lunes, 19 de junio de 2023

CARTAS DE GEORGE FELD A ABRAHAM LINCOLN (SEGUNDA PARTE)

 

Cartas de George Feld a Abraham Lincoln  (Segunda parte)

Por Federico Bello Landrove

In memoriam Abraham Lincoln (1807-1865)

 

     Las cartas escritas a Abraham Lincoln por un presunto corresponsal, culto y bien relacionado, nos resumen de manera vívida el problema político de la esclavitud en los Estados Unidos en los últimos tiempos de vigencia de la misma. Esta segunda parte de las cartas alcanza, desde la carrera de Lincoln hacia la presidencia de su nación, hasta la muerte del gran estadista, y en ella -como es lógico- ocupa un lugar muy amplio el tema de la secesión y de la guerra civil norteamericana de 1861-1865[1].

 

(autor de la ilustración: "Chus Calle")

1.      En el camino electoral. Un encargo de mucho compromiso (1860)

 

     Entre abril y noviembre de 1860, se celebraron en Estados Unidos las elecciones primarias de los diversos partidos, a fin de elegir a sus candidatos presidenciales, así como las elecciones estatales para designar a los senadores con mandato caducado y a los representantes de los diversos estados al Congreso federal; para terminar, el 6 de noviembre se celebraron los comicios para la presidencia. Fue, globalmente considerado, un camino complejo y de gran tensión, que hacía presagiar la inminente división del país, con el riesgo consiguiente de una guerra civil. Con todo, la marcha electoral de Lincoln fue homogénea y triunfal, desde su designación como candidato por el partido republicano, hasta su indiscutible triunfo en votos electorales de los compromisarios estatales.

     George Feld fue siguiendo el proceso electoral, tanto desde Washington, como desde su estado natal de Maryland, y ofreció a Lincoln una amplia información, sincera y bien fundada, lo que aumentaría la confianza del futuro presidente en su corresponsal, hasta el punto de encomendarle un relevante encargo político, que cambiaría en lo sucesivo el sentido de su correspondencia, como tendremos ocasión de constatar a partir del siguiente capítulo de esta historia.

     En Baltimore, a 15 de junio de 1860.

     Estimado Mister Lincoln:

     Lamento sobremanera no haberle felicitado nada más conocer su brillante designación como candidato a la presidencia por el partido republicano, que no dudo equivalga a su acceso a la presidencia de la nación en el próximo noviembre[2]. Me creerá, si le digo que estas semanas están siendo para mí -como secretario de Reverdy Johnson- de una tarea agotadora, máxime celebrándose en esta ciudad de Baltimore la convención del partido demócrata, al que finalmente se ha afiliado Mister Johnson. Pero vayamos por partes pues, de otro modo, esta misiva va a resultar un galimatías.

     Comenzaré por confirmarle que Mister Johnson y el senador Pearce han abandonado el viejo barco whig y se han pasado al partido demócrata, que trata de liderar su viejo conocido, el senador Douglas. Claro que hablar a partir de ahora de “partido demócrata” es incorrecto, pues ya sabrá usted que, en abril pasado, en la convención nacional celebrada en Charleston, la mayoría de los delegados de los estados esclavistas rompieron la unidad de la asamblea, que se dividió y separó, sin que hubiera sido capaz de elegir a un único candidato para las elecciones presidenciales. ¡Ya fue un buen disparate que se eligiese la mayor ciudad de Carolina del Sur para celebrar la convención![3]Lo cierto es que, curiosamente, las dos facciones demócratas, ahora separadas, han optado por celebrar sus convenciones en la misma ciudad -esta de Baltimore-, con unos días de diferencia[4]. Y así es como los demócratas, que ahora se llaman moderados o unionistas, entre los que se cuentan Johnson, Pearce y Douglas, abrirán su reunión dentro de tres días -el próximo 18 de junio-, en la que se da por seguro que Stephen Douglas salga elegido, aunque con el tremendo obstáculo de que no será votado en los estados del Sur, que preferirán al candidato salido de la otra convención. Como es natural, no tengo información lo bastante fidedigna como para aventurar el nombre del favorito, aunque no tardaremos en saberlo[5], pues el día 28 tendremos aquí a los delegados demócratas esclavistas, después de que hayan tenido un primer contacto en la capital virginiana de Richmond.

     Si esas son las dolencias que aquejan a los demócratas, mayores aún son las del partido whig, que de día en día pierde a sus mejores políticos. Para las próximas elecciones presidenciales, han optado por agruparse con el declinante partido nativista americano, o de los know nothing-, habiendo celebrado ya su convención -¡también!- en Baltimore, el pasado mes de mayo, en la cual no tuve la oportunidad de estar presente, y en la que eligieron candidato al senador Bell[6], de Tennessee, quien es un gran propietario de esclavos, pero, a la vez, hombre de ideas moderadas y ferviente partidario de la persistencia de la Unión. Según opinan todos, sus posibilidades de ganar los comicios son prácticamente nulas, pero su concurrencia seguramente perjudicará, más que a nadie, al senador Douglas. Vea por qué vaticinaba antes el triunfo de usted en noviembre, al tener detrás un partido unido, firme y cuyo programa -quizá suavizado por la necesidad de no forzar la situación- tiene poca cosa que pueda ofender a las gentes sensatas, si no son del Sur: Una plataforma electoral que se opone al acatamiento de la sentencia del caso Dred Scott; abomina de la doctrina de la soberanía popular, que impide al Congreso y a los nuevos estados rechazar la esclavitud, y de la extensión del esclavismo a tierras donde actualmente no existe. No hay nada en tales puntos programáticos que anuncie la emancipación de los esclavos a corto plazo, ni excuse el pagar a sus dueños las indemnizaciones pertinentes. Con todo, ya sabe que hay estados sureños, como Carolina del Sur y Mississippi, cuyos políticos han amenazado con la inmediata secesión, si usted triunfa en las elecciones del próximo 6 de noviembre.

     Concluyo esta carta con los resultados, bien recientes, de las elecciones al Congreso en este estado de Maryland, en las que los seis representantes elegidos pertenecen al partido demócrata unionista, en tanto el senador victorioso es un republicano del sur, que ha aglutinado en torno suyo una coalición de unionistas. Es un resultado engañoso. Ciertamente, Maryland tiene múltiples razones para apostar por la Unión, pero por sus sentimientos y por la esclavitud, las opiniones estarían muy divididas, si llegase a tener que optar entre el Norte y el Sur en una hipotética guerra civil…

***

     El pronóstico electoral de George Feld se cumplió con creces en los comicios presidenciales celebrados el 6 de noviembre de 1860, al conseguir Lincoln 180 votos electorales, de un total de 303[7]. Pero los resultados tenían matices que amargaban la victoria: Para empezar -y como es una constante en la historia norteamericana-, el triunfo mayoritario en votos electorales no se compadecía con una mayoría de votos emitidos por los electores individuales. Lincoln solo había obtenido un 40% de los sufragios, frente al 30% de Douglas, el 18% de Breckenridge y el 12% de Bell. De por sí, eso no parecía ominoso, si se entiende que solo Breckenridge era tajantemente esclavista y personificaba los ideales un tanto extremistas del Sur. Pero es que -y eso sí era muy significativo y peligroso-, el hasta entonces vicepresidente Breckenridge había ganado en once de los estados sudistas, mientras Bell lo hacía en tres de ellos y Douglas en uno. Es decir, los quince estados esclavistas habían dado la espalda a Lincoln, que solo había obtenido en ellos unos catorce mil votos en total. Si Lincoln triunfaba, era gracias exclusivamente al voto del Norte y del Oeste, o sea, de los dieciocho estados libres, a excepción de Nueva Jersey. Y eso sí que era premonitorio de un rechazo de la presidencia de Lincoln y de la consiguiente secesión del Sur. De hecho, la mayoría de los políticos sudistas -con excepciones tan significativas como la de Jefferson Davis[8]- habían hecho equivaler la elección del republicano a la división de la nación y, en su caso, a la guerra civil. Bastantes, entre ellos, no se recataban de admitir su deseo de que Mister Lincoln no llegara con vida a principios de marzo de 1861, fecha de su toma de posesión.

     En medio de aquellos nubarrones de tormenta, el futuro presidente abrigaba una última esperanza de evitar la guerra civil o, cuando menos, de llegar a ella en las mejores condiciones posibles. Una de sus fortalezas era la firme posición que adoptó a su respecto su hasta entonces mayor rival político, Stephen Douglas, que se puso inmediatamente a disposición de Lincoln para evitar la deserción del partido demócrata moderado o nordista del campo de la preservación de la Unión[9]. La otra esperanza era la de evitar la secesión de los llamados estados fronterizos, es decir, los que, aun siendo esclavistas, limitaban con otros estados fieles a la Unión y en los que la importancia de la esclavitud no cegaba su equilibrio y sentimientos pacíficos, hasta el punto en que lo hacía en los estados del profundo Sur. De hecho, la mayoría de los fronterizos se habían apartado del extremoso Breckenridge y habían concedido su voto mayoritario a otros candidatos -aunque ninguno a Lincoln-: Virginia, Kentucky y Tennessee se habían inclinado por el prudente y fervoroso unionista Bell, en tanto Missouri había concedido sus compromisarios a Douglas. Y otros estados fronterizos habían tenido unos resultados electorales muy reñidos, como había sido el caso de Maryland[10]. En consecuencia, ¿no cabría la posibilidad de salvar a los fronterizos para la Unión, en caso de conflicto armado? Era una apuesta esencial para poder evitar o, al menos, ganar la guerra civil: Lincoln lo sabía. Por eso se puso manos a la obra, aprovechando los cuatro meses que mediaban entre su elección y el inicio de su presidencia. En ello, nadie habría podido ayudarlo mejor que el presidente Buchanan, mas este, demócrata unionista moderado, pero inclinado a concederle casi todo al Sur con tal de evitar la guerra, vivía los últimos meses de su presidencia sin ningún interés por facilitar el trabajo de su sucesor. ¿En quién podría, pues, confiar Lincoln para que lo ayudase de manera completamente sincera y reservada, en la tarea de atraer hacia su bando los estados fronterizos?

