jueves, 13 de septiembre de 2018

EMILIO SALGARI: LAS RAZONES DE UN SUICIDIO



Emilio Salgari: las razones de un suicidio

Por Federico Bello Landrove

     El deber de gratitud que varias generaciones de jóvenes lectores tenemos hacia el famoso novelista italiano, Emilio Salgari[1], me lleva a dedicarle este ensayo, cuyo centro de interés no es otro que analizar las causas del harakiri que lo llevó a la muerte, a los 48 años de edad.




1.      El suicidio en sí


     No sé si será bien recibido que comience este ensayo con una referencia estadística a la muerte por suicidio. No trato de trivializar esta forma de muerte, revelando la considerable frecuencia con que se presenta, sino de objetivar la realidad de que el señor Salgari asumió una decisión que en modo alguno es insólita. Si acaso, lo excepcional sería la forma que revistió el suicidio, que apenas se practica fuera del Japón y su círculo de influencia. Ahí sí que pudo tener una directa incidencia la profesión literaria y de periodismo de viajes de don Emilio, no en la pretendida realidad de que los escritores se suiciden más que quienes no lo son -algo que estoy lejos de apoyar como cierto-.
     Si hemos de creer las estadísticas que cien países han remitido a la Organización Mundial de la Salud hacia el año 2010, el fenómeno del suicidio es sorprendentemente variable en su frecuencia. Al lado de países con tasas de 30 o más suicidios anuales por cien mil habitantes, hay otros en que la frecuencia no llega a uno por cien mil. A pie de página recojo la tasa de once países significativos[2]. Solo incluiré en el texto principal la de España -8,2 suicidios al año por cada cien mil habitantes- y la de Italia, país de origen y nacionalidad de Emilio Salgari: 7,1 suicidios por cada cien mil habitantes. A nivel mundial, la tasa anual de suicidios consumados sobrepasa ampliamente el millón de casos. De hecho, en los países en donde es más frecuente, el suicidio constituye la tercera causa de muerte, tras las enfermedades cardiovasculares y el cáncer[3].

***

     Pasaré a aludir seguidamente a las circunstancias objetivas del suicidio del señor Salgari, no sin antes señalar un intento precedente; dato conocido y reiterado por los estudiosos de la vida salgariana y que puede tener relevancia a la hora de explicar los motivos del suicidio consumado. En esquema, acerca del intento sin éxito, se señala lo siguiente:
     Dos años naturales antes de causarse la muerte -es decir, en 1909-, Salgari intentó el suicidio arrojándose sobre una espada, que se supone formaría parte de su colección de armas blancas. El hecho debió de acaecer en su casa, dado que se atribuye la salvación de la vida al hecho de que interviniera en su favor su hija Fathima, de dieciséis o diecisiete años de edad entonces[4]. No me consta el tipo de ayuda que prestara a su padre -directa o solicitada de otros-, ni tampoco la gravedad de las lesiones sufridas por el escritor; con todo, algunos autores indican que la tentativa estuvo en un tris de consumarse.
     En cuanto al harakiri que, con resultado mortal, se infirió Emilio Salgari el día 25 de abril de 1911, encontramos bastantes puntos de coincidencia entre las fuentes, junto a algunos de discrepancia:
-          El suicidio se produjo en la mañana del citado día, probablemente a hora temprana. El lugar fue el claro de un bosquecillo integrado en la zona urbana de Turín, frecuentado por el escritor y no lejano de su casa.
-          Dadas las heridas que se infirió -principalmente en el abdomen y con evidente falta de destreza y de medio adecuado-, se cree que la muerte tardaría bastante tiempo en producirse, sufriendo la agonía en medio de grandes dolores[5]. Sin embargo, el argumento padece un defecto que podría ser decisivo: Salgari también se hirió en el cuello; si se abrió alguna o algunas de las venas yugulares, la muerte se produciría de forma rápida.
-          Las mayores discusiones surgen en lo referente al arma blanca empleada. Los autores más románticos -o menos informados- imaginan que se trataría de una katana japonesa o de un cuchillo -kriss- malayo, suponiendo que Salgari los tendría a mano en su domicilio, dado su interés por ellos -cuando menos, literario-. No obstante, el diario turinés La Stampa[6] alude repetidamente a una navaja de afeitar -rasoio- y un famoso y más que probable testigo casi presencial[7] se refirió a un cuchillo de cocina, sin dar mayores detalles.
-          El mismo testigo casi presencial aludió también a que el suicidio quizás -forse- se habría debido al influjo del alcohol, pero no aporta ninguna razón para abonar tal impresión, aparte de un alcoholismo generalmente reconocido.
-          El cadáver fue encontrado, ya de tarde -sobre las dieciocho horas-, por una lavandera que vivía cerca del lugar y de la casa de Salgari, llamada Luigia Quirico, quien avisó en seguida a otras personas.
-          El escritor estaba correctamente vestido. Al lado de su cadáver se hallaron el sombrero y su inseparable bastón. Se dice que en un bolsillo de la chaqueta se encontró un paquete de hojas escritas, pertenecientes casi con seguridad a algún relato que pensaría en su momento entregar a un periódico o editor. De ser cierto este último hallazgo, sería interesante para determinar -en buena lógica- si el suicidio había sido premeditado o más bien impulsivo. En cualquier caso, las cartas a que aludiré en el capítulo siguiente parecen incompatibles con una acción irreflexiva o repentina.

