martes, 19 de diciembre de 2023

LA EDAD DE ORO DE LA CIENCIA CONTADA POR UN INTRUSO. PRIMERA PARTE: LA PAZ

 


 

La edad de oro de la ciencia contada por un intruso.

Primera Parte: La paz

Por Federico Bello Landrove

A Leonardo Criado

 

        Recuerdos y ficciones de un joven alemán, que intentará hallar su camino vital entre los genios del pensamiento centroeuropeo de la primera mitad del siglo XX. En esta primera parte del relato, la peripecia se desarrolla en el periodo relativamente pacífico entre 1929 y 1936.

 


1.      Davós[1], 1929

 

     Me encontraba en el tercer semestre de mis estudios de Filosofía en la universidad de Hamburgo, mientras corrían las primeras semanas del año 1929. Podría decirse que, para mí, lo peor había pasado, académicamente hablando. Había superado con buenas calificaciones mis exámenes precedentes y, dentro del maremágnum de las diversas especialidades o segmentos filosóficos, me parecía haber encontrado uno que llenaba mis apetencias intelectuales y la formación académica precedente: el de la Filosofía de las Ciencias. No en vano había sido un competente alumno en matemáticas y física en el Johanneum[2], lo que había hecho suponer -y esperar- a mi padre que seguiría estudios de Ciencias en la recientemente creada Universidad de Hamburgo[3]. Desafortunadamente para él, el año en que me graduaba en el Johannneum, alcanzó gran notoriedad el artículo de un profesor de física teórica de Leipzig, apellidado Heisenberg, que parecía romper en pedazos la solidez y precisión de las así llamadas hasta entonces ciencias exactas[4]. Para un adolescente responsable[5] y un tanto radical en sus reacciones -como lo era yo en aquel tiempo-, resultaba absurdo dedicar sus mejores años a estudiar unas ciencias que los propios científicos demostraban imperfectas, en vez de hacerlo para desentrañar filosóficamente los límites y las consecuencias vitales de tal desplome en la confianza de la infalibilidad científica. Así se lo expuse a mi padre quien, como buen químico práctico y mejor comerciante, se las había diariamente con las mezclas y las fermentaciones en los elementales laboratorios de las cervecerías Gröninger[6]. Mi progenitor, Kurt Schlosser, que no estaba muy al tanto de los últimos avances en física cuántica, me respondió:

-          Pues yo sigo diciendo, por experiencia propia, que, cuando una partida de cerveza no nos sale como esperábamos, es porque, de un modo u otro, hemos metido la pata en su fabricación.

     Empeñado en tan absurdas analogías de la cerveza con las partículas atómicas, me fue imposible convencerle, en un primer momento, de que tenía más futuro para la humanidad la filosofía que las ciencias empíricas. No tuve más remedio que apelar al apoyo que indefectiblemente me concedía mi madre, a quien debía, entre otras cosas, mi sempiterna pronunciación gutural de la erre y el empleo del francés como lengua materna. Y es que, en uno de sus viajes a Alsacia, en busca del afamado lúpulo de la Bière Météor[7], mi padre se trajo para Hamburgo, además, a una bella joven, llamada Suzanne -mi madre-, cuyo apellido, Pfister, y su buen conocimiento del alemán, no desentonarían en su nuevo domicilio, aunque sí la mayor parte de su restante bagaje, incluido su criterio de que los hijos habrían de escoger libremente su vocación y destino, en la medida en que diesen buenos resultados en su estudio o trabajo. Usando de ese criterio y de una buena dosis de insistencia, mi madre logró finalmente el plácet paterno a mi repentina y desusada inclinación por la filosofía, si bien Herr Schlosser no dejó de poner sus condiciones:

-          Como no consigas, como mínimo, un tres[8] en todas las asignaturas, puedes irte despidiendo de la universidad y vendrás a trabajar conmigo a la cervecera, de mozo de laboratorio.

     No me fue fácil conseguir lo que mi padre exigía, pero, al fin, pude lograrlo, no sin la ayuda que bajo cuerda me gestionó mi madre, en forma de un profesor particular muy acreditado entre quienes frecuentaban la residencia universitaria en la Elssäserstrasse y el comedor estudiantil de la calle Rentzel [9]. A él le debo el no haber defraudado a mi padre y, de paso, el reemplazo de mi hipocorístico familiar de Mati por el de Brauer[10], por el que fui en adelante conocido por mis condiscípulos.

***

     En mi facultad de entonces, el profesor Ernst Cassirer[11] era la figura más destacada. En aquel año de 1929 -del que pretendo tratar con preferencia en este capítulo-, no solo dirigía el departamento de filosofía, sino que acababa de ser nombrado rector de la universidad. Las malas lenguas -ya entonces abundantes- habían destacado tal designación como la del primer judío que alcanzaba la dignidad rectoral en las universidades alemanas. Estoy convencido de que, de remontarnos tiempo atrás, tal primacía se habría evidenciado falsa, pero para los amantes de la filosofía la cuestión nos importaba un bledo. Cassirer -para sus alumnos, un abuelo por la edad[12]- era un ejemplo de casi todas las virtudes que han de adornar a un profesor: amable; muy claro en sus exposiciones; ameno y propicio a salpicar sus clases de ejemplos y anécdotas; abierto a todas las ideas razonables y, por si fuera poco, dotado de una elevada estatura, un rostro de facciones dulces y una cabellera nívea, crespa y rebelde, que lo hacía inconfundible. Y, a mayores y para mi dicha, el profesor Cassirer era un notable matemático, que navegaba con soltura por el proceloso mundo de la relatividad einsteniana[13], y hasta de la mecánica cuántica[14], bases para la física teórica moderna. Tal vez por ello se fijase en mí, modesto alumno en su tercer semestre de carrera, que ya se había atrevido a presentarle un trabajo para mejorar nota, con el prometedor y atrevido título de Kant y la ciencia moderna: ¿Refutado o corroborado?[15]

     Un día de enero, Cassirer convocó a algunos de los mejores alumnos de filosofía, con el ofrecimiento de facilitarles una credencial de la facultad, a fin de que pudieran participar en los cursos organizados por la Escuela de Altos Estudios de la ciudad suiza de Davós[16] para la siguiente primavera. Los escolares seleccionados eran todos recién graduados o en los tramos finales de la carrera, salvo en mi caso, lo que luego reservadamente me explicó:

-          No le negaré -comenzó muy ceremonioso- que me impresionó su tajante opinión acerca de la moderna ciencia y la forma en que se aparta de la exactitud y demostrabilidad que Kant atribuyó al auténtico conocimiento científico; pero lo que más me ha movido a seleccionarlo es su perfecto dominio del francés. Tal vez, además de escuchar y aprender, podría usted ayudarnos con las traducciones necesarias, o como intérprete, pues ya sabe usted que francés y alemán son los dos idiomas oficiales del encuentro.

     La oferta era tentadora, pero los gastos del empeño prometían resultar excesivos para mi peculio. Así se lo hice saber, reservándome la respuesta para cuando hubiese consultado el caso con mis padres. El profesor me tranquilizó:

-          Por supuesto, hable con sus padres, dado que es usted menor de edad y habría de salir al extranjero; pero no se preocupe por la bolsa de viaje, a no ser que sea un derrochador, pues la universidad le compensará por sus trabajos como traductor… Es una excelente ocasión para abrirse al mundo -añadió-. ¿Quién sabe si tendrá ocasión de escuchar al genial Einstein? El pasado año fue uno de los asistentes.

     Cubiertos mis gastos probables por la universidad, de la que Cassirer fue nombrado rector por aquellos días, mi padre no puso objeciones a mi viaje de estudios, pero se permitió bajarme los humos, con un comentario que me inquietó:

-          No dudes de que se han acordado de ti porque hablas francés tan bien como el alemán. Ya verás como, una vez allí, te agobian a traducciones y no tienes tiempo para nada más.

Ernst Cassirer

 

     Aquella objeción me preocupó, de modo que, cuando confirmé al profesor mi asistencia, como quien no quiere la cosa, le pedí consejo con cierta malicia:

-          Herr Professor, ¿en qué temas quiere que me centre durante mi estancia en Davós?

-          Le abrumará a usted -repuso Cassirer- la cantidad de conferencias y coloquios interesantes entre los que tendrá que elegir. Yo que usted, dada su juventud, procuraría abarcar un poco de todo, ad libitum. En fin, procure hacerse una idea lo más sólida posible sobre el papel de las ciencias actuales frente a la moderna filosofía y, si le es posible, acuda a las conferencias de mi colega Heidegger[17], a ver si puede sacar algunas conclusiones científicas de su concepto del tiempo[18]. Por lo que a mí respecta -agregó con ironía-, lo libero de asistir por obligación a mis disertaciones: Bastante tiene con aguantarme aquí, en Hamburgo.

***

     Aquel famoso curso de Davós de 1929 se desarrolló entre el 17 de marzo y el 9 de abril, un tiempo más que sobrado para hacer otras muchas cosas que llenarse la cabeza de cuestiones abstrusas. Estaba concluyendo el invierno, pero aún había nieve abundante para esquiar al estilo alpino y nórdico o, cuando menos, dejarse deslizar en trineos, más o menos improvisados, o surcar el hielo de la gran pista de patinaje. Pero de antemano he de confesar que ninguna de esas habilidades concitaba el interés de un muchacho de Hamburgo, ayuno de práctica de las mismas; sobre todo, después de que algunos intentos, provocados por otros jóvenes asistentes al congreso, o por alguna lugareña con ganas de divertirse a mi costa, acabaron con unas cuantas culadas ridículas y un esguince de rodilla, no tan ridículo, que me provocó cojera durante una semana y el uso de un sólido bastón de boj para los desplazamientos inevitables.

     Tengo entendido que Davós no ha cambiado mucho en los años transcurridos hasta el presente[19], salvo en un punto crucial: La generalización del empleo de antibióticos ha modificado radicalmente el tratamiento de la tuberculosis pulmonar, cuyos sanatorios habían hecho la fortuna de la villa en las décadas anteriores, hasta llenarla de centros sanitarios para los tísicos y de hoteles para sus familiares o acompañantes[20]. Los habitantes de Davós han debido orientar su oferta turística hacia el alpinismo y los deportes de invierno, si bien creo que no con el éxito que se exigiría para incrementar su modesta población[21].

     Me hospedé, a título personal, en el hotelito Zur alten Post[22], con la nieve a la puerta y bosquecillos de abetos a la espalda: Muy bucólico, vamos, pero poco conveniente para ir y venir cojeando y con bastón. No fue esa la menor de las razones por las que hube de olvidarme de actividades movidas y concentrarme en exclusiva en asistir a las conferencias de los profesores más afamados, y a aquellos simposios y coloquios de mayor interés sobre el papel, que era donde los estudiantes teníamos la oportunidad, con nuestras interpelaciones y preguntas, de hacer bajar a la tierra a los maestros más encastillados en la metafísica.

     Contra pronóstico y, seguramente, a disgusto de Cassirer, el curso se convirtió pronto en una especie de pugilato entre las ideas y opiniones de este y las del maestro de Friburgo, Martin Heidegger[23], hasta el punto de que los organizadores del curso concedieron a ambos la oportunidad de disertar en cuatro conferencias -a mi maestro hamburgués- y en tres -a su colega de Friburgo-, por no hablar de la intervención conjunta en un coloquio. ¡Quién habría dicho que semejante, y apasionante, verborrea nacería, tanto del tema general propuesto por la Hochschule de Davós para aquel año -el lugar del hombre en la reflexión filosófica[24]-, como de la pregunta de un anónimo estudiante harto de palabrería, que se levantó en medio de un coloquio, ante los monstruos sagrados de la filosofía alemana y les espetó -con gran contento de los jóvenes asistentes- un interrogante igual o parecido a este:

-          Pero, en resumen, señores, ¿puede hacer algo la filosofía en defensa de nuestra libertad sin el temor de ejercerla? De otro modo, tal vez fuera conveniente abandonar la filosofía[25].

     Me gustaría poder revelar la identidad de aquel inspirado compañero de generación, que dio al curso una profundidad moral y un derrotero de los que todos hemos sido deudores desde entonces. Pero la verdad es que no parece haber sido una de las jóvenes promesas del pensamiento, llamadas pronto a la fama; gente como los tres amigos que hice entonces en Davós y de los que inmediatamente les hablaré. En fin, de los profesores interpelados, solo Cassirer se atrevió a entrar al trapo y todos lo agradecimos, máxime en una época en que la libertad política empezaba a brillar por su ausencia en muchos países.

***

     Es muy posible que mi recuerdo de aquellos días esté ahora mediatizado por las opiniones y juicios de quienes, habiendo sido testigos, han plasmado su vivencia como si sólo hubiese consistido en un enfrentamiento intelectual, y hasta personal, entre Cassirer y Heidegger. Es muy tentador, a varios lustros vista, el presentar sus discrepancias de entonces como el preámbulo de las que cristalizarían y tratarían de resolverse mediante el nazismo triunfante y la guerra mundial, que acabaría pronto con él. No en vano Cassirer era un judío, que habría de ausentarse de Alemania y convertirse en un ciudadano del mundo; en tanto que Heidegger se mostraría cooperante con el totalitarismo criminal de Hitler, por más que lo hiciese en términos intelectuales y académicos[26]. Por lo demás, un curso tan concienzudamente organizado como el de Davós tenía el sorprendente fallo de carecer de una crónica o compendio por relatores objetivos y oficiales encargados de ello, como igualmente de alguna revista o folleto en que se recogieran íntegramente las conferencias pronunciadas[27]. Ello me obliga a un esfuerzo de memoria para el que tal vez no esté preparado. De todos modos, ciertas imágenes y juicios vienen a mi mente sin esfuerzo, con tanta claridad, como con la que se los expuse a mis padres en la única carta que les remití desde Davós:

     … Como alumno de Cassirer, admirado de sus cualidades de profesor y de persona, no habría podido imaginar de antemano que otro catedrático pudiese comerle la tostada y llevarse de calle a su auditorio, como Herr Heidegger. Y no será por su aspecto físico pues, frente a la robustez y prestancia de mi profesor -que rozan la imponencia-, Heidegger es un sujeto de mediana edad[28], de estatura menos que mediana, tímido en la vida diaria, bigote presuntuoso y calvicie prematura. No resulta inicialmente grato, pues tiene una pose notoria, que evidencia su deseo de popularidad y su autoconciencia de grandeza: Se hace esperar en las conferencias; viste con frecuencia de manera informal, con una cazadora de cuero völkisch[29]; aquí se hospeda, con un sentido vanidosamente humilde, en una cabaña; se hace ver practicando el esquí como un jovenzuelo… En fin, todo eso no deja de ser pura apariencia. Lo cierto es que, en cuanto empieza a hablar, su voz y su talante polemista se imponen a los oyentes y, no pocas veces, a sus iguales, conquistando a los primeros y no cediendo un ápice ni procurando concordar con los segundos. Creo que Cassirer está sorprendido de semejante cerrilidad; él, que es tan abierto y conciliador… He preguntado a unos y a otros y llegado a una triste conclusión: Si esto fuese un combate de boxeo, el peso welter Heidegger estaría venciendo claramente a los puntos al semipesado Cassirer[30]. Y, lo que es peor, por su transcendencia, creo que la mayoría de los jóvenes estudiantes y profesores que siguen sus intervenciones se decantan por el mensaje drástico, pesimista e irracionalmente libertario del profesor de Friburgo, engañados por su pose de pobre hijo de granjeros del sur de Alemania, frente a la opinión que suele tenerse de Cassirer, como un berlinés opulento, un judío al servicio de la ideología burguesa…

     A mayores, Cassirer, a poco de llegar aquí, ha sufrido un enfriamiento de carácter griposo, con fiebre, que le ha obligado a guardar cama, viéndose obligado a echar mano de Ritter[31] y de otro joven profesor de Gotinga, llamado Bollnow[32], para que le redactasen los protocolos, o guiones extensos de sus conferencias. Yo ofrecí también mi concurso, que no fue desechado, si bien se redujo a la modesta cooperación de pasar a máquina algunos textos… A todos pareció conmover que Heidegger visitase a Cassirer en su habitación de enfermo y, comoquiera que este le manifestase su sentimiento por no estar presente en las conferencias de aquel, el visitante le hizo un breve resumen de cuanto había dicho, o habría de decir, sobre su tesis a desarrollar, acerca de la Crítica de la razón pura de Kant y de la interpretación “equivocada” que de ella vienen haciendo los filósofos del neokantismo. Esperamos que nuestro Cassirer esté ya repuesto para el próximo día 19, que es cuando le toca pronunciar nada menos que cuatro conferencias, acerca del tema monográfico de la filosofía de Heidegger, con especial referencia al lenguaje, el tiempo y la muerte.