     El mirlo blanco fue Douglas, quien tenía la ventaja de ser un político experimentado y con un amplio conocimiento de toda la nación. En sus manos estuvo el denodado esfuerzo por apartar de la secesión a los estados fronterizos aunque, a la postre, los resultados obtenidos fueran bastante magros: la neutralidad de Kentucky[11] y una posición vacilante de Missouri, que acabó por provocar en este estado una guerra civil dentro de otra. El mayor éxito sobrevino en Maryland, estado clave por su posición geográfica y su frontera con el distrito de Columbia[12]. Pero en Maryland, la persona de confianza de Lincoln no fue Douglas, sino nuestro George Feld, que movió los hilos con habilidad para conseguir lo que, tal vez, sin su intervención no se habría conseguido: Que el estado de Maryland permaneciera en todo momento dentro de la Unión. Las cartas que siguen nos darán las claves de su actuación, tan relevante, como poco conocida.

Lincoln visita un campamento militar de la Unión

 

     Washington, a 30 de noviembre de 1860.

     Estimado Señor Presidente electo:

     He recibido con gran sorpresa y profunda emoción su sugerencia de colaborar en la ingente tarea de evitar la secesión anunciada por numerosos estados del Sur: en concreto, suministrándole información y haciendo todo lo posible -directamente o mediante personas influyentes- para que mi estado de Maryland permanezca dentro de la Unión. De su carta, así como de la naturaleza de la misión que se me ofrece, se infiere que el encargo habrá de permanecer secreto, tanto en sí mismo, como en lo que se refiere a la alta personalidad que lo confía…

     Comparto plenamente con usted la opinión de que Maryland tendrá una importancia crucial, por su posición geográfica, si la grave crisis nacional de estos momentos desemboca en una guerra civil; como también estoy de acuerdo en que la situación política de mi estado está tan equilibrada, que un ligero y certero empujón puede desnivelarla en un sentido u otro. Con todo, es obvio que el reciente resultado en las elecciones presidenciales evidencia que usted no goza de una buena consideración entre los ciudadanos de Maryland, de los que solo unos 2.300 votantes entre 93.000 le han concedido su apoyo. Quiere decirse que todo cuanto se haga en pro de mejorar su imagen ante el pueblo será poco: Lo primero de ello, dejar luminosamente en claro cuál es su posición en materia de esclavitud y hasta qué punto esté dispuesto a llegar para evitar la secesión de los estados del Sur. Permítame, Señor Lincoln, confesarle que yo también agradecería verme reasegurado en tales puntos, después de haber escuchado tantas interpretaciones de su criterio y tantos matices de última hora para lograr votos o evitar reacciones separatistas. Después de todo, aunque hombre de firmes convicciones, no es usted persona que desdeñe adaptar o corregir su postura, para acomodarla a lo posible o lo necesario de cada situación. Y la que estamos viviendo es de lo más peligroso y cambiante[13]

     Para resumir, Señor: Antes de darle una contestación positiva y ponerme a su entera disposición, quiero tener su respuesta -para mis conciudadanos y para mí- a estas dos cuestiones: 1ª. ¿Cuáles son las líneas que no está dispuesto a traspasar para evitar una eventual guerra civil? 2ª. Caso de mantenerse Maryland dentro de la Unión, ¿respetará usted la institución de la esclavitud dentro de nuestro estado? Comprenderá usted que, sin conocer su definitiva contestación a esas preguntas, malamente podría yo responder a quienes me las formularan, a fin de decidir sobre su apoyo a una u otra facción política…

***

     Washington, a 21 de diciembre de 1860.

     Estimado Señor Presidente electo:

     Su rápida contestación a mi carta del 30 de noviembre pasado no deja de contener una amable reprimenda a mi poco velada observación acerca de lo difícil que es transmitir a los ciudadanos inexpertos las posturas de los políticos, entre otras cosas, por los inevitables cambios y matizaciones que aquellas experimentan al chocar con la cambiante realidad. Pero lo verdaderamente importante es que ha ofrecido una respuesta clara a mis interrogantes, y es de tal contenido, que me impulsa a aceptar su petición de colaboración y ayuda, a fin de que el estado de Maryland no emprenda en camino de la secesión y, aun siendo esclavista, siga habitando la casa común de la Unión. A partir de ahora, cuando alguien me pregunte por la inexorable política de Mister Lincoln, una vez se haga cargo de la presidencia, habré de responder: Lincoln no aceptará en ningún caso, y cualquiera que sea el precio que la nación haya de pagar, ni que la esclavitud se extienda a ningún estado o territorio de la Unión en que no esté ya reconocida, ni tampoco que ningún estado se separe de aquella, contraviniendo la Constitución y los poderes presidenciales y del Congreso. Pero el futuro presidente no impulsará la acción del Congreso para convertir en libres a los estados que actualmente admiten legalmente la esclavitud[14] y, si llegare a largo plazo[15] el momento de emancipar a los esclavos, ello no se hará sin mediar la pertinente indemnización, como establece la quinta enmienda[16]. Me pongo, pues, a la tarea encomendada, de lo que le iré dando cuenta por carta, hasta el momento en que decida usted venir a esta Capital, donde su presencia me parece más necesaria a cada día que pasa…, pues tal vez ayudaría a robustecer el ánimo y la intención del presidente en funciones. Baste con decirle que, en el discurso sobre el estado de la Unión, dirigido al congreso el pasado día 3, Buchanan sostuvo con firmeza que la secesión era ilegal y nefasta para todos, pero que entendía carecer de poderes para evitarla, caso de que algún estado se decidiese por separarse. ¿Conoce usted una muestra igual de absurdo y de estimulación a hacer lo mismo que se rechaza? La primera consecuencia del dislate ya la tenemos aquí: El telégrafo nos ha traído la noticia esta mañana de que la convención de Carolina del Sur, reunida en su capital, ha acordado por unanimidad separarse de la Unión[17]. Otros estados la seguirán, a no dudar, en los próximos días[18], entre los cuales estoy convencido -y así me lo confirman Reverdy Johnson, Pearce y otros- que no estará Maryland… Inmediatamente, aprovechando las festividades navideñas, me encaminaré a mi estado y entraré en contacto con quienes puedan informarme con precisión de la situación política en que se encuentra en estos días tortuosos, como paso previo a otras gestiones más concretas y efectivas. Le tendré al corriente de todas las labores que vaya realizando…

     No quiero cerrar esta carta sin hacerle llegar lo que quizá sea para usted una primicia, pues se ha concretado de modo sorprendente hace tan solo tres días. El senador Crittenden, de su estado natal de Kentucky[19], ha propuesto para discusión en el Congreso un “compromiso”, a fin de evitar la secesión de los estados del Sur, mediante componendas y cesiones por ambas partes. Naturalmente, la parte del león se la llevarían los sudistas, que obtendrían la garantía de no poderse legislar para abolir la esclavitud en los estados que la tienen reconocida. Más aún: Se resucita el compromiso de Missouri, para que la línea del paralelo 36o30 sea extendida hasta el océano Pacífico; de modo que podrían crearse nuevos estados esclavistas al sur de la misma en los territorios conquistados a Méjico en 1848, hasta alcanzar el mismo número de estados esclavistas que libres. El bueno del senador no ha revelado qué hacer con el estado de California, hoy antiesclavista, que podría verse forzado a dividirse en dos zonas, al norte y al sur del fatídico paralelo. ¿Y en qué transigiría el Sur a cambio de tan favorable acuerdo? Simplemente, en una modificación de la ley de 1850 sobre los esclavos fugitivos, de modo que el gobierno federal abriría la mano con las devoluciones a sus dueños, siempre indemnizándolos por el valor de su propiedad perdida. Me parece evidente que semejante “compromiso” no será aprobado en el Congreso, ni servirá para que otros estados -como ya lo ha hecho Carolina del Sur- dejen de votar su salida de la Unión[20], sin esperar siquiera a que los legisladores federales lo discutan y voten…



2.      Cesiones e imposiciones. Feld en medio de unas y otras (1861)

 

El gobernador de Maryland, Thomas H. Hicks

  Entre los comienzos del año 1861 y el inicio en abril de la guerra civil, transcurrieron unos meses en que, mientras unos políticos y fuerzas sociales caminaban -o corrían- impertérritos hacia la masacre, otros hacían todo lo posible -y, casi, hasta lo imposible- para llegar a un acuerdo de último momento que evitase la ruptura de la Unión o, en su caso, el retorno inmediato y pacífico a ella de los estados que ya habían acordado la secesión. Hay quien opina que la intención de estos últimos no era, en el fondo, la de lograr la rectificación de los ya autodenominados Estados Confederados de América, sino cargarse de razón ante las poblaciones nordistas y convencer a los estados fronterizos para que no siguiesen el camino de los del profundo Sur. El propio partido republicano y el presidente electo tomaron en ocasiones posturas tan timoratas, que llegaron a despertar perplejidad e indignación en George Feld y en otros muchos.

