lunes, 24 de enero de 2022

UN REBELDE EN HOLLYWOOD, O FRANCO EN BEVERLY HILLS

 

 

Un rebelde en Hollywood, o Franco en Beverly Hills

Por Federico Bello Landrove

 

     Si por la mayoría de las estrellas de Hollywood hubiera sido, la República española habría recibido del Gobierno americano un apoyo tal, que seguramente le habría permitido ganar la Guerra Civil. Y era tan poderoso el influjo del cine en la sociedad estadounidense, que los rebeldes españoles tenían que procurar el contrarresto del movimiento progubernamental[1]. Este relato nos aclarará -con verosimilitud y algo de fantasía- cómo trataron de lograrlo.


Cartel en pro de la ayuda al Madrid republicano

 

1.   Un preámbulo, tal vez largo en exceso


     Ha dicho mi casi conterráneo Delibes en alguna ocasión que las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así[2]. En mi caso, todo podría haber sido distinto, de no haberse sublevado los militares de Mola en pleno mes de julio[3], o si no hubiese yo decidido tomarme unas merecidas vacaciones familiares en Palencia, ciudad que, como es sabido, cayó en la zona rebelde. Hasta pocos días antes, yo me encontraba a salvo de sobresaltos en Nueva York, como uno de los corresponsales de la agencia Fabra y de algunos diarios españoles de cierta nota, entre los que citaré el ABC de Madrid, por el juego que este dato ha de dar en la narración[4]. Pero el 15 de junio embarqué en el trasatlántico Normandie, con destino al Havre y, tres semanas después, me hallaba en el café del Casino palentino, entre los tertulianos de mi padre, contando -tan exageradamente como era posible, sin desbarrar- mis éxitos y aventuras ultramarinas. Pocos días más tarde, algunos de aquellos pacíficos burgueses -para quien los ultramarinos era simple sinónimo de géneros coloniales- yacían en una fosa común o andaban escondidos por quien sabe dónde, tratando de evitar el eterno descanso junto a tantos otros. Mi padre, aunque más dado a levantar el brazo que el puño, llegó a temer por mi juventud y cosmopolitismo, y me dio el sabio consejo de que abandonase aquel conejar y, como primera providencia, tomase el portante y me dejase caer en Valladolid, ciudad tres veces mayor que la nuestra y donde yo era ya un pálido recuerdo, ocho años después de haber cursado en ella la carrera de Derecho.

-          Por lo pronto -me aconsejó- alójate en casa de tu tía Mercedes y sal de ella lo menos posible. Luego, según puedas, brujulea para encontrar un lugar menos… implacable que esta Castilla la Vieja de nuestros pecados; eso, y un porqué para mantenerte que, lo que es nosotros, entre las incautaciones y el alistamiento de tus hermanos pequeños, andamos muy alcanzados.

***

     Uno de sus hijos -condiscípulo mío en la Facultad[5]-, me facilitó, ya en Valladolid, entrevista con su padre, Don Francisco de Cossío, director del El Norte de Castilla desde hacía años y ahora, según se comentaba en la ciudad, en la cresta de la ola del Movimiento[6]. Cossío me recibió con agrado, aunque con ciertas reticencias:

-          Así que te han largado de la agencia Fabra -afirmó, sin fundamento-; pero lo que yo querría saber, Bernárdez, es si ha sido por no poder regresar a los Estados Unidos, o por tu adhesión a los nacionales.

-          Para empezar -le respondí con cierta acritud-, a mí no me han largado de la agencia, pero ya comprenderá usted que, en las presentes circunstancias y estando Fabra con los republicanos[7], no me sería posible, ni aun queriendo, volver a mi trabajo en Nueva York. Y, por lo que hace a mis opiniones personales, soy lo suficientemente apolítico, como para acomodarme allí donde me ha tocado pasar este trago.

     Don Francisco quedó cortado de mi contestación, fruto en realidad, más de mis pocos años y de mi jactancia profesional, que no de una sinceridad a prueba de riesgos. Luego, decidió tomarlo por el lado bueno -después de todo, yo era conocido de su hijo- y me ofreció una fruslería, que inmediatamente acepté:

-          Te puedo emplear como colaborador de nuestra menguada redacción de internacional: trescientas pesetas, y dos duros por cada artículo cuya publicación se te acepte. Conocerás bien el mundo americano, del que mis redactores están in albis. En fin, de ti depende…

     En efecto, si mi tía Merche seguía dándome comida y cama gratis, todo dependería de mi saber y laboriosidad, amén de las tragaderas que un corresponsal liberal en Nueva York tenía que poseer para volverse meritorio o poco más, en un diario vallisoletano de aquel tiempo de sangre y servilismo.

     A la despedida, como si fuera cosa sabida y rutinaria, Cossío me encargó:

-          Por cierto, antes de empezar a trabajar, tienes que hacerte con el carné de Falange…, y no estaría de más que te suscribieses a Libertad[8]. En este mundo cruel -añadió enfáticamente-, no está nunca de más buscarse una retirada.

     No acepté el consejo de abonarme al casi fascista periodicucho de la competencia, pero sí hube de pasar por el trámite de afiliarme a la Falange[9]. Cossío me facilitó la recepción en dicho partido, del que recibí la identificación número 3.527 de las de la provincia vallisoletana. Teniendo en cuenta que estábamos a 20 de agosto de 1936, es indudable que dicho carné se estaba convirtiendo en manoseado paraguas para paliar el inclemente chubasco que estaba cayendo[10]. Y así, el lunes, 23 de agosto de 1936, entraba por la puerta de El Norte, que daba a la calle Duque de la Victoria[11], con la mente confusa y una delgada carpeta con varios recortes y originales para posibles artículos de temática internacional. La verdad es que me urgía cobrar los dos duros que habían de darme por cada uno de los que aceptasen. ¿Razón de tanta prisa? La presentación de mis trabajos hablaba por sí sola: Estaban cuidadosamente mecanografiados con una veterana Underwood[12], que había adquirido de segunda mano y al fiado -mi adscripción periodística me hacía de fiar, por lo menos, hasta primeros del mes siguiente-.

     La verdad es que no me dio tiempo de hacer frente a todos los plazos y hube de hacer cuentas con el vendedor, a base de devolverle su antigualla. La razón de tan breve vinculación a El Norte la explicaré sucintamente en el siguiente epígrafe.

***

     Breve, sí, pero en absoluto exenta de interés personal. Con el expreso beneplácito del director, publiqué una serie inconexa de artículos y reportajes sobre los Estados Unidos, dirigidos a orientar sobre las dificultades que ambos bandos de nuestra guerra habrían de tener para torcer su vigorosa neutralidad. Apenas retocados por la censura, encuentro hoy, al repasarlos, párrafos que todavía podrían suscribir los historiadores de aquel periodo de los primeros meses de la guerra civil. Aquí, una cortísima selección:

     La República, con justa razón, nunca fue popular en los medios americanos, por su irrefrenable tendencia a incautarse de los bienes ajenos e intervenir asfixiantemente en el mundo de la economía, el más relevante con diferencia para el Gobierno de Washington. Y, por las noticias que nos llegan del lado rojo, el ansia devoradora e intervencionista de sus dirigentes y de las turbas que los siguen no han hecho sino aumentar. Se da por cierto que han sido expropiadas sin indemnización o, cuando menos, intervenidas por los sindicatos marxistas, las oficinas y fábricas de empresas tan destacadas, como la International Telephone and Telegraph, Ford y General Motors, por un valor no menor de ochenta millones de dólares (al cambio, unos mil millones de pesetas[13])…

     Los miles de mártires sacrificados en la España de la República por la vesania anticristiana[14] no pueden dejar de conmover a los norteamericanos de bien, sean del credo que sean, pero bueno será hacer constar que los católicos constituyen en los Estados Unidos un alto porcentaje de su población -en especial, la de ascendencia hispana, italiana e irlandesa-, con notable presencia social e influencia política… Poner ante sus ojos el doloroso holocausto a que antes nos referíamos ha de ser un objetivo necesario de nuestras autoridades civiles y religiosas del que, a no dudar, habrán tomado buena cuenta… Como corresponsal en los Estados Unidos durante varios años, me consta que el presidente Roosevelt, aunque no católico, tiene en alto aprecio y consideración la opinión y el voto de nuestros correligionarios americanos…

     Los Estados Unidos recuerdan con mucha prevención la Gran Guerra Europea, en la que, pese a los compromisos iniciales de su Presidente de la época[15], se vieron involucrados, con alto coste en vidas y bienes. Muchos de los americanos que vivían entonces, opinan que acabaron poniendo en juego lo mejor que tenían para engordar las bolsas de los plutócratas y servir a los intereses de ciertos países europeos de corte imperialista, como Francia e Inglaterra. Lógico es que no quieran que se repita ahora la jugada y, a tal fin, eluden todo tipo de compromisos en Europa, incluso los que sería de justicia asumir, en bien de la civilización cristiana y de los valores de la libertad. Como razonable conocedor de la mentalidad americana, me atrevo a afirmar que sus dirigentes acabarán por comprender que la Unión Soviética y su intervencionismo en España no pueden ser dejados al albur de la decisión y valentía de los patriotas que se les enfrentan, solos y medianamente armados, sin recibir el apoyo moral y material de las naciones civilizadas. Todo esto es algo sabido de sobra por la Sociedad de Naciones y los demás organismos internacionales, pero bien hacen los Jefes de nuestro Movimiento Nacional en denunciarlo sin descanso, con la justa esperanza de que todos los Estados se unan para parar los pies a Stalin y sus lacayos, hoy en Madrid, pero ¿y mañana, si no se les pone coto?

     Mis colaboraciones sorprendentemente atrajeron la atención y el interés del director del importante diario ABC, Don Juan Ignacio Luca de Tena, que había logrado convertir la sucursal de su periódico en Sevilla en el más acreditado diario de la España nacional[16]. Tanto es así, que me convocó a su despacho el Señor Cossío a finales de octubre del 36 y se desarrolló entre nosotros la siguiente conversación, o muy parecida:

-          No sé si sabes, Bernárdez, que, además de director de El Norte, he venido siendo desde antes de la guerra subdirector de ABC, cargo que vuelve a tener efectividad, una vez que Luca de Tena, con la sabiduría que lo caracteriza, ha logrado rehacer el periódico a la vera del Guadalquivir.

-          Algo había oído sobre ello, sí, señor; y me congratulo, pues fui uno de los corresponsales de ABC en Nueva York, hasta que estalló la guerra y me pilló de vacaciones en España.

-          ¡Je, menudas vacaciones! Pero a lo que voy: Don Juan Ignacio se ha enterado, por tus artículos en El Norte, de que estás con nosotros. Le han gustado mucho tus colaboraciones y, por mi conducto, te ofrece plaza de vicerredactor de internacional en ABC, si te decides a trasladarte a Sevilla… No estoy en condiciones de detallarte las condiciones laborales que te ofrece, pero -vamos- cuenta con un sueldo mensual de unas mil quinientas pesetas para empezar… Yo que tú, no dudaría en aceptar. Ya ves cómo están las cosas por aquí…

-          Me deja usted de un aire, Don Francisco. Por una parte, me tienta la oferta, no lo voy a negar; pero, de otra parte, tendría que alejarme de la familia y no sé hasta qué punto estén las cosas militarmente seguras en Andalucía.

-          Por eso no sientas preocupación. Sevilla no puede caer, ni tambalearse siquiera: Es una pieza clave para enlazar toda la zona nacional con Marruecos, y ya sabes lo crucial que es eso. En fin, piénsatelo unos días, pero pocos. Entre tanto, si quieres, puedo escribir a mi amigo Queipo[17], encomiando tu fidelidad a la causa y buenas cualidades profesionales. Ya sabes que el General tiene verdadera vocación de periodista radiofónico…

     Esbozó una amplia sonrisa, pero yo no le seguí la broma:

-          Mejor me fío -aclaré- de sus relaciones con el mundo del Derecho. Ya sabe usted que está casado con una hija del que fue presidente de esta Audiencia Territorial y que su padre era juez municipal de Tordesillas. Y, como mi padre es secretario de la Provincial de Palencia…

-          No lo recordaba -confesó-. Se lo puedo hacer saber, aunque aquí, entre nosotros, el mundo de las leyes creo que le resulta un tanto ajeno.

     Me extrañó una confidencia tan atrevida. Y es que había oído yo por la redacción que Don Francisco había quedado muy afectado tras la canallesca muerte de su redactor literario, el joven abogado Santelices[18], producida apenas mes y medio antes. Me lo había comentado el único medio amigo que llegué a hacer en el periódico durante lo poco que anduve por allí. Se trataba del bueno de Pepe Alegrías; bueno, se trata, porque, según me han asegurado, aún sigue dando guerra por El Norte, a pesar de haberse jubilado hace unos cuantos años[19].

***

     Si me acuerdo ahora de Pepe Alegrías, o, por mejor decir, de Emilio Cerrillo, no es tanto por razones sentimentales, cuanto por la importancia que tiene para el objeto de este relato su aparentemente anodina sugerencia, hecha a los pocos días de estar yo vinculado al periódico, en el que él llevaba ya una década como redactor. Estábamos tomándonos una caña bien fría en un bar del Campillo, cuando me trajo a colación los oropeles cinematográficos americanos y la cantidad de actrices guapas que habrás tenido ocasión de tratar.

-          Claro que en Nueva York lo que más abunda son las millonarias -afirmó, rectificándose-. Las estrellas están en Hollywood…

-          ¡Alto ahí!, le contradije. Nueva York tuvo tanta vida fílmica o más que Los Ángeles. Lo que pasa es que los rodajes necesitan sol y buen tiempo, y de eso en el sur de California hay para dar y tomar. Pero no creas, que la Gran Manzana también tiene lo suyo: Broadway, el Village, la calle 42…

      Comprendí que me estaba dando pote sin concreción ninguna y que lo iba a agobiar con una lección de cinefilia; de modo que cambié de enfoque:

-          ¿Eres tú quien se ocupa en el periódico de la crónica de cine?, inquirí.

-          Solo cuando estrenan una película importante. En otro caso, mandan a un gacetillero que esté libre, o se acepta la colaboración espontánea de algún espectador que entienda algo de cine. Lo mío es lo serio: teatro y toros.

-          Pues, mientras dure la guerra, no vas a tener mucho trabajo. Me parece que, hoy por hoy, el cine será la distracción favorita, en la retaguardia y, seguramente, también en el frente.

     Apuramos las cervezas, pagamos a escote y, de camino a la redacción, recuerdo que le dije lo primero que se me ocurrió, una tontería o poco menos:

-          La charla me ha dado una idea, Cerrillo. ¿No te importará que presente al director un artículo sobre cine, a ver si le animo a que me encargue de la crítica cinematográfica?

-          Por mí, encantado -respondió, entre generoso e irónico-. Así podréis entrar gratis en las salas tú y la moza a quien tengas a bien invitar.

     La verdad es que, como acabé aceptando la oferta de ABC, no tuve apenas tiempo de disfrutar del cine de balde. Pero sí me publicaron una colaboración, que casi reproducía otra que el año anterior había vendido a través de la agencia Fabra a algunos de los mejores diarios del momento, como Las Provincias de Valencia[20], por poner un ejemplo muy pertinente para el relato. El artículo tenía por título En defensa del honor nacional y, espigando en su contenido, creo que los siguientes párrafos y frases pueden dar idea cabal y suficiente de su integridad:

    Como se recordará, en el año 1934, una película americana de los estudios Fox, llamada en nuestro idioma Gran Canaria[21], difundió el disparate de que en aquellas Islas había actualmente epidemias de fiebre amarilla, que ponían en peligro la vida de los canarios y de los turistas que tan frecuentemente las visitan. Como es natural, el Gobierno español puso el grito en el cielo; se prohibió la exhibición de la película en nuestro país y se hicieron denodados intentos de retirarla de las pantallas de todo el mundo, por implicar un daño injusto e irreparable al honor nacional y a la economía canaria. Se estuvo a punto de promover oficialmente una acción por libelo y difamación ante los tribunales estadounidenses contra la productora del film[22].

     Afortunadamente, hubo un español en Norteamérica con la suficiente sensatez y cultura, como para no disparar la pólvora en salvas y preservar, a la vez, el honor español y las buenas relaciones con el influyente mundo del cine americano. Ese prócer era nuestro embajador en Washington, Don Luis Calderón, hoy dimisionario de la diplomacia de la República y separado por esta del servicio[23], para honra del así represaliado, que se ha acogido a las banderas y valores del Movimiento Nacional…

     ¿Cómo obró tal milagro el Señor Calderón? Sencillamente, acudiendo a la autoridad correspondiente que en los Estados Unidos vela celosamente por la legalidad y los valores del cine americano. ¡Sí, señores! En aquel gran país también existe un Código, que han de respetar todas las películas que en él se ruedan. A tenor del mismo, los muy libres productores americanos no pueden permitirse ofender -y, menos aún, con mentiras- a los pueblos y gobiernos de otros países[24]. Gracias a tan buen sentido y práctica, el asunto de Gran Canaria acabó felizmente y con prontitud. El Señor William Hays, presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América[25], me lo explicaba así en una entrevista que me concedió en su despacho neoyorquino, en noviembre del pasado año:

     “Aconsejé a las partes en conflicto que se reunieran y resolviesen amistosamente sus diferencias, siempre bajo las normas y valores del Código por el que nos regimos los cineastas americanos. Así, su embajador y el presidente de los estudios Fox llegaron fácilmente a un acuerdo: La película conflictiva fue retirada de las salas de cine de todo el mundo y se destruyeron cuantas copias de la misma pudieron recogerse, así como la cinta original… Verá que la verdad y los buenos modos tienen en el mundo de nuestro cine buenos resultados: Arte, moral y legalidad pueden ir de la mano, sin detrimento de ninguno de ellos”.

     Ni que decir tiene que mi conocimiento del Señor Hays, por superficial que hubiese sido, me dio en Valladolid el marchamo de experto en materia de cine. A orillas del Pisuerga, tal cosa no me produjo dividendos, pero sí iba a devengármelos a las del Guadalquivir, como expondré a continuación.


Fernando de los Ríos, embajador republicano en Washington (1936-1939)

 

 

2.  Entre Queipo, Cifesa y la Delegación de Prensa y Propaganda

 

     No me duró mucho la mina de mis conocimientos del mundo americano, pues lo que empezó a llevarse abrumadoramente entonces fue la alianza con alemanes e italianos, poco compatible con hacer guiños a Roosevelt y Cordell Hull[26]. En consecuencia, el director efectivo del ABC sevillano, Juan Carretero[27], no sabía a ciencia cierta qué hacer conmigo, dado que mis conocimientos de las relaciones internacionales eran mínimos, fuera del mundo norteamericano. La salida de ese callejón vino de donde menos me lo esperaba: del virrey de Andalucía, Don Gonzalo Queipo[28], que sabía de mi existencia y estancia en Sevilla por conducto de Cossío, así como de mi intentada audiencia de presentación, que acabó en una afectuosa invitación a tomar el té, por parte de su esposa, Doña Genoveva:

-          Mi marido es cada vez más difícil de encontrar -explicó, sonriendo- y hasta yo misma no sé a veces por donde anda, pero le haré saber tu visita. Y, ahora, cuéntame cosas de Valladolid que, con todo este fregado, no he estado allí desde Navidad.

     Me explayé, procurando darle una visión optimista de la funesta situación reinante. De sobra sabría por su marido cómo marchaba la denominada gran historia; así que me centré en la vida corriente de alguien que no tuviese nada que temer de la violencia imperante. Incluso -manías de aficionado-, me referí a las dos o tres películas que había visto en Pucela[29] antes de abandonar la ciudad. Fue tan amable la señora que, cuando en el periódico recibimos un telefonazo de Capitanía General para que se presente mañana a las nueve, ante Su Excelencia, el reportero Rufino Bernárdez, me imaginé que se trataba de conocerme personalmente. Pero la cosa tenía bastante más enjundia, como me indicó el general, tras los cumplidos y salutaciones de rigor:

-          He pensado en encargarte de una chorrada, que se les ha ocurrido a los del Cuartel General del Generalísimo. Creo que eres la persona indicada, por lo que me han informado Cossío y Luca de Tena, además de ser casi paisano y un tipo muy agradable, según mi mujer.

-          Gracias, mi general. Usted dirá en qué puedo servirle.

-          Pura envidia y gilipollez -prosiguió-. Como si no se me escuchara por la radio y no supiesen todos lo digo y cómo lo digo… En fin, Bernárdez, ¿querrás creer que me quieren censurar mis charlas radiofónicas, al pasarlas a los periódicos?... Patético, ¿verdad?... Pues ahí es donde entras tú, y ¡pobre de ti como no llegues y, sobre todo, como te pases!

     Debí de poner cara de susto, porque Queipo soltó una carcajada e intentó tranquilizarme:

-          No pases cuidado, que yo revisaré tu trabajo antes de publicarse… Actuaremos así: En la emisora te facilitarán el texto de mi charla, una vez emitida. Seguidamente, sin salir de allí, harás un amplio resumen a máquina de cuanto merezca y pueda publicarse. Ese resumen me lo hará llegar un ayudante y yo lo retocaré en lo que proceda antes de enviarlo a los diarios… Y así, todos los días en que les cruja a los rojos por las ondas… Tendrás que trasnochar un poco, pero ya le he dicho a tu director que no te haga trabajar mucho por las mañanas… ¿Estamos?

-          Le he entendido perfectamente, mi general. Y espero que, en pocos días, conoceré su criterio al dedillo y no tendrá que hacerme mayores correcciones.

-          Nadie nace enseñado -sentenció-. Aquí me tienes a mí, a los sesenta años, aprendiendo a refrenar la lengua.

     Decidí darle algo de coba, con aparente sinceridad:

-          Los envidiosos suelen confundir la libertad de expresión con la indisciplina.

