jueves, 29 de abril de 2021

RELATOS DE VIOLENCIA, CON LEÓN AL FONDO (III)

 


Relatos de violencia, con León al fondo (III)

Por Federico Bello Landrove

A Santiago Crespo García, para quien nada leonés le es ajeno


     Mis lecturas sobre lo vivido en la provincia de León durante la guerra civil y, sobre todo, en la posguerra[1], me llevan a redactar, en tres entregas, este conjunto de relatos que, con una pizca de fantasía y un montón de realidad, podrían componer un panorama de la violencia y el dolor de dichos momentos. En cualquier caso, mi pretensión es más modesta: presentar a mis lectores, de forma muy breve, un panel de retratos de algunos de los más característicos personajes de aquel lugar y aquellos tiempos.


Molinaseca (León)

 

1.   Arricivita, el comandante listo

     

     Quiero comenzar la historia del comandante listo aludiendo a la de un famoso general de quien se ha dicho de todo, menos que hiciera honor a la astucia de su subordinado. En efecto, quien fuera durante doce años el Director General de la Guardia Civil, mereció de los mismos guardias a sus órdenes la modificación de su nombre, Camulo por Camilo. Si era por bruto o por terco, es cuestión que queda para el debate. En lo que nada hay que discutir es en el chistoso cambio de su segundo apellido, de Vega a Pega. Con todo lo cual, las personas de cierta edad y cultura histórica ya habrán descubierto que estoy aludiendo a Don Camilo Alonso Vega[2]. Para entender el sentido de las indicadas correcciones de nombre y apellido no hacen falta los citados condicionamientos.

     Con todo, el general Alonso tuvo una idea muy acertada para poner fin a la guerrilla antifranquista, una vez que se depositó en la Guardia Civil el protagonismo en tal lucha: conocer y vivir al máximo como lo hacían sus combatientes. Nacieron, así, las llamadas contrapartidas, formadas por guardias civiles jóvenes y fuertes, con la cooperación ocasional de falangistas y voluntarios; todos los cuales se tiraron al monte, para vivir en los mismos lugares y de la misma forma que los maquis, para así cerrarles el paso e, incluso, confundir y descubrir a sus enlaces.

     Naturalmente, esa no resultaba tarea para jefes y oficiales de la Benemérita, como lo era, allá por 1945, Miguel Arricivita Vidondo. Para ellos, se establecieron cursos de formación en sus Academias, con programas bastante más amplios y sutiles que resolver el problema guerrillero solo con tiros y torturas. Parece que de ahí salió un Arricivita debidamente preparado para tomar el mando de la Brigadilla, fuerzas especiales de la Guardia Civil que, con centro oficial en Ponferrada, extenderían su acción por toda la montaña galaico-leonesa, para poner definitivo final a la guerrilla, todavía extendida y floreciente. Ese objetivo se logró al cabo de unos cinco años, desde luego, no solo por los aciertos del Comandante y la abnegación de muchos de sus agentes pues, a partir de 1948, razones políticas interiores e internacionales habían impulsado a abandonar la lucha a la mayor parte de los guerrilleros y a quienes desde un seguro exilio los dirigían a distancia. Así, parecería que la segunda mitad de su servicio la hubiera ocupado Arricivita en acabar con un solo guerrillero, el famoso Manuel Girón, nombre mítico de la guerrilla leonesa. Pero aún no toca escribir sobre él: Volvamos a su antagonista de verde uniforme y a los motivos por los que lo he calificado de listo y con los que, a la postre, triunfó.

     Al incorporarse a su puesto de mando[3], el Comandante y sus hombres habían recibido un maravilloso regalo. En junio del año 1945, la ocupación de una completa lista de colaboradores y enlaces de la guerrilla dio lugar a su desciframiento y, acto seguido, a la detención de cientos de personas que, por convicción o por miedo, habían constituido el imprescindible soporte vital para los combatientes del monte[4]. Con el tiempo, parte de la red de apoyo se reconstruiría, pero, cuando menos para el maquis leonés, era ya demasiado tarde. Le bastaría a Arricivita actuar con rapidez y astucia, no dando tregua a sus antagonistas y explotando por todos los medios el venero informativo y de delaciones que brotaba incesantemente de los enlaces ya encerrados en las prisiones.

     En ese sentido, el Jefe concedió un interés especial al objetivo de bloquear la cooperación guerrillera, no solo mediante la violencia y la prisión, sino creando motivos para que los combatientes no pudieran fiarse en lo sucesivo de la fidelidad de quienes aparentemente los ayudaban. Tres vías se le abrían -o las franqueó él-, para lograrlo: el perdón, el dinero y la infiltración. Examinémoslas breve y sucesivamente.

     El perdón. La condena por haber ayudado a los guerrilleros podía alcanzar hasta doce años de privación de libertad. Contando con la circunstancia de que los enlaces eran tanto hombres, como mujeres, de alcanzar la sanción al matrimonio, la condena tenía la gravedad añadida de dejar a los hijos pequeños casi desamparados. Una buena explotación del chantaje de años de perdón a cambio de información importante tenía, pues, un atractivo muy especial. El Decreto-Ley de Bandidaje y Terrorismo de 1947[5] dio a esa táctica un marchamo legal: Era perfectamente lícito reducir las penas a quienes colaborasen efectivamente con las autoridades. El mero abandono, tanto de la lucha armada, como de la cooperación con la guerrilla, podía significar la benevolencia del consejo de guerra. Claro está que esta estructura mixta de ley y ardid podía provocar desconfianza, pero, al cundir el ejemplo y constatarse la solidez de las promesas, combatientes y encubridores fueron acogiéndose a los beneficios o, cuando menos, desistiendo de reanudar sus ilícitas actividades.