     Mientras las semanas avanzaban y cada estado de la Unión iba tomando su decisión definitiva, Feld trabajaba, conforme a lo acordado con Lincoln, para lograr que su estado de Maryland se mantuviera en el seno de los Estados Unidos, moviéndose entre Washington y el susodicho estado, mientras su corresponsal permanecía en Illinois hasta que el 11 de febrero inició su viaje hacia la Capital de la nación. Lo hizo de manera tan tranquila, que once días después aún se hallaba Lincoln en la importante ciudad pensilvana de Harrisburg. Fue entonces cuando sus guardaespaldas de la agencia de detectives Pinkerton, le comunicaron que estaba en marcha un peligroso compló contra su vida, cosa que todavía complicó más el resto del trayecto. Finalmente, el decimosexto presidente de los Estados Unidos pudo inaugurar su mandato en la fecha prevista, el 4 de marzo de 1861. Entre esa fecha y la del 15 de abril, aún hizo el ya presidente denodados esfuerzos de paciencia y reflexión, tratando de evitar la guerra. Esta puede darse por iniciada en el citado día 15 de abril, cuando, en vista del bombardeo y rendición del Fuerte Sumter[21], Lincoln dirigió un mensaje al Congreso y al pueblo, declarando a los estados secesionistas en estado de rebelión contra la federación, y acordando el reclutamiento de setenta mil soldados voluntarios, por un periodo de tres meses, si es que los rebeldes no volvían al redil de la Unión de manera inmediata y voluntaria, cosa que -como sabemos- no hicieron.

     Las siguientes misivas de George Feld nos dan cuenta de sus actos y opiniones durante el periodo que acabo de acotar y resumir.

***

     En Baltimore, a 25 de febrero de 1861.

     Señor Presidente electo:

    A su recibo de esta carta, es más que probable que se halle ya en Washington y, por tanto, que le resulten inútiles mis referencias a lo sucedido en la capital en estos días, de lo que yo -a mi vez- he sido informado por el senador Pearce. Me refiero a la reunión de compromisarios de veintiún estados, promovida por el de Virginia, con la intención de evitar que siga aumentando el número de estados confederados y, en concreto, de que la madre de Presidentes[22] no se vea forzada a abandonar la Unión. Las exigencias virginianas son tan extensas, que se cuenta con el rechazo de las mismas por parte del Congreso, si le fueren presentadas, pues se trata de vetar a nuestros legisladores federales, no solo el legislar sobre la esclavitud, sino aprobar enmiendas constitucionales que hagan referencia a dicha institución. Es decir, los estados tendrían competencia exclusiva para aprobar o rechazar la esclavitud en su territorio, tanto en el momento presente, como a todo lo largo de la historia futura de nuestra nación. Lo más curioso es que la recién creada Confederación de Estados de América ya ha adelantado que no aceptará volverse atrás de la secesión, cualquiera que sea el resultado de la iniciativa de Virginia. De esta suerte, el muy poco probable acuerdo de última hora, si llegase a salir adelante, solo afectaría a la decisión de Virginia y, probablemente, de los estados de Arkansas, Carolina del Norte y, si acaso, de Tennessee[23]. Ya le digo que, pese al gran peso histórico y actual de Virginia en la Unión, ni republicanos, ni demócratas del Norte, apoyarán la desatentada exigencia de los virginianos, quienes, como mis compatriotas de Maryland, quieren por encima de todo simultanear el esclavismo con la unidad de toda nuestra gran nación.

     Pero observará por el encabezamiento de la presente que me hallo actualmente en Baltimore, en compañía del Señor Johnson, tratando de ordenar y poner a salvo nuestro bufete frente a los riesgos de algaradas y de una posible secesión estatal. Ello me está permitiendo, no solo contar con la inestimable colaboración de mi principal, sino también pulsar ambientes y hablar con unos y con otros, tanto en Annapolis[24], como en este gran puerto de Baltimore, la ciudad más influyente y más secesionista del estado, por motivos que usted conoce sobradamente[25].

     Como sabe, las elecciones del pasado año en Maryland arrojaron un resultado bastante diverso al de la mayoría de la Unión. El senador electo lo fue por una coalición de fuerzas unionistas, principalmente republicanas, pero los seis representantes elegidos fueron demócratas unionistas. En los comicios presidenciales, el todavía vicepresidente Breckenridge logró el triunfo, si bien solo por unos centenares de votos sobre Mister Bell; de modo que, si sumamos a los votos de este, los obtenidos por Douglas y por usted mismo, el voto popular resultaría mayoritariamente contrario a la secesión[26]. Para la influyente alcaldía de Baltimore, fue elegido alcalde un whig de la coalición liderada por Mister Bell, el Señor Brown, a quien Reverdy Johnson y yo conocemos bien, por ser su profesión la de profesor de Derecho y magistrado, pudiendo decirle que lo consideramos una persona moderada y nada violenta, pero poco inclinada a la causa de la Unión, en el supuesto de que se viese obligado a elegir entre ella y los confederados[27].

     Como es lógico, el personaje político clave en este estado es su gobernador, el Señor Hicks[28], quien viene ejerciendo el cargo desde las elecciones de 1858, presentado como candidato por el partido americano, o de los know nothing. Aunque, conforme a las consignas de su partido, “no sepa nada”, sus conciudadanos sí sabemos de él que es simpatizante de los esclavistas, pero también puede afirmarse que evitará comprometer al estado con la secesión durante todo el tiempo que le sea posible, para lo cual ha declinado hasta ahora firmar el decreto de convocatoria de la legislatura del estado, salida de las últimas elecciones.

     Las fuerzas secesionistas de nuestro estado están acaudilladas por un personaje singular, que hasta ahora se ha mantenido al margen de la política profesional. Se trata del médico, Richard Sprigg Steuart[29], modelo del terrateniente de plantación, dueño de propiedades que alcanzan los 1.900 acres[30], así como de 150 esclavos, cifras muy importantes para el estado de Maryland. Este caballero ha encabezado una delegación de ciudadanos de Baltimore y de otros lugares del estado, que hace días se trasladó hasta Annapolis para hablar con el gobernador, dándose por cierto que haya sido para urgirle a convocar la legislatura y tratar acerca de la secesión.

***

     Baltimore, a 7 de marzo de 1861.

     Respetado Señor Presidente:

     Mi ausencia de Washington en las últimas semanas me ha impedido conocer una de las más incomprensibles maniobras realizadas en estos terribles días, aunque haya sido con el humanitario fin de evitar la secesión y, con ello, la guerra civil. Me refiero a que, tan pronto fracasó la reunión convocada a instancias de Virginia, dos importantes figuras políticas de su partido republicano, el senador Seward y el representante Corwin[31], presentaron al Congreso un proyecto de enmienda constitucional, que viene a proponer lo mismo que la derrotada proposición de los virginianos. Como, aun siendo poco creíble, usted manifestó en su discurso de inauguración del pasado día 4 que desconocía el contenido exacto de dicha enmienda, me permito plasmarlo aquí, según la versión que nos ha hecho llegar el senador Pearce. Es como sigue: “No se aprobará ninguna enmienda a la Constitución que autorice o dé al Congreso el poder para abolir o interferir las instituciones internas de un estado, comprendidas las relativas a personas forzadas a trabajar o a servir, según las leyes de dicho estado”. Es decir que, bajo un eufemismo ridículo, el partido republicano pretende perpetuar la esclavitud, sin consentir siquiera que una enmienda constitucional ulterior pueda reformarla o abolirla. Y, como es lógico, el partido demócrata se ha adherido a la que ya se conoce como “enmienda Corwin” -se ve que el senador Seward ha tenido más pudor que su compañero de partido-, dando lugar a que, el pasado día 2, la enmienda fuese aprobada por el Congreso. Inmediatamente, el timorato e ineficaz presidente saliente, dándose una prisa que para sí habrían querido quienes defienden el fuerte Sumter, ha firmado la ley, aunque no ha tenido tiempo de enviar su texto a los gobernadores para su aprobación por los estados de la Unión, como procede en estos casos[32].

     Lamento no haber podido desplazarme hasta Washington para estar presente, el pasado lunes, en su toma de posesión presidencial. Con todo, el telégrafo y los diarios nos han traído el contenido de su notable discurso de inauguración, verdaderamente hermoso e intachable, hasta el momento en que dijo: En vuestras manos, descontentos compatriotas míos, y no en las mías, está la temible cuestión de una guerra civil. El gobierno no os atacará. No podéis temer conflicto alguno, salvo en el caso de ser vosotros mismos los agresores. ¿No considera usted “agresión” para la existencia y la Constitución de nuestro país la secesión de los estados y la formación por varios de ellos de una “Confederación” independiente y distinta? Si su respuesta es negativa, ¿qué sentido tiene el encargo que para Maryland me hizo, ni qué valores quedan en pie de los que usted me hizo llegar como límites a la autodeterminación de los estados? Ya corre por aquí la siguiente broma despectiva, que lo peor que tiene es que parece estar justificada: Lincoln desearía tener a Dios de su lado, pero ocurre que necesita asimismo a Kentucky[33]. Y en el mismo discurso Su Excelencia, llegó a afirmar que creo entender -aunque aún no la haya leído- que el Congreso ha aprobado proponer una enmienda a la Constitución, según la cual el gobierno federal no debe interferir jamás en las instituciones nacionales de los estados, incluso las relativas a personas forzadas a prestar su trabajo… Considerando que tal disposición es ya ahora una ley constitucional en marcha, yo no tengo objeción a que llegue a convertirse en ley expresa e irrevocable.  Según eso, Señor, ¿está dispuesto ahora a admitir que la esclavitud se extienda y conserve dondequiera que un estado la reconozca y apruebe?; ¿y a que una enmienda a la Constitución pueda impedir su corrección o derogación por otras enmiendas futuras, privando así a las futuras generaciones del derecho democrático de gobernarse con sus propias leyes?

