sábado, 27 de noviembre de 2021

EN PEQUEÑAS DIÓCESIS. FIGURAS EN EL OCASO

 


En pequeñas diócesis. Figuras en el ocaso

Por Federico Bello Landrove

 

     En los momentos en que escribo este relato (noviembre de 2021), está de candente actualidad en la provincia en que vivo la pretendida fusión de dos diócesis, con la obvia amenaza práctica de la absorción de la más pequeña por la mayor. Con independencia de todas las precisiones y matices que quieran hacerse a la noticia, mi objetivo es otro: hacer acopio – en forma libre y un tanto anárquica- de referencias y comentarios en los medios informativos acerca de ciertas personas y sucesos, que han podido tener incidencia en el declinar de una diócesis y, por extensión, de las circunstancias en que se produce.



 

1.   El contexto: La España despoblada


     Sin ninguna duda, el punto de partida es este. Nuestra diócesis se despuebla y no hay visos, por ahora, de que el fenómeno haya tocado fondo. Datos correspondientes al censo de 2020, dan para su territorio una población de casi 34.000 habitantes, con una extensión de 4.264 kilómetros cuadrados, lo que supone una densidad de 8 habitantes por kilómetro cuadrado. Poco más de la tercera parte de los pobladores están censados en la pequeña ciudad en que radica la sede diocesana. Las parroquias son un total de cien, distribuidas en siete arciprestazgos.

     La población total no puede ser ya utilizada en España como equivalente al número de católicos bautizados ni, menos aún, de católicos practicantes y cooperadores al mantenimiento de su Iglesia. Con todo, en la diócesis que analizamos todavía se manejan estadísticas rudimentarias que, por ejemplo, casi equiparan las cifras de unos y otros. Así, se estima el porcentaje de no bautizados en alrededor del 3% del total de habitantes, no ofreciéndose al público ninguna otra información más precisa con carácter general.

     La renta bruta per capita oscila considerablemente entre la cabecera de la diócesis, con su secuela de servicios y pequeñas industrias, y el resto de sus pueblos, ligados al cultivo del campo y a la ganadería. Así, la sede diocesana alcanza una renta por persona de unos 20.000 euros anuales, en tanto la media de las localidades de su ámbito comarcal apenas rebasan los 15.000. Recordemos, como término comparativo, que la renta bruta media en la España de 2020 era de unos 27.000 euros por persona y año.

     El número de sacerdotes que ejercen su ministerio en la diócesis es de unos 45, de los que 35 están dedicados al desempeño parroquial, lo que supone un promedio de tres parroquias por cada sacerdote. La media de edad de estos presbíteros es de setenta años.

     La vida conventual es ya inexistente en lo que a hombres se refiere. Las mujeres alcanzan una cifra de unas noventa monjas repartidas en quince casas -tres de las cuales son de vida contemplativa y una, de enseñanza[1]-. Estas cifras deben hacernos recordar que, como criterio canónico general, cada convento debería tener un mínimo de seis religiosas profesas para seguir subsistiendo.

     Daré, como último dato de esta diócesis el de unos veinte seminaristas; cifra que sería prometedora, y mucho mejor que la mayoría de España, si no fuera porque todos los aspirantes al sacerdocio se integran dentro de la fase de Seminario Menor. Habiendo vivido la experiencia de la proliferación y ulterior disminución de vocaciones desde la posguerra civil, me atrevo a valorar y pronosticar que ese número de estudiantes en el Seminario está relacionado con el ámbito rural, de apuros económicos y escasísimas perspectivas de empleo, llamado todo ello a augurar un futuro menos poblado en el Seminario y una muy escasa cosecha de ordenaciones sacerdotales.

     Pues bien, esta diócesis sobre la que escribo, fundada a mediados del siglo XII y con precaria subsistencia desde la mitad del XIX[2], se ha visto en los tres últimos años en la circunstancia de estar regida por dos sucesivos administradores apostólicos, al haber renunciado su último obispo propio al ejercicio de su labor episcopal. Finalmente, la Santa Sede ha decidido la unión personal en un mismo prelado de las dos diócesis, a la sazón existentes en esta provincia civil, aunque manteniendo por ahora la autonomía e instituciones de cada una de ellas. Este es el momento en que asumo unas horas de estudio de datos y referencias en los medios, para transmitir a mis lectores los mismos -junto con alguna reflexión personal-, a modo de relato basado en la realidad de los hechos, pero que no pretende la exactitud y profundidad de un ensayo. De aquí, su ubicación en este blog bajo la peregrina etiqueta de cuentos de temática variada, con el propósito de liberarme de toda crítica de superficialidad o confusión. De todos modos, el autor cree tener buena capacidad de trabajo y anchas espaldas.

 

 

2.   La reaparición del cura pederasta


     En vísperas de las navidades de 1997, la tranquilidad de uno de los pequeños pueblos de la diócesis -a la sazón de 350 habitantes, que, un cuarto de siglo después, han bajado hasta doscientos- se vio perturbada por la detención de su cura párroco por fuerzas de la Guardia Civil. Ello era consecuencia de la denuncia de abusos sexuales presentada por los padres de una niña de alrededor de diez años de edad, presuntamente cometidos por el sacerdote, aprovechando la catequesis parroquial. El hecho, obviamente, no pasó desapercibido, ni para los feligreses, ni para el obispado, que se acogió al principio de presunción de inocencia para no hacer mayores comentarios, ni adoptar respecto del denunciado proceso o medida precautoria alguna, que yo sepa. La causa criminal siguió su curso, llegándose a una sentencia condenatoria, por conformidad de las partes, consistente en la imposición de la pena de un año de prisión, con suspensión de condena -al parecer, por cuatro años-, dado que el cura -al que, a partir de ahora, llamaré Don Fermín, faltando a la verdad- carecía de antecedentes penales. Pasado el plazo de prueba sin cometer nuevos delitos, la pena carcelaria fue definitivamente condonada.