     El dinero. Para quienes no tenían cargas penales a sus espaldas, el pago generoso de los servicios prestados a la Guardia Civil era de un atractivo poco resistible, máxime en una época de paro y de penuria. No tengo noticias sobre las fuentes de esos abonos, es decir, si salían del presupuesto público, de prestaciones de particulares o de la incautación del dinero ocupado a los guerrilleros, que recaudaban cuantiosas contribuciones a los ricos de derechas. Es probable que Arricivita y otros tales se apoyaran en todas esas formas de financiación, pero no cabe duda de que el premio en dinero circuló, y hasta límites imponentes en los casos más exitosos. Así, la feliz conclusión del caso Girón -de la que trataré en el próximo capítulo- implicó un abono al asesino del guerrillero de entre 70.000 y 80.000 pesetas, cuando el salario de un peón agrícola era de unas 12 pesetas diarias[6].

     La infiltración. Es obvio que esta forma de crear la máxima inseguridad en la guerrilla tenía las más variadas formas: Desde el hecho de que un guardia civil desconocido y montaraz se hiciese pasar por guerrillero, hasta que un vecino delator se preocupara de captar conversaciones de personas conocidamente colaboracionistas con la guerrilla. Y, por descontado, los infiltrados podían hacerse pagar con dinero su peligrosa comisión. El caso de José Rodríguez Cañueto[7] ilustrará adecuadamente esta táctica antiguerrillera, tanto en lo relativo al hecho en sí, como en cuanto a la protección dispensada frente a venganzas ulteriores. Este último es un aspecto que, al parecer, cuidó muy eficazmente nuestro Comandante.

     Todas esas formas refinadas de actuación -que hoy nos pueden parecer obvias y de conocimiento vulgar- no dejaban de ir acompañadas de las tradicionales, desde la tortura psicológica, hasta el asesinato. Es lo que se ha calificado de la táctica del palo y la zanahoria que, al parecer, el comandante Arricivita empleó de forma bien dosificada. Pero ¿quién era ese Comandante? Como estas páginas son un relato, no un ensayo, debería ceder el uso de la palabra a los historiadores, mas hete aquí que no es mucho lo que se puede sacar de ellos sin llevar la indagación hasta términos de suplicio. Se ve que Don Miguel sabía hacer uso de la recomendable fórmula otrora utilizada para la caridad. En este caso, la cautela bien entendida empieza por uno mismo.

     Miguel Arricivita Vidondo nació en 1905. Sus apellidos y ulterior vinculación profesional a Navarra me hacen suponer que fuese esa la provincia de su nacimiento, aunque solo se trate de una opinión. Sí es seguro que siguió la carrera militar, para la que se formó en el Arma de Infantería, saliendo de la Academia de Toledo como alférez en la promoción de 1926. En 1936, al producirse el Alzamiento militar, era teniente de la Guardia Civil en la línea de Elizondo, en el navarro valle del Baztán, y en tal condición se sumó a la sublevación, combatiendo toda la Guerra Civil en el bando franquista. Por sus méritos como rebelde victorioso -y, quizá, por alguna otra vinculación, que desconozco- mereció del Ayuntamiento de Bilbao la Medalla de la Villa, en su categoría de plata o de bronce.

     Terminada la guerra -en la que consta como incorporado a unidades de requetés-, reanudó su vinculación con la Guardia Civil, seguramente ya con el grado de capitán. En tiempos del Director General, Alonso Vega, Arricivita, ya comandante, siguió formación específica antiguerrillera, siendo seguidamente designado jefe de la unidad especial de la Benemérita, que se encargaría específicamente de la represión del maquis en la montaña galaico-leonesa, con centro logístico esencial en Ponferrada. A esta ciudad, llegó el Comandante hacia 1947 o 1948, y aquí se mantendría hasta la conclusión de su trabajo, en el año 1952 o 1953. La dedicación y la estancia serían premiadas por el Ayuntamiento de la capital de El Bierzo con el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad.

     A partir de ese momento, salvo algunas apariciones esporádicas y formales en el Diario Oficial -condecoraciones, ascensos…-, la figura hasta entonces señera de Arricivita entra en el túnel del olvido hasta su retiro, con la graduación, al parecer, de teniente coronel. Si es así, bien poco lucida fue la carrera, tras sus prometedores años anteriores. El fallecimiento de nuestro personaje se produciría en 1973.

     Don Miguel Arricivita Vidondo estuvo casado y tuvo de su matrimonio siete hijos.

 

 

2.   Manuel Girón, gran guerrillero, duro de matar


     Manuel Girón Bazán (1910-1951) es el más famoso guerrillero de El Bierzo. Lo fue en su época y, a diferencia de casi todos sus compañeros, ha mantenido hasta el presente en que escribo -año 2021, a setenta años de su muerte- el eco de su existencia y de sus indudables cualidades de guerrillero. No quiero seguir por este camino, pues me llevaría a presentar las múltiples opiniones acerca de la moral y el servicio prestado por este personaje[8]. A fin de cuentas, quienes quieran contar con referencias históricas, más o menos elaboradas, tienen obras generales y biografías donde espigar[9]. Mi objetivo -de narrador, no de ensayista- es el de conectar a Girón con su antagonista final, el comandante Arricivita, ya presentado a los lectores en el capítulo anterior. Más adelante, tomando como punto de partida la verdadera muerte del guerrillero, trataré sobre ciertos aspectos de la vida de quien fue su asesino, por encargo y bajo inducción del citado comandante.

Retrato de Manuel Girón Bazán

     ¿Qué tuvo Girón para conservarse así su interés y su recuerdo, que no poseyeran sus compañeros en el maquis? Quizá no podamos prescindir en la respuesta de la alusión a caracteres o valores personales, como la jovialidad, el talante humilde y acogedor, la capacidad de hacer amigos entre los correligionarios, el desprecio por los aspectos más burocráticos y partidistas de la guerrilla, o su gran valentía. Son cualidades que no se le suelen negar, siendo mucho más debatida su probable crueldad, o la cifra de crímenes que cargó a sus espaldas a lo largo de los años. Sus antagonistas de la Guardia Civil llegaron a decir de él: “El más peligroso de todos era Girón, individuo de sangre fría y calculador, cazador furtivo toda su vida, y que conocía palmo a palmo el terreno que pisaba. Ponía tal destreza natural en el manejo de las armas de fuego que, como suele decirse, donde ponía el ojo ponía el tiro. Era de temer”[10]. Con todo, fueron dos consideraciones históricas las que, en opinión general, lo han elevado al nivel de leyenda: su persistencia en la lucha guerrillera -que, muerto él, abocó a su final en la zona en que actuaba- y la capacidad para salir con bien de asechanzas y emboscadas, en las que las propias autoridades le dieron equivocadamente por muerto.  A glosar una y otra consideraciones dedicaré el resto de este capítulo.

