sábado, 23 de marzo de 2019

HISTORIAS DE TRAICIÓN (VI): EL VIACRUCIS DEL PADRE CONKLIN




Historias de traición (VI). El viacrucis del Padre Conklin

Por Federico Bello Landrove



     Esta serie sobre Historias de traición nos lleva ahora a la Irlanda de la Guerra de Independencia y la Guerra Civil (1919-1923), desde la perspectiva de un joven sacerdote que, en tan cruel tesitura, habrá de tomar partido por lo que él considera los deberes de conciencia de un hombre de iglesia cristiano. Aún tratándose de un eclesiástico imaginario, los problemas, personajes y acontecimientos que lo rodean son bien reales, por desgracia.







1.      Primera estación: Los fugitivos de la noche



     Conocí al Padre Michael Conklin en el Colegio de St. Patrick, cuando estudiábamos allí en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Ambos seguíamos en Maynooth los estudios para el sacerdocio[1], que él culminó en 1917, mientras que yo los abandoné un año antes, por razones que no vienen al caso. Con todo, los años pasados en el Colegio en régimen de internado crearon entre nosotros unos profundos lazos de amistad, que pueden justificar la decisión que tomó mi amigo Mick, cuando decidió expatriarse, a comienzos de 1923:

-          Toma mi diario -me dijo- y haz de él el uso que tengas por conveniente, en bien de la paz de Irlanda y de la unión entre nuestros compatriotas.

-          Si me parece de interés -agregué-, ¿podría, incluso, publicarlo?

-          Te repito que hagas con él lo que quieras. Adonde voy no creo que lleguen las noticias de aquí. De todas formas, confío en tu discreción.

     Supongo que no tendrá queja de mi reserva: He esperado a tener noticia de su muerte para escribir estas páginas, procurando alterar los nombres de lugares y personas -incluido el del propio Mick-, de manera que ninguna persona particular pueda sentirse descubierta. Como es natural, acontecimientos y personajes públicos son rigurosamente reflejados, a tenor de lo que mi amigo dejó escrito. Ese es el mayor valor que puede tener un relato que he trasladado de sus labios a los míos, reconociendo así mi condición de narrador, como también mi decisión de escoger y resumir los acontecimientos.

***

     Durante sus estudios eclesiásticos en Maynooth, Mick aprovechó la oportunidad que daba la Institución para diplomarse en Ciencias por la Universidad de Irlanda. Era, en efecto, una mente privilegiada para las matemáticas, lo que -por extraño que parezca- marcaría en gran parte su futuro destino como clérigo. Quiero decir que, tras ordenarse y pasar cosa de un año en una parroquia de Coleraine[2], fue llamado por Monseñor MacCaffrey[3] para encargarse de la enseñanza de Álgebra en St. Patrick. Eso sucedió en la primavera de 1919, cuando la rebelión contra el Gobierno británico se extendía con gran intensidad y violencia por toda Irlanda, acaudillada por el Partido político Sinn Féin[4] y sostenida por su brazo armado, el IRA[5].

     Con independencia de la valoración que Mick pudiese dar, desde el punto de vista sacerdotal, a aquellos tremendos excesos por ambas partes, me constaba que sus raíces estaban muy lejos de aquel panorama de “independencia inmediata o muerte”. Su familia -comerciantes dublineses- eran votantes del Partido de Redmond[6] y, cuando el Levantamiento de Pascua[7], él y yo habíamos tenido ocasión de cambiar impresiones y coincidir en que todo aquello era un inútil sinsentido, que solo serviría para alzar barreras de odio y arruinar las ya de por sí tristes perspectivas de aquella juventud en periodo de guerra europea. Por eso, no me extrañó en absoluto lo que leí en su diario, relativo a su estancia en Maynooth, censurando el apoyo prestado por ciertos profesores a sus alumnos involucrados en el IRA, así como a la pasividad de las autoridades que debían poner coto a tales actividades de sus discípulos, muchos menores de edad. Debo antes consignar que parte de las afirmaciones de Mick a este respecto no se referían, solo, a St. Patrick, sino a otros internados docentes de la zona próxima a Dublín[8], en alguno de los cuales daba ocasionalmente clases, por ausencia o enfermedad de sus profesores de Matemáticas.

***

     El Padre Conklin era bastante independiente y estaba en buena posición económica, gracias a la ayuda de su familia para completar sus ingresos personales. Decidió, pues, alojarse en una pensión de Maynooth, no en las instalaciones del Colegio, precisamente junto a la estación de tren, por así facilitar sus frecuentes desplazamientos a Dublín. Eso fue lo que le permitió descubrir las actividades de algunos de sus alumnos en horas nocturnas o, cuando menos, dedicadas a la meditación y oraciones previas a acostarse. Recogeré literalmente algunas de las citas en su diario:

     Aparte de ciertos rumores, mis sospechas nacieron del hecho de que algunos de mis discípulos se durmieran en clase. Podría haberse debido, sin duda, a que las lecciones les resultasen plúmbeas, pero pude comprobar que se trataba siempre de los mismos alumnos, algunos de ellos hábiles para las ecuaciones y algoritmos algebraicos. Comprendí que alguna actividad les privaba del reparador sueño nocturno pero, considerando que el tema era demasiado personal como para ser indagado por un mero profesor de Ciencias, en principio no tomé cartas en el asunto…

     …No era mi primer encuentro con chicos estudiantes, cuando salía a pasear después de mis lecturas vespertinas y antes de recogerme de nuevo en la pensión para hacer mi lectura de las Completas[9]. A pie o en bicicleta, generalmente por parejas y portando mochilas o bolsos, con una actitud entre vigilante y precipitada, todo me llevaba a pensar que estaban participando en labores de ayuda a los rebeldes[10]. En efecto, la Señora O’Shaughnessy (la patrona de Mick) me confirmó de modo laudatorio que esos muchachos eran empleados por el IRA en labores de correo y propaganda, cuando no en funciones más activas, como el transporte de armas y la provocación de incendios.

     …Aquella noche, al bajarme del tren y tomar el camino a casa, a la salida de la estación, me di de manos a boca con tres chiquillos -dos de ellos, seminaristas del Colegio-, que corrían hacia las afueras, portando un cubo y unas brochas. Poco más allá, a punto de llegar a la pensión, pude leer en una tapia una pintada fresca, todavía goteando, que decía: Auxies and Tans, tomb wait you![11] Eran las diez y cuarto de la noche.

     Lo sucedido confirmó mis sospechas de que St. Patrick no era una excepción en lo que ya había conocido sucedía en otros muchos centros docentes en régimen de internado, con la indiferencia -cuando no la inducción- de sus profesores. Cuando lo comenté con algunos de ellos, lo vieron como normal, incluso en criaturas muy alejadas de la mayoría de edad. En el mejor de los casos, los más críticos con el empleo de menores en conductas de tanta gravedad y riesgo me confesaron: ¡Qué le vamos a hacer! Nos enfrentaríamos a nuestros conciudadanos y, total, para no conseguir nada.

     Mi amigo Conklin, en cambio, decidió realizar el intento, esperando conseguir algo, dada la disciplina de su Colegio y el carácter sagrado de la formación que impartía. Para empezar, suscitó el tema de manera particular a los compañeros docentes de su mayor confianza. Al menos, sacó en limpio que casi todos sabían de las escapadas vespertinas de algunos alumnos, que regresaban a St. Patrick a altas horas de la noche. Por suerte, no habían sufrido hasta entonces percance o detención ninguna. Con todo, a las preguntas de Mick sobre qué les parecía lo que estaba acaeciendo y qué debería hacerse para evitarlo, las contestaciones fueron de lo más variado y, en cualquier caso, nadie parecía dispuesto a denunciarlo públicamente en claustro o ante las Autoridades eclesiásticas. De lo que colegí -indica en su diario- que no había diferencia apreciable entre los profesores de los colegios laicos y los del Seminario general de Irlanda, tan infectados estos de extremismo y de violencia como aquellos.

     Aunque las perspectivas no fueran halagüeñas, Mick decidió acudir personalmente al Padre Prefecto encargado de mantener la disciplina entre los seminaristas y el orden en el internado. La conversación, según el diario, puede resumirse como sigue:

     De manera muy poco convincente, el Padre Garrity manifestó desconocer las salidas nocturnas de los alumnos, cosa que me puso sobre aviso de su complicidad en ellas… Al insistirle en que había visto con mis propios ojos, en dos ocasiones, a determinados seminaristas en las calles de Maynooth en horas de reposo, se permitió ponerlo en duda -dado que los vigilantes del Colegio nada le habían comunicado- y hasta, con cierta insolencia, se permitió apuntar que mejor haría yo no saliendo tan tarde de la pensión. Tuve que contenerme a duras penas…

     Comoquiera que llevásemos veinte minutos de reticencias y divagaciones, me decidí a preguntarle francamente si estaba de acuerdo con que unos aspirantes al sacerdocio menores de edad se implicaran de manera tan decidida en cuestiones políticas, a lo que Garrity me respondió que, más pronto o más tarde, tendrían que dar el paso que la Iglesia católica de Irlanda siempre había dado a lo largo de su historia: ponerse del lado de su pueblo, maltratado y oprimido por Inglaterra desde hacía ochocientos años. Ante lo cual, le repliqué que llevaría la cuestión al Presidente o al Claustro, para ver si su visión de la Historia y de los deberes de los rectores de St. Patrick coincidía con la suya. El Prefecto gruñó un haga lo que le plazca y se levantó, dando por concluida la conversación.





