domingo, 10 de marzo de 2019

HISTORIAS DE TRAICIÓN (V). EL LLAMADO CONDE DON JULIÁN





Historias de traición (V). El llamado Conde Don Julián

Por Federico Bello Landrove



     Pocos traidores tan acreditados en España como el llamado Conde Don Julián, en cuya figura se mezclan inextricablemente una historia confusa y una fulgurante leyenda. En este relato, he tenido la oportunidad de hablar extensamente con él y recibir su versión de los hechos, en la línea de los más acreditados y prudentes historiadores[1], muy alejada, por supuesto, del tópico urdido, no tanto por hermosas leyendas, cuanto por insoportable pereza ante el estudio.





1.      Un encuentro inesperado



     Una noche de insomnio da para mucho; sobre todo, si uno trata de aprovecharla para rememorar la Historia o imaginar nuevas peripecias relatables. Volvía yo de unos cuantos paseos por el pasillo y el salón, cuando me topé en el sofá del dormitorio con un caballero de edad, barbado y corpulento, envuelto en la manta más abrigada de mi armario, que apenas dejaba ver -una vez encendida la luz- unos ojos negros muy penetrantes y una nariz cubierta por una funda dorada resplandeciente. Debió de imaginarse mi espanto, pues tan pronto se recuperó él, a su vez, del susto de la instantánea iluminación del dormitorio, me dirigió de forma muy respetuosa las siguientes palabras:

-          Permita, señor historiador, que me presente de forma tan imprevista y poco oportuna, pero el tiempo apremia, como en seguida le aclararé. En todo caso, he de decirle que vengo a verlo, aconsejado por Vellido Dolfos, a quien su veraz relato[2] ha tenido la virtud de hacer que lo trasladen, del Noveno Círculo del Infierno, al Séptimo[3].

-          ¿Y eso ha sido algo bueno para él?, inquirí estúpidamente, tan solo por no saber qué contestarle.

-          Pues, a decir verdad, todo es cuestión de gustos. Él y yo nos helábamos en el seno de un lago de agua congelada, donde estábamos sumergidos hasta el rostro. Ahora, según se comenta, pena sumergido hasta el cuello en un río de sangre hirviendo, lo que, en principio, le ha de suponer un contraste térmico muy grato.

-          Me alegro de que mis sesudos trabajos sirvan para algo práctico -comenté con ironía-. Y bien, agregué, ¿quién es usted y qué se le ofrece?

-          Perdone mi descortesía -disculpóse-. Soy…, era compañero del señor Dolfos en el segundo giro[4] del Noveno Círculo infernal. En cuanto a mi caso, abreviaré la exposición si me presentó como el Conde Don Julián[5], el de la pérdida de España.

-          ¡Caracoles!, exclamé: otro traidor discutido y según se mire… ¿Qué puedo hacer por usted que no haya logrado ya el difunto señor Goitysolo[6] con su famosa Reivindicación?

-          ¡Quite, quite! ¡No me miente a ese cantamañanas, que lo único que hizo por mí fue enarbolarme como espantajo para ajustar sus infumables cuentas políticas! No. Lo que yo necesito, y me atrevo a pedirle, es que cuente la verdad de mis hechos, como no hace mucho hizo con el falso traidor de Zamora.

     Mi insomnio había dado paso a un interesante coloquio, del que lo peor que podía decirse es que era muy parecido a una alucinación. Quizá para comprobar su nivel de realidad, viéndolo tiritar pese a la manta polar, pregunté:

-          ¿Hace una taza de cafetito bien caliente?

-          Lo ignoro todo de ese brebaje -replicó- pero, en estando muy caliente, lo habré de disfrutar, aunque se tratara de cicuta.

     Comoquiera que mi huésped se bebió todo el contenido de la cafetera sin desperdiciar una sola gota, colegí que sin duda era un cuerpo resucitado, de esos de la penúltima verdad de fe del Credo[7]. En consecuencia, me volví a la cama, incorporado con un par de almohadas, tomé de la mesita de noche papel y lápiz y me dispuse a escuchar cuanto Don Julián tuviera que exponerme.

-          Soy todo oídos -dije- pero, por favor, no hable usted muy alto, que los vecinos duermen.

***

     El visitante tenía tantas cosas que decirme, que no sabía por dónde empezar. Reflexionaba, balbuceaba y tornaba a pensar. Así pues, decidí ayudarlo:

     -  Se me ha presentado como el Conde Don Julián, el que provocó la pérdida de España. ¿Qué hay de cierto en todo ello?

