martes, 18 de abril de 2023

DE HARLEM A SAMOTRACIA

 


De Harlem a Samotracia

Por Federico Bello Landrove

 

     Relato inspirado en la personalidad y entorno vital del conocido -por la grande y la pequeña pantallas- gánster, Ellsworth Raymond Bumpy Johnson[1], pero que refiere un hecho concreto de la vida del mismo que es completamente inventado. Pretendo conseguir así la armonización de realidad y fantasía o, como dirían los clásicos, enseñar y deleitar[2] -empezando, en ambas cosas, por mí mismo-.


Victoria de Samotracia (vista parcial)

 

1.      El desfile de bienvenida

 

     La multitud estaba acabando de disolverse después del gran espectáculo. Unos podrían decir que había sido una muestra espontánea de alegría y afecto hacia el veterano Padrino del barrio, que volvía en libertad a sus calles tras medio año de prisión preventiva y un juicio largo y espectacular por conspiración para la venta de heroína, con una petición de quince años de cárcel, por parte del fiscal federal. Finalmente, el jurado había acordado por mayoría la inculpabilidad del más que presunto traficante, provocando el delirio en la atestada sala de vistas de la Corte del condado de Nueva York. Claro que, entre los periodistas y espectadores imparciales, las valoraciones no habían sido tan positivas. De ello se había hecho eco, por ejemplo, la Gazette de la Facultad de Derecho de Columbia[3], cuando, comentando el susodicho veredicto, explicaba:

     … Por supuesto, la explicación más simple -y, probablemente, más acertada- sea la de que el jurado estuviese intimidado, o favorablemente impresionado por los regalos y favores que el Padrino de Harlem viene repartiendo entre la gente modesta del barrio desde hace más de veinte años. Con todo, las personas mejor informadas sobre este caso no han dejado de insistir en la red de casualidades que llevaban a sospechar que -como el acusado y su defensa no dejaron de insistir durante todo el juicio- las evidencias hubiesen sido prefabricadas por la policía. Es una “casualidad” que la primera vez que se lleva ante los tribunales a Barber Robinson por tráfico de drogas, haya sido a raíz de un comentadísimo artículo sobre sus turbios negocios, aparecido en la revista para gente de color más leída en los Estados Unidos. Es otra “casualidad” que aparezca un paquete con una libra[4] de heroína en el maletero del famoso Cadillac rojo de Barber, cuando todo el mundo lo conoce como una persona muy prudente y que difícilmente se arriesgaría a ofrecer a la policía una prueba tan concluyente. Y es una tercera “casualidad” -para nosotros la más difícil de aceptar- que la heroína del susodicho paquete tenga exactamente la misma composición que la incautada por la policía hace unos meses en el puerto de Nueva York, en cantidad de treinta libras, escondida dentro de los neumáticos de un Mercedes de lujo, en un barco de bandera liberiana procedente de Marsella…

     … Pero todavía hay más motivos para desconfiar del buen hacer de la policía en este caso. Todos conocen en Harlem el desagrado de Barber hacia el tráfico de heroína, en especial -como el gánster se encargó de recordar emotivamente en su declaración-, al haberse convertido en adicta a dicha droga una de sus hijas. Todo hace pensar, y lo decimos con la mayor circunspección, que Robinson tolera la venta de heroína en su barrio, y hasta puede ser que se lucre participando en el beneficio de los traficantes directos; pero sus ojos están puestos en otra droga, menos nociva y mucho menos extendida hasta ahora en Nueva York: la cocaína. De hecho, en la sala de vistas se comentaba que había sido un gran error de la acusación el no haber ido por esa vía, a la hora de conseguir pruebas e intentar la condena de Barber. Pensamos que el fiscal y la policía quisieron jugar un órdago y conseguir una pena mayor[5]

     En fin, si hubiésemos llegado una hora antes, todavía habríamos alcanzado a contemplar el gran espectáculo en la calle 125ª, con Elliot Barber Robinson sentado en el respaldo del asiento trasero de su famoso Caddy[6] rojo, vitoreado desde las aceras por una multitud entusiasta; el confeti arrojado desde las ventanas de las viviendas; los policías, incluso a caballo, que parecía rendían pleitesía a un triunfador, más bien que guardar el orden… Pero lo cierto es que hemos llegado tarde, cuando tan solo quedan grupos desperdigados que parecen dar más pábulo a la charla que al estómago que, a juzgar por la hora, ya les estará demandando alimento. Con todo, hemos tenido la suerte de toparnos con una pareja de rezagados, quienes -como pronto veremos- tienen que ver con el Padrino tanto como sería de desear para que nos pongan en situación. No deja de ser una casualidad -feliz en este caso-; tanto más, cuanto que -a juzgar por la conversación que mantienen- se han encontrado por azar, después de una larga temporada sin coincidir.

-          Se está haciendo tarde -afirma el hombre-. ¿Qué tal si comemos juntos y seguimos charlando?

-          De acuerdo -acepta ella-, pero algo ligerito y cerca de aquí, que tengo que volver a la revista para ir preparando el reportaje.

     Él sonríe y, mientras hace ademán de llamar a un taxi, comenta con ironía:

-          No te pases: A ver si van a enchironar al pobre Señor Robinson nuevamente.

-          Por ganas no quedaría -replica la mujer-, pero mejor será no tensar más la cuerda, que sus esbirros ya nos dieron un toque, por haber sacado a la luz los trapos sucios del Robin Hood de Harlem[7].

     Ya en el taxi, el caballero indica al taxista que los lleve hasta Wells[8]. Ella se echa a reír:

-          ¡Eres incorregible! Solo faltaría que estuviera comiendo allí nuestro amigo.

***

     Aunque de muy diverso carácter y personalidad, las dos personas que se encaminan a Wells, tienen varias cosas en común: raza negra; edad como de cuarenta años -menor y mejor llevada en el caso de la mujer- y, sobre todo, disfrutaron en sus años escolares del peculiar sistema de becas con que El Padrino de Harlem distinguía a algunos de los estudiantes que poseían mucha mayor inteligencia que medios materiales. Quizá fuera esa la razón de conocerse entre sí, más que la vecindad del mismo barrio, pero no es cosa que pueda asegurarles; como tampoco si, además de un cierto compañerismo, uno y otra sintieron de chavales afectos de mayor hondura. En fin, vayamos con las presentaciones.

     Tobías, Toby, Brown, cursó con brillantez estudios de química en el Baskerville Hall[9], pero vio interrumpidos sus trabajos de posgrado al tener que incorporarse al servicio militar en la Segunda Guerra Mundial. A su regreso, las tornas académicas habían cambiado y las urgencias matrimoniales también. Se colocó como profesor en la Escuela Pública[10] 149, en el mismo cogollo harlemita[11] y allí tuvo el privilegio de dar clase a las hijas y otros varios parientes próximos de su histórico protector y de la esposa de este, Melanie Robinson. Últimamente, fungía de maestro de la jovencita Amanda, hija única de Barber y Melanie, a quien aquel profesaba un cariño especial, hasta el punto de dejarse caer con cierta frecuencia por la escuela, a fin de recoger personalmente a la adolescente Amanda, o para interesarse por sus progresos académicos. La propia señora Robinson formaba parte de la directiva de padres del centro, a cuya biblioteca y laboratorios contribuía con generosos donativos -naturalmente, con cargo al peculio marital-. Toby le había hecho alguna vez los honores, mostrando y explicando a la dama las instalaciones y equipamiento del laboratorio de química, no sin antes haberse presentado como uno de tantos graduados, gracias a la generosidad del Señor Robinson. Melanie quedó muy favorablemente impresionada del agradecido profesor, cosa que comentó a su marido. Este, que tenía una memoria de elefante, guardó en su mente el nombre y los datos de Toby, cosa que algún día habría de resultar decisiva en la vida de ambos.

     El tiempo pasó y el matrimonio de nuestro químico hizo agua, por más que él no hubiese deseado semejante reacción, y la señora Brown quedó encargada de la guarda de las dos hijas de la pareja, acordándose judicialmente una pensión a cargo del marido que alcanzaba las tres cuartas partes de su modesto sueldo. Era por los tiempos en que El Padrino, nadando en la abundancia y conociendo bien los riesgos de tener al retortero su patrimonio, había optado por la recomendación de sus amigos mafiosos: Montar un negocio lícito, lucrativo y fácil de llevar, para blanquear los rendimientos de las actividades ilícitas y, en su caso, poder trasladarlos con mayor facilidad a algún paraíso fiscal del Caribe. Pero Barber era mucho Barber[12]. El negocio que él debía regentar como tapadera tenía que ser en Harlem y al servicio de Harlem -faltaría más-. Y así, tras un intento abandonado de montar una cadena de establecimientos de venta de neumáticos, finalmente levantó en la calle 135 una magnífica fábrica de exterminio… de cucarachas y otros insectos parásitos. Nació así la Harlemite Chemical Facilities, de la propiedad mayoritaria de Robinson, con simbólica asociación de su esposa y de algunos de sus hombres de confianza, incluido un paquete de acciones liberadas para los amigos de la familia Genovese, como Frank Costello y Tony Salerno[13]. Con el tiempo, la Chemical se convertiría en el ojito derecho de su accionista mayoritario, que tenía a gala la buena calidad de sus productos, así como su fama y difusión en toda la región. Y fue precisamente allí donde los Robinson buscaron un acomodo técnico para Toby, que este aceptó encantado, como medio de multiplicar por tres sus ingresos anteriores. He aquí los motivos por los que el químico está ahora sólidamente vinculado a Barber, aunque nada tenga que ver con los crímenes y fechorías de su patrón.

     Muy otra es la situación de la otra comensal, Liberia, Libbie, Plummer, quien de buena gana ahogaría a Barber en las tranquilas aguas del Harlem[14]. También ella se había beneficiado de un fondo del Padrino para el estudio, cuando era una brillante jovencita que estudiaba secundaria, si bien, concluida esta, se enroló en el movimiento activista y literario pomposamente llamado el Renacimiento de Harlem. Como también una “renacentista” tenía que comer, fue abriéndose camino en el Amsterdam News[15], viendo y sufriendo en primera fila los terribles estragos que el consumo de heroína iba causando en su barrio y entre sus próximos, incluidos una hermana y su novio, que acabaron falleciendo de las resultas. No es extraño, pues, que, considerando a Barber responsable máximo del tráfico de estupefacientes en Harlem, concibiera hacía él una inquina muy especial, que sus favores y caridades en Navidad y Acción de Gracias no alcanzaban a lustrar. Poco satisfecha con la moderada línea editorial de la publicación y con el modesto sueldo que de ella recibía, abandonó Amsterdam News tras quince años de esforzado trabajo y se incorporó a un nuevo proyecto editorial, el de la revista semanal Rocket[16], en la que se haría muy pronto famosa con el extenso reportaje que la publicación dedicaría a Barber Robinson y su gran fortuna de dudosos orígenes, al que en el capítulo 1 de este relato se ha aludido.