     En realidad, no tuvo tiempo mi amigo de cumplir su advertencia pues alguien se le adelantó. Dos días después de la entrevista con el Padre Garrity, Monseñor MacCaffrey  lo convocó a su despacho y, de manera cortés y hasta cariñosa, cortó la disensión por la vía de la disciplina y la unidad. Sin perjuicio de la promesa de vigilar con mayor atención y eficacia las salidas no autorizadas de los alumnos, estaba claro que no estaba el horno irlandés para los bollos que pretendía cocer en él el Padre Conklin. En consecuencia, o dejaba de preocuparse del tema en cuestión, y hasta de comentarlo con otros compañeros, o se vería obligado, con harto dolor de su corazón de padre, a prescindir de sus servicios docentes en St. Patrick. Con todo respeto, Mick le respondió que, por más que guardase silencio por disciplina, su ya conocida postura política le haría muy incómodo permanecer en St. Patrick, y a otros profesores tenerlo entre ellos. En consecuencia, solicitó del Presidente que aceptase la dimisión que habría de presentarle como profesor, al finalizar aquel curso de 1918-1919. MacCaffrey debió de respirar aliviado, por quitarse de delante este peliagudo problema y aseguró a mi amigo que, previa consulta con el Arzobispo Walsh[12] -su Ordinario propio, como sacerdote dublinés-, le buscaría un destino acorde a sus sobresalientes cualidades científicas. He de reconocer que cumplió su palabra, solo que, como las más hermosas manzanas de los cuentos, el nuevo destino le resultaría un tanto tóxico.





2.      Segunda estación: Bonos de caridad



     De entrada, Mick fue despachado a la diócesis de Killaloe, como quien dice, donde Cristo dio las tres voces. El obispo, monseñor Fogarty, se había hecho famoso por su beligerancia en la cuestión de la conscripción[13] y se decía que era uno de los prelados más próximos a las actuaciones del Sinn Féin, de cuya confianza gozaba plenamente. Todo eso, en principio, pareció preocupar muy poco a mi amigo, más inquieto por su escaso conocimiento del idioma gaélico, de uso común en aquel condado del Oeste, con variedades dialectales diferentes del que se había visto obligado a practicar en su anterior parroquia del Ulster[14]. No es que Conklin le hiciera ascos al idioma popular de Irlanda, sino que en Dublín era poco utilizado y su familia no lo empleaba en la intimidad. Y sabemos que en St. Patrick quedaba fuera del programa docente[15]. Pero el sacerdote propone y su obispo dispone: Estaba visto que Fogarty[16] tenía designios diferentes para Mick, que el de enviarlo a una parroquia rural.




     Es seguro que el Obispo había recibido de antemano información extensa de las virtudes y defectos de su nuevo presbítero. De todos modos, orientó su primera audiencia, como si todo surgiera por mera casualidad. Leamos lo que escribe Mick a este respecto en su diario:

     Monseñor impresionaba al verlo por vez primera. Alto, delgado, bien parecido, con abundante cabello canoso, ojos azules que le penetraban a uno, pese al obstáculo de las gafas, impecablemente vestido con todos los ornamentos propios de su cargo, no representaba los sesenta y tantos años de su edad, y eso que -según me confesó- padecía múltiples achaques, propios de la vejez en la que había entrado. Me pidió que le hiciera un breve resumen de mi carrera anterior como seminarista y sacerdote, para ver de darme un destino apropiado. Cuando llegué al punto de mi nombramiento de profesor de Álgebra en St. Patrick, se hizo absurdamente de nuevas y me preguntó si mis dotes matemáticas eran solo teóricas o comprendían ciertos conocimientos de contabilidad y problemas financieros. Ignorando a dónde podría querer llegar, le informé de que, como hijo de comerciante de cierto nivel, me eran familiares tales prácticas y aún había seguido estudios de Comercio en una academia de Dublín. Pareció satisfecho de mi respuesta y reaccionó indicándome de manera ambigua que quizá tendría para mí un buen acomodo en la propia Ennis[17], siempre que no estuviera especialmente interesado en la cura de almas en alguna parroquia lejana. Como es natural, le respondí que mis deseos estaban supeditados a su resolución pero que, en todo caso, me parecía muy conveniente mejorar mi gaélico antes de ejercer labores de predicación y apostolado en alguna iglesia perdida del Oeste.

     Las insinuaciones de Fogarty se convirtieron, días después, en la asignación a Mick de las funciones de contable y administrador de los fondos especiales del patrimonio de la diócesis de Killaloe, teóricamente a las órdenes del Canónigo Tesorero, McMullen, pero en realidad, al servicio directo del Obispo, quien le preparó un despacho en su propia residencia, un palacete situado a las afueras de Ennis[18]. Inmediatamente comprendió Mick que sus funciones iban a centrarse casi con exclusividad en la recepción de fondos y el registro y documentación de los mismos, correspondientes a la emisión y compra de bonos de la República de Irlanda, que el Presidente rebelde, Éamon de Valera, estaba promocionando por los Estados Unidos, con un éxito económico desbordante[19]. Era más problemático trasvasar los fondos hasta Irlanda, algo de lo que Mick fue adquiriendo creciente información, aunque no se encargase directamente de la recogida:

     No me cabe ninguna duda -escribió en su diario- que De Valera autorizó que los fondos obtenidos por la venta de los bonos fueran a parar a ciertos elementos de la archidiócesis de Nueva York, desde donde se giraban a bancos irlandeses o británicos como resultantes de cuestaciones de las iglesias católicas norteamericanas para subvenir a las necesidades de las de Irlanda. Naturalmente, para despertar menos sospechas en los Gobiernos inglés y estadounidense, las remesas se fraccionaban y transferían con cierta demora; y, por supuesto, quedaban excluidas las grandes cantidades que De Valera usaba para sobornar a políticos americanos, o para montar su propio negocio editorial en los Estados Unidos[20].

     Aunque no son cosas que puedan aclararse en las breves anotaciones de un diario, del de Conklin puede colegirse que su misión era la de estar al tanto de la recaudación y, sobre todo, del trasvase de los fondos a los bancos e instituciones irlandeses, llevar de ello la oportuna contabilidad y hacer llegar los datos directamente a monseñor Fogarty, como uno de los tres fiduciarios[21] de la emisión de bonos. Una vez revisada su labor por el Obispo, mi amigo solía trasladarse a Limerick para exponer la situación al señor O’Mara y entregarle una copia de las cuentas. Conklin escribía:

     Fogarty se mostraba muy satisfecho de mi trabajo y reserva pues -no me cabe duda- albergó en principio ciertas suspicacias, como consecuencia de mi abrupta salida de St. Patrick. Con todo, para avivar mi fidelidad, no dejaba de encarecerme lo bien que estaba viniendo la ayuda de los irlandeses de América para ayudar a las muchas víctimas de la rebelión irlandesa: a las familias de los muertos; a los heridos; a quienes veían perdidas sus cosechas o incendiadas sus casas; a los que necesitaban pasaje en un barco para huir y salvar su vida. Llegó a afirmar que no se hacían distingos entre los dos bandos contendientes, ni por el hecho de ser, o no, católicos: A todos procuraba llegarse aunque, lógicamente, primero a las ovejas de nuestro rebaño. No dudo tampoco de la especial prioridad de los pastores, a juzgar por algunas evidencias que tenía en mi propia diócesis.

