martes, 16 de enero de 2024

LA EDAD DE ORO DE LA CIENCIA CONTADA POR UN INTRUSO. SEGUNDA PARTE: LA GUERRA

 


La edad de oro de la ciencia contada por un intruso.

Segunda Parte: La guerra

Por Federico Bello Landrove

 

        Recuerdos y ficciones de un joven alemán, que intentará hallar su camino vital entre los genios del pensamiento centroeuropeo de la primera mitad del siglo XX. En esta segunda parte del relato, la peripecia se desarrolla durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).




1.      Berlín, 1939

 

     Mi poco meditada resolución de incorporarme como voluntario a la Wehrmacht[1] acabó siendo acertada: La guerra no estalló durante mi permanencia en filas y se me permitió elegir lugar de destino. Escogí Berlín, pensando en estar cerca del núcleo alemán de la física moderna, y me destinaron a un regimiento de infantería en el suburbio berlinés de Köpenick. Todo mi tiempo libre lo empleaba en viajar en tranvía hasta el barrio de Dahlem, donde radicaban las instalaciones centrales para la física de la Kaiser-Wilhelm Gesellschaft[2]. Mal que bien, y con la condescendencia de mis superiores militares, tenía así la oportunidad de mantener el contacto con aquella plétora de grandes científicos -algunos, conocidos míos de antes- y conservar mi habilidad en el manejo de las máquinas que me eran familiares, en particular, el espectrómetro de masas, que tanto juego estaba llamado a dar en la física nuclear que estaba a punto de estallar, dicho sea esto de forma más literal que figurada.

     Por fin, me licenciaron en el otoño de 1938, tras dos años de servicio, cuando acababa de cumplir los 27 años, todavía sin oficio ni beneficio, al decir de mi padre. Habría sido muy probable mi retorno al Hamburgo familiar y una modesta colocación en la cervecera Gröninger, a no ser por la benemérita intervención de un buen amigo, que sabía bien, por propia experiencia, lo que era el empujón de alguien importante para poder cumplir tus legítimas aspiraciones. Se llamaba Max Redensart[3] y era doctor asistente en la sección y laboratorio de Física-Química que regentaba el profesor Otto Hahn. Era, para mí, la persona adecuada en el momento oportuno. Creo que merece la pena explicar por qué digo esto y, para ello, nada mejor que hacer una breve presentación de Redensart -Max para sus conocidos-, y de mi incorporación al laboratorio más prestigioso y decisivo de la Alemania de aquel tiempo, donde estaba a punto de hacerse el descubrimiento más crucial y funesto de la física del siglo XX.

***

     Redensart no era un producto típico de la Kaiser-Wilhelm, ya que su graduación en química por la universidad de Hannover y su tesis doctoral sobre la utilidad del sodio líquido en las técnicas de refrigeración habían tenido el objetivo principal de adquirir conocimientos, para emplearse en las industrias Solvay de su ciudad natal[4]. Solo la circunstancia de que el catedrático hannoveriano, profesor Bergius[5], no mostrara un especial interés por el tema de la tesis, llevó a Max a orientar sus pasos a Berlín, buscando el apoyo del doctor Strassmann[6], que había ejercido la docencia en la Universidad Técnica de Hannover hasta el año 1929. Fritz Strassmann era ya uno de los ayudantes del profesor Otto Hahn[7], quien presidía los trabajos de la sección de química de la Sociedad. Sus excelentes cualidades como químico práctico o de laboratorio proporcionaron a Redensart una plaza de ayudante, que este prefirió a su anterior vocación industrial, pese a que sus emolumentos eran muy modestos. Así nació lo que él llamaba su servidumbre del espectrógrafo, aparato en cuyo manejo llegó a ser un verdadero genio. En resumen, Redensart + espectrógrafo: la suma perfecta para que durante el último periodo de mi servicio militar me arrimase a aquella dupla y, gracias a mi conocimiento de la técnica, fuese bien recibido. Luego, al licenciarme, tuve la posibilidad de ser acogido como mozo de laboratorio, en condiciones económicas que apenas divergían de las de los bedeles o porteros de la institución. No es, por tanto, de extrañar que mis servicios fuesen aceptados, máxime contando con la generosa recomendación del profesor Bothe[8], de Heidelberg, que todavía recordaba mi muy modesta cooperación para hacer de su cámara de niebla la que mejores resultados alcanzó en su momento[9]; o la que de modo vibrante realizó in situ mi amigo de Leipzig, Karl Friedrich von Weiszsäcker[10], que había venido a Berlín en busca de la seguridad que la Kaiser-Wilhelm podría darle, de que no lo reclutasen en caso de crisis o contienda bélica[11]. No es, pues, de extrañar que el doctor Strassmann firmase un informe favorable a mi contratación por cinco años como ayudante de laboratorio de química nuclear, bajo la tutela y mandato del doctor Redensart. ¿Y el dinero para vivir?, habría preguntado mi padre. Max, mi tutor, apartó de mí tan ominoso interrogante, con una frase que no he sido capaz de olvidar a través de los años:

-          Se está preparando algo grande. Si yo fuese tú, no me lo perdería por todo el oro del mundo.

     Fui tan crédulo y tan desinteresado, como para hacerle caso y quedarme en aquel mundo de penuria, que yo llamaba La bohême, por analogía con la situación de los protagonistas de la famosa ópera[12]. En cualquier caso, Max no me mentía, como pronto tuve ocasión de constatar. Lo explicaré en sus puntos fundamentales.

Kaiser Wilhelm Institut (Berlin)

***

     Para empezar, la militarización de Alemania y el consiguiente riesgo de entrada en guerra, obligaron a los nazis a revisar su absurda política científica anterior, estructurada sobre tres pilares: el descrédito de la llamada despectivamente moderna ciencia, por estar inspirada -según sus detractores- en abstrusas e incomprensibles conjeturas, que solo podían incubarse en mentes judías; la defensa de la llamada Nueva ciencia alemana que, en el fondo, no era otra cosa que el mantenimiento a ultranza de los axiomas y principios consolidados por el acervo cultural heredado de generaciones anteriores[13]; y la expulsión de los judíos de las instituciones científicas, si es que ellos mismos no habían ya tomado la vía del exilio, en previsión de futuros males, de continuar trabajando en Alemania.

     Como es bien sabido, la persecución de los judíos, por muy grandes científicos que fueran, prosiguió en todo momento, cualquiera que fuese el daño que con ella se infería al progreso del país, incluso en el ámbito militar. Pocos eran los hebreos conocidos que aún permanecían ligados al Kaiser-Wilhelm cuando yo empecé a trabajar allí. Todavía estaba reciente la fuga de Lise Meitner[14], que el profesor Hahn había apoyado, aun comprendiendo el perjuicio que con ello causaba, al tratarse de la mejor física de su equipo de investigadores atómicos. Posteriormente, se produciría la marcha del propio director del Kaiser-Wilhelm, que no se avino a nacionalizarse alemán, siendo holandés de nacimiento[15]. La mayoría de aquellos grandes físicos acabaron por acogerse a la protección de los Estados Unidos, país que los acogió en general con toda clase de medios y facilidades, lo que resultaría funesto para Alemania, cuando los americanos entrasen en la guerra y se convirtiesen en enemigos del Estado alemán[16].

     Por el contrario, las críticas y dificultades que nuestros científicos habían sufrido por parte de los filósofos nazis y los nacionalistas del movimiento Nueva ciencia alemana, decayeron casi por completo en el mundo de la física y la química, a partir del momento en que los avances en la fisión atómica hicieron comprender a nuestros gobernantes de entonces que se abría un mundo nuevo, en que la energía atómica podía resultar decisiva, tanto como arma insuperable, cuanto para potenciar el esfuerzo de guerra en la retaguardia. El camino de conseguir resultados prácticos de tal energía era, no obstante, arduo y largo. De hecho, Alemania no pudo recorrerlo íntegro durante los seis años de la guerra que nos acechaba a la vuelta de unos meses. Fue en ese recorrido donde yo tuve ocasión de tener dos intervenciones notables, como colaborador de Redensart y persona respetada por profesores, como Strassmann y Bothe, que estuvieron en la punta de lanza de las investigaciones atómicas en Alemania. Contaré lo sucedido, tanto por su importancia en sí, como para las consecuencias que tuvo en mi vida ulterior, dando con mis huesos en París, cuando empezaba a hacerme un nombre y un porvenir en la capital de mi patria.

***

     Recuerdo perfectamente la fecha, el 17 de diciembre de 1938, por el hecho de que era sábado, y en ese día empezaba a disfrutar de un permiso navideño, que pretendía pasar con mis padres en Hamburgo. Estaba a punto de tomar un taxi para trasladarme a la estación y coger el tren de la mañana, cuando la dueña de mi pensión me avisó de que tenía una llamada telefónica de un tal Redensart. Su contenido era imperioso:

-          Ven de inmediato para el laboratorio, que Hahn y Strassmann necesitan hacer con la mayor urgencia una comprobación con el espectroscopio.

-          Pero, Max, hoy empiezo mis vacaciones y tengo billete para el tren de las 08:45…

-          Tendrás que aplazar tus planes -indicó, tajante-. No creo que nos lleve el trabajo más de un par de días.

     Lo cierto es que aquel año hube de pasar las Navidades en Dahlem, pero también lo es que nunca me hicieron una faena por motivos más justificados. Vamos a comprobarlo.

     La alarma en el laboratorio había saltado porque, al bombardear átomos de uranio con neutrones, Hahn y su equipo[17] no habían producido los conocidos subproductos habituales, es decir, átomos poco más o menos pesados que el uranio, como consecuencia de haber ganado o perdido unos cuantos nucleones, sino que se habían hallado los de un elemento químico, el bario, cuya masa atómica era muy inferior a la del uranio[18]. Si eso era así y no había error en la identificación del subproducto, el bombardeo neutrónico no había alterado simplemente el uranio, sino que había dividido sus átomos en dos, partiéndolos, más o menos, por la mitad.

     Hahn tenía la mente de un químico y, como tal, lo primero que se le ocurrió fue comparar las propiedades del presunto bario con las de su pariente mucho más pesado y radiactivo: el radio, descubierto por los Curie años antes[19]. De hecho, en minerales de uranio era frecuente en la naturaleza la presencia de radio. Strassmann -que, a falta de la Meitner, era el físico de referencia- discutió con Hahn: Aquello era bario, y nada más que bario. Y, si había la menor duda, llamarían al genio del espectrógrafo, Redensart, y, de paso, al manitas de su ayudante, un servidor de ustedes. Y así fue como entré humildemente a participar en uno de los momentos históricos de la física moderna: aquel en que se produjo y constató la fisión nuclear, origen y fundamento de la energía atómica. Claro que, con tanto temor como prudencia, Hahn pediría la comprobación del descubrimiento por sus iguales -empezando por Lise Meitner-, con la independencia que reclama la ciencia.

Otto Hahn

     Desde luego, Redensart y yo nos pasamos tres días sin salir del laboratorio, repitiendo una y otra vez la prueba, para llegar siempre a la misma conclusión. Hahn no tuvo más remedio que aceptar la evidencia, confirmada también con la medición de la energía liberada al romper los enlaces en los átomos de uranio y obrarse la desintegración[20]. Como si de un huracán se tratase, en apenas tres meses, se publicaron los resultados; fueron comprobados en varias de las más ilustres universidades del mundo, y se constató la posibilidad de que la fisión del uranio produjese una reacción en cadena que, según fuese explosiva o controlada, determinaría su uso como arma formidable, o como fuente de enormes cantidades de energía a emplear para fines pacíficos[21].

***

     Saltando, por una vez, el orden cronológico, he de referirme al que acabó resultando el mayor acierto de Redensart -que hago mío, aunque en mínima proporción- y, correlativamente, uno de los mayores fracasos del excelente físico Walter Bothe[22], a quien había yo tratado en la universidad de Heidelberg un tiempo atrás. Tal vez por ello, el profesor nos llamó a su despacho, conjuntamente, a Max y a mí, para exponernos una cuestión que le tenía muy preocupado. Más o menos, nos dijo así:

-          Confiando en los trabajos del profesor Fermi[23] y en nuestras propias investigaciones, el doctor Jensen[24] y yo hemos estado empleando el grafito como moderador de los neutrones libres resultantes de la fisión del uranio; pero, por más que lo hemos intentado, una y otra vez fracasamos por el mismo motivo: los ladrillos de grafito absorben todos los neutrones y la reacción en cadena queda interrumpida… No hace falta que les diga lo importante que sería para Alemania el que el grafito cumpliera aquí con éxito la función que, al parecer, viene desempeñando en Norteamérica: Tenemos un grafito excelente en Austria y en País de los Sudetes[25], mientras que la alternativa del agua pesada[26] resulta de muy lenta y costosa producción, sobre todo, porque los franceses se nos adelantaron y tienen en su poder todas las reservas almacenadas en la única fábrica de Europa preparada para producirla[27].

-          Es ocioso preguntarle, profesor -intervino Max-, si han comprobado a fondo que el grafito empleado por ustedes sea de la máxima pureza.

     El profesor Bothe pareció molesto con aquella obvia indicación, pero contestó con precisión:

-          Aparte de las garantías ofrecidas por las empresas mineras y suministradoras, hemos realizado comprobaciones adicionales aquí, y solicitado la cooperación del profesor Heisenberg en Leipzig[28], y siempre con resultados de pureza prácticamente absoluta. Con todo, ustedes dos tienen fama de ser los más expertos y concienzudos manipuladores de los espectrómetros. Repitan, por favor, los análisis de las muestras de grafito que tenemos actualmente a nuestra disposición en Berlín y comuníquenme cuanto antes sus datos y conclusiones.

     Salí del despacho de Bothe convencido de que algo muy relevante se presentaba de nuevo a mi experiencia. Redensart se encargó de robustecer todavía más mi impresión, cuando puso ante mis ojos la decisiva importancia de que el grafito fuese operativo como elemento moderador en las pilas atómicas o, como entonces decíamos, en los quemadores de uranio. Se expresó así, tan pronto nos encontramos solos en el laboratorio ante el espectrómetro más moderno del mismo:

Walter Bothe

 

-          El bueno de Bothe no nos ha contado toda la verdad sobre las excelencias del grafito. No solo es que sea mucho más abundante y barato que el agua pesada: Se trata de que puede trabajar con uranio 238 -que es infinitamente más abundante que el isótopo 235[29]-, cosa que no se puede hacer usando agua pesada como moderador. En resumen, de que el grafito valga o no depende que tengamos o no disponible en Alemania la energía atómica para esta guerra y, por tanto, la bomba.

-          O sea -interpreté-, que estamos ante la posibilidad de validar el grafito como moderador, o bien cargárnoslo y, de paso, arruinar en la práctica el Uranprojekt[30].

     Redensart pareció molesto con mi coloquial forma de expresar la responsabilidad que teníamos ante nosotros. Replicó:

-          Bueno, bueno, vamos al trabajo. Yo voy a analizar las muestras y, entre tanto, ve tomando nota de las especificaciones que sobre las mismas hayan presentado las compañías suministradoras.

     Las empresas en cuestión eran la minera, Grafitenbergau Kaiserberg, de la Baja Austria[31], y la industrial Siemens-Plania, que depuraba los resultados de la anterior y preparaba los bloques o ladrillos para su introducción final en el reactor. Una y otra certificaban la existencia de mínimas trazas de boro, elemento químico que era el terror de los pretendientes de grafito químicamente puro[32]. Contrastados tales resultados con los obtenidos por Bothe y Jensen, apenas divergían. El profesor Bothe concluía de ello que tan mínimas cantidades de boro no podían alterar las propiedades del grafito, siendo punto menos que imposible, por otra parte, alcanzar en él una mayor pureza. No figuraban en el expediente los informes solicitados a Heisenberg, pero sí las referencias de artículos del profesor Fermi de algún tiempo atrás, postulando los méritos del grafito para moderar los flujos de neutrones en el reactor, sin absorberlos en cantidades significativas.

     En fin, Redensart concluyó sus primeras mediciones, repasó los datos que yo había recogido de los informes escritos y concluyó:

-          Mis datos son muy ligeramente superiores en cuanto a la presencia de boro, pero no como para cambiar la opinión de Herr Bothe contraria al grafito. Claro que…

     Cortó la frase, se me quedó mirando y dijo, con mucho misterio:

-          Deja, prefiero que hagas el experimento sin prejuicios. Quinientos marcos a que no eres capaz de encontrar un intruso en la pantalla del aparato.

-          Por esa suma -bromeé-, soy capaz de detectar al mismísimo Führer.

     Pero no fue Hitler el identificado, sino el elemento 48, el intruso: el cadmio.

-          Te has ganado los quinientos marcos -reconoció Redensart-. Hay que ser una excelente rata de laboratorio para cazar un elemento inesperado en una proporción tan mínima.

-          ¿Crees que será el causante de que a Bothe se le pare la reacción en cadena?, inquirí.

-          Lo ignoro, me respondió. Eso, que lo diluciden los físicos teóricos.

     Repetimos el experimento hallando los mismos resultados. Seguidamente documentamos el trabajo y Redensart fue a visitar a Bothe para entregárselo. El profesor estaba ausente y fue Jensen quien recibió el informe. Era un hombre joven, agradable y tenía fama de ser políticamente equilibrado. Se explayó con Redensart, quien luego me hizo un resumen de la charla:

-          Resulta que acabamos de descubrir la pólvora: Verdad o no, el hecho es que Jensen no se ha extrañado de la presencia de algunas otras mínimas impurezas, además del boro, como lo es el cadmio. Pero sucede que no constan investigaciones anteriores sobre las cualidades de dicho elemento como captador de neutrones[33], ni es probable que se le encuentre en partidas de grafito procedentes de otras minas que no sean esas de Austria. Total, creo que la suerte del grafito está echada y se abandonará como moderador en Alemania[34]. De hecho, el propio Heisenberg está mucho más por el agua pesada, en la que ha encontrado valores de eficacia superiores a los que se la habían atribuido antes.  

-          Pues dicen que en los Estados Unidos no utilizan otra cosa que grafito. No sé a qué carta quedarme, rezongué.

-          Vete a saber las diferencias que existen entre sus reactores y los nuestros -repuso Max-. En estas cuestiones atómicas, cualquier pequeño detalle puede significar el fracaso o el éxito[35].

***

      En cualquier caso -según me comentaba Redensart-, Alemania había perdido demasiado tiempo en los años anteriores a 1939. La demencia nazi, transmutada aquí en estupidez, había preferido quedarse sin buena parte de sus mejores investigadores, por el mero hecho de ser judíos o estar relacionados familiarmente con ellos. La arianización de la ciencia alemana había despreciado y marginado durante años a los mejores físicos, químicos y biólogos, por el hecho de que defendieran teorías modernas y bastante abstrusas, pero que acabarían marcando el camino científico del siglo XX. Finalmente, por razones económicas o políticas, se había descuidado comparativamente con otros países la investigación nuclear. Baste decir que en 1938 no había en toda Alemania otro ciclotrón que el del profesor Bothe en Heidelberg. Luego, cuando Hahn reveló la fisión del átomo de uranio, con toda su probable repercusión militar, se inició una precipitada carrera para llegar al inicio de la inminente guerra con una cierta capacidad nuclear. Pero ya era bastante tarde. El doctor Strassmann -nada amigo del régimen nazi- me lo resumía así:

-          Tan solo contamos con cuatro ciclotrones en el país y su potencia es muy modesta en comparación con la de los aparatos más avanzados con que cuentan en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos[36]. De quemadores de uranio, mejor no hablar, pues por ahora solo contamos con trabajos avanzados para el que están montando en Leipzig, Heisenberg y Döpel[37]. Y ahora le entran las prisas al gobierno, pero con las mañas de siempre: división y politización. Ya ves, los científicos que ponen a la cabeza de las investigaciones son casi todos nazis: Schumann, Esau, Gerlach, Diebner[38] y tantos más. Y, en lo tocante a dividir el trabajo y repartirse a cara de perro los recursos, se crea, por un lado, una Sociedad del Uranio de carácter civil y, por otro, un departamento de investigación nuclear en la Oficina de Armas del Ejército…

     El tema me interesaba hasta tal punto, que decidí interrumpirle:

-          No cabe duda, doctor, que el equipo civil, dirigido por Esau, se dedicará a la investigación atómica en general, mientras que el militar, al mando de Diebner, lo hará exclusivamente para fabricar la bomba: la que, según dicen, supondría la seguridad de ganar la guerra. Y, la verdad, no me gustaría que me reclutaran con esa mortífera finalidad.

     Mi cara debía de denotar angustia, porque Strassmann -que sin duda participaba de mis aprensiones morales- me preguntó, sin más:

-          ¿Te han llamado de Kummersdorf[39]?... ¿Pues no habías hecho ya el servicio militar?

-          En efecto, pero eso mismo me vuelve más vulnerable pues, en cuanto estalle la guerra, me reclutarán como sargento de la reserva y, sin más trámite, me pondrán de uniforme y a las órdenes inexorables de los expertos en explosivos y física nuclear del ejército.

-          Bueno -intentó tranquilizarme Strassmann-, la guerra aún no ha empezado[40], y supongo que, mientras estemos en paz, no podrán movilizarte. Entre tanto, yo que tú, empezaría a visitar a tus múltiples conocidos, para que te fichen en la Sociedad del Uranio. Entrar en ella es la seguridad casi absoluta de que te dejarán en paz, como persona de alta cualificación, o de servicios esenciales para el Reich.

-          Le agradezco el consejo, Herr Doktor, pero voy a rogarle que me oriente y colabore conmigo en los movimientos a seguir. De entrada, no veo factible que un simple mozo de laboratorio del Kaiser-Wilhelm pueda pasar a ser considerado un servidor esencial para el Reich.