     -    Pues apenas el que me llamo Julián[8], o comoquiera que se transcriba en su idioma ese ilustre nombre que hasta llevó uno de los Emperadores de cuando el Imperio Romano estaba unificado[9].

     -    Según eso -colegí- estoy ante un bizantino de pura cepa, no un visigodo, ni tampoco un bereber.

     -  En efecto; y conste que no me importaría estar entroncado con la valiente y cristiana tribu de los gomeras[10], que tanto y tan bien plantaron cara a los seguidores de Allah. Pero, ¡por la lanza de San Demetrio!, no me confunda usted con uno de esos flojos germanos que le tocaron en suerte a Hispania. No soy visigodo, ni conde nombrado por sus reyes. Fui, ni más, ni menos, que Tribuno del Imperio y Jefe Militar del Estrecho, como el gran Justiniano[11] decidió llamar a los que fueron puestos al frente de la plaza fuerte y base naval de dromones[12], llamada Septem en latín y Septon en nuestra lengua.

     -    Entonces, ¿no fue usted el Exarca de Cartago que, tras perderse la ciudad[13], vino a refugiarse en Ceuta, como último reducto.

     -    ¿Ceuta?, preguntó Don Julián.

     -    Perdone: Es como ahora llamamos a Septon. Los moros que ahora la habitan o la ambicionan la denominan Sebta, más al modo de ustedes.

     -    ¡Ah, ya! Pues no, señor. Ciertamente, combatí con mis tropas ceutíes en aquellos duros días, que vieron ponerse el brillante sol de Belisario[14], pero no era yo el exarca. Por cierto, que no se portaron mal entonces los visigodos, quienes enviaron un contingente de soldados para que lucharan a nuestro lado y, más tarde, al perderse Cartago, recibieron en Hispania a los civiles que quisieron acogerse a su seguro, en vez de seguir la más larga e incierta vía de Bizancio. Yo, por supuesto, regresé a Septon con mis hombres y mis barcos, y me preparé lo mejor que puede a resistir el inevitable embate y asedio de los diablos de Arabia.

     -    Supongo que procuraría conseguir algunas alianzas, en vista del peligro que se le avecinaba…

     -    Sin duda. Poca ayuda podía esperar del Imperio, máxime cuando las tropas que llegaron a Bizancio, tras haber perdido Cartago, llenas de indignación, depusieron al Emperador y provocaron los consiguientes desórdenes[15]. No podía esperar otro auxilio que el que pudiera conseguir por mis propios medios. Y así, invocando lazos de proximidad y de religión, me encomendé a los bereberes de la zona, y a fe que me respondieron con prontitud y eficacia.

     -    ¿Y no se dirigió también a los visigodos?

     -    No fueron esas las instrucciones que recibí de la Cancillería imperial. Aunque poco podían hacer por mí, con el mar dominado por la flota islámica, al menos tuvieron a bien formar un thema[16] con las pocas tierras y ciudades que en África nos quedaban, estableciendo la capital en Septon y nombrándome Estratega de dicha provincia y del ejército que, sobre el papel, nos quedaba. No recibí ninguna autorización para entrar en contacto con los visigodos quienes, por aquellas fechas, habían cambiado de monarca, del cual parece que no se fiaban nuestras Autoridades, que todavía soñaban con recuperar parte del terreno perdido, y no en arriesgarse a meter a los visigodos en Septon, Tingis[17] y otras ciudades nuestras.

     -    No me venga con excusas, Don Julián. No estaban las cosas como para hacerle ascos a la ayuda visigoda.

     El Estratega se sintió ofendido porque su palabra fuese puesta en solfa. Arrancó de un manotazo la manta que lo cubría, mostrando una armadura hasta medio muslo, que  dejaba ver el atuendo rojo que debajo de ella llevaba.   Echó mano a la espada y, por un momento, sentí miedo. Luego, recordando que me las había con un ser de ultratumba que precisaba de mi ayuda, permanecí sentado en la cama y le dije:

-          Creí que el señor había venido a suplicar mi ayuda para ascender de nivel en el Infierno; pero, si lo que quiere es camorra, puede volverse por donde ha venido, que yo no combato con la espada, sino con la pluma.