Foto de época del lugar en que Salgari se suicidó



2.      Las causas del suicidio


     Las tradiciones sociales en materia de suicidio dan lugar a que quienes lo ejecutan se apliquen en mayor o menor número a dejar una nota que, cuando menos, aclare que la muerte se ha debido a su propia voluntad. Hay países en que tales notas alcanzan la mitad de los casos de suicidio. No obstante, la razón entre notas y suicidios suele estar entre 1/5 y 1/6; es decir, solo uno de cada cinco o seis suicidas se preocupa de dejar una nota explicativa o de manifestación de voluntad. Una de las razones más habituales de ello es la de exponer las causas de darse muerte. Tal explicación pretende, en ocasiones, exculpar del suicidio a ciertas personas, pero otras veces se pretende todo lo contrario: echar toda o parte de la culpa a ciertos individuos relacionados con el suicida. Por supuesto, la valoración del suicida es subjetiva y puede estar completamente equivocada; o, directamente, puede pretender engañar o confundir. Es claro que el hecho de dejar una nota a las puertas de la muerte no implica que se haga con la intención de decir estrictamente la verdad.
     Valga este exordio para plantear inmediatamente un hecho llamativo: Salgari dejó -que se sepa- tres notas de suicidio, dirigidas a sus hijos, a los directores de los diarios de Turín y a sus editores. El hecho tiene ese regusto novelesco e histriónico que se atribuye al personaje. Pero, al menos, sacamos del fenómeno una aparente ventaja: algo nos dirá el propio interesado de los motivos que tuvo para suicidarse. Así es, en efecto, pero esquematicemos antes el contenido global de las tres notas indicadas, todas ellas de autenticidad plenamente admitida.
-          La razón más poderosa, de la que responsabiliza dramáticamente a sus editores, es la de haberle pagado tan poco por su trabajo, habiéndole exigido un trabajo agotador, que lo ha colocado en la miseria, obligándolo a una dedicación exclusiva y abrumadora a la tarea de documentarse y escribir, hasta el punto de no aprovecharle la comida y mantenerse gracias al alivio que le proporcionaba el tabaco -un centenar de cigarrillos al día, según el cálculo del escritor-.
-          Secundariamente, alude a la situación derivada de tener una esposa loca internada en un manicomio, cuya pensión es incapaz de abonar[8]. A las consecuencias económicas, ha de añadirse -aunque Salgari no lo explicite- la sensación de abandono y soledad, sin una mujer a la que amó entrañablemente y que le ayudó de modo significativo en su vida y labor literaria[9].
-          Otros fragmentos de las notas no aluden a las causas, sino a manifestaciones de voluntad: pide que lo entierren de caridad, si es que los editores no corren con los gastos de sepelio; solicita que se abra una suscripción pública para ayudar económicamente a sus pobres huérfanos[10]; indica a estos que solo les deja 160 liras en efectivo, más otras seiscientas de un crédito que detalla.
     Rastreando en la vida y en la correspondencia de Salgari, sus biógrafos señalan ciertas causas adicionales del suicidio, como el poco aprecio -por no decir desprecio- de sus colegas escritores y de los críticos respetables hacia sus obras; las crisis psicológicas y familiares, que le hacían cada vez más difícil mantener su fertilísima imaginación literaria; la creencia en que -¡a sus cuarenta y ocho años!- le estaba llegando la decadencia de la vejez; o las alteraciones psíquicas derivadas, al menos parcialmente, de una casi segura sífilis[11] y de un probable alcoholismo o notable adicción a las bebidas etílicas -en especial, al fuerte vino de Marsala[12]-.
       De las reseñadas causas que pudieron llevar a Emilio Salgari al suicidio podría escribirse mucho -lo que no es mi intención-. En general, creo que presentan componentes de exageración, sobre todo, si se las considera aisladamente. Como la que él presentó como principal fue la irreparable miseria económica, responsabilidad propia de sus editores, me ha parecido oportuno centrar mi examen crítico en ella, dedicándole el siguiente apartado de este capítulo.