     En cualquier caso, Mick pasaba por alto lo que él llamaba pecadillos o ligerezas casi inevitables, tales como las citadas preferencias. Le tranquilizaba el hecho de que, en paralelo a la emisión de los bonos de la responsabilidad de su obispo, el Sinn Féin emitía otros que, en unión de los impuestos que bajo coacción recaudaba, parecían servir para subvenir a las necesidades políticas y militares de los rebeldes, dejando que los ingresos americanos siguiesen su prometido sendero caritativo. Esa confianza se mostró errada un día de marzo de 1920, cuando Conklin coincidió en casa de O’Mara con Michael Collins[22], nada menos. La irrupción precipitada de Collins en el despacho en que estaban departiendo Conklin y O’Mara impidió a este tomar medidas para que no se encontrasen los otros dos hombres. A mayores, hechas las presentaciones y sabido por el recién llegado que el sacerdote era del Killaloe team[23], Collins felicitó a mi amigo por el excelente trabajo que estaban realizando, hasta el punto de que el dinero fluía con más rapidez que las posibilidades de invertirlo. Acompañó este sorprendente comentario con un guiño de ojos, lo que acabó por convencer a Conklin de que aquel violento héroe -que el clérigo consideraba un asesino, como por entonces lo reconocían muchos otros irlandeses- se estaba refiriendo a que buena parte del dinero del Obispo no iba a auxiliar a las víctimas del conflicto armado, sino a la compra de armas y productos explosivos, que no siempre podían adquirirse en el mercado negro en importantes cantidades, aunque se dispusiera del dinero preciso para adquirirlos. Mick[24], disimulando cuanto pudo el estupor y la vergüenza, se limitó a agradecer a Collins las palabras elogiosas para su trabajo, que prometió transmitir a Monseñor Fogarty.


     En su diario escribió:

     Por unos días, estuve reflexionando qué hacer. Hasta pasó por mi cabeza denunciar a la Policía lo que estaba sucediendo. También pensé en visitar a Monseñor Logue[25], cuya Carta pastoral del año diecisiete[26] tan contraria era a que los hombres de Iglesia se mezclaran en acciones violentas o análogas. Pero la experiencia que ya atesoraba sobre la ineficacia de las normas en Irlanda -empezando por las de los Evangelios- me movió a tomar una resolución final, que no llegaba más allá de mantenerme al margen de aquella patraña de los bonos. Me presenté ante Fogarty y, recordándole sus propias palabras, le indiqué que había llegado a alcanzar un gran interés en dedicarme a la cura de almas en una parroquia lejana. Muy extrañado, me preguntó por la razón de tan repentino deseo, a lo que simplemente le respondí: Hace unos días, estuve hablando con Michael Collins de nuestro trabajo aquí. El Obispo se puso colorado como la grana y rezongó: En una semana te buscaré un destino que responda a tus anhelos.







3.      Tercera estación: Sangre en la escalinata



     El destino que respondería a los anhelos del Padre Conklin resultó ser la parroquia de Carrigaholt[27], un pintoresco pueblecito de pescadores, junto al estuario del Shannon. La comunidad, totalmente de habla gaélica, era pastoreada desde la iglesia de la Bienaventurada Virgen María[28], por el párroco Uinsean Fermoyle, un rubicundo y agradable cincuentón, que llevaba quince años en la misma sede. Más adelante, Mick llegaría a saber que era uno de los sacerdotes más sinnféiners de la diócesis, lo que ya era decir en aquella época y zona. Con todo y las advertencias que seguramente le había hecho Monseñor Fogarty, recibió afectuosamente a su nuevo coadjutor, le cedió una buena habitación en el piso alto de la casa rectoral y -lo que hizo feliz a Mick- le encargó de las clases de religión de la escuela del pueblo, levantada a la orilla del mar a finales del siglo XIX[29]. Al saberse de su excelente formación matemática, los maestros de niños y niñas le ofrecieron la posibilidad de dar algunas clases de refuerzo en la materia, lo que Conklin aceptó, sin compromiso de fechas.

     Liberado de la función de predicar, hasta tanto perfeccionaba su irlandés dialectal, pocas ocasiones tenía la prudencia de Mick de ponerse a prueba, en lo tocante a sus opiniones políticas. Con los niños podía explayarse, abriéndoles los ojos a una felicidad sin distingos de estirpes o banderas, e insistiendo en el carácter sagrado de la vida y en la necesidad de solucionar los conflictos por la vía del diálogo y la concesión. Era puro Evangelio -decía-, que esperaba calaría en aquellas almas infantiles cuando llegasen a la edad de empuñar arados o espadas.

     Para lo que referiré a continuación, interesan algunas precisiones que Mick recogió en su diario:

     La 1ª División del Oeste del IRA estaba dividida en tres Brigadas para el condado de Clare: Oriental, Central y Occidental. Como es lógico, Carrigaholt correspondía a la Brigada de Clare Oeste, que mandaba a la sazón el Comandante Art O’Donnell. La península de Loop Head, donde se halla Carrigaholt, dependía, a su vez, del 8º Batallón, que dirigía Eamon Fennell. Aunque Carrigaholt y su entorno no eran tan importantes como para albergar una Compañía del IRA, se rumoreaba con insistencia que en aquella zona hacía y deshacía casi autónomamente uno de los subjefes del citado batallón, al que luego me referiré. En otro orden de cosas, funcionaba en el pueblo uno de los tribunales del Gobierno Provisional Irlandés, presidido por el famoso parlamentario y escritor, Brian O’Higgins[30] y, en ocasiones, el propio Art O’Donnell impartía justicia mediante arbitraje de las disputas. En el lado contrario, aparte las visitas esporádicas que rendían los ominosos Auxiliares y Black&Tans[31], hasta agosto del año veinte Carrigaholt contó con un cuartelillo del RIC[32], cuyos efectivos eran de un sargento y cuatro policías, estando vacante el puesto de Inspector[33].

     Seguía el diario indicando la tremenda situación de tensión en que se hallaban aquellos policías y sus familias, irlandeses de pura cepa y, en general, católicos, viviendo en medio de una población hostil y amenazados de muerte por el IRA, desde el año anterior. Bien es cierto que, durante algún tiempo, las reticencias de la Iglesia y de la rama menos violenta de los republicanos condicionaban el atentado a que los agentes hubieran sido previamente avisados, en atención a su conducta excesivamente beligerante o violenta hacia sus antagonistas. Pero todo ello saltó por los aires, en el propio condado de Clare, a raíz del llamado Domingo Sangriento de Kilmihil[34], una pequeña localidad muy próxima a Carrigaholt. Mick lo relataba así:

     La asistencia a la Misa dominical de los policías había llegado a ser una odisea. Ni siquiera el cumplimiento del precepto eclesiástico estaba libre de peligros, pese a que la mayoría de los feligreses veía con malos ojos la amenaza. Esta se cumplió en Kilmihil, en la mañana del 18 de abril del corriente año[35], cuando la comitiva de policías católicos fue tiroteada a la salida de Misa, cerca de la iglesia. Murió uno de los policías y varios resultaron heridos. Al repeler el fuego, o como posterior represalia, uno de los agresores de la fuerza pública también falleció. No ha habido, que yo sepa, la grave sanción eclesiástica que merecía tan cruel conducta, lo que puede hacer pensar que nuestro Obispo tiene en muy poco, no solo la vida humana, sino el carácter sagrado de las iglesias y su entorno, así como el cumplimiento de los Mandamientos de nuestra Santa Madre. Quiera Dios que no acabe por suceder otro tanto en nuestra parroquia. Por de pronto, aquí no se da, como en Kilmihil, la práctica de que los policías vengan a Misa en grupo y con escolta armada a la puerta. Hasta ahora, no me había fijado en si lo hacían de forma individual, o por familias. El Padre Fermoyle me ha indicado que esto último es lo que hacen dos o tres de los agentes que forman la guarnición de Carrigaholt.

     Durante un par de meses, la impresión por lo de Kilmihil y, tal vez, las tímidas admoniciones de los eclesiásticos, parecieron imponer el respeto hacia quienes acudían a Misa. Pero, cuando ya se había corrido la especie de que los RIC[36] abandonarían Kilmihil para reagruparse con otros compañeros en Kilkee, sobrevino el tiroteo del domingo, 1 de agosto, a la entrada de Misa. El policía Hugh Murphy, que, en unión de su novia, subía la escalinata de la iglesia para acceder al interior de esta, fue alcanzado en el hombro por un disparo de escopeta realizado por un individuo, apostado entre los árboles del campo parroquial. Casualmente, Mick se hallaba en el lugar, segando el césped, en tanto el Padre Fermoyle se disponía a oficiar, como era lo habitual. Dejemos nuevamente la palabra al diario de mi amigo:

     Bien fuera por desinterés, bien por miedo a que se produjeran nuevos disparos, ninguno de los concurrentes se acercó a prestar auxilio a Murphy, no siendo su novia, llamada Siobhán, y yo mismo. Aunque la herida no revestía especial gravedad, sangraba abundantemente y los gritos de Siobhán, movían a compasión, pero insisto en que nadie se sintió impulsado a prestar auxilio. Entre los dos, ayudamos a Murphy en la rectoral, donde limpié y vendé la herida, mientras su novia iba a buscar al médico, cosa facilitada por el hecho de que, en esos mismos momentos, estaba llegando a Santa María para oír Misa. Completó hábilmente mi trabajo y, seguidamente, Siobhán y yo acompañamos al herido hasta el cuartel de la Policía, donde se produjo la alarma e indignación que eran de suponer. Pedí hablar a solas con el Sargento y le rogué que, con independencia de las investigaciones pertinentes, hiciese lo posible por evitar la excitación de sus hombres y, sobre todo, que el hecho llegara inmediatamente a oídos del Ejército o de los Black&Tans. Nada habría sido peor ni más inútil que las represalias indiscriminadas. El Sargento Barry me lo prometió, agregando: Eso ha sido cosa de Ailín McDermott, que se la tenía jurada.