     En verdad, el artículo era aparentemente objetivo, y hasta cínicamente encomiástico, pero hacía algo que los políticos y la policía no suelen consentir sin tomar en el asunto las cartas, que han estado eludiendo durante años. De pronto, ante toda la comunidad negra americana -y cara a los blancos que quisieran enterarse-, se presentaba a un tipo de aquella raza, entonces gravemente discriminada, como un sujeto capaz de ponerse a la altura de los capi dela mafia, convertirse en el amo y padrino del más famoso barrio negro de los Estados Unidos, y de mantener sin mayores dificultades un imperio y una riqueza, que nadie osaba perturbar. La consecuencia no se hizo esperar: Como hemos visto, Barber fue detenido con un paquete de una libra de heroína en su Cadillac; fue encarcelado provisionalmente; llevado a juicio, con una rigurosa petición de condena, y estuvo en un tris que el jurado lo declarase culpable. Algo que, por cierto, Rocket trató de impulsar con un impresionante reportaje sobre la circulación masiva de droga en Harlem, mucho mayor y más dañina que en parte alguna del país. Pero tampoco ese aldabonazo resonó en las conciencias de los jurados, ni de los lugareños, que salieron a las calles para recibir al absuelto Barber como a un héroe. Libbie se preguntaba qué habría que hacer para lograr la reacción de la gente, del pueblo llano, más allá de los musulmanes negros y otros grupos, que abominaban de la droga por conveniencia y de boquilla, pues bien sabía ella que una cosa eran las reglas de la religión y otra lo que se consumía en los salones y los tugurios donde aquellos fieles se reunían.

     Esos mismos pensamientos, un tanto deprimentes, seguían asaltando a Libbie en el taxi, camino de Wells, al lado de Toby, este antiguo amigo, con cuyo nombre se había topado al estudiar la documentación que Rocket conservaba sobre la fábrica de extermino de cucarachas, que había llegado a facturar tres millones de dólares al año, gracias a una clientela que -como los jurados- se movía entre el favor y la intimidación. Pero ya han llegado al restaurante y un penetrante y apetitoso olor a pollo frito sale del interior. ¡Con tal que no ande por allí el triunfante Barber, celebrando su victoria! De ser así, se dará media vuelta y dejará plantado a su acompañante. No; ha habido suerte: Estará banqueteando con su familia en casa, como es natural. Siendo así, tendrán la oportunidad de hablar con total libertad. Ya se imagina poniendo las peras a cuarto a Toby…, por más que procurará no tomarlas con el químico, que no es más que una ruedecilla en el monstruoso engranaje que está triturando Harlem.

***

     Con tales precedentes, lógico es que nuestros dos comensales no lleguen a un mayor consenso que el de la excelencia de los manjares que están degustando. Así lo entiende Libbie que, aunque sin ánimo de ofender, hiere el amor propio de su interlocutor, recordándole sus circunstancias personales:

-          Aunque tú no lo creas, eres afortunado en que, al divorciarse, tu esposa se haya ido a vivir con tus hijas a Hartford[17]: Así tendréis la razonable esperanza de que crezcan sin caer en el infierno de la droga, en que tan lucrativamente se mueve tu amigo Barber.

-          No voy a ocultar que ese tráfico le produce buenos dividendos -reconoce Toby-, pero no es él quien trae la heroína a Harlem, ni dirige su comercio. Puestos a que alguien imponga orden en el barrio, mejor es que lo haga él, que ningún otro de los esbirros y pretendientes que lo acechan. A fin de cuentas, droga hay a mansalva por todo el país y, según dicen, la policía no es quien menos se beneficia con su silencio y, en ocasiones, con su venta.

      El argumento de siempre -piensa Libbie-: que Barber es el mejor de los mafiosos. Pero ella, por su buena información como periodista, le lleva en parte la contraria:

-          No estés tan seguro de que tu patrono se limite a verlas venir y a cobrar su porcentaje. ¿No has oído hablar de sus contactos con América del Sur para importar cocaína[18]?... Pues, aprovechándose de que aún es una droga de escaso consumo, se ha hecho sin rivales con su comercio en tres o cuatro Estados. Aquí mismo, en la Gran Manzana, ha montado el mercadillo, aprovechando el ambiente y la clientela de los establecimientos after hours[19].

-          Te repito lo dicho -insiste Toby-: Será muy triste, pero siempre habrá vicio y gente que se aproveche de él. Antes fueron individuos aislados; luego, bandas enfrentadas entre sí; ahora, la Mafia asociada, el crimen organizado que dicen[20]. Al menos, Robinson se ha hecho respetar de ellos, aun siendo negro, y tiene ciertas dosis de generosidad y apaciguamiento.

     Libbie, como buena entrevistadora, se traga la ira y opta por indagar en el fondo del personaje que tiene ante ella:

-          Entonces, según tú, esto no tiene remedio. Nuestros jóvenes tendrán que seguir enganchándose y muriendo, y hasta tendremos que dar gracias de que Barber nos siga pastoreando, por aquello de que otro vendrá que bueno me hará.

     Toby se piensa la respuesta, saliendo un poco por la tangente:

-          Mujer, el realismo y la experiencia no tienen por qué impedir que policías y tribunales jueguen su papel y cumplan con su obligación, ni que la buena gente rechace el consumo y aconseje la abstinencia; pero, a corto plazo, la verdad es que yo no veo remedio a gran escala. A plazo más largo, tengo confianza en que un gran movimiento de resurgimiento negro pueda cambiar las cosas, siempre que sus promotores y dirigentes se mantengan dignos y sobrios…

-          Habría mucho que hablar de los musulmanes negros, los panteras negras y todos esos fundamentalistas de la violencia o del Corán -interrumpe Libbie-. Yo no les doy arriba de diez o doce años de progresión, porque a esos sí que los van a meter en cintura las fuerzas de la ley y el orden… Pero dejemos esto, y permite que te haga una pregunta de periodista y de amiga: ¿Qué sabes sobre ese rumor de que están metiendo heroína en el doble fondo de los botes de desinsectadores? Trabajando en la fábrica, algo habrás oído y tendrás que conocer…

     Toby se queda perplejo y, al cabo de unos momentos contesta:

-          Puedes pensar lo que quieras, pero te aseguro que es la primera noticia que tengo. La verdad es que podría estarse haciendo a mis espaldas, pues yo solo soy un químico al que consultan las fórmulas y las especificaciones técnicas… En cualquier caso, me extraña que Barber lo haya autorizado, con la importancia que tiene para él que la Chemical prospere y se mantenga limpia… En fin, la cosa sería grave también para mí… Procuraré informarme.

     Dos grandes copas de helado están a punto de servir de postre a la comida. Libbie resume y puntualiza:

-          He sufrido demasiado, Toby, como para seguir esperando el largo plazo. Necesito hacer algo aquí y ahora, y tendrá que ser algo muy gordo, pues ya acabamos de ver la resiliencia de Barber, el miedo de los jurados y la estupidez general de la gente de nuestro barrio. Así que ya sabes que, si participas de mis sentimientos, serás bienvenido a mi club.

     Se despiden afectuosamente, pero algo mohínos. Quizás ambos estén pensando que no ha sido una buena idea la de compartir comida en el día de tan señalado desfile cívico; o, tal vez, que habría sido mejor hablar solo del pasado, que suele ser recordado como un tiempo mejor.

 

 

2.      La fábrica de exterminio

 


     Unos días después del susodicho desfile de bienvenida, Barber reanudó su inveterada costumbre de visitar la Chemical, en la Avenida Amsterdam, dos veces al día. Por la mañana, lo hacía en calidad de presidente de su consejo de administración, hojeando documentos, recorriendo las dependencias y hablando con los empleados más veteranos acerca de la marcha del negocio. Por las tardes, impolutamente ataviado y esparciendo por doquier el aromático humo de su veguero, ejercía de padrino y concedía audiencia durante una o dos horas a quienquiera que acudiese a exponerle sus cuitas y peticiones. Podría decirse que la Harlemite Chemical se había convertido en su segundo hogar.

     En el día de hoy, la visita tiene un obvio carácter especial, después de un año de no haberla girado por estar recluido en la cárcel del condado. Técnicos e inspectores han sido convocados muy de mañana y pululan desde primera hora por la antesala del despacho presidencial. A las nueve en punto, el gran jefe comparece en la fábrica y, acompañado por dos de sus guardaespaldas, recorre pasillo y escaleras hasta su oficina. Echa un vistazo en derredor, localiza a Toby -fácilmente identificable por su bata blanca, que siempre se pone en la fábrica- y ordena:

-          Entra, Brown. Los demás quedaos por aquí, que enseguida hablo con vosotros.

     El Señor Robinson entra, se sienta, interrumpe la salutación de bienvenida de Toby y, con aparente seriedad, le espeta:

-          No estoy nada contento de cómo han ido las cosas por aquí mientras yo he estado fuera. Ayer apareció una cucaracha en la cocina de mi casa y logré liquidarla con el bote de Roachend[21]…, pero no con el producto, sino a golpes de la lata.

      Toby mantuvo un preocupado silencio, hasta que Barber rompió en una estridente risotada.

-          Perdona la broma, Chem[22]: Es la alegría de estar nuevamente libre y regresar a casa. La verdad es que estoy satisfecho de cómo os habéis desempeñado en mi ausencia y vengo dispuesto a ampliar el negocio y hacerlo más moderno. En chirona tuve mucho tiempo de leer y de pensar. ¡No te imaginas la de revistas aburridas que se recibían en la biblioteca, incluso sobre nuestro negocio! ¿Sabes que una compañía de Charleston viene usando con éxito envases baratos de hojalata, en vez de los de aluminio[23], que empleamos nosotros?

     Ese súbito interés por el recipiente del insecticida alertó a Toby y le hizo recordar la conversación con Libbie. No obstante, se limitó a contestar, un poco a la defensiva:

-          Ya sabes que lo mío son las fórmulas del producto. Lo de la hojalata mejor lo consultas con los técnicos en envases.

Barber pareció no escuchar la réplica y prosiguió con sus sueños megalómanos:

-          Y otra cosa: ¿por qué limitarnos a exterminar cucarachas? Seguro que, con un pequeño cambio, podríamos ampliar el negocio a moscas, mosquitos, hormigas… ¿Qué sé yo? Hasta ratas. Seguro que el Ayuntamiento contaría con nosotros para desratizar Harlem.