     … Yo, querido padre, lejos de invertir todo mi tiempo en traducciones e interpretaciones, estoy asistiendo a las conferencias y coloquios que más me interesan, así como haciendo conocimiento y amistad con personas muy preparadas, cuyo cultivo podrá serme muy útil para el futuro. La verdad es que aquí casi todo el mundo entiende fluidamente el francés y se defiende en alemán, que no deja de ser, para nuestro orgullo, la lengua en que habla la filosofía de nuestro tiempo.

***

     Entre las personas a las que conocí en Davos, quiero hacer referencia, en primer lugar, a Jean Cavaillès[33], con quien habría de coincidir nuevamente en París, más de diez años después, en circunstancias muy lamentables. Él era, ya en 1929, un competente germanista, buen conocedor de Alemania y de su lengua, pese a lo cual fue esta la que nos hizo coincidir y simpatizar. Sucedió que, antes de entrar en una de las conferencias de Cassirer, me fijé en un joven espigado y de rostro ancho y simpático, que departía en francés con un caballero sesentón, con barbita y aspecto de profesor, mientras preparaba una libreta tamaño folio, como si se dispusiera a tomar amplias notas de la inmediata disertación. Quizá pensando que tenía ahí una oportunidad de ofrecer mis servicios como intérprete y, al mismo tiempo, alumno de Cassirer, me acerqué a la pareja francoparlante y cortésmente me ofrecí a echarles una mano con los apuntes de la conferencia que -les dije, algo engreído- conocía de antemano por haber ayudado a mecanografiarla. Mis interlocutores se miraron con una sonrisa pícara y, tomando la palabra el señor mayor, me contestó en perfecto alemán:

-          Muchísimas gracias por su ofrecimiento que, en lo que respecta a la traducción, no vamos a necesitar pues, tanto mi ayudante, como yo mismo, entendemos bastante bien el alemán; incluso, lo hablamos, aunque con menor soltura que usted el francés. Lo que sí podría sernos útil es conocer el guion de la intervención de su maestro, para seguir mejor el hilo de su pensamiento. ¿Por qué no se sienta con nosotros y formamos un equipo para comprender a la perfección lo que tenga que decirnos el profesor Cassirer?

     Así lo hicimos. El joven francés tomó una completa referencia de la charla[34], haciendo uso de unas abreviaturas sui géneris. Al concluir la exposición de Cassirer, teniendo yo que reunirme con los hamburgueses, los franceses se me despidieron, no sin que el joven me invitara:

-          Voy a quedarme un buen rato en la cafetería, departiendo con los colegas y pasando a limpio las notas. Si el profesor Cassirer le deja tiempo libre, podríamos vernos y tomar algo para reponer fuerzas para mañana.

     No comprometí mi asistencia por el momento, hasta asegurarme de que Cassirer había superado con buen ánimo el reto de disertar extensa y comprometidamente, convaleciendo aún de su trancazo catarral. Tomó la decisión de retirarse de inmediato a descansar y así yo pude disculparme, mendazmente, con el profesor ayudante Ritter:

-          Voy a ayudar a unos franceses con la versión que han hecho de la lección del Profesor.

-          Sí -bromeó Ritter-, ya te he vista sentado junto al catedrático de la Sorbona, judío como Cassirer y buen amigo suyo.

     En efecto, el venerable profesor de la barbita resultó ser el famoso filósofo, León Brunschvicg[35], lo que hacía suponer que su joven acompañante fuese un alevín de pensador de las facultades parisinas. Él mismo me lo confirmó, sentados ambos a la mesa, frente a dos buenas porciones de nusstorte[36] y sendas tazas de humeante té:

-          Me llamo Jean Cavaillès y aquí me tienes a mis veinticinco años, sin haberme decidido aún a seguir el camino de la filosofía o el de las matemáticas. De hecho, me licencié en ambas, y acepté, hace un par de años, una modesta ayudantía en matemáticas; pero el venerable profesor Brunschvicg anda tirando de mí, para que me pase de la Normal[37] a la Sorbona y me dedique a la filosofía.

-          Pues convierte las paralelas en convergentes -le aconsejé atrevidamente- y dedícate a la filosofía matemática.

     Mi hábil sugerencia orientó el resto de nuestra conversación. Resultó que Jean había centrado su trabajo en la matemática de conjuntos, semillero desde hacía años de toda clase de paradojas[38], que acabarían por arruinar, muy poco después, el formalismo tradicional de aquella exacta rama del saber[39]. Cavaillès, entusiasmado, hablaba y hablaba, sin percatarse de que tenía delante a un completo ignorante en la materia. Por lo que recuerdo y creo haber entendido entonces, Cavaillès estaba convencido de que las proposiciones y axiomas matemáticos no podían ser una excepción a la provisionalidad y cierto grado de incertidumbre que -nos guste o no- ha de presentar el conocimiento humano, generación tras generación.

-          Ni siquiera Kant, en su madurez -aseveraba Cavaillès-, admitía el absoluto matemático. El mero hecho de que algo sea lógico es totalmente insuficiente para considerarlo matemático: para que exista en sentido matemático se requiere la construcción de ese algo; y la construcción del concepto solo puede mostrarse por medio de la intuición, ya sea empírica o pura.

-          Ahora que has pronunciado la palabra incertidumbre -le interrumpí-, me viene a la mente el principio recientemente establecido por Heisenberg para la física. Quizá -apunté- es que un cierto grado de indeterminación es inevitable al conocimiento humano…

-          No lo dudes -asintió-. Se hace imprescindible reemplazar el escenario de la certidumbre absoluta por una buena teoría de probabilidades. Su aplicación al saber es a lo máximo que podemos aspirar, y ojalá que lográsemos en todos los casos el mismo grado de precisión al que se llega con las matrices de tu compatriota.

     Aquella tarde no se llegó a mucho más, pero para mí fue muy aleccionadora: Si quería convertirme en un aceptable filósofo de la ciencia, tendría que ponerme a estudiar a fondo matemáticas y física. El mundo de la ciencia parecía haber entrado en ebullición con el siglo XX y yo debería zambullirme en la olla hirviente. Cassirer era un buen matemático: Le pediría consejo.

Martin Heidegger

***

     Mi segundo conocido de Davós era, ya en 1929, un profesor que, aunque joven, estaba reconocido en ese universo germánico que aunaba la filosofía, las matemáticas y la física. Se trataba de Rudolf Carnap[40], quien acababa de publicar un libro importante[41], que consolidaba el positivismo lógico vienés, exaltando la inexcusable necesidad de la experiencia y de la confirmación para dar a un saber el carácter de científico. Y, aunque yo solo había hecho una lectura rápida de la obra, a instancias de Cassirer, tuve la osadía de presentarme a él, al tropezármelo en la Promenade[42], con el pretexto plausible de felicitarle por su nuevo libro. Con la mayor amabilidad respondió a mis parabienes, invitándome a entrar en calor en el vecino café del hotel Schweizerhof. Acepté de muy buen grado, no solo por librarme del frío de aquel mediodía, ventoso y nublado, sino por considerar a su Círculo vienés como la quintaesencia del positivismo lógico o, si se quiere, de la lógica inductiva que -según afirmaba Cassirer, gruñendo- estaba dispuesto, no solo a tragarse la metafísica, sino a revestir a todos los filósofos con la bata del laboratorio de física; cosas ambas que yo estaba lejos de ver con tan malos ojos como mi maestro.

-          Así que estás preocupado -resumió, tras escucharme- por la crisis de la exactitud científica. Yo lo estaría, más bien, si estuviera convencido de que los hombres de ciencia tienen, pese a su finitud -como la llamaría Heidegger-, la varita mágica de conocer el mundo a la perfección… Hombre, tampoco vamos a exagerar, pero sí aceptar las enseñanzas de los gurús hindúes, que hace más de dos mil años llegaron adonde estamos arribando los orgullosos y racionales occidentales.

     Pareció divertirse de la cara de sincera ignorancia que debió de ponérseme con el elogio del pensamiento indio que acababa de oír. Dejó pasar unos instantes para aclarar su opinión:

-          Lo más granado de la filosofía hindú sostiene que el mundo es una entelequia humana, en el sentido de que no podemos afirmar que exista realmente fuera de nosotros, pero tampoco que estemos en realidad en medio de la nada. Solo conocemos lo que sentimos o imaginamos, pero ¿quién nos dice que esa apariencia coincide con la realidad de algo que existe efectivamente?... Ya ves, positivismo en estado puro.

     Tomó un buen trago de cerveza caliente especiada y, guiñándome un ojo tras las gafas, agregó:

-          Pero, claro está, un gurú que se precie no va a quedarse en que no sabemos si el mundo existe, ni cómo es en realidad, supuesto que exista. Sus seguidores le harían pasar por la prueba de la cobra colmilluda para mostrarle: uno, que las cosas existen -¡vaya si existen!-; y dos, que algunas reglas objetivas de comportamiento deben existir, cuando menos, para respetar la vida de los maestros… Consecuencia: debemos razonar y actuar de la forma en que sea más probable que nuestra opinión y nuestro comportamiento se ajusten a la experiencia y a la felicidad… ¿Qué te parece?

     La verdad: A estas alturas yo no sabía si Carnap estaba hablando en serio o tratando de embromarme. En consecuencia, guardé silencio y no le respondí. Él prosiguió:

-          No creas que se trata de renunciar al principio de confirmabilidad, es decir, a validar todo saber científico por uno mismo y por sus iguales, pero sí de introducir la noción de grado en la confirmación de una hipótesis, pues no todas estas pueden inducirse sin duda ninguna mediante nuestra experiencia. De aquí, la necesidad de estudiar el cálculo de probabilidades como base de una lógica inductiva.

-          Lo veo realista -me atreví a juzgar-. Si ni siquiera la experiencia nos permite llegar a la certidumbre en muchos casos, no tiene sentido inferir de ella conclusiones ciertas. Tal vez, se trate, acertadamente, de una extrapolación del principio de indeterminación de Heisenberg…

-          En efecto, asintió Carnap. Pero, sin llegar aún a los más recientes avances de la física atómica, podemos basarnos también en la lógica matemática de Russell[43]. No sólo no se puede elaborar una metafísica, sino que debemos sacrificar en cierto modo la especificidad de la filosofía. En Viena estamos trabajando de forma avanzada en una teoría de la ciencia unificada, que tendrá como piedra angular un único método para todos los saberes, el más adelantado y moderno del momento: el de la física[44].

     Debería haberme sentido extasiado ante aquella visión en que filosofía y ciencias experimentales se abrazaban y fundían, pero aún no estaba maduro para la revolución copernicana que suponía pasar de la superioridad filosófica a esa especie de sumisión de la filosofía, como ancilla scientiae[45]. Por otra parte, era cierto que la física se había disparado en aquellos años, pero ¿quién nos aseguraba que no se empantanase en un próximo futuro?

-          No sé, no sé -vacilé-. Eso de la modernidad…

     Carnap no respondió a mi vacilación -parecía estar tan embalado como la física moderna:

-          Estoy trabajando de la mano con mi compañero Neurath[46]. Me gustaría que llegases a conocerlo…, como también a nuestro jefe, Schlick[47]. Si te animas a ir por Viena, no dejes de pasar a visitarnos.

     Acompañó el ofrecimiento con la entrega de su tarjeta, que recibí encantado. No pudiendo corresponder por el momento, y viéndole a punto de terminar su bock de cerveza, le salí con una broma, que luego hube de explicarle:

-          Aún no me he hecho tarjetas, pero mis señas no tienen pérdida: En la facultad de filosofía de Hamburgo, a la vera de Cassirer, o en la cervecera Gröninger, a la de mi padre.

***

Vista general de Davos (Suiza)

     El tercer y último encuentro en Davós al que voy a referirme fue con un auténtico estudiante, incluso más joven que yo, pues no había cumplido aún los diecisiete años. Se llamaba Karl von Weiszsäcker[48] y acababa de graduarse en el Bismarck- Gymnasium de Berlín[49]. Ser estudiantes y casi coetáneos eran de las pocas cosas que aparentemente nos unían en aquel curso en tierras suizas, pues él pertenecía a una familia de elevado rango[50], había residido varios años en el extranjero y tenía una formación en física general y astronomía que para mí hubiese yo querido. Con todo, nos unía la común inquietud de armonizar nuestra vocación filosófica con los increíbles avances de la moderna física. De hecho, él tenía pensado aplazar el comienzo de los estudios universitarios de filosofía, a fin de profundizar sus conocimientos de matemáticas, astronomía y física[51]. Su sueño era trabajar con Heisenberg[52], cosa que me confesó cuando yo califiqué al profesor de Leipzig como mi héroe desconocido.

     Weiszsäcker, con su experiencia social y don de gentes, se movía como pez en el agua por el congreso y destacaba en el grupo de los estudiantes. Fue él quien tuvo la gentileza de acercárseme para interesarse por mi trabajo, aunque este consistía poco más que en andar con documentos mecanografiados y blocs de notas por todos los lugares en que Cassirer estuviese presente o fueran de su interés. Así se lo hice saber, presentándome modestamente como un becario coyuntural que, a falta de trabajo como intérprete, andaba fungiendo de amanuense. Debió de gustarle mi humildad, pues decidió frecuentarme, sentándose junto a mí en algunas conferencias, confiándome sus inquietudes académicas y departiendo en el bar del hotel Belvédère cuando teníamos la cabeza caliente o el estómago vacío.

      Recuerdo nuestra común decepción al término de una de las disertaciones de Heidegger, en el curso de la cual un individuo de mediana edad -que creo no ha sido hasta la fecha identificado- se levantó en el coloquio y, tras presentarse como un veterano de la Gran Guerra[53], en la que había quedado marcado por graves lesiones nerviosas, aseveró que la filosofía no tenía otra tarea en el siglo XX que la de impedir las guerras. Heidegger le respondió, de forma un tanto despectiva, que nuestra época solo podía ser vivida con aspereza y severidad[54]. Carl y yo nos miramos atónitos ante tal insensibilidad y no dudo de que pusimos nuestras barbas a remojar: Si ese era el punto de vista de los filósofos ante la masacre, ¿qué podíamos esperar los jóvenes de los políticos, curtidos en la violencia y la mentira?

     Nuestro último encuentro distendido en Davós se produjo al día siguiente del simposio que enfrentó a Cassirer y Heidegger. Este último declino la invitación, pero su antagonista del día anterior sí aceptó la invitación de los estudiantes, para sumarse a una excursión a la deliciosa villa de Sils-Maria, un paraíso entre lagos. Pero debíamos estar aún bajo la influencia de aquellos filósofos a quienes parecía importar un bledo la felicidad y la paz, porque uno y otro comentamos desfavorablemente la decisión de visitar la casa de Nietzsche[55] y hasta extendimos la crítica entre nuestros jóvenes acompañantes. Si nuestro rechazo llegó a los oídos de Cassirer es cosa que este nunca me hizo saber.

     Nuestra despedida fue cordial. Sin muchas esperanzas de ser escuchado, pedí a Carl que, si por fin llegaba al olimpo de Leipzig, me lo hiciera saber y me facilitara el acceso a mi admirado Heisenberg. Su respuesta fue afirmativa y, como luego comprobé, sincera… Claro que hubieron de pasar tres largos años para recibirla: mucho tiempo para la medida de un joven a punto de dejar la adolescencia.

 

 

2.      Leipzig, 1932

 

     La estancia en Davós generó en mí -como he dejado dicho- la convicción de que habría de completar mis estudios filosóficos con un mínimo indispensable de matemáticas y física para manejarme con soltura en ambos campos, y así poder abordar mi vocación por la filosofía de la ciencia de manera solvente. Mi empeño no resultaría fácil en aquellos tiempos en que ambas disciplinas, históricamente exactas, se hallaban sometidas a unos cambios muy acelerados y pocas veces comprensibles a fondo por un novato, como era mi caso.

     Para las matemáticas no tuve problema ninguno en elegir un mentor: Cassirer tenía muy amplios conocimientos a este respecto. No tardé en comprender a grandes rasgos el sentido y transcendencia del intuicionismo matemático de Brouwer y de sus seguidores[56], que hasta entonces me había pasado bastante desapercibido, pese a que sus bases ya tenían unos cuantos años de publicadas[57]. Pero el bombazo de aquellos años fueron los primeros pasos de un nuevo genio matemático, Kurt Gödel[58], que habría de revolucionar el alcance de los sistemas axiomáticos[59], así como clarificar y poner orden en la muy discrepante y revuelta lógica matemática. Fue entonces cuando, por vez primera en dos años, tuve noticias de Carnap, quien tuvo la humorada de enviarme una felicitación navideña en que, aparte del inevitable frohe Weinachten[60], agregaba la cita de una revista editada por su universidad de Viena en aquel año 1931, que estaba a punto de acabar[61]. Me faltó tiempo para localizarla en la biblioteca de ciencias, y pronto comprendí, si no su enorme transcendencia, sí la razón por la que mi remitente se había acordado de aquel pobre alumno de Hamburgo, tan preocupado por la crisis de la exactitud científica[62]. Decidí, pese a las fechas vacacionales, pasarme por el domicilio de Cassirer para comunicarle mi hallazgo y, al propio tiempo, expresarle mis buenos deseos para el nuevo año 1932, a punto de empezar. Cassirer sonrió con escepticismo a mi augurio y cambió de tema:

-          A cambio de la primicia que me traes -y de la que ya había oído hablar-, te hago obsequio de un trabajo del que, desde luego, no se puede decir que acabe de publicarse… Me parece que tiene bastante que ver con el concepto del tiempo y, en particular, sobre el desorden en el universo y la dificultad para predecirlo y medirlo.