***

     La situación de miseria, aducida por Salgari como causa más sustancial para suicidarse, no puede ponerse definitivamente en tela de juicio, de no examinar en profundidad los datos bancarios y contables de su economía, cosa que ya anticipo no estoy en condiciones de hacer, más allá de repetir lo que expongan sus biógrafos. En cambio, sí me parece oportuno hacer algunas reflexiones acerca de los motivos de tal situación, habida cuenta de que el escritor responsabiliza en exclusiva a sus editores y, complementariamente, a la necesidad de pagar una pensión por el internamiento psiquiátrico de su esposa.
     Comenzando por este último tema, he de señalar que, de ser cierto, diría mucho en favor de la imaginación y mala predicción de futuro de Salgari. En efecto, su esposa no fue ingresada en el manicomio de Colegno sino seis días antes del suicidio; por lo cual, a no ser por la improbable razón de que se le exigiese un importante adelanto de fondos, todavía no había tenido que pagar la pensión a la que se refiere. Además, es preciso consignar que, bien en el manicomio de Colegno, bien en el de Turín (Torino), existían plazas becadas para personas sin medios económicos[13]: De una forma u otra, Ida Peruzzi de Salgari permaneció ingresada en el mismo manicomio hasta su muerte, producida en el año 1922.
     Entrando ya decididamente en la materia de las relaciones económicas y de trabajo entre Salgari y sus editores, la cuestión resulta inabarcable para un ensayo relativamente breve. Con todo, mi impresión es la de que Salgari exageró y desfiguró la realidad, si valoramos esta en los términos de su tiempo y de la tremenda consecuencia de quitarse la vida -abandonando, de paso, a su esposa e hijos a su suerte-. Dicho de otro modo: las notas de suicidio de Salgari entran decididamente entre aquellas en que se exponen las causas, para responsabilizar indebidamente del hecho letal a personas con las que no se guardan buenas relaciones. Procuraré exponer seguidamente las razones de mi opinión.
     En primer lugar, quiero salir al paso de la creencia en que Salgari dependía en sus últimos años de su editor italiano, en lo tocante a obtener rendimientos de sus obras. Lo cierto es que el novelista era mundialmente famoso y traducido a diversas lenguas (francés, inglés, alemán, español, portugués, etc.), obteniendo derechos de autor en el extranjero -tanto en Europa, como en América-, al margen de los que percibía en su País natal. A mayores, aunque su tiempo fuera poco, seguía colaborando en periódicos y enviando a los mismos relatos cortos y nuevas novelas por entregas, antes de que las mismas -ya iniciada su popularidad por este medio- pasasen a editarse como libro. Por supuesto, tales colaboraciones eran cobradas por el autor al margen de lo percibido de los editores de las novelas y relatos en volúmenes.


