miércoles, 25 de mayo de 2022

EL ORTODOXO

 

 

El ortodoxo

Por Federico Bello Landrove

 

     La relectura de una novela, El hereje, de Miguel Delibes, y la contemplación y estudio de un cuadro, Huida de una hereje, de John E. Millais, me han dado pie para imaginar un relato acerca de aquellos lugares y momentos de la Inquisición en Valladolid. El estudio que creo haber puesto para fundar históricamente lo que cuento puede ser el complemento instructivo de lo que, ante todo, he querido que fuera una narración variada y entretenida. ¿Lo habré conseguido?


Monja herética camino del auto de fe (grabado imaginario)

 

1. Espigando en los archivos de Salamanca


     No es infrecuente que, con la benevolencia y asesoramiento de sus titulares, pase algunas mañanas en los archivos de mi ciudad de residencia hojeando documentos y tomando notas para mis historias y narraciones. Hace ya algún tiempo que me tropecé con un infolio del siglo XVIII, en cuya primera hoja podía leerse:

     Vidas de hermanos ilustres de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en Salamanca, contadas por un Terciario de la misma. En Salamanca, año de 1746. Volumen primero: Desde sus comienzos hasta 1550.

     El tomo contaba con un índice alfabético de personas biografiadas, cuya última entrada era, precisamente, la de Don Gaspar Zumel[1] de Valdajos. Quizá fuera eso lo que me llevase a enfrascarme inmediatamente en las dos páginas de la lectura. Pero lo que me movió a tomar amplia nota de todos los datos consignados sobre Don Gaspar fue la alusión al fraile dominico Domingo de Soto, gloria imperecedera -como es bien sabido- de la Teología y del Derecho[2]. Hilvanando mis apuntes en un relato comprensible, los he trasladado de la siguiente forma, plenamente respetuosa de su prístino contenido:

     Nació Don Gaspar Zumel el año 1515, en la villa burgalesa de Lerma, de familia hidalga y, a mayores, bien acomodada por la extensión y calidad de las tierras que cultivaba. Cursó sus primeras letras en la villa de su nacencia, pasando seguidamente a ampliarlas y adquirir un buen latín en el convento dominicano de Santo Domingo de Silos, aunque no parece que con propósito de entrar en religión. El hecho es que, llegado a la adolescencia, tomó el camino de Salamanca para cursar en su Universidad la carrera de Derecho, licenciándose in utroque iure[3] en el año de 1538. Durante los años de estudio, fue colegial del Mayor de Santiago, para lo que debió de conseguir alguna dispensa, al no ser gallego[4].

     Como es bien sabido, en los años de 1539 y 1540 se declaró en Salamanca y su tierra una mortífera peste[5], acompañada de gran hambruna por la parquedad de las cosechas. El ya licenciado Zumel -que continuaba en Salamanca, preparando su tesis doctoral-, movido por el ejemplo del maestro Soto y por su propio natural caritativo, cooperó en las tareas de recabar y repartir alimentos, así como de recorrer las calles de casa en casa, pidiendo limosna para comprar trigo producido en otros lugares, sin preocuparse de su propia salud ni de los reproches que de las actividades como limosneros muchos hacían[6]. No es dudoso que el haberse librado del pestífero contagio y haber contemplado tanta miseria y mortandad, llevaran al licenciado Zumel hasta las puertas del convento de San Francisco el Real de esta ciudad[7], solicitando ser admitido en la Seráfica Orden Tercera, en calidad de miembro secular. Objetáronle los Padres que el V Concilio Lateranense y el criterio del Romano Pontífice, León X[8], consideraban muy preferible que los aspirantes se acogieran al carisma de la Tercera Orden en su forma regular, la cual suponía vivir en comunidad, al modo de otras muchas Órdenes, y de jurar los votos de pobreza, castidad y obediencia. A ello, Don Gaspar adujo que bien dispuesta estaba su alma para asumir tales consejos evangélicos de manera voluntaria y en conciencia, pero no a abandonar el servicio diario a sus conciudadanos, apartándose de lo que el propio Santo de Asís había maravillosamente imaginado, como vocación de servir al Señor en medio del mundo. Agregó que reyes y papas habían ido mostrándose contrarios al modo secular de la Orden, debido a la indisciplina y a los privilegios de muchos de sus miembros, pero que no era este su caso pues, con la ayuda de Dios y de sus estudios, persistiría en su vida de piedad y tendría lo suficiente para vivir de su trabajo, sin dejar de contribuir y pechar con lo que por ley le correspondiere[9]. En fin, habló tanto y tan razonadamente, que el Padre prior decidió elevar al Provincial la solicitud de Don Gaspar, que sería finalmente recibido en la Venerable Orden Tercera en capítulo celebrado en su capilla de San Luis Rey en el convento de San Francisco de esta ciudad, el martes, 25 de agosto de 1542, festividad del santo patrón[10].

     El licenciado Zumel obtuvo el grado de doctor por la Facultad de Derecho salmantina en el año de 1545, vinculándose a dicha Academia como profesor un año antes. Durante este tiempo ha participado muy destacada y devotamente en los actos y ceremonias que incumben a los terciarios franciscanos, particularmente en el cumplimiento de los deberes caritativos de visita y cuidado de los hermanos enfermos y en los sufragios por los difuntos. En especial, fue ilustre su labor de apostolado y proselitismo con los estudiantes, sufragando en más de una ocasión los libros, matrículas y manutención de los más adelantados, que se hallaban en necesidad.

     La estancia del doctor Zumel en Salamanca se vio brusca y positivamente interrumpida en el mes de mayo de 1548, al ser promovido al puesto de alcalde mayor de la Real Audiencia de Galicia[11], con sede a la sazón en la ciudad de Santiago de Compostela[12]. Hasta la ciudad de Salamanca han llegado noticias de que el magistrado ha proseguido su vida de trabajo y de piedad en aquellas tierras, en consonancia con la fama que ha dejado en las nuestras.

     Hasta aquí, la referencia a Don Gaspar Zumel en aquel libro de Vidas de terciarios salmantinos. Pero me picó la curiosidad de seguirle la pista al doctor burgalés, en Compostela y más allá. La cosa no es ahora difícil, pues los estudiosos se van fijando en la otrora olvidada institución de las Audiencias de la Edad Moderna, y hasta van apareciendo listas casi exhaustivas con los nombres de las personas que en su día desempeñaron funciones tales, como las de presidentes, oidores, alcaldes o fiscales de ellas. Este es el caso de la Real Audiencia de Galicia[13]. Acudí, pues, a uno de esos índices y en él hallé esta breve referencia al protagonista de nuestra historia:

     Zumel de Valdajos, Gaspar. Alcalde mayor, posesionado el 3 de junio de 1548. Cesó el 12 de febrero de 1552, al haber sido nombrado oidor de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid.

     Se ve que Zumel progresaba en su profesión de manera bastante rápida: No resultaba habitual llegar a oidor de Valladolid con tan solo treinta y seis años, sin órdenes sagradas y -a lo que parecía- sin especial prosapia o recomendación. Así pues, concluiré que parece que entró en la villa[14] del Pisuerga con buen pie. Mas, si quieren conocer su ulterior fortuna en aquellos delicados tiempos del final del reinado del emperador Carlos y comienzos del de su hijo Felipe, habrán de hacer como yo: aplicarse a la lectura de las páginas que siguen, fiel trasunto de cuanto yo descubrí, pues no crean que, por usar a partir de ahora una forma novelada, he de desviarme de lo que creo haber llegado a saber. Las notas al texto serán la mejor prenda de que no miento.

 

 

2.   De oidores es escuchar


     Año del Señor de 1552. Don Gaspar Zumel acaba de instalarse en la villa de Valladolid, en una casa de dos plantas en la calle de la Cuadra[15]. Tuvo que explicar el rótulo a sus padres, cuando les escribió contándoles su aposentamiento:

     No penséis que la que desde ahora es mi calle lleva su dudoso nombre por la instalación en ella de las caballerizas de la villa, sino porque en esta contendieron otrora por su dominio los bandos de los Tovar y los Reoyo, siendo los de la Cuadra una de las cinco familias más distinguidas de estos últimos. Y, aunque los tiempos modernos son menos propicios para violencias y banderías locales, aún siguen unos y otros mirándose con desprecio y contendiendo por puntos de honra y el reparto de los oficios concejiles. Reúnense periódicamente los Reoyo en la iglesia dominicana de San Pablo, cercana a mi morada. Por lo demás, aunque mi casa es modesta y no muy amplia, es lo bastante para un oidor, su ama de llaves y sus muchos libros, que poco más precisa un hijo de San Francisco para desempeñar el oficio al que su vocación le ha llamado. Por descontado, reservo una estancia para el tan deseado momento en que decidáis visitarme en esta…

Domingo de Soto

     Eso era por marzo. A finales del mes siguiente, corrió por la Corte la inesperada y ominosa noticia: Los protestantes habían estado a punto de hacer prisionero al Emperador y, ante el peligro que representaban, las sesiones del Concilio de Trento habían sido nuevamente suspendidas sine die. En consecuencia, los padres conciliares regresaban a sus respectivas procedencias y, entre ellos, dos de las lumbreras de la teología hispana, los frailes dominicos del Convento de San Pablo de Valladolid, Bartolomé Carranza y Melchor Cano[16]. No habría sido ello razón bastante para que Zumel pretendiera ser recibido por tan ilustres personajes a su llegada, por más que ya había sido presentado a Cano en Salamanca cuando este alcanzó en su Academia la cátedra de Prima de Teología[17]. Pero la gran oportunidad le llegó poco después, al enterarse de que su admirado Domingo de Soto viajaría desde las orillas del Tormes a las del Pisuerga, con el presumible objeto de recibir de primera mano y en detalle las referencias de sus hermanos de Orden, acerca de lo tratado y acordado en las más recientes sesiones del Concilio, a las que Soto había renunciado a concurrir.

     No parece que la asendereada vida del dominico segoviano y la marcha a Santiago del terciario burgalés les hubieran permitido fluidos y privados contactos, desde los lejanos tiempos del banco de alimentos y de limosnear de puerta en puerta en pro de los indigentes y los apestados. Con todo, aquellos duros momentos habían sido suficientes para fraguar entre ellos una corriente de simpatía y amistad que, ni la distancia, ni el tiempo, serían a deshacer. Tanto más, cuanto que la primera obra impresa que preparó nuestro oidor había sido un prontuario ilustrado sobre las opiniones de Soto acerca del movimiento de caída libre de los cuerpos que, pese a su valor, tanto tardarían en conocerse y ser alabadas en su propio país[18]. Luego todo había quedado en agua de borrajas, por culpa de la modestia del insigne dominico, según se infiere del siguiente texto de una carta de Domingo de Soto a Gaspar Zumel, que yo pude leer hace años, cuando visité la casa solariega de los Valdajos en la villa lermeña:

     … He recibido con profundo agrado y gratitud el concienzudo trabajo intitulado De casus corporum motu[19], que con tanta humildad califica usted de Prontuario, en el que pretende dar a conocer mis puntos de vista sobre el tema, esbozados en los Commentaria y las Quaestiones[20], que hace años dediqué a la Física aristotélica y publiqué en Salamanca. Manifiesta usted en su carta de remisión que, dentro de libros tan extensos, mis reflexiones están pasando injustamente desapercibidas. No pienso que sea esa la razón por la que no se les haya prestado atención, sino la de que mis pensamientos respecto del movimiento de caída de los cuerpos no están debidamente fundados ni comprobados, ni creo que supongan un avance notable con referencia a las recogidas con mucha mayor profundidad por mi maestro en París, Luis Coronel[21], que el Señor tenga en su gloria… La agradezco, por tanto, su amistosa atención, pero le ruego que, caso de juzgar publicable el trabajo, lo haga como obra suya, que yo no hubiese hecho otra cosa que inspirar…

***

     Según tengo entendido, Domingo de Soto recibió al oidor Zumel en la celda que sus hermanos de Orden habían dispuesto para él en el Colegio de San Gregorio, aledaño al convento de San Pablo. Es lo más probable que los primeros momentos de su coloquio se dedicaran a recordar tiempos pasados y ponerse recíprocamente al día de sus novedades vitales; pero pronto vinieron a parar a cuestiones religiosas, pues no en vano era la penosa andadura de los trabajos conciliares la que había traído a Soto hasta Valladolid, para oírsela referir de sus propios labios a Cano y a Carranza. Seguramente hubo de sorprender, y agradar, al dominico el que su interlocutor jurista no pusiera un especial interés en problemas teológicos, aunque lo manifestara de una manera que a Soto hubo de parecerle algo retadora:

-          Mire, maestro -arguyó Zumel, dando a su interlocutor el justo título que solía-, en temas de fe sigo cultivando el ejemplo de mi seráfico padre, San Francisco: apartemos de nosotros cuanto pueda movernos a desunión y rencillas, y, en todo caso, tratemos de todo en paz y con humildad. Si se me permite citar por una vez a San Pablo sin despertar ecos de Lutero, por encima de la fe, está la caridad[22].

     Soto objetó respetuosamente:

-          No hay por qué tratar de cuestiones de fe abandonando la caridad.

-          Pues los grandes de este mundo y sus respectivas santas Inquisiciones deberían escucharos; pero, por si acaso vuestras palabras no hacen mella en su severidad, no seré yo quien me arriesgue a caer en sus manos por disputar sobre temas tan sustanciales de nuestra religión, como la comunión bajo una o ambas especies, o si nuestros sacerdotes pueden o no casarse… Y cito estos dos temas -prosiguió Don Gaspar-, por haber sido considerados aceptables hace tan solo cuatro años por personas de tanto respeto, como el Emperador y vos mismo[23].

-          Aquellas concesiones -replicó Soto- eran meramente provisionales, hasta tanto se convocase el Concilio; y la ausencia del Papa le permitía, lógicamente, una ulterior oposición, que no dejó de formular. En fin, de manera más penosa y lenta de lo deseable[24], los padres conciliares -entre los que en principio me conté, aunque sin mérito ninguno-, van fijando definitivamente la doctrina de la Santa Iglesia, aunque aún no se han pronunciado sobre los dos puntos a que antes se refería usted[25], juzgándolos nimios: en mi opinión, con alguna ligereza.

-          Tiene razón, maestro. No estoy en condiciones de valorar la transcendencia de todo cuanto manda la madre Iglesia, por conducto del papa o del concilio. Tan solo he querido poner de manifiesto que nunca pondré en duda, en el fuero externo, las verdades de fe, pero sí ciertas formas de imponerlas, que atentan contra la libertad que Dios concede al hombre, o al amor y las buenas obras que nos debemos como hermanos.

-          No anda lejos lo que dice de cuanto decidió el Concilio cuando trató de la justificación de los hombres por la fe y las buenas obras, de manera inseparable y sin que pueda afirmarse la absoluta prioridad de ninguna de ambas virtudes[26]. De todos modos, mi estimado doctor -bromeó Soto-, detrás de sus argumentos asoma la oreja del santo de Asís.

-          … Como en los vuestros -replicó Zumel-, tres siglos de escolástica dominicana. ¡Cómo vais a poder negarlo, cuando llamándoos Francisco, habéis mudado tan hermoso nombre por el de Domingo!

     Ambos rieron de buena gana con aquella pulla nominalista, que Don Gaspar ya había sacado a relucir antaño, en Salamanca. Dando con ello por terminada la visita, todavía el dominico le hizo un ofrecimiento, que Zumel consideró irresistible:

-           Aún permaneceré en esta villa una semana. ¿Queréis que volvamos a vernos y os facilite visitar a mis valiosos hermanos en religión, Melchor Cano y Bartolomé Carranza?

-          Nada me agradaría más, contestó el oidor. Aunque no sea nada dado a disputas y sutilezas de fe, sé distinguir y valorar a las lumbreras del pensamiento católico.

-          Os mandaré recado a la Chancillería por un lego o algún novicio -prometió Soto-, cuando esté todo dispuesto para tan amena conversación.

***

     Es una suerte que, en el archivo familiar de los Valdajos se haya conservado la carta que Don Gaspar remitió a sus padres desde Valladolid, dándoles cuenta de sus entrevistas con los Padres Carranza y Cano, en presencia de Domingo de Soto. Transcribo el documento sin otra alteración que la actualización del lenguaje al de nuestros días:

    Si bien se produjeron en el mismo día, martes, 1 de julio del corriente año de 1552, las visitas se realizaron de modo sucesivo. Tengo para mí que, aunque pudiese haber razones de intimidad o de respeto, fue el principal motivo el de que dichos Padres no se llevan bien, ni en lo personal, ni en lo teológico[27].

     Fray Bartolomé Carranza continúa siendo al presente profesor en este colegio de San Gregorio de Valladolid, aunque todos le auguran un futuro mucho más esplendoroso, como cumple a su preparación y virtudes. Su semblante plácido y afectuosa acogida predisponen a confiarse y conversar amplia y francamente. Sabiendo que tenía ante él a un oidor de la Real Chancillería y terciario secular, me hizo numerosas preguntas acerca del funcionamiento de dicho tribunal, a las que respondí de modo abierto, señalando cómo la lentitud en administrar justicia lo viciaba todo, siendo la razón principal -en mi opinión- que, cuanto más culto y elevado es el justiciable, más se presta a las triquiñuelas de sus abogados y a obstaculizar la ejecución de lo mandado por las Salas. Se interesó por la forma de armonizar mi rigor de juez con la benevolencia de un seguidor de San Francisco, a lo que respondí que, siendo mi competencia los asuntos civiles, no encontraba de ordinario contradicción ninguna, como no fuera en casos tocantes a personas pobres y desvalidas que, a decir verdad, pocas veces llegaban en apelación hasta la Audiencia. Terminó dándome la feliz noticia de que el impulso que el Concilio pretende dar a la buena formación religiosa de seglares y futuros sacerdotes está creando un clima favorable a la espiritualidad secular, siempre que la misma se ajuste a reglas y disciplina estrictas, evitando en lo posible abrir vías de aproximación a la actual herejía que azota el centro de Europa[28]. Suponiendo fundadamente por dónde iba el ilustrado Padre -que, como casi todos los de su doctrina y Orden, son consultores de la Inquisición-, le pregunté si ello suponía cegar definitivamente las fuentes del erasmismo y de los iluminados. Carranza me contestó de modo indirecto, pero suficientemente claro: Cuide cada cual de seguir a su conciencia, pero de modo que no venga en perder su vida. Su acento y su gesto me hicieron ver que lo decía por circunspección, no porque ello se acomodase a sus deseos[29].

     Concluida mi visita a fray Bartolomé, así mismo acompañado por el Padre Soto, pasé a conversar con su compañero Melchor Cano quien, como creo que sabéis, es el actual catedrático salmantino de Prima de Teología, aunque Soto me aseguró que iba a dejar la Universidad ya que sería promovido a obispo de alguna sede vacante, cosa que él sabía por haberle propuesto a él la citada Academia que lo sucediera en la docencia[30]. Se hallaba paseando por el claustro del Colegio y en ese mismo lugar se desarrolló toda la visita, bien caminando, bien descansando en un banco adosado a una pared sombreada, pues el día era caluroso y apenas corría aire.