     Cuando Mick regresó a la rectoral, la Misa hacía tiempo que había finalizado. Encontró al Párroco dispuesto a dar su paseo diario hasta el Castillo[37]. Decidió acompañarlo para tratar con él de lo sucedido, a más de informarle sobre el estado del Sargento. Como es lógico, Fermoyle se congratuló de que la herida no revistiese compromiso vital, pero desechó la sugerencia de poner el hecho en conocimiento del Obispo. Pueden resultar de interés los argumentos que ofreció:

     Dijo que, mientras no se supiera el autor del disparo, no le parecía oportuno preocupar al Señor Obispo por un incidente sin graves consecuencias, que no tenía con la iglesia otra conexión que la de haberse producido en sus inmediaciones. Añadió que, por si acaso el incidente tenía un trasfondo político, ya se había referido a él en la predicación, encareciendo el respeto que debía guardarse a todos cuantos acudieran a rendir culto a Dios. De forma un tanto irónica le repliqué que, tal vez, Monseñor Fogarty quisiera seguir la senda del Obispo de Cork, que acababa de anunciar un extenso decreto de excomunión, a raíz del asesinato de un Sargento de la Policía, tiroteado en el pórtico de la iglesia de Bandon[38]. Fermoyle sonrió, indicándome que no creía que el Obispo de Killaloe participase de las rotundas ideas del de Cork, que tampoco él mismo compartía, entendiendo que tan drásticas medidas no harían sino poner a la población en contra de la Iglesia, sin conseguir que el IRA diese su brazo a torcer pues -literalmente- los hombres de iglesia tenemos muy poca influencia sobre ellos. Yo insistí en que, si no comunicaba él los hechos a Monseñor Fogarty, lo haría yo, a lo que me contestó de manera hosca que me enterase bien de las desavenencias personales entre Murphy y McDermott, antes de meterme en líos. Comoquiera que la sibilina alusión de mi compañero parecía coincidir con la convicción del Sargento Barry, decidí informarme previamente a visitar al Obispo.

     No sé si le habría sido fácil a Mick alcanzar tal información. Lo cierto es que la misma le llegó de manera imprevista y por una testigo de plena confianza, como seguidamente tendré ocasión de exponer.








4.      Cuarta estación: El secreto de confesión

    

     Como ya sabemos, la predicación era la gran limitación que al Padre Conklin le imponía su deficiente uso del gaélico. Misa dominical, novenas y conmemoraciones de los santos le estaban, por ello, vedadas. En cambio, Fermoyle le asignó la mayor parte del tiempo de confesonario pues, según él, sería un buen banco de pruebas para perfeccionar su irlandés. En último extremo -como le había dicho medio en broma a su coadjutor- muchos de los penitentes agradecerían que no se enterase muy a fondo de sus pecados.

     Tal vez por eso, la joven Peig Roscommon se acercó muy de mañana a la iglesia para confesar con el Padre Conklin y, seguidamente, oír la misa de las siete y media, que él mismo oficiaba. Era el lunes siguiente a la fiesta de la Asunción de la Virgen, Patrona de la parroquia[39]. El sacerdote dejó plasmada en su diario esta confesión, de la siguiente forma:

     Se sentía pecadora porque, el pasado 1 de agosto, había acompañado al individuo comisionado por el IRA para disparar contra el Sargento Murphy, con orden de matarlo. Como dicho criminal era forastero y no conocía de vista al policía, fue Peig quien le indicó el mejor lugar para apostarse y le hizo luego una seña cuando Murphy iniciaba la subida de la escalinata. Habían contado con ella como hermana del quartermaster[40] del batallón del IRA en esta zona. Sin necesidad de que le pidiera la aclaración, me hizo saber que no había sido su hermano quien ordenó el atentado, sino Ailín McDermott, el sanguinario subjefe del 8º Batallón, que era quien hacía y deshacía en Carrigaholt y su comarca, según opinión general. Recordando entonces las alusiones del Sargento y del propio Fermoyle a que, entre Murphy y McDermott, había desavenencias personales y a que este se la tenía jurada a aquel, pregunté a Peig qué podría llevar a un hombre -por muy violento que fuese- a ordenar la muerte de otro, un simple policía que ningún mal le había hecho. Ella me contestó que Siobhán O’Rourke era la causa de la enemistad, por una cuestión de celos. Al disgusto que provocaba el que una muchacha irlandesa entrase en relaciones con un agente del orden, por muy irlandés y moderado que fuese, se añadía en este caso el que la joven y McDermott habían tonteado cuando adolescentes.

     Días más tarde, se cerró el cuartel de la Policía en Carrigaholt y desapareció el último resorte ordinario del poder británico en el pueblo. A partir de entonces, solo las visitas esporádicas y ominosas del Ejército o los Black&Tans recordaban que aquel rincón de Irlanda seguía bajo la férula de la Corona. Los sinnféiners Brian O’Higgins y Eamon Fennell pasaron, de facto, a ser las Autoridades civil y militar del lugar[41]. El Capitán McDermott reapareció a plena luz del día, alternando sus estancias entre Carrigaholt y Doonaha.

     En tales circunstancias, la confrontación armada en la localidad y, en general, en la península de Loop Head tenía que ser buscada de propósito por el IRA, bien para hacerse con las armas de que tan escaso andaba, bien para causar bajas a policías o militares adversos. Muy cerca -en el espacio y en el tiempo- de la confesión de Peig Roscommon se produjo una de las más sangrientas y famosas emboscadas del IRA a las fuerzas de la Corona: la de Rineen, del 22 de septiembre de 1920, en las cercanías de Drummin, con el resultado de seis policías muertos, más los cinco civiles que los Black&Tans asesinaron durante las represalias[42]. Y, si cito este episodio, es por la impresión y efecto que produjo en Mick, como se refleja en su diario:

     Una vez más, tuve ocasión de constatar la tibieza de la reacción de Monseñor Fogarty, en la línea desgraciadamente usual entre nuestros Obispos[43]. He leído con detenimiento las recientes palabras de nuestro Primado, el Cardenal Logue, oponiéndose frontalmente a las campañas del IRA y de las Fuerzas británicas de asesinar al contrario en nombre de la libertad, el orden o la represalia, y estoy dispuesto a procurar que se haga justicia, sin esperar más a que se conmueva mi Prelado. Lo de Rineen no puede repetirse: Unos matan casi a mansalva y huyen, mientras otros, sin oposición y por venganza, matan o dejan en la ruina a personas inocentes.

     Si lo de Rineen no se repitió en las proximidades de Carrigaholt, fue gracias a la intervención de mi amigo Conklin, aunque él lo ignorase hasta algún tiempo después. En un primer momento, solo pensó en dar un escarmiento a McDermott, cuya vida sentimental parecía estar en la misma línea violenta que manifestaba en el orden político. La señorita Roscommon -que debía de haber tomado confianza con Mick- volvió a sincerarse en confesión. Él lo recoge así en su diario:

     En vísperas de las celebraciones de los Santos y los difuntos, Peig acudió al confesonario en lo que yo entendí, más como petición de ayuda, que no reconocimiento de pecado. Relató que, desde hacía unos meses, venía manteniendo relaciones íntimas con Ailín McDermott, movida del temor reverencial -o miedo, a secas- que su familia y ella tienen al susodicho, apoyado en todo por el hermano de ella, también uno de los jefes del Batallón del IRA en la zona. Para mayor precisión de la confesión, le pregunté cuántas veces habían consumado la unión, a lo que ella me dijo que, al principio, había sido de manera esporádica, por temor a ser detenido por la Policía, pero que, al abandonar esta el puesto de Carrigaholt, las visitas se habían hecho más frecuentes, casi siempre en viernes o sábado. Yo, además de animarla a que resistiera y de darle la absolución, le sugerí que hablase con el Padre Fermoyle, cuyo ascendiente entre sus feligreses era proverbial. Peig me pidió que, ya que yo conocía su falta, no la obligase a pasar por la vergüenza adicional de dar la cara ante el párroco, de manera que fuese yo quien se lo pidiera. Con malicia, aunque no con premeditación, acepté el encargo, con la observación de que sería mejor que Fermoyle pudiese hablar de una sola vez a todos los implicados, incluyendo a McDermott, que era el principal destinatario de la reprensión. Peig me hizo saber que, salvo cambio de planes de última hora, iría a su casa el próximo día 16 de noviembre[44], dado que ella celebraba su onomástica y él le había prometido que asistiría a la fiesta familiar. Yo le hice ver lo inadecuado del momento para aparecer y soltar una reprimenda, cosa en que convino, quedando ambos en que sería mejor dejar la visita del párroco para una mejor ocasión.