     También él se calmó al instante, al escuchar mis palabras. Volvió a su relato y, ante todo, dio cumplida réplica a mi refutación:

     -    Lo que usted indica sucedió efectivamente, pero en un momento posterior. Antes Septon hubo de pasar por su hora más gloriosa: el asedio del año II del Emperador Justiniano[18], que en la Gloria está -al menos, yo no lo he visto por los Infiernos-.

     -    ¡Hombre, cómo no va a estar en la Gloria el gran Justiniano, si la Iglesia de ustedes lo ha proclamado santo!

     -    No me refiero al Emperador que acabó con el Reino de los Vándalos -replicó Julián-, sino al segundo de su nombre, por apodo Rinotmetos[19], quien tuvo a bien distinguirme con la valiosa condecoración de la Nariz de Oro, que aún sigo portando en la otra vida.




Monedas con las efigies de Constantino IV Pogonatos y Justiniano II Rinotmetos



     Y me señaló la funda brillante que cubría su apéndice nasal. ¡Curioso galardón! Luego, prosiguió su relato:


     -    Como le decía, en el año indicado, el nuevo Gobernador musulmán de África sitió Septon, con una numerosa hueste y algún tren de asedio, entre el cual se contaban las larguísimas escaleras para asaltar las murallas, que tanto ruido habían hecho en Cartago. Pero mis hombres supieron resistir con tal brío, que los enemigos abandonaron el cerco, asombrados del valor de los defensores de la ciudad y agobiados por el hostigamiento de los gomeras del exterior. Dicen que las crónicas árabes han recogido el hecho y elogiado nuestro valor.

     -    Sin duda -aseveré, recordando alguna cita al respecto-. Pero poco duró la alegría y los árabes volvieron a la carga.

     -    En efecto -confirmó-, a los tres años. Entre tanto el jefe árabe, el competente Musa[20], aprovechó el tiempo para ganarse a muchos de los bereberes, tomar las tierras y aldeas que alimentaban y eran soporte de las ciudades y, finalmente, conquistar Tingis, la otra llave del Estrecho. Recuerde usted -y lo digo por lo que usted bien sabe- que la primera expedición importante de los infieles hacia Hispania, acaudillada por un bereber llamado Tárif[21], salió de Tingis -no de Septon-y fue a desembarcar justo en la punta del Estrecho, que llaman de Hércules.

     -    Ahora se la conoce por Tarifa -actualicé-, precisamente por el nombre de quien ha citado. Pero eso fue hacia el 710 que, para que usted lo entienda, fue el año siguiente a aquel en que usted rindió la ciudad de Ceuta.

     -    Bueno, eso de rendir… Habría mucho que aclarar; pero antes, estoy muy interesado en precisar mis negociaciones con los visigodos, a las que aludió antes. Preste atención: Cuando cayó Tingis y los bereberes empezaron a colaborar con Musa, comprendí que la única oportunidad de salvar Septon era tratando con nuestros vecinos del norte, aunque su ayuda supusiera un alto coste. Gracias a nuestras naves mercantes, protegidas por los cuatro dromon que aún teníamos, podíamos avituallarnos en Calpe[22] y sus alrededores, pero la obtención de ayuda militar precisaba de entrar en contacto con los Autoridades visigodas -preferiblemente con su rey- y ahí fue donde se produjo el problema insoluble.

     -    Tengo una idea -interrumpí-. El reino estaba afectado por las hambrunas y la peste. Mal momento para que Witiza se engolfara en una expedición militar o, incluso, una guerra con los árabes.

     -    Así fue, en efecto. De modo que no tuve más remedio, cuando Musa volvió a presentarse ante las murallas de Septon, que negociar con él un acuerdo de sumisión, no la rendición que usted decía antes. El convenio, que hube de suscribir en nombre propio, como soberano en Septon, me reconoció de por vida la salvaguarda de mis propiedades y el gobierno de la ciudad y de su tierra; pero, sobre todo, procuraba a la población ceutí el respeto de sus vidas, familias y propiedades, así como del culto religioso, impidiendo la entrada en la ciudad de gentes árabes o bereberes musulmanes, que no fueran estrictamente necesarios para necesidades militares. A cambio, hube de obligarme, en nombre de mis gobernados, al pago de un impuesto personal en dinero y de otro territorial en especie, así como a no colaborar con los enemigos de los seguidores de Allah[23].