     Strassmann sonrió, reflexionó unos momentos y me brindó la posible solución:

-          El ser un excelente electroscopista no es suficiente, aunque hayas llamado la atención de los militares. Hay que buscarte alguna otra especialización, directamente ligada con los ciclotrones o los quemadores de uranio. Obviamente, lo más sencillo es que fuese algo que tuvieran en común los espectrógrafos con ellos… Y, visto que es el ejército quien te reclama, convendría ganarse el apoyo de algún científico civil de peso que esté en contacto y buenas relaciones con los militares… Reflexionemos un par de días y volvamos a reunirnos para organizar la Schlosser-Betrieb[41].

Werner Heisenberg

***

     Fue Redensart quien me aconsejó que alegase mi aceptable conocimiento de los electroimanes, una pieza fundamental en casi todos los instrumentos empleados en la física de partículas. Su existencia en los espectrógrafos me había obligado a aplicarme en su calibrado. Los técnicos de la empresa conservadora, Siemens, con sus instrucciones y consejos, así como dejándome estar presente en sus manipulaciones, fueron mis primeros maestros. Pronto fui yo el operario, sin necesitar llamarlos y perder un tiempo precioso esperando su venida. Claro está que los electroimanes de los ciclotrones no eran iguales y su potencia era mucho mayor, pero los fundamentos teóricos eran muy similares. Mi amigo, von Weiszsäcker, me hizo un hueco entre el personal empleado en el ciclotrón de Berlín y así pude cerciorarme de las peculiaridades de su electroimán y las triquiñuelas precisas para equilibrar exactamente el funcionamiento de los campos magnéticos inducidos en cada una de las dos placas[42]. Redensart llevó su generosidad hacia mí hasta hacer venir desde Hannover a dos técnicos, conocidos de su padre, muy expertos en el manejo y reparación de los potentes electroimanes empleados por la Hanomag[43] en sus secciones de locomotoras y de grúas. En fin, mi formación acelerada rindió sus frutos y estuve en condiciones de postularme para entrar en la Uranverein en febrero de 1940, cuando todavía no habían reclamado mi reincorporación a filas los militares de Kummersdorf, pese a llevar ya varios meses de guerra. Pero el espaldarazo final tuvo que venir de un miembro prestigioso de la Sociedad del Uranio. Este no fue otro que el doctor, Wolfgang Gentner, a quien yo había conocido brevemente durante mi estancia en Heidelberg[44], cuando él era uno de los más capaces ayudantes de Bothe, en su denodado esfuerzo por construir el que sería primer ciclotrón de Alemania[45]. Él me recordaba con simpatía, pero creo que fue otro el motivo que le llevó a apoyar mis pretensiones. Durante la entrevista de trabajo, salieron a relucir las flagrantes insuficiencias prácticas de la física alemana. Yo estaba bien informado de ellas por Redensart y no me privé de exponer a Gentner bastante de lo que sabía a ese respecto:

-          … Es cierto -reconocí- que el profesor Bothe ya no está solo en el tema de los ciclotrones: Ahí están, entre otros, Harteck[46], Heisenberg y Diebner; pero se manejan con energías en el rango de uno a tres MeV[47], muy inferiores a las que se da por seguro que tienen los aparatos de otros laboratorios del mundo, como el de París, sin ir más lejos.

-          ¿Qué sabe usted del laboratorio parisino?, me preguntó interesado.

-          Supongo que mucho menos que usted -le dije con cierto desapego-, toda vez que estuvo allí como becario entre el año 33 y el 35.

     Gentner sonrió y se ruborizó ligeramente, como niño pillado en falta:

-          De eso hace ya cinco años, lo que es una eternidad en física nuclear.

-          Dicen -proseguí- que los Curie[48] cuentan con un ciclotrón de 7 MeV. ¡Quién lo pillara!

     Mi interlocutor entorno los ojos y preguntó insinuante:

-          ¿Qué le parecería echarle mano y dedicarnos a cascar átomos? No sería tan extraño, contando con que estamos en guerra con los franceses y no vamos a estar toda la vida cruzados de brazos, esperando a invadirlos[49].

-          Supongo -repliqué- que destruirán todo cuanto tengan antes que dejarnos echarle mano, … si es que logramos entrar en París.

-          París… -suspiró Gentner-. ¿Lo conoce usted?

-          Apenas. Solo de un viaje con mi madre a Francia a conocer a mis abuelos, cuando yo tenía siete años.

-          ¿Es que su madre es francesa?

-          Nació en Alsacia. De hecho, hablo perfectamente el francés -presumí-. Quizá mejor que el alemán, agregué aludiendo a mi pronunciación gutural de todas las erres de este idioma.

     La entrevista siguió luego por los derroteros propios de un examen de conocimientos, mas, por lo que luego pasó, estoy convencido de que el pasaje que acabo de narrar fue decisivo en los planes de Gentner para mí.

     Pero tales planes y derroteros tendrán ustedes que esperar para conocerlos a que cambiemos de capítulo.

 

 

2.      París. Los tiempos felices

 

     Mi entrevista con Gentner me puso sobre aviso de la importancia que nuestros científicos nucleares concedían a la labor que Frédéric Joliot y su equipo estaban desarrollando en París. Había varias razones para ello, según pude ir constatando. En primer lugar, el hecho de que hubieran sido capaces de construir un acelerador de partículas con energías cercanas a los 7 MeV[50], que más que doblaban las de los mejores ciclotrones nuestros. Y la cosa no era moco de pavo pues Strassmann me comentó:

-          En estas materias, los incrementos de energía tienen unos efectos exponenciales. ¡Vete a saber si los franceses pueden conseguir cien o mil veces más subpartículas que nosotros! De todos modos, no es lo mismo diseñar y construir un aparato de esos, que ponerlo en marcha de modo estable y con toda su potencia. Ignoro si Joliot lo habrá conseguido.

     La verdad, eso no lo sabia nadie a ciencia cierta en Alemania. El hecho es que el ciclotrón se había montado en 1937 en un sótano del Colegio de Francia[51] y que, con su ayuda, Joliot había sido capaz de demostrar que era posible la reacción en cadena de la fisión del uranio[52]. A mayores, el científico francés, especialmente hábil como persona, había logrado que el gobierno francés adquiriese todas las reservas de agua pesada que almacenaba la Norsk-Hydro, trasladándolas a algún lugar ignoto de Francia; dejando de paso sin posibilidades de adquirirlas a nuestro gobierno, ni siquiera mediante incautación, al invadir nosotros Noruega[53]. Finalmente, nuestro servicio de espionaje sabía que los franceses también habían comprado a los belgas cantidades importantes de óxido de uranio procedente de sus posesiones en el Congo, si bien no se tenía constancia sobre si el mismo había sido suficientemente enriquecido. Con todos esos antecedentes, no era extraño que la Wehrmacht, informada por sus científicos, tuviese un interés especial en hacerse con el acelerador de París, tan pronto llegasen allí nuestras tropas de invasión[54].

     Por eso tiene sentido el que, a los pocos días de conseguir el beneplácito de Gentner para incorporarme al grupo de técnicos del Uranverein que pensaban desplazarse a París, recibiera yo una citación para presentarme en las instalaciones del ejército en Kummersdorf. Me recibió el doctor Erich Schumann en persona, a quien conocía de vista como uno de los ayudantes del profesor Hahn y quien, por lo visto, había sido puesto por el general Keitel[55] al frente del grupo de científicos asesores del ejército en materia atómica. Su pretensión era clara… y la que yo me temía:

-          Herr Schlosser -comenzó-, tiene usted una excelente consideración en el Kaiser-Wilhelm, que nos aconseja incorporarle a los servicios análogos que están montando las fuerzas armadas aquí, en Kummersdorf.

     Decidí echarle valor y responder con la mayor contundencia:

-          Lo lamento, Herr Doktor pero su colega, el doctor Gentner, ya ha iniciado el procedimiento para agregarme a la Uranverein. Por otra parte, ya sabrá usted que cumplí como voluntario mis deberes militares, entre 1936 y 1938.

-          En esto último, sin duda, está usted equivocado -arguyó, con toda razón-. Las necesidades militares en tiempo de guerra autorizan a movilizarle como reservista, dándole el rango con el que hubiese sido licenciado: En su caso, creo que el de sargento.

Wolfgang Gentner (mucho después de los tiempos de este relato)

     Repliqué de la manera que me pareció más eficaz:

-          Supongo que tiene razón, en teoría, pero, en la práctica, tengo ya asignado un puesto entre los técnicos que se trasladarán a París para aprovechar el ciclotrón del Colegio de Francia[56]… Ya conoce, estimado doctor, la importancia que dicho aparato podría tener para el esfuerzo de guerra.

-          Pero, en el mejor de los casos -objetó-, aún no hemos invadido Francia, ni conquistado París…

-          Eso facilita lo que voy a pedirle, Herr Schumann. Aprovechemos este intervalo, para que Gentner y usted se pongan de acuerdo, decidiendo sobre mi cooperación de la forma que resulte más eficaz. Por mi parte, entiendo que seré mucho más útil en París, que no aquí, apretando las tuercas de los espectrógrafos.

     La broma pareció impactarle. Me despidió sin órdenes concretas y con estas palabras:

-          De acuerdo, hablaré con Gentner y ya se le informará de la decisión a su respecto.

     La decisión fue salomónica y la adoptaron apenas una semana antes del inicio de la blitzkrieg en el frente occidental[57]: Sería movilizado como suboficial de artillería, pero quedaría liberado de llevar uniforme y estaría, en principio, a las órdenes de Gentner en Francia. Me pareció una forma militar de cumplir el aforismo de sostenerla y no enmendarla, hasta que Schumann me aclaró:

-          El que no esté a las órdenes inmediatas de los militares no quiere decir que, si se las dan, no tenga que acatarlas. De hecho, se presentará usted, cuando llegue el momento, al general jefe de la guarnición de Paris, y también estará obligado a informarnos sobre sus actividades cuando sea requerido a ello por mí o por mis comisionados. Y de su disciplina dependerá el que se le mantenga este estatus tan excepcional, que se le concede por deferencia al doctor Gentner y al profesor Strassmann quienes, por cierto, están muy interesados por usted.

     Me faltó tiempo para acudir, bastante preocupado, a comunicar a Redensart y a Gentner las condiciones de los militares, por si podían suponer cierta interferencia en la actividad del Uranverein. Gentner se echó a reír y me aclaró que, a la postre, Schumann nos había tomado el pelo a ambos. Me dijo así:

-          ¡Toma!, como que a mí también me movilizan, aunque como teniente. Dicen los militares que una cosa es que se trabaje para la Uranverein en Alemania, y otra distinta que salgamos a trabajar en países ocupados, como creen que lo será Francia dentro de poco. Así que, amigo mío, los dos estamos a bordo del mismo barco y este es de guerra. Por lo demás, también a mí me han impuesto las mismas condiciones de sumisión, lleve o no uniforme por la calle… Pero no te inquietes: con astucia y buen hacer, lograremos que triunfen por encima de todo la ciencia y la camaradería de los científicos.

     Sinceramente, me pareció que el doctor Gentner era demasiado optimista. Con todo, no le hice ninguna objeción, y hasta me eché a reír cuando me despidió con este consejo para turistas en vacaciones:

-          No olvides meter en la maleta la cámara de fotos: La torre Eiffel nos espera.

***

     El día 14 de junio de 1940, la Wehrmacht entró en París a la que, desde unos días antes, el gobierno francés había declarado ciudad abierta. Supongo que Schumann, Diebner, Gentner u otros habrían dado las indicaciones pertinentes para ocupar el laboratorio de los Curie en el Colegio de Francia y, por supuesto, sellar y poner guardia en los sótanos que albergaban el ciclotrón más potente de la Europa continental. De hecho, nuestros soldados tomaron posesión de las instalaciones y no permitieron a ninguno de los científicos ni de los empleados el acceso a las mismas. La verdad es que -según me contaron- no eran muchos los trabajadores que se presentaron por allí en aquellas fechas. De hecho, Frédéric Joliot e Irène Joliot-Curie parecían encontrarse fuera de París, seguramente, en las tierras del sur, que todavía estaban bajo control del ejército francés. Gentner me hizo saber tal ausencia como determinante, si persistía, de un cambio de planes para nosotros:

-          Si Joliot no reaparece, Schumann es partidario de desmontar el ciclotrón pieza a pieza y traérselo para Alemania.

-          Eso será más fácil de decir que de hacer, supongo -apunté yo-.

-          Desde luego, confirmó Gentner, pero sí que podríamos trasladar aquellas piezas o secciones que sean menos voluminosas y tengan un mayor valor funcional. De eso nos encargaríamos nosotros y, con ello, nuestra esperada estancia junto al Sena habría tocado a su fin en unas pocas semanas.

-          ¿Y qué se sabe del agua pesada y del óxido de uranio que los franceses habían adquirido para sus propósitos de construir un reactor?, inquirí.

-          Me temo que su localización, de ser posible, correrá de cuenta de la Gestapo[58], que empleará al efecto sus métodos habituales.

-          ¿Y qué plazo concederán para que Joliot regrese a París, sin desmontar todavía su ciclotrón? -insistí-.

-          Eso será cosa de los jefes en Kummersdorf -repuso vagamente Gentner-; pero nosotros ya tenemos orden de ponernos en camino a París, tan pronto se haya confirmado el cese el fuego consiguiente al acuerdo de armisticio[59]. Sobre lo que pase después -es decir, si habremos de ser científicos o simples demoledores-, Joliot y sus colaboradores tendrán la palabra.

     Llegamos a París por vía férrea el miércoles, 26 de junio de 1940. A la cabeza de la expedición figuraban Gentner y su colaborador y buen amigo, Wolfgang Riezler[60]. El resto éramos un total de cinco técnicos, expertos en diversas secciones o elementos del ciclotrón, que no nos habíamos conocido hasta aquel momento. La mayoría éramos muy jóvenes y estoy por asegurar que nuestra selección había ido precedida de la obligada incorporación a filas. Para mi egoísta satisfacción, constaté que los otros cuatro apenas sabían unas palabras de francés, lo que me hizo suponer que, para bien o para mal, podría convertirme en un intérprete imprescindible.

     Por el momento, hubimos de presentarnos a las autoridades militares de la guarnición de París y aceptar el alojamiento y medios de transporte que tuvieron a bien ofrecernos -todo, dentro de las propiedades del ejército-. Por lo demás, dueños por ahora en exclusiva de las instalaciones de los Curie, nos movimos a nuestras anchas y sin dar cuentas, ni discutir con nadie. Gracias a ello pudimos comprobar algo que nos decepcionó profundamente: Por sabotaje, abandono del mantenimiento o inacabamiento de la instalación, el famoso ciclotrón de París, no solo estaba no operativo por el momento, sino que se necesitarían muchos meses de arduo trabajo para ponerlo en estado de funcionar. Gentner y Riezler cambiaron impresiones al respecto y su conversación -que yo pude captar en lo sustancial- significó para mí la primera sorpresa acerca del comportamiento de ciertos científicos que, por suerte o por desgracia, tienen un concepto del patriotismo y del esfuerzo de guerra un tanto desviados de la disciplina que se espera de ellos:

-          Si ahora escribimos o telefoneamos a Schumann -hablaba Gentner- y le exponemos claramente cómo están las cosas por aquí, ordena desmontar o inutilizar el ciclotrón y nos manda de vuelta para Berlín.

-          Podemos suavizar el estado de la situación -sugirió Riezler- y recomendar que se espere hasta localizar a Joliot, o a que este regrese espontáneamente…

-          … Lo que no deja de ser una quimera -interrumpió Gentner-. Joliot es valiente y ama el ciclotrón como a las niñas de sus ojos, pero supongo que el gobierno francés y los británicos le animarán a exiliarse con toda su familia.

-          De todos modos -replicó Riezler-, nada se pierde por esperar unas semanas y que la policía haga averiguaciones acerca del paradero de los Curie y, ya de paso, del agua pesada y del material radiactivo, que aquí no hemos encontrado ni un microgramo.

     Así que, maquillando el estado de abandono del laboratorio, Gentner consiguió el plazo de un mes, tomando entre tanto las medidas oportunas para mejorar su funcionalidad y preparar un plan para trasladar a Alemania cuanto se pudiera del ciclotrón, sin dañarlo irremediablemente. No sé por qué tuve el pálpito de que la cosa podía ir para largo y, de otra parte, estaba decidido a disfrutar en lo posible de aquel París, increíblemente callado y sin pulso, pasmado como por ensalmo por la terrible derrota de las armas francesas y por la esperanza que empezaba a proyectar sobre su pueblo el mariscal vencedor de Verdún[61]. En aquellos días, la llamada a la rebeldía del general De Gaulle desde su seguro micrófono de Londres[62] parecía no haber hallado eco alguno. Así que, poniendo en práctica el plan que había urdido en mis insomnios berlineses, decidí comportarme en lo posible como un habitante más de París, para lo cual tenía la inmensa ventaja de mi perfecto francés con ligero acento alsaciano. Eché cuentas de lo que ganaría como sargento y mozo de laboratorio del Uranverein -Gentner me había prometido que conservaría el sueldo de este- y lo encontré más que suficiente para vivir con cierta independencia en aquella ciudad, otrora pletórica, pero ahora medio vacía, entre los soldados presos[63], los judíos huidos y los parisinos que habían preferido acogerse a la así llamada zona libre de Vichy[64].

Isla de San Luis (París)

     Haciéndome pasar por un alsaciano indocumentado que a toda prisa había huido de la ocupación de su región por los alemanes[65], alquilé una buhardilla en la isla de San Luis[66], en la calle Budé, un lugar muy tranquilo y a un paseo del Colegio de Francia. El pago de un bimestre por adelantado superó las objeciones de la portera que, como mandataria del propietario, me entregó las llaves de aquel pequeño paraíso parisino, que parecía prolongar mi bohemia berlinesa. Así nacía para el vecindario, por razones de seguridad, Monsieur Mathieu Schlosser[67]; pero no bastaba con la alteración identitaria: Se despertó en mí una aletargada vocación filosófica, que en aquella cima del espíritu europeo bien podría alimentar. A fin de cuentas, la Sorbona y el Colegio de Francia estaban a un tiro de piedra el uno de la otra. De tener ocasión, procuraría buscar los medios de acceder al profesor Bachelard[68] quien, desde principios de aquel año, enseñaba Filosofía de las Ciencias en la universidad parisina. Claro que todavía estábamos en plenas vacaciones de verano y con las rudas secuelas de la reciente ocupación; y, sobre todo, dependíamos de que apareciese por su laboratorio el profesor Joliot, sin el cual mi presencia en Francia sería efímera.

***

     El lunes, 29 de julio de 1940[69], entre la estupefacción de quienes estábamos en ese momento en el laboratorio del Colegio de Francia, se presentó el profesor Joliot, acompañado por dos de sus ayudantes y del doctor Faral[70], como autoridad de dicho Colegio, para retomar la posesión de sus instalaciones, que llevaban cosa de mes y medio sin ser ocupadas más que por técnicos alemanes. En ese momento, Gentner, nuestro jefe, se encontraba ausente, por lo que me decidí a ser yo quien recibiera a la comisión francesa, en mi doble condición de suboficial y de dominador de su idioma. De hecho, yo reconocí perfectamente a Joliot por las numerosas fotografías que de él había visto en diversas publicaciones, si bien, cara a cara, aprecié con mayor precisión sus principales características fisonómicas: lo moreno de tez y cabello; la estatura mediana, con una complexión delgada, tal vez agudizada por la agitación y penalidades de los últimos meses; el rostro anguloso, con una nariz prominente; gesto y voz que denotaban cierto empaque, que muchos tomaban por altivez u orgullo.

     La verdad, yo no sabía qué hacer pues nada se había establecido de antemano, dado que nadie esperaba el retorno de Joliot. Improvisé y, con tono firme y respetuoso, le hice saber que, como sin duda conocía el profesor Faral, por el momento el laboratorio de física nuclear estaba ocupado por orden de las autoridades competentes del ejército alemán, y yo no era quién para facilitarle el acceso al mismo, sin perjuicio de avisar inmediatamente por teléfono a mi superior inmediato, el doctor Gentner, a fin de que me ordenara lo procedente.

-          Entre tanto, profesor, si quiere esperar aquí la contestación -ofrecí-, no tengo inconveniente en que usted y sus acompañantes puedan esperar en su despacho de director del laboratorio.

     No creo que Joliot hiciese mucho caso de mi cortesía pues, tan pronto oyó el nombre de mi jefe, esbozó una sonrisa y pareció relajarse, hasta el punto de responder a mi fineza con otra, igual o mayor:

-          Gracias, sargento, pero no queremos incomodarle. Póngase en seguida en comunicación con el doctor Gentner y, mientras tanto, esperaremos en el despacho del administrador del Colegio.

Ciclotrón del Colegio de Francia (hoy, objeto de museo, in situ)

     Acompañé a la comitiva hasta la puerta de la calle y me despedí con un sonoro taconazo. Joliot pareció sobresaltarse y me dijo:

-          Gracias por su demostración, pero no era necesaria…

     A lo que, repliqué con toda la intención:

-          Es lo menos que se merece un premio Nobel. Al menos, esa es nuestra muestra de respeto para ellos en el Kaiser-Wilhelm Institut.

-          ¿Usted trabaja allí?, me preguntó Joliot, sorprendido.

-          Solo soy ayudante de laboratorio. Mi verdadera especialidad es la Filosofía de la Ciencia, de la que me gradué en la universidad de Hamburgo.

-          ¿Y en dónde aprendió un francés tan perfecto?, volvió a preguntarme.