     Tiene fama el Padre Cano de ser rígido y hasta un tanto impertinente, celoso de su fama y del prestigio universal adquirido en el Concilio. Dirigiéndose más bien a concitar la atención de su hermano allí presente, que no la mía, se explayó acerca de la doctrina y cánones aprobados para el Sacramento de la Penitencia, supongo que por el mismo orden con que lo fueron. Allí nos fue desgranando con rigor lo concerniente a la necesidad del Sacramento, su institución divina, la exigencia y forma de la contrición, la imprescindible confesión oral y pormenorizada de todos los pecados, las condiciones y prendas que han de adornar a sus ministros y, finalmente, la satisfacción de las penas por los pecados perdonados, que el sacerdote debe imponer con la debida proporción y severidad. Apenas hubo concluido su perorata sobre esa cuestión penitencial, se dirigió a mí con un tono inquisitivo que me molestó, y dijo:

-          Supongo que el señor oidor estará al tanto de todas estas cuestiones, dado que el trato del pecador no es tan diverso del que ha de darse al delincuente.

-          Padre Cano -repliqué secamente-, no soy alcalde[31] y, como oidor, mi papel es el de escuchar las confesiones y testimonios, no el de darlos yo.

     Quedó corrido el buen fraile, como comprenderéis, pero tuvo el buen criterio de encajar la censura con una sonrisa, pasando seguidamente a narrar interesantes pormenores sobre las circunstancias en que hubo de suspenderse el Concilio, ante la amenaza armada de un ejército protestante mandado por el Elector de Sajonia[32].  Pronto alegó Soto la necesidad de retirarse por encontrarse muy cansado y ello concluyó la visita, no sin que fray Melchor me pidiera transmitiese sus saludos para el Prior de San Francisco, lo que me hizo suponer que era conocedor por medio de Soto de mi pertenencia a la Orden Tercera. 

Quema de libros heréticos (Juan de Juni, Museo de León)

***

     Alguien podría poner en duda la veracidad -que no la verosimilitud- de las precedentes entrevistas de Don Gaspar Zumel con religiosos tan encopetados, como los dominicos Carranza y Cano, con Domingo de Soto como introductor. Para mí, tales reticencias se evidencian infundadas, desde que encontré en uno de los archivos de la ciudad vallisoletana una especie de libro de actas de la Orden Tercera de San Francisco de Valladolid, en el que, dejando constancia del contenido de una reunión de la misma, correspondiente al año 1552, puede leerse -con dificultad, por su mal estado de conservación- lo siguiente:

     … A ocho de octubre, dentro de la octava de nuestro seráfico padre, San Francisco, se reúnen los hermanos de la Tercera Horden (sic) de Penitencia de esta Villa, presidiendo el Ministro de la misma…

     Por el hermano Gaspar Zumel se expone que, hace cosa de tres meses, recibió de un fraile muy notorio del convento dominicano de San Pablo, recién llegado a la sazón del santo Concilio una vez suspendidas sus sesiones, la grata nueva de que los padres conciliares miran la existencia y servicios que presta nuestra Horden con mayor placer y benevolencia que en tiempos pasados, juzgando que su existencia sirve al conocimiento de nuestra Santa Religión y a la santificación de los hermanos de ambos sexos, de manera muy notable. El susodicho hermano comunica la máxima conveniencia de que los terciarios se mantengan completamente apartados de toda relación con personas que tengan la menor sospecha de herejía, así como con erasmistas, alumbrados y personas que lean o trafiquen con libros no permitidos[33]… La asamblea de hermanos agradece su celo y acuerda hacer suyos tan sabios consejos, elevándolos al Capítulo provincial[34], para que sean tomados en consideración como reglas de conducta, si procediere.

     Que yo sepa, ese pudo ser el primer momento y razón por la que Don Gaspar Zumel de Valdajos empezara a ser considerado por muchos, si no el ortodoxo, sí un modelo de doctrina a seguir por sus hermanos católicos.

 

 

3.   El Purgatorio en Valladolid

 

     Año del Señor de 1556. Don Gaspar Zumel, trabajador y devoto, empieza a ser conocido en una villa que, con pretensiones de Corte, apenas rebasa las cuarenta mil almas, lo que quiere decir que un profesional de calidad no tarda en ser reconocido. Sigue viviendo en la calle de la Cuadra -que otros llaman del Saúco-, aunque ello le cueste un buen paseo hasta la Chancillería, por calles de piso y olor poco gratos. Habiéndose ganado un notable ascendiente entre sus hermanos terciarios, dedica el poco tiempo que le deja libre el estudio y resolución de los autos, a las caridades y devociones de la Orden de la Penitencia. Últimamente, ilusionados por las noticias traídas de Trento por el Padre Cano, les ha dado por hermosear la capilla que el Convento de San Francisco les ha prestado para sus rezos y reuniones, y no han sido pocas las visitas de Don Gaspar al taller del imaginero Juni[35], con vistas a encargarle algún relieve u otra obra de pequeño formato, que presida las reuniones de la Orden.

     Celoso observante del dogma y las prácticas católicas, no es nuestro oidor hombre que se cierre a conocer las novedades de su tiempo y sacar de ellas las oportunas enseñanzas. Así, no se ha privado de husmear por el nuevo Colegio de los Jesuitas[36], ni ha desdeñado, pese a las diatribas de Melchor Cano, el dialogar con algunos hijos de Ignacio de Loyola, cuya prédica y exposición teológica tanto se alejan del escolasticismo dominicano, al que Don Gaspar está acostumbrado[37]. Y, desde luego, ha sentido un escalofrío cuando se ha sincerado con él su colega Pedro de Deza[38], recién llegado a Valladolid procedente de Compostela, donde ambos se habían conocido:

-          Tiempos recios nos vienen, amigo Zumel -afirmaba Deza-. De todos es sabido que el Emperador es otro hombre desde que los protestantes se le han reído a las barbas y el Duque de Sajonia le hizo correr en calzas prietas por el Tirol. Y ahora se dice que el viejo Carafa -¡perdón!: el Santo Padre, Paulo IV[39]- está tan a favor de la Inquisición y de sus rigores, que olvidará en lo posible su inquina hacia España y se concertará con nuestro monarca para ajustar las cuentas con todo rigor a los protestantes…

-          ¿De fuera o de dentro?, inquirió Don Gaspar, con parecida ligereza de lengua a la que mostraba su confidente.

-          A los que no puedan defenderse con las armas -repuso Deza-. Y aún diría más: a los de aquí mismo. ¿No se ha percatado de los sermones y conciliábulos que se tienen a diario y casi sin rebozo?

-          No acostumbro a pasar las noches fuera de la cama, ni los días en coloquios más atrevidos que las discusiones de las sentencias con los oidores de mi Sala.

-          Ahí vamos, Don Gaspar. Ya sabéis que la Inquisición tiene el derecho consuetudinario de pedirnos asistencia y colaboración en asuntos jurídicos que a unos y otros conciernen; y a fe que lo hacen sin mucho respeto para nuestras prerrogativas y competencias[40].

-          Allá se verá, replicó Zumel, encogiéndose de hombros. De todos modos, ya que tan enterado parecéis, ¿qué punto que huela a azufre es aquel en que más caen nuestros ingenuos convecinos?

-          Anda por ahí circulando un librillo en italiano[41] que niega la existencia del Purgatorio, por ser sobreabundantes los méritos de Cristo, una vez confesamos nuestros pecados y nos son perdonados.

-          Extraviada ocurrencia es esa de teólogos, poco versados en las exigencias de la Justicia, que en Dios Nuestro Señor es absoluta y perfecta, opinó el oidor.

-          Supongo que detrás de todo ello estará la cuestión de las indulgencias -agregó Deza-. Voy a procurar hacerme con un ejemplar de ese anti Purgatorio, y os comentaré.

-          Seguro que los inquisidores tendrán más de uno que puedan prestaros, bromeó Don Gaspar.

***

     No se demoró Don Gaspar en recibir prestado aquel anti Purgatorio, que todos citaban, abreviando, como El beneficio de Cristo; solo que él no tuvo el atrevimiento de pedírselo a ningún inquisidor, sino al editor y librero Sebastián Martínez[42], al que le llevaban los demonios por haber mercado legalmente en Italia El beneficio, para luego no poder venderlo, tras prohibirlo la Santa Sede muy poco después. Sebastián había tomado menguada venganza por aquel dispendio, ocultando los ejemplares prohibidos a la incautación inquisitorial, entre las astillas de un saco de leña. Pero el librero, que estaba haciendo fortuna con la edición y venta de los éxitos editoriales del franciscano, fray Antonio de Guevara[43], tenía una especial predilección por los hijos del poverello de Asís, entre los que incluía en lugar de privilegio al oidor Zumel, uno de sus buenos clientes y consultor informal para sus cuitas legales. De modo que, tan pronto supo del interés de Don Gaspar por aquel libro inencontrable, que todo el mundo decía haber leído, sacó un tomito de la leñera y lo deslizó entre las manos de su admirado jurista y hermano de la Orden Tercera, a la que él también pertenecía. Zumel lo aceptó en calidad de simple préstamo, con el compromiso de devolvérselo incólume tan pronto lo hubiese leído, o empezara a oler a azufre el bargueño en que lo encajonaría. Camino de casa con aquel Beneficio tan perjudicial, Don Gaspar procuró no cruzarse con persona alguna y, en llegado al hogar, no acababa de decidirse por un escondrijo inalcanzable para el ama de llaves. ¡Hasta tal punto empezaban a afectarle las aprensiones que Pedro de Deza había instilado en su mente, con habilidad tal vez heredada de su ilustre deudo[44]!

     El oidor, a la tenue luz del candil, leyó en un par de veladas las ciento dos páginas del trascendente librito, tomando notas y esforzándose por hacer un resumen de su ambiguo contenido. Al tercer día, antes de acudir a la Real Audiencia, pasó por la imprenta de Sebastián Martín y se lo devolvió con un gesto desdeñoso. El librero captó el rictus y mostró su desacuerdo con el mismo:

-          No lo desdeñe Su Señoría, que más de uno que yo conozco, si no al infierno, puede que vaya por su causa a la cárcel de la Inquisición.

     Don Gaspar no se dio por afectado y bromeó, mientras se despedía:

-          De una cosa puede estar seguro, mi generoso amigo: Lo que no hallarán, por efecto de él, será el purgatorio.

     Pese a una inicial actitud tan despreocupada, Don Gaspar no dejó de meditar en las palabras de su colega Deza y del librero Martín, de las que parecía desprenderse una peligrosa extensión por Valladolid del morbo herético, de la que la aceptación del Beneficio de Cristo parecía ser una de las muestras más destacadas. Para salir de dudas, pidió ser escuchado en confesión por el abad de San Francisco, como frecuentemente solía. Este lo acogió en su celda prioral, según acostumbraba por deferencia. Zumel le reconoció el pecadillo de la lectura del Beneficio, movido por la curiosidad y por la pertinencia, para el caso de que a alguno de los oidores de la Audiencia solicitase auxilio o consulta la Inquisición. El franciscano coincidió con su penitente en la opinión respecto del librito:

-          Me parece -juzgó- un texto confuso y sentimental, guisado en la cocina de Erasmo y adobado por nuestro Juan de Valdés[45]. El peligro está en que quien lo lea esté ya inficionado de la lepra luterana de la inutilidad de las indulgencias[46] y de la justificación por la sola fe.

-          Eso, por no hablar de la negación del Purgatorio, agregó Zumel, que, a lo que se dice, es el fruto y consecuencia más apetecida de tales doctrinas.

-          Bien sabe usted -se atrevió a aseverar el abad- que no es muy sólido el apoyo que la Biblia concede a ese estado temporal e intermedio entre Cielo e Infierno. En cualquier caso, es constante tradición de la Iglesia, que no dudo será tratada y definitivamente resuelta por el Concilio cuando reanude sus sesiones[47].

     Don Gaspar quedó un tanto sorprendido de que el Purgatorio tuviese tan vacilante asidero en la Biblia y, como jurista, se permitió censurar cualquier duda respecto de su existencia:

-          Pues como hombre de leyes -adujo-, no tengo el menor titubeo sobre la necesidad de un lugar de penitencia para después de la muerte. De otro modo, no sé cómo podría cumplirse la exigencia de que Dios sea infinitamente justo.

     El padre prior no quería enfrascarse en una discusión teológica en plena administración de un sacramento. Tan solo quiso poner un punto de humildad en la enfática afirmación del penitente:

-          Tal vez, la justicia de Dios no sea como la de los hombres…

-          Así es en lo particular, padre -concedió Zumel-, pero no lo veo posible por modo general, pues la recta conciencia se basa en la sustancial afinidad de ambas justicias. Por otra parte, en el Génesis se dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza[48]      

-          Veo -opinó el prior- que está usted muy convencido de la existencia del Purgatorio, por motivos que tal vez hayan pasado algo desapercibidos a los teólogos… Cualquier razonamiento es válido si se conforma con la doctrina de la Santa Madre Iglesia y puede servir para desengañar a quienes se dejan embaucar por los cantos de las sirenas protestantes… Escriba en un par de páginas el esquema de su argumento de forma que lo entienda el vulgo y hágamelo llegar. Yo lo leeré y daré mi parecer. Cuando menos, sus hermanos terciarios podrán aprovecharse de su sabiduría y buena intención.

***

Fernando de Valdés, Inquisidor General (retrato moderno idealizado)

     No echó Don Gaspar en saco roto la petición del confesor; solo que, en vez de dos páginas in quarto, brotó de su pluma todo un pliego de apretada grafía, en el que -como cumple a un jurista que no quería comprometerse en berenjenales teológicos- defendía la razón de ser y existencia del Purgatorio en términos de mera justicia, comparando dicho estado escatológico con la manera con que una sociedad humana correctamente organizada trata a los delincuentes y personas desvergonzadas. Cierto es que, con cumplir las penas o sanciones impuestas, dichas personas remiten sus penas u obligaciones, pero no con ello las víctimas agotan su derecho, ni la colectividad les abre de par en par las puertas de los cargos de autoridad ni de todos los oficios. Y en ello no ha de verse una desconfianza, ni una simple prueba, sino la tierna y fructífera ocasión para reparar el mal causado, progresar en la bondad y servir a los semejantes. Decía así el oidor Zumel:

     No se me alcanza como algunos espíritus errados tomen por insustancial y hasta doloroso el que, para complacer a Dios Nuestro Padre y ajustarse a su infinita justicia, los pecadores ya perdonados se entreguen a la oración sincera, a la piadosa limosna, al recuerdo amoroso de sus seres queridos ya muertos, o a las obras de misericordia para con los más próximos o necesitados. Y justísimo es que quienes no atiendan la voz de su conciencia en esta vida, purguen temporalmente tras su muerte lo que no pudieron o quisieron reparar antes. La infinita justicia de Dios no puede tratar de manera igual a quienes en vida se comportaron de formas tan diferentes.

     Claro está que de algún modo tendría que entrar en el trampal de las indulgencias; pero nuestro Don Gaspar salía de él con donosura y sin mácula:

     Nuestra conciencia, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, hallará las mejores formas de purificarnos y de alcanzar la perfección a que estamos llamados; pero todo aconseja que nos dejemos guiar por nuestros pastores, que saben mejor que nosotros lo que necesitamos y puede domeñar nuestra soberbia. Los confesores, que tan bien conocen las almas de los penitentes, pondrán las primeras piedras en la obra de nuestra perfección, que han de coronar los obispos y el Santo Padre de Roma, otorgándonos con las indulgencias los frutos del poder que Jesucristo les concedió en esta tierra, siempre que los recibamos con fe y cumplamos con las exigencias de caridad que nos imponen.

     Pero Zumel no podía soslayar un punto, en el que un jurista parece tener poco que decir: El de los sufragios en pro de los difuntos. ¿Qué términos de comparación podrían hallarse en el Derecho de los hombres? Quizá podría aquel oidor acogerse a una realidad jurídica entonces no olvidada, aunque hoy nos parezca un inconcebible dislate: la de imponer penas a los difuntos por los delitos que en vida cometieron. Sin embargo, Don Gaspar eludió esa institución y tomó el recto camino de las voluntades testamentarias, a través de las cuales, con el apoyo de herederos y de albaceas, los difuntos hacen mandas, otorgan legados, estatuyen misas de difuntos y, en definitiva, proyectan sus virtudes y buenos deseos más allá de su muerte. En lo que tal vez era la parte más hermosa del texto, Zumel escribía:

     Con todo, los ejemplos que ofrece la humana justicia no bastan a explicar la inefable comunicación de bienes, consecuencia del Cuerpo Místico de Cristo, maravillosamente descrito por San Pablo[49]. Pero ya no estamos en el campo de la estricta Justicia, sino de la infinita Misericordia de Dios y de los méritos de Jesucristo, que corren por un inmenso río de Gracia, que no corta por sí la muerte, si no va seguida de la eterna condenación… Justicia y Misericordia, única e inescindible manifestación de la Divinidad, que nos es dado conocer por medio de la razón y de las enseñanzas de la Santa Iglesia.

     El prior de los franciscanos quedó encantado con la obra que Zumel le presentó. Él mismo se encargó de llevar a cabo todos los trámites precisos para que aquel precioso pliego alcanzara en la villa y su entorno la mayor difusión posible. La correspondencia del oidor con sus padres nos ha dejado buena cuenta de ello:

     Puso mi confesor el mayor empeño en la tarea. Tengo para mí que no era la razón principal los menguados méritos de mi escrito, sino la mala conciencia que la Orden de los Frailes Menores, vulgo, franciscanos, tenían por haber acogido en su casa de Logroño a un noble italiano que dicen ha traído de su país las semillas de la herejía. Llámase Don Carlos de Seso y últimamente no anda lejos de Valladolid, pues lo han nombrado corregidor de la ciudad de Toro -sabe Dios cómo habrá podido engañar a los muñidores de semejante designación-[50]. El caso es que el prior de San Francisco cree que mi escrito puede contribuir a apagar el incendio de su palabra[51] -que, a su vez, trata de extinguir el fuego del Purgatorio- y ha confiado la confección del impreso al famoso editor Sebastián Martín, en número tal de copias, que puedan distribuirse entre los fieles que acudan a todas las Misas que se celebren en Valladolid el domingo de Pascua o, si no se llegare a tiempo, el jueves de la Ascensión… ¿Tanto tiempo es preciso para la impresión?, os diréis. La razón es que hay que obtener antes el plácet del obispo de Palencia o, cuando menos, del abad de la colegiata de Santa María la Mayor de esta villa[52]

     No esperéis ver el nombre de vuestro hijo en el impreso que os haré llegar, pues, de común acuerdo el prior y yo, hemos resuelto que venga atribuido a “un oidor de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, hermano secular de la Venerable Orden Tercera de San Francisco”. No creo que, al cabo de unos días, haya nadie en Valladolid que ignore su autoría, pero la pequeñez de la obra y la humildad recomendada por nuestro Seráfico Padre así lo aconsejan…  

***

     Poco faltó para que la citada carta de Don Gaspar se hubiese cruzado con la de su padre, en la que le comunicaba una noticia, aparentemente intranscendente, pero que tendría una gran importancia para el futuro de nuestro oidor, como tendré ocasión de exponer en los siguientes capítulos de esta historia. El progenitor de Zumel le comunicaba que acababa de ingresar en el convento vallisoletano de Nuestra Señora de Belén[53] la joven, casi una niña, María Juana de Acuña y Valdajos, hija de una prima carnal de la madre de Don Gaspar. Entre líneas, podía entenderse que se pretendía de parte del oidor la atención y visitas que fueren posibles, a tenor de la rigurosidad de la Orden cisterciense en lo tocante a la comunicación con las novicias. Pero por el momento Zumel dejó pasar el tiempo, a la espera de algún contacto u ocasión propicia para conocer a su joven prima.