     Pero dejemos estos gajes generalmente desapercibidos y accedamos al núcleo de la queja salgariana: la cicatería de sus editores italianos. Habida cuenta de que Salgari pasó por las manos de muchos -y de los mejores- editores de Italia a lo largo de su vida literaria, merece la pena centrarse en la segunda parte de aquella -aproximadamente, a partir de 1896, es decir, sus últimos quince años-, que es el momento en que don Emilio, ya famoso, abandona por voluntad propia el sistema habitual anterior -venta particularizada de los derechos de cada novela a un editor- y asume un régimen de casi exclusividad, con un editor que se compromete a comprar los derechos y publicar todas las nuevas obras del autor. El primero de estos editores exclusivos será el berlinés, domiciliado en Génova, Antonio Donath, con quien mantendrá contrato durante una década (1896-1906). Dicho contrato llegará a incluir, no solo la publicación de un trío de novelas al año, sino la dirección de una revista de viajes, Per terra e per mare, cuya vida efectiva será de un trienio (1904-1906) y en la que se publicarán anticipadamente y por entregas las novelas que luego pasarán a libro. Unos libros, por cierto, que marcarán un hito en las impresiones italianas de la literatura juvenil y de aventuras, con llamativas portadas a todo color y viñetas interiores, vívidas y alusivas a los momentos decisivos del texto, obra de algunos de los mejores especialistas del momento en Italia[14].
     El contrato con Antonio Donath ha sido duramente censurado por algunos apasionados salgaristas, indicando: 1º. Que las 4.000 liras anuales a percibir por Salgari eran un salario mísero. 2º. Que la necesidad de escribir, al menos, tres novelas al año era agobiante para el autor. 3º. Que la adicional dirección de la revista Per terra e per mare convertía a Salgari en una especie de esclavo de la pluma. Veamos en qué quedan esas críticas contra el editor. Aclaremos algunos conceptos:
-          ¿Qué cosa eran cuatro mil liras anuales en la Italia del norte, hacia 1900? Nada mejor, en mi opinión, que comparar esa cantidad con el salario medio de un obrero especializado. Dicho salario era de unas 5 liras diarias, equivalentes a 1.825 al año. Para trabajadores del campo o sin cualificación, la retribución bajaba a 3 liras al día. Los más menesterosos de los profesionales intelectuales (los maestros) percibían la magra retribución de mil liras al año. En consecuencia, podremos convenir en que lo que le pagaban a Salgari era una vergüenza, atendiendo a su fama, a la capacidad de generar beneficios y -a qué negarlo- a la tendencia de los escritorzuelos de Internet de incurrir en el anacronismo de medir los hechos históricos con criterios actuales (en este caso, bastante más de un siglo posteriores). Pero en modo alguno puede sostenerse que las percepciones de Salgari, aunque se redujeran a esas cuatro mil liras al año, lo colocasen en estado miserable, ni siquiera contando con que tenía que mantener a esposa y cuatro hijos.
-          ¿Qué grado de trabajo suponía a Salgari escribir tres novelas de aventuras al año? Algunos estudiosos se han tomado la molestia de multiplicar por tres el número usual de páginas de los libros de Salgari, dividiendo el resultado por 365. El resultado es de tres: tres páginas -tamaño cuartilla- por día -digamos que cuatro, para excluir domingos y festivos-. Cualquiera que conozca mínimamente la técnica y la reiteración de personajes y ambientes salgarianos se sonreirá al contemplar tal carga de trabajo al día, ni siquiera unida a la respetable necesidad de documentarse sobre lugares, tiempos y ambientes -conste que Salgari lo hacía francamente bien-.
-          ¿Qué decir del plus de trabajo de Per terra e per mare? La dirección de esta revista por parte de Salgari suponía dedicación y esfuerzo organizador. De hecho, en esa revista de viajes colaboraron numerosos escritores y aventureros, cuyo contacto con ellos fue para Salgari útil y gratificador. Pero, desde el punto de vista creativo, la intervención de Salgari fue esencialmente de inclusión de novelas por entregas, luego computables para sus libros, y algunos relatos breves. Y, lo que es más importante, dicha publicación se limitó a los años 1904-1906. Era ya historia en los tiempos inmediatamente anteriores al suicidio.