-          ¡Ahí le duele, amigo! Pero yo ya soy perro viejo y, aunque sea de Caballería, no voy a dejarme embridar[30].

     Así empecé a cuidar -en vano- de que los exabruptos y disparates más notorios del General quedaran ocultos a los lectores de la prensa, que no los hubiesen captado la noche anterior por las emisiones radiofónicas. Afortunadamente para mí, nuevas labores requirieron pronto de mi dedicación muy lejos de Sevilla. Mi trabajo de censor pasó, al parecer, al teniente coronel Fontán[31]. Fuera quien fuese, seguro que lo hizo tan bien o mejor que yo.

***

     Pasó el año 36, sin importantes novedades por mi parte, ni del resto de la familia directa, incluidos mis dos hermanos, que combatían por los alzados. Tras el parón ante Madrid y la llegada de las Brigadas Internacionales, todo hacía presagiar que la guerra sería larga, aunque el triunfo de Franco parecía asegurado, en opinión del muy informado compañero, Luis Bolín[32], que se pasó por Sevilla para ver a Luca de Tena y nos hizo un resumen apabullante:

-          Inglaterra está por Franco; Francia, sola y desunida, no dará un solo paso serio en favor de la República. En cuanto a los Estados Unidos, su rigurosa neutralidad nos favorece, siempre que siga quedando aparte de ella la Texas Company[33].

-          ¿Cómo es eso, Bolín?, pregunté extrañado, ante tan notable excepción.

-          Cuanto menos se sepa mejor, pero tenemos poderosos amigos que nos están surtiendo de petróleo, todo el que queremos, y al fiado.

-          ¿Y el transporte?

-          Por su cuenta y desembarcando el crudo el puerto seguro, me contestó; y no preguntes más, que no voy a darte mayores detalles[34].

-          Sin embargo -insistí-, parece que el gobierno yanqui no está siendo muy eficaz en impedir que sus nacionales vengan a luchar en las Brigadas Internacionales. Si eso sigue así, podría forzar el cambio de postura de los demócratas en el poder.

     Bolín me rectificó, de una manera que pareció harto propagandista:

-          Deja que vengan unos cientos de comunistas americanos a diñarlas en España. Es mejor que esos ilusos viertan su sangre aquí, que no su bilis propagandista en los Estados Unidos[35].

     Luca de Tena decidió cortar el diálogo exclusivo entre Bolín y yo, con una broma que resultó para mí muy ilustrativa:

-          Anda, Luis, ¿por qué no te llevas a este pesado contigo a Salamanca? No hace más que darnos la matraca con Roosevelt, el código Hays y la General Motors.

     Bolín salió del paso sin comprometerse:

-          No nos vendría mal en la Oficina alguno más, que supiese lo que se trae entre manos. Con decirte que acaban de nombrar Delegado de Prensa y Propaganda a un economista, profesor de Universidad… Un tal Gay.

-          ¡¿Vicente Gay?! -salté yo-. Fue profesor mío en Valladolid, hace ya unos años. Era bueno, pero un tanto… extremista[36].

     Bolín asintió y dijo:

-          Ideológicamente, un segundo Goebbels[37]. Lástima que le falte una miaja de sentido común y de contención…, como a uno de Sevilla, que yo me sé.

     Luca de Tena, Carretero y yo sonreímos al unísono. Los tres imaginamos a Queipo como la persona cuyo nombre se elidía.  

***

     Aunque estuviese al otro lado del charco, me habían llegado puntuales noticias de la creación de una importante productora española de cine, que pretendía hacer películas con un sistema e infraestructura similares a los de los estudios americanos: Se trataba de Cifesa[38], empeño de ciertos capitalistas emprendedores, que habían asumido la empresa fílmica, de una parte, como inversión y, de otra, con la ilusión de incorporar el modesto cine español a dimensiones y perspectivas europeas. Yo suponía que, al estallar nuestra guerra, los estudios Cifesa habrían quedado en manos de los trabajadores izquierdistas de Madrid y Valencia, pero lo que ignoraba era que sus legítimos dueños, los Casanova[39], habían escapado de Valencia y se hallaban refugiados en Sevilla, desde donde -con más voluntad que medios- pretendían conservar Cifesa en sus manos, ya que no como productora de películas, al menos como distribuidora de las mismas. Fue esa presencia hispalense el detonante de mi actuación en Hollywood, que es lo que pretendo contar en esta narración, con todo el detalle y la complacencia que se ponen en los viejos recuerdos amables, de cuando uno tuvo en la vida un papel relativamente importante.

     Todo empezó con una nueva llamada de Don Juan Ignacio Luca de Tena. Esta vez, según me dijo, se trataba de que hiciese un favor muy especial a un buen amigo.

-          Ni que decir tiene -anticipó- que, si te decides a ayudarme, tendrás todo mi apoyo, para lo que el camarada Bolín será un peón importantísimo.

-          Pues usted dirá, Don Juan Ignacio -contesté-. Bien sabe usted que no puedo negarle nada, después de lo bien que ABC se está portando conmigo.

-          Muchas gracias, Bernárdez. Voy a resumirle de qué se trata, pues los detalles se los comunicará el amigo al que he aludido.

     En esquema, se trataba de que, con gran esfuerzo y perspicacia, Cifesa había logrado, antes de la guerra, un contrato de difusión en exclusiva para España de las películas de los importantes estudios Columbia[40]. El inicio de nuestra guerra civil no había afectado al cumplimiento del compromiso, pero sí acababa de perjudicarle decisivamente lo que Luca de Tena calificó de error de cálculo de nuestras autoridades de Burgos:

-          Ya veo que no estás enterado, dado que acaba de producirse: la Secretaría General del Jefe del Estado acaba de prohibir la propaganda y difusión en la zona nacional de todas las películas en que intervengan veintitantos cineastas favorables a los rojos, entre actores, guionistas y directores. Vamos, según mi amigo, su ruina y, de paso, un palo para los cines españoles y para el buen nombre de Franco en los Estados Unidos[41].

-          Ya entiendo -asumí- y no puedo estar más de acuerdo con usted. Según me informan mis amigos americanos -dentro del correo que la censura permite que me llegue-, el punto negro de nuestra diplomacia en Norteamérica es lo poco favorable que nos es la intelectualidad estadounidense en general; y, dentro de ella, ¿quién más influyente entre el público que las estrellas de cine? En mi modesta opinión, no hay que dar en los nudillos a Hollywood, sino exponerles nuestros valores y, si a mano viene, invitarlos a que vengan a nuestra zona y vean que no somos la banda de fascistas que se cree ahí fuera.

     Mi interlocutor torció el gesto, muestra inequívoca de que no compartía del todo mi opinión, como reflejó inmediatamente:

-          Verás, Bernárdez, no creo que nos convenga una política de puertas abiertas, pero, desde luego, participo de tu criterio de que hay que repartir noticias y buenos modos, no prohibiciones ni estacazos. En fin, tú habla con el amigo a que me refiero y, de paso, para intentar ganarnos a los gerifaltes de Burgos y Salamanca[42], no estaría de más que escribas un artículo-programa en ABC, que yo apoyaría de lleno, con toda la autoridad que nos hemos ganado en los últimos años.

***

     Mi artículo en el ABC, podado por la censura de modo inmisericorde, no se alejaba mucho del que ya resumí páginas atrás, publicado en El Norte de Castilla, es decir, mucha insistencia con los grandes fallos de los republicanos españoles ante la gran nación americana, que eran la persecución religiosa, la incautación de bienes y fábricas extranjeros y la penetración más y más intensa del comunismo y de la propia URSS. Ahora, con base en lo que acababa de saber y pretendía, me hacía eco de la conveniencia de acoger más amistosamente a periodistas e intelectuales americanos en nuestra zona, para que no tuviesen de ella la información malévola de nuestros contrarios; así como la oportunidad de ganarnos la opinión de los artistas americanos, en vez de privarles de voz en nuestra patria. Es obvio que fue todo este añadido el que pulverizó la censura, aunque hizo mella y recogió buenas críticas entre los enterados. En concreto, Bolín osó telefonearme desde Salamanca: ¡Bravo por ti, Bernárdez! Y no soy el único en opinar así: Dora Lennard y el embajador Cárdenas me han preguntado quién era ese periodista tan informado y atrevido… ¡Vente para acá de una puñetera vez y manda tus colaboraciones a ABC telefónicamente, o por teletipo, que ya tenemos, tanto aquí como ahí!

     Por el momento, desconocía quiénes eran el diplomático Cárdenas[43] y la Señora Lennard[44], pero me abstuve de demostrar mi ignorancia ante Bolín. Otros me sacarían enseguida de dudas: El uno -¡sevillano de pura cepa!- era encargado oficioso de negocios de Franco en los Estados Unidos, a modo de embajador fantasma. La otra, una escritora y periodista radiofónica, que se había ganado la confianza del Caudillo como traductora de inglés y francés para él. De hecho, no tardaría en conocerlos personalmente. Pero no anticipemos acontecimientos y pasemos a mi entrevista con el amigo secreto de Luca de Tena, que resultó ser el factótum de la Cifesa, el valenciano Vicente Casanova[45].

     En nuestra entrevista, Casanova me puso al corriente con todo detalle de su interesante acuerdo con la Columbia y de cómo podía venirse inminentemente abajo, si el Gobierno de Burgos persistía en boicotear en bloque las películas en que interviniesen cineastas favorables a la República[46]:

-          Luca de Tena nos ha dicho -agregó- que usted conoce bien el mundo americano y los entresijos de su mundillo cinematográfico. Haga cuanto pueda por nosotros y, aunque no necesite usted de mayores estímulos, cuente con que financiaremos generosamente su viaje.

-          No fíen mucho a mi sapiencia, ni a las posibilidades de que pueda viajar a los Estados Unidos. No obstante, haré todo lo que esté en mi mano… Por cierto, ¿con qué magnate de la Columbia se entendieron ustedes para su contrato?

-          Con el Señor Seidelmann[47], me contestó. Es el gerente de la compañía, brazo derecho del presidente Cohn.

     Con estas limitaciones y objetivos, emprendí mi viaje a Castilla, con las bendiciones de Luca de Tena y del propio general Queipo, de quien me despedí por teléfono. Su respuesta fue para enmarcar:

-          A esos cantamañanas de la Delegación de Prensa podría habérseles ocurrido ordenar que no nos mandasen más brigadistas, en vez de prohibir las películas que pueden entretener a nuestros soldaditos.

***

     Mi primer destino fue Salamanca, adonde llegué en una mañana gélida y neblinosa de principios de febrero. En la Plaza Mayor me esperaba el irremplazable Bolín, que ya tenía preparado alojamiento para mí en el aledaño Gran Hotel.

-          Lo juzgarás un tanto pretencioso y alborotado -me confesó-, pero te he encontrado una habitación muy tranquila en el último piso…

     Era una forma eufemística de referirse a un tabuco abuhardillado en una cuarta planta, hasta la que no llegaba el ascensor. Su mejor vista la tomaba del airoso tejado del mercado central. De modo que, mientras yo acomodaba a toda prisa mi equipaje en un ajado armario de luna de un solo cuerpo, justificó su elección de tan angosto acomodo:

-          No sabes la de gente que pulula últimamente por Salamanca. Y, al menos, aquí estarás en pleno centro del movimiento -en sentido físico, quiero decir-, alemanes e italianos incluidos. Yo tengo mi habitación dos pisos más abajo; de modo que, si precisas cualquier cosa, no tienes más que avisarme.

     Desde luego, Bolín -llámame Luis, te lo ruego- era muy eficiente. Ya me tenía concertada entrevista para aquella misma tarde con el profesor Gay, a la sazón Delegado de Prensa y Propaganda del bando nacional. Y, para abrir boca, comeríamos con la plana mayor de los falangistas más dedicados a las tareas informativas, vulgo, propagandísticas, que andaban en aquellas fechas por la ciudad:

-          No te creas que son cualquier cosa, que hay intelectuales de postín, con los que podrás hablar de la manera clara y sincera que te gastas, me aseguró.

     El almuerzo fue muy grato desde el principio, pues teníamos el punto de partida de nuestro casi común conocimiento de Valladolid. Allí estaba Ridruejo[48], coyuntural jefe de la Falange provincial pinciana, quien acababa de sufrir un arresto carcelario por el tremendo delito de difundir sin autorización un antiguo discurso anti Gil-Robles de José Antonio[49]. A mi izquierda, Antonio Tovar[50], entonces encargado de prensa y propaganda en la Falange vallisoletana. Y, deseando acabar pronto de comer para ir a sus urgentes ocupaciones, el único ajeno a Valladolid, Jacinto Miquelarena, que llevaba la dirección de la flamante emisora de Radio Nacional en Salamanca[51]. Cuando Ridruejo me preguntó directamente por la misión que me había traído hasta las orillas del Tormes, pese a mis proverbiales claridad y sinceridad, le contesté ambiguamente:

-          Vengo a ofrecer mis conocimientos de los Estados Unidos y del mundillo del cine, por si pudieren resultar útiles al mando.

     Mi respuesta no suscitó mayor curiosidad de los comensales, lo que me ahorró entrar en detalles, manteniéndome al pairo de lo que los demás trataran, además de encarecer la calidad de las viandas, realmente excelente para lo que yo estaba acostumbrado.

     Mientras callejeábamos camino del Colegio de Anaya, donde nos aguardaba Gay, Bolín me comentó:

-          Esos falangistas son cultos y buenos chicos, pero andan soñando con la revolución joseantoniana y pretendiendo crearse un mundo paralelo, en que su partido tenga autonomía, entre otras cosas, para montar su propio servicio de propaganda, incluso en el extranjero. ¡Ja, ja! Ya han tenido la primera muestra de lo que les espera si persisten: una temporadita en chirona, para empezar.

Juan Francisco de Cárdenas, por Salvador Dalí (c. 1934)

***

     El profesor Gay -Don Vicente para todos sus alumnos- me recibió como si me recordase de la Universidad con toda nitidez, amable y perfectamente enterado de mi currículum:

-          No me diga nada, amigo Bernárdez. Me acuerdo perfectamente. Usted venía de Palencia, donde su padre era juez -único error: solo era secretario-, y fue un alumno excelente, nada dado a algaradas ni compromisos políticos, tan nocivos ya entonces: De aquellos polvos… Le di sobresaliente.

-          En efecto, profesor. Y ahora espero aprobar también con buena nota el proyecto que vengo a presentarle.

     Agradeció que fuese tan directamente al grano, lo que me animó a ser también muy escueto en la exposición de los objetivos de los Casanova. Para mi sorpresa, al concluir yo, me hizo saber:

-          Nací en Almusafes y estudié y me curtí políticamente en Valencia; de modo que conozco de vista y por referencias a las personas de que me habla, y yo también encuentro muy digno de elogio el funcionamiento de Cifesa y su proyección internacional[52]. Pero no creo que debamos situar el negocio, por atractivo que resulte, por encima del honor y los intereses españoles. Por lo que yo sé, esas rutilantes estrellas de Hollywood, no solo están poniendo de vuelta y media a nuestro Movimiento, sino recaudando dinero y comprando ambulancias para subvenir a las necesidades… de los rojos, naturalmente.

     Me quedé cortado y poco propenso a seguir exponiéndole mi plan de apertura a los medios y los corresponsales americanos. Con todo, acerté a replicar:

-          Mientras los americanos no hagan más que cenas benéficas y compra de ambulancias, ahí pueden dárnoslas todas. Lo grave -y bien lo sabe usted, Don Vicente- es que Roosevelt levante el embargo y ponga todo su enorme potencial industrial al alcance de la República.

-          No veo que haya peligro próximo de ello -me refutó, a su vez-, mientras Inglaterra nos vea con buenos ojos y Alemania e Italia nos apoyen.

-          Tiene usted razón -reconocí-, pero me parece que, lejos de provocar las iras de los cineastas americanos, deberíamos ir a exponerles nuestros puntos de vista y logros, así como animarlos a que conozcan la realidad española, no solo del lado de los rojos.

-          Y ahí es donde, por lo que Bolín me ha adelantado, entraría usted, con su amplia experiencia de corresponsal en Nueva York… Puede ser una buena idea, mas a mí me supera. Los temas de viajes y contactos con el extranjero son cosa de Burgos, y los lleva directamente el hermano del Generalísimo.

-          Con todo, profesor, bien podría usted hacerme las presentaciones de un modo favorable. Con su categoría profesional y política, estoy seguro de que me sería de gran utilidad.

     Gay, complacido, se esponjó y aceptó mi petición:

-          Aunque me gustaría más que viajase usted a Alemania para estrechar lazos[53], no dejaré de escribir a Don Nicolás Franco recomendándole a usted. Y, a mayores, voy a abrirle las páginas de los periódicos salmantinos para que exponga de manera cauta y patriótica el empeño que lo mueve: el de que conozcan en América, no solo nuestros éxitos militares, sino los progresos sociales, mucho mayores y reales que los de la República… En fin, me ha dado mucho gusto volver a verlo… Mis respetos a su padre.

     Dos días más tarde, en los diarios de Salamanca aparecía un suelto alusivo a mi presencia en la ciudad y llamando la atención de los lectores sobre la aparición de una crónica mía en las páginas interiores. Y digo crónica porque, escaldado de la censura, me centré en reflejar la idílica situación de la Sevilla del momento y la superioridad que revelaba sobre otras grandes ciudades en manos del desgobierno republicano. Mi trabajo gustó y los censores solo tacharon un elogio a Queipo de Llano, que debieron de juzgar desmedido. Y, al día siguiente, recogí en la Delegación de Prensa la carta de recomendación de Gay, dirigida al hermano mayor de Franco. Como venía en sobre cerrado, solo puede imaginar su contenido. Bolín se desternillaba:

-          ¡Ábrela en el camino, no seas panoli! Recuerda el caso de Hamlet[54].

     También Luis me había franqueado el acceso a la famosa Dora Lennard -que vale más que diez propagandistas varones juntos-. Incluso, tuvo la gentileza de acompañarme a la estación, para coger el tren de Valladolid. Allí tendría que trasbordar hacia Burgos, y hasta Valladolid bajaron desde Palencia mis padres, para pasar unas horas conmigo, que me sirvieron de relajación entre tanto azacaneo cinematográfico.

***

     Decían quienes conocían a ambos que Nicolás y Francisco Franco solo se parecían en los rasgos de la cara y que, por lo que hace a quienes los visitaban ocasionalmente, era mucho más agradable el trato del primero que el del segundo…, a condición de soportar una impuntualidad muy enojosa. Mi espera fue de más de veinticuatro horas, es decir, me recibió al día siguiente del inicialmente acordado. Las malas lenguas afirmaban que no era cosa de sus múltiples ocupaciones -que también-, sino de las juergas nocturnas que solía correrse. Vamos, que le gustaba vivir.

     Intentando ganar tiempo, se me ocurrió preguntar -en la misma Casa del Cordón- por la situación del despacho de Dora Lennard, la intérprete del Generalísimo -aclaré-. Me llevé la grata sorpresa de que radicaba en una de las torres del vetusto edificio y que, al anunciar mi presencia a un ujier, me recibiera inmediatamente. Se ve que, amabilidad suya aparte, Luis Bolín había cumplido su compromiso introductorio.    

     Dora era aún una mujer joven[55], que había contactado con el Caudillo cuando este ejercía de Gobernador Militar de Canarias, contratada como profesora de inglés del general, tres mañanas a la semana. Ya en aquella época republicana, Dora había sido una de las locutoras pioneras de Radio Club de Tenerife. Posteriormente, al trasladarse Franco a la Península, Dora y su marido lo siguieron, en calidad de intérpretes de francés e inglés, asumiendo ella -que tenía buena pluma y había sido cautivada políticamente por la personalidad del Generalísimo[56]- un importante papel de propaganda en su favor, principalmente en los medios británicos. De hecho, y sin titubear, me saludó en el correctísimo inglés propio de una scholar y, viendo que yo la seguía sin problemas en una más que aceptable jerga de Manhattan, ya no dejamos de comunicarnos en su lengua. Quizá quería comprobar mi dominio del inglés o, más probablemente, evitar que nos entendiesen los circunstantes.

-          No hace falta que te explayes mucho sobre tu valoración y objetivos -me indicó-. No tengo empacho alguno en confesarte que mi marido y yo colaboramos con la Associated Press, cosa bastante extraña pues ya sabes que esa agencia de noticias trabaja casi siempre con corresponsales prorrepublicanos. Por ello, te comprendo perfectamente y creo que hay que hacer una gran labor de difusión en los Estados Unidos de los valores de los nacionales.

-          No pretendo yo tanto, Dora, ni podría, aunque quisiera. El objetivo que me he fijado, con el pleno apoyo de Luca de Tena y de Bolín, y la tolerancia de Gay, es el de hacer campaña en Hollywood a favor de los nuestros, de forma moderada e inteligente, no al modo infundado y extremoso de los camaradas entusiastas de los métodos de Goebbels.

     Dora sofocó una carcajada y aceptó mi punto de vista:

-          No me digas nada, que también aquí le han comido la sesera a Don Nicolás Franco, que no sé cómo, siendo tan listo como es, no ha comprendido que no se puede boicotear a las mayores estrellas del firmamento cinematográfico, por el mero hecho de que no nos gusten sus opiniones, o manden ambulancias a la otra zona. Hay que luchar con tácticas de mayor finura, si queremos contrarrestar la excelente labor que, entre los profesores y otros intelectuales, está desarrollando Fernando de los Ríos[57], bastante más eficaz en ese sentido que nuestro enviado especial, Cárdenas[58].

-          Veo que coincidimos en casi todo -deduje-. Siendo así, tengo que pedirte que, por el procedimiento que estimes más adecuado, me apoyes con Nicolás Franco, quien me recibirá mañana…, si no le surge algún otro contratiempo.

