haber ofrecido por lo sucedido, en el caso de que hubiese brindado espontáneamente alguna: Ya se sabe que, quien se excusa antes de que se lo exijan, viene a reconocer de forma implícita e innecesaria que ha cometido alguna falta.

     En lo que respecta a Milagros, su versión de los primeros momentos en Palma es confusa, como corresponde a quien desconoce los lugares a que se la lleva y la identidad de las personas que la interrogan o vigilan. Esto es todo lo que recoge al respecto en sus Memorias:

     Al ser la única mujer presa, me apartaron de los demás detenidos y fui vigilada y trasladada de un sitio para otro en soledad. Nadie parecía preocuparse de darme comida ni agua, hasta el punto de que tuve que pedirlo dos o tres veces. Finalmente, en una de las conducciones de que fui objeto dentro de Palma, advertí al jefe de la guardia que no diría una palabra de cuanto se me preguntara, a no ser que me facilitaran agua y comida. La advertencia surtió efecto y, a eso de las cuatro de la tarde -me habían respetado el reloj de muñeca-, me trajeron un plato de sopa y un bocadillo de sardinas. Me supo a gloria y, un poco en broma, pregunté si no me darían postre, ya que era una detenida de calidad. La respuesta llegó en forma de una naranja que, por cierto, estaba muy seca…

     Hacia las seis de la tarde, anocheciendo casi, me llevaron a un gran despacho, que parecía más una sala de juzgado. Detrás de una mesa grande, se hallaba un militar que, por las estrellas, creo que era un capitán. Cerca de él, a la misma mesa, se encontraba otro individuo uniformado, un sargento, que pasaba a máquina lo que le dictaba su superior, tras formular su pregunta y esperar mi respuesta. En aquel momento, echando la culpa del error a mis captores, aclaré que yo no era hija del Presidente del Tribunal Supremo de la República, sino una familiar suya, buena amiga de María, su verdadera hija. Insistí en que no tenía ideas políticas frente marxistas, sino que era una simple enfermera voluntaria, maestra de profesión, con plaza en un pueblo de la provincia de Madrid que, a consecuencia de la guerra, tenía sus escuelas cerradas. La declaración duró una media hora y, terminada la misma, me devolvieron al anterior encierro, donde permanecí hasta primera hora de la noche, en que me trasladaron a la Prisión de mujeres de Palma, que luego supe que se llamaba Can Sales[12]. Allí permanecí, mezclada con las reclusas, hasta que vinieron a rescatarme, cinco días después, de la forma que más adelante relataré.

     Mientras Milagros permanecía cautiva, el teniente Rossell expuso su situación a su padre, con un interés que podría ser fruto de sentirse responsable de su seguridad, aunque lo que sucedió después permite albergar la sospecha de un interés especial o, digamos, sentimental. El Comandante, bien relacionado con las autoridades militares de Palma, incluso por razón de su abundante clientela en la consulta privada, hizo gestiones para mejorar todo lo posible el encierro que padecía la enfermera. Habida cuenta de que su futuro próximo parecía el de ser canjeada por alguno o algunos presos nacionales, pronto llegó a un acuerdo satisfactorio. Milagros, como enfermera, pasaría a servir en el Hospital Militar de Palma, a la sazón, sobrecargado con los heridos del Baleares; el Comandante se responsabilizaría de que estuviera debidamente asegurada, para lo cual se le fijaría una habitación propia en el desván del edificio, del que no podría salir sin vigilancia. La joven permanecería a disposición de las autoridades para presentarse ante ellas cuantas veces fuese convocada. Toda esa tramitación debió de llevar los cinco días que -como hemos visto- Milagros recordaba, años más tarde, como de reclusión en la cárcel de mujeres palmesana.

