sábado, 28 de noviembre de 2020

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA

 

Un viaje de ida y vuelta

Por Federico Bello Landrove

 

     Este es un relato policiaco, hasta cierto punto, en el que no hay misterio en el crimen, sino en el efecto que este haya de producir entre los implicados, en función de su posición y de su psicología. Lo que podríamos llamar el color local responde fielmente a las zonas estadounidenses de Green Bay (Wisconsin) y Hubbard (Iowa), en que se desarrollan los acontecimientos. Cuenten mis lectores con ello, sin perjuicio de aclararlo en notas al texto, cuando estas me parezcan oportunas.

 

Billetes de 100 dólares norteamericanos

 

PRIMERA PARTE: LA IDA

 

1.      Lo que hace la política

 

     Decía un antiguo editor de la Gazette[1] que la importancia de las noticias no deriva de los hechos que se narren, sino del contexto en que se propaguen. Era una forma como otra cualquiera, y mejor que muchas, de animar a los periodistas de su diario a que procuraran conectar con su ambiente y circunstancias. Yo podría ponerme ahora una medalla por haber prestado atención a un suceso de por sí tan nimio, como que una prostituta de cierto nivel hubiese sido severamente lesionada por un desconocido, hasta el punto de precisar hospitalización. Pero, como reportero encargado de crónica negra y de tribunales, me llamó un tanto la atención la zona de la ciudad en que habían sucedido los hechos: un tranquilo barrio suburbano de gente acomodada, junto al parque de Enos Colburn; como también, la circunstancia casual de que cobrase mi modesta nómina en una sucursal del banco Wells Fargo, justo enfrente de la casa de la chica agredida. De hecho, cuando me dejé caer por allí para tomar las primeras notas, me vio aparcar al otro lado de la calle el vigilante, Charlie Devereux, y cruzó para ofrecerme cuantos datos había conocido de boca de su colega, el vigilante de la noche anterior:

-          ¡Menuda movida! Fue a eso de la medianoche. Bill estaba haciendo una ronda exterior con el perro, cuando observó cierto barullo en la casa de enfrente. Por si acaso se trataba de algún robo, cruzó la Sexta y se percató de que había sido una agresión. El portero ya estaba llamando a la Policía y la mujer era atendida por un médico que vive en el primero; así que se limitó a montar guardia hasta que llegaron los agentes y luego volvió al banco, a seguir haciendo su trabajo. Al terminar este, marchó a su casa y creo que de allí habrá ido a declarar al Departamento de Policía, en la calle Adams.

     Le agradecí la atención y tomé nota de cuanto me decía, sin mayor interés. Luego, con un billete de cien dólares presto a cambiar de mano, fui en busca del conserje que, como lo era de los tres coquetos bloques gemelos de apartamentos que formaban el condominio, hube de buscarlo durante unos minutos. Como me temía, el sujeto, que atendía por el nombre de Adam Keystone, me recibió a la defensiva, pero no le valió de mucho ante un reportero tan avezado y astuto como un servidor -aunque me esté mal el decirlo-.

-          Comprendo -le dije- que tiene usted mucho trabajo, estando al cargo de tantos apartamentos; de modo que seré muy breve… Por otro lado, en estos temas de mujeres de vida alegre, cuanto menos morbo se transmita al público, mejor.

     Entre mi conocimiento inicial del caso y la prudencia que demostré, descoloqué al bueno de Adam, quien acabó por ponerse de mi lado cuando deslicé en su mano el billete con la cara de Franklin. Parecía como si mi aparente displicencia excitara sus ganas de hablar y serme útil: Incluso no puso objeción alguna a que lo citase como fuente de conocimiento, aunque sin dar su nombre. Eso sí, no pudo mostrarme el lugar de los hechos, es decir, el apartamento de la señorita Phedora: Un papel en la puerta, con sello de Departamento de Policía de Green Bay, lo impedía por el momento.

     Para no repetir lo que me contó, los recogeré aquí tal y como lo plasmé en la reseña de la Gazette, a la mañana siguiente:

     A medianoche del lunes, día 18, en los apartamentos de esquina a las calles Sexta y South Fisk, se produjo un altercado entre la señorita que ocupa uno de ellos, en el piso bajo, y un visitante ocasional. A los gritos de auxilio de la primera, acudieron el portero y varios vecinos, quienes comprobaron que el agresor había desaparecido, mientras que la inquilina se hallaba seriamente lesionada, con golpes en diversas partes del cuerpo y abundante hemorragia. Avisada la Policía, acudió con una ambulancia, en la que la señorita P. fue trasladada al cercano hospital de Saint Mary, donde ha quedado ingresada con pronóstico grave. Los agentes continúan sus pesquisas para dar con el autor de las lesiones que, por ahora, resulta desconocido.

     Como verán, un resumen de circunstancias, donde tan pronto se dice demasiado -por ejemplo, que la agresión fuese obra de un hombre solo-, como demasiado poco -no detallaba las heridas, ni aludía al estado en que se habían encontrado los policías la escena del crimen-. La verdad, lo que menos pensaba yo es en que el asunto iba a traer cola. Ahí es donde entra lo del contexto de la noticia, que les decía al principio. Y el caso es que fui yo el responsable del pábulo que el caso iba a tomar: yo y el Gobernador del Estado, Mitch Donovan, a la sazón en horas bajas. Tendré que explicar qué pintaba un anodino periodista, como el que suscribe, junto al curtido político demócrata; o dicho de otro modo, cómo y por qué se me ocurriría hinchar la noticia cuando, como corresponsal en Green Bay del Wisconsin State Journal[2], la transmití al diario capitalino. Me explicaré.

***

     Para cuando envié mi crónica al State Journal, un par de días más tarde, había tenido ocasión de enterarme de que la víctima de la agresión, la tal Phedora, era una prostituta de cierto rango, de esas que tienen una clientela bastante estable y un apartamento alquilado solo para ejercer sus menesteres. El detective encargado del caso era el teniente Benny Scanlon, con el que yo me llevaba francamente bien. Me contó:

-          Lo de Phedora es un nombre de guerra. La chica, que tiene unos treinta años, se llama Melissa Warner y vive, bastante bien por cierto, en una casa de la Avenida Glendale, en el suburbio de Howard. Aunque va bastante por libre, tiene un chulo para protegerla, un tipo apodado Swindy[3], un jugador de ventaja, que parece estar bastante afectado por lo sucedido; y no me extraña: Su pupila es ganancia segura y no me consta que tenga a otras mozas como fuente de ingresos.

-          Entonces -deduje- descartas que haya sido él quien le diera la paliza…

-          Del todo. Las heridas de la señorita Warner, además de por golpes, han sido del tipo de agresión sexual a lo bruto, y no creo que Swindy fuese a tirar piedras contra su propio tejado. Tiene toda la pinta de haber sido algún cliente, al que se le fuera la mano con el sadismo, o que tuviera alguna discusión fuerte con la furcia por algún motivo.

-          Ya, y las lesiones, ¿son graves?

-          Tiene para una temporada; sobre todo, por la fractura de un par de costillas y una conmoción cerebral bastante fuerte. Pásate, si quieres, por el Saint Mary[4], que es donde la llevaron.

-          Lo sé, pero no me apetece. Salvo que des con el culpable y sea algún sujeto de relevancia, no me interesa seguir la noticia más allá de lo que el portero y tú me habéis contado.

     Pese a mi declarado desinterés, cuando envié la noticia al State Journal, ya pude añadir algunos detalles que no figuraban en la gacetilla inicial de la Gazette, bien porque al principio no los conocía, bien porque fui más atrevido para con los lectores de fuera de mi ciudad. El hecho es que añadí la siguiente frase, que desataría luego tan graves consecuencias:

    De fuentes próximas al caso, se sospecha que podamos hallarnos, una vez más, ante la criminal conducta de quienes abusan de mujeres que, por unos motivos u otros, se encuentran en situaciones particularmente vulnerables.

     Creo que fui bastante prudente a la hora de no concretar de qué situación de indefensión estaba hablando, pero no me sirvió de mucho. Apenas veinticuatro horas después, recibí una llamada del redactor jefe del State Journal:

-          ¡Hola, Steve! Dime: La mujer a la que machacaron en otro día junto a Colburn Park, ¿era una prostituta?

-          Eso creo, pero no pretenderás que, además de la paliza que le dieron, la pongamos en la picota en el periódico.

-          No, hombre, no se trata de eso. Es que me han llamado de la oficina del Gobernador, interesándose por el caso y pidiéndome detalles.

-          ¡Vaya por Dios! No sabía yo que Donovan se preocupase por las putas.

-          Ya sabes, la típica sensibilidad política de poco antes de las elecciones. Y otra cosa: ¿me confirmas que las heridas son graves?

-          Mira, Frank, ni confirmo, ni desmiento. Si el Gobernador quiere informarse del caso a título personal, que se entienda con la Policía. Ya me estoy arrepintiendo de haberos mandado esa puñetera crónica.

-          Tranquilo, chico. Les diré que el pronóstico de las lesiones es reservado y allá se las compongan.

     Lejos de quedarme tranquilo, me encaminé inmediatamente al despacho de mi Director. El hecho de que la línea editorial del periódico no simpatizara en absoluto con el Gobernador actual me impulsaba a sincerarme con quien había sido mi tutor de prácticas cuando yo era un simple becario en la Gazette, diez años atrás.

-          Así que Donovan anda buscando votos entre la basura -comentó, al ponerle yo en antecedentes-. Muy desesperado tiene que estar para tragarse su machismo y ponerles ojitos a las furcias.

-          Es posible -conjeturé-, pero ignoro los motivos de su interés. Lo que me preocupa es haber sido yo su involuntario avisador.

-          No te preocupes. No vuelvas a publicar una sola palabra sobre el caso y en paz. Eso sí -agregó-, vete renunciando a la corresponsalía del State Journal. Si no te llega lo que cobras aquí, dedícate además a vender seguros o a escribir novelas policiacas.

     Ni que decir tiene que me aparté del suceso, sin rechistar. En consecuencia, poco más puedo contarles del caso. Le cedo el uso de la palabra al teniente Scanlon, que les informará mejor, y de propia mano, sobre lo sucedido, a partir del momento en que los políticos metieron sus pecadoras manos en el asunto. Benny me ha prometido ser menos escueto y mal hablado de lo que en él es habitual. Así pues, les dejo con él.

Hotel Northland (Green Bay)



2.      Se complica el caso

 

     Aunque dice Steve que mis noticias son de primera mano, la verdad es que, para enlazar con lo que él les ha contado, no tengo más remedio que basarme en conjeturas, por sólidas y seguras que sean. Lo cierto es que ya estaba a punto de pasar página del caso de Phedora para dedicarme a otros varios, cuando el asunto empezó a hincharse como un globo de feria. Primero, fueron unas declaraciones totalmente extemporáneas del Gobernador, con el Fiscal General[5] a su derecha, indicando que había que prestar mayor atención a la protección policial y judicial de las mujeres, frente a las agresiones que frecuentemente denunciaban sin efecto alguno. Lo siguiente fue que el capitán Scherer me llamó a su despacho para preguntarme por el caso Phedora. Cuando le respondí que la chica iba mejorando y que no habíamos hecho muchos avances en la identificación de sus agresores, se puso serio y me soltó:

-          Pues vais a tener que poneros las pilas, porque el fiscal del Distrito está muy interesado en el asunto. Parece que la cosa viene de muy arriba.