-          De mi madre, repuse. Es alsaciana.

     Uno de los ayudantes de Joliot susurró algo así como que yo era una caja de sorpresas. El profesor tan solo me insistió:

-          Telefonee usted tan pronto pueda y, por favor, hágame llegar la respuesta del doctor Gentner en cuanto se produzca.

***

     Por unos días, la llegada de Joliot a París fue objeto de toda clase de especulaciones. Unos decían que obedecía a órdenes de ciertas autoridades francesas, a fin de que las instituciones de carácter atómico de París y sus inmediaciones[71] no quedasen sin control y a merced de decisiones omnímodas de los alemanes. Pero ¿de quién procedían esas consignas, caso de ser ciertas? Unos aludían a las autoridades militares, que se las habrían dado a Joliot en el momento de licenciarlo. Otros apuntaban al gobierno del régimen naciente de Vichy. Finalmente, había quienes entendían que el nobel había sido presionado por los dirigentes de la universidad de la Sorbona y del propio Colegio de Francia, nada partidarios de que parte de sus instalaciones fuesen colonizadas por los científicos de la potencia invasora.

     Gentner -que decía conocer bien a su colega francés, con quien había estado en contacto científico frecuente por carta[72]- apuntaba, más bien, a la forma de ser de Joliot, valiente, orgullosa y patriótica; incapaz, por tanto, de dejar su patrimonio científico, labrado durante tantos años, abandonado y a merced de quienes decidieran expoliarlo. Me lo explicaba así, en una de nuestras frecuentes charlas:

-          Joliot es sincero a medias, cuando afirma que se ha quedado en Francia y regresado a París en bien de su equipo de colaboradores, del prestigio de Francia o de no abandonar a su mujer enferma y a sus hijos menores[73]. Todo eso cuenta, por supuesto, pero, sobre todo, me parece que prima su orgullo de cabeza de la ciencia francesa y de sentirse capaz de controlar la tormenta que con la invasión amenaza a su mundo académico, pequeño y mediocre -como él mismo critica-, pero que no deja de ser el suyo y, por extensión, el de Francia[74].

-          No me convencen sus argumentos -opiné-, si lo que le mueve es el patriotismo: Corre un riesgo grandísimo de acabar colaborando con el enemigo. Y, por lo que respecta al honor de Francia, mucho me temo que su conducta acabará tachada de colaboracionismo, si no de traición.

     Gentner pareció incomodarse por mis palabras y me replicó, con aire retador:

-          Espera a ver cómo termina todo, pues Joliot me ha insistido en tratar de su efectivo regreso con nuestros máximos científicos militares. De hecho, ya viene de camino Schumann[75] para ver de pactar unas condiciones que sean satisfactorias para ambas partes. Ya te contaré…

     Y concluyó la charla con unas consideraciones, que se me quedaron grabadas, por lo insólito de las mismas y por el desprecio que mostraban hacia quienes quedábamos fuera del olimpo sacrosanto de la ciencia:

-          No olvides, Mathias, que los verdaderos científicos formamos una gran familia, más allá de rencillas y de guerras. Quizá los hombres de ciencia de verdad no seamos muchos, pero puedes apostar la cervecería de tu padre a que Fred[76] y yo nos contamos entre ellos.

***

     Debo a la cortesía del doctor Gentner el conocimiento sustancial de las condiciones a que se llegó por parte alemana, para que el profesor Joliot aceptase ponerse de nuevo al frente de su laboratorio en el Colegio de Francia y, sobre todo, facilitar a los científicos alemanes el acceso a su ciclotrón. Mi gratitud para con Gentner es aún mayor pues, una vez acabada la guerra, me completó su exposición con una amplia referencia a las modificaciones de dichas condiciones oficiales, tal y como fueron informalmente acordadas entre el profesor Joliot y él. No dudo de la importancia de esta parte de mi relato, tanto a nivel histórico, como para valorar las conductas de los dos profesores con el debido conocimiento de causa. Por supuesto, el juicio de cada lector es libre, pero su racionalidad depende de que esté debidamente fundado en los hechos[77].

     A principios de 1939 -exponía Gentner-, en la revista “Nature”, Joliot afirmó que cada átomo de uranio fisionado liberaba un promedio de 2,5 neutrones: Luego la reacción en cadena era posible. El profesor Erich Schumann advirtió al entonces general Keitel de la importancia de las investigaciones atómicas francesas, basadas en la utilización de un acelerador de partículas mucho más potente que aquellos de que disponíamos en Alemania. Por otra parte, el gobierno francés se había hecho el año anterior con todas las reservas de agua pesada almacenadas en la fábrica noruega “Norsk-Hydro” y con una buena cantidad de mineral de óxido de uranio en las minas congoleñas de Katanga. Era indudable que el profesor Joliot sabía perfectamente, al producirse nuestra invasión, dónde se encontraban estos materiales, por lo que era doblemente interesante conseguir, bien la detención del mismo, bien que se aviniese a trabajar voluntariamente con nosotros. El armisticio y nuestra relativa amistad con el gobierno de Vichy podrían favorecer esta última posibilidad.

     Por eso, tan pronto se produjo el libre retorno a Paris de Joliot, avisé del mismo a Schumann -entonces movilizado, con el grado de general-, para que viniese a la capital francesa y se entrevistara con el nobel francés, a fin de llegar a un acuerdo de trabajo en común, para beneficio mutuo. Yo animé al general a que fuese generoso, aprovechando la marcha entonces tan favorable de la guerra para nosotros, la cual hacía presagiar una pronta conclusión de la contienda y una posición benévola hacía Francia, vista la política de armonía que practicaba el mariscal Pétain. Schumann me replicó que las órdenes que traía de Berlín eran todo menos condescendientes, por lo que sería bastante difícil concordar con Joliot. Yo era más optimista pues, como recordarás, amigo Schlosser, nosotros sabíamos bien -a diferencia de Schumann- el lamentable estado en que se encontraba el ciclotrón parisino, que difícilmente podría ser puesto en buen funcionamiento en menos de un par de años. Eso podía permitir a Joliot prometer o consentir muchas cosas, sabiendo que resultarían imposibles de cumplir. Además, aunque pudiese costarme caro, yo estaba decidido a jugar el papel benévolo y armonioso que Schumann no quería -o no podía- ejercer. Para ello, me resultó muy importante el tener entre Joliot y Schumann el papel de intérprete en la entrevista decisiva que ambos celebrarían en París, en concreto, en el laboratorio de física del Colegio de Francia.

Frédéric e Irène Joliot Curie, en la entrega del Nobel (12-12-1935)

     … La entrevista, aunque con tono ceremonioso -los dos interlocutores no se conocían personalmente- no empezó, precisamente, con buen pie. Como gesto de buena voluntad, Schumann pidió a Joliot información sobre el paradero del agua pesada y del mineral de uranio que el gobierno francés había adquirido en los dos años anteriores. Joliot -como era de cajón- excusó la respuesta, limitándose a manifestar que el gobierno derrotado habría puesto todo a buen recaudo, en lugar o lugares que él desconocía[78]. Schumann no insistió y tuvo la humanidad de mediar en que Joliot no fuese molestado por la Gestapo o las SS[79] para que revelase por la tortura cuanto supiese.

     Superado ese obstáculo, el profesor Joliot, manifestando que todavía no había podido evacuar consultas detalladas con las autoridades francesas -nótese que la entrevista se estaba celebrando el 12 de agosto de 1940-, señaló cuatro puntos innegociables para él, si la ciencia alemana quería contar con su cooperación y la de su equipo: 1º. El ciclotrón no serviría para el esfuerzo de guerra, sino para el desarrollo de investigaciones de física puramente teórica. 2º. Sería él, Joliot, quien dirigiría efectivamente el laboratorio y estaría autorizado para contratar libremente a su personal colaborador. 3º. Los resultados de las investigaciones serían de la propiedad intelectual de los franceses que llegasen a ellos. 4º. Los resultados de cualesquiera trabajos científicos desarrollados en el laboratorio del Colegio de Francia no serían publicados sin su expresa autorización. Sobre la base de estos cuatro puntos, franceses y alemanes llegarían a acuerdos sobre el reparto del uso del material del laboratorio, o el número de personal alemán con acceso al mismo, corriendo las medidas de tipo administrativo de cuenta del profesor Faral, o de quien en cada momento ejerciese las funciones de administrador del Colegio de Francia.

     Schumann pareció sentirse molesto, no tanto con el contenido del programa de Joliot, como por el hecho de que pareciese una imposición o, cuando menos, un mero contrato inter pares. Por eso, comenzó por formular de forma drástica lo que no dejaba de ser una obviedad: O Joliot y los franceses colaboraban de buena fe con los científicos alemanes, o el laboratorio sería requisado por las autoridades de ocupación, trasladando a Alemania cuantos elementos fuesen de interés. Dicho esto, las discrepancias se centraron más en el fuero, que en el huevo: Schumann exigió que el verdadero director o jefe del laboratorio fuese un alemán, el doctor Kurt Diebner, en calidad de intermediario entre el mando supremo alemán para la ciencia militar y el laboratorio mixto de París. Sería Diebner quien cursaría en exclusiva las comunicaciones y relaciones del laboratorio parisino con otras instituciones científicas, y también sería él quien decidiría qué trabajos habrían de publicarse y qué personas tendrían acceso a los mismos. Por lo demás, Joliot tendría libertad para designar a sus ayudantes y técnicos, pero los alemanes autorizados y trabajadores tendrían pleno acceso a todas las secciones del laboratorio, así como a sus investigaciones y resultados. Finalmente, los aparatos e instrumentos que fuesen aportados por los alemanes quedarían en todo momento de propiedad del Reich. Schumann concluyó dando a Joliot un plazo de seis días para reflexionar sobre lo hablado y para, a tenor de ello, firmar un acuerdo reservado con el contenido que ambas partes aprobaran. Durante ese tiempo, Joliot habría de recabar las autorizaciones que juzgase necesarias, para que el gobierno de Vichy no pusiera objeciones a posteriori a lo convenido.

     … Durante los seis días de reflexión concedidos por Schumann, cité con toda reserva a Joliot en un café del Quartier Latin[80], con el fin de ponerle en claro, tanto mi opinión y mi compromiso al respecto, como la escasa eficacia práctica que yo veía, por aquel entonces, al acuerdo en ciernes.

     Como tú y yo habíamos ya comentado, expuse a Joliot que todo el interés alemán por su laboratorio estribaba en poseer un ciclotrón capaz de grandes prestaciones, pero por el momento incompleto y deteriorado, de difícil reparación por la industria francesa, y más, en tiempo de guerra. De manera en exceso optimista, pero verosímil en aquel entonces, le expuse que la victoria alemana estaba próxima, sin necesidad de especular con hipotéticos super explosivos atómicos. Joliot se mostró de acuerdo con mis observaciones, si bien explicó que no podía ceder ante determinadas exigencias de Schumann, aunque solo fuera por razón de su honor y prestigio, que ya empezaban a padecer ante quienes veían cualquier cooperación científica en época de guerra como una traición o, cuando menos, un colaboracionismo[81]. Tras recordarle nuestra buena amistad desde mis lejanos tiempos de becario en París en 1933, le expuse mis convicciones antinazis y le lancé la gran sorpresa con la que yo contaba para convencerlo: Schumann y Diebner seguirían en Berlín y apenas supervisarían lo que pasara en el Colegio de Francia. Sería efectivamente yo quien dirigiría a los alemanes que trabajasen en el ciclotrón y, en mi condición de tal, revisaría las cláusulas o condiciones que se pusieran para nuestra colaboración. Con esa confianza, y con el visto bueno del administrador Faral -con el que ya contaba-, Joliot aceptó permanecer en París, siempre que el único gobierno francés existente, el de Vichy, le autorizase la cooperación. Esta fue solicitada de inmediato y se concedió por decisión de los ministerios de Educación y de Industria, no sin reticencias del de Asuntos Exteriores, como se supo tiempo después. En virtud de todo ello, se consumó el acuerdo, si bien el mismo no se hizo constar por escrito, al no querer comprometerse Schumann, quien se escudó en su anterior advertencia de que el convenio sería en términos reservados. Joliot hubo de transigir con aquella falta de formalidad, considerando que, estando yo como intermediario, cualquier documento quedaría a la postre en papel mojado. No obstante, el informalismo de Schumann tenía razones más profundas, como no tardamos en comprobar; unas razones que tenían que ver con esa técnica contractual nazi de llevar a la otra parte a buen puerto, para luego endurecer los términos del acuerdo cuando ya todo el mundo se había acomodado a los anteriores.

     Recordarás, amigo Schlosser, que, a tenor de nuestro acuerdo particular, Joliot y yo fijamos una serie de reglas con las que empezamos a funcionar. En el laboratorio se establecerían zonas o salas reservadas en exclusiva para franceses y alemanes. En la medida de lo posible, se utilizarían el ciclotrón y otros aparatos escasos en número de forma alternativa, fijando horarios para procurar no coincidir. Los alemanes autorizados iríamos de paisano y entraríamos y saldríamos del laboratorio por una puerta poco visible que daba a un callejón sin salida del Colegio de Francia[82]. Joliot nombraría a sus colaboradores sin interferencias nuestras, ni por el número, ni por la identidad[83]. En fin, se promovería la cooperación alemana para agilizar la terminación y puesta en marcha del ciclotrón, para lo que yo solicitaría la venida desde Berlín de operarios especializados y de equipos o piezas imposibles de encontrar en Francia[84]. En tal sentido, te comisioné para que, con base en tu previo conocimiento de las cámaras de niebla de expansión, pusieras en marcha dos cámaras de difusión procedentes de los Estados Unidos, que se hallaban depositadas y sin desembalar en los almacenes del laboratorio[85]

Ernest O. Lawrence, el manitas y factótum del laboratorio de Berkeley

     Cuando ya parecía todo en marcha, llegaron por correo desde Alemania nuevas instrucciones, que endurecían las condiciones acordadas entre Joliot y Schumann un mes antes[86]. Con base, al parecer, en el Derecho internacional de la guerra, la dirección del laboratorio y de sus trabajos serían competencia exclusiva del doctor Diebner, y el gobierno alemán tendría la propiedad intelectual sobre todos los trabajos desarrollados en el mismo. A mayores, el profesor Joliot no podría elegir colaboradores sin el acuerdo de Diebner. Como es natural, Joliot se indignó y, para robustecer su postura, transmitió las nuevas condiciones al ministerio de Educación de Vichy, el cual le contestó que se oponía tajantemente al cambio de instrucciones, lo que comunicaría directamente al gobierno alemán. De la respuesta alemana -si es que la hubo-, no tuvimos constancia alguna[87]por el momento, ni yo supe de ella cuando retorné a Berlín, tiempo después, tras cesar en mis funciones de París.

     No obstante esos cambios teóricos, las dos partes optamos por seguir adelante con los trabajos, en los mismos términos en que los habíamos iniciado. Joliot siguió teniendo el dominio práctico de su ciclotrón y yo me convertí de hecho en el jefe de los investigadores y técnicos alemanes que trabajaban en el laboratorio parisino, como recordarás. Tal situación no cursó sin alarmas, en las pocas ocasiones en que los científicos de Berlín giraban visita al laboratorio. Recuerdo un par de visitas del profesor Bothe y una del director de la Uranverein, doctor Esau, así como varias más de nuestros jefes militares, Diebner y Schumann; visitas que capeamos como pudimos, acogiéndonos al cómodo -aunque poco creíble- expediente de que el ciclotrón había sufrido una repentina avería, o estaba pendiente de sustituir alguna pieza[88]. Tú mismo colaboraste en alguna ocasión con pequeños sabotajes en el electroimán. La repetición de esta táctica acabó por hacerla poco creíble, pero nuestros visitantes se conformaron con quejas y críticas moderadas, que solo implicaron el que se me destituyera del cargo, reemplazándome el doctor Riezler[89], quien prosiguió mi senda de cooperación científica, con la que estaba plenamente de acuerdo…

     La otra fuente de peligros la representaban los agentes de la Gestapo y de las SS, cada vez más entremetidos en el ambiente universitario parisino, por causa del incremento de la resistencia a nuestra ocupación y del hecho, por demás innegable, de que una mayoría de profesores y de alumnos era contraria a toda forma de colaboracionismo. Detener sus intromisiones en el laboratorio fue mi tarea más difícil, pues Joliot estaba conceptuado de comunista y, aunque prudente, no se escondía a la hora de defender a otros colegas menos conspicuos y privilegiados que él. Afortunadamente, el hecho de ser un premio Nobel impedía que fuese tratado con la desconsideración habitual que empleaba nuestra policía, sin perjuicio de algunas detenciones de muy corta duración[90]. En mi opinión, el fiasco que la Gestapo tuvo en el otoño de 1940 en el caso del profesor Langevin[91], al que yo contribuí con mis severas quejas ante el general Stülpnagel [92] y las autoridades científico-militares en Berlín, les hizo considerar que, en cierto modo, el laboratorio Curie era tabú para ellos. Así me lo confesó el mayor Biderick[93]. De esa pasividad desencantada nacerían peligrosas posibilidades de utilizar el departamento de física del Colegio de Francia para ciertas actividades que, al igual que tú, reprochaba y me parecían fuera de lugar en una institución científica[94], pero que me incliné por ignorar, en atención a mis compromisos con Joliot. De cualquier modo, para salvar mi responsabilidad, he de decir -y tú lo corroborarás- que lo más descarado y violento se produjo cuando yo ya no me encontraba en París, codirigiendo el laboratorio…

***

     Entre unas cosas y otras, llegó septiembre y, con él, la reanudación de la vida académica, con toda la excepcionalidad derivada de la ocupación. Según tenía previsto, me encaminé a la facultad de filosofía de la Sorbona, con el atuendo más juvenil posible, con vistas a hacerme pasar por un estudiante más. Pregunté por el profesor Cavaillès -mi viejo conocido del simposio de Davós de 1929-[95], a fin de que me introdujera ante el catedrático Bachelard[96], a cuyas clases y seminarios pretendía asistir, en la medida en que lo permitieran mis ocupaciones. Tuve una desilusión:

-          Monsieur Cavaillès ocupa la cátedra de lógica y filosofía de la universidad de Estrasburgo desde el curso pasado -me informaron-. Antes solía viajar a París con frecuencia, pero ahora, con la ocupación alemana…

     Ni corto, ni perezoso, sin perjuicio de escribir a Cavaillès en busca de recomendación, opté de momento por colarme en las clases magistrales de Bachelard, muy concurridas, y esperar la ocasión propicia para presentarme a él y pedirle su venia para acceder a la biblioteca y los seminarios. Con tal que los alumnos no descubrieran mi nacionalidad y me tomaran por un confidente de la policía alemana, no tendría nada que temer. Así que procuré hacer algunas amistades, con el pretexto de que era un alsaciano recién llegado a París y que, teniendo que trabajar, tan solo podía asistir a las clases que no coincidiesen con mis deberes laborales.

Suzanne Bachelard

     Ciertamente, las exposiciones del profesor Bachelard eran excelentes, por su coherencia y claridad, y respondían en gran medida a mi propia manera de concebir la relación entre la filosofía y las ciencias. En particular, me sentía identificado con su afirmación de que todo saber científico debía ser contextualizado en su momento histórico y sociológico; así como con la tesis de que existe una discontinuidad o ruptura entre las teorías científicas dominantes a lo largo de la historia, siendo una de esas rupturas epistemológicas la que había generado la física contemporánea, en concreto, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. De aquí extraía el Profesor la consecuencia de que no es la filosofía la que ha de crear la ciencia, sino esta la que ha de fijar la filosofía de cada periodo histórico; cosa que algunos habían abominado, mientras que otros ensalzaban como la revolución copernicana del pensamiento filosófico. En fin, no es del caso que me explaye sobre las tesis bachelardianas del llamado ”racionalismo aplicado”, brillante término medio entre el idealismo y el neopositivismo, que llegaba con vigor a los alumnos mediante una llamada constante a plantearse preguntas y problemas, buscando la respuesta científica para todos ellos.

     A finales de septiembre regresó a Paris la profesora, Irène Joliot-Curie[97] en compañía de sus hijos y de algunos de sus colaboradores en el Instituto del Radio, que dirigía. Hasta entonces había permanecido en el sur del país, en la localidad de Clairvivre, muy adecuada para la dolencia tuberculosa[98] que, al parecer, padecía desde algunos años atrás. Entre el equipaje de la premio Nobel, se supone que viajaban aparatos y material radiactivo, que habría sacado de París al comienzo de la guerra[99], pero nuestras autoridades optaron por respetar su intimidad, no realizando registro ni incautación ningunos. De todas formas, aunque fuese por razón de cortesía, Gentner la visitó a los pocos días de su llegada y tuvo la gentileza de invitarme a que lo acompañase, a fin de saludar a la ilustre dama, a la que él había conocido en 1933, al iniciar sus trabajos como becario en el Instituto del Radio parisino, cuando todavía estaba regentado por Marie Curie, la gran decana internacional de los trabajos en la materia. Por todo ello, así como por la exquisita educación de los reencontrados, la entrevista fue muy amistosa, aunque breve. La verdad es que Madame Joliot-Curie, por su palidez y ligero temblor al hablar, daba clara impresión de cansancio. Con todo, su rostro, triste y labrado con el cincel de los escultores de imágenes ascéticas, así como su figura, alta y muy delgada, lucían espléndidos, incluso con el evidente descuido, aunque no desaliño, de su cabello cortado a escuadra y de una bata blanca de laboratorio un par de tallas más ancha de lo preciso para su portadora.