Villa histórica de Benicásim (estado actual)

     … Cuando me sacaron de la cárcel y me llevaron al Hospital Militar -escribe Milagros- me pareció soñar. Me estaba esperando un médico militar mayor, revestido con bata blanca, que se me presentó como el comandante Antonio Rossell y me dijo que, en lo sucesivo, sería mi fiador, si le daba mi palabra de no intentar escapar. Naturalmente, así lo hice y me explicó cuál sería, en consecuencia, mi nuevo estado, como enfermera en la planta de quemados y sin poder salir, en principio, del hospital. Me condujo a mi alojamiento, que tenía poco más que una cama, una mesa, una silla y un armario; el wáter se hallaba en el mismo pasillo y, para ducharme o bañarme, habría de hacerlo un piso más abajo, en las dependencias para las enfermeras de guardia. Me pidió que, para aquella misma tarde, le hiciera una relación con todas las cosas que necesitara y me entregó una credencial para moverme por el edificio, aunque lo menos posible, y ser admitida al comedor de personal. En aquella primera ocasión, estoy segura de que no me dijo que era el padre del teniente que había dirigido el asalto al hospital de Benicásim y evitado lo peor de las posibles consecuencias del mismo.

     … En el Hospital Militar trabajaban algunas monjas de un convento aledaño, parte de cuyas instalaciones se habían ocupado temporalmente para ampliar las dependencias hospitalarias. No eran enfermeras, pero mostraban caridad y buena voluntad con los enfermos; a algunas de ellas procuré enseñarles algo de cuidados médicos. En pago, me ofrecieron instalarme en el convento entre ellas, para evitar los peligros de pernoctar sola en aquel desván tan aislado. Yo no acepté la invitación, pero fue lo bastante para que me provocase cierto miedo y cerrara siempre con llave mi habitación; incluso pedí al comandante Rossell que me pusieran un buen cerrojo en la puerta, para encerrarme durante la noche.

     Con el tiempo, la oportunidad y la confianza permitirían que la villa urbana de los Rossell, Sa Reixa, en la Plaza del Olivar, acabase convirtiéndose en la segunda residencia de Milagros en Palma, a la que acudía, no solo de visita, sino para asearse con mayor decoro, así como para atender las invitaciones a comer o a merendar de Doña Francina Alomar, la esposa del Comandante, estimuladas por la buena relación que la huésped iba entablando con sus hijos, Jaume y Margarida. Naturalmente, Milagros no se alaba en sus Memorias, pero está claro que su carácter alegre y los conocimientos y disponibilidad como enfermera, ganaron a toda la familia Rossell y otros muchos que la conocieron en el Hospital. En todo caso, fue respetada la obligación de pernoctar en el mismo, para evitar toda clase de habladurías, pero se eludió con frecuencia la de no salir del Hospital Militar sin custodia.

Otra villa histórica de Benicásim (estado actual)

***

     Durante un mes, aproximadamente, el Teniente y la Enfermera fueron entablando relaciones de amistad, conversando ampliamente e, incluso, dando paseos juntos. Con Margarida como carabina, Jaume fue enseñando a Milagros los monumentos de Palma y los lugares más pintorescos. El comandante Rossell les prohibió que llevaran el turismo más allá de la ciudad y su bahía, por más que les atrajese el visitar las bellezas naturales de toda la Isla: Don Antonio no quería que le llamasen la atención por sus tolerancias con Milagros, lo que podría haber redundado en perjuicio de la joven.

     Al cabo de ese intervalo, el tema del comportamiento del Teniente en la acción de Benicásim acarreó consecuencias. Al parecer, fueron declaraciones de sus subordinados, con mejor o peor intención, las que evidenciaron que Rossell había impedido que las labores de daños e incendio alcanzaran los términos ordenados por la superioridad. El Juzgado Militar lo citó, finalmente, para tomarle una extensa declaración acerca de lo sucedido en la que, al parecer, el Teniente insistió en su versión inicial de los hechos, a saber, que fue la premura de tiempo y la insuficiencia de materiales combustibles y comburentes lo que había determinado que los fuegos provocados no hubiesen tenido el efecto destructor apetecido. Estas manifestaciones eran contradictorias con las de otros miembros de su sección y, no siendo creídas, determinaron que se le abriese causa criminal por desobediencia a las órdenes recibidas en acción de guerra. Como es natural, de prosperar la acusación, el juicio se vería ante un tribunal militar.