-          ¿Es que la chavala es amiguita de algún pez gordo?, pregunté, haciéndome el tonto.

-          No van por ahí los tiros, sino por razones políticas; pero sea por lo que sea, deja de limitarte a cubrir el expediente y dedícate al asunto. Quiero resultados, y cuanto antes, mejor.

     Menos mal que, días atrás, los agentes que habían iniciado las diligencias y levantado el atestado habían tenido la precaución de clausurar el apartamento, como recinto protegido por orden policial, hasta tanto se recuperaba la inquilina y podía regresar a él. El portero, un tal Keystone, bastante oficioso él, se encargó de que nadie intentara violar los precintos, pues ya había aparecido por allí más de un tipo tratando de colarse:

-          ¿Quién?, le pregunté. ¿Cuándo? ¿Cuántos? ¿Cómo eran?

     Tantas preguntas lo abrumaron. Al parecer habían aportado por allí dos individuos. Uno, por la descripción, coincidía con el chulo de Phedora, apodado Swindy, a quien yo conocía de algunas redadas y casos anteriores; además, parecía tener llave del pisito. El otro era descrito por el portero como un individuo joven, de aspecto como de universitario[6], pero bien trajeado -puntualizó-, que le ofreció una buena propina, si le dejaba entrar un momento para echar un vistazo. Esas visitas, según Keystone, se habían producido en el primero o segundo día, a contar de la noche de la agresión.

     Antes de molestar a los testigos o a la víctima, juzgué oportuno conocer bien el lugar de los hechos y tomar todas las huellas precisas, recogiendo, en su caso, lo que llaman los picapleitos el cuerpo del delito. No fue para mí una sorpresa que nada de eso se hubiese hecho por los oficiales[7] que habían intervenido en las primeras diligencias, solo preocupados por atender a la lesionada y tomar nota de las identidades de los presentes. Luego, cuando vimos que la chica no palmaba y qué tipo de moza era, la verdad es que nos olvidamos bastante de nuestro protocolo en estos casos. Se tomó declaración a Keystone y al médico de los primeros auxilios, y punto. De modo que, esta vez, acudí con mi compañero, el sargento Al Douglas, y con toda la parafernalia de los de la Científica. Simultáneamente, avisé al médico forense para que se pasara por el hospital, examinara a la lesionada y su historial médico, e hiciera un informe detallado de todos los aspectos clínicos del caso. Me puso mala cara, que cambió cuando le dije que el asunto estaba llamado a salir mucho en los periódicos; y es que al Doctor le gustaba mucho estar en el candelero.

     Para ser un asunto muy descuidado en un principio, tuvimos una suerte loca. Como decía Al, tuvimos a San Francisco Javier de cara[8]. Para empezar, pese al moderado desorden en que se encontraba el apartamento, encontramos enseguida la agenda de Phedora, una libreta de pastas duras, tamaño cuartilla, escondida entre un montón de revistas pornográficas para ambos sexos. La chica, a juzgar por sus apuntes, era cuidadosa y tenía una letra muy regular. Día a día y hora a hora, figuraban las citas y alguna identificación de los clientes, tal como el nombre, el apodo o el teléfono desde el que la habían contratado. En ocasiones, figuraban notas sobre el pago de sus servicios o alguna observación sobre el comportamiento que había tenido el cliente, o las especialidades sexuales que hubiese solicitado. Se notaba que era una profesional concienzuda que, en la medida de lo posible, procuraba protegerse. De hecho, entre la ropa interior de una cómoda hallamos un chato Smith & Wesson de cinco tiros[9], con tres balas en el tambor. En fin, la entrada del dietario, correspondiente a las 23 horas de la noche de los hechos, comprendía simplemente estos datos:

     Llamada desde el número 698-7692. Cliente nuevo. Varón. Servicio completo. Una hora. 450 $. Voz joven, sin acento especial.

     Como ven, muy ilustrativo…, siempre que el teléfono -que no había sido un móvil- no fuera público, o de algún establecimiento muy concurrido. Adelantando resultados, les diré que correspondía a uno de los aparatos del locutorio del Hotel Northland, nada menos[10]; de modo que, por ahí, poco se podía rascar, fuera de presumir que el joven no sería un don nadie, para ocurrírsele llamar desde un lugar tan imponente.

     Como es natural, mientras Al y yo registrábamos el pisito, los de la Científica tomaban las huellas que, en su momento, podrían corroborar nuestras sospechas, o la identidad que nos pudiera ofrecer la víctima. En esto, se nos acercó uno de los oficiales con un pequeño objeto brillante y una cara de sorna, diciendo:

-          Tal vez os pueda interesar este detalle, que acabo de encontrar junto a una pata de la cama.

     ¡Cómo no! Se trataba de una placa insignia de la Hermandad ΦΒΚ[11], cuyo pasador se había abierto, determinando que su usuario lo extraviara. ¿Sería del agresor, o de algún otro cliente anterior? La verdad es que el apartamento parecía limpio y bien cuidado, pero una cosa tan pequeña y debajo de la cama, podría pasar inadvertida durante bastante tiempo. ¡Milagro que no se la tragara la aspiradora!

     A falta de que nuestros compañeros analizaran la insignia, para determinar huellas y material del que estaba hecha[12], lo que, de entrada, parecía claro es que la placa no pertenecía a un estudiante joven, sino a alguna persona, tal vez, de su familia. En concreto, la leyenda particular de la insignia rezaba así:

Marquette University Milwaukee

Matthew N. Harris

1959

     Por ahora, era suficiente. Ordené a los oficiales que, concluido su trabajo, volvieran a cerrar el apartamento y colocar los precintos, advirtiendo de ello nuevamente al portero. Seguidamente, le dije a Al:

-          Me entran ganas de pasarme por el hospital de Saint Mary y ver qué me cuenta Phedora.

-          De acuerdo. A mí me deprimen los hospitales -replicó Al-. Así que voy a ver qué saco en limpio de ese Matthew Harris, de la promoción del 59. Luego intercambiaremos los hallazgos.

     De camino, me dio por comprar la Gazette. En efecto, Donovan y sus muchachos seguían aireando el tema de la protección de las mujeres. Con muy mala idea, el diario traía en la misma página la noticia de que los sondeos seguían siendo desfavorables al actual Gobernador por nueve puntos y medio. Me sentí importante: Entre Phedora y yo podríamos rebajar esa diferencia en varios puntos. Ahora el caso era que la pelandusca quisiera colaborar. En unos minutos lo sabría.

***

     Las cosas, en lo que a mí respecta, fueron mal desde un principio. Cuando llegué a la habitación de la chica, me encontré con que se trataba de una habitación doble, compartida por un tipo que, según su versión de los hechos, se había herido sin querer en el vientre destazando un ternero, por lo que había estado a punto de palmarla con perforación intestinal y peritonitis. A mayores, otro individuo que debía de estar paseando por el pasillo o en la sala común de la televisión, entró inmediatamente tras de mí y, con voz meliflua, dijo, todavía a mi espalda:

-          ¡Caramba, teniente, qué casualidad! Ya le venía diciendo yo a Melissa que tenía que venir algún policía a tomarle declaración.

     No me cabía duda: era Swindy, el proxeneta, la persona menos indicada para estar allí mientras yo me desempeñaba con su chica. Tampoco me gustó que se dirigiera a mí en voz tan alta, que el otro enfermo y su visita me enfilaron con mirada torva, por lo que de inmediato supuse que lo del destace del tercero era una milonga. De modo que le solté con desabrimiento:

-          Justo a eso mismo vengo; así que ábrete y baja a la cafetería a tomarte un perro caliente o una hamburguesa, que ya es la hora de comer.

     Aunque rezongando, el rufián se perdió por el pasillo, pero me había estropeado la entrada en escena. La chica se puso a la defensiva. Fue en vano que cogiera una silla y me sentara a su vera, preguntándole por su evolución y estado. Melissa exageró un rictus de dolor y me respondió con monosílabos; de forma que, cuando intenté entrar en materia, acerca de lo sucedido en la noche de autos y sobre la identidad del agresor, no conseguí más que evasivas y silencios. No digo que fuera imposible que padeciese amnesia postraumática, o como rayos la llamen, pero la cosa iba a pintar muy mal, si la moza se encerraba en el no sabe, no contesta. En un momento dado, llamó al timbre y apareció al rato una enfermera bastante más amable que la paciente y tan atractiva, por lo menos, como lo sería esta en condiciones normales. Melissa se derrumbó en el lecho y, con voz apenas audible, pidió a la sanitaria que le diese un calmante para el dolor de cabeza. Antes de que me lo pidieran, me despedí amablemente de Phedora y salí tras la moza de blanco, acompañándola hasta la sala de medicación. La joven, cuya tarjeta de identificación rezaba Coleen Mazurski, iba contestando muy sonriente a mis preguntas, lo que me hizo recordar:

-          Mazurski… No será pariente de un oficial de la comisaría de Howard…

-          En efecto, teniente, es mi hermano.

-          Buen muchacho y buen policía, alabé sin mucho conocimiento de causa.

-          Así es -repuso-. Está seleccionado para el próximo curso de detectives.

-          Seguro que aprueba… Por cierto, Coleen, ¿qué puedes decirme sobre Melissa Warner? He ido a interrogarla y me ha salido con que padece amnesia.

-          Es posible. La golpearon fuerte en la cabeza y le hicieron perrerías en sus partes. De todas formas, quien mejor podría informarle es el Doctor Banion, que es quien la lleva. ¿Quiere que lo busque por la planta?

-          Prefiero que se lo preguntes como cosa tuya, repliqué. Si lo hago yo, empezará a ponerse exquisito; ya sabes, que si la confidencialidad, que si todo puede ser, etcétera, etcétera.

     Coleen no puso buena cara, pero acabó accediendo. De todos modos, alguna opinión tendría al respecto el forense que tendría que reconocer a Melissa, si no lo había hecho ya.

Revólver Smith & Wesson “chato”

***

     En cuanto a mi compañero Al, tardó bastante más que yo en sacar algo en limpio, aunque mereció la pena esperar. Como hacen los escritores, voy a poner en su boca, de un tirón, lo que tuve que sacarle con sacacorchos, que no saben ustedes lo que se hace de rogar cuando sabe que ha dado con algo importante o, cuando menos, llamativo:

-          No es que Matthew Harris sea un nombre muy especial, pero tampoco había muchos estudiantes en la Universidad de Milwaukee en el año 59. Pude haberme dirigido a la sede nacional de los Phi Beta Kappa en Washington, pero preferí llamar a la Universidad de graduación del Señor Matthew N. Harris. Resultó que había sido alumno de su prestigiosa Escuela de Odontología[13]. Hasta ahí, todo corriente, pero resulta que el sacamuelas es, ni más, ni menos, que el padre de Vince Harris.

-          ¡No fastidies! ¿Del corrupto constructor y politicastro republicano?