 

 

4.   Obedecer a Dios antes que a los hombres


     Ignoro a cuantos vallisoletanos libró Don Gaspar Zumel de caer en la herejía. No ha llegado hasta nuestros días ni una sola hoja intitulada De la existencia del Purgatorio a la luz de la Justicia y del Amor de Dios, pues los fragmentos que he recogido en el capítulo precedente resultan de cartas y otros documentos de la época. Lo que sí puede darse por cierto es que unos cuantos cientos de crédulos vecinos, amantes de novedades espirituales, se contagiaron con las miasmas protestantes[54]. La herética pústula reventó en el año de desgracia de 1558, el mismo en que, tras dos años de relativo retiro en Yuste, se llevó Dios a aquel Emperador, martillo de herejes y dilapidador de fuerzas y riquezas castellanas, que se llamó en vida Carlos V[55]. Lamentablemente para Don Gaspar, aquella espiritualidad pervertida alcanzó a los conventos, en particular, de monjas[56], siendo el más afectado el llamado de Belén, donde la oleada protestante y la consiguiente reacción inquisitorial, no perdonó a su pariente, María Juana de Acuña, de quien ahora habremos de hacer una breve presentación.

     María Juana -o, simplemente, Juana- de Acuña y Valdajos era la hija primogénita del matrimonio del Sargento Mayor[57] del Tercio Viejo de Nápoles, Antonio de Acuña, y de Felipa Valdajos, parienta de Don Gaspar por la línea materna. Como ya he dejado dicho, Juana abrazó desde muy niña la vocación monjil en la Orden benedictina cisterciense y, comoquiera que el convento vallisoletano de Nuestra Señora de Belén era de reciente fundación y comunidad todavía escasa, decidieron sus superioras incorporarla al noviciado de dicha congregación, en la que ingresó con dieciséis años en el del Señor de 1555. Hallábase a la sazón el Tercio de su padre en tierras italianas, desde donde pasaría a Flandes para participar en las brillantes campañas de los años siguientes contra los franceses, que concluirían, ya en 1559, con la paz de Cateau-Cambrésis. Era una razón más para que la familia de la joven interesara de la de Don Gaspar el que este procurase visitarla y dar noticias de su estado a padres y hermanos. Don Gaspar, poco dado a frecuentar otros conventos que el suyo de San Francisco, demoró el cumplimiento del encargo, pero no pudo por menos de atenderlo, en vista de las alarmantes noticias que empezaban a trascender de aquel monasterio femenino. En efecto: Para empezar, aquel convento de clausura parecía la casa de tócame Roque, si bien los seglares solían utilizar la ventana enrejada de ritual. Los nombres principales de tal afluencia aparecerían poco después, cuando la Santa Inquisición llevase a cabo su amplia investigación acerca de la presunta heterodoxia de las monjas y las novicias. Allí fueron surgiendo, entre otros, el doctor Agustín de Cazalla, canónigo de Salamanca y antiguo predicador del Rey; el ilustre dominico Fray Domingo de Rojas; Juan Sánchez, criado de unos y de otros, auténtico y eficaz correveidile; Catalina de Hortega, dama del conciliábulo luterano que dirigían los Cazalla; María de Rojas, monja dominica del convento de Santa Catalina[58], y algún monje franciscano, sobre el que había rumores, pero no certeza, acerca de su identidad.

     Como es lógico, Don Gaspar decidió ganarse la confianza de su joven prima, antes de sonsacarle sus ideas teológicas presuntamente desviadas, o acerca del ambiente y visitas sospechosas que se tenían en el convento de Belén. Esgrimió su cargo y parentesco, así como el encargo paterno, para que le permitiesen una visita vis a vis, a fin de conocerla y facilitar la conversación, pero la madre superiora, llamada Marina de Guevara[59], puso la condición de estar presente en la entrevista, por el justificado motivo de la diferencia de sexos y la regla de la Orden. Más adelante, Zumel descubriría alguna otra razón más escondida, cual era que la priora sabía que él era el autor del opúsculo sobre la existencia del Purgatorio, como así se lo había advertido a su entregada novicia. En fin, no era la mejor forma de empezar una relación amistosa, pero el oidor aceptó para que la Guevara no recelase los motivos de su visita.

     Juana resultó ser una hermosa joven en quien, pese a lo cerrado y despegado de los hábitos, se apreciaban algunos rasgos heredados de su padre, el militar, pues era una doncella rubia, de ojos azules, bastante alta y notablemente corpulenta, como habituada hasta hacía poco a la vida del campo y el ejercicio físico. Por su parte, la madre superiora, a su lado, parecía un alfeñique, en cuyo rostro -prematuramente envejecido por las penitencias- destacaban unos ojos negros como carbones, vivos y penetrantes; y cuando hablaba, su voz tenía la decisión y el imperio que delataban una noble cuna.

     Don Gaspar, una vez hizo conocimiento de su prima y enfatizó sobre las razones de atender las justas preocupaciones de un padre, militar y en guerra, por una hija tan tierna, solicitó de la Madre Marina licencia para visitar a Juana con cierta asiduidad. La joven fue la primera en poner en duda la necesidad de tal preocupación:

-          Decid a mis padres que aquí me encuentro feliz y con buena salud. No deben pasar inquietud ninguna por mí.

     Zumel tuvo un rasgo de ingenio, que encerraba una malicia inesperada, a modo del anzuelo cebado que se pone al pez:

-          Así se lo escribiré y no dudéis que será de gran alivio, tanto para vuestro padre -que arriesga su vida constantemente-, como para vuestra madre quien, como todas las madres en su situación, está pasando un verdadero purgatorio en esta vida. ¡Quiera Dios que le sirva, cuando menos, para que le sea más leve la penitencia en la eterna!

     Las dos religiosas cruzaron una mirada que, para Don Gaspar resultó tan ilustrativa, que lo que acto seguido dijo la priora resultó casi redundante:

-          Olvidé decirte, querida Juana, que Don Gaspar es un experto en materia del Purgatorio.

     Y sin esperar la contestación de Zumel, la Guevara se levantó, dando por acabada la visita. Sonrió con un dejo de ironía y concluyó:

-          El señor oidor puede visitar a Juana con una razonable frecuencia, pero habrá de hacerlo en el locutorio, con las medidas de separación que impone nuestra santa regla.

***

     La primera visita de Don Gaspar al convento de Belén fue en la primavera de 1557, no mucho antes de que se diera la batalla de San Quintín[60]. Quiere decirse que, hasta que la Inquisición intervino severamente y practicó las primeras detenciones, pasó un año[61], durante el cual procuró el oidor evitar que Juana resultara arrastrada en aquel vórtice de dolor y muerte. No consiguió nada práctico por la vía del convencimiento: La joven había encontrado en un ámbito que habitualmente era de rigor y soledad, la recepción abierta y cariñosa de las monjas profesas, incluso de las veteranas y de la propia priora. Resultaba, por ello, muy difícil alejarla de quienes la rodeaban de afecto y protección; máxime cuando Zumel pudo percibir que otras hermanas del propio monasterio parecían enfrentadas con las propensas a la heterodoxia, hasta el punto de denunciarlas a la Inquisición.

     Y, por encima de todo ello, la asunción de las doctrinas del Beneficio de Cristo, interpretadas de manera laxa, resultaban del mayor atractivo: La fe llevaba aparejada la salvación; la penitencia por el pecado no se purgaba por el culpable, sino con los méritos de Nuestro Señor en la cruz; los sacrificios y disciplinas del claustro habían de tomarse con suavidad y de modo voluntario; las oraciones en comunidad y a horas fijas pasaban a considerarse una rutina sin valor. Mas lo que puso al oidor los pelos de punta fue la confidencia de Juana a comienzos de 1558, al decirle:

-          No está ya lejano el día de mi profesión y votos solemnes.

-          Pobreza, castidad y obediencia, apostilló Don Gaspar.

-          ¡Oh, no!, corrigió la novicia jocundamente: alegría, fortaleza y unidad. Es cuanto se necesita para alcanzar la así llamada perfección evangélica.

     A la desesperada, Zumel resolvió despertar la prudencia y la corrección de Juana poniéndole de manifiesto lo que empezaba a ser un rumor insistente en la villa:

-          Juana -le advirtió-, vuestras correcciones al dogma y a vuestra regla superan ya los límites de lo opinable y de aquello que la Inquisición está dispuesta a tolerar. Sé cauta y transmite de mi parte a la Madre Guevara esta advertencia: Fuera de estas paredes, los propios espiritualistas e iluminados que os han catequizado han suspendido sus conciliábulos y varios de ellos han desaparecido repentinamente de Valladolid. Tengo entendido que varias de vuestras hermanas han presentado denuncia por algunas de vuestras prácticas y lecturas. Y, si no ves claras las cosas aquí dentro, pide una licencia para ir a ver a tu madre y hermanos. Yo mismo procuraré llevarte a algunos de los más grandes espíritus de la Iglesia española, como Soto y Carranza, para que te aconsejen… Piénsalo muy seriamente; habla con tu superiora, y yo vendré dentro de unos días para recibir tu respuesta.

     Todo fue en vano. En la siguiente visita, Zumel fue acogido en el locutorio por Marina de Guevara y Juana. La primera le agradeció sinceramente su advertencia, que venía a coincidir con la formulada por su hermana en religión, la priora de las Huelgas[62]. Seguidamente, se despidió para dejar por unos momentos, una frente a otro, a la novicia y el oidor. La conversación fue lacónica:

-          ¿Has pensado ya en lo que te sugerí?

-          Así es, Don Gaspar.

-          ¿Y cuál es tu decisión?

-          La conforme con la Sagrada Escritura: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres[63].

     La suerte estaba echada. A finales de abril de aquel mismo año, Marina de Guevara y un grupo numeroso de monjas y postulantes del convento de Belén fueron detenidas por la Inquisición y llevadas a su cárcel[64] como sospechosas de herejía luterana. Comenzaba así un largo camino procesal que, para varias de ellas, concluyó en el auto de fe de 8 de octubre de 1559[65]. No así para María Juana de Acuña, como tendremos ocasión de conocer en los siguientes capítulos de este relato.

Bartolomé de Carranza, Arzobispo de Toledo

 

 

5.   Curador a su pesar


     Las masivas detenciones inquisitoriales de abril de 1558 provocaron un terremoto en la villa, y no solo entre curiales y eclesiásticos. Alentado -si necesario fuese- por las severas indicaciones del Emperador[66], el Inquisidor General Valdés tomó las riendas de la investigación y requirió formalmente a las autoridades competentes para que prestasen el auxilio debido a la Inquisición, y a los inquisidores de Valladolid, a fin de que agilizasen y activasen los trámites judiciales en todo lo posible, sin dejar por ello de llegar hasta la raíz del asunto o, dicho de otro modo, hasta sus máximos responsables. Ello, sin duda, atañía a la Real Audiencia vallisoletana, cuyos oidores podían ser requeridos como cooperadores y consultores en la labor inquisitorial. Don Gaspar, con la cabeza hecha un avispero, comprendió que se hallaba, por una parte, en el grupo de los predestinados para colaborar con la Inquisición -no en vano era El Ortodoxo, hombre de piedad franciscana y de defensa por escrito del Purgatorio- y, por otra parte, se vería en la necesidad de prestar alguna ayuda eficaz a su pariente y recomendada, Juana de Acuña. En tan complicada tesitura, decidió confiarse al Presidente de la Chancillería.

     Era este el obispo de Ávila, Don Diego de Álava y Esquivel[67], hombre mayor y abierto, curtido en el Consejo Real y en el Concilio de Trento, donde adquiriría una cierta fama de proclive a la justificación por la fe y a poner coto a los excesos papales y episcopales, como manifestación de una necesaria reforma en la Iglesia. El Presidente escuchó a Zumel con atención y le repuso:

-          Ha hecho bien en acudir prontamente a mí, pues tenía el propósito de endosarle la cooperación con nuestros hermanos de la Santa Inquisición. La verdad, no sabía que tuviese tanta familiaridad con las desviadas benedictinas de Belén.

     Había algo de jocoso en la expresión de don Diego, pero el oidor se puso en guardia:

-          Tan solo la derivada del parentesco con la madre de la novicia de que le hablo, a cuyos deberes morales me debo de modo inexcusable, ya que no he sido capaz, hasta ahora, de apartarla de los males que se dice aquejaban a varias de las monjas del convento.

-          Bien está, zanjó el Presidente. Le exoneraré de toda cooperación con la Inquisición en este caso, siempre que me aporte justificante documental de que aquella acepta la intervención en favor de su pariente en este caso… No piense que es por desconfianza -agregó-, sino porque me temo que muchos de sus compañeros pongan toda clase de pegas para ayudar en tan poco grata cuestión.

-          Dicen que la Inquisición vallisoletana está en cuadro -comentó Don Gaspar- y que están llamando aprisa y corriendo a inquisidores y agentes de otros tribunales para salir del apuro.

-          Así es, confirmó Don Diego. Y se cuenta con la inminente presencia del propio arzobispo Valdés en esta villa, para hacerse cargo de la dirección de las diligencias en persona.

     Esa misma tarde, Zumel se presentó en las casas de la Inquisición, que hervían de testigos, parientes de los detenidos, familiares del Santo Oficio y agentes de este. A duras penas, logró abrirse paso y, haciendo valer su alta condición jurídica, exigir a un guardia que pasara recado de atención al primer inquisidor que pudiera atenderlo. Lo recibió con respeto y cierta ceremonia el licenciado, Francisco Vaca[68], al que Don Gaspar vagamente conocía, por lo que resolvió halagarlo, a fin de conseguir prontamente sus propósitos:

-          Ya veo, señor licenciado -admitió-, que están ustedes desbordados de trabajo. La verdad es que solo quiero una pequeña cosa, que le voy a exponer de inmediato, para que pueda seguir con sus ineludibles labores.

     Le tendió una carta y, mientras Vaca la leía, Don Gaspar prosiguió:

-          Ya ve. Se trata de que el Tribunal apruebe mi nombramiento como curador de la detenida, acusada de herejía, María Juana de Acuña, dado que se trata de una menor de edad y yo, como pariente suyo y oidor de la Chancillería, cuento con la confianza de su madre, pues el padre se halla en Italia o en Flandes, combatiendo en el Tercio Viejo de Nápoles[69].

-          No creo que haya objeción alguna para lo que pedís, pero habré de consultar con el otro inquisidor y con el fiscal, lo que haré cuanto antes, para evitar la repetición de las diligencias con la presencia de Su Señoría.

-          Mucho se lo agradeceré, como también que demore las declaraciones de Juana hasta que pueda asistirla como curador… Por cierto, ¿sería posible que la viese, para traerle algo de ropa y de comida?

-          Desde luego -aceptó Vaca-. Venga por aquí mañana a esta misma hora y tendré aparejada una estancia para que pueda desarrollarse la visita de la forma más digna y desembarazada posible.

***

     Zumel tuvo la buena fortuna de que, al visitar a Juana la tarde siguiente, esta aún no había sido interrogada por el fiscal ni los inquisidores. Gracias a ello, le trasladó, con la eficacia posible, la técnica de respuesta para las preguntas que sin duda le harían. Se había pasado diseñándola buena parte de la noche anterior, con la ventaja de conocer cómo solían ser aquellas inquisiciones, y el imponderable de desconocer los estrictos términos en que habían declarado denunciantes y religiosas confesas. La clave estribaba en mantener un equilibrio verosímil entre la negación de los cargos, la aceptación de los menos graves con un margen de duda o de amnesia y la disposición a rectificar cuanto estuviese en desacuerdo con la doctrina de la Santa Madre Iglesia.

-          Sobre todo, Juana -encareció Zumel-, no admitas haber hecho proselitismo ni pública ostentación de las ideas luteranas, ni tampoco impliques en tus faltas a las demás religiosas: Solo serviría para hacerte despreciable y cargar tu conciencia.

-          Nunca he pensado en delatar a mis hermanas -aseguró Juana-; pero me sabe mal negar mi convicción en aquello de lo que esté cierta.

-          No lo hagas, concedió Don Gaspar. Por ahora, bastará con que lo pongas en duda y te sometas al veredicto de la Iglesia. No me vengas -fingió irritarse el oidor- con que eres teóloga doctorada, o con que Dios te revela la verdad absoluta de su divina providencia.

     La joven no acababa de dar su brazo a torcer:

-          Expondré el caso a la Madre Guevara. Ha querido la Providencia -recalcó esta palabra- que nos hayan puesto a las dos juntas, en una misma celda… Parece que la cárcel está llena hasta los topes.

-          Sea, pues -suspiró Zumel-. Dejemos que Doña Marina dicte también tu conducta ante el Tribunal.

     Dos días después, Don Gaspar fue llamado a la Casa de la Inquisición, de orden del fiscal, Jerónimo Ramírez[70], para entregarle la credencial de curador de María Juana de Acuña en el proceso que se le iba a seguir por el Santo Oficio por el crimen de herejía. Por ausencia temporal del fiscal, recibió al oidor el canciller del tribunal, Julián de Alpuche. Era un sujeto muy hablador, al que Zumel le sonsacó fácilmente cuanto quiso:

-          Es cierto, señor oidor, reconoció Alpuche. La cárcel está atiborrada y no sería extraño el tener que alojar a los presos en tal promiscuidad, que se infringieran las reglas de la Inquisición. Ya sabe Su Señoría que estas casas van a ser abandonadas, para trasladarnos a un edificio más capaz en la calle Real de Burgos, pero las obras aún no han concluido[71]; así que…

-          Siendo así -apuntó Zumel-, tal vez sería posible que los inculpados menos peligrosos fueran colocados en arresto domiciliario, en la forma que sus ordenanzas permiten[72].

-          Siempre que encuentren a alguna persona de confianza y respeto que cuide de ellos y vigile sus movimientos -recordó el canciller-. Eso es cosa de convencer al fiscal, que no es ciego, desde luego, ante el agobio que aquí ya tenemos… y lo que se nos avecina.

     Alpuche parecía dispuesto a explicar con pelos y señales lo que se avecinaba, cosa que yo les expondré dentro de poco. Pero Don Gaspar prefería atenerse a lo que pudiese interesar a su tutelada:

-          ¿Y qué?, preguntó, ¿han declarado ya algunas de las monjas de Belén?

-          Ayer lo hicieron dos de las más importantes -repuso el canciller- y por cierto que de forma muy diversa. Una tal Catalina de Reinoso confesó de pe a pa todas sus malas prácticas y herejías, y no se recató de meter en el mismo saco a otras compañeras. En cambio, la Superiora, Marina de Guevara, lo hizo de manera tan astuta y respetuosa para las demás monjas, que el fiscal llegó a decir que ni el más sabio abogado lo habría hecho mejor[73]… Claro que no va a servirle de mucho, siendo, como era, la priora, o sea, como la abeja reina de una colmena de obreras luteranas.

     Zumel se tranquilizó interiormente. Era seguro que Marina y Juana habían hablado entre ellas y aceptado la forma de contestar sugerida por él mismo. En cualquier caso, cuando le tocase declarar a Juana, estaría presente y lo constataría. Se despidió de Alpuche hasta el instante en que le tocase a Juana responder a los inquisidores, lo que sería a los pocos días. Ese podía ser el momento de intentar que la joven abandonase la prisión del Santo Oficio y se acogiera a su domicilio de la calle de la Cuadra, como tenía decidido solicitar.