     El paso siguiente de Mick, ya completamente decidido a pararle los pies a McDermott, sin abdicar la tarea en el imprevisible Padre Fermoyle, fue la de aprovechar la tarde del domingo anterior para llegarse a Kilkee y visitar al policía Murphy, con la disculpa de interesarse por el estado de su herida. Naturalmente, sin referirse a la fuente de conocimiento, le manifestó que sabía con certeza que Ailín McDermott había sido el inductor del atentado contra él, así como que, si estaban interesados en detenerlo, lo podían hacer a la tarde del martes siguiente en el domicilio de la familia Roscommon. Murphy tomó buena nota y prometió al sacerdote mantener el anonimato de la denuncia. De manera jocosa, Mick escribió que tanta reserva le costó cien libras, que era el precio que las Autoridades británicas habían puesto por la entrega de McDermott[45]. De haber pasado un par de semanas más, la recompensa habría sido, sin duda, muy superior pues estaba en marcha un golpe dirigido por McDermott, similar al del 4º Batallón[46] en Rineen, atacando el convoy policial que hacía el relevo de la fuerza entre Kilrush y Kilkee[47]. La leyenda heroica del IRA cuenta que la oportunidad fue desbaratada por la simple detención del activista que iba a dirigir la operación, pero es más cierto que, una vez detenido, McDermott confesó con todo detalle -seguramente, bajo tortura- lo que se estaba preparando, por lo que no hubo más remedio que abortar la emboscada.

     Quiero añadir que la detención de Ailín fue consumada, de forma tan sorpresiva, que no fue necesario hacer uso de las armas. El detenido fue trasladado al cuartel de la Policía de Limerick y, tras juicio sumario, fue pasado por las armas a finales de diciembre de 1920. Uno de los cargos más graves fue, naturalmente, la tentativa de asalto al convoy, a que he hecho referencia.

     Para entonces, el Padre Conklin estaba ya, como quien dice, haciendo las maletas para trasladarse a Cork. Las razones y las consecuencias de tal viaje quedarán expuestas en el capítulo siguiente.





5.      Quinta estación: El abandono de los mejores

      

     La gota que desbordó el vaso fue el entierro de McDermott, el penúltimo día del año. La habitual parafernalia de las honras fúnebres por los miembros del IRA ejecutados o fallecidos en combate o en huelga de hambre, hubo de abreviarse en este caso, debido a la demora de las Autoridades británicas en entregar a la familia el cuerpo del fusilado. Con todo, y sin abrir el ataúd en ningún momento, se procedió a la colocación sobre el féretro de la bandera republicana de Irlanda, con formación de honor de compañeros armados y descargas de fusilería de duelo, todo ello en el cementerio de Kilkrony, distante de la iglesia cosa de una milla. Hasta llegar esos momentos puramente profanos, hubo en Santa María, atiborrada de fieles -que se desparramaban por el campo de la parroquia y la escalinata de acceso-, un funeral corpore insepulto, oficiado por los párrocos de Carrigaholt y Doonaha[48], así como el propio Mick. Dejemos que sea este quien exprese sus impresiones, tal y como las recogió en su diario:





     El inevitable elogio fúnebre que se dispensa, con mayor o menor justicia, a todo difunto se llevó en este caso por derroteros de patriotismo, valor y sacrificio, que tal parecía que el finado McDermott había combatido para salvar a sus compatriotas de los microbios de la tuberculosis, o que hubiese muerto por rescatar a algunos pescadores de perecer ahogados. Luego, el cortejo hasta el cementerio, con cruz alzada y cara compungida, el coche fúnebre entre hombres armados y una larguísima cola de acompañantes, se me hicieron insufribles, al recordar que, si yo no hubiese tomado parte en la marcha de los acontecimientos, seguramente el muerto estaría bien vivo. Finalmente, nuestra presencia sacerdotal, mientras el IRA hacía su manifestación de fuerza y garrulería, acabó con mi paciencia. Cuando, bien caída la noche, regresamos a la casa rectoral, tomé un bocado en la cocina y subí inmediatamente a mi dormitorio. Supongo que el hecho de que ni me despidiese de él, haría comprender a Fermoyle las razones de mi enfado.

     En clara coincidencia cronológica, Mick Conklin se sintió sacudido, como otros muchos[49], por el decreto del Obispo Cohalan, de Cork, que excomulgaba a cualquiera que, en la diócesis de Cork y a partir de entonces[50], organizara o tomase parte en emboscadas o asesinato, o meramente intentase este. Reconfortado, sin duda, por aquel rasgo episcopal, pasada la festividad de Año Nuevo, se ausentó de la parroquia para ser recibido en audiencia por su obispo, Monseñor Fogarty, llevando la pretensión de que le concediese una licencia de, al menos, tres meses, para llevar a cabo un retiro espiritual y tratar de poner en orden su conciencia. Como es natural, Mick no fue muy detallado en este punto, pero el diario revela que:

     Aunque Fogarty comprendió inmediatamente cuáles eran las tensiones que atribulaban mi alma, no pareció dispuesto a darme lo que le pedía, alegando que Carrigaholt era una parroquia lo suficientemente tranquila, como para simultanear su atención y mis introspecciones. No tuve más remedio que insinuarle mi inclinación a denunciar en la prensa británica la condescendencia en la diócesis de Killaloe con los crímenes del IRA. En ese mismo momento dio por terminada nuestra entrevista, diciéndome que podía contar con la licencia trimestral solicitada, tiempo que él emplearía, a su vez, en interesar del Arzobispo de Dublín que me recuperara como sacerdote de su diócesis, librándolo a él de tan extremista e indisciplinado presbítero.

***

     La ejecución de Ailín McDermott, aunque la juzgase proporcional a sus crímenes, no dejó de producir en el ánimo de Mick una profunda impresión, que vino a unirse a sus crecientes dudas acerca de seguir ejerciendo el sacerdocio en las condiciones de violencia y división que se daban en Irlanda. La carta de licencia que se le extendió indicaba que pasaría el trimestre en su casa familiar de Dublín, pero decidió iniciar el permiso visitando al obispo Cohalan de Cork. Su valiente actitud frente a todo tipo de crímenes políticos se lo presentaba como un alma gemela, por más que no lo conociese mas que de referencia. Por tanto, vistió traje de laico y, sin volver a Carrigaholt, tomó en Ennis el autobús de Limerick y, desde aquí, el tren hasta Cork.

     Al llegar a su destino, Mick quedó sobrecogido por la devastación y ruina que se respiraba en el centro de la ciudad, por efecto del incendio causado intencionadamente por los Auxiliares y Black and Tans, un mes antes[51]. Contemplando la magnitud de la represalia, todavía le resultaba más admirable que el Obispo, sin dejar de condenar esta, se hubiera atrevido a excomulgar a quienes hubiesen participado de la emboscada que desencadenó tamaña venganza. Alquiló una habitación en una modesta pensión junto al brazo izquierdo del río Lee, donde dejó el equipaje, siguiendo camino hasta la catedral católica, con la pretensión de pedir audiencia al obispo. Comoquiera que, a pesar de su condición sacerdotal, no se lo pusieran fácil, se enteró de la hora en que Monseñor Cohalan decía misa a diario, gracias a lo cual -y a aludir a su anterior condición de profesor en St. Patrick, así como a que estaba solo de paso por Cork- consiguió que el prelado le hiciera un hueco en su agenda, en la tarde del día siguiente.