     -    Entonces, según lo veo yo -comenté-, a partir de entonces le estaba prohibido negociar con los visigodos. ¿Cómo es que, según se dice con fundamento, tomó usted partido por los llamados witizanos, es decir quienes, después de la muerte del rey Witiza, se opusieron a que el Duque de la Bética, Don Rodrigo, se hiciera efectivamente con el trono en toda Hispania?

    -    Esa es una pregunta que, para responderla cumplidamente, preciso de tiempo, como también la cuestión de haber facilitados naves para la invasión por Tárik[24] y sus soldados. ¿Le parece bien que hagamos un alto y comamos algo? Con un poco de pan, regado con un vaso de vino, sería el hombre menos infeliz de los que pueblan el Infierno.

     Me hizo gracia la solicitud de tomar un refrigerio a las tres de la madrugada, aunque en seguida me acordé de que para los condenados no existe la noción de tiempo. Así que me levanté del lecho y preparé en la cocina lo que me pedía, además de un par de rebanadas de buen queso de oveja. El rostro de Julián, cuando contempló los manjares, fue de aquellos que presagian el comienzo de una buena amistad.





2.      Un bizantino leal




     Mientras Don Julián daba cuenta de aquel desayuno en mitad de la noche, decidí interrumpir su relato e iniciar una conversación más personal y desenfadada. La emprendí con el tema del Infierno, que me tenía asombrado:

-          Así que tiene esperanzas usted de subir de círculo en ese Infierno dantesco que me ha insinuado.

-          ¡Mucho mejor!, repuso muy animado. El bueno de Dolfos solo pudo mejorar de destino porque había asesinado alevosamente a todo un rey[25], pero yo no tengo en mis manos otra sangre que la vertida en nobles lides. De modo que si usted se aplica a su tarea, como espero, tengo la esperanza de que San Miguel me saque de aquel lugar de tormentos y, aplicando como penitencia por mis pecados todo lo penado injustamente, pueda presentarme a las puertas de la Gloria y esperar ser allí bien recibido.

-          Mucho me asombra -repliqué- que se atreva a hablar de injusticias. ¿Cómo es posible que se cometan en un Juicio con garantía divina?

     Don Julián se encogió de hombros y aventuró una hipótesis plausible:

-          Con Dolfos se disculparon, por el hecho de que su condena era provisional, ya que se trataba del juicio personal, no del gran Juicio del final de los tiempos[26]. A fin de cuentas, en su caso solo se trató de subir de nivel; pero, como le he dicho, yo pretendo más, mucho más.

-          Haré lo que pueda, señor Estratega¿Le sirvo alguna otra cosa?

-          Gracias. Estaba exquisito. Espero que San Pedro me disculpe la extralimitación, pues mi permiso de salida fue tan solo para explicarle  a usted la situación y pedirle su ayuda.

-          Pues no perdamos más tiempo y prosiga su narración.

     Pasamos de la cocina al salón, en cuyo espejo se contempló por un momento con orgullo, aunque se lamentó:

-          ¡Pena que no me haya traído la celada, ni arreglado la barba! En vida solía llevarla muy larga en señal de recuerdo y respeto al Emperador Pogonatos[27], que la puso de moda por unos años. Él fue quien me nombró Tribuno del Estrecho.

     Se arrellanó en el sofá, mientras yo tomaba asiento en un sillón, lápiz en ristre. Se quedó absorto por unos momentos y preguntó:

-          ¿Por dónde andaba?

-          Iba a explicarme cómo es que, habiendo pactado con Musa ibn Nusayr, entró luego en tratos con los llamados witizanos.

-          ¡Ah, sí! La verdad es que, aunque nada debí a Witiza, sentía más afecto por sus deudos, que no por el pretencioso Rodrigo quien, cuando era Duque de la Bética, más de una vez abusó de nosotros, o nos echó con cajas destempladas, cuando cruzábamos a Hispania para comerciar. Decía que, como buenos bizantinos, nos volveríamos a instalar de su lado del mar, a poco que nos tolerara. ¡Pobre idiota, no sabía de parte de quién iba a llegarle la invasión!

-          A propósito, Don Julián. Se ha dicho que usted tenía posesiones en la Bética y, tal vez por eso, no se llevase bien con Don Rodrigo. Dicen que una población llamada La Verde[28] podría haber sido suya.

-          ¿La Verde? Como no se refiera a una ciudad entre Tingis y Septon… En cualquier caso, ni era mía, ni estaba en Hispania, sino en la Mauritania. En cualquier caso, si acogí en mi thema a algunos partidarios del Rey muerto, fue por su buen recuerdo y como persona compasiva.