     Girón, el último guerrillero del maquis leonés. Como es sabido, el rechazo de las Potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial en desbancar a Franco y su régimen del gobierno de España, provocó la desmoralización de los guerrilleros y la decisión de las fuerzas políticas en el exilio de aconsejar su salida del país, implementando incluso los medios pertinentes. Todo ello provocó la desbandada del año 1948, a partir de la cual la guerrilla entró en su agonía. Girón fue de los pocos jefes importantes que decidió proseguir el combate, en la medida de lo posible, cada vez con menor acompañamiento y, según se opina, con mayores componentes de desesperación y de bandidaje. Llegó a comprenderse que Girón nunca abandonaría vivo la lucha y que, tan pronto cayese, la guerrilla en León habría cerrado su dilatado periodo histórico. En efecto, así sucedió[11], como acontecería años más tarde en Asturias y Cantabria, con la muerte de Juanín, el mítico guerrillero de la zona de Picos de Europa[12]. En resumen: Ser el último en abandonar una lucha, y hacerlo por morir en el curso de la misma, rodea a la persona de un halo romántico, proclive a su tratamiento legendario.

     Girón, el muerto resucitado (primer episodio). Al concluir la guerra civil en el Frente Norte (octubre de 1937), Manuel Girón se reincorporó a la guerrilla, en la que ya había estado en los comienzos de aquella. Aunque todavía no muy famoso en los ambientes del maquis, su nombre era ya bien conocido de las fuerzas de orden público y militares. Por ello, a raíz de un golpe económico[13] en la localidad de Castropodame[14], el 13 de noviembre de 1940, se pensó que el guerrillero muerto en el asalto podría ser Girón. Para comprobarlo, la Guardia Civil llevó, dos días más tarde, a una de sus hermanas, Emilia[15], para que reconociese el cadáver. La mujer, seguramente con el propósito de que no se siguiera persiguiendo a su hermano, ni incordiando a la familia, aseveró que, en efecto, el difunto era su hermano Manuel[16]. Es dudoso que la Fuerza actuante quedase muy convencida, pues parece que, en esta primera ocasión, no se inscribió en el Registro Civil la defunción de Manuel Girón Bazán. Con todo, durante un año la Guardia Civil creyó que Girón ya no era uno de sus problemas, mientras él continuaba en su lucha armada dirigiendo las incursiones de la guerrilla, hasta el extremo de ser uno de los promotores de la formación, en Ferradillo y abril de 1942, de la Federación de Guerrillas de León y Galicia.

     Girón, el muerto resucitado (segundo episodio). El 9 de julio de 1945, un formidable enfrentamiento entre las fuerzas del orden y un grupo de fugitivos en el paraje de Peñas Blancas, cerca de Porto (Zamora), se saldó con la muerte de cuatro guardias, un pastor que fue disparado por error y un guerrillero que murió mientras manipulaba una bomba de mano. Tras detenida investigación, la Benemérita determino que el caído era Manuel Girón, basándose en las imágenes del cadáver tomadas por un fotógrafo de Puebla de Sanabria, declaraciones de testigos y otros datos. Girón moría por segunda vez, con la pertinente inscripción registral, gracias a la suerte -para él- de que el compañero había quedado completamente desfigurado por la explosión de la granada. Pasarían varios meses antes de que las fuerzas de represión se percatasen del nuevo error padecido. Para entonces Girón se había convertido en un personaje mítico y el nuevo jefe de la Guardia Civil, Arricivita, tendría como uno de sus principales objetivos el de dejar fuera de circulación al escurridizo guerrillero berciano.

     Girón, el muerto resucitado (tercer episodio). El 24 de febrero de 1949, un chivatazo permite a la Guardia Civil cercar a un grupo de guerrilleros en las proximidades de Ocero. El enfrentamiento finalmente se salda con dos bajas en las filas de los resistentes, logrando huir los demás. Se trataba de lo que quedaba del grupo o partida de Girón, después de la aludida desbandada de 1948. Nuevamente se acude a la diligencia de identificación de los cadáveres. Uno de ellos tiene similitudes varias con la apariencia de Manuel Girón y así lo recoge el Registro Civil de Vega de Espinareda, tras ser reconocido el cadáver por una de sus hermanas -no creo que la Benemérita aceptara que volviera a ser Emilia- y, además, por un industrial fiel al régimen franquista, conocedor de Girón por ser de su pueblo natal. Este último testimonio, de indudable sinceridad, mueve a Arricivita y los suyos a difundir a bombo y platillo su éxito. El propio guerrillero pudo leer la noticia de su muerte en la prensa provincial, oculto en una casa de la localidad cabreiresa de Encinedo, a donde se había retirado hasta que las cosas se calmasen. El comandante Arricivita fue condecorado con la Cruz al Mérito Militar por la presunta eliminación del famoso guerrillero.

     El sueño de Arricivita -condecorado por un mérito que no se había producido- se convirtió en vergüenza y pesadilla ocho meses después, cuando el testimonio de uno de los guerrilleros presentes en el combate de Ocero aseguró convincentemente que Girón seguía vivo y que ese día ni siquiera estaba con el grupo de los guerrilleros contendientes.