-          El mismo. De modo y manera que, salvo que el abuelete sea todavía un putero, la pérdida de la medalla habrá corrido a cuenta de alguien que se la robara, o de algún miembro de su familia a quien le guste presumir de ella.

-          Eso lo podemos saber muy pronto -bromeé-. En cuanto tengamos las huellas, nos pasamos por su palacete y se las tomamos a toda la familia, incluyendo a Vinnie Weakpillar[14]. Puede que él nos mande luego a unos matones, pero el Gobernador nos hará un entierro de primera[15].

-          Ya veremos lo que dan de sí las huellas -gruñó Al-. En un piso así, las habrá de media ciudad.

-          Esperemos que las de la insignia resulten identificativas. No seas gafe.

     Ya me voy cansando de tanto escribir. Cerraré mi colaboración, aludiendo al informe del Forense, en algunos puntos que pueden servirles para entender el hilo de la historia. Primero, la contusión cerebral no le parecía tan fuerte, como para provocar amnesia, salvo por razones psicológicas -ya estamos con las puñeteras dudas metódicas de los galenos, tan dados ellos a afirmar que la Medicina no es una ciencia exacta-. Segundo: Si el agresor siguió algún plan metódico, acumuló sobre la pobre Phedora una tremenda paliza y una grave crueldad sexual; de hecho, si quería seguir ejerciendo su oficio, sería a base de que los cirujanos hiciesen un trabajo de artesanía en sus partes. Y tercero, la paciente tenía lesiones para rato, aunque lo lógico es que le diesen el alta hospitalaria en unos quince días.

     Así pues, aquí me despido. Y no es que dejara de mi mano la investigación del caso, sino que, en lo que siguió el protagonismo correspondió a un tal Bob Lindgren, ayudante novato del Fiscal del Distrito, con quien nunca había trabajado yo hasta entonces. Si me permiten que les destripe un poco la historia, él seré el actor principal de la misma…, aunque dudo mucho de que le den un Oscar por su actuación.

 

 

3.      Un desertor del arado de buen tono

 

     Pertenezco a una familia de campesinos oriundos de Suecia, que se establecieron en el condado de Wood (Wisconsin) cuando, a finales del siglo XIX, una terrible racha de incendios acabó con la mayor parte de su riqueza forestal y arruinó las serrerías. Fue entonces cuando -según cuentan los libros- el terreno devastado se parceló y vendió para establecer granjas. Mi bisabuelo paterno, que había llegado poco antes de Europa y se había empleado en un aserradero de Minnesota, vio una oportunidad en aquella subasta de tierras; pujó con dinero logrado a préstamo y salió adelante, en buena medida por no haberse empeñado en cultivar aquel terreno, pantanoso y medio helado buena parte del año, sino yendo en aparcería con las primeras industrias lecheras que se establecieron allí: Mi antepasado pondría el terreno, el cuidado del ganado vacuno y el trabajo forrajero, a cambio de lo cual recibiría cincuenta vacas de raza selecta y la seguridad de que le comprarían la leche obtenida, a un precio razonable. Años después, mi abuelo Axel, al volver de la Gran Guerra, tuvo la idea de que la industria láctea le descontara unos centavos en cada galón de leche, para ir comprando a plazos las vacas que cuidaba. Con eso y un préstamo del State Bank, se hizo con la propiedad del ganado y sentó las bases de una de las granjas más prósperas del pueblo de Vesper. Todo parecía sonreír a la familia Lindgren, que pudo superar la Gran Depresión. En la Segunda Guerra Mundial, murió mi tío Adolf, lo que dejó a mi padre al frente de la explotación familiar. Él supo completar su economía, volviendo a explotar los bosquetes que se habían ido formando dentro de nuestros linderos, setenta u ochenta años después de los grandes fuegos, y desecar la mitad del terreno, para dedicarla al cultivo del maíz, decidiendo estabular el ganado de modo permanente, en vez de dejarlo pastar al raso. Se casó con mi madre, una Crow, de los copropietarios del importante aserradero Prescott. Diría que no fue una buena decisión, ya que mi madre resultó una esposa fecundísima, que trajo al mundo once hijos e hijas, de los que yo fui el último de los varones. Aquello estaba llamado a arruinar a la familia, pues la granja era imposible que diese para todos. Yo lo tuve claro desde un principio y, con perspicacia y espíritu de sacrificio muy superiores a lo habitual a mi edad, hice de la biblioteca Lester[16] el centro de mi existencia, todo el tiempo que me libraba de ayudar en la granja, para la que solía haber brazos abundantes y más fuertes que los míos. Me convertí en lo que mi padre, Carl, llamaba un desertor del arado y mi madre, más culta y comprensiva, un chico con aspiraciones.

     Esas aspiraciones me llevaron a cursar estudios en la escuela superior Columbus Catholic de Marshfield, con una beca Goldsworthy, que me permitía pagar matrícula y alojamiento en casa de una amiga de mi madre. Habría podido, mal que bien, seguir algunos estudios universitarios en la misma localidad, pero comprendí que eso sería tanto como aplazar un fracaso y volver al polvo del aserradero y al cálido hedor de las vacas, que había ido aprendiendo a detestar según crecía en edad y conocimientos. Por mis calificaciones y preparación, creía con fundamento en poder ingresar en alguno de los campus punteros de la Universidad de Wisconsin, de preferencia en el de Madison, capitalino y bastante cercano a mi casa. Debo a mi madre el primer empujón monetario, pero todo lo demás fue obra de mi esfuerzo, cuando no de la casualidad, como el hecho de que, habiéndome decidido a estudiar Leyes, un ilustre abogado me recibiera como mecanógrafo y apoderado para traer y llevar documentos a los juzgados. Aquel letrado providencial, Malcolm Duperier, era un ferviente católico, que estoy seguro me empleó en su bufete por mis buenas referencias en una escuela superior de su credo. Luego, serían mi honradez y laboriosidad las que me granjeasen su confianza, hasta el punto de apoyarme en la consecución de mi primer empleo como graduado, según pronto diré.

     Ayudado en todos los aspectos por tan buen resorte, más algunos trabajos eventuales en el campus -cafetería, biblioteca, jardinería-, obtuve los medios para completar los cuatro años de mi licenciatura. Parecía que mi camino estaba trazado en la firma Stanton, Dillinger & Duperier, pero mi vocación penalista me apartaba de aquellos veteranos abogados, orientados hacia especialidades más rentables y menos turbadoras. Así se lo hice saber a Duperier, quien, extremando sus atenciones para conmigo, hizo uso de sus conocimientos e influencias, hasta poderme dar la buena noticia:

-          ¿Qué opinas de emplearte en la Fiscalía de Distrito de Green Bay?, preguntó, previendo perfectamente mi respuesta.

-          ¡Ah, muy bien! Además, he visitado alguna vez esa ciudad y me ha parecido muy atractiva.

-          Pues vete preparando las maletas y escribiendo una carta de presentación y agradecimiento a tu futuro jefe, Andrew Mac Bride.

-          Y ¿en qué concepto me va a recibir, oficinista, investigador…?

-          No, hombre, algo mejor. Te va a acoger como fiscal ayudante. De ti dependerá que confirme la impresión que yo le he dado, o que lo decepciones y te ponga a ordenar papeles en el archivo.

***

     Si queremos ordenar este relato de forma medianamente cronológica, es necesario que le retire a Bob el uso de la palabra y me ponga yo por un tiempo en el papel de narrador. Claro está que tengo suficiente autoridad para cerrarle por la boca, ya que soy el Fiscal del Distrito, Andrew Mac Bride, el acusador que llevó directamente el caso Phedora, desde que el Gobernador Donovan y mi superior, el Fiscal General del Wisconsin, Sweeney, decidieron darle un carácter político, para propiciar el voto a su favor de las mujeres. Lo cierto es que, como yo era también demócrata, no le hice ascos a la indicación, aunque para mi reelección aún faltaban dos años. Y la verdad es que el asunto en principio no presentaba dificultades, pero se fue complicando de una manera que procuraré desentrañar lo más clara y concretamente posible.

     Para empezar, la cosa -como les ha contado el teniente Scanlon- se complicó por la alegada amnesia de la chica, que era tan sospechosa como inatacable, por el momento. Luego, apareció la placa de la sociedad phi beta kappa, que arrojaba ciertas sombras de culpabilidad sobre alguien relacionado con el siniestro Vinnie Weakbeam, lo que ofrecía muchas posibilidades políticas, al ser él un conocido simpatizante y financiador de los republicanos, pero implicaba la necesidad de ir con pies de plomo, pues el tipo era escurridizo y de mucho cuidado. Y por ahí andaban las pesquisas, dispuestos ya los detectives a dar la campanada de tomar las huellas de los Harris, cuando las pesquisas dieron un vuelco morrocotudo. De buenas a primeras, se presentó en comisaría el protector de Phedora, Phil Robson, Swindy, y confesó que había sido él quien propinó a su chica la paliza que la tenía todavía en el hospital en grave estado. La verdad es que la auto inculpación no cuadraba, ni por la personalidad del sujeto, ni por el componente sexual de varias de las lesiones, pero para todo tenía respuesta y explicación el tal Swindy:

-          No es mi estilo -dijo a los policías que lo interrogaban- pero esa noche Melissa me sacó de quicio. Yo necesitaba urgentemente mil dólares para cubrir una deuda de juego y se negó a dármelos, aunque me constaba que los tenía.

-          Entonces -replicó Scanlon- lo primero que se te ocurriría, antes o después de golpearla, sería hurgarle en el bolso o escudriñar por el piso, ¿no es así?

     La pregunta ya tenía respuesta: En el apartamento, dentro de la cisterna del wáter, guardados en un bolsillo plastificado, habían aparecido mil cien dólares, supuestos rendimientos de aquella velada tan productiva.

-          La verdad -argumentó Swindy- es que yo sabía que tenía dinero, por los clientes a que había atendido, pero no lo encontré. Luego, Melissa empezó a chillar, me asusté y me largué sin más registro.

-          NI siquiera el del bolso. Allí había ciento veinte dólares.

-          Valiente mierda. Con eso no tenía ni para los intereses semanales de la deuda.

     Para lo tocante a las lesiones en sus partes, también tenía una explicación, por mala que fuese:

-          Melissa se estaba volviendo demasiado… independiente. Me escatimaba los pagos y me amenazaba con buscarse otro chulo, o ponerse por su cuenta. Fue un pronto e hice mal, lo sé; el caso es que decidí darle un escarmiento en donde más pudiese perjudicarla. Quizá se me fue la mano…

-          Ya lo creo, cabronazo -le soltó Scanlon-, pero no a ti, sino al degenerado que le metió no sé qué demonios por la vagina.

     En fin, en mi opinión de fiscal, el cuento de Swindy, por increíble que fuese para los entendidos, era bastante para un jurado y, de entrada, para quitarnos las ganas de aparecer en la mansión Harris y detenerlos a todos. Sin perjuicio de proseguir con las pesquisas, la clave estaba en que Melissa superase su amnesia, desmintiera al rufián y se decidiera a identificar al verdadero culpable. Pero Scanlon objetó:

-          Por torpeza nuestra, hemos dejado que Swindy estuviese alrededor de Phedora en el hospital todos los días. A estas alturas, ya le habrá contado eso tan importante que lo ha llevado a denunciarse y la habrá convencido de que no abra la boca. Lo vamos a tener muy complicado por ahí.