***

     En 1906, el editor florentino Enrico Bemporad logró el traspaso de la exclusiva sobre Salgari que tenía Antonio Donath, dejando sin efecto el contrato que ligaba con este al escritor. La operación no fue fácil y en ella tuvo parte esencial el agente literario de Salgari, llamado Edoardo Spiotti[15]. El contrato que don Emilio suscribió con Bemporad era suculento para la época. Para hacernos una idea, doblaba la cantidad mayor hasta entonces pagada por dicha editorial al mejor pagado de sus escritores exclusivos. Salgari percibiría diez mil liras anuales, siempre que entregara al editor un mínimo de cuatro novelas por año. Dicho sea de paso, el escritor cumplió en todo momento con tales entregas, hasta un total de diecinueve novelas, desde la firma del convenio, hasta el suicidio.
     El contrato contenía, no obstante, algunas cláusulas ominosas o menos favorables para Salgari. Una de ellas, suponía la penalización de hasta seis mil liras anuales, si no se llegaba a entregar las cuatro novelas al año prometidas. Esa estipulación, habitual en la época, esclavizaba un poco más al novelista, en relación con la análoga prometida a Donath pero, en cambio, lo liberaba de la gabela de Per terra e per mare. Además, ya he indicado que Salgari cumplió y no sufrió penalización ninguna.
     La segunda cláusula era más lesiva y parece indicar el gran interés de Salgari por firmar con Bemporad: parte de la indemnización que este tenía que pagar a Donath por la libertad del escritor saldría de las diez mil liras pagadas a este. Tal vez sea este el motivo por el que las fuentes suelen afirmar que Salgari percibía solo ocho mil liras al año de su editor. Ello significaría que la transferencia de Bemporad a Donath gravaba temporalmente el sueldo de Salgari, a razón de dos mil liras anuales.
     En todo caso, el contrato de edición solo afectaba a la versión en italiano de las obras, dejando en libertad al autor para contratos adicionales por las traducciones en idiomas foráneos.
     Sigamos teniendo presente el valor histórico de la lira, con la idea rectora de que un trabajador especializado del norte de Italia tenía un salario diario equivalente a algo menos de dos mil liras anuales.
     ¿Qué conclusión obtengo de lo expuesto? Una, que es compartida por los estudiosos de la vida salgariana: Que la presunta miseria de Salgari fue mucho más el fruto de la mala administración y de los gastos superfluos o viciosos, que no de no cobrar lo suficiente para vivir, y vivir bien[16].
     Y, en lo que respecta a la servidumbre agobiante de su trabajo, opino que respondía más a la pérdida de facultades por efecto de la bebida y de la sífilis avanzada, que no a tener que asumir compromisos muy difíciles de cumplir. Dicho sea esto, si es que Salgari llegó a sentirse muy agobiado por los esfuerzos, cosa que es lícito poner en duda, habida cuenta del número y calidad de sus últimas producciones.
     No quiero cerrar este capítulo sin llamar la atención a los salgarianos principiantes -y a otros que no lo son tanto, pero que escriben con la misma ignorancia- de que las así llamadas Memorias de Emilio Salgari, ni son obra del famoso veronés, ni se ajustan a la verdad, como para darles crédito por sí mismas. Tales Memorias, al parecer promovidas por los hijos del escritor y confiadas a la redacción de su amigo, Lorenzo Chiosso, aparecieron por primera vez en italiano en 1928[17], y han sido objeto de diversas  traducciones al español, a partir de 1929[18].



3.      Una familia de suicidas




     Una vez constatada la dudosa veracidad y sinceridad de las causas de suicidarse alegadas por Salgari, conviene profundizar un poco en otros motivos, no por silenciados, menos concurrentes. Diversos autores se han detenido en los aspectos menos gratos de la personalidad del escritor, como son los rasgos de carácter impulsivo e histriónico[19], y las alteraciones psíquicas derivadas de su propia personalidad, con el añadido del abuso de alcohol y de la sífilis avanzada. La misma forma de suicidarse -ritual, sangrienta y dolorosa-, muy extraña fuera de Japón, apunta a la existencia de una psicosis o, cuando menos, de otra forma psicopatológica menos grave, sin perjuicio de reconocer la incidencia de su vivencia imaginativa de mundos orientales de tipo novelesco. Al menos, esto es lo que opinan los psicólogos respecto de las formas extrañas de suicidio, que comportan -o pueden implicar directamente- altos niveles de sufrimiento agónico.