     Girón, el muerto que ya no pudo resucitar más. Era el 2 de mayo de 1951 cuando Manuel Girón caía en la trampa del Comandante y moría, tras ser disparado por la espalda por un infiltrado en el grupo de guerrilleros, José Rodríguez Cañueto, en las Puentes de Malpaso. A pocos metros se encontraba la que había sido su compañera durante los últimos años, Alida González, que fue detenida. Los cuatro últimos compañeros de su partida[17], ausentes en el momento del asesinato de Girón[18], abandonarían el país meses después. Su cuerpo inerte quedó abandonado en ese lugar durante 18 días, para después ser trasladado al depósito del antiguo cementerio del Carmen de Ponferrada, donde fue expuesto varios días como si de un trofeo de caza se tratase[19].

     El comandante Arricivita urdió toda una trama para acabar con Girón y dejar escapar sin riesgos a su brazo ejecutor, Cañueto. Para ello, se llevaron a un trabajador de las minas de wolframio de Casayo (Orense), Elías Álvarez, hasta el lugar donde yacía el cadáver del guerrillero para ser asimismo asesinado y dejarle el rostro completamente desfigurado, para hacerlo pasar por Cañueto. Todo resuelto: Girón estaba muerto y también la persona que lo había matado.

     Alida González se vio obligada a refrendar la versión oficial de la Guardia Civil a cambio de salvar la vida y de una pena de solo un año de cárcel, que pasó en la unidad de psiquiatría del hospital militar Gómez Ulla de Madrid. Algunas voces llegaron hasta señalarla como la persona que había traicionado al que era su compañero, quien finalmente fue enterrado en la parte civil del antiguo camposanto ponferradino el 25 de mayo de 1951. Los restos fueron trasladados por decisión familiar, en 1997, al nuevo cementerio de Montearenas, donde actualmente se encuentran.

Sepultura actual de Manuel Girón (Ponferrada)

 


3.   Arricivita y Cañueto, una pareja bien avenida


     La investigación efectuada para la realización del documental cinematográfico, Girón, el hombre que murió dos veces[20], ha permitido ajustar todos los datos acerca del destino de José Rodríguez Cañueto, el asesino de Girón de un tiro en la nuca[21], superando, entre otras cosas, la polémica histórica sobre un final abrupto de la vida de Cañueto. Mi pretensión, en todo caso, no es otra que la de reflejar el extremo cuidado que Arricivita se tomó con el futuro en prosperidad y seguridad del infiltrado que a él le trajo, por fin, el éxito y la tranquilidad de haber acabado con Manuel Girón a la cuarta, el 2 de mayo de 1951. Pero antes puede ser interesante recoger algunos datos sobre la forma en que el Comandante dio, o pudo dar, con su esbirro y este, introducirse en el reservadísimo ámbito de la intimidad de Girón.

     José Rodríguez Cañueto, nacido en 1920, natural y residente en el pueblo cabreirés de Santa Eulalia, formaba parte de una familia de enlaces con la guerrilla, con la que tal vez hubiese colaborado en alguno de los llamados golpes económicos. La presión de las fuerzas de orden público sobre su familia fue, para él, insoportable, hasta el punto de contactar en Madrid con un policía amigo quien, viendo una oportunidad pintiparada, lo puso en relación con un capitán del Cuerpo. De allí, al comandante de la Benemérita, Arricivita, mediaba un paso, que en efecto se dio. De la entrevista entre Cañueto y el Comandante, salió el evidente acuerdo: El cabreirés recibiría una cuantiosa compensación económica a cambio de su infiltración en la guerrilla y el subsiguiente asesinato de Manuel Girón. Seguidamente, se tomarían las medidas oportunas para dotar a Cañueto de la plena tranquilidad de no ser alcanzado por una eventual venganza de los amigos de Girón.

     Naturalmente, acceder a la partida de Girón no se lograba así como así. Cañueto lo consiguió, previa autorización de los mandos de la Guardia Civil para cometer un doble asesinato, con la apariencia de ajuste de cuentas a unos delatores de Santa Eulalia, en presencia de gente de Girón, para que este lo supiera de primera mano. En realidad, los elegidos -alcalde pedáneo del pueblo y una mujer vecina del mismo, llamada Carmen- no eran traidores a la guerrilla, sino personas escogidas como instrumentos para acercarse a Girón, a más de malquistos por Cañueto o por el policía amigo suyo. Todo ello sucedía el 24 de abril de 1951 y dio lugar a que el sicario, pretextando la necesidad de esconderse de la Guardia Civil, regresase con los guerrilleros hasta el entorno de Girón, quien aceptó el acogerlo en su partida. Por lo demás, bastó con la circunstancia afortunada -para Cañueto- de que se quedasen solos en el monte Girón, su amante Alida y él, para que le descerrajase a aquél un tiro en la nuca, que acabó con su vida. El resto de los guerrilleros de la partida, embarcados en los preparativos para pasar a Francia, evidentemente se abstuvieron de regresar. Salvo por la presencia de la mujer, quedaba expedita la vía para que Arricivita tomase las providencias oportunas a fin de que Cañueto pudiese disfrutar en paz y tranquilidad de las 74.000 pesetas -cifra probable- que le supuso su asesinato a sueldo. Veamos la forma minuciosa con que lo logró.

***

     La primera ocurrencia del Comandante implicó otro asesinato, esta vez, plenamente imputable a Arricivita. Con el fin de hacer creer que los guardias civiles habían tenido un enfrentamiento con Girón y los suyos, en el que habían muerto aquel y su nuevo compañero, se procedió a la detención y ejecución de un notorio enlace con la guerrilla, Elías Álvarez Carrera, a quien se le voló la cabeza con un cartucho de dinamita, para hacerlo irreconocible y que pudiese pasar por Cañueto -o por cualquiera que se pretendiera-. En cualquier caso, la labor tenía dos importantes objeciones: la presencia de Alida González Arias y la conveniencia de inscribir la defunción de Cañueto. Curiosamente, en ambas cuestiones la escrupulosidad de Arricivita no se manifestó plenamente. Alida solo fue condenada a prisión y amenazada hasta el punto de necesitar atención psiquiátrica[22], pero se respetó su vida; no así su fama, vilipendiada por quienes creían que había tenido bastante que ver en la muerte de Girón. Y, en lo relativo a la identidad de Cañueto, no se estilaban en aquella época todavía las modernas tácticas de su cambio para los testigos y colaboradores protegidos: Se juzgó bastante con que se le diera en la práctica por muerto, trasladándose a un lugar lejano[23]. Fue lo bastante para que, con el tiempo, en torno a Cañueto se tejieran tres opiniones críticas de la versión oficial de los hechos:

-          Que los propios guardias civiles lo habían asesinado al poco tiempo, para evitar que los delatara, contando cuanto sabía acerca de la muerte de Girón y de Elías Álvarez.