     Por unas razones u otras, Jaime Rossell no había informado a su familia, ni a Milagros, de la investigación en curso, hasta el momento en que aquella se convirtió en una instrucción judicial en toda regla. Entre otras cosas, esta suponía la prisión preventiva del investigado, ya que el delito de desobediencia frente al enemigo era muy grave, castigado en ocasiones con la pena de muerte[13]. En este caso, el Teniente fue tratado con mucha consideración pues la prisión, como si de un simple arresto se tratara, fue cumplida en el propio acuartelamiento de Infantería de Marina, con un régimen de tolerancia, que permitió al Comandante y a otros familiares próximos visitar al preso y, por supuesto, hacerle llegar paquetes y efectos personales. Con todo, la gravedad de la noticia, así como el poco tiempo tenido para asimilarla, provocaron una terrible conmoción en todos los allegados de Jaime. Milagros precisa alguno de los motivos por los que ella quedó consternada:

     Cuando nos enteramos del contenido de la desobediencia, la verdad es que todos nos sentimos orgullosos del comportamiento de Jaime. Su padre se llevaba las manos a la cabeza, de pensar cómo podía exigirse penalmente el cumplimiento de una orden que era manifiestamente ilegal, como contraria a lo que él llamaba el Derecho de Gentes. Yo que, aunque presente en los hechos, no había apreciado los detalles y transcendencia de la conducta de Jaime, me sentí, si cabe, aún más solidaria de su decisión, pues imaginaba el riesgo de presente y de futuro que podría haber supuesto para los heridos el que el Hospital hubiese ardido de manera total y fulminante. Enseguida me ofrecí para declarar y dar mi versión humanitaria y profesional sobre lo sucedido y sugerí que se buscara al capitán médico alemán, Becker, para que también apoyara la decisión de Jaime. Lo primero fue, de entrada, descartado por el Defensor militar que su padre había buscado para el juicio. Lo segundo no resultó posible pues nadie supo, o quiso, dar noticia de su paradero…

     Las Memorias no recogen el nombre del defensor de Jaume, indudablemente un jefe u oficial militar, pues en aquel tiempo de guerra no se autorizaba la designación de abogados civiles. Por lo demás, como más adelante explicaré, las actuaciones judiciales de este caso han desaparecido de los archivos pertinentes, como consecuencia del complejo final del proceso, muy poco favorable a los intereses franquistas. Ignoro si la familia Rossell fue advertida de que la sanción penal del Teniente podía llegar hasta la pena de muerte, siquiera tal posibilidad era poco probable. De hecho, Milagros nada dice al respecto; se limita a señalar:

     El afecto que había llegado a sentir por Jaime se agigantó cuando comprendí que se estaba jugando su libertad y su carrera por cumplir con las leyes de la guerra y respetar a los enemigos heridos y a quienes los cuidábamos. Fue entonces cuando, por cariño, pero también por solidaridad y por respeto, decidí que haría por él cuanto me pidiera, con tal de hacerle su vida futura algo más llevadera.

     En un primer momento, los esfuerzos defensivos de Rossell fueron encaminados a conseguir una pena lo menor posible, quitando importancia a la acción militar sobre Benicásim y magnitud a la desobediencia de no haber gestionado más a fondo la destrucción del Hospital. Con ello, se pretendía excluir la aplicación de tipos penales que supusieran la posible imposición de la pena de muerte e, incluso, la de una larga condena a prisión[14]. La aplicación de atenuantes, basadas en el humanitarismo y la familiaridad del Teniente con la atención a los heridos de guerra, podría contribuir a que el consejo de guerra se comportara con el acusado de forma benévola.

Antiguo Hospital Militar de Palma de Mallorca (patio principal)

     Tales esfuerzos no obtuvieron el resultado apetecido. El escrito de acusación del fiscal tan solo admitía que el golpe de mano en Benicásim no había sido una verdadera acción de combate ante un enemigo organizado y armado, lo que ahorraba la imposición de la pena de muerte. En lo demás, acogía sin vacilar que la conducta de Rossell había sido desobediente y sin ninguna excusa, solicitando se lo condenase a doce años de prisión mayor y a la definitiva separación del servicio del Ejército. Y era muy poco probable que el tribunal rebajase lo pedido, dada la habitual forma de comportarse de los jueces en los consejos de guerra[15].

