miércoles, 22 de abril de 2020

DEL EXPEDIENTE PICASSO, A LA DROGUERÍA DE PASALODOS




Del Expediente Picasso, a la droguería de Pasalodos


Por Federico Bello Landrove


     He aquí un relato histórico, cuya parte fantaseada -lo relativo al protagonista, el capitán Plaza- pudo ser tan verdad como el resto. Numerosas son las lecturas en que la narración se basa: Recogerlas todas en notas a pie de página es tarea excesiva e inútil para la naturaleza de este trabajo[1]. Escribo a poco más de un año de cumplirse el primer centenario del Desastre de Annual. Sirva pues mi empeño de recuerdo a cuantos allí murieron, y al general Picasso, cuyo Expediente es el documento más profundo y valiente de cuantos recogieron aquellos hechos.







Bandera de la República del Rif





1.      Un pariente escurridizo




-          Tía, ¿te suena que algún familiar nuestro haya sido militar?

     Tía abuela Rosa levanta la vista del solitario que estaba a punto de salirle y queda suspensa por unos instantes. Luego, volviendo sus ojos azules a mi humilde persona de alevín de jurista, responde con su mejor táctica gallega:

-          ¿Y luego, rapaz? ¿Por qué lo preguntas?

     En cualquier otra circunstancia le hubiera aclarado conceptos, o le habría contestado  no sé; por curiosidad. Pero esta vez me dejó cortado, pues el motivo era muy particular y, de mano, yo no quería que se supiera -¡vaya usted a saber por qué!-. El hecho es que hasta me puse un poco colorado y buena era ella para cazar al vuelo todas mis emociones. De modo que, sin confianza alguna en que me creyera, inventé un pretexto:

-          Algo sentí a mamá y pensé que tú estarías mejor informada…

-          … Aunque solo sea por mi edad, ¿verdad?

      No parecía muy dispuesta a soltar prenda, como si la cuestión tuviera algo de vergonzoso, o de oculto. Volvió a dejar pasar unos momentos y, por fin, sentenció:

-          Déjame acabar el solitario y refrescar luego la memoria. Llevo una temporada que parece como si se me fueran los recuerdos.

     Muchos años después, también yo padezco del mismo mal, pero entonces me pareció una disculpa. Hoy bien sé que hay que escribir las cosas para que no se olviden. Como dijo alguien, recuérdalo tú y recuérdalo a otros[2]. Tal vez por eso, me he decidido, ya en la vejez, a plasmar en letra impresa esta -en mi opinión- interesante historia.


***


     Todo había empezado, dos o tres días antes, durante mis escapadas al trastero de la vieja casa familiar, una de las escasas distracciones que me podía permitir en aquellas interminables estancias veraniegas en Valladolid, cuando nos turnábamos para controlar y acompañar a las veteranas de la familia. Mi abuela ya tenía la cabeza perdida. La tía Rosa, que frisaba la entonces casi inalcanzable ochentena, aún se mantenía arrecha y, pese a su pesimista introspección, seguía teniendo una memoria envidiable, sostenida a base de crucigramas, naipes y revistas de sociedad. Y, para atender a las dos señoras, su sirvienta de toda la vida quien, pese a su terne naturaleza pueblerina, empezaba ya a estar, más para que la cuidasen, que para cuidar. 

     Estábamos en que una mañana de tantas, pese a que la operación no era bien vista por la tata, cogí de la despensa la llave del desván y eché escaleras arriba, con la consiguiente advertencia de la desobedecida:

-          A ver si no bajas con más mierda, que luego me toca limpiarla a mí.

     La famosa eme era de lo más variado, con predominio de viejos libros de texto, revistas antediluvianas, cromos, algún costurero, o medallas y estampas de los más variados santos y Vírgenes. La verdad es que, arriba, lo revolvía todo, pero solo bajaba objetos no muy voluminosos, con la finalidad inmediata de explorarlos, y la secreta de llevarme algún retazo del pasado para mi casa, eludiendo así el riesgo de que acabasen en la basura o -lo que aún juzgaba más ominoso entonces- en manos de mi tío Lorenzo, o de algunos de mis numerosos y poco apreciados primos.

     Y explorando me hallaba cuando, bajo un desvencijado sillón tapizado con gutapercha, apareció un viejo tomo encuadernado en negro, con una etiqueta de piel, donde podía leerse: Copiador de Cartas. Aunque mis estudios jurídicos aún no habían llegado al Derecho Mercantil, me percaté al punto de que se trataba de una apariencia de libro de comercio. Y digo apariencia porque, apenas hojeé las primeras páginas, constaté que me hallaba ante un verdadero diario personal, aunque no original, sino una copia, tal vez íntegra y de la propia mano del autor de aquel.

     Ni que decir tiene que bajé a casa con el libro, disimulado entre un Blanco y Negro y un Lecturas de la misma procedencia[3]. Ya en mi cuarto, abrí el balcón y soplé cuanto pude el polvo del canto de las páginas. 


***


     Con letra regular y bastante clara, entre redondilla y cursiva, se hacía constar en la primera página, textualmente, lo que sigue:

     Memorial redactado por el Capitán de Caballería, del Cuerpo de Estado Mayor, Don Carlos Plaza López, a fin de hacer constar, cronológica y sucintamente, su intervención personal en la Información Gubernativa para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones de Melilla ante el ataque del enemigo; la cual fue instruida por el General de División, Don Juan Picasso González, por Orden del Ministro de la Guerra de 4 de agosto de 1921, entre el 13 de agosto de 1921 y el 18 de abril de 1922.

     Entre la noche de aquel día y las dos siguientes, leí y releí cuanto en el libro estaba escrito; primero, de forma rápida, de esas que vulgarmente se califican como devorar. Luego, más pausadamente, para ir digiriendo aquel vasto menú, difícil de seguir y de entender para un adolescente que apenas había oído hablar del Desastre de Annual, ni de otro Picasso que no fuera el famosísimo pintor[4]; torpe consecuencia de la actitud tan corriente en los profesores de aquel tiempo, de no pasar de la Guerra de la Independencia o, como mucho, de la Dictadura de Primo de Rivera, no siendo que se fueran de la lengua y acabasen sancionados -algunos, no por primera vez-. Con todo, lo más necesario y urgente me parecía aclarar quién era aquel Carlos Plaza y qué tenía que ver con nuestra familia, hasta el punto de haber ido a parar al desván su personal diario de aquellos ya lejanos tiempos.

     Finalmente, logré que tía Rosa soltase prenda. Mientras aguardábamos la llegada de la cena invariable -sopa y pescado blanco rebozado-, reanudó nuestra interrumpida plática de la tarde, ahorrándose ya cualquier pregunta sobre mi repentino interés por algún posible pariente, que hubiera ejercido el esclarecido oficio de las armas:

-          Harías mejor en preguntarle a tu madre a quién tenía en mente cuando se refería a un pariente militar. Desde luego, yo no recuerdo más que al primo Carlos…, aunque no creo que nadie lo recuerde con otro uniforme que no sea la bata de mancebo de farmacia.

     El nombre, por supuesto, coincidía con el del capitán de Caballería, como también el hecho de que mi tía abuela se apellidase López, por parte de madre; pero era un apelativo tan corriente, que tenía que traer a colación el de Plaza, que tal vez nosotros hubiésemos perdido.

-          Así que dependiente en una botica -reiteré-. ¿Y cómo es que colgó el uniforme y vino en despachar aspirinas? ¿No será que lo expulsaron cuando la guerra civil?

-          No, no -refutó mi tía-. La cosa viene de mucho antes; y no es que lo echasen. Según tengo entendido, le soltó cuatro frescas al Dictador y se marchó dando un portazo, como si dijésemos.

-          ¿Y qué es de él ahora? ¿Vive todavía?

-          Va para quince años que murió de cáncer. No era muy mayor, andaría por los sesenta. De hecho, era varios años más joven que yo; así que ya ves. Ni de la jubilación llegó a disfrutar.

     Estaba dudando sobre insistir, pidiéndole nuevos datos, pero ella aún añadió bastantes cosas más. Parecía que hubiera reventado el dique de sus recuerdos:

-          Le cambió la vida -prosiguió-, ¡vaya que le cambió! Para empezar, lo dejó tirado su novia de toda la vida. Luego, sin derecho a pensión y en la flor de la edad, no tuvo más remedio que volver a Valladolid, a casa de sus padres. En cuanto pudo, se colocó en lo primero que le salió. Y no le fue mal, ni mucho menos. Era un comercio muy importante, para aquella época. Figúrate, droguería, perfumería y farmacia, todo en una pieza, y en un sitio muy céntrico. En principio, estuvo de dependiente en el almacén, pero pronto lo pasaron a trabajar en la farmacia, que estaba puerta con puerta y era de la misma familia. Dicen que, además de atender con gran cortesía a la clientela, tenía muy buena mano para el laboratorio; ya sabes, fórmulas magistrales y todo eso.

     Una sonrisa se dibuja en sus labios, cuando hace un alto para tomar aire y servir la sopa, que ya humea en el centro de la mesa. Pero prosigue en seguida:

-          Atendía muy bien a todos, aconsejando remedios y descontándoles la calderilla, si le constaba que andaban apurados: Fue muy dura aquella primera época, con la crisis mundial y, luego, nuestra guerra. La gente lo apreciaba mucho; tanto, que en el mostrador -como quien dice- encontró pareja.

-          ¡No me digas!

-          Sí te digo: La prima Aurita, una buena mujer. Había quedado viuda cuando la guerra de Marruecos. Eso debió de ser lo que les hizo fijarse al uno en la otra, pues Carlos también había andado por Melilla cuando lo del Desastre.

-          ¿Pegando tiros?, pregunté con malicia.

-          No, ¡qué va! El primo iba acompañando a un general, un tal Picasso, tratando de averiguar lo que había pasado para que murieran los soldaditos a miles. De aquellos polvos creo que vinieron luego los lodos de su marcha del Ejército; pero no me hagas mucho caso, que yo de política, ni pum. Si viviera tu abuelo, él sí que podría informarte. Hasta creo que Carlos le hizo un relato escrito de aquellos sucesos, de tanto como le insistió. ¡Quién sabe por dónde andará!  

     Así que, como habría dicho la tata, ¡justos son los toros! Ya solo me quedaban en el tintero algunas preguntas secundarias, pero la tía Rosa no había acabado todavía:

-          No tuvieron hijos y estaban tan compenetrados, que ella le siguió a la tumba al cabo de unos meses. Cuando leyeron el testamento, se vio que habían dejado lo poco que tenían a tu tío Fernando, que estuvo haciéndoles la rosca todo lo que pudo.

     Aunque las compartiera, no me interesaban en ese momento las diatribas contra el hermano mediano de mi madre; de suerte que derivé la conversación por otros derroteros:

-          ¿Sigue existiendo la farmacia donde trabajó el primo?

-          ¿La de Pasalodos? Sí, por cierto, aunque en manos de otro boticario[5].

-          ¿En qué calle está?

-          ¡Chico, qué curiosidad te ha entrado! Está muy cerca de aquí, en Teresa Gil, casi desembocando ya en El Campillo.

     Aquí acabó todo, por el momento. Como se figurarán, en mi maleta, de vuelta a Salamanca, llevaba el famoso Copiador de Cartas, que ya había leído de cabo a rabo unas cuantas veces. En casa, para que nada dijeran, lo escondí entre los apuntes académicos, metido en una carpeta. Estuvo a punto, más de una vez, de fenecer junto con las notas a ciclostil que lo encubrían, en alguno de tantos expurgos, fruto de las mudanzas o del desapego que la juventud suele sentir hacia el pasado. Pero, finalmente, ha sobrevivido y aquí tienen ustedes la transcripción del mismo, acompañada de las notas y apostillas que he ido recopilando para su mejor entendimiento. Para mayor comprensión de los lectores, emplearé la letra cursiva para el texto de mi primo lejano.







2.      De Melilla a Alhucemas, ida y vuelta (primera parte)





     En Zaragoza, a 8 de agosto de 1921.

    Siendo las nueve treinta horas de dicho día, lunes, recibo en mi despacho de Capitanía General una llamada telefónica, procedente del Consejo Supremo de Guerra y Marina,  de quien dice ser el Auditor de Brigada, Don Juan Martínez de la Vega, explicándome que, por orden del General de División, Don Juan Picasso, me ofrece la posibilidad de acompañarlos a Melilla, en mi calidad de Oficial del Estado Mayor, a fin de cooperar en la confección de una Información Gubernativa, ordenada por el Sr. Ministro de la Guerra, para esclarecer los antecedentes y circunstancias del reciente desastre sufrido por el Ejército español en el territorio de la susodicha Comandancia. Le pregunto respetuosamente si el encargo tiene carácter voluntario y, en su caso, si cuenta con la pertinente autorización de mis Superiores, lo que ignoro, entre otras cosas, por hallarse los mismos de licencia por vacaciones, dada la fecha. El citado Auditor me indica que la comisión de servicio que me ofrece solo pende de mi aceptación, al contar ya con la pertinente venia del Ministro de la Guerra y del Jefe de Estado Mayor, Capitán General Weyler. Comprendiendo mi perplejidad, el Auditor me indica que permanezca a la escucha, pues me va a hablar el General Picasso, presente en el despacho del Consejo Supremo desde el que me está hablando.


     Gracias a la consulta de su expediente personal en el Archivo General Militar, he constatado que el Capitán Carlos Plaza López estaba destinado, en la fecha que se indica, en la Sección de Estado Mayor de la V Región Militar, con sede en Zaragoza. Por lo demás, es sabido que el Ministro de la Guerra, Vizconde de Eza, confirió el encargo expresado al General de División Picasso, auxiliado en calidad de Secretario, por el Auditor de Brigada Martínez de la Vega, por Real Orden Comunicada de 4 de agosto de 1921. Es de destacar que, ni el 4 de agosto, ni el 8 del mismo mes, habían terminado las hostilidades y operaciones del Desastre, toda vez que la discutida y trágica capitulación de Monte Arruit no se produjo hasta el día 9[6].


     Seguidamente, toma la palabra quien dice ser el General Picasso, quien me manifiesta que, para su comisión en Melilla, cree muy conveniente tener como ayudante a un joven oficial de Estado Mayor, con mucha objetividad de criterio y buen conocimiento de las campañas coloniales, circunstancias todas ellas que le ha informado poseo mi compañero, y ahora Diputado, Arsenio Martínez-Campos. Me ruega que acepte el encargo, que procede de un compañero de Arma y Cuerpo, como es él, máxime no teniendo obligaciones familiares, y en recuerdo y justicia de tantos militares muertos. Me veo moralmente obligado a ponerme a sus órdenes, que son las de personarme en Madrid, a más tardar, el próximo jueves, día 11. De no serme posible, habré de hallarme en los muelles de Málaga, a primera hora del día 13 de los corrientes, para embarcar con él en el navío militar que nos sea asignado para el transporte hasta Melilla. Me recuerda la conveniencia de cargar en la maleta los libros franceses más pertinentes al caso, lo que me hace suponer que ha sido informado de mi estancia en l’Ecole Superieure de Guerre. Termino la comunicación indicándole que prefiero encontrarle en Málaga, para así tener algún día más para documentarme y reflexionar sobre lo sucedido, y hacer los oportunos preparativos del viaje.


     Tanto el general Picasso, como el político y militar, Arsenio Martínez-Campos y de la Viesca -nieto del famoso Capitán General del mismo nombre, que se pronunció en Sagunto en 1874, a favor de la entronización de Alfonso XII- eran Oficiales del Arma de Caballería y del Cuerpo de Estado Mayor. Habiendo nacido Martínez-Campos en 1889 y mi pariente en 1890, es seguro que habrían coincidido en la Academia vallisoletana durante su formación militar, aunque no fuera dentro de la misma promoción. En cuanto a la estancia del capitán Plaza en la Escuela Superior de Guerra de París, consta en su expediente que, terminadas sus prácticas como Oficial español de Estado Mayor, obtuvo una excedencia semestral para seguir en la afamada institución francesa un Curso sobre Táctica y Estrategia de la Guerra Colonial, concluido el cual fue destinado a la Sección de Estado Mayor de la Capitanía General de la V Región Militar, con sede en Zaragoza, donde se hallaba al recibir la expresada conferencia telefónica.




General Juan Picasso



     En Málaga, a 13 de agosto de 1921.

    Siendo las ocho horas del citado día, me constituyo en el puerto de esta ciudad, en la zona actualmente acotada para fines militares, encontrándome con una numerosa presencia de efectivos del Ejército, ya que están a punto de embarcar en el cañonero Lauria un batallón del Regimiento de San Fernando y una compañía de ametralladoras del de Ceriñola, con el mismo destino melillense que nosotros tenemos asignado. Abriéndome paso, alcanzo un pequeño despacho en uno de los almacenes portuarios, frente al buque en que todos hemos de embarcar y, haciendo valer mi graduación y encargo, doy orden de que me avisen tan pronto se presenten en los muelles las personas a las que estoy esperando. Un teniente me informa de que está previsto que zarpemos a media mañana, sin hora prefijada. 