-          Que compañeros o correligionarios de Girón se habían vengado de la muerte de este, ejecutando a su vez a Cañueto. Incluso, llegaron a darse detalles macabros de tan irreal suceso.

-          Que, pocos años después de la muerte de Girón, Cañueto había sufrido un accidente de circulación en las calles de Sevilla, ciudad de la que había hecho su residencia. Tal vez había sido un camión el que había aplastado su pequeña furgoneta de reparto -una Citroën 2 CV, según aseguró alguien, que decía saberlo de buena tinta-.

     A la postre, esta última versión fue la que más se ajustó a lo sucedido, si bien despojada de aquellas connotaciones que parecían aludir a que el dinero mal ganado acaba por no disfrutarse. Veamos escuetamente lo que sucedió en realidad o, al menos, lo que resulta más acreditado o verosímil.

Acta de defunción de José Rodríguez Cañueto

     Bajo los auspicios de Arricivita, Cañueto se traslada a Sevilla, provincia que parece conocía de haber trabajado en ella de temporero en la agricultura, y a donde enseguida invita a acompañarlo a su hermano Benjamín. En un principio, con el precio del crimen, José compra una finca en Carmona (Sevilla), pero parece que no le atrae el trabajo del campo. En ese mismo año o en el siguiente, 1952, quizá también por influencia del Comandante, José entra en contacto con el guardia civil de la Brigadilla de Ponferrada -miembro, incluso, de una contrapartida de la guerrilla-, llamado Feliciano Franco Villares, natural de Melgar de Abajo, un pueblo de la provincia de Valladolid lindante con la de León. Acompañando a Feliciano -entonces joven; moriría en 1998-, que tenía novia en el pueblo, Cañueto inicia relaciones con otra vecina de aquel, llamada Oliva Abascal, con la que no tardará en contraer matrimonio en la capital vallisoletana. La pareja retorna a Sevilla, donde abren una tienda de comestibles en la céntrica y muy comercial calle Feria -tal vez, con dinero de la procedencia antes aludida-.

     Dentro de una vida normal, alejada de las tentativas de asesinato o de las venganzas imaginadas por algunos, discurren los años. En el transcurso de los mismos, José maneja coche y se desplaza periódicamente con Oliva a Melgar de Abajo. En uno de dichos viajes, correspondiente a las Navidades de 1966, regresando hacia Sevilla a bordo de un land rover, sufren una violenta colisión -posiblemente, con un vehículo pesado-, en las inmediaciones de Mérida (Badajoz). José fallece instantáneamente por traumatismo cráneo encefálico y es enterrado dos días después -ignoro dónde-. Oliva, su esposa, tiene graves lesiones, que curarán tras una estancia hospitalaria de varias semanas.  

     Así pues, José Rodríguez Cañueto falleció víctima de accidente de circulación, sobre las 22:30 horas del día 26 de diciembre de 1966, a los 46 años de edad. Según relataron algunos vecinos de Melgar de Abajo, se llevaron una sorpresa al irse enterando de que el marido de Oliva no era en realidad un guardia civil, pues su convecino Feliciano se lo había presentado como compañero suyo. ¿Por consejo de Arricivita? Seguramente nadie podrá contestar ya esta pregunta que, por otra parte, resulta bastante ociosa.

 

 

4.   Un modelo de fuga: la de Quico

 

     Nacido en Cabañas Raras en 1925[24], Francisco Martínez López, apodado Quico, fue uno de los guerrilleros del grupo de Manuel Girón y uno de los últimos maquis notables en abandonar la lucha armada, puesto que pasó a Francia en octubre de 1951, tras el asesinato de su jefe de partida. Tenemos la suerte de que Quico haya escrito un interesante libro acerca de sus experiencias en la guerrilla[25], como también que su figura haya sido glosada en repetidas ocasiones, incluso en artículos y noticias fácilmente localizables en Internet[26]. En una y otra fuentes me apoyaré a continuación, con el objetivo principal de que el caso de Quico sirva de ejemplo a la hora de responder a una pregunta francamente interesante: ¿Cómo se las arreglaban los guerrilleros para escapar de España, cuando decidían poner fin a sus actividades violentas? Desde luego, no debía de ser fácil, habida cuenta de la presión a la que los sometían las fuerzas de orden público, así como el férreo control -al menos, sobre el papel- a que la dictadura franquista de aquellos años sujetaba al común de los ciudadanos. Todo habría sido más fácil para los guerrilleros leoneses, si las autoridades portuguesas les hubiesen franqueado el paso a su país, pero tal cosa, en general, no sucedió; de modo que la escapatoria habitual fue hacia Francia[27], teniendo que recorrer cientos de kilómetros, sorteando controles y recabando la ayuda que fuese posible.

Quico, con 81 años de edad

     Como ha quedado apuntado en los dos capítulos precedentes, la fuga de Quico y de otros tres compañeros[28] del entorno de Girón se estaba preparando cuando este fue asesinado, el 2 de mayo de 1951. Como es natural, enterados de tan relevante suceso, ninguno de ellos regresó a la zona de Molinaseca, en que se había producido el crimen, sino que, estando ya los preparativos muy avanzados, decidieron alejarse a toda velocidad, aunque luego hubiesen de esperar en lugares menos expuestos a que todo estuviese preparado, en particular, la pertinente documentación identificativa falsa. Pero dejemos que nos lo relate el propio Quico, una vez se haya hecho una breve presentación de su origen y andanzas como guerrillero.