     A Toby se le ocurrió más de un sarcasmo acerca de acabar con las ratas de Harlem, pero llevó la charla por otro camino más serio:

-          Supongo que la desinsectación general no supondría una modificación notable de los productos aplicables, pero las ratas… Me imagino que no será fácil acabar con ellas a base de fumigaciones.

-          No digo que lo hagamos de hoy para mañana -matizó Robinson-, pero tenlo en mente y vete haciendo consultas en tu Universidad. En este año sabático he llegado a la conclusión de que, si actuamos en grande, podemos convertir la Harlemite Chemical en un emporio, con muchos puestos de trabajo para la gente del barrio y buenos dividendos para nuestra organización. ¿Te imaginas? Y todo legal, pagando los impuestos correspondientes.

     Toby vio el momento oportuno para apretar las clavijas con lo de la legalidad:

-          Hasta sería posible que abandonases el tráfico de drogas que, además de estar destrozando a nuestra gente, ya ves que te está poniendo en el punto de mira de la policía. Es verdad que has salido bien librado la primera vez, pero no te arriesgues más. Mira que van a ir a por ti: Hasta andan difundiendo por ahí el bulo de que metemos heroína en un doble fondo de los envases de insecticida…

     Barber reaccionó con una seriedad que no dejó de sorprender a Toby:

-          También sobre eso he pensado mucho en la cárcel, y no solo por la persecución de la policía, sino por el disgusto que aprecio en los cachorros que trafican con heroína en Harlem, que cada vez me tienen menos respeto y miran con más enfado el que yo les cobre mi veinte por ciento y les ponga ciertos límites… En el fondo, se me rompe el corazón cuando veo a mi hija mayor enganchada a la droga y convertida en una ruina en plena juventud. Pero tengo que ir con tiento. Si yo me hiciera a un lado -que ya voy estando algo viejo-, ¿qué crees que pasaría? La mafia italiana camparía por sus respetos en el barrio y los hermanos negros que ambicionan mi puesto la emprenderían a tiros y venderían la heroína hasta en las escuelas de párvulos. Las cosas están así, Brown. ¡Qué más quisiera yo que dedicarme a negocios más limpios y sin riesgos!

-          ¿Te refieres al tráfico de cocaína?, preguntó Toby con aire inocente.

-          La coca es cosa muy diferente -zanjó Robinson-. Es la droga del futuro: limpia, excitante, muy apropiada para la gente bien y el mundo de los negocios. Además, tengo controlados los canales de compra y distribución, sin que nadie me haga sombra,… por ahora. De cualquier forma -gruñó Barber- no creo que sea cosa que te interese. Tú, a engrandecer esta fábrica: Eso es todo cuanto puede importarte.

     Toby no se achantó:

-          Es cosa mía, y muy mía, que ande la gente diciendo por ahí que la fábrica es una tapadera para traficar y que se anda metiendo heroína en los botes.

     Barber le aseguró lo contrario:

-          ¡Eso es una estupidez y una patraña! ¡A buenas horas iba yo a poner en peligro a la Chemical con tales triquiñuelas!

     Toby contestó, muy en sus puntos:

-          Mejor así pues, si averiguo o me cuentan algo en contrario, puedes irte buscando otro chem para tus exterminios.

     Barber parecía cansado de discutir y le respondió correctamente:

-          Se ve que corren malos tiempos para el pobre Elliot Robinson: Hasta quienes me deben algo hablan de abandonarme… No, si no me extraña. Los tiempos cambian y me está tocando conocer cosas que jamás hubiese imaginado. Los mejores de nuestros jóvenes, los más concienciados, no respetan otra autoridad que la de las pistolas; se hacen comunistas, ¡y hasta musulmanes! ¿Querrás creer que ese tal Malcolm X[24], a quien yo protegí hace años, me viene con monsergas de Mahoma, la pureza, la abstención de los placeres y no sé cuántas tonterías más? Y al tío no le faltan agallas: Ha llegado a decirme que, si yo le facilito las armas, el pondrá a los soldados. Vamos, ¡Harlem en pie de guerra contra los Estados Unidos! ¡Qué tiempos!

     El tiempo pasaba y la gente que esperaba en la antesala parecía impacientarse, elevando el tono de las conversaciones. Barber consultó su reloj y cambió al punto de tema:

-          ¡Demonios, cómo pasa el tiempo estando libre! Dime, Chem, ¿conoces Francia?

-          He estado allí dos o tres veces, pero siempre estancias breves: congresos y así.

-          ¿Y París? ¿Has estado en París?

     Toby se conmovió, hasta el punto de exagerar en su respuesta:

-          Bastante bien y desde hace muchos años: Entré allí en agosto del cuarenta y cuatro con la 4ª División de Infantería[25].

-          Magnífico -ponderó Barber-. Pásate el sábado a mediodía por mi casa. Estás invitado a comer.

***

     El suntuoso y amplísimo apartamento de Barber radicaba en la calle 120ª Oeste, esquina a la Quinta Avenida[26]. A Toby le dio un estremecimiento al entrar en el inmenso vestíbulo del portal y verse inmediatamente flanqueado por dos enormes guardaespaldas, que lo acompañaron en el ascensor hasta la tercera planta, donde lo cachearon, en busca infructuosa de armas. Seguidamente, otro negrazo, hasta entonces hieráticamente sentado en una silla del zaguán, le franqueó el acceso hasta el hall de la vivienda, donde una criada de punta en blanco lo condujo hasta el salón. Allí lo esperaba su anfitrión quien, al verlo, se levantó del sillón en que hasta entonces aparentaba haber estado leyendo, y fue hacia él, saludándolo con un enérgico apretón de manos.

-          ¡Caramba!, exclamó, ¡qué puntualidad! Me pillas en mi sesión de lectura de la mañana del domingo…: Los derechos del hombre, de Paine[27]. ¿Qué opinas de él?

     Toby no estaba muy al corriente de la obra del filósofo, lo que trató de disimular con una atrevida afirmación:

-          Muy interesante -repuso-, pero bastante anticuado. Hay obras mucho más al día.

     Barber quedó cortado, pero hizo por no aparentarlo e invitó a su huésped a sentarse en el sofá frente a su sillón, con una mesa baja de por medio, en la que apoyaba un tablero de ajedrez, con los trebejos en posición de salida.

-          ¿Juegas al ajedrez?, inquirió Barber. Para mí es como un vicio. Siempre lo digo: Quien domina este juego, domina la vida.

     Toby respondió esta vez, suavizando su exabrupto acerca del libro de Paine:

-          Ya me han dicho que eres un jugador excelente. En cambio, yo apenas sé mover las piezas. Seguro que por eso he llegado a los cuarenta años sin pasar de profesor adjunto y químico de segunda fila.

     Robinson se echó a reír y bromeó:

-          No piensan lo mismo las cucarachas, que las tienes aterrorizadas.

     Un sirviente, hasta entonces como una estatua en la entrada, se acercó a una seña de su amo y sirvió las bebidas que le indicaron: bourbon con agua para Barber y un manhattan para Toby. Aquél parecía presuroso de mostrar a este sus conocimientos de autodidacta:

-          ¿Un poco de música? Estaba escuchando cuando llegaste la Pastoral de Beethoven, por la Filarmónica de Nueva York, dirigida por Bernstein[28].

     Toby, que conocía bien la predilección de su jefe por otras músicas más ligeras, contestó con sorna:

-          Dicen que la música es tan solo el menos molesto de todos los ruidos[29], pero, en fin, para la mañana de un domingo, me conformaría con Henry Mancini[30].

-          ¡Hombre, qué casualidad! -afirmó Barber-. Precisamente tengo por ahí un disco muy reciente, que me encanta. Acaba de salir al mercado.

     Se levantó él mismo y colocó en la espectacular radiogramola el disco aludido. Una musiquilla pegadiza y bastante ridícula se difundió por la enorme habitación, acompañada del tarareo de Barber:

-          Se llama Baby elephant walk, aclaró a su interlocutor. Este volvió a las andadas, de llevar la contraria al temible gánster.

-          Ya he visto la película -aseveró con displicencia-. Creo que lo único interesante que saqué de ella fue saber lo que significa hatari en swahili[31].

-          Eres imposible, Chem -suspiró Barber-. En fin, antes de llamar a las mujeres y pasar al comedor, voy a explicarte lo que quiero de ti, así como lo interesado que estoy en que me complazcas.

-          Si no me arriesgo a acabar en Sing Sing[32], cuenta con ello, repuso cáusticamente nuestro químico.


No. 2, calle 120 West, Nueva York.


     Afortunadamente, la comisión ideada por Barber no tenía, en principio, nada de ilegal. Sucedía que, por aquellas calendas, su cumplían sus bodas de plata matrimoniales con Melanie, y esta se había empeñado en celebrarlas con un gran viaje a París, en unión de su común hija adolescente, Amanda. A juzgar por sus expresiones y visajes de condescendencia, el marido no compartía el entusiasmo de su esposa, pero estaba dispuesto a complacerla en todo:

-          No sabes la lista de cosas que quiere hacer y la de monumentos y tiendas que visitar -concluyó Barber-. En fin, ella misma te lo contará durante la comida, pues quiere someter el plan a tu conocimiento y aprobación. Como eres un experto en las cuestiones parisinas…

     Toby, aliviado por la naturaleza del encargo, aunque muy lejos de la experiencia que se le atribuía, objetó:

-          Pero Elliot, hace casi diez años que no he ido a París, y mi información es más la de un turista de fin de semana, que no la útil para una pareja que quiere hacer una visita a fondo…

-          Lo comprendo, pero no te preocupes. Habla con ella y tómate un tiempo para ponerte al día. Tienes dos meses hasta la primavera, que es cuando dice que París está más encantador.

     Toby, en silencio, aún vacilaba. Robinson insistió:

-          Además, hay otro motivo por el que tu ayuda nos puede ser aún más necesaria… No sabes el alboroto que se armaría si fuésemos a cualquier agencia a contratar un viaje de quince días a París para Barber Robinson y familia. ¿Te figuras? Lo mismo nos preparan, a la ida o a la vuelta, un caluroso recibimiento. Y con Amanda en medio, tu alumna, que te tiene un cariño tremendo… ¡Vamos, hombre, no seas desagradecido! Precisamente, para celebrar los progresos de la Chemical, voy a haceros a los empleados un sencillo obsequio… Como ibas a venir a comer a casa, el tuyo lo tengo aquí y te lo voy a dar ahora mismo.

     Se volvió a levantar del sillón y cogió de una cómoda una pequeña caja rectangular, envuelta en papel con membrete de Busch[33]. Toby le dio las gracias y procedió a abrir el envuelto. Un original y soberbio reloj Hamilton Ventura[34] de oro dejó a su donatario boquiabierto.