***

     Concluida la declaración de Juana ante el tribunal -que se desarrolló en presencia de su curador y conforme a las indicaciones que este le había hecho-, Don Gaspar pidió al fiscal Ramírez que le concediera unos minutos de audiencia para aclarar el futuro de la tutelada. Lo encontró bastante enfadado y poco propicio a aceptar solicitudes benévolas:

-          Estas monjitas -gruñó- parecen aleccionadas por el Maligno, de lo ladinas que se han vuelto. Y como además están en esta cárcel revueltas unas con otras, se comunican las malas mañas. No sé si ha podido apreciar que su protegida ha declarado exactamente igual que su Superiora, hace unos días...

-          No me consta -mintió Zumel-, pues desconozco lo que haya dicho la Guevara. En todo caso, bien puede concedérsele el favor de la duda y concluir que no guía sus palabras el diablo, sino la verdad.

-          De cualquier forma -replicó Ramírez-, tengo pruebas más que suficientes para acusarlas a todas. Claro que -matizó- a cada una, según su responsabilidad. No será lo mismo para una monja cuarentona y con mando, que para una novicia tan joven como la suya.

-          Me alegro de que lo admita -repuso el oidor-, porque quiero pedirle una gracia algo especial, pero que entra plenamente dentro de la ley y de su competencia.

-          Usted dirá.

-          Se trata de que no pida para ella prisión durante la tramitación del proceso. Es casi una niña y ya ve lo atestada que se halla la cárcel. Además, usted y yo sabemos que la duración de la causa hasta llegar al auto de fe va a ser larga.

-          ¿Por qué sospecha usted eso?, inquirió Ramírez, intrigado.

-          No hay más que ver que el número de inculpados aumenta de día en día y es vox pópuli que Don Fernando de Valdés está dispuesto a llegar hasta el fondo de este pozo de herejía, caiga quien cayere, con pleno apoyo del Papa.

-          No le falta razón, Don Gaspar, pero bien puede dividirse la continencia de la causa, para juzgar primero a quienes ya hayan sido investigados suficientemente.

     Zumel no quería entrar en sutilezas procesales y decidió ir derecho al grano:

-          En fin, Señor Fiscal, veo que no está propicio a mi ruego en favor de Juana de Acuña, pese a ser ella, como rezan sus Ordenanzas, persona de calidad y consideración. De modo que no me deja otra solución que la de acudir a los inquisidores, para que rechacen su solicitud de prisión. Habiendo de adoptarse esta por unanimidad, malo será que no haya uno que comparta mi punto de vista.

     El fiscal pareció sorprendido de la enérgica resolución de Don Gaspar y comprendió que tenía muchas posibilidades de prosperar, tanto por razones de justicia, como de influencia del recomendante. Plegó velas y optó por ser él quien se apuntase el tanto:

-          La verdad, Señor Oidor, es que no tengo tomada aún la resolución de pedir cárcel para su patrocinada. Si usted saliese, digamos, fiador por ella…

-          Sin dudarlo -afirmó Zumel-. ¿Qué consideraría usted bastante para evitar su prisión?

-          Juana tendría que alojarse en su casa de esta villa, sin salir de ella más que a la misa dominical o en caso de fuerza mayor, siempre acompañada de Su Señoría u otra persona de su confianza autorizada por usted…

-          Cuente con ello, interrumpió el oidor, creyendo que aquello era todo. Mas el fiscal, haciendo caso omiso del inciso, prosiguió:

-          Habrá de estar en todo momento a disposición del tribunal, acudiendo a su llamada cuantas veces se la requiera. Y de todo ello será usted directamente responsable. Ya sabe lo que eso significa…

-          Desde luego -presumió Zumel-. Por un quítame allá esas pajas, podría ser procesado como cooperador con una hereje y sometido por ello al juicio de la inquisición.

     Ramírez sonrió con la vehemencia, un tanto exagerada, de su interlocutor, pero confirmó lo dicho por este:

-          No creo que la cosa llegase tan lejos, siempre que Su Señoría cooperase eficazmente para atrapar a la fugada y esto se consiguiera prontamente. Peor sería la situación para quien se escapare, pues con ello no haría sino agravar su situación y, por supuesto, perder el beneficio de libertad provisional.

-          Estoy totalmente de acuerdo -concluyó Don Gaspar-. ¿Cuándo puedo llevarme a Juana?

-          Habrá de esperar unos días, hasta que el tribunal conceda lo que usted le pide. Y, antes, habrá de firmar ante mí y el canciller su asunción de responsabilidades y el compromiso de cumplirlas. Si tiene la bondad de esperar unos momentos, procederemos a redactar el oportuno documento[74],[75].  

Iglesia dominicana de San Pablo (Valladolid)

 

 

6.   Dos autos de fe y una recusación sensacional


   Año del Señor de 1559. De una carta de Don Gaspar Zumel al maestro, fray Domingo de Soto, fechada a 2 de junio de 1559:

     Le envío esta misiva por un propio de toda confianza pues estoy convencido de que, con los tiempos que vivimos, de ser interceptada, Su Paternidad y yo podríamos incurrir en reproche de la Santa Inquisición. Con todo, no puedo menos de escribirle, todavía impresionado -y consternado- por el auto de fe habido en esta villa el pasado 21 de mayo -domingo de la Trinidad-, al que no tuve más remedio que asistir, dada mi condición de oidor de la Chancillería. Cuanto aquí tuvo lugar no es para relatar con pormenor en una carta[76], sino en una de esas sabrosas conversaciones que usted y yo solíamos mantener en otro tiempo, sin duda más feliz y esperanzado que el presente…

     … Se desarrolló en la Plaza del Mercado[77], con un calor sofocante, ante un inmenso gentío y bajo la presidencia de la infanta gobernadora, Doña Juana, y del heredero de la corona, el príncipe Don Carlos, con la asistencia preeminente del Inquisidor General, el arzobispo Valdés. Predicó el sermón -largo como de una hora- aquel cuervo, ave de mal agüero, que Su Paternidad me llevó a saludar en Valladolid, ahora electo obispo de Canarias, fray Melchor Cano, quien, en honor de los clérigos que iban a ser ajusticiados, escogió el motivo: Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros a guisa de corderos, pero en realidad son lobos rapaces[78]Si no perdí la cuenta, los condenados fueron veintinueve, a los que habría que añadir la efigie y huesos de una señora fallecida meses atrás. De ellos, catorce sufrieron pena de muerte, si bien solo uno fue quemado vivo, por impenitente y contumaz…

     … Seguro que se preguntará usted si, entre los condenados de este triste día, se hallaban las monjas de Belén, o mi tutelada novicia. No hubo tal pues, por motivos que solo pueden conjeturarse, el arzobispo Valdés decidió que otros tantos como los castigados el día de la Trinidad lo sean más adelante; entre ellos, las religiosas indicadas… Dicen unos que no quería hacerse un auto de fe tan numeroso. Otros, que el ejemplo para el pueblo será mayor si se repite próximamente. Los más perspicaces arguyen que Valdés tiene torvos designios contra personas muy destacadas y está tratando de acopiar testimonios contra ellos, a base de dar tormento o hacer promesas de benevolencia a ciertos reos que esperan la muerte. No lo pongo yo en duda, y hasta me atrevo a augurar malos tiempos para otro compañero de Su Paternidad, que acaba de ser promovido a la archidiócesis primada de Toledo[79]. Mas, si así fuere, no acierto a imaginar qué relación puedan tener las benedictinas de Belén con el susodicho prelado, que se ha pasado los últimos años en Inglaterra y Flandes, acompañando como predicador y confesor al ahora rey, Don Felipe…

     … Mi cuidado de Juana de Acuña es fuente de constantes inquietudes y pesares, por múltiples razones. Ciertamente, aunque aún no se ha pronunciado sentencia contra ella, tengo la seguridad -por confidencias de algunas personas muy próximas al tribunal- de que será condenada como hereje, aunque apreciando en su favor la tierna edad y el hecho de que no haya adoctrinado a nadie. Ello la librará a buen seguro de la hoguera que, en cambio, habrá de quemar a varias de las monjas de su comunidad. De todas formas, el rigor de la Inquisición en el caso precedente ha provocado en Juana un estado de agitación por lo inicuo de los castigos, que alterna con profundos decaimientos por el futuro que aguarda a Doña Marina de Guevara y a las demás hermanas… Estas circunstancias me llevan a no poner en práctica con ella los sabios consejos que Su Paternidad tuvo a bien darme, cuando supo que me había convertido en curador de Juana. Así pues, me estoy limitando a poner a su alcance libros de piedad y a autorizarla para que acuda a la iglesia de San Pablo, no solo los domingos -como le está permitido-, sino aquellos días en que hay prédicas o devociones a cargo de vuestros hermanos de Orden más amorosos. De todas formas, lo que más bien le hace son las visitas del padre Demetrio, franciscano de esta villa, al que por ello conozco y tengo en buen concepto. Ignoro si será el mismo fraile anónimo de la Orden que visitaba a menudo el convento de Belén con gran contento de las hermanas pero, de cualquier modo, confío en su buena doctrina, así como en que su juventud y afabilidad conforten el ánimo de mi tutelada para afrontar las duras pruebas que, a no dudar, le aguardan.

***

     Si nuestro oidor padecía continuas inquietudes a causa de su tutelada, no era por el talante y comportamiento de Juana que, agradecida por los desvelos y atenciones de Don Gaspar, se mostraba obediente y afectuosa, tanto con él, como con la dueña que este había contratado para hacer más respetable y mejor atender la casa mientras residiera en ella la joven[80]. Las visitas que casi todos los meses recibía de su madre y hermanos contribuían a hacerle la vida más amable y a valorar con justedad el favor que recibía de Don Gaspar, al que debía su libertad y bienestar temporales. De forma tácita, curador y tutelada habían acordado evitar en lo posible los temas dogmáticos, lo que era del agrado de Don Gaspar quien -como ya hemos ido comprendiendo- entendía la religión en términos de caridad y procuraba eludir cuanto pudiese poner el peligro su tranquilidad, cuando en ello no paraba beneficio para nadie. Solo en una ocasión Juana y él entraron en coloquio doctrinal, y fue precisamente en un punto que le era imposible obviar a Zumel, por atañerlo personalmente. Preguntóle Juana:

-          ¿Es cierto lo que se comentaba en el convento, de que Su Señoría es el autor de ese folleto en que se justifica la existencia del Purgatorio con base en la Justicia absoluta de Dios?

-          En efecto -hubo de reconocer Don Gaspar, respecto de aquel pliego anónimo, repartido en las iglesias de Valladolid en el año 1556-. Pero ni un simple folleto era, sino apenas un pliego que el abad de Santa María tuvo a bien dar a conocer por doquier en esta Villa… ¿Qué, acaso lo leíste en el convento?

-          Que yo sepa -negó la joven-, no fue bien conocido de la Comunidad. Ha sido en esta casa donde, al ver un rimero de copias, he tenido el atrevimiento de examinar una de ellas.

     Don Gaspar se ruborizó, pues había tenido la vanidad de pedir que le devolviesen los ejemplares sobrantes, no para destruirlos, sino para repartirlos entre quienes más adelante se los solicitaran.

-          En efecto, reconoció, por ahí anda lo menos un centenar y medio, que acabarán comiendo los ratones… Quizá es lo que merece un trabajo tan nimio.

-          Seguramente que merece una mayor reflexión y detenimiento, pues no son muchos los que tratan del Purgatorio como jueces, y no como sacerdotes o religiosos. Pero no quiero discutir sobre castigos divinos e indulgencias humanas, sino transmitirle una observación que se me ha ocurrido al reflexionar sobre ese trabajo suyo que ha calificado de nimio.

-          Te escucho.

-          Ya que ha valorado el Purgatorio en términos de justicia, ¿por qué no hace otro tanto con el Infierno? Entiéndase: el Infierno, como lugar de castigo y de sufrimiento eternos, definitivos.

     Zumel meditó durante unos momentos y vaciló al contestar:

-          Creo que, ni Lutero, ni Calvino, dudan de la existencia del Infierno para los ángeles caídos y los hombres que sean condenados. No veo el motivo por el que habría de dar vueltas a un punto que puede ponerme en la vía de esa terrible institución que a ti te tiene acoquinada.

     Juana protestó haber sido malentendida:

-          No he sugerido que, en lo tocante al Infierno, la Santa Iglesia esté, o no, equivocada. Solo se me ha ocurrido sugerirle que enfocase y estudiase el asunto en términos de Justicia absoluta… Y que conste que me ha encantado su punto de vista de que, entre la conciencia recta del hombre y la voluntad de Dios, no puede haber disconformidad, por cuanto Nuestro Padre nos creó, hombre y mujer, a su imagen y semejanza.

     Don Gaspar, pese a la matización, no quiso comprometerse. A lo más que llegó fue a asegurar a Juana, con cierta chanza:

-          Si algún día me da por entrar en el Infierno en vida, prometo dedicarte el relato de mi cálida estancia en el mismo.

-          Espero que no sea in memoriam -replicó Juana con ingenio-.

***

     Así estaban las cosas, en espera de una inminente decisión inquisitorial respecto de los reos que habían quedado al margen del auto de fe del mes de mayo. Al parecer, se esperaba a que Felipe II regresara de Flandes y presidiera un segundo auto, a celebrar en la villa vallisoletana[81] una vez que el Inquisidor General Valdés hubiese sacado todo el partido posible de los inculpados, con vistas a robustecer las endebles pruebas de herejía que había recabado contra Bartolomé Carranza. Finalmente, explotó el escándalo que estaba incubándose, al menos, desde el año anterior[82]: El día 22 de agosto de 1559, Carranza fue detenido por agentes de la Inquisición dentro de su diócesis toledana[83] y llevado incontinente a la prisión de Valladolid. Muy pocos días después, Don Gaspar recibió una carta del maestro Domingo de Soto, traída en mano por un hermano lego del convento salmantino de San Esteban. Fray Domingo se manifestaba así:

     No le importunaría, si no entendiese que presto un servicio a la justicia y que su bondad se compadecerá de la víctima de este atropello y de este pobre siervo de Dios que, cargado de achaques y de años, camina a paso vivo hacia la tumba[84].

     Seguía el ilustre fraile desgranando las múltiples causas de inquina que el arzobispo Valdés había ido acumulando contra Carranza, cuando menos, desde que lo había dejado en evidencia por el escandaloso absentismo de sus sucesivas diócesis. Y, en cuanto a la dudosa ortodoxia de algunas de las proposiciones del Catecismo Cristiano, Soto recordaba:

     Considere Su Señoría que mi hermano de Orden fue llevado contra su voluntad a la Inglaterra por el entonces príncipe Don Felipe, esposo de la reina María[85], con el propósito, entre otros, de ganarse la voluntad de aquellos cismáticos -más que herejes-, haciendo cuantas concesiones doctrinales fueran posibles sin resultar contrarias a la fe católica. Ese es el origen y sentido del Catecismo, que por ello puede resultar duro de tragar para un inquisidor, pero que, en lo que yo sé, nada contiene de claramente herético ni, desde luego, ha sido redactado con desviada conciencia o mala intención…

     El fondo y objeto de la carta venía acto seguido:

     El arzobispo Carranza, por consejo de sus abogados[86] y asesores, parece dispuesto a promover un incidente que aparte del proceso a su enemigo, o contrario, Valdés, de los llamados de apartamiento o recusación. Como Su Señoría sin duda conoce, no es empresa fácil ni frecuente el lograr que prospere dicha solicitud, máxime afectando al Inquisidor General. Por eso, el acusado quiere designar como defensor de su tesis a alguien que sea, a la vez, experto en leyes y de elevado puesto en la política y en el afecto de Su Majestad. En ello anda e ignoro quién será el escogido, pero lo que sí es indudable es que precisará de formar una junta de consiliarios o expertos que le ayuden en su labor. He aquí una tarea que ni pintada para Su Señoría, residente en Valladolid, donde es justamente reconocido y respetado, con fama de ortodoxo y -me atreveré a decirlo- no muy aficionado a quienes están convirtiendo los juicios de la Inquisición en un baño de sangre[87]

     Por último, en un nota bene después de la firma, Soto hacía énfasis:

     El propio fray Bartolomé -que le recuerda con afecto- participa de mi iniciativa y agradece a usted cuanto se digne hacer en pro de su causa.

     ¿Cómo negarse a tan humana petición y desairar a un amado maestro en peligro de muerte? Zumel contestó favorablemente a la misiva de Soto y se dispuso a entrar en contacto con la representación letrada de Carranza, aunque algo en su interior le dijera que no saldría indemne del envite.

Grabado muy imaginativo de un auto de fe en la Plaza Mayor de Valladolid

***

     A los pocos días de su ingreso en la cárcel inquisitorial de Valladolid, en efecto, Carranza presentó al tribunal su recusación del Inquisidor General Valdés como instructor y enjuiciador de su causa, alegando la existencia de una animosidad personal contra él. En ese mismo mes de septiembre de 1559, se procedió, conforme a las Ordenanzas del Santo Oficio, a designar a dos jueces del incidente, que habrían de dar su resolución de manera inapelable. Por el fiscal del caso, se propuso el nombramiento del oidor de Valladolid, licenciado Isunza, un recién llegado a la Chancillería, aunque con buena experiencia en la Universidad de la villa[88], a quien Don Gaspar había tratado poco y de quien se decía que había llegado a altos cargos por la fama y fortuna heredadas de su padre. Por el arzobispo Carranza, de manera un tanto precipitada, se designó al consejero de Indias, Juan Sarmiento de Mendoza[89], para sostener su tesis recusadora pues, si bien tenía experiencia anterior como profesor de Salamanca y oidor en Granada, llevaba varios años enfrascado en las muy diversas actividades de un consejero de Indias. Fue, por tanto, muy celebrada la incorporación de Zumel al equipo jurídico; tanto más, cuanto que estaba en posesión de un venero de datos y argumentos, gracias a la carta de Domingo de Soto, que conocía mejor que nadie los enfados y rencillas entre Valdés y Carranza. Pero, además de preparar el escrito recusatorio, Don Gaspar hizo algo más, que casi siempre le daba buenos resultados: Fue a entrevistarse con la parte contraria, Juan de Isunza, y le propuso actuar con total buena fe y cooperación:

-          Comprenderá usted, Don Juan, que, con todos los hechos que acabo de exponerle y probarle, una discusión cerrada y un dictamen discrepante no haría sino perjudicar el buen nombre del Inquisidor General. Mejor es, desde todos los puntos de vista, que se reconozca la existencia de enfrentamientos entre ambos arzobispos -algo normal y muy común en la Iglesia- y evitemos escándalos. A fin de cuentas, agregó Zumel, Valdés bien puede seguir adelante con su opinión de herejía y hacerla prosperar por medios más indirectos, pero igualmente eficaces. ¡Siendo Inquisidor General y apoyado por Su Majestad!...

-          No sé qué le diga, aparte de darle las gracias por su gentileza, replicó Isunza. Dudo de que Valdés no vaya a salir malparado, si la recusación prospera; pero, qué diablos -¡perdón!-, las pruebas de enemistad y malquerencia son concluyentes, y a ello debemos atenernos, pues que somos juristas y tenemos que ser imparciales.

-          Y algo más -susurró Don Gaspar-. Valdés se ha metido sin prudencia ninguna en un tremendo avispero del que le va a ser difícil salir sin aguijonazos. ¡Él se lo ha buscado!