-          Descuida -dijo, sonriendo por lo del contratiempo-. Me parece que ya le hemos calentado bien las orejas tras la metedura de pata del boicot estelar. ¿En qué otras cosas podemos trabajar?

-          Por descontado, que no me pongan ninguna dificultad para salir de España y embarcarme en Portugal o en Francia, rumbo a los Estados Unidos. Y, ya que estás en buena relación con la Associated Press, que se me mantenga el visado americano como periodista acreditado en Nueva York, que podrían haber dado por cancelado, después de estar más de medio año fuera de los Estados Unidos.

-          Haremos lo que podamos. ¿Tienes algún valedor que te acoja allí?

-          Hay una bibliotecaria de la Universidad de Nueva York[59], con la que estaba en muy buenas relaciones el año pasado. No pondrá ninguna objeción a salirme fiadora…, siempre que no se haya casado en estos últimos meses.

-          ¡Ahora veo claro a qué vas, realmente, a Nueva York!, exclamó Dora entre risas. A lo mejor, si se lo presentas así a Don Nicolás, te hace más caso.

***

     Don Nicolás me recibió, con tres cuartos de hora de retraso, y no parecía dispuesto a reconocer errores, ni siquiera a que se adoptara una postura más tolerante en el futuro con los cineastas favorables a la República. Intentó abrumarme con agravios de Hollywood para con el bando nacional:

-          Se dice que los actores y trabajadores de los estudios de Hollywood han recaudado para los rojos la friolera de millón y medio de dólares, que va a traer en mano a Largo Caballero el mismísimo Errol Flynn[60].

-          No lo crea, Don Nicolás. Tiene toda la pinta de un bulo o, cuando menos, de una gran exageración.

-          Hace unos días, se ha creado un comité de importantes figurones del cine americano, para coordinar la ayuda a la República. No sé cómo demonios lo llaman, agregó dubitativo el hermano mayor de Franco.

-          ¡Ah, sí, el NACASD[61]! Es una especie de sucursal del que se fundó en Nueva York en enero. No digo que sea plato de gusto, pero, mientras se dediquen a enviar a nuestros enemigos ambulancias y leche en polvo, podemos considerarlo un entretenimiento o válvula de escape que en poco puede afectar a nuestra futura victoria.

-          Y, hablando de promover la neutralidad y el juego limpio, ¿qué le parece que no se haya podido rodar una película sobre la gesta del Alcázar de Toledo, como pretendía el productor Zanuck[62]?

-          Me parece que puede confiarse tan poco en la imparcialidad de los activistas americanos, como en la de los de cualquier otro país. Solo si logramos equilibrar a los profesionales a favor y en contra nuestra, podremos obtener un trato justo. Y eso es, precisamente, lo que yo le sugiero con todo respeto.

     Don Nicolás pareció vacilar. Se quedó pensando unos momentos y arguyó:

-          Tiene usted importantes valedores y no le faltan argumentos, pero hay algo por lo que no paso: El boicot a esas estrellas de pacotilla está aprobado y publicado, y no hay motivos para derogarlo. No sería ni medio presentable.

-          Ni yo lo pretendo, Excelencia. Tiempo habrá de retocarlo o revisarlo. De lo único que ahora se trata es exponer nuestra realidad y valores a quienes, cegados por prejuicios y por recibir solo las noticias de España que da el enemigo, están promoviendo una corriente de opinión que podría llegar a impresionar al presidente Roosevelt y al Congreso. Mire si será importante, que la República ha nombrado embajador a De los Ríos, quien no tiene otro mérito que hablar como los ángeles y conocer bien a los intelectuales de allá[63].

-          Sí, Cárdenas ya nos ha puesto al corriente y tratará de contrarrestar al otro andaluz[64].

-          Pues déjeme ayudarlo en el mundo del cine, en el que me muevo con bastante agilidad. Ya ve que es un sector en ebullición y que, radicando especialmente en California, no le será fácil a nuestro representante controlarlo desde Nueva York.

-          ¿Y qué quiere que haga por usted? ¿Alguna ayuda económica; un nombramiento simbólico?

     Creo que le di la sorpresa de la mañana:

-          El dinero me lo facilitan mis amigos y mentores del mundo del periodismo y de la empresa Cifesa, que está a punto de venirse abajo por reaccionar ustedes tan severamente contra el cine americano. En cuanto a cargos, señor, prefiero credenciales. Bastará con una carta suya, o de quien corresponda, para el Señor Cárdenas. En suma, solo necesito que me remuevan los obstáculos que puedan impedirme viajar a Norteamérica y hacer allí mi trabajo. ¿Podrá ser?

     Don Nicolás contestó algo que hizo que me enorgulleciera y le perdonase su informalidad para recibirme:

-          Podrá ser usted un iluso, o estar equivocado, pero nadie dirá que le mueven el interés o el egoísmo. Y esté seguro de que no pasan muchos altruistas por este despacho al cabo del día.

***

      No dudo de que todos estuvieran actuando con diligencia, pero los días pasaban y las noticias que llegaban de los Estados Unidos aconsejaban una rápida intervención. El embajador De los Ríos, no sólo empezaba a moverse con el Gobierno y el Congreso, sino que actuaba incansablemente entre la intelectualidad yanqui, que era lo que a mí me preocupaba, pues nuestro representante Cárdenas no parecía aún preparado para contrarrestar el ímpetu de su antagonista[65]. Tenía puntual información de ello, gracias a los diarios de la zona roja y de nuestro vecino Portugal, dado que Luca de Tena y Bolín tenían acceso autorizado a ellos. Por eso, decidí volver a la carga y meter prisa en la Oficina de Prensa y Propaganda. Me dio la impresión de que el profesor Gay empezaba a pintar poco allí, pese a seguir siendo su delegado, cosa lógica, pues era un puesto que no cuadraba con su personalidad. En su lugar, parecía estar abriéndose camino como sucesor suyo un comandante de Ingenieros, que creo tenía mucho más de ingeniero que de comandante, aunque fuese esto último lo que más se cotizaba en aquellos momentos. Se trataba de Manuel Arias-Paz que, andando el tiempo, se convertiría en un nombre mítico en una materia tal alejada de la propaganda política, como la mecánica y funcionamiento del automóvil[66]. Fue él quien aguantó mi interminable chorreo de quejas y alarmas por el retraso en recibir el adelante para mi operación:

-          Escúcheme, por favor, comandante -me quejaba-; y conste que se trata solo de las últimas noticias: El embajador Ríos en la Universidad de Columbia. De los Ríos pronuncia una conferencia en Yale. Ríos se reúne con seiscientos periodistas. Ríos se entrevista con Cordell Hull…

-          He de convenir -me replicó con sorna- que el embajador republicano se está ganando el sueldo.

-          ¡Y mire esta!, exclamé exhibiendo una noticia recortada: Errol Flynn camino de España, para llevar a la República el producto de la cuestación de Hollywood.

     Arias-Paz se echó a reír y bromeó:

-          ¿Vendrá ataviado de Robin Hood o de Capitán Blood?

-          Más bien de Rothschild, gruñí. La recaudación ascendió a millón y medio de dólares.

     El comandante emitió un silbido admirativo:

-          Vaya que es dinero, sí. Vamos a tener que embarcarle a usted, aunque sea en un esquife, antes de que los yanquis conviertan en millonarios a los comunistas y anarquistas del otro lado, que buenas ganas tienen.

     En fin, aquel gallego socarrón pareció que me tomaba el pelo a modo, pero cumplió con su deber. A la semana tenía en mi poder una cartera de cuero con un buen mazo de documentos, entre los cuales, el pasaporte, con todos los visados de reglamento; el pasaje para el trasatlántico Olympic, y la carta de presentación de Nicolás Franco para el representante oficioso Cárdenas. Bolín completó el equipaje con trescientos dólares en billetes y un talón nominativo contra la Banca Morgan por valor de otros dos mil. Y, si necesitas más, lo pides, agregó Luis, como si yo precisara aquel consejo.

     ¡Por fin en marcha! Acodado en la barandilla de la amura, me dio por pensar en el nombre del barco que me llevaba a Nueva York de nuevo. Me entró la risa, al recordar que era el mismo que había transportado a De los Ríos y a García Lorca a la Gran Manzana, en 1929. Pero pronto se me cortó la hilaridad: Aquel ya veterano navío era gemelo de un tal Titanic, que había tenido un final poco brillante, allá por 1912.


Estudios Selznick en Culver City (Los Angeles)

 


3.   En Nueva York, con unos y con otros


     Los aburridos días de la travesía me permitieron poner las ideas en orden, hablando conmigo mismo en voz alta -y hasta discutiendo-; de modo que, para no llamar la atención, me era inevitable hacerlo en el minúsculo camarote, o paseando por cubierta a horas o por zonas en que no me cruzara con nadie. En todo caso, pasadas a limpio y todo, mis conclusiones respondían al conocido axioma de que el hombre propone y Dios dispone.

     Llegué al puerto neoyorquino el 7 de abril de 1937, miércoles; quizás el día en que el valiente y concienciado Errol Flynn abandonaba España, después de dedicar unos diez días a recorrer la zona republicana, pues en la nacional, absurdamente, no lo dejaron entrar[67]. Aunque era día de trabajo, mi buena amiga July -que, afortunadamente, seguía soltera-, me estaba esperando en el muelle. Sin la menor vacilación, me llevó hasta un taxi y le indicó la dirección de su apartamento de la calle Mercer, que yo bien conocía. Por urbanidad, le sugerí que tomaría una habitación en algún hotel céntrico, para así moverme con mayor libertad. Ella sonrió:

-          Veo que ya se te están pegando las costumbres de los espías.

-          Mujer, no es eso, pero ya sabes cómo es la gente con la que voy a tener que entrevistarme, que lo mismo les da las siete de la mañana que las once de la noche.

-          No será para tanto -discutió July-. Con todo, si prefieres un hotel, allá tú. Tenía pensado prepararte unos raviolis a la sorrentina de ricota, jamón y espinacas y, para postre, además del consabido tiramisú, una ración de últimas noticias, que te ibas a chupar los dedos. Con todo, si lo desprecias…

-          De ninguna manera, querida amiga. ¿Cómo voy a desairarte después de haber hecho tan minuciosos preparativos en mi honor? Lo único es que debería avisar inmediatamente al embajador Cárdenas de mi llegada y concertar con él una primera entrevista.

-          ¿Y en dónde para ese señor?, inquirió July.

-          En el Hotel Ritz Carlton[68]. Aquí tengo las señas.

-          Lo conozco de pasar por delante. No es mala choza, no. En fin, para lo que es esta ciudad, no está lejos de mi casa: cosa de tres millas. Llama por teléfono y, por lo menos, que te dejen tranquilo hasta mañana.

***

     Como es natural, no voy a entrar aquí en detalles acerca de mi cena y sobrecena con July Padani, pero sí puede ser conveniente hacer un resumen de la ración de últimas noticias que me ofreció de sobremesa, apoyada en el análisis de la prensa y, al parecer, con la ayuda de un profesor de ciencia política de la Universidad, muy agradable -si esa presentación era para darme celos, es cosa que llegué a sospechar-[69]. En fin, la información la resumí así, en carta que envié a Bolín, con la esperanza de que le llegase pronto y sin tachaduras censoras:

     … Va a ser muy difícil que la República consiga un nuevo Robert Cuse[70], por más que la moral de los traficantes de armas siga dejando mucho que desear. Dando de lado el simple acuerdo patriótico o entre caballeros, el Presidente acaba de obtener de ambas Cámaras del Congreso poderes especiales para decomisar cargamentos y sancionar legalmente a las empresas que trafiquen con cualquiera de los bandos de la guerra en España, aunque todavía no haya entrado formalmente en vigor la Ley de Neutralidad. Es de esperar que se siga haciendo la vista gorda con el petróleo que nos viene suministrando la Texas Petroleum, entre otras cosas, porque el crudo es más fácil de disimular que los tanques o los aviones. También nos viene muy bien que, contra lo que se había hablado en un principio, la Ley de Neutralidad y sus correspondientes embargos no se apliquen a las partidas de material militar americano vendidas a Italia y Alemania, con el álibi de que son muy pequeñas las cantidades de armas que compran dichos países en los Estados Unidos…

     … La intensa labor de captación de intelectuales que llevan a cabo el embajador Ríos y los suyos no se ve acompañada de una actividad similar en el campo político. Se dice que el Secretario de Estado, Cordell Hull, no lo tiene en mucho y demora atender sus peticiones de audiencia. Alguna atención más recibe Don Fernando por parte de ciertos congresistas del propio partido demócrata, aunque me permito poner en duda la eficacia, habida cuenta de que las rigurosas sanciones a las empresas que burlasen el embargo de armas fueron aprobadas por mayorías aplastantes: 372 a 12 en la Cámara de Representantes y 63 a 6 en el Senado. Quiere decirse que también los republicanos están en esta cuestión al lado del Presidente. Me dicen que los mayores apoyos con que cuenta De los Ríos son el embajador francés, Bonnet, y el ayudante del británico, Walter Runciman. Convendría -me dicen- tener cuidado con las veleidades diplomáticas de Inglaterra, país clave para el Señor Roosevelt a la hora de diseñar una estrategia para Europa y, desde luego, a la de convocar una conferencia internacional seria, que potenciara lo que hasta ahora es un paripé: El Comité de No Intervención…

     En lo atinente a la labor del Señor Cárdenas -amigo de Luca de Tena-, me indican las fuentes que he podido consultar tan pronto he llegado a Nueva York, que está llevando a cabo una buen trabajo a la hora de potenciar y coordinar los medios católicos, favorables desde un principio al Movimiento, pero que aún tendrá que realizar un mayor esfuerzo para tener acceso a empresarios y políticos menos propicios a nuestro bando, a la vez que procura evitar toda tacha comprobada de espionaje o infracción de las leyes de neutralidad. En tal sentido, añado de mi cosecha que los excesos de entusiasmo de los falangistas que lo rodean pueden resultar contraproducentes para el trabajo de fondo y a largo plazo… Me permito sugerir que el Señor Luca de Tena haga llegar a Don Francisco Cárdenas su indicación o consejo a estos efectos…

***

     Don Juan Francisco de Cárdenas, además de aristócrata de prosapia, era un diplomático de la vieja escuela, cuyo conocimiento de la política americana era de suponérsele, a tenor de los dos años que había pasado como embajador en Washington antes de pasar al mismo destino en Paris. Pero su situación actual era muy diferente y mucho más delicada: Simple representante oficioso de los rebeldes; vigilado de cerca por el FBI para evitar actividades contrarias a la neutralidad americana; con su residencia en Nueva York, en vez de en la capital de la República americana; finalmente, polarizado en actividades de propaganda y adquisición de medios bélicos al precio que fuera. En resumen, una posición peliaguda, muy lejos de su experiencia previa y de la apariencia de grandeza y lujo que quería transmitir el alojamiento en un hotel magnífico, como sucedáneo de la embajada de Washington[71]. Es posible que se sintiese un poco avergonzado de recibirme en aquella choza, cuyo alquiler podría haber pertrechado a toda una división de caballería, pues el hecho es que, tras unas palabras de cortesía y la entrega de mi carta de presentación, me aclaró:

-          Estamos ultimando los preparativos de una Casa de España, amplia y adecuada, pero mucho más modesta que este hotel. Allí trasladaremos al personal y el material de oficina, de modo que aquí solo quedará mi residencia y la de los cónsules que me asisten, así como un lugar apropiado para recibir.

     Calló repentinamente y se enfrascó en la lectura de la credencial que me había facilitado Nicolás Franco. Al terminar la lectura, una sonrisa iluminaba su rostro:

-          Vamos, que viene usted a los Estados para alternar con las estrellas de cine…

     Le seguí la broma, aunque con tono muy respetuoso:

-          Mis pretensiones, Excelencia, son menos ambiciosas: Me conformaría con obtener unos cuantos autógrafos.

     Se echó a reír, aunque cortó al punto la carcajada, también ahora bruscamente.

-          Ya había sabido de usted y de su múltiple misión, por mi amigo Luca de Tena, afirmó. Además, estoy casi seguro de haber coincidido con usted en mis años de embajador en Washington: Muchas veces me reuní con los periodistas españoles acreditados acá.

-          Creo que nos hemos visto en una rueda de prensa y en un cóctel, pero no estaba seguro de que Su Excelencia se acordase. Hace ya varios años…

-          Los diplomáticos hemos de tener buena memoria…, y apee el tratamiento. "Don Juan Francisco" es suficiente. Pero dígame en concreto cómo puedo serle útil.

-          Digamos que, por ahora, casi sería preferible que me moviese libremente, pues puede no favorecerme el que me identifiquen como una hechura del general Franco, sino como un reportero que ha regresado a los Estados unidos a seguir haciendo su trabajo, interrumpido por la guerra de España. Si acaso, le agradecería que me informase de cuantas novedades le lleguen en materia de prensa y propaganda, sobre todo, si afectan al mundo del cine.

     Cárdenas bajó los ojos y reconoció:

-          Estamos aún en mantillas, como quien dice. Empieza a llegarme personal para trabajar con eficacia pero, hoy por hoy, dependo de patriotas que llevan años trabajando privadamente en Nueva York. No le descubro nada, si me refiero, por ejemplo, a los propietarios de la naviera García & Díaz, o a un joven profesor de Columbia[72], el Doctor Castroviejo[73].

     Hablando y hablando -al final, incluso, de su Sevilla natal-, nos llegó la hora del almuerzo. Cárdenas me invitó inexcusablemente a comer en uno de los restaurantes del hotel, llamando para que se uniera al ágape, a su segundo -mi brazo derecho, ponderó-, al que todos llamaban Gregorio, aunque resultó ser su apellido[74]. A él le correspondía, entre otras muchas tareas, la de pechar con la de prensa y propaganda, hasta que llegasen sujetos más especializados -falangistas, dijo, encogiéndose de hombros-. Durante la comida, de manera un tanto informal, Cárdenas y Gregorio me enumeraron los cinco males que habrían de vencer en los Estados Unidos, el peor país del mundo para la causa nacional de España, convinieron. Tales males eran estos:

-          El presidente Roosevelt, un demócrata con inclinaciones socialistas y hasta dictatoriales; un demagogo del tipo de Azaña[75], afirmaron mis interlocutores.

-          Los judíos: No nos tome por antisemitas, ni por nazis -se disculparon-. Es que, objetivamente, los judíos americanos no desaprovechan cualquier oportunidad de hacer campaña en contra nuestra.

-          Los comunistas, que no son muchos en Norteamérica, pero que, además de nutrir las Brigadas Internacionales, hacen creer a los inocentes americanos que, en realidad, lo que acontece en España es que el gobierno republicano está defendiendo la democracia contra un fascismo tiránico.

-          Los grupos conservadores, cuya indecisión está revestida de neutralidad y pacifismo, pero, en el fondo, no quieren arriesgar sus negocios y pretenden que les saquen las castañas del fuego europeo los franceses y los británicos.

-          Y los anticatólicos, que son todos los protestantes, a quienes se diría que les importa un bledo que los clérigos papistas mueran a millares, y siguen sosteniendo que la razón está de parte del gobierno de Valencia.

     Aquellas tesis no dejaban de tener su punto de razón, pero me parecieron muy exageradas en su mayor parte. A fin de evitar discusiones con quienes, a la vez, eran mis anfitriones y superiores en consideración, me ofrecí -como mero periodista, dije, que tiene una perspectiva diferente de los problemas- a presentarles al día siguiente unas modestas sugerencias, por si podían ayudarles a superar una situación tan negativa. Se miraron uno a otro y, finalmente, Cárdenas aceptó:

-          Sarán bien recibidas, pero mañana estaremos fuera de Nueva York. Por favor, déjeselas a mi secretaria.

     Con la ayuda de un termo de café y el apoyo mecanográfico de July, pergeñé en unas pocas cuartillas un esquema bifronte, que ya tenía bien pensado de mis artículos de prensa en España, así como de lo poco que había deducido de mi conversación con Cárdenas y Gregorio. Un resumen, a su vez, de tales ideas se lo envié a Dora Lennard -con la secreta esperanza de que llegase a manos del Generalísimo-. En mi misiva decía, entre otras cosas:

     Formalmente, creo que hay que desechar todo esfuerzo por contradecir o entrar en discusiones bizantinas sobre la propaganda del otro lado, y hasta aceptar la ventaja que en esa materia nos lleva de mano la embajada de la República, con la ayuda económica y moral del marxismo y del judaísmo internacional -como aventura el representante Cárdenas-. Nuestro método se ha de centrar en ofrecer con la mayor celeridad nuestras noticias y puntos de vista al conocimiento público; establecer una coordinación sólida entre nuestros organismos de prensa, sin autonomías de partido o facción, y en facilitar la tarea de los corresponsales extranjeros, animándolos a visitar nuestra zona y a informar directamente desde ella…

     Como principios de fondo, me atrevo a diseñar los siguientes: 1º. Reflejar que los nacionales cumplimos nuestros compromisos, mientras que los republicanos se incautan de los bienes de las empresas y personas pudientes norteamericanas. 2º. Que la zona republicana vive en unas condiciones pésimas, así de desorden como de falta de medios materiales. 3º. Que, por el contrario, en la zona nacional reinan el orden y la suficiencia de víveres. 4º. Que, en materia de bombardeos y de intervencionismo extranjero, ningún bando puede arrogarse la virginidad, siendo muy probable que la situación mejorase si los países democráticos (EE.UU., Inglaterra, Francia) no dejasen la iniciativa en exclusiva a los Estados fascistas y comunistas. 5º. Que los republicanos llevan a cabo una sistemática poda sangrienta de la religión, que prácticamente ha acabado ya con sacerdotes y activistas católicos, pero que tampoco las congregaciones protestantes pueden sentirse libres y seguras.