-          ¡Je, je!, bromeó Barber. No me digas que también has visto la película de Elvis en que luce un reloj parecido a este[35]. ¡Y es eléctrico!... Se carga con pilas; no vayas a creer que en la silla eléctrica, so desconfiado.

-          No tenías que haberte molestado, Barber… En fin, acepto el encargo, por Melanie y por la niña, que me caen muy bien.

-          ¡Espléndido! Vamos a llamarlas y, en cuanto las saludes, no dejes que mi mujer se enrolle con el viaje, pues corremos el riesgo de que la comida se nos quede congelada.

 

 

3.      El viaje de las bodas de plata

 

     El bueno de Toby Brown estaba al borde de la desesperación. Pese a la inestimable ayuda de la Guía Michelin para Paris[36] y a los frecuentes cambios de impresiones con Melanie, el químico veía aproximarse amenazadoramente la fecha de mediados de mayo, fijada como límite para que la familia Robinson volase a la Ciudad Luz. La lista de lugares a visitar, del museo del Louvre y los jardines de Versalles, al Lido y la joyería Cartier[37], se volvía interminable. Por su parte, Barber se limitaba a recordar admonitoriamente a Toby la necesidad de que el programa se ajustase a los más estrictos criterios de exactitud y puntualidad, para que sus muchachos pudiesen ejercer el control y las prevenciones necesarias para su seguridad. Fue con el gánster, con quien finalmente estuvo a punto de romper la baraja, cuando aquel intentó encargarle un asuntillo, en el que había parado mientes la noche anterior:

-          Me van a acompañar solo dos hombres de confianza, pero, con los criterios de policía y aduanas, es muy probable que no puedan meter sus armas en Francia. Mira a ver qué puedes hacer para solucionar el problema.

-          Se me ocurre escribir una carta al ministro del Interior pidiéndole un trato especial para los guardaespaldas del Señor Robinson -se guaseó Toby-.

     Barber apretó los puños y las mandíbulas, replicando con acritud:

-          No es ninguna broma, Chem. Yo me la he jugado muchas veces sin más que una navaja, pero no consiento poner en peligro a mi familia.

-          ¿Acaso crees que soy un experto en seguridad? -replicó Toby-. ¡Buena la haríamos si yo metiera las narices en esos asuntos! Tú eres el entendido: No será la primera vez que sales de los Estados Unidos…

-          ¡Sí que lo es, demonios! Lo creas o no, pasé mi luna de miel con Melanie en Atlantic City… En fin, quizá tengas razón. Eres un pipiolo incapaz para algo más serio que liquidar cucarachas. Ya se me ocurrirá algo… ¡Pero, por tu bien, no vuelvas a tomar a broma mis indicaciones; ¿entendido?!

     Naturalmente, no quedó ahí la cosa. De manera reservada, Barber mandó a uno de sus segundos a París con el encargo de adquirir en el mercado negro las armas cortas precisas, que dejó depositadas en dos apartados de correos alquilados al efecto. Por cierto, la estafeta escogida no fue, a la postre, la más idónea, pues buscó una cerca de la torre Eiffel, por aquello de que los Robinson estaban empeñados en alojarse en un hotel desde cuyas habitaciones se viese la famosa torre. Con lo que no contaba el servicial esbirro es con que aquella esbelta estructura puede contemplarse desde todo París… Pero sigamos.

***

     Mal que bien, Toby fue encajando todas las piezas del rompecabezas de la quincena de plata. Nada mejor que confiar en una agencia de solera, especializada en viajes por Europa. La primera que le vino a la cabeza fue la Cook[38], donde evidentemente todo le fueron facilidades, dado que se trataba de una excursión a lo grande para seis personas. Por cierto, Toby echaba cuentas y solo le salían cinco viajeros: los tres Robinson y los dos gorilas. Le dejó caer su perplejidad a Barber y este respondió con ambigüedad:

-          Hay que estar prevenido para cualquier contingencia. Más vale que sobre…

     Cuando la Cook hubo hecho cuanto estaba en su mano -hasta el punto de que el agente que se entendía con Toby se escondía en el retrete, en cuanto lo veía llegar-, su cliente aún tenía hondas preocupaciones sobre la marcha del viaje. En particular, le inquietaba el que los horarios ahora vigentes no coincidiesen con los del mes de mayo o que -sin ir más lejos- algunas salas esenciales del Louvre estuvieran cerradas por restauración. Pero, sobre todo, le quitaba el sueño el tema del hotel. Había muchos hoteles excelentes en París y, por supuesto, desde infinidad de sus habitaciones se veía la torre Eiffel o, al menos, su parte superior; pero Barber había sido inflexible:

-          Quiero el mejor hotel y quiero que se vea toda la torre. Y, por supuesto, que sea céntrico y seguro…, aunque tenga que alquilar una planta entera.

     Una noche, se mezclaron en los sueños de Toby las imágenes de la torre Eiffel con las de su amiga Libbie y él, contemplando el desfile en honor de Barber, no en la calle 125ª, sino en los jardines parisinos del Trocadero. Ello le dio una idea que reputó como genial, siempre que se mantuviera la debida discreción sobre quiénes harían el viaje a París. Telefoneó a la amiga periodista y quedaron en Lenox Lounge[39]. Toby explicó, con la mendacidad precisa:

-          Barber me ha dado una jugosa gratificación por mi desempeño en la fábrica y he decidido volver a París, recordando los viejos tiempos. En una agencia de viajes ya me han programado lo esencial, pero yo querría atar todos los cabos y no perderme nada de lo mejor, aparecido de los últimos años. ¿No tendríais en tu revista a alguna corresponsal en Francia, que me pudiese echar una mano?

-          Por supuesto que Rocket tiene una oficina en París. Además, está la redactora para temas de Europa, que también podría aconsejarte, con la ventaja de que vive en Nueva York. Pásate un día por la revista y te la presentaré.

-          Lo antes posible -rogó Toby-. Aunque no tengo cerrada aún la fecha, quiero hacer el viaje antes de que se echen encima los calores y aglomeraciones del verano.

-          De acuerdo, chico. ¿No te llega la propina del jefe para invitar a una antigua amiga a hacer el viaje contigo?

-          Ya me gustaría, Libbie, pero no da para tanto. Tendré que ir solo.

-          A lo mejor puedes quedar con nuestra corresponsal parisina. Es una chica de M-Town[40] muy agraciada…

-          Me pensaré tu amable sugerencia -concluyó Toby, con una sonrisa-.


Hotel Crillon, París

***

     Hillary, la redactora de Rocket para temas europeos, le tenía bastante mosca a Toby, pues la encontraba demasiado preguntona. Claro que la curiosidad es cualidad propia de los periodistas, pero él debía andarse con pies de plomo en todo lo referente al viaje de bodas de plata de Barber. Ya había tenido que hacer secreto de Estado acerca de la agencia de viajes que tenía contratada, y se había visto obligado a salir por peteneras cuando Hillary le había interrogado acerca de qué iba a hacer un pobretón como él visitando Cartier, Chanel o Cristian Dior[41]. Finalmente, confiando en la divina providencia, no tuvo más remedio que facilitarle una copia del plan detallado de la visita a Paris, ante el ultimátum de la irritada Hillary:

-          Ya me dirás como va a revisar y corregir tu plan nuestra corresponsal de París, si no tiene cumplida referencia de todo lo que quieres visitar y cuándo.

-          Está bien -gruñó Toby-, pero te ruego que seas discreta: No me gustaría que se empezara a hablar por el barrio de mi escapada a Europa, ni a hacer apuestas sobre la pasta que ha soltado mi jefe para compensar mis desvelos en la fábrica.

     Hillary le aseguró su reserva, no sin cierto pitorreo:

-          Descuida, chico. No eres tan importante, como para que la gran revista Rocket haga un reportaje de tu escapada.

     Como ya se habrán figurado ustedes, los designios de Hillary iban por otros derroteros, como lo podremos confirmar sorprendiendo la charla con su amiga y colega Libbie en la cafetería de su costumbre, al terminar la jornada de trabajo en el semanario:

-          No me cabe la menor duda -afirma Hillary- de que el viaje a París es un encargo de otra persona de mucho dinero y que seguramente va con una mujer, a la que trata de complacer en todo; pero nos va a ser difícil desentrañar el misterio mientras no demos con la agencia de viajes que está organizando todo el cotarro.

-          ¿Crees que estás hablando con una periodista sin habilidades? -pregunta Libbie por mera retórica-. Lo hice seguir unos cuantos días y el pájaro no dejaba de coger taxis hasta Central Park[42], donde radican las oficinas de Cook. Una propinilla a uno de los botones y obtuve todas las respuestas: Mi amigo tiene hecho un encargo a su nombre para nada menos que seis personas. Apuesto doble contra sencillo a que ninguna de las reservas va a ser para él.

-          ¿Entonces…?

-          ¿A qué tipo adinerado y relacionado con él le puede estar haciendo el trabajo de encubrirlo…? ¡Pues a Barber, naturalmente! Claro que, si me pidieran que confirmase la noticia por una segunda fuente, me vería en un aprieto.

     Hillary sonrió con la salida a lo profesional de su compañera. Le guiñó el ojo y apuntó:

-          Tal vez pueda yo agenciarte esa confirmación... Nuestra corresponsal en París acaba de informarme de un hotel pintiparado para las exigencias de Toby, o de su mandante. Se trata de un establecimiento precioso en la Plaza de la Concordia: el Hotel Crillon[43]. Mañana mismo le daré el soplo a tu amigo y no dudo en que reservará habitaciones en él. Una vez que eso suceda, bastará con que nuestra corresponsal, se dé una vuelta por allí y constate que un tal Mister Brown ha alquilado las suites o habitaciones correspondientes para seis personas y ¡bingo![44]

-          No hay nada que se te escape, Hillary. Tenme al día de todo cuanto averigües.

-          ¿Y qué vas a hacer con la información, pillina? Si estás preparando una exclusiva de impacto, espero que, por lo menos, me cites como fuente relevante.

     Libbie se echó a reír y replicó:

-          Si consigo lo que estoy tramando, lo que menos desearás es que revele tu participación en ello.

 

 

4.      El complot


     La elección del hotel Crillon fue el no va más en el acierto de Toby para organizar el viaje. El nombre mágico fue el de Leonard Bernstein[45], cuya elección de una de las suites exclusivas del hotel había acabado por dar nombre a la misma:

-          Está situada en la sexta planta del hotel y con una espléndida vista sobre los monumentos de París -resumió Toby-.

-          ¿Se ve la torre Eiffel?, preguntó al punto Barber. Ya sabes que, si no…

-          De arriba abajo -afirmó el guía-. Tiene una terraza de mil doscientos pies cuadrados[46] para que pasees, o te sientes, contemplándola. Dicen que se pasaba muchos ratos en ella el Señor Bernstein, el director de orquesta.