-          ¿Recuerda usted si entre ellos había dos hijos o parientes de los anteriores reyes visigodos, llamados Oppas[29] y Agila[30]?

-          No recuerdo bien esos nombres y, en todo caso, niego haber acogido a personajes de tanta alcurnia.

-           Bien, tomo nota. Ahora, si no tiene inconveniente, pasaremos a una cuestión peliaguda: haber facilitado barcos para que el poderoso ejército de Tárik cruzara el Estrecho hasta Calpe, ahora llamada Gébel-Tárik[31] en honor del conquistador.





     Don Julián acogió el tema con una risa forzada:

-          ¡Qué ridiculez! -exclamó-; como si los árabes y los moros no tuviesen medios propios para cruzar un brazo de mar sin oposición. ¿No sabe que eran dueños de todo el Mediterráneo; que habían cruzado a Cerdeña y Sicilia; que habían sitiado Bizancio, que solo se libró gracias al fuego marino[32]; que, el año anterior, Tárif había desembarcado en el lugar que ahora lleva su nombre, por sus propios medios?

-          Entonces, ¿niega usted haber prestado esa ayuda? Fíjese que parece muy importante, pues se habla del paso de más de diez mil hombres de armas, muchos de ellos con sus monturas.

-          ¡Hala, hala; exageremos, exageremos! Si llegó a la cuarta parte de los soldados que dice, ya habremos dicho suficientes[33].

-          Bueno, fueran los que fuesen, resultaron bastantes para derrotar a Don Rodrigo e iniciar con éxito la invasión de Hispania, que concluyó con su casi total dominio por los sarracenos. Y, veinte años después, si no los paran los francos[34], sabe Dios si no se hubieran hecho con media Europa.

-          ¿Y quién intuía eso, mi docto historiador? Le voy a contar, a grandes rasgos, lo que sabíamos e imaginábamos entonces los que intervinimos en aquel fregado. Los witizanos y yo suponíamos que los hijos de Allah se limitarían a ayudar a aquellos para que Oppas, Agila, o quien demonios se impusiera, eliminase a Rodrigo del trono de Toledo, para ponerse ellos. De hecho, se cuenta que, cuando se trabó batalla, los visigodos discrepantes con Rodrigo lo dejaron en la estacada y por eso Tárik obtuvo tan resonante victoria y aquel Rey a medias acabó muerto en el fondo de un río. Y que nadie diga que aquellos desertores traicionaron a su rey, porque no lo era para ellos, ya que había participado en la muerte de Witiza y todavía no lo era efectivamente en todo el país.

-          Pero, al menos, no me negará que se portaron mal y engañosamente -repliqué-. No es propio de caballeros incorporarse a un ejército, para abandonarlo cuando se inicia la batalla decisiva.

-          No seré yo quien le contradiga, repuso Julián. A fin de cuentas, yo no crucé el Estrecho ni combatí por ninguno de los pretendientes a la corona.

-          Ya -apostillé con malicia-: usted se limitó a poner sus barcos a disposición de los moros invasores.

-          Con eso, amigo, seguimos en el mundo de las intenciones. Tárik era un bereber ambicioso, que actuó a espaldas de Musa y antes de que el Califa de Damasco[35] diese órdenes concluyentes sobre qué hacer con Hispania. Cuando se me presentó en Septon, ni él mismo sabía lo que habría de suceder ni cómo comportarse. Para mí, que iba de expedición a ver qué pasaba, aprovechando las desavenencias de los visigodos. Por suerte para él, tuvo tanto éxito -y los witizanos tanta desunión y torpeza-, que se hizo de golpe con una fuerte posición en la Bética; tanto que su jefe, Musa, cruzó el Estrecho meses después, dispuesto a abroncarlo y cortarle las alas. Pero sucedió que, entre tanto, el Califa había dado ya orden de invasión y conquista de Hispania, obligando a Musa y sus árabes a entenderse con Tárik y sus bereberes… Pero estoy hablando de algo que usted, sin duda, conoce bien y que a mí, ni me va, ni me viene. Yo me quedé en la playa, viendo la Historia, no participando en ella.

-          ¿Y las naves para Tárik? ¿No se las facilitó usted?