***

     Mayor interés despierta el hecho de que Emilio Salgari perteneciera a una familia en que, antes y después de él, el suicidio se convirtió en una costumbre. Los psicólogos y psiquiatras primero, los genetistas después, han incidido en la existencia de componentes de experiencia y de herencia en los casos de suicidio, de lo que las familias de suicidas serían el ejemplo más convincente. Aunque a estas alturas del progreso científico no se esté en condiciones de hacer afirmaciones tajantes, sí puede sostenerse la repercusión de la Genética en la etiología suicida, como uno de sus factores más relevantes[20].
     Veamos los casos próximos y conocidos de suicidio en la familia de Emilio Salgari, aparte de él mismo:
     Suicidio de su padre. El padre de Emilio, llamado Luigi Salgari, modesto terrateniente y comerciante de tejidos, ya viudo y con una edad de alrededor de cincuenta años, se suicidó arrojándose al vacío desde una ventana de la casa en que se encontraba, propiedad de un cuñado suyo. La razón aducida fue la depresión al creerse víctima de una enfermedad incurable, causa cuya realidad no ha sido confirmada. El hecho acaeció en noviembre de 1889, cuando el escritor contaba 27 años de edad.
     Suicidio de su tercer hijo, Romero. Romero Salgari, llegado a la edad de 33 años, se suicidó el día 2 de diciembre de 1931. Aunque los datos hoy asequibles sean escasos, se afirma que el hecho fue inmediatamente precedido de un ataque de celos contra su mujer, a la que disparó un arma corta de fuego, con presunto propósito homicida; afirmándose que también atentó contra la vida de su suegra y de su hijo apodado Mimmo. Romero volvió seguidamente el arma contra sí mismo y se mató. Sus citados parientes salvaron la vida.
     Suicidio de su hijo menor, Omar. Omar Salgari fue uno de los continuadores de la obra de su padre, llegando a escribir unos cuarenta libros de aventuras inspirados en los ambientes y personajes creados por aquel; también escribió una biografía paterna[21]. Pues bien, el día 5 de noviembre de 1963 se suicidó, arrojándose a la calle desde un balcón de su vivienda de Turín. Tenía 63 años de edad.
     Un epígono frustrado: su bisnieto Romero Salgari. En septiembre de 1984, diversos periódicos[22] recogieron la noticia de que, tras herirse levemente con una navaja en manos y brazos, el joven Romero Salgari, bisnieto del escritor[23], irrumpió aullando en casa de una señora de 72 años, a la que conocía superficialmente, llamada Lucia Valsania, y le dio varios navajazos, al parecer, sin graves efectos. Detenido e interrogado por la Policía, manifestó que quería llevarse con él a alguien a la tumba y que había escogido a la señora Valsania porque le resultaba antipática. Los hechos se produjeron en la aldea de Montà d’Alba, en la provincia piamontesa de Cuneo.

***

     A la vista de cuanto antecede, creo que no resulta oportuno asumir la tesis victimista de Salgari, achacando su decisión suicida a la malquerencia de sus editores. Es posible que Emilio Salgari fuese una víctima, pero una víctima, principalmente, de sí mismo.



    