-          ¿Qué crees que puede haber llevado a ese individuo a auto inculparse? Le pueden caer unos cuantos años por ello.

-          O es miedo, o por dinero, o las dos cosas juntas, me respondió el teniente. Si los Harris están detrás de todo esto, no me extrañaría, incluso, que utilizaran contra Swindy la amenaza de algún prestamista mafioso al que deba dinero. En eso podría tener algún fundamento su confesión.

     Decidí consultar el caso con la almohada. A la mañana siguiente, tenía ya un guion con tres puntos: Primero, apretar de firme a Swindy, por si creía que le iba a salir barata la condena que pudiera caerle, según su declaración. Segundo, entrar por lo suave a Vinnie Harris, aprovechando el hecho indiscutible del hallazgo de la medalla de su padre en el piso de la prostituta. Y tercero, convencer a Phedora para que se dejase de cuentos y colaborase plenamente en la investigación. Los dos primeros objetivos me correspondía afrontarlos personalmente. En cuanto al tercero, tuve una idea inteligente, que podía dar mejores resultados que presionar a la chica; pero, para ello, tenía que contar con alguno de mis colaboradores: alguien joven, atractivo, poco conocido en la ciudad y lo bastante inteligente como para liar a una mujer curtida en cien batallas. Ya se imaginan ustedes en quien pensé inmediatamente: en Bob Lindgren, el vaquero de Vesper. Si han leído el resumen biográfico que nos hizo antes, sabrán el porqué del apodo.

***

     Dejé que, entre Scanlon y sus muchachos, intimidaran a Swindy antes de entrar yo en escena. Como, en principio, no le habían creído, lo dejaron en libertad sin cargos, no haciéndole otra advertencia que la de que no le convenía volver a aparecer por el Saint Mary ya que, según él, Melissa era su víctima. El control de que cumpliese con lo ordenado corrió a cargo de una enfermera del citado hospital, apellidada Mazurski, hermana de un policía. Luego, de pronto, en plena noche, el sargento Al Douglas sacó a Swindy de la cama, lo llevó a la Central de Policía y lo tuvieron varias horas declarando y haciéndole ver que el fiscal estaba muy cabreado por su encubrimiento del verdadero culpable, dado que el caso tenía que resolverse pronto y bien, por razones políticas. A mediodía, me lo trajeron al despacho y allí, poniéndome todo lo violento que mi cargo permitía, le hice saber que, si persistía en auto inculparse, pediría su prisión preventiva sin fianza y lo acusaría pidiendo la máxima pena, diez años sin posibilidad de condicional. No tuve empacho en mostrarle algunos recortes de prensa, de los que se infería que el asunto estaba siendo seguido muy atentamente en las altas esferas del Estado. Finalmente, le pregunté:

-          ¿Merece la pena pasar diez años en chirona, a cambio de un puñado de dólares? Y digo eso porque, si lo que te pasa es que estás amenazado, peor vas a pasarlo en la cárcel, pues estoy dispuesto a tocar a ciertas personas, para que crean que te has ido de la lengua. El teniente sabe bien con quién te juegas de ordinario los cuartos.

     El hampón pareció relajarse. Noté que estaba machacando en hierro frío. Tuve entonces la idea de tirar los datos, a ver si salía un siete:

-          Aunque bien puede suceder que ahora te codees con gente importante; como los Harris, por ejemplo.

     El individuo dio un respingo y palideció ostensiblemente. ¡Bingo! Había matado dos pájaros de un tiro.

-          Te doy unos días -no quise concretar- para que te lo pienses. Los que te pagan o te presionan son peligrosos, pero yo puedo serlo todavía más.

     Swindy salió. Scanlon comentó encomiásticamente:

-          Buen golpe, señor fiscal. Hemos dado un gran salto, pero, aún así, no creo que se vuelva atrás de su mentira.

-          Tiempo al tiempo, teniente. Si no lo hace por las buenas, podemos hacerle parecer como un soplón, con lo que nada adelantaría persistiendo en sus mentiras.

-          De lo que no hay duda, concluyó Scanlon, es que a ese lo ha sobornado Weakbeam. No creo que tuviese deudas anteriores con él.

Palacio de Justicia de Green Bay

***

     Mi siguiente paso fue el de indagar entre la familia Harris a propósito de la medalla phi beta kappa. Había urdido un montaje que me convertía en el bueno de la película, pues, lejos de enfrentarme directamente con el temible Vinnie, se trataba de abordar a su padre, el titular de la placa de honor, con el aparente objetivo de devolvérsela, para esperar y ver su reacción. El dentista Matthew Harris estaba unido a su hijo por lazos de sangre, pero nada sabíamos que participara en sus turbios negocios. No obstante, Scanlon me sugirió una medida precautoria, que me pareció digna de seguirse:

-          Si este asunto llega a juicio, la placa va a resultar fundamental. Haga un duplicado que pueda pasar perfectamente por la original y que sea el que le entregue usted a su titular, dejando constancia oficial de ello. Así, todos contentos.

     En un par de días tuve la copia de la presea, en oro de catorce quilates, y me informé sobre la manera de contactar con el viejo Harris, sin necesidad de alertar por anticipado a su hijo. Me dieron una oportunidad que, por descontado, me hizo recordar el lugar desde el que había contratado los servicios de Phedora su presunto agresor:

-          Tiene una tertulia después de comer en el café del hotel Northland: viejas glorias de la Medicina de Green Bay y gente por el estilo.

     Aquella tarde, acompañado del capitán Scherer, me acomodé en una mesa al fondo del gran salón e hice que un camarero pasara al señor Harris una nota, con el membrete de la Fiscalía, haciéndole saber que lo esperaba para charlar con él, cuando terminase la reunión con sus amigos. Como es lógico, nada más leer el papel, se levantó y, orientado por el empleado, vino hacía mí. Nos presentamos y, sin más preámbulo, le expliqué:

-          Hace unos días, unos agentes del Departamento de Policía de nuestra ciudad, encontraron un objeto que puede ser de su propiedad, a juzgar por el nombre que figura en el mismo. Como yo vengo por aquí con frecuencia, he querido evitarle el pasar por la comisaría para comprobar si estamos en lo cierto, o se trata de un individuo que se llama como usted.

     El hombre quedó atónito, sin articular palabra. Saqué entonces del bolsillo la insignia de la Sociedad y la coloqué sobre la mesa, del lado en que se encontraba. Cogió la medalla, que volvió a soltar, para ponerse las gafas. Retomó el objeto, leyó la inscripción, le dio varias vueltas y, como con asombro, me respondió:

-          En efecto, es mi placa de la hermandad phi beta kappa, en la que fui acogido en la Universidad, hace más de cincuenta años. Uno de mis nietos, Dave, que está acabando sus estudios en Cofrin[17], se encaprichó de ella, para presumir con sus amigos, y hace cosa de un par de años que es él quien la usa… Pero ¿en dónde la encontraron los policías?

-          Con lo que usted me ha dicho, permítame que no entremos en detalles, antes de que su nieto Dave sea informado del tema. En cuanto a la medalla, no veo inconveniente en que vuelva a su posesión, siempre que la guarde a partir de ahora cuidadosamente y nos firme el recibo que redactará en un santiamén el capitán Scherer, aquí presente.

Ejemplo de medalla de la Sociedad Phi Beta Kappa

 

     Para distraerle un poco, le estuve preguntando si seguía ejerciendo y si vivía con su hijo Vinnie, ilustre prócer de esta ciudad -añadí. aparentando seriedad-. Me contestó que se había jubilado un par de años antes, aunque seguía dando su nombre a la clínica dental que ahora llevaban sus antiguos ayudantes. Viudo desde hacía una década, había aceptado el ofrecimiento de su hijo de irse a vivir al caserón familiar en la calle Mason, ya ve usted para qué, agregó aludiendo a la apropiación de la medalla por su nieto.

     Entre tanto, Scherer había terminado de redactar, en papel de la Policía, el oportuno recibo, haciendo constar con toda claridad que la placa venía siendo usada de tiempo atrás por Dave Harris, nieto del propietario. Su abuelo firmó el documento sin hacer objeciones y recogió la medalla, comprobando su cierre, que estaba simplemente abierto, pero sin huella de fuerza. Antes de despedirnos, le pregunté por la edad de Dave. Me contestó que estaba a punto de cumplir veintiún años.

     Cuando nos quedamos solos, Alfred Scherer sonrió y me dijo:

-          Ha merecido la pena devolver al viejo el recuerdo, sobre todo, habida cuenta de que se trata de una copia.

-          Dudo de que sirva para mucho -lamenté-. Siempre puede decir que estuvo con la furcia cualquier otro día anterior.

-          Si yo hubiese sido usted -agregó- le habría dicho dónde lo habíamos encontrado. Seguro que se enfurecía y organizaba un escándalo en casa.

-          Bastante le he dado a entender cuando le he dicho que su nieto tenía que ser previamente informado. Eso excitará su curiosidad… y la preocupación del ilustre prócer de esta ciudad, quien ahora sabe que tenemos, por fin, algo concreto contra su hijo, por poco que sea. A ver cómo reacciona.

     Creo que el capitán no escucho mis últimas palabras. Estaba demasiado ocupado mondándose de risa con lo del Ilustre prócer.

 

 

4.      Entre fiscales anda el juego


     Tengo que reconocer que no fui franco con Bob Lindgren, porque no le manifesté las razones políticas que me obligaban a ser especialmente puntilloso en el caso Phedora, pero no es menos cierto que, si él leía el periódico o sintonizaba las televisiones locales, podía estar al tanto de que aquel no era un caso, digamos, corriente. De todos modos, cuando lo llamé a mi despacho para encargarle el aspecto más peliagudo del asunto, sí que fui claro en expresarle lo que esperaba de él y la autorización para que usase todos los medios medianamente decentes a fin de conseguirlo.

     Como creo haberles dicho ya, ni Scanlon, ni yo nos creíamos la amnesia de la víctima, por más que el forense la juzgase posible. La enfermera Mazurski había hecho sus propias averiguaciones en el hospital y había llegado a la misma conclusión, lo que confió al teniente. No hace falta resaltar que, si queríamos llevar a juicio al sospechoso Dave Harris con posibilidades de éxito, tendría que ser a base de que Phedora lo identificase sin lugar a dudas como su agresor. Logrado esto, el desacreditar la auto inculpación de Swindy y convencer al jurado de su soborno por Vinnie Weakbeam serían cosas bastante hacederas.