     La información ofrecida por mi pariente coincide con la realidad histórica de los hechos. El cañonero Lauria tuvo un papel importante en esos primeros momentos de la reacción militar española al Desastre, y los regimientos de San Fernando y Ceriñola fueron trasladados por partes a Melilla, formando parte de las numerosas fuerzas llevadas desde la Península y la Zona occidental del Protectorado para defender la Plaza, en número de más de 30.000 hombres hasta la fecha del 13 de agosto, a la que corresponde esta entrada del Diario del capitán Plaza.


     Al cabo de una media hora, me avisan de que ha llegado el Auditor de Brigada Martínez de la Vega, designado por el Ministro Secretario de las investigaciones. Acudo ante él a presentarme y me saluda de manera afectuosa, indicándome que el General Picasso llegará a eso de las diez, pues aprovechará al máximo el tiempo hasta embarcar, dado que tiene en Málaga -de donde es natural- un buen número de parientes. En parte, por hablar de algo, en parte, con cierta inquietud, pregunto al Auditor si no vienen con nosotros otras personas, en calidad de ayudantes o auxiliares para nuestra tarea, a lo que me contesta que nada se preveía al respecto en la Real Orden, sin perjuicio de lo cual el General hizo algunas gestiones personales, de las que solo la mía resultó fructífera. Sin duda -agrega-, se completará en Melilla el personal necesario para cumplir rápida y eficazmente la labor encomendada, contando con la cooperación de las Autoridades de la Plaza.


     El aludido, Don Juan Martínez de la Vega y Zegrí, fue, en efecto, la única persona designada en la Real Orden de 4 de agosto de 1921 para auxiliar al General Picasso en su ímproba tarea, en calidad de Secretario. Estaba destinado a la sazón en el Consejo Supremo de Guerra y Marina y, quince años más tarde, tendría un lamentable final[7]. Es cierto que el General Picasso era natural de Málaga[8] y, por tanto, resulta verosímil lo que de él manifestó el Auditor. 


     Estando aún conversando, llega el General Picasso, quien me es presentado por el Auditor. Inmediatamente es cumplimentado por el Capitán del Lauria, que lo invita a subir a bordo y ocupar el camarote a él reservado. Así lo hace, acompañado por Martínez de la Vega y yo mismo, que no tenemos fijado acomodo, dado lo corto de la travesía. El General ordena que dejen también nuestros equipajes en su cámara, y en ella nos sentamos a conversar, desechando otros lugares teóricamente más amplios, pero que van a ser inmediatamente ocupados con el embarque de las tropas. En lo que a mí respecta, el General me agradece la disponibilidad en ofrecerme voluntario para esta comisión, reiterándome que fui recomendado a él por mi compañero de armas, ahora Diputado, Don Arsenio Martínez-Campos, quien ponderó al General mi buena preparación, la experiencia en asuntos marroquíes y la circunstancia de no militar “en organizaciones que pudiesen perjudicar mi independencia de criterio”[9]. Agradezco los elogios, sin duda excesivos, y me pongo total y fielmente a sus órdenes, que me dice son las de examinar los tristes sucesos producidos a la luz de la táctica militar, dejando los temas de responsabilidades para quienes, como el Auditor y él mismo, son más duchos en esas cuestiones, por formación o por experiencia. Interviene Martínez de la Vega, para transmitir al General mi sorpresa por la ausencia de otros oficiales que cooperasen en la investigación. Picasso me confiesa que varios otros colaboradores posibles declinaron su ofrecimiento, por unas u otras razones, pero que “vale más estar solo que mal acompañado”. De todos modos -concluye-, contaremos con la ayuda indispensable, tan pronto lleguemos a Melilla, cuando menos, por parte del personal militar de oficinas. En cuanto al resto, ya se irá viendo, según nuestras necesidades y la superación de la grave situación actual que sufre la Plaza a que nos dirigimos.


     Quiero hacer dos precisiones sobre este párrafo. En primer lugar, en lo relativo a la experiencia del capitán Plaza en asuntos de Marruecos, consta en su expediente personal que el periodo bienal de prácticas correspondiente a los estudios de Estado Mayor[10] lo cursó en el Estado Mayor de Tetuán, por el que fue comisionado a diversas Unidades de la zona occidental del Protectorado -en concreto, en Ceuta y Larache-. Y, en segundo lugar, es claro que la Real Orden de 4 de agosto de 1921 no previó para la investigación del General Picasso otras ayudas que la del Auditor de Brigada, Martínez de la Vega, como Secretario del Expediente, y las oportunas dietas para cubrir gastos, dado que la instrucción del asunto había de hacerse en Melilla. De hecho, las fuentes no recogen otras colaboraciones nominales que la frustrada del Coronel Batet y la toma de declaraciones, a cargo del Teniente Coronel Calero, a las que haré referencia más detallada cuando sean aludidos estos jefes en el Diario de mi pariente.


       En Melilla, a 26 de agosto de 1921.

     Cuando me encontraba satisfecho de la marcha de mis indagaciones, he aquí que me ha mandado llamar el Auditor para comunicarme que hay complicaciones con el General en Jefe. “¿Cómo no? Eran de esperar” le he respondido, dejándolo perplejo. Y agregué: “No se podía confiar en que recibiera de buen grado a quienes pueden hundir su carrera con una investigación oficial”. Martínez de la Vega ha sonreído y me ha puesto en antecedentes de la incidencia. Resulta que, a los dos días de llegar aquí, Picasso se dirigió por escrito al General Berenguer para solicitarle el plan general de operaciones que había guiado la actuación del General Silvestre; algo muy lógico, y hasta imprescindible, pero que, pedido por escrito y apenas caídos en este avispero, ha puesto al requerido sumamente nervioso, seguramente víctima de su falsa creencia en que la información oficial no iba a alcanzarlo. Berenguer respondió que no se consideraba autorizado para transmitir tal información, al tratarse de materia reservada, por lo que trasladaba al Ministro de la Guerra la petición de Picasso. La respuesta llegó el día de ayer y, como era de esperar en estas circunstancias bélicas, La Cierva ha dado la razón a Berenguer, con una Real Orden en la que aclara al General Picasso que los acuerdos, planes o disposiciones del Alto Comisario quedan fuera de sus investigaciones, las cuales han de limitarse a los hechos realizados por los jefes, oficiales y tropa, para deducir responsabilidades en los casos en que no se hubieran cumplido las obligaciones militares.


     En efecto, cuanto se recoge en el párrafo anterior está debidamente acreditado ante la Historia. El escrito de Picasso a Berenguer es de fecha 15 de agosto de 1921; la comunicación de Berenguer al Ministro de la Guerra -Don Juan de la Cierva y Peñafiel, desde el 14 anterior-, fue de 20 de agosto de 1921, y la Real Orden aclaratoria para Picasso llevaba fecha de 24 del mismo mes. En principio, la reducción a jefes, oficiales y tropa excluía, no solo a Berenguer, sino a los otros dos generales implicados, Silvestre y Navarro; el primero de ellos había fallecido el 22 de julio de 1921, aunque aún se le daba solo como desaparecido, mientras el segundo había sido hecho prisionero el 9 de agosto, en la toma de Monte Arruit por los rifeños.


     Enterado de las precedentes novedades, pido audiencia a mi General, aunque solo sea para darle ánimos con mis progresos. Me recibe amablemente, pero noto que no pone mucha atención a mis palabras. Le informo de que llevo muy avanzado el esquema de los fallos y errores tácticos que condujeron al Desastre; de tal modo que, a falta de correcciones o matices, creo poder ofrecerle mis conclusiones en no más de una semana. Con segundas intenciones, le hago ver que malamente habría conseguido yo nada, si lo hubiese pedido formalmente y por escrito, tanto por el desorden y barahúnda que dominan en la Plaza, como por la reacción a la defensiva que suele producir una investigación reglamentaria. Compañerismo, buenas palabras, oídos bien despiertos y una actitud comprensiva y humana -le digo- han hecho maravillas, y he podido ver planos y documentos, así como recibir opiniones y juicios, que Vuecencia se asombraría de que obren el poder de capitanes, tenientes y hasta sargentos. El General parece comprender la censura implícita en mis palabras pero recalca que, dado su rango y la necesidad de ser justo, no puede aceptar las limitaciones a su investigación impuestas por el Ministro, por lo que se propone contestarlo, ofreciendo su renuncia, de igual manera que ha hecho Berenguer, si La Cierva consideraba su actuación como Alto Comisario motivo de análisis por Picasso. En ese momento, siendo consciente de la oportunidad que podía perderse para que resplandeciesen la verdad y la justicia, me dirigí con respetuosa firmeza al General y le expuse con toda sinceridad: “Mi General, no irá a decirme que esperaba alcanzar con su investigación a los políticos, sean los de Madrid, sean los de Tetuán. De hecho, la Real Orden dejaba bien claro que las responsabilidades a depurar eran militares. De ser civiles, tendrían que ser examinadas por las Cortes o el Tribunal Supremo de Justicia. Y, si echa de menos a los generales, si excluimos al Alto Comisario, los otros dos están, uno, seguramente muerto, y el otro, cautivo de los moros. Así que…” El General se ha quedado pensando durante unos momentos y, luego, me ha contestado: “Capitán, agradezco sus observaciones, que entiendo dirigidas a animarme y que prosiga con mi labor. Pero nada me apartará de defender mi prestigio y honor, en este caso, como en los demás avatares de mi ya larga vida. Presentaré mi dimisión al Ministro y, si la acepta o no me da una moderada satisfacción, dejaré plantada esta comisión, que con tan mal pie ha comenzado…, aunque -como usted apunta- ya era de prever”. En fin, espero que mis palabras le muevan a cierta reflexión y suavice sus ímpetus de marcharse.  


     Naturalmente, no estoy en condiciones de afirmar que mi pariente tuviera la inteligencia y valor, como para apostrofar de ese modo a todo un general, si bien está claro -como veremos- que Picasso no estuvo muy firme a la hora de enfrentarse con el Ministro y mantener a ultranza su renuncia al encargo. En cambio, es totalmente cierto lo referente a que en ningún momento pudo ni soñar el General con que su Expediente alcanzara a los políticos no militares; como también lo es que el general Silvestre había fallecido[11] y que, por aquel entonces, no era factible profundizar en las responsabilidades del general Navarro[12], quien no sería rescatado de las prisiones de Abd-el-Krim hasta enero de 1923, como veremos.


     En Melilla, a 3 de septiembre de 1921.

     Hoy he dado fin a mi breve documento de conclusiones tácticas fundamentadas, que presentaré en breve al General, el cual he contrastado con lo que el Auditor Martínez de la Vega va instruyendo a las órdenes de Picasso. El citado Auditor me ha puesto al corriente de un hecho curioso: el cruce de comunicaciones entre nuestro General y el Ministro de la Guerra. En efecto, el día 31 de agosto -como ya me había adelantado-, Picasso envió un correo a La Cierva, mostrándole su desacuerdo con la inmunidad de los generales, por entender que se debía investigar sin exceptuar a nadie, incluidas las más altas instancias del Ejército, ya que no se podían concretar las responsabilidades a sucesos incidentales, consecuencia natural y obligada de los errores y desaciertos del mando; y terminaba ofreciendo la posibilidad de que se le relevase de la comisión encargada, para continuar su trabajo como representante militar español ante la Sociedad de Naciones. Pues bien, al día siguiente, primero de septiembre, sin que su carta  hubiese lógicamente llegado a Madrid, recibió Picasso por telegrama una Real Orden, en la que se consentía en que la investigación en curso se extendiera también a los generales, siempre que hubiesen tenido mando y participación directos en la campaña; lo que, leyendo entre líneas, mantenía al Alto Comisario Berenguer como intocable, pero permitía depurar las responsabilidades de los generales Silvestre y Navarro.


     Hasta aquí, la exposición del capitán Plaza se ajusta a los hechos históricos, tanto en el cruce y contenido de misivas, como en el hecho de que Picasso era agregado militar español en la Sociedad de Naciones. También parece cierto que el General reflexionó acerca de su idea prístina de dimitir tajantemente, dando así al Ministro la oportunidad de concluir por su parte el enfrentamiento, en la forma que veremos a continuación.


     En Melilla, a 8 de septiembre de 1921.

     A eso de las diez de la mañana, cuando estaba departiendo con el intermediario marroquí, Señor Dris Ben-Said, recibo el aviso de que acuda urgentemente al despacho del General Picasso. Compruebo que en uno de los bolsillos de la guerrera guardo un documento destinado al General, redactado hace ya un par de días, y comparezco a su presencia. Le noto muy alterado. Tan pronto entro y cierro la puerta, se levanta del sillón y viene hacia mí con un papel en la mano. “Lea, Plaza, lea usted y dígame si esto es una investigación oficial o un pasteleo”. Tomo en mis manos el documento, mientras el General se sienta en un diván y me invita a hacer lo propio en una butaca aneja. Compruebo que se trata de un telegrama del Ministro de la Guerra, en el que -si la memoria no me es infiel- puede leerse "Aunque es mi propósito que se juzguen esos tristes hechos con imparcialidad, serenidad y necesaria extensión, parece llegado el momento de que los datos obtenidos o que se obtengan, se sometan a instrucción judicial, procurando formar tantos procesos como hechos ofrezcan caracteres singulares. Para ello, el Juez instructor deberá dar cuenta el Alto Comisario de cada uno de esos hechos, con su testimonio, y el Alto Comisario, haciendo uso de la jurisdicción que, como General en Jefe le corresponde, designará los jueces que sean necesarios ..." Es suficiente. Levanto la vista, tan irritado como mi General, y le confieso: “Señor, ahora lamento profundamente haber sugerido a Vuecencia, hace unos días, que se tomara con calma y buen ánimo las interferencias de Berenguer. Esta resolución del Ministro, no solo cambia el sentido de la investigación, de informativa a judicial, sino que subordina a Su Excelencia, no al Ministro, sino al Alto Comisario, quien, además, puede quitarle de las manos las partes de la instrucción que más le molesten y entregarlas a cualquier adlátere bien dispuesto”. Picasso sonríe, recobra el telegrama de mis manos y, ante mi estupefacción, parece ahora relajado, cuando unos minutos antes se me mostró -o lo aparentó- presa de un monumental enfado. “Está claro que, cuando tanto me atan, es que no tienen la intención de aceptarme una renuncia: Si fuese de otro modo, no se tomarían tantas cautelas, sino que me echarían, sin más. Así que voy a aceptar el reto. Para empezar, voy a seguir recopilando información, sin meterme en berenjenales de culpables o de personas procesables. En consecuencia, pondré buena cara a Berenguer y le daré la impresión de que he entendido el mensaje de Madrid y voy, sin más, a cubrir el expediente. Le haré ver que nada tiene que temer de mí independencia de criterio. Sobre todo, procuraré impedir que nombre otros instructores, pues eso sí que sería la ruina de mi trabajo. Y, cuando termine este -lo que no será pronto- será el momento de enseñar las cartas de las responsabilidades, hecho por hecho y persona por persona, dejando al margen al Alto Comisario, naturalmente. Para entonces, ya veremos quiénes mandan y si se atreven a bloquear o destruir una investigación que ya me encargaré yo de airear, con la ayuda de los amigos de la justicia y los enemigos de Berenguer y de sus protectores, que son muchos y poderosos, más de lo que algunos se creen. Se lo debo a los diez mil que murieron aquí y a los jóvenes oficiales, como usted, o como mi hijo, que merecen tener un ejemplo en que mirarse, dicho sea sin presunción”. Se le nota emocionado, por lo que opto por no entregarle la minuta que traía preparada, a que antes he aludido.


     Una vez más, los hechos susceptibles de corroborarse por otras fuentes resultan confirmados: Es exacto el vergonzoso contenido del telegrama de La Cierva a Picasso -y también comunicado a Berenguer-, que felizmente no cuajó en el nombramiento efectivo de otros jueces instructores, a reserva del intento realizado cerca del entonces coronel Batet, razonablemente rechazado por este[13]. Es también cierto que Picasso continuó con su instrucción sin mayores inconvenientes por parte de Berenguer, hasta llegar al poco claro episodio de bloqueo en el Estado Mayor de Tetuán, entre enero y septiembre de 1922, que más adelante se detallará. Y es así mismo correcto que el hijo primogénito del General Picasso era entonces un joven oficial del Ejército[14]. Sobre Dris Ben-Said volveremos enseguida. En cuanto al resto, son conversaciones entre mi pariente y su General que, al ser en ausencia de testigos, solo podemos valorar como coherentes con el contexto y verosímiles en su contenido.




Abd-el-Krim


     En Melilla, a 15 de septiembre de 1921.