-          Sea, concluyó Isunza… Y preparémonos para un buen sofión de Valdés, que no es hombre que pase por alto las discrepancias.

     Y así, después de mucho coordinarse y superar las dificultades, en febrero del año siguiente, 1560, Valdés era apartado de la instrucción del proceso contra Carranza, designando el rey, para sustituirlo, al arzobispo de Santiago, Don Gaspar Zúñiga[90]. Y, aunque el procedimiento siguió durante muchos años[91], y acabó con la imposición pontificia de que Carranza abjurase de dieciséis proposiciones consideradas dudosamente ortodoxas[92], lo cierto es que la estimación de la recusación de Valdés resultó esencial, tanto para el futuro de la causa, como para la caída del Inquisidor General en la consideración del monarca[93].

     Pero todo eso es historia, grande o menuda. A mí me toca seguir los pasos de Don Gaspar Zumel. Y a fe que en esta cuestión tuvo razón su colega Isunza, pues nuestro oidor se llevó un sonoro sofión de parte de Don Fernando de Valdés, con la cooperación necesaria de Juana de Acuña. Dediquemos al tema el siguiente capítulo de este relato.

 

 

7.   La fuga de Juana de Acuña y sus consecuencias

 

     No olvidaría Don Gaspar mientras viviese el día de San Mateo[94]. Acababa de entregar a Don Juan Sarmiento su minuta acerca de los motivos que abonaban la recusación del inquisidor Valdés y le embargaba una intensa sensación de bienestar, como quien acaba de liberarse con fruto de un trabajo agobiante y enojoso. La mañana se torció a eso del mediodía, cuando fue comidilla de la Audiencia la noticia de que una de las mujeres que se hallaban en la cárcel, esperando sentencia y auto de fe, había intentado suicidarse, clavándose unas tijeras en la garganta[95]. No era algo inusitado pero, ante la duda inicial de que pudiese tratarse de una de las monjas en espera de juicio, Zumel concluyó su trabajo diario y se encaminó a las casas de la Inquisición para recabar noticias más precisas. Se las brindó el canciller Alpuche con su prolijidad acostumbrada, invitándole a compartir comida con él en una taberna de la calle de la Galera. Era ya tarde y estaba hambriento; de modo que aceptó compartir con el charlatán una olla podrida[96] que se salía del mundo, en metáfora del amo del figón. Se le hizo un nudo en el estómago cuando, entre bocado y bocado, tras un buen buche de lo de Cigales, Alpuche se sinceró:

-          No crea usted que me hago el ignorante, sino que los inquisidores mantienen sobre la sentencia el mayor de los secretos. Para mí que el arzobispo Valdés, recusado y todo, está manejando los hilos y ordenando severidad. Lo único que he llegado a saber es que más de la mitad de los reos van al palo[97], sin la menor lenidad para con las mujeres[98].

     Zumel preguntó:

-          ¿Y las monjas?

-          ¡Qué se yo!, respondió Alpuche, encogiendo los hombros. Algunas irán a la hoguera, pues lo del convento de Belén ha sido demasiado ostentoso. Las demás, a lo mejor libran, como la que condenaron en mayo[99], aunque no pueda olvidarse -guiñó el ojo ostensiblemente- que era hija, nada menos, que del marqués de Poza.

     Acabada la comida, con gran pesadez y bastante galbana, Alpuche le hizo una oferta casi irresistible:

-          Dicen que usted está muy a favor del arzobispo de Toledo…

-          ¡¿Quién lo dice?!, exclamó Zumel, sorprendido de lo rápido que se había corrido lo de su apoyo a la recusación.

-          Velay, sonrió Alpuche. Se lo digo porque, si lo desea, le puedo aprestar una visita esta misma tarde.

     Muy del brazo para sostenerse mutuamente, canciller y oidor tomaron por la calle de Pedro Barruecos. Demasiado tarde para excusarse, Don Gaspar comprendió que no estaba en la mejor situación etílica como para cumplimentar al arzobispo; no obstante, hizo de tripas corazón y pasó por el escusado, aliviándose de todo cuanto pudo.

-          ¡Hijo mío, Gaspar!, exclamó Carranza al verlo ante sí, en la penumbra de la celda. ¡No sabes la alegría que me da verte! En verdad, no hay hombre más rico que aquel que tiene buenos amigos…

     Era ya anochecido cuando Zumel, ya sobrio y muy emocionado, se despidió del ilustre reo, al que había llevado una gran esperanza. Con paso vivaz, se encaminó a su casa, de donde había salido, la broma de doce horas antes. Seguramente, su ausencia había durado demasiado tiempo.

***

     Apenas había abierto la puerta del zaguán, Don Gaspar fue interpelado por la dueña, toda azorada:

-          ¡Por fin, señor! ¿No viene con usted Juana?

-          ¿A ton de qué?... Pues… ¿no está en casa?, inquirió con súbita preocupación el oidor.

-          No, a fe mía -respondió Romualda, la dueña-. Salió muy de mañana de casa, apenas hubo usted partido para el trabajo, y me dijo que iba a misa de ocho a San Pablo y luego se encontraría con Su Señoría en Chancillería, que tenían que ir a la casa de la Inquisición, donde había sido requerida su presencia.

-          ¿Y cómo demonios no la acompañaste a todo, como te tengo ordenado?

-          Vino a buscarla ese fraile de su confianza…, fray Demetrio, y se ofreció a ser él su guardián, puesto que tenía que confesarla y hablar luego con Su Señoría.

     Zumel, entre el temor y la ira, se abstuvo de seguir hablando y volvió a salir de casa, tomando la vía del convento franciscano. Llegar allí a toda prisa le llevó cinco minutos, y poco más que le abrieran el portón y tener a su presencia al Padre Prior.

-          En efecto, Don Gaspar -le confirmó-. Fray Demetrio acudió a maitines y salió seguidamente del monasterio, apresurado y con un hato al hombro. Cuando le preguntó el portero, le contestó que iba a recoger limosnas… y hasta ahora.

-          No dé aviso de su ausencia hasta mañana -solicitó Zumel-. No hay por qué provocar un escándalo antes de lo preciso.

-          Pero ¿cómo sabía usted que faltaba del convento fray Demetrio? ¿Acaso ha sufrido algún robo o asalto del que tenga constancia la justicia?

-          Le repito -insistió muy serio el oidor-, que espere a mañana. Hacia mediodía hablaremos.

     Es obvio que Zumel nada había advertido al prior acerca de la intempestiva visita de fray Demetrio a su casa, ni, menos aún, de que hubiera salido de ella con excusas, acompañado de Juana. Trataba de ganar tiempo y tomar la mejor resolución posible, para lo que tenía una dura noche por delante. Regresó al hogar dando un rodeo, pensando. Ordenó a Romualda que no le sirvieran otra cena que dos manzanas y un vaso de hidromiel caliente, y que ella y el resto del servicio se retiraran a descansar, pues todo había quedado aclarado. Y, en efecto, así era…, pero para él: La novicia y el fraile habían puesto pies en polvorosa, con la intención inmediata de huir de la Inquisición, y vaya usted a saber con qué objetivo último. Mas el oidor, pese a su ortodoxia y deberes de justicia -o, tal vez, por ello-, estaba dispuesto a conceder a Juana todo el tiempo que pudiese, siempre que no se delatara como lo que de ningún modo era: un favorecedor de herejes. Cumpliría, pues, una demora razonable en denunciar la desaparición de Juana y, luego, que la Providencia hiciera con esa desagradecida e inconsciente lo que tuviese decidido. Tomada tal resolución, se puso a la tarea de escribir una minuta de lo que diría a los inquisidores cuando fuere interrogado al respecto. Se le ocurrió dejar también escrita una carta informativa a la madre de Juana, pero descartó al poco tal idea: No era cosa de atribular a la buena mujer con una noticia tan sobrecogedora. Aunque las probabilidades no fueran muchas, ¿quién podría aseverar que la pareja en fuga no pudiese alcanzar la seguridad, sin ser previamente detenidos?

Primera página de un documento coetáneo, que enumera a los reos del auto de fe de 8 de octubre de 1559 en Valladolid

***

     Año del Señor de 1560. Han transcurrido seis meses desde aquel aciago 21 de septiembre, en que Juana de Acuña desapareció de Valladolid, en compañía del franciscano, fray Demetrio de Pobladura. Ha sido un semestre rico en noticias y consecuencias, salvo en un aspecto sustancial: Juana y fray Demetrio continúan en paradero desconocido. Por la villa circulan toda clase de bulos y leyendas, cada vez más extendidos y disparatados. Ha llegado a decirse que la joven fue liberada de la cárcel de la Inquisición a golpe de puñal por el fraile, tras reducir y atar con su propio rosario a un dominico que la custodiaba[100]. Se ve que el vulgo no conocía -u olvidaba- que Juana se hallaba en custodia, acogida al domicilio de Don Gaspar Zumel. La verdad es que, aunque no es el primer reo que huye antes de su auto de fe, sí que es el primer caso vallisoletano en que la fuga parece haber tenido éxito[101]: Seis meses es mucho tiempo y la gente opina que el dúo ha conseguido burlar a los inquisidores, y muchos se congratulan de ello. ¡Pero todavía es muy pronto para cantar victoria, como el futuro pondrá de manifiesto!

     Para nuestro oidor ha sido tiempo de disculpas, explicaciones y denuncias. Su ausencia de la casa cuando tuvo lugar la fuga, así como la decisiva intervención de un tercero, parecen alejar de Don Gaspar sospechas de connivencia en los hechos, aunque no le libran de la responsabilidad por no haber custodiado a su tutelada con toda la diligencia exigida en las normas. El fiscal Ramírez, riguroso e incansable, ha preparado una lista de motivos por los que juzga que Zumel no está exento, ni mucho menos, de culpa en lo sucedido:

·         Al recibir en su casa, como curador y garante, a la acusada Juana de Acuña, se comprometió a mantener unas condiciones de vigilancia y aislamiento de la misma, que no ha observado con el debido rigor y diligencia.

·         Don Gaspar Zumel es pariente de Juana de Acuña y muy afecto de la joven, por cuya inculpación inquisitorial estaba muy pesaroso, deseando evitarle todo daño por ello, en cuanto fuera posible.

·         La asiduidad con que fray Demetrio de Pobladura ha estado visitando a la joven, hasta hacerse con su confianza y complicidad, demuestran que Don Gaspar Zumel ha consentido relaciones peligrosas y no permitidas por las reglas que gobiernan el arresto domiciliario de los inculpados.

·         El susodicho fray Demetrio pertenece a la comunidad vallisoletana de San Francisco, con la que Don Gaspar mantiene constantes relaciones, y por su edad aún joven -treinta y dos años- era de temer que se ganara el afecto de Juana, en calidad de varón, además de como consejero espiritual.

·         Según declaración del prior de San Francisco, Don Gaspar lo visitó hacia las nueve de la noche en que se produjo la fuga, preguntando por la ausencia de fray Demetrio del convento, lo que hace suponer que, desde el primer momento, sospechó Don Gaspar que Juana y el expresado fraile se hubiesen marchado juntos, con paradero desconocido.

·         Ítem más: Don Gaspar pidió al padre prior que no diese cuenta de la ausencia de fray Demetrio hasta que, al día siguiente a mediodía, volviese a encontrarse con él, lo que en realidad no acaeció hasta las seis de la tarde de dicho día.

·         Con vanas disculpas, que carecen de testigos que las apoyen, Don Gaspar Zumel no dio cuenta al tribunal de la Santa Inquisición de esta villa de la desaparición de Juana de Acuña hasta las ocho de la tarde del día siguiente al de la fuga, es decir, día y medio después de haberse esta producido. Este retraso ha sido decisivo para que la acusada y su fautor no hayan sido detenidos hasta ahora, siendo opinión general que hayan podido salir de estos reinos, por tierra o por mar.

·         Don Gaspar Zumel, al atardecer del día de San Mateo -en que se produjo la fuga de Juana de Acuña-, manifestó a sus criados que todo había quedado aclarado y que podían retirarse a descansar, sin denunciar los hechos ni tomar ninguna providencia por los mismos.

     Con todo y con eso, no parecía fácil que el tribunal se decidiese a encausar a Don Gaspar -todo un oidor de la Chancillería, con fama de ortodoxo-. Se lo manifestó así el canciller Alpuche, que había tomado mucho afecto por Don Gaspar, desde la comida en común del día de San Mateo:

-          No se inquiete, Don Gaspar, que no tienen nada sólido contra usted. Lo importante es que cojan a esa pareja de tortolitos. Al que sí que vamos a darle su merecido es al fraile: No creo que se libre con menos de cárcel perpetua.

-          ¿Por qué se refiere usted a los fugados como los tortolitos?, inquirió molesto el oidor.

-          ¡Caramba, Don Gaspar! No es preciso ser muy mal pensado para deducirlo. Ya sabe usted lo que hacen los frailes herejes con las monjas: Lutero, sin ir más lejos…[102] Si no hubiese tenido ese propósito, ¡a buenas horas se la iba a haber jugado fray Demetrio por la muchacha! Lo dicho: casados… o amancebados.

     Zumel tuvo que admitir para sí que Alpuche debía de estar en lo cierto. Y, a fin de cuentas, poco se le daba ya a él de la mala fama que estuviera cogiendo Juana, la ingrata, como él la llamaba. Claro que, más que desagradecida, había sido estúpida. En efecto, en el auto de fe del 8 de octubre pasado, las monjas de Belén que estaban en la misma condición secundaria que Juana habían sido condenadas, tan solo, a quedar privadas del voto activo y pasivo en su comunidad[103]. Pero, al haber tenido el tribunal constancia de su huida, había agravado la pena de la rea ausente hasta extremos difícilmente soportables para una moza tan tierna: reclusión perpetua en el convento, portando el sambenito de por vida[104].

***

     Así estuvieron las cosas por unos meses. Incluso, Don Gaspar siguió ejerciendo sus funciones de oidor, sin otra medida cautelar que la de no poder salir de Castilla sin permiso del tribunal de la Inquisición. Pero en febrero de 1560, se hizo público el dictamen de los dos jueces designados para pronunciarse sobre la recusación del arzobispo Valdés, en el proceso contra su homólogo Carranza. La decisión fue contraria a Valdés, quien tuvo que abstenerse de proseguir como instructor del asunto. El Inquisidor General montó en cólera, que lanzó como pudo contra cuantos, de un modo u otro, lo habían puesto en evidencia. Como sabemos, ocupaba entre ellos lugar destacado el oidor Zumel el cual, de inmediato, sufrió las consecuencias. Los inquisidores apoyaron la solicitud del fiscal de procesarlo. Se le suspendió en sus funciones judiciales y, como buena componenda, se le recluyó en el convento de San Pablo, de los dominicos de Valladolid, bajo la supervisión del Provincial, Melchor Cano, el cual se comportó humanitariamente con Don Gaspar, aunque -como nos consta- no tuvieran de antes una buena relación.

     El proceso se desarrolló con celeridad, habida cuenta de que Zumel reconoció los hechos, incluido el de que hubiera dejado pasar todo un día antes de denunciar a la Inquisición la fuga de Juana. Así mismo, admitió que permitía a la joven más salidas de su casa que la precisa para la misa dominical, así como la ligereza de haber tolerado que el relativamente joven fray Demetrio de Pobladura frecuentara a Juana, so pretexto de confesarla, o de iluminar su entendimiento con santa doctrina. Únicamente rechazó la imputación de que había incurrido en la demora, no por negligencia, sino con el deliberado propósito de facilitar la huida de su protegida; una negativa un tanto ridícula, pues tal descuido era inexplicable en un oidor. Solo reaccionó con vivo rechazo ante la sugestión de que hubiera debido comprender que, en la asiduidad del fraile, había más interés humano que dedicación divina. Zumel miró despectivamente al fiscal, canónigo del cabildo del Burgo de Osma, y lo zahirió:

-          Yo creía que, en cuestiones de rijosidad, los clérigos -como vuestra paternidad, sin ir más lejos- gozaban cuando menos del favor de la duda.

     Sin duda ni favor, Don Gaspar Zumel de Valdajos fue condenado por el tribunal de la inquisición de Valladolid, como fautor de la fuga de la hereje condenada, Juana de Acuña, a las penas de 200 ducados de multa[105], seis años de destierro de Valladolid y las tierras próximas, hasta una distancia de veinte leguas[106], y pública reprensión de su conducta en el auto de fe pertinente.

     Aunque la condena no incluyese la pérdida de su cargo de oidor, el destierro y su propia estimación hicieron que Don Gaspar presentara inmediata renuncia al mismo, levantara su casa vallisoletana en la calle de la Cuadra y decidiera dar un nuevo rumbo a su vida profesional. Por conocer la ciudad y su abundante tráfico mercantil, así como por no estar lejos de su familia de Lerma, optó por establecerse como abogado en Burgos, donde abriría despacho de letrado a principios del siguiente año, 1561. Allí le llegaría la triste noticia de la muerte de su maestro, fray Domingo de Soto, acaecida el 25 de noviembre del año anterior. También habrían de llegarle otras jugosas nuevas, más pertinentes a esta historia, las que tendré mucho gusto de narrar a ustedes, si tienen la paciencia precisa para escucharlas.

 

 

8.   Del desastrado fin que tuvo la fuga de Juana y fray Demetrio


La huida de una hereje en 1559 (J.E. Millais, Museo de Ponce)


     Año del Señor de 1563. Gaspar Zumel continúa cumpliendo la pena de destierro pero, en realidad, apenas se acuerda de sus tiempos de oidor, ni de los sinsabores que le trajo el dejar de ser un hombre que eludiera el peligro voluntario y se recluyera permanentemente en su mundo de leyes y de caridades. Actualmente, se ha abierto camino como abogado y, tras el fallecimiento del padre, ha llevado a vivir con él a Doña Aldonza, su madre, que es la verdadera ama de su casa y gobierna con firmeza a las dos criadas que su hijo ha puesto a su disposición para que la ayuden -ella sostiene, por el contrario, que solo le sirven para darle más trabajo del que le quitan-. Por lo demás, parece haber tomado una cierta ojeriza a toda persona o institución que huela a Iglesia; de modo que no se ha dado de alta en la hermandad burgalesa de los terciarios seglares de San Francisco, sino que ha llegado a un acuerdo satisfactorio con su conciencia: Todos los días, camino de su despacho o de otras ocupaciones, entra unos momentos en la iglesia de San Nicolás, reza una oración y, a la salida, deposita medio ducado en la alcancía de la limosna para los pobres. Los curas del templo están deseando averiguar quién es el diario donante de tan generosa dádiva, pero es mucha la beatería que acude a iglesia tan céntrica y famosa[107]. Con todo, no tardarán tan curiosos clérigos en dar con Don Gaspar, lo que, en percatándose él, propiciará que cambie de templo y de cepillo de los necesitados.

     Un gélido día de febrero, al regresar a su domicilio para el yantar, se encontró con la no anunciada visita de su pariente, Antonio de Acuña, padre de la fugada Juana. No era la primera vez que Zumel y él habían conversado y cruzado misivas, para recíproca información de las noticias que, sobre la localización de la antigua novicia, podían interesarles. Don Antonio, desde que, por edad y dolor de padre, había conseguido la licencia del Tercio Viejo de Nápoles, empleaba tiempo, influencias y dinero en tratar de encontrar a su hija y al canalla de cogulla que la había seducido. No es extraño, por tanto, que Don Gaspar imaginase que podría haber noticias de Juana, y buenas, a juzgar por la sonrisa que le dedicó su pariente nada más verlo.