     Contando tan solo once años al iniciarse el Movimiento Nacional, Quico fue un mero espectador de aquel y de los tremendos sucesos violentos y represivos ulteriores. A lo más que llegaba su conciencia de alevín de izquierdista era -escribe- a montar guardia para prevenir a los vecinos de las expediciones de falangistas, que formaban verdaderas bandas de terroristas. Con el tiempo, empezó a tener conciencia de la existencia del movimiento guerrillero y, en particular, de los hermanos Pepe y Manuel Girón, de los que recuerda se instalaron en la zona de La Cabrera. Era la incorporación al maquis una mera cuestión de supervivencia, para evitar la muerte o la tortura: No había perspectiva política. El paso siguiente de un Quico ya adolescente fue el de convertirse en un enlace de la guerrilla, dentro del llamado Servicio de Información Republicana. Lo relata así:

     Paraban en casa de mis padres. Había una parte militar, de defensa, y otra política: las Milicias Pasivas y el Servicio de Información Republicana. Yo tenía 14 o 15 años cuando me apunté. Les ocultábamos, comprábamos lo que necesitaban, pero teníamos también una misión política: la de ganar adeptos para la lucha, sostenerla desde la legalidad.

     Cuando la Guardia Civil se percata de tan neta cooperación, Quico, que había compatibilizado su trabajo en la mina y en un laboratorio de química con el apoyo al maquis, se incorpora a la lucha armada, a la II Agrupación de Guerrillas de la Federación. Me descubrió la policía y no tuve más remedio que escapar. Y el único recurso era estar en la clandestinidad. El 23 de septiembre de 1947, tras pasar un día oculto por los alrededores de Cabañas Raras, vinieron a recogerme Guillermo Morán, Manolo, Negrín y El Objetivo. Guillermo se encargó de hacerme conocer el reglamento para que pudiese decidir. Podía elegir entre irme con ellos o arriesgarme a caer en manos de la Policía, la tortura, la cárcel o la liquidación. Mi opción fue correr el riesgo luchando.

     Camino de una reunión en Lugo, en la estación de El Barco de Valdeorras (Orense), se topó con su bautismo de fuego. Su grupo fue sorprendido por una patrulla de la Guardia Civil y el enfrentamiento terminó con un agente muerto y otro herido. No hubo bajas entre la guerrilla, a la que Quico llegó en mal momento, cuando, tras dos años de relativa calma, la sangre volvió a los montes. Ya habían regresado los embajadores a España y Franco se había convertido en una pieza preciosa para los americanos. Pagamos el pato los que estábamos en la clandestinidad. Se nos aniquiló.

     Entre 1949 y 1950 fueron cayendo casi todos los guerrilleros que quedaban en el antiguo territorio de la Federación. Según Quico nunca fueron más de cien. Su líder histórico, Manuel Girón, fue asesinado el 2 de mayo de 1951 cerca de Molinaseca. Antes de que finalizara ese año, cuatro de los últimos maquis de León-Galicia, Quico entre ellos, escaparon a Francia -¡sin apoyo de nadie, aquello fue una odisea!-. Ha llegado el momento de ceder íntegramente el uso de la palabra al veterano ex guerrillero para que lo narre con sus propias palabras.

***

     … Un enlace reciente, desconectado de toda sospecha policial y de las zonas de guerrilla habituales, se ofreció para ayudarnos. Estaba haciendo su servicio militar como secretario de la Capitanía General de Valladolid. En Navarra encontró un contacto dispuesto a pasarnos a Francia. El precio del servicio se fijó en 2.000 pesetas por cabeza. Era un contrabandista que no quería saber nada de sus clientes; sólo le interesaba el dinero   e   igualmente   hubiese   aceptado pasar cualquier otra mercancía.

     … El 14 de septiembre de 1951 a las 10 de la noche, cogimos un taxi en Rioscuro, cerca de Villablino. Lo habíamos llamado a León por teléfono. Estaban previstos cinco pasajeros: El Atravesado, Manolo, El Jalisco, yo y nuestro enlace. Tomamos la dirección de Valladolid, vía León, donde el enlace debía dejarnos y coger el tren hasta nuestro destino. Pero   una   vez   llegados   a   León, el   taxista   no   quiso proseguir el camino. ¿Falta de confianza? En todo caso, ésa fue nuestra hipótesis. Buscamos otro taxi que pudiese llevarnos hasta Valladolid. Finalmente lo encontramos y partimos de nuevo. Pero, a mitad de camino, con el pretexto de que su vehículo   estaba   a   punto   de   averiarse, el   taxista   nos   dejó colgados en un pueblo entre estas dos ciudades. Eran las seis de la   mañana; nos   enteramos   de   que   un   autobús   salía   hacia Valladolid   a   las   ocho.   No   teníamos   elección; así   que   lo cogimos. ¡Y nos dimos de narices con dos guardias civiles!

     Decidimos dispersarnos por el autocar y hacer como si no nos conociésemos.   En   caso   de   problemas, habíamos previsto liquidar a los dos guardias y tomar el control del autobús con sus pasajeros, hasta que pudiésemos escapar con un mínimo de garantías. Pero todo se desarrolló sin incidentes. Llegados por fin a Valladolid, nos dirigimos a un hotel donde nuestro enlace había reservado dos habitaciones. Allí nos reunimos con él y nos entregó unos uniformes y papeles militares que había que completar con fotos, utilizando un cuño que yo mismo había preparado ya antes de que dejáramos León. Fue entonces cuando nos sucedió una aventura de la cual fui el principal responsable y que pudo costarnos la vida.