Cartel de propaganda del Citroën AC-4

     En lo que a mí respecta, Gentner me introdujo exageradamente como un medio francés, por la nacionalidad de origen de mi madre, pero dio más juego el dato de que yo hubiese decidido tomar casa en la isla de San Luis, pues resultó que en esta había vivido Marie Curie durante más de veinte años, junto a sus dos hijas[100]. Me dio detalles sobre la ubicación de su antiguo domicilio y yo prometí hacerle llegar copia de las fotografías que pensaba sacar del edificio.

     Por aquellas fechas, leí en un diario de París que un ciudadano vendía barato y con buenas condiciones de pago una berlina Citroën AC-4, modelo de 1932[101], en excelente estado de conservación. Dio la casualidad de que el vehículo estaba depositado en un taller de reparaciones sito en una bocacalle de la rue de Saint-Jacques, a un quilómetro escaso de la Sorbona. El precio era conveniente y el regente del taller me aseguró que, en efecto, el coche estaba muy bien de mecánica y -a la vista estaba- de carrocería. Un sablazo a mi padre -acompañado de la disculpa de que ir a pie por París a todas partes no me era, ni hacedero, ni seguro- me permitía adquirir el AC-4 al contado, pero surgieron dificultades al ir a realizar y documentar la transferencia, para lo que me fue indispensable identificarme como alemán. El dueño, con un hijo fallecido meses antes en la guerra, no nos tenía mucha simpatía a los alemanes. Decidí ir a visitarlo en persona, sin intermediación del mecánico, y me encontré con un caballero mayor, próximo a la jubilación, que impartía clases de latín en el liceo Condorcet. Con cierto tono de reproche, le hice ver que yo no había empuñado las armas y que me hallaba en Francia desarrollando una tarea de cooperación científica entre nuestros dos países, que nada tenía que ver con el esfuerzo de guerra. Los nombres de Joliot y de mi furtivo profesor Bachelard me abrieron las puertas del aprecio del latinista y fueron el punto de partida para una charla de dos horas y media, con merienda incluida. Al final, y a cambio del pago total al contado, incluso conseguí que incluyese en el precio el cambio de pintura, del rojo -favorito de su difunto hijo- por un negro, más apropiado para un vehículo que yo ya imaginaba aparcado en la rue des Écoles, con la tarjeta de autorización especial del Colegio de Francia. En fin, lleno de buenos presagios, me despedí del profesor Huvelin, no sin que antes este reconociera:

-          Me ha dado usted una de las mayores sorpresas de mi vida. No podía imaginar que, hallándose en guerra, alemanes y franceses colaborasen hasta el extremo que me ha indicado.

-          ¿Y qué sensación le produce tan sorprendente noticia, profesor?, inquirí.

-          Ya soy viejo y estoy chapado a la antigua. Yo habría dejado semejante cooperación para cuando hubiese llegado la paz.

***

     A mediados de octubre, recibí la contestación de Cavaillès[102] a mi petición de presentación a Bachelard. Mi viejo amigo se lamentaba de estar tan lejos de París -Alsacia-me decía- es como si ahora fuese otro país-; se congratulaba de que no hubiese olvidado mi vocación por la filosofía de las ciencias, y me aseguraba que ya había escrito a Bachelard recomendándome como un alemán de esos que los hombres de ciencia franceses tanto hemos estudiado y -¿por qué no decirlo?- amado. Se despedía, rogándome mantener con él una correspondencia fluida y sincera, así como con una enigmática alusión, un tanto ditirámbica:

     Entre libro y libro, clase y clase, no te prives de conocer a Suzanne, la hija del profesor Bachelard. Ella es, sin duda, el mejor fruto de la sabiduría y dedicación de su padre.

     Unos días más tarde, abordé al Profesor al concluir su clase, en la confianza de que ya habría leído la presentación de Cavaillès. Bachelard se mostró encantador y receptivo a todas mis peticiones, incluida la de que no divulgara que yo era alemán. Sin perjuicio de su benevolencia para con todos, no había dejado de adoptar alguna precaución a mi respecto:

-          Como Jean -Cavaillès- me informó de que usted estaba aquí trabajando en el laboratorio del profesor Joliot, me he tomado la libertad de preguntar a este por su relación con él. Su respuesta, enigmática como muchas de las suyas, le divirtió sobremanera a mi hija. Fue esta: Trabaja con las cámaras de niebla, pero su comportamiento es claro y  limpio.

-          Por cierto, profesor -dije, aprovechando la referencia a su hija-, Cavaillès me ha escrito tan elogiosamente acerca de su hija que, con su permiso, me gustaría conocerla.

     Bachelard sonrió, como si se guardase algún punto sutil sobre las relaciones entre Jean y aquella joven tan interesante[103], y me contestó:

-          Suzanne[104] estudia aquí mismo, en la Sorbona, filosofía y ciencias, por lo que está muy atareada. Con todo, le hablaré de usted pues, aunque no vaya a creerlo, también ella estuvo en 1929 en Davós, en mi compañía. Solo tenía diez años, pero se empeñó en asistir a más de una conferencia de las de aquellas. Claro que usted, a lo que imagino, no sería mucho mayor…

-          ¡Por Dios, profesor!, exclamé, a punto de la hilaridad. Tenía entonces casi 18 años. Aquí donde me ve, ya tendría que ser profesor agregado, por lo menos, en vez de ser, como dice mi padre, aprendiz de todo y maestro en nada.

     Esta vez fue Bachelard quien estuvo a punto de soltar la carcajada. Bromeó:

-          Estoy seguro de que su padre es una persona notable, pero en nuestro pequeño mundo de la filosofía de las ciencias, su crítica podría alcanzar a un buen número de sus cultivadores, empezando por Cavaillès, por mí… y por mi querida hija.

Collège de France (París)

***

     He titulado este ya extenso capítulo, París. Los tiempos felices. Quizá sea mucho decir, aunque presente el primer año de la ocupación de Francia[105] exclusivamente desde mi punto de vista: el de un joven que vivía en una capital en aparente paz, dedicado a trabajar y estudiar en aquello para lo que tenía vocación y aptitudes. Claro está que no pretendí hacerme rico, ni correr la gran vida, ni siquiera confraternizar a fondo con alguna jovencita emuladora de la famosa Coco Chanel[106]. Todo lo más, y como culminación y despedida -todo en uno- de mi casta amistad con Suzanne Bachelard, tuve el honor de llevarla a la Opera a presenciar la representación de El rapto en el serrallo, puesta en escena por la Staatsoper de Berlín[107]. Y es que, por más disimulo y pureza con que se hiciera, la relación de alemanes y franceses -tanto más, si era con francesas- empezaba a resultar peligrosa y, en todo caso, suponía un estigma para los ciudadanos galos. Yo lo sufrí no mucho, habida cuenta de que me hacía pasar con cierto éxito por alsaciano, en los ambientes no relacionados con el Colegio de Francia. Pero otros -entre los que cuento al profesor Joliot- lo tuvieron más difícil de soportar. Y es que, hacia mediados de 1941, la atmósfera de París cambió repentina y drásticamente. Es lo que me lleva a cerrar aquí el capítulo y a abrir el siguiente -y último del relato- bajo la rúbrica de Los malos tiempos.

 

 

3.      París. Los malos tiempos

 

     La razonable coexistencia francoalemana, que había traído consigo el armisticio y el régimen de Vichy, se vino abajo en el verano de 1941, dando lugar a lo que he llamado los malos tiempos, al comienzo de este capítulo. Yo no soy historiador, ni quiero ejercer de tal ante ustedes en este momento, pero veo, cuando menos, tres importantes motivos para ese cambio, de la coexistencia, a la vida en conflicto permanente. Uno de ellos -para mí, el más importante- fue el estallido de la guerra entre Alemania y la Unión Soviética[108], países que, desde agosto de 1939, habían permanecido unidos por un vergonzoso y poco comprensible tratado de no agresión. Tan vergonzoso, o más, fue el seguidismo del poderoso Partido Comunista Francés, pasivo hasta la invasión de la URSS por el ejército alemán[109], pero ferozmente beligerante y patriótico a partir de ese momento. Seguro que ese cambio instantáneo y radical influyó en la conducta política del profesor Joliot pues, dígase lo que se quiera, su vinculación con el comunismo francés es indudable[110].

     La segunda razón de cambio -esta vez, de la mayor parte del pueblo francés- fue la desilusión con el régimen de Vichy -incluido su cabeza y factótum, el mariscal Pétain- que, lejos de suponer una vida mejor, un mayor abstencionismo de los ocupantes alemanes en los asuntos internos de Francia, o una política efectivamente propia y soberana, acabó por traer -según se decía- mayor pobreza y vergüenza sobre un país vencido y sujeto por los términos de un severo armisticio. Aquí tendría que recordar la circunstancia de que el millón y medio de prisioneros de guerra franceses no volvieron a su país hasta el final de las hostilidades; o el que, tanto las autoridades alemanas, como las de Vichy, llevasen a cabo una política de persecución de los judíos que, aun no siendo muchos en Francia[111], no dejaban de ser dignos de respeto y muy conspicuos en el ámbito de la cultura.

     Y la tercera razón que me viene a la mente es el hecho objetivo de que la guerra se alargaba y empezaba a ser probable que fuese perdida por el Reich[112]. Siendo así, el colaboracionismo carecía de sentido y los sonoros clarines de De Gaulle, desde Londres,  y de otros levantiscos, desde el imperio francés, fueron cada vez más escuchados. Cuando sus seguidores encontraron un modus operandi de colaboración con los comunistas, el movimiento de la Resistencia pudo convertirse en una fuerza numerosa y combativa, apoyada con las armas y otros pertrechos bélicos que le llegaban de los enemigos de Alemania.

     Dicho esto, permítanme todavía unas palabras para matizar aquello de que los malos tiempos en París empezaran, justamente, en el verano de 1941. Ciertamente, los atentados mortales y las represalias masivas se iniciaron en dicho momento[113], pero las primeras tormentas se produjeron en el ambiente universitario bastante antes y fueron lo suficientemente graves, como para generar malestar y resquemores. En el capítulo anterior hice referencia a los incidentes y manifestaciones que trajo consigo la detención por la Gestapo del respetado profesor Langevin[114], lo que acaeció entre octubre y diciembre de 1940. Fue el aldabonazo para muchos intelectuales indecisos y, desde luego, colocó a Joliot entre los más decididos y destacados de ellos[115]. No es casualidad que la revista de corte resistente más importante de la Francia universitaria, Université libre, publicase su primer número en noviembre de dicho año[116], en plena eclosión del affaire Langevin.

***

     Sin perjuicio de volver más tarde sobre los acontecimientos de mayor relevancia de esos malos momentos -y malos sentimientos-, que viví en el Colegio de Francia y, en general, en la universidad de Paris, permítanme que les haga una confidencia, que habrá de asombrar a muchos de ustedes[117]. Me refiero a cómo aquella internacional de la ciencia, que ponderaba Gentner como base y fundamento para la colaboración entre científicos, incluso en periodos de guerra, acabó por convertirse en un toma y daca informativo, que estaba muy cerca -por decirlo eufemísticamente- del espionaje y la traición. Como es natural, mi conocimiento del tema no es exhaustivo, ni plenamente documentado, pero sí fue suficiente para que yo -un intruso, o un advenedizo, en ese mundo sacrosanto e incontaminado de la Ciencia- acabase por encogerme de hombros, renunciar a comprender las razones de mis mayores en dignidad y sabiduría y, finalmente, cerrar los ojos a cuanto no afectase a mi supervivencia con ciertos niveles de moralidad.

Zonificación de la Francia ocupada (1940-1944)

     Es posible que los científicos de mi país jugasen con los dados marcados, en el convencimiento de que Alemania no tenía la base práctica (uranio, agua pesada, ciclotrones, etc.), ni los medios económicos adicionales, que exigía ganar una guerra mundial por medios nucleares. Quien llegaría a ser el director del programa atómico alemán -mi admirado Heisenberg- ya reconocía en privado antes del inicio de la contienda, que esta era inevitable y Alemania la perdería[118]. Más adelante justificó su punto de vista con base, entre otras cosas, en que los nazis serían incapaces de poner a disposición de los físicos nucleares punteros, los 120.000 hombres que era preciso dedicar en exclusiva al trabajo experimental e industrial[119]. Con esa mentalidad, no es ilógico pensar que, cuando Heisenberg acudió a Copenhague para entrevistarse con su antiguo maestro, Niels Bohr[120], tendría, en el mejor de los casos para el gobierno alemán, el propósito de que también los enemigos de Alemania dejasen de hacer esfuerzos denodados para conseguir la bomba atómica, toda vez que los alemanes serían incapaces de conseguirla, por mucho que durase todavía la guerra. No dejaba de ser una buena intención, pero revelar con datos y valoraciones serias que su país no podría tener la bomba, sino, todo lo más, algunos reactores nucleares de uso industrial, no dejaba de ser un acto de espionaje, próximo a la traición.

     Claro que el intercambio de noticias útiles para el enemigo no era exclusivo de Heisenberg. En noviembre de 1940, mi admirado espectrógrafo, Louis Cartan[121] ya avisaba a Joliot de la conveniencia de seguir manteniendo correspondencia con sus colegas alemanes, a fin de enviar y recibir revistas científicas que, pese a todas las medidas de reserva y secreto, seguían trayendo datos útiles para saber por dónde iban los avances de los físicos alemanes[122]. Y, un mes más tarde, Pierre Auger -todavía en París, enseñando en la Escuela Normal Superior-[123] insistía en potenciar el intercambio de revistas científicas entre Alemania y Francia, con ventaja comparativa para los profesores franceses[124]. Pero la palma en los documentos reveladores de una connivencia científica entre muy importantes profesores alemanes y franceses la lleva una carta de mi antiguo jefe Gentner, cuando ya había sido llamado a Alemania y relevado en el Colegio de Francia por Riezler. En ella, a la altura de septiembre de 1942, Gentner, hablando por boca suya y del gran químico físico, Otto Hahn[125], expone con claridad y precisión cómo los trabajos atómicos germanos marchan de manera lenta y desorganizada, lo que malamente se podría remediar con el ciclotrón parisino, incluso si funcionase a pleno rendimiento[126]. Esta carta llegó a París -me consta personalmente- por conducto intermediario de Hans Jensen[127], quien es presentado por escrito a Joliot como amigo y persona de total confianza, con la que puede sincerarse, a diferencia de gente, como Bothe o Esau, a quienes se escamoteaba en todo momento el conocer el ciclotrón funcionando. Y, para terminar con este enredo de las cartas, diré que ha llegado a mis oídos que, otro tanto que a Joliot, lo transmitía Gentner al profesor suizo, Scherrer, evidente colaborador de los enemigos de Alemania y que, desde la universidad de Zurich, regentaba un importante laboratorio de física nuclear, favoreciendo la entrada en Suiza -bastante difícil, por cierto- a físicos extranjeros, como acabaría sucediendo con Madame Joliot-Curie, lo que más adelante puntualizaré[128].

     El hecho es que, hacia el verano de 1942, coincidiendo con la segunda campaña de Rusia, nuestro esfuerzo de guerra militar para desarrollar una bomba atómica -el famoso complejo de Kummersdorf, dirigido en lo científico por el profesor Schumann- fue abandonado, quedando en lo sucesivo el tema nuclear en manos del Uranverein, que sería dirigido a partir del citado año por el profesor Heisenberg. Era obvio que los nazis reconocían que no tenían medios, o no merecía la pena el esfuerzo atómico al nivel del gran presupuesto que se requería. Gentner nos transmitió la situación a París y, por un momento, temimos que nos retirarían de junto al ciclotrón de Joliot. En mi opinión, si seguimos en Francia, fue porque éramos pocos y mediocremente pagados, ya que nuestra militarización ahorraba buena parte del sueldo de un técnico y, no digamos, de un ayudante de laboratorio en Alemania. De todos modos, quienes estábamos interesados en seguir en París por los motivos que fuesen, escribimos una carta colectiva a la dirección del Uranverein, encabezada por nuestro actual jefe, Riezler, señalando que, a comienzos de 1942, el ciclotrón del Colegio de Francia había sido totalmente reparado y estaba listo para actuar a pleno rendimiento…, salvo cuando sufría parones simulados, con motivo de las visitas de profesores alemanes incómodos. Pero aquel mastodonte de 6,7 MeV había quedado totalmente superado por otros aceleradores de partículas, comenzando por el famoso de Lawrence, en Berkeley, que casi lo triplicaba en capacidad energética. Gracias a ello -y a las técnicas de enriquecimiento del uranio a que luego aludiré-, los norteamericanos estaban en camino de alcanzar cantidades de uranio 235 suficientes para fabricar bombas, y acababan de descubrir un nuevo elemento radiactivo, el plutonio[129], gracias al bombardeo de uranio con neutrones, con grafito puro como elemento moderador. Pero nada de eso estaba al alcance del ciclotrón de Joliot, cuya energía en los haces de deuterones[130] solo pudo, si acaso, producir mínimas trazas de plutonio, que no resultaron detectables en nuestros espectrógrafos.

     En estas circunstancias, los boches del Colegio de Francia -como éramos llamados los alemanes que allí trabajábamos- quedamos en una vía muerta, limitados a un papel cada vez más secundario en labores de física teórica. Joliot y sus colaboradores franceses[131] -y, cuando su precaria salud se lo permitía, su esposa Irène- todavía realizaron muy estimables trabajos en la fabricación de radioelementos; la producción de neutrones libres bombardeando el berilio; la fisión del torio 230; o experimentos encaminados a conseguir resultados biológicos y médicos mediante el empleo de métodos atómicos; todo ello, publicado ya a lo largo del año 1944[132].

***

      Ha llegado el momento de que entre en escena mi Citroën AC-4 de color negro, que ya les dije cómo había comprado a poco de llegar a París, en el otoño de 1940. Y es que aquel coche relativamente modesto fue mi vínculo personal con la familia Joliot-Curie, a cuya disposición estuvo en muchos momentos, haciendo yo de improvisado chófer del mismo. La narración de este episodio me permitirá, a la vez, aclarar algunas circunstancias de mi vida en aquellos tiempos oscuros, así como de las razones por las que pude salir relativamente indemne de ellos.

     Gentner nunca habló con claridad del asunto, pero resultaba obvio que entre él y Joliot había mediado un acuerdo, que yo llamaría pacto de no agresión. Los alemanes que trabajábamos en el Colegio de Francia respetaríamos la impenetrabilidad de todas las dependencias y laboratorios que no nos hubiesen sido expresamente asignados, y nos limitaríamos a hacer nuestro trabajo en los lugares y a las horas señaladas, sin meternos para nada en las cosas de los franceses, ni indagar o denunciar acerca de incidencias o materias sospechosas de afectar a la Resistencia. Todo eso era cosa sabida, puesto que se nos había impuesto como orden a respetar. Lo que era más dudoso era la contrapartida que Gentner hubiera obtenido a cambio, pero puede fácilmente deducirse de un dato objetivo: Durante los casi cuatro años que duró la colaboración franco-alemana en torno al ciclotrón, ninguno de nosotros sufrió ningún atentado, ni tuvo un encuentro serio con las cada vez más hostiles y eficaces fuerzas resistentes. ¿Qué podía haber detrás de esta inmunidad, si no era el compromiso de Joliot de defenderla? Y eso era algo que bien podía hacer, habida cuenta de su posición preeminente en la vida académica francesa y de su influencia con los comunistas, columna vertebral de la Resistencia. Más tarde, me enteraría -y se lo haré saber a ustedes- de que Joliot era algo más que una gloria nacional y un hombre a respetar por todos los franceses -y los alemanes-: Se trataba de un cooperador en las actividades violentas de la Resistencia, por más que ello repugne en un científico de su nivel, aunque le pudiese el ambiente perverso en que tenía que moverse.

     Con optimismo fundado sobre esa convicción, casi nunca me privé de hacer vida normal en París, moviéndome con prudencia y llevando una vida austera, intentando pasar por un francés alsaciano ligado a la universidad. Y para esa vida, me valí eficazmente de mi Citroën, para el que, por medio de Gentner, logré el estatus de vehículo al servicio de nuestras tareas en el Colegio de Francia, obteniendo de las autoridades alemanas un pase para toda la zona que ocupaba nuestro ejército[133], así como un cupo semanal bastante generoso de gasolina. Con todo eso y mi condición de sargento de artillería de la Wehrmacht, me sentía seguro ante mis compatriotas. De los franceses poco amables esperaba que me defendiese la credencial que acabó por facilitarme el profesor Joliot, con membrete del Colegio de Francia, en la que hacía constar, refrendado con su firma, que Mathias Schlosser, portador del documento, se encontraba al servicio de dicha institución, prestando tareas en su laboratorio de física nuclear, sirviéndose para ello del vehículo matrícula …[134]. Claro que, antes de conseguir tan especial y cotizado pase, hube de prestar unos servicios a la familia Joliot-Curie, por los que estoy especialmente satisfecho.

     Como recordarán por el capítulo anterior, gracias a Gentner, había tenido ocasión de conocer a la profesora Irène Curie y de comprometerme a hacerle llegar copia de las fotografías que pensaba tomar, como recuerdo, de la antigua casa de su madre en la isla de San Luis. Cumplí el compromiso con creces pues, gracias a mi insistencia y a la amabilidad del portero, no solo saqué fotos de la fachada, sino de las escaleras y del piso en que habían habitado las Curie[135], que se hallaba temporalmente deshabitado. Irène pareció emocionarse ante aquellas imágenes y se mostró muy amable conmigo, dedicándome una entrevista de media hora, en la que desgranó recuerdos y se interesó por mis trabajos en el Colegio de Francia. Al regresar de dicho encuentro en el Instituto del Radio, lo comenté con Gentner. Este me indicó:

-          ¡Pobre Madame Joliot! No tiene la resistencia física de su madre, que sobrevivió a todas las calamidades con una salud de hierro, que le permitió vivir setenta años y mantenerse arrecha durante casi todos ellos[136]. Pero Irène no ha resistido los estragos de esa maldita radiación, que la está consumiendo desde los treinta.