     El regalo era una mimeografía de un artículo en francés de un tal Lyapunov[63], aparecido en 1892, que venía a suponer la existencia en matemáticas, física, biología y otras ciencias de sistemas complejos y dinámicos, cuya evolución depende de tal cúmulo de variables, que resulta prácticamente imposible predecir su comportamiento. En el momento en que escribo estos recuerdos, el estudio de tales sistemas ha alcanzado cierta unidad, bajo el nombre de teoría del caos, e implica una incertidumbre en la evolución de esos sistemas, que crece exponencialmente en función del tiempo transcurrido[64]. Pero el tiempo necesario para transitar de un paso a otro de su dinámica puede contarse en millones de años, para los astros, ¡o en millonésimas de segundo, en los pulsos electrónicos! Y, con todo, esos sistemas caóticos no son, en general, aleatorios -sino meramente impredecibles-, dado que los comportamientos posibles del sistema tienden a mantenerse dentro de un espacio definido, como si hubiese un centro de gravedad de las evoluciones posibles[65]. La cabeza me daba vueltas y empezaba a sentir lástima, no ya por el presuntuoso Monsieur Laplace[66], sino por los mismos físicos y matemáticos actuales, condenados, al parecer, a convertirse en estadísticos, creadores de simples modelos predictores de lo meramente probable, cual echadores de cartas con ciertos conocimientos de psicología y experiencia de la vida.

     Tampoco la física se había quedado parada en aquel entonces. Por limitarme a mi admirado Heisenberg, era opinión general que otra figura de la mecánica cuántica -que ahora parecía alternar su epíteto con el de ondulatoria- había elaborado una forma de llegar a la indeterminación más sencillo que el matricial del profesor de Leipzig, y que permitía armonizar con más perfección la incertidumbre con la dualidad onda-corpúsculo del francés De Broglie[67]. El genio ascendente era un vienés apellidado Schrödinger[68] quien, al abdicar de su cátedra berlinesa el profesor Planck[69], lo había sucedido en tan honroso puesto.

     Mi aproximación a los estudios avanzados de física pudo haberse quedado en agua de borrajas, a no ser por una feliz coincidencia entre mi disponibilidad y mis cualidades de observación. Sucedió que, estando yo presente, llegó al laboratorio de física una cámara Wilson[70], ligeramente diferente a otra que ya poseíamos. El primer artilugio me tenía fascinado y había aprendido a manejarlo, siempre bajo la supervisión de algún ayudante, con resultados muy satisfactorios. La nueva máquina traía sus instrucciones en inglés y francés, pero no en alemán, lo que me permitió -siempre con el debido permiso- traducirlas literalmente y entenderlas a la perfección. Un fin de semana a solas en el laboratorio, la Wilson y yo, me permitió al lunes siguiente hacer un alarde de dominio de su funcionamiento; y, aunque me vi obligado a compartir mi sabiduría con los colegas, aquella fue desde entonces mi máquina, sobre todo, cuando se manifestaba veleidosa o intratable…, a lo que yo contribuía en ocasiones aflojando alguna tuerca o desenfocando la lente. No voy a decir que esté orgulloso de mis trampas, pero pueden dar por seguro que no era el único del laboratorio en crearse ciertas ventajas. En fin, con buenas y malas artes, me gané un nuevo apodo, Nebel, entre los físicos que me rodeaban[71]

***

Universidad de Leipzig (Alemania)

     El semestre de invierno de 1932 era el penúltimo de los que habría de aprobar para graduarme, cosa que ya empezaba a dar por hecha, a tenor de las brillantes calificaciones obtenidas en los anteriores. Con todo, debería no perder ni una semana en otros menesteres que estudiar y -por supuesto- trabajar con la cámara de niebla. Por ello, tuve una sensación agridulce al recibir en pleno curso una breve carta de Von Weiszsäcker, invitándome a visitarlo en Leipzig y conocer a Heisenberg. La ocasión de ello me ofrecía, no obstante, un razonable motivo para obtener la venía de Cassirer. Mi amigo Carl Friedrich se explicaba así:

     Una aventajada discípula del difunto profesor de Gotinga, Leonard Nelson[72], llamada Grete Hermann[73], ha tenido la idea de solicitar un encuentro con Heisenberg, para discutir acerca de la absoluta subsistencia del principio o relación de causalidad, que, como sabes, Kant consideró un indiscutible apriorismo. Nos hemos informado sobre la profesora Hermann y hemos concluido que se trata de una buena filósofa y matemática. Así pues, la polémica promete ser muy interesante, aunque no creo que nos ponga en ningún aprieto. ¿No crees que el momento es pintiparado para que cumplas tu deseo de peregrinar a Leipzig a fin de conocer a Heisenberg y ver cómo tenemos organizado todo este tinglado atómico-cuántico?

     Mi ruego a Cassirer fue prontamente atendido, con la lógica condición de rendirle a mi regreso un informe sobre tan sorprendente duelo filosófico, que inevitablemente nos hacía recordar a Davós.

     Acomodé mi viaje para llegar a la capital sajona un par de días antes que Fraulein Hermann, de quien, por el momento, no tenía más datos que los ofrecidos por Von Weiszsäcker. Este me acogió en las habitaciones que tenía alquiladas en un amplio piso cercano a la facultad, y me llevó -casi sin tiempo para deshacer la maleta- a visitar los modernos laboratorios de física atómica, que Heisenberg había montado en los cinco años que era catedrático allí. El aparataje era ya bastante impresionante, al menos, en comparación con el que teníamos en Hamburgo, pero no lo era menos el equipo personal que, al amor de su fama y carácter, había ido construyendo en derredor, y de cuyo internacionalismo se sentía orgulloso. Allí tuve la oportunidad de saludar a su segundo, Friedrich Hund, que trabajaba en la teoría del enlace químico; al suizo, Félix Bloch, experto en la comprensión de las propiedades eléctricas de los metales; al judío ruso, Landau, y a nuestro Peierls, las mejores mentes lipsienses para discutir los abstrusos problemas matemáticos de la mecánica cuántica; el húngaro Edward Teller, que a la sazón calculaba las propiedades ópticas de las moléculas… Entre ese ramillete de figuras, mi amigo Carl Friedrich -Heisenberg no solía llamarlo por su apellido-, aunque ya brillante en las ciencias exactas, era considerado el oráculo de las cuestiones filosóficas que aquellas suscitaban; algo nada baladí, si tenemos en cuenta que su catedrático era un excelente conocedor de la filosofía y de su historia, que desentrañaba con la misma claridad y perspicacia que los temas propios de su especialidad[74].

     Si me hubiesen pedido que adivinara, sin conocerlo por fotografías, quién de los científicos del laboratorio era Heisenberg, es muy probable que no hubiese acertado, pues su apariencia era todo menos impactante. Menudo, de facciones regulares y mirada fija pero un tanto inexpresiva, apenas sobresalían en él lo amplio de la frente, despejada aún más por peinar hacia atrás su todavía rebelde cabello. Solo cuando sonreía, mostrando unos dientes muy blancos, sus ojos claros se iluminaban con una calidez, que lo mostraba simpático y acogedor. Vestía de traje y corbata, aunque con cierto desaliño, y solía excusar el uso de la típica bata blanca de laboratorio, quizá como reconocimiento de sentirse -como le gustaba exagerar- un científico de pensamiento, con presunta torpeza para manejar los cada vez más complejos aparatos que lo rodeaban. Tal vez por ello, le resulté más respetable, al informarle Carl Friedrich de que, aunque estudiante de filosofía con Cassirer, pasaba grandes ratos en el laboratorio jugando con una cámara Wilson. Heisenberg exageró un rictus admirativo y añadió:

-          En Hamburgo tuvieron ustedes a Pauli[75], y aún no sé cómo lo dejaron escapar. De los de ahora, tengo un profundo respeto por el profesor Stern, a quien considero un excelente maestro. De hecho, está secundado por profesores tan inminentes, como Otto Frisch y Estermann[76]… No es mal sitio Hamburgo, no, para que un filósofo interesado por la ciencia se cuele en los laboratorios.

-          Conozco de vista, o poco más, a los personajes que usted dice -admití-, pues mi puesto allí viene a ser el de mozo de laboratorio al que, en ocasiones, le dejan jugar al aprendiz de brujo con alguna maquinita.

     Poco más hablamos por el momento. Mi amigo Carl me hizo los honores, recorriendo conmigo las instalaciones y mostrándome los aparatos más llamativos. Continuamos el recorrido, hasta toparnos con una vieja y modesta máquina, análoga a otras que yo había visto en Hamburgo. Carl me la presentó encomiásticamente:

-          Es un espectrómetro de masas, que considero el aparato más útil del laboratorio, en comparación con su poco precio y escasa complicación de manejo. Este es una de las primeros, de los del prototipo de Aston[77], pero tenemos alguno más moderno. Mi consejo es el de que, si tan hábil eres en el manejo y obtención de medidas precisas con los artilugios, repartas tu interés y tu tiempo entre la cámara de niebla y el espectrógrafo.

     Concluida la visita, acudí a despedirme de Heisenberg, felicitándole formulariamente por lo bien puesto y organizado que tenía el laboratorio. Al mismo tiempo, le pedí autorización para asistir al encuentro del día siguiente con Fraulein Hermann, prometiéndole ser un espectador silente, que solo tomaría notas en interés propio y del profesor Cassirer. Heisenberg me confesó:

-          Yo habría querido que se tratara de un acto público a realizar en el paraninfo de la facultad, pero la Señorita se ha negado, pretextando su poco dominio de los actos ceremoniosos. Lo realizaremos, pues, en mi despacho y, hasta ahora, nadie sino Carl Friedrich ha mostrado interés en asistir; de modo que la presencia de usted nos será muy grata. En cuanto a lo de intervenir o no en la discusión, lo dejo a su libre decisión.

***

     La profesora Hermann era una mujer joven[78] de hermoso rostro y apariencia sencilla, en la que yo encontraba algo de ascético, casi religioso. Es posible que estuviese influido por mi superficial conocimiento de la llamada Escuela de Fries[79], pero, en cualquier caso, resultó una polemista muy decidida y correosa, aunque con la reflexión suficiente para aceptar la posibilidad de fórmulas de equilibrio. En el debate fue inicialmente respondida por Heisenberg pero, comoquiera que aquel tomaba unos derroteros mucho más filosóficos que cuánticos, fue Carl Friedrich quien fue adquiriendo el mayor protagonismo en la argumentación. Como estaba previsto, tras haber sido presentado como un ocasional visitante venido desde Hamburgo, donde estudiaba con Cassirer, yo me mantuve como mero espectador, tomando las notas precisas para recordar luego lo allí controvertido.

     Grete -permítanme la familiaridad- arrancó de un postulado debatido, aunque pudiese parecer una obviedad: La existencia apriorística de un principio o relación de causalidad entre todos los hechos y fenómenos, que la ciencia no podía menos de respetar y apuntalar, pero que la mecánica cuántica había pulverizado. La profesora entendía que, salvo que la moderna ciencia llevase el camino de perder toda lógica y objetividad, no había más remedio que concluir lo siguiente: no falla la teoría causal -uno de los imperativos racionales kantianos-, sino un estudio suficiente para superar las incertidumbres y encontrar los eslabones y variantes que aún no se hayan determinado.

     Los cuánticos, además de rebatir la aplastante exactitud de las afirmaciones filosóficas que Grete parecía defender (como si de reglas matemáticas se tratase, apuntó Heisenberg, buen conocedor de la interpretación de Kant por la escuela de Fries), se empeñaron en justificar ante su antagonista la imposibilidad -al menos, en el mundo atómico y subatómico- de fijar simultáneamente y con total precisión el comportamiento, y aún la naturaleza, del objeto de conocimiento. El ejemplo que usaron -para mí, muy discutible, como luego diré- fue el de los electrones que se desprenden espontáneamente de los átomos de ciertos isótopos no totalmente estables. Podemos tener -dijeron- una determinación estadística de su trayectoria y conocer el tiempo promedio que tardarán en escapar, pero esas precisiones de espacio y de tiempo son imposibles para un concreto electrón. Elevándose, luego, del ejemplo a la categoría, Heisenberg apabulló a su interlocutora con argumentos matemáticos que probaban “sin lugar a dudas” que la indeterminación cuántica no era problema de errores o desconocimientos, sino de la imposibilidad de que hubiese variables ocultas que permitieran justificar la incertidumbre, más allá de las precisiones estadísticas y cuantitativas a las que ya se había llegado. Muchas veces me he preguntado si Heisenberg tenía ya a su alcance todo el arsenal argumentario que von Neumann publicaría en aquel mismo año, en un libro fundamental[80]. Desde luego, su aparición fue tan sincrónica del debate, que estoy seguro de que Grete no había hecho aún de él la lectura crítica que más tarde realizó[81].

     El resto de la polémica fue tomando una vía más sosegada. Carl Friedrich apuntó la posibilidad real de que el principio de causalidad fuese perfectamente compatible con la relatividad y la mecánica cuántica, siempre que se hicieran en él correcciones que en los tiempos de Kant eran completamente innecesarias. El golpe final -que me pareció de perlas- lo dio mi amigo, con el potente ejemplo de las leyes de la palanca de los tiempos de Arquímedes: El conocimiento progresaba; las ciencias, igualmente, no tanto por corregir errores, cuanto por abrirse a nuevos campos de la realidad. Según eso, no podía pretenderse que la filosofía y sus principios lógicos no tuviesen que cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos. No es que cada época tenga su propia verdad -concluyó Carl-, sino que los nuevos conocimientos han de modificar también la estructura del pensar humano.

Werner Heisenberg

 

     Como aquel debate tenía un carácter privado e informal, acabó sin conclusiones de parte y parte. Heisenberg opinaba que la profesora Hermann parecía haberse conformado modestamente con lo que había escuchado. Sonriendo con socarronería, el profesor de Leipzig me dijo, en un aparte:

-          Carl Friedrich y yo tenemos la impresión de que nuestra visitante entiende mejor ahora la relación de la filosofía kantiana con la ciencia moderna.

     Era una visión algo optimista de lo que Grete -y yo- habíamos sacado de aquella jornada. Tuvimos la ocasión de conocerlo y de sincerarnos aquella misma tarde.

***

     Alegando un compromiso previo con unos amigos, la profesora Hermann declinó la invitación a almorzar en el comedor de la universidad, que le hizo Heisenberg; de modo que, tras unos minutos de cortesía, se despidió de sus anfitriones y echó escaleras abajo, momento en que nos percatamos de que había dejado el paraguas en el despacho de Heisenberg. Tomé la iniciativa de intentar alcanzarla para entregárselo, y tuve la suerte de que, seguramente por desconocimiento de la ciudad, estaba esperando al borde de la acera, con el evidente propósito de encontrar un taxi libre. Le devolví el olvidado adminículo y, por cortesía, me ofrecí a acompañarla dando un paseo, si es que su destino no estaba muy lejano. Resultó que sus amigos residían a no mucha distancia, en la Burgstrasse, cerca de la iglesia de Santo Tomás. Emprendimos juntos, pues, el camino y, de pasada le hice de cicerone, cosa muy sencilla pues, precisamente el día anterior, Carl Friedrich había hecho lo propio conmigo, llevándome desde la universidad hasta aquella iglesia, menos notoria como monumento, que por haber sido J.S. Bach su director de coro durante un montón de años[82]. Llegados al portal de la casa, me atreví a sugerirle:

-          Profesora Hermann: Estoy seguro de que el profesor Cassirer y yo mismo tendríamos mucho interés en conocer su impresión sobre el combate de esta mañana; y quizá podrían ilustrarla en algo ciertas consideraciones mías a este respecto, ya que no he querido intervenir en una lid de la que he sido un testigo puramente casual.

     Grete, que había estado a punto de echarse a reír con lo del combate, reflexionó unos momentos, miró el reloj y repuso:

-          Venga a buscarme aquí mismo a eso de las cuatro y media, pero no se impaciente si me retraso: Hace varios años que no veo a estos amigos y tendremos mucho de qué hablar.

     Regresé a toda prisa a la facultad, donde aún me esperaba Carl, extrañado de mi tardanza. Me disculpé como pude y nos fuimos a comer a un Gasthof cercano. Aun esperando su pulla, hube de preguntarle, también yo con guasa:

-          Recomiéndame un café de postín para invitar estar tarde a una señorita de cierto compromiso.

     Carl era muy listo y captó al vuelo la identidad de la homenajeada:

-          Para la dama de Gotinga[83], nada mejor que el Arabian[84], en la Fleischgasse. Quedarás como un señor, pero prepara el bolsillo.