     Barber dio un salto en el sillón:

-          ¡No me digas que Leonard Bernstein ocupó esa suite!, exclamó. A lo mejor compuso en ella algo de West Side Story[47].

     Melanie, presente en la charla, se arrancó con los primeros compases de Maria[48]. Aunque se le veía visiblemente emocionado, su marido le hizo un gesto para que parara y así poder preguntar a Toby más detalles sobre aquella maravillosa suite.

-          ¡Bah! -bromeó el interrogado-. Es una covacha, con salón, dormitorio, comedor para seis personas, baño doble y la terraza indicada. No creo que sea menor que este apartamento. ¡Y del lujo y el buen gusto, ni te cuento! Con afirmar que tiene el alma de París, está todo dicho. Y para Amanda, si os parece bien, hay la posibilidad de habilitarle otra suite, más normalita, con comunicación interior con la vuestra.

-          ¿Y para mis hombres?, inquirió Barber, que nunca olvidaba los detalles para su seguridad.

-          Si te parece bien, contrato una o dos habitaciones, junto a la tuya, o enfrente, en el mismo pasillo. Podrían estar al lado de la cámara para esa sexta persona, que insistes en reservar hasta última hora, por si se os une un sexto huésped.

     El gánster pareció dudar:

-          No sé si coger toda la planta, o un ala de la misma, para estar más tranquilo.

     Melanie terció, algo molesta:

-          Elliot, querido, se supone que vamos a celebrar nuestras bodas de plata, de manera privada y totalmente secreta. Si empezamos con esos excesos, comenzarán las habladurías y ya puedes dar la tranquilidad y la reserva por perdidas… Habíamos quedado en que seríamos nosotros tres y un par de hombres de tu absoluta confianza… Si hay que levantar un búnker o contratar a un ejército, la niña y yo preferimos quedarnos en casa.

     Barber aguantó el chaparrón y se quedó callado, pensando. Luego, preguntó a Toby:

-          ¿Cómo es de grande y concurrido ese hotel?

-          Puedo decirte que no llega a las ciento cincuenta habitaciones y que, con lo que cuesta alojarse en él, no es de suponer que te encuentres con agobios. Por lo demás, supongo que podrías dar un toque en dólares a los detectives del hotel…

-          De acuerdo, concedió Barber. Habla con la dirección y hazles saber que soy un tipo que no quiere que lo molesten. Supongo que ellos entenderán, sin tener que dar tres cuartos al pregonero.

***

     Libbie tenía ante sí toda la información anhelada. Con gran lujo de detalles, aparecía ante ella el plan de estancia y visita parisinas de Barber y los suyos. Entre su enlace de la agencia Cook y la corresponsal en París de la revista Rocket, habían hecho un trabajo excelente. Se podía seguir, casi al minuto, todo el recorrido del cortejo por París y, por descontado, figuraban las habitaciones contratadas en el hotel Crillon. Así pues, había llegado el momento de echar el anzuelo y ver si picaba el pez gordo con el que contaba para consumar sus propósitos. No había tiempo que perder, dado que apenas faltaban tres semanas para que los Robinson despegaran, rumbo a Europa.

     La inquina que la periodista sentía hacia Barber, al que hacía responsable de la corrupción de Harlem y de la ruina de su juventud por la heroína, la llevaban a hacer algo -como ya había adelantado a Toby-, por absurdo y peligroso que pudiese parecer. En el barrio había dos reputados traficantes que, aunque consentían en pagar a Barber su veinte por ciento, lo juzgaban un obstáculo para una mayor organización y difusión de la heroína, así como para que ellos pudiesen participar del cada vez más boyante negocio de la cocaína, del que Barber había sido el promotor y blasonaba de tener la exclusiva. Uno de esos traficantes segundones era un visionario, que andaba todavía preparando los canales de suministro y distribución del polvo de heroína puro, desde el sureste asiático, aprovechando las oportunidades que brindaba la guerra de Vietnam[49]. Libbie, tras asesorarse, concluyó que era más de fiar el otro cachorro, llamado Mickey Richards, quien tenía como fuente de su aprovisionamiento la llamada Conexión francesa[50], la cual tenía como intermediarios a grupos o bandas perfectamente organizadas de provenzales y corsos, que operaban desde Marsella. Así pues, no se lo pensó dos veces. Con los datos que poseía, redactó un completo programa del viaje de Barber a Francia, al que tan solo agregó una escueta nota a máquina, en la que podía leerse: Por si quieres convertirte en el nuevo Padrino de Harlem. Aquella misma noche, con la consiguiente tembladera, se acercó hasta uno de los locales de alterne en que solía parar Richards y, de la manera más rápida que pudo, puso en manos del portero el sobre cerrado, tamaño folio, en que había guardado los citados papeles, limitándose a aclarar:

-          Dele esto al Señor Richards lo antes posible. Lo está esperando.

     Y se alejó a toda prisa del lugar, hasta doblar por la bocacalle más próxima. Allí cogió un taxi para su casa, no sin mascullar mientras entraba en el habitáculo:

-          Ahora, Señor Richards, te toca a usted batear.


Vista desde la suite Bernstein del hotel Crillon

***

     Como es natural, Libbie no tuvo noticia inmediata sobre si Richards se preparaba, o no, para hacer uso del bate, pero sí tuvo, al cabo de una semana, un encuentro inesperado. Se produjo en el café adonde acudían los periodistas de Rocket a departir, al acabar la jornada de trabajo. Entre eso, y que Toby estaba sentado a una mesa leyendo el último ejemplar de dicho semanario, podría ser que no se tratara de un tropiezo casual. En cualquier caso, al verla entrar, Toby se incorporó y le hizo un ademán de saludo para que se le acercara y se sentase con él. Enseguida, la periodista le sacó el tema candente:

-          ¿Qué, preparando ya las maletas?

     Le pregunta llevaba toda la malicia de suponer que el viaje de Toby era simulado, pero su contestación, por lo sincero y expresivo de la respuesta, no dejó lugar a dudas de todo lo contrario:

-          ¡Qué remedio!... ¿Querrás creer que, después de tanto prepararlo, estaba decidido a volverme atrás?

     Libbie, estupefacta, decidió seguirle la corriente:

-          Siempre fuiste un poco cagueta. Seguro que te ha entrado miedo de los apaches… En fin, si no quieres ir, ¿qué te impide dar marcha atrás?

-          Los gastos de cancelación -improvisó Toby-. A estas alturas, renunciar al viaje me supondría un cincuenta por ciento de pérdida.

-          ¿No puedes revender el bono a alguna persona interesada? Con lo bien organizado que lo tenías todo, seguro que le interesa a algún amigo… No sé, a alguien de la banda de Barber, por poner un ejemplo.

     Toby dio un respingo. ¿Sería posible que la periodista supiera algo?

-          ¡Qué cosas se te ocurren! -replicó-. ¡A buenas horas le va a interesar a un pistolero hacer un viaje de dos semanas a París!

-          ¡Claro!, concedió Libbie. Si fuera a Marsella[51]

-          Eres imposible, Libbie. No piensas más que en la heroína.

-          También tú deberías tenerla muy presente… En fin, que tengas un buen viaje y cuídate mucho. Si tuvieres alguna complicación, ponte en contacto con nuestra corresponsal en París: Es muy eficaz y podrá sacarte de cualquier apuro.

     Libbie dio por terminada la conversación, con el expediente de acercarse a la barra para dar un recado a un compañero. En el fondo, lo que estaba deseando era quitarse de encima a Toby quien, contra todo deseo y pronóstico, había pasado a convertirse en una hipotética víctima de su iniciativa justiciera. ¿Quién le mandaría sumarse a la excursión parisina de Barber? -se preguntaba-. Si lo llego a saber…

     Pero, en el fondo de su conciencia, Libbie sabía que, si conseguía su propósito, le importaban un bledo los adláteres de Barber que pudiesen caer de rechazo. Claro que cabía hacerle llegar a Toby un aviso más concluyente, para que se apartara del peligro con una disculpa plausible. Mas una advertencia directa pondría en peligro toda la operación y descubriría a su persona detrás de todo el montaje. Tendría que dejar a los acontecimientos seguir su curso, tan impredecible en este caso. Y, después de todo -trató de convencerse-, el químico se había buscado él solito los problemas, teniendo amistades tan peligrosas y contando con ella para organizar el viaje. Libbie sonrió y se dijo:

-          No tanto como Barber, por supuesto, pero está visto que también yo me cuento entre las personas peligrosas… Ya me lo decía mi abuela.

***

     ¿Qué había acaecido para que Toby se convirtiera en el sexto viajero de las bodas de plata? Sin hacer mayores indagaciones, podemos convenir en que, aunque lo decisivo fue el capricho de Barber, tras él se hallaban las sugerencias de su esposa. Y es que Melanie, de tanto reunirse con Toby para programar el viaje, le había ido tomando confianza y afecto, haciendo de él una especie de ilustrada personificación del perfecto cicerone parisino. Así pues, apoyada en todo por Amanda, planteó a su marido la conveniencia de que fuese el químico quien ocupase la sexta plaza de la expedición. Barber, en principio, no lo concedió:

-          Ese puesto -alegó- lo reservo para un tercer guardaespaldas, por si me llega el soplo de que alguien se ha ido de la lengua con lo del viaje y haya que tomar precauciones especiales. Además, Chem me es muy necesario en la fábrica.

     Melanie no se dejó convencer:

-          Nada puede haber de mayor riesgo que ponerse en manos de guías extraños para que nos lleven por París. Toby está muy impuesto en la materia y, además, conoce los gustos y preferencias de Amanda y mías mejor que nadie. Y no me digas que no tienes un montón de ganapanes para que mantengan a raya a las cucarachas durante quince días…

     Barber se quedó con lo de la mayor seguridad que podría ofrecer Toby en París y empezó a vacilar. Su mujer lo percibió y volvió a la carga:

-          Tanto cacarear con las bodas de plata, y no eres capaz de darnos esta sencilla satisfacción a la niña y a mí…

     El gánster se batió en retirada, dejando aún una bala en la recámara:

-          Está bien -gruñó-, pero queda por ver si el Señor Brown no tiene nada que objetar a vuestros caprichos.