-          Al saber que un fraile de Fredesval[108] -aseveró Acuña- acababa de llegar de Alemania, fui a visitarlo con la finalidad que usted se figurará. El jerónimo me ha asegurado que en Estrasburgo conoció a un español vestido como cualquier laico, pero que olía a fraile a la legua. Otros hermanos de Orden le confirmaron que se trataba de un antiguo franciscano que había huido de España hacía años y que se hacía llamar Bernardo, o algo por el estilo… Le pedí al fraile que me lo describiera, y algunos detalles que me dio, como la talla, la color de tez y cabello y la edad, eran semejantes a los que me dijiste hace unos años.

-          Algo es algo -repuso Zumel, escéptico-, pero esa ciudad de que me hablas cuentan que es un nido de herejes y de huidos de la Inquisición[109]. Podría ser cualquiera. ¿No te aclaró nada el jerónimo sobre la posible convivencia de tu hija con ese tal Bernardo?

-          A eso iba, enfatizó Don Antonio. En los coloquios que el jerónimo burgalés tuvo con sus compañeros de Orden, salió naturalmente a relucir la espantosa relajación a que se ha llegado por los protestantes en materia sexual. Parece que allí, el clérigo que no se ha casado, vive amancebado libremente, y hasta con varias mujeres. Y estas, de predilección, son monjas o novicias, que los sirven como esposas y los ayudan en sus conciliábulos y libelos… Pues bien, ese Bernardo no es una excepción a tan viciosa regla, hasta el punto de que se hace acompañar de una muchacha a todas partes. Como a ella no la vio, no pudo darme una descripción ni detalle alguno, pues no se habló más del tema en la conversación con los jerónimos de allá, entre los que, por cierto, hay varios de los que escaparon de Sevilla antes de los grandes autos de fe de hace algún tiempo.

-          Y ¿qué piensas hacer, mi buen primo?, inquirió Zumel.

-          Estoy harto de actuar a través de compañeros de armas o de corresponsales de amigos y comerciantes, aseveró Acuña. Ya he conseguido del jerónimo de Fredesval cartas de presentación para sus hermanos de Estrasburgo, así como un pasaporte y credenciales de la Inquisición para las autoridades de Flandes y del Imperio. Bien sé que Estrasburgo es ciudad libre y, por tanto, intocable para nuestros jueces y alguaciles, pero no para un padre con dinero y con agallas… Siento, Gaspar, que estamos llegando al final del camino. Y, siendo así, poco he de poder si no traigo de vuelta para España a mi hija, viva, y a ese rufián tonsurado, vivo o muerto. ¡Que Santiago y San Antonio me valgan!

***

       De una carta que Don Gaspar Zumel escribió en julio de 1563 a su hermano Guillermo, residente en Barcelona, una copia de la cual he encontrado en el archivo familiar de los Valdajos, en Lerma:

     Querido hermano:

     Las cosas que relataré en esta carta no son para sabidas por otras personas, pero fío en la lealtad de quien te la entregará en mano y en tu propia discreción…

     … No me atrevo a escribir que el esfuerzo y la paciencia de Antonio de Acuña, nuestro pariente, hayan sido finalmente premiados con el hallazgo de las personas que durante tanto tiempo buscó. Pues has de saber que, hace unos meses, dio con el paradero de su hija Juana y el indigno franciscano que ya sabes. Fue en la ciudad imperial de Estrasburgo, donde el fraile exclaustrado había encontrado trabajo en una casa de banca, viviendo allí -casado o amancebado, ¡qué más da!- con nuestra pobre prima. Y digo pobre porque, cuando Antonio, su padre, finalmente se las hubo con fray Demetrio, resultó que Juana había fallecido dos meses antes, de sobreparto… Y aún imagino que alguna dicha le habría causado, ablandando su corazón, el que hubiese sobrevivido la criatura de la que podía haber sido abuelo, pero el niño nació muerto… El hecho es que, con la ayuda de un viejo soldado de los Tercios, que había sido su asistente en el de Nápoles, acogotó al fraile, al modo que lo hubiese hecho la Inquisición seguramente, de haberlo juzgado. Luego, echaron el cadáver al Rin, en un lugar algo alejado de la casa que ocupaban el difunto y Juana…

     …Para tener algún recuerdo de su hija y enmascarar la causa del homicidio, Antonio cogió varias cosas de Juana; entre ellas, un librito que contiene la confesión de fe cristiana de ciertos españoles herejes, huidos por ello de España[110]. El ejemplar estaba plagado de glosas y anotaciones, algunas de las cuales, tanto su padre, como yo, estamos ciertos que son de puño y letra de Juana… Antonio me lo entregó como don, en recuerdo de mis trabajos y penalidades por su hija y, cuando yo hice gesto de rechazarlo, insistió y me dijo que esa habría sido la voluntad de Juana, de haber vivido, como se infería de una nota al texto del último capítulo del citado libro[111]. Ni que decir tiene que, tan pronto marchó nuestro pariente, abrí el libro, localicé la cita aludida y leí el apunte de Juana, que decía: Esto es algo fuera de razón, como bien argumentaría mi primo, el oidor, si se lo propusiere. El texto al que nuestra finada prima hacía la apostilla es uno en que los herejes españoles -que en esto están plenamente conformes con nuestra Iglesia[112]- afirman que los tormentos del infierno no tendrán fin[113]… Mucho me ha hecho reflexionar la afirmación de Juana, pero no me siento con fuerzas para enfrentarme otra vez con la Inquisición, ¡y como dogmatizante![114], para mayor peligro.

***

     Cuando tuve la oportunidad de leer y copiar la carta anterior, no pude evitar sonreír con suficiencia, pues bien sabía yo que el miedo y la abstención de Don Gaspar habían quedado en agua de borrajas. En efecto, cinco o seis años antes me había hecho con un buen ejemplar en octavo mayor del año 1566, impreso en Estrasburgo, en casa de Christianus Mylius[115]. Estaba encuadernado en vitela y tenía un modesto total de 134 páginas. El texto era latino y la rúbrica de su contenido era: Inferorum aeternitatis confutatio ex summae Iustitiae criterio[116]. Me llamó desde un principio la atención el hecho de que, como identificación de autor, figuraba el ambiguo circunloquio, a quodam magistri Soti discipulo[117]. En la portada figuraba el exlibris del Real Monasterio de Nuestra Señora de Fredesval, de época más moderna pero incierta, al menos, para mí.

     No viene a cuento que les haga ni un breve resumen de aquel libro, que yo considero de indudable autoría de Don Gaspar Zumel, escrito para cumplir la promesa hecha en su día a Juana de Acuña. Tan solo recogeré su tesis central: Que, en términos de estricta justicia, el Infierno -de existir como lugar o estado distinto del Purgatorio- no puede ser eterno, porque la maldad o culpa del hombre, siendo este limitado en todas sus cualidades, no debe tener un valor infinito. Buena parte del texto se empleaba en refutar, con toda clase de argumentos -personales y de autoridad- la tesis contraria, a saber: Que siendo Dios infinitamente bueno, las ofensas a su ley podrían generar una infinita culpa y, en consecuencia, un castigo eterno. ¿Quién tiene la razón? No seré yo quien apunte la respuesta. Solo afirmo que, por ser la tesis de Zumel contraria al dogma eclesiástico, se arriesgó a una grave reacción sancionadora de la Inquisición: Tanto más, cuanto que era, en cierta forma, reincidente. Por ello, no me extraña que usara del anonimato, aunque no se privara de homenajear al gran Domingo de Soto, el mejor tratadista del momento en sede de Justicia y de Derecho.

     ¿Y qué decir de que el libro -herético y todo- hubiese figurado en los fondos de un monasterio español de jerónimos? Con todas las dudas y licencias que quieran, aventuro una hipótesis bastante bien fundada. Hela aquí.

     En lo que se me alcanza, entiendo que Don Gaspar carecía de un buen dominio del latín, como para escribir un libro en dicha lengua. Tampoco tenía relación con impresores extranjeros que pudiesen editarle una obra tan poco ortodoxa. ¿Quiénes podían subsanar esas deficiencias? Nadie mejor que alguno de los varios frailes jerónimos huidos de la Inquisición sevillana e instalados en la liberal Estrasburgo. Muy probablemente Don Gaspar contactó con ellos a través del fraile de Fredesval que había sido confidente de Don Antonio de Acuña. Felizmente, el libro se tradujo a la lengua más conocida del momento y fue impreso por un librero justamente prestigiado. Como es natural, muy pocos de los ejemplares lograrían ser introducidos en España, pero no faltaría alguno de matute en los principales conventos de la Orden de San Jerónimo, empezando por el burgalés de Fredesval. Con el paso del tiempo y la poca lectura, los frailes perderían la noción de que se trataba de un libro herético -aunque yo no lo he visto citado en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia- y, quizá avanzado el siglo XVIII, lo incorporasen sin mucho temor al catálogo oficial del monasterio, con el exlibris consiguiente. Hasta aquí la vida monástica del tomo en cuestión. Pero ¿y su paso a una de tantas buenas librerías de viejo existentes en España, en lugares de los que no quiero acordarme?

     La respuesta a dicha pregunta puede estar en la lenta agonía del monasterio de Fredesval que, en treinta años, pasó por tres sucesivos avatares que acabaron con su vida: los destrozos en 1808, durante la francesada[118]; el primer intento, en 1820, de enajenar el convento como si de un bien nacional se tratara; finalmente, la desamortización de Mendizábal de 1835, que puso el punto final a los cuatro siglos de vida del monasterio. En dichos tres momentos hubo destrucción y expolios en Fredesval[119]. ¿Qué hay, pues, de extraño en que sus libros se desperdigaran por vertederos y chimeneas e, incluso, en bibliotecas y librerías?

     Ahora, uno de ellos adorna mis vitrinas y ha servido de inspiración a este relato que, aunque ya va extenso, no quiero privarme de ponerle un epílogo explicativo. Espero que ustedes me lo agradezcan.

 

 

9.   Epílogo. Una pintura hecha de verdades y mentiras


     En el Museo de Ponce (Puerto Rico)[120], tan abundante en pinturas de los Prerrafaelistas[121], se encuentra un cuadro de John Everett Millais[122], titulado Huida de una hereje, 1559, que su autor concluyó en 1857[123], tras recibir asesoramiento histórico del ilustre hispanista escocés, William Stirling-Maxwell[124], a quien corresponde la certera iconografía de los personajes representados, así como la atribución a la joven hereje del nombre de María Juana de Acuña y Valdajos, que Millais difundió como el que efectivamente había correspondido a la muchacha del cuadro. En su momento, ante la prestigiosa intervención del experto Stirling, pocos pusieron en duda que el cuadro respondiera a una realidad: La fuga de una rea de herejía, muy poco antes de sufrir el auto de fe en Valladolid, año de 1559, gracias a la ayuda que, a punta de cuchillo, le había brindado un, real o supuesto, fraile franciscano. Por supuesto, a tales efectos de veracidad, nada predicaba en su contra que la modelo fuese cuñada del pintor, ni que la arquitectura representada no tuviera que ver con España, sino con el castillo escocés de Dalhousie, cercano a Edimburgo.

     Andando el tiempo y contrastando los datos ofrecidos por Stirling y Millais con los que la Historia ofrecía, fueron poniéndose en duda, cada vez más, los rasgos realistas del relato subyacente al cuadro. Desde luego -se llegó a decir-, el lugar y el tiempo del suceso no podían ser los aducidos, toda vez que, en los autos de fe de Valladolid en 1559, ninguna rea pudo evadirse y, menos aún, de la manera tan truculenta expresada en el cuadro. Por lo demás, el apellido Acuña -primero de los atribuidos a la fugada- era muy frecuente entre diversas familias hidalgas de la comarca vallisoletana. Al final, todo se juzgó como un rasgo de ese romanticismo historicista de Millais, que había querido dar a entender, incluso, que el liberador de la joven no era un verdadero fraile, sino su amante, otro hereje, puesto que portaba en la muñeca un símbolo luterano.

     En mi humilde opinión, tanto fantasean y concluyen de forma precipitada quienes creyeron a pies juntillas la historia contada por Millais, como los que aseguran que lo representado en el cuadro es pura imaginación, una patraña urdida con el vergonzoso apoyo de un erudito presuntamente serio. Pero lo que ha de contar en este momento no es mi opinión, sino la de ustedes, tras leer este relato y -si lo desean- documentarse acerca de lo contado en el mismo.

     A la postre, si el cuadro de Millais ha servido para despertar mi imaginación, y si esto les ha ayudado a ustedes a cambiar de siglo y pasar un rato agradable, ¿qué más se puede pedir?

John Everett Millais, retratado por George Frederic Watts

    


    


[1] Así es como figuraba escrito en el libro. De hecho, el topónimo -una pedanía de Santibáñez, en la provincia de Burgos- puede pronunciarse indistintamente como vocablo agudo o llano.

[2] Domingo de Soto (1495-1560), dominico, se evidenció como excelente filósofo y teólogo, tanto en las cátedras salmantinas, como en las primeras sesiones del Concilio de Trento (1545-1547), así como en sus obras muy reiteradamente impresas, Summulae (explicaciones de cátedra) e In dialecticam Aristotelis commentarii. En el campo jurídico resalta su magna obra, De iustitia et iure (primera edición, 1553). La biografía clásica sobre Soto es: Vicente Beltrán de Heredia, Domingo de Soto: estudio biográfico documentado, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1961. Más brevemente y con acceso por Internet: María del Pilar Cuesta Domingo, La obra literaria de Domingo de Soto, Qui scit Sotum scit totum, en Mª Pilar Cuesta Domingo (coordinadora), Domingo de Soto en su mundo, Colegio Universitario de Segovia, Segovia, 2008, pp. 239-289. María del Pilar Cuesta Domingo, Domingo de Soto, polígrafo de la Escuela de Salamanca (recurso electrónico), Fundación Ignacio Larramendi, Madrid, 2013.

[3] Es decir, en Derecho Civil y Canónico.

[4] Inicialmente, el fundador de este Colegio (año 1519), el arzobispo compostelano Alonso de Fonseca, puso como condición para ser escolar en el mismo la de ser de nación gallega.

[5] Se ha achacado al bacilo Yersinia pestis, que se transmite sucesivamente a ratas, pulgas y humanos, con una evolución mórbida de una semana y que, en aquella época, cursaba con un 60% de fallecimientos entre los contagiados. Véase, en Internet, Ángel Hernández Sobrino, Epidemias de peste en España, “Lanza” (Diario de la Mancha), 15 de enero de 2020. La brillante actuación de Domingo de Soto para remediar las susodichas desgracias, en María del Pilar Cuesta Domingo: Domingo de Soto. La causa de los pobres, Grupo de Investigación ”Letra”, en www.letra.unileon.es.

[6] Se reprochaba el que tan gran actividad limosnera podría incrementar en demasía la mendicidad. Soto salió al paso de las críticas en su opúsculo In causam pauperum deliberatio (Salamanca, 1543). La Universidad de Salamanca, a cura de Ángel Martínez Casado, publicó en 2006 una reedición bilingüe (latín y español).

[7] Magno convento franciscano fundado en Salamanca a mediados del siglo XIII y casi totalmente arruinado durante la Guerra de la Independencia. Actualmente solo se conserva entera la capilla de la Venerable Orden Tercera, en su arquitectura de mediados del siglo XVIII.

[8] El V Concilio de Letrán se celebró entre 1512 y 1517. El papa León X aprobó y publicó la regla para la sección regular de la Orden Tercera en 1521 (véase Constitución Apostólica Inter caetera, de 20 de enero de 1521, en www.franciscanos.org/docpontificios), norma que estuvo en vigor hasta 1927. Eran tiempos de oposición real y papal hacia la sección secular de dicha Orden, por razones bien explicadas en: Alfredo Martín García, La Orden Tercera Franciscana en la Península Ibérica: De sus orígenes medievales a su eclosión en la Edad Moderna, Archivo Ibero-Americano, 77, nº 284 (2017), pp. 69-97, especialmente pp. 81-84 (accesible por Internet).

[9] Los frayles y las sorores terciarias pretendían no pagar impuestos reales y concejiles por su condición religiosa, aunque fuesen seglares, cosa que con poco éxito trataron de evitar las Cortes de Soria (1380).

[10] El rey Luis IX de Francia (1226-1270) fue canonizado en 1297. Era el celestial patrono de la Orden Tercera de San Francisco.

[11] Equivalente al de oidor en otras Audiencias y en las Chancillerías. Véase: Antonio Eiras Roel, Sobre los orígenes de la Real Audiencia de Galicia y sobre su función de gobierno en la época de la monarquía absoluta, Anuario de Historia del Derecho Español, LIV (1984), pp. 323-384, especialmente pp. 355-366 y 371-384 (este artículo es de libre consulta por Internet).

[12] La sede de la Audiencia de Galicia se mantuvo en Santiago de Compostela, desde la fundación de aquella (1480), hasta 1563 (por ley) o hacia 1580 (en la práctica); pasando seguidamente a instalarse en la ciudad de La Coruña, donde ha permanecido desde entonces. Véase: Elías Cueto Álvarez y Sagrario Abelleira Méndez, La sede de la Real Audiencia del Reino de Galicia en Santiago de Compostela. Cinco siglos de historia urbana, Santiago de Compostela, 2016.

[13] Como he apuntado en la nota introductoria, Don Gaspar Zumel es un personaje tan real como imaginario: Vale decir, totalmente verosímil. En todo caso, si quieren consultar el elenco de magistrados de la Real Audiencia gallega, podrán encontrarlo en: Laura Fernández Vega, La Real Audiencia de Galicia, órgano de gobierno del Antiguo Régimen, Diputación Provincial de La Coruña, La Coruña, 1982, tomo III, pp. 419-443. Dicho libro resulta de la impresión de la tesis doctoral de la autora, leída en la Universidad de Santiago de Compostela en 1976 (dicho sea de paso, en el mismo lugar y año en que también lo hizo este servidor de ustedes).

[14] Valladolid no fue ascendida a “ciudad” hasta el año 1596.

[15] O de la Quadra, actual Conde de Ribadeo. La mayor parte de los datos los recojo de: Juan Agapito y Revilla, Las calles de Valladolid, edición facsímil de la de 1937, Maxtor, Valladolid, 2004, pp. 90-95.

[16] Bartolomé Carranza de Miranda (1503-1576), que llegó a ser Arzobispo de Toledo (1557), siendo la fase final de su vida (1559-1573) un calvario de procesos, prisiones y tachas de herejía, a raíz de la consideración como protestantes de ciertas proposiciones de los Comentarios sobre el Catecismo cristiano (1558), libro del que era autor. Melchor Cano (1509-1560) fue uno de los más insignes teólogos de su tiempo, aunque su obra maestra, De locis theologicis, solo apareció póstumamente (1563) y quedó incompleta. Se volverá sobre estos personajes en sucesivos pasajes de este relato.

[17] Sucedió a Francisco de Vitoria en tal cátedra, en el año 1546. A Cano le sucedió, en 1552, Domingo de Soto.

[18] Y creo que así siguen, pues solo los especialistas parecen conocer que Domingo de Soto se adelantó en la materia a Galileo en sesenta años exactamente, como escribió Pierre Duhem allá por 1910. Véanse, a título de ejemplo: W. A. Wallace, El enigma de Domingo de Soto: ‘Uniformiter difformis’ y la caída de los cuerpos en la tardía física medieval, en Studium, 16 (1976), pags. 342- 367; J. J. Pérez Camacho e I. Sols Lucía, La Física de Domingo de Soto en el quinto centenario de su nacimiento (1495-1995), en Revista Española de Física, 9 (1995), 4, págs. 56-58.