     Lindgren estaba aún tan verde, que me sentí obligado a explicarle el método que me parecía mejor para entrarle a Phedora, aunque sin ser demasiado crudo en las formas:

-          Verás, Bob, esas mujeres de la calle, aunque parezcan muy duras y curtidas, suelen ser bastante receptivas a la atención y el cariño con el que se las trate por parte de los oficiales públicos. El problema es poder llegar a ellas, superando la suspicacia y ganándose su confianza. Estoy seguro de que cualquiera de los demás compañeros de la Fiscalía tendría problemas a ese respecto. En cambio, tú eres la persona indicada, por tu juventud, carácter y… apariencia. No te digo que le lleves flores, ni que le hagas la corte -bromeé-, pero sí que armonices tu labor investigadora con la cortesía y la dedicación. Desde luego, será fundamental que le ofrezcas la mayor protección posible, para lo que cuentas con mi pleno apoyo -y el de otros varios, que mandan más que yo, pude haberle dicho-. En resumen, habla con el teniente Scanlon, que ya conoce bien a la chica, y hazte un plan de acción, que comentaremos cuanto antes… Bien, ahora, las dudas y preguntas.

     No era tonto el Ayudante, no: Me pidió todas las aclaraciones precisas, antes de tomar el asunto en sus manos. Hube de indicarle las razones por las que no creíamos que Phedora hubiese perdido la memoria, por lo menos, tan plenamente como simulaba. La indiqué que su intervención en el asunto sería solamente durante la preparación pues, si se llegaba al juicio, lo lógico es que lo llevase yo personalmente. Puse a su disposición a Scanlon y a su compañero, el sargento Al Douglas, para ayudarle en cuanto necesitara. Finalmente, le di carta blanca para hacer algunos gastos moderados y lo orienté en tema de concretos medios de protección de testigos. Bob tomó buena nota, pero objetó a tener que someter sus planes a priori a mi aprobación:

-          Mire, Andrew -me dijo-, creo que lo mejor será ir abierto a múltiples posibilidades y escoger las que en cada momento se ofrezcan como más acertadas. Lo único que se me ocurre, de entrada, es inventar una explicación de mi interés por el caso, cuando me presente ante esa Phedora y trate de que se me confíe. Así, a botepronto, se me ocurre decirle que se discutió el asunto en junta de fiscales y yo me ofrecí voluntario por haber tenido a una hermana maltratada hace años por un novio celoso, o algo así.

-          Perfecto. Como punto de partida me parece de perlas… Pues nada, Bob, a por ello. Phedora es toda tuya.

-          Mejor será que nos acostumbremos a llamarla Melissa Warner, si queremos darle un toque sensible, por así decir.

     ¡Vaya con el novato! ¡Dando lecciones a un Fiscal de Distrito con diez años en el cargo! Y, desde luego, algo debía de haber leído al respecto en los periódicos pues, de otro modo, no conocería el nombre de la prostituta. Hasta es posible que no se chupara el dedo y estuviese al corriente de que podría jugarse en ese caso la reelección del Gobernador Donovan y la defenestración política del influyente Vinnie Harris. En fin, sea como fuere, aquí me despido y les dejo a ustedes con el fiscal del caso de Melissa Warner. A partir de ahora, será él quien mejor pueda contárselo, pues conoce la mayoría de los de detalles de primera mano, mucho mejor que nadie.

***

     Retomo el papel de narrador en donde lo ha dejado mi jefe, indicando que, en efecto, estaba al tanto de la relevancia que había tomado el caso Warner -así lo llamaré, en lugar de Phedora-, aunque no me constasen al detalle los motivos políticos. Pero, como es lógico, no iba a ir con el cuento a Melissa, sino que tendría que convencerla de que eran otras, y muy nobles, las causas de tomarnos tanto interés por ella. Como le dije a Mac Bride, se me había ocurrido decirle a la joven que era una cosa personal mía, para así facilitar el que me viese, no tanto como un fiscal justiciero, sino como un profesional concienciado.

     Me la encontré paseando por el pasillo de la planta, muy lentamente y arrastrando un gotero. Aunque estaba demacrada y con gesto de dolor, tenía una grata apariencia:  alta, esbelta y guapa, con el pelo recogido en una cola y sin otro maquillaje que alguna crema hidratante, que daba a su rostro la pátina blanquecina y lustrosa de la cera. Era un buen momento para entablar conversación pues la tarde era un tiempo muerto para los enfermos del hospital, y el teniente Scanlon se había encargado de alejar de Melissa a Swindy y al cualquiera que pretendiese hablar con ella sin ser de la familia. Vamos, que estaba más sola que la una. Y, para entrarle mejor, no le llevé flores -como el jefe me había desaconsejado-, pero sí unas cuantas revistas de la llamada prensa del corazón, bazofia muy aconsejable para personas encerradas y doloridas en un hospital.

     No quería que aquel primer contacto fuese largo ni se tratáramos de temas penales, pero la joven me condujo hasta la sala común de las visitas, donde nos sentamos -ella, con bastante esfuerzo- y, aprovechando que apenas había nadie, conversamos muy juntos, para hacerlo en voz baja, durante más de una hora. Y, cuando ya le había dicho por dos veces que me iba a marchar para no cansarla en exceso, apareció por allí una preciosa enfermera, que resultó ser Coleen Mazurski, quien estaba al quite por encargo del teniente. Fue Melissa quien la tranquilizó, presentándome con una frase que me encantó:

-          Tranquila Coleen; se trata de Bob Lindgren, el fiscal de mi caso, aunque la verdad es que no lo parece en absoluto.

-          Si queréis, os enseño mi carné profesional, repliqué en broma.

     En fin, cuando en efecto me retiré estaban a punto de empezar a repartir las cenas. Entretanto, le había contado mi vida y milagros -obviamente, a mi manera-, resaltando mi humilde procedencia campesina y el deseo de descubrir al canalla que se había comportado con ella de ese modo, no muy distinto de como lo había hecho otro tal con una de mis hermanas, años atrás. Sucedió entonces algo que confirmaba definitivamente la mendacidad de Swindy: Melissa no rebatió mis palabras para hacer a su chulo responsable de las heridas. Por lo demás, le remarqué una idea que me pareció podía animarla a decir la verdad, aunque solo fuera para echarme una mano con mi carrera:

-          Llevo seis meses en la Fiscalía y es el primer caso importante que me han dejado llevar. No hace falta que te diga lo importante que es para mí, incluso por egoísmo, para pasarles por las narices a mis colegas que no soy un paleto torpe, sino una persona competente y de fiar.

     Al pasar ante la sala de enfermería, estaba al acecho Coleen, que salió en cuanto me vio pasar. También yo quería pedirle alguna información para actuar en consonancia en los días siguientes:

-          Señor Lindgren, me dijo, me alegro de que se esté portando así de bien con Melissa. La pobre ya ha sufrido bastante, como para que vengan a sonsacarla sin otro interés que el de apuntarse una condena, que a saber las consecuencias desfavorables que puede tener para ella.

-          Coleen, puedes llamarme Bob, contesté. Puedes estar tranquila en cuanto a lo que recelas; pero no voy a cejar, aunque sea con paciencia y seguridad, en llevar a juicio y a la cárcel al tipo que ha sido capaz de tratarla de esa forma y que, a no dudar, puede repetirlo con otras víctimas. Tú, como hermana de un policía y trabajando en un hospital, sabes perfectamente que esos delincuentes suelen actuar en serie.

-          Lo sé, concedió; pero esperad, por lo menos, a que se reponga del todo y abandone el hospital. ¡Está tan sola!

-          De lo de abandonar el hospital quería hablarte -aproveché-. Es probable que le den el alta no tardando y la manden a su casa todavía en malas condiciones. Infórmate sobre cuánto tiempo la van a tener aún aquí y con qué secuelas la van a dar como caso terminado. Tengo permiso y financiación de la Fiscalía para gestionar una prolongación de la asistencia médica de modo que, cuando termine el tratamiento, Melissa esté en las mejores condiciones físicas y mentales.

-          ¡Qué bueno lo que me dices!, se felicitó Coleen; pero habrá de ser en una clínica privada porque, lo que es aquí, tenemos un gran déficit de camas.

-          En efecto, pero, por favor, no le adelantes todavía nada a ella, que tengo que concretar todos los detalles.

-          Descuida.

-          Y sigue vigilando que no se le acerque nadie, sin identificarlo y comprobar que es persona de confianza. Una cosa es que ella sea libre de declarar lo que le plazca, y otra que le metan el miedo en el cuerpo para que no identifique a su agresor.

     Coleen asintió y me preguntó:

-          ¿Tenéis ya algún sospechoso?

-          Siempre los hay, afirmé ambiguamente, pero, como Melissa no colabore, me temo que el verdadero culpable se irá de rositas.

***

     Los esfuerzos de Scanlon y los suyos por hallar nexos de unión entre el joven Harris y la agresión a Melissa obtenían ciertos resultados, pero tan menguados, que apenas constituían sospechas, indefendibles ante un jurado. Un memorioso recepcionista del Nordland recordaba el sorprendente hecho de que Dave Harris hubiese pedido vez para telefonear desde las cabinas del hotel, en vez de usar su móvil, como era lo habitual; pero solo recordaba que había sido en una tarde de aquellas, sin poder asegurar que fuese la de los hechos, o alguna inmediatamente anterior. Después de mucho preguntarle y mucho titubear, Bill Neuhaus, el vigilante de la sucursal del banco Wells Fargo frente a la casa de Melissa, admitió que, al acudir con su perro a los gritos de la víctima y de los vecinos, había visto salir a toda velocidad un coche plateado, que podía haber sido un BMW 525 como el que solía conducir Dave, pero no había tenido tiempo de tomarle la matrícula. Por aquellas fechas, Swindy había pagado imprevistamente algunas deudas de juego bastante cuantiosas, con un dinero que bien podría ser el pago de su falsa auto inculpación. Total, morralla, como decía Mac Bride, mientras no lográramos desenredar la madeja de la única forma posible: con la declaración concluyente de Melissa, unida a la identificación de Harris Junior como su indudable agresor.

     La verdad es que estaba logrando avances muy importantes en lo relativo a ganarme la confianza de la chica, por no aludir a otros sentimientos más íntimos; y, contra lo que mi jefe suponía, no era tanto por mi interés y prestancia, sino por algo que ella no me confesó, pero sí a la enfermera Mazurski:

-          ¿Sabes, Coleen? Es la primera persona en mucho tiempo que me trata como si yo no fuera una puta. Más aún, me considera y me respeta como si el hecho de serlo no le importara en absoluto.

     Lo que ya me gustó menos -por lo inoportuno del momento- fue que Coleen agregase acto seguido, con mucha intención:

-          Hay personas a las que les va el morbo, y a lo mejor valoran en una pelandusca lo que parecen no ver en una buena chica.

-          No creas, le repliqué. Lo que pasa es que hay gente a la que no nos gusta mezclar el trabajo con el placer.

     Pero pasaban los días y la amnesia de Melissa no cesaba. Coleen me advirtió de que iban a darle el alta en el hospital, aunque su estado era aún bastante precario y no habían hechos muchos progresos en volverle la anatomía de su zona vaginal a un estado que le permitiera, no ya reanudar el ejercicio activo de su profesión, sino incluso llevar una satisfactoria actividad sexual. Se lo comenté a Mac Bride, al tiempo que le expuse mi punto de vista:

-          Verás, Andrew, creo que Melissa no va a dar su brazo a torcer mientras no hagamos por ella lo que parece lógico y mínimo: recomponerla a como estuvo antes y garantizarle su seguridad frente a probables represalias. En resumen, cirugía plástica fina y medios para cambiar de vida en otra ciudad, lo más alejada posible de esta.