     Poco a poco, las cosas se van normalizando, tanto en lo relativo a la seguridad de esta Plaza, como en lo referente a la instrucción del expediente. Para la tarea, importante y tediosa a la vez, de tomar declaraciones a implicados y testigos, el General ha logrado que le autoricen a comisionar a oficiales de Estado Mayor. Yo le he dado algunos nombres de compañeros de aquí que me parecen imparciales, si bien he sugerido a Martínez de la Vega que se les facilite una guía con las preguntas que han de hacer ineludiblemente; como también, habiendo recibido la impresión de que se dirigían sugerentemente las respuestas, para conseguir la versión más favorable para los declarantes, se lo he hecho saber a Picasso, a fin de que formulen repreguntas o aclaraciones en los casos más evidentes de favoritismo.


     Todo lo reflejado en este párrafo se ajusta a lo manifestado por los estudiosos del Expediente Picasso. Entre los colaboradores de Estado Mayor a la toma de declaraciones se ha conservado memoria del entonces Teniente Coronel, Calero Ortega[15]. Según las fuentes, se tomó declaración a setenta y nueve implicados o testigos. Entre tanto, Picasso personalmente -las notas manuscritas al margen lo evidencian- estaba dedicado a la difícil labor de determinar el paradero actual de los efectivos militares que habían participado en la ofensiva de Annual y la ulterior retirada, hasta llegar a establecer la cifra total de 13.363 muertos[16] -10.973 españoles y 2.390 indígenas al servicio del Ejército español-. En el Apéndice de este relato me referiré con más detalle a los diversos números de fallecidos, según criterio de quienes a ello se han referido.


     Por mi parte, he seguido las conversaciones con aquellos intermediarios que juzgo más serios y que mejor pueden ayudarme en mi propósito de viajar hasta territorio rebelde; al Señor Ben-Said, ya citado, he añadido al periodista y capitán excedente, Don Antonio Got, quien tiene una información notablemente buena sobre los prisioneros de guerra. Todavía no tengo hechos todos los preparativos, ni falta que hace, en tanto no haya obtenido la venia del General para culminar mis intenciones. De suerte que, por hoy, me limitaré a entregarle el documento de conclusiones debidamente motivadas, a ver si coincide como mis apreciaciones y lo considera, por ahora, suficiente, como para dejarme pasar a otras actividades, también convenientes para dar a la investigación un carácter completo. En esquema, entiendo que el Desastre del Ejército español se debió a las siguientes razones: 1ª. Las líneas militares eran de excesiva extensión -más de cien kilómetros- en relación con las fuerzas disponibles. 2ª. El avance se produjo de forma pública y temeraria, sin tener en cuenta la posibilidad de fuerte resistencia o contraataque del enemigo. 3ª. Las cábilas supuestamente amistosas, situadas a nuestra retaguardia, permanecieron armadas, cuando su fidelidad a España era muy dudosa. 4ª. El territorio intermedio entre Melilla y el frente quedó defendido por unas ciento cuarenta posiciones dispersas, mal abastecidas -incluso de agua y de municiones- y desorganizadas, lo que las hacía difícilmente defendibles frente a un ataque o un breve asedio. 5ª. No se previeron líneas escalonadas de apoyo bien dotadas en retaguardia, para organizar una retirada, si esta era necesaria. 6ª. No quedaron en la base de Melilla tropas suficientes de reserva, ni para proteger la retirada, ni para defender eficazmente la Plaza en el caso de que fuera atacada.


     En efecto, Dris Ben-Said y Antonio Got Insausti fueron personas destacadas en la cooperación y apoyo para la liberación de los presos de guerra españoles. El primero de ellos -como más adelante se dirá- ya había intervenido decisivamente en agosto de 1921 en la liberación de un pequeño grupo de prisioneros, por sufrir heridas graves o por no ser militares; siguió prestando buenos servicios a España durante la guerra del Rif, hasta fallecer en 1923, víctima de una bala rifeña[17]. En cuanto a Got, capitán de Artillería excedente -baja voluntaria- y corresponsal del diario madrileño El Sol a la sazón, se alejó de Marruecos en octubre de 1921, al ser sustituido por otro compañero periodista, llamado Rafael López Rienda[18]. Y, en lo que respecta a la enumeración de las causas del Desastre, basta con cotejarlas con las que recoge el Expediente Picasso, para apreciar la sintonía entre el criterio de mi pariente y el del General, cosa en la que aquel ahondará en la entrada de su Diario, que recojo a continuación.


     En Melilla, a 16 de septiembre de 1921.

     Cuando ayer tarde presenté al General mis conclusiones sobre las causas tácticas y estratégicas del Desastre, se mostró sorprendido, hasta el punto de que hube de disculpar mi rapidez, justificando que las mismas eran provisionales, ya que no tenían otro objetivo que el de recibir su opinión acerca del enfoque y de los principios generales, sin perjuicio de retocarlas o modificarlas según fuera avanzando nuestra investigación. Me despidió hasta hoy, con la promesa de estudiarlas y hacer su crítica. Y, en efecto, así ha sido, con la alegría, por mi parte, de que Picasso ha mostrado una conformidad casi total con mi trabajo, que solo ha puesto en duda en dos cuestiones. Así, en lo tocante a la tercera conclusión, me ha hecho ver que las cábilas rifeñas bajo ningún concepto se prestan a ser desarmadas, ya que su idiosincrasia y experiencia son contrarias a permanecer inermes, tanto ante las cábilas vecinas, como frente a los propios individuos de la misma tribu, siempre proclives a la violencia y la venganza. “Repare, Plaza -me dice-, que las cábilas de aquí jamás aceptarán firmar un tratado de amistad bajo la condición de ser desarmadas, pues siempre entenderán que su desarme ha de ser consecuencia de ser vencidas en la guerra”. “Entonces, mi General, ¿hizo bien Silvestre, dando por buena su sumisión, dejándoles el armamento?” “Ya se ha visto que no -responde-, pero habrá que matizar este punto de las conclusiones. Y -agrega-, en cuanto a la sexta, tiene toda la razón en que Silvestre no dejó en Melilla reservas suficientes para auxiliarle, pero no estoy tan seguro de que la guarnición restante, unida al apoyo fiel y constante de los Beni-Sicar, no pudiera bastarse a sí misma para defender la Plaza. No demos a Berenguer la baza de explicar, por la salvación de Melilla, que no usara de sus muchos refuerzos para socorrer a los mártires de Monte Arruit”.


     Naturalmente, no hubo testigos de la precedente conversación, pero sí resultan ciertas y pertinentes las observaciones atribuidas a Picasso, tanto en lo referente a la imposibilidad real de desarmar a los rifeños, si no era tomándolos como enemigos y venciéndolos en guerra abierta, como en lo relativo a las fuerzas reales con que se contaba para defender Melilla: Se han barajado efectivos españoles entre 1.800 y 3.000 hombres -lo que ya es, de por sí, una disparidad notable-, y no han solido tomarse en consideración los refuerzos indígenas, derivados de la fidelidad constante de la citada cábila, bajo el mando y la influencia de Abd-el-Málek Meheddin[19].


     Aprovechando la oportunidad que me brinda el que la aprobación de mi trabajo lo da prácticamente por concluido, así como también la cooperación que empiezan a prestar otros compañeros del Estado Mayor, me atrevo a apuntar a mi General la idea que me ronda por la cabeza, y cuyos preparativos llevo ya muy avanzados. Le sugiero que, durante unas pocas semanas, me dé licencia para pasar a campo rifeño para completar la investigación entre los compatriotas presos y los jefes enemigos que se presten a darme alguna información relevante sobre los hechos que precedieron a nuestro Desastre. El General me mira sorprendido y me pide que le detalle mi plan, así como los medios de que disponga para llevarlo a cabo. Le expongo que mi plan es doble: De un lado, completar la investigación tomando declaración a los militares más relevantes, presos de los rifeños, en particular, al general Navarro. De otra, cumplir una labor humanitaria, visitando a todos los prisioneros que me permitan y tomando nota de su identidad y necesidades. Y, si Abd-el-Krim o algunos de sus colaboradores se prestan, podría aportar datos sobre las razones y circunstancias de su levantamiento, así como de la forma en que lograron una victoria tan completa sobre los nuestros.

     Aclaro al General Picasso la identidad de las dos personas que más me están ayudando para obtener información y medios con los que tratar de llegar hasta Alhucemas. Se muestra favorable hacia la intermediación del Señor Ben-Said, de quien encarezco su amor por la cultura española, los esfuerzos para volver a los rifeños a la obediencia de España y, sobre todo, su decisiva aportación en la liberación de presos españoles, hace ahora un mes. Igualmente, valora de forma positiva el que el Señor Got, no solo sea un cronista de guerra muy avezado, sino un antiguo capitán del Ejército, destinado en Marruecos entre 1909 y 1917 y condecorado varias veces por méritos en campaña. En resumen, le parece bien mi propósito y se muestra propicio a apoyarlo, debiendo presentarle a la mayor brevedad una lista de necesidades y un presupuesto para la operación. “Entre tanto -añade-, colaborará conmigo en la, por tantos conceptos, penosa tarea de localizar el actual paradero de todos los militares de guarnición en la Zona de Melilla cuando se desataron las hostilidades”.


     Nada hay en estos párrafos que pueda ser aclarado a la luz de la Historia general. Ya he hecho referencia con anterioridad a las figuras históricas de Dris-Ben-Said y de Got Insausti. Sobre el primero de ellos se volverá en algunas otras páginas del Diario del capitán Plaza, como veremos. Y, acerca de la liberación de presos ahora aludida, tuvo lugar el 13 de agosto de 1921, bajo los auspicios de Ben-Said, y alcanzó a diecisiete o dieciocho personas -paisanos y militares gravemente heridos-, episodio ampliamente recogido en la prensa de la época[20].


     En Melilla, a 21 de septiembre de 1921.

     Por fin, al anochecer del día de hoy saldré de Melilla, rumbo a Sidi-Driss, en un falucho de pesca, en compañía de un asistente, el cabo de Infantería Anastasio Romerales Benítez; del escribiente y traductor a la lengua chelja[21], Selim Khallaf, y del propio Dris Ben Said, quien gentilmente será nuestro introductor hasta dejarnos en manos de los emisarios de Abd-el-Krim. Antes de llegar a este momento, he tenido que acordar con el General los términos temporales, económicos y de trabajo de mi viaje, dentro de unos mínimos, supeditados a los avatares que puedan producirse, cuyo afrontamiento quedará de mi cuenta y responsabilidad. Viajaremos con derecho a dietas de veintiocho pesetas diarias, desglosables en quince pesetas para mí, ocho para el intérprete y cinco para mi asistente. Igualmente, percibiré doscientas pesetas por el alquiler de la lancha que nos llevará hasta Sidi-Driss. Dada la prisa que parece haberle entrado al Ministro para que acabe cuando antes la instrucción, el General me ha concedido un máximo quince días para realizar mi gestión, de la que los únicos extremos obligados -de ser posible- son tomar declaración al general Navarro y a los jefes presos, y anotar los nombres de la mayor cantidad de prisioneros de guerra. El contacto y entrevista con los jefes rifeños queda a mi albedrío, porque Picasso no considera oportuno hacer constar su testimonio en la investigación, pues opina que las Autoridades españolas no le darían ningún valor, pudiendo estar mal visto que se haya ido a su terreno para darles un pábulo que no merecen. De todos modos, me ha dado a entender que, si logro de parte de ellos algunas declaraciones alusivas a la campaña, las leerá con interés y en ningún caso caerán “en saco roto”. De forma harto generosa, Picasso redondea la cantidad que me libra, hasta las mil pesetas, que con ayuda de Ben Said habré de convertir en duros de plata, pues resulta impensable que los rifeños acepten billetes de banco españoles.

     También me facilita el General credenciales y pasaportes, con el refrendo del General Berenguer. Me dice que no ha sido de su agrado informar al Alto Comisario de mi marcha a terreno enemigo, pero ha resultado inevitable, por razones económicas y de seguridad. Para justificarlo, le ha indicado que viajo con una intención puramente humanitaria, así como para tratar de confirmar el fallecimiento del General Silvestre. Al saberlo, mostró deseos de conocer “a ese oficial de Estado Mayor tan celoso del cumplimiento del deber”. Mi General le ha prometido que me presentaría a él a mi vuelta, para “darle novedades”. Sonrío para mí y recuerdo la frase que se atribuye a Silvestre, con fundamento: “El Estado Mayor es el estorbo mayor”. Así le fue al pobre.


     Pocos de los hechos e identidades de esta entrada del Diario pueden ser contrastados con los datos históricos. Dentro de la táctica de dificultar la investigación de Picasso, se llega hasta ponerle un disparatado límite de concluirla en tres semanas, al que el General no hará ni caso, ni el Ministerio volverá sobre el tema. La frase de Silvestre relativa al Estado Mayor parece ser exacta. Llama la atención la conversión de los billetes de banco a duros de plata que, al parecer, también fue exigida por Abd-el-Krim cuando el rescate de más de trescientos prisioneros de guerra españoles -entre ellos, el general Navarro-, que importó la cifra de 4.270.000 pesetas, como veremos en el Apéndice de este relato.





General Manuel Fernández-Silvestre





3.      De Melilla a Alhucemas, ida y vuelta (segunda parte)




     A bordo del pesquero Al Dilafin, a 22 de septiembre de 1921.

     Nuestra salida del puerto pesquero de Melilla, prevista para el anochecer del día de ayer hubo de retrasarse casi tres horas, a causa de la demora en presentarse a bordo del organizador del viaje, Señor Ben Said. He tenido que contentar a los tripulantes con dos duros de plata, para que no zarparan para faenar a la hora que en ellos es habitual. Cuando por fin aparece, Ben Said me hace saber que hay cambios de última hora por parte de los rifeños, quienes desisten de esperarnos en Sidi-Driss, sino que lo harán en la misma bahía de Alhucemas. Convencemos a los pescadores para que inviertan toda la noche en ir y venir hasta allí, si bien me reclaman doble precio, que acepto pagar. Por lo demás, no ponen mayores dificultades, pese al mayor riesgo de toparse con algún barco de guerra español, cuando Ben Said les informa de que son órdenes de Abd-el-Krim. “Son de la cábila de Mazuza”, aclara el intermediario: no se atreverán a desobedecer los deseos del Jatabi[22].  Además, os vendrá mejor, pues desembarcaréis muy cerca de la ciudad de Axdir, donde reside el jefe rifeño”. Durante el viaje, Ben-Said me va haciendo toda clase de recomendaciones y consejos. Se muestra satisfecho de que, tanto mi asistente, como yo, vistamos de paisano, no nuestros uniformes militares. “Los ánimos están muy exaltados -explica- y al propio Abd-el-Krim no le gusta recibir en su tierra a españoles o franceses de uniforme. Comoquiera que conoce la razón de mi presencia en Melilla y lo que pretendo hacer en el Rif, me ruega que no me presente como informador para el Ministerio de la Guerra, sino como oficial comisionado para comprobar el estado de los prisioneros, establecer su número e identidad y, luego, trasladar los datos a las autoridades españolas y a las familias de los cautivos, a fin de tranquilizarlos y que vayan preparando el dinero necesario para un posible rescate. “¿Por qué cree usted -me pregunta- que, tras algunos combates, los rifeños mataron a los soldados pero respetaron a los oficiales? Desde luego, fue por entender que aquellos eran pobres, pero estos les valdrían una buena redención”. Insiste en el mismo punto, recordándome que, en principio, cada cábila se quiso quedar con los prisioneros de guerra que había hecho, pero Abd-el-Krim, por ambición y hacer valer su autoridad, ha privado a algunas de su botín humano: por ejemplo a los Beni-Buyahi y los Metalla, con la disculpa de que sus tierras quedan demasiado cerca de Melilla. Me hace seguidamente un retrato físico y moral de algunos de los jefes rifeños, comenzando por el propio Abd-el-Krim, y siguiendo por su hermano pequeño, Mohamed, su cuñado Amekrán y su tío, Abd-Salam. “¿Son todos de la familia?”, pregunto con cierta ironía. “En estas tierras -confiesa- casi nadie confía más que en los miembros de su parentela, y eso no siempre”. Finalmente, me aconseja: “Procure dar esperanzas a todos: a los cautivos, de liberación; a sus guardianes, de rescate. Y, si yo fuese usted, pensaría que lo último que esperan y desean oír sus compañeros presos es que se les ha abierto una encuesta oficial para depurar sus responsabilidades, y que es esa la razón principal de su viaje”. Aunque me desagrada su excesiva intromisión, comprendo que tiene toda la razón, salvo en un punto: No voy a comprometer mi honor dando falsas esperanzas, ni ocultando del todo el motivo de mi viaje. Tendré que nadar entre dos aguas. Por de pronto, me acerco a mis dos auxiliares en la empresa y les advierto seriamente de que no hablen con nadie del tema de la investigación del General Picasso, sino que dejen que sea yo quien informe. “Si no me obedecen absolutamente -los advierto-, les incautaré sus dietas y, a la vuelta, les meteré un buen paquete”.