     En paralelo y, tal vez, ante el ejemplo de este primer caso, apareció un segundo, muy parecido, que no llegó a mayores, gracias a la mediación del obispado y, al parecer, la intervención del Ministerio Público, que llevaron a los padres de la presunta víctima a no dar a los hechos marchamo judicial, en el convencimiento de que era lo mejor para el psiquismo de la niña y que, por otra parte, las medidas tomadas contra Don Fermín por su diócesis evitarían la repetición de sucesos similares.

     ¿Cuáles eran esas medidas? Aunque, ni el tiempo transcurrido desde entonces, ni la información eclesiástica permiten seguridades, parece que se adoptaron sucesivamente dos cautelas: 1ª. Hasta que, en el año 2002, se declaró extinguida la pena en suspenso, el sacerdote quedó también suspendido en su ejercicio como párroco, así como profesor del Seminario diocesano, decisión esta última a la que se dio carácter permanente[3]. 2ª. Tras el archivo definitivo de la ejecutoria criminal por los tribunales del Estado, el obispo resolvió cambiar de parroquia a Don Fermín, intentando en un primer momento su traslado a una, en que fue rechazado el cura por conocer su antecedente de pederastia; en vista de lo cual, se le trasladó a otra, donde fue recibido sin mayores problemas, quizá por la ignorancia fáctica de los feligreses.

     En ese mismo año 2002, el obispo que había lidiado con el tema susodicho pasó a ocupar otra diócesis. Según manifestaciones muy posteriores del prelado, antes de abandonar la sede, informó personalmente del caso a su sucesor, asegurando que, como medida de control de Don Fermín, lo había confiado a la vigilancia de un compañero párroco. Esta última manifestación carece de toda prueba -que se sepa-, dado que no hay constancia de la identidad del sacerdote guardián. Por otra parte, el constante descenso del número de sacerdotes hace muy difícil de creer que, de ser cierto lo aducido, la medida pudiera haber tenido el carácter eficaz e indefinido que se pretende.

     Durante los ocho años siguientes, estuvo al frente de la diócesis un segundo obispo -el supuestamente advertido por el anterior-, quien no ha querido hacer declaración ninguna al respecto y, por tanto, ni apoyar ni desmentir a su colega. Lo que sí está acreditado es que Don Fermín siguió encargado de la parroquia a que había sido trasladado, a las que, poco a poco, fueron añadiéndose otras -por insuficiencia de sacerdotes-, hasta alcanzar la cifra de seis en el momento de su jubilación, alcanzada en el año 2019.

     En el año 2011, se hizo cargo de nuestra diócesis un tercer obispo, precisamente aquel al que aludiremos ampliamente en este relato y al que llamaré Don Cecilio[4]. Ignoro si su predecesor le pasó en debida forma la patata caliente, aunque la ignorancia de lo acaecido resultaría prácticamente imposible. Lo cierto es que los años corrieron y todavía le dio tiempo a Don Cecilio de celebrar la misa solemne en que, en 2017, se festejaron las bodas de oro sacerdotales de Don Fermín y otros compañeros de promoción del Seminario. Pero, para cuando aquel se jubiló formalmente como cura párroco, Don Cecilio ya había renunciado a su condición de obispo diocesano; de suerte que la activa vida posterior de Don Fermín nada ha tenido que ver con dicho prelado, y sí con los dos administradores apostólicos que sucesivamente lo sustituyeron. Como, cuando escribo estas líneas, aún no ha tomado posesión el nuevo obispo común a las dos diócesis de mi provincia[5], nada de cuanto deje dicho sobre Don Fermín tendrá que ver con su voluntad y decisión.

     ¿Cuáles son las dedicaciones que Don Fermín venía teniendo en la sede de la diócesis, a mayores de las varias parroquias cuya titularidad ostentaba? Que se sepa -a tenor de la información informatizada de la diócesis- las de archivero diocesano adjunto, delegado diocesano del Apostolado de la Carretera y notario en funciones del tribunal eclesiástico diocesano. Y, a partir de su jubilación en las seis pequeñas parroquias antes indicada, ha pasado a ser sacerdote colaborador de cuatro parroquias de la sede de la diócesis y alrededores, de las que dos de ellas forman una unidad parroquial.

***

     ¿Por qué volvió Don Fermín a la actualidad periodística en el otoño de 2018, cuando tan lejanas quedaban sus fechorías de finales del siglo anterior? Es algo que no puedo responder, aunque sí parece claro que supuso otro percance más en una diócesis que ya venía teniendo cierta notoriedad nacional, ante los problemas suscitados por la casi simultánea renuncia de su obispo[6]. No quiero pensar en que fuesen tan malévolos los periodistas, como para hacer leña del árbol caído y cargar en el debe del obispo dimisionario alguna responsabilidad por el trato canónico dispensado al sacerdote condenado en 1998. Tampoco creo que estuviesen tan informados, o fueran tan perspicaces, como para sugerir lo que yo apuntaré en el capítulo siguiente, a saber, la diversa manera de enfocar las relaciones del obispo y del párroco con ciertas personas de sexo femenino. Pero todo eso -cronología y oportunidad- queda en un segundo plano, ante el bombazo que supuso el titular de la noticia, apenas matizado en el desarrollo de la misma. Más o menos, venía a decirse:

     Sacerdote condenado por pederastia forma parte del tribunal eclesiástico encargado de juzgar los casos de abusos sexuales a menores.