[19] Título latino traducible al español por: Sobre el movimiento de caída de los cuerpos.

[20] Las rúbricas completas eran: Super octo libros Physicorum Aristotelis commentaria y Super octo libros Physicorum Aristotelis quaestiones, cuya primera edición en ambos casos data de 1543, aunque la considerada como definitiva es de 1551.

[21] Luis Núñez Coronel (c. 1475-1531), autor de unas muy notables Physicae perscrutationes, J. Barlier, Paris, 1511.

[22] La cita literal, tomada de la Primera Epístola a los Corintios (13,13) es como sigue: …Ahora subsisten fe, esperanza y caridad, esas tres; mas la mayor de ellas es la caridad.

[23] Zumel está haciendo alusión con ironía a los términos tolerados por el Interim de Augsburgo (30 de junio de 1548), pronto rechazado por la mayoría de católicos y protestantes. Domingo de Soto fue uno de sus redactores finales.

[24] En 1547, las sesiones conciliares hubieron de suspenderse por la peste, no reanudándose hasta 1551. En 1552, el Concilio hubo de suspenderse nuevamente, por la amenaza de las armas protestantes en las inmediaciones del Trentino, y no se reanudó hasta 1562. Finalmente, su tercera fase (enero de 1562-diciembre de 1563) pudo poner fin a sus trabajos. Por tanto, en el tiempo en que se desarrolla esta parte del relato, acababa de producirse la segunda suspensión conciliar.

[25] Fue en sesiones celebradas en el año 1562, cuando el Concilio legisló sobre la comunión bajo las dos especies y el celibato sacerdotal, en ambos casos, de manera contraria al Interim augsburgués.

[26] Fue la principal cuestión teológica discutida por Lutero, como se sabe. El Concilio de Trento, en su sesión VI, celebrada el 13 de enero de 1547, aprobó un amplio Decreto sobre la justificación, en 16 capítulos, en que se fijó la postura de la Iglesia Católica sobre el tema, aunque cuestiones bíblicas y de matiz continuaron envenenando las relaciones entre la fe y las buenas obras.

[27] Las opiniones de Don Gaspar Zumel no tienen otro valor que el que quiera dárseles, a tenor de lo que los historiadores resaltan. Sobre Melchor Cano es breve, pero muy ilustrativa, la nota biográfica del dominico Antonio Osuna Fernández-Largo en el DBe de la Real Academia de la Historia. Sobre Bartolomé Carranza, en cambio, es mediocre la nota homóloga, pese a estar a cargo del gran especialista en el personaje, José Ignacio Tellechea Idígoras, que le ha dedicado obras muy notables, entre otras, la edición crítica y estudio histórico de la obra de Carranza, Comentarios sobre el Catecismo Christiano (Amberes, 1558), publicada en dos tomos por la Editorial Católica (1ª edición, 1972); o el centenar y medio de artículos recogidos bajo el título de Bartolomé Carranza. Tiempos recios, 4 tomos, Universidad Pontificia de Salamanca, 2003-2007.

[28] Este cambio favorable a la Orden Tercera en su versión secular fue acompañado de una reacción contraria a la versión regular o conventual: En 1567, Felipe II, siguiendo directrices tridentinas y pontificias, intentó prohibir la Venerable Orden Tercera en su modalidad conventual, desamortizando sus bienes, con el argumento de que sus comunidades no respetaban la clausura, ni una adecuada separación del mundo exterior, y carecían de la debida solvencia económica, como para adaptarse a las nuevas normas posconciliares del aislamiento clerical. Véase obra citada en la nota 8 y, además: José García Oro y María José Portela Silva, Felipe II y las iglesias de Castilla a la hora de la reforma tridentina (Preguntas y respuestas sobre la religiosidad castellana), Cuadernos de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, nº 20 (1998), pp. 9-32, especialmente pp. 28-29 y nota 73 (en la que se recogen los trabajos fundamentales de Manuel de Castro Calvo a este respecto).

[29] La circunspección que Carranza aconsejaría, pero que él no siempre cultivó, es fruto de cambios radicales respecto de la consideración real e inquisitorial del erasmismo. Para este relato, aconsejo la consulta por Internet de: José Luis Gonzalo Sánchez-Molero, El Erasmismo y la educación de Felipe II (1527-1557), tesis doctoral de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, 1997, 886 pp. Interesan especialmente los apartados, El cenáculo cortesano de Valladolid (pp. 620-653) y El gran giro de 1559 (pp. 813-815).

[30] En efecto, en 1552 fue Cano propuesto obispo de Canarias, pero no tomaría posesión de la diócesis, regresando a Valladolid como rector del Colegio de San Gregorio. Por su parte, Soto fue catedrático de Prima de Teología de Salamanca entre 1552 y 1560, sucediéndole el también dominico, Pedro de Sotomayor (1511-1564) que, cuando Don Gaspar Zumel visitó el Colegio vallisoletano de San Gregorio, era el rector o regente de dicho Colegio.

[31] Recibían el nombre de alcaldes (o alcaldes del crimen) los magistrados de las Salas del Crimen de las Audiencias y Chancillerías, reservándose el de oidores para los de las Salas de lo Civil.

[32] En concreto, Mauricio de Sajonia-Meissen (1521-1553).

[33] En 1515, el Papa León X estableció la censura previa para toda la Cristiandad latina, siguiendo lo acordado en el V Concilio de Letrán que dictó la prohibición de imprimir libros sin la autorización del obispo. Esta orden fue aplicada especialmente cuando se produjo la ruptura de la Cristiandad occidental con motivo de la difusión de la Reforma protestante que halló en la imprenta un formidable aliado. Así, en 1523 Carlos V prohibió la difusión de las obras de Martin Lutero en todos sus dominios, incluido el Imperio Germánico, lo que sería ratificado al año siguiente para todo el orbe católico por el papa Clemente VII.​ En este contexto de crisis religiosa y política, algunas autoridades e instituciones católicas —fieles a la ortodoxia romana y papal frente a los protestantes, partidarios de las ideas de Lutero y de otros reformadores— confeccionaron listas o «índices» de libros prohibidos por ser considerados heréticos. Carlos V encargó esta tarea a la Universidad de Lovaina, que hizo pública su lista de libros prohibidos en 1546 — la Sorbona de París había publicado su índice en 1542—. En 1551 la Inquisición española adoptó como propio el índice de Lovaina, y lo editó, con un apéndice dedicado a los libros escritos en castellano,​ naciendo así el primer Índice de libros prohibidos de la Inquisición española.

[34] Véase: Lázaro Iriarte, Historia franciscana. La Orden de la Penitencia (Tercera Orden), en la www.franciscanos.org/historia. Sobre la ulterior capilla de la VOT en el Convento de San Francisco de Valladolid, María Antonia Fernández del Hoyo, Patrimonio perdido. Conventos desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, 1998, pp. 96-101.

[35] Juan de Juni (1506-1577) fue vecino de Valladolid entre 1540 y su muerte. Tuvo su casa-taller extramuros de la villa, a la vera de la Puerta del Campo (hoy, Plaza de Zorrilla y aledaños).

[36] Sobre ubicaciones y edificios en sí, véanse: Juan Agapito y Revilla, Las calles de Valladolid, citado en la nota 15, pp. 418-419; Jesús Urrea Fernández, Arquitectura y nobleza: Casas y palacios de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, 1996, pp. 29 y 74-75. De manera general, y sobre la inquina anti jesuítica de Melchor Cano: Javier Burrieza Sánchez, Los años fundacionales de la Compañía de Jesús en Valladolid, Actas del I Congreso de Historia de la Iglesia y del Mundo Hispánico, “Hispania Sacra”, 52 (2000), pp. 139-162 (accesible por Internet).

[37] La obra clásica sobre el papel teológico de los primeros jesuitas (Laínez, Salmerón, etc.) en el Concilio de Trento es: Antonio Astráin, S.J., Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia a España, Razón y Fe, Madrid, 1914, volumen I, capítulo XVII, pp. 545-566 (de libre consulta en Internet).

[38] Pedro de Deza Manuel (1520-1600) fue vicario general del arzobispado de Santiago de Compostela, oidor de la Chancillería de Valladolid en 1556, arcediano de Calatrava en la archidiócesis de Toledo, auditor del Tribunal Supremo de la Inquisición, Comisario general de Cruzada y presidente de la Chancillería de Granada. Fue creado cardenal por Gregorio XII el 21 de febrero de 1578, yendo a residir a Roma.

[39] Gian Pietro Carafa (1476-1559), papa Pablo IV (1555-1559), alcanzó la dignidad pontificia a la entonces provecta edad de 78 años, como consecuencia del veto del monarca español en un cónclave anterior. Véase: Miguel Ángel Ochoa Brun, El privilegio de exclusión en los Cónclaves, en Encuentros europeos de Diplomacia, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 2020, pp. 290-372, especialmente pp. 298-303.

[40] Las competencias indirectas y los privilegios de la Inquisición fueron fuente incesante de conflicto con las autoridades civiles (en especial, jurisdiccionales), precisando de concordias reales, para superar las ominosas censuras inquisitoriales. El tema está bien desarrollado por el indispensable clásico sobre la Inquisición española: Juan Antonio Llorente, Historia crítica de la Inquisición en España, especialmente en el libro V, Oliva, Barcelona, 1836, pp. 1-73. El citado libro recoge casos concretos (hasta siete) del tribunal de Valladolid, entre 1630 y 1643. La citada obra de Llorente es de consulta abierta en Internet.

[41] Benedetto Fontanini (benedictino) y Marcantonio Flaminio (humanista), Trattato utilissimo del beneficio di Giesuchristo crocifisso verso i Christiani, Bernardino de Bindonis, Venecia, 1543, prohibido eclesiásticamente a partir de 1549. Tuvo rápidas traducciones a inglés y francés, entre otros idiomas. Establecía un equilibrio entre la salvación por los meros méritos de Jesucristo y por el valor de nuestras buenas obras. Muy deudor de Juan de Valdés, fue considerado herético, más que por sí mismo, por el uso que de él hicieron iluminados y protestantes. El libro apareció como anónimo, pero su autoría ha sido determinada sin lugar a mayores dudas. Puede consultarse en italiano e inglés por Internet.

[42] Sobre este librero y editor, a la sazón con talleres abiertos en Valladolid y Medina del Campo, véase la nota biográfica en el DB-e de la Real Academia de la Historia, a cargo de Julián Martín Abad. Lo considera activo en tierras vallisoletanas entre 1549 y 1566, María Marsá Vila, Materiales para una historia de la imprenta en Valladolid (siglos XVI y XVII), Universidad de León, 2007, especialmente pp. 21-184 y 501-503 (obra de 533 pp., de libre consulta por Internet). Puede consultarse también: Anónimo, La imprenta en Valladolid. Cinco siglos de tipografía, info.valladolid.es, 12 de junio de 2020.

[43] Fray Antonio de Guevara (1480-1545), franciscano, obispo de Mondoñedo, fue el autor europeo más editado en cualquier lengua entre mediados del siglo XVI y finales del siglo XVII. Pasó largas temporadas en Valladolid, sintiendo predilección por su convento de San Francisco. Véase una amplia nota biográfica, a cargo de Francisco Márquez Villanueva, en el DB-e de la Real Academia de la Historia.

[44] Pedro de Deza Manuel era sobrino del arzobispo Diego de Deza (1443-1523), quien fue el primer Inquisidor General para toda España, entre 1498 y 1507.

[45] Juan de Valdés (c.1500-1541), famoso cortesano y humanista, seguidor de Erasmo, próximo a iluminados y espiritualistas, no lejano de algunas ideas luteranas, denunciado en vida a la Inquisición, aunque solo después de su muerte fue injustamente reputado de hereje y varias de sus obras incluidas en el Índice. Su madurez intelectual coincide con su estancia en Roma y Nápoles, donde falleció. El beneficio de Cristo es deudor del seguimiento de Juan de Valdés por su autor, Benedetto Fontanini: Primero, de sus sacre conversazioni (explicaciones bíblicas y de actitud religiosa, dirigidas por Valdés en Nápoles, año de 1534) y, en especial, del libro valdesiano, Le cento e dieci divine considerazioni, aparecidas póstumamente, en 1550 (hay traducción española, a cargo de J.I. Tellechea Idígoras, Salamanca, 1975). Sobre la vida de Juan de Valdés, véase el sugerente resumen de Cristina Barbolani en el DB-e de la Real Academia de la Historia, y la biografía por Daniel A. Crews, Twilight of the Renaissance. The life of Juan de Valdés, University of Toronto Press, 2008, que nos ofrece un retrato de Valdés como cortesano, refinado y hasta libertino, bastante alejado de sus obras, a veces tan espirituales, socráticas y mortificadas.

[46] La crítica luterana de las indulgencias ya se encuentra en las famosas 95 tesis, que Lutero hizo públicas en Wittenberg, en día 31 de octubre de 1517. La posición de la Iglesia católica, desde Trento hasta nuestros días, no ha variado sustancialmente. En consecuencia, puede encontrarse en el vigente Código de Derecho Canónico de 1983, cánones 992-997.

[47] En efecto, tras la XXV sesión del Concilio de Trento (3 y 4 de diciembre de 1563), se promulgó un Decreto sobre el Purgatorio, reafirmando taxativamente su existencia. Actualmente, su existencia está reconocida en los cánones 1030-1032 del citado Código de Derecho Canónico de 1983. Bíblicamente, hay varios pasajes (evangélicos, epistolares y apocalípticos) que pueden traerse a colación, pero el único realmente expresivo es del Antiguo Testamento (Libro Segundo de las Macabeos, capítulo 12, versículos 43 y siguientes). Pero Lutero rechazó que dicho Libro formara parte del canon bíblico de los libros sagrados, a diferencia del concilio tridentino (IV sesión, de 8 de abril de 1546).

[48] En Génesis, capítulo 1, versículo 26.

[49] Fundamentalmente, en su Primera Carta a los Corintios, capítulo 1, versículos 12-30.

[50] Carlo (di) Sesso, italiano, -en España, Carlos de Seso- (c. 1515-1559), promotor en España de la herejía aprendida en Italia, residió en La Rioja y tuvo contacto con el convento franciscano de Logroño, por su pertenencia a la Cofradía de San Francisco de Asís y San Urbán. Promovido a corregidor de Toro (1554), ello le proporcionó la oportunidad de extender la herejía en las actuales provincias de Zamora y de Valladolid, siendo por ello ajusticiado en esta villa en 1559, como luego se precisará en el texto. Véase: Carlo Sesso, entrada en la Ereticopedia, a cargo de Daniele Santarelli; Felipe Abad León, nota biográfica sobre Carlos de Seso en DB-e de la Real Academia de la Historia; Fermín Labarga, Las cofradías de Logroño en los siglos modernos, Hispania Sacra, tomo 71, nº 143 (2019), pp. 283-297, espec. p. 294. Todas estas fuentes son accesibles por Internet.

[51] Un fraile dominico, que fue infructuosamente catequizado por Carlos de Seso, calificó a este personaje de parlero, suelto en el hablar de cosas de Dios, liviano y presuntuoso en el vestir. La consagración literaria del personaje se produjo con la novela de Miguel Delibes, El hereje, Destino, Barcelona, 1998.

[52] El obispo de Palencia, a la sazón, era Pedro (de) la Gasca (1493-1567), obispo de la diócesis entre 1551 (efectivamente, 1553) y 1561; y el abad de Santa María la Mayor de Valladolid era el erasmista, Alonso Enríquez, que ostentó el cargo entre 1527 y 1577. Véanse (si se desea, en Internet): Nota biográfica de Pedro de la Gasca en DB-e de la Real Academia de la historia, a cargo de Teodoro Hampe Martínez; Jesús San Martín Payo, Don Pedro de la Gasca (1551-1561), Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, núm. 63, pp. 241-328, en especial, pp. 275-276 y 283-311; Luis Fernández Martín, S.J., Los últimos abades de Valladolid. Aclarando una duda, Hispania Sacra, vol. 50, núm. 2 (1998), pp. 11-24.

[53] Este monasterio fue fundado en 1538 y subsistió hasta 1841. Su ubicación, edificaciones e historia han sido desarrolladas dentro de la monografía de Asunción Esteban Recio y Manuel González López, Herejes luteranas en Valladolid. Fuego y olvido sobre el convento de Belén, Universidad y Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2020 (reeditado en 2021). La historia del convento está tratada en la Segunda Parte del libro (desde la acción inquisitorial de 1558 en adelante) y en la Cuarta Parte (hasta la desaparición del monasterio a mediados del siglo XIX).

[54] En mi opinión, la más fructífera fuente impresa dedicada al tema del núcleo luterano de Valladolid sigue siendo: Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, 2ª edición, Santander, 1910, vol. I, capítulo VII, pp. 930-966, publicada íntegramente en la www.cervantesvirtual.com. Se aventura la cifra de unos cuatrocientos simpatizantes de algunas de las muchas novedades luteranas, en Valladolid y sus proximidades.

[55] Su muerte se produjo, precisamente, el 21 de septiembre de 1558.

[56] Sobre este tema, véanse las obras citadas en las notas 53 y 54. Además, José Ignacio Tellechea Idígoras, Doña Marina de Guevara, ¿monja cisterciense luterana? Edición y comentario de un proceso inquisitorial, Fundación Universitaria Española, 2004; Roland H. Bainton, Donne della Riforma, volumen II, Claudiana, Torino, 1997, parte cuarta, Donne della Riforma in Spagna, espec. pp. 313-316 (ambas fuentes son accesibles por internet).

[57] Era la segunda graduación en la jerarquía de un Tercio, después de su Maestre de Campo, al que reemplazaba en caso de necesidad.

[58] Todos estos personajes son históricos con seguridad; no así el monje franciscano que a continuación se cita, cuya única relación documentada con el relato quedará aclarada más adelante, en el capítulo 7.

[59] Véanse antes las fuentes citadas en la nota 56.

[60] En el día 10 de agosto de 1567. Sobre esta famosa batalla, véase, en Internet, Nicolás Horta Rodríguez, La batalla de San Quintín, Revista de Historia Militar, año 3 (1959), núm. 4, pp. 7-60. En dicha batalla no estuvo presente el Tercio Viejo de Nápoles, en el que servía el padre de Juana de Acuña, que se hallaba entonces luchando en Italia, bajo el mando supremo del III Duque de Alba.

[61] La fecha de referencia para el comienzo de estas actuaciones inquisitoriales es la del 20 de abril de 1558.

[62] Monasterio de las Huelgas Reales, casa madre de la Orden cisterciense en Valladolid, fundada hacia 1300 y actualmente (2022) subsistente. Se entiende que las monjas iniciales del monasterio vallisoletano de la Virgen de Belén procedían de la comunidad de las Huelgas.

[63] Hechos de los Apóstoles, capítulo 5, versículo 29.

[64] Sobre la Casa y Cárcel de la Inquisición, véase: Luis Fernández Martín, S.J., La Casa de la Inquisición de Valladolid, IH, 10 (1990), pp. 189-201 (accesible por Internet), y en Nueva Miscelánea Vallisoletana, Valladolid, 1998, pp. 149-158. Cronología y ubicación son seguidas fielmente en el presente relato.