     Creo que mis sugerencias llegaron a buen puerto y tuvieron cierto seguimiento, aunque el mérito -y ello no me importa en absoluto- se lo llevase un corresponsal en la España nacional, llamado Russell Palmer[76], que vino a sugerir lo mismo que yo, con la ventaja de ser extranjero y hacerlo en inglés: Los españoles llevamos siglos siendo un poco papanatas, imbuidos de complejo de inferioridad… O eso creo yo.

***

     Ya conocía de antes a William H. Hays, con aquel rostro anguloso, asimétrico y algo avinagrado, que parecía cuadrar con su misión de máximo censor del cine americano, pero muy poco con su valoración como el primer “zar” de las películas, con que se le presentó en la portada de sus Memorias, aparecidas años después[77]. Sin embargo, a la altura de sus 57 años, al engordar, sus rasgos se habían dulcificado, y el cabello casi completamente blanco suavizaba aún más la impresión de acogida benévola. La verdad es que me había tocado esperar varios días para ser recibido en su despacho neoyorquino, así como dar toda clase de explicaciones a sus secretarias sobre el objeto de mi visita. Tengo para mí que no quería meterse en un nuevo avispero, como aquel de la película Grand Canary[78], máxime ahora, con una guerra civil de por medio. No obstante, al hallarme ante él, lo primero que hice fue intentar tranquilizarlo:

-          No tome cuidado, Mister Hays, que no vengo como portavoz de unos ni de otros, para protestar de lo que los estudios quieran rodar sobre la guerra de España[79]. En mi opinión, están en su derecho, siempre que cumplan la normativa del Código que lleva el nombre de usted[80]. Mi gestión pretende evitar los daños mutuos que se han producido, o puedan producirse, al impedir que se distribuyan y exhiban los films americanos en la zona controlada por los rebeldes.

-          ¡Hombre!, exclamó Hays, jubiloso. Eso coincide plenamente con mi objetivo de evitar represalias y daños a los estudios, pero no parece muy acomodado con el boicot que el general Franco ha decretado contra las películas en que intervienen algunos de los actores, guionistas y directores de más éxito en nuestro cine.

-          Tiene toda la razón y puedo asegurarle que he criticado en altas instancias de mi país esa política, recomendándoles que levanten la prohibición, aunque sea de manera parcial y paulatina. No obstante, habrá de reconocer que las declaraciones y la actitud de esas estrellas incumple todas las normas de la neutralidad y la imparcialidad: siempre a favor de la República.

-          Lo sé, pero lo que hagan los cineastas en su vida privada queda fuera de mi jurisdicción y amparado por la libertad de opinión. Tal vez, si ustedes hiciesen contrapropaganda, lograrían paliar esa corriente ideológica, o animar a los muchos que no la comparten para que también se hagan ellos oír.

-          Perfecto, Señor Hays. Creo que hemos tocado los tres puntos que he venido a tratar en América, y para los que me agradaría contar con su máxima cooperación.

-          Usted dirá, Mister Bernárdez.

-          En primer lugar, que la Columbia mantenga, como hasta ahora, la distribución en España de sus películas a cargo de la compañía Cifesa, que es la mayor empresa del cine en mi país.

-          Como comprenderá -replicó Hays-, eso es algo a decidir por Mister Cohn pero, si se decide a visitarlo, le entregaré una carta de presentación favorable.

-          Gracias, Señor. La segunda cuestión -que comprendo es vidriosa- es enviar alguna circular a los estudios, invitando a su personal a ser más prudente a la hora de censurar la ideología y la política del bando del general Franco, así como indicarles que, si quieren ir a España para ver las cosas por sí mismos, no volverán a tener las mismas dificultades con las que creo se ha tropezado Errol Flynn.

-          No sé qué decirle -dudó Hays-. Me pondré en contacto con Mister Breen[81], que conoce mejor el ambiente y la situación en Hollywood, y le haré llegar sus sugerencias.

-          Pues precisamente mi tercera petición va por ahí -afirmé-. Es mi intención viajar inmediatamente a California y hacer labor de propaganda y divulgación entre los activistas republicanos más importantes del mundo del cine. Le ruego le anuncie mi visita al Señor Breen, con el ruego de que me oriente y facilite todo lo que pueda.

-          Así lo haré, téngalo por seguro -afirmó Hays-. Y conste que me ha gustado hablar con usted. Ya veo que no todos los rebeldes son unos violentos fascistas.  

-          Ni todos los leales unos comecuras de la hoz y el martillo. Lástima que no hayamos podido resolver nuestras diferencias sin recurrir a lar armas, como lo sufrieron ustedes en 1861[82].

-          El tiempo pasa, pero las malas costumbres humanas se resisten a desaparecer, concluyó Hays. ¡Ah!, puede usted recoger mañana mi carta de presentación para Harry Cohn. Mi secretaria se la entregará.

***

     No contaba con hacer más entrevistas en Nueva York y, de hecho, estaba ya deseando viajar hasta Hollywood -pese a los agasajos de July, mi anfitriona-, cuando leí en el  New York Times que el embajador De los Ríos impartiría una conferencia en la Universidad de Columbia, con el título de Los objetivos culturales de la República[83]. No queriendo significarme ni, menos aún, levantar la liebre de que iba a intentar desarbolar el monopolio del favor republicano en Hollywood, opté por no darme a conocer al embajador-profesor, ni abordarle en concepto de periodista. Me limité, acompañado por el profesor Castroviejo, a estar presente en la charla y tomar abundantes notas de la misma desde una discreta fila. Al acabar, el citado oftalmólogo se empeñó en que nos acercásemos a felicitar al conferenciante. Me pudo más la curiosidad que la prudencia, y le pregunté:

-          Don Fernando, ha citado usted el cine en su disertación y todos conocemos el favor del que goza la República en dicho ambiente. ¿Le dedican ustedes una atención especial?

-          No tal, me contestó, salvo a aquellos escritores e intelectuales de talla que trabajan en Hollywood, que los hay. En cuanto a las estrellas, ya se sabe que tienen más belleza que inquietud cultural; más fama que ideas propias.

     Me molestó la suficiencia del granadino y le repliqué:

-          Fama y dólares, que buenos son los 60.000 que recaudaron para ambulancias y le entregaron a usted hace unos días[84].

     De los Ríos quedó cortado y Castroviejo me tiró de la manga, con vistas a emprender una ágil retirada. Acaté la indicación de mi acompañante, sin apenas esbozar unas palabras de despedida al embajador. No lo volvería a ver, aunque sé que, acabada nuestra guerra, permanecería en Nueva York hasta 1949, en que falleció.

     No es mi intención ofrecer una síntesis de aquella conferencia, que tuvo mucho de peliculera, a juzgar por las imágenes que ofreció de las realizaciones republicanas, en un momento tan violento y tardío como para creérselas; pero sí destacaré la breve parte de su discurso que De los Ríos dedicó al cine propiamente dicho. Me refería a ella en carta a Luis Bolín, en los siguientes términos:

     … El embajador apenas dedicó unas frases -bastante superficiales, por cierto- al mundo cinematográfico, dentro de la gran labor cultural de la República en los años pasados. Fue cuando, aludiendo a las Misiones Pedagógicas, destacó el trato cercano de estas con ciudadanos que antes no habían tenido la posibilidad de ver, por ejemplo, una película. Aquí llegado, el conferenciante hizo un guiño a los presentes en la sala -americanos, en su inmensa mayoría-, al decir que se proyectaban películas de Chaplin…

     Entre semejantes paparruchas y el desprecio con que trató a la mayoría de los cineastas en las palabras que me dirigió, creo que puedo sentirme satisfecho. Conseguiré algo con mis gestiones, o no, pero no será el excelso Don Fernando quien me ponga la zancadilla en el camino de Hollywood.

***

     Así concluyó mi parada y fonda en Nueva York, en mi opinión, bien aprovechada. El domingo, 25 de abril de 1937, tomé el tren que, en algo más de tres días y de cuatro mil kilómetros, me llevaría hasta Los Angeles. July no quiso acompañarme a la estación, enfurruñada por no poder ir conmigo a California, aunque la culpa, más que mía, era de la biblioteca en que trabajaba ella, donde no había conseguido el adelanto vacacional que pretendía.

     Tres días antes, habíamos ido a ver el estreno de la película Ha nacido una estrella[85], en el Radio City Music Hall. Nos encantó la actuación del protagonista, Fredric March[86], a quien poco después habría de conocer personalmente. Estuvo nominado por este papel al Oscar, pero no lo conseguiría. Lástima.


Errol Flynn en España (1937)

 

 

4.   El rutilante firmamento de las estrellas


  
  
Tres días y pico metido en un tren, y sin compañía conocida, dan para mucho. Me hinché a leer revistas de cine, que me había preparado July, y reflexioné hasta el aburrimiento acerca de las personas a quienes me convenía conocer y tratar. El problema era que contaba con un tiempo muy limitado, si quería cumplir eficazmente con los objetivos asignados. Para establecerse en Los Angeles y cultivar la relación con el mundo del cine estaban otras personas e instituciones. Don Francisco de Cárdenas me lo había dejado claro durante la comida que compartimos:

-          La solución ideal sería abrir un consulado general de España en la ciudad angelina, a fin de que se mantuviera en contacto con el ambiente de Hollywood, pero supongo que no es este el momento, ni podríamos exponer al gobierno americano una razón convincente.

-          ¿No tenemos representación en algún otro lugar próximo?, inquirí.

-          El consulado más próximo es el de San Francisco, pero ha seguido fiel a la República[87].

-          ¿Y si sugiriésemos a Burgos que nombraran a una especie de cónsul honorario? -terció De Gregorio-. A lo mejor se ofrece el amigo Bernárdez para el puesto, agregó sonriendo.

-          Gracias, pero yo soy más de la Costa Este y prefiero ver a las estrellas solo en la pantalla, repliqué, cortando toda iniciativa de hacerme diplomático, por muy honoris causa que fuese. (Tal vez hice mal declinando la oferta)

     En fin, complicándose más las cosas, bajé un momento del tren en Chicago, compré un Tribune y allí venía una extensa referencia a los bombardeos sufridos por la localidad de Guernica, a cargo de los aviones de la Legión Cóndor alemana, recogiendo una cifra probable de 300 muertos civiles[88]. ¡Era lo que me faltaba para tener una sonora acogida entre los cineastas a quienes iba a convencer de que, en materia de maldad, nacionales y republicanos eran tales para cuales!

     Tratando de que se alejase un poco en el tiempo el luctuoso suceso y, a la vez, de aconsejarme de persona de toda confianza, decidí que mi primera visita -como ya me había sugerido Hays- fuese para el presidente del emporio cinematográfico Metro-Goldwin-Mayer (MGM), Louis B. Mayer[89], conocido por todo Hollywood como L.B. Los motivos eran apabullantes:

-          En mi opinión -señaló Hays- es el magnate más poderoso de Hollywood, pero además tiene para usted la ventaja de que, aun siendo judío, es un ferviente republicano y totalmente contrario a cuanto huela a socialismo. Si yo le contara… -agregó-, para concluir: Mejor lea por su cuenta acerca del asunto Sinclair de hace un par de años.

     Así lo había hecho durante aquel interminable viaje en tren y, en afecto, había quedado estupefacto, y convencido de que, si había alguien predestinado para ello, el Señor Mayer era mi hombre.

     La verdad es que, salvo por su fama, la dificultad para acceder a él y las dimensiones de su despacho, habríase creído que uno se hallaba en presencia de un hombrecillo: bajo, rechoncho, de cara redonda y apacible, con una miopía flagrante que sus lentes patentizaban, solo su nariz aquilina -algunos habrían dicho que de judío- y el brillo y penetración de sus ojos, incluso tras las gafas, denotaban un cierto grado de penetración y de malicia, que presagiaba cuanto de ominoso o perverso se decía de él[90]. Era precisamente ese halo prejuicioso lo que debilitaba el carácter y posición de quienes a él acudían, por muy influyentes que se sintiesen en Hollywood. Y precisamente para superar el miedo escénico, además de a la recomendación de Will Hays, acudí a un subterfugio que, aunque falso, me pareció plausible:

-          No es la primera vez que nos vemos, Señor Mayer. Seguramente no se acuerde, pero yo seguí hace un par de años la campaña para Gobernador de California y tuve ocasión de abordarle en alguna ocasión, aunque usted no me hiciese mucho caso, al ser un simple corresponsal de una agencia de prensa española.

L.B. me miró fijamente, con un rictus de guasa, pronto explicado:

-          Mister Bernárdez -dijo-, perdone que no lo recuerde, pero no por desinterés hacia los periodistas extranjeros, sino porque nuestro contacto seguro que sería muy breve. Por lo demás, ignoro por qué se interesaría usted por entrevistarme, dado que nada tenía yo que ver con la campaña electoral a que se refiere.

     ¡Hacía falta ser cínico! Seguro que el pobre Upton Sinclair hubiese discrepado absolutamente de Mayer[91]. No obstante, decidí no replicar a modo e ir al grano:

-          Tenía entendido que era usted presidente del Comité del partido republicano en California pero, en fin, lo que aquí me trae tiene relación con su enorme conocimiento y autoridad en el mundo del cine. Dicho de manera directa y sincera: Señor Mayer, quiero hacer todo lo posible por relacionarme y, a ser posible, convencer a los mayores valedores de los leales españoles de que los llamados rebeldes son tan buenos, si no mejores, que sus antagonistas.

     Mayer pareció quedar atónito, dejando pasar unos segundos antes de preguntar:

-          ¿Y a ton de qué cree que he de meterme yo en el fregado que le ha traído a usted hasta aquí?

-          Me he debido de expresar mal -repuse-. No se trata de que me apoye en la tarea, sino que tenga la bondad de indicarme unas cuantas figuras de Hollywood, que resulten muy relevantes para lo que pretendo, y que, si usted las conoce o están bajo contrato de la MGM, me las presente o, cuando menos, me autorice a usar su nombre como carta de presentación.

-          Eso es otra cosa -se tranquilizó L.B.-. No obstante, ni Will Hays ni usted me han ofrecido una explicación suficiente para una posible implicación mía en estos temas de política internacional…

-          Tiene razón y se lo explicaré brevemente. Como consecuencia de la desatentada predilección que muchas estrellas y gentes de por acá manifiestan hacia la República española, el bando del general Franco -que, dicho entre paréntesis, lleva camino de ganar la guerra- ha decidido boicotear la exhibición en su zona de las películas en que intervienen los que ayudan a la República. Como consecuencia, algunos estudios se están viendo ya perjudicados, y más lo pueden ser en el futuro, si los rebeldes ganan la guerra. Y no es que España sea un mercado importantísimo para ustedes, pero tenemos allí más de dos mil salas de cine y nuestro doblaje puede facilitar el que sus películas se distribuyan en la América de habla hispana.

     Mayer sonrió levemente y dijo:

-          Ahora lo entiendo. Este Will Hays, siempre procurando evitar problemas, al precio que sea, incluso el de privarnos de parte de nuestra iniciativa y libertad… Claro que los dólares cuentan y la neutralidad americana en Europa también. No obstante, supongo que no seré yo el único que deba echarle una mano para que los chicos dejen de jugar a la política y de divertirse organizando fiestas para sufragar ambulancias…

-          Mucho me temo que, en lo que a mí respecta, solo eche mano de usted, no solo por ser el más importante, sino porque me consta que sus ideas no son nada favorables al socialismo ni -menos aún- a la expansión de la URSS.

-          ¡Por descontado que no!, exclamó incorporándose en su sillón.

-          Pues todo eso que usted detesta es lo que domina en nuestra República y lo que, de triunfar en España, a saber qué fuerza expansiva tendrá en la América latina.

     Llevábamos lo menos un cuarto de hora de charla y era más de lo que Mayer habría pensado dedicarme. Así pues, concluyó:

-          Le apuntaré una serie de personas, indicando si pertenecen, o no, a mis estudios, y si puede dar mi nombre para que lo atiendan lo mejor posible.

-          Tomo nota.

-          No, espere. No es cosa de la que yo esté muy enterado en este momento. Prefiero informarme de manera más precisa. Le haré llegar mi mensaje. Deje su dirección y teléfono a la salida.

-          Gracias, Mister Mayer y, por favor, recuerde que necesito la lista con urgencia, pues, sin ella, no puedo empezar a actuar.

-          ¡Es usted el primer periodista que viene a Hollywood y está deseando empezar a trabajar inmediatamente!, replicó risueño, mientras me despedía.

***

     El paso siguiente era el de remediar las disensiones entre Columbia y Cifesa que, a fin de cuentas, era lo que me había pedido directamente Luca de Tena, y para lo que me habían financiado el viaje a los Estados Unidos. Todo el mundo sabía que el magnate de Columbia -un poco al modo de Mayer en la MGM- era Harry Cohn[92], al que me habría gustado conocer pues, a diferencia de L.B., era un personaje muy heteróclito, que lo mismo ensalzaba a Mussolini, que apoyaba las tesis más avanzadas de Roosevelt. Pero, por unas u otras razones -a mí me alegaron un fuerte enfriamiento-, quien me recibió fue Abe Schneider[93], tesorero de la compañía, que llegaría a ser director y presidente de la misma. No estaba muy al tanto de las relaciones internacionales de la Columbia en España; de modo que preferí hacerle un breve y encomiástico resumen del papel de Cifesa en el asunto:

-          No sé si están al corriente del gran esfuerzo que ha hecho nuestra empresa desde que, va para tres años, contrató con ustedes la exclusiva de la distribución de sus películas para España. Ha abierto sucursales en diversos países americanos de habla española y, superando los problemas e incautaciones de la guerra, ha vuelto a operar con plena eficacia, aunque solo en la zona conquistada por el general Franco, que cada vez es más extensa. Por tanto, entiendo que no tienen nada por qué preocuparse: Cifesa seguirá cumpliendo sus compromisos y yo estoy aquí para exponérselo personalmente, en nombre del empresario, Vicente Casanova.

-          Me alegro de que Mister Casanova haya podido reanudar su negocio en territorio rebelde, pues me han dicho los de la sección de internacional que los partidarios del gobierno se han incautado de nuestras oficinas en Madrid y Barcelona, con todo el material que allí teníamos. No creo que esa sea forma de cumplir con la legalidad, como pretenden.

-          En efecto, Mister Schneider. En cambio, en la zona nacional la tranquilidad y el respeto de la propiedad privada son absolutos, incluso para los extranjeros. Sin embargo, hay un problema, que no quiero ocultarle, y que puede complicar las relaciones contractuales entre nosotros.

-          ¿Cuál es ese inconveniente?

-          Que numerosos actores y técnicos, incumpliendo moralmente la neutralidad acordada por su Presidente y por el Congreso, están llevando a cabo actividades contrarias a los que llaman rebeldes, tales como declaraciones ofensivas, recaudaciones para adquirir alimentos y vehículos para los republicanos y campañas en solicitud de que los Estados Unidos abandonen su imparcialidad y autoricen la venta de armas a la República. La consecuencia de todo ello ha sido la lógica de un bando cuando está en guerra: prohibir la difusión de las películas en las que participen los mayores enemigos del gobierno de Franco.

     Saqué de la cartera una lista con los veintitantos nombres de actores, guionistas y directores vetados por los nacionales y se la pasé. Schneider leyó atentamente y me la devolvió:

-          Afortunadamente -dijo-, apenas hay alguno con contrato estable con nuestros estudios. Veremos de hablar con ellos para que se moderen, en bien de nuestras buenas relaciones. De cualquier modo, nosotros no solemos interferir en las opiniones y conducta privada de quienes trabajan para la Columbia. Somos unos estudios -¿cómo diría?- más abiertos que otros: ni republicanos, ni demócratas; ni de derechas, ni de izquierdas.

-          De cualquier forma, le ruego que hable con el Señor Cohn y le exponga nuestra solicitud. Por nuestra parte, estamos trabajando para que el boicot se suavice y, cuando menos, no afecte a las películas ya comercializadas al empezar la guerra. Por lo demás, me entrevisté en Nueva York con Mister Will Hays y entiendo que comparte la preocupación por la situación, así como la conveniencia de respetar de forma estricta la neutralidad.


Fredric March, hacia 1935

     Schneider parecía inclinado a solicitar datos concretos:

-          He examinado las cuentas y he apreciado una notable bajada de beneficios en España, desde que estalló la guerra. Lo veo lógico, pero no sabía eso del boicot de ciertas estrellas, que podría perjudicarnos aún más.

-          No, si todos actuamos de acuerdo para suavizar tensiones y mantener los compromisos de exhibición ya contraídos. Cifesa hará todo lo mejor por conseguirlo. Y la minoración de negocio podría evitarse, si nos concedieran una autorización de distribución -aunque no fuese exclusiva- para otros países que hablan español y en que tenemos delegaciones, como Cuba, Méjico, Chile, Argentina…

-          No puedo contestarle a esta última sugerencia -replicó Schneider-, pues no es materia de mi competencia. Supongo que Méjico y Cuba tienen ya un régimen inmodificable. Tal vez podría hacerse algo en naciones que estén más alejadas de los Estado Unidos… En fin, no sé. Ya les contestaremos, si lo ofertan ustedes por escrito y en detalle.

     Quise recapitular y pregunté para acabar:

-          Entonces, nuestras relaciones ¿continúan en pie y en los mismos términos?

-          Habrá que ver el volumen de negocios en los próximos meses, pero cuenten, hasta cierto punto, con nuestra comprensión y paciencia. Es cuanto puedo asegurarle, al tiempo que le agradezco su amable visita y su sinceridad.

     Salí de la entrevista bastante mosca, acerca del interés de Columbia por mantener la relación privilegiada con Cifesa. Así se lo hice saber a Luca de Tena y a Don Vicente Casanova. Tal vez mi pesimismo -más bien, realismo- influyó en la deriva de los estudios hispanos hacia la ayuda y el mercado germano-italiano, como más adelante sucedió. Aunque seguro que tuvo mucha mayor influencia en ello la amistad de los nacionales con nazis y fascistas, inconmovible e íntima, al menos, hasta el final de nuestra contienda civil.