     Como era de esperar, el Señor Brown tenía mucho que objetar a hacer aquel viaje con la familia Robinson, pero la mayoría de los argumentos eran inconfesables, dado que hacían referencia al miedo de sufrir algún percance estando al lado de Barber en un país extranjero, donde no era de esperar la ayuda de nadie, sino, más bien, todo lo contrario. Tan solo repetía, una y otra vez, que tenía un montón de trabajo pendiente en la Universidad y que estaba muy lejos de ser un francófono experto en cultura parisién, como opinaban Melanie y Amanda. Barber, como de costumbre, trató en principio de superar los obstáculos tocándole el bolsillo:

-          ¡Anda, hombre! No me digas que no te atraen unas vacaciones a cuerpo de rey, y con un cheque de cinco mil dólares para tus gastos.

-          Eres muy generoso, Elliot, pero insisto en que no soy la persona indicada. Por ese precio, podrías contratar los servicios de un catedrático de la Sorbona.

     Barber no había oído hablar nunca antes de la Universidad parisina, y reaccionó como solía, cuando le fallaba el argumento dinerario:

-          Mira, Chem, no me toques más las narices. Puede que seas un ignorante, que se las ha dado de entendido con mi mujer, pero las cosas están como están, y no estoy dispuesto a que le hagas un feo a ella ni a la niña. De modo que ve haciendo las maletas, sin más pretextos; y, si es que andas corto de conocimientos, dedica parte de la noche para ponerte al día. ¿Estamos conformes?

     Por supuesto que lo estaban. Claro que, si Toby hubiese sabido entonces la que estaba montando su amiga Libbie, habría hecho lo posible por romperse una pierna cuanto antes.

 

 

5.      Primavera en París

 

     No era Mickey Richards un matón sin escrúpulos. Había crecido admirando y respetando a Barber, y mirándose en él para ir montando su negocio de heroína, siempre pagándole su veinte por ciento. Pero los hombres y los negocios crecen y el mundo -incluso Harlem- cambia. Richards empezaba a considerar al Padrino un innecesario incordio, un dinosaurio que, después de treinta años siendo el jefe, no parecía tener el menor propósito de retirarse. Es más, con su organización del tráfico de cocaína, Barber había adquirido una nueva y espléndida fuente de financiación, que le hacía mirar el de heroína con repugnancia y rivalidad. Y, por otra parte, Richards arrastraba la molesta emulación de otro negro harlemita con aspiraciones: Vincent Marcus. Era una especie de visionario que pretendía -nada menos- contratar directamente en Tailandia la droga y, a precio muy bajo, traerla pura a Estados Unidos, aprovechando las facilidades que brindaban los corruptos del ejército que combatía en Vietnam. La cosa estaba aún en proyecto, pero, si llegaba a buen puerto, ya podían los demás traficantes cerrar su negocio, pues la competencia con Marcus resultaría imposible o ruinosa. Por eso, Richards tenía prisa, hasta el punto de haber asociado con él a otros cuatro rivales de Harlem, formando una especie de comisión de cinco miembros, que se repartirían amistosamente el pastel; todo ello, de espaldas a Barber, hacía presagiar una tormentosa relación con este, ten pronto la mafia empezara a tratar directamente con ellos, no con su tradicional aliado.

     Así pues, el mensaje de Libbie llegaba en el momento oportuno. Estaba claro que liquidar a Barber en Harlem, no solo era tarea muy ardua, sino que arriesgaba el inicio de una de esas guerras, tan nocivas para los negocios. En cambio, acabar con Robinson en Francia seguramente sería mucho más fácil y, por supuesto, dejaría en una mera sospecha la participación de quiénes hubieran dirigido la operación desde América. Richards tenía sobrados amigos y socios en el país galo, como para intentar lo que con aquel plan de viaje se le sugería, pero carecía de seguridad acerca de su exactitud, así como sobre si sus colegas marselleses tendrían tiempo suficiente para organizar el atentado contra el Padrino. En todo caso, nada se perdía por intentarlo. En consecuencia, envió a Marsella a su hombre de mayor confianza, a fin de entrevistarse con los capos del Clan que les suministraba la heroína. En la cartera, el esbirro llevaba el plan del viaje a París de Barber y de su familia, acompañado de una nota de puño y letra de Richards, en la que podía leerse:

     Al tratarse de un soplo anónimo que me han dado hace pocos días, no puedo asegurar la certeza de sus detalles, pero sí puedo aseguraros que el viaje se realizará en esas fechas y que Barber irá acompañado de su mujer y de una hija, así como de dos o tres de sus hombres… Si pudieseis quitarlo de delante, no solo me haríais un buen servicio a mí, sino también facilitaríais nuestros tratos, pues está cada vez más en contra de la venta de heroína en nuestro barrio de Harlem, con el pretexto de que está destruyendo a nuestros jóvenes, aunque en el fondo lo que persigue es reemplazarla por la cocaína, que él importa directamente desde Colombia y vende por su cuenta y sin competencia…

     Los marselleses recibieron con atención e interés al enviado de Richards y su mensaje, pero lo remitieron a París, con esta explicación:

-          En la capital está Lolo[52]. A él le resultará mucho más fácil preparar la operación. Te vamos a poner en contacto con él.


Escalinata Daru del Museo del Louvre

***

     El tal Lolo no fue fácil de convencer. Aunque en íntimo contacto empresarial con el clan de los marselleses, no tenía relación directa con Richards y estaba siendo seguido de cerca por la policía. Primero puso dificultades, ante el poco tiempo de que se disponía para preparar el atentado contra Barber. Pero ese argumento lo rectificó de inmediato, tan pronto se enteró de que el Padrino de Harlem se hospedaría en el hotel Crillon. El emisario de Richards osó preguntarle:

-          Pues ¿qué tiene ese hotel para hacerle cambiar de opinión?

-          Un servicio de mayordomos[53], fue la lacónica y sibilina respuesta de Lolo.

     Ante esa inesperada facilidad, Lolo aceptó el encargo, pero a condición de que vinieran de fuera para hacer el trabajo sicarios de los marselleses, que estarían mucho menos quemados en París que sus propios hombres. Él se encargaría de proporcionarles alojamiento seguro, armas sin marcar y vehículos para huir. Cuando Meme Guérini[54] le objetó a ello por teléfono que sus marselleses no se desenvolverían ágilmente en una ciudad que no conocían bien, Lolo le replicó:

-          Los apoyaré mediante conductores parisinos, pero deberán procurar dar el golpe en un sitio que permita escapar entre el barullo. He estado viendo el plan de viaje de ese negro y hay dos o tres lugares muy adecuados para ello. Que tus hombres elijan, cuando los hayan visto, el que mejor les parezca, entre Versalles, el Lido o el Louvre.

     Apenas cuatro días más tarde, tres individuos recorren las principales salas del citado museo, aquellas que un turista -por muy accidental que sea- no puede perderse. Finalmente, uno de ellos le da un amistoso codazo a otro, al tiempo que dice:

-          ¿Qué te parece? ¡Ni hecho de encargo!

     El interpelado sonríe afirmativamente, no obstante lo cual, ambos compinches suben y bajan, y se apostan momentáneamente en diversos puntos, oteando desde ellos la gran obra de arte ante la que se arremolinan los visitantes. Finalmente, dan por buena su elección y se reúnen con el otro acompañante, que ha permanecido ante la escultura, mirando de soslayo en derredor.

-          ¿Qué demonios representa esa estatua sin cabeza, que tanta gente mira embobada?, pregunta uno de los marselleses al parisino, enviado por Lolo.

-          Es la Victoria de Samotracia[55], responde en interrogado. Es una de las obras más famosas del museo, añade con suficiencia.

-          Sí, ¿eh?, arguye el marsellés. Pues ya podríais los de París haberla puesto en un sitio mejor que en una escalera[56].

***

     La selección de los mayordomos del hotel Crillon era de lo más cuidada, hasta el punto de que -en un rasgo de consideración de la gerencia-, se seleccionó al único empleado de raza negra para cubrir la atención debida a Mister Brown y su grupo. Pronto comprendería el designado que el caporal del sexteto era otro caballero, unos diez años mayor que el Señor Brown, al que había de dirigirse con el apelativo de Mister Elliot, aunque era muy probable que no fuese el auténtico. Pero lo del apellido era lo de menos. Mucha más importancia tuvo el que, un par de días antes de la llegada de los huéspedes que le habían sido encomendados, el mayordomo recibió la atenta visita de dos individuos muy bien trajeados, que le hicieron la siguiente proposición:

-          Somos de France Soir[57]y estamos dispuestos a ofrecerte cien francos nuevos[58] diarios porque nos permitas consultar la agenda diaria de un tal Mister Brown, cuya estancia parisina le interesa mucho a nuestro periódico.

-          Caballeros de la prensa -replicó el mayordomo, indignado-, váyanse el diablo.

     Uno de los caballeros se desabrochó la americana, dejando vislumbrar una pistolera de cuero.

-          Tranquilo, negrito. Seremos discretos y no te causaremos ningún problema, pero vas a tener que ayudarnos, que quieras, que no.

     El negrito tragó saliva y balbuceó una rectificación:

-          Bueno; con tal que solo sea dar esa información…

-          Exacto, mon ami, ni más, ni menos. ¿Cuándo te parece que podemos pasar diariamente a recogerla?

-          A las siete de la mañana, junto al obelisco[59].

-          Mucho madrugar es -rezongó uno de los emisarios de Lolo-, pero, en todo caso, no nos hagas esperar.

     Obviamente, el mayordomo no se hizo esperar ningún día. Tampoco se retrasaron los miembros de la expedición de las bodas de plata, quienes fueron desarrollando el programa previsto con una exactitud apenas alterada por la manía de Barber de comprar todo tipo de souvenirs y chucherías, mirando y remirando su precio, cosa que indignaba a su esposa:

-          ¡Por amor de Dios, Elliot -suplicaba-; si te parece muy caro, ya corro yo con los gastos, pero no me dejes en ridículo con los vendedores y los clientes!

     Barber agachaba la cabeza, reincidía en la manía y se la explicaba así a Toby:

-          Me encanta volver a mi infancia de vez en cuando. Si supiese francés, me pondría, incluso, a regatear.

***

     La tarde del octavo día de la estancia venía dedicada a la visita del Louvre. Algo de la comida debió de sentarle mal a Barber, pues se le aflojaron las tripas, entre fuertes retortijones. Melanie, entre mustia y amoscada, sugirió:

-          ¡Qué le vamos a hacer! Nos quedaremos por aquí, hasta que se te pase este cólico de museo.

-          ¡De ninguna manera!, exclamó el marido. ¡Con el interés que tenéis la niña y tú en la visita! ¡No se hable más! Os vais las dos, con Toby y uno de los muchachos y yo me quedaré aquí tumbado, hasta que me haga efecto la medicina que me han recetado.

-          También podrías echar unas manitas de póquer con el otro muchacho, y hasta con el mayordomo, si se tercia -sugirió Melanie irónicamente-.