     En efecto, el ambiente sofisticado y orientalizante del Arabian funcionó muy bien para relajar la tensión mental a la que, sin duda, estaba sometida Grete, aún sumergida en el torbellino de ideas y sugerencias que la discusión con Heisenberg y Weiszsäker le había provocado. Por otra parte, no era yo la persona mejor preparada para discutir sus reflexiones, ni me apetecía pasar el rato enfrascado en el juego de Kant, sí o no, que ya empezaba a tener muy superado -o eso me parecía-. De modo que, para rebajar el nivel de profundidad de la charla, me atreví a proponerle una butade, que seguramente me ridiculizaba a mí, más que a mis amigos cuánticos:

-          Estos físicos modernos -empecé, muy serio- se creen que todo es nuevo, por el hecho de que tomen los átomos como objeto de estudio; pero seguro que, si hoy los hubiese escuchado algún médico, o un experto en pompas fúnebres, habría encontrado sus argumentaciones de lo más manidas. Solo habría que cambiar a los electrones por personas, para constatar que a aquellos les pasa lo que a estas, cuando se trata de determinar cuándo se van a morir y por qué causa.

     La profesora Hermann abrió desmesuradamente sus bellos ojos negros y detecté cómo sus neuronas iniciaban unas sinapsis totalmente desacostumbradas.

-          Vamos a ver -expliqué-: El periodo medio para que un electrón escape del núcleo es perfectamente conocido para cada isótopo, como también lo es -en términos estadísticos- la dirección en que saldrá disparado. Bien: Cualquier funcionario especializado podrá informarte de cuál es la edad media que alcanzan los hombres o las mujeres en Alemania, así como el promedio de las diversas causas generales de muerte: vejez, enfermedad contagiosa, infección, suicidio, homicidio y accidente -pongamos por caso-. Por supuesto que dicho funcionario no estará en condiciones de aseverar cuándo ni por qué causa vaya a fallecer un alemanito nacido hoy. Pero es seguro que, si le preguntamos a un genetista, podrá hacer ya una predicción bastante aproximada al respecto. Y no digamos, si se trata del médico que haya venido tratando a la persona a lo largo de un amplio periodo de su vida. Si el estudio lo hace un agente de seguros, o un psiquiatra, tendrá muchas posibilidades de juzgar acerca de los accidentes o los suicidios. Y cualquiera de esos especialistas, si sigue día a día la vida de su objeto de estudio, tendrá mucha menor indeterminación en sus pronósticos, que si lo analiza, por ejemplo, una vez cada tres años. ¿Me sigues?

-          Por supuesto, respondió Grete, pero…

-          Magnífico -la interrumpí-. Vayamos añadiendo más y más variables, más y mejores estudios y ¿qué pasará?... Obvio, la incertidumbre sobre cómo y de qué modo morirá nuestro espécimen humano irá quedando reducida a la mínima expresión; y eso que no nos movemos en una ciencia exacta, sino en biología y medicina, trufadas por el libre albedrío y la sociología.

     Grete la había emprendido con un bienenstich[85], que mojaba en té rojo aromatizado con canela y parecía escucharme con benevolente indiferencia. Decidí terminar, pues empezaba a sentirme ridículo:

-          En fin -añadí-, si un día visitas a nuestro objeto y lo encuentras todavía vivo y en saludables circunstancias, y al día siguiente te enteras por el periódico que ha fallecido baleado en el robo de un banco, puede que su viuda reproche a la policía por no haber vigilado mejor al atracador, y los agentes le contestarán que ellos no poseen ciencia infusa, pero, en el fondo, de lo que se trata es de la aparición de una variable hasta entonces oculta -un criminal- y que desconocíamos hasta que el finado apareció tirado en el suelo, con un balazo en el corazón.

Grete Hermann

     Grete se mostró lo bastante generosa, como para contestarme con seriedad:

-          Algo de eso es lo que me trae desasosegada desde esta mañana: la insistencia de Heisenberg -aunque no de todos los físicos actuales- en lo que llaman la interpretación de Copenhague, o principio de superposición[86], rechazando la alternativa de las variables ocultas, fundándose, según ellos, en estudios matemáticos, que no acaban de convencerme[87]. No sé si me explico…

     Estas últimas palabras fueron acompañadas por el gesto de abrir su amplio bolso y sacar una libreta tamaño folio, con las hojas aún en blanco. Decidí cambiar de tema, antes de que me agobiase a ecuaciones.

-          ¿Y lo de cargarse el principio de causalidad? ¿Qué te parece?

-          Sobre eso, tendré que reflexionar más detenidamente -contestó Grete-, pues quizá se haya correlacionado demasiado la causalidad con la determinación del conocimiento e, incluso, con la naturaleza del objeto de estudio. Me ha impresionado bastante la vigorosa defensa de tu amigo Weiszsäcker de la necesidad de corregir o modificar los principios clásicos apriorísticos, cuando se avanza en las ciencias o se estudian nuevas parcelas del mundo. A fin de cuentas, me parece que la mecánica cuántica no desecha la causalidad, al menos, como forma de explicar los fenómenos de manera inteligible, pero sí pretende pasar de una causalidad totalmente determinada, a otra basada en criterios estadísticos.

-          O sea -deduje-, que crees posible armonizar tu postura inicial con la de los físicos cuantitativistas… No sería mala solución: Kant y los físicos atómicos yendo de la mano por los caminos de la ciencia moderna.

     Debí de decir esto último con el suficiente retintín, como para que Grete lo detectara y me preguntase:

-          ¿Me crees demasiado contemporizadora? ¿O crees, más bien, que hemos de guardar la Crítica de Kant en el baúl de las teorías arrumbadas?

-          Mujer -repuse con sobrada suficiencia-, no creo que los a priori kantianos sean compatibles con la ciencia moderna. Figúrate lo que queda del gran filósofo después de pasar por la nueva ciencia sus conceptos de la causalidad, el espacio y el tiempo, el concepto de sustancia, la ley de la conservación de la materia, la igualdad de la acción y la reacción, la ley de la gravitación o la inmutabilidad de los principios de la geometría euclídea.

     Grete admitió parte de mis excesos antikantianos:

-          Tienes bastante razón. Creo que Kant acabó[88] por estar excesivamente impresionado por la física de Newton, hasta considerarla el paradigma de todas las verdaderas ciencias, es decir, de las exactas… Pero se ha hecho muy tarde y mañana he de levantarme temprano para coger el tren matinal a Gotinga.

     Rechazó que la acompañase a pie hasta su hotel y optó por tomar un taxi. Al despedirse, además de agradecer mi amable dedicación, me animó a seguir la carrera docente y se ofreció para acogerme en su universidad, de resultarme interesante acudir a algún curso de posgrado. Pero fue la primera y la última vez que vi a la profesora Hermann hasta después de la guerra que ya empezaba a acechar a Europa. De hecho, ella abandonó Alemania en 1936[89] -más por sus ideas políticas filosocialistas que por vínculos raciales judaicos, en ella inexistentes- y no regresaría hasta diez años después. Por lo que me consta, su debate de Leipzig en 1932 no fue en vano, sino que cambió en parte su previo criterio de un causalismo rígido[90].

***

     Dos días más tarde, también yo hube de abandonar Leipzig, regresando a Hamburgo, para concluir los estudios de mi penúltimo semestre de licenciatura. Por consejo de Cassirer, me olvidé del laboratorio de física y me dediqué aquellos meses en exclusiva a los estudios filosóficos. Acabados estos con altas calificaciones, me resarcí de aquel abandono y pasé gran parte del verano de 1932 aprendiendo a manejar el espectrógrafo, siguiendo con ello el consejo de Carl Friedrich. Mi padre se encargó de romper aquel idilio con la espectrometría:

-          Cuando superes el último semestre, tendrás edad y currículo suficiente para optar a una plaza de profesor en algún gymnasium[91]. Echa las solicitudes oportunas y no te limites a los de Hamburgo y sus alrededores.

-          Yo había pensado -apunté dubitativo- en seguir en la Universidad para preparar la tesis y el examen de habitación para la docencia universitaria.

-          ¿Te ha hecho un ofrecimiento debidamente remunerado el profesor Cassirer?

-          De entrada -respondí- a lo más que podría aspirar sería a una modesta beca.

-          Pues entonces -zanjó mi padre-, olvídate de ello y a trabajar. No hay nada que ennoblezca más a un hombre que trabajar y ganar para mantenerse a sí mismo, y a una familia, llegado el caso.

     Y, por esta vez, mi madre estuvo también de acuerdo con su marido.

 

 

3.      Viena, 1936

 

     Me gradué en filosofía al concluir el semestre de invierno de 1932. Para entonces la marea nazi había anegado las formas democráticas de la república de Weimar[92]. Fueron para mí momentos tristes, no tanto por razones políticas -que yo todavía contemplaba con las dudas generales del país, unidas a las personales de un joven de veintiún años en busca acuciante de un futuro-, sino porque, de la noche a la mañana, mi mentor de los últimos años, Ernst Cassirer, optó por marcharse de Alemania, debido a su sangre judía, buscando una universidad acogedora en que seguir enseñando[93]. El Profesor nos reunió a sus próximos en su despacho de la universidad para despedirse de manera cariñosa y emocionada, pero escueta y sin explicar los motivos de su marcha, que ya todos conocíamos. Al llegar a mí, me devolvió la mimeografía del artículo de Gödel, que le había llevado a su casa en las navidades del año treinta y uno, y me dijo:

-          Consérvelo como recuerdo de nuestra colaboración y no se desanime nunca. Si los jóvenes se derrumban o se dejan llevar, ¿qué esperanza nos quedará a los mayores?

     Una vez en casa, pude apreciar que el documento había sido enriquecido con notas y apostillas manuscritas de Cassirer y con una anotación final dedicada a mí, que rezaba:

     A Mathias Schlosser, uno de mis últimos y más apreciados alumnos de Hamburgo, devuelvo este precioso trabajo de Gödel, con el deseo de que tenga siempre presente el lema de nuestra universidad: Investigación, aprendizaje, formación[94].

     Si mi aspiración al profesorado universitario ya estaba en el aire, con el exilio de Cassirer acabó por disiparse[95]. No obstante, dado lo avanzado del curso, era muy improbable que alguna de mis solicitudes de empleo para la enseñanza media fuese aceptada antes del inicio del curso 1933-1934. De hecho, ningún centro docente me contestó de modo inmediato. Mi padre, hombre avezado, me dio entonces un consejo que resultó infalible:

-          No es probable que contraten a un profesor de filosofía, si las nuevas autoridades no están convencidas de su afinidad al régimen. Afíliate de inmediato a la asociación de profesores del partido nazi. Con eso y la creciente expulsión de los maestros judíos, es muy probable que consigas trabajo. Anda, y no hagas ascos a lo que, más tarde o más temprano, tendrías que hacer a la fuerza[96].

     Aunque cumplidos los 21 años de edad[97], ya no tuviera por qué acatar los designios paternos, no me pareció mal el garantizarme un puesto de profesor, si es que reunía merecimientos para él. Así pues, acudí a inscribirme, recibiendo de entrada una acogida poco benévola de parte del sujeto que me atendió:

-          Pero usted no es todavía un docente. ¿Cómo pretende ingresar en una asociación para estos?

     De algo habría de valerme mi licenciatura en filosofía:

-          ¿Qué cree usted que tiene que ser lo primero en el tiempo -repliqué-: el profesorado o la posibilidad de llegar a él?

     El individuo calló y, esperando iluminación para decidir, empezó a manosear mis documentos identificativos. Al parecer, la fórmula le dio resultado:

-          … Schlosser. ¿Es usted hijo de Kurt Schlosser, de las cervecerías Gröninger?

-          Soy su hijo mayor -repuse-

-          Vuelva usted pasado mañana por los documentos acreditativos de su afiliación -me dijo, sin mayores explicaciones-.

     Tampoco yo se las pedí a mi padre, pues pensé que se trataba de algún conocido suyo. Más adelante di con una clave más probable: sin yo enterarme, mi progenitor era miembro del partido nazi desde julio de 1932, cuando este se había convertido en el más representado en el parlamento[98]. Se ve que, aunque sin estudios universitarios, Herr Schlosser era un hombre perspicaz, cuando menos, a medio plazo.

***

     Mi afiliación al sindicato nazi produjo efecto. Mi solicitud fue aceptada en el así llamado Progymnasium[99] de la pequeña localidad, medio francona, medio bávara, de Rothenburg[100], de la que no tenía otro conocimiento que el de sus bellezas turísticas, fruto de una excelente conservación de su casco amurallado medieval. Pronto constataría que me había metido en un nido de nazismo[101], en el que tendría que ir con pies de plomo, no ya en el aspecto personal -en el que era una de mis señas de identidad- sino en la exposición de la asignatura, procurando ceñirme a los nuevos manuales, que compendiaban el Mein Kampf hitleriano[102], con glosas de Goebbels o de Rust[103].

Konrad Hoffmann (en primera fila)

     Mi predecesor en la docencia de la filosofía en Rothenburg había sido un caballero, llamado Siegmund Marx, a quien yo ya no conocí, al haber sido destituido poco antes de mi llegada, por ser de raza judía[104]. Sorprendentemente, el director del colegio, profesor de historia y literatura, Konrad Hoffmann -a quien los alumnos solían apodar Kurt-, aunque antiguo miembro en los años veinte de las juventudes hitlerianas, era persona equilibrada y valiente, que muchas veces protegió a alumnos y convecinos judíos, a más de explicar sus asignaturas con objetividad y sin pelos en la lengua. Cuando yo llegué a su colegio, apenas llevaba un año de director y -cosa incomprensible para mí- se mantuvo en el puesto hasta el año 39 cuando, pese a frisar la cincuentena[105], fue reclutado forzosamente para ir a combatir al frente…, de donde regresó con vida y entero en todos los aspectos. Valga lo dicho para alimentar la suposición de que Kurt no me recibiría de buen grado, siendo yo un afiliado al sindicato de profesores nazi que, seguramente por ello, había logrado la plaza del depurado profesor Marx. Como la diferencia de edad entre nosotros era notoria, me trató de manera informal y confianzuda:

-          Así que filósofo… -musitó hojeando mi minúsculo expediente administrativo-, y de Hamburgo.

-          Sí señor, discípulo del gran Cassirer que, por cierto, también ha tenido que despedirse de la academia, como mi desventurado antecesor de aquí, y por el mismo motivo.

     El director me miró sorprendido, quitándose las gafas, sin esperar mi segunda andanada:

-          Además, he recibido una buena formación complementaria en matemáticas, del mismo profesor Cassirer, y he sido ayudante de laboratorio -aquí, exageré- en la cátedra de física dirigida por el profesor, Otto Stern, hasta las pasadas elecciones.

     Pronuncié estas últimas cuatro palabras con cierto sarcasmo, y aún me quedé con ganas de añadir algo sobre mi impostado asociacionismo y la necesidad de trabajar para comer, pero me contuve, dado que no estaba seguro sobre a quién tenía delante. Por su parte, a Kurt le pasaba lo mismo; de modo que se limitó a exteriorizar cierto contento:

-          Pues nos van a venir muy bien sus conocimientos matemáticos, dado que las clases de filosofía no le permitirían completar su horario: Tenemos pocos alumnos, unos doscientos. Para agregar a su dedicación las prácticas de laboratorio, tendrá que hablar con la profesora titular, Fraulein Oertel.

-          Por el momento -repuse- será bastante con la filosofía y las matemáticas: Los chicos se cansarían de verme en tantos campos diferentes.

     Kurt se sonrió:

-          En efecto -ratificó-, se cansan enseguida de ver nuestras caras. Si fuésemos futbolistas…

     Y agregó:

-          Siendo usted de Hamburgo, me intriga su pronunciación tan gutural de las erres. ¿Ha vivido cerca de la frontera francesa?

-          Mi madre es alsaciana y tengo a gala seguir el acento materno -blasoné-.

-          Y muy bien que hace, Schlosser, admitió Kurt. Solo estaba advirtiéndole cortésmente de que, si no prescinde de ese dejo, no tardarán nuestros alumnos ni una semana en buscarle algún apodo alusivo.

     ¡Qué razón tenía el señor director! En ese tiempo, o menos, mi humilde persona pasó a ostentar otro alias, sucesor de Brauer y Nebel. La verdad es que no me desagradó: Pasé a llamarme Franz, hermoso apócope de Franzose[106].

***

     Llegué a encontrarme a gusto en aquella minúscula ciudad, tan proclive a los postulados ideológicos de la Nueva Ciencia alemana[107], como alejada -desdichadamente- de buenas bibliotecas que me permitiesen aprovechar el tiempo libre y empezar a redactar con fundamento mi anhelada tesis doctoral. Por consejo de Herr Hoffmann, hice algún intento en la universidad de Wurzburgo, pero el viaje era muy pesado y los bibliotecarios no me ofrecieron ninguna facilidad para el préstamo de libros. Acabé de rematar su hostilidad cuando, harto de excusas, me atreví a preguntar:

-          ¿No les quedará por ahí algún ejemplar detestable, que no se quemase en el auto de fe del 10 de mayo[108]?