     Para   preparar   los   papeles   necesarios, teníamos   que   ir  a hacernos fotos vestidos con las ropas militares. Pero nuestro enlace no había podido conseguir más que dos uniformes para los cuatro; así   que   teníamos   que   llevarlos   por   turnos. Decidimos   que   Jalisco   y   Manolo, acompañados   por   el Atravesado, irían los primeros, mientras yo me quedaba en el hotel esperando su regreso para poder ponerme un uniforme. Por precaución, eché el cerrojo de mi habitación. Me acosté en la cama para relajarme, pero, después de dos noches pasadas sin dormir, caí en un sueño profundo. Cuando mis compañeros volvieron al hotel, llamaron a la puerta muchas veces, sin obtener respuesta. Bajaron a la recepción para llamar a la habitación por teléfono, y preguntar si por casualidad yo había salido. El teléfono no respondía y nada indicaba qué había sido de mí. Mis camaradas pensaron en lo peor: que la Policía me había descubierto. Comenzaron a alarmarse seriamente y a pensar en la huida. Entonces hicieron un último intento: Jalisco pasó por el balcón de la habitación vecina e intentó abrir la ventana   de   mi   habitación.   En   ese   instante   me   desperté sobresaltado, y fui pistola en mano a recibir a aquella sombra que   forzaba   la   ventana   desde   el   exterior.   En   el   último momento, descubrí que el asaltante no era otro que Jalisco. El desenlace pudo haber sido trágico...Una vez tranquilizados todos, me puse un uniforme y salí a hacerme las fotografías a mi vez.

     En el hotel fabricamos los documentos: Cada foto debía ir pegada sobre un documento militar, con el cuño militar de Valladolid, y había que imitar sobre la fotografía la parte correspondiente del cuño. Entonces disponíamos de salvoconductos   que   nos   presentaban   como soldados y nos autorizaban a visitar a nuestras familias. Pero esos papeles no nos permitían ir más allá de Pamplona, todavía lejos de la frontera. Y el Atravesado, mayor que nosotros, no podía pasar por un joven soldado: Uno de sus papeles de identidad había caducado. Con estos documentos insuficientes dejamos Valladolid en taxi en dirección a Navarra.  

Quico y sus tres compañeros de fuga, ya en Francia

     De   un   tirón   llegamos   a Pamplona, donde   alquilamos   la   primera   habitación   que encontramos. Nuestro enlace nos acompaña hasta el caserío cercano a la frontera donde vendría a buscarnos el “pasador”, unos días después. Los papeles en la mano izquierda, la pistola en la mano derecha: así hicimos el trayecto. Por tres veces tuvimos que presentar los papeles en los puestos de control, pero acabamos por llegar a nuestro destino. Durante los cuatro días que pasamos esperando, escondimos nuestras armas   con   el   mayor   cuidado   para no despertar sospechas. Nuestro enlace se había ido a Valladolid para reintegrar su cuartel. Teniendo en cuenta los documentos de   los que   disponíamos, elegimos   presentarnos   a   nuestro “pasador” como soldados que querían desertar porque tenían familia en Francia. El Atravesado se inventó otra versión: él dejaba España para ir a la búsqueda de su padre en Francia.

     Por fin llegó la noche en la que debíamos atravesar la frontera. Cuatro horas de marcha nos esperaban. Teníamos que vigilar de cerca al pasador para no perder sus huellas en caso de enfrentamiento con la policía, y yo tenía como misión ir pegado a sus tobillos. Él no notó nada. A las tres de la mañana, atravesamos una pequeña alambrada que separaba Francia de España. Todavía tres cuartos de hora de marcha, descendiendo los Pirineos, y entramos en casa de un campesino conocido del pasador y, seguramente, cómplice de sus pasajes. Allí  nos sirvieron café, pan y queso. Después reemprendimos la marcha una hora más, hasta llegar a Aldudes, un pueblo francés de los Pirineos Atlánticos, cerca de Bayona. Una vez llegados, nos detuvimos   en   un   bar-hotel   muy   frecuentado  por la policía francesa. La misión del pasador había terminado. Le pagamos la segunda parte de lo que le debíamos por el paso: en total, 8.000 pesetas…

     Todo este proceso de evasión se desarrolló, aproximadamente, en un mes: entre septiembre y octubre de 1951. Pero no en todos los casos la llegada a Francia significaba la libertad. En el caso de Quico y de sus tres compañeros, la peripecia siguiente podría resumirse así:

     En Francia fueron detenidos y se les dio la opción de ser entregados a la Policía española o irse a Indochina con la Legión Extranjera. Se rebelaron y, tras su paso por la prisión, consiguieron llegar a París un año después[29].

 



 



[1] El periodo que abarcan todos los relatos de la serie está comprendido entre los años 1936 y 1951. He procurado seguir en la exposición un orden aproximadamente cronológico.

[2] Camilo Alonso Vega (1889-1971), militar, Director General de la Guardia Civil (1943-1955) y Ministro de la Gobernación (1957-1969). Alcanzó el rango de Capitán General del Ejército (1969). Véase el notable artículo de Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada, Don Camilo Alonso Vega, el general de hierro, www.elgrancapitan.org, 19 de mayo de 2020. Con carácter general, Miguel López Corral, La Guardia Civil (Claves históricas para entender a la Benemérita y a sus hombres (1.844-1.975), La Esfera de los Libros, Madrid, 2011; Lorenzo Silva, Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil, Edaf, Madrid, 2017.

[3] ¿Cuándo llegó Arricivita a Ponferrada? Las fuentes abren un dilatado periodo, entre 1946 y 1948. Quizá sea correcta la fecha de finales de 1948 ofrecida por Daniel Álvarez de la Torre, La verdadera muerte del hombre que mató a Girón, El Mundo - La Crónica de León, 2 de mayo de 2003.

[4] Véase mi relato, en este blog, Relatos de violencia, con León al fondo (I), capítulo 3.

[5] Decreto-Ley de Bandidaje y Terrorismo, de 18 de abril de 1947.

[6]  Véase Orden de 29 de noviembre de 1948, en vigor desde el 1 de enero siguiente: 11,50 pesetas/día.

[7]  Véase más adelante, capítulo 3.

[8] Amplio resumen sobre las opiniones acerca del comportamiento de Manuel Girón como guerrillero, que da idea de la profunda discrepancia en las valoraciones, en Carlos González Reigosa, La agonía del león. Esperanza y tragedia del maquis, prólogo de Manu Leguineche, Alianza Editorial, Madrid, 1995, pp. 29-71.