-          ¿Radiación?, pregunté, extrañado. ¿No dicen que se trata de tuberculosis?

-          Es posible que también la tenga, replicó Gentner; pero yo me inclino más bien por que sea leucemia. En cualquier caso, se trata de una enferma crónica, con anemia y constantes síntomas de agotamiento, con los dedos de las manos quemados y, aunque procura disimular, con un grave déficit de visión. Solo su enorme fuerza de voluntad, basada en su prestigio, su apellido y el apoyo de Frédéric la mantienen activa. ¿Qué diría ahora su madre, si viviese, ella que tanto sospechaba del arribismo de Joliot?[137]

     Demos un corto salto en el tiempo y coloquémonos a comienzos de junio de 1941. Una vez puesto de nuevo en marcha el Instituto del Radio, Irène obtuvo, gracias al apoyo de Gentner, un pasaporte para trasladarse hasta Clermont-Ferrand y Clairvivre y traer los aparatos que, con la invasión alemana, habían quedado guardados allí. El viaje resultó un calvario para la profesora, Gentner me lo contaba así:

-          Acompañada por dos empleados del laboratorio parisino, recogió como mejor pudo todo lo que había ido a buscar, incluido -Joliot me lo ha confesado- un gramo de radio puro, en su pesada caja de plomo. Con todo ese equipaje, montaron en un tren con destino a París. Al llegar a la estación, trataron de coger un taxi, pero ninguno había en que cupieran todos los bultos. A la desesperada, telefonearon al laboratorio, pero este no tenía otro medio de transporte suficiente que una pesada carreta de mano. En ella cargaron todo y circularon, dando todo un espectáculo, por las calles de París.

     No pude contener la risa, ante una imagen tan ridícula y la compunción -tal vez, fingida- que mostraba el rostro de mi interlocutor. Para disculparme de mi hilaridad, hice un absurdo ofrecimiento:

-          Y, mientras tanto, el Citroën aparcado en el patio del Colegio… Si lo hubiese sabido…

-          Sargento Schlosser -me reprendió Gentner-, nuestra cooperación con los franceses no puede llegar a tales extremos…

-          Por lo menos, rectifiqué, podría haber llevado y traído a Madame. Estando como está, habría sido lo más indicado; y que los ayudantes se hubiesen encargado del transporte de mercancías.

-          A Madame y a su gramo de radio -sonrió Gentner-. No creo que lo hubiese dejado en manos ajenas, ni por todo el oro del mundo.

***

     Poco duró la estancia de Irène en París. Llegada -como he dicho- en junio de 1941, en agosto hubo de recabar autorización administrativa para cruzar la línea de delimitación entre las zonas alemana y de Vichy, para ir a buscar curación o alivio en el sanatorio de Sancellemoz -en la Alta Saboya-, donde precisamente había fallecido su madre. Fue apenas una estancia bimestral, pues regresó a París a primeros de octubre, a tiempo de incorporarse a las tareas de un nuevo curso. Al saber del largo viaje que habría de hacer hasta el sanatorio, volví a ofrecer mi Citroën para el traslado, bien provisto de gasolina para buena parte del trayecto. El profesor Joliot declinó el ofrecimiento, en lo que a su esposa y al él mismo hacía relación -prefirió una amplia berlina en que su esposa pudiera viajar recostada-, pero lo aprovechó para que viniesen sus dos hijos, Hélène y Pierre[138], que así podrían, no solo acompañar a su madre, sino disfrutar de un atractivo final de vacaciones en medio de una bellísima naturaleza de alta montaña. Quedamos en que mis servicios quedarían cumplidos con el viaje de ida, si bien Gentner me advirtió:

-          Cuenta con una semana de permiso; y si, como parece, Joliot piensa regresar de inmediato a París, podríais hacer juntos el viaje de vuelta. Propónselo en su momento, como cosa tuya.

     El viaje[139] me resultó muy grato, dentro de la inquietud y seriedad que imponía el estado de Madame Joliot. En el de ida, tuve una amplísima oportunidad de charlar con los dos pequeños, una vez vencieron su timidez y decidieron, con mi beneplácito, ir pasando alternativamente al asiento delantero, para tener una mejor vista del paisaje. Con puntualidad de reloj suizo, se iban turnando en cada parada que ambos vehículos tenían que hacer por cualquier motivo.

     Pierre, aunque muy despierto y con madurez sorprendente, no dejaba de ser un niño, con temas de conversación propios de tal, pero su hermana -que frisaba los catorce años- era casi una señorita, que llevaba avanzado su bachillerato y que, por vocación o imitación, ya apuntaba intereses y dotes para dedicarse a la física[140]. Es obvio que había acompañado a su padre al laboratorio del Colegio de Francia, y a su madre en el Instituto del Radio, pero se quedó hechizada cuando le hablé de mis experiencias con las cámaras de niebla y los espectrógrafos. Le prometí hacerle los honores y dejarle manipular aquellos artilugios, siempre que sus padres lo permitiesen. Le faltó tiempo para pedirles permiso en la siguiente alto en nuestro camino. Joliot no concretó por el momento su postura, pero me comentó en un aparte:

-          Mathias, debe de tener usted un don especial. Es la primera vez que mi hija se interesa por una cámara de niebla.

-          Será porque le he prometido dejar que la manipule, repuse yo, con un leve guiño.

     Si Hélène soñaba con las trazas de las partículas en la niebla, Joliot, en el viaje de vuelta que hicimos juntos, se centró en los espectrómetros, abriéndome los ojos a las posibilidades de los mismos para lograr la purificación o enriquecimiento del uranio 235 hasta términos de empleo como explosivo. Seguramente había tenido acceso a literatura sobre los calutrones, que se estaban empleando en los Estados Unidos para conseguir uranio radiactivo de gran pureza[141]. Claro está que, entre un espectrómetro al uso y uno a la americana mediaba un mundo de potencia y de agrupación de los aparatos en futuras grandes fábricas, con fuentes de energía y paneles de mandos comunes. Joliot hablaba y hablaba, ya porque sabía que yo era un simple aficionado, ya porque estuviese seguro de que América era un inalcanzable reino de Jauja:

-          Eso -agregó- que todavía no han entrado en la guerra, pero no cabe duda de que lo harán. Y, en cierto modo, son ustedes, los alemanes, quienes les han transfundido el cerebro, echando en sus brazos a decenas de grandes físicos, bien por no soportar a los nazis, o bien por ser judíos.

-          Y algunos de los que se han quedado en Alemania no son precisamente unas lumbreras, cuando se trata de aplicar con minuciosidad sus conocimientos.

     Joliot mostró interés ante mi llamativa aseveración. Entonces, yéndome de la lengua tanto como él antes, le referí la polémica habida acerca del uso del grafito como elemento moderador en las pilas atómicas, haciéndole un buen resumen de lo que ustedes ya conocen, caso de haber leído el capítulo 1. Me obligó a profundizar al máximo en mi relato, con sus incisivas preguntas, mostrándose sumamente interesado. Concluyó:

-          No dudo de que en Bothe se haya tratado de un error o una ligereza; pero en Heisenberg me inclinaría por pensar que está muy poco interesado en avanzar hacia la bomba. Figúrate -me tuteó-, ¡una bomba atómica en poder de Hitler!

-          Es posible -vacilé-. En cualquier caso, lo del grafito resulta un buen ejemplo de lo que podrían hacer algunos principiantes, si las vacas sagradas les prestasen oídos de vez en cuando.

     Joliot se echó a reír y exclamó: ¡touché![142]. Yo le aclaré:

-          No lo digo por usted, profesor, que me parece todo menos un físico de despacho.

-          Tienes razón -me concedió-. No obstante, si me haces un gran favor, regresemos a París pasando por Vichy pues, precisamente, me siento obligado a visitar  algunos despachos de esa jaula de grillos.

-          Sin problemas, repuse. Precisamente me encantaría conocer esa hermosa ciudad.

     El profesor me dio las gracias con una sonrisa y, con más voluntad que oído, se puso a silbar el Maréchal, nous voilà [143], según me dijo, “para ir abriendo boca”.

     Andando el tiempo, llegaría a la conclusión de que el profesor Joliot, por muy de izquierdas y resistente que fuera, mantuvo casi hasta el final una interlocución y un respeto hacia el régimen de Vichy, como el único que, mal que bien, mantenía el nombre y la soberanía de su patria[144]. Tal vez fuera porque, en aquella jaula de grillos -como él decía-, siempre hubo algunos dirigentes que mantuvieron el honor de Francia y se preocuparon de que la colaboración franco-alemana no rebasara ciertos límites, máxime cuando la marcha de la guerra se tornó contraria a la victoria del tercer Reich.

***

     He tenido triste constancia, al regresar a Alemania después de la guerra, de cuánto sufrimiento y destrucción pasaron mis compatriotas -incluidos mis familiares y los científicos y profesores que permanecieron en la patria- durante esos años que yo estuve en París y a los que he llamado los malos tiempos. Pero la guerra curte egoístamente el ánimo y nos lleva a preocuparnos casi exclusivamente de nosotros mismos y de quienes tenemos más cerca. Es mi propósito dejar constancia en estas líneas de los tristes avatares que sufrieron por aquel entonces varias personas a las que la historia se va encargando de rendir el tributo que se merecen y que para mí no son meros nombres en libros o lápidas, sino personas a las que profesé afecto y admiración. Tan solo aludiré a cuatro de ellas.

     La primera ha de ser Madame Joliot-Curie. Tras el viaje referido y la estancia en el sanatorio de Sancellemoz, su fuerza de voluntad la impulsó a adelantar en exceso el retorno a París, apenas mes y medio después de su partida. El denodado esfuerzo en el laboratorio y -pese al nivel de la familia- la falta de calefacción y las carencias alimenticias provocaron un rápido agravamiento de sus dolencias y una grave recaída en las mismas. En fecha de 1942, que no recuerdo ahora con seguridad, sufrió tan aguda crisis de salud, que hizo necesario recibir un tratamiento que en Francia no era posible conseguir. Gentner, a punto ya de despedirse de sus tareas en París, me lo hizo saber:

-          Estamos haciendo todos los esfuerzos posibles para que nuestras autoridades de Berlín concedan a Madame Joliot los visados necesarios para que pueda pasar a Suiza y tener allí el tratamiento quirúrgico y los cuidados indispensables para su curación. Tal vez mi regreso a Berlín pueda facilitarme la agilización de los trámites.

     Las gestiones fueron tan laboriosas, que duraron meses. Finalmente, en el otoño, Irène obtuvo los permisos oportunos para trasladarse a Suiza, en concreto, al sanatorio universitario de Leysin[145], donde en enero sufrió una operación, permaneciendo en la institución hasta mayo de 1943, en que retornó a París.

     La marcha de la guerra hizo cada vez más difícil el trabajo académico y de laboratorio, y el riesgo de invasión aliada excitó la violencia de las autoridades de ocupación. Joliot, comprometido con la Resistencia, entendió que la inmunidad de que habían gozado él y su familia estaba en riesgo. En consecuencia, optó por enviar a su esposa e hijos a las inmediaciones de la frontera suiza, con el obvio objetivo de que la cruzasen en cuanto pudieran. En esta ocasión, el profesor optó por apelar a mí, como un conductor más respetable para mis colegas de la Wehrmacht[146]. Acepté el encargo, siempre que fuera conocido y consentido por mis superiores militares. Con la recomendación del profesor Riezler, logré dicho permiso, no sin dificultades, pues estaba reciente la fuga de Paul Langevin a Suiza, burlando su confinamiento en Troyes, pero mi proverbial sinceridad fue, una vez más, una fórmula idónea para conseguir mis propósitos:

-          Mein Obergruppenführer -le espeté a Biderick, el perro guardián de las SS en la universidad parisina-, la profesora Joliot está tan enferma, que apenas puede trabajar: no nos sirve de nada en Francia. En cambio, su marido, libre de preocupaciones familiares, puede seguir siéndonos de gran utilidad con el ciclotrón.

-          También podría suceder, sargento, que, con su familia al lado de Suiza, lograse que pasaran la frontera y, una vez libre de cargas, se escamoteara él mismo de su trabajo que, por cierto, nos sirve de bien poco, como usted sabe.

-          Bien, si es así -sugerí maliciosamente-, podrían detenerlo y darle entonces su merecido, cosa que, hasta ahora, no les han dejado hacer.

     Biderick sonrió, firmó mi pase, y agregó con vaguedad calculada:

-           No lo dude, Schlosser. Hay más de un intocable a quien le tengo muchas ganas…

     Hicimos el viaje con total normalidad, hasta dejar a mis pasajeros en L’Isle-sur-le-Doubs, en las montañas del Jura francés. En el trayecto, Hélène Joliot -ya una señorita de dieciséis años- me dio una muestra de su temple:

-          Estoy deseando llegar -me dijo- para reanudar las clases y repasos. ¿Sabes que tengo que pasar a finales de este curso mis exámenes finales de bachillerato?

-          ¿No podrías hacerlos en otra parte, como en Suiza, por ejemplo?, pregunté con toda intención.

-          De ninguna forma, me replicó. Francia es mi país.

     Podría parecer una testarudez de adolescente, pero el tiempo le dio la razón. El 5 de junio de 1944, Hélène Joliot alcanzaba su título de bachiller. Al día siguiente, 6 de junio, individuos de la Resistencia ayudaron, a ella, a su madre y a su hermano, a cruzar la frontera suiza. Ignoro si Biderick sería informado de inmediato pues no fue esa la principal noticia de aquella jornada, ni mucho menos. El 6 de junio de 1944 fue también el Día D, es decir, aquel en que los aliados pusieron firmemente su pie en las playas de Normandía.

***

     Por muy violenta que fuese la guerra y muy crueles sus dirigentes y protagonistas, tengo para mí que las grandes figuras de la ciencia gozaron de un trato mucho más benigno, que sus colegas menos conocidos y relevantes. Mi opinión admite excepciones -como por ejemplo, la de tener sangre judía en Alemania- y causas diversas -el respeto pudo ganarse, no por el mero hecho de ser famoso o haber alcanzado el Nobel, sino por la importancia para el esfuerzo de guerra-, pero la condescendencia que los ocupantes alemanes tuvieron con Joliot -por poner un ejemplo- habría sido inconcebible de medirlo con el mismo rasero que a otros muchos científicos franceses que pagaron con su vida su presunta adscripción a la Resistencia. Ha llegado el momento de que recuerde los casos de tres personas a las que conocí y que -como antes escribí- “la historia se va encargando de rendir el tributo que se merecen y que para mí no son meros nombres en libros o lápidas, sino personas a las que profesé afecto y admiración”.

Fernand Holweck

     El primero en morir fue el alsaciano, Fernand Holweck, reputado inventor y físico práctico, que tenía la consideración de jefe de laboratorio del Instituto del Radio desde los tiempos de Madame Curie, ejerciendo como profesor asociado del mismo cuando yo tuve ocasión de tratarlo por un corto periodo, en el otoño de 1941[147]. La ocasión vino rodada por mi cooperación al viaje de Irène Joliot-Curie a Sancellemoz, que más atrás he referido. Esa cortesía de mi parte, unida a la gran simpatía de Holweck y al hecho de haber nacido mi madre en Alsacia, dieron lugar a que, en una de mis escasas y breves visitas al Instituto del Radio, el famoso inventor se me diera a conocer. Mi respuesta fue tan directa y espontánea que no pudo por menos de echarse a reír con ella:

-          ¡Holweck -exclamé-, el hombre de la bomba!

     La verdad es que la bomba era de vacío, seguramente la mejor que podía encontrarse por entonces en los laboratorios europeos. Su inventor reconoció la paternidad y, enseguida pasamos a tratar de mi conexión alsaciana, cuyo acento al hablar francés compartíamos ambos. Cuando le hice saber que dicha conexión tenía mucho que ver con las cervezas Météor[148], Holweck pareció emocionarse con los gratos recuerdos que le traía aquella marca tan acreditada. También el apellido de mi madre, Pfister, resultó que era compartido con algunas de sus amistades. En fin, terminamos dándonos un gran apretón de manos, sin la menor alusión o reserva a mi nacionalidad alemana o a su conocida afinidad con la Resistencia. Me despidió con estas palabras -las últimas que yo le escuché-:

-          Mis saludos a Wolfgang, el becario pionero.

     Y es que, cuando Gentner disfrutó de una beca en el Instituto del Radio de París, era el primer alemán que pisaba la institución en los últimos veinte años[149].

     Parece evidente que Holweck formaba parte de una red de resistentes afines al general De Gaulle que, entre otras actividades, se ocupaba de facilitar documentación falsa a los aviadores británicos derribados sobre Francia, con vistas a que pudieran escapar a su detención por la policía alemana. Un agente provocador de la Gestapo entró en contacto con Holweck para solicitarle papeles falsificados para un piloto inglés y aquel picó y se delató como miembro de la red de falsificadores. Con esta prueba, la policía alemana procedió a detener al profesor en la misma sede del Instituto del Radio, el 11 de diciembre de 1941. Trasladado al cuartel parisino de la Gestapo, se ignora si fue ejecutado en el mismo día o, lo que es más probable, torturado con finalidad de delación de sus compañeros. El hecho es que Fernand falleció de resultas de los malos tratos policiacos, quizás el día 21 de diciembre, aunque el óbito no fue comunicado hasta el día de Nochebuena.

     Pese a la mala disposición de las autoridades de ocupación, en los ambientes universitarios se gestó el acuerdo de celebrar un desfile fúnebre. En uno de mis escasos gestos de decidida afirmación, le dije a Gentner:

-          Recabo su permiso para asistir al entierro de Holweck.

-          ¿Y si no te lo diere?, preguntó con cierto retintín.

-          Acudiría de todos modos -repuse-; no tanto porque su muerte sea una canallada, sino porque le tenía afecto y admiración.

-          Tienes razón, sargento -afirmó-. Puedes venir conmigo, si quieres, porque yo también pienso acudir.

     En consecuencia, fuimos dos los alemanes, entre los centenares de asistentes que rindieron homenaje al ilustre difunto. Vestida de luto y con un ramo tricolor[150] de flores en la mano, nunca Irène Joliot-Curie me pareció más digna y hermosa que en aquellos momentos. El veterano profesor, André Debierne[151], pronunció el público homenaje, en presencia de todos los circunstantes.

***

Jacques Solomon

     Desde el punto de vista científico, creo que ninguna pérdida de la física francesa en la guerra ha de ser más lamentada que la del profesor de la Sorbona y del Colegio de Francia, Jacques Solomon[152]. En lo teórico, todos le admiraban en París, sobre todo, por su amplísima visión de la física de su tiempo, en la que -al igual que Einstein- trataba de lograr la unificación de toda la teoría de campos, mediante la fijación de ecuaciones o fórmulas que permitiesen lograr la unión de la mecánica ondulatoria con las nuevas teorías relativistas acerca de la gravedad. Una mente tan preclara no le sirvió de escudo cuando la Gestapo lo consideró, acertadamente, como uno de los animadores del movimiento resistente universitario, plasmado en las revistas clandestinas, Université libre y La Pensée Libre. Es probable que contribuyesen a su indefensión las acerbas críticas que, bajo el seudónimo de Jacques Pinel, dirigió al oscurantismo y antisemitismo del régimen de Vichy. Lo cierto es que Solomon fue detenido por la policía francesa el 2 de marzo de 1942 en un café parisino y recluido en un cuartel de la misma hasta el 11 de mayo, en que pasó a la cárcel parisina de La Santé. Llegado el momento en que los alemanes reclamaron un considerable número de rehenes para ajusticiarlos, en represalia de atentados contra sus tropas, Solomon fue entregado a la Wehrmacht y ejecutado el 23 de mayo de 1942 en el fuerte de Mont Valérien, en las inmediaciones de Paris[153].

     La muerte que más lamenté personalmente, y que más de cerca me tocó, fue la de mi amigo, Jean Cavaillès[154], aunque bien puede decirse que, a diferencia de otros científicos que encontraron la muerte durante la guerra, Jean parecía que la buscaba de manera insistente. Tras haber combatido con distinción, como capitán, en mayo y junio de 1940, se puso seguidamente al servicio de la incipiente Resistencia, que entonces era casi únicamente la ligada a la ayuda de los británicos y a las directrices del general De Gaulle. Tan pronto en París, como en el sur de Francia, dentro del territorio de Vichy, Cavaillès abandonó las tareas universitarias y se dedicó a organizar las redes sur y norte de la Resistencia, así como la edición y difusión del periódico Libération. Sería detenido en 1942 por la policía francesa y recluido en uno de sus campos de detención. La vigilancia dejaba en aquellos centros mucho que desear, lo que permitió a Jean escaparse a comienzos de 1943 y ponerse en contacto con De Gaulle, quien le facilitó el traslado por vía marítima hasta Gran Bretaña. De allí regresó confirmado en su relevante cargo como resistente, dedicándose a organizar grupos de sabotaje, en especial, en instalaciones costeras -almacenes de la marina de guerra alemana e instalaciones de radio costeras, por ejemplo-. Tuvo el valor de regresar a París, con el apoyo de algunos familiares, y no descarto que se viera con nuestra común amiga, Suzanne Bachelard[155]. Traicionado por uno de sus enlaces, Cavaillès fue detenido el 28 de agosto de 1943, cuando yo me hallaba disfrutando de unos días de permiso en la costa de Bretaña. Después de pasar un duro periodo de prisión en las proximidades de París, fue ordenado por las autoridades alemanas su traslado a la prisión de Arras, cosa notable, pues dicha ciudad pertenecía militarmente al mando de Bruselas. Aunque el resultado final estaba cantado, Cavaillès permaneció prisionero hasta el 4 de abril[156], en que fue fusilado y enterrado en una tumba innominada.