     Todo lo más que el texto aclaraba es que el tal sacerdote ejercía a la sazón el cargo de notario de la curia diocesana; algo que malamente podía ser valorado en términos de Derecho por la inmensa mayoría de los lectores.

     Ante semejante escándalo, la diócesis -ya bajo el primer administrador apostólico del que fue provista, por renuncia del obispo Cecilio- emitió una nota o declaración oficial, que no contenía alusión ninguna al tema de ser Don Fermín notario diocesano, ni a la muy dudosa conexión de sus funciones con la tramitación y fallo de las denuncias canónicas por pederastia[7]. Sin embargo, la prensa reflejó una muy verosímil ampliación de la citada nota, hecha de manera verbal y oficiosa, cuyo contenido podría sintetizarse así:

     Aunque sí es cierto que Don … forma parte de la Vicaría Judicial de la Curia Diocesana, donde tiene el cargo concreto de Notario del Tribunal, su función se limita a cuestiones relativas a nulidades matrimoniales que, a fin de cuentas, es básicamente a lo que se dedica la Vicaría Judicial de la Diócesis. Es decir, que no viene juzgando ningún caso de abusos sexuales, como da a entender la información de … (aquí, el nombre del diario que primero y más extensamente se ocupó del caso en al año 2018).

     La aclaración de la diócesis es sustancialmente exacta, aunque incurre en una reserva mental a la que aludiré al final de este capítulo. Con todo, yo creo que cometió el error de centrarse en la competencia más frecuente del tribunal eclesiástico (más frecuente, pero no única: algo tendrá que decir en los casos de pederastia de sacerdotes, por pocas que sean las veces en que sea llamado a ello), en vez de hacerlo en la circunstancia de que un notario eclesiástico no es un juez ni, por tanto, está encargado de juzgar los casos de abusos sexuales a menores, u otros cualesquiera. Veamos brevemente el tema, a la luz del Código de Derecho Canónico[8], centrándonos en las cuestiones de la designación y funciones de los notarios eclesiásticos.

     Comenzando por las funciones notariales, estas son: 1) Redactar las actas y documentos referentes a decretos, disposiciones, obligaciones y otros asuntos para los que se requiera su intervención. 2) Recoger fielmente por escrito todo lo realizado y firmarlo, indicando el lugar, día, mes y año. 3) Mostrar a quien legítimamente los pida las actas y documentos contenidos en el registro, y autenticar sus copias declarándolas conformes con el original.

     En particular, en lo concerniente a la presencia e intervención notarial en los tribunales eclesiásticos, estas son obligadas, a fin de dar fe de lo que acaezca y levantar las correspondientes actas. Corresponde al juez presidente del tribunal el asignar a cada notario eclesiástico (si es que hay varios) las causas concretas en que haya de actuar como fedatario.

     En conclusión, el notario eclesiástico que intervenga como tal carece de toda competencia para enjuiciar y resolver los asuntos procesales, funciones que incumben exclusivamente a los jueces eclesiásticos.

     En lo que respecta al nombramiento, a diferencia de lo que sucede con el canciller diocesano, el obispo tiene plena capacidad para nombrar los notarios eclesiásticos que entienda precisos para su diócesis, como también para removerlos, es decir, cesarlos. Incluso, la designación episcopal no tiene la cortapisa de que los notarios hayan de ser clérigos, pues también puede nombrarse a laicos, con alguna excepción canónica, como la de que, para asuntos en que pueda ponerse en juicio la buena fama de un sacerdote, el notario habrá de ser otro sacerdote.

     Tan omnímoda facultad para nombrar y cesar a notarios eclesiásticos tiene, sin embargo, una inexcusable exigencia canónica: El nombramiento debe recaer en personas de buena fama y por encima de toda sospecha. Y aquí surge la pregunta que podemos hacernos, a propósito de la designación de Don Fermín. ¿Era este una persona de buena fama y por encima de toda sospecha? Para los prelados de nuestra diócesis, así debe de ser, habida cuenta de que, hasta el momento en que escribo estas líneas, Don Fermín no ha sido cesado como notario eclesiástico -al menos, que yo sepa-.

 

 

3.   Obligaciones morales y de las otras



     Si en el capítulo anterior hemos podido seguir con bastante precisión la peripecia vital del sacerdote Don Fermín, en este nos va a resultar mucho más difícil conseguir lo mismo con el obispo Don Cecilio. Bueno será que, antes de penetrar en el núcleo de las motivaciones, hagamos un brevísimo esquema de los hechos más relevantes de su vida episcopal:

-          En el año 2005, con cuarenta y siete años de edad, accedía al episcopado, con el cargo de obispo auxiliar de una de las archidiócesis españolas. En dicho cargo se mantendría hasta 2011, siendo auxiliar de dos sucesivos arzobispos de tal arquidiócesis.

-          En dicho año 2011 es preconizado obispo titular de nuestra pequeña diócesis, en sustitución del anterior prelado, que había sido trasladado a otra diócesis mayor. Don Cecilio ejercerá su ministerio hasta el mes de junio de 2018 en que, a petición propia -aunque seguramente bajo fuertes presiones externas- obtendrá del Papa Francisco el retiro temporal del gobierno de la diócesis, para la que se designará un administrador apostólico, en la persona de un arzobispo emérito -es decir, jubilado por razón de edad-.