     Ni que decir tiene que no volví a aportar por allí en el resto del curso.

     Mi relativa salvación acabó por llegarme de mi compañera de claustro, Rosemarie Oertel, la profesora de física y química, miembro del partido nazi y firme defensora del movimiento de la Física alemana, hasta el punto de cartearse con Stark y Glaser[109], la cual, aún dentro de términos de cortesía y cierta tolerancia, había querido ganarme para la vertiente matemática de la Ciencia alemana, sin ningún entusiasmo por mi parte. La buena de Fraulein Oertel, bien por compadecerse de mi situación, bien por considerarme un profesor poco recomendable para la adolescencia rothenburguesa, se ofreció a interceder por mí ante el delegado del ministerio de Educación del distrito[110]. Dudo mucho de que nuestra subsiguiente entrevista hubiese tenido el resultado apetecido, a no ser por una de esas casualidades que pueden cambiar el destino de una vida con el aleteo de una mariposa. El delegado, Herr von Graevenitz, no tendría mucho que hacer aquella mañana, pues se entretuvo preguntándome las cosas más nimias. En una de estas, por presumir o por buscar bronca, le informé de mi viaje a Leipzig en el año 32, para conocer a Heisenberg, facilitado por mi amigo von Weiszsäcker. El delegado esbozó una sonrisa y dedujo:

-          Así que conoce usted a Carl Friedrich… Pues es sobrino mío, por parte de madre[111]. No le importará -agregó con sinceridad- que le pida informes de usted. En cualquier caso, sus referencias en el gimnasio son excelentes… Llámeme por teléfono dentro de unos quince días, a ver si se puede hacer algo por aproximarlo a alguna ciudad universitaria.

     Aunque con pocas esperanzas, llamé al delegado, tan pronto se cumplió la quincena. El oficinista que recibió mi llamada, me informó de que Herr von Graevenitz estaba en una reunión, pero…

-          Dice usted que se apellida Schlosser -agregó-. Pues entonces tengo aquí un recado del señor delegado para usted: Que pase a verlo lo antes posible, que tiene noticias que darle.

     Herr von Graevenitz, además de transmitirme cariñosos recuerdos de su sobrino Carl, tenía que hacerme una oferta, que él consideraba agridulce:

-          Me temo, profesor Schlosser -empezó diciendo-, que no pueda ofrecerle un puesto adecuado para sus méritos, ni siquiera para su especialidad en filosofía, pero, en fin, no he encontrado otra cosa en las cercanías de una universidad, en concreto, de la de Heidelberg.

     Me alegró tanto escuchar el nombre de la academia decana[112], que no pude por menos de exclamar, con gran hilaridad por parte del delegado:

-          Si el puesto está donde me dice, aceptaré, incluso, ejercer de ordenanza.

-          No tan bajo, no tan bajo -replicó cuando se le pasó la risa-, pero se trata solo de una Realschule[113] y, por consiguiente, sería para impartir matemáticas y física, materias para las que mi sobrino me asegura está usted perfectamente preparado.

     Yo callé, ante el dilema de reconocer mis deficiencias, o mentir en cuanto a mis cualidades. Mi interlocutor agregó:

-          En fin, a decir verdad, la plaza tampoco está en el propio Heidelberg, sino en una villa de su entorno, unida mediante un buen servicio de tranvía. Se trata de Leimen[114]… No sé si habrá oído usted hablar de ella.

-          Pues no -confesé-, pero si es como usted dice, supongo que podré vivir en la ciudad y desplazarme al pueblo para impartir puntualmente mis clases.

-          Desde luego, pero no olvide usted que sus alumnos serán niños y adolescentes de origen rural y sin otra pretensión que la de empezar a trabajar de inmediato, o aprender algún oficio… Se lo digo, con la mejor intención, porque…

     Yo ya estaba lanzado y exultante de júbilo. Le comprendí de inmediato y no le dejé acabar:

-          Le entiendo perfectamente, señor, y comparto su criterio: Ni la incertidumbre de Heisenberg, ni los teoremas de Gödel tendrán nunca entrada en mi aula.

-          A la tierna edad de sus alumnos -repuso con cierta adustez-, esas y otras modernidades seguramente estén de más. 

***

     Además de disfrutar de las muchas bellezas de Heidelberg, me hice el propósito al llegar de decidir cuanto antes si pretendía convertirme de por vida en filósofo, empezando a tomarme en serio mi repensada tesis sobre la crisis del concepto kantiano de ciencia en el mundo moderno, o, por el contrario, derivar por el camino de la física o las matemáticas, ligándome con alguna cátedra o profesor que permitiera esa reconversión con las debidas garantías. Pero resultó que pocas universidades en Alemania habrían sido menos aparentes que la de Heidelberg para orientar mi vocación con carácter bien definido. Les explicaré el porqué.

     El catedrático de filosofía era el profesor Jaspers[115] quien, en realidad era un psicólogo reciclado o, mejor aún, un médico psiquiatra que había acabado cambiando la consulta por un sitial académico. Cuando yo arribé a Heidelberg, al iniciarse el curso 1935-1936, los nazis habían empezado a hacer de las suyas con el Profesor. Se decía que la causa era el que su esposa tuviese sangre judía[116], pero en la universidad se rumoreaba que Jaspers no simpatizaba con el nazismo y no escondía lo suficiente tal sentimiento. Lo cierto es que, en 1933, nada más llegar Hitler al poder, el Profesor fue apartado de la dirección de la universidad, y no tardaría en perder la cátedra, y hasta el derecho a publicar[117]. Pero todo eso a mí, por el momento, solo me interesaba como limitaciones a la posibilidad de que mi futura tesis fuese dirigida por Jaspers. La única entrevista que tuve con él para tal objeto no fue nada positiva, en lo que a congeniar intelectualmente se refiere. Como el profesor Carnap en otro tiempo -aunque con mucha menos ironía-, Jaspers se descolgó poniéndome de modelo la filosofía y la religión orientales, como forma de transcender el espacio y el tiempo. Más o menos, me dijo así:

-          Mi estimado amigo, aprecio en lo que vale la ciencia moderna, como la máxima expresión y quintaesencia del empirismo, pero convendrá usted conmigo -o, al menos, con Kant- en que la experiencia no nos permite ni siquiera alcanzar con seguridad la realidad. Tenemos que dar el salto de la existencia a la transcendencia, que es la máxima expresión de la objetividad. Quien transciende supera los límites subjetivos de la libertad, el espacio y el tiempo, dejando atrás la pura experiencia humana. Recuerde el ejemplo de los místicos cristianos, del budismo y de otras filosofías orientales.

-          Mucho me temo, profesor -argüí-, que no es ese el planteamiento para el proyecto de mi tesis. Se me figura que, por esa vía, acabaría por desembocar en el mundo de la religión y, si me apura, de Dios.

-          ¡Oh, no, joven!, protestó. Yo no juego con la existencia de un Dios personal, ni pretendo salir del campo de la filosofía. Lo que sí quiero, transcendiendo la existencia, es superar la angustia existencial, que tan bien he conocido en mis tiempos de tratamiento de las enfermedades mentales. Al hombre actual le acechan grandes peligros, que provienen de los campos más diversos, aunque concatenados: la ciencia, la política, la economía… Contra lo que algunos opinan, el problema vital del hombre no es el de ser libre sin criterios sólidos para obrar, sino el de tener una libertad tan menguada, que le impide realizar sus enormes posibilidades. Si superamos en lo posible nuestros límites, podremos afrontar las situaciones extremas con las que, de un modo u otro, hemos de encontrarnos: el dolor, los conflictos entre nosotros, el sentimiento de culpa, el azar, la muerte…

     Fue una hermosa lección de vida y una certera advertencia para un joven que tal vez pudiera escarmentar en cabeza ajena, como la encanecida de su interlocutor. Por lo demás, mis lucubraciones sobre filosofía de la ciencia apenas lograron otro avance con la entrevista, que su promesa de ofrecerme una lista de lecturas indispensables. Para finalizar, agregó una sugerencia:

-          Corren tiempos difíciles para la ciencia y la filosofía en Alemania. Yo que usted, me daría una vueltecita por Viena. Si se decide, puedo escribirle una carta de presentación para el profesor Schlick[118].

-          Se lo agradezco. También conozco al profesor Carnap[119], quien podría introducirme cerca de Herr Schlick.

     Jaspers pareció entristecerse, al contestar:

-          Le supongo a usted al tanto de que Carnap lleva varios años fuera de Viena, enseñando en la universidad de Praga, en idioma alemán.

-          Me consta, como también que, si las cosas siguen como están, no me extrañaría que acabase bastante más lejos…, como tantos otros.

     El Profesor se sintió aludido probablemente y me replicó con viveza:

-          Eso es lo que están pretendiendo conmigo, pero estoy dispuesto a resistir aquí, arrostrando los peligros que me aguarden[120].

     Andando el tiempo, se vería que el profesor Jaspers era hombre de palabra.

Aula Magna de la Universidad de Heidelberg (Alemania)

***

     Si Karl Jaspers había llegado a ser filósofo mal de su grado, el físico Walter Bothe[121] estuvo a punto de convertirse en médico -o, cuando menos, en radioterapeuta- con la indeseada ayuda de los nazis de la Deutsche Physik. Era un veterano en el estudio de las radiaciones, que se había hecho famoso por su uso fructífero del contador Geiger, y había llegado como catedrático a Heidelberg en 1932, el mismo año en que el británico Chadwick[122] había identificado el neutrón como partícula atómica, lo que, para su desgracia científica, se les había escapado dos años antes a Bothe y su colaborador Becker[123], que lo habían interpretado como una radiación penetrante inespecífica. El Profesor había venido a Heidelberg con una idea obsesiva y fructífera, que me refería así, cuando fui a visitarlo para intentar establecer lazos con él y su laboratorio:

-          Acababa de enterarme de que en Berkeley y en el Cavendish[124] se estaban utilizando aceleradores lineares de partículas[125] con excelentes resultados, al parecer. Luego, en 1934, Lawrence patentó el ciclotrón, es decir, un acelerador mucho más controlable y poderoso que, además de energía eléctrica alterna, empleaba dos poderosos electroimanes[126]. Estaba informándome para hacer yo otro tanto, con la debida financiación, cuando -vaya usted a saber por qué- se me echaron encima los rottweiler de la Deutsche Physik[127], me despojaron de la cátedra y, como buena componenda, me colocaron al frente del instituto universitario para la investigación médica, a fin de parar mis probables deseos de emigrar de Alemania. Pero -aseguró, sonriendo pícaramente- les va a salir el tiro por la culata, o por el ciclotrón, si usted quiere.

-          Es una vergüenza cómo trata el gobierno a los físicos que pueden poner de nuevo a Alemania a la cabeza de la ciencia mundial -comenté-. Con todo, si dice usted que va a encontrar una salida, me alegro mucho y estaría dispuesto a colaborar en su labor, aunque sea gratis y a título personal, sin nombramiento ninguno.

-          ¡Hombre, pues, ahora que lo dice, nos viene usted que ni llovido del cielo! Me contaba antes que trabajó en Hamburgo con la cámara de niebla y que el profesor Stern estaba muy satisfecho de su desempeño. ¿Qué le parecería ayudarnos a construir aquí una cámara Wilson mejorada? Tengo a dos colaboradores trabajando en el proyecto con gran entusiasmo, pero son más teóricos que prácticos[128].

-          Estoy a su disposición a partir de mañana -contesté emocionado-, siempre que sea fuera de las horas de trabajo en la Realschule.

-          Pues le voy a poner en contacto con mis ayudantes, Gentner y Maier-Leibnitz[129], que son los físicos de la niebla en Heidelberg. Seguro que lo acogen con la simpatía que usted se merece.

     Así fue, en efecto. Por lo que respecta a mi ulterior relación con Gentner, esta tendrá una importancia muy notable en los hechos que recogeré en la segunda parte de las presentes memorias[130].

***

     El día 16 de marzo de 1935, dando un paso más hacia la militarización de Alemania, se promulgó la ley del servicio militar obligatorio, que imponía a todos los varones alemanes -con lógicas excepciones para los de raza judía- estar dos años bajo las armas[131]. Trabajando de maestro y cumpliendo ya 24 años dentro de unos pocos meses, no era probable que me llamasen a filas, al menos, en una buena temporada, con toda la plétora de anualidades de jóvenes que tendrían que irse incorporando, a razón de un millón de ellos por año. ¿De dónde iban a sacar cuarteles y fusiles para tantos? Pero, con todo, habida cuenta de la habilidad que parecía tener Hitler para buscarse serios problemas internacionales, solicité a mi padre que moviese sus influencias para que me fuese concedido un visado de salida a algún país extranjero próximo, entre tanto se aclaraba cuál iba a ser el sistema de prioridades de la conscripción militar. Como primera opción, le sugerí una estancia semestral en Viena, para acabar de perfilar el material de mi nonata tesis con la aportación de los intelectuales del Círculo de Viena. Mi padre -que en gloria esté- hizo las gestiones que estimó oportunas y me contestó de forma tan detallada, que me permitió suponer que estaba en buenas relaciones con las autoridades del partido nazi hamburgués:

     Querido hijo:

     No me ha sido fácil conseguir lo que me pedías en tu última carta, pues ya sabes que las relaciones entre Alemania y Austria no son al presente nada amistosas. Con todo, las cosas deben de estar para cambiar[132], pues he conseguido que se te conceda un visado de salida, pero para una estancia máxima de tres meses, comprensivos del periodo de vacaciones docentes del próximo verano… Agradece la gentileza a nuestro gauleiter Kaufmann[133], que es un buen cliente de nuestra cervecera e, incluso, ha entrado recientemente en el accionariado de la misma. De todos modos, su bondad no ha llegado hasta el extremo de liberarte del pago reglamentario de los mil marcos, impuesto por nuestro gobierno a cuantos alemanes visiten Austria con cualquier objetivo[134]: De modo que ya puedes ir ahorrando de tu sueldo para afrontar ese gasto, pues es deber de todo filósofo acomodar los gastos a los ingresos, huyendo en lo posible de contraer deudas…

     Por lo demás, el tema del servicio militar efectivo y universal está todavía muy verde. No creo que esa deba de ser una de tus mayores preocupaciones. En cualquier caso, siempre podrías ofrecerte voluntario, para así servir en momentos de paz y cuando te resulte menos oneroso…

     No me quedó ya sino acudir al profesor Jaspers, para solicitarle la carta de recomendación que me había ofrecido para su colega vienés, Schlick. Con ella y la mía propia, en la que rogaba ser recibido para una estancia veraniega posdoctoral, me dirigí al catedrático de Filosofía de las ciencias inductivas de Viena, quien me respondió a vuelta de correo, con la amabilidad que casi todos le reconocían. La verdad es que la influencia de Jaspers y el recuerdo de Carnap eran muy buenas credenciales. Pero Schlick me advirtió:

     … Estoy seguro de que aprovechará notablemente su estancia veraniega, pero yo le aconsejo que, si buenamente puede, adelante su llegada a Viena para finales de mayo o muy primeros de junio, si es que quiere tener conmigo algún encuentro o cambio de impresiones antes de que me ausente de esta capital para tomar mis vacaciones en el campo. La verdad, el ambiente tenso y hostil que se respira por aquí hacia quienes sostenemos ideas contrarias al fascismo[135] hace que esté deseando marchar con mi familia lejos de la Universidad… Cada vez nos encontramos y sentimos más solos: Seguro que su presencia nos reconfortará, al ver que algo bueno y honrado puede aún venir desde las universidades de Alemania.

***

     No sé si sería por mis prejuicios, pero mi primera impresión vienesa de su famoso Círculo me resultó deprimente, como de encontrarme una gran institución del pensamiento europeo en trance de disolución[136]. Hahn[137] había fallecido en 1934. Carnap -como he dicho-, tras cuatro años en la universidad de Praga, había emigrado el año anterior a los Estados Unidos. El promotor de la teoría unificada de la ciencia, Otto Neurath[138], se había refugiado en Holanda en el 34. Los conspicuos miembros del Círculo, Feigl, Menger y Waismann[139] se habían exiliado a Estados Unidos o la Gran Bretaña. ¡Y, para colmo de mi desilusión, hube de enterarme in situ de que mi admirado Gödel llevaba todo un curso apartado de la universidad por agotamiento y depresión, lo que desaconsejaba en absoluto que recibiera visitas; situación que parecía ir para largo![140]. En vista de esta desbandada, la permanencia de Schlick en su cátedra parecía poco menos que una heroicidad, máxime teniendo en cuenta -como de inmediato pude comprobar- que sus clases eran numerosas y sus alumnos, una verdadera multitud. Su famosa aula 36 de la universidad tenía tal concurrencia, que, para coger asiento, los estudiantes llegaban con mucho tiempo de antelación.