[1]  Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari (1862-1911). Sobre su vida en general, véanse: Omar Salgari, Mio Padre, Emilio Salgari, edit. Garzanti, Milano, 1940 (hay varias ediciones posteriores); Silvino Gonzato, La tempestosa vita di capitan Salgari, edit. Neri Pozza, Vicenza, 2011; Berto Bertú (Umberto Bertuccioli), Salgari, edit. Augustea, Roma-Milano, 1928. De manera abreviada, ver Claudio Gallo, Giuseppe Bonomi,  Dizionario Biografico degli Italiani, edit. Trecanni, volume 89 (2017).
[2]  Siempre en tasa por cien mil habitantes, los suicidios consumados por año son: en Rusia, 34,3; en China, 22,23; en Japón, 21,7; en Francia, 17,6; en Argentina, 14,2; en Estados Unidos, 12; en Alemania, 11,3; en India, 10,7; en España, 8,2; en Italia, 7,1; en Brasil, 4,8. La tasa promedio para todo el mundo es de alrededor de 15, lo que supone, para una población global, a la sazón, de unos 7.500 millones de personas, una cifra anual de suicidios consumados de alrededor de 1.200.000.
[3]  Es el caso de los Estados Unidos, donde llega a ocupar el primer puesto en algún segmento de edad. Los 44.000 suicidios anuales doblan en aquel país su preocupante cifra de homicidios. En España (año 2019), los suicidios estadísticamente censados alcanzaron los 3.671, que suponen el 37,2% de las muertes violentas y tres veces más que los fallecimientos por accidente de circulación. En 2020, se produjo un espectacular incremento del 7,4%, hasta los 3.941 suicidios consumados anuales, que se ha achacado a los efectos colaterales de la pandemia de Covid-19.
[4]  Fathima Salgari había nacido el 8 de noviembre de 1892. Falleció víctima de la tuberculosis el 14 de julio de 1915, con veintidós años de edad.
[5]  Es la tesis de Claudio Gallo y Giuseppe Bonomi, en: Emilio Salgari. La macchina dei sogni, edit. Rizzoli, Milano, 2011.
[6]  Ejemplar del día 26 de abril de 1911.
[7]  Se trata del escritor Salvatore Gotta, a la sazón estudiante de Medicina en la Facultad turinesa, que lo precisó en carta a los hijos de Salgari. Se da por cierto que, aunque no se hiciese autopsia, el profesor de Medicina Legal, doctor Carrara, mostró el cadáver a los alumnos (y quizá también el arma letal), como solía hacer en casos de similar relevancia. Al saber quién era el difunto, la mayoría de los estudiantes quedó consternada.
[8] Ida Peruzzi, la esposa de Salgari, fue ingresada en el manicomio de Colegno el 19 de abril de 1911 (seis días antes del suicidio de su marido) y permaneció ingresada en el mismo hasta su muerte, acaecida el día 10 de enero de 1922. Entre sus males de incidencia psíquica es casi seguro que se encontrase la sífilis, contagiada por el esposo.
[9]  Véase Felipe Pozzo, Le donne nella vita di Salgari, en la w.w.w.emiliosalgari.it.
[10]  Tal suscripción fue efectivamente abierta pero desconozco el montante que alcanzó. A la muerte de Salgari, sus hijos tenían las siguientes edades: Fathima, 18 años; Nadir, 17; Romero, 12; Omar, 11.
[11]  La sífilis avanzada (o etapa parésica de la enfermedad) puede suponer trastornos de la personalidad, hiperactividad refleja y deterioro intelectual, síntomas de consecuencias especialmente negativas en los intelectuales creativos.
[12] Su graduación suele ser de 17 a 20 grados, como consecuencia de fortificarla con la adición de azúcar, para evitar que se pique en los viajes por mar, como también se hace con los caldos de Jerez y de Oporto.
[13] En general, véase Accademia delle Scienze di Torino, La psichiatria in Piemonte, en www.accademiadellesicienze.it.
[14] Muy interesante a nivel general, Fausto Colombo, L’industria culturale italiana dal 1900 alla Seconda Guerra Mondiale. Tendenze della produzione e del consumo, edit. Università Cattolica, Milano, 1997, espec. pp. 117/124, dedicadas al caso de Emilio Salgari.
[15]  Como es natural, los plañideros salgarianos se libran bien de informar -seguramente porque tampoco ellos lo conocen- de que Salgari, arruinado y todo, mantenía un activo agente literario.
[16]  Hay una estimación, realizada por su hijo Omar, de que Salgari ganó en toda su vida la cantidad de 87.000 liras, en concepto de derechos de autor. Supongo que la estimación tendría cierta base pero, a los efectos de este ensayo, carece de relevancia, pues la vida activa como escritor de don Emilio alcanzó casi treinta años. Lo verdaderamente interesante a los efectos del suicidio son sus últimos años.
[17]  Emilio Salgari (en realidad, Lorenzo Chiosso), Le mie memorie (Le mie avventure), edit. Mondadori, Milano, 1928. En ediciones posteriores intervino además el escritor, Giovanni Bertinetti.
[18]  Emilio Salgari, Mis memorias, edit. Maucci, Barcelona, 1929.
[19] Es muy conocida la anécdota de juventud de que, habiendo puesto en duda -con toda la razón- un periodista el título de capitán de gran cabotaje y las singladuras de Salgari, este lo retó en duelo, que no fue aceptado por el veraz ofensor.
[20]  Para consultar el estado de la cuestión, veánse los dos trabajos de revisión siguientes: L. Jiménez Treviño, H. Blasco-Fontecilla, M.D. Broquehais, A. Ceverino-Domínguez y E. Baca García, Endofenotipos y conductas suicidas, Actas de la Sociedad Española de Psiquiatría, 2011, 39(1): 61-69. Bojan Mirkovic, Claudine Lorent, Marc-Antoine Podlipski, Thierry Frebourg, David Cohen and Priscille Gérardin, Genetic association studies of suicidal behavior: a review of the past 10 years. Progress, limitations and future directions, Frontiers in Psychiatry, 2016, 7, 158.
[21] Véase nota 1.
[22] Entre ellos, La Repubblica de Roma, número de 11 de septiembre de 1984, artículo de Salvatore Tropea, titulado Quella maledizione sulla familia Salgari é tornata a colpire.
[23] Nieto de su hijo Romero e hijo de Mimmo Salgari, citados en el texto poco más arriba.

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