-          Tras un periodo de retiro de medio año aproximadamente, Don Cecilio solicita del Papa que acepte su renuncia a la diócesis de la que era obispo. El Pontífice aceptará dicha renuncia en enero de 2019, bajo la fórmula de simpliciter, que significa ser la renuncia por motivos personales, manteniendo en todo caso el dimisionario su condición episcopal. Simultáneamente, el Vaticano designará a un nuevo administrador apostólico para nuestra diócesis, recayendo tal cargo en un obispo emérito, jubilado de otra sede distinta de la del primer administrador.

-          En situación ya de obispo renunciado a su diócesis, Don Cecilio recibirá diversos encargos pastorales y de estudios por parte del Vaticano, que ejercerá en Roma y -hasta ahora- en dos países de Hispanoamérica. Entre tanto, el Papa acordará que nuestra diócesis pase a ser regida por un nuevo obispo, que lo será al propio tiempo de otra vecina -y de la misma provincia del Estado-, en situación canónica de unión personal. Eso quiere decir que, por el momento, ambas diócesis mantienen su independencia administrativa y sus propios órganos pastorales y de gobierno. La decisión pontificia se hace oficial en noviembre de 2021, en circunstancias que trataré con algún detalle en el capítulo siguiente de este relato.

     Todo eso está más o menos claro, pero ¿qué motivos personales u objetivos pueden haber llevado a la renuncia a Don Cecilio, con la consecuencia colateral de que su anterior diócesis pierda su obispo exclusivo? He ahí la cuestión imposible de dilucidar con alguna certeza y sobre la cual se han vertido multitud de rumores y habladurías, así como alguna parte de la verdad, envuelta en la niebla de las medias palabras, por el propio Don Cecilio, en un libro calificado por algunos de especie de diario o biografía espiritual[9]. De entre la paja de chismes y conocimientos de buena tinta, creo poder ofrecer a mis lectores algunos granos de verdad o, cuando menos, de alta probabilidad de acierto. Hacen referencia a dos tachas formuladas a Don Cecilio, con el efecto de haber movilizado lo que me atrevo a llamar la superestructura canónica: la mala administración económica de su diócesis y la convivencia familiar con dos mujeres, madre e hija entre sí. He aquí ciertas precisiones sobre ambos extremos.

     Las críticas de mala administración, en términos de prodigalidad o exceso en la asunción de obras, comenzaron por reflejar la preocupación de que el magro presupuesto de una diócesis tan pequeña no diese abasto para permitir tales excesos. De ahí se pasó por algunos a alumbrar la tacha de corrupción, o beneficio personal en la realización de las cuantiosas inversiones. Es de suponer que la situación crease en el ánimo de Don Cecilio un estado de tristeza y de inquietud que, con todo, pudo ser superado de la forma más acertada, aunque a la vez más transcendente. A saber, la Conferencia Episcopal Española ordenó una auditoría general de las cuentas del obispado, de la que no resultó motivo de censura moral para el prelado, ni tan siquiera de llamada de atención por el volumen de los dispendios, pues llegó a afirmarse que, al tiempo de la auditoría, las arcas de la diócesis estaban más nutridas que cuando Don Cecilio tomó posesión como prelado.

     Dicho sea cuanto antecede, en términos de alta verosimilitud. No me siento obligado, ni capacitado, para llegar a más, entre otras cosas porque, de ser así los hechos, no creo que condicionasen el ejercicio episcopal futuro de Don Cecilio, ni le moviesen a la renuncia de su cargo.

     En cuanto a la convivencia con una madre y su hija, en la misma casa y de manera cuasifamiliar, las referencias son más precisas y, por otra parte, sí que vienen a cuento de lo que deseo reflejar en mi relato, como también de sus perniciosos efectos sobre la permanencia de Don Cecilio en nuestra diócesis. Lo que cree saberse, o ha transcendido sobre el caso, es sustancialmente lo siguiente:

     1º. Que se sepa, la fuente de conocimiento o de relación de Don Cecilio con esas dos señoras[10] fue la de que se encargaron durante un tiempo más o menos largo del cuidado de la madre del obispo. Deduzco de ello que Don Cecilio obispo llevó consigo a su madre, conviviendo con ella hasta su fallecimiento, víctima de cáncer, en el año 2012.

     2º. De lo anterior, parece inferirse que esa convivencia a cuatro se había iniciado durante el tiempo y en la sede en la que el obispo fue auxiliar, y que continuaría en nuestra diócesis, de la que Don Cecilio había tomado posesión en febrero de 2011. La novedad en la segunda de dichas diócesis estriba, pues, en que, al fallecer la madre del prelado, la convivencia bajo el mismo techo sería a tres, sin perjuicio de otras presencias más o menos ocasionales.

     3º. Parece que las dos señoras se hallaban en situación económica apurada, de modo que les era sustancial contar con el respaldo material del obispo. Si existían otras carencias, de salud, morales, etcétera, por las que estuviesen en estado de vulnerabilidad, es cosa que no puedo confirmar.

     4º. No hay ninguna razón de afirmar que, entre el obispo y las señoras con las que convivía, existiese ningún tipo de relación sentimental ni, menos aún, sexual. Eso sí: De manera pública y general tal convivencia también se producía fuera del domicilio común, durante paseos, excursiones, vacaciones, etcétera. De tal suerte -y más en una ciudad muy pequeña-, los diocesanos estaban perfectamente al tanto de lo externo de la relación que, en el mejor de los casos, equiparaban a la de las amas de llaves o de gobierno de tantos clérigos, en especial, de los de cierta edad y categoría.