-          Por de pronto, me respondió el Jefe, habrá que sacarla del Saint Mary y llevarla a alguna clínica especializada, corriendo la Oficina con los gastos. En cuanto a la protección, hasta que se celebre el juicio tendrá que conformarse con quedar bajo vigilancia de la policía en algún lugar discreto. Acabado el juicio y conseguida la condena que desean el Gobernador y el Fiscal General, actuaremos en consecuencia.

-          De acuerdo, concluí. Para robustecer mi imagen ante Melissa, permite que aparente que soy yo quien corre con una parte de los gastos.

-          A lo mejor va a ser algo más que una apariencia -rezongó Mac Bride-, como nos tome el pelo y, a la postre, nos deje endeudados y sin declarar como lo esperamos de ella.

 

 

5.      La protección[18]

 

          La cirugía reparadora y plástica hizo maravillas, y en poco tiempo. Claro que su coste también fue importante, tanto en dolores para Melissa, como en dólares para la Fiscalía. Esto último perdió importancia cuando el Gobernador fue informado de que el caso de la furcia de Green Bay -así lo denominaba-, no solo podía darle cuantiosos votos de mujeres concienciadas, sino perjudicar directamente la carrera de su antagonista, el republicano Rufus Carter, que estaba a partir un piñón con Weakbeam Harris, que era uno de los mayores financiadores de su carrera electoral. ¡Vía libre!, pues. Bob Lindgren lo presentaba ante la paciente joven como un esfuerzo muy especial, tanto de la oficina del Fiscal del Distrito, como de él mismo, para presionar con su ejemplo la conducta de su jefe. Ni que decir tiene que Melissa, cada vez más prendida de las argucias y encantos del joven fiscal, lo creía a pies juntillas y todo lo soportaba con alegría, viendo -aunque solo fuese con el espéculo- cómo sus partes iban tomando la forma y coloración normales, mientras su ánimo se fortalecía  y hasta llegaba a hacer planes y ensueños, en los que se imaginaba al lado de Bob, trabajando -como de adolescente deseó- en un salón de belleza de la calle Barstow, en Eau Claire[19]. A fin de cuentas -se decía-, ¿qué se le ha perdido a Bob en Green Bay, que no pueda encontrar en Eau Claire, incluida una buena Fiscalía de Distrito[20]?

     Finalmente, cayeron a tierra las murallas de Jericó. Envuelta en la atmósfera impoluta de aquella clínica de campanillas rodeada de jardines, con un policía muy servicial siempre a la puerta y un fiscal bondadoso y complaciente, Melissa dio el paso previo, peligroso pero inevitable, para tomar el camino de su soñada nueva vida. Claro que tenía experiencia y edad como para no hacer tonterías. Lo primero era fijar unas condiciones razonables, que le diesen confianza y seguridad. La verdad es que todo lo habría cambiado por un anillo de compromiso, pero sabía que tenía que ser cauta y arriesgar: Si Bob sentía en su fondo lo que aparentaba, que se lo dijera, sin chantajes ni insinuaciones por parte de ella.

     Aquella mañana había caído la primera nevada fuerte de la temporada, lo que probablemente implicaría que no pudiera pasar con su fiscal el buen rato de paseo y charla entre los árboles. Se puso un poco mustia y aún más -¡quién lo habría dicho!- cuando el Doctor Garfield le dijo que podía ir haciendo la maleta para marcharse el fin de semana, pues nada justificaba ya su estancia en la clínica, aparte las revisiones que habría de pasar en régimen ambulatorio o de consulta externa. Comprendió que era el momento de realizar lo que venía pensando y devolver a Bob algo de lo mucho que de él había recibido. Tomó del cajón de la mesita de noche su libreta de notas y repasó lo que había escrito días atrás cuando, desvelada, le dio por apuntar las condiciones inexorables que pondría para el caso de recuperar su memoria y ayudar a que su amado ganara el caso y recibiese los plácemes de sus superiores, lo que implicaría su ascenso. Retocó algunas palabras, releyó en voz baja lo escrito y decidió que esa misma tarde sería el momento para informar de todo a Bob. A ver cómo me explico, de manera que no tenga motivos para molestarse, pensó.

     Por supuesto, no había razones objetivas para ofenderse por nada, supuesto que Bob ya estaba al cabo de la calle de la impostura de la amnesia. Antes al contrario, le dio la razón en haberse comportado así, hasta tener una plena confianza en que los fiscales no la iban a dejar en la estacada. Melissa apuntaló su decisión:

-          Y, aún así, habría mantenido silencio y dejado que Swindy jugase sus cartas, a no ser por dos cosas que me han llegado al alma: La importancia que tiene para ti este caso y el daño que pueda hacer a otras… compañeras de profesión ese psicópata, mientras ande suelto.

     En cuanto a las condiciones que ponía para declarar y, en su caso, identificar al culpable, eran dos, las cuales, en su opinión,

-          Supongo que dependen de la fiscalía pero, principalmente, de ti: Quiero que lleves personalmente mi caso hasta que el culpable acabe en la cárcel, y que me consigas la mejor protección para testigos que puedas. No necesito dinero, pues tengo algo ahorrado, pero sí que me apoyen hasta conseguir un empleo aceptable fuera de esta ciudad y de su entorno. Si el Fiscal del Distrito aprueba esas dos condiciones, de manera que tú halles sólida y suficiente, declararé cuanto sucedió aquella noche y -lo que os será más importante- haré lo posible por identificar a los sospechosos que me pongáis delante. Desde luego, ya te adelanto que Swindy no fue y que, si se echó las culpas, fue a cambio de una buena cantidad de dinero, según lo poco que él me reveló.

     De las dos condiciones de Melissa, Bob tenía respuesta para la segunda, pues lo había hablado ya con Mac Bride:

-          … Por de pronto, hasta que el juicio acabe, te guardaremos en algún lugar aislado y seguro, bajo una vigilancia constante. Por supuesto, yo mismo controlaré la operación y procuraré visitarte siempre que no sea comprometido para ti.

     Pero, en cuanto a lo de hacerse cargo del asunto hasta el final, el joven tenía sus reservas. Siendo un caso tan importante para el Gobernador, en el que estaría acusado un Harris, no creía que el Jefe se lo fuese a confiar a él. Así se lo adelantó a Melissa, pero fue como darse contra una pared:

-          Pues, si no eres tú, no quiero saber nada. Solo contigo tengo la seguridad de que lucharás hasta el fin y que no me dejarás en la estacada, con acuerdos blandos, ni nada semejante.

-          Mujer, yo soy un novato y el asunto no va a ser fácil en absoluto…

-          Pues que te ayuden y asesoren, pero exijo que seas tú quien dé la cara y decida en todo momento.

-          Está bien. Se lo haré saber a Mac Bride, a ver si traga, porque está muy ilusionado con ser quien…

-          Ya: quien se luzca, hasta que se cruce algún implicado importante o se acuerde de que la víctima fue una prostituta, que se ha tirado mes y medio sin abrir la boca.

     Melissa estaba tan seria y en sus puntos, que Bob decidió abreviar la visita. Se despidió hasta dentro de dos días, para llevarle ya con seguridad la contestación del Jefe, así como algunas fotos de sospechosos.

-          ¿Tenéis ya enfilado a alguno?, preguntó Melissa.

-          Hay uno que parece bastante más probable que los demás, repuso Bob.

-          Tendrá que ser un sujeto muy joven, delgado, alto, moreno, de voz bastante aguda, casi de chica.

-          Para haber sufrido de amnesia -bromeó Bob-, tienes una imagen bastante clara del individuo aquel.

***

     No le fue fácil a Bob convencer a su Jefe para que le confiara un futuro juicio en el caso Melissa. Como había supuesto, Mac Bride albergaba al respecto una doble objeción: la bisoñez de su subordinado para un empeño tan importante y el deseo de quedar bien él, tanto con sus electores, como con el Gobernador y su cuadrilla. Lindgren le recordó que era una condición innegociable de Melissa y que esta tenía las de ganar, dado que aún no había hecho declaración ninguna. Contra su costumbre, Mac Bride optó por consultarlo con el Fiscal General, intentando cubrirse para el caso de que las cosas saliesen mal; y, frente a lo que él suponía, el Fiscal General puso buena cara al mal tiempo de que fuese Bob el fiscal del juicio:

-          Supongo -dijo- que el chico sabrá llevar un asunto, con la ayuda, incluso en sala, de tu Oficina. Cualquier cosa, menos dejar de mano este asunto, con todo el barullo que estamos montando en los medios de comunicación.

     Así pues, el Jefe dio su brazo a torcer, aunque por su gesto y su acento se le notaba muy poco convencido. Bob quiso desdramatizar:

-          ¿Quién sabe, Andrew? Lo mismo Melissa no identifica a Dave Harris como su agresor… Por cierto, ¿tendríamos una foto suya por ahí? No es cosa de dar un patinazo montando una rueda de reconocimiento sin estar seguros.

-          Háblalo con Scanlon y prepara con él todo lo relativo a la protección de Phedora. Y tenme informado al minuto de cualquier novedad que se produzca; repito: de cualquier novedad.

     Dos días más tarde, con la revista de los alumnos de Cofrin[21] en la cartera, Bob fue a visitar a Melissa para explicarle la situación:

-          El Jefe -le dijo Bob- consiente en que lleve yo el caso, con toda la ayuda que sea precisa, dada la importancia del mismo. El teniente Scanlon preparará todo para que no se te acerque ni una mosca: Ya sabes lo eficaz que es. Y ahora -agregó, sacando la citada revista-, vamos a ver si cantamos bingo y damos con tu agresor.

      Le mostró el folleto por las dos páginas en que figuraban las fotografías tipo carné de todos los alumnos, con sus nombres al pie. Melissa echó un vistazo, le dio un escalofrío y señaló con el dedo, sin vacilar, una de ellas:

-          Este es -musitó-. No hay duda.

     Bob comprobó quién era el indicado: Dave N. Harris. Por el momento se abstuvo de hacer ningún comentario. No quería que Melissa sintiera aún más miedo, o hiciera preguntas acerca de cómo habían dado tan pronto con el sospechoso acertado. Solo le hizo la deducción inevitable:

-          Bien, ahora estamos en condiciones de que declares todo cuanto recuerdes. Seguidamente, basándonos en las pruebas que ya tenemos, detendremos a ese tipo y lo someteremos a una rueda de identificación. Luego, en cuanto hayas tenido que dar la cara ante él, tomaremos todas las medidas de seguridad necesarias… Pero, por ahora, esperemos a que te den el alta en la clínica y te encuentres con ánimos. La cosa no es como para demorarla, pero tampoco vamos a actuar con prisa y sin respeto por tu estado anímico.

-          Querido Bob -contestó Melissa-, mi decisión está tomada y, si sigues junto a mí y me ayudas como hasta ahora, no dudo de que podré recorrer todo el camino, hasta el final.