     En estas circunstancias, Señor, me resulta muy difícil mantener el compromiso asumido con usted, siendo aún presidente electo, de cooperar en un esfuerzo común, para que Maryland se mantuviese dentro de la Unión. Entiendo que, por los motivos y durante el tiempo que Su Excelencia conocerá, se ha apartado decisivamente de acuerdos previamente asumidos… Solo tendría lógica el que, reconsiderando su complacencia, cuando tenga la enmienda Corwin a la vista, rechace enviarla por correo a los gobernadores de los estados, poniendo en juego, si fuere preciso, su pertenencia al partido republicano y hasta su propio mantenimiento en la presidencia de esta nación[34].

Disturbios en la calle Pratt de Baltimore, 19 de abril de 1861

***

     Afortunadamente para la dignidad de Lincoln y los ásperos puntos de vista de George Feld, la situación se recondujo sin hacer uso de la enmienda Corwin en trámite, cuando dos de los estados fronterizos clave optaron por mantenerse dentro de la Unión. El de Missouri, de manera llamativamente masiva, rechazaba la secesión en una convención convocada exprofeso, por 89 votos contra 1. Y, poco después, Kentucky se decidía por la Unión, si bien con una cláusula de neutralidad, que su gobernador, Magoffin[35], resumió en la expresión de ni un solo hombre de Kentucky, ni un solo dólar, para luchar contra nuestros hermanos del Sur. La verdad es que esa neutralidad apenas duró tres meses: los que tardaron los confederados en invadir el estado para atacar desde él a la Unión. No obstante, esa hermosa idea de neutralidad contagiaría a Maryland, aunque no pudiera sostenerla más allá de unos días: los que tardó la Secretaría de Guerra en ordenar a las tropas de la Unión que ocupasen el estado y declarasen en él la ley marcial. En las cartas que siguen, Feld dará cuenta a Lincoln de estos y otros concomitantes acontecimientos.

     Frederick[36], 21 de abril de 1861.

     Respetado Señor Presidente: 

     Como muy probablemente sabrá, el gobernador Hicks no tuvo más remedio que ceder a las presiones del Señor Steuart y demás partidarios de la secesión y, el pasado día 12, convocó la reunión de la legislatura del estado para una semana más tarde, si bien tuvo la prudencia -que disfrazó de seguridad para los diputados- de fijar como sede la pequeña ciudad de Frederick, en el norte de Maryland, relativamente lejos de las excitaciones de Baltimore y de los peligros de invasión en Annapolis. Para recabar información y, en su caso, ejercer una influencia favorable a la causa de la Unión, me dirigí inmediatamente a la ciudad y, al no encontrar en ella alojamiento conveniente, dada la afluencia por la sesión especial de la legislatura, busqué acomodo en una granja próxima, regentada por un conocido de mi familia de Hagerstown…

     En un primer momento, la asamblea discutió la moción de separarse de los Estados Unidos y abrazar la causa de la Confederación. Tengo el orgullo y la satisfacción de enterarle de que, tras una intensa discusión, se acordó por votación unánime de los ochenta y dos delegados, que no aprobaría la secesión del estado, dado que “no tenía ninguna autoridad constitucional para tomar tal medida, cualesquiera que fueren los sentimientos personales de sus miembros”. Mi orgullo no se debe solo al contenido de la voluntad de mi estado, sino a que tengo la convicción de haber contribuido -todo lo modestamente que se quiera- a imbuir en sus representantes la idea de que solo una enmienda constitucional por iniciativa del Congreso podría transformar nuestra Unión federal, perpetua e indivisible, en una confederación de estados independientes y soberanos, que pudieran salirse de ella a voluntad e individualmente…

     En el día de ayer, tras nueva y extensa deliberación, la legislatura sometió a votación las condiciones en que el estado asumiría su persistencia en la Unión, una vez que parecen haberse desatado las hostilidades con los estados confederados del Sur. Por 53 votos contra 29, además de reiterar el rechazo de la secesión, la asamblea manifestó su voluntad de no implicarse en la guerra contra los estados del Sur. En concreto decidió solicitar de Su Excelencia que retirase las tropas de la Unión actualmente presentes en Maryland y evitase que circulasen por las líneas férreas del estado las tropas de la Unión. Y, habiendo llegado a oídos de los representantes los incidentes y motín producidos en Baltimore el día de anteayer, la legislatura apoyó el que no se reabriesen los enlaces ferroviarios con el norte, a fin de evitar el transporte de tropas entre Pennsylvania y la ciudad de Washington a través de Maryland. Supongo que todos estos extremos no serán del agrado del gobierno que usted preside, y hasta estoy por asegurar que mi estado pretende una utopía, a la que la guerra hará inmediatamente imposible aspirar…

***

     Los incidentes de Baltimore del 19 de abril de 1861 -que supusieron los primeros fallecimientos violentos de la guerra civil- quedaron así reflejados por George Feld, tan pronto regresó a dicha ciudad, tras concluir la convención de Frederick:

     Baltimore, a 23 de abril de 1861.

     Respetado Señor Presidente:

     Aunque no fui testigo presencial, creo estar en condiciones de ofrecerle una visión resumida de los incidentes habidos en esta ciudad entre manifestantes de inclinación sudista y las tropas que, habiendo llegado por ferrocarril hasta Baltimore procedentes de Pennsylvania, se disponían a transbordar a otro convoy, al parecer, con destino a esa Capital. Aunque los regimientos llegados a esta estación fueron dos -uno, pensilvano; otro, de Massachusetts-, la colisión violenta solo tuvo lugar con este último, produciéndose una espontánea refriega en la que, además de numerosos heridos, se produjo la muerte de cuatro soldados y la de no menos de doce civiles agresores o circunstantes. Una vez los regimientos hubieron partido hacia su destino, vía Annapolis, no cesaron las manifestaciones y escaramuzas con los soldados de guarnición en el fuerte McHenry; de modo que, de consuno, el gobernador Hicks y el alcalde Brown tomaron -como Su Excelencia bien conoce- la decisión de telegrafiarle para exponerle los hechos y rogarle que se abstuviera de mandar nuevamente soldados a través de los ferrocarriles de Maryland. Comoquiera que -según me han informado- aún no se ha recibido contestación de Washington, me permito rogarle que, por el bien de la tranquilidad del estado y de su adhesión a la Unión, dé las órdenes oportunas para que se conteste a nuestros próceres, de forma expresa y suficientemente tranquilizadora. De otro modo, la situación podría volverse en contra de su causa, como lo evidencia la atrevida decisión del alcalde Brown, autorizando que fuesen destruidos los puentes sobre la vía férrea existentes al norte de Baltimore; una iniciativa que ha sido muy aplaudida por el pueblo y de la que -se dice- no está muy alejado el propio gobernador Hicks…

     Post data:  A punto de cerrar esta carta para enviarla al correo, Reverdy Johnson me informa de que, al fin, ha llegado su respuesta a la petición antes expresada, en el sentido de explicar que los regimientos que aquí llegaron el día 19 no tenían el objetivo militar de atacar Virginia, sino de defender de los confederados la ciudad de Washington, hasta ahora casi desprotegida. Es, de su parte, una contestación ponderada y tranquilizadora, si no fuese por el fundado rumor que llegó aquí casi al mismo tiempo: Que el general Scott[37]ha comunicado a las tropas de Pennsylvania que la “ruta de Baltimore” les será nuevamente abierta, tan pronto haya fuerzas disponibles suficientes para “garantizar la seguridad en Baltimore”. Ignoro, por supuesto, lo que hay de cierto en esas habladurías.

     En esas habladurías había mucho de cierto, como lo evidencia la siguiente carta de Feld al presidente Lincoln, en la que surgen nuevos motivos de disgusto y de desavenencia entre los pareceres de uno y otro o, cuando menos, entre las expectativas del primero y la triste realidad de la guerra. Veámoslo.

     Baltimore, 30 de mayo de 1861.

     Señor Presidente:

     A estas alturas, entiendo que el encargo que recibí de Su Excelencia hace unos meses, en orden a apoyar su deseo y esfuerzos en pro del mantenimiento de Maryland en la Unión, carece ya de virtualidad y sentido, toda vez que, el pasado día 13, el general Butler[38]declaró la ley marcial en esta ciudad y su entorno levantisco, al tiempo que numerosas tropas entraban en nuestro territorio desde el norte y las guarniciones de fuertes y arsenales eran reforzadas y se mantenían en estado de alerta, por no hablar de la presencia de la marina bloqueando nuestros puertos. Simultáneamente, el alcalde Brown, su jefe de policía y buen número de sus oficiales y de los de la milicia han sido arrestados y permanecen detenidos, sin que se les aplique la garantía constitucional de hábeas corpus. Mi principal, el Señor Johnson, en su calidad de abogado defensor del capitán de milicia, John Merriman, ha tratado de conseguir su excarcelación a través de un mandamiento del juez Taney, presidente del Tribunal Supremo, pero no ha logrado otra cosa que se le reconozca que tiene razón[39] pero, al propio tiempo, se le advierta de represalias, como desafecto a la causa de la Unión.