     5º. Al lado de quienes veían tal relación como normal y sin malicia, otros muchos la entendían, como mínimo, completamente inadecuada y escandalosa. Y, bien por las quejas o denuncias de ellos, bien por la expansión natural de las noticias y rumores, la citada convivencia llegó a oídos de los jerarcas de la Conferencia Episcopal Española y a los del propio Nuncio de Su Santidad en España. Las lógicas e indeterminadas llamadas a capítulo de Don Cecilio no dieron lugar a alterar la situación, pues el prelado mantuvo con firmeza la absoluta honestidad de las relaciones y su compromiso personal[11] con las dos mujeres, derivado de su propia conciencia y de las necesidades de ellas.

     6º. Al no llegarse a ninguna fórmula de rectificación de la convivencia a tres, el tema pasó a decisión del Papa, sin que -por lo que luego sucedió- diese tampoco Don Cecilio su brazo a torcer. Consecuencia de ello -impuesta o de conciencia- es que el obispo se apartara temporalmente del gobierno de la diócesis, acogiéndose por seis meses a un periodo de reflexión personal[12]. Pasado el mismo sin revisión de conducta, hubo de producirse la renuncia simpliciter, que supuso la definitiva ruptura canónica entre Don Cecilio y nuestra pequeña diócesis.

     Recapitulo y, al mismo tiempo, explico lo de obligaciones morales y de las otras, con que encabezo este capítulo 3. Además de su compromiso con las dos señoras, ¿no tenía también alguno Don Cecilio con sus diocesanos y con el Papa? ¿Era necesario atender a las indicadas madre e hija, precisamente, de esa forma tan discutible en términos de escándalo? ¿Cuál sería para un obispo el deber primordial en esta tesitura? ¿Es la renuncia solución suficiente y razonable para el conflicto en que, al parecer, se sintió envuelto Don Cecilio? Como aficionado al cine, permitan que salga del apuro con la respuesta que me brinda una famosa película: Que el cielo la (en este caso, lo) juzgue[13].

***

     No quiero concluir esta referencia al obispo del ocaso de nuestra diócesis, sin hacerme eco de una valoración y de una noticia que, más allá de la seriedad de los datos, pueden ofrecer nuevos motivos para la reflexión y la crítica, con un punto de ligereza y jocosidad.

     La valoración la he visto reflejada por escrito en algún medio consultado para pergeñar este relato. Quiere ser una estimación desfavorable respecto del supuesto rigor con que la jerarquía eclesiástica acabó por juzgar a Don Cecilio, hasta el punto de llevarlo a renunciar a su encargo diocesano. Se dice: Ya está la Iglesia tratando con dureza los asuntos de mujeres, como si fuesen los más importantes en el juicio de los fieles. Añaden: Nadie ha podido probar nada en contra de la moralidad de Don Cecilio: Se trata de la monserga de que la mujer del César, no solo ha de ser honrada, sino parecerlo. Y concluyen: ¿No habría sido más justo forzar la renuncia definitiva del párroco pederasta a su ejercicio pastoral?[14]. Me parece que no es mala pregunta, pero yo no tengo -o no quiero dar- su respuesta.

     La noticia, que aporto con el susodicho punto de ligereza y jocosidad, se resume así:

     Con fecha 19 de junio de 2014, y con el título atribuido de Santo Padre, evite que nos roben el gran tesoro del celibato, un total de 332 personas firmaron un escrito enviado al Papa, bajo los auspicios de la así llamada Maternidad Espiritual de Sacerdotes. Uno de los firmantes fue el obispo Don Cecilio, entonces en el gobierno de nuestra diócesis.

     Verdaderamente, estimados lectores, hay ocasiones en las que -se sea Monseñor o sacristán- es mejor estarse calladito.

 

 

4.   El obispo que se sentía como Miguel Ríos


     Bueno será comenzar indicando que el camino hacia la supresión de una diócesis puede ser emprendido, conforme a los criterios canónicos, cuando la escasez de fieles o la insuficiencia de medios lo hacen aconsejable. Se trata de un sendero que no suele transitarse más allá de estadías intermedias, hasta el punto de hacerse la afirmación de que la supresión de una diócesis, en sentido estricto, no suele tener lugar más que cuando ha desaparecido la comunidad de fieles a la que servía, cosa que solo puede acaecer como consecuencia de grandes cataclismos religiosos -pensemos en la conquista islámica de los territorios bizantinos, o en la eliminación física de los cristianos japoneses, chinos o vietnamitas- o de los inexorables cambios que trae el paso de los siglos -abandono secular del cristianismo en territorios inicialmente evangelizados-. Pero, fuera de estos casos extraordinarios, la Iglesia Católica no realiza extinciones de diócesis, sino fusiones más o menos profundas. Seguramente, la fusión menos intensa es la de la unión personal, es decir, bajo un mismo obispo, pero manteniendo separadas las restantes autoridades y estructuras. Esta ha sido la fórmula adoptada por el Vaticano para nuestra diócesis, siguiendo otros ejemplos en España, más o menos recientes[15].

     En consecuencia, la afirmación hecha por el preconizado obispo de entrambas diócesis -la nuestra y la que tiene su sede en la capital de la provincia civil-, en el sentido de que lo importante es que no se suprimen diócesis, sino que hay un obispo para las dos, además de ser una obviedad, es una perogrullada: En un caso como este, jamás habría pensado la Santa Sede en suprimir una diócesis; menos aún, de golpe y a la primera, sin optar durante un tiempo por fórmulas menos tajantes.