     Cohalan era casi coetáneo de Fogarty, si bien su apariencia era mucho menos distinguida que la de su colega de Killaloe: de estatura poco más que mediana, calvo, rostro redondo, gafas de montura apenas conspicua, sotana excesivamente corta y complexión asténica, solo lo penetrante de su mirada resaltaba a simple vista. Pero bien sabía Mick que se las tenía con un espíritu firme, un obispo sin concesiones que, por otra parte, estaba pasando uno de los momentos más duros de su vida[52]




     Dejemos que sea el propio Conklin quien nos resuma parte de la entrevista:

     Una vez le hube hecho el resumen de mi breve vida sacerdotal y de las razones por las que había decidido pedir su opinión, Monseñor me hizo ver lo inadecuado que era -canónicamente hablando- pedir consejo espiritual a un obispo que, ni era el propio, ni aquel en cuya diócesis se venía ejerciendo. Ahora bien, si me decidía a dar a nuestra charla el carácter de una confesión, muy gustosamente acogería mis preocupaciones y procuraría darme ayuda y respuesta, en nombre de Dios, Nuestro Señor. Naturalmente, acepté la sugerencia y, ya en modo sacramental, aunque sin formalidades externas, volví a exponerle lo sustancial de cuanto antes le había relatado. Al concluir, me indicó que había dos cuestiones diferentes a tratar. En cuanto a una de ellas, la de mi actitud crítica hacia la violencia ejercida por el IRA en nombre del patriotismo y de la libertad, opinaba de forma parecida a mí y no creía que fuera otro el sentir de la mayoría de los obispos de Irlanda y de muchos de sus sacerdotes, entre otras cosas, porque el enfrentamiento no era solo con los ingleses, sino con muchos irlandeses que no compartían los ideales de la absoluta independencia, o la forma violenta de conseguirla. No dejaba de reconocer que la condena de la violencia estaba siendo silenciada en exceso por el miedo o una mal entendida prudencia, pero esa reprensible tibieza no podía ser impuesta por disciplina eclesiástica, ni los cristianos tenían que tenerla por la posición oficial de la Iglesia Católica, que solo el Papa y, bajo él, el Primado de Irlanda y el Sínodo episcopal de la Isla, podían establecer. En consecuencia, me exhortaba a permanecer fiel al quinto mandamiento y al Evangelio, sufriendo con paciencia las consecuencias de tal fidelidad.

     Por lo que hacía a mi incumplimiento del secreto de confesión y la consecuencia mortal que acabó teniendo el mismo, Monseñor Cohalan reconoció que, pese a las indudables atenuantes que tan grave infracción tenía, la misma era moral y canónicamente indisculpable. En el primer aspecto, como pecado reservado[53], me aconsejaba confesarlo con el arzobispo de Dublín, quien vería de adoptar las oportunas sanciones disciplinarias…

     … Me despidió afectuosamente, prometiendo que me tendría presente en sus oraciones. Todavía, a la puerta de su despacho, hasta donde me acompañó, y mientras me daba a besar su anillo, susurró: No olvide que esta tribulación pasará, y no tardando. No tome, pues, una resolución definitiva por el momento.

***

     No ocultaba Mick su temor a la recepción por Monseñor Walsh[54]. A la gravedad de su pecado, añadía la sospechada proclividad del prelado de Dublín hacia el independentismo[55], así como la más que probable carta que Fogarty habría enviado a Dublín, en los términos negativos que ya había avisado. Para evitar agravar aún más las cosas, Conklin descartó aludir a su entrevista previa con el obispo Cohalan, decidiendo presentarse ante Walsh como si lo hubiese hecho sin ser aconsejado en tal sentido.

     Contra lo imaginado, el Arzobispo reaccionó de manera mesurada. Escuchó con leves interrupciones el relato de Mick y lo emplazó para recibir la contestación, una semana más tarde. Entre tanto, y cayendo muy adelantada la cuaresma en aquel año de 1921[56], tuvo la satisfacción de leer el mensaje cuaresmal de Monseñor Logue, el Cardenal Primado de toda Irlanda, en el que se denunciaban vigorosamente los asesinatos, cualquiera que fuese la persona que los cometiera. También lo fortaleció la recepción de sus padres, que se mostraron dispuestos a recibirlo en la casa y en el negocio familiar, pues antes es tu conciencia que todos los obispos del orbe, según expresión de su madre.

     A la semana siguiente, el Arzobispo ya tenía preparada la sentencia para Mick. Este lo reflejaba así en el diario:

     Con la finalidad de que nada trascendiera del caso -pues podía peligrar mi integridad-, no habría expediente ni sanción por escrito, siempre que yo me aquietara con lo que, con ánimo de corrección paterna, me impondría Su Reverencia: Tres años sin poder confesar y mi destino a una parroquia lejana, naturalmente distinta de aquella en que había cometido el pecado. Me manifestó que, si por él fuera, me enviaría lejos de Dublín, para que la sanción tuviese algo de efectivo castigo, pero que no se atrevía a traspasar la responsabilidad a un obispo distinto de él. Se me ocurrió entonces -y tiempo tendría luego de arrepentirme de la ocurrencia- que me trasladase a la diócesis de Cork, pues había tenido la oportunidad recientemente de conocer a Monseñor Cohalan y ambos habíamos congeniado. Walsh sonrió y me dijo que, si yo obtenía el consentimiento del obispo corky[57], por él, encantado. Ni que decir tiene que llamé inmediatamente por teléfono al prelado, que tuvo la gentileza de aceptar el encargo, de lo que mandó al arzobispo Walsh un documento acreditativo.

     El Padre Conklin se incorporó a su nueva parroquia de Cork a mediados de abril de 1921. Aunque por la ferocidad de la lucha no lo pareciera, no estaba lejos la tregua o alto el fuego entre el IRA y las fuerzas de la Corona[58]. El condado de Cork era uno de los más nacionalistas, si bien su lejanía de Dublín y su extensión limitaban mucho la presencia y esfuerzo del Gobierno británico para seguir manteniéndolo como verdadero territorio sujeto a su soberanía. Temiendo que la experiencia de Mick en el Condado fuese nefasta, si lo destinaba a una iglesia rural, Monseñor Cohalan lo introdujo en la parroquia urbana de San Vicente de Paul, con el encargo adicional de enseñar matemáticas en el colegio que las Hermanas de la Presentación tenían abierto en Mallow Lane. Cuando Mick le dio las gracias por la gentileza de mantenerlo en el ámbito de la ciudad de Cork, Cohalan le contestó con una frase que se le quedó grabada y recogió en su diario:

-          Vendrán días mejores para Irlanda y, en previsión, hemos de evitar que la abandonen los mejores de sus hijos.





6.      Sexta estación: Morir en el Condado propio



     Apenas había tenido tiempo Mick de hacerse a su ambiente y deberes en Cork, cuando se produjo la tregua entre el Sinn Féin y el Gobierno británico, que ponía fin temporalmente a las hostilidades y abría obvio camino hacia la autonomía irlandesa, en términos parecidos a la de los Dominios[59] del Reino Unido. El desarrollo de las conversaciones de Londres, hasta concluir con el Tratado del 6 de diciembre de 1921, cambió radicalmente la opinión de Mick -y la de muchísimos otros- sobre Michael Collins y, no digamos, lo que sucedió después. La gran mayoría del pueblo y de los obispos y demás clérigos católicos apoyaron sin ambages la ratificación del Tratado y la creación del Estado Libre de Irlanda. No solo el avance hacia mayores cotas de libertad era enorme, sino que resultaba evidente que habría de traer la independencia a medio plazo. En todo caso, nada de lo pactado justificaba mantener una especie de guerra -con todas las de perder para los republicanos- y, menos aún, la guerra civil entre irlandeses, que preconizaban De Valera y buena parte de los jefes del IRA. Cuando, pese a todo, se desataron las violencias en la primavera de 1922, diversas partes de la Isla quedaron en estado de insurrección contra el Gobierno Provisional de Irlanda. Los partidarios de este pusieron su confianza en la capacidad militar de Collins y los suyos, y a fe que demostraron sobradamente su eficacia: en un par de meses, los irreductibles del IRA fueron sometidos, salvo -precisamente- en el suroeste, en particular, los condados de Kerry y Cork, extensos y accidentados. Mick escribía:

     Es como si hubiésemos de sufrir por nuestros pecados la maldición que, medio en broma, se dice que pesa sobre los irlandeses: Que no tenemos otra convicción política que la de enfrentarnos con el Gobierno de turno, sea el que fuere. Hablar con los levantiscos es una tarea inútil. Los más valientes de entre ellos son envejecidos pistoleros, o barbilampiños que ponen su honor en el gatillo, o recalcitrantes fenianos que no soportan que los hayan descabalgado del poder. Es inútil recordarles que elecciones y plebiscitos los colocan en una clarísima inferioridad, o que están levantando una muralla insuperable en el Ulster. Yo dedico todas mis catequesis, homilías y charlas a predicar -en el desierto- la paz y la prudencia, pero, en el fondo, no abrigo otra esperanza que la de que llegue aquí Collins y acabe con todos estos cabezas de piedra, como solo él sabe hacerlo.

     Desgraciadamente para Collins y para Irlanda, el General en Jefe no cayó sobre Cork con toda su fuerza militar, sino en una especie de descubierta que nadie podía entender, aparte de él. Fue entonces cuando, a las advertencias de sus adeptos, respondió, con su sentido del honor habitual, que no iban a matarlo en su propio Condado[60]. Su optimismo resultó infundado y, a última hora de la tarde del 22 de agosto de 1922, fue emboscado, tiroteado y muerto.