[65] Limitándonos a las religiosas de Belén que llegaron a juicio, condena y cumplimiento de esta, se cita un total de siete: Catalina de Reinoso, Margarita de Santisteban, Marina de Guevara, María de Miranda, Francisca de Zúñiga y Reinoso (hermana de la susodicha Catalina), Felipa de Heredia y Catalina de Alcaraz. De las siete, cuatro sufrieron pena de muerte (Marina de Guevara, Catalina de Reinoso, Margarita de Santisteban y María de Miranda). En el mismo auto de fe se aplicó condena no capital a Eufrosina Ríos, monja dominica del convento de Santa Clara de Valladolid. En el precedente auto de fe de 21 de mayo de 1559, fue condenada a pena leve María de Rojas, monja del vallisoletano convento de Santa Catalina de Siena, también de la Orden dominicana.

[66] El ya rey, Felipe II se encontraba fuera de España -por matrimonio y por guerra-, adonde no regresaría hasta primeros de octubre del año 1559. La Regencia formal correspondía a su hermana Juana pero, en tanto vivió el Emperador Carlos (hasta septiembre de 1558), este influyó decisivamente en el gobierno de España y, en concreto, en la represión de la herejía protestante -cartas desde Yuste, a partir de mayo de 1558-.

[67] Sobre Diego de Álava (c. 1500-1562), Presidente de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, véase, en general, la nota biográfica en DB-e de la Real Academia de la Historia, a cargo de José Martínez Millán e Ignacio J. Ezquerra Revilla (accesible por Internet); y, sobre su presidencia vallisoletana (1557-1559), María Soterraña Martín Postigo, Los presidentes de la Chancillería de Valladolid, Diputación Provincial, Valladolid, 1982, págs. 47-49.

[68] Este inquisidor, especializado en investigaciones de brujería, fallecería en 1560. Sobre él, véase: Anastasio Rojo Vega, Testamento, inventario y biblioteca del inquisidor Francisco Vaca, abogado de brujas, eHumanista, núm. 26 (2014), pp. 196-209.

[69] Por la relevancia que tiene para esta historia, cito literalmente el artículo o capítulo 25 de las Ordenanzas para la Inquisición, dadas en Madrid, a 2 de septiembre de 1561, según el extracto de Llorente, Historia crítica de la Inquisición…, citada en nota 40, tomo IV, Oliva, Barcelona, 1835, p. 113: Cuando el preso es menor de veinte y cinco años, se le nombrará curador antes de leer la acusación. Puede serlo el abogado mismo ó cualquiera otra persona de calidad, confianza y buena conciencia. El preso ratificará con autoridad del curador lo que tenga ya confesado en las primeras audiencias, y en adelante se contará con el curador en todas las diligencias judiciales del proceso. Disposiciones similares venían rigiendo antes de 1561, en aplicación de las Ordenanzas que, desde 1484, habían regulado la actuación inquisitorial en España.

[70] Jerónimo Ramírez de Arellano, natural de Villaescusa de Haro (Rioja), canónigo de El Burgo de Osma.

[71] Véase antes, nota 64. El traslado de cárcel a su nueva ubicación se hizo en agosto de 1559: así, Sergio A. Ramos, La historia oculta de Valladolid: la Santa Inquisición, www.tribunavalladolid.com, 28 de julio de 2014.

[72] Por la importancia que tiene para el relato, detallaré que, a tenor de los artículos 2 a 6 de la Instrucción para la Inquisición de 1561 (véase nota 68), procede la prisión preventiva de los inculpados con prueba bastante para seguirles procedimiento, siempre que: A) Lo solicite el fiscal. B) La acuerden los inquisidores por unanimidad. Caso de no existir esta, o de tratarse de inculpados que sean “personas de calidad y consideración” (art. 6), decidirá el Consejo de la Inquisición. Para tomar su decisión a este respecto, los inquisidores podían pedir parecer de “consultores”, si bien esta era una práctica excepcional que, según Llorente, en su tiempo (principios del siglo XIX) nunca se hacía.

[73] La declaración de Marina de Guevara está ampliamente extractada en la obra de Roland H. Bainton, Donne della Riforma, obra y lugar citados en la nota 56.

[74] Según el artículo 64 de la Instrucción inquisitorial de 1561, cabía seguir proceso contra reos ausentes o en rebeldía, tras librar infructuosamente tres citaciones por edicto. En esos casos, la condena era “en efigie”, de madera o cartón, que, en caso de condena a muerte, se echaba a la hoguera: Véase, Llorente, Historia crítica…, tomo IV, citada en las notas 40 y 68, p. 133 (para el juicio en rebeldía).

[75] Eran competencia de la Inquisición los casos contra “fautores, defensores y recibidores de herejes”, así como contra los magistrados que decretasen algo contra la jurisdicción inquisitorial. Estos últimos casos solían castigarse con penas de multa, destierro y pública reprensión. Véanse todos los delitos contra el Santo Oficio en: Julio Caro Baroja, El señor inquisidor y otras vidas por oficio, Alianza, Madrid, 1994, pp. 25-26.

[76] Sobre el auto de fe de 21 de mayo de 1559 en Valladolid, además de la obra de Menéndez y Pelayo citada en la nota 54, véanse: María Ángeles Redondo Álamo, Los “autos de fe” de Valladolid: religiosidad y espectáculo, www.cervantesvirtual.com (accesible por Internet); y sobre todo, Pedro López Gómez, Rabto (sic) de los luteranos que quemaron en Valladolid en… 1559 años. El manuscrito del magistral de Astorga y su contexto, SIELAE, A Coruña, 2016, pp. 99-154 (de libre consulta en Internet).

[77]  O Plaza Mayor. En aquella época se empleaban ambas denominaciones, siendo la del Mercado la más tradicional.

[78]  Evangelio según San Mateo, capítulo 7, versículo 15.

[79] Sin citarlo, Don Gaspar Zumel alude al dominico Bartolomé (de) Carranza. Véase notas 16 y 27.

[80] La voz dueña está aquí empleada en la sexta acepción del Diccionario de la Real Academia Española (2021): 6. f. Mujer viuda que para autoridad y respeto, y para guarda de las demás criadas, había en las casas principales.

[81] Tras la firma de la paz con Francia en Cateau-Cambrésis (abril de 1559), Felipe II pasó a Flandes, donde se demoró hasta agosto, cuando se embarcó para España, llegando a principios de octubre.

[82] Aparte las declaraciones ambiguas de los reos Carlos de Seso y fray Domingo de Rojas, la acusación contra Carranza hubo de basarse en su Catecismo Christiano (véase antes, nota 27), publicado en Amberes en 1558 y, por tanto, no estudiado y valorado a fondo hasta el año 1559.

[83] El concreto, en la localidad de Torrelaguna, actualmente en la diócesis de Alcalá de Henares.

[84] Domingo de Soto fallecería el 25 de noviembre de 1560, a los 65 años de edad. El 30 de septiembre del mismo año fallecía el ave de mal agüero -según lo llamaba Zumel-, Melchor Cano, con 51 años.

[85] Alude a la reina de Inglaterra, María I Tudor (1516-1558), en el trono entre 1553 y 1558, casada con el futuro Felipe II en 1554.

[86] El artículo 35 de las Ordenanzas Generales de 1561, concedía a los acusados por la Inquisición el derecho de designar abogado, pero se les privó del de nombrar procurador, como hasta entonces se venía haciendo: Véase, Llorente, Historia de la Inquisición…, tomo IV, citada en la nota 40, pp. 117-118. Del tomo V, pág. 135 de la misma obra, parece inferirse que el nombramiento de abogado era una posibilidad para el inculpado, pero no una obligación.

[87] Por aquellas mismas fechas, se celebraba el primer gran auto de fe en Sevilla (24 de septiembre de 1559), en el que fueron ejecutados 19 reos (uno de ellos, en efigie). De modo general, véanse: Tomás López Muñoz, La Reforma en la Sevilla del siglo XVI, Eduforma, Madrid, 2011; Eva Díaz Pérez, Memoria de cenizas, Fundación Lara, Sevilla, 2005.

[88] Sobre Juan de Isunza (c. 1520-1567), hijo de Francisco de Isunza (fallecido en 1531) hay escueta nota biográfica en el DB-e de la Real Academia de la Historia, a cargo de Javier Barrientos Grandón. De ella se infiere que Juan de Isunza fue catedrático de Código en la Universidad de Valladolid (1549) y rector de la misma (1554-1555). En mayo de 1558 fue nombrado oidor de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, tomando posesión el 22 de septiembre del mismo año y ostentando el cargo durante nueve.

[89] Juan Sarmiento de Mendoza (c. 1518-1564) era, desde 1552, consejero de Indias. Véase nota biográfica, a cargo de Carlos Javier de Carlos Morales, en el DB-e de la Real Academia de la Historia.

[90] Gaspar Zúñiga de Avellaneda (c. 1510-1571). Aunque en el proceso de Carranza delegó frecuentemente sus funciones, no mostrando mucho interés en llegar a la acusación, lo cierto es que no acudió a las últimas sesiones del Concilio de Trento por estar ocupado en dicha causa. Véase breve nota biográfica en el DB-e de la Real Academia de la Historia, a cargo de Arturo Llin Cháfer.

[91] Nada menos que hasta 1576. El proceso de Carranza ha tenido multitud de monografistas, que no es del caso recordar aquí. Entre los antiguos, solo citaré a: Juan Antonio Llorente, Historia crítica…, citada en la nota 40, tomo VI, pp. 65-216; y a Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, citado en la nota 54, libro cuarto, capítulo VIII. Entre los modernos, véase, de José Ignacio Tellechea Idígoras, la extensa nota biográfica sobre Bartolomé Carranza de Miranda en el DB-e de la Real Academia de la Historia.

[92] Enumera esas 16 proposiciones -por ejemplo-, José de San Bartolomé, Apología del Santo Tribunal de la Inquisición en la memoria histórica del Ilustrísimo Señor D. Fr. Bartolomé Carranza, imprenta de María Fernández de Jáuregui, México, 1814, pp. 26 s. Esta obra (accesible por Internet) es, en realidad, un apéndice de 44 pp. de la titulada -olvidándome del extensísimo título alternativo-, El duelo de la Inquisición.

[93] Aunque Valdés continuó de Inquisidor General hasta 1566, los avatares negativos del caso Carranza le pasaron factura en la estimación de Felipe II, por no hablar de la de los papas, hasta el punto de nombrarle un coadjutor (Diego de Espinosa), que acabó por marginarlo. Véanse: José Antonio Escudero, Notas sobre la carrera del inquisidor general Diego de Espinosa, Revista de la Inquisición, 10 (2001), pp. 7-16 (accesible por Internet); José Martínez Millán, Grupos de poder en la Corte durante el reinado de Felipe II: La facción ebolista, 1554-1573, www.repositorio.unam.es, pp. 137-197, espec. pp. 183-190 y 191-197.

[94] El 21 de septiembre. Para el relato, el 21 de septiembre de 1559.

[95] Se trataba de la beata de Valladolid, Juana Sánchez. Fallecería días después, impenitente y sin confesión. Su efigie y huesos salieron en el auto de fe del 8 de octubre de 1559.

[96]Olla que, además de la carne, tocino y legumbres, tiene en abundancia jamón, aves, embutidos y otras cosas suculentas (Diccionario de la Real Academia Española).

[97] Madero vertical con argolla al que se ataba a los reos que iban a ser ajusticiados, bien para ser quemados vivos, bien para ser agarrotados y luego quemados.

[98] Como es natural, Julián de Alpuche estaba bien informado: De los 27 condenados, la mayoría, en efecto, lo fueron a muerte (14 de 27; una de ellos, en efigie); las mujeres fueron 6, frente a 8 hombres; y, de las seis mujeres, cuatro fueron monjas profesas del convento de Nuestra Señora de Belén. Los datos proceden de un folio manuscrito del siglo XVI, hallado en un tomo encuadernado del siglo XVIII (véase ilustración en el texto).

[99] María de Rojas, monja dominica del convento de Santa Catalina de Siena.

[100] Véase la ilustración que acompaña al texto. Aludiré más detenidamente a la pintura y lo representado en ella en el capítulo 9 (Epílogo) de este relato.

[101] Los reos de los autos de fe celebrados en Valladolid en 1559 que intentaron la fuga de las garras de la Inquisición (Juan Sánchez, Carlos de Seso, fray Domingo de Rojas) no lograron su propósito, siendo los tres condenados a muerte y ejecutados (los dos primeros, quemados vivos).

[102] En 1525, Lutero, exfraile agustino, contrajo matrimonio con la exmonja cisterciense, Katharina von Bora (1499-1552).

[103] Se trataba de las monjas Felipa de Heredia y Catalina de Alcaraz. Ya en el anterior auto de fe, de 21 de mayo de 1559, otra monja, María de Rojas, dominica, había sufrido la misma condena, con el añadido de que en el convento tuviese el lugar más ínfimo de todos.

[104] Esa fue la pena realmente impuesta a la monja de Belén, Francisca de Zúñiga y Reinoso, hermana de Catalina de Reinoso, que fue agarrotada y quemada en el mismo auto de fe de 8 de octubre de 1559.

[105] Partiendo de la base de que un ducado equivalía a 374 maravedís (o a 11 reales), podemos hacernos una idea de lo que significaban 200 ducados, si sabemos que el salario medio diario estaba entre 34 y 81 maravedís, y el anual de un oidor en 150.000 (es decir, 401 ducados), aunque en 1561 sufriría un gran incremento, hasta los 200.000. En resumen, los 200 ducados de multa suponían la mitad de los ingresos directos que anualmente percibía como oidor Don Gaspar Zumel. Véase: Bartolomé Bennassar, Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno agrario en el siglo XVI, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1983, pp. 274 y siguientes y 332 y siguientes.

[106] La longitud de una legua equivale a unos 5,5 kilómetros. Luego 25 leguas son unos 110 kilómetros.

[107] Tradicionalmente, el templo burgalés de San Nicolás de Bari, contiguo a la Catedral, fue la ecclesia mercatorum, sede de diversas cofradías de los otrora poderosos y ricos gremios mercantiles de la ciudad.

[108] Gran monasterio de la Orden de San Jerónimo, erigido en las cercanías de Burgos a comienzos del siglo XV y extinguido con la Desamortización, hacia 1835. Estuvo a punto de servir al retiro de Carlos V en 1556, aunque finalmente el Emperador se decidió por Yuste.

[109] Así fue, en efecto, debido a su carácter humanista y abierto, a sus privilegios de ciudad libre del Imperio Germánico y a la abundancia de imprentas de prestigio. A título de ejemplo, Estrasburgo acogió a una parte de los presuntos herejes que huyeron de la persecución de la Inquisición sevillana en las fechas a que se contrae el presente relato. Véase: T.A. Brady, jr., Ruling class, regime and Reformation in Strasbourg, 1520-1555, Brill Publishing, Leiden, 1997.

[110] Se conserva algún ejemplar de la edición prínceps londinense, anónima y sin fecha, pero atribuida con fundamento a Casiodoro de Reina y datada entre 1559 y 1561. El título completo es: Confessión de la Fe christiana hecha por ciertos fieles españoles, los cuales, huyendo de los abusos de la Iglesia Romana y la crueldad de la Inquisición de España, dexaron su patria, para ser recibidos en la Iglesia de los fieles, por hermanos en Christo. Hay una reimpresión de esta obra, titulada Confessión de Fe Christiana. La confesión de fe protestante española, A. Gordon Kinder, Exeter, 1988. Yo he manejado el texto publicado por la Universidad Pontificia de Salamanca, con introducción y notas de J. Román Flecha, manejable en Internet, www.docplayer.es, con la rúbrica de La Confesión Española de Londres, 1560-61.

[111] CAP. XXI. DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. DEL IUYZIO FINAL. DE LA ETERNA VIDA DE LOS PIOS. Y DE LA ETERNA MUERTE DE LOS IMPIOS.

[112] Tanto en aquella época, como en la nuestra: Véase: Catecismo de la Iglesia Católica, Editrice Vaticana, Roma, 1992, números 1033 a 1037 y 1056 a 1058. He manejado la traducción oficial española, 2ª edición, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid, 1992, pp. 241-243 y 246.

[113] Según el texto que he manejado (véase antes, nota 110), la cita literal es como sigue: Los malos comprehendidos de la eterna maldición serán diputados a eterna privación de la vista de Dios, lo cual los será eterno dolor y tormento en compañía de satanás, cuya naturaleza participaron y cuyas obras hizieron: con el cual serán sepultadas en el infierno, en compañía de la muerte, que con ellas será encerrada, para que perpetuamente mueran, donde su cuerpo se quemará y no morirá, ni su tormento tendrá fin.

[114] Dogmatizantes, o dogmatizadores, eran para la Inquisición las personas que tenían por ciertos dogmas que para la Iglesia católica eran falsos e, incluso, hacían enseñanza de ellos. Naturalmente, estas circunstancias se consideraban agravantes de la conducta herética y, en los tiempos del relato, solían pagarse con la condena a muerte.

[115] Impresor estrasburgués, nacido en fecha incierta de principios del siglo XVI y fallecido en 1568.

[116] Traducible por: Refutación de la eternidad del infierno según criterio de justicia absoluta.

[117] Es decir, (escrito) por algún discípulo del maestro Soto. Se entiende, Domingo de Soto.

[118] Concretamente, la batalla de Gamonal, en que los franceses derrotaron a los españoles, el 10 de noviembre de 1808.

[119] Sobre la historia del monasterio de Fredesval hay numerosos trabajos -incluso del que fue Presidente de la República, Don Manuel Azaña Díaz-. Citaré uno, compendioso y muy breve: Enrique Serrano Fatigati, Manriques y Padillas. Brevísima historia de Fredesval, La Ilustración Española, tomo XXX, 1894, pp. 91-94.

[120] Para quienes sientan curiosidad acerca de este Museo, les remito a mi relato, En el mundo del arte (I). Una Inmaculada de atribución incierta, que pueden encontrar en este mismo blog, dentro de la etiqueta de Cuentos de música y bellas artes.

[121] El Prerrafaelismo es una corriente o escuela pictórica de fondo romántico, vinculable a la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. He manejado: Varios Autores, Historia del Arte, tomo 8, Editorial Salvat, Barcelona, 1981, pp. 173-183.

[122] John Everett Millais (1829-1896), pintor e ilustrador, probablemente el más dotado de los artistas de la por ellos llamada Hermandad Prerrafaelita (Pre-Raphaelite Brotherhood). El cuadro está reproducido como ilustración de este relato.

[123] Véase, con amplio resumen en Internet, Morna O’Neill, 1857: A “Catastrophe” at the Royal Academy, The Royal Academy of Arts Summer Exhibition: A Chronicle, 1769-2018, edited by Mark Hallett, Sarah Victoria Turner and Jessica Feather, London, Paul Mellon Center for Studies in British Art, 2018, en la www.chronicle250.com.

[124] William Stirling-Maxwell (1818-1878), historiador del arte, político, coleccionista de arte y libros, y gran hispanista escocés. La mejor especialista actual en él es Hilary Macartney, que le dedicó su tesis doctoral: Sir William Stirling-Maxwell as historian of Spanish art, Courtauld Institute of Art, University of London, 2003, y, de manera mucho más breve, el artículo, William Stirling-Maxwell: Scholar of Spanish art, “Espacio, Tiempo y Forma”, Madrid, 1999, pp. 287-316.