-          Hasta cierto punto, y por las razones de apoyo a los witizanos antes aludidas. Y le digo que hasta cierto punto, porque no se trató de las naves de guerra, que yo controlaba directamente como Tribuno, sino de naves mercantes, con las que los comerciantes de Septon hacían sus negocios. Claro que, si yo hubiese ordenado que no se las cedieran para aquella misión, sus dueños y armadores les habrían puesto dificultades…, inútilmente, por supuesto, costándoles a ellos y a mí la vida. Hice lo que pude para mantener una cierta neutralidad: solo naves mercantes y en número tan corto[36], que tuvieron que hacer muchos viajes de ida y vuelta a Calpe. Ahora dicen -según creo- que se les facilitaron naves comerciales, a fin de engañar a los visigodos sobre el objeto de sus vaivenes. ¡Pamplinas! Ni un barco visigodo aportó por aquellas aguas durante todo el tiempo.

     Una tenue claridad empezó a insinuarse en la habitación, anunciando el amanecer. Los párpados me pesaban y tuvo que disimular varios bostezos, pese a lo interesante e insólito de la aparición. Don Julián también parecía algo nervioso, bien por la emoción del relato, bien porque intuyese que se le acababa el tiempo concedido por San Miguel, o San Pedro, o quienquiera que controlase el Averno. En consecuencia, como si se tratara de una clase magistral, decidí establecer las conclusiones de todo lo tratado, a reserva de que él me contradijese.

-          Así pues, Don Julián, puedo recoger en mi futuro relato que usted fue un alto funcionario de la Corte bizantina que, antes de rendirse inevitablemente a los muslimes, gestionó la recepción de ayuda visigoda, sin que ello significase otorgar fidelidad o pleitesía a Witiza; que esa ayuda no le llegó, por lo que se vio obligado a establecer un pacto de sumisión con Musa, al sitiar este Septon por segunda vez; que, en virtud de ese pacto y de la simpatía hacia los witizanos, consintió que Tárik usara varias naves comerciales ceutíes para pasar tropas a Hispania; y que, en definitiva, usted no entró en son de guerra en tierras de los visigodos, ni imaginó que estuviera en puertas la conquista de Hispania por Musa y los suyos.

     Don Julián pareció complacido por el resumen, aunque quiso agregar algunos matices:

-          Puede añadir que, en mi opinión, todavía podría haberse salvado Hispania para los cristianos, si los dos bandos de la guerra civil hubiesen armonizado sus posturas, antes de que los musulmanes hubieran llegado a Toledo y masacrado allí a los partidarios de Don Rodrigo que habían rechazado todo acuerdo con Don Oppas[37]… ¡Ah!, y diga también que, aunque yo hubiese pactado algún tipo de fidelidad con el rey Witiza, dicho contrato habría quedado roto, no solo porque él no cumplió su parte, sino porque Don Rodrigo llegó al trono eliminando al Rey anterior, con lo cual mi deber habría sido, en todo caso, no el de ayudarlo, sino el de apoyar a sus contrarios.

     Ambos hicimos ademán de levantarnos. Ya casi de pie, Julián dio el golpe de gracia a la posibilidad de llegar a una transacción con sus seculares detractores:

-          ¿Sabe una cosa? Si de alguno de entonces conservo un buen recuerdo es de Musa. Siempre cumplió su palabra, como también su segundo hijo, Abd-al-Málik[38], que quedó a su partida como señor de Tingis y de la tierra africana que linda con Septon. Yo pude seguir gobernando la ciudad hasta mi muerte, sin que los árabes y los moros infieles entrasen en Septon, ni molestasen a sus habitantes, fuesen estos bizantinos, visigodos, romanos[39] o bereberes cristianos. Y es que, como he podido constatar en el Infierno -y espero poder contemplar en la Gloria-, la verdad y el bien fluyen del corazón de los hombres, con independencia de la religión que profesen.

***

     Desperté aquel día muy tarde, hacia las once de la mañana. No es infrecuente en mí el insomnio, seguido de un sueño tardío, sembrado de vívidas pesadillas y de una soporosa confusión; pero nunca, hasta entonces, había dejado la huella de unas extensas notas en un bloc. En consecuencia, por si acaso, decido transcribir aquellas, tal y como las redacté y las recuerdo. Que esto sirva para que un alma maltratada por la Historia pueda salir del Infierno, es algo que, si algún día lo llego a saber, prometo ponerlo en conocimiento de mis lectores.

     Entre tanto, bueno será que, aunque no salga Don Julián del giro de Anténor[40], salgan ustedes del tópico y del error a propósito del personaje.