Universidad de Viena (Austria)

     Nuestra entrevista, a los pocos días de mi llegada a Viena, versó en buena parte sobre la soledad y el descrédito que, en torno suyo, sembraban las fuerzas vivas de Austria: no solo los simpatizantes nazis, sino también los nacionalistas de la Heimwehr[141], y hasta los católicos más beligerantes. Todos parecían tener algo grave y pendiente contra Schlick, por más que su supuesto judaísmo era una patraña, a no ser que produjera contagio el trabajo y la amistad con hebreos: ese judaísmo blanco, que pronto se achacaría también a mi admirado Heisenberg[142].

-          Herr Schlosser -me dijo Schlick, con aquella sonrisa que derrochaba gentileza-, tiene ante sí, aunque no lo crea, a una de las personas más licenciosas y corruptoras de Austria; un francmasón; un judío de espíritu que, como todos los de su género, es un antimetafísico y un logicista de nacimiento[143]. Así que ándese con cuidado, no salga de mi despacho convertido en un ser antirreligioso, hedonista y no sé cuántas cosas más.

-          Herr Professor -contesté, conteniendo la risa-, me conformo con recibir de usted un poco de luz y ayuda para mi tesis sobre Kant y la moderna ciencia. Por lo demás, viniendo de Alemania, ya estoy vacunado de exabruptos descalificadores y represalias académicas, si bien me parece que en Austria presentan un original toque de catolicismo militante.

Moritz Schlick

     Bastaron esas expresiones tristemente jocosas para generar un principio de confianza entre nosotros. Enseguida, mi interlocutor agregó:

-          Me permito sugerirle que pergeñe unas notas acerca de los temas que más le preocupen y de las tomas de postura que usted inicialmente mantiene, todo lo cual podremos discutir en una próxima entrevista. Así tendremos materia que analizar en el trimestre que piensa pasar entre nosotros. La verdad es que los finales de curso son verdaderamente agobiantes, y lo sé bien porque mis alumnos son muy abundantes y me asedian… Debe de ser el gusto de la juventud por las malas tentaciones filosóficas -añadió con sorna-. En fin, vamos a fijar una fecha para nuestro encuentro. ¿Qué le parece el miércoles, día 24 de junio, a eso de las cinco de la tarde? ¿Bien?... Perfecto. Mientras tanto, puede entretenerse usted pensando y conociendo esta deliciosa y turbulenta ciudad y, si le queda tiempo libre, metiéndose en la biblioteca de la Facultad a consultar bibliografía. Y, para cualquier cosa que precise, no tiene más que dirigirse a cualquiera de mis ayudantes o doctorandos, quienes están informados de que es usted nuestro huésped.

     Ni que decir tiene que me puse inmediatamente a la faena, si bien los atractivos de Viena y de sus alrededores dieron a mis pensamientos un carácter peripatético. No es del caso traer aquí el contenido del fascículo que preparé para presentarlo a Schlick, a fin de mejor orientar mi futura tesis en lo que tenía que ver con los puntos de vista -por lo demás, considerablemente variados- del Círculo de Viena. Es más, habiendo llegado a lo que consideraba la versión definitiva de mis dudas y objeciones, consideré oportuno y respetuoso hacerlas llegar a su destinatario por escrito, a fin de que -si lo deseaba- las conociera y pudiese reflexionar sobre ellas antes de nuestro encuentro. Así lo hice en la tarde del lunes, 21 de junio, es decir, tres días antes de la proyectada entrevista, mas, comoquiera que el Profesor se encontrara ausente, entregué mi documento a un ordenanza, para que se lo entregara en mano al día siguiente. Pero no tuvo la posibilidad de hacerlo.

***

     De un diario vienés de la tarde, correspondiente al martes, 22 de junio de 1936:

Tragedia en la Universidad de Viena

     En la mañana de hoy, cuando el profesor Moritz Schlick subía las escaleras de la universidad para dar su clase matinal, un individuo que lo esperaba unos escalones más arriba, realizó cuatro disparos contra él, que le provocaron la muerte de manera instantánea.

     El homicida, que en todo momento se manifestó tranquilo, esperó en el lugar hasta que llegó la policía, a la que entregó su pistola y no ofreció resistencia a su detención, confesando seguidamente su fechoría al ser interrogado.

     En medios universitarios se nos ha informado de la identidad del autor de este execrable crimen. Se trata de un sujeto de unos treinta años, apellidado Nelböck, que conocía al fallecido profesor por haber sido su alumno, tiempo atrás. Se ignoran, por el momento, los motivos que lo impulsaron a atentar contra la vida del profesor, si bien se rumorea que pudiera tratarse de una persona perturbada, que ya ha estado ingresada con anterioridad en establecimientos psiquiátricos[144].

     El profesor Schlick tenía 54 años de edad y era uno de los catedráticos más antiguos y prestigiosos de la universidad de Viena. Estaba casado y tenía dos hijos…

     De manera mucho más personal y emotiva, describió así el suceso una alumna, que fue testigo muy cercano de su mortal desenlace[145]:

     Esa mañana había llegado temprano a la clase del profesor Schlick en el aula 36, porque siempre se llenaba de gente y yo quería conseguir un asiento. De pronto, se escuchó un estruendo y luego otros, gritos y carreras. Salí a la escalera y, desde la baranda, vi al profesor tirado en el suelo. Sin pensarlo, corrí hacia él y me arrodillé junto a su cabeza. Su expresión era de intenso dolor, pero enseguida quedó con la mirada perdida. Unos hombres lo levantaron y lo llevaron al decanato. Yo tenía en mi mano su sombrero, que había recogido del piso. Fui al decanato a llevarlo y vi a Schlick tendido sobre la gran mesa verde. Habían colocado unos libros sobre su cabeza a modo de almohada. Tomaron el sombrero y cerraron la puerta.

     Volví al aula 36 como en trance. Los estudiantes ya sabían lo ocurrido. Muchos lloraban. Una compañera dijo: ¡Esto lo hicieron los nazis! Yo dije: No, fue Nelböck.

***

     Aquella misma noche tomé un tren expreso para Alemania. Muchas veces he pensado que debí quedarme para las exequias de aquel gran hombre que -nunca mejor dicho- cerraba un círculo. Lo cierto es que, harto, por el momento, de mis tanteos filosóficos y temeroso, a la vez, de lo que pudiera acontecer andando el tiempo, mientras nos gobernaran vesánicos canallas, de Hitler a Stalin, opté por sentar plaza como voluntario en la Wehrmacht[146], sin avisar previamente a mis padres.

-          No ha sido mala decisión -afirmó mi progenitor, al enterarse y escribirme-. Veremos que puede hacerse para que, después de la fase de instrucción, puedas tener algún destino cómodo… Y cuando dejes el uniforme, te vienes para Hamburgo y sientas la cabeza, que yo, a tu edad, ya tenía un buen trabajo, esposa y estaba esperando tu venida al mundo.

     No me cabe duda de que los proyectos de mi padre tenían mucho que ver con la fábrica de cerveza, pero la filosofía y la ciencia tendrían todavía bastante que decir en mi vida futura. Si ustedes gustan, se lo contaré en la segunda parte de este relato. 

Composición gráfica periodística sobre el asesinato de Moritz Schlick

 

    

 


[1] Aludo a la ciudad suiza de dicho nombre, en el cantón de los Grisones, y me permito acentuar la palabra para ajustarla a la pronunciación alemana, dado que el vocablo no tiene versión propia en idioma español.

[2] Extensamente, Gelehrtenschule des Johanneums, prestigioso centro docente de grado medio, creado en la ciudad de Hamburgo en 1529, pensando sobre todo en los hijos de mercaderes y comerciantes, y que actualmente (2023) continúa en funcionamiento.

[3] Fue fundada en 1919, desarrollándose y prestigiándose con gran rapidez. Sus facultades iniciales fueron las de Derecho, Filosofía, Medicina y Ciencias.

[4] Se alude al físico alemán, Werner Heisenberg (1901-1976) y a su formulación del crucial principio de incertidumbre o de indeterminación, recogida en su artículo, Über den Anschaulichen Inhalt der Quantentheoretischen Kinematik und Mechanik (traducible por Sobre el contenido descriptivo de la cinemática y la mecánica teórica cuántica), Z. Phys 43 (1927): 172-198. Existen numerosas versiones de dicho artículo en español, por ejemplo, la de Omar Ancka Quispe en www.academia.edu.

[5] El protagonista de este relato, Mathias Schlosser, había nacido en septiembre de 1910.

[6] Importante fábrica de cervezas de Hamburgo, fundada en 1793 y hoy (2023) subsistente. Sentó cátedra en Alemania, apartándose un tanto de las cervezas fuertes, amargas y muy fermentadas, en favor de las llamadas pilsner, o lager de baja fermentación, claras, refrescantes y con mucha espuma. Parece ser que la clave está en el empleo de aguas blandas, maltas suaves y lúpulos muy aromáticos. Dichas cervezas, iniciadas en la ciudad checa de Pilsen hacia 1852, son las dominantes en España desde finales del siglo XIX. (Traigo a colación todo esto, por la incidencia que tendrá en el relato, como se comprobará poco después).

[7] Histórica cervecera sita en la localidad alsaciana de Hochfelden, famosa por su lúpulo, del que se dice que, por su aroma y gusto no demasiado amargo, resulta ideal para fabricar cervezas pilsner, de regusto azucarado, pero fuertes y con cuerpo.

[8] Tradicionalmente, un promedio de 3 significa en Alemania una nota similar a nuestro 7, es decir, un notable, befriediend (satisfactorio) en alemán.

[9]  La grave crisis económica alemana de los años de 1920 obligó, nada más abrir la universidad de Hamburgo, a crear y potenciar instituciones de apoyo para estudiantes y personal necesitado de aquella, como lo fueron las citadas instituciones (residencia y comedor). En 1922, se fundó un amplio programa de becas y ayudas: la Hamburger Studentenhilfe.

[10] Mati, por Mathias. Brauer es equivalente a cervecero, pero también frecuente en alemán como apellido.

[11] Ernst Cassirer (1874-1945), filósofo de origen alemán, uno de los más grandes del siglo XX, autor, entre otras muchas obras, de Filosofía de las formas simbólicas (primera edición española, en 3 volúmenes, México, FCE, 1979) y de El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas, en 4 volúmenes (traducción española, México, FCE, 1979).

[12] La caracterización como abuelo de universitarios es un poco exagerada: en 1929 Cassirer cumplió 55 años.

[13] Cassirer, ya en 1921, escribió un interesante opúsculo acerca de la teoría de la relatividad de Einstein, titulado Zur Einsteinschen Relativitätstheorie. En el mismo año, invitó a Einstein a Hamburgo, para tener un encuentro reducido en su casa con un selecto grupo de científicos de la universidad hamburguesa, como rememoraba la esposa de Cassirer en los recuerdos que escribió sobre su esposo: Toni Cassirer, Mein Leben mit Ernst Cassirer, Gerstenberg Verlag, Hildesheim, 1981, pp. 135-136.

[14] Con el tiempo, la importancia de la mecánica cuántica no ha hecho sino aumentar, así en física, como en filosofía de la ciencia, hasta llegar a considerarla el origen de una nueva etapa del conocimiento, que supera a las anteriores, produciendo un así llamado cierre categorial. Véase: Carlos Madrid Casado, Filosofía de la Física. El cierre de la Mecánica cuántica, El Basilisco, nº 19 (2008), pp. 67-112, accesible por Internet: www.fgbueno.es. Absolutamente recomendable, por su comprensión y brevedad: Werner Heisenberg, Physics and Philosophy. The revolution in modern science, Penguin, 1958 y numerosas ediciones ulteriores (traducción española en la editorial argentina La Isla, 1959).

[15] En este mismo blog y con el mismo título recogido en el relato, obra un ensayo mío (entrada de 1 de febrero de 2014) que, con las necesarias matizaciones, recoge el espíritu y pensamiento de mi imaginado personaje del presente relato.

[16] En esta localidad suiza, para promover el conocimiento y cooperación entre profesores y estudiantes alemanes y franceses, se celebraron durante cuatro años (1928 a 1931) unos famosos cursos, bajo el patrocinio de la Hochschule de Davós que, al parecer, aspiraba a convertirse en universidad. Pese a su éxito intelectual, la falta de financiación derivada de la Gran Depresión acabó con la experiencia. A partir de 1930, a los idiomas oficiales, alemán y francés, se agregó el inglés.

[17] Martin Heidegger (1889-1976), filósofo alemán, cuya obra más conocida es Sein und Zeit, aparecida en 1927. Su primera traducción española, como Ser y tiempo, fue realizada por José Gaos y publicada en 1951.

[18] La formulación dubitativa del Cassirer de mi relato se corresponde, a fin de cuentas, con la del propio Heidegger, quien, en su obra magna, Ser y tiempo (1927), dejó "para más adelante" el completar su estudio, lo que solamente hizo de modo parcial en momentos ulteriores y separados de su vida, entre 1935 y 1961, dando la impresión final de que no logró comprender plenamente el concepto de “tiempo”. Véase: Modesto Berciano Villalibre, El problema de la metafísica en Kant y en Heidegger, Cuadernos salmantinos de Filosofía, nº 32, 2005, pp. 97-120 (especialmente, pp. 115-120).

[19] Ignoro el año exacto en que Mathias Schlosser escribió estas líneas, pero, por el conocimiento que tengo de su peripecia vital, me inclino por entender que fuese hacia 1950.

[20] La referencia a la infinidad de personajes que visitaron Davós por razones médicas resultaría interminable, a más de innecesaria a efectos de esta historia. Por su gran fama y por la proximidad cronológica a 1929, citaré tan solo al escritor alemán, Thomas Mann, y a su esposa enferma. Tal estancia inspiró la novela, La montaña mágica, cuya primera edición data de 1924 (la primera traducción española es de 1934, por Mario Verdaguer, para la editorial Apolo de Barcelona).

[21] Los habitantes de Davós alcanzaron hacia 1930 el número de once mil, que sigue manteniéndose en la actualidad (2023). Como es bien sabido, a los resortes económicos aludidos por Schlosser ha venido a agregarse, a partir de 1971, la sede del organismo privado internacional llamada Foro de Davos (“Foro Económico Mundial”), con reuniones plenarias de periodicidad anual a partir de 1988.

[22] Establecimiento hotelero en las afueras de Davós, gestionado por la familia Morosani desde 1906. Se halla a unos 300 metros de la estación del ferrocarril rético.

[23] Sobre este tema, la monografía canónica sigue siendo la de Peter E. Gordon, Continental divide: Heidegger, Cassirer, Davos, Harvard University Press, 2010. A título de introducción, pueden encontrarse en Internet numerosos artículos breves, entre ellos: Alejandro Gustavo Piscitelli, El día que dos potencias se (des)encontraron. Heidegger y Cassirer rompían lanzas en Davos, www.filosofitis.com.ar (entrada de 15 de junio de 2012); Alicia Natali Chamorro Muñoz, Preguntar por lo humano en tiempos de guerra: El debate Heidegger-Cassirer visto desde Blumenberg, Revista Filosofía UIS, 22(1), 2022, pp. 165-187, espec. pp. 165-173.

[24] Así como la discusión del método utilizable para superar la llamada duda antrópica, dilucidando la condición humana y respondiendo a la punzante pregunta sobre ¿qué es el hombre?

[25] Las preguntas, respondidas solamente por Cassirer, eran las siguientes, o muy parecidas: 1ª. ¿Cómo podemos tener acceso al concepto de infinito? 2ª. ¿Cómo se define el infinito, por su relación con la finitud? 3º. ¿Hemos de abandonar la filosofía por evitar el miedo que puede producir la finitud? Este último interrogante es el que se ajusta bastante bien al recuerdo que tenía Schlosser del suceso.

[26] La opinión de Schlosser no me hará entrar en discusiones, ni interminables citas. Baste decir que, en opinión muy generalizada, lo que en el relato se opina de Heidegger es lo dominante, hasta el punto de haber inspirado al propio filósofo a retoques profundos de algunas obras de anteguerra, y a claros cambios de postura filosófica a partir de su retorno a la cátedra en 1950-1951: Es el cambio de opiniones, que se conoce con el nombre de “el primer y el segundo Heidegger”.

[27] Naturalmente, ello no excluye que textos completos y resúmenes aparecieran bajo los auspicios de sus autores y asistentes. Ante la gran importancia de los debates Cassirer-Heidegger, bastantes años después parece que se intentó acopiar la mayor cantidad posible de materiales, sobre todo, de manos de sus protagonistas. Se dice que Heidegger se negó a ello. De ser así, se robustecería la sospecha de que lo hiciese para ocultar las trazas de nazismo en sus exposiciones. Lo cierto es que el protocolo completo preparado por Heidegger sobre sus intervenciones en Davós-1929 solo apareció en 1973 (el filósofo falleció en 1976), en el tomo tercero de sus obras completas.

[28] Concepto discutible para una persona de 39 años, que son los que Heidegger tenía entonces. Cassirer, por su parte, tenía 54.