     A partir de este momento, el relato que de su tarea realizará el capitán Plaza tiene pocos apoyos directos, aunque, en mi opinión, sigue sólidamente anclado en el sentido común y en lo congruente con los datos históricos, en particular lo que hace referencia a los presos y al anhelo constante de sus captores por lograr que pagasen un rescate por su liberación. Solo insistiré en que todos los personajes citados son verídicos, en su identidad y relaciones. También lo es que los rifeños perdonaron la vida de los oficiales reconocidos, mucho más que la de la tropa, con el evidente objetivo de lograr una redención más cuantiosa: así sucedió en Monte Arruit y en Der-Quebdana, entre otros fuertes y blocaos.


     En Alhucemas, a 26 de septiembre de 1921.

     Escribo estas líneas desde un fondak a la vera de la playa de Quemado donde, con el beneplácito y la intervención de los hombres de Abd-el-Krim, hemos tomado dos pequeñas habitaciones en lo alto del edificio, con salida independiente al gran terrado que lo corona. Hemos contratado el hospedaje en régimen de pensión completa, por el precio de dos duros para los tres -mi asistente, el escribiente-intérprete y yo-, que incluye dos comidas diarias, el pienso y acomodo de nuestras caballerías y el lavado de ropa. El fondak está situado a las afueras de la ciudad, a unos siete kilómetros de la de Axdir, capital y residencia de aquel a quien todos empiezan a llamar el Emir. La decisión sobre alojarnos en Alhucemas, no en Axdir, fue por consejo de Ben Said, para poder movernos con mayor libertad y, sobre todo, disfrutar en el tiempo libre de las delicias de la playa y el mar, cuyas olas, además de reconfortarnos, cumplirán por un tiempo la función de liberarnos del acoso y comezón de chinches, pulgas y piojos que, amén de los mosquitos, son el mayor tormento para quienes estamos muy poco acostumbrados a tales parásitos. Los rifeños que nos acogieron nada más llegar en la lancha dejaron muy claro al hostelero y al caíd de la ciudad -según entendió nuestro intérprete- que habremos de ser tratados como huéspedes de Abd-el-Krim, con todo respeto, sin abusos ni excesiva curiosidad. También se encargaron ellos, sin coste por mi parte, de facilitarnos dos mulos y un jumento, para llegar hasta Axdir y circular por la zona con razonable agilidad.

     Al tercer día de estancia aquí, es decir, ayer, 25 de septiembre, recibimos muy de mañana la visita de dos rifeños armados, que son nuestra guardia para acompañarnos hasta Axdir, para parlamentar con sus jefes. Tenemos ya preparados dos grandes cartapacios, con las credenciales, cuadernos y lápices, folios y recado de escribir con pluma, que llevamos con nosotros, vestidos los tres de civil, como lo venimos haciendo desde nuestra llegada.

     En apenas un cuarto de hora llegamos a la pequeña localidad que, por ser la de Abd-el-Krim, este ha constituido en capital del territorio que domina. Somos llevados a una especie de casona o villa, a cuyas puertas conversan o haraganean curiosos diversos grupos de naturales del país, así como algunos hombres armados, varios de los cuales montan guardia ante diversas puertas, con el fusil terciado. Nos conducen al interior de la casa y, tras hacer antesala durante unos diez minutos, somos introducidos en un amplio despacho, en semioscuridad, cuyo mobiliario se reduce a una mesa y varias sillas. Una vez se acostumbran mis ojos al contraste luminoso con el exterior, aprecio que está sentado a la mesa un sujeto todavía joven, tras del que montan guardia dos individuos armados. Me hace ademán de que me aproxime y, luego, de que me siente, en tanto permanecen en pie mis dos acompañantes. Se trata, según queda inmediatamente aclarado, de Mohamed Azerkán, conocido en los medios militares españoles por “Pajarito”, cuñado y hombre de confianza del Emir, al estar casado con una hermana de este, a la que se dice profesa un gran afecto. Tras los saludos y cortesías propias de estas tierras, me indica que no hace falta que le presente mis credenciales pues le consta por Dris Ben-Said que he venido desde España, comisionado por el Ministerio de la Guerra, para tratar del rescate de los prisioneros de guerra españoles. Decido seguirle la corriente, aunque matizando sus palabras, y le digo: 1º. Que, a mi vez, soy emisario de un General de edad avanzada que, por ese motivo, me ha dado el encargo de viajar al Rif, quedándose él en Melilla. 2º. Que, por lo que se me ha indicado, el Ministerio de la Guerra no ha tomado aún la decisión de negociar ningún rescate, sino de conocer, como preliminar, el número e identidad de los cautivos, así como su estado de salud y el trato que estén recibiendo. 3º. Que, para cerciorarme de todo ello, preciso tomar declaración a algunos de los presos más distinguidos o de mayor rango, así como conocer de propia mano sus campamentos o prisiones. Piense usted -le digo- que también sus familias están angustiadas, siguiendo con la lógica preocupación mis gestiones. Finalmente, le hago ver que, por orden de mis superiores, solo tengo una semana, a partir de ahora, para realizar mi comisión pues, concluida esta o no, habré de estar de regreso en Melilla el 5 de octubre próximo. Azerkán se da por enterado y me despide hasta dentro de dos días. Al marchar le pido que cumplimente en mi nombre al Emir, aunque sería mi deseo poderlo hacer personalmente antes de partir del Rif. Sonríe enigmáticamente.


     Para corroborar algunas de las afirmaciones de mi pariente, pocas fuentes más propias y atractivas, que la larga y excelente entrevista que a los hermanos Krim, Abd-el y Mohamed, realizó el periodista español Luis de Oteyza, para el diario madrileño La Libertad, el 2 de agosto de 1922[23]. El capitán Plaza hubo de tratar directamente con Azerkán, habida cuenta de que no se trataba de una visita de cortesía, como podría calificar la de Oteyza, sino para tratar -aparentemente- de la cuestión del rescate de los prisioneros, para lo que el apodado Pajarito tenía una competencia más directa a la sazón. El tratamiento de Emir le fue concedido a Abd-el-Krim en una reunión oficial de notables de las tribus del Rif, celebrada el 18 de septiembre de 1921; por tanto, unos días antes de la llegada a Alhucemas del capitán Plaza[24].


     En Alhucemas, a 30 de septiembre de 1921.

     Empiezo a creer en que podré cumplir dignamente mi cometido dentro del tiempo que me fue asignado por el General, o poco más. En efecto, los tres últimos días han sido de constante actividad, incluso viajera, que voy a resumir en estas páginas, dejando el detalle, lógicamente, para que sea conocido en primicia por Picasso e incorporado, si lo estima oportuno, a la investigación que está llevando a cabo.

     Por seguir un orden expositivo, comenzaré diciendo que nos han dejado visitar dos campamentos de prisioneros, dentro del territorio de la cábila de Beni-Urriaguel: uno, en las afueras de Axdir y otro en la aldea de Ait-Kamara, a unos veinte kilómetros de Alhucemas. Uno y otro parecen pensados para alojar a los individuos de tropa y los paisanos que fueron hechos prisioneros en Nador y Zeluán. Los alojamientos consisten en barracones y tiendas de campaña, donde la relativa benignidad del clima en las cercanías del mar y la estación en que nos encontramos permiten superar las inclemencias del tiempo. Los presos están hacinados, lo que hace temer contagios de las enfermedades propias de esta zona, como el paludismo y el tifus, por no hablar del insoportable asedio de los insectos, agravado por la ausencia de medios de higiene. La asistencia sanitaria y las medicinas brillan por su ausencia, a salvo la benemérita colaboración de algunos presos con conocimientos de practicantes. Los cautivos están siendo dedicados a la realización de trabajos, sin perdonar a los pocos oficiales y a los sargentos que no han sido apartados de los soldados. Dichos trabajos consisten, sobre todo, en la extracción y movimiento de piedras para carreteras o casas. En Axdir está empezando a construirse un gran depósito de agua. La alimentación es parca, consistente en una comida diaria, a base de garbanzos, pan de cebada, café aguado y algo de carne, gracias al suplemento de ratas o perros que los cautivos procuran cazar o mercadear. El descanso se reduce a las horas nocturnas. El trato de los guardianes es severo, estando advertidos los presos de que el intento de evasión podrá ser castigado con la muerte. Están empezando a llegar algunos paquetes de caridad, con víveres, que me dicen los destinatarios les son sustraídos por los carceleros, quienes se los devuelven, o tienen condescendencias con ellos, siempre que los compensen con dinero. Heridas y enfermedades anteriores, o los malos tratos y penalidades actuales, o ambas cosas a la vez, han producido ya la muerte en el cautiverio de algunos de nuestros compatriotas, en número que no me han sabido concretar; difuntos que han sido enterrados en un cementerio cristiano en la localidad de Tamasint, el cual no he podido visitar, por hallarse a unos treinta y cinco kilómetros de Alhucemas.

     La mayoría de los oficiales, más por seguridad que por respeto, han sido alojados en dos casas de Axdir, al parecer, pertenecientes a la familia de Abd-el-Krim, y muy próximas la una de la otra. He contado a un total de cincuenta y tres jefes y oficiales, de los que treinta y seis residen en una casa y diecisiete en otra. Son casas destartaladas y húmedas, en las que los presos ocupan habitaciones comunes de tamaño muy inferior a lo necesario, cuyo único mobiliario, por así decir, son las colchonetas que les sirven de yacija; un verdadero lujo, si se tiene en cuenta que el resto de los prisioneros han de dormir sobre el suelo, por lo que optan por hacerlo sentados, o recostados unos sobre otros. Los militares de mayor categoría, a saber, el general Navarro y el coronel Araujo, jefe del Regimiento de Infantería “Melilla”, número 59, están alojados en una pequeña habitación de una de las dos casas antes citadas. Me dicen que la deferencia, en el caso del Coronel, parece ser debida a su apariencia de viejo, por tener completamente encanecido el cabello y la barba, aunque, en realidad, es más joven que Navarro. Todos los oficiales reciben una sola comida al día, además del café de la mañana. Dicha comida es servida entre once y doce de la mañana. Como todo ejercicio, salen al patio de sus respectivas casas, donde los dejan pasear o sentarse en el suelo unas cinco horas diarias.

     Como una deferencia muy especial, hemos sido autorizados -y acompañados- a visitar el otro campamento importante de prisioneros, sito en la trágicamente famosa posición de Annual, en territorio de la cábila de los Beni-Ulichek. Entiendo que este emplazamiento es consecuencia de lo que me informó Ben-Said, a saber, que las cábilas procuran mantener su propiedad sobre los cautivos, para gozar en su día del rescate que consigan. Aquí, entre los restos de lo que fue el malhadado campamento militar, se han montado unas tiendas de campaña, en que conviven hombres, mujeres y niños; aquellas y estos, secuestrados en la toma de las ciudades próximas a Melilla. Me dicen que algunas de las mujeres más jóvenes y atractivas han sido tomadas como concubinas por jefes de la cábila, en tanto otras han sido forzadas por los guardianes. Me espeluzna pensar en lo que puede ser el invierno en estos parajes, batidos por el viento, la lluvia y el frío, semejante al de nuestra Castilla, con alturas que rozan los dos mil quinientos metros. Deseo fervientemente que el contraataque que han iniciado nuestras fuerzas no tarde en llegar hasta aquí, obligando, al menos, a que los prisioneros sean trasladados a parajes menos inhóspitos.

     Para continuar con mi relato, he de consignar que no nos ha sido nada fácil recoger la identidad de todos los cautivos, pues ni tiempo nos han dado para tomar nota escrita. Menos mal que me había provisto de unos cuadernos y lápices, gracias a lo cual fuimos tomando al paso nombres y unidades, a veces, en la distancia y a gritos. Eso nos ha sucedido, incluso, en Axdir, a pesar de nuestras protestas de que tal precipitación podría perjudicar a los mismos rifeños, en su deseo de cobrar rescate por todos los presos; pero se ve que no confían en que los soldados rasos y el resto de la tropa tengan familias pudientes, o bien, que piensan pedir una cantidad única por todos los cautivos, con independencia de cuántos sean estos. Mi asistente, que es muy experto en contar deprisa y en grupo, me ha asegurado que, entre los tres campamentos visitados, el número al que ha llegado numerando ha sido de quinientos doce; de modo que si añadimos el de los cincuenta y tres oficiales apartados, haría un total de quinientos sesenta y cinco prisioneros, incluyendo los paisanos, que no creo supongan más de un diez por ciento del conjunto.

     Finalmente, haré una breve alusión a la toma de declaraciones a los presos más significados; breve, por cuanto no me han permitido tomarla más que a cinco de ellos, sin que tampoco yo insistiera en ampliarla, tanto para no dar la apariencia de estar allí como enviado de un juez que les busque responsabilidades, como por la escasa seguridad que me dio Picasso de que tales diligencias puedan tener valor, hallándose los declarantes privados de libertad y en situación tan penosa. En cualquier caso, diré que tomé manifestaciones al General Navarro, al Coronel Araujo, al Teniente Coronel Manuel López Gómez, al Capitán Narciso Sánchez Aparicio y al Sargento Francisco Basallo Becerra. Del contenido de sus declaraciones he de guardar, por ahora, la debida reserva, al tratarse de documentos judiciales que aún no se han hecho llegar al Juez instructor. Solo apuntaré la dolorida queja del General Navarro: “De haber sabido que no llegaría ayuda de Melilla, habría intentado mantenerme en el fuerte de Dar-Dríus, el más sólido y apto para defendernos; pero teníamos la fundada esperanza de recibir refuerzos, por lo cual continuamos hasta Monte Arruit, más próximo a Melilla. Allí aguantamos hasta quedarnos sin agua ni municiones. Resistimos hasta el 9 de agosto, sin que el General Berenguer encontrara fuerzas ni oportunidad de socorrernos. Siempre se distinguió el Alto Comisario por su prudencia… En fin, luego vino la capitulación y la traición de los moros. Verdaderamente, capitán, muchas veces lamento haber quedado con vida”.


     He de admitir que la visita de mi pariente no figura recogida en el que pasa por ser el testimonio más perfecto de la cautividad en Axdir: el del teniente coronel, Eduardo Pérez Ortiz[25], a quien el capitán Plaza, por otra parte, no llegó a tomar declaración. Por lo demás, todo lo que se cuenta para ese 30 de septiembre de 1921 resulta ajustado a los datos de que disponemos, según testigos presenciales[26], como también son correctos los nombres y números que se recogen en la narración. Es de lamentar que la visita de Plaza a los presos pudiera redundar en un endurecimiento de sus condiciones de vida, al constatar los rifeños que se dilataba en exceso el cumplimiento de sus deseos, a saber, cobrar rescate a la mayor brevedad posible. Por ejemplo, los oficiales vieron reducido el tiempo de salida al aire libre a solo una hora al día: la empleada en hacer la comida de mediodía. 






General Dámaso Berenguer


     En Alhucemas, a 4 de octubre de 1921.

     Con no pocas dificultades, logré comunicar anteayer con Dris Ben-Said, quien me aseguró no podrá recogerme con el falucho hasta el próximo viernes, día 7, en que, aprovechando la festividad musulmana, no se dedicará a pescar y sacará ventaja de ese día, gracias al dinero que yo daré por el alquiler de la embarcación. Por cierto, con el desembolso de otros treinta duros -como en el viaje de ida- y el pago del hospedaje hasta el próximo viernes, solo me van a quedar treinta y siete pesetas de las que me adelantó el General: lo justo para dar una propina a algunas personas de aquí, que nos han prestado buenos servicios sin reclamar nada a cambio. Si, una vez en Melilla, el General me censura la largueza, la cubriré con el primer sueldo que perciba.

     Finalmente, el Emir, con varias disculpas, no ha tenido a bien recibirme en audiencia, pero si lo ha hecho a mediodía de hoy su hermano Mohamed, a quien los españoles conocemos por Krim el Chico, y a fe que lo es porque, según me ha contado, es trece años menor que su hermano. He compartido el almuerzo con él y con otras tres personas de su séquito con quienes, al no estar presente mi intérprete, no he podido mantener conversación. En cambio, Mohamed habla fluidamente nuestro idioma, por haber permanecido hasta hace pocos años, en centros académicos españoles, incluso de Madrid, en donde cursó varios años de Ingeniería. Casi me alegro de que sea él quien me haya puesto al corriente de ciertas cuestiones que me interesaban, pues tiene fama de ser más sincero y de mejor carácter que Abd-el-Krim. Procuraré resumir con fidelidad los términos de sus respuestas a mis interrogantes, desarrolladas en tres temas principales: causas de su levantamiento; cuestiones militares de su victoria; futuro de los cautivos.