***

     Aunque el nombre de Will Hays me abría todas las puertas, no quise faltar al respeto a su segundo, al frente de la magna oficina de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine en Hollywood. Pero, además de la consideración debida, me llevaba hasta él -Mister Joseph P. Breen[94]- una idea preconcebida, que podría resultar muy acertada. Mister Breen era un ferviente católico -se decía-, en constante contacto y consejo con las más relevantes figuras del catolicismo militante americano, y ese era un lazo sustancial con la ideología y el comportamiento de los nacionales; mientras que la persecución religiosa de la zona republicana le haría repelente el apoyo a la República de muchos cineastas. Por eso, ante el Señor Breen, me olvidé de los intereses particulares de Cifesa y decidí presentarme como alguien que procuraba exponer ante tantísimos corifeos prorrepublicanos los puntos de vista de quienes, mejor o peor, más o menos sinceramente, defendían el catolicismo o, cuando menos, no habían masacrado a sus sacerdotes.

     Puede decirse que nuestra conversación fue casi una charla de amigos. Breen echaba pestes de aquellas estrellas metidas a políticos que, sin abandonar sus exagerados dispendios y malos hábitos, se dedicaban a ratos perdidos a hacer cuestaciones y dejarse embaucar por socialistas y comunistas.

-          En cualquier caso -agregó-, poco puede hacer la Asociación para impedir cenas y conferencias. Tratándose de algo más, como el viaje de Errol Flynn, ya le llamé la atención a Jack Warner[95], por darle un dilatado permiso para semejante patochada… Puede estar seguro de que miramos con lupa las películas que pretenden abordar vuestra guerra y que no dejamos de advertir a los estudios del riesgo que corren enemistándose con una nación y unas fuerzas que, a no dudar, acabarán por imponerse en la contienda.

-          Le agradezco estas palabras -contesté-, como también la impresión que transcienden, en el sentido de que, aunque pueda parecer lo contrario, hay gente aquí que no contempla nuestra guerra en términos de buenos y malos, de rebeldes y de hombres respetuosos de la Ley. En tal sentido, creo que puede ayudar mucho que se sepa lo que las personas religiosas están sufriendo en la zona republicana.

     Había acertado de pleno. Breen me confió datos y me asaeteó a preguntas, siempre en la línea de evidenciar que el poderoso grupo de presión católico en Hollywood estaba a favor de Franco y de la cruzada que en España se estaba librando[96]. Estaba muy bien informado, a juzgar por algunas preguntas y observaciones que me hizo durante la entrevista. En particular, se le notaba interesado por el luctuoso destino de aquellos sacerdotes partidarios del separatismo vasco -o, cuando menos, del Partido Nacionalista Vasco-, que habían sido ejecutados por los nacionales[97]. También disputamos amistosamente sobre la postura del Papa, Pío XI, que él juzgaba reticente hacia el episcopado español y su pleno apoyo a la cruzada franquista; en cambio, yo le hacía ver que la circunspección pontificia era fruto, no de la actuación de los nacionales, sino de su alianza con los nazis, quienes eran los verdaderamente peligrosos para el catolicismo y la religión en general, como se deducía de una reciente encíclica[98]. Pero hubo un dato más, que me pareció muy relevante y que, en seguida, transmití a Luca de Tena y a Dora Lennard. Lo hice constar así:

     … El citado Mister Breen se hizo eco de una cuestión que está enturbiando los contactos de nuestro representante Cárdenas con las organizaciones católicas americanas, por más que pueda parecer de un ridículo formalismo. Me refiero a que el indicado Señor Cárdenas carece de credenciales que lo constituyan en portavoz o emisario de la Iglesia española, vale decir, de su episcopado. Breen tiene oído que el cardenal Gomá[99] ha enviado algún mensaje de apoyo, pero también aquí han llegado rumores de ciertas discrepancias de dicho Primado con el Vaticano, respecto de la consideración de la guerra de España como cruzada. Cuando las instituciones católicas estadounidenses se han dirigido formalmente a las españolas para aclarar si Cárdenas las representa, no han obtenido contestación… Sería, pues, oportuno resolver todo este embrollo, sin perjuicio de reconocer que, por lo que respecta a los más relevantes personajes católicos de acá, todos están a favor del Movimiento Nacional, considerando que la República autorizó o consintió el asesinato de muchos miles de sacerdotes y seglares de Acción Católica y otros movimientos análogos.

     En resumen: Breen me resultó tan ilustrativo y útil como podía esperar. Incluso llegó a lo que ningún otro hasta entonces me había dicho:

-          Estoy enterado del boicot a ciertos actores y técnicos por parte del gobierno del general Franco. Se me han quejado de él algunos estudios, particularmente, la Metro y la Paramount. ¿Sabe lo que les he contestado?... Pues que cómo habríamos actuado nosotros en 1863, si los artistas españoles hubiesen puesto a escurrir al presidente Lincoln y hubiesen sufragado víveres y carros para los heridos de los confederados, pero no para los de la Unión… De todas formas, sería mejor resolver amistosamente el asunto, mediante la fórmula del palo y la zanahoria. Hágaselo saber así a sus amigos.

***

     Aunque no creo que importe mucho para el relato, no quiero dejar de contar que, durante casi toda mi estancia en California, me hospedé en un modesto hotelito, semiesquina de las avenidas Franklin y Cahuenga, que me recomendó un chicano en la recepción del enorme y lujoso hotel Wilshire, cuando constaté que, si me empeñaba en presumir de alojamiento, el cheque de los dos mil dólares me iba a durar menos que un carámbano en la fuente del City Hall Park un día de verano. El cambio de lugar, no solo me acercó, y mucho, a la zona de los estudios, sino que me dio la oportunidad de conocer a Vivian, una de tantas chicas del Medio Oeste que habían emigrado a Los Angeles en busca de oportunidades y lo mejor que habían encontrado -y gracias- era un modesto empleo de 30 dólares a la semana y un modestísimo acomodo en un sotabanco del propio hotel. Más adelante, iré reflejando la sorprendente importancia que nuestra relación, casi profesional, tuvo en su vida. En lo que a mí respecta, fue una grata acompañante y tapadera para mis gestiones entre el glamuroso mundillo de Hollywood. Pues, ¡al fin!, había llegado el momento de codearme con aquellas estrellas, que ni un astrónomo era capaz de acercarse a ellas, como no fuese en las pantallas o en las páginas de papel satinado. En efecto, recibí al fin la prometida nota del Señor Mayer, que decía:

     Mi estimado amigo: Contando con que tiene un tiempo bastante limitado para hacer sus gestiones, le sugiero que limite sus pesquisas, a las siguientes personas:

     Actores: Fredric March; Franchot Tone y su esposa, Joan Crawford; Madeleine Carroll; Louise Rainer.

    Guionistas: Dorothy Parker.

     Directores: William Dieterle, Lewis Milestone.

     A mis más amigos y a los que tienen contrato con nosotros, les he anunciado su probable visita, presentándolo como representante de unos estudios españoles, que ha venido a Los Angeles para exponer la situación en su país y armonizar posturas.

     Le deseo éxito en su interesante misión. Afectuosamente…

     Aunque en la lista faltaban nombres tan rimbombantes como Charles Chaplin o Bette Davis, y algunos de los incluidos no lo estaban en el boicot de Nicolás Franco, decidí seguir la indicación al pie de la letra. Repasé textos y notas que tenía recogidos sobre la mayoría de los seleccionados y resolví empezar por Mister Bickel -alias, March-, no tanto por ser el primero de la enumeración, cuanto por tener aún en la retina su última película, que -como ya he dicho- vimos July y yo en Nueva York el día de su estreno. Esta elección, como la de hacerme acompañar por Vivian, fueron un acierto pleno, como tendré ocasión de exponer a continuación.

***

     Sucedió que March/Bickel se hallaba rodando una película -me dijeron- para el gran productor David Selznick[100], en los estudios independientes del mismo en Culver City, uno de los grandes centros cinematográficos en las afueras de Los Angeles. En cierto modo, era de esperar pues, si algo destacaba en March -casi cuarentón y hombre de teatro, tanto o más que de cine- era su aversión por vincularse a los grandes estudios con aquellos contratos de siete años, que convertían a los actores, fuesen estrellas o no, en verdaderos siervos de la gleba. Por ello, Louis Mayer no había contactado con él en mi favor, pero sí logré una credencial del censor máximo, Breen, para que me dejasen entrar en los estudios Selznick e, incluso, acceder al set en que se estaba rodando La reina de Nueva York[101], que era la cinta que Fredric protagonizaba a la sazón, con la grata compañía de Carole Lombard, y bajo la dirección de William Wellman. La labor estaba tan avanzada, que -según me informó amablemente el vigilante uniformado que dirigió mis pasos- estaban ya rodándose algunas escenas o tomas complementarias. Por ello, no fue extraño que Mister March no se encontrase en faena, sino departiendo con el Señor Newcom, en la sala de montaje[102]. Le pasaron recado y no tardé en tenerlo frente a mí, tan imponente como daba en la pantalla, entre severo y amable, y con una estatura que me sorprendió, pues, al tener una complexión ancha, en las imágenes parecía algo bajo[103]. Como en mí es habitual, fui inmediatamente al asunto:

-          Podría muy sinceramente decirle, Mister Bickel, que me encanta saludarle como uno de los actores más grandes y respetados de Hollywood, pero la verdad es que he venido desde España, pasando por Nueva York, para cambiar impresiones con usted, como uno de los más conspicuos miembros del Comité Americano de Ayuda a la República Española.

     March quedó tan sorprendido de ser llamado Bickel en unos estudios, como de que un español hubiese hecho tan enorme recorrido para charlar con él. Aproveché los segundos de forzado silencio para afirmar:

-          Por cierto, en Nueva York asistí a la première de Ha nacido una estrella en el Radio City Music Hall y, tanto a mi acompañante americana, como a mí, nos encantó la película y la actuación de usted.

     Unos minutos más tarde, estábamos departiendo amistosamente en la cafetería de los estudios de los más variados temas. El hecho de que yo fuese un periodista con corresponsalía en Nueva York, no un rebelde fascista enviado por el general Franco, le animó para acogerme con cordialidad. Yo afinqué aún más la idea de que podía ser un intérprete bastante imparcial de la situación, exponiéndole esta con crudeza, pero fríamente:

-          Mientras estén al frente de la censura los Señores Hays y Breen, no creo que ninguno de los bandos en guerra tenga nada que temer del cine americano. Y dígase lo mismo de su Gobierno, con el presidente Roosevelt a la cabeza. Pero, como persona relacionada con los más importantes estudios españoles, llamados Cifesa, me preocupa la visión parcial de ustedes respecto de nuestra guerra civil y la influencia que ello ha de tener inevitablemente en el pueblo americano, tan seguidor de sus estrellas de cine.

     March sonrió con cierto escepticismo; tomó un par de sorbos de su cóctel y me dijo:

-          Veo que es usted un tipo muy interesante, que lo mismo se mueve en el mundo del cine, como en el del periodismo político. ¿Querría venir un día de estos a cenar a mi casa? Nos reunimos periódicamente los antinazis de Hollywood y podría ser una buena ocasión para que escuchásemos lo que tenga que decirnos.

     Me encontraba tan contento del ofrecimiento, que orienté mi respuesta al terreno del humor, y le fijé dos condiciones para aceptar:

-          La una, que no me pasen la bandeja al final de la cena, para ayudar a la República. Franco podría fusilarme si les entrego un solo dólar.

     March se echó a reír y siguió la humorada:

-          ¡Pues no le digo nada, si se entera de que la tarifa va a ser de mil dólares![104]

-          Entonces no podría pagarla, aunque quisiera. Me pagan cien a la semana.

-          ¿Y su segunda condición, Mister Bernárdez, cuál es?

-          Me gustaría ir acompañado. En mi hotel trabaja una jovencita de Kansas, que se sentiría entre ustedes como Cenicienta en el baile del príncipe.

-          Por supuesto. Hasta es mejor que traiga compañía, pues allí casi todos tenemos pareja, incluso legítima -como es mi caso[105]-; pero que procure no perder su zapatito de cristal.

     Al enterarse de que había venido en taxi, se empeñó en que me devolviese al hotel uno de los coches del estudio. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, hasta tres días después, en que sería la cena para la que estaba invitado. Sus últimas palabras fueron:

-          Por cierto, Rufus, para que no te hagas un lío entre el Bickel y el March, llámame Fredric.

***

     Tenía -o eso creía yo- tres días de asueto, para echar un vistazo por los alrededores y, si a mano venía, darme un chapuzón en el Pacífico por primera vez en mi vida. Pero, al llegar a mi hotel, me esperaba, bajo sobre, un tarjetón de Louis B. Mayer, ofreciéndome la posibilidad de entrevistarme con un importante actor, favorable a la causa de los rebeldes, pues no todos los que trabajan en el cine son, ni mucho menos, de ideas socialistas. Curiosamente -como muestra de su complejo de superioridad-, me fijaba lugar, día y hora para la cita, pero no me indicaba con quién me vería las caras para el caso de aceptar. Naturalmente, confirmé mi asistencia y empecé a hacer cábalas sobre la identidad de la persona que aparecería. La verdad, tan inmerso estaba en el mundo de los prorrepublicanos, que ni se me había ocurrido hacer una pequeña incursión en el de sus antagonistas[106].

     A la postre, la estrella que me esperaba, casi sepultada en un enorme butacón de la antesala privada al despacho de Mayer, era nada menos que el super galán, Robert Taylor[107], que acababa de triunfar, junto a Greta Garbo, en la nueva versión fílmica de La dama de las camelias, no estrenada entonces en España, por razones obvias[108]. Otro sujeto, así mismo oculto a primera vista por el respaldo de su sillón, se levantó al punto. Hechas las presentaciones, resultó que la carabina era un tal Señor Atkins -o algo parecido-, que hizo las presentaciones como alto empleado de los estudios MGM, que a Taylor y a mí nos habían reunido tan espontáneamente.

     En el momento en que escribo estas líneas -a décadas de distancia de los sucesos narrados en ellas-, se me hace muy difícil no describir e imaginar a Robert Taylor sin los latiguillos que se usarían contra él cuando se agigantó su fama: Que si era simpatizante de Hitler[109]; que acabó cediendo a cooperar -muy modestamente- con la caza de brujas de McCarthy; que si no tenía inclinaciones sexuales definidas, como a la sazón se exigía… En fin, prefiero referirme a nuestra breve conversación de la forma en que se la expuse casi simultáneamente a mi buena amiga neoyorquina, July Padani, cuando le escribí la siguiente carta:

     … No voy a negarte que, por muy hombre que seas, impresiona encontrarte ante semejante adonis, con sus ojos verdes, aventajada estatura[110] y atlética complexión. También le acompaña la voz, sonora y grave, que hace juego con el tesitura del violoncello, que se dice tocaba bastante bien en su adolescencia. Pero, en cuanto empezó a entrar en materia -o a intentarlo, pues Atkins le cortaba y glosaba a cada momento- pude darme cuenta de que no tenía ni idea de lo que está pasando en España, ni de las ideas y valores que presuntamente están allí en juego. Tengo para mí que Mister Mayer lo había embarcado de mala manera, haciéndole aprender la lección de que el general Franco era un gran tipo y la República, una panda de desharrapados que cuelgan a los burgueses de las farolas… La cosa se pasó de rosca, cuando el pobre Robert, sin contradicción por parte de su mentor, ensalzó a los alemanes por su ayuda a los rebeldes -pese a todo, mantuvo esa denominación peyorativa, que sabes es la corriente en tu país-. Yo le solté una fresca, igual o parecida a esta: Pero los alemanes llevarían a un campo de concentración al Señor Mayer. ¿No sabe usted cómo tratan a los judíos? Taylor empezó a balbucear y el Señor Atkins, muy cortésmente, decidió que era la hora de que el actor regresara al set de rodaje… La verdad, July, salí muy descorazonado de la entrevista. Si el apuesto mocetón de Nebraska es lo mejor que la MGM ha encontrado para ilustrar la nómina de actores franquistas, prefiero que sigan como hasta ahora, inoperantes y calladitos…

***

     No sé de dónde sacaría Vivian el hermoso vestido largo, color fucsia, con que me sorprendió gratamente -y, al parecer, también a nuestros compañeros de cena-. Por mi parte, alquilé un sencillo esmoquin y demás complementos en una tienda apropiada de North Rodeo Drive, en Beverly Hills. Así ataviados, bajamos de un taxi ante la mansión del matrimonio March que, aunque grande y estilosa, no creí que fuera ninguna joya de la arquitectura. Luego, me enteraría de que, en efecto, así era considerada, lo que obviamente denota el buen gusto de sus propietarios al encargar su construcción a un arquitecto notable[111]. Pero, naturalmente, no estábamos para admirar el edificio, ni siquiera los detalles de su amueblamiento sino, ante todo, qué personas eran las que compartirían con nosotros la velada. Fueron llegando poco a poco, lo que me facilitó ir saludando y cambiando las primeras impresiones con los otros ocho invitados. En mi amplia referencia a la reunión, enviada a Luca de Tena y a Arias-Paz, recogía la selecta lista de comensales -la verdad es que impresionaba la cantidad de fama y de talento que se había reunido en la casa, aquella tarde-:

     Además de los anfitriones, Fredric y Florence March, y de Vivian y yo, fueron llegando y tomando bebida y asiento el matrimonio Franchot Tone – Joan Crawford; el formado por Melvyn Douglas y Helen Gahagan Douglas; Madeleine Carroll y Louise Rainer; la escritora y guionista, Dorothy Parker, y el director, Lewis Milestone. Como verá, cuatro de ellos -March, Tone, Rainer y Milestone- figuran en la lista negra publicada a comienzos de año, como asistentes al acto de adhesión a la República organizado por Adolf Zukor[112]; pero, en realidad, todos ellos son conocidos como desafectos a la causa nacional, y supongo que, de proseguir el método de boicot, acabarán siendo incluidos en las represalias…

Casa del matrimonio March, hacia 1934

     Como no estaba seguro del papel que se me reservaba en la velada, pregunté a Fredric si -como es habitual en ciertas comidas concurridas y organizadas en América- habría de mantener el tema de conversación mientras los demás daban buena cuenta de los manjares, o si mi participación tendría un carácter informal. March me indicó que sería un término medio: cenaríamos sin mantener una charla sobre tema determinado, pero, al acabar, nos retiraríamos al salón o, si la temperatura era demasiado cálida, al jardín, donde tendría ocasión de exponer mis puntos de vista durante un cuarto de hora, aproximadamente, antes de que se abriera el diálogo, en el que, a no dudar, sería yo víctima de las objeciones y preguntas de los demás asistentes.

     Como invitado especial, me correspondió sentarme a la derecha de Mistress Florence Eldridge March, teniendo a mi diestra a la pequeñita y angelical Louise Rainer quien, como ya me figuraba, era dulcísima de rostro pero incisiva y muy directa en su postura política. A Vivian, además de March, le correspondió recibir las atenciones y conversación de Milestone, seguramente aleccionado por el anfitrión de que la muchacha era una invitada de circunstancias, que se encontraría bastante desplazada en aquel ambiente de campanillas. El hecho es que, desde la distancia, yo la notaba relajada y muy conversadora, mientras yo concentraba mi atención en ultimar y resumir lo que sería el discurso introductorio de la parte dialéctica de la noche. Así le contaba por carta a Luis Bolín el hilo conductor de aquel ovillo que tendría que desmadejar:

     Dirás que soy un poco racista, pero, mientras daba cuenta del magret de ganso, recorrí con la vista toda la mesa y, como en un fogonazo, me vino la clave: De una manera u otra, la mayoría de los comensales eran judíos, en mayor o menor grado y, por tanto, enemigos radicales de todo lo que oliese a nazi, incluidos sus aliados. Milestone y Rainer eran judíos e inmigrantes en América. Dorothy Parker, judía izquierdista, buena escritora que solo estaba coyunturalmente en Hollywood por estar casada con un actor. Melvyn Douglas era hijo de judío emigrado; había hecho con su mujer un viaje a Alemania para conocer la situación y habían vuelto horripilados de lo que habían visto. Su esposa estaba iniciando una prometedora carrera política en el partido demócrata, a cuya ala más progresista pertenecía. March era de una familia tradicionalmente demócrata. En suma, un auditorio dispuesto a todo, menos a tragar con los ideales de nuestro Movimiento. Habría que conformarse con menos…, con mucho menos.