     Naturalmente, la mayor parte de la vida de Jean en la clandestinidad fue ignorada por mí en su momento, entre otras cosas, porque se desarrolló con preferencia fuera de París. Mi implicación personal hubo de producirse al buscar Suzanne Bachelard mi apoyo, cuando Jean se encontraba preso en Arras, para que se le concedieran algunos beneficios penitenciarios, entre ellos, el de que Mademoiselle Bachelard pudiese visitarle y llevarle algunas ayudas[157]. Mi jefe de entonces, Riezler, al consultarle qué podría hacerse por el preso, se informó de sus circunstancias y, sobre esa base, me advirtió:

-          No se te ocurra interceder de ninguna manera por Cavaillès, pues está considerado uno de los resistentes más peligrosos y escurridizos de Francia. Además, la prisión en que se encuentra no está bajo la jurisdicción del mando alemán de París, sino de la de Bruselas.

Jean Cavaillès

     Comprendí que Riezler tenía razón y que hacer nuevas gestiones sería tanto como hacerme notar peligrosamente, sin ningún resultado práctico positivo. Incluso, podría ser perjudicial para Suzanne. De modo que le hice saber a ella mi inevitable rehúse, teniendo aún en la cabeza las palabras con que mi jefe había concluido nuestra conversación:

-          Verdaderamente, ser filósofo o científico no implica tener inteligencia para la vida ordinaria. ¿O es que para servir a la patria hay que ser un héroe de los de armas al puño, en lugar de libros en mano abierta?[158]

***

     Como ya he indicado, habíamos recibido de nuestros jefes científicos la indicación de centrarnos en nuestro trabajo y no inmiscuirnos para nada en la vida y labores de los franceses con quienes, supuestamente, colaborábamos a mayor gloria de la ciencia teórica. ¡No digamos en lo que hace referencia al profesor Joliot! Con frecuencia me venía a la memoria el trío de figurillas de simios, que aconsejan no ver, no oír y no hablar. A fin de cuentas, para eso estaba la policía: para descubrir hasta dónde llegaba su adscripción al partido comunista y, en consecuencia, el alcance de su resistencia. Y, aunque pudiera sentirse protegido por nuestras autoridades científicas, él era prudente y, según avanzaba la guerra, iba apareciendo cada vez menos por el Colegio de Francia. De hecho, cuando su esposa e hijos partieron para el Jura, conmigo como chófer circunstancial, Joliot dejó de acudir al laboratorio. Unos decían que estaba dedicado a otras ocupaciones, pero seguía en París. Otros afirmaban que -como entonces se decía- había pasado a la clandestinidad; es decir, residía a salto de mata en los domicilios de amigos o compañeros seguros, probablemente no lejos de la capital[159]. En cualquier caso, el nobel no reapareció por el Colegio de Francia hasta el 20 de agosto de 1944, con los alemanes a punto de abandonar París y la Resistencia manifestándose por las calles y ocupando determinados edificios y lugares estratégicos. Pero de eso yo no tengo constancia directa pues, tan pronto estallaron las revueltas, opté por encerrarme en mi buhardilla de la calle Budé, con los alimentos que había ido acopiando para la ocasión. Y es que había decidido entregarme a las fuerzas aliadas de liberación, mejor que correr el albur de regresar a Alemania, convertido en un simple sargento de la Wehrmacht, sin saber lo que podía esperar en aquel país, decididamente derrotado y reducido a escombros por los bombardeos.

     Con el tiempo, he ido formándome una idea sobre las cosas ante las que cerré los ojos, algunas de las cuales podrían parecer casi increíbles para quienes hoy vivan en paz. En uno de mis viajes a Francia, tuve el gusto de ser presentado a un periodista del diario parisino, Libération[160], con quien inmediatamente congenié, al saber de mi antigua conexión con Jean Cavaillès y con el recientemente fallecido profesor Joliot[161]. Surgió como tema de conversación el de las actividades resistentes que se habían llevado a cabo en el Colegio de Francia y yo reconocí:

-          Poco o nada sé de cierto sobre ellas. Era la consigna que todos habíamos recibido de los científicos alemanes que estuvieron al frente de nuestra actividad en los laboratorios.

     El periodista mostró, a su vez, sorpresa ante lo que me estaba oyendo:

-          ¡Y yo que creía que nuestro éxito había sido fruto de la inteligencia gala y la tosquedad germánica! -perdóneme usted-.

     Favor por favor, mi interlocutor prometió que me enviaría un extracto de cuanto sabía acerca del esfuerzo de guerra de Joliot y sus afines, que, por supuesto, nada tenía que ver con el ciclotrón. Dos meses después, recibí la información prometida, que ahora hago llegar a ustedes, como primicia de lo que, más pronto o más tarde, acabará siendo de dominio común[162]. He aquí lo más interesante de dicha noticia:

      Las trágicas muertes de profesores parisinos a partir de finales de 1941 propiciaron que las actividades clandestinas se multiplicaran en el laboratorio de química nuclear… Los profesores y ayudantes que participaron en ellas adoptaron la precaución de no trabajar juntos y, preferiblemente, sin que unos supiesen lo que hacían los otros.   

     Consta que, a partir de 1943, el profesor Joliot y algunos de sus colegas más importantes pasaron a tomar parte en lo que bien se podría llamar la transformación del Colegio de Francia en un centro de suministros para la Resistencia: explosivos, botellas incendiarias, emisoras de radio, documentos falsos, etc. El ilustre físico y sus colaboradores recibían el suministro de materias primas por medio de Henri Moureau[163],empleado en el laboratorio municipal de la prefectura de policía. En un documento conservado en los archivos del Colegio de Francia, Joliot describió así este comercio tan singular: El mismo Henri Moureau me traía en su cartera cordones detonadores, detonadores, resistencias de distintos tipos para programar el momento de la explosión, explosivos plásticos, etc. Estos materiales les eran ocupados a los resistentes por la policía y Moureau nos los reintegraba a nosotros, en vez de ordenar su destrucción. Es decir, que los explosivos que los alemanes entregaban para su destrucción al laboratorio municipal acababan en el Colegio de Francia, de donde volvían a salir para la Resistencia. ¡Bonito circuito cerrado!

     … Cuando sus actividades como presidente del Frente Nacional de lucha por la Liberación obligaron a Joliot a pasar a la clandestinidad en mayo del 44, abandonó París, hasta que regresó en el momento de la insurrección de la capital. Durante ese mes y pico la fabricación de explosivos continuó, bajo la dirección del profesor Audubert[164].

     … Otra actividad oculta del Colegio de Francia durante la ocupación alemana fue la de servir de asilo temporal para aviadores aliados derribados sobre Francia, hasta que pudieran escapar a Inglaterra[165]. El refugio se situaba en el último piso del edificio, en la esquina que forma a las calles Saint-Jacques y Marcelin Berthelot, justo en la parte opuesta al laboratorio de química nuclear que ocupaban los alemanes.

     … El domingo 20 de agosto de 1944, al alba, el profesor Joliot, acompañado por un policía que portaba el brazalete FFI, de las Fuerzas Francesas del Interior, se presentó en el Colegio de Francia, antes de encaminarse a la prefectura de policía, ya en poder de los franceses alzados. En su laboratorio se seguía produciendo a pleno rendimiento explosivos, y así se continuaría hasta la liberación de París, cuatro días más tarde. Tanto es así, que estuvo a punto de producirse una desgracia, que el propio Joliot relataba así, tiempo después:

     El 23 de agosto de 1944, en el cruce de las calles de Saint-Jacques y Écoles, se produjeron disparos. Es que un tirador estaba emboscado por los tejados. La multitud creyó haber localizado al mismo en la terraza de los laboratorios del Colegio de Francia, que da a la calle de Marcelin Berthelot. Un grupo subió a la carrera para detenerlo, pues entendían que había disparado sobre ellos. En ese momento se estaban secando en las salas superiores del Colegio de Francia doscientos kilos de nitrocelulosa, un explosivo potente. Las partículas de pólvora pueden liberarse en el aire y formar una mezcla gaseosa explosiva. Aquella gente, numerosa y acalorada, podía acabar saltando por los aires, y parte del Colegio con ellos. Justo en el último momento, una anciana voceó desde su ventana a los asaltantes: Os equivocáis. Los tiros han partido de los tejados de la Sorbona. Esa mujer acababa de evitar una catástrofe.

 

 

4.      Y fin

 

     Según me contaron -más que verlo yo-, las primeras tropas liberadoras entraron en París la tarde del 24 de agosto. Al día siguiente, nuevas tropas blindadas, recibidas sin respuesta alemana, indicaban que la capital había sido liberada sin resistencia enemiga, ni la oleada de destrucción que, al parecer, había ordenado Hitler para el caso de que la Wehrmacht tuviese que abandonar la Ciudad luz[166]. A mediodía había tal algarabía por las calles, que me decidí al fin por salir de mi buhardilla, aunque solo fuese por pulsar el ambiente y comprobar que mi Citroën seguía aparcado donde lo dejé la semana anterior. El día era jueves, por lo que, echando cuentas de cuánto tiempo haría falta para que se medio normalizase la situación, opté por comprar pan y leche en una tienda de rue Poulletier, que estaba sorprendentemente abierta, y regresar a casa. En el camino una gentil manifestante me ofreció una banderola tricolor, que aproveché para colocar en el parabrisas de mi coche, justo al lado del permiso de estacionamiento del Colegio de Francia.

     Tuve tres días para pensar, pero mi futuro inmediato lo tenía claro. A estas alturas, se me podía dar por desertor de mis deberes científicos y militares para con Alemania, adonde de ningún modo pensaba regresar por el momento. Juzgaba preferible la detención en la Santé, o el internamiento en algún campo de concentración. De todos modos -imaginaba con notable optimismo-, tal vez mi condición técnica y el posible amparo del Colegio de Francia podrían librarme pronto de la prisión y convertirme en un refugiado político con permiso de trabajo en algún laboratorio universitario.

París, 25 de agosto de 1944

     Así pues, el lunes, 28 de agosto, conduje el AC-4 hasta el Colegio, sin ningún problema; lo estacioné en el lugar habitual y, en lugar de entrar por la puerta escusada del callejón, accedí por una de las entradas principales, que da a la plaza Marcelin Berthelot y, de pasillo en pasillo, de escalera en escalera, me presenté ante el despacho del profesor Joliot[167], sin que me pusieran dificultad alguna los escasos sujetos con brazalete de las fuerzas del interior. Pero, al aproximarme a la puerta, dos soldados americanos me impidieron seguir adelante y llamaron a un ujier para que procediese a identificarme. Afortunadamente, llevaba un montón de documentación acreditativa de mi identidad y trabajo, en una cartera de mano. Así pues, el empleado, muy cortésmente, me dijo:

-          En efecto, el profesor Joliot está en su despacho, pero está siendo interrogado por unos caballeros norteamericanos con uniforme militar. Llevan dentro ya media hora, por lo que es posible que no tarden mucho. Si quiere usted esperar… aunque, yo que usted, siendo alemán, me daba la vuelta y volvería en otro momento en que el Colegio esté menos… militarizado.

     Sonreí para agradecerle el consejo, que rechacé motivadamente:

-          Ya me han visto e identificado. Si ahora escurro el bulto, me convertiré en sospechoso. Eso, en el caso de que me dejen marchar así como así.

     La entrevista de Joliot iba para largo, lo que me hizo suponer que tendría algo de interrogatorio oficial. Por fin, al cabo de una hora, se abrió el despacho y, con mucho saludo militar, dos oficiales -cuya graduación no supe interpretar[168]- se despidieron de Joliot, que los acompañó hasta la puerta. Me levanté del banco en que había estado sentado hasta entonces y me aproximé al trío lo suficiente para que Joliot se fijase en mí y, todavía más, los soldados de vigilancia, que se me echaron encima, sujetándome para que no me acercase más a sus superiores. El momento me fue embarazoso, pero duró unos instantes: los que Joliot empleó en su torpe inglés para informar a sus visitantes acerca de mi identidad y relación con su laboratorio. Los oficiales mostraron un vivo interés, hasta el punto de que parecieron tentados de ordenar mi detención con las aviesas intenciones que ellos sabrían. Joliot lo impidió y, esta vez, en francés -que entendieron los americanos perfectamente-, me evitó mayores problemas, con este compromiso:

-          Monsieur Schlosser está ahora a mis órdenes y bajo mi protección. Si desean interrogarlo o hacerle alguna oferta, no tienen más que indicármelo y yo me encargaré de que él acuda a su llamamiento.

     El americano que aparentaba estar al mando vaciló por unos momentos y, luego, dijo simplemente okey y se retiró en unión de sus tres compañeros. Seguidamente, Joliot me cogió por el brazo -creo que no lo había hecho nunca hasta entonces- y susurró:

-          Pasa un momento, que te cuente la inteligente misión que les ha traído a esos yanquis. Ya que, por lo que veo, has decidido quedarte con nosotros en vez de retirarte a Alemania, podría interesarte lo que pretenden esos chupasangres.

     Joliot me explicó que los militares norteamericanos que acababan de entrevistarse largamente con él pertenecían al servicio de información y tenían como objetivo recabar toda la información que pudiesen sobre la situación en que estaba la fabricación de bombas atómicas y, en general, los programas nucleares en Europa[169]; pero, adicionalmente, el profesor opinaba que los informadores militares venían con objetivos más ambiciosos:

-          Me asaetearon a preguntas sobre la identidad y paradero de todos los físicos alemanes que habían venido a mi laboratorio y cooperado de algún modo en los trabajos del ciclotrón. No sé por qué, pero me ha dado el pálpito de que esos yanquis están tras de echarles mano y animarles de algún modo a que trabajen para ellos… De entrada, no les he dado tu nombre, ni el de los simples técnicos de laboratorio que anduvisteis por aquí, pero, ahora que te han localizado, me temo que te llamarán para interrogarte, y hasta es posible que traten de reclutarte. Por eso les dije lo de la oferta, no se vayan a creer que me chupo el dedo.

-          Y a usted, profesor, ¿no tratarán de captarlo? -pregunté-. Sería una desgracia para Francia.

     Se echó a reír y dijo:

-          Sí, una catástrofe nacional… En serio, por ahora, los aliados no confían en los franceses y, gracias al programa de colaboración con vosotros, aún se fían menos de mí… Estoy bien apoyado por los nuevos gobernantes de Francia y espero valerme de ello para servir a mi país… En fin, yo que tú seguiría viniendo por aquí, a la espera de que esos tipos te llamen. Y luego, según lo que resulte, hablaremos acerca de tu futuro.

     Con cierta vehemencia, le aseguré:

-          Hasta que termine la guerra, mi futuro está aquí, profesor. Si quiere hacer algo por mí, gestióneme un permiso de residencia y, si fuese posible, un trabajo que me dé para vivir.

-          Haré cuanto pueda, me prometió.

     Mi entrevista con los americanos del servicio de información debió de ser un calco de la que habían tenido unos días antes con el profesor Joliot, solo que menos ceremoniosa. El capitán que la llevó a cabo, un tal J. Calvert, según su identificación de sobremesa, insistió en pedirme detalles sobre los alemanes que habíamos trabajado en el Colegio de Francia, las tareas a que nos dedicamos y la posible conexión de las mismas con el uso bélico de la energía nuclear. Para evitarme mayores problemas, y supuesto que no tenía ninguna ilusión en cooperar con el esfuerzo de guerra americano, evité toda alusión a relaciones personales con Heisenberg, Strassmann y otros grandes científicos, presentándome como un simple técnico de la fábrica Hanomag, especializado en electromagnetismo práctico. Mi interlocutor pareció creerme y, entendiendo que mis conocimientos no pasaban de los de un obrero especializado convertido en mozo de laboratorio, me despidió sin requilorios, con la consabida frase de comuníquenos cualquier cambio de domicilio. Por mi parte, me atreví a preguntarle:

-          Capitán, si yo hubiese sido un físico alemán importante, de esos que pululaban alrededor del ciclotrón del profesor Joliot, ¿me habría animado usted a cambiar de bando para ayudarles con la bomba?

     El militar se quedó tan descolocado, que me contestó con bastante sinceridad:

-          Supongo que sí… De hecho, ya hay muchos de ustedes trabajando para nosotros.

-          Casi todos ellos, judíos, que huyeron a tiempo de la quema, repliqué. Pero ¿y si se tratara de algún nazi que, oliéndose la derrota, decidiera cambiar de chaqueta?

-          Lo primero es ganar la guerra y, para conseguirlo, siempre hay que hacer algunas concesiones.

***

Coronel, Boris T. Pash

     Al profesor Joliot no le fue tan fácil como a mí el librarse de aquellos informadores tan bien dispuestos para recibir a los arrepentidos. Tuvo que viajar a Londres y pasar allí por nuevos interrogatorios[170] que estuvieron a punto de colmarle la paciencia. Si no fuera por complacer a De Gaulle y ayudar a que vuelvan a contar con Francia…, decía. Eso lo sé porque cuando, libre de los americanos, traté de hablar con Joliot para ver si había hecho algo por mí, me dijeron en el Colegio de Francia que lo habían llamado de Inglaterra para una investigación. El resultado tuvo que ser satisfactorio, pues Joliot volvió a los pocos días y pudo seguir con sus tareas en Francia que, por el momento, eran más políticas que de laboratorio.

     Ya de vuelta, el profesor me recibió a los pocos días, con buenas noticias:

-          Tan pronto firmes la solicitud de residencia en Francia, se tramitará y resolverá satisfactoriamente. Yo mismo la informaré de la forma más favorable. Pero, en lo referente a buscarte un modus vivendi, la cosa está más complicada.  

     Lo dijo con socarronería, pero yo me lo tomé en serio y debí de poner un rictus tan compungido, que Joliot se estuvo riendo unos momentos. Luego, me aclaró la dificultad que buscarme trabajo comportaba:

-          Yo querría emplearte como ayudante de laboratorio en el CNRS[171], pero mi esposa -a la que comenté por teléfono tu caso- insiste en emplearte en el Instituto del Radio… siempre que pongas a disposición el Citroën, cuando ella o los chicos necesiten hacer un viaje.

     Esta vez, fui yo quien rio, recordando aquellos viajes camino de los sanatorios. Contesté:

-          Acomódeme donde le plazca, profesor, pero hágalo pronto, por favor. En otro caso, tendré que vender nuestro querido AC-4, para comer caliente y pagar el alquiler.

     Finalmente, la querella conyugal se resolvió a favor del marido. Quiere decirse que estuve empleado en el CNRS hasta mi retorno a Alemania, en calidad de intérprete al servicio de las fuerzas francesas de ocupación[172]. De hecho, viajé hasta mi país en julio de 1945, acompañando a uno de los primeros grupos de políticos y militares, que formaba el séquito del flamante gobernador militar de la zona francesa de ocupación, general Koenig[173]. Al cruzar el tren la frontera, comprendí que, a los treinta y dos años, cerraba la primera parte de mi vida, aquella en la que -como he titulado este relato de mis recuerdos- había sido un intruso en la edad de oro de la ciencia.

Zonificación de Alemania (1945-1949)

             



[2] Literalmente, Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der Wissenschaften (“Sociedad Emperador Guillermo para el progreso de las ciencias”), Institución fundada en 1909, que prosigue actualmente su historia con el nombre de Max Planck Instiitut. Véase: History of the Kaiser Wilhelm Society (1909), en www.mpg.de.

[3] Sobre la vida y trabajos de este personaje -de ficción, pero perfectamente verosímil-, véase en este mismo blog el relato: Historias de traición (II): La bomba o la vida (entrada de 6 de febrero de 2019).

[4] Importantísima empresa (o grupo de empresas) química, de origen belga, fundada en 1863, cuyas instalaciones principales en Alemania se ubicaban en Hannover, en la época a que se contrae este relato.

[5] Friedrich Bergius (1884-1949), químico alemán, premio Nobel de la especialidad en 1932, pionero en materia de combustibles y alimentos producidos artificialmente.

[6] Friedrich (Fritz) Wilhelm Strassmann (1902-1980), muy destacado investigador y profesor alemán de Química-Física, decidido antagonista de las armas nucleares.

[7] Otto Hahn (1879-1968), gran químico-físico alemán, Premio Nobel de Química de 1944.

[8] Walter Bothe (1891-1957), físico alemán, premio Nóbel de Física en 1954. Sobre él volverá el relato más adelante, en este mismo capítulo. Fue ya objeto de referencia en el capítulo 3 de la primera parte de esta historia, titulada La edad de oro de la ciencia, contada por un intruso. Primera parte: La paz, publicada en este mismo blog (entrada de 19 de diciembre de 2023).

[9] Se alude al Atlas de imágenes con cámara de niebla, que Bothe y sus colaboradores publicaron en el año 1940 y que fue la mejor obra sobre la materia publicada hasta ese momento.

[10] Karl Friedrich von Weiszsäcker (1912-2007), físico y filósofo alemán, discípulo de Werner Heisenberg.

[11] En realidad, la casi seguridad de no ser reclutado provenía, no tanto de pertenecer al elenco de científicos de la institución Kaiser-Wilhelm, como de la integración en el proyecto llamado Uranverein (“Sociedad del Uranio”), del que se tratará en el mismo capítulo de este relato. Además de Weiszsäcker, otro ayudante de Heisenberg, Karl Wirtz (1910-1994), tomó la decisión de cambiar Leipzig por Berlín, tratando de evitar su incorporación a filas.