-          Anda, anda, no seas cáustica -censuró Barber-. Habrías de tener tú los apretones que me están dando a cada cuarto de hora.

     Todavía en el ascensor, Amanda bromeó con Toby:

-          Profesor, ¿no nos dará un repelús al ver las momias egipcias?

-          Espero que no -contestó Toby, sonriendo-, siempre que no prolonguemos la visita más allá de la hora de cierre del museo.

***

     Un grupito de tres individuos impecablemente vestidos, cuyos rostros ya nos resultan conocidos, mantenía una discusión con voz forzadamente baja, en una de las esquinas de la gran sala atestada de público, en la que se exponía la Gioconda[60]. El tema de debate tenía que ver con el quinteto de individuos de raza negra que, gracias al retribuido esfuerzo de dos conserjes, había logrado un puesto privilegiado para contemplar el famoso cuadro.

-          ¡Te digo que el tipo que está al lado de la chica, explicando la pintura, no es el Barber ese, que tenemos que liquidar! Este tiene más pelo y está más delgado.

-          No me vengas con tus reparos de costumbre. El grupo es ese y él es quien lleva la voz cantante.

-          Que no, hombre. Recuerda que nos dijeron que tenía casi sesenta años y el de aquí no tendrá más allá de cincuenta…, si llega.

     El tercero en discordia -el hombre de Lolo- suspira y echa mano al bolsillo:

-          Veamos otra vez la fotografía, indica.

     Los tres aproximan sus cabezas para escudriñar la imagen, pequeña, oscura y, como tal, confusa.

-          ¡Ya lo ves! -insiste el dubitativo-: no se le parece en nada… Y es mucho más joven.

-          Nadie nos ha asegurado -observa el parisino- que la foto la hayan sacado recientemente. Estos tipos escurridizos no se dejan retratar, así como así.

     Los dos marselleses miran y remiran la fotografía. Una pareja de visitantes curiosos atisba por encima de sus hombros esa imagen tan interesante que los tiene tan abstraídos. El parisino se impacienta:

-          ¡Bueno, ¿seguimos adelante o qué?! Estamos empezando a llamar la atención.

     Medio minuto más contemplando la foto y, cuando levantan la vista, el quinteto ha desaparecido. Los marselleses se lanzan hacia el centro de la sala, abriéndose paso a codazos, sin apenas disculparse. El parisino, más observador, los sigue y susurra:

-          Están saliendo de la sala, a vuestra derecha… Con un poco más de cooperación por vuestra parte, acabaremos perdiéndolos.

     Sofocados por las prisas y la vergüenza, los marselleses lograr, por fin, aproximarse a su objetivo. El parisino les advierte:

-          Por el camino que llevan, diría que van a bajar por la escalinata, a la planta baja. Tenéis que decidiros de una puñetera vez, pues habrá allí un barullo de gente, que os impedirá actuar con seguridad y salir por pies.

     El marsellés circunspecto todavía vacila, mientras su compañero aviva el paso y se acerca a los americanos, hasta el punto de captar algunas palabras de quien puede ser el famoso Barber: Venus de Milo[61], Victoria de Samotracia. Comprende que va a llegar el momento. Retrocede hasta su compañero y, cogiéndolo de un brazo, lo sacude con viveza:

-          ¡Maldita sea, Gastón! ¿Quieres que Meme nos ajuste las cuentas por haber fallado estúpidamente?

-          ¡Shhh!, ordena el parisino. O vais a lo vuestro, o yo me esfumo y que os den.

     Al fin, Gastón se encoge de hombros, entreabre la americana, acaricia la culata de su revólver y susurra:

-          Yo me encargo del guardaespaldas y tú liquidas al otro, quienquiera que sea. No quiero llevar esa carga sobre mi conciencia.

 

 

6.      Y la vida sigue

 

     El entierro de Tobías Brown en el cementerio de la Iglesia de la Trinidad[62] de Harlem estuvo muy concurrido y su pompa correspondió a la riqueza y esplendidez de la familia Robinson. Amanda hubiese querido un epitafio más emotivo, pero Barber corrigió el texto para acomodarlo al carácter sagrado del lugar: No hay mayor amor que dar la vida por los amigos (Jn., 15, 13). Al terminar la ceremonia, el Padrino de Harlem se acercó a la viuda y le prometió:

-          Toby fue una de las mejores personas que he conocido. En su momento, ayudé a financiar sus estudios. Ahora, los de vuestras hijas correrán íntegramente por mi cuenta.


Vista del Trinity Church Cemetery (Harlem, Nueva York)

     Por su parte, Libbie decidió contribuir a la gloria de su amigo fallecido, de la manera terca y egoísta que la venía caracterizando en los últimos tiempos. Redactó un amplio artículo para Rocket, titulado Tiroteo ante la Victoria de Samotracia, con el subtítulo de: Acabaron con el hombre equivocado. Las afectuosas palabras que en él dedicó a Toby podían ser un homenaje a una buena persona que, de modo muy indirecto, había muerto a causa de ella. Pero lo que el reportaje en verdad pretendía era dar por cierto que sus rivales de Harlem iban por Barber y se habían equivocado de persona. Concluía así:

     Con estos precedentes, conocido el carácter vengativo y violento de los implicados, es de esperar una nueva guerra en las calles de Harlem. Si el conflicto valiera para apartar de la circulación a muchos de los personajes que trafican con la vida y la salud de nuestros jóvenes, yo diría que la muerte estúpida de Tobías Brown habría servido finalmente para algo positivo.

     Las expectativas de la periodista no llegaron, empero, a cumplirse. Y no por falta de ganas, tanto de Barber, como -por esta vez- de Melanie y de Amanda. Pero el que manda, manda. A la mafia no le interesaba una guerra en Harlem, entre un viejo capo que los había servido bien durante años, y un aspirante joven, con buenas ideas y bien dispuesto a continuar los negocios bajo la férula de la familia Genovese. El emisario y componedor fue un buen amigo de Barber, Tony Salerno, apodado Fat, es decir, el Gordo.

-          Hemos estado hablando -le dijo, mientras comían mano a mano en Wells- con ese Mickey Richards, que es quien, según tú, tiene todas las papeletas para ser el que estuvo detrás de lo de París. El chico me lo negó todo, jurando por la tumba de su madre, pero eso es lo de menos, pues tú y yo sabemos que estas cosas no salen de la nada, sino que las organiza aquel a quien aprovechan…

-          Por supuesto -gruñó Barber-. Y el único beneficiado en este momento es ese cerdo, que se ha conchabado con otros cuatro como él, para montar una especie de Club de los Cinco y dominar todo el tráfico de heroína en Harlem.

-          Lo sabemos -concedió Fat-. Se pusieron en contacto con nosotros y ya les hemos leído la cartilla: Tú eres nuestro hombre en Harlem y bajo ningún concepto consentiremos que te ninguneen o discutan tu parte en los beneficios. Mickey ha tragado. Nos ha dicho que siempre te ha respetado y que está dispuesto a hacer cualquier cosa para demostrarte su afecto.

-          Puede meterse su afecto por el culo, que yo le meteré a él una navaja barbera por la yugular.

     Salerno resopló. No iba a tener más remedio que poner todas las cartas sobre la mesa:

-          Escucha, Barber, ya somos veteranos y hemos visto mucha sangre en las calles, para no conseguir nada. Este es un gran momento para todos. La droga nos supone millones -¡qué digo, cientos de millones!- y no es del caso emprender una guerra por un presunto complot que, a fin de cuentas, y gracias a Dios, acabó con un muerto por error -que en paz descanse-. Lo importante es que nadie vuelva a buscarte las cosquillas y os dejen, a Melanie y a ti, tener una vida tranquila. De otro modo, maldito lo que puede disfrutarse de todo el dinero del mundo.

     Barber masticaba con rabia la carne que sacaba de entre los huesos de las alas de pollo. Fat aprovechó para concluir:

-          En fin, amigo, esta es la decisión de las familias. Mickey te compensará por el susto elevando tu porcentaje hasta el veinticinco por ciento durante un año, y se las verá con nosotros si incumple su palabra de respetarte como jefe de Harlem. El mismo Vito[63] garantiza el acuerdo y, si el negrito lo incumple, le sentará la mano de la forma en que acostumbra.

     Barber no tuvo más remedio que consentir. Tal vez, treinta años atrás, habría rebañado el gaznate, con acuerdo o sin acuerdo, al negrito de las gafas de concha. Pero ahora, avejentado y enfermo del corazón, prefirió, pese a todo, dejar que Mickey Richards siguiese viviendo, hasta alcanzar el apodo -por otra parte, tan efímero- de El Intocable. Así pues, decidió pasar página y, cuando Melanie le preguntó al volver a casa:

-          ¿Qué? ¿Habrá guerra o no?

     Su marido respondió:

-          En efecto. Con Chem y sin Chem, seguiremos adelante, exterminando a las cucarachas…, pero solo a las de seis patas.

 



       

  


[1] Ellsworth Raymond Johnson, alias Bumpy (1905-1968), quien murió de manera natural, de un ataque al corazón, el 7 de julio de 1968 en Nueva York. Entre otras películas que tratan de él, pueden citarse, Shaft (Las noches rojas de Harlem), de 1971; Hoodlum (Hampones), de 1997, y  American gangster, de 2007. En televisión destaca la serie, Godfather of Harlem, que empezó a emitirse para EE.UU. en 2019.

[2] Prodesse et delectare, en expresión de Horacio.

[3] Precisamente, Columbia Law School. La alusión a una publicación de la misma, llamada Gazette, es puramente fantasiosa.

[4] Una libra equivale a unos 454 gramos.

[5] En los Estados Unidos, a efectos penales, la heroína está incluida en la clase I de drogas y la cocaína, en la clase II. Ello significa que, para conseguir la misma condena, la cantidad intervenida de cocaína tiene que ser cinco veces mayor que la de heroína. Además, en la época en que se desarrolla este relato, la cocaína era aún no muy conocida socialmente en los Estados Unidos y, por tanto, resultaba más difícil impresionar a los jurados y a los jueces para que se mostrasen severos.

[6]  Abreviatura usual para la marca de vehículos Cadillac.

[7] Apodo del gánster, ficticio a medias, a quien se viene refiriendo este relato.

[8]  Famoso restaurante neoyorquino, por sus especialidades de pollo frito y gofres, que funcionó de 1938 a 1982 en la entonces llamada Avenida Lenox, entre las calles 132ª y 133ª. Uno de sus clientes habituales -por lo que luego se dice- era Barber Robinson.

[9] Histórica facultad de Químicas del City College of New York, erigida en Hamilton Heights, en la zona oeste de Harlem.

[10] Public School elide el adjetivo High, que permite traducir la expresión en España como Instituto Público de Bachillerato, o de Enseñanza Secundaria.