     … Así pues, querido Luis, al llegarme el turno de abrir el debate, me acogí a las amistosas palabras de presentación de March: Yo era un corresponsal y un defensor de la libre difusión cinematográfica, más que un propagandista político a favor de los rebeldes y en contra de la República. Miré ostensiblemente el reloj; dije de forma audible para todos, quince minutos, ni uno más, y empecé…

     ¿Cómo te resumiría mi discurso, si puede llamarse así? Procuraré recoger el guion en unos pocos puntos hilvanados: 1º. La guerra de España no es de militares contra civiles, sino de medio país contra el otro medio: el resultado de las elecciones de febrero del pasado año lo indica[113]. 2º. Tampoco es de nazis contra comunistas: La alianza militar es inevitable para poder vencer, pero, por lo que a los rebeldes respecta, de sus cuatro grandes grupos (militares; monárquicos y tradicionalistas; derechistas de la CEDA y afines; falangistas), solo el último de ellos tiene veleidades y similitudes fascistas, más que nazis. 3º. El alzamiento no fue sencillamente una rebelión militar contra un régimen legítimo, sino contra una República que se deslizaba inexorablemente hacia la ilegalidad y la revolución, habiendo visto con total indiferencia el asesinato de Calvo Sotelo por fuerzas policiales. 4º. La brutalidad y los asesinatos son, desgraciadamente, patrimonio de ambos bandos, como también la inexistencia de libertades. 5º. En esta situación, no es lógico que, ni el Gobierno, ni las personas responsables en Hollywood, se decanten por apoyar a unos ni a otros, sino por ayudar a evitar masacres y miseria de la población civil de ambos bandos, no de uno solo de ellos. 6º. Por lo mismo, no ayudan gestos, como el de los brigadistas internacionales americanos, que, a espaldas de su Gobierno, van a combatir por los republicanos, siendo en su mayoría del partido comunista, como bien se sabe en los Estados Unidos. 7º. Esa noche, yo simbolizaba ante ellos a las gentes razonables del bando franquista, que están dispuestas a hacer lo posible por ahorrar boicots y abrir las puertas de nuestra zona para que se sepa de primera mano lo que está pasando en ella; pero, para lograrlo, necesitamos de la prudencia y la imparcialidad de los cineastas americanos, que hasta ahora han brillado por su ausencia… Como verás, muchas cosas para un lapso que, dado el silencio e interés mostrados por mi pequeño auditorio, alcanzó los dieciocho minutos -por lo que me disculpé-.

     El coloquio que siguió fue de lo más animado y, gracias al anfitrión y a mi tendencia al equilibrio en estos temas -conocía demasiado bien la situación española, como para decantarme con firmeza por ninguna de las dos opciones en liza-, se desarrolló de forma viva, pero correcta y en los términos que yo ya esperaba: De una parte, la alianza de Franco con Hitler y Mussolini, todo lo justificada que se quisiera en términos bélicos, pero intolerable para quienes -como la mayoría de ellos- eran judíos y de izquierdas; sin que se considerase más que un mero paliativo el que la República se aliase con la URSS, juzgado un antagonista más tolerable y menos peligroso para las democracias occidentales. De otro lado, la forma brutal de llevar la guerra en Madrid, Guernica y otros lugares, famosos por los bombardeos y el sufrimiento de mujeres, niños y ancianos -yo les recordé la persecución religiosa; las masivas sacas de presos de las cárceles madrileñas para asesinarlos; o la batalla campal en Barcelona de los regionalistas y comunistas contra los anarquistas y el POUM, con centenares de víctimas. Pero, por menos conocidos o más circunscritos, estos episodios les hicieron menos mella-. Finalmente, el deseo de ayudar, de ser eficaces y honestos, lejos de la imagen popular de las estrellas de cine, como gentes sin conciencia y preocupados solo de su apariencia y su caché. Yo los animé para que ayudasen a los necesitados de ambos bandos, aunque, a decir verdad, había más carencias en el bando republicano, por culpa del desgobierno al que se había llegado en su zona. Solo dio una nota discrepante, a mi favor, Madeleine Carroll quien, como rica británica, se había comprado una villa o masía en la Costa Brava, la cual, según afirmó, le había sido decomisada sin previo aviso, para uso y disfrute de alguno de los grupos políticos o sindicales republicanos[114].

     Terminaba mi carta a Bolín, con estas frases:

     … Eran casi las dos de la madrugada, cuando levantamos el campo, excitados por la discusión y, tal vez, también por el exceso de libaciones -aquí se bebe que no veas-. Yo me ofrecí para tener alguna reunión con auditorios más amplios, durante los pocos días que tengo pensado permanecer todavía aquí. Para mi sorpresa, Fredric indicó que contaba conmigo para una velada en su casa, en la cual se proyectará en rigurosa première un gran documental, financiado por los amigos antifascistas, rodado en las proximidades de Madrid por un tal Joris Ivens[115]. No le prometí mi presencia y aproveché para darles a todos la referencia y señas de nuestro representante Cárdenas en Nueva York, si bien -entre nosotros- no sé si eso será matar o espantar… En conjunto, Luis, opino que esta gente es irreductible y que lo que estoy haciendo es poco más que pasearme por California y aprender algo más del mundo del cine. El tiempo dirá si me muestro pesimista en demasía.

     Por cierto, si alguien salió de aquella reunión con buen humor y esperanzas fue Vivian, con quien había quedado en firme Joan Crawford, para que le hiciesen una prueba en los estudios MGM, o en la Columbia, donde tenía excelentes relaciones, a través de la mujer de su magnate, Harry Cohn. Agradecida, la joven se ofreció a continuar la velada en el hotel a solas conmigo, pero cómo estaría de fatigado, que le di un beso de buenas noches y la despaché, con su vestido fucsia ya un tanto arrugado, camino de su habitación.

 

 

5.   Entre California y Nueva York. Al correr del tiempo


     A la mañana siguiente, recibí una breve nota en el hotel, firmada al alimón por los March, aunque supongo que redactada solo por el marido. Era de lo más grato, aunque a la postre se evidenciara nada profética:

     … Le felicitamos por su sincera y clara exposición de la situación en España y del comportamiento de los bandos en lucha. Estamos seguros de que, como ha pasado con nosotros, sus palabras harán honda mella en el pensar y sentir de los demás amigos que nos acompañaron… Estamos deseando colaborar con usted para que sus ideas lleguen al mayor número posible de gentes del cine… Esperando volver a verlo pronto, así como a su encantadora amiga Vivian, lo saludamos con toda deferencia y cordialidad.

     Estábamos empezando junio y, como era de rigor, el calor y la humedad me azotaban y cubrían de sudor, cada vez que me llegaba a Los Angeles en plan turístico o de compras. En consecuencia, opté por no moverme del hotel y de sus alrededores, salvo para las excursiones de fin de semana, con o sin Vivian, que estaba en un sinvivir, hasta que le hicieron, y con éxito, las pruebas de imagen y actuación. Era el principio de una interesante carrera cinematográfica, de la que no puedo hablar, a petición de ella, toda vez que, en los Estados Unidos de la guerra fría, no está muy bien visto el deber la carrera a recomendación de una estrella que confraternizó con la República española. 

     No debía de estar descontento de mi viaje el Señor Luca de Tena ya que, a mi sugerencia de alargar la estancia californiana y asistir a la proyección del documental anunciado por March, puso a mi disposición en la Banca Morgan un cheque de mil dólares, con la sugerencia de que volviese a la carga con los censores americanos, pues no le parecía de recibo que se preparase el acceso a las pantallas de documentales rodados solo en la zona republicana, o de películas con títulos tan expresivos y de color local, como el de El último tren de Madrid[116]. Así pues, no tuve más remedio que volver a entrevistarme con Mister Breen quien esta vez demoró bastante el recibirme. Me dio las explicaciones oportunas respecto del último tren, aunque creo que yo le repliqué de manera irrefutable:

-          No puedo referirme al contenido de la película -dije-, dado que no ha sido estrenada, pero sí he de protestar de que se cite expresamente a Madrid, incluso en el título, dado que el Código por el que se rigen ustedes no permite hacer alusiones o dar detalles que permitan deducir indudablemente a qué guerra en que son neutrales se están refiriendo.

     Breen decidió cambiar de conversación y, en lo tocante al documental que iba a proyectarse en casa de Fredric March, me indicó que los documentales quedaban, en principio, fuera de la obligación de contar con certificado o pase oficial:

-          Dado que se va a proyectar en un pase privado y que usted está invitado -arguyó-, nada podemos hacer. Véala y, si rebasa los términos de una película documento, está a tiempo de denunciarlo y yo les obligaré a que me la presenten.

-          ¿Y si, aunque sea un documental, resulta claramente sesgado y propagandístico?, inquirí.

-          Nada podría hacerse, ya que la clave para nuestra competencia es que el film sea de ficción y, mejor aún, cuando intervienen actores profesionales[117].

     No sé muy bien por qué pero, en esta segunda ocasión, el Señor Breen me pareció menos predispuesto a nuestro favor que en la primera. Tal vez, su catolicismo se había vuelto menos militante, al haber cesado casi del todo las masacres de sacerdotes -la verdad es que pocos quedaban para perseguir-, o porque Pío XI parecía cada vez más decidido en contra del nazismo. El caso es que la siguiente película sobre nuestra guerra fue de un favoritismo republicano que echaba para atrás[118]. A mí ya me pilló el estreno lejos de Los Angeles, pero tuve ocasión de escuchar a Hays algo como esto:

-          En efecto, me da la impresión de que Zanuck le ha colado un tanto al bueno de Joe Breen. Quizás el hecho de que la película tenga un tono sentimental y paródico le hiciese abrir finalmente la mano. De todos modos, ¡no sabe cómo recortó el guion que le habían presentado al inicio!

***

     La presentación de The Spanish Earth[119] ha pasado a la leyenda del Hollywood prorrepublicano como la cena de los mil dólares. En efecto, no menos de mil dólares por cabeza se pagaron por asistir a la première en casa del matrimonio March, el 11 o 12 de julio de 1937 -no lo recuerdo bien-, después de un par de retrasos. En mi caso, Fredric, con esa carga sarcástica que tan bien recogía su rostro, me concedió acceso gratuito, con el compromiso de contestar al final de la proyección a cuantas preguntas me formulasen los paganos asistentes. Me acuerdo de la identidad de todos ellos, menos uno[120]. Como también recuerdo que el notable documental que tuve ocasión de seguir tenía un esquema literario de Hemingway y Dos Passos y estaba narrado por Orson Welles[121].

     He de lamentar que no se me dejase ver previamente el material, ni siquiera se me explicase de antemano de qué trataba en concreto. Por lo demás, me mantuve impertérrito, aunque impresionado por la calidad del auditorio (en especial, de los directores de cine y, en lo literario, de Dashiell Hammett y Lillian Hellman, verdaderos tiburones de la izquierda intelectual del país). Con todo, tuve una acogida amistosa de quienes ya habían estado conmigo en la cena anterior, como Louise Rainer, Milestone o Dorothy Parker, así como, por supuesto, del matrimonio anfitrión. Esta vez no hubo colocación protocolaria; de modo que hice lo posible para emparejarme con la menuda Louise[122], charlando por los codos a propósito de las similitudes y flagrantes diferencias entre el prometido documental que íbamos a ver y la película La buena tierra, que habría de depararle su segundo Oscar, al año siguiente del primero[123].

     Acabada la cena, pasamos al salón de la casa, preparado ya como improvisada sala de proyección, con la cooperación de personal de los estudios. De lo que sucedió después, daba cuenta a Luca de Tena y a Arias-Paz, de la siguiente forma:

     Fredric March y yo convinimos en ver sin interrupciones la proyección, dado que no duraba ni una hora y que podía parecer ofensivo cortar la narración de personas tan relevantes como Hemingway y el joven Orson Welles que, a sus veintidós años, es ya destacada figura en los escenarios de Broadway. De todos modos, como la oscuridad era relativa, pude tomar algunas notas sobre frases o escenas interesantes, con el tiempo de metraje en que se sucedían… Al concluir, hubo calurosos aplausos, fruto, no solo de un público previamente entregado, sino de la evidente calidad del trabajo fílmico, desarrollado por el Señor Ivens con bien pocos medios, aunque con el pleno apoyo de las autoridades civiles y militares de la República: eso es seguro[124]. Tras unos minutos de desahogo, March pidió silencio y me rogó que ocupase una especie de sitial, en el lugar del que acababan de retirar la pantalla. En medio de susurros, me senté en el sitio indicado y el anfitrión me hizo la presentación, de forma bien afectuosa, por cierto. Yo le di las gracias; manifesté mi emoción, tanto por tener ante mí a personas tan famosas y relevantes, como por el documental que acababa de ver, hermoso en la forma y tan doloroso para mí en el fondo. Creo que esas palabras los convencieron de que iba a responderles con la mayor sinceridad posible.

     … Naturalmente, no entré en las cuestiones que se suscitaron de carácter técnico y formal acerca de la película, para las que los presentes eran maestros y yo un profano de escasa experiencia. Baste decir que la opinión general fue la siguiente: acierto en el planteamiento general y en la estética formal; penuria de medios que se aprecia, sobre todo, en las escenas bélicas; poca fuerza de convicción, trufada de demasiada propaganda personalista de algunos líderes de masas, como La Pasionaria.

     En la parte del coloquio que me concernía, entiendo que satisfice buena parte de su curiosidad, de la siguiente forma: 1º. La propiedad de la tierra está garantizada en la mayor parte de España, en favor de los propios cultivadores; cuando menos, una razonable ley de arrendamientos rústicos les permite estabilidad y cierto margen de beneficio. 2º. En el sur latifundista de nuestra tierra -en cierto modo parecido al Sur americano-, la explotación suele depender de jornaleros y no estar suficientemente atendida ni mecanizada; la República trató de solucionar el problema de manera tan brusca y carente de medios, que atentó contra la propiedad de los terratenientes y se enajenó su apoyo, sin beneficiar por ello a los trabajadores. 3º. Es cierto que, tras medio año de violencia y desorganización, la República ha reconstituido sus bases militares, jurídicas y de orden público, pero sin romper las veleidades revolucionarias de los anarquistas, ni conseguir un equilibrio militar, que permita vislumbrar, bien su triunfo, bien un armisticio o paz negociada de manera equilibrada. 4º. La unidad simultánea de la vida militar y la defensa de la propia tierra es una quimera, que solo puede darse en lugares, como el pueblo madrileño del documental, en que el frente está a pocas millas del lugar de procedencia de los soldados. 5º. Los republicanos no luchan contra una invasión de alemanes e italianos, como tampoco los franquistas combaten contra rusos invasores: Se trata de tropas aliadas por afinidad ideológica, que lamentablemente están interviniendo en favor de cada bando, pero que no se mantendrán en el país, cuando la guerra acabe, como no lo harán los brigadistas internacionales, entre los que los americanos son numerosos. 6º. ¡Claro que hay bombardeos y una situación terrible de mucha de la población civil!, pero en ambas zonas: cada una sufre según el poder artillero y aéreo de los contrarios; Madrid sufre mucho, porque es un millón de personas que la República ha permitido que permanezcan al lado de un frente decisivo para el desenlace de la guerra.

     … Creo haberles dado, Don Manuel y Don Juan Ignacio, cuenta cabal y relativamente pormenorizada de mi intervención en el acontecimiento reseñado. A juzgar por los comentarios que me llegaron, hice un buen papel como acercador de la realidad española a aquellos distinguidos hombres de Hollywood, aunque -como les insistí- es esencial que periodistas, hombres del cine e intelectuales viajen también a la España nacional, para conocer las dos mitades de la verdad, pues esta solo puede ser una.

     … No creo necesario prolongar mi estancia en California más allá de este momento; de modo que, si no se me indica otra cosa, haré las maletas y regresaré a Nueva York, desde donde les rendiré un informe completo y alarde de gastos, dando por terminada mi gestión especial.

***

     Tenía ya el billete de regreso a Nueva York, cuando me llegó la invitación de Mister Tone para realizar en la proyección en su casa el mismo papel que había desempeñado en la del matrimonio March. Aún no tenían fecha señalada, pero era de suponer -me dijo por teléfono- que sería inmediata. Decliné sin vacilar el ofrecimiento, alegando que entonces ya me hallaría en la ciudad neoyorquina, o quién sabe si en España. Se mostró bastante contrariado, por lo que se me ocurrió cambiar de tema y le comenté:

-          ¿Sabe, Señor Tone, que la película predilecta del líder de la Falange Española era una, en que fue usted coprotagonista?

-          ¿Cuál?

-          Tres lanceros bengalíes[125], repuse.

-          Pues la próxima vez que vea a ese señor -replicó con adustez-, pregúntele por el motivo de tal predilección, que yo lamento en lo que me toca.

-          Lo siento -concluí-, pero no será posible. El Señor Primo de Rivera, hijo, fue ejecutado por los republicanos hace unos meses[126].

     Me colgó el teléfono, con un escueto: Que tenga un buen viaje.

     Llegado a la Ciudad de los rascacielos, me esperaban, como era natural, algunas novedades, que July Padani -de nuevo, mi anfitriona- me comunicó con estilo telegráfico:

-          Ya inauguraron la Casa de España. A toro pasado -como dices tú-, te llegó una invitación para la inauguración. Ahora creo que está en pleno funcionamiento, dentro de lo que permite la canícula en Nueva york.

-          Hace dos semanas, fui a ver, en el Criterion,  The last train from Madrid. Vale poco pero, si quieres verla, creo que no la habrán retirado aún de la cartelera[127].

-          De la representación española te han telefoneado varias veces. Espero que el FBI no me busque las vueltas por hospedar a un amigo de los nazis.

     En fin, la vida seguía. Cumplí con el compromiso de informe detallado y rendición de cuentas, siendo mejores sus efectos de lo que merecían mis resultados prácticos. Luca de Tena me mantuvo durante toda nuestra guerra en Nueva York, como corresponsal todoterreno y, acabada la contienda, hizo lo necesario para que me fichara la nueva agencia estatal EFE, que pagaba bastante bien a sus periodistas en el extranjero. Con eso, no tenía ya disculpa para no convertir mi contrato de hospedaje en matrimonial. No nos fue mal la cosa a July y a mí, pero no es este un tema que deba airear y, menos aún, en un relato cinematográfico, como el que ya voy a ir acabando.

Louise Rainer con su Oscar por La buena tierra

     En mi informe a Luca de Tena, me sinceraba así:

     … Estoy convencido, Don Juan Ignacio, de que, ni yo, ni nadie, podrá superar la enorme ventaja que nos llevan los republicanos en Hollywood; no por méritos propios, en realidad, sino por el predominio izquierdista de los intelectuales y de los cineastas concienciados en toda California. Antes, por el contrario, la acción nacional en Hollywood estará cada vez más limitada por el temor americano creciente a los nazis, que incluso parece que se evidencia en el control y posible espionaje por el FBI de nuestra representación en Nueva York. La verdad, creo que Franco puede darse con un canto en los dientes, si Roosevelt sigue manteniendo la neutralidad benévola, que permite la llegada del petróleo tejano a nuestra zona… Entre tanto, que se olviden de tender lazos con el cine americano y que sigan prohibiendo las películas que lo merezcan, que no serán muchas, pues -también casi sin comerlo ni beberlo- tenemos a nuestro favor a los Señores Hays, Breen y compañía, gracias al apoyo católico y a una tradición de respeto hacia los países extranjeros, que no tiene por qué cambiar a medio plazo…

     Por lo demás, siguieron los estrenos de algunas películas que hicieron poner frenéticos a los esbirros falangistas de nuestra legación, a quienes el propio Cárdenas trataba de refrenar con escaso éxito. Así, el 20 de agosto de aquel mismo año 1937, tuve ocasión de asistir al estreno público de mi ya conocida, The Spanish Earth, en una modesta sala de la calle 55[128] y con una más modesta aún asistencia de espectadores. Y, apenas una semana después, se proyectó en estreno mundial riguroso aquella película que, según Hays, era un tanto que Zanuck le había marcado a Breen[129]. En lo que a mí respecta, el tanto me lo marcó la actriz Loretta Young, que estaba verdaderamente preciosa. Y, para acabar con los estrenos polémicos, aludiré al de Blockade[130], en junio de 1938, que yo recuerdo con nostalgia, debido a que July y yo lo vimos recién casados.

***

     De mis días de estancia en Hollywood, allá por 1937, he conservado, además del recuerdo, algunas amistades. Sin duda, la palma se la lleva el matrimonio March, verdadero ejemplo, ambos, de moral y profesionalidad. En varias ocasiones, tuvimos July y yo la oportunidad de acudir en Broadway a representaciones en que actuaban, cenando luego con ellos. Más llamativo fue mi encuentro con Fredric poco después la guerra de Corea, con ocasión de andar yo por Japón[131] a la busca de algún reportaje, y él, rodando algunas secuencias de la exitosa cinta de tema bélico casi coetáneo, titulada Los puentes de Toko-Ri[132]. Recuerdo que, después de algunas copas, me atreví a insinuarle algo sobre la decadencia física -la verdad es que lo noté envejecido y cansado, aunque aún le quedaban muchas películas y dramas por delante-. Le dije:

-          Me parece, Fredric, que ya no estamos para estos trotes.

     Él entendió en toda su extensión mi queja, pero respondió en caballero, como siempre:

-          Estamos mustios porque estamos muy lejos de nuestras esposas.

     Y para esposas, la del conocido político republicano, Juan Simeón Vidarte, llamada -a la catalana- Francesca, joven, culta y muy bella, hasta el punto de concitar la admiración en cualquier lugar al que acudiera[133]. Había acompañado a su esposo, en el otoño e invierno de 1937-1938, a un largo viaje, en que visitarían Méjico, Cuba y Estados Unidos. Cárdenas me lo advirtió, con prevención:

-          Tengo entendido -me dijo- que va a visitar Hollywood y que, desde Méjico, le han preparado muy bien el programa.

-          Lo siento, Don Juan Francisco, pero no puedo dejar mis ocupaciones aquí para viajar hasta Hollywood. Por otra parte, las cosas están muy controladas y no pasará de una mera turné de espectáculo y propaganda.

     Así creo que fue, en efecto. Pero mes y pico después, tras pasearse por Cuba, el matrimonio Vidarte acabó recalando en Nueva York, con vistas a embarcar en el Queen Mary, rumbo a Europa. Cárdenas volvió a insistir en que marcara de cerca al prócer republicano y yo decidí ir por derecho, como suelo hacer. Y, por esta vez, acerté de lleno, pues resultó que también a él le habían hablado en California de mi presentación de Tierra de España en casa de March. Congeniamos por la sencilla razón de que, cada uno con sus ideas e intereses, los dos éramos equilibrados, sensatos y nada violentos. Me presentó a su esposa y tuve la ocurrencia de invitarlos a tomar el té en nuestro pisito de la calle Mercer. Aún me acuerdo con asombro del núcleo de nuestra conversación:

-          Bernárdez, voy a hablarte como buen periodista, aunque voy a ser yo quien haga las preguntas.