     En consecuencia, el Comandante decidió tomar iniciativas que, aunque fuesen mal vistas por el Ejército, pudieran contribuir a evitar a su hijo una larga condena. La clave, como de inmediato comprendió, era la completa ilegalidad de la orden desobedecida, la cual podía ser obviada por los militares españoles -máxime habiéndose gestado en el Cuartel General del Generalísimo-, pero resplandecería y provocaría escándalo, si se aireaba a nivel internacional; tanto más, cuanto que las consecuencias habrían recaído sobre combatientes de las Brigadas Internacionales, es decir, hombres de las más diversas nacionalidades. Pero la urgencia del caso no permitía orquestar una campaña por la vía ordinaria, sino hacer uso de los medios más a mano y hacer ver a las autoridades militares franquistas el daño que podría causarles la divulgación de un evidente intento de crimen de guerra. En consecuencia, el padre de Jaume puso formalmente los hechos en conocimiento de los cónsules en Palma de Suiza y de Italia, presentando como documento justificativo el propio escrito de acusación del fiscal militar. Involucrar a los italianos no tenía otro objeto que el de que intercediesen ante sus aliados franquistas, aprovechando la posición de influencia privilegiada que aquellos tenían en las Islas Baleares desde el comienzo mismo de nuestra guerra civil.

     … Una vez presentada la denuncia en los Consulados -explica Milagros- el Comandante se personó en el Gobierno Militar de Palma y expuso al General al mando[16] la gravedad de la decisión que, como médico militar y como padre, se había visto obligado a tomar. Verdad o mentira, el General manifestó su desconocimiento de la próxima celebración del consejo de guerra del que le hablaba, así como su sorpresa por el alcance tan duro de la orden incumplida, aunque se lo explicara por la actitud de los rojos en el reciente caso del Baleares. El comandante insistió en que no tenía otra intención que la de evitar la injusticia que iba a cometerse con su hijo, hasta el punto de que, de pedírselo él, el Cónsul de Suiza estaría dispuesto a entender la denuncia como un malentendido, que sería zanjado a cambio del archivo de la causa contra su hijo o, como mucho, con una condena corta de prisión. El General le aseguró que tomaría cartas en el asunto y que lo resolvería a la mayor brevedad.

     De un modo u otro, el esfuerzo del comandante Rossell surtió efecto pleno, tanto en lo relativo a librar a su hijo del juicio penal, como de parar la denuncia del Consulado de Suiza. De esto último, tengo prueba suficiente en el hecho de que el incidente de Benicásim no está recogido -que yo sepa- en libro o artículo histórico ninguno. De lo primero, debe de haber constancia en los archivos militares, aunque yo doy por bueno el testimonio de Milagros Gómez, recogido así en sus Memorias:

     Las autoridades militares decidieron que, ya que habrían de dar su brazo a torcer en el caso Rossell, era preferible evitar el escándalo que podría levantar un consejo de guerra, aunque acabase con sentencia muy benigna. En consecuencia, el asunto se archivó y, en principio, toda la sanción a Jaime consistió en sacarle de su cómodo destino en Palma y destinarlo a un regimiento de Infantería, que combatía duramente en la Península: el Zamora, número 29. Según decían, esa Unidad había estado antes de la guerra de guarnición en La Coruña, por lo que estaba formada casi exclusivamente por soldados gallegos. La orden era de incorporación inmediata pero la necesidad de transporte seguro hasta la costa de Levante en poder de los franquistas retrasó en varias semanas la marcha de Jaime, lo que nos pareció una bendición. En efecto, lo cerca que había estado de arruinar su vida nos decidió a ambos a expresar libremente nuestros mutuos sentimientos, comprendiendo además que teníamos muy poco tiempo de estar juntos.

     Y, entre tanto, el canje en que había de ser parte Milagros se concretó. Las negociaciones contaron, entre otros, con el apoyo de Don Mariano Gómez, el ilustre pariente de Milagros, y culminaron de la manera que esta dejó escrito:

     … El Jefe de Falange de Mallorca era un individuo ilustre y muy poderoso, aunque no tenía nada de buena fama por lo que se había ensañado al principio de la Guerra con sus contrarios políticos[17]. Un primo del mismo estaba preso en Cuenca, en poder de los republicanos. El canje de él por mí se convino sin dificultad aunque tampoco en este caso pudiera realizarse de forma inmediata, hasta que se encontraron los oportunos medios aéreos para hacer el viaje entre Palma y Barcelona.