[12] La ópera aludida fue estrenada en Turín, el 1 de febrero de 1896. Su música es obra del compositor italiano, Giacomo Puccini.

[13]Movimiento nacionalista y variopinto, que afectó esencialmente a la Física y las Matemáticas y, en menor medida, a la Biología, la Química y otras ciencias. Se basó inicialmente en el rechazo de las formas más modernas de comprender y explicar estas disciplinas, pero, al advenimiento del nazismo, tomó un tinte más racista y sectario, que ayudó a privar a la ciencia de Alemania de un tercio de sus lumbreras aproximadamente, en especial, de los científicos y profesores de raza judía. A modo de resumen accesible por Internet, véase: José Manuel Sánchez Ron, Ciencia, política y poder. Napoleón, Hitler, Stalin y Eisenhower, Fundación BBVA, Bilbao, 2010, espec. pp. 89-141. De manera más amplia, Werner Roder y Herbert A. Strauss (editores), Biographische Handbuch der deutschespragen Emigrationnach 1935-1945, volumen I (Politik, Wirtschaft, öffentlichen Leben), Saur, Múnich, 1980.

[14] Lise Meitner (1878-1968), física y química, nacida austriaca, que fue la mejor colaboradora de Otto Hahn hasta julio de 1938 en que, corriendo peligro por su sangre judía, huyó de Alemania, al parecer, con la cooperación activa de Hahn.

[15] Se trataba de Petrus Debije, o Peter Debye (1884-1966), químico y físico holandés, premio Nobel de Química en 1936.

[16] Esto se produjo el 11 de diciembre de 1941.

[17] Tras la huida de Lise Meitner, los principales ayudantes de Otto Hahn fueron Hans Joachim Born, Siegfried Flügge, Hans Götte, Walter Seelmann-Eggebert y Fritz Strassmann, entre otros.

[18]  La masa atómica del bario (Ba) es de 137,5, mientras la del uranio (U) es de 238.

[19] La masa atómica del radio (Ra) es de 226. Los esposos, Marie (1867-1934) y Pierre (1859-1906) Curie, descubrieron el radio hacia 1898, pero su aislamiento solo se produjo en 1910, por la citada Marie Curie y su colaborador, André-Louis Debierne (1874-1949).

[20] Esta energía fue calculada teóricamente por Lise Meitner, a finales de 1938, en 200 MeV por núcleo de uranio escindido. Sobre el MeV, véase más adelante la nota 47.

[21] Véanse: Otto Hahn y Fritz Strassmann, Über den Nachweis und das Verhalten der bei der Bestrahlung des Urans mittels Neutronen enstehenden Erdankalinmetalle (“Sobre la detección y el comportamiento de los metales alcalinotérreos producidos por la irradiación neutrónica del uranio”), Die Naturwissenschaften, volumen 27, 1939, pp. 11-15 (accesible en Internet: link.springer.com); Lise Meitner y Otto R. Frisch, Desintegration of uranium by neutrons: A new type of nuclear reaction, Nature, vol. 143, nº 3.615 (11-2-1939), pp. 239-240 (accesible por Internet, por ejemplo en www.nature.com); H. von Halban Jr., F. Joliot, L. Kowalski, Liberation of neutrons in the nuclear explosion of uranium, Nature, vol. 143, nº 3.620, 18 de marzo de 1939, pp. 470-471 (accesible, por ahora -diciembre de 2023- en la web mrtbooksla.com (Michael R. Thompson rare books, de Los Angeles, California, USA). Véanse también referencias a la V Conferencia de Física Teórica (Washington D.C., enero de 1939), en particular a la conferencia pronunciada por Niels Bohr el día 26 de dichos mes y año, así como a las primeras confirmaciones de los resultados de Hahn y Strassmann por las universidades estadounidenses que se produjo en las semanas siguientes (tal vez, la prioridad correspondiera a la John Hopkins University, de Baltimore).

[22] Véase antes, nota 8.

[23] Enrico Fermi (1901-1954), gran físico italiano, ganador del premio Nobel de la especialidad en 1938, en cuya ceremonia pronunció un discurso corrigiendo algunos graves errores cometidos en sus investigaciones precedentes. Al ser su esposa judía, se exilió de Italia para evitar las leyes fascistas antijudías, llevando a cabo en los Estados Unidos una tarea clave para que alcanzasen la bomba atómica. Véase, entre sus diversas biografías: David N. Schwartz, The last man who knew everything. The life and times of Enrico Fermi, father of the nuclear age, Hachette, Nueva York, 2017.

[24] Johannes Hans Daniel Jensen (1907-1973), físico alemán, premio Nobel de física en 1963.

[25] Zona noroccidental de la antigua Checoslovaquia, habitada mayoritariamente por población germánica.

[26] U óxido de deuterio, es decir, agua en que buena parte de los átomos de hidrógeno (H) son del isótopo deuterio (átomo de H con un neutrón, además del protón y el electrón connaturales).

[27] La fábrica era la de la empresa noruega Norsk-Hydro, fundada en 1905, cuya planta productora de agua pesada estaba situada en Rjiukan. Adelantándose a los propósitos alemanes, el gobierno francés, por consejo del físico F. Joliot, compró en 1938 a dicha empresa todas sus reservas de agua pesada (alrededor de 185 kilogramos) y las trasladó a Francia, de donde pasaron a Inglaterra en 1940, al ser el país galo vencido y ocupado por las tropas del III Reich.

[28] Pese a su estrecha vinculación con las instituciones atómicas radicadas preferentemente en Berlín, W. Heisenberg mantuvo su cátedra de Leipzig hasta ser nombrado, en 1942, director del programa atómico alemán.

[29] El isótopo más estable del uranio, el 238U supone el 99,275% del uranio existente actualmente en el mundo. El 235U, inestable y más utilizado como combustible nuclear, supone tan solo el 0,72%. Si los reactores emplean el grafito como moderador, pueden usar el 238U para producir plutonio, cuyo isótopo 239Pu se utiliza también en bombas atómicas.

[30] Uranprojekt o Uranverein son los términos habitualmente usados para referirse al Grupo de Trabajo de Física Nuclear alemán que, con diversos avatares, centró el esfuerzo del III Reich para aprovechar la energía nuclear, tanto con fines pacíficos, como bélicos. Sus trabajos se iniciaron en 1939 y concluirían en 1945, tras la derrota militar de Alemania.

[31] Grafitenbergau Kaiserberg es una empresa minera fundada en 1847 con la finalidad de explotar las minas de grafito de Kaiserberg (municipio de Dürnstein, en la Baja Austria). Es de recordar que, en el tiempo a que se contrae el relato, Austria formaba parte del Estado alemán.

[32] Los hidruros de boro y los carboranos constituyen la impureza o ganga más conocida y frecuente en las menas de grafito. Pasando de ciertos límites, dichas impurezas absorben tal cantidad de neutrones en los reactores atómicos moderado por grafito, que llegan a cortar la necesaria reacción en cadena.

[33] Desdichadamente para los investigadores alemanes, el cadmio era, en efecto, un elemento activísimo en la absorción de neutrones, hasta el punto de haberse empleado posteriormente en las barras de control de los reactores nucleares.

[34] Dicho abandono del grafito en Alemania no está documentado hasta un informe de 1941, publicado en revista en 1944: W. Bothe y J. Jensen, Die Absorption thermischer Neutronen im Electrographit, Forschungbericht 1941, publicado en Zeitschrift für Physik, 122 (1944), p. 749.

[35] Por ejemplo, dejar inadvertidamente burbujas de aire entre los bloques de grafito y los de combustible de uranio, ya que el aire es también un potente absorbente de neutrones libres. Tal vez sucediera eso en el reactor del profesor Bothe, pero nuestro Redensart no tuvo acceso al mismo.

[36] Dichos ciclotrones radicaban en universidades o centros de investigación de Berlín, Leipzig, Gotinga y Heidelberg. En el extranjero contaban con ciclotrones más potentes en París (Francia), Cambridge (Reino Unido) y Berkeley (Estados Unidos), por lo menos.

[37] Robert Döppel (1895-1982), físico alemán, reclutado forzosamente al término de la guerra para servir al programa atómico de la URSS, país en que permaneció entre 1945 y 1957.

[38] Erich Schumann (1898-1985), Abraham Esau (1884-1955), Walter Gerlach (1889-1979), Kurt Diebner (1905-1964): destacados físicos alemanes, que colaboraron de manera significativa en el esfuerzo de guerra alemán y, al parecer, eran simpatizantes del nazismo.

[39] Localidad a 25 kilómetros de Berlín, campo de pruebas del ejército alemán y sede, a partir de 1939, del laboratorio experimental militar para la física, incluida la nuclear.

[40] Lo haría el 3 de septiembre de 1939. Habida cuenta de que la Uranverein y el Departamento de Investigación Nuclear de la Wehrmacht fueron creados en la primavera de 1939, es de suponer que la conversación de Strassmann y Schlosser se produjera en el verano de dicho año.

[41] Es decir, Operación Schlosser. Se recuerda que el protagonista de este relato se llamaba Mathias Schlosser.

[42] Los ciclotrones clásicos -como el inicialmente patentado en 1934 por el físico estadounidense, Ernest O. Lawrence (1901-1958), o el montado por Frédéric Joliot en el Collège de France de Paris (1937)- estaban formados por dos placas en funcionamiento coordinado, para imprimir a las partículas un movimiento circular. El ciclotrón cuenta con un potente electroimán para crear un campo magnético de gran energía. El electroimán del ciclotrón de Joliot pesaba unas 25 toneladas.

[43] Hanomag (abreviación de Hannoversche Maschinenbau AG), industria fundada en 1871 y dedicada a la fabricación de toda clase de vehículos, incluidos tractores y locomotoras. Su sede central radica en la ciudad de Hannover.

[44] El doctor Wolfgang Gentner (1906-1980) tendrá un importante papel en ulteriores pasajes de este relato. Por ello, aconsejo acudir a alguna nota biográfica suya, precisa y exacta, aunque no sea extensa. Véase, por ejemplo, Ulrich Schmidt-Rohr, Wolfgang Gentner (1906-1980), en la página www.archive.org.

[45] Véase el capítulo 3 de la primera parte de este relato, titulada La edad de oro de la ciencia, contada por un intruso. Primera Parte: La paz, publicada en este mismo blog (entrada del 19 de diciembre de 2023).

[46] Paul Harteck (1902-1985), químico-físico alemán, pionero de los reactores nucleares y del enriquecimiento del uranio por ultracentrifugación. Véase: Michael Schaaf, Schweres Wasser und Zentrifugen: Paul Harteck in Hamburg (1934-1951), en censis.nformatik.uni-hamburg.de, entrada de 24 de julio de 2003.

[47]  El MeV (mega electronvoltio) es una unidad de energía empleada en la física de partículas, que equivale aproximadamente a 1,6 x 10-13 Julios.

[48] Los Curie alude en este caso al matrimonio formado por los premios Nobel de química, Irène Joliot-Curie (1897-1956) y Frédéric Joliot (1900-1958), que regentaban el laboratorio de física atómica del Colegio de Francia y el Instituto del radio en París, desde el fallecimiento en 1934 de la madre de Irène, Marie Curie (1867-1934), premio Nobel de química y de física.

[49] Se ve que la conversación entre el doctor Gentner y Mathias Schlosser tiene lugar en el periodo septiembre de 1939 – mayo de 1940, en que la II Guerra Mundial no enfrentó a los ejércitos alemán y francés (periodo denominado de la drôle de guerre).

[50] Suele darse como energía máxima de dicho ciclotrón la de 6,7 MeV.

[51] Su ubicación, entre otras razones, tenía que ver con su enorme peso para la resistencia de una edificación normal. Ya hemos dicho que el imán pesaba unas 25 toneladas, a las que hay que añadir el peso enorme de la estructura de hormigón que sujetaba y protegía el aparato. Incluso un sótano tenía que haber sido reforzado.

[52] Véase antes, nota 21. El correspondiente informe, como vimos, se publicó en un ejemplar de la revista Nature, en marzo de 1939. Por cada neutrón liberado, Joliot y colaboradores acreditaron la posibilidad de liberar entre dos y tres más, al impactar contra otro átomo homogéneo.

[53] El ejército alemán llegó a la planta de Norsk-Hydro de Rijukan en abril de 1940.

[54] Las tropas alemanas ocuparon París el 14 de junio de 1940.

[55] Wilhelm Keitel (1882-1946), militar alemán que, entre 1938 y 1945, ejerció el mando supremo del estado mayor conjunto de todas las fuerzas militares de su país. Ascendió a mariscal en julio de 1940 y fue condenado a muerte y ejecutado tras los juicios de Nuremberg.

[56] Una de las instituciones de investigación y docentes más importantes a nivel francés e internacional, fundada como Collège Royal en 1530 para completar las materias enseñadas en la Sorbona. Con carácter general, véase su página en Internet: www.college-de-france.fr.

[57] Es decir, de la “guerra relámpago”, cuya campaña empezó el 10 de mayo de 1940.

[58] Policía secreta estatal de la Alemania nazi. Funcionó desde el primer momento en la Francia ocupada que quedó fuera del control del llamado Gobierno de Vichy, aunque compartiendo hasta cierto punto sus competencias con las de la policía y gendarmería a las órdenes de dicho gobierno títere. Por supuesto, París quedaba fuera del territorio de soberanía plena de las autoridades de Vichy.

[59] El armisticio entre las autoridades de Alemania y Francia se firmó el 22 de junio de 1940, si bien el día 18 anterior el general De Gaulle, por radio y desde Londres, había invitado a continuar la guerra por todos los medios posibles. Para más detalles, remito a mi relato, El ministro de justicia y el menor de los males, obrante en este mismo blog (entrada de 19 de octubre de 2023).

[60] Wolfgang Riezler (1905-1962), físico alemán que, antes de la guerra, había trabajado como becario en el laboratorio Cavendish de Cambridge (Inglaterra), donde funcionaba un ciclotrón algo más potente aún que el de Joliot en París.

[61] Se alude a Philippe Pétain (1856-1951), jefe del Estado Francés entre 1940 y 1944 y, simultáneamente, su presidente del Gobierno entre 1940 y 1942.

[62] El general Charles de Gaulle (1890-1970), en nombre del movimiento llamado Francia Libre, dirigió a sus compatriotas numerosas alocuciones en pro de su resistencia al invasor, desde los micrófonos de la BBC de Londres, a partir del famosísimo inicial de 18 de junio de 1940.

[63] Se calcula que cayeron presos de los alemanes en 1940 un millón y medio de militares franceses, que no fueron puestos en libertad, en general, hasta el final de la guerra.

[64] La zona libre de Vichy comprendía aproximadamente un 40% de la superficie de Francia y estuvo libre de ocupación alemana hasta el mes de noviembre de 1942.

[65] La zona de Alsacia, aunque no fue anexionada formalmente por los nazis, tuvo durante la II Guerra Mundial un régimen de especial sujeción a los alemanes, con prohibición de pasar sin permiso de estos a otras regiones francesas. Ello hizo que, sobre todo, en mayo-junio de 1940, escapara de Alsacia buen número de sus habitantes, tratando de evitar futuros controles y represalias.

[66] Una de las dos islas que forma el Sena a su paso por París. La otra, mayor, es la de la Cité.

[67] Nuestro protagonista traduce así al francés su original germano Mathias. El apellido no precisaba cambiarlo, dado que buena parte de los alsacianos tiene patronímicos alemanes.

[68] Gaston Bachelard (1884-1962), filósofo y matemático francés, que a comienzos de 1940 fue nombrado catedrático de Filosofía de las Ciencias en la Sorbona. Antes de ese nombramiento, ya había publicado obras muy notables, como La valeur inductive de la rélativité, Vrin, París, 1934, y, sobre todo, Le nouvel esprit scientifique, Alcan, París, 1934.

[69] La fecha es muy aproximada, pero no necesariamente exacta. La que sí es segura es la del 27 del mismo mes y año como la de desmovilización de Frédéric Joliot quien, durante los meses de guerra entre Alemania y Francia, había sido reclutado con el grado de capitán de artillería.

[70] Edmond Faral (1882-1958), profesor de historia medieval y literatura latina que, a la sazón, desempeñaba el cargo de administrador del Colegio de Francia.

[71] Bajo la dirección de Frédéric Joliot y de Irène Curie funcionaban en París y sus aledaños, además del laboratorio de física nuclear del Colegio de Francia, el Laboratorio de síntesis atómica de Ivry-sur Seine y el famoso Instituto del Radio, a la sazón ubicado en París-Orsay.

[72] Por ejemplo, es famosa -y se ha publicado- una carta de Wolfgang Gentner a Frédéric Joliot, desde Berkeley (California, USA), datada el 28 de febrero de 1939, en la que le daba cuenta de su estancia en el laboratorio de Ernest O. Lawrence, para estudiar el ciclotrón más potente de la época, así como de su propósito de iniciar inmediatamente el proyecto de montaje de un ciclotrón en Heidelberg.

[73] Sobre las enfermedades de Madame Joliot-Curie se tratará ulteriormente. Los hijos del matrimonio Joliot-Curie eran Hélène, nacida en 1927, y Pierre, nacido en 1932.

[74] Es de sobra conocido el desdén de Joliot por buena parte de la ciencia y del mundo universitario de la Francia de su tiempo, anclados mayormente en el tradicionalismo y el propósito de medrar.

[75] Véase antes, nota 38. Erich Schumann, al estallar la guerra, fue movilizado con el grado de general y se convirtió en el máximo consejero del mariscal Keitel, al frente del complejo científico militar alemán. Por su parte, su colega, Kurt Diebner (véase nota 38), parece haber sido el físico nuclear más escuchado por Hitler.

[76] Fred era el apócope con que era familiarmente conocido Frédéric Joliot. Su apodo en la Resistencia era Adrien.

[77] Lo que sigue a continuación está basado principalmente en el siguiente texto: Nicholas Chevassus-au-Louis, Savants sous l’occupation. Enquête sur la vie scientifique française entre 1940 et 1944, Éditions du Seuil, Paris, 2004, capítulo 3 (Frédéric Joliot, l’atome et les nazis).

[78] Por supuesto que Joliot sabía de su paradero. El propio Joliot, a través de dos de sus ayudantes, se encargó de que el agua pesada llegase hasta el Reino Unido por vía marítima. En cuanto al óxido de uranio pasó al Marruecos francés, permaneciendo toda la guerra escondido en una mina.

[79] Durante la guerra, las SS, inicialmente una fuerza armada del partido nazi o guardia de Hitler, se convirtieron en policía de carácter militar y en fuerzas armadas de élite (las llamadas Waffen SS).

[80] Barrio situado en la orilla izquierda del Sena, en parte de los distritos V y VI de París, en el que radican los edificios universitarios históricos de la ciudad, entre ellos, la Sorbona y el Colegio de Francia. Gentner no quiso ser más explícito con Schlosser, a la hora de precisar el lugar de la reunión.

[81] El tema sigue coleando muchas décadas después. Como ejemplo de crítica negativa a la postura de Joliot, veáse: Philippe Burrin, Francia bajo la ocupación nazi, 1940-1944, edición española en Paidos Ibérica, Barcelona, 2004; y como ejemplo de postura defensora del patriotismo indesmayable de Joliot, Michel Pinault, Frédéric Joliot, les allemands et l’université aux premiers mois de l’occupation, Vingtième Siècle, revue d’histoire, nº 50, abril-juin 1996, pp. 67-88 (accesible por Internet).

[82] Dicha puerta escusada daba al callejón sin salida llamado de la Chartrière.

[83] Algunos de ellos eran de nombramiento anterior; otros fueron designados entonces para reemplazar a los exiliados en Reino Unido y otros países. El más famoso de los nuevos fue André Berthelot (1913-1986), antiguo discípulo de Paul Langevin.

[84] Por ejemplo, Gentner hizo venir de Alemania a un especialista en altas frecuencias, así como las piezas necesarias para completar el emisor del ciclotrón. Gracias a estos esfuerzos, al fin pudo ponerse en marcha satisfactoria el mismo durante el invierno de 1941-1942, es decir, un año y medio después de iniciarse la cooperación franco-alemana.

[85] La cámara de niebla de difusión fue un progreso y perfeccionamiento respecto de las iniciales, llamadas de expansión o de Wilson. Su invención y primer desarrollo correspondieron al físico estadounidense, Alexander Langsdorf Jr. (1912-1996), a partir del año 1936.

[86] Las nuevas condiciones llevaban la fecha de 16 de septiembre de 1940.

[87] No obstante las dudas de Gentner, hay quien sostiene que hubo respuesta expresa y negativa por parte de las autoridades alemanas, datada en el mes de febrero de 1941.

[88] Tan rocambolesca situación se produjo efectiva y reiteradamente. Véase, Michel Pinault, artículo citado en la nota 81, pp. 75-76. Por ejemplo, se simulaban averías en el circuito de refrigeración del ciclotrón, o en la alta tensión.

[89] Wolfgang Heinrich Siegmund Riezler (1905-1962), físico alemán. También cooperó en el intento, trayendo correo secreto desde Alemania de Gentner a Joliot, el físico alemán Johannes Hans Daniel Jensen (1907-1973), premio Nobel de física de 1963.

[90]  Me consta una detención de 24 horas, llevada a cabo por la Gestapo, el 29 de junio de 1941.

[91]  Paul Langevin (1872-1946), famoso químico-físico francés, amante de Marie Curie viuda, simpatizante del izquierdismo (incluso comunista), que entre octubre y diciembre de 1940 protagonizó un serio incidente con la Gestapo, con detención, probable tortura y, finalmente, excarcelación y confinamiento en Troyes, de donde huiría a Suiza en 1944. La policía alemana quedó muy dolida de que no hubiese sido juzgado y severamente condenado, gracias a las manifestaciones de sus colegas (incluido Joliot) y a la intercesión de Gentner y otros científicos alemanes.