     Simultáneamente, se ha establecido por la autoridad militar una severa censura de la prensa local[40]. También ha habido enfrentamientos entre gobernantes y magistrados afines al partido republicano con otros tachados de “amigos de los rebeldes”, tratando de imponer la dimisión de estos últimos, a no ser que prestasen en público un juramento de lealtad a la Constitución y las leyes de los Estados Unidos -hasta aquí, nada que objetar-, y de combatir con las armas en la mano a todos sus enemigos, exteriores e interiores -lo que sí coarta la libertad personal y se opone a lo acordado en abril por la asamblea legislativa del estado-. Ignoro, señor, hasta qué punto todas estas cosas son conocidas y aprobadas por Su Excelencia, pero, en todo caso, están lejos de lo que un abogado conciliador -como es mi caso- debe apoyar o contemplar pasivamente…

     Espero comprenda las razones para apartarme de mi condición de “mediador”, siquiera continúe informándole de cuanto aquí suceda y -si me lo permite- prosiga mi valoración de esos hechos y del tratamiento jurídico de los mismos…, rogándole encarecidamente que vigile y contenga los excesos de quienes no dudan en maltratar sin necesidad a un estado que, hace apenas un mes, decidió unánimemente en su asamblea legislativa mantenerse dentro de la Unión…

William H. Seward, Secretario de Estado de Lincoln

***

     La situación de represión sufrida por Maryland acabó por extenderse de modo general a los políticos sospechosos de simpatía hacia la Confederación. Las últimas cartas de George Feld correspondientes al año 1861 lo destacan, así como las consecuencias que -según él- se vienen derivando de esa opresión política que, naturalmente, seguiría a todo lo largo de la guerra civil, aunque Feld insistiera cada vez menos en denunciarla, ante el poco eco que sus denuncias tenían en Washington. Veamos algunas de esas cartas:

     En Baltimore, a 20 de septiembre de 1861.

     Señor Presidente:

     Algunos de quienes parecen querer tratar a Maryland como un estado rebelde reconquistado se justifican con el hecho de que numerosos ciudadanos del este y el sur de Maryland han afluido hacia Virginia para alistarse en el ejército confederado, hasta formar no menos de siete batallones y un regimiento, a las órdenes del brigadier general George Steuart[41] -hermano del Richard Sprigg Steuart, de quien en otras cartas anteriores traté-. Me informan de que los marylanders que luchan con el Sur no son más de unos 4.000, la mayoría de ellos pasados al otro bando al inicio de la guerra. El resto de nuestros jóvenes combatientes luchan voluntariamente en el ejército de la Unión. Y otros muchos -la mayoría, sin duda- titubean entre un servicio y otro, como corresponde a la situación e idiosincrasia de nuestro estado. Si Maryland continúa siendo “esclavizado” -como exageran los detractores del Gobierno-, tales excesos no harán sino aumentar el rencor y la inquina hacia “los yanquis”, logrando de esa forma lo contrario de cuanto pretenden lograr mediante la imposición…

     Ya comprendo que su Gobierno no puede consentir que un estado tan estratégico como el nuestro sea gobernado por individuos de dudosa fidelidad a la Unión, pero ello no debería implicar el detenerlos y recluirlos en prisiones y fuertes, con la disculpa -se ha dicho literalmente- de que “ayudarían a una posible invasión rebelde e intentarían que Maryland saliese de la Unión”. Con ese pretexto se ha privado de libertad y de derechos políticos a un tercio de los miembros de la asamblea legislativa, cuando esta se ha reunido el pasado día 17 por vez primera desde el estallido de la guerra. Igualmente, se ha privado de su libertad al Señor, Henry May, representante demócrata en el Congreso de la República, y al juez Richard Carmichael, por haber decretado la liberación de ciudadanos no inculpados, pero con detención ordenada por su secretario de Estado, el severo y expeditivo Señor Seward[42]. Reverdy Johnson está indignado pues entiende -con toda razón- que una cosa es ser riguroso en periodo de guerra con los vacilantes o sospechosos, y otra meter en la cárcel a los políticos moderados y a los jueces que tratan de protegerlos… Lo menos que podría hacer, Señor, es presentar al Congreso una declaración presidencial, en su calidad de jefe de las fuerzas armadas en estado de rebelión o de guerra, para que se deje sin efecto expresa y formalmente el derecho de hábeas corpus[43], evitando así la vergüenza de que nuestros tribunales sean desobedecidos y desacatados por los representantes del gobierno y por las autoridades militares.

 

 

3.      A vueltas con la esclavitud y el final pactado de la guerra (1862-1865)

 

     Pese a la conclusión del mandato de George Feld, referente a ayudar al mantenimiento de Maryland dentro de la Unión, el corresponsal siguió escribiendo a Lincoln, aunque no hay constancia de que este le respondiera, más allá de acusar recibo de algunas de sus cartas por medio de sus secretarios. Tampoco parece que Feld viajara a Washington ni, menos aún, que llegase a entrevistarse con Lincoln. Lo cierto es que, al ganar Reverdy Johnson las elecciones al Senado en marzo de 1863, Feld quedó como encargado principal del gran bufete de aquel en Baltimore, abandonando las funciones de secretario personal de Johnson, que otrora había desempeñado.

     A partir de 1862, Feld se centrará en sus cartas en dos temas recurrentes: el de la abolición de la esclavitud y el de los esfuerzos por acabar la guerra civil con una solución de compromiso o, cuando menos, con una rendición del Sur en condiciones muy ventajosas. El conocimiento puntual que Feld muestra de esta última cuestión se debió, sin duda, a lo que Johnson le transmitió desde su privilegiado observatorio del Congreso.

***

     En Baltimore, a 3 de enero de 1862.

    Señor Presidente:

     Permítame expresarle mis mejores deseos para el año que ahora comienza, tanto en lo personal, como en sus esfuerzos por restaurar la Unión y volver a la paz en toda la República…

     … Ciertamente, Señor, hemos tenido conocimiento de la ley del pasado 6 de agosto, sobre confiscación de los esclavos que la Confederación viniese utilizando como mano de obra o fuerza de choque, en defensa de sus trabajos e intereses, así como de los esclavos que, estando en dicha situación, huyen a territorio de la Unión. Tanto el Señor Johnson, como yo mismo, hemos quedado sorprendidos de la ambigüedad de tal norma, que incluso podría ser entendida en el sentido de que serán los propios Estados Unidos quienes pasen a tener la propiedad de los esclavos confiscados y, en consecuencia, podrían someterlos a trabajos forzados o a tomar las armas a la fuerza en su propio beneficio. Tampoco se dice en la ley si los dueños de tales esclavos podrán recuperarlos para tareas pacíficas en sus plantaciones y domicilios, ni si -caso contrario- habrán de ser indemnizados por el gobierno de la Unión, a tenor de la quinta enmienda de la Constitución. El senador Pearce nos ha manifestado su opinión, en el sentido de que la ambigüedad de la ley es calculada, porque Su Excelencia, para darla de paso, ha corregido ciertos “excesos”, considerados prematuros y contraindicados con su voluntad de no cerrar las puertas a un razonable retorno de los confederados. En efecto, lo que ha sucedido después de aprobarse la ley de confiscación en tierras de Virginia, Carolina del Sur, Luisiana y otras nos permite llegar a la misma conclusión: Su Excelencia ha desautorizado a los generales Hunter[44] y Butler, tanto por manumitir a los esclavos de manera lisa y llana, como por forzarles a hacer lo mismo que venían realizando para la Confederación, solo que ahora en pro de la Unión. Es muy loable la fórmula empleada para dejar la situación en suspenso, consistente en afirmar que los esclavos confiscados forman parte del patrimonio nacional y se hallan bajo la protección de los Estados Unidos. Pero, más pronto o más tarde, el Congreso y el Gobierno habrán de tomar la suprema y definitiva resolución de liberar a todos los esclavos que existan en los estados y territorios reconquistados, asumiendo, en su caso, el compromiso de Su Excelencia, anterior a la guerra, de indemnizar a sus dueños… Y mucho nos agradaría a los políticos y hombres de leyes de Maryland el conocer la opinión de Su Excelencia, acerca del destino de los esclavos de los estados que se han mantenido dentro de la Unión… Abrigo pocas dudas sobre que la fórmula definitiva podría ser la liberación con indemnización. Quizá sería oportuno dar un plazo no muy largo -entre cinco y diez años-, para permitir a los poseedores de esclavos dedicados a actividades económicas que reorganicen estas, de forma que no queden arruinadas.

Capitolio del estado de Maryland en Annapolis, su capital

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     En Baltimore, a 18 de diciembre de 1862.

     Señor Presidente:

     He estado aguardando hasta ahora, para permitirme algún comentario sobre su decisión o “advertencia” del pasado día 22 de septiembre, en el sentido de que, si los estados confederados no volvían inmediatamente al seno de nuestra República, procedería a emancipar a todos los esclavos de dichos estados, de manera global y sin derecho a indemnización. Ya entonces, de acuerdo con el Señor Johnson, discrepé en dos aspectos de tan inevitable resolución. El primero, la condición de que los confederados no volviesen de inmediato a la Unión, porque ¿no ha sido bastante la rebeldía y el dolor de una guerra civil provocada por ellos, que ya dura más de año y medio? O ¿qué tiene que ver la decisión política de ceder en la secesión, con la justicia de que sean liberados todos los negros del yugo de la esclavitud?...

     Pero, por otro lado, entendemos que su “advertencia” peca de rigurosa o, más bien, poco justa, al hacer pagar a los dueños de esclavos por la tozudez de los políticos del Sur, quienes -salvo en Texas- ni siquiera celebraron un plebiscito para saber qué opinaban sus conciudadanos respecto de la secesión. Creemos que la Constitución y la irresponsabilidad general de los hombres por los actos de terceros, aconsejan otorgar una compensación económica a quienes se vean privados por orden ejecutiva del gobierno de su propiedad, por vergonzosa que esta pueda parecernos…

     En fin, Señor, como era de esperar, los estados confederados no han respondido favorablemente a su “advertencia” y, en su virtud, en su reciente discurso al Congreso de hace unos días, ha señalado ya la fecha improrrogable del 1 de enero del próximo año para emitir la proclama de emancipación[45]. De ello me congratulo, Señor, con las observaciones antes expuestas, a las que me permito añadir otra, muy importante para este estado y la tranquilidad de sus habitantes: Supuesto que los esclavos de los estados unionistas no van a ser alcanzados por la inmediata emancipación, ¿qué va a ser de ellos? ¿No tendrá nada que decirles sobre su futuro inmediato? Y a los propietarios de esclavos, ¿tampoco tendrá para ellos una respuesta que les asegure una compensación económica y les permita ir preparando el porvenir de sus explotaciones agrarias? …

     En cualquier caso, uno de los objetivos de esta guerra -combatir la esclavitud- está a punto de conseguirse, y el primero de todos -la restauración de la Unión- parece irse encarando con mayor esperanza que hace apenas unos meses. Son motivos suficientes para que todos -empezando por Su Excelencia- nos sintamos reconfortados.  