 

 

5.      Una triste conclusión

 

     El tiempo transcurrido hasta la marcha de Jaume -que fue el primero en ausentarse de Palma- fue bien aprovechado por la pareja, como hemos visto. Lo que tal vez ignoraríamos, de no relatarlo Milagros, es la forma en que se estableció el acuerdo entre ellos, para un anhelado reencuentro, una vez acabase la guerra. Ella lo recordaba así, a quince años vista:

     La tarde anterior a su partida, estuve comiendo con la familia Rossell en su casa. En un breve aparte, al concluir el almuerzo, Jaime y yo nos prometimos que, tan pronto terminara la guerra, haríamos todo lo posible por reencontrarnos, para así poder contraer matrimonio y vivir juntos los años de vida que Dios nos diese. No hubo mayores muestras de amor ni de tristeza: Nos habíamos dicho ya cuanto necesitábamos. Claro es que intentaríamos escribirnos entre tanto. Su regimiento estaba entonces cubriendo una zona del frente, al sur de Castellón[18]; y, en cuanto a mí, estaba convencida de que, en principio, mi tío Mariano me acogería en su casa o, al menos, bajo su protección.

     Lo cierto es que los avatares de la guerra y el hecho de hallarse en zonas enemigas impidieron que llegasen a Milagros algunas de las cartas que, sin duda, Jaume Rossell le enviaría. Con tal motivo, al finalizar la guerra civil el 1 de abril de 1939, Milagros ignoraba cuál podría ser el paradero de su prometido. En realidad, la contienda había terminado para ella a fines de enero, cuando hubo de cruzar la frontera francesa, siguiendo a la familia de su tío, Mariano Gómez. Desde Francia, descartando secundar la decisión del Presidente del Tribunal Supremo de exiliarse en América[19], Milagros escribió varias cartas a los Rossell, a su domicilio de Palma, pero no recibió ninguna contestación.

     Dispuesta a arrostrar todos los riesgos, antes que a incumplir su palabra, Milagros regresó a España por vía terrestre en las navidades de 1939. Felizmente para ella, en sus gestiones en la Embajada española en París, había dado con un empleado balear, que conocía al metge del racó[20], apodo por el que era conocido el Doctor Rossell por quienes acudían a su consulta privada, debido a que la tenía en un piso alquilado exprofeso en una rinconada del carrer dels Forners. El improvisado amigo le gestionó el visado del pasaporte y le entregó un oficio, con membrete de la Embajada, indicando a quien pueda interesar, que su portadora entraba en España con el propósito de visitar a la familia palmesana de los Rossell y, en concreto, al comandante médico del citado apellido, destinado en el Hospital Militar, en el que había estado trabajando como enfermera la Srta. Gómez. Gracias a ello y a disponer de una importante cantidad de francos franceses, que le había entregado su tío al despedirse de ella, Milagros llegó sin contratiempos a Barcelona y, al cabo de una semana, logró pasaje en el barco que hacía el servicio regular hasta Palma. Una vez allí, comoquiera que arribase de mañana, se encaminó directamente al Hospital Militar, esperando encontrar en él al Comandante. Pero…

     En el Hospital me recibió su Director, Don Ramón Anglada[21], que se acordaba perfectamente de mí. Me explicó que, a raíz del problema con su hijo, el Comandante había pasado a ser malquisto de las autoridades militares, quienes parecían dispuestas a perjudicarlo, hasta conseguir que decidiera abandonar el Ejército. Mal que bien, había continuado prestando servicio hasta el final de la guerra, por la necesidad que se tenía de médicos militares de calidad, pero, al concluir la contienda, había solicitado la excedencia, para dedicarse con exclusividad a la medicina privada. Por lo que él sabía, no le iba mal y seguía viviendo en su casa de siempre, en la Plaza del Olivar. Me despidió muy cariñoso, ofreciéndose a gestionar mi reincorporación al Hospital, en tanto -si me parecía bien- seguía los cursos y exámenes de enfermera militar.