[1] Además de las entradas pertinentes de la enciclopedia Wikipedia, he consultado: robertozapata.com “Desde las Blanquernas”, El enigmático conde Don Julián; Guillermo Gozalbes Busto, Ceuta en el siglo IX, Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, Universidad de Granada, 1994, pp. 113-126; Margarita Vallejo Girvés, Hispania y Bizancio: Una relación desconocida, edit. Akal, Madrid, 2012, los dos últimos capítulos; Roger Collins, La España Visigoda (409-711), traducción castellana de Mercedes García Garmilla, edit. Crítica, Barcelona, 2005, pp. 130-158 (accesible por Internet); National Geographic España, número monográfico sobre la batalla del Guadalete, 07/10/2016; Rica Amrán Cohen, Puntos de encuentro entre la leyenda del Conde Don Julián y la de la Judía de Toledo, Anales de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, febrero de 2014, pp. 75-77; M.A. Makki, Egipto y los orígenes de la historiografía arábigo-española, Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, 5 (1957), pp. 157-248; Javier Presedo Velo, La España Bizantina, edit. Universidad de Sevilla, 2003, pp. 87-90.
[2] Véase en este mismo blog el cuento histórico, “Historias de traición (IV). El caso de Vellido Dolfos”.
[3] Esta y las demás alusiones al Infierno en este relato se inspiran en La Divina Comedia, de Dante Alighieri, cantos XXXIII y XII de la Primera Parte, dedicada al Infierno.
[4] Así como la traducción Círculo es general, la de giro (para referirse a cada una de las partes del Círculo) es discutida. La traducción de La Divina Comedia, edit. Espasa-Calpe, colección Austral, emplea la más genérica voz recinto.
[5] Personaje entre histórico y legendario, que vivió aproximadamente entre el año 650 y el 720, gobernador de Ceuta y relacionado de manera más o menos directa y relevante con la invasión sarracena de Hispania del 711 y la consiguiente pérdida de España para los Visigodos, que entonces la gobernaban.
[6] Juan Goytisolo (1931-2017), Reivindicación del Conde Don Julián, edit. Joaquín Mortiz, México, 1970, luego revisada como Don Julián, edit. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, Barcelona, 2001. Sobre esa recreación, más literaria y política que histórica, del personaje, véase Mariam Mahmoud Aly Meky, El Conde Don Julián: evolución del mito, tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid (Facultad de Filología), Madrid, 2005 (accesible íntegramente por Internet).
[7] Se trata de la creencia en la resurrección de la carne, o de los muertos. Estos, a más de alma, tendrán un cuerpo inmortal, con una mezcla de cualidades de los terrenales y los de la Vida Eterna (todo, según la teología católica). Por ello, doy a entender en el relato que mi Don Julián podía comer y beber, señas inequívocas de que no era una alucinación, ni un espíritu puro.
[8] En las Crónicas medievales, Don Julián recibió los nombres de Julián, Olyan, Olbán y Urbano, por lo menos.                                           
[9] Alusión al Emperador romano Juliano (c. 331-363), por sobrenombre El Apóstata, que reinó entre 361 y 363.
[10] Los gomeras o gomaras son una tribu o confederación de tribus bereberes del norte de Marruecos, ya existente en la época a que se contrae el relato, cuando todavía profesaban la religión cristiana.
[11] Justiniano I (483-565), Emperador bizantino (527-565), el más conocido y glorioso de ellos. Es Santo para la Iglesia Ortodoxa.
[12]  Nombre de las más famosas naves de guerra bizantinas, movidas a remo y a vela.
(13) La ciudad de Cartago, tradicional capital del África bizantina, fue definitivamente conquistada por los árabes en el año 705, pero ya lo había sido en el 698, con una momentánea recuperación por los bizantinos.
[14]   Gran general bizantino (505-565) que, en el norte de África, conquistó el extenso Reino de los Vándalos (533-534).
[15] Algunas fuentes dan esa versión de la deposición y corte de la nariz del Emperador Justiniano II, que permanecería apartado del trono entre 695 y 705, pero las fechas no coinciden y los motivos del eclipse del segundo de los Justinianos parecen haber sido otros. Así pues, creo que mi Don Julián estaba en esto mal informado.
[16] Provincia del Imperio bizantino, al mando de una Autoridad civil y militar, que podía llevar los títulos de Tribuno y de Estratega.