***

     Aquel crimen significó para el Padre Conklin la última estación de su viacrucis en Irlanda. Le resultaba imposible desarrollar su ministerio con el mínimo de sinceridad y benevolencia que él consideraba imprescindibles. Tras comunicarlo a Monseñor Cohalan, escribió al Arzobispo Byrne[61], solicitando que le autorizase, por razones de conciencia, a trasladar sus tareas sacerdotales a cualquier diócesis del mundo católico fuera de las islas británicas, como por otra parte era frecuente, a consecuencia de ser el número de presbíteros irlandeses claramente superior al que la Isla precisaba. Al pasar un mes sin recibir contestación, Cohalan le recomendó que viajase hasta Dublín, para hacer la gestión en persona. Al propio tiempo, el Obispo de Cork le prometió exponer su caso al Primado Logue, entendiendo que, por tratarse de un caso de traslado fuera de Irlanda, también convenía obtener el beneplácito de la máxima autoridad de la Iglesia local.

     Fue en aquellos momentos de tensión, cuando me encontré casualmente con Mick en la calle O’Connell. Estaba muy ilusionado por la entrevista que acababa de tener con el Presidente del Colegio de Maynooth, Monseñor MacCaffrey[62], que parecía abrirle las puertas de un esperanzador traslado a la archidiócesis australiana de Melbourne. La razón de ser era recogida de este modo en el diario:

     Tuve la ocurrencia de visitar en St. Patrick al Presidente, cuyas influencias en la Iglesia, dentro y fuera de Irlanda, son archiconocidas. Me recibió de manera inmediata y muy cariñosa: Se ve que el agua corrida bajo los puentes de nuestro país desde la primavera de 1919 le ha cambiado su forma de pensar. Lamentó haberme despedido del Colegio por defender la apoliticidad de nuestros alumnos y reconoció que, de aquellos polvos de nacionalismo e indisciplina, han venido los actuales lodos de marginación social de la Iglesia y tremenda guerra civil. Al informarle de que me hallaba en la tesitura de salir de Irlanda o de abandonar el sacerdocio, abrió un cajón de su mesa de despacho y sacó una carta, que dijo ser del arzobispo Mannix[63], en la que le pedía recomendaciones de profesores para un gran Seminario que iba a abrir para Navidad en Melbourne[64]. Me ofreció la posibilidad de indicar mi nombre como profesor de Matemáticas y sacerdote curtido y baqueteado en las luchas irlandesas. Yo acepté de muy buen grado y él quedó en ponerse también en contacto con el Arzobispo de Dublín para que no pusiera ningún obstáculo a mi marcha, si Mannix finalmente aceptaba mi candidatura.

     Como la cosa prometía y hacía mucho tiempo que no nos habíamos visto, invité a Mick a tomar unas cervezas en Mulligan’s. Estuvimos charlando casi dos horas, constatando nuestra total coincidencia de pareceres en cuanto a lo absurdo de la guerra y a la responsabilidad que en ella había tenido buena parte de la Iglesia católica de Irlanda, jugando a conseguir popularidad e influencia con el independentismo, aunque el mismo fuese violento, excluyente y, en el fondo, innecesario. Mick, que era buen conocedor de la historia eclesiástica, comentó con amargura:

-          Es lo de siempre: la religión se dedica a bendecir los cañones y a rezar por la victoria, en vez de recordar el quinto mandamiento y actuar en consecuencia.

     Después de la segunda pinta, mi amigo, quizás algo achispado, me preguntó:

-          Andy, ¿crees que, si algún día llega a saberse lo de McDermott, me considerarán un traidor?

-          Sin duda, respondí en tono de broma. No mereces contarte entre el número de los hijos de St. Patrick.

     Mick sonrió:

-          Así que eres uno de los chupatintas en la secretaría de Cosgrave[65] -dijo-.

-          En efecto, pero con grandes expectativas de llegar a la cumbre -repliqué en guasa-.

-          Pues, por si te sirve de algo -añadió Mick-, voy a regalarte algo de lectura para el camino. Eso sí, a condición de que el viento de la vida me lleve al otro hemisferio.

     Pues bien, el viento sopló y tuve lectura para mi camino a la gloria; un texto que he querido compartir con ustedes, una vez que -muy probablemente- haya llegado a ella mi buen amigo Mick Conklin, por otro nombre, el traidor de Carrigaholt.







    