     Con lo que acabo de exponer, vengo a dar en la opinión más generalizada que los comentaristas tienen al respecto, que se resume en dos ideas clave: 1ª. La Iglesia se ha atenido en este caso a criterios objetivos y economicistas, sin tener en cuenta el esfuerzo general que se está haciendo para recuperar a la España vaciada. 2ª. Desde que se marchó Don Cecilio -o lo despidieron-, han pasado tres años en los que, entre el secretismo y las buenas palabras, se ha entretenido e ilusionado a los diocesanos con expectativas de designación de nuevo obispo, finalmente frustradas por razones confusas y que, en realidad, ya habrían sido asumidas de antemano.

     Discutir en términos sesudos las precedentes críticas no sería propio de este relato, ni creo que se tengan todos los datos para hacerlo. Sí me parece curioso y sugerente destacar algunos hechos que han transcendido a los medios informativos, en la medida en que perfilan esas figuras en el ocaso, que tienen que ser las protagonistas de mi cuento, según el compromiso asumido desde su título.

     La primera figura que aparece es la del administrador apostólico de nuestra diócesis que, desde enero de 2019 hasta la toma de posesión del obispo para dos, ha regido los destinos de aquella y -como suponen muchos maliciosos- ha tenido bastante que ver en el fracaso de los deseos de tener un obispo propio en exclusiva. Como ya he dejado dicho, dicho administrador fue obispo de otra diócesis próxima -a la que daré el nombre en clave de Murada- desde el año 2003, hasta su jubilación en 2018. Y, cuando algunas de las fuerzas vivas de la diócesis que ahora administraba iniciaron un movimiento relativamente organizado y público reclamando obispo, Monseñor se sintió dolido, dado que -en su opinión- los intereses de la diócesis y el pastoreo de sus fieles estaban perfectamente garantizados mientras él fuese su administrador, ya que para eso lo había nombrado el Papa. Comoquiera que el movimiento pro episcopo se mantuviera, la boca del obispo emérito de Murada se calentó un poco, al aseverar -según algunos que lo oyeron- que estaban protagonizando una rebelión contra la Santa Sede. Y es que, agotado un tiempo de espera juzgado razonable, las posturas empezaban a radicalizarse. Nuevas figuras en el ocaso de la diócesis aparecían, pues, a su luz crepuscular.

     Una de las más importantes fue la del último vicario general de la diócesis[16] quien el día de Reyes de 2021 hizo público un comunicado, con el enfático título latino de ¡Surge, Civitas![17], exhortando a la pertinente acción ciudadana para lograr el desiderátum de tener obispo propio. La llamada tuvo diversos ecos, de entre los que destacaré dos:

-          La publicación de un libro colectivo sobre la historia y vida de la diócesis y los anhelos y razones para su supervivencia, con la forma plena de poseer obispo propio y exclusivo[18]. El volumen, que apareció en mayo de 2021, fue enviado al Vaticano, a la atención del Papa Francisco, recibiendo los remitentes el oportuno acuse de recibo.

-          El intento de que el Parlamento de la Comunidad Autónoma emitiese una declaración institucional, en defensa de la diócesis en peligro y de petición a la Iglesia Católica para que dotara a aquella de obispo. Dicha declaración no pudo pronunciarse en su forma legítima, es decir, por unanimidad de los diputados, al no estar dispuesto a hacerlo uno de ellos, único representante de su opción política. ¿Razón última de su negativa? Por exclusión de cualquier otra, la de ser representante por la provincia de Murada, de un partido político de ámbito exclusivamente provincial. ¿Recuerdan? El administrador apostólico enfrentado a ¡Surge, Civitas! fue durante 15 años obispo de Murada. He aquí una donosa inversión de aquella frase -tan famosa, como incumplida- de que la verdad ha de estar por encima del amiguismo[19].

***

     Por unas u otras razones, no será fácil la entrada en nuestra diócesis del nuevo obispo bidiocesano, prevista para el mes de diciembre de 2021[20]. Él -llamémoslo Don Joselu- lo sabe y, de ahí, el contenido de su primera entrevista con los medios informativos de la provincia, en la que no ha desdeñado hacer uso de campechanía y de cierta dosis de buen humor. Como en un momento anterior ya me he referido al punto que juzgo más discutible, ahora me dedicaré a resaltar otros tres, que me parece ofrecen del prelado una imagen, aunque de atardecida, bastante más simpática.

     Ante todo, Don Joselu ha admitido que el nuevo encargo que le ha conferido la Santa Sede no es precisamente una pera en dulce. De hecho, él, ya obispo de otra diócesis -y no precisamente pequeña- ha meditado sobre su aceptación, para acabar por consentir, con ilusión y espíritu de servicio. Si el encarguito no tiene más dificultades que las aparentes y notorias, o si -como algunos temen- viene acompañado de cláusulas reservadas y más ominosas para nuestra diócesis, es algo que el tiempo dirá.

     El segundo rasgo que subrayaré es el de que el obispo viene preparado para encajar disgustos, y hasta algún sofión, por encarnar lo que muchos -no siempre bien informados, ni preocupados hasta ahora por las cosas de iglesia- juzgan un abandono del afecto predilecto que la Iglesia debe a los pequeños y los pobres, colocándose, además, a contracorriente de la llamada reversión del vacío de nuestro mundo rural. Don Joselu lo comprende y se declara dispuesto a superar los retos y hasta a dar espectáculo -bueno, se entiende- al afrontar los mismos. Ha prometido a los medios informativos ser noticia en estos primeros momentos de su episcopado dual. ¡No, si me voy a lucir, ya verán!, ha bromeado, al terminar la primera rueda de prensa concedida, cuando se conoció oficialmente la susodicha decisión papal. Me parece que Don Joselu ha jugado con el doble sentido que tiene lo de lucirse[21], no sé si por equivocación o deliberadamente.