     Así pues, Milagros tomó el camino de Sa Reixa, donde fue recibida por Doña Francina entre expresiones de sorpresa y emoción. Enseguida quedó claro el origen de buena parte de esta última:

     … Pronto se convirtió la alegría en un mar de lágrimas pues me informó entre sollozos de que su hijo Jaume había desaparecido en el hundimiento del Castillo de Olite[22], sin que hubiese ninguna posibilidad de que estuviese vivo. La señora me confesó que habían recibido mis cartas, pidiendo noticias de Jaime, pero que su marido había optado por no contestar, en la esperanza de que el silencio me determinara a seguir a mis familiares en su nueva vida americana, sin pasar el dolor que indudablemente la noticia de la muerte de Jaime habría de causarme. Ahora comprendía que su esposo había cometido un grave error pues, sobre no evitarme el sufrimiento, había hecho que regresara a España, para encontrarme sola y con un Régimen hostil.

Transporte de tropas “Castillo de Olite”

     Si Milagros hubiese podido, esa misma mañana se habría marchado de Palma, deseosa de alejarse cuanto antes de los lugares que tanto le recordaban a Jaume y, además, enfadada por la irresponsable actitud del Comandante, que la había creído capaz de incumplir el juramento hecho a su hijo antes de agotar todas las posibilidades de volver a encontrarse con él. Finalmente, aceptó la petición de Doña Francina para que se quedara a esperar la llegada de su marido y de su hija para la hora de comer. Entre tanto, se le ocurrió telefonear desde Sa Reixa al Hospital Militar, para que su Director tuviese la amabilidad de extenderla un certificado acreditativo de los servicios prestados por ella en la institución, meses atrás. Así lo hizo el Teniente Coronel, añadiendo palabras muy elogiosas acerca de su desempeño en el hospital, en particular, en la atención a los heridos del Baleares y los del bombardeo de la ciudad del 30 de mayo de 1938, durante el cual Milagros, decidida e impertérrita, había permanecido en su puesto, ayudando a evacuar a los enfermos menos graves y tranquilizando a los restantes.

     Poco más añadía Milagros en sus Memorias referente a aquellos años. Simplemente agregaba que:

     Regresé a Madrid y traté de incorporarme a mi plaza de maestra en Villanueva del Pardillo, pero caí inmediatamente en las garras de la represión política, que exigía a todos los funcionarios -cuando menos, a los que hubiesen cesado en sus funciones durante la guerra- un expediente de depuración, que solía acabar en sanciones. El hecho de que Villanueva hubiese permanecido en zona de frente y la circunstancia de que hubiese prestado servicios como enfermera en Palma de Mallorca no fueron bastantes para poder recuperar mi plaza de maestra nacional. En consecuencia, tome la decisión de completar mis estudios de enfermera, manteniéndome mientras tanto con los ahorros y con trabajos eventuales en clínicas particulares. Finalmente, a finales de 1941 obtuve plaza en el Hospital General de Atocha, del que pasé en 1949 al nuevo Hospital Clínico de San Carlos, en donde actualmente sigo de plantilla.

 

 

6.      El sorprendente destino de las Memorias de Milagros


Protagonista femenina (Josette Arno) y Director (Luis García Berlanga) de “Novio a la vista”

 

     ¿Cuándo, dónde y por qué redactó Milagros las Memorias que he resumido en los capítulos precedentes? Son preguntas que ella misma contesta al final de las mismas:

     En el otoño del año pasado, me fue detectado un cáncer de estómago, contra el que los médicos y yo hemos venido luchando desde entonces con el resultado negativo que era de esperar, máxime teniendo en cuenta mi oposición a una extirpación del órgano, que me impida hacer una vida medianamente satisfactoria. En consecuencia, decidí hacer lo mejor que se puede cuando una sabe que muy pronto le llegará el final de sus días. No es del caso explicar aquí todo lo que he venido haciendo en ese sentido; sí lo es indicar que una de las cosas que decidí fue la de recoger por escrito lo referente a mi breve relación con Jaime y las circunstancias históricas en que la misma se produjo. Disfrutando -es un decir- de una licencia indefinida por enfermedad, me animé a regresar a Benicásim para escribir aquí lo que tenía que decir acerca de Jaime y yo. Me informé de que el hotel Voramar había vuelto a serlo[23] y no resistí la tentación, pese al largo viaje desde Madrid, de volver a donde había empezado todo. De lo que no me habían advertido era de que, a los diez días de hallarme yo tranquilamente hospedada, el hotel sufriría una nueva invasión; en este caso, más ruidosa y pacífica que la del 38, pues corrió a cargo del equipo de rodaje de una película, parte del cual -seguramente, de los más distinguidos- tomó habitación en el propio hotel. ¡Adiós a mi relativa tranquilidad hasta entonces, aunque el verano[24] sea la época más frecuentada de Benicásim! Con todo, seguí tecleando a la máquina de escribir portátil que me había traído y, mal que bien, muy de mañana, fui cumpliendo con mi tarea y poniendo fin a ella.

     Dicen que no hay mal que por bien no venga. Aquel rodaje me permitió conocer a muchas personas, de las que había tenido noticia por las películas. Sin embargo, la única con la que llegué a tener amistad fue una actriz en el límite de la juventud con la edad adulta, que tenía en Novio a la vista un papel secundario. Esa circunstancia y el intervenir en varias escenas en diversas secuencias de la película, le permitió pasar dos semanas en Benicásim y aburrirse lo suficiente, como para hacer amistades. No sé por qué -quizá porque me pareció que pudiera ser de la cáscara amarga[25]- acabé por contarle lo que había ido a hacer allí. La actriz, a la que llamaré Juana, mostró un vivo interés por leer mis recuerdos, en el entendimiento que de ninguna manera podrían ser publicados bajo aquella situación política. Le gustaron mucho y le parecieron dignos de conocerse por los interesados en la historia de nuestra guerra civil. Sabiendo que a mí me quedaba muy poco tiempo de vida, se ofreció a guardarme esas memorias, a fin de publicarlas en mi nombre en cuanto fuera posible hacerlo sin censura, para lo cual tenía amigos editores y periodistas. Yo no quise separarme del original, pero sí le facilité una de las dos copias que había hecho gracias al papel carbón.

     Y así concluye esta historia que, si alguien llega a leer un día, será cuando yo haya encontrado a Jaime en el otro mundo, esperanza poco fundada, pero muy reconfortante en mi estado.

***

     Como les decía al principio de este relato, finalmente ha sido la copia precautoriamente entregada a la actriz misteriosa la que llegó a mis manos y ahora, al fin, publico. Les recuerdo las observaciones que, acerca de la veracidad de los sucesos, dejé hechas ya en dicho preámbulo; y, en su nombre, me permito dar las gracias a quien supo guardar durante tantos años la palabra dada a Milagros Gómez que, según esquela periodística sufragada por sus compañeros del Hospital Clínico de Madrid, falleció el 3 de enero de 1954. Que descanse en paz.




[1] El hotel es el Voramar, inaugurado en 1930 y todavía (2020) felizmente operativo. La película es Novio a la vista (Luis García Berlanga, 1953), estrenada en Madrid el 15 de febrero de 1954.

[2] Lo primero acaeció en 1975. Lo segundo puede darse por sucedido hacia 1978.

[3] Véase más adelante, el capítulo 2.

[4] He decidido que, si ustedes quieren, participen del juego de adivinanzas para dar con la identidad de Doña J., dándoles -eso sí- algunas pistas, a mayores de las recogidas en la carta de esa señora.

[5] Como es sabido, las Brigadas Internacionales eran unidades militares de voluntarios al servicio de la República Española, formadas por ciudadanos extranjeros de las más diversas nacionalidades.

[6] El complejo hospitalario-residencial de Benicásim entre 1936 y 1938 ha sido objeto de diversos trabajos. Entre otros, he consultado por Internet los dos siguientes: Guillermo Casañ Ferrer, El hospital de Benicàssim en el contexto del servicio sanitario de las Brigadas Internacionales (Guerra Civil, 1936-1939), en Manuel Requena Gallego y Rosa María Sepúlveda Losa (Coordinadores), La sanidad en las Brigadas Internacionales, 2006, pp. 161-197; Guillermo Casañ Ferrer, Evacuación del Hospital de las Brigadas Internacionales de Benicàssim a Cataluña (Guerra Civil 1936-1939), en R. Monlleó (Coordinador), Castelló al segle XX, Castelló, Universitat Jaume I, 2006.