***

     La guerra civil, aunque lentamente, se encamina hacia su final, con el triunfo completo de la Unión. Es el momento de que el gobierno de Lincoln decida sobre las dos cuestiones cruciales, que ya habían estado en el origen de la guerra: Qué va a hacerse prácticamente de los antiguos esclavos, ahora liberados en masa, y cómo va a articularse el retorno de los estados confederados al seno de la Unión. En paralelo, diversas fuerzas políticas de uno y otro bando pretenden acelerar el final de la contienda mediante fórmulas de consenso, opuestas a la rendición incondicional, de la que el partido republicano es partidario. Muchos de esos problemas se debatirán en la campaña presidencial de 1864, que, tras muchas complicaciones previas, concluirá con la reelección de Lincoln. En todos esos temas se interesará George Feld en sus cartas al presidente, además de reflejar inquietudes más personales, derivadas de la invasión de su Hagerstown natal por tropas confederadas. Veamos una selección de dichas cartas.

     En Baltimore, a 4 de septiembre de 1863.

     Señor Presidente:

     El senador Reverdy Johnson[46]me ha hecho llegar una carta abierta, dirigida por Su Excelencia al honorable representante por Illinois, James Conkling[47], por considerarla de la mayor importancia, tanto para conocer su postura presidencial ante la guerra y sus motivos, a más de dos años de su inicio, cuanto porque sirve de reflejo de las posiciones políticas tan divergentes, que inevitablemente han de polarizarse cuando un conflicto sangriento parece eternizarse, sin visos determinantes de victoria. En este contexto, permítame que alabe su posición personal, siempre equilibrada y buscando la justicia, pero -también- que discrepe de algunas de sus manifestaciones en la citada carta, que entiendo no se ajustan a las alegadas causas de la guerra, ni a su propia postura inicial sobre las mismas. Claro que los graves acontecimientos de estos últimos años explican suficientemente -y hasta quizá justifiquen- ciertos cambios de criterio.

     Si yo he entendido bien el contenido de su carta al Señor Conkling, creo que podría resumirse así: 1º. No tiene reparo alguno para negociar con los estados confederados su rendición y, en consecuencia, las condiciones de la paz, sin más condición previa que la de que dichos estados vuelvan al seno de la Unión. 2º. Eso sí: la emancipación de todos los esclavos de los estados confederados no puede tener vuelta atrás, dado que es de estricta justicia y, además, ha sido la esclavitud de los negros lo que ha vuelto a los esclavistas particularmente fuertes y orgullosos. 3º. Ahora que la victoria parece empezar a sonreírnos, no es el momento de sacrificar, ni la Unión, ni a los antiguos esclavos, para conseguir la paz. 4º. Hacer uno de esos dos sacrificios sería tanto como admitir que la guerra había sido en vano y que, finalmente, la Confederación de Estados Americanos seguiría existiendo, de un modo u otro.

     Permítame, Señor presidente, que ponga en paralelo con su carta con la resolución que la asamblea legislativa de Maryland adoptó en marzo del pasado año: Esta guerra se lleva a cabo por la Nación con una sola finalidad, a saber, la de restaurar la Unión tal y como era cuando estalló la rebelión. Los estados rebeldes deben ser devueltos a su lugar en la Unión, sin modificación ni disminución de sus derechos constitucionales. Es una resolución que juzgo completamente coherente con la proclamación de emancipación de los esclavos, la cual no se ha hecho respecto de todos ellos, sino solamente de los existentes dentro de los estados rebeldes a la Unión. Se entiende: como discutible castigo a su rebeldía y como menos discutible intento por minar su esfuerzo de guerra; pero en ningún caso asumiendo prioritarias razones de justicia que, de existir, afectarían tanto a los esclavos de los estados rebeldes, como a los existentes en los fieles a la Unión, como lo es el mío de Maryland.

     En suma, Señor, valoro muy positivamente, tanto su intención de proseguir la guerra mientras la rebelión persista, como la generosidad con la que está dispuesto a recibir a los estados confederados nuevamente en la Unión; pero veo más discutible poner como condición inexcusable la emancipación de los esclavos del Sur, máxime sin conceder a sus propietarios una congrua indemnización… Si ese es, en buena lógica, el futuro que espera a los estados esclavistas no levantados contra la Unión, me temo que la actitud de mi estado ante el esfuerzo de guerra y las próximas elecciones será muy poco favorable para la Unión y para los partidos que a ultranza la defienden…

Emancipación de los esclavos negros (composición gráfica de la época)

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     En Baltimore, a 13 de julio de 1864.   

    Señor Presidente:

     … Permítame que haga referencia al episodio bélico más relevante que se haya producido en mi villa natal desde el comienzo de la guerra, que afortunadamente ha concluido sin víctimas. Si me animo a ello, es porque me consta que Su Excelencia -y la ciudad de Washington en su conjunto- acaban de librarse en los pasados días de ser copados por un ejército confederado relativamente numeroso, al mando del general Early[48], que fue afortunadamente detenido y severamente dañado por tropas muy inferiores en número, mandadas por el general Wallace[49], dando tiempo con su esfuerzo a que otras más numerosas acudiesen en auxilio de la Capital y evitasen que fuese tomada, como otrora por los ingleses, hace ya cincuenta años[50]… Pues bien, tres días antes de que se diese la batalla[51], una brigada de caballería de unos mil quinientos efectivos, al mando del general McCausland, fue enviada a Hagerstown por Early para recaudar fondos y pertrechos, bajo amenaza de destruir la población. La razón esgrimida para ello fue una represalia por los graves daños que el ejército de la Unión viene causando en el valle virginiano de Shenandoah, dejando a las tropas confederadas en una grave situación de carencia… La exigencia de McCausland fue aceptada por la indefensión en que Hagerstown se hallaba, obteniendo así los 20.000 dólares reclamados y una gran cantidad de uniformes y otros pertrechos para la tropa, allí almacenados por la intendencia de la Unión. Obtenido el rescate solicitado, los confederados se retiraron hacia el este por el camino de Frederick, ciudad que también había sido objeto de una gran confiscación, comprendiendo además la entrega de doscientos mil dólares… Se dice que, pese a que las tropas de Early hubieron de retirarse hacia el sur, pudieron pasar la frontera del río Potomac con todo el producto de su saqueo, que sin duda beneficiará a sus compañeros que combaten en Virginia…

***

     En Baltimore, a 10 de noviembre de 1864.

     Señor Presidente:

     Reciba mi sincera felicitación por la rotunda victoria electoral que en el día de anteayer consagró su reelección, cuya claridad pocos hubieran pronosticado hace unos meses[52], cuando el Partido de la Unión[53] optó por Su Excelencia como su candidato, precisamente en convención celebrada en esta ciudad de Baltimore. Su triunfo a nivel nacional con un cincuenta y cinco por ciento de los votos de los ciudadanos ha tenido su exacto reflejo en este estado de Maryland, donde su candidatura alcanzó 40.153 votos, frente a los 32.739 de su opositor, el general McClellan. Y la victoria en los comicios presidenciales ha tenido corroboración en las elecciones al senado, ganadas por el anterior gobernador, Mister Hicks, también unionista, así como en las de representantes, en las que los unionistas han superado a los demócratas por tres escaños a dos. ¿Quiere esto decir que mi estado le es plenamente afecto? Yo no lo creo así, por más que mucho ha mejorado aquí su consideración desde 1860, en que consiguió poco más de dos mil votos entre casi 93.000 emitidos. Entonces, ¿por qué opino que “no es oro todo lo que reluce”? Permítame volver un poco la vista atrás, hasta los momentos en que en Maryland se discutió y aprobó una nueva Constitución, en sustitución de la de 1851.

     Como sabe, la convención encargada de decidir el texto se reunió en Annapolis, en abril de este año, y me consta que los constituyentes fueron escogidos en un ambiente de presión y de vacío de oponentes, que dio una supremacía abrumadora a miembros del partido unionista. ¡Qué lejos de la relativa libertad con que se han producido las ulteriores consultas al pueblo del estado! Prueba de dicha falta de libertad y de oposición fue el que, tras tres años de constantes depuraciones de simpatizantes con la causa del Sur, todavía decidió la convención que la tarea de poda de opositores no estaba del todo consumada. En consecuencia, incluyó en la nueva Constitución, como cláusula para in aeternum o, cuando menos, sine die, la exclusión de todo cargo o función pública de quienes no realizasen previamente el juramento de fidelidad a la Unión y sus leyes[54]. Y no se olvide que esta exigencia se fija para un estado que en todo momento se ha mantenido, por muy amplia mayoría, dentro de la Unión.