[29] En este caso, el adjetivo alude, más que a folklórico o popular, a etno-nacionalista, una ideología muy en boga en Alemania desde el romanticismo, que sería luego aprovechada y degradada por los nazis.

[30] El peso welter está alrededor de los 65 kilos; el semipesado, alcanza hasta los 81 kilos.

[31] Joachim Ritter (1903-1970), profesor ayudante de Cassirer en Hamburgo a la sazón.

[32] Otto Friedrich Bollnow (1903-1991), entonces profesor ayudante en Gotinga, como dice Schlosser.

[33] Jean Cavaillès (1903-1944), matemático y filósofo francés. Héroe de la Resistencia a los ocupantes alemanes de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, acabó siendo fusilado por estos en Arras, en febrero de 1944. Volveremos sobre este personaje en momentos ulteriores del relato. En mi opinión, la mejor biografía, hasta ahora (2023), de la vida y obra de Cavaillès ha sido escrita por una especialista en la materia: la matemática y filósofa, Honeya Benis Sinaceur: Cavaillès. Les Belles Lettres, Paris, 2013.

[34] El amplio y preciso informe de Cavaillès sobre el curso de Davós de 1929, se publicó aquel mismo año, dentro de la publicación, Davoser Hochschulkurser, 17.Marz bis 6.April (1929), Davos Kommissionverlag, Heintz, Neu & Zahn, Davos, 1929, pp. 65-81. El autor empleó el idioma francés, titulando su artículo, Les deuxièmes Cours Universitaires de Davos. Ha sido recientemente publicado en Internet, en www.urbanomic.com, con una excelente introducción anónima (aparece bajo las siglas, RM).

[35] Léon Brunschvicg (1869-1944), filósofo francés, catedrático en la Sorbona. Su calidad como matemático queda de evidencia en su obra, Les étapes de la philosophie mathématique, Alcan, Paris, 1912 (hay traducción española de la editorial argentina Lautaro, Buenos Aires, 1945). De hecho, Brunschvicg fue uno de los conferenciantes en los cursos de Davos de 1929.

[36] Es una tarta redonda de masa quebrada, con aspecto de empanada, rellena de nueces picadas y caramelizadas, con nata, miel y, según receta, especias. Suele tomarse acompañada de café o té a media tarde. A veces se le da el epíteto de bündner, alusivo al cantón suizo de los Grisones.

[37] École Normale Superieure, fundada en 1794, gran centro francés de enseñanza superior. El aquí aludido radica en el Barrio Latino de París.

[38] La relevante aparición de la matemática de conjuntos hacia 1900 (Georg Cantor, Richard Dedekind, etc.) fue seguida de una lluvia de paradojas, que parecían contradecirla parcialmente (periodo 1903-1922, aproximadamente). El más relevante de estos paradójicos fue seguramente Bertrand Russell (1872-1970).

[39] El formalismo matemático se basa en dos principios clave: Que toda matemática se sigue de un sistema finito de axiomas escogidos correctamente, y que se puede probar que tal sistema axiomático es consistente. Originado remotamente en Godofredo Leibniz (1646-1716), su principal representante fue el también alemán, David Hilbert (1862-1943), y supuso progresos matemáticos sustanciales como infraestructura para la teoría general de la relatividad y la mecánica cuántica. Sobre la ruina del formalismo, apuntada por Mathias Schlosser, se hacen alusiones más adelante.

[40] Rudolf Carnap (1891-1970), de 37 años de edad a la sazón, y ya uno de los más destacados miembros del denominado Círculo de Viena, luminaria del pensamiento europeo entre 1921 y 1936. Precisamente en el año 1929 (agosto), sus miembros publicaron su manifiesto programático, en un opúsculo titulado “La visión científica del mundo” (Wissenschaftliche Weltauffassung). Propusieron utilizar un lenguaje común que debía ser elaborado por la filosofía, basándose en el método de la física, por ser esta la disciplina científica de mayores avances y la que practicaban profesionalmente muchos de los miembros del círculo. Véase presentación y traducción del citado Manifiesto, a cargo de Alonso Zela, en www.cesfia.org.pe.

[41] Seguramente se trataría de Der logische Aufbau der Welt, Felix Meiner, Leipzig, 1928, conocido en español como Construcción lógica del mundo, editado por la UNAM, México, 1988. Para detalles sobre la obra, véase: Esteban Yeray Garcia Mederos, La construcción lógica del mundo. Rudolf Carnap, Universidad Complutense de Madrid, 2017 (accesible por Internet en www.academica.edu).

[42] Calle principal de Davos. En ella se encuentra el hotel Schweizerhof, al que se alude más adelante.

[43] Bertrand Russell (1872-1970), ya aludido en la nota 38, insigne matemático inglés quien, entre 1900 y 1910 elaboró la llamada “nueva lógica matemática”, que se plasmaría en los tres volúmenes de Principia Mathematica (1910, 1912 y 1913), escritos en colaboración con Alfred North Whitehead. Sobre ellos, véase la valoración de Kurt Gödel -nada menos- en su artículo, La lógica matemática de Russell, traducción española de Carmen García-Trevijano, Teorema, vol. XXV(2), 2006, pp. 113-137, accesible por Internet.

[44] La teoría de la ciencia unificada suele darse por elaborada hacia 1933, pero lo cierto es que la aportación de Carnap no apareció impresa, que yo sepa, hasta 1939: véase Rudolf Carnap, Foundations of Logic and Mathematics, en la International Encyclopedia of Unified Science, vol. I, no. 3, University of Chicago Press. Hay traducción española en Taller de Ediciones de Josefina Betancort, Madrid, 1975.

[45] Probablemente, Mathias Schlosser juega a la analogía con el aforismo medieval, Phylosophia, ancilla Theologiae, es decir, “la filosofía es sierva de la teología”. Según el texto, ahora lo sería de la ciencia, en sentido estricto o positivista.

[46] Otto Neurath (1882-1945), filósofo y economista austriaco, autor -empleo los títulos en español- de Sociología empírica (1931) y de Ciencia unificada y psicología (1933), entre otras obras notables.

[47] Friedrich Albert Moritz Schlick (1882-1936), filósofo y físico alemán, considerado el fundador del Wiener Kreis (Círculo de Viena). De él se tratará con cierta extensión más adelante, en este mismo relato.

[48] Karl Friedrich von Weiszsäcker (1912-2007), físico y filósofo alemán. Entre 1957 y 1969 fue profesor ordinario de filosofía en la universidad de Hamburgo, dato que no habría obviado recoger nuestro hamburgués, Mathias Schlosser, si este relato no lo hubiese pergeñado antes de dichos años.

[49] Institución docente fundada en 1890 y destruida al final de la Segunda Guerra Mundial. Se considera su continuadora la berlinesa Escuela Goethe, actualmente (2023) en funcionamiento.

[50] La familia Weiszsäcker había sido ennoblecida por el soberano de Württenberg con el título de Freiherr, que suele traducirse al español por barón. Uno de los hermanos menores de Carl llegaría a ser Presidente de la República Federal de Alemania y, luego, de la Alemania unificada: Fue Richard von Weiszsäcker (1920-2015), presidente entre 1984 y 1994.

[51] Así lo hizo, en las universidades de Berlín, Gotinga y Leipzig, entre 1929 y 1933, año en que se doctoró en Física atómica.

[52] Ese sueño lo haría realidad entre 1929 y 1932, a lo largo de tres semestres alternos, y con el ulterior doctorado, al que se ha aludido en la nota anterior.

[53] O Guerra Europea, o Primera Guerra Mundial (1914-1918).

[54] La anécdota es cierta y fue recogida, entre otros, por el filósofo suizo, Guido Schneeberger (1927-2002), que fue testigo presencial de ella. Schneeberger es conocido, entre otros motivos, como biógrafo de Heidegger, lo que le dio oportunidad de resaltar los rasgos o proclividad nazi de este.

[55] Friedrich Nietzsche (1844-1900), filósofo alemán, tenido por poco propicio a la humanidad y la no violencia. Residió en Sils-Maria entre 1881 y 1889. La casa en que lo hizo está convertida en pequeño museo.

[56] Luitzen Egbertus Jan Brouwer (1887-1966), matemático neerlandés. El intuicionismo matemático, por oposición al racionalismo o formalismo, implica, entre otras cosas, que, para dar por cierto un postulado, hay que demostrar directamente su veracidad, no deducirla de su coherencia, de su no falsedad o de la demostración de otro (por ejemplo, se rechaza el valor demostrativo de principios de lógica abstracta, como el de tertium non datur, o el de la reductio ad absurdum). Tan importante como esto, es la afirmación de que los principios de la lógica no son universales, es decir, independientes de la materia a que se aplican (Aristóteles y su lógica no son, per se, argumento de razón y verdad, extrapolados o llevados ad infinitum).

[57] Dos de las principales obras de L.E.J Brouwer habían sido publicadas en inglés, en 1908 (The unreability of the logical principles) y en 1913 (Intuitionism and formalism).

[58] Kurt Gödel (1906-1978), gran matemático nacido en Brünn (hoy, Brno). Su revolución matemática suele datarse a partir de 1930, cuando leyó su tesis doctoral en la universidad de Viena. A ella seguiría (1931) su obra capital: Über formal unentscheidbare Sätze der Principia Mathematica und verwandter Systeme I (es decir, Sobre proposiciones formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas relacionados I).

[59] Los dos grandes teoremas concatenados de Gödel pueden formularse así: 1º. Ninguna teoría matemática capaz de describir los números naturales y la aritmética con suficiente expresividad es, a la vez, consistente y completa (teorema de la incompletitud), es decir, que existirán enunciados que no se podrán probar ni refutar a partir de sus axiomas (son las llamadas proposiciones que no pueden afirmarse como verdaderas ni falsas, sino indecidibles). 2º. Ningún sistema finito de axiomas matemáticos que sea consistente en sí mismo podrá demostrar la consistencia o prueba de objetos infimitos (teorema de la inconsistencia, o de la imposibilidad de demostrar la consistencia de un sistema a partir de sí mismo).

[60] Equivalente a “feliz Navidad”.

[61] La revista y ejemplar de la misma eran: Monatshefte für Mathematik und Physik, vol. 36 (1931). El trabajo de Gödel (el primero de la serie dedicada al tema) se hallaba en las pp. 173-198. Sobre la recepción de la matemática de Gödel en España, véase: Paula Olmos y Luis Vega, La recepción de Gödel en España, Endoxa, nº 17 (2003), Madrid, pp. 379-415 (consultable en www.academica.edu).

[62] Véase la charla imaginaria de Carnap con Mathias Schlosser en el capítulo precedente de este relato.

[63] Alexandr Mihaílovich Lyapunov (1857-1918). El artículo aludido, publicado en francés en 1892, llevaba por título: Problème général de la stabilité du mouvement. En él se perfilaba la teoría de la estabilidad, una de las bases de la teoría del caos (hoy conocida vulgarmente como efecto mariposa).

[64] Dicho tiempo a tener en cuenta, v ariable para cada sistema caótico, se conoce actualmente como tiempo de Lyapunov.

[65] Me temo que este párrafo sea una interpolación dentro del relato de Mathias Schlosser, pues la idea responde a las llamadas ecuaciones de Lorenz para un sistema caótico, que no fueron conocidas hasta 1963. Edward N. Lorenz (1917-2008) fue un matemático y meteorólogo estadounidense, a no confundir con el gran físico neerlandés, Hendrik Antoon Lorentz (1853-1928), premio Nobel de Física de 1902.

[66] El astrónomo y matemático francés Pierre Simon de Laplace (1749-1827) se considera el prototipo del determinismo científico, que ha pretendido resumirse en la frase que se le atribuye: Conociendo todas las fuerzas de la naturaleza y la respectiva situación de los seres que la componen, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero. Véase: Pierre Simon Laplace, Ensayo filosófico sobre las probabilidades (original francés, 1795), Altaya, Barcelona, 1995 (y otras varias ediciones en español).

[67] Louis de Broglie, físico francés, premio Nobel de física de 1929, considerado el máximo exponente de la teoría de la dualidad onda-corpúsculo.

[68] Erwin Schrödinger (1887-1961), físico nacido en Viena, premio Nobel de la especialidad en 1933, catedrático en Berlín entre 1927 y 1933, en que se exilió voluntariamente a Gran Bretaña. Sus cálculos o ecuaciones sobre la función de onda simplificaron el sistema matricial de la mecánica cuántica de Heisenberg y, al propio tiempo, redujeron a unidad las teorías de este y De Broglie sobre la dualidad onda-corpúsculo. Su ecuación fundamental fue recogida ya, en 1926, en un artículo publicado en los Annalen der Physik, serie IV, volumen 79 (1926), pp. 361-377 (hay traducción de Omar Ancka Quispe en la www.academia.edu) y contextualizada en sus Memorias sobre la mecánica ondulatoria, publicadas en París, en 1933, por la editorial Alcan.

[69] El gran físico alemán Max Planck (1858-1947) fue catedrático en la universidad Federico Guillermo de Berlín entre 1889 y 1927, cuando abandonó la cátedra en vísperas de su jubilación por edad, siguiendo al frente de la muy prestigiosa y relevante Kaiser Wilhelm Gesellschaft.

[70] Nombre con que fueron inicialmente conocidas las llamadas “cámaras de niebla”, artefacto indispensable en los laboratorios de física atómica, cuando menos, hasta descubrirse las “cámaras de burbujas” -con el intermedio de las cámaras de niebla de difusión o de Langsdorf-. Wilson es una alusión al inventor de dichas cámaras, el escocés Charles T.R. Wilson (1869-1959), que recibió por ello el Nobel de física en 1927.

[71] Nebel significa niebla en alemán.

[72] Leonard Nelson (1882-1927), filósofo y matemático, socialista, hijo de madre judía, máximo exponente en su época del neokantismo de la llamada Escuela de Fries, fundada por Jakob Friedrich Fries (1773-1843) a comienzos del siglo XIX. Murió joven, al regreso de un decepcionante viaje a la URSS.

[73] Margarethe Hermann (1901-1984), filósofa y matemática, ayudante de Leonard Nelson, antinazi (se exilió de Alemania entre 1936 y 1946). Contra la tesis del gran matemático John von Neumann (1903-1957), inició la potente teoría de que en la mecánica cuántica pueden existir variables ocultas (cuando menos, a nivel local), que pueden cohonestarla con el determinismo, contra la interpretación de Copenhague (Bohr, Heisenberg y Born), que sostenía a ultranza el principio de complementariedad. Curiosamente, el trabajo de Hermann (año 1935) pasó desapercibido hasta treinta años después, cuando fue obteniendo corroboraciones, ya esbozadas por Einstein y sus colaboradores en el mismo año de la publicación de Hermann. Véase C.L. Herzenberg, Grete Hermann: An early contributor to quantum theory, 2008, www.arxiv.org ; A. Einstein, B. Podolsky and N. Rosen, ¿Puede considerarse completa la descripción mecánico-cuántica de la realidad física? (traducción castellana de Omar Ancka Quispe, en académica.edu), Physical Review, vol. 47, May 15, 1935.

[74] La visión que ofrece el relato acerca del seminario de física atómica de Leipzig, así como de la discusión de Heisenberg y Von Weiszsäcker con Grete Hermann se han contrastado con los puntos de vista del mismo Heisenberg: véase, Werner Heisenberg, Diálogos sobre la Física atómica, versión castellana de la Biblioteca de Autores Cristianos, edición de 1975, pp. 206-218.

[75] Wolfgang Ernst Pauli (1900-1958), físico nacido en Austria, profesor de la universidad de Hamburgo entre 1923 y 1928, cuando marchó a Suiza, ausentándose definitivamente de Alemania.

[76] Otto Robert Frisch (1904-1979) e Inmanuel Estermann (1900-1973), físicos, profesores en Hamburgo hasta el ascenso nazi (1933).

[77] En realidad, los primeros espectrómetros, o espectrógrafos, de masas fueron ideados por W. Wien y J.J. Thomson hacia 1899, pero los de técnicas modernas hubieron de esperar a A.J. Dempster y F.W. Aston, en los años 1918 y 1919. Francis William Aston (1977-1945) recibió por ello el premio Nobel de química en 1922.

[78] Estaba a punto de cumplir entonces los 31 años de edad.

[79] Véase antes, nota 72. Al margen de las subjetivas impresiones del narrador Schlosser, el friesismo suponía, entre otras cosas, la tendencia al psicologismo, por la relevancia dada a la autorreflexión y autoconfianza en la razón; la pretensión de superar el dilema de fe y razón, mediante el principio del presentimiento y la relevancia dada la sentimiento y la estética entre los principios de la razón; y la propuesta de una acción política participativa, con de devoción y la abnegación como categorías, y la convicción y la intención como motivos suficientes.