     Resalto en tercer lugar el compromiso del obispo -tan difícil de cumplir, como inadecuado para la salud de una persona de 68 años-, que explica la rúbrica de este capítulo: Viviré en la carretera, como Miguel Ríos[22]. Supongo que ha querido dar a entender que tendrá casa en ambas sedes -así lo ha asegurado- y se moverá con tanta frecuencia entre una y otra, que acabará sabiéndose de memoria el trayecto viario entre ellas[23]. Ya ha habido algún consejero espontáneo que, llevado de un buenismo que para sí mismo dudo que tuviese, ha sugerido a Monseñor que sería un buen gesto el empadronarse en … (aquí, el nombre de la sede de la diócesis pequeña) y vivir en el palacio episcopal de esta pequeña ciudad.

     Si se me permite explotar maliciosamente la coincidencia, la vida en la carretera de Don Joselu dará abundantes oportunidades de que coincida con el cura Don Fermín, quien ya recordarán ustedes, del capítulo 2, que actualmente es el delegado diocesano del apostolado de la carretera. De todas formas, el nuevo prelado ha afirmado que pretende iniciar su labor por reuniones con cada uno de los sacerdotes de ambas diócesis. Con cada uno, ha repetido. En consecuencia, el encuentro entre ambas figuras está garantizado, aunque ignoro si, en efecto, se producirá en el ocaso.

 

 

5.   Epílogo de las ovejas sin pastor




     A comienzos de mayo de 2021, aparecieron en muy diversos lugares de la sede de nuestra diócesis ovejas aisladas, con diversos mensajes en sus lomos, adheridos a la lana, alusivos a hallarse descarriadas y sin pastor. Eran la mejor representación de lo que yo he querido reflejar en el cuento: imágenes en el ocaso de una época. Mejor que cualquier descripción escrita, he preferido incorporar a mi relato la fotografía de una de ellas, de manera que también pueda leerse el mensaje que comunica. Las demás ovejas del bidimensional rebaño difundían otros parecidos. En mi peregrinar en busca de ovejas y balidos escritos, hallé otros textos[24], como los siguientes:

-          Y tuvo compasión porque estaban desamparados, como ovejas sin pastor.

-          Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos, cada cual por su camino.

-          Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas.

-          Pastor: Despierta y ven a salvarnos.

-          Porque así dice el Señor Dios: Yo mismo buscaré mis ovejas y velaré por ellas.

-          El Señor es mi pastor.

-          Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor.

     Me pregunté qué harían aquellas pobres criaturas a la caída de la tarde y hallé que, en busca de calor y compañía, se guarecían cabe la muralla de la ciudad, dispuestas a pasar la noche al raso, hasta que a la mañana siguiente se desperdigaran en busca de pasto, carentes de pastor que las guiara y de perros que garantizaran su seguridad.

     Disfrutaba de aquella bucólica contemplación, cuando me percaté de que, detrás de mí, otra persona se hallaba, entristecida y silente, acariciando a la última oveja que faltaba por incorporarse al blanco pelotón de sus demás compañeras. Nos saludamos, e inmediatamente pude darme cuenta de que el caritativo sujeto debía de ser buen conocedor de los sucesos de la diócesis -y quién sabe si promotor de la sorprendente corporeidad de aquella metáfora ovina-, pues, de buenas a primeras, me salió con una alusión histórica un tanto impertinente:

-          ¡Lo que va de ayer a hoy, caballero! ¡Esta diócesis se ganó la existencia en una batalla campal[25] y ahora está a punto de perderla en los despachos del Vaticano!

-          Pues no cabe duda de que hemos mejorado con el tiempo, acerté a replicarle.

     Quedó cortado por mi respuesta y se alejó sin despedirse. Por unos momentos, su imagen se recortó confusa al sol cegador de la atardecida. Nos quedamos solos, las ovejas y yo, y sufrí un escalofrío, quien sabe si por el relente meseteño, o si por la presentida presencia del lobo que en casi todos los relatos -también en los bíblicos- acecha en la noche a los rebaños sin pastor.

 



 



[1] Al hilo de la alusión a la docencia, diré que los alrededor de veinticinco profesores de Religión, que el obispado de nuestra diócesis nombra para atender las necesidades de los colegios públicos y privados en la misma, son todos seglares.

[2] En el Concordato entre la Santa Sede y el Reino de España, firmado en 1851, la diócesis a que me refiero estaba llamada a desaparecer. El ulterior cambio de criterio no fue acompañado del nombramiento de un obispo propio hasta el año 1950, tras más de cien años de sede vacante. A partir de 1950, la sucesión episcopal fue continua y ordenada, hasta la citada renuncia, en el año 2018.

[3] Con mucha posterioridad, la diócesis concernida, en una nota oficial, corrigió o hizo más confuso el encargo vedado a Don Fermín, indicando que era el de profesor de Religión.

[4] Me consta que tal nombre no es ajeno al personaje, pero me permito usarlo, entre otras cosas, porque el mismo es sistemáticamente conocido por su segundo nombre.

[5] Aludo a las que tienen en esta provincia su sede. Hay una esquina del territorio provincial que forma un Arciprestazgo de una tercera diócesis, cuya sede se halla en otra Comunidad Autónoma.