     En cuanto a las causas de la sublevación rifeña, admite que no puede haber paz mientras España ocupe, o lo pretenda, el territorio que los naturales de esta zona consideran como propio y exigen independiente: desde el río Kert al este, hasta Tetuán en el oeste. Arguyo que los españoles no ejercen soberanía, sino Protectorado, y se echa a reír: “El Protectorado, dice, es lo que ustedes llaman un cuento, y el de los franceses, otro tanto. No nos aportan cultura ni riqueza, sino que se llevan las nuestras, sobre todo, las de las minas. Además, el Protectorado es cosa del Sultán, y nosotros no reconocemos la autoridad del Majzén sobre el Rif; si acaso, como jefatura religiosa”. “Nuestro futuro, ya cercano, -prosigue- es tomar asiento en el concierto de las Naciones independientes. Pronto tendremos un Gobierno, como ya tenemos un ejército, no unas harkas sin unidad ni disciplina”. “Cuando seamos libres y estemos en paz -concluye-, recibiremos con todo afecto a los españoles en nuestra tierra, pero a los que vengan a comerciar y a aportar avances técnicos, no a militares, ni a maestros a la europea, ni a sacerdotes”.

     Le pregunto también por las causas concretas que los han llevado a la sublevación, cuando durante varios años habían consentido el régimen de Protectorado. Insiste en que solo en este año de 1921 el general Silvestre trató de invadir el Rif, contra las advertencias que se le hicieron. Por lo demás, recoge vaguedades -abusos, maltratos, excesos…-, pero pocas cosas concretas, como por ejemplo: no se hicieron las escuelas prometidas; los funcionarios civiles y militares nada hacen por aprender su lengua; los oficiales y suboficiales maltratan a sus subordinados indígenas y exigen sobornos a los moros que consideran pudientes; Silvestre ha llevado la guerra a sangre y fuego, matando ganado y quemando cosechas -la primera buena cosecha, tras varios años de hambre-; también ese General ha bombardeado aldeas que consideraba hostiles; se han construido iglesias católicas por doquier, últimamente, en Nador, etcétera. Le hago ver que parece tener una inquina especial hacia Silvestre, pero me asegura que no era mejor ni peor que otros: solo más impulsivo y decidido a ganarse el aplauso fácil del Rey de España. “¿Luego Silvestre ha muerto?”, le pregunto, a lo que contesta: “Por descontado. Murió el mismo día en que cayó Annual y, a lo que creo, murió combatiendo, pero yo no llegué a ver su cadáver”.

     Aprovecho la alusión al fallecido General, y le pido detalles sobre la rebelión y los combates que la siguieron. Me aclara bastantes cosas. Por ejemplo, que la mayor parte de las fuerzas indígenas, incluida la acreditada Policía, desertó y se pasó a los rifeños; por lo que tendré que decirle al General Picasso que no cuente los efectivos moros desaparecidos como muertos, dado que muchos andarán por aquí, con Abd-el-Krim. Mohamed me aclara: Ya sé que los policías no están mal pagados, pero sus jefes son españoles que no conocen su idioma, ni costumbres; les andan sisando en la paga y, a fin de cuentas, los militares no se fían de ellos. “Pero el Coronel Morales…”, inicio la frase para aludir al jefe de la Policía, buen conocedor de Marruecos y querido por todos. “El Coronel Morales -me interrumpe- era un hombre justo y amable, muy querido de mi hermano. Fue una lástima que muriese. Pero esa no es la cuestión: no basta con que un mando sea bueno; tienen que serlo todos, empezando por los jefes de las mías -compañías-“. También me asegura que el levantamiento estaba acordado desde abril con todas las cábilas de la zona, como Temsamán, Beni Said, Beni Ulichek o Targuist, y otras más próximas a Melilla, como los Beni Buyahi. “Pero bastantes de ellas habían recibido subsidios económicos y prometido fidelidad a Silvestre”, arguyo. “Esos tratados no regían, si los españoles trataban de conquistar el Rif -me replica-. En eso no hubo traición, ni mal entendido. Le aseguro que Silvestre recibió toda clase de avisos y advertencias, si rebasaba el río Amekrán”. “¿Me lo puede asegurar?”, insisto. Y él: “Se lo puedo jurar. Y, si quiere, pregunte a Got, a Dris ben-Said o al coronel Civantos, que están al tanto de las negociaciones, finalmente, infructuosas”. Me dice que no contaban con una victoria tan fácil y tan completa, pero que los blocaos fueron cayendo uno tras otro, sin que los militares en fuga pudieran ser contenidos hasta Monte Arruit. Añade: “No tomamos Melilla, en contra de la opinión de muchos, porque mi hermano temía un baño de sangre, que pusiera en contra de su causa a todas las Naciones de Europa. Además, Melilla ha sido española desde hacía siglos: Ya caerá, como fruta madura, si el Rif logra ver reconocida su independencia”.

     Hace tiempo que hemos dado fin a la comida y nos han servido más de una vez café. Le digo que no quiero abusar más de su amabilidad, pero que desearía cruzar unas palabras sobre el tema de los presos de guerra. “Por supuesto, me dice; es un asunto que nos entorpece y apena, tanto a ustedes, como a nosotros. Ya ven cómo enseguida les entregamos a un grupo de prisioneros que, o no eran militares, o estaban gravemente heridos. Pero, para pasar más adelante, es preciso que su Gobierno entre a tratar con nosotros sobre el canje de sus presos por los nuestros, así como del pago de una indemnización por los daños que nos han causado, trayendo la guerra a nuestra tierra”. “¡Ah!, le replico con ironía, ¿no se trata de un rescate, como solía hacerse en otros tiempos con los cautivos?” “No es eso, rectifica. Si fuese rescate, pondríamos un precio a cada preso; pero lo que queremos es que se nos pague una cantidad global justa, por las bajas, los daños y los gastos que nos reporte su alojamiento y alimentación”. “¿Y todo será para ustedes, los Beni-Urriaguel, o tendremos que tratar con otras cábilas?”. “Tendrán que negociar con mi hermano -explica-, no solo porque es el jefe de todas, sino porque ha procurado reunir a todos los presos en nuestra tierra, evitando de paso el maltrato que, a no dudar, los habrían dispensado gentes más vengativas. Ya ve lo que sucedió en Zeluán y Monte-Arruit, sin que mi hermano se enterase hasta que todo hubo pasado”.

     Nos despedimos con maneras amistosas. No sé él, pero yo me voy con la convicción de que a algunos de estos jefes rifeños puede haberles llegado la cáscara de la civilización, a saber, el fingimiento y la hipocresía. Claro que bien pudiera ser que hayan tenido en nosotros unos buenos maestros. 


     Esta entrevista del capitán Plaza con Mohamed, hermano menor de Abd-el-Kim, tiene un notable parecido con la ya citada del periodista Oteyza con Krim el Chico y con el Emir del Rif, en agosto de 1922. Se ve que los jefes rifeños mantenían unas tesis comunes y hablaban con una sola voz. Como es natural, algunas cuestiones estaban menos maduradas en la entrevista de mi pariente, diez meses anterior a la de Oteyza, como se refleja en el tema del rescate de los prisioneros de guerra. Por lo demás, las personas citadas y los acontecimientos sociales y bélicos tienen una precisión que induce a creer en su veracidad. Particular interés pueden tener algunas alusiones, como la de los intereses mineros de España en la zona, personificados en los capitalistas de la sociedad de Minas del Rif[27]; la pretendida extensión de la futura República del Rif, entre el Kert y Tetuán que, en lo que respecta al Protectorado español, supuso realmente la máxima extensión alcanzada por el territorio rifeño en 1924-1925; y la alusión a nuestros ya conocidos mediadores, Got Insausti y Dris Ben-Said, a los que ahora se agrega el coronel Civantos, que llegaría a prestar declaración en el Expediente Picasso[28].


     A bordo del pesquero Al Dilafin, a 7 de octubre de 1921.

    A mediodía de hoy, ha llegado el falucho al puerto de Alhucemas, estando a bordo el Señor Ben-Said. Hasta subir a bordo, hemos sido acompañados y custodiados por una escuadra de rifeños armados. Pagadas todas nuestras deudas y recogidos los equipajes, hemos embarcado sin novedad y ahora vamos rumbo a Melilla. Aprovecho unos momentos de la travesía para redactar estas líneas y repasar los documentos que hacen alusión a nuestra estancia y trabajo en tierras del Rif. En particular, me detengo en las declaraciones de los cinco militares que depusieron procesalmente, así como en las notas en que he recogido mis entrevistas con Amekrán y con Krim el Chico. Honestamente, pienso que el General Picasso no tendrá queja de mi labor y que el resultado de la misma podrá ser útil al propósito de reflejar, en lo posible, la verdad de lo sucedido, así como qué es de esperar suceda a nuestros militares y paisanos prisioneros, si el Gobierno no se apresura a rescatarlos.







4.      El camino de Capitanía General a la droguería




     En Melilla, a 11 de octubre de 1921.

     Hoy no se habla en la Plaza más que de la toma del Monte Gurugú en el día de ayer, con la positiva intervención de los Regulares y de una harka de la cábila amiga de los Beni-Sicar. Poco a poco, Melilla recupera la tranquilidad que da el sentirse segura respecto de un intento de dominación por los rifeños; algo frente a lo que yo me encontraba más aliviado, desde que escuché al hermano de Abd-el-Krim que no tenían el propósito de atacar esta ciudad. Puede ser un buen momento de dar por concluido mi trabajo para la investigación del General Picasso y partir hacia la Península, aprovechando el retorno de alguno de los buques de guerra que siguen trayendo tropas con vistas a un inminente contraataque de nuestras tropas, que lleve a los rifeños de vuelta a sus tierras del otro lado del Kert. De hecho, el General ya ha leído todo el material que le traje de Alhucemas, que ha calificado de “muy interesante, tanto para la información judicial, como para la valoración de la situación política y militar que dio lugar al Desastre, y a la necesidad de atender a los prisioneros de guerra, cuyo listado me parece, junto con la declaración del General Navarro y la confirmación del fallecimiento de Silvestre, lo más importante de su extenso informe”. De todos modos, la heterogeneidad de lo que le he aportado, respecto de cuanto él viene instruyendo en Melilla, no me hace concebir la certeza de que aquello se una a esto. Dicho de otro modo, pienso si mi estancia en Alhucemas no habrá sido en vano; un pensamiento que, sin duda, me desmoraliza. El caso es que, por unas razones u otras, le he planteado al General la oportunidad de mi retorno a la Capitanía General de Zaragoza, de donde salí hace dos meses con destino a una comisión, que creo ya finalizada. El General ha prometido reflexionar sobre esa sugerencia y darme una respuesta muy pronto. “Por mi parte -ha dicho-, aún me queda tarea para varios meses, habida cuenta de la escasísima ayuda que recibo”. “De eso, mi General, no tiene por qué preocuparse -le he asegurado-: en Melilla o en Zaragoza, estoy a su total disposición, si necesita alguna cooperación por mi parte”.


     En efecto, la difícil y relevante toma del Gurugú -máxima altura en las inmediaciones de Melilla- se produjo el 10 de octubre de 1921[29], siendo seguida, cuatro días más tarde, de la recuperación del hinterland de 1909, es decir, del perímetro defensivo en torno a la Plaza. El deseado retroceso de los rifeños hasta la otra orilla del Kert se produciría el 11 de noviembre de 1921. Hasta el 22 de diciembre de dicho año no alcanzaría la ofensiva española el territorio rifeño considerado por Abd-el-Krim como irrenunciable, el cual -como cuando Silvestre- se aprestó a defender a ultranza.


     En Málaga, a 17 de octubre de 1921.

     En el día de hoy, domingo, vuelvo a pisar el muelle de Málaga, el mismo lugar del que partí el 13 de agosto pasado. Esta vez, lo hago solo. El General y el Auditor seguirán en Melilla durante una temporada, y no se me ha autorizado a traer a la Península como asistente al cabo Romerales, que tan buenos servicios me prestó en mi estancia africana. Tampoco tuve que despedirme del General Berenguer, que previamente había mostrado tanto interés en conocerme: No sé si será por estar muy ocupado en las operaciones militares, o molesto con Picasso y, por extensión, con cuantos lo hemos ayudado. Nada más llegar a esta ciudad he buscado alojamiento, lo que no es fácil, por el movimiento de gente que trae hasta aquí el ajetreo de África. Seguidamente, he sacado billete en el tren de Madrid de pasado mañana -no lo había para antes-. Mañana me pondré en contacto telegráfico y telefónico con Capitanía de Zaragoza, para anunciar mi próxima llegada e incorporación al Estado Mayor de allí. También emplearé el día en hacer algunas compras ineludibles y en ordenar los papeles que he traído de Marruecos. Por cierto, mi equipaje viene aligerado de unos cuantos kilos, pues el General Picasso me pidió prestados los libros franceses y españoles sobre guerras coloniales. Se ve que quiere ultimar su Expediente a la mayor brevedad en la propia Melilla, sin perjuicio de los retoques que realice en Madrid.


     De esta entrada del Diario del capitán Plaza -la última sobre su misión africana-, se infiere una coincidencia respecto de lo que sabemos por otras fuentes. El General Picasso dio por concluido el Expediente, con sus primeras notas finales o resumen, el 11 de enero de 1922, hallándose todavía en Melilla, de donde no partiría definitivamente hasta siete jornadas más tarde. Por tanto, tenía razón mi pariente al prever que Picasso no podría contar con las bibliotecas madrileñas, hasta después de terminar su trabajo y entregar la primera muestra u original del mismo al Alto Comisario, Berenguer. Esta versión o copia para el Alto Comisario salió con destino Tetuán, donde radicaba la Auditoria General. El estudio e informe del Expediente por dicho Auditor llevó los meses de marzo y abril de 1922. Luego, por evidente egoísmo y malicia de Berenguer, el gran acervo documental de unos 2.500 folios permaneció parado y mal guardado en las oficinas de Estado Mayor de la Alta Comisaría[30], hasta septiembre de 1922, momento en que, dimitido Berenguer por obra y gracia de la versión madrileña del Expediente Picasso, el nuevo Alto Comisario, General Burguete, dio su visto bueno para que la copia tetuaní saliera hacia el Consejo Supremo de Guerra y Marina, en Madrid, en vista del posible contenido delictivo que se derivaba de la investigación de muchos hechos investigados[31].





General D. Felipe Navarro


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     A partir de este punto, el Diario del capitán Plaza cambia por completo de registro, para hacerse eco, exclusivamente, de aquellas noticias que él entiende ligadas al Expediente que colaboró a instruir, seguidas del comentario que le merecen. Observarán los lectores que, dentro de su orden cronológico, parecen integrar un crescendo de emociones de desengaño e indignación, que lo acabará llevando a su abandono del Ejército, aunque no de la forma enfrentada -y poco lógica- que mi tía abuela Rosa reflejaba con aquella expresión suya de le soltó cuatro frescas al Dictador, Primo de Rivera, y se marchó dando un portazo. De que se marchó, no hay duda, como verán por el texto, y por lo que recoge su expediente personal en los archivos militares. Si fue eso lo que dio al traste con su noviazgo de toda la vida, o no, es algo que todavía hoy no estoy en condiciones de discutir.

     Así pues, voy a continuar con la transcripción del famoso Copiador de Cartas, siguiendo el mismo sistema que hasta ahora, es decir, alternando el texto histórico, en letra cursiva, con mis comentarios, que pretenden poner de manifiesto su grado de coherencia con el devenir histórico. Voy a ello.


***


     En Zaragoza, a 22 de octubre de 1921.

     Apenas llegado a esta ciudad y reincorporado a mis rutinarias tareas en Capitanía General, me desayuno con las extensas referencias que los diarios de Madrid, como también El Heraldo[32] de aquí, hacen a la intervención de ayer, en el Congreso de los Diputados, de mi antiguo compañero de armas, Arsenio Martínez-Campos, un verdadero J’accuse a la española y en las Cortes[33]. No me extraña nada de lo que dice, ni siquiera algunas imprecisiones numéricas, fruto de la vehemencia y la improvisación parlamentarias. Lo que me llama la atención es que, a estas alturas, con la investigación de Picasso todavía a medias, pueda tener un diputado tal conocimiento de lo que ha pasado en Marruecos. Es posible que, como persona de la nobleza y militar de rancia estirpe, tenga fuentes de información propias. Otros jabalíes, como el socialista Indalecio Prieto, se dice que han visitado el Protectorado, para informarse de primera mano sobre lo acaecido. Pero yo me pregunto: Si los políticos que quieren estar informados han adquirido tal cúmulo de conocimientos, ¿qué sentido y qué papel está reservado a la denodada investigación de mi General? No se me ocurre otra respuesta que esta: Si sabe maniobrar con astucia y superar todos los obstáculos, podrá hacerla estallar en las narices de sus compañeros del Consejo Supremo de Guerra y Marina; y luego, ¡a ver quién es el guapo que puede parar tan explosivos efectos!


     En efecto, Martínez-Campos y Prieto cuentan entre los diputados mejor informados y más incisivos en el tema de las responsabilidades por el Desastre de Marruecos; cada uno a su estilo y con sus propios objetivos. Martínez-Campos era particularmente severo con sus compañeros de la milicia, en tanto que Prieto era más duro con el Rey y los políticos en el poder.