[17] Nombre latino de la ciudad actual de Tánger.
[18] Año que coincide con el 706 de la Era cristiana. El segundo periodo de gobierno de Justiniano II se extendió entre 705 y 711.
[19] Quienes destronaron a Justiniano II en 695, entre otras maldades, le cortaron la nariz, defecto que el afligido suplió con una prótesis de oro. Rinotmetos significa en griego Nariz-cortada. La siguiente alusión a una condecoración en forma de funda nasal áurea es una broma que me he permitido.
[20] Musa ibn-Nusayr (640-716), notable militar y político árabe al servicio de la dinastía Omeya.
[21] Tárif fue uno de los comandantes de las tropas de Tárik. De origen bereber, se le atribuye haber mandado la primera expedición importante que, en 710, cruzó el estrecho desde Tánger y vino a desembarcar en la zona de la actual ciudad de Tarifa, así llamada en honor del citado militar.
[22] Denominación tradicional del promontorio hoy conocido como Gibraltar.
[23] Los términos del acuerdo entre Julián y Musa nos son desconocidos. Aplico aquí los establecidos entre Teodomiro y Abd al-Aziz ibn Musa en el año 713.
[24] Tárik ibn-Ziyad, general bereber, lugarteniente de Musa, que dirigió a las tropas musulmanas en las batallas clave del Guadalete y de Écija (año 711).
[25] En concreto a Sancho II de Castilla, durante el cerco de Zamora del año 1072.
[26] Según la doctrina católica, cada hombre tendrá tras su muerte un juicio particular de su vida, al que se añadirá el Juicio Final de toda la Humanidad, tras el fin del mundo. El relato se aparta, por razones literarias, del hecho de que uno y otro juicios han de concluir con idéntico resultado.
[27] Apodo (El Barbudo) alusivo a la luenga y tupida barba que lucía este Emperador, que se puede comprobar en la moneda de su reinado que ilustra el presente relato.
[28] En árabe, al-Hadra, topónimo que en aquel tiempo llevaban una ciudad del norte de África y una población del Campo de Algeciras.
[29]  Hijo del rey Égica, al que suele atribuirse condición archiepiscopal, si bien parece más de recibo la tesis de que fue un seglar aspirante al trono a la muerte de Witiza, en contra de Don Rodrigo.
[30]  Otro hijo de Égica, conocido como Agila II pues, efectivamente, reinó en el nordeste del territorio visigodo hasta el año 713 en que, bien fue dominado por los musulmanes, bien sustituido por un tal Ardo. En cualquier caso, fue también rival de Don Rodrigo en la sucesión de Witiza.
[31] Montaña de Tárik, cuya fonética dio en español Gibraltar.
[32] Una de las varias formas de denominar al que posteriormente sería conocido como fuego griego.
[33] Los historiadores actuales se inclinan por creer que los guerreros de Tárik (infantes y jinetes) no rebasaban la cifra de 2.500. A ellos, habría que agregar los no muchos que habían cruzado el Estrecho con anterioridad, sobre todo, al mando de Tárif.
[34]  Alude a la batalla de Poitiers, o de Tours, habida en octubre de 732, entre los francos, mandados por Carlos Martel, y los musulmanes, dirigidos por al-Gafiki. El triunfo franco resultó decisivo, más que por sí mismo, por el hecho de haber muerto en combate el notable político y militar árabe, valí de Al-Ándalus.
[35] A la sazón, Walid I, Califa entre 705 y 715.
[36] Es tradición histórica que fueron cuatro los barcos que hicieron el transporte del ejército de Tárik, naturalmente, haciendo numerosos viajes de ida y vuelta.
[37]  Se sostiene con fundamento que los musulmanes podrían haber aceptado que Oppas se afianzase como Rey de los Visigodos, pero la mayoría de los nobles y notables de Toledo lo expulsaron de la capital. Ello generó, no solo la definitiva pérdida de las aspiraciones de Oppas, sino que los islámicos saqueasen la ciudad y pasaran a cuchillo a los principales opositores de aquel.
[38] Segundo hijo de Musa que, a partir de 716, sucedió a su padre en el gobierno del territorio africano antes dirigido por su padre.
[39] Expresión con la que se alude a los hispano-romanos refugiados en Ceuta, por desavenencias o por la discriminación con los visigodos de origen germánico.
[40] Denominación del segundo giro del Noveno Círculo infernal en La Divina Comedia, por estar castigado en él Anténor, polémico troyano mitológico.

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