***

     Nada más salir de la clínica del Doctor Garfield, Melissa fue conducida a su casa de la Avenida Glendale para que recogiera lo más personal o necesario y dejase la vivienda debidamente asegurada. Luego, siempre bajo el control del teniente Scanlon, se trasladó en el coche de la Policía hasta un pintoresco motel de cabañas, llamado Western Lake, a orillas del lago Michigan, situado en New Franken, a unas seis millas del Palacio de Justicia. Allí la estaba esperando Bob, en compañía de otro individuo, como de cincuenta años, con gesto inexpresivo y bien trajeado, a quien aquel presentó:

-          Melissa, este es el Fiscal del Distrito, Andrew Mac Bride, que quiere conocerte y ser personalmente él quien te tome la declaración que servirá de denuncia para detener a Dave Harris y someterlo a la diligencia de reconocimiento.

     El mismo Bob se puso al teclado de un ordenador portátil y sirvió de mecanógrafo, mientras su Jefe iba dirigiendo el interrogatorio y Melissa contestaba al mismo con todo detalle y precisión. Scanlon, entre tanto, había puesto en marcha un diminuto magnetofón, para recoger cuanto se dijese, salvo en los momentos en que Mac Bride ordenaba parar la grabación. Era, sobre todo, cuando el Fiscal sugería a Melissa que aportara detalles que pudieran ser más significativos de la autoría de Dave. Ella puso mala cara, pero Mac Bride insistió:

-          Hasta que usted lo identifique, conviene que nos dé algunos datos que centren en él las sospechas. Será solo con carácter provisional, con el creo o el me parece por delante. Eso no la comprometerá, ni tendrá por qué mantenerlo en el juicio, si no es necesario. Además, hay cosas -como el color o la marca del coche del agresor- que ya están corroboradas por otros testigos.

     La chica condescendió, hasta que el Jefe pretendió que recordase que el agresor llevaba una placa dorada, de forma rectangular, prendida de la solapa de la chaqueta. Melissa se negó, pese a todas las explicaciones que le dieron sobre ella y acerca de dónde la habían encontrado.

-          Lo más que diré -aseguró- es que soy muy escrupulosa con la limpieza, por lo que, si ustedes la encontraron en mi apartamento, es casi seguro que se le habría caído a quien fuese el mismo día en que me lesionaron; tanto más, si es un objeto brillante y de cierto tamaño.

-          Está bien -concedió Mac Bride-. Teniente, ¿recuerda si hizo constar en el atestado que la phi beta kappa estaba escondida junto a una pata de la cama, o a la vista?

     Scanlon sonrió. Parecía mentira que se le preguntara eso a un detective con diez años de ejercicio:

-          Se hizo constar la recogida de la medalla y que estaba junto a la cama.

     En Fiscal le devolvió la sonrisa:

-          No esperaba menos de usted, afirmó.

     Terminaron la diligencia en poco más de una hora. Mac Bride se despidió el primero, rogando a Melissa que mantuviera el ánimo y fiara plenamente en la labor de la Fiscalía, empezando por Bob, que tanto interés estaba poniendo en este caso. Scanlon ofreció a Bob y Melissa todos los detalles de la vigilancia y de la conducta que esta debería observar para su seguridad. Al acabar, se ofreció a llevar de vuelta a Bob hasta Green Bay. El joven no aceptó el ofrecimiento:

-          Gracias, dijo. Me quedo para ayudar a la señorita Warner a instalarse y voy a dar una vuelta por el motel y sus alrededores, para hacerme una idea del sitio.

     Cuando se quedaron solos, Melissa se dejó caer en un sofá y sopló con fuerza:

-          ¡Uf!, ese Jefe tuyo es implacable. No ha esperado ni a que deshiciese las maletas y me aseara un poco.

-          Él es así y, además, teníamos esta mañana junta de fiscales para tratar de los principales casos de la semana. Seguro que algo se comentará de este asunto.

-          ¿Tan importante es?, inquirió Melissa, con un retintín de duda. Para quien no me conozca, no pasa de ser una paliza dada a una furcia en su ejercicio profesional.

-          No seas tan negativa, replicó Bob. Ha tenido cierta cabida en la televisión y en los periódicos, y ya ves que la Fiscalía está tomándolo muy en serio.

-          Mucho me temo, Bob, que ahora es cuando se va a armar revuelo: al enterarse de que se detiene al hijo de un tipo importante. ¡Ojalá no tenga que pasar ahora por peores momentos que los del hospital y en la clínica!

     Bob le pasó un brazo por los hombros y posó los labios en sus cabellos:

-          Anda, Lissie, haz ahora lo que no te dejó Mac Bride hace un rato. Te ayudaré; comeremos juntos y pasearemos un rato por los alrededores.

     Melissa, agradablemente sorprendida por el diminutivo empleado por Bob, contestó:

-          Eres lo único que me lleva a correr estos riesgos. Si me fallases, no sé lo que haría.

     Algo nervioso por esas últimas palabras, Bob se levantó y fue a mirar por la ventana.

-          Tal vez haya demasiada nieve para dar un largo paseo -dijo a Melissa-. No sé tú, pero yo no he traído calzado adecuado.

Hospital Saint Mary de Green Bay (postal antigua)

 


6.      Una mujer acosada[22]

 

     Afortunadamente, debían de tener ya todo preparado cuando me tomaron la declaración a que se ha referido el narrador del capítulo precedente. Lo digo porque, apenas tres o cuatro días más tarde, apareció por el motel el teniente Scanlon y me dijo:

-          Prepárate, Melissa, que hoy mismo por la tarde tendrás que ir a la Central para identificar al sospechoso.

     Me quedé sorprendida de que fuera el teniente quien me viniese con la noticia. No hacía sino alargar la ausencia de Bob quien, después de aquella tarde nivosa que pasamos juntos, no había vuelto a visitarme, aunque fuese por un motivo plausible:

-          No es habitual -me dijo por teléfono- que el fiscal de un caso esté en contacto frecuente con la víctima, a fin de evitar las suspicacias de la defensa. Además, para mi tranquilidad, Mac Bride no quiere que se sepa de antemano que soy yo quien va a ejercer la acusación en el juicio. Por esa razón, también es probable que sea otro compañero quien dé la cara en el reconocimiento en rueda.

     Bien, lo comprendía, pero no por ello dejaba de sentirme sola y de dolerme la perspectiva de pasar sin verlo, o casi, las semanas que faltasen hasta la sentencia. Y luego, aquellas cabañas perdidas en medio de la nada, con el invierno a la puerta y un policía de guardia que no me dejaba salir hasta la pequeña cafetería del motel, aunque solo fuese para ver otras caras que la suya y las de los compañeros que lo relevaban cada ocho horas. En fin, haciendo de tripas corazón, al ver que Scanlon se disponía a marchar sin más explicaciones, le fije:

-          ¡Eh, teniente, pare el carro! Cuénteme, por lo menos, qué tal ha ido la detención del tal Dave y qué confesó, si es que ha reconocido, al menos, que estuvo conmigo esa noche.

-          Poco hay que relatar, repuso Scanlon, con su laconismo habitual. Detuvimos a Harris en casa de su padre, que se indignó como podrás suponer. Se le tomaron inmediatamente las huellas, para confrontarlas con el montón de ellas que recogimos de tu apartamento. Pese a que es seguro que su abuelo le habría contado lo de la medalla de la Sociedad, se empeñó en negar que hubiese estado nunca contigo. Fue un error por su parte, seguro que provocado por entender que a su abuelo le había entregado el Fiscal la placa original. Cuando le enseñamos la auténtica con huellas identificativas, el abogado se puso hecho un basilisco: que si aquello era una jugada sucia; que cómo iba a saberse cuál era la original… En fin, el hecho es que, rectificando sobre la marcha, reconoció que había visitado tu casa una vez, pero uno o dos días antes del de autos.

-          ¿No salió a relucir la falsa confesión de Swindy?

-          No, el abogado es demasiado hábil para caer en ese error: ¿En base a qué iban a saber que un tipo había cargado con el mochuelo, si no ha transcendido a los medios ni a nadie, fuera de nosotros? Habría sido tanto como admitir que son los Harris los que están presionando o han comprado a tu chulo para que se auto inculpe.

-          Ya veo. ¿Y qué pasa con las huellas?

-          Una vez que Dave ha reconocido que estuvo contigo, tiene explicación para el caso de que algunas de las recogidas sean suyas, como las habrá de un montón de otros clientes. Las únicas un poco útiles son las de la medalla aunque, como resulte que las hay de otros individuos distintos, es capaz de recordar que se la robaron días antes, o que se la prestó a un compañero para que la luciera. En fin, pronto lo sabremos, si es que no tiene ya Lindgren el resultado del análisis.

-          Bueno -concluí-, comeré ligero, me tomaré un tranquilizante y estaré preparada para cuando vengáis por mí.

-          No te pases con las pastillas -me aconsejó-. Tan malo como estar nerviosa es no actuar con firmeza y convicción. Y vas a estar entre amigos, no lo dudes.

***

     Es posible que me encontrase aquella tarde entre amigos, pero también había de los otros. Tan pronto hice con total seguridad la identificación de Dave -pese al cuidado que había puesto en cambiar de peinado y dejarse una barbita-, quien me dijeron que era su defensor empezó a meterse conmigo y a poner en duda la fiabilidad de mujeres como esta -dijo- que no suelen prestar ninguna atención a sus clientes y, con frecuencia, están bebidas o drogadas. Antes de que interviniese nadie para protegerme, le repliqué con total frialdad que muy entendido parecía ser en las prácticas de las mujeres a las que se refería, que si hablaba por experiencia propia. El tipo quedó cortado y todavía le espeté: Porque, si se ha entendido alguna vez conmigo, tiene razón: no me acuerdo de usted en absoluto. Se armó un guirigay, que cortaron entre Scanlon y el fiscal que estaba dando la cara -como me había advertido Bob-, no sin que el letrado farfullara no sé qué acerca de que no se iba a dejar insultar por una puta. La cosa quedó así, por el momento. Quedó constancia de que yo había identificado sin duda a Dave Harris como mi agresor y se levantó la sesión. Salieron Harris -detenido, entre dos agentes- y su comitiva y entonces se me acercó Bob, que había estado presenciando la diligencia en la parte trasera de la sala.

-          Vaya repaso que le ha dado esta señorita al gran Devy[23], le dijo a Bob su colega, entre risas. En adelante, ya sabrá con quién se juega los cuartos.

-          Se lo tenía merecido -contestó Bob, mirando hacia mí-, pero no conviene entrar al trapo de sus provocaciones. En lo sucesivo, señorita Warner, deje que seamos nosotros quienes le cortemos. De otro modo, aprovechará sus réplicas para presentarla como una mujer excitable y de mala educación.

-          ¡Pues anda que él! ¿O es que a los abogados se les tolera todo?, pregunté bastante enfadada.

-          Algo de eso hay -terció Scanlon-, sobre todo cuando son como Bart Cannon.

-          ¿Qué pasa?, insistí. ¿Es que hace honor a su apellido?[24]

-          Bienvenida a los ambientes y a las actuaciones penales, querida. Esto es el pan nuestro de cada día, afirmó Bob.