[11] La Public School 149 está situada en la manzana conformada por las calles 117 y 118 y las Avenidas 5ª y 6ª (esta última, conocida entonces como Lenox Ave. y hoy por Malcolm X Ave).

[12] Se había ganado dicho apodo en sus años mozos, cuando se enfrentaba a otros pandilleros esgrimiendo una afilada navaja barbera, con la que cortarles el cuello. Con el tiempo, Robinson no perdió la costumbre de seguir llevando la navaja en alguno de los bolsillos de su flamante americana, aunque el uso de aquella, como el de la pistola de la sobaquera, fue cada vez más esporádico.

[13] La familia Genovese fue durante décadas la más importante en la mafia de la ciudad neoyorquina. A ella pertenecieron Frank Costello y Tony Fat Salerno, amigos y compinches de Barber Robinson.

[14] El llamado río Harlem es una caudalosa corriente de agua dulce, de 13 kilómetros de longitud, canalizada y navegable en su mayor parte, que se forma con las aguas de los ríos Hudson e East, a los que une kilómetros arriba de su principal confluencia. Separa el barrio de Harlem del distrito del Bronx.

[15] New York Amsterdam News, semanario fundado en 1909 para la comunidad afroamericana de Nueva York, convirtiéndose a partir de los años de 1940 en una de las más leídas e influyentes publicaciones entre dicha comunidad. Continúa publicándose en la actualidad (2023).

[16] La referencia a Rocket está inspirada en el hebdomadario Jet, aparecido en 1951 y que sigue publicándose (2023). Su versatilidad, calidad y tono ameno la han convertido indiscutiblemente en la revista más leída por la comunidad negra norteamericana, con tiradas próximas al millón de ejemplares.

[17] Se alude, en concreto, a la capital del estado de Connecticut, distante de la ciudad de Nueva York algo menos de doscientos kilómetros.

[18]Libbie alude a la denominada South-America Connection, montada por el auténtico Barber para importar directamente la cocaína desde América del Sur, con la intermediación de famosos hampones hispanos de Nueva York, como Spanish Raymond o Chili Marquez.

[19] Comercios que se mantienen abiertos durante la noche, con todas las posibles implicaciones y oportunidades que ello brinda.

[20] Se considera a Salvatore Lucania, alias Lucky Luciano (1897-1962) como el autor de la expresión y el promotor, a partir de los años treinta (c. 1935), del concepto con ella definido.

[21] Invención léxica, a base de roach (cucaracha) y end (final).

[22] Abreviatura coloquial de chemist (químico).

[23] En efecto, los envases para aerosoles empezaron fabricándose, hacia 1940, en aluminio, pero la carestía de este metal llevó a reemplazarlos con éxito por los más económicos de hojalata (lámina de hierro, o de acero, estañada por ambas caras.

[24] Malcolm X, o Malcolm Little (1925-1965), activista en pro de los derechos civiles, notable dirigente de los musulmanes negros, hasta que se apartó de su cúpula directiva que, al parecer, ordenó su asesinato.

[25] Esa división sirvió de apoyo a la 2ª Blindada (general Leclerc) para la liberación de París, el 25 de agosto de 1944.

[26] En concreto, apartamento 31. Antes de vivir en un suntuoso edificio de apartamentos, la familia había residido en Lenox Terrace, hermoso conjunto de viviendas unifamiliares adosadas, en las calles 122 y 123.

[27] Thomas Paine (1737-1809), filósofo y político de gran influencia, particularmente en Estados Unidos y en Francia. Su obra Rights of man apareció en 1791 (es de libre acceso por Internet).

[28] Leonard Bernstein (1918-1990), compositor, director de orquesta y pianista estadounidense, que dirigió como titular la Filarmónica de Nueva York, entre 1958 y 1969.

[29] La frase se atribuye con fundamento a Napoleón Bonaparte.

[30] Henry Mancini (1924-1994), famoso músico estadounidense, especialmente conocido por su dedicación a la composición de bandas sonoras para películas. Baby elephant walk -aludido más tarde- forma parte de la música compuesta por Mancini para la película Hatari!

[31] Hatari!, película de 1962, dirigida por Howard Hawks. Su título deriva del vocablo que en idioma suajili significa peligro.

[32] La prisión más famosa del estado de Nueva York. Radica en la localidad de Ossining y su tradición se remonta hasta 1825. Para 2025 está prevista su total transformación en museo.

[33] Martin Busch, famosa joyería fundada en 1954 en el número 85 de John Street, en el Financial District de Nueva York.

[34] Histórico modelo de reloj de la empresa Hamilton, cuyos primeros ejemplares aparecieron en 1957. Tiene la importancia de ser el primer reloj eléctrico (a pilas) de la historia, así como el único que se ha atrevido, con éxito indiscutible, a adoptar una forma irregular o asimétrica, similar a la de un arco en tensión.

[35] Elvis Presley (1935-1977), el inolvidable cantante, hizo famoso el reloj Hamilton Ventura al lucirlo ostensiblemente por dos veces, hacia 1961: en la película Blue Hawaii (Amor en Hawái) y al posar con uniforme de las Fuerzas Armadas, al ser destinado en Alemania Occidental.

[36]  Las guías Michelin se vienen publicando ininterrumpidamente desde 1900. La de París (Paris et ses environs) lo ha sido desde la exposición internacional allí celebrada en 1937.

[37] El cabaret Lido de los Campos Elíseos parisinos fue fundado en 1946. El establecimiento central de la joyería Cartier (empresa fundada en 1847) radica en el parisino Faubourg Saint-Honoré.

[38] La agencia británica de viajes Thomas Cook fue fundada en 1841 y se mantuvo activa, con dicho nombre, hasta el año 2019.

[39] Conocido bar y local de actuaciones de jazz, en Lenox Avenue (hoy, Malcolm X Boulevard) de Nueva York.

[40]  Una de las formas de aludir a la ciudad de Memphis (Tennessee).

[41]  Para Cartier, véase nota 36. Chanel y Dior son casas parisinas de alta costura y complementos, fundadas, respectivamente, en 1910 y 1946.

[42] Las oficinas de Cook Travels en Nueva York estuvieron ubicadas en el 295 de Central Park West.

[43] Se trata de uno de los hoteles más lujosos y artísticos del mundo. Radica en un palacio parisino de mediados del siglo XVIII, que presenta fachadas a la Plaza de la Concordia (actual nº 10) y a la rue Royale. En funciones de hostelería desde 1909, recientemente ha sido restaurado a fondo (2017).

[44] La exclamación es lógica pues ese juego de azar se popularizó en los Estados Unidos hacia 1930.

[45] Véase antes, nota 27.

[46] Equivalentes a unos 110 metros cuadrados.

[47] Musical de gran éxito, estrenado en Nueva York el 26 de septiembre de 1957, y popularizado en todo el mundo por la película del mismo título, estrenada el 18 de octubre de 1961. Leonard Berstein fue el autor de la música, Stephen Sondheim del libreto y Jerome Robbins de la coreografía. La primera versión en cine fue dirigida por Robert Wise y la segunda (2021) por Steven Spielberg.

[48] Uno de los más famosos pasajes del citado musical, que canta la protagonista femenina.

[49] La fase de intervención total norteamericana en dicha guerra duró de 1965 a 1973.

[50] Es el nombre que le dio Robin Moore, en el libro que la hizo famosa: The French connection, edit. Little, Brown & Co., Boston, 1969 (traducido al español como Contacto en Francia). En ese texto se basó el guion de la conocida película homónima (en español subtitulada Contra el imperio de la droga), dirigida por William Friedkin y estrenada en 1971 (tuvo una continuación, The French connection II, dirigida por John Frankenheimer en1975).

[51] Recordamos que Marsella era el puerto europeo clave de la French connection (véase nota 49).

[52] Apodo que coincide con el del conocido traficante de heroína, Charles Marigniani.

[53] Además de todo tipo de comodidades, el hotel Crillon contaba en 2017, entre su extenso personal -más de 400 empleados-, con 12 mayordomos, lo que lo convertía en el primero de París en ofrecer este tipo de asistentes. En palabras de su director general, Marc Raffray, los mayordomos no están allí para “servir café con guantes blancos”, sino que son profesionales capaces de satisfacer cualquier petición de los clientes, “ya sea cerrar el Louvre para un evento privado, ya abrir un taller de alta costura un domingo por la mañana”. Por exigencias del relato, me permito suponer que ese servicio de mayordomía ya existía cuando Barber viajó a París y se hospedó en el citado hotel.

[54] Antoine y Barthelemy, Meme, Guerini fueron dos hermanos que dirigieron uno de los cuatro grandes grupos marselleses de la droga, en la época esplendorosa de la French connection.

[55] Conocidísima escultura en mármol, obra de autor desconocido, tallada hacia el año 190 a.C., hallada en el Santuario de los Grandes Dioses de la isla griega de Samotracia. Actualmente, se encuentra descabezada y tiene una altura de 2,75 metros.

[56] Se trata de la monumental Escalier Daru diseñada por Hector Lefuel para reemplazar la antigua escalera del Musée Napoléon.  Fue construida entre 1855 y 1857 en el Pavillon Daru, apellido de un ministro de Napoleón III. A la caída del Segundo Imperio (1870) seguía estando incompleta, ya que se terminó en 1883, integrándola en el ahora llamado Musée du Louvre, donde sirve de perfecto escenario para la Victoria de Samotracia.

[57] Famoso diario parisino, publicado entre 1944 y 2011, que tuvo su mejor época por los años a que se refiere el presente relato.

[58] El franco nuevo, equivalente a 100 francos antiguos, inició su circulación el 1 de enero de 1960, no prescindiendo del epíteto de nuevo hasta 1963. Se puso en circulación al cambio de 4.92 nuevos francos por dólar estadounidense (unas doce pesetas por franco nuevo).

[59] Alude al obelisco egipcio erigido en el centro de la Plaza de la Concordia, en la que se levanta el hotel Crillon.

[60] Es innecesario recordar que se trata del famoso retrato femenino, pintado por Leonardo da Vinci hacia 1503, que se expone en la planta primera del Museo del Louvre, como su máxima atracción pictórica. Se trata de un óleo sobre tabla, de dimensiones modestas (79 x 53 centímetros).

[61] Famosa estatua de Afrodita, realizada por autor anónimo en mármol de Paros hacia el año 150 a.C., que se expone en la planta baja del Museo del Louvre. Tiene una altura de 204 centímetros.

[62] Trinity Church Cemetery & Mausoleum, en el barrio de Harlem, sito entre la calle 153ª y Riverside Drive.

[63] Vito Genovese (1897-1969), capo de la familia criminal Luciano entre 1957 y 1969.