     En Zaragoza, a 24 de noviembre de 1921.

     Como culminación del viaje en olor de multitudes que el ahora héroe triunfador viene haciendo desde Melilla hasta Madrid, el General Berenguer llegó en la tarde del pasado día 21 a la Estación de Atocha de Madrid, y fue recibido en el andén por Su Majestad y el Gobierno en pleno, con el rígido Maura a la cabeza. Dicen que es la primera vez durante su reinado que Alfonso XIII dispensa tal honor a un militar español. También he oído que, ni Maura, ni sus Ministros, querían estar presentes en la estación pero que, en vista de la decisión del Monarca, no tuvieron más remedio que secundarlo. A mayores, se rumorea que viene una oleada de recompensas y condecoraciones para los gloriosos mílites que, a las órdenes del Alto Comisario, han salvado Melilla para España y llevan camino de recuperar el Rif para los capitalistas. Sinceramente, cuando me sumerjo en la plétora de documentos de trámite y rutina que llueven sobre mi mesa, pierdo por un rato la noción del deshonor y la vergüenza que me invaden ante esas fechorías. Luego, trato de convencerme de que el Ejército es de la Patria y para ella; pero, ¿quiénes son sus jefes?; ¿para qué servimos?; ¿qué clase de hierba adormidera cubre ya las diez mil tumbas de hace unos meses? No sé si, honradamente, podré continuar mucho tiempo vestido de uniforme. Claro, ya sé que en todas partes cuecen habas, pero las que cocina el Ejército -con los ingredientes que le facilitan- pueden dar o quitar la libertad y la vida a los ciudadanos. ¡Cuánto mejor me encontraría viendo venir los días e ir las ollas, de no haber vivido junto al General la experiencia de Annual y las cárceles de Alhucemas! 


     Nada que agregar, no siendo la veracidad del glorioso recibimiento del General Berenguer y la ulterior lluvia de preseas, cuando las Cortes y el pueblo lo que pedían era responsabilidades y sanciones. Verdaderamente, algunos hombres públicos llevan su imprudencia hasta el pecado más grave -según Unamuno- en un Monarca: el desprecio de su pueblo[34].


     En Zaragoza, a 20 de enero de 1922.

     Recibo una carta que el Auditor, Martínez de la Vega, me dirige, en nombre del General Picasso y suyo propio, para hacerme partícipe de la satisfacción de que ambos ya se encuentren en Madrid, con la investigación concluida. El Auditor me da detalles innecesarios, acerca de la división del documento en piezas, algo inevitable -me asegura- dado que alcanza los 2.418 folios, más dos accesorios, comprensivos de otros 285. Se pierde en circunloquios para no tener que reconocer lo que yo leo entre líneas, a saber, que el relato de mi visita a Alhucemas ha quedado fuera del expediente. Me asegura que las aportaciones que hice a los temas de táctica y a las razones del Desastre han sido casi enteramente asumidas por el General, a quien también han servido de mucho mi listado de presos de los rifeños y las alusiones a la masiva deserción de los policías indígenas. En cambio, no ha podido todavía recoger como cierta la muerte del General Silvestre, pues habrá que esperar a nuevas pruebas, o a la declaración de fallecimiento. Destaca cómo el General reconoce paladinamente la existencia de responsabilidades presuntamente penales, que concreta en numerosos militares, entre los que se cuentan los generales Silvestre y Navarro. Añade: “Respecto del General Berenguer, ya está usted al corriente de lo que pasa”. ¡Y tanto! La misiva la firma Martínez de la Vega, pero advierto un post scriptum con la inconfundible grafía del General; reza así: Con el reconocimiento y aprecio de su afmo., Picasso”.  Bien, ahora, a esperar. No me dicen que el documento haya sido todavía entregado a nadie. Quizá el General quiera retocarlo, o dejar pasar un tiempo para que no caiga en saco roto porque la verdad es que, con este Gobierno…


     Los datos objetivos sobre el Expediente Picasso son correctos. Finalmente, los inculpados en él por el General fueron treinta y siete. En cuanto a la demora voluntaria de Picasso en hacer llegar la documentación al Ministerio de la Guerra, también parece que mi pariente estaba en lo cierto: El 8 de marzo de 1922 caía el Gobierno Maura, con su Ministro de la Guerra, la Cierva. Eran reemplazados, respectivamente, por los mucho más flexibles y abiertos a la indagación de responsabilidades, García Prieto -precisamente, Marqués de Alhucemas- y José Olágüez. En abril de 1922, Picasso hacía llegar su Expediente al Gobierno y, a partir de ese momento, la investigación tomará inmediatamente el camino del Consejo Supremo de Guerra y Marina, para la instrucción de causa criminal, y el de las Cortes -en julio de 1922-, donde la obra de Picasso se convertirá en la boca de la verdad y la munición contra el Rey, los políticos y los militares de toda laya.     


     En Zaragoza, a 6 de mayo de 1922.

     Mi gran satisfacción por la conclusión y entrega al Ministro de la Guerra del Expediente, así como por las severas conclusiones que el General ha hecho sobre las cosas y responsabilidades por el Desastre, se han visto empañadas por la noticia que han aireado, tanto en las Cortes, como en la prensa, los turiferarios del General Berenguer. Nada menos que han puesto en boca del General Picasso una alabanza directa a su compañero y, de paso, una desautorización de quienes, desde la tribuna parlamentaria, están discutiendo con razón la oportunidad del ascenso de Berenguer al grado de Teniente General. Me refiero a una supuesta carta que Picasso dirigió a Berenguer el mismo día en que concluyó su Expediente, en la que -según entrecomillado de ciertos diarios- le transmitió el “deseo vehemente de su bien merecido ascenso”. Salvo que se tratara de una mentira, o de una inoportuna y equívoca ironía, el contenido de la citada misiva me pareció indigno, no ya de la honrada persona de Picasso, sino de un juez militar que acaba de levantar contra Berenguer un formidable alegato de ineficacia ante Silvestre y de abandono de los sitiados en Monte Arruit. Ni corto ni perezoso, me atreví a enviar al despacho oficial del General Picasso una carta, rogándole tuviera a bien confirmarme o desmentirme su supuesta loa a Berenguer, en la seguridad -añadía- de que solo el desmentido podría mantener mi actual convencimiento de que “Vuecencia es una persona honesta, de gran rectitud, que ha demostrado una enorme lealtad al Ejército, al no admitir ningún tipo de presión política”. Pues bien, en el día de hoy he recibido devuelta, pero abierta, mi carta, con una nota en que puede leerse: “Devuélvase al remitente, advirtiéndole de que, por esta única vez, no se toman medidas disciplinarias, en atención a sus servicios pasados y a la recta intención que lo anima”. Y la firma, de orden de Su Excelencia, un Comandante Auditor.

     Como es natural, tomo este desabrido retorno de la misiva, como un reconocimiento implícito de que la prensa a favor de Berenguer ha dicho la verdad. Sinceramente, no puedo explicarme el comportamiento de Picasso, como no sea una muestra de humor sin gracia, o de chocheo sensiblero. Pero, en cualquier caso, es un golpe muy duro para mi fe en las personas, ahora que ya no fío en absoluto en las instituciones. 


     La precedente entrada del Diario se detiene en un hecho tan extraño como llamativo, que dice muy poco en favor del General Picasso, aunque difícilmente pueda tomarse, en su contexto, sino como una acerada ironía que, como tantas veces sucede, fue tomada al pie de la letra -por interés o por candidez- por muchos. Sin embargo, la Historia corrobora la existencia de la carta que indignó al capitán Plaza[35] y continúa indicando que, por entonces, las Cortes dejaron en suspenso el ascenso de Berenguer, que hubo de esperar dos años a consolidarse, como veremos más adelante.






Alfonso XIII y el General Miguel Primo de Rivera (de elmundo.es)


     En Valladolid, a 8 de noviembre de 1922.

     Dicen que la Justicia llega tarde, pero llega. Poquito a poquito, se va cerrando el dogal alrededor del cuello del heroico General Berenguer. Primero fue, en junio del presente año, el tremendo sofión de la Fiscalía del Consejo Supremo de Guerra y Marina, al multiplicar por dos el número de militares inculpados, respecto del que el General Picasso había sugerido en su informe. Y, entre ellos, superando al fin la distinción entre General de División y Alto Comisario -dos naturalezas en una misma persona-, se incluyó a Berenguer quien, según le convenía, se presentaba alternativamente como Comandante supremo del Ejército de África o máximo representante de nuestro Gobierno en el Protectorado marroquí. Luego, vino la apertura de causa criminal contra él y los otros 76, reteniendo el Consejo Supremo -constituido en Sala de Justicia- la competencia para investigar y enjuiciar a los tres Generales: Berenguer, el finado Silvestre -quien todavía está vivo para la ley- y el cautivo Navarro, que supongo seguirá penando donde yo lo vi hace un año, o en otra cárcel parecida. Seguidamente, el Alto Comisario decidió colocarse un poco más bajo y dimitió, de verdad, de su virreinato tetuaní, y regresó a España para defenderse del proceso abierto contra él, dejando todavía dormir en Marruecos el Expediente Picasso, que tanto daño le ha hecho. A continuación, su sucesor, el General Burguete, se da cuenta de que hay un Expediente de 2.500 folios encima de una mesa y lo remite a Madrid, como si fuera una novedad. Y ahora, el general instructor de la causa, Don Ataúlfo Ayala, entiende que hay méritos para procesar a Berenguer pero, como es Senador, ha resuelto pedir a la Alta Cámara el suplicatorio, como en derecho procede. La pregunta, ahora, es: ¿lo concederá el Senado? Dicen que pocas veces dicha Cámara ha dejado de amparar frente a la ley penal a alguno de los suyos. También se rumorea que el General, con una bravata desmentida por los precedentes, ha manifestado estar dispuesto a solicitar a los senadores que concedan el suplicatorio, para poder defender ante los tribunales su honor y su ejecutoria. Me pregunto cuál será el desenlace de esta comedia. Entre bastidores, me parece vislumbrar la figura del General Picasso, que tanto luchó por engatillar a Berenguer, infructuosamente. Tal vez esté frotándose las manos, o tal vez empiece a pensar que el ascenso de Berenguer a Teniente General no fuera tan bien merecido como llegó a afirmar muy frívolamente. Claro que no todos pensamos que diez mil españoles murieron en Annual y deben responder ante la ley todos los culpables de ello, por muy elevados que estén. En este Regimiento de Farnesio, en que, desde hace tres meses, mando el Segundo Escuadrón, líbreme Dios de decir que colaboré en el Expediente Picasso, o que Berenguer debe rendir cuentas ante la Justicia. Todos los compañeros que hablan, y son muchos, lo hacen para considerar al General una pobre víctima de las culpas ajenas; y los pocos que callamos lo hacemos por falta de opinión o por miedo a la tiranía de los más. Entre estos me cuento. ¡Cada vez me encuentro más incómodo en el ejercicio de mi profesión, quizá ya poco más que la causa del sueldo que percibo todos los meses!


     Consta en su expediente personal militar que el capitán Carlos Plaza López pidió traslado voluntario a destino vacante en el Arma de Caballería, siendo destinado al Regimiento Farnesio, número 5, de guarnición en Valladolid; de modo que tía abuela Rosa se equivocaba en cuanto a la fecha y motivo de su regreso a Valladolid, según me relataba en el capítulo primero. Por lo demás, los hechos recogidos en este extenso párrafo de su Diario se ajustan a la verdad histórica, con independencia de los juicios que vierte el capitán acerca de los mismos. El suplicatorio al Senado, fechado el 6 de noviembre de 1922, para poder procesar y juzgar al general y senador Berenguer, no fue concedido hasta el 28 de junio de 1923. En su virtud, el 2 de julio siguiente, el instructor de la causa, general de división y consejero del Supremo de Guerra y Marina, Don Ataúlfo Ayala López, procesó al General Berenguer, como ya lo había hecho con el General Navarro, el 3 de abril anterior. 


     En Valladolid, a 2 de febrero de 1923.

     Al fin han sido liberados los prisioneros de guerra supervivientes del Desastre. Irán retornando a la Península para encontrarse, en algunos casos, con la desagradable sorpresa de que serán juzgados en consejo de guerra para depurar sus responsabilidades. De no ser estas muy graves, yo me inclinaría por la máxima benevolencia, pues es mucho lo que han debido de sufrir y mucho el tiempo de más que, por el falso pundonor o la incuria de los políticos, han padecido de cautiverio. Los periódicos hablan y no acaban de los malos tratos por los rifeños, de los muchos muertos, de la triste apariencia y estado de salud de los que vuelven. No tengo duda de todo ello porque lo vi con mis propios ojos cuando, a fin de cuentas, apenas llevaban dos meses cautivos. Pero lo que los diarios no dicen ahora, presas de la alegría y el final de la pesadilla, es que, a la postre, se ha concedido a Abd-el-Krim justo lo que venía exigiendo desde hace más de un año, a saber, la liberación y canje de sus guerreros presos por los españoles, y una cantidad de dinero que ya era sabida y fijada, desde bastante antes que entrevistara al Emir el periodista Oteyza, el pasado verano. Los políticos españoles, como dicen los cazadores, han estado mareando la perdiz, por miedo a pasar por débiles y perder votos; todo lo contrario de la realidad, pues había que ser muy lerdo para no percatarse de que la liberación de los cautivos sería recibida por la mayoría de nuestros compatriotas como una bendición. Han tenido hasta que mandar a un capitalista de Minas del Rif, el Señor Olavarrieta, para que dé la cara por ellos y presente la operación como si hubiese salido el rescate de sus arcas, no de las de todos los españoles. En fin, una razón más para asquearme por los comportamientos de aquellos de quienes hemos de esperar -tenemos el derecho a ello- medios y justicia. ¡Aviados estamos!

     Por cierto, me pongo en la piel del General Navarro, el encadenado de Axdir, y pienso lo triste que será llegar a la patria para que lo procesen y juzguen. La verdad, no creo que lo condenen pero, hasta llegar ahí, ¡cuánta zozobra!


     En efecto, la liberación de los prisioneros de guerra -sobre la que volveré en el Apéndice de este relato- se produjo el 23 de enero de 1923. Todas las referencias fácticas del capitán Plaza son así mismo correctas, incluida la alusión al encadenamiento del general Navarro en ciertos momentos de su cautiverio[36]. De la sentencia recaída sobre dicho General trataremos poco más adelante.


     En Valladolid, a 8 de marzo de 1923.

     Algunos de los compañeros del Regimiento, que conocen a camaradas implicados en las causas criminales que se siguen por las responsabilidades del Desastre, comentan en la Sala de Banderas que empiezan a llegar a Marruecos los testimonios pertinentes, a fin de que por el Mando se designe a los jueces y secretarios militares que han de instruir los oportunos sumarios, para celebrar en su día los consejos de guerra. Hasta ahí, todo corriente, aunque tal vez habría sido mejor en muchos casos no dividir el análisis penal de los hechos en decenas de procesos, con el consiguiente riesgo de criterios dispares y de sentencias contradictorias. Lo que rebasa los límites de lo decente es que empiece a extenderse por África y, por referencia, en España el compromiso corporativista de dejar dormir los asuntos, hasta que prescriban o se dicten las medidas de gracia que todos dicen esperar con fundamento. Por supuesto, si algún asunto llega a juicio, se da por seguro que los tribunales van a actuar con la máxima lenidad, salvo cuando los acusados hayan sido traidores -cosa que solo podrá achacarse, en buena lógica, a los militares indígenas-, o actuasen con manifiesta cobardía. El tiempo dará o quitará la razón a los que así piensan pero, en lo que a mí respecta, no tengo la menor duda de que la parsimonia y la lenidad serán el denominador común en los juicios de Marruecos, donde los jueces actuarán libres de la presión que tiene el Consejo Supremo de Guerra y Marina en España, ante el escándalo parlamentario y la relevancia de los procesados. Con profundo desagrado, me atrevo a vaticinar, pues, que en estos días ha aparecido el general Navarro pero han desaparecido casi todos los demás procesados.


     Como suele decirse, parece que a mi pariente ser le volvían los dedos huéspedes, aunque con evidente acierto histórico. Los numerosos consejos de guerra celebrados en Marruecos por causa del Desastre -y los que no llegaron a celebrarse, así mismo abundantes- han sido globalmente considerados un modelo de justicia basada en el deseo de pasar página, no de retribuir conforme a la ley los comportamientos enjuiciados[37]. En fin, la cuestión puede ser matizable, y hasta controvertida, pero se ve que el capitán Plaza tenía acertado criterio y estaba bien informado. 


     En Valladolid, a 1 de octubre de 1923.