[92] Otto von Stülpnagel (1878-1948), comandante y gobernador militar alemán de Francia entre 1940 y 1942, cuya conducta, aunque severa, fue juzgada demasiado tolerante por Hitler, que lo destituyó.

[93] Estrictamente, sturmbahnnführer. Es un personaje real, aunque parecen no constar datos en Internet. Michel Pinault (obra citada en la nota 81) se refiere a Biderick con ocasión de un interesante informe de este, escrito y archivado, fechado en mayo de 1941, en el que, entre otras cosas, recoge que sus hombres no se atreven a actuar franca y directamente contra los profesores universitarios parisinos anti alemanes, porque solo tienen una autoridad limitada, al tener que compartirla con las autoridades académicas, el gobierno de Vichy y los representantes de este en París; de todo lo cual han tenido buena prueba, y han quedado burlados, con el caso Langevin (recuérdese la nota 91).

[94] Sobre esas actividades se volverá con más detalle en el capítulo siguiente.

[95] Jean Cavaillès (1903-1944), filósofo y matemático francés, que acabaría siendo fusilado por los alemanes, como miembro destacado de la resistencia gaullista. Mathias Schlosser lo había conocido en Davós, en el año 1929, en los términos que se recogen en el capítulo 1 de la primera parte de este relato, aparecida en este mismo blog (entrada del 19 de diciembre de 2023).

[96] Sobre él, véase la nota 68. Sobre su pensamiento, véanse las obras de su sucesor en la Sorbona, Georges Canguilhem, El compromiso racionalista, Siglo XXI, Madrid, 1973, y La filosofía del no, Amorrortu, Buenos Aires,1980 (cito las obras por su primera edición en español).

[97] Véanse notas 48 y 73.

[98] Clairvivre es una pequeña localidad en el departamento de Dordogne, donde funcionó entre 1933 y 1980 una ciudad sanitaria puntera en el tratamiento de la tuberculosis pulmonar. Actualmente (2024) está dedicada a otras funciones públicas, pero se mantiene lo sustancial de los edificios, bajo la protección de Patrimonio del siglo XX.

[99] Se destaca, entre el citado equipaje, un gramo de radio puro encerrado en caja de plomo. Con todo, algún resto quedó en Clairvivre, que mostró su presencia al detectarse en el año 2000 una contaminación con actinio 227, fruto del decaimiento de radio 226.

[100] Radica en el Quai de Béthune, número 36. Marie Curie moró allí entre 1912 y 1934. Además de Irène Joliot-Curie, fue descendiente de Marie Curie su hija Eva (1904-2007) quien, durante la II Guerra Mundial, se exilió de Francia y colaboró activamente con la Resistencia del exterior. Escribió una edulcorada pero atractiva biografía de su madre, que puede consultarse libremente por Internet: Ève Curie, Madame Curie, Gallimard, Paris, 1938 (traducción española, en la colección Austral de la editorial Espasa-Calpe).

[101] Conocido también como C-4, fue un exitoso y económico modelo de gama media, del que Citroën fabricó y vendió entre 1928 y 1932 unas 121.000 unidades. Tenía una potencia de 30 CV y una velocidad máxima de 90 km/h. Su consumo medio era de 8,8 litros de gasolina por cada 100 km.

[102] Véase nota 95. Son recomendables dos buenas biografías suyas, con muy diverso enfoque y conexión con el personaje: La escrita por su hermana, Gabrielle Ferrières, poco después de la muerte del biografiado: Jean Cavaillès: Un philosophe dans la guèrre, 1903-1944, Éditions du Seuil, Paris, 1950; y la de la especialista en la obra de Cavaillès, Hourya Benis Sinaceur, titulada, Cavaillès, Les Belles Lettres, Paris, 2013.

[103] Pese a la diferencia de edad entre ellos (dieciséis años mayor Cavaillès), hay ciertas impresiones de que Suzanne Bachelard pudo haber estado enamorada de Jean Cavaillès, así como de que la muerte de este a los 33 años, ejecutado por los alemanes, pudiera haberle causado una impresión profunda y duradera, que hubiese influido para quedarse soltera de por vida.

[104] Suzanne Bachelard (1919-2007), filósofa y científica francesa, profesora de la Sorbona. Sus principales trabajos fueron: La logique de Husserl, P.U.F., Paris, 1957, y La conscience de la rationalité. Étude phénoménique de la physique mathématique, P.U.F., Paris, 1958.

[105] Es decir, de junio de 1940 a junio de 1941.

[106] Gabrielle Chanel (1883-1971), famosísima modista de Paris, de quien se afirma que, durante la ocupación de Francia, colaboró hasta cierto punto con los servicios secretos alemanes -probablemente, también con los ingleses-, y mantuvo relaciones íntimas, entre otros, con el general de las SS, Walter Schellenberg (1910-1952).

[107] Suzanne Bachelard era gran amante de la ópera, aunque ignoro si acompañó, o no, a Mathias Schlosser en tal función, que tuvo lugar en la Ópera de París, el 18 de mayo de 1941, bajo la dirección de Herbert von Karajan (1908-1989), con la soprano Germaine Lubin (1890-1979) y el tenor Max Lorenz (1901-1975) en los papeles principales. En los siguientes días, 22 y 23 de mayo, la ópera puesta en escena fue Tristán e Isolda, de Richard Wagner. Innecesario resulta aclarar que la partitura de El raptoen el serrallo es obra de Wolfgang Amadeus Mozart, pero sí puede resultar poco conocido que la cantante francesa, Germaine Lubin, fue durante un tiempo amante del mariscal Pétain.

[108] Hecho que se produjo el 22 de junio de 1941, sin previa declaración de guerra.

[109] Fue la época en que se hizo famoso el eslogan del Partido Comunista Francés, ni Pétain, ni De Gaulle.

[110] El tema sigue siendo bastante nebuloso, pero me atrevo a señalar el año 1940 como el de incorporación práctica de Joliot al PCF, que se convertirá -como máximo- en 1943 en adhesión como miembro de pleno derecho. Entre un momento y otro -años 1941 y 1942-, Joliot se convierte en resistente de obediencia comunista y en dirigente del Front National Universitaire.

[111] Se calcula en una cifra próxima a los cien mil, de los cuales unos 60.000 sufrieron deportación y, con harta frecuencia, muerte.

[112] Es llamativo que Werner Heisenberg ya opinara así, tan pronto como el año 1939, antes de empezar la guerra. Se ponen en su boca estas palabras (testimonio de Isidore Rabi, transmitido a Hans Bethe): “Es manifiesto que va a haber guerra, es claro que Alemania va a perderla. Pero yo soy alemán, debo intentar la salvación de los jóvenes físicos que trabajan conmigo, y es importante que yo esté ahí al final de las hostilidades, a fin de restaurar la investigación en física y de velar para que las buenas personas ocupen los buenos puestos en las buenas universidades”. Véase, Thomas Powers, Le mystère Heisenberg. L’Allemagne nazi et la bombe atomique, Albin Michel, París, 1994, p. 23 (el original en lengua inglesa lleva el título de: Heisenberg war. The secret history of the german bomb).

[113] He tratado del tema, de forma detenida aunque en forma de relato literario, en el titulado El ministro de Justicia y el menor de los males, entrada de 19 de octubre de 2023, en este mismo blog.

[114] Véase, además del texto, la nota 91.

[115] Buena prueba de ello es que la Gestapo tuviera que detenerlo el 29 de junio de 1941, aunque fue puesto inmediatamente en libertad.

[116] Dicha revista publicó solo cinco números, entre noviembre de 1940 y febrero de 1942. Sus promotores principales fueron, Georges Politzer (1903-1942), Jacques Decour (1910-1942) y Jacques Solomon (1908-1942) -sobre este último se volverá posteriormente-. Los tres fueron ejecutados por los alemanes en 1942 por sus actividades en pro de la Resistencia.

[117] En notas a pie de página, pondré de manifiesto que Mathias Schlosser no escribía a humo de pajas. La mayor parte de tales notas arrancan de referencias en la obra de Michel Pinault citada por vez primera en la nota 81.

[118] Véase antes, nota 112. Werner Heisenberg (1901-1976), tal vez el mejor de los físicos teóricos que permaneció en Alemania durante toda la guerra, estuvo al frente del programa nuclear germano entre 1942 y 1945.

[119] Verdaderamente, Heisenberg tenía una idea formidable de las proporciones: Datos precisos del esfuerzo nuclear estadounidense durante la II Guerra Mundial, se refieren a 130.000 personas trabajando en la materia atómica, con un gasto total de unos 2.000 millones de dólares de la época, que, al cambio actual (2024) supondrían unos 30.000 millones. Parece obvio que Alemania no habría podido soportar semejante esfuerzo. Incluso, se asegura que el presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt afirmó -y no en broma- que estaría dispuesto a gastar todas las reservas de oro de los Estados Unidos en la fabricación de las bombas atómicas precisas para ganar la guerra.

[120] Niels Bohr (1885-1962), gran físico danés, premio Nobel de la especialidad en 1922. En la época de la visita, Bohr estaba, casi con seguridad, en contacto frecuente con los científicos anglosajones. De hecho, en septiembre de 1943, huyó a Suecia y, luego, a EE.UU., donde contribuyó a su esfuerzo de guerra. Las entrevistas Bohr-Heisenberg en Copenhague, tuvieron lugar los días 15 y 16 de septiembre de 1941, y acabaron, al parecer, abruptamente y sin acuerdos. El literato inglés, Michael Frayn, ha ofrecido de ello una interesante versión en una conocida obra teatral, titulada Copenhague, estrenada en 1998.

[121] Louis Cartan (1909-1943), físico francés, especializado en espectrografía de masas -de aquí, la admiración que le tributaba Mathias Schlosser-. Fue ejecutado por los alemanes en diciembre de 1943, por actividades en pro de la Resistencia. Véase, Louis Cartan (con prefacio de Maurice de Broglie), Spectrographe de masse. Les isotopes et leurs masses, Hermann, Paris, 1937.

[122] Carta de Louis Cartan a Frédéric Joliot, de 29 de noviembre de 1941, localizable en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.

[123] Pierre Auger (1899-1993), notable físico francés que, en 1941, se exilió en América, enseñando en las Universidades de Chicago y Montreal y, finalmente, integrándose en el Proyecto Manhattan, para la fabricación de las bombas atómicas estadounidenses.

[124] Véase la carta de Pierre Auger a Frédéric Joliot, fechada el 26 de diciembre de 1940, existente en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.

[125] Otto Hahn (1879-1968), gran químico-físico alemán, premio Nobel de química en 1944 por sus trabajos pioneros -junto a Lise Meitner- en la fisión nuclear. Véase al capítulo 1 de este relato.

[126] Carta de Wolfgang Gentner a Frédéric Joliot, desde Heidelberg, de fecha 15 de septiembre de 1942, obrante en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.

[127] Johannes Hans Daniel Jensen (1907-1973), físico alemán, premio Nobel de la especialidad en 1963, participó en la Uranverein desde 1939, haciendo algunos viajes a París en concepto de científico perteneciente a aquel.

[128] Irène Joliot-Curie y sus dos hijos pasaron clandestinamente a Suiza en junio de 1944, lo que dio más libertad de comportamiento resistente a su marido, Frédéric Joliot, en los últimos días de los militares alemanes en París.

[129] Las primeras cantidades ponderables del nuevo elemento, el plutonio, fueron preparadas finalmente por  Glenn T. Seaborg (1912-1999) y sus colegas en agosto de 1942, gracias al ciclotrón de Berkeley.

[130] Los deuterones son núcleos de deuterio, isótopo estable del hidrógeno, formados por un protón y un neutrón.

[131] Entre los más importantes, se contaban André Berthelot, Robert Courrier, Antoine Lacassagne, Alain Horeau, Pierre Sue y Daniel Bovet.

[132] Véase Pierre Radvanyi, Les génies de la Science, nº 9 (Frédéric Joliot), en www.pourlascience.fr, entrada de 1 de noviembre de 2001.

[133] Dicha zona, a partir de noviembre de 1942, se extendería a casi toda Francia, al desaparecer el privilegio de desmilitarización de la zona regida directamente por el gobierno de Vichy.

[134] Por motivos que el sabría, Mathias Schlosser no quiso hacer explícita la matrícula de su coche.

[135] En los años en que habitaron la casa (1912-1934), ya había fallecido el padre, Pierre Curie, y la familia estaba compuesta, en su núcleo, por Marie Curie y sus dos hijas, Irène y Ève.

[136] En realidad, fueron 67 los años que vivió, entre 1867 y 1934.

[137] Se dice, al parecer, con fundamento que Marie Curie sospechaba que el interés de Joliot por su hija Irène era fruto de los deseos de medrar más aprisa. La realidad desmintió a la ilustre dama.

[138] Sus edades respectivas eran entonces de 13 y 9 años.

[140] Como así ha sido en efecto, como lo evidencian las dedicaciones profesionales de su dilatada vida (nacida en 1927, continúa, felizmente, en este mundo -datos de enero de 2024-).

[141] Se trataba de un aparato derivado del espectrómetro de masas ordinario, que fue empleado para separar, a cada vez con más perfección y pureza, los isótopos radiactivos de uranio 235 y los estables de uranio 238. Este mecanismo permitía el enriquecimiento del 235U hasta términos que permitiesen utilizarlo como explosivo para las bombas atómicas, caso de emplearlo en cantidad que alcanzase la llamada masa crítica (unos 45 kg, aproximadamente). El calutrón fue diseñado por el físico Ernest O. Lawrence hacia 1942 y empezó a funcionar industrialmente al año siguiente. En consecuencia, el relato se vale aquí de un recurso literario, consistente en adelantar al verano de 1941 la existencia de los calutrones y el conocimiento de ello por el profesor Joliot.

[142] ¡Tocado!, expresión procedente del campo de la esgrima.

[143] Himno muy conocido y empleado por el régimen de Vichy, a mayor honra y gloria de su jefe del Estado, mariscal Philippe Pétain.

[144] En fecha tan avanzada como el 27 de agosto de 1943, Joliot respondió a una carta del secretario de Estado de producción industrial de Vichy, Jean Bichelonne (1904-1944), asegurándole que: He tenido ocasión muchas veces de precisar mi posición a representantes de los servicios alemanes y ellos saben que rehusaré toda participación en el esfuerzo científico de guerra alemán. Por otra parte, no se me ha hecho hasta ahora ninguna proposición de este tipo. Véase, carta de Frédéric Joliot a Jean Bichelonne de 27 de agosto, en respuesta a otra de Bichelonne del 25 de agosto, en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.

[145] Complejo hospitalario fundado en 1922 en Leysin (cantón de Vaud) con el objetivo de que profesores y estudiantes universitarios suizos recibiesen el mejor tratamiento posible para las tuberculosis susceptibles de curación. Contribuyeron a su creación y mantenimiento las universidades de Basilea, Berna, Ginebra, Lausana, Neuchâtel y Zúrich. Excepcionalmente, se admitieron pacientes venidos del extranjero, como la profesora Joliot-Curie.

[146] Aunque los lectores lo comprenderían sin necesidad de advertencia, me siento en la obligación de indicar -como lo hice antes, en la nota 139- que la participación de Mathias Schlosser en este segundo viaje es completamente imaginaria.

[147] Fernand Holweck (1889-1941), investigador jefe del Centre National pour la Recherche Scientifique de París. Véase su necrológica: S. Rosenblum & S.E. Luria, Fernand Holweck (1889-1941), Science, vol. 96, nº 2.493 (octubre de 1942), pp. 329-330.

[148] Histórica cervecería alsaciana establecida en Hochfelden. Para más detalles, véase el capítulo 1 de la primera parte de este relato, en este mismo blog (entrada del 19 de diciembre de 2023).

[149]  En concreto, entre 1912 y 1932. La razón tiene mucho que ver con la enemistad franco-alemana, derivada de la I Guerra Mundial (1914-1918).

[150] Es decir, de flores azules, blancas y rojas, como afirmación de la patria francesa.

[151] André-Louis Debierne (1874-1949), químico-físico francés, profesor en el Instituto del Radio, descubridor del actinio.

[152] Jacques Solomon (1908-1942), físico francés muy destacado. Sobre él, véase, Martha Cecilia Bustamante, Jacques Solomon (1908-1942) : profil d'un physicien théoricien dans la France des années trente,  Revue d'histoire des sciences, tomo 50, núms. 1-2 (1997), pp. 49-87, espec. pp. 63-69 (artículo de libre acceso por Internet).

[153] Mont Valérien fue uno de los lugares predilectos de los alemanes para ejecutar a rehenes y resistentes franceses, calculándose en unas mil las ejecuciones durante los cuatro años de ocupación. En mayo de 1942, fueron 84 los ejecutados. El mismo día en que fue fusilado Solomon lo fueron también los profesores Georges Politzer y Jean-Claude Bauer.

[154] Véase antes, nota 95 y partes de este relato en ella aludidos.

[155] Véase la nota 104 y el texto del relato a que la misma se refiere.

[156] Fecha hoy (2024) predilecta de los historiadores. Anteriormente se daba la de 17 de febrero de 1944.

[157] Todo lo recogido en este párrafo del texto es puramente imaginario.

[158] Con todo, hay quienes tienen otro concepto del heroísmo, como el filósofo francés, Georges Canguilhem (1904-1995), cuando, en un homenaje en 1969, de tantos como se le dedicaron a Jean Cavaillès después de la guerra, pronunció la siguiente frase interpelativa: "Un filósofo matemático cargado de explosivos, un lúcido temerario, un decidido sin optimismo. Si eso no es un héroe, ¿qué es un héroe?" Yo bien sé lo que Riezler -y también Schlosser- le habrían respondido.

[159] De hecho, se recuerda la estampa del profesor Joliot desplazándose en bicicleta, de localidad en localidad, o para trasladarse hasta París.

[160] Schlosser se refiere al periódico Libération que apareció entre 1941 y 1964, fundado en plena guerra mundial por Jean Cavaillès y Emmanuel-Raoul d’Astier de la Vigerie (periodista y político, 1900-1969). El actual Libération fue fundado en 1971, bajo los auspicios del filósofo y escritor, Jean-Paul Sartre (1905-1980) y continúa publicándose en la actualidad (2024).

[161] Frédéric Joliot falleció el 14 de agosto de 1958.

[162] Cuanto se expone a continuación ha sido recogido por el periodista, Édouard Launet, On faisait sécher 200 kilogrames d’explosif, Libération, 25-08-2004 (véase www.liberation.fr).

[163] Henri Moureau (1899-1978), destacado químico francés, que también había dirigido el traslado del agua pesada fuera de París, para evitar que cayese en manos alemanas. En 1941 había sido nombrado director del laboratorio municipal de química de Paris.

[164] Réné Audubert (1892-1957), científico francés especializado en electromagnetismo. Participó también en la evasión del profesor Paul Langevin y en la ocultación de judíos. Su principal ayudante fue la química Marguerite Quintin (1895-1986), también partícipe en las actividades de la Resistencia.

[165] Esta información, detallada y fidedigna, llegó al administrador del Colegio de Francia mediante una carta, recibida por el mismo en febrero de 2000. Adveró los datos de dicha carta Pierre Davalan, técnico de laboratorio del profesor Joliot.

[166] La Ville lumière, quizá la más hermosa metáfora inventada para ensalzar París. La obra más conocida sobre los apasionantes avatares de la liberación de París es: Dominique Lapierre y Larry Collins, ¿Arde París?, Éditions Robert Laffont, París, 1964 (traducción española en la editorial Plaza y Janés).

[167]  En aquel momento, Joliot ya era el nuevo director del CNRS (Centro Nacional para la Investigación Científica) por decisión inmediata del Consejo Nacional de la Resistencia, que posteriormente ratificaría el general Del Gaulle.

[168] Al parecer, se trataba de un coronel, Boris Pash -véase nota siguiente- y del capitán J. Calvert, al que alguna fuente gradúa como mayor.

[169] Se trataba de la llamada misión ALSOS, creada en noviembre de 1942 dentro del proyecto atómico norteamericano Manhattan, y que estuvo presidida por el coronel, Boris T. Pash (1900-1995). Sobre ALSOS, véanse dos libros escritos por figuras relevantes de dicha misión: Boris T. Pash, The ALSOS mission, Charter Books, Nueva York, 1980; Samuel A. Goudsmit, Alsos, AIP Press, Nueva York, 1995 (la primera edición data de 1947), espec. pp. 34-49 (Operación Cellastic, o investigación centrada en F. Joliot y el grupo de físicos nucleares de París). Correcto y de libre acceso por Internet el resumen anónimo, Operation Alsos, en www.codenames.inf.

[170] Este paso de Joliot por Londres para someterse a nuevos interrogatorios es completamente real. En Londres, la encuesta corrió a cargo del importante físico nuclear de origen neerlandés, Samuel A. Goudsmit (1902-1978), a la sazón empleado en la misión ALSOS.

[171] Véase antes, la nota 167. CNRS es un acróstico francés por “Centro Nacional para la Investigación Científica”.

[172] Entre 1945 y 1949, el territorio alemán estuvo dividido en cuatro zonas de ocupación militar, a cargo de Los EE.UU., la U.R.S.S., el Reino Unido y Francia. La zona francesa se extendía por el suroeste de Alemania, con Baden-Baden como capital.

[173] Marie-Joseph-Pierre Koenig (1898-1970), militar y político francés, que fue gobernador militar de la zona de ocupación francesa en Alemania entre julio de 1945 y octubre de 1949. Con posterioridad a los hechos narrados por Mathias Schlosser, Koenig fue ascendido a mariscal de Francia.