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   



[1] El Colegio de St. Patrick, en la localidad de Maynooth (condado de Kildare, República de Irlanda) fue fundado en 1795, habiendo pasado hasta el presente (2019) por múltiples avatares, siendo conocido, sobre todo, como Seminario General de Irlanda, que llegó a ser el más grande del mundo católico, con unos quinientos alumnos ingresados anualmente. En 1896 recibió la consideración de Universidad Pontificia y en 1910, la de colegio reconocido por la Universidad Nacional de Irlanda, para impartir grados en artes y en ciencias.
[2] Condado de Derry, en el Ulster (actual Irlanda del Norte)
[3] James MacCaffrey (1875-1935), Presidente de St. Patrick y Pro-Vice-Canciller de la Universidad Nacional de Irlanda (1918-1935).
[4] Sobre este Partido político clave en la Irlanda del siglo XX, es muy recomendable el siguiente libro, traducido al español: Brian Feeney, Sinn Féin, un siglo de historia irlandesa, EDHASA, Barcelona, 2010.
[5] Siglas de Irish Republican Army, o Ejército Republicano Irlandés.
[6] Se trata del Partido Parlamentario (o Parlamentarista) Irlandés, que dirigió John Edward Redmond (1856-1918) entre 1900 y 1918, cuando falleció. Se trataba de un Partido moderado, de corte autonomista, que se satisfacía, en principio, con un amplio Home rule (autonomía) dentro del Reino Unido. Su crisis final está recogida, por ejemplo, en Connor Mulvagh, The Irish Parlamentary Party at Westminster, Manchester University Press, 2016.
[7] Alzamiento armado del IRA contra el Gobierno británico, desarrollado principalmente en Dublín, iniciado el lunes de Pascua (24 de abril) de 1916, el cual fracasó militarmente después de seis días.
[8] Recordemos que Maynooth se encuentra a 25 kilómetros de Dublín.
[9] Parte de la lectura o celebración del Breviario, obligada para los sacerdotes católicos antes de entregarse al descanso nocturno.
[10] Calificativo que los ingleses daban a los activistas en pro de la independencia de Irlanda. Aquí, el Padre Conklin lo toma en préstamo, con cierta ironía.
[11] ¡Auxiliares y Black&Tans, os espera la tumba! Unos y otros eran Cuerpos paramilitares oficiales, empleados por el Gobierno británico en Irlanda para combatir a los rebeldes, ayudando en esta labor al Ejército y a la Policía.
[12] William Walsh (1841-1921), Arzobispo de Dublín entre 1885 y 1921.
[13] Polémica surgida cuando los británicos pretendieron reclutar a mozos irlandeses para el frente francobelga, no de modo voluntario -como hasta comienzos de 1918-, sino de manera obligatoria. Aunque tal propósito solo se consumó muy parcialmente, por terminación de la guerra, la medida exacerbó los ánimos de la sociedad irlandesa, acaudillada por la Iglesia católica y el Partido político Sinn Féin.
[14]  En aquel tiempo, la provincia del Ulster estaba integrada en la unidad irlandesa de la Corona británica. Recordemos que el Padre Conklin había ejercido de coadjutor en una parroquia del condado de Derry (o Londonderry).
[15]  Precisamente, el tema idiomático se discutió acerbamente en el Colegio, años antes de ingresar en él Conklin, descartándose el gaélico como lengua de uso docente. El Padre O’Hickey y el futuro arzobispo Mannix encabezaron, respectivamente, a los partidarios y a los detractores de la medida.
[16] Michael Fogarty (1858-1955), Obispo de Killaloe desde 1904 a 1955.
[17] La diócesis católica de Killaloe tenía a la sazón su catedral y la sede de su obispo en la pequeña ciudad de Ennis, capital del Condado de Clare.
[18] Se trata de la Westbourne House, erigida entre 1856 y 1860, que el obispo Fogarty adquirió para su residencia personal.
[19] Es imposible resumir el tema en una nota a pie de página. Me remito al relato histórico de mi autoría, En Irlanda, con Mick Collins (Primera parte: Dólares para matar), que pueden encontrar en este mismo blog. Para mayor precisión, puede consultarse: Francis M. Carroll, Money for Ireland. Finance, diplomacy, politics and the first Dáil Éireann loans, 1919-1936, edit. Praeger, London, 2002, espec. pp. 8-11 y 15-26.
[20] De los alrededor de 5,5 millones de dólares de la época, recaudados en los Estados Unidos para la República de Irlanda, se calcula que unos 1,5 millones fueron a parar a sobornos y más de la mitad del resto, a la creación de la Irish Press Ltd., de titularidad familiar de De Valera. Con todo, la cantidad que llegó a Irlanda todavía fue muy cuantiosa. Recordemos que un dólar de 1920 valía unas veinticinco veces más que el actual (2019).
[21] O trustees. Los otros dos eran el citado político De Valera y el hombre de negocios Stephen M. O’Mara (1884-1959), cuyos principales negocios radicaban en la ciudad irlandesa de Limerick.
[22] Michael Collins (1890-1922), a la sazón responsable de finanzas del Sinn Féin y principal caudillo militar del IRA. Sobre él, como resumen, puede verse mi ensayo Biografía de Michael Collins(1890-1922), en este blog, la cual constituye un resumen del libro no traducido de Tim Pat Coogan, Michael Collins. A biography, Hutchinson, London et alt. loc., 1990 (hay numerosas ediciones posteriores, con diversos títulos, y la posibilidad de acceder en abierto por Internet en la web Head of Zeus).  
[23] Es decir, del equipo de Killaloe.
[24] El autor se refiere a Mick Conklin. Da la casualidad de que Collins también era habitualmente llamado Mick.
[25] Michael Logue (1840-1924), Arzobispo de Armagh, Primado de Irlanda y Cardenal de la Iglesia Católica.
[26] En concreto, de 16 de junio. El Sínodo Nacional de la Iglesia Católica de Irlanda confirmó sus directrices.
[27] Condado de Clare, zona Oeste.
[28] El edificio parroquial vigente había sido erigido en los años 1832-1833.
[29] La escuela dista un kilómetro del centro de Carrigaholt, habiendo sido construida en 1893. Actualmente (2019) sirve a las funciones de alojamiento en régimen de bed&breakfast. No debe confundirse con el Colegio Irlandés (Irish College), fundado en 1913, que sigue desempeñando hasta este momento funciones de aprendizaje y perfeccionamiento para estudiantes del idioma gaélico.
[30] Brian O’Higgins (1882-1963). Llegaría a presidir el Sinn Féin entre 1931 y 1933.
[31] Véase nota 11.
[32] Siglas de Royal Irish Constabulary, es decir, la Policía irlandesa controlada y dirigida por el Gobierno británico.
[33] Literalmente, Head Constable, es decir, Policía Jefe.
[34]  Véase, en resumen, Eoin Shanahan, Kilmihil Bloody Sunday, en la revista del Hibernia College Dublin, abril, 2018.
[35]  Se entiende de 1920.
[36] Véase nota 32. El abandono del puesto de Kilmihil por los constables se produjo el 19 de agosto de 1920.
[37] Edificio de finales del siglo XV, cuyos imponentes restos aún se levantan a un kilómetro de la localidad de Carrigaholt.
[38] El Obispo de Cork era Monseñor Daniel Cohalan (1858-1952), famoso por su virulenta crítica de las violencias de ambos bandos durante la guerra de la independencia de Irlanda. El concreto, en julio de 1920, pronunció un interdicto contra los asesinos de un Sargento del RIC, tiroteado a la entrada de la iglesia de Bandon (condado de Cork), anunciando el Obispo que excomulgaría a quienquiera que matase a otro en una emboscada.
[39] Dicha festividad se celebra el 15 de agosto. En el año 1920 cayó en domingo, por lo que el día siguiente a tal fiesta fue el 16 de agosto.
[40] En las tropas terrestres, es un cargo relacionado directamente con los suministros necesarios para la tropa. En las unidades del IRA, era un puesto de alta confianza, considerado como tercer o cuarto jefe de las mismas. En la marina, la traducción más propia es la de contramaestre.
[41] Brian O´Higgins, como el Diputado por West Clare; Eamon Fennell, como Comandante del 8º Batallón de la Brigada de West Clare del IRA.
[42]  El episodio es muy conocido y ha sido recogido en multitud de ocasiones. Por ser accesible plenamente por Internet, aludo a la versión acogida en Rita Marrinan, The War of Independence in West Clare, Dissertation for Bachelor in Education at Mary Immaculate College, Limerick, 1982. La obra es útil para conocer otros episodios en la misma línea, como la Emboscada de Monreal (18 de diciembre de 1920) y el Ataque de Miltown Malbay (6 de abril de 1921).
[43] Véanse, por ejemplo, Brian Heffernan, Freedom and the fifth Commandment. Catholic priests and political violence in Ireland, 1919-1921, Manchester University Press, 2014; Dermot Keogh, The Vatican, the Bishops and Irish Politics, 1919-1939, Cambridge University Press, 1986.
[44] Se ve que, entre las santas de nombre Margarita, se trataba de Santa Margarita, reina de Escocia, cuya fiesta se celebra el 16 de noviembre que, en 1920, cayó en martes.
[45] El valor de una libra esterlina de 1920 viene a equivaler a 32,5 libras actuales (2019). La costumbre de poner precio a la cabeza de los activistas del IRA estaba generalizada en la época del relato.
[46]  Se entiende que dicho Batallón pertenecía a la Brigada del IRA de Clare Oeste. Como ha quedado dicho, el Batallón de dicha Brigada de la zona de Carrigaholt era el 8º.
[47]  Mick Conklin supo después que la emboscada estaba prevista en las inmediaciones de Moyasta.
[48] Entonces, parroquias plenamente autónomas. En la actualidad la parroquia de Doonaha ha sido personalmente incorporada a la de Carrigaholt.
[49] Entre ellos, el dirigente rebelde Michael Collins, que sugirió a la plana mayor del IRA y el Sinn Féin la ejecución del Obispo de Cork, propuesta que no fue admitida a discusión, entre otras cosas, por su repercusión negativa para la causa independentista y porque sería difícil encontrar a alguien dispuesto a llevarla a término. En cualquier caso, el IRA amenazó de muerte al Obispo, si persistía en llevar a cabo las excomuniones anunciadas.
[50] El Decreto llevaba fecha de 12 de diciembre de 1920.
[51] Sobre el episodio -que todavía presenta aspectos confusos-, puede verse, a título de resumen introductorio: John Dorney, The burning of Cork: December 11-12, 1920, en la web The Irish Story, 13 de diciembre de 2017.
[52]  A raíz del incendio intencionado del centro de Cork y de su equilibrada homilía en la catedral, Cohalan, no solo había sido amenazado de muerte por el IRA, sino públicamente acusado por el alcalde de la ciudad de no haber hablado contra los incendiarios, sino solo contra los autores de la emboscada precedente en Dillon’s Cross. El alcalde no se ajustaba a la verdad, según la opinión más imparcial y el propio sentido común
[53]  Quiere decirse, que su absolución o perdón no puede darse por cualquier sacerdote, sino por el Obispo o el Papa, o sus representantes autorizados.
[54]  Vide supra, nota 12.
[55] Algunos achacan a diferencias en tal sentido las evidentes tensiones que se produjeron en aquella época entre el arzobispo Walsh y el cardenal Logue, arzobispo de Armagh y Primado de Irlanda.
[56] El Miércoles de Ceniza fue el 16 de febrero.
[57] Gentilicio en inglés para la ciudad y condado de Cork. No existe traducción precisa en español.
[58]  El acuerdo se firmaría el 11 de julio de 1921.
[59] Es decir, las antiguas colonias que, por aquellas fechas, habían alcanzado el mayor nivel de autogobierno, como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Terranova o la Unión Sudafricana. Sobre lo tratado en este capítulo con contenido histórico, pueden verse en este mismo blog los relatos Biografía de Michael Collins, 1890-1922 (etiqueta de Ensayos) y En Irlanda, con Mick Collins (Segunda parte: El descenso a los infiernos) (etiqueta de Cuentos históricos).
[60] Michael Collins había nacido en Clonakilty, cerca de Cork, en el suroeste de este Condado.
[61] Edward Joseph Byrne (1872-1940), sucesor de arzobispo William Walsh al frente de la archidiócesis dublinesa (1921-1940).
[62] Véase nota 3.
[63] Daniel Mannix (1864-1963), irlandés de nacimiento, arzobispo de Melbourne (Australia) entre 1917 y 1963. Su actuación, primero, como Presidente de St. Patrick y, luego, como arzobispo de Melbourne, ha sido muy debatida. Para lo que puede interesar a los lectores de este relato, véase Colm Kiernan, Daniel Mannix and Ireland, Gill and MacMillan, Dublin, 1984.
[64] Se alude al Corpus Christi College, inaugurado en la Navidad de 1922. El propósito de Mannix era convertirlo en una suerte de Seminario General de Australia, al modo como lo era el de Maynooth para Irlanda. La Santa Sede frustró ese propósito, al aprobar el sistema de seminarios regionales para Australia. En la actualidad (2019), el Corpus Christi College es el Seminario General para los Estados australianos de Victoria y Tasmania.
[65] William Thomas Cosgrave (1880-1965), a la sazón Jefe del Gobierno Provisional irlandés y Ministro de Hacienda. Seguidamente, pasó a ser Presidente del Consejo Ejecutivo (equivalente a Jefe del Gobierno o Primer Ministro) de Irlanda, hasta perder las elecciones de 1932.