     Lo que se daba casi por seguro se convirtió en cierto el pasado 13 de septiembre y, a estas alturas del calendario, está ya plenamente consolidado: El capitán general de Cataluña, Don Miguel Primo de Rivera, se ha convertido en dictador, Jefe del Gobierno español, con el beneplácito, si no la inducción, de Su Majestad, y ha mandado para su casa a los políticos tradicionales, entre otros, a quienes desde el Congreso y el Senado se disponían a determinar y exigir las responsabilidades de nuestros gobernantes por el Desastre. La verdad es que, en dos años, ya habían tenido tiempo suficiente de empezar a hacer otra cosa que fuegos de artificio. En fin, aquí todos opinan -opinamos- que el Rey tenía mucho miedo de ser alcanzado por la ola de indignación cívica y le ha venido muy bien que su culpa no sea investigada. Bien es cierto que el general Primo de Rivera, hasta ahora poco favorable a nuestros compromisos en Marruecos, ha entrado asegurando que ya no es tiempo de hablar de responsabilidades, sino de exigirlas. Yo me conformo con que, una vez haya puesto a salvo al Rey y a sus Gobiernos, al menos deje que el Consejo Supremo y los demás tribunales militares sigan haciendo su trabajo por lo de Annual. Aunque tiene fama de ser demasiado hablador e imprudente, opino que sería excesivo, incluso para él, que la presunta exigencia de responsabilidades consistiera en ordenar sobreseimientos o conceder amnistías. Veremos qué pasa, pues un dictador tiene muchos medios a su alcance para torcer la vara de la justicia, sin llegar a formas tan drásticas como las que acabo de señalar.



     Una vez más, el capitán Plaza expone hechos e ideas coincidentes con la verdad histórica. En lo que toca al proceso contra Berenguer y Navarro -ya estaba Silvestre declarado fallecido-, Primo de Rivera decidió intervenir en la causa nombrando hasta tres Consejeros de Guerra y Marina complacientes con él y, seguramente, con una futura sentencia absolutoria. El Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, teniente general Aguilera, indignado por no ser consultado, alegó enfermedad para alejarse unos meses de la palestra y evidenciar así su desagrado (primeros meses de 1924); pero, cuando pretendió volver a la presidencia del Consejo, teniendo 66 años de edad a la sazón, encontró la oposición del Dictador, que nombró para el cargo al incombustible capitán general Weyler, de 75 primaveras. Mas, si lo que pretendía Primo de Rivera era benignidad, había elegido mal pues, no solo había nombrado a un militar muy severo, sino a un enemigo acérrimo de Berenguer[38]. Así, la causa siguió su curso poco favorable para los dos Generales procesados quienes, el 22 de mayo de 1924, supieron que el Fiscal había presentado escrito de acusación, solicitando para Berenguer la pena de 20 años de reclusión, con la accesoria de pérdida de empleo, y para Navarro, 8 años de prisión y separación del servicio[39]. Ni que decir tiene que las defensas de ambos acusados interesaron su absolución. 


     En Valladolid, a 27 de junio de 1924.

     De buena gana habría pedido unos días de permiso para disfrutarlos en Madrid, asistiendo a las sesiones del juicio de Berenguer y de Navarro, pero me disuadió de ello la probabilidad de toparme con el General Picasso, dado lo violento que me resultaría dicho encuentro. He preferido seguir el consejo de guerra a distancia, a través de los periódicos de Madrid que, la verdad sea dicha, no parecen haberse tomado mucho interés en cubrir la información. Parece que la sala de vistas estuvo no muy concurrida, con un público prácticamente limitado a los periodistas y a personas allegadas a los dos acusados, por familia o por compañerismo. Ciertamente no resulta muy grato seguir un juicio cuya mayor parte se reduce a leer o resumir lo que ya ha sido practicado en el sumario. Baste decir que, por las referencias de prensa que tengo, no prestaron declaración los acusados, ni siquiera se dignaron comparecer ante el tribunal, debido a esa viciosa práctica autorizada en España, de que los militares de renombre excusen su asistencia, para evitar el bochorno o deshonor que les supone verse ante un tribunal militar. Excuso hacer la crítica de tan absurda valoración. Tampoco declararon muchos testigos: apenas cuatro o cinco, creo haber leído. Así que, después de toda una semana de interminable plenario, llegó el momento esperado de las conclusiones definitivas y los informes del Fiscal y de las defensas. Parece ser que el fiscal militar estuvo tan severo como siempre, en lo que se refiere al general Berenguer, mientras que, entre los defensores, destacó el Jurídico militar y político, Rodríguez de Viguri, cuyo alegato parece haber sido decisivo para el giro más espectacular del juicio, a saber, la retirada de la acusación del general Navarro, para quien el fiscal militar solicitó la absolución, lo que -dicho sea de paso- encuentro razonable y humano. En cambio, mantuvo su tesis precedente para Berenguer, volviendo a pedirle los veinte años de reclusión y la expulsión del Ejército. Pero, al cabo de dos días, o sea, ayer, se ha conocido que el Consejo Supremo condena a dicho General, por negligencia militar, a la pena de separación del servicio y pase a la reserva; y aún esa pena tan liviana ha sido muy mal vista en la mayoría de los ambientes militares, a juzgar por lo que reflejan los diarios y yo he escuchado en mi Regimiento. No sé qué habrá opinado Picasso al respecto. Desde luego, si yo lo hubiese sabido cuando me llamó a Zaragoza pidiendo ayuda, le habría contestado que lo sentía muchísimo, pero que ya tenía preparadas unas vacaciones en los Pirineos, para hacer montañismo.

     Y todavía falta el golpe final, pues el Dictador, hace unos días, dejó bien claro que no consentiría que el General Berenguer pasare un solo día en la cárcel. Queda por ver si tampoco aceptará que el Ejército español se vea privado de tan glorioso espadón. De ser así, tengo en mente que no seguiré poniendo mi sable a las órdenes de Jefes que en tan poco tienen la ley y la ciencia militar.


     Todo cuanto puede leerse en esta página del Diario del capitán Plaza se corresponde con lo realmente acaecido en el juicio de Berenguer y Navarro, incluso la reacción de la mayor parte de la opinión pública -vale decir, de quienes contaban para los medios-, que era favorable a la absolución de ambos generales. En cuanto a lo que se recoge en el párrafo segundo, me remito a la siguiente -y última- página escrita por mi pariente en el Copiador de Cartas, que tanto juego ha dado para construir este relato.


     En Valladolid, a 7 de julio de 1924.

     Anteayer, sábado, publicó la Gaceta el Real Decreto del día anterior, por el que, conforme a lo anunciado, una norma de amnistía e indulto ha dejado en nada la modestísima pena impuesta al General Berenguer por el Consejo Supremo. Y es que -como Primo de Rivera ha reconocido- el muy pronto Teniente General es “tan buen soldado, como exaltado patriota”. Así pues, conforme a lo ya premeditado y redactado, di esta mañana la campanada en el Regimiento, presentando al Coronel Esparza mi instancia dirigida al Ministerio de la Guerra, en solicitud de excedencia del Ejército por tiempo indefinido. Mi coronel, aunque no simpatizamos, tuvo la bondad de mostrarse apenado y me preguntó por los motivos de mi renuncia. Para corresponder a su cortesía, no profundicé en las causas y aludí vagamente a mis “discrepancias” con la forma en que el Alto Mando está llevando las cuestiones militares. El coronel sonrió comprensivamente y me preguntó si lo autorizaba a retener la instancia, para su informe, durante unos días, “por si se arrepiente usted de la decisión tomada”. “La he meditado mucho, mi coronel. Le ruego que informe y remita mi solicitud antes de tomarse las vacaciones”, le he contestado. El coronel ha convenido en ello pero, no obstante, estaré pendiente del correo de salida, hasta tener la confirmación de lo prometido. Ahora, a punto de retirarme a dormir, experimento una tranquilidad de ánimo que quiero tomar como síntoma de haber actuado rectamente, según mi conciencia. Seguramente, cuando se sepa la noticia de mi marcha del Ejército, muchos no la entenderán, ni compartirían mis motivos, de saberlos. Pero bien sé que, en el fondo, yo no me voy, sino que me echan.


     La Historia corrobora cuanto se dice en este párrafo que no afecta a los detalles concretos del abandono por mi pariente del Ejército el cual, a la postre, resultó definitivo. Desde luego, he confirmado la identidad del coronel jefe del Regimiento[40]. Y, en cuanto a la existencia y efectos de la susodicha instancia del capitán Plaza, daré algunos detalles a continuación.


***


     En el historial militar del capitán Carlos Plaza López figura la presentación de una instancia suya, fechada a 5 de julio de 1924, que tuvo entrada en el Ministerio de la Guerra el día 30 del mismo mes, siendo contestada favorablemente por la Autoridad militar el 4 de septiembre de 1924; fecha a partir de la cual se declaraba al solicitante en situación de excedencia indefinida en el Ejército. Una cuartilla adicional -que cerraba el expediente- incluía la oportuna liquidación del tiempo de servicios prestados hasta la fecha, que alcanzaba un total de trece años, dos meses y un día. Supongo que sería un periodo suficiente para devengar pensión: Lástima que mi pariente no tuviera ocasión de cobrarla, al haber fallecido din descendencia y demasiado joven. En cuanto a su viuda, si recuerdan ustedes lo que contaba mi tía abuela Rosa, le siguió a la tumba a los pocos meses. Así finó Carlos Plaza y aquí concluyo yo su pequeña historia. El resto, como se dice en Hamlet, es silencio.








Apéndice: Los cautivos y los muertos




     ¿Cuántas personas murieron en los episodios bélicos de 1921, denominados  Annual, o el Desastre? Voy a repasar algunas de las cifras que circulan por las fuentes, sentando, de entrada, la impresión de que la cifra redonda de diez mil se aproxima bastante a la probable realidad, en particular, si nos referimos al Ejército español y excluimos de ella a las harkas rifeñas.

     Hay diversas razones para explicar el baile de números en lo que se refiere a los efectivos perdidos por el Ejército español. Entre otras, pueden apuntarse las siguientes:

-          El importante desbarajuste preexistente, en lo relativo a las plantillas de militares en la zona de Melilla, como consecuencia de ausencias injustificadas; prestación de servicios en comisión en la Península; multiplicación de los soldados asistentes; deliberada exageración de efectivos para obtener más víveres o retribuciones, etc. Es probable que se hayan exagerado esos indudables excesos, por malevolencia o desinformación, pero la cifra dudosa u oscura era, en cualquier caso, muy notable.

-          La circunstancia de haber dado por muertos a los policías y militares indígenas desaparecidos, que formaban parte de las fuerzas españolas. Lo pusieron de manifiesto los jefes rifeños y es perfectamente creíble: La mayor parte de esos contingentes se pasaron a los rebeldes y, en buena lógica, no se atreverían a volver a Melilla, ante el riesgo de ser reos de abandono de unidad frente al enemigo o, lisa y llanamente, de traición.

-          El retraso y las deficiencias en la forma más usual y tradicional de contar las bajas en acción de guerra, que es la recogida y sepultura ordenada de los cadáveres. En el caso de los españoles, la huida inicial obligó a los rifeños a hacer de informales sepultureros de sus enemigos. Posteriormente, las masacres -sobre todo, la de Monte Arruit-, descubiertas bastantes días después, hicieron que el recuento e identificación de las víctimas se hiciera entre la confusión y el riesgo de epidemia.

-          No veo clara la actitud contable en el caso de localidades conquistadas por el enemigo, en que había población civil española, como es el caso de Zeluán, en donde la confusa masacre probablemente alcanzó también a los paisanos.

-          Finalmente, hay que referirse a la necesidad de descontar a los prisioneros de guerra. El número e identidad de los mismos nunca se supo exactamente, y el hecho de que la mayoría no fueran rescatados hasta año y medio más tarde, acabó por dejarlos al margen de unas estadísticas, cerradas muchos meses atrás.

     En lo que sí coinciden los estudiosos del tema es en que más de la mitad de las bajas mortales españolas lo fueron mediante asesinato de militares que se habían rendido o, incluso, capitulado de manera formal.

     En lo relativo a los rifeños, hay en las fuentes españolas una confusión absoluta. Para empezar, se cuentan sus efectivos combatientes de forma tan ridícula y poco informada, como para jugar con cifras entre los dos a tres mil y los dieciocho mil. El deseo de justificar de algún modo la derrota está detrás de las opiniones españolas más excesivas. Y, a partir de semejante confusión, resulta hasta llamativo que, en lo tocante a bajas mortales, siempre nos movamos alrededor de las mil, una cifra redonda y que pretende denotar la escasa eficacia de nuestro Ejército. Cuando dicho número fue presentado a la consideración de los jefes rifeños, durante las entrevistas periodísticas que se les hicieron a la sazón, lo juzgaron exagerado, aunque no se atrevieron a ofrecer una cifra alternativa menor.   

     Con este preámbulo, paso a recoger diversas cifras de muertos españoles que he ido encontrando en las fuentes utilizadas para pergeñar el precedente relato:

-          Comenzando por la información del Expediente Picasso, se sabe que el General realizó una concienzuda y personal indagación respecto de los fallecidos, llegando a la conclusión de que los muertos del bando patrio fueron 13.363, de los que 10.973 eran españoles y 2.390 indígenas. Fueron cifras obtenidas a partir de las fuerzas oficiales de la guarnición de Melilla. Por las razones antes expuestas, suele entenderse que las bajas fueron realmente menores que las indicadas.

-          El diputado del PSOE, Indalecio Prieto, también hizo sus cálculos sobre los efectivos de la Comandancia de Melilla, antes y después del Desastre. Debió de encontrar dificultades insalvables para conocer los datos exactos, pues en el Parlamento se refirió a una cifra mínima de 8.668 muertos y una máxima de 10.126. Con tan gran diferencia, lógico es pensar que la verdad estuviera entre un extremo y otro. En cualquier caso, son números que no incluyen los muertos indígenas, a diferencia de las listas de Picasso.

-          Francisco Madrid, en su libro sobre el Expediente Picasso, aparecido en 1922[41], señala que el conocimiento que las Cortes tenían del Expediente, a partir de julio de 1921, y los exaltados debates que se siguieron, provocaron filtraciones de los datos de muertos en la prensa, que indignaron a la opinión pública, pues se barajaba la cifra de catorce mil. En efecto, es un redondeo al alza de los datos de Picasso, pero olvidando que casi dos mil quinientos de ellos eran indígenas, cuya muerte no creo afectase mucho a las familias españolas.

-          Manuel Leguineche[42], aludiendo al informe final a las Cortes de la llamada Comisión de los Diecinueve (por el número de los diputados que la formaban), asegura que en él se da la cifra de 13.199 muertos; un número que sin duda incluye también a los caídos de las fuerzas indígenas.

-          Entre los autores modernos que han estudiado este tema de modo monográfico, Caballero Poveda[43] ofrece la cifra menor: 7.875 hombres españoles; mientras que Palma Romero[44] estima en 8.180 los muertos y desaparecidos, número muy próximo al anterior, como se ve.

-          Finalmente, y con todas las cautelas que exige la consulta de la Wikipedia[45], esta enciclopedia, resumiendo y valorando los datos que toma en consideración, sostiene una cifra de entre 9.000 y 9.454 españoles muertos y unos 2.500 indígenas. Así mismo, sostiene que más de la mitad de los efectivos de nuestro Ejército murieron asesinados, tras rendirse o capitular.


***


      Pasando a tratar de los cautivos, o prisioneros de guerra, siguen existiendo algunas diferencias, tanto en el número inicial de los mismos, como en el del grupo mayoritario que fue liberado a fines de enero de 1923, según ha quedado aludido en el capítulo 4 de este relato. Cifras de unos 600 presos, en un primer momento, y de unos 350 rescatados en la fecha indicada, me parecen correctas. Como es natural, la diferencia entre un número y otro significa el número máximo de muertos en cautividad, generalmente por enfermedades y malos tratos, más un pequeño grupo ejecutado por los rifeños, al parecer, por intentos de fuga.

     Las causas principales de las discrepancias numéricas en esta cuestión pueden reducirse a las siguientes:

-          No tener en cuenta los rescates de pequeños números de personas, así como los casos -en verdad, excepcionales- de fugas con éxito. De entre los primeros, el más conocido es el de diecisiete o dieciocho soldados heridos graves y algunos paisanos, aludido en el capítulo 2.

-          Desconocer la cifra inicial de capturados por los rifeños. Como luego veremos, se manejan cifras entre menos de quinientos y unos seiscientos cincuenta.

-          Tomar, o no, en consideración a los civiles o paisanos presos, aunque por parte de sus captores recibieron un trato análogo al de los militares.

-          Admitir, o no, la posibilidad de que quedaran prisioneros de guerra, aún después del rescate de enero de 1923, cosa que algunos señalan.

     En lo referente a los rifeños hechos prisioneros y canjeados por los españoles liberados en enero de 1923, veremos que hay también considerables diferencias numéricas: entre cuarenta y cuatrocientos, nada menos.