-          Dispara, Vidarte.

-          ¿Conoces a Norman Thomas, el político socialista[134]?

-          Superficialmente. Me parece un buen tipo, aunque sea socialista.

     Vidarte me rio la gracia y prosiguió con el interrogatorio:

-          Me dijo el otro día que, tanto nos daría a rebeldes y leales que gobernasen aquí los republicanos o los demócratas, porque en cosas como la política exterior son todos unos.

-          Te contestaré que le doy la razón al 75%. Yo creo que os iría peor con los republicanos, pero no nos caerá esa breva: Tenemos Roosevelt para rato. ¿A que sí, July?

-          Por supuesto, y encantada de que así sea -replicó risueña mi esposa-

-          Y también me dijo -prosiguió Vidarte- que, en este país, es mucho más fácil y eficaz entenderse con los industriales que no los políticos, si hay dólares de por medio.

-          No lo dudes. El industrial, a cambio de tu dinero, te dará mercancías, aunque a precio elevado. El político te dará buenas palabras y se guardará el dinero en los bolsillos… ¿No pasa así también en España?

-          Ahora no, al menos, en nuestra zona, bromeó Vidarte. Y voy con la última.

-          Venga, que se me está enfriando la infusión.

-          Agregó Thomas que alguien puro y honesto, como Fernando de los Ríos, fracasará en la campaña contra el embargo porque tiene demasiados escrúpulos para entenderse con los fabricantes de armas y ofrecerles -aunque sea bajo cuerda- un contrato fabuloso. ¿Qué opinas?

-          Opino, amigo Vidarte, que ya tenéis la guerra prácticamente perdida y a Stalin debajo de la cama. Y también opino que cada momento histórico requiere un tipo de hombre para tener éxito… A buen entendedor…

     Esta vez fue Francesca la que metió baza, de forma algo excesiva:

-          Me parece estar oyendo a Álvarez del Vayo[135].

     Y pasamos, sin más demora, a ocuparnos de la merienda.

***

     Solo unas pocas pinceladas más sobre cine, para dejar completo, a mi juicio, el cuadro pintado en este relato. Siguiendo un cierto orden cronológico, ha de ser la primera una que, si yo me ufanase de mi trabajo, podría apuntar en mi haber. Me refiero a que, tras una etapa de boicot más o menos severo al cine en que participaban claros partidarios de la República, Franco y sus colaboradores fueron suavizando las normas, sin perjuicio de mantener en todo caso la prohibición de aquellas películas que la censura juzgaba inadecuadas políticamente. En cualquier caso, el reflujo fue tan lento y al compás de la situación nacional e internacional, que no lo creo fruto de reflexiones ni de consejos, sino de que las normas -aunque sea tarde y mal- han de irse ajustando a las circunstancias[136].

     El segundo trazo alude a los estudios Cifesa. Con la ayuda de unos y de otros, así como el talento y buen hacer de sus responsables, dicha empresa remontó la crisis de los primeros tiempos de nuestra guerra, alcanzando un notable éxito en el periodo comprendido, aproximadamente, entre 1945 y 1955[137]. Don Vicente Casanova siempre me ha recordado con afecto, hasta el punto de hacerme una oferta irresistible:

-          Si vienes por España, tendrás dos entradas gratis para cualquier sala en que se proyecten nuestras películas.

     Así que me parecía estar volviendo a los tiempos de El Norte de Castilla, solo que sin tener que hacer la crónica o crítica de lo que viera.

     El tercero es un chafarrinón, pues me resulta imposible, tanto desarrollar el tema, como no citarlo. Me refiero a la grave importancia que tuvo el haber apoyado a la República Española en la caza de brujas[138] que se desató en los Estados Unidos durante la guerra fría, sobre todo, bajo el presidente Truman[139]. ¡Cuántos de los ilustres cineastas que yo conocí en el año 1937 se vieron implicados en aquel proceso, hasta el paro forzoso, el destierro obligado o el deshonor! Afortunadamente, Fredric March no resultó alcanzado por aquella cruel ola de pánico y tiranía, que, una vez superada, todos decimos lo mismo: No debe volver a repetirse.

     O, como suele ser proverbial en el cine americano, que lleguemos todos a un happy end, a un final feliz…, como el que les deseo a todos ustedes.


Programa de mano de Love under fire (1937)

 

    

     


[1] Tal vez en recuerdo de su propia guerra civil (1861-1865), los medios informativos norteamericanos solieron dar a los bandos españoles en liza (1936-1939), los epítetos de rebeldes (rebels) y leales (loyalists). Con esta base, empleo en el relato dichos adjetivos, alternando con sus equivalentes históricos españoles, sobradamente conocidos para los lectores de esta nacionalidad (nacionales, franquistas, sublevados…, en un caso; republicanos o rojos, en el otro).

[2] Alusión al famoso escritor, Miguel Delibes Setién (1920-2010), natural de Valladolid, y a la primera frase de su novela El camino, aparecida en 1950.

[3] Emilio Mola Vidal (1887-1937), general de Infantería, fue el Director, o máximo organizador, del golpe de Estado militar contra la República, que cuajó en el estallido del 18 de julio de 1936. Palencia está a unos 50 kilómetros de Valladolid, lo que explica el calificativo de casi conterráneo, empleado unas líneas atrás.

[4] La agencia de noticias Fabra fue fundada en Barcelona en 1919, desapareciendo al final de nuestra guerra civil (1939), y está considerada como la más importante de España en su tiempo. El diario ABC se fundó en 1903 y continúa publicándose a día de hoy (2022), llegando a ser durante la República (1931-1936) el más difundido medio periodístico de derechas.

[5] Por coincidencia de edad y estudios, pienso que el narrador se referirá al hijo primogénito del entonces director de El Norte de Castilla, Alfonso de Cossío Corral (1911-1978), aunque es dudoso que se hallara en Valladolid por aquellas fechas -a no ser por vacaciones-, pues ya era entonces catedrático de Derecho Civil en la Universidad de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife).

[6]  Francisco de Cossío Martínez-Fortún (1887-1975), director de El Norte de Castilla entre 1931 y 1943. El Norte de Castilla es el periódico emblemático de Valladolid, fundado en 1854 y felizmente en activo en la actualidad. Movimiento (Nacional): denominación dada a su sublevación por los alzados contra la Segunda República española.

[7]  Sin perjuicio de afinidades ideológicas, la agencia Fabra, como otras españolas de la época, se inclinaron del lado republicano, debido a que este mantuvo en sus manos Madrid y Cataluña. El franquismo se tomó la revancha tras su victoria, al incautarse de tales agencias y refundirlas en una nueva y oficial del régimen vencedor: la agencia EFE (1939).

[8] Periódico falangista de Valladolid, fundado por Onésimo Redondo en 1931 y desaparecido en 1979. Iniciado como semanario, paso a publicarse diariamente en agosto de 1938.

[9] Falange Española (principal partido político del bando sublevado) había sido fundada en 1933. Habida cuenta de que aún no se había oficializado en la zona rebelde el carné de periodista, la pertenencia a dicho partido venía a equivaler a un marchamo para desempeñar con seguridad la citada profesión.

[10] Enrique Berzal de la Rosa, El Valladolid republicano, Anidia editores, Salamanca, 2008, pp. 49-50, apunta la cifra de unos 500 falangistas de Valladolid y provincia, antes de la guerra. De hecho, en las elecciones generales de febrero de 1936 en la provincia vallisoletana, la candidatura falangista apenas obtuvo el 2% de los sufragios.

[11] El edificio hacía esquina, también, a la calle Montero Calvo, cuya entrada era la más usada por los trabajadores del diario. Así que Bernárdez entró por la puerta grande.

[12] Underwood Typewriter Co., con sede en Nueva York, empezó a fabricar máquinas de escribir en 1895, y así continúa hoy (2022), tras fusionarse con Olivetti en 1959.

[13] El cálculo de Bernárdez era aproximado, pues la cotización peseta/dólar -en vísperas de nuestra guerra civil- era en la Bolsa de Madrid de Madrid de 7,35 pesetas por dólar, siendo de suponer que se hubiese disparado en contra de la peseta, al estallar y prolongarse la contienda. Véase P. Martínez Méndez, Nuevos datos sobre la evolución de la peseta entre 1900 y 1936. Información complementaria, Banco de España, Madrid, 1990, p. 15 (puede consultarse por Internet).

[14] Las cifras de muertos -en su inmensa mayoría, sacerdotes y frailes- fueron calculadas a bulto, y frecuentemente hinchadas, por las fuentes de la época. Actualmente, el número de obispos, sacerdotes, frailes, monjas y seminaristas puede ofrecerse casi con exactitud, entre 6.500 y 7.000, pero sigue siendo oscuro el de laicos asesinados por el mero o principal hecho de significarse como católicos (¿unos 3.000?). Según eso, la cifra total de víctimas mortales de la persecución religiosa en la zona republicana española durante la guerra (sustancialmente, en su primer año) podría ser de unas diez mil.

[15] Bernárdez alude a Woodrow Wilson (1856-1924), presidente entre 1913 y 1921 quien, en la campaña de 1916 por su reelección, hizo al electorado la promesa formal de no entrar en la guerra europea.

[16] Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres (1897-1975), escritor y periodista, director y propietario de ABC desde la muerte de su padre, en 1929. Desde esa misma fecha venía funcionando en Sevilla una redacción complementaria del medio, a fin de publicar una edición especial para Andalucía. Dicha sucursal sería el germen del ABC de la zona sublevada, en tanto que la versión madrileña era incautada por elementos sindicales frente-populistas, que le dieron el tono informativo e ideológico contrario al sevillano, como era de suponer. En el capítulo siguiente, el narrador tendrá ocasión de hacer algunas puntualizaciones adicionales respecto del ABC sevillano.

[17] Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951), el famoso general del que se hablará en el capítulo 2, era hijo del juez municipal de Tordesillas al momento de su nacimiento (Gonzalo Queipo de Llano Sánchez), y se casó con Genoveva Martí Tovar en 1901, cuando el padre de la novia era presidente de la Audiencia Territorial de Valladolid.

[18] José Antonio González-Santelices Cayón (1907-1936), abogado del Estado y distinguido redactor sobre temas literarios de El Norte de Castilla. Fue condenado por rebelión militar a treinta años de reclusión mayor.  So pretexto de su traslado desde prisiones de Valladolid a las de Salamanca, fue asesinado en el camino por los falangistas que llevaban a cabo ese simulacro de conducción. Dejó viuda y un hijo de corta edad. Véase, Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Valladolid, 1936. Todos los nombres, tomo I, Valladolid, 2014, pp. 475-476.

[19] Seudónimo taurino de Emilio Cerrillo de la Fuente (1899- c.1983) quien, entre 1927 y 1980, fue redactor -efectivo o emérito- de El Norte de Castilla, para temas teatrales, taurinos y de espectáculos.

[20] Diario valenciano fundado en 1866 y felizmente existente en la actualidad.

[21] Grand Canary, película dirigida por Irving Cummings en 1934, producida por Fox Films Corporation, y basada en la novela homónima del conocido autor, Archibald Joseph Cronin (1933).

[22] Sobre la polémica provocada por este film, véanse: Gonzalo M. Pavés, “Grand Canary”: el viaje imaginado de la Fox, www.cervantesvirtual.com; Gonzalo M. Pavés, En defensa del honor patrio. Un caso de censura en la II República Española, XX Coloquio de Historia Canario-Americana, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria, 2004, pp. 956-966 (accesible por Internet).

[23] Luis Calderón Martín, embajador de España ante los Estados Unidos entre el 8 de marzo de 1934 y el 10 de septiembre de 1936. Por afinidad con el bando sublevado, el Señor Calderón solicitó la excedencia voluntaria de su puesto, respondiendo el Gobierno de la República con su separación del servicio diplomático (Decreto de 9 de septiembre de 1936). El 19 de septiembre de 1936 sería designado por el Presidente de la República para dicho cargo diplomático el profesor y diputado, Fernando de los Ríos Urruti.

[24] El llamado Código Hays (estrictamente, Motion Picture Production Code) fue publicado en 1930 y rigió la autocensura de la cinematografía americana entre 1934 y 1967.

[25] William Harrison Hays, Jr. (1879-1954), político y abogado estadounidense, presidente de la Motion Picture Producers and Distributors of America entre 1922 y 1945.

[26] Cordell Hull (1871-1955), Secretario de Estado de los Estados Unidos entre 1933 y 1944, premio Nobel de la Paz de 1945, como padre de la Organización de las Naciones Unidas. Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), Presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945 (por fallecimiento).

[27] Juan Carretero Luca de Tena (1890-1952), director del ABC sevillano entre 1929 y febrero de 1937.

[28] A lo ya dicho en la nota 17, añadiré ahora que como general de división jefe de las fuerzas sublevadas del Sur, y por su propio carácter independiente y díscolo, ejerció durante los primeros tiempos de la guerra civil un poder omnímodo, civil y militar, que acabó granjeándole la envidia de sus compañeros y el enfado del Generalísimo Franco, que fue marginándolo, a partir de principios de 1938.

[29] Nombre vulgar de Valladolid, que se remonta a la Baja Edad Media.

[30] La autocensura periodística de las charlas de Queipo se da por cierta, a petición de Franco, una vez fue este designado Generalísimo y Jefe del Estado. Tal control resultaba casi obligado, habida cuenta de que las soflamas de Queipo de Llano por Unión Radio de Sevilla eran obligatoriamente recogidas por la prensa nacionalista, hasta su finalización en febrero de 1938, así mismo, a instancia del Gobierno franquista. Algunas referencias interesantes: Ian Gibson, Queipo de Llano: Sevilla, verano de 1936, Grijalbo, Barcelona, 1986; Jorge Fernández-Cappel, Queipo de Llano. Memorias de la guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008; Paul Preston, The psychopathology of an assassin: General Queipo de Llano, en Varios Autores, Mass killings and violence in Spain, 1936-1952. Grappling with the past, Routledge, Nueva York y Londres, 2015 (accesible parcialmente por Internet).

[31] El aludido, Antonio Fontán, era un oficial de Ingenieros, muy vinculado con los inicios de la radiodifusión española. Fue padre del muy conocido político y lingüista, Antonio Fontán Pérez (1923-2010).

[32] Luis Antonio Bolín Bidwell (1894-1969), abogado y periodista de gran relevancia franquista (recuérdese su papel en el asunto del Dragon Rapide, avión que transportó a Franco de Las Palmas a Tetuán, el 18 de julio de 1936). Corresponsal de ABC en Londres en julio de 1936, ocupó luego el cargo de adjunto en la Oficina de Prensa y Propaganda nacional, encargándose de los contactos con los corresponsales extranjeros, de forma tan despótica e irrespetuosa de la legalidad, que, a raíz del caso Koestler, fue cesado en mayo de 1937. Véase, Paul Preston, Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España, 1ª edición, Debate, Madrid, 2007, primera parte, capítulo 4º.

[33]  La más importante empresa norteamericana productora de petróleo, fundada en 1902. Desde 1959, es conocida como Texaco. Bajo cuerda, se cree que llegó a vender al bando franquista unos tres millones y medio de toneladas de crudo, por valor de 20 millones de dólares. La personalidad que se hallaba detrás de la política filonazi de la compañía hasta la entrada de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial era el noruego, nacionalizado americano, Torkild Rieber (1882-1968), a quien Franco compensaría muchos años después (Decreto de 1 de abril de 1954) con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.

[34] Generalmente, la fórmula era la de certificar el embarque para un puerto europeo no español, desviando su ruta, a fin de descargar en la España nacional o en su aliado Portugal. Véase, Dominic Tierney, Franklin Delano Roosevelt and the Spanish Civil War: Neutrality and Commitment in the struggle that divided America, Duke University Press, Durham (N.C.), 2007; Adam Hochschild, Spain in our hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936-1939, Mariner (Harper & Collins), Boston, 2017.

[35] Véase el libro de Adam Hochschild citado en la nota anterior. Se calcula que, de los dos mil ochocientos estadounidenses que vinieron a luchar en las Brigadas Internacionales (con visado de salida para otros países distintos del español), un 62% tenían carnet del Partido Comunista norteamericano.

[36] Vicente Gay Forner (1876-1949), catedrático de Economía y Hacienda Pública de Valladolid durante casi toda su vida profesional (1905-1945). Sin perjuicio de sus indudables méritos académicos, fue político y publicista de ideas y veleidades nazis, antisemitas y, desde luego, golpistas contra la República. En 1908, publicó la primera edición de su famoso manual, Hacienda Pública (Gráficas Santarén, Valladolid), totalmente renovado en 1942. Véase su referencia biográfica en el Boletín de la Real Academia de la Historia, a cargo de Elena San Román López.

[37] Joseph Goebbels (1897-1945), político alemán, Ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945.

[38] Acróstico de Compañía Industrial de Film Español, Sociedad Anónima, creada en 1932 y con sede en Valencia. Tras una etapa de notable esplendor (coincidente con la década de 1940), cerró sus puertas en 1961. La fundación fue iniciativa de la familia Trénor pero, en apenas un año, pasó a los Casanova, como luego se dirá.

[39] El patriarca, Manuel Casanova Llopis (1874-1949), dejó pronto la empresa fílmica en manos de sus hijos, Vicente y Luis Casanova Giner. El primero de ellos (1909-1995) fue la gran figura de la compañía durante nuestra guerra civil y en los ulteriores años de su esplendor.

[40] Empresa fundada en 1918, actualmente subsistente en el seno de la multinacional japonesa Sony. Entre 1918 y 1958, fue su presidente Harry Cohn (1891-1958).

[41] Tal medida prohibitiva, acordada a comienzos de 1937, es sobradamente conocida: Véanse, por ejemplo, Domènec Pastor Petit, Hollywood responde a la Guerra Civil (1936-1939), Ediciones de la Tempestad, Barcelona, 1997, para un enfoque general; y, más brevemente, Emeterio Díez Puertas, El montaje del franquismo. La política cinematográfica de las fuerzas sublevadas, Laertes, Barcelona, 2002, pp. 223-228. La Secretaría General de la Jefatura del Estado se hallaba a la sazón (octubre 1936-enero 1938) dirigida por el hermano del Generalísimo, Nicolás Franco Bahamonde (1891-1977).

[42] Eran las dos ciudades (junto con Valladolid) en las que se repartían entonces las sedes de las instituciones y órganos de gobierno de los nacionales.

[43] Juan Francisco de Cárdenas y Rodríguez de Rivas (1881-1966), diplomático, que desempeñó funciones de representante oficioso de Franco en los Estados Unidos (1936-1939) y, seguidamente, de embajador de España en Washington (1939-1947). Previamente, ya había sido embajador en los EE.UU. (1932-1934) y en París (1934-1936).

[44] Dora Lennard Crosby, al parecer, irlandesa de origen, se casó con un profesor canario, Antonio Alonso Fernández, adquiriendo la nacionalidad española. Se dice que dominaba nueve idiomas, siendo traductora jurada del Ministerio de Asuntos Exteriores, así como para el Generalísimo (en inglés y francés) desde la época de la guerra civil. Fue autora, entre otras muchas publicaciones, de un extenso artículo encomiástico, Franco, de cerca, que adquirió gran notoriedad en medios anglosajones, habiendo aparecido originariamente en The Morning Post (20 de julio de 1937). La Señora Lennard falleció en 1966.

[45] Véase antes, la nota 39.

[46] El narrador, Bernárdez, ahorra razonablemente los detalles. Los interesados en ellos son remitidos a la siguiente fuente: Juan Antonio Ríos Carratalá, CIFESA, Generalitat Valenciana, diccionarioaudiovisualvalenciano.com.

[47] Acepto la versión recogida en la fuente indicada en la nota 46, si bien tengo entendido que J.H. Seidelmann estuvo sucesivamente al servicio de los departamentos para el extranjero de Paramount y Universal. Cuando menos, es seguro que, un año más tarde (1938) de lo narrado, el Manager, Foreign Department, de la Columbia era J.A. McConville.

[48] Dionisio Ridruejo Jiménez (1912-1975), entonces jefe provincial de Falange en Valladolid.

[49] Es de suponer que el enfado de la superioridad respondiera al deseo de evitar polémicas con los grupos de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) que también se habían sumado al Movimiento Nacional.

[50] Antonio Tovar Llorente (1911-1985), vallisoletano y, a la sazón, jefe de prensa y propaganda de Falange Española en Valladolid.

[51] La primera emisora de Radio Nacional de España funcionó en Salamanca, siendo su primer día de emisión el 19 de enero de 1937.

[52] Cifesa fue abriendo sucursales en diversas capitales de la América latina, como Santiago de Chile, La Habana, Buenos Aires y Méjico, para ampliar el mercado de sus películas.

[53] También en ese punto, daría la nota Cifesa a partir de 1937, entrando en contacto con distribuidores italianos y, sobre todo, llegando a convenios de coproducción con los grandes estudios alemanes UFA.

[54] Conocida alusión al episodio del intento de asesinato de Hamlet (actos III y IV de la obra) que, en cambio y por su perspicacia de abrir y leer la carta de su padrastro, culminará con la ejecución de los cómplices de este, Rosencrantz y Guildenstern, salvando el príncipe de Dinamarca su vida.

[55] En ninguna parte he encontrado su fecha de nacimiento, pero sí la de defunción, en enero de 1966.

[56] Véase antes, nota 44. Para lo de ahora, Peter Day, Franco’s friends. How British Intelligence helped bring Franco to power in Spain, Biteback Publishing, Londres, 2011, capítulo 3.

[57] Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), profesor y político republicano español, que ejerció el cargo de embajador de nuestra II República en los Estados Unidos entre octubre de 1936 y abril de 1939. Véase, Soledad Fox, Misión imposible: La embajada en Washington de Fernando de los Ríos, en Ángel Viñas (editor), Al servicio de la República: Diplomáticos y Guerra Civil, Marcial Pons y Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Madrid, 2010, pp. 155-177.