[6] El obispo Don Cecilio obtuvo del Papa un retiro temporal del gobierno de la diócesis en junio de 2018, pasando tal retiro a renuncia aprobada al cargo en enero de 2019. El escándalo de Don Fermín fue objeto de nuevo interés periodístico en noviembre de 2018.

[7] El contenido textual de la citada nota fue: 1. En efecto, en el año 1998, Don … (aquí, nombre y dos apellidos del sacerdote) fue denunciado ante la autoridad civil. Dicha denuncia se sustanció en los correspondientes tribunales civiles y, como cualquier ciudadano, cumplió con la sentencia condenatoria, sin llegar a entrar en prisión, dado que no tenía antecedentes penales.- 2. El Obispado de … (aquí, el nombre de la diócesis) actuó en aquel momento conforme a la legislación canónica entonces vigente, si bien no hubo denuncia canónica alguna contra él. Desde entonces, este sacerdote dejó su trabajo como profesor de Religión, ejerciendo, pasado un tiempo, el ministerio pastoral siempre bajo la supervisión de un párroco.- Teniendo en cuenta el respeto a la privacidad de las personas, no podemos facilitarle otra información.

[8] En particular, véanse los cánones 482 a 485, 1540, 1541, 1813, etc.

[9] No daré otros detalles que los de que fue editado por Monte Carmelo, en el año 2020. Con ellos, las personas sinceramente interesadas podrán localizarlo sin mayor dificultad.

[10]  Cuya edad y demás circunstancias de filiación no han transcendido a los medios escritos, que yo haya visto.

[11]  La alusión a un compromiso podría entenderse, no solo moral, sino jurídico, al modo de los contratos sinalagmáticos de atención de por vida a un enfermo o anciano, condicionados luego a que se acoja y/o se financie económicamente al cuidador o cuidadores. Ello podría explicar un poco más -de todos modos, de manera insuficiente, en mi opinión- la insistencia de Don Cecilio en atender a las dos señoras de forma convivencial, no de otras, como, por ejemplo, pasándoles una renta mensual suficiente, o pagándoles una residencia adecuada.

[12]  Llevado a cabo en un determinado cenobio franciscano francés.

[13]  Leave her to Heaven, dirigida por John M. Stahl en el año 1945.

[14] Bien es verdad que otros entienden que pudo ser suficiente con una suspensión, como la que se acordó, o más larga. Y aducen: Las sanciones perpetuas parecen responder, en el mejor de los casos, a esa dinámica contradictoria del perdono, pero no olvido. La Iglesia -dicen ellos- ha de perdonar y olvidar. Creo que el obispo Don Cecilio ha dejado escrito algo en este sentido, aunque ignoro si le ha dado un sentido personalista, pro domo sua.

[15] Entre los más próximos en el tiempo, los de Coria-Cáceres y Jaca-Huesca.

[16] Canónicamente, puede sostenerse que el vicario general de una diócesis es la segunda autoridad de la misma, después de su obispo -supuesto que no haya obispos auxiliares-, y hace sus veces en periodo de sede vacante, salvo que la Santa Sede nombre un administrador apostólico para la diócesis.

[17] Algo así como Levántate (o despierta), Ciudad. La rúbrica es tanto más justificada, cuanto que la sede de nuestra diócesis lleva el vocablo Ciudad en su nombre.

[18] Por una vez, en interés de su recomendable lectura, me dejaré de tapujos y utilizaré los topónimos reales: Ignacio Martín Benito (Coordinador), ¡Surge civitas! Vindicación de la diócesis de Ciudad Rodrigo, Centro de Estudios Mirobrigenses, Ciudad Rodrigo, 2021. La obra lleva colaboraciones de 24 autores.

[19] Derivada del conocido brocardo, amicus Plato, sed magis amica veritas.

[20]  Reitero que este relato ha sido escrito durante la segunda quincena de noviembre de 2021.

[21] Lucirse significa “quedar muy bien en un empeño”; pero el Diccionario de la Real Academia apostilla: usado más en sentido irónico.

[22] Don Joselu se refiere al conocido rockero, Miguel Ríos Campaña (Granada, 1944), el más veterano y caracterizado de los españoles en realizar giras de conciertos por todo el país, cosa que viene realizando desde 1972, hasta el presente (2021). Como excelente resumen de esa forma temporal de vida, en 1982 publicó su famosa canción El blues del autobús, a la que corresponde el verso, vivo en la carretera, citado por el obispo.

[23] Con arreglo a la normativa canónica aplicable, el obispo que tenga varias diócesis a su cargo puede optar, en función de las necesidades pastorales, entre residir habitualmente en una de ellas o en todas. En el primer caso, es también la conveniencia pastoral la que ha de llevarle a elegir la sede diocesana donde vivir.

[24]  Textos tomados, o derivados, de los bíblicos, principalmente evangélicos. Véase: Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret (Edición completa), 2ª edición, Edit. Encuentro, Madrid, 2019, pp. 325-334. La traducción española de esta parte de dicho libro corresponde a Leonardo Rodríguez Duplá.

[25]  Llamada de La Valmuza, que tuvo lugar, casi con seguridad, en 1162. En ella, el rey hubo de imponer por la fuerza su voluntad de creación de nuestra diócesis, frente a las mesnadas alzadas por la ciudad sede de la diócesis de la que aquella iba a desgajarse; ciudad que, por supuesto, es la misma a cuya diócesis vuelve ahora -con todas las matizaciones que se quiera- la que se le separara, allá por 1161.