[80] John von Neumann (1903-1957), gran matemático de origen judeo-húngaro, que ejerció el profesorado en Berlín y en los Estados Unidos, falleciendo a los 53 años de cáncer de huesos, seguramente provocado por las radiaciones en laboratorio. Se alude a su libro de 1932, Los fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica, radical refutación del determinismo en esta rama del saber, así como de aplicar a la misma la lógica clásica y el concepto tradicional de realidad.

[81] Grete Hermann detectó poco después, en 1935, un error de concepto de John von Neumann en su conclusión de que una teoría de las variables ocultas en la mecánica cuántica era imposible, pero la labor de Hermann pasó desapercibida hasta 1966, en que fue confirmada independientemente por John Stuart Bell (1928-1990). Véanse: Grete Hermann, Die naturphilosophischen Grundlagen del Quantenmechanic, Naturwisssenchaften, vol. 23, núm. 42 (1936), pp. 718-721; John Stuart Bell, On the problem of hidden variables in quantum mechanics, Rev.Mod.Phys., no. 38(3), 1966, pp. 447-452.

[82] En concreto, entre 1723 y 1750, año en que el ilustre compositor falleció.

[83] A la sazón, Grete Hermann era profesora en dicha universidad.

[84] Arabian Coffe Baum, establecimiento lipsiense fundado antes de 1556, que podría ser el café en activo más antiguo de Europa.

[85] Masa de repostería y pastel preparado con miel, leche y almendras, típico de Sajonia.

[86]  Fue plasmada con nitidez y prioridad por el gran físico danés Niels Bohr (1885-1962) en su artículo, The quantum postulate and the recent development of atomic theory, suplemento de Nature de 14 de abril de 1928, 121: 580–590.

[87] Véase antes, nota 83. Sin otro ánimo que el divulgativo, diré que el teorema de Bell, bastantes años después (1964, publicado en 1966) matizó el dilema, señalando la imposibilidad de explicar, por variables ocultas locales, todas las predicciones de la mecánica cuántica (destaco los subrayados). Bell agregaba que, si ciertas predicciones de la teoría cuántica fueren correctas, entonces nuestro mundo no es local, lo que, por el contrario, parece contradecir la teoría de la relatividad. No local significa aquí que existen interacciones entre acontecimientos que están demasiado alejados entre sí en el espacio y demasiado próximos en el tiempo, como para que dichos acontecimientos estén conectados, incluso por señales que se desplacen a la velocidad de la luz.

[88] Acabó: Grete Hermann parece apuntar aquí a las diferencias en materia científica entre las dos ediciones de la Crítica de la razón pura en vida de Kant: la de 1781 y la de 1787. En esta última, añadió como juicios a priori, entre otros, la ley de la conservación de la materia, la igualdad de las fuerzas mecánicas de acción y reacción, y la ley de la gravitación universal.

[89] Residiría sucesivamente en Dinamarca, Francia e Inglaterra, eludiendo siempre a los nazis.

[90] Aunque Grete Hermann siguió siendo bastante crítica de ciertos aspectos de la mecánica cuántica (sobre todo del principio de superposición) acabó, al menos, por aceptar su compatibilidad con el principio de causalidad. Incluso llegó a considerar que dicha mecánica expurga y clarifica dicho principio, entre otras cosas, porque no es necesario para su validez el carácter absoluto del conocimiento sobre la naturaleza, que la mecánica cuántica juzga imposible.

[91] Centro educativo de enseñanza secundaria (análogo a los liceos o institutos de otros países), con la suficiente calidad y plan de estudios, como para preparar a sus alumnos especialmente para el ingreso en la universidad.

[92]  Entre el 5 y el 24 de marzo de 1933, se produjeron las elecciones generales (con mayoría relativa del partido nazi, NSDAP: 43,9% de los votos y 288 escaños de 647), la formación de un gobierno de coalición (nazis, conservadores y partido de centro) con Hitler como canciller, y la concesión “temporal” a este, por parte del Reichstag de plenos poderes por una “Ley Habilitante”. Los plenos poderes teóricos sobre el ejército y los tratados internacionales hubieron de esperar hasta agosto de 1934, cuando falleció el jefe del Estado, mariscal Hindenburg, y absorbió Hitler también ese cargo, confirmado por ulterior plebiscito.

[93] Inicialmente (1933-1935), fue la de Oxford. Posteriormente, ejercería en las universidades de Gotemburgo, Yale y Columbia, hasta fallecer en 1945, a los setenta años de edad.

[94] En alemán: Der Forschung, der Lehre, der Bildung.

[95] La diáspora fue también imponente en la cátedra hamburguesa de física, donde cesaron Otto Stern e Inmanuel Estermann por su raza judía, y Otto Robert Frisch, sobrino de la gran física judía, Lise Meitner.

[96] El padre de Mathias Schlosser estaba en lo cierto. Muy pronto, el trabajo como profesor de universidad exigió en Alemania una habilitación concedida por el partido nazí, denominada Habilitationschrift für Privätdozent; y todos los profesores precisaron afiliarse a la Nationalsozialisticher deutscher Dozentenbund (o Lehrebund).

[97] La redacción original del Código Civil alemán (1896) establecía como edad para la mayoría la de los 21 años (parágrafo 2), que se mantuvo así hasta el año 1990, cuando se rebajó a los 18 años.

[98] En las elecciones generales alemanas del 31 de julio de 1932, el NSDAP (nazi) obtuvo el 37,27% de los sufragios, alcanzando los 230 diputados, de un total de 608. Lo más espectacular es que aumentó el número de sus escaños en 123, respecto de los obtenidos en las elecciones anteriores (14-IX-1930).

[99] Su historia reciente arranca de 1913, por fusión de varios centros docentes, pero tiene origen mucho más antiguo, en la escuela de latín de la localidad, fundada en 1593.

[100] Su nombre completo es Rothenburg ob der Tauber. En 1933 tenía 9.000 habitantes.

[101] En las elecciones generales de 1933, el partido nazi había obtenido allí el 80% de los sufragios. Cuando Mathias Schlosser se presentó en Rothenburg (1933), el 27,8% de los profesores estaban afiliados al partido nazi (NSDAP), porcentaje que aumentó hasta el 60% en 1936 (por obvias razones de medro o miedo políticos).

[102] El más extenso e importante de los escritos de Hitler, publicado en dos volúmenes en 1925. Las primeras ediciones españolas datan de 1935 (entre otras, por la editorial Araluce de Barcelona).

[103] Alusión a los ministros, respectivamente, de Propaganda y de Educación del Reich durante toda la época nazi. Bernhard Rust tenía un doctorado en filosofía. 

[104] Aunque Mathias Schlosser no lo recoge en sus recuerdos, es de notar que el profesor Marx falleció en 1942, en el campo de concentración de Auschwitz. Esta referencia, como las obrantes en el relato acerca del director del Progymnasium rotenburgués, Konrad Hoffmann, están recogidas de la muy completa e interesante página web, www.rothenburg-unterm-hakenkreuz.de.

[105] Había nacido en julio de 1890. Después de la guerra volvería a ser director del colegio entre 1947 y 1955.

[106] Equivalente a francés (sustantivo: de ahí el uso en alemán de la mayúscula inicial).

[107] Movimiento nacionalista y variopinto, que afectó esencialmente a la Física y las Matemáticas y, en menor medida, a la Biología, la Química y otras ciencias. Se basó inicialmente en el rechazo de las formas más modernas de comprender y explicar estas disciplinas, pero, al advenimiento del nazismo, tomó un tinte más racista y sectario, que ayudó a privar a la ciencia de Alemania de un tercio de sus lumbreras aproximadamente, en especial, de los científicos y profesores de raza judía. A modo de resumen accesible por Internet, véase: José Manuel Sánchez Ron, Ciencia, política y poder. Napoleón, Hitler, Stalin y Eisenhower, Fundación BBVA, Bilbao, 2010, espec. pp. 89-141. De manera más amplia, Werner Roder y Herbert A. Strauss (editores), Biographische Handbuch der deutschespragen Emigrationnach 1935-1945, volumen I (Politik, Wirtschaft, öffentlichen Leben), Saur, Múnich, 1980.

[108]  El 10 de mayo de 1933 se produjo en la ciudad de Würzburg una de tantas quemas de libros dañinos, de las que saludaron el advenimiento de los nazis al gobierno de Alemania.

[109] Johannes Stark (1874-1959), premio Nobel de física de 1919, y Ludwig Glaser (1889-1945), destacados miembros del movimiento de la Deutsche Physik (véase antes, nota 107).

[110] El distrito (kreis, en alemán) al que -al menos, actualmente- pertenece Rothenburg es el de Ansbach.

[111] En efecto, la madre de Carl Friedrich von Weiszsächer fue Marianne von Graevenitz (1889-1983). A partir de ahí, el parentesco del delegado de Educación de Ansbach con los Weiszsäcker es una licencia del relato.

[112] Heidelberg tiene la universidad más antigua de Alemania, fundada en 1386. La ciudad, volcada desde entonces en su vocación docente, tenía en 1935 unos 85.000 habitantes.

[113] Históricamente, la realschule ha formado a alumnos entre los diez y los dieciséis años, con la finalidad de prepararlos para la formación profesional o el trabajo: Por eso, se prescindía de latín, filosofía y otras humanidades, insistiendo en las ciencias. El acceso a la universidad podía conseguirse siguiendo adicionalmente tres cursos más en un gymnasium, cuyo nivel de exigencia y currículo de materias eran más amplios y exigentes.

[114] Pequeña localidad (unos 4.000 habitantes hacia 1935), situada a unos siete kilómetros del centro de Heidelberg, y a la sazón sin autonomía municipal. Desde entonces, sus industrias vitivinícolas y de fabricación de cemento Portland han llevado a un notable incremento de población (unos 27.000 habitantes en 2022) y a adquirir ayuntamiento y condición de ciudad. El tranvía que la une con Heidelberg, pasando por Rohrbach, fue abierto en 1927.

[115] Karl Jaspers (1883-1969). Poco antes de llegar Mathias Schlosser a Heidelberg, había publicado una gran obra en tres volúmenes: Philosophie, Heidelberg y Berlín, 1932 (traducción española, en dos volúmenes, a cargo de Fernando Vela, aparecida en 1958)

[116] Se trataba de Gertrud Mayer (1879-1974), hermana de Gustav Mayer, conocido biógrafo de F. Engels.

[117] En 1937, Jaspers fue privado de su cátedra, aunque se le permitió seguir como profesor. En 1939, le fue prohibido publicar sus trabajos.

[118] Moritz Schlick (1882-1936), filósofo austriaco, de quien se tratará más adelante. En 1922 Schlick fue designado catedrático de Filosofía de las Ciencias Inductivas en la Universidad de Viena, cargo que ejerció hasta su asesinato, en 1936. Está considerado como el director o máxima figura del movimiento filosófico y matemático llamado “Círculo de Viena” (Wiener Kreis).

[119] Véase la alusión a Carnap en el relato, capítulo 1. En el mismo año de 1935, Carnap se exilió a los Estados Unidos, enseñando en la universidad de Chicago entre 1936 y 1952. Se naturalizó americano en 1941.

[120] Peligros, que fueron muchos y graves. Al parecer, en marzo de 1945, los nazis tenían acordado matar a Jaspers y a su esposa, destino del que los salvó la llegada de las tropas americanas a Heidelberg.

[121] Walter Bothe (1891-1957), físico alemán, premio Nobel de la especialidad en 1954.

[122] James Chadwick (1891-1974), físico británico, premio Nobel de física en 1935.

[123] Herbert Becker (1887-1955), físico alemán.

[124] La universidad de California en Berkeley contaba con acelerador lineal de partículas, cuando menos, desde 1931. El laboratorio Cavendish de la universidad inglesa de Cambridge, desde 1932.

[125] El concepto de linealidad significa aquí, no solo la trayectoria de las partículas aceleradas, sino el hecho de que se utilice solo la energía de campos eléctricos (alternos).

[126] El acelerador circular o ciclotrón parece haber sido inventado en 1929 por el físico estadounidense, Ernest Orlando Lawrence (1901-1958). Su patente se formalizó en 1934 y en ella se aprecia el diseño aparentemente simple del aparato.

[127] Para la Deutsche Physik, váse la nota 107. Rottweiler es una raza de perro guardián alemán, con la que el profesor Bothe supuestamente compara a los enemigos académicos de la física moderna.

[128] Tal vez aquí pudiera fallar la memoria de Mathias Schlosser pues parece que los trabajos de la cátedra de Bothe para fabricar una excelente cámara de niebla no comenzaron hasta 1936, es decir, un año más tarde de lo que se apunta en el relato.

[129] Wolfgang Gentner (1906-1980) y Heinz Maier-Leibnitz (1911-2000), notables físicos alemanes, ayudantes de Walter Bothe en Heidelberg a partir de 1936 y de 1935, respectivamente.

[130] Figura como relato independiente en este mismo blog, con el título de La edad de oro de la ciencia, contada por un advenedizo. Segunda parte: La guerra.

[131] He tratado brevemente de la normativa y el ambiente derivados del nuevo servicio militar obligatorio alemán (1935) en mi relato, El consejero de Leni Riefenstahl (capítulo 4), publicado en este mismo blog (entrada del 1 de enero de 2021).

[132] Así fue en efecto, mediante el llamado pacto entre caballeros de 11 de julio de 1936, entre los gobiernos de Alemania y Austria. Véase, Frederick R. Zuber (1975). The watch on the Brenner: a study of Italian involvement in Austrian foreign and domestic affairs : 1928-1938, Rice University Press, Houston, 1975, espec. pp. 190-218.

[133] Alusión a Karl Otto Kaufmann (1900-1969), jefe del partido nazi y gobernador de Hamburgo entre 1933 y 1945. Tiene una reciente biografía: Daniel Meis, Hamburgs “Führer” Karl Kaufmann (1900-1969), bbg Academic, Darmstadt, 2022.

[134] Tasa acordada por el gobierno alemán entre 1934 y 1936, por desavenencias con los dirigentes austriacos, la cual causó a Austria grave quebranto, sobre todo, en el sector turístico. Según el Deutsche Bundesbank, un Reichsmark de 1933 equivalía a 4,70 euros de 2020.

[135] Aproximadamente entre 1933 y 1938 (presidencias del gobierno de Dollfuss y de Schusnigg), el gobierno austriaco adoptó formas totalitarias cercanas al fascismo italiano, quizá con el objetivo primordial de hacer frente a las apetencias nazis de absorción (Anschluss), gracias al contrapeso del gobierno fascista italiano dirigido por Mussolini.

[136] Sobre el tema, véase: Victor Kraft, El Círculo de Viena (traducción española), Taurus ediciones, Madrid, 1966 (segunda edición, 1986).

[137] Hans Hahn (1879-1934), matemático austriaco, que no debe confundirse con el químico-físico alemán, Otto Hahn (1879-1968), premio Nobel de química en 1938, al que se aludirá en la segunda parte de este relato.

[138]  Oto Neurath (1882-1945), economista y matemático austriaco, que emigró para evitar represalias por sus afinidades con el marxismo o, cuando menos, por su izquierdismo.

[139] Herbert Feigl (1902-1988), filósofo austriaco; Karl Menger (1902-1985), matemático austriaco; Friedrich Waismann (1896-1959), filósofo y matemático, defensor de la tesis de que las verdades matemáticas lo son, más bien, por convención, que no por necesidad verificable (véase, Friedrich Waismann, Einführung in das matematische Denken, Gerold, Wien, 1936).

[140] En efecto, no se reincorporaría a la docencia vienesa hasta 1937, marchando a poco de Austria (1938), rumbo a los Estados Unidos. Véase: Enrique Alonso González, Sócrates en Viena. Una biografía intelectual de Kurt Gödel, edit. Montesinos, Barcelona, 2007.

[141] Movimiento nacionalista austriaco de entreguerras, de carácter extremista y dotado de milicias de corte violento.

[142] El apodo despectivo de judío blanco (weise jude) era empleado por los nazis para referirse a los no judíos que carecían de prejuicios hacia los judíos, admitiendo su amistad y compañerismo.

[143] Sarta de epítetos pretendidamente peyorativos que le dedicó en la prensa a Moritz Schlick su compañero de claustro en Viena, Johann Sauter (1891-1945), bajo el pomposo seudónimo de Professor Doktor Austriacus. Sauter era profesor de Filosofía del Derecho y acabaría siendo expulsado de la universidad de Viena por los propios nazis.

[144] Véase una breve biografía de Johann Nelböck (1903-1954) en www.historia-biografia.com. Por el asesinato de Schlick, con la atenuante de trastorno mental, fue condenado en sentencia de 26 de mayo de 1937, a la pena de diez años de prisión. En 1938, apenas consumada la unión de Austria a la Alemania nazi, le fue concedida la libertad condicional.

[145]  La joven estudiante se llamaba Traude Class-Bennert. Su testimonio está recogido en la red social Facebook, con el título: El asesinato de Schlick fue el fin del Círculo de Viena y la derrota de la razón en Austria (Testimonio de la estudiante Traude Class-Bennert).

[146]  Nombre del ejército de tierra alemán entre 1935 y 1945.