     A mayores, el artículo 24 de la futura constitución establecía, sin compensación económica, la liberación de todos los esclavos existentes dentro del estado -unos ochenta y cinco mil-, si bien no se les reconocían los derechos de ciudadanía, singularmente, el de voto. Es más, en previsión de que los negros pudiesen votar no tardando, se realizó una nueva distribución de los distritos electorales, reduciendo mucho el peso de aquellos condados en que la población no blanca fuese numerosa. Es decir, se adoptó un acuerdo aparencial, sin otro objetivo que el de convertir a Maryland en un estado no esclavista, a los efectos políticos pertinentes, pero quebrantando, a un tiempo, las razonables expectativas de los antiguos esclavos y el legítimo derecho a indemnización de sus dueños…

     Finalmente, ese proyecto de constitución fue sometido a referendo popular, en condiciones de fuerte presencia de las tropas y de muy escasa posibilidad de hacer campaña contra la ley, a no ser que se quisiera ser significado como “simpatizante confederado”. Con todo, la constitución fue aprobada por 30.174 votos contra 29.799, con abundante abstención e insuficientes garantías para un recuento de votación tan ajustada. En tales circunstancias, no dude Su Excelencia de que la asamblea legislativa, tan dócil como poco libre, aprobará cuanto agrade al gobierno de Washington y no tenga efectiva repercusión en la vida política, más allá de bombásticas declaraciones de principios que tengan pocas consecuencias para los próceres del estado…

Maqueta del vapor de ruedas, River Queen

***

     En Baltimore, a 15 de febrero de 1865.

     Señor Presidente:

     Como ya sabrá, la legislatura del estado de Maryland aprobó el pasado día 3 la XIII enmienda a nuestra Constitución, es decir, al tercer día de ponerse en conocimiento del gobernador que el Congreso -con el beneplácito de Su Excelencia- había aprobado la supresión de la esclavitud en todo el territorio de la Unión, incluidos los estados esclavistas que han permanecido siempre en la misma. No es de extrañar tanta rapidez en ratificar dicha enmienda, toda vez que nuestro estado ya había abolido espontáneamente la esclavitud en su ámbito, el pasado mes de octubre. Es de suponer que ulteriores enmiendas, encaminadas a conceder a los antiguos esclavos derechos concretos y adicionales, tropiecen en Maryland con una mayor dificultad, como en una carta anterior le expuse[55].

     Ha llegado a mis oídos -permítame que no le revele las fuentes- que ese mismo día, 3 de los corrientes, hubo un encuentro de Su Excelencia y algunos miembros de su gobierno con tres emisarios del presidente confederado, Señor Davis, a bordo del vapor “River Queen”, en aguas del río Potomac. Igualmente, se me ha referido que medió una oferta de indemnización en 400 millones de dólares a los dueños de los esclavos liberados, siempre que la Confederación rindiera sus armas antes del próximo 1 de abril… Bien sabe que siempre he juzgado justo y constitucional el compensar a los dueños de esclavos por las pérdidas sufridas por su emancipación. No obstante, encuentro inoportuno ligar el reconocimiento de una reclamación justa a la rendición del Sur: Los rebeldes considerarían su aceptación como una traición en beneficio de los intereses económicos de los más adinerados; en tanto que en el Norte se juzgaría un inexplicable “regalo”, habida cuenta de que la guerra está prácticamente ganada ya, y mucho más ha de estarlo dentro de mes y medio[56]

     Felizmente, Señor, la guerra durará ya pocas semanas. Estoy convencido de que, lo mismo que durante su presidencia la Unión ha alcanzado la victoria, bajo la misma firme y prudente mano ganará también la paz.

Entrevista de Lincoln y Grant en Petersburg (Virginia), 3 de abril de 1865

 

 

Epílogo

 

     Las cartas de George Feld a Abraham Lincoln concluyen aquí, por la bien conocida razón de que su destinatario murió asesinado en Washington, el 15 de abril de 1865. Se frustró así el firme deseo y la esperanza manifestados por Feld en las palabras finales de la última carta a su malogrado presidente. Supongo que pocos habrán lamentado dicha frustración más profundamente que este desconocido abogado de Maryland, al que quizá la publicación de estas cartas le haga ocupar un pequeño hueco en la Historia.

 

Memorial de Lincoln, en Washington D.C.

 

   

                       


[1] Para evitar el hastío de mis lectores y el mío propio, evitaré repetir en esta segunda parte las notas a pie de página ya recogidas sustancialmente en la primera.

[2] La convención republicana se celebró en Chicago, entre el 16 y el 18 de mayo de 1860. Después de tres votaciones, el candidato inicialmente favorito, Seward, fue derrotado claramente por Lincoln, quien en la votación decisiva obtuvo 354 votos de 466 totales emitidos.

[3] George Feld alude a que Carolina del Sur era a la sazón el estado más extremista en materia de esclavitud y el más proclive a la secesión, que ya había anunciado su gobernador, William Henry Gist, y que hizo efectiva en diciembre de 1860.

[4] En concreto, diez días: los que median entre el 18 y el 28 de junio de 1860.

[5] Finalmente, el elegido sería John Cabell Breckenridge (1821-1875), de Kentucky, que era vicepresidente en ejercicio (1857-1861).

[6] John C. Bell (1796-1869), otrora secretario de Guerra y presidente de la Cámara de Representantes.

[7] Los 123 votos electorales restantes se los repartieron los candidatos Breckenridge (72), Bell (39) y Douglas (12).

[8] Significativa, sobre todo, por cuanto Mister Davis encabezaría posteriormente la secesión, como primer y único presidente de los Estados Confederados de América (1861-1865).

[9]  No puede olvidarse tampoco la postura decididamente pro Unión del gobernador de Texas y héroe de su independencia, Sam Houston (1793-1863), que hizo campaña contra la secesión de su estado y, al fallar, dimitió inmediatamente de su cargo y abandonó la política, hasta su fallecimiento.

[10] Ganó la nominación por este estado el sudista Breckenridge, con 42.482 votos, pero los unionistas moderados Bell y Douglas lograron, respectivamente, 41.760 y 5.966. El unionista más radical, Lincoln, solo obtuvo 2.294 votos, de un total aproximado de 92.500. 

[11]  Esa neutralidad, que se respetó solo en los primeros meses de la guerra civil, implicaba el mantenerse dentro de la Unión, pero sin aportar tropas, ni permitir que las de los contendientes circulasen libremente dentro de su territorio.

[12] Como es sabido, el Distrito de Columbia, en que radica la capital nacional de Washington, limita con los estados de Virginia y Maryland. Tiene una superficie de 167 km2.

[13] Es posible que George Feld hubiese escuchado decir de Lincoln que era un político especialmente pragmático y flexible, a quien se atribuyen frases o anécdotas del tipo: Mi política consiste en no tener ninguna, o su respuesta a quien le preguntaba con censura por un cambio en su modo de pensar: Sí, he cambiado, y no tengo estimación por un hombre que no sea más sabio hoy que ayer. Véase, André Maurois, Historia de los Estados Unidos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1972, pp. 339-340.

[14] Frase de Lincoln, en vísperas de la guerra civil: Si pudiera salvar la Unión sin liberar a un solo esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla emancipando a unos cuantos esclavos, dejando a los demás tal y como están, tampoco vacilaría en hacerlo.

[15] Antes de la guerra civil, Lincoln -cuya edad era entonces de poco más de 45 años- veía tan lejana la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, como para imaginar que no se produciría durante el tiempo probable de su vida, es decir, hasta finales del siglo XIX, aproximadamente.   

[16] La quinta enmienda a la Constitución americana (1791) prohíbe que los ciudadanos estén sujetos a persecución y castigo penal sin la existencia de un debido proceso. Un ciudadano no puede ser llevado a juicio dos veces por los mismos hechos y es protegido de la autoincriminación (el derecho a permanecer en silencio). Esta enmienda también establece el poder de la expropiación y se asegura de que la propiedad privada no sea incautada para fines públicos sin una compensación justa.

[17] La citada convención, convocada por el gobernador Gist con el objetivo de aprobar la secesión, se reunió en Columbus, capital de Carolina del Sur, el 18 de diciembre de 1860, aprobando su separación de la Unión el día 20 del mismo mes y año.

[18] La secuencia de secesión de los demás estados que se integraron ab initio en los Estados Confederados de América fue: Mississippi, el 9 de enero de 1861; Florida, el 10 de enero; Alabama, el 11 de enero; Georgia, el 19 de enero; Luisiana, el 26 de enero; Texas, el 1 de febrero. La expresada Confederación de siete estados surgió de una convención reunida en Montgomery (Alabama) a partir del 4 de febrero de 1861, habiendo aprobado su Constitución el día 8 del mismo mes.

[19] John Jordan Crittenden (1787-1863), gobernador de Kentucky (1848-1850) y senador por dicho estado en el Congreso federal (1855-1861). George Feld alude a que Crittenden era de Kentucky, donde Lincoln había nacido, aunque su vida profesional y política se desarrollaría luego en Illinois.

[20] El compromiso Crittenden se votó negativamente en ambas Cámaras del Congreso a mediados de enero de 1861, cuando ya habían acordado la secesión, al menos, Carolina del Sur, Mississippi, Florida y Alabama.

[21] Dicho fuerte de los Estados Unidos, sito en una isla de la bahía y puerto de Charleston (Carolina del Sur), fue cañoneado por fuerzas de dicho estado durante los días 12 y 13 de abril de 1861. Fue la ocasión aprovechada por Lincoln para justificar que no había sido la Unión quien había usado primero de la fuerza armada, sino en respuesta a la iniciativa bélica de la Confederación. Resumen del episodio en: Isaac Asimov, Los Estados Unidos desde 1816 a la Guerra Civil, Alianza Editorial, Madrid, 1983, pp. 231-236.

[22] Denominación que, en ocasiones, se daba a Virginia, al haber sido virginianos los primeros presidentes de los Estados Unidos.