     Hechas estas consideraciones generales, descendamos a las fuentes concretas:

-          Los anónimos redactores de la Wikipedia (entrada Desastre de Annual) señalan que fueron hechos prisioneros un total de 492 españoles. De ellos, aparte un reducido número de liberados en los primeros momentos, 326 lo fueron de una vez en enero de 1923, mediante canje y rescate. Se supone que la diferencia corresponde a presos que hallaron la muerte en cautividad, o desaparecieron.

-          Manuel Leguineche redondea cifras dadas por otros autores, indicando que fueron hechos prisioneros unos 600 españoles, de los que fueron liberados alrededor de 400.

-          Remiro de Mata[46], aludiendo, al parecer, solo a los liberados del gran grupo de enero de 1923, señala que fueron 357.

-          Albi de la Cuesta[47] indica que murieron en cautividad unos 150 presos, siendo liberados en el gran rescate un total de 325.

-          Antonio Guerra[48] señala que fueron hechos prisioneros 658 españoles, de los que fallecieron en cautividad 301. El resto fueron liberados, algunos en fecha tan tardía como el año 1926.

-          Marín Arce[49] da, para la gran liberación de enero de 1923, las que me parecen las cifras más de recibo: Fueron 357 los liberados, de los cuales 45 eran jefes y oficiales; 274, suboficiales e individuos de tropa; 38, paisanos. En este último grupo entiendo que está el quid de la disparidad en las cifras del episodio entre los diversos autores.

-          Finalmente, aludiré a Juan Pando[50], que aporta los siguientes números: 534 presos de guerra, de los que murieron 139 -doce de ellos, fusilados por sus guardianes- antes de la liberación.

-          En lo que respecta a los rifeños canjeados en la operación de rescate (por 4.270.000 pesetas en total), Albi -en la obra citada- indica que fueron 400, sin ofrecer más detalles. De forma más precisa, el susodicho autor, Marín Arce, señala que, directamente, fueron cuarenta, a los que hay que incorporar otros 54 de la cábila de Beni-Said que habían sido liberados poco antes, además de uno o dos rifeños ya condenados a muerte en la zona de Tetuán, los cuales fueron indultados de la pena capital.


    






[1] Debo, no obstante, referirme a dos obras muy notables sobre el Desastre de Annual, totalmente distintas en su enfoque del tema: Manuel Leguineche, Annual, 1921. El Desastre de España en el Rif, Alfaguara, Madrid, 1996 (he manejado la tercera edición, del mismo año); Julio Albi de la Cuesta, En torno a Annual, Ministerio de Defensa de España, Madrid, 2014 (he consultado su reimpresión de 2016, felizmente accesible por Internet). Con un enfoque misceláneo y más bien periodístico: José María Campos Martínez, Protectorado de España en Marruecos. Héroes y villanos, edit. Almed, Granada, 2017.
[2] Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, estribillo del poema titulado 1936, perteneciente al libro, Desolación de la quimera (1962), del poeta, Luis Cernuda.
[3]  Blanco y Negro, Revista de actualidad, cuya publicación se inició en 1891, pasando posteriormente a integrarse como suplemento del diario ABC; dejó de publicarse en el año 2000. Lecturas comenzó su andadura en 1917, como revista literaria, y, con numerosos cambios e interrupciones, sigue publicándose actualmente (2020), dentro de la prensa rosa o del corazón; sus mejores años de calidad fueron los de las décadas de 1930 y 1940.
[4] El general Picasso era primo carnal de la madre del genial pintor, Pablo Ruiz Picasso. Por lo tanto, el parentesco entre ellos no era estrictamente el de tío y sobrino, como algunos han escrito.
[5]  Por razón de las fechas, entiendo que el sucesor del farmacéutico, Señor Sanz Pasalodos, sería su colega, Don Pablo Torrego Vaca.
[6]  La capitulación del Ejército español en Monte Arruit, mandado por el General de Brigada, Don Felipe Navarro, desembocó en la traicionera masacre de unos tres mil militares inermes, a manos de combatientes rifeños, al parecer, sin conocimiento de su máximo jefe, el caíd Abd-el-Krim.
[7] Juan Martínez de la Vega y Zegrí (1871-1936), del Cuerpo Jurídico Militar. Siendo Auditor de División destinado en Madrid, fue encarcelado en el verano de 1936 y, el 7 de noviembre de dicho año, tras una saca carcelaria, fue asesinado en Paracuellos de Jarama, así como también su hijo Fernando, Ingeniero de Caminos.
[8] Juan Picasso González (1857-1935) nació en Málaga y falleció en Madrid. Militar del Arma de Caballería y del Cuerpo de Estado Mayor, alcanzó el rango de Teniente General.
[9] Obvia alusión perifrástica a las Juntas Militares de Defensa, entonces tan en el candelero. Sobre las Juntas, véase, por ejemplo, Alberto Bru Sánchez-Fortún, Para repensar las Juntas Militares de 1917, Hispania, 2016, LXXVI, nº 252, págs. 189-215.
[10]  El plan de estudios para ingresar en el Estado Mayor, vigente en aquel tiempo, era el del general López Domínguez, consistente en que los Oficiales, tras superar un examen, ingresaban en la Escuela Superior de Guerra de Madrid, donde cursaban tres años de teoría, seguidos de otros dos años de prácticas en Regimientos. Tras el aprobado final, los Oficiales podían optar, según su voluntad y las plazas vacantes, entre integrarse en el Cuerpo de Estado Mayor, o seguir en el Arma de su procedencia, con la consideración de Diplomados de Estado Mayor. El capitán Plaza optó por la primera posibilidad.
[11]  El general de división, Don Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), al mando de la zona de Melilla y de la ofensiva que finó desastrosamente en Annual, falleció el mismo día de la batalla, 22 de julio de 1921, pero se ignora si fue por suicidio o bajo las balas o el filo de las armas rifeñas.
[12] Don Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-1936) era general de brigada y segundo jefe de las fuerzas españolas cuando la ofensiva de Annual. Hecho prisionero el 9 de agosto de 1921 en la capitulación de Monte Arruit, permaneció prisionero de las fuerzas rifeñas hasta el 27 de enero de 1923, cuando fue liberado, junto a la casi totalidad de presos de guerra españoles, gracias a un acuerdo de rescate dinerario y canje de prisioneros. El General, junto a su hijo Carlos, teniente de Infantería, falleció el 7 de noviembre de 1936, asesinado por milicianos republicanos en Paracuellos de Jarama, tras una saca carcelaria.
[13] Domingo Batet Mestres (1872-1937), entonces Coronel de Caballería. Nombrado juez especial para alguna de las piezas del Expediente Picasso, dimitió (quizá tras alguna breve actuación), por entender que el cargo debía corresponder a un Jurídico Militar. La referencia que a este respecto he encontrado es bastante confusa, pues parece aludir a 1922, en cuyo caso, no sería respecto del ya finalizado Expediente, sino de alguna de las causas criminales derivadas de él. Batet, famoso por su diatriba escrita contra Franco y Millán Astray, fue fusilado en 1937 por los franquistas, siendo general de división, al no haberse sublevado contra el Gobierno, cuando estaba al frente de la Sexta División Orgánica, en Burgos.
[14] Se trata de Néstor Picasso Vicent, nacido en 1887. De él solo he encontrado el dato adicional de que en 1933 había alcanzado el grado de comandante y ejercía labores de Ayudante de Campo de su padre, ya Teniente General.
[15] Vicente Calero Ortega, oficial de Estado Mayor. En 1936, ya coronel, estaba destinado en el Estado Mayor Central, en Madrid y, en principio, parece que no cambió de bando. En febrero de 1938, considerado desafecto al Régimen republicano, fue dado de baja en el Ejército, con pérdida de todos los derechos, incluso pasivos. ¿Es que se habría pasado entonces al enemigo del Gobierno de la República?
[16] Suele darse por sentado hoy en día que las cifras ofrecidas por Picasso no se ajustan a las reales, por exceso. La razón es que el General partió de los efectivos oficiales de la guarnición de Melilla en las fechas inmediatamente anteriores al Desastre, pero no contó con el hecho de que los registros eran a menudo hinchados para cobrar más soldadas y recibir más suministros.
[17] Sobre Dris Ben-Said y su muerte, véase Centro de Historia y Cultura Militar de Melilla, Hecho histórico del mes: “Aquel 21 de junio de 1923”, en “Melilla hoy” (digital), 21 de junio de 2018. Parece ser que Ben-Said tradujo el Quijote al árabe, si bien otros lo consideran una mera leyenda.
[18] Sobre el Señor Got, lo más detallado que conozco es: Juan Díez Sánchez, Artillero, dibujante y cronista de guerra: Antonio Got Insausti, “Akros, Revista de Patrimonio”, nº 10 (2011), págs. 62-66.
[19] Breve nota biográfica en www.lahistoriatrascendida.es: J.A.S., Abdel-Malek Meheddin, pp. 462-463. Falleció el 7 de agosto de 1924, luchando contra los rifeños en pro de España.
[20] Por ejemplo, diario madrileño “La Voz”, número de 15 de agosto de 1921, pág. 1. Consúltense también: Anónimo, Dris Ben Said, Bajo la sombra de Echevarrieta, “El Faro de Melilla”, 30 de mayo de 2010; Miguel Ángel Ferreiro, El niño español que sobrevivió al desastre de Annual, elretohistorico.com, 7 de enero de 2018.
[21] La lengua chelja, amaçiga o rifeña -dividida a su vez en varios dialectos- es un idioma bereber, hablado actualmente en Marruecos por unos dos millones de personas. Era de uso común en las partes oriental y central del Protectorado español en Marruecos. Como introducción, véase Naima Moufra, Datos de gramática contrastiva rifeño-española, e-espacio.uned.es, 1992, págs. 45-74.
[22] Apelativo asumido por la familia de Abd-el-Krim, al parecer, para darse pompa, pues correspondía a uno de los compañeros de Mahoma.
[23] Esta obra maestra ha sido reproducida en numerosas ocasiones. Yo me he servido de la transcripción obrante en la página web islamnews.es, bajo el epígrafe, Historia viva. Aquella entrevista de Luís de Oteyza a Abdelkrim, entrada de 24 de septiembre de 2019.
[24]  En recuerdo de ese día, se acordó que cada 18 de septiembre se celebrase el Día de la Independencia del Riff (con dos efes, según la grafía más usual de los documentos rifeños en nuestro alfabeto).
[25] Eduardo Pérez Ortiz (1865-1954), 18 meses de cautiverio. De Annual a Monte Arruit (Crónica de un testigo), Postal Express, Melilla, 1923 (reeditado por Interfolio Libros en el año 2010).
[26]  Además de las obras generales recogidas en la nota 1, he consultado las siguientes: Antonio Guerra Caballero, artículo aparecido en “El Faro de Ceuta”, 27 de febrero de 2017; Javier Remiro de la Mata, Los prisioneros españoles cautivos de Abd-el-Krim: un legado del desastre de Annual, Anales de Historia Contemporánea, nº 18 (2002), págs. 343-354; Carlos Corvinos Gracia, El sudario de tafetán escarlata, Difundia Ediciones, Madrid, 2017; Luis Carlos Sánchez Bueno, Semblanza de un soldado extremeño en el Desastre de Annual: Vicente Sánchez Marcos, Revista de Estudios Extremeños, 2018, tomo LXXIV, nº III, págs. 1869-1902; Sigifredo Sanz Gutiérrez, Con el General Navarro. En operaciones – En el cautiverio, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1924 (reimpresión, Editorial Almena, Madrid, 2016); diario La Vanguardia de Barcelona, 30 de enero de 1923, pág. 16; Vicente Pedro Colomar Cerrada, El infierno de Axdir. Prisioneros españoles en el Rif, 1921-1923, edit. Cultiva Libros, Sevilla, 2010 (es una historia novelada).
[27] Véase Ginés San Martín Solano, La Compañía Española de Minas del Rif (1907-1984), Aldaba (5), págs.55-74.
[28] Manuel Civantos Buenaño, Coronel de Infantería, Gobernador del Peñón de Alhucemas. Prestó extensa declaración en el Expediente Picasso, pieza 6ª, folios 1656 r. – 1672 r.
[29] Resumen escrito y gráfico, en Miguel Ángel Ferreiro, Operación Monte Gurugú, elretohistorico.com, entrada de 8 de octubre de 2016.
[30]  Sigo el testimonio presencial del escritor y diplomático, Ernesto Giménez Caballero, Notas marruecas de un soldado, edición del autor, Madrid, 1923. (reedición: Planeta, Barcelona, 1983).
[31] No veo otra forma de cuadrar fechas que la que ofrezco en el texto, sobre la base de que hubo dos ejemplares íntegros del Expediente: uno, para el Alto Comisario, que se depositó en Tetuán hasta septiembre de 1922, en que fue remitido con los informes a Madrid; y otro, que el General Picasso llevó a la Capital de España cuando volvió a ella, en enero de 1922, y que fue el que, ultimado por el General en algunos detalles, en abril de 1922 pasó a manos del Ministro de la Guerra y, sucesivamente, a las Cortes y al Consejo Supremo de Guerra y Marina; todo ello, entre abril y julio de 1922. De suerte que, cuando la versión tetuaní llegó a Madrid, todos estaban al cabo de la calle del Expediente o, cuando menos, de las claves del mismo, que pronto serían recogidas en libros o folletos impresos, como el de Francisco Madrid, El Expediente Picasso. Las acusaciones oficiales contra los autores del derrumbamiento de la Comandancia de Melilla y el desastre de Annual. Barcelona, Talleres Costa, 1922.
[32] Obvia alusión al periódico zaragozano El Heraldo de Aragón, fundado en 1895.
[33] De Arsenio Martínez-Campos y de la Viesca (1889-1953) se ha escrito ya en el capítulo 2. A la sazón, era diputado por Ciudad Real y estaba excedente del Ejército, en el que había alcanzado el grado de capitán de Infantería y la titulación de Estado Mayor; posteriormente llegaría a general de división y Segundo Jefe del Estado Mayor. Su diatriba en el Congreso está resumida en Manuel Leguineche, Annual, 1921, citado en nota 1, págs. 135-138. Sobre el famoso artículo periodístico J’accuse de Émile Zola (13 de enero de 1898, en L’Aurore de París), puede verse Marcel Thomas, L’affaire sans Dreyfus, Fayard, Paris, 1971, págs. 444 y sigtes.
[34] Don Miguel aludía en Por tierras de Portugal y de España, al Rey de Portugal, Carlos I, que acabó siendo asesinado en 1908, en la lisboeta Plaza del Comercio. Dicho monarca se había referido a su propio país, en los siguientes términos: Isto é uma piolheira (Esto es un nido de piojos).
[35] Véase José Rodríguez Labandeira, entrada Dámaso Berenguer Fusté, buscador de la Real Academia de la Historia.
[36] Véase manifestación del citado General al diario barcelonés La Vanguardia del día 30 de enero de 1923, pág. 16.
[37]  Véase el resumen que, con referencia a casos concretos y datos numéricos, ofrece Julio Albi de la Cuesta, En torno a Annual, citado en nota 1, págs. 617-633, con la interesante distinción de procesos contra europeos y contra marroquíes.
[38] Véase autor y obra citados en la nota anterior, pág. 491, siguiendo la opinión de Juan de la Cierva.
[39] Y eso que se apreciaban atenuantes: Para Berenguer la de los brillantes servicios prestados al Ejército en otros momentos, incluso en Marruecos, y para Navarro, la de haber mantenido el mando estando herido y la de los sufrimientos experimentados durante el año y medio de cautividad.
[40]  Según la documentación del Regimiento Farnesio, obrante en el Ministerio de Defensa, se trataba de Emilio Esparza Torres, que mandó dicho Regimiento entre 1923 y 1929.
[41] Francisco Madrid, El Expediente Picasso…, citado en la nota 31
[42] Manuel Leguineche, Annual, 1921, citado en nota 1.
[43] Fernando Caballero Poveda, La campaña del 21 en cifras reales, revista Ejército, núms. 522 y 523, Madrid, 1984.
[44] Juan Tomás Palma Romero, Annual, 1921. 80 años del Desastre, edit. Almena, Madrid, 2001, págs. 169-171.
[45] Wikipedia, voz Desastre de Annual, consultada en abril de 2020.
[46] Javier Remiro de Mata, Los prisioneros españoles de Abd-el-Krim: un legado del desastre de Annual, Anales de Historia Contemporánea, nº 18 (2002), págs. 343-354.
[47]  Véase Julio Albi de la Cuesta, El torno a Annual, citado en nota 1, págs. 579-581.
[48] En el diario El Faro de Ceuta, día 27 de febrero de 2017.
[49] José María Marín Arce, El Gobierno de concentración liberal: el rescate de prisioneros en poder de Abd-el-Krim, Revista de la Facultad de Geografía e Historia de la U.N.E.D., págs. 163-181, en particular, págs. 176-177.
[50] Juan Pando, Historia secreta de Annual, edit. Planeta (colección Termas de Hoy), Madrid, 1999.