[9] Véase el libro citado en la nota 8 y, además: Santiago Macías, El monte o la muerte. La vida legendaria del guerrillero antifranquista Manuel Girón, prólogo de Julio Llamazares, Temas de Hoy, Madrid, 2005 (hay edición para libro electrónico, eBooks Bierzo, 2014, con una alteración no menor del título: Manuel Girón. Una biografía controvertida. La vida legendaria, etc.). Alusión peyorativa a Girón, en la obra general y pionera de Francisco Aguado Sánchez, El maquis en España, edit. San Martín, Madrid, 1975, pp. 660-661 y 716. Ficha Girón Bazán, Manuel, de la Fundación Pablo Iglesias. Buen artículo resumen, aunque sin originalidad, Manuel Girón, es.linkfang.org.

[10] Véase, Gabriel Ferreras Estrada, Memorias del Sargento Ferreras, Breviarios de la Calle del Pez, nº 53, Diputación Provincial de León, 2002.

[11] Confróntese la actitud abandonista del guerrillero Quico, al enterarse de la muerte de Girón, aludida infra, capítulo 4.

[12] Juan Fernández Ayala, Juanín, (1917-1957) prácticamente concluyó su vida de guerrillero en 1952. No obstante, mantuvo un comportamiento de bandolero por motivos políticos hasta el 24 de abril de 1957, con la única compañía de Francisco Bedoya, quien no caería muerto hasta diciembre de 1957. Véase Antonio Brevers, Juanín y Bedoya, los últimos guerrilleros, Cloux editores, Santander, 2007.

[13] Eufemismo por atraco, o robo con violencia o intimidación a mano armada. Parece que en este caso el objetivo principal era un médico.

[14]  Todas las localidades aludidas en el texto, que no sean capitales provinciales, pertenecen a la provincia de León, si no se hace constar expresamente lo contrario.

[15]  Girón pertenecía a una familia numerosa. Se dice que fueron nueve hermanos.

[16]  Véase, Vanesa Silván, 104 aniversario del nacimiento del guerrillero que murió “cuatro veces”, Manuel Girón, www.infobierzo.com, 15 de febrero de 2014.

[17] Se trataba de Manuel Zapico, Pedro Juan Méndez, Silverio Yebra y Francisco Martínez, Quico.

[18] Tiende modernamente a sospecharse por ello una connivencia de los ausentes con Arricivita, pero cabe también pensar -como antaño- que los compañeros de Girón andaban realizando las últimas gestiones para trasladarse hasta Francia con los medios adecuados, Si fuese así, es probable que Girón y su amante tuvieran pensado expatriarse también. Esto último es lo más plausible: véase infra, capítulo siguiente.

[19] Así lo interpretan algunos. La Guardia Civil lo justificó como un medio de comprobar mediante testigos que Girón lo era, efectivamente, para así evitar un nuevo error y, a un tiempo, llevar a los últimos guerrilleros y simpatizantes a abandonar toda esperanza de contar con su líder moral.

[20] Producido en 2003 por “Armonía Films”. Tiene una duración aproximada de sesenta minutos. Los trabajos históricos de Santiago Macías (véase nota 9) completaron el recorrido, sin perjuicio de la labor crítica y de actualización de la fuente que cito en la nota siguiente, número 21.

[21] Por escrito, la fuente de referencia es: Manuel Garrido, El hombre que mató a Manuel Girón, Argutorio, nº 41, 1er semestre de 2019, pp. 83-89.

[22] Véase el capítulo 2 de este mismo relato.

[23] Es obvio que así debió de suceder, pues el certificado de la defunción real de Cañueto en el Registro Civil de Mérida (Badajoz), producida el 26 de diciembre de 1966, está extendido con su nombre, apellidos y demás datos de filiación conocidos.

[24] Y todavía vivo y activo cuando escribo estas páginas, a finales de abril de 1921. Entre sus actividades han menudeado las charlas a escolares en horas lectivas, cuando menos, en centros públicos de la Comunidad Valenciana -donde reside- y de Andalucía. Como el estudio de la guerrilla antifranquista no forma parte, hasta ahora, de los currículos de Historia en los Institutos, creo que nos hallamos ante una indebida e indeseable práctica de propaganda y adoctrinamiento, que tiene como sujetos pasivos a muchos menores de edad. Pero legalmente, la situación ha cambiado a partir del curso 1922-1923, cuando han entrado en vigor los planes de estudio de la llamada LOMLOE, o Ley Celáa, es decir la Ley Orgánica 3/2020, de 19 de diciembre, a partir de cuyo momento, y no antes, los currículos de Historia para Bachillerato se han abierto a la "indeseable práctica de propaganda y adoctrinamiento", a la que yo aludía antes de la citada modificación curricular que, como es evidente, ha convertido en legal la citada práctica.

[25] Francisco Martínez López, “Quico”, Guerrillero contra Franco, Guerrillero contra el olvido, La Torre Literaria, 2011, subvencionado por la Presidencia del Gobierno de España, dentro de su programa de financiación de la Memoria Histórica (1ª edición, Diputación Provincial de León, León, 2001).

[26] Ad exemplum, Cristina Barbarroja, Francisco Martínez, Quico, el último guerrillero del Bierzo, www.todoslosnombres.org, 9 de marzo de 2016; Luis Leante, Los últimos guerrilleros, www.luisleante.com, 14 de mayo de 2014.

[27] También fue posible la huida por mar, a través de puertos gallegos o asturianos. El Partido Socialista en el exilio promovió con éxito, el 23 de octubre de 1948, la salida hacia Francia por el puerto de Luanco (Asturias) de 31 guerrilleros, socialistas en su mayoría, en el que fue el caso más notorio de fuga colectiva.

[28] Se trataba de Silverio Yebra Granja, El Atravesado, Pedro Juan Méndez, Jalisco, y Manuel (Manolo) Zapico Terente, El Asturiano.

[29]  Así escribe Luis Leante, en su artículo citado en la nota 26.