[23] En efecto, la propuesta de Virginia no prosperó, lo que dio lugar a que, durante el mes de abril de 1861, pasasen a integrarse en la Confederación, tanto Virginia, como Tennessee (pese a haber acordado su población antes lo contrario), Arkansas y Carolina del Norte; pero en junio del mismo año, la parte occidental de Virginia resolvió -con la ayuda del ejército unionista- separarse del resto del estado, dando lugar a otro nuevo: Virginia Occidental.

[24] La capital estatal de Annapolis tenía en 1860 unos 4.500 habitantes.

[25] Baltimore tenía en 1860 una población de 212.000 habitantes. Era mayormente de intención secesionista, entre otras cosas, por tener como gran fuente de ingresos el comercio de esclavos (a ello parece aludir George Feld, como cosa sabida por Lincoln). Baltimore dista de Annapolis 32,5 millas, es decir, unos 50 kilómetros.

[26] De un total de unos 92.000 votos, Breckenridge obtuvo 42.000; Bell, 41.500; Douglas, 6.000; Lincoln, 2.500 (cifras aproximadas). Por tanto, el unionismo habría triunfado sobre el separatismo por 50.000 votos contra 42.000, aproximadamente.

[27] George William Brown (1812-1890), solo ejerció la alcaldía de Baltimore entre 1860 y 1861, cesando en ella a raíz del motín del 19 de abril de 1861 en dicha ciudad, del que más adelante se dará noticia.

[28] Thomas Holliday Hicks (1798-1865), gobernador de Maryland (1858-1862) y senador (1863-1865).

[29] Richard Sprigg Steuart (1797-1876), médico psiquiatra, ligado a la institución del Spring Grove Hospital Center de Baltimore, fundado a finales del siglo XVIII y todavía (2023) en pleno funcionamiento.

[30] Unidad de superficie que equivale a entre 0,4 y 0,5 hectáreas.

[31] William Henry Seward (1801-1872), el político más destacado del partido republicano hasta la nominación de Lincoln para la presidencia (véase antes, nota 2); gobernador de Nueva York (1839-1843), senador (1849-1861) y secretario de Estado (1861-1869). Thomas Corwin (1794-1865), senador por Ohio (1845-1850) y miembro de la Cámara de Representantes (1859-1861).

[32] Para prosperar una enmienda constitucional aprobada por el Congreso y no vetada por el presidente, tenía -y tiene- además que ser aprobada por las legislaturas de, al menos, dos tercios de los estados.

[33] Lincoln tenía en especial estima la permanencia de Kentucky en la Unión, juzgando que, de otro modo, no podrían conservarse en ella los estados de Missouri y Maryland.

[34] Esta condición de George Feld no fue atendida por Lincoln quien, una vez en el cargo, envió por carta a todos los gobernadores de los estados el texto de la enmienda Corwin, aunque, al estallar la guerra civil, su aprobación se limitó a cinco estados: Kentucky, Ohio, Rhode Island, Maryland e Illinois. De dichas aprobaciones, se revocarían y anularían las de Ohio (en 1864), Maryland (¡en 2014!) e Illinois (¡en 2022!).

[35] Beriah Magoffin (1815-1885), gobernador de Kentucky (1859-1862), fervoroso partidario de la neutralidad de su estado, por lo que tuvo finalmente que dimitir de su cargo, a instancias de una legislatura cada vez más firmemente unionista.

[36] Frederick es una ciudad de Maryland, capital del condado del mismo nombre, situada en el centro-norte del estado. Su población era en 1860 de 8.100 habitantes.

[37] Winfield Scott (1786-1866), general en jefe de las tropas de los Estados Unidos entre 1841 y octubre de 1861. Su biografía canónica actualmente (2023) sigue siendo: John S.D. Eisenhower, Agent of Destiny: The life and times of General Winfield Scott, University of Oklahoma Press, 1999. Para la época de la guerra civil, véanse pp. 358-404.

[38] Benjamin Franklin Butler (1818-1893), militar y político estadounidense, de los más criticados de la guerra civil (se le apodó La bestia y El carnicero), por su excesivo rigor y mal desempeño como general. Afortunadamente para Maryland, pronto pasó a combatir en otros estados (Virginia, Carolina del Norte y Luisiana, entre ellos), hasta ser forzado a retirarse del ejército en 1865.

[39] Véase ex parte Merriman (17 F.Cas. 144 (C.C.D. Md. 1861)(No. 9487). A este caso pionero siguieron otros muy significativos, como ex parte Vallandigham, 68 U.S. (1 Wall.) 243 (1864), y ex parte Milligan, 71 U.S. (4 Wall.) 2 (1866), a través de los cuales el Tribunal Supremo de los Estados Unidos fijó jurisprudencia en materia de hábeas corpus, es decir, de presentación inmediata de los detenidos a la autoridad judicial, salvo expresa suspensión de la institución cuando la rebelión o la invasión lo hagan necesario (Artículo I, Sección 9, segundo párrafo dela Constitución de los EE. UU.).

[40] A lo largo de la guerra civil, como una docena de publicaciones periódicas fueron cerradas en Maryland por razones políticas y sus propietarios o redactores jefes, detenidos sin inculpación. Uno de los primeros casos, y más conocidos, fue el del escritor y periodista, Frank Key Howard (1826-1872), entre septiembre de 1861 y noviembre de 1862, a causa un editorial en el Journal de Baltimore, al parecer, por orden del secretario de Estado, Seward. Véase, Frank Key Howard, Fourteen months in American bastilles, MacIntosh, Londres, 1863 (accesible por Internet en la página web, archive.org).

[41] George Hume Steuart (1828-1903), tuvo un extenso y correcto desempeño como general del ejército confederado, habiendo sido herido de gravedad y hecho prisionero (liberado mediante canje).

[42] Por exigencias de brevedad, incluyo en esta carta todos esos casos, aunque, en realidad, algunos de ellos se produjeron en 1861, pero después del 20 de septiembre de dicho año.

[43] Así se hizo, en parte a propuesta del citado Henry May, en la ley sobre hábeas corpus de marzo de 1862, en la cual el Congreso autorizó finalmente a Lincoln a suspender dicha garantía constitucional mientras durase la guerra, si bien exigiendo que los detenidos fuesen inculpados por causas reales o por razonable presunción de traición. Obviamente, en muchos casos tampoco se observaron esas mínimas garantías.

[44] David Hunter (1802-1886), general de la Unión que, el 9 de mayo de 1862, tomó unilateralmente la decisión de liberar a los esclavos de Georgia, Carolina del Sur y Florida, existentes en zonas reconquistadas, siendo inmediatamente desautorizado por Lincoln. Por exigencias del relato, anticipo la fecha de la Ordenanza general número 11 del general Hunter, hasta un momento incierto, anterior a la carta de Feld, en que este se hace eco del acaecimiento.

[45] La Proclamación de Emancipación o Proclamación 95 fue una proclama presidencial y una orden ejecutiva emitida por el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, el 1 de enero de 1863. Cambió el estatus legal federal de más de 3,5 millones de afroamericanos esclavizados en las áreas rebeldes del Sur, pasando de esclavos a libres. Numerosas páginas de Internet recogen íntegramente el contenido de la susodicha proclama.

[46] Reverdy Johnson había retornado al Congreso, como senador por Maryland, el 4 de marzo de 1863 y se mantendría en el cargo hasta el 10 de julio de 1868.

[47] James Cook Conkling (1816-1899) era a la sazón representante en la Cámara por uno de los distritos de Illinois. La carta de Lincoln a Conkling está reproducida en diversas páginas web, como: presidency.ucsb.edu, o bien, upload.wikimedia.org.

[48] Jubal Anderson Early (1816-1894), teniente general confederado, tan famoso por su intervención en la guerra civil, como por su férrea defensa ulterior de la causa sudista, habiendo sido presidente de la activista Southern Historical Society.

[49] Lewis Wallace (1827-1905), general de división unionista, político, diplomático y escritor, autor de la conocidísima novela, Ben Hur: A tale of the Christ, Harper Brothers, Nueva York, 1880.

[50] Concretamente, en 1814, llegando los británicos a incendiar la mansión presidencial o Casa Blanca (enjalbegada entonces para disimular los estragos del fuego y del humo).

[51] La batalla aludida fue la de Monocacy (9 de julio de 1864) que, pese a significar una derrota unionista, implicó un retraso en el avance confederado sobre Washington, que salvó la capital. Amplia referencia a la batalla y sus circunstancias en la web denominada mountolivethistory.com.

[52] Las complejidades del proceso electoral presidencial de 1864 están bien resumidas en: Isaac Asimov, obra citada en la nota 21, pp. 329-335.

[53] El Partido de la Unión fue el resultado de una coalición poco duradera entre el republicano y la fracción del demócrata partidaria de proseguir la guerra civil hasta la total victoria de la Unión.

[54] Finalmente, una nueva constitución, la de 1867 (todavía vigente a día de hoy -2023-) suprimió ese juramento, el llamado oath of allegiance, para desempeñar cargos y funciones públicas.

[55] George Feld conocía bien la sensibilidad de su estado: La enmienda XIV, que concedía la nacionalidad americana a todos -incluso los negros- nacidos o naturalizados en los EE. UU. y sometidos a su jurisdicción, fue rechazada por Maryland hasta el año ¡1959! Y la enmienda XV, que concedía el derecho al voto a todo ciudadano de los EE. UU. -incluso los negros- solo fue aprobada por dicho estado ¡en 1973!

[56] La propuesta de Lincoln fue rechazada por la Confederación, y fue abroncado por su propio Gobierno, que le hizo abandonar su magnánima oferta. Finalmente, la rendición incondicional de los ejércitos del Sur se produjo entre el 9 de abril (Appomattox) y el 2 de junio de 1865 (Galveston).