[58]  Véase antes, nota 43. Un enfoque muy comprometido de la moralidad y perspicacia del aludido Sr. Cárdenas es la proporcionada por el espía americano, Donald Downes, que resume el profesor y periodista, Rafael Moreno Izquierdo, Espías en el sitio más extraño, en el diario El País (Madrid, 8 de noviembre de 2013).

[59] Se trata de una alusión estricta, a la New York University, fundada en 1831.

[60] Francisco Largo Caballero (1869-1946), Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra de la República Española entre septiembre de 1936 y mayo de 1937. Errol (Leslie Thompson) Flynn (1909-1959), famosísimo actor de origen australiano, nacionalizado estadounidense. Sobre su viaje a España, se apuntará algo más adelante.

[61] Siglas de North American Committee to Aid Spanish Democracy. El Comité general neoyorquino se creó en enero de 1937 y su filial hollywoodense, al siguiente mes. Algunas de las principales figuras que los formaban están citadas en Domènec Pastor, Hollywood responde a la Guerra Civil, citado, pp. 75-76.

[62] Darryl F. Zanuck (1902-1979), factótum de los estudios 20th Century Fox. El boicot de grupos pro republicanos le obligó en enero de 1937 a cancelar el proyecto de la indicada película. Véase, Carmen Guiralt Tomás, Hollywood y la Guerra Civil española: análisis de sus tres únicas cintas de ficción coetáneas (1937-1938), Universidad de Valencia, Estudios Humanísticos, “Filología” 39 (2017), pp. 75-94 (apartado 3 del artículo, de libre acceso por Internet).

[63] Aparte de relaciones personales y visitas esporádicas, Fernando de los Ríos fue durante un año (1929-1930) profesor visitante de la neoyorquina Universidad de Columbia, habiéndole acompañado durante un tiempo el poeta, Federico García Lorca.

[64] De los Ríos era granadino; Cárdenas, sevillano.

[65] Buen resumen de estas cuestiones, accesible por Internet, en Juan Carlos Merino Morales, La Guerra Civil Española en los Estados Unidos, Estud. Int., vol. 45, nº 176, Santiago de Compostela, 2013. Muy amplio y más general, Antonio César Moreno Cantano, Los servicios de prensa extranjera en el primer franquismo, Tesis Doctoral de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Alcalá de Henares, 2008, espec. pp. 16-32 y 590 y ss. (consultable por Internet). En el relato se hace uso de estas fuentes, sin necesidad de ulteriores citas a pie de página.

[66] Manuel Arias-Paz Guitián (1899-1965) fue Delegado de Prensa y Propaganda franquista entre abril y noviembre de 1937. Procedía políticamente de la CEDA. En 1940 publicó la primera edición de su Manual de Automóviles, llamado a convertirse en el más usado en las siguientes décadas, no ya de España, sino del conjunto de Europa -según se dice-.

[67]  Flynn visitó, principalmente, Barcelona, Valencia, Madrid y Albacete (centro de las Brigadas Internacionales) entre los días 29 de marzo y 7 de abril de 1937. Manifestó su voluntad de pasar a conocer la situación de la zona franquista, pero su presunta petición fue rechazada, lo que motivó a posteriori el enfado y crítica de Rufino Bernárdez, entre otros. Puede consultarse, en este mismo blog, mi relato, Robin Hood en la Ciudad Universitaria, dentro de la etiqueta de “cuentos de misterio”.

[68] Debe considerarse que el hotel Ritz-Carlton de la época (1911-1951) hacía esquina a la Avenida Madison y la calle 46. El actual del mismo nombre se halla en el límite sur de Central Park.

[69] Sigo, además de los textos citados en la nota 65, este otro: Andreu Espasa de la Fuente, Estados Unidos en la Guerra Civil Española, edit. Catarata, Madrid, 2017, espec. capítulos 4 y 5, en que dedica especial interés a conectar la política norteamericana con España y con la América Latina, así como el papel teórico y práctico seguido en estas materias por el Méjico del presidente Cárdenas.

[70] Robert Cuse era un lituano-americano, que vendió a la República Española un importante alijo de armas, incluidos aviones, que finalmente fue incautado por las autoridades americanas, antes de que el buque de carga Mar Cantábrico se hiciera a la mar en enero de 1937. Resume el caso, Dominic Tierney, FDR and the Spanish Civil War, citado en la nota 34, pp. 48 y ss. El valor de lo adquirido era aproximadamente de dos millones de dólares.

[71] Me remito, sin reiterar en lo sucesivo la cita, al notable artículo de Marta Rey García, Dos embajadores para la Guerra de España (1936-1939), Universidad de Alcalá de Henares, ebuah.uah.es, 1996, pp. 129-149 (accesible por Internet). De la misma autora, véase también, Los españoles de los Estados Unidos y la Guerra Civil (1936-1939), Universidad de Alcalá de Henares, ebuah.uah.es, 1994, pp. 107-120 (así mismo consultable por Internet).

[72] Gran universidad privada americana, fundada en 1754, radicada en la zona norte de Manhattan (Upper Manhattan), en la ciudad de Nueva York.

[73] Ramon Castroviejo Briones (1904-1987), famoso oftalmólogo español, nacionalizado estadounidense en 1936.

[74]  José González de Gregorio, en 1936 cónsul para la zona suroeste de los EE.UU., con sede en Galveston (Texas), cesado por la República al decantarse por el bando nacional.

[75] Manuel Azaña Díaz (1880-1940), a la sazón presidente de la República Española.

[76] Rusell Palmer (fallecido en 1940) es, quizá, el más famoso de los corresponsales anglófonos favorables al general Franco durante nuestra guerra civil. Llegó a ser el responsable teórico de los Peninsular News Services, y se le considera el autor de Defenders of the Faith (1938), el mejor reportaje cinematográfico (en color) sobre el punto de vista de los nacionales. El documental puede consultarse en Internet, a través de youtube.

[77] Véase Will H. Hays, The memoirs of Will H. Hays, Doubleday, Nueva York, 1955. Que yo sepa, el libro no ha sido reeditado hasta ahora (enero de 2022), aunque sí puede adquirirse en el mercado de segunda mano.

[78] Véanse antes, notas 21 y 22.

[79] Según Carmen Guiralt y Javier Coma, solo se rodaron por los estudios americanos tres películas de ficción sobre la guerra civil española (El último tren de Madrid, Amor bajo el fuego y Bloqueo), si bien ascienden a unos 59 aquellos otros en que se hace una referencia secundaria a nuestra contienda. Me remito al trabajo de Carmen Guiralt, Hollywood y la Guerra Civil Española: Análisis de sus tres únicas cintas de ficción coetáneas (1937-1938), Universidad de Valencia, Estudios Humanísticos. Filología 39 (2017), pp. 75-94.

[80] Véanse antes, notas 24 y 25. Las constricciones de dicho código a las películas sobre nuestra guerra civil fueron verdaderamente tan rígidas, que mueven al asombro. Véase sobre ello el artículo citado en la nota 79.

[81] Joseph Ignatius Breen (1888-1965), periodista y abogado, que dirigía la oficina clave para la aplicación del Código Hays en Hollywood (dado que Hays residía en Nueva York). Su carácter y acendrado catolicismo hizo de él un cumplidor de su misión censora aún más celoso que el propio Hays.

[82] Alusión a la guerra civil o de Secesión americana, que se produjo entre 1861 y 1865.

[83] En inglés, The cultural aims of the Republic. Hay quien dice que dicha conferencia se impartió en febrero de 1937 (no en abril, como sostiene Bernárdez), con el especioso argumento de que en el texto se aludía directamente a la batalla del Jarama, que tuvo lugar en el segundo mes de 1937. En cualquier caso, pudo suceder que, ante el éxito de la primera ocasión, se repitiera una segunda.

[84] El hecho, publicitado y verídico, fue constatado por el servicio informativo militar franquista el 22 de abril de 1937.

[85] A Star is born (1937), producida por David O. Selznick y dirigida por William A. Wellman.

[86] Nacido Ernest Frederick McIntyre Bickel (1897-1975), famoso actor de cine, ganador de dos Oscar y, como se verá más adelante, una de las más significadas estrellas prorrepublicanas y, en consecuencia, boicoteadas por el bando nacional.

[87] Incluso, poco antes de llegar Bernárdez a California, funcionaba en San Francisco una organización, Acción Demócrata Española, que recaudó más de once mil dólares para la causa republicana. Véase, Marta Rey García, Los españoles de los Estados Unidos y la Guerra Civil (1936-1939), citado en la nota 71, p. 120.

[88] Dicho bombardeo tuvo lugar el 27 de abril de 1937 y, junto al de Durango del 31 de marzo anterior (a cargo de la aviación expedicionaria italiana), despertaron un amplio e indignado eco entre la población americana y favorecieron, como consecuencia, la posición moral de los republicanos españoles.

[89] Louis Burt Mayer (1884-1957) había nacido como judío ruso, con el nombre de Eliezer Meir. En 1917 había fundado sus propios estudios, que se fusionaron con otros dos en 1924, para dar lugar a la mayor empresa cinematográfica de Hollywood, la citada MGM, de la que el Señor Mayer sería copropietario y presidente, con poderes casi omnímodos hasta 1950.

[90] Breve y malicioso resumen: Phillip Hamilton, Sinister facts about Louis B. Mayer, the Monster of MGM, Factinate, www.factinate.com.

[91] Louis B. Mayer dirigió la perversa y mendaz campaña que hundió las expectativas de Upton Sinclair, demócrata de ideas socialistas, de llegar a Gobernador de California, en 1934. Véase resumen: Zelda Roland, The socialist who won a democratic primary and the dirty Hollywood politics that sunk his campaign, KCET, 28 de abril de 2016, www.kcet.com. De forma general, Larry Ceplair & Steven Englund, The inquisition in Hollywood: Politics in the film community, 1930-1960, Anchor Press and Doubleday, New York, 1980.

[92] Harry Cohn (1891-1958), presidente de Columbia, desde los orígenes de la compañía (1919), hasta la muerte de Cohn (1958).

[93] Abe Schneider (1905-1993). Véase su  ilustrativa necrológica en la revista Variety: Suzan Ayscough, ExCol titan Schneider dies, 23 de abril de 1993, www.variety.com.

[94] Véase antes, nota 81. Ahora añadiré que su relevante papel de censor cinematográfico lo ejerció en los periodos 1934-1941 y 1945-1954.

[95]  Jack L. Warner (1892-1978), presidente y factótum de los estudios Warner Bros. entre 1918 y 1973. En la época a que se contrae este relato, dichos estudios tenían contrato con el actor, Errol Flynn.

[96] La literatura sobre el tema es inabarcable. Por citar una obra general y de autor americano: William J. Callahan, La Iglesia Católica en España (1875-2002), Crítica, Barcelona, 2003, pp. 273-297. La conexión de la jerarquía y propagandistas católicos norteamericanos con el representante franquista Cárdenas está resumida en: Marta Rey García, Fernando de los Ríos y Juan F. de Cárdenas…, citado en nota 71, pp. 140-147.

[97] Esta, y otras cuestiones, sobre la matanza del clero en la guerra civil española, están muy resumidas en: Stanley G. Payne, 40 preguntas fundamentales sobre la guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, pp. 141-150. La cifra de sacerdotes nacionalstas vascos pasados por las armas parece que fue de catorce.

[98] La famosa encíclica en alemán de Pío XI, es la titulada Mit brennender sorge (10 de marzo de 1937).

[99] Isidro Gomá y Tomás (1869-1940), arzobispo de Toledo y Cardenal Primado de España entre 1933 y 1940.

[100] David Selznick (su famosa O. intermedia fue una impostura, nunca inscrita en el registro civil) vivió entre 1902 y 1965, y, como encarnación de Selznick International Pictures, produjo películas entre 1935 y 1957. Su famosa sede, casi palaciega, en estilo colonial, radicaba en el número 9336 del West Washington Boulevard, en Culver City.

[101] El título original -un tanto filosófico- era Nothing sacred. El flim se estrenó en noviembre de 1937, con éxito de crítica, pero fracaso en taquilla (perdió 350.000 dólares de los de entonces).

[102] Alusión a James E. Newcom (1905-1990), famoso editor o montador, que consiguió un Oscar por Lo que el viento se llevó (1940), siendo nominado en otras tres ocasiones (1945, 1951 y 1971).

[103] Quienes la midieron aseguran que la estatura de Fredric March era de 178 centímetros.

[104]  Así era, en efecto. Por ejemplo, en la cena celebrada en casa del matrimonio March, la noche del 12 de julio de 1937 para ver The Spanish Earth, se recaudaron 17.000 dólares, a razón de mil por cabeza.

[105]  Fredric March estuvo casado con Florence Eldridge entre 1927 y 1975, en que él falleció. No tuvieron hijos; de modo que los que se tienen por tales, Anthony y Penelope, fueron adoptados.

[106]  Efectivamente, son pocas las estrellas consideradas profranquistas. Se cita como tales a Mary Pickford, Harold Lloyd, Margaret Sullavan y el conocido actor Robert Taylor, con quien, acto seguido, se entrevistará Rufino Bernárdez.

[107] Spangler A. Brugh, para el cine, Robert Taylor (1911-1969), nacido en Filley (Nebraska), y bajo contrato de la MGM desde 1934.

[108] Si título en inglés, Camille (en español, según países, La dama de las camelias o Margarita Gautier), dirigida por George Cukor y estrenada en el Plaza Theatre de Palm Springs, el 12 de diciembre de 1936.

[109] Comidilla de la que se hace eco Juan Simeón Vidarte, en sus notables memorias de la guerra civil, Todos fuimos culpables, volumen 2, edit. Grijalbo, Barcelona, 1977, p. 808.

[110] Bernárdez debía de ser más bien bajito, por el valor que parece dar a las estaturas ajenas. La de Robert Taylor era de 182 centímetros.

[111] La dirección era, y sigue siendo, 1026 Ridgedale Road, en Bel Air (Los Angeles). El arquitecto fue Wallace Neff y la fecha de conclusión de las obras, la de 1933. El edificio sigue en pie con no muchas variaciones exteriores, pero con el interior y las construcciones auxiliares considerablemente ampliadas. Véase, Architectural Digest, enero de 1934.

[112] Adolf Zukor (1873-1976), judío y húngaro de origen, fue fundador y uno de los más destacados productores de la Paramount. Se le concedió un Oscar honorífico en 1949. En el aludido acto de adhesión se recaudaron para la República Española 60.000 dólares, que fueron entregados a su embajador, D. Fernando de los Ríos.

[113] Así es, en lo referente al número de votos personales: Izquierdas, 47,1% del voto popular; Derechas, el 45,6%; partidos de Centro, 5,3% (según el historiador, Javier Tusell).

[114] La propiedad se hallaba en término municipal de Calonge (Gerona). Da una versión completamente distinta de los hechos, Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, vol. 2, citado en la nota 109, p. 812.

[115] Joris Ivens (1898-1989), documentalista neerlandés, director del famoso documental The Spanish Earth (1937), al que se aludirá con detalle más adelante.

[116] Véase nota 79. La película obtuvo el pase de la censura mediante certificado de 25 de mayo de 1937 y se estrenó con escaso éxito el 18 de junio del mismo año en el Criterion Theatre de Nueva York.

[117] No era exacto lo manifestado por Mister Breen, en lo referente a documentales que pudieran considerarse de propaganda, como lo es The Spanish earth. De hecho, otros análogos, como Spain in arms (productora Amkino, 1937), fueron objeto de censura y de prohibición de proyección en algunos Estados -como Massachusetts, Maryland y Ohio-.

[118] Se trata de Love under fire (George Marshall, 1937), que fue certificada el 16 de julio de 1937 y se estrenó en el Roxy Theatre de Nueva York el 27 de agosto siguiente.

[119] Afortunadamente, dicho documental (en inglés y con una duración de alrededor de 50 minutos) es de libre acceso por Internet (youtube). El núcleo argumental gira en torno a la defensa del corredor Madrid-Valencia, para evitar el cerco total de la capital (hechos bélicos producidos en la primavera de 1937, tras la batalla del Jarama), y la implicación de los campesinos en los mismos y en la explotación de la tierra en el municipio de Fuentidueña de Tajo (Madrid), como modelo o símbolo del agro republicano.

[120] Además de los anfitriones, Fredric March y Florence Eldridge, se da por segura la presencia de Louise Rainer, Lillian Hellman, Dorothy Parker, Paul Muni, Dashiell Hammett, Dudley Nichols, Fritz Lang, King Vidor, Anatole Litvak, John Cromwell, Ernst Lubitsch, Robert Montgomery, Myriam Hopkins, Joan Bennett, Mark Connally y Lewis Milestone. Días más tarde se repetiría el suceso en el domicilio de Franchot Tone y Joan Crawford, con otros asistentes, y ya sin la presencia de Rufino Bernárdez. El importe de la recaudación ha de ponerse en relación con el modesto coste final del documental: unos 14.000 dólares.

[121] Ernest Hemingway (1899-1961) y John Dos Passos (1896-1970), grandes escritores norteamericanos. Orson Welles (1915-1985), muy destacado actor y director de la misma nacionalidad.

[122] Su peso era de unos 52 kilos y su estatura de 160 centímetros.

[123] La similitud puede ser de título (The Spanish earth y The good earth), así como de la situación en que a la sazón se encontraban España y China, con guerra civil e intervención militar extranjera. The good earth fue dirigida por Sidney Franklin (con contribuciones de Victor Fleming y algún otro director) y, aunque se rodó íntegramente entre febrero y julio de 1936, no se estrenó hasta el 29 de enero de 1937, por lo que entró en el certamen de los Oscar de ese año (con ceremonia de entrega en 1938). El año anterior (1936, con entrega en marzo de 1937), Louise Rainer había conseguido su primer Oscar por El gran Ziegfeld (The great Ziegfeld), película dirigida por Robert Z. Leonard.

[124] Como complemento y contraste de lo que dirá Rufino Bernárdez, véase, por ejemplo, José Cabeza San Deogracias & Salvador Gómez García, La recepción crítica y distribución del documental Spanish Earth/Tierra española (Joris Ivens, 1937) durante la Guerra Civil, International Journal of Iberian Studies, volumen 23, nº 3, 2010, pp. 159-178 (de libre acceso por Internet).

[125] En inglés, The lives of a Bengal lancer (Henry Hathaway, 1935). En realidad, el protagonismo de la película correspondía, sin duda, a Gary Cooper.

[126] Ignoro cómo había llegado a esa certera convicción en Señor Bernárdez pues, por aquellas fechas, todavía se ocultaba la muerte de José Antonio Primo de Rivera en Alicante, el 20 de noviembre de 1936. Respecto de lo que Bernárdez decía ignorar (la razón de la predilección joseantoniana por dicha película), véase: Julio Fuertes, Recuerdo de una película vista por José Antonio, Primer Plano, Madrid, 21 de febrero de 1942: “… Quedaban exaltadas las mejores virtudes que él quería para sus falangistas: alegría en el cumplimiento de los más arduos servicios, espíritu de sacrificio, heroísmo y hermandad”.

[127] La película había sido estrenada en el Criterion Theatre, el 18 de junio de 1937.

[128] Llamada 55th Street Playhouse.

[129] Se trataba de Love under fire (George Marshall, 1937), con protagonismo de Don Ameche y Loretta Young. Nunca ha sido estrenada comercialmente en España. El estreno tuvo lugar en el Roxy Theatre neoyorquino.

[130]  Tuvo lugar, como ya ha se ha dicho, en el modesto Village Theatre de la localidad californiana de Westwood, el 3 de junio de 1938, punto de partida de otras proyecciones polémicas, en efecto, por los intentos de boicotear la película por grupos católicos, con la secuela de prohibiciones en diversos países y rápida retirada de las pantallas, por lo que resultó un completo fracaso comercial. Tampoco ha sido estrenada formalmente en los cines españoles.

[131] La guerra de Corea se desarrolló entre 1950 y 1953. Por proximidad e infraestructuras, fue Japón lugar de preparación y de descanso para los occidentales implicados, o corresponsales, de la contienda.

[132] En inglés, The bridges at Toko-Ri (Mark Robson, 1954). El guion estaba basado en la novela homónima del escritor estadounidense, James A. Michener (1907-1997), por cierto, buen amigo y conocedor de España.

[133] Juan Simeón Vidarte Franco-Romero (1902-1976), político socialista, merecidamente famoso por sus memorias tituladas Todos fuimos culpables (véanse nota 109 y otras). Francesca de Linares y de Palomares (1914-post 1988). Contrajeron matrimonio el 31 de agosto de 1936.

[134] Una vez más, véase: Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, vol. 2, citado en la nota 109, pp. 817-818. El propio Vidarte valoró con perplejidad las palabras de Norman Thomas.

[135] He dejado ya dicho que Julio Álvarez del Vayo, Ministro de Estado, no compartía la diplomacia de Fernando de los Ríos y estuvo en un tris de cesarlo como embajador de la República Española en los Estados Unidos.

[136]  Los principales pasos sucesivos en el levantamiento del boicot intuitu personae, están resumidos en: Emeterio Díez Puertas, El montaje del franquismo, citado en la nota 41, pp. 224-228.

[137] Buen resumen de esa pequeña historia de Cifesa en el artículo de Ríos Carratalá para el diccionario citado en la nota 46. Véanse también las notas 38 y 39.

[138] Su vertiente cinematográfica está aceptablemente tratada en: Domènec Pastor Petit, Hollywood responde a la Guerra Civil, citado en la nota 41, pp. 233-258.

[139] Harry S. Truman, Presidente de los Estados Unidos entre abril de 1945 y enero de 1953. La caza de brujas suele aceptarse que concluyó hacia este último año.