[7] Dicho personal, en su conjunto, alcanzaba unos 20 médicos, 25 enfermeras, 40 miembros del personal de limpieza y los voluntarios que ayudaban a vigilar a los enfermos, en especial, por la noche. Quedan al margen, servicios complementarios, como cocina, lavandería, etc., que radicaban en edificios próximos.

[8] En el texto de Milagros, se alternan los nombres Jaime y Jaume, de lo que se deduce que ella era castellanohablante, resultándole extraño el nombre en catalán del teniente.

[9] Véanse artículos 1, 2 y 3 del Convenio de Ginebra de 28 de agosto de 1864, vigente en tiempos de la Guerra Civil española. Posteriormente, se han dictado normas de actualización, que mantienen íntegramente el espíritu y contenido del texto original. Puede consultarse al respecto, Vicente Otero Solana, La normativa de protección y actuación del personal y medios sanitarios en los conflictos armados, Ministerio de Defensa de España, Madrid, 2013 (folleto de 68 pp., totalmente accesible por Internet).

[10] Otras villas, con finalidad hospitalaria complementaria, eran las denominadas Pons y Oliag.

[11]  El Velasco había llegado a alcanzar en pruebas una velocidad de 37 nudos, si bien la de 34 era la que se consideraba máxima para sus condiciones medias. La carga adicional que llevaba en aquella ocasión permite suponer que ir a toda máquina supusiera una velocidad de poco más de 30 nudos, en todo caso, más que suficiente para no temer ser alcanzado por barcos republicanos, en una persecución con ventaja para el citado destructor.

[12] Véase Guerra y repressió franquista a les Illes Balears, en “Memòria antifranquista del Baix Llobregat”, any 10, Núm. 15 (extraordinari), Barcelona, 2015, espec. pp. 14-18. Es accesible en abierto por Internet.

[13] Para los aspectos penales que se recogen en el relato, véase Código de Justicia Militar de 27 de septiembre de 1890, artículos 173, 232, 266 y 267. El texto puede consultarse en PDF por Internet.

[14] Recuerdo, por una vez, lo indicado en la anterior nota 12.

[15] Conviene señalar que todos ellos, salvo uno, eran militares no jurídicos, designados por el Mando para formar parte de cada consejo de guerra.

[16] Debía de tratarse de Enrique Cánovas Lacruz (1877-1965).

[17] Por la fecha y referencias, parece segura la alusión a Alfonso de Zayas y Bobadilla (1896-1970).

[18] Ello nos puede dar una orientación sobre la fecha de la despedida de Jaume y Milagros, pues Castellón fue tomada por los franquistas el 14 de junio de 1938.

[19]  En concreto, en Argentina, donde fallecería en 1951.

[20]  En catalán, el médico del rincón.

[21] Se trataba del teniente coronel médico, Don Ramón Anglada Fluxá.

[22] Transporte de tropas franquistas que, al intentar un desembarco en costa enemiga de Cartagena, fue cañoneado y hundido por las baterías costeras republicanas, falleciendo casi 1.500 hombres y salvándose 636. Casi la mitad de los 2.100 hombres que llevaba constituían dos batallones del Regimiento de Infantería “Zamora”, número 29. El suceso acaeció en la mañana del 7 de marzo de 1939.

[23] Acabada la guerra y su función hospitalaria, el establecimiento siguió incautado a sus propietarios, para dedicarlo a las actividades de Servicio Social y, luego, las generales de la Sección Femenina de Falange. A principios de la década de 1950, fue finalmente devuelto a la posesión de sus dueños (familia Pallarés), que reanudaron en él la actividad de hostelería, en la que ya ha seguido de forma ininterrumpida hasta el presente (escribo a finales de 2020).

[24]  En concreto, el verano de la invasión cinematográfica fue el de 1953. Véase también la nota 1.

[25]  Forma coloquial de aludir a las gentes de izquierdas por parte de los franquistas de la época del relato.

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