     Al rato, tras invitarme a un pésimo café, los policías me devolvieron al motel. Bob tuvo la gentileza de acompañarnos, en el mismo vehículo. En el camino me fue explicando:

-          Pasado mañana, a primera hora, llevarán al detenido ante el Juez, para celebrar la audiencia preliminar, en la que se decidirá sobre el futuro juicio -no me cabe duda de que lo habrá- y acerca de la situación personal del inculpado hasta ese momento.

-          ¿Tendré que asistir yo?

-          No es indispensable, pero lo veo aconsejable para que des la réplica a Swindy en caso de que se proponga su declaración por Cannon. En todo caso, será una vista corta y ya no habrá lugar a groserías y exabruptos como hoy.

-          ¿Se sabe ya quién será el juez?, intervino Scanlon. Lo digo para que Melissa sepa a qué atenerse respecto de lo de la cortesía forense, añadió con ironía.

-          Malcolm Ruby, contestó Bob.

-          En ese caso, dedujo Scanlon, podrá haber de todo, menos salidas de tono.

     Bob no hizo comentarios y concluyó su exposición:

-          En cuanto a las huellas en la placa, hay buenas noticias. No han encontrado otras que las de Dave Harris; de modo que Devy no podrá salirnos con robos o préstamos.

     Llegamos al motel cuando estaba anocheciendo. Miré interrogante a Bob, como pidiéndole que se quedara. Él lo captó:

-          Volved sin mí, dijo a Scanlon. Me voy a quedar un rato para preparar con Melissa su intervención de pasado mañana. ¿Puedes mandarme un coche para dentro de una hora?

-          Sin problemas. Por cierto, ayer me encontré en el Meyer[25] con Coleen Mazurski y me preguntó si podría visitar a Melissa, ahora que ya está bien de salud.

     Bob me hizo una seña interrogativa. Contesté:

-          Encantada, pero prefiero que sea cuando hayan pasado estos tragos preliminares. Si el juicio, como se vaticina, va a tardar en señalarse unas cuantas semanas, tendré tiempo para dar y tomar. Será el momento de recibir visitas, con permiso de mis carceleros.

***

     Entre la preparación que para el acto me había procurado Bob y la experiencia que había sacado de la diligencia anterior, la audiencia preliminar me afectó mucho menos de lo que había temido. Como es natural, Dave Harris se declaró inocente de los hechos denunciados y su abogado hizo de Swindy el centro de atención de la vista. El fiscal actuante era el que ya había estado al frente de la diligencia de reconocimiento, y no tuvo que pelear mucho para evidenciar lo poco que podía haber ganado mi chulo dejándome incapacitada para trabajar para los restos, y lo mucho que había mejorado su patrimonio en las fechas siguientes a hacerse responsable de los hechos. Bob, al lado de su compañero más veterano, le pasó alguna nota y le susurró algo durante el interrogatorio, pero seguía sin dar señales de que habría de ser el fiscal que llevase el juicio. El defensor, con evidente astucia, no me propuso como testigo, esperando la iniciativa de la Fiscalía y, en consecuencia, que fuese él el último en preguntar. Mi testimonio insistió en que Swindy siempre me había tratado correctamente y en que todo el dinero que había en el apartamento había sido hallado por la Policía donde yo lo había dejado. Por supuesto, afirmé que no tenía dudas sobre la identidad de Dave Harris, aunque era la primera vez que lo recibía como cliente, previa concertación por vía telefónica. El fiscal sacó a relucir lo de la placa phi beta kappa, que yo manifesté no haber visto aquella noche, pero que era normal que pudiese habérsele caído al quitarse la ropa; considerando muy improbable que estuviera allí de días anteriores, pues tenía una señora que limpiaba muy a conciencia el piso a la mañana siguiente de los días en que lo utilizaba para mis servicios, lo que no hacía más de tres días a la semana, salvo excepciones.

     Cuando le tocó repreguntar a Cannon, trató de ridiculizar mi visión seráfica -dijo- de Swindy, quien seguro que era tan violento y posesivo como todos los rufianes. Yo le contesté que eso era tan poca verdad, como decir que todas las prostitutas estaban en la misma situación de penuria y dependencia, o que estaban dispuestas a aguantar todo lo que quisieran hacer con ellas. No sé si acertaría, pero me dijo Bob después que le había caído bien al juez, cuando demostré cierto orgullo en presentarme como una profesional que había logrado colocarme a buen nivel y no tenía por qué aguantar a un chulo que, en vez de protegerme por un precio, me maltratara.

-          No lo habría consentido, ni por situación, ni por carácter, contesté a Devy. Y Swindy lo sabía perfectamente. Como sabía que tenía en el apartamento un revólver y sabía cómo usarlo.

-          Revólver que, sin embargo, no empleó contra mi cliente que, según usted, fue su agresor, replicó el abogado.

-          Porque fue tan astuto como para no empezar la violencia hasta tenerme a su merced en la cama.  Tenga en cuenta que guardaba el arma en una cómoda, a los pies del lecho. No me parecía educado atender a mis clientes con un Smith&Wesson encima de la mesilla o debajo de la almohada.

     El defensor torció el gesto pero no respondió a mi ironía. De hecho, no me formuló más preguntas.

     La cosa terminó con la inculpación de Dave Harris, a quien el juez señaló una fianza de veinte mil dólares para quedar en libertad hasta el momento del juicio, cuyo comienzo se señaló para mes y medio después.

***

     La entrada decidida del tiempo invernal acabó por hacerme perder los nervios, metida en aquella cabaña, perdida en medio de la nieve, sin otra compañía que el policía de guardia al otro lado de la puerta. Meterme en aquel suburbio podría haber sido una gran idea para el buen tiempo, con sus bosquecillos de hayas y abetos, y el agua del Michigan remedando el oleaje del mar; pero ahora, la nieve y el viento, que aullaba desde el lago, me provocaban una angustia infinita y una sensación claustrofóbica, que comparaba con mi situación presente, de la que por mí sola no podía salir, pues dependía de toda una caterva de fiscales, policías o abogados que, salvo Bob, no tenían otro interés que el de su conveniencia. Y, por si fuera poco, tenía prohibido dejarme ver ni hablar con nadie, una prohibición tanto más perentoria ahora, que estaba señalado el juicio. Bob seguía con su persistente ausencia, para provocar en la otra parte una confusión, que cada vez me parecía con menos sentido. Coleen, que me había alegrado una tarde con su cháchara, se disculpaba ahora con las dificultades de conducir cada vez con menos luz solar y más nieve y hielo. Y, por si fuera poco todo esto, sucedió lo que siempre temen quienes denuncian a gente importante o peligrosa: Empezaron a acosarme.

     A pesar de los consejos de Scanlon, no había jubilado mi viejo móvil, de cuya agenda no quería desprenderme, ni cerrar el acceso de las pocas personas con quienes mantenía una cercana relación, al menos, telefónica. Así que acepté el nuevo teléfono que me facilitó la Policía, con toda clase de conexiones directas con ellos, pero conservé a hurtadillas el antiguo, como testigo de mi vida e independencia pasadas. Y así fue como pudo comunicar conmigo Swindy quien hasta entonces había mantenido un respetuoso silencio, desde que Scanlon lo echó del hospital de Saint Mary. El bueno de Phil empezó haciéndome la rosca: cómo me encontraba de salud; lo bien que me había encontrado el día de la vista; las ganas que tenía de tomarse una cerveza conmigo; la posibilidad de reanudar nuestra amistad cuando pasara todo esto. Yo estaba tan aburrida y triste, que le dejé hablar, contestando con poco más que monosílabos.

     Seguidamente, pasó a llorarme sus desgracias presentes: lo poco que le había durado el dinero que le habían dado por lo que tú ya te imaginas, que se le fue todo en pagar deudas pasadas; el daño que yo le había hecho desmintiendo su versión de los hechos, lo que podría llevarle a una condena por perjurio y a hacerle perder el favor de quienes estaban detrás de todo esto… En fin, luego fue al grano:

-          Hay gente rica y con mucho poder. Y están dispuestos a todo, bueno y malo, para salirse con la suya. En su nombre, estoy en condiciones de ofrecerte muchísimo dinero, si te vuelves atrás de la identificación. No haría falta más que decir que tienes dudas, que fuiste influenciada por el hallazgo de esa maldita placa en el dormitorio por la Policía. Fíjate que será mucho dinero: de sobra para montar ese negocio de belleza del que algunas veces me hablaste. Y así, de paso, te quitas de toda clase de posibles represalias, y a mí también, que me echan en cara haber cobrado por nada y, si tú insistes en acusar al chico, me van a sacar del cuerpo el dinero que me dieron.

     En otras circunstancias, haría rato que hubiera cortado la llamada, pero la soledad y el temor avivaron mi deseo de dejar hacer al cerebro y no al corazón. Le contesté:

-          No te digo que sí, ni que no. Me lo voy a pensar y díselo así a tus amigos. Pero necesito que me des algunos detalles. No tengas miedo, que solo sé yo de la existencia de este teléfono.

     Swindy vacilaba, pero yo insistí:

-          Es la única forma que tenemos de hablar. No pretenderás que quedemos en la comisaría para ponernos de acuerdo.

-          Está bien, aceptó. Supongo que podrás negociar la cantidad, pero yo diría que podrías sacar un cuarto de millón.

-          Puedes dejarles caer que, si me presto a librar al niñato de la cárcel, no será por menos de un millón. No saben ellos los dolores por los que he pasado y lo que me queda por sufrir… y por pagar a los médicos.

-          Mucho me parece, Melissa, pero así se lo diré.

-          A partir de ahora, no quiero intermediarios. Que me manden un mensaje a este teléfono con un número directo al que pueda llamarlos.

-          Ya veo que no quieres que yo intervenga… En fin, sabes lo que me alegra que entres en razón y, con el dinero que te den, puedas abandonar una profesión tan dura y peligrosa.

-          Eso será si no me vuelvo tan manirrota como tú… Bien, ya sabes lo que tienes que decirles: Que me dejen tranquila para que lo piense y que, en cualquier caso, menos de un millón, nada. Cuando me decida, seré yo quien llame al número que me indiquen mediante mensaje de texto a mi teléfono.

     Al rato de colgar, tonta de mí, me entró una llorera, como no recordaba desde mis tiempos de colegiala; no por dolor físico, sino por lo que mi anterior actitud al teléfono suponía de desconfianza y de infidelidad hacia Bob. Él se estaba desviviendo por hacerme justicia, como víctima y como mujer, y yo le pagaba trapicheando a sus espaldas para salir de aquella situación sin moral y con dinero, como lo venía haciendo desde que era Phedora. Apagué la luz y, poco a poco, me fui haciendo con el control de mis sentimientos; la mente empezó a trabajar, buscando salidas honrosas. A fin de cuentas, no me había comprometido a nada y hasta, si se terciaba, podía vender a Swindy y a los Harris, contando a Bob la llamada. La cosa era lo suficientemente compleja, como para no echarla a rodar, ni por un mal entendido egoísmo, ni por amor a quien aún no había dado ningún paso decidido para mostrar que compartía mi sentimiento. Tenía que sopesar…

     Una enérgica llamada a la puerta con los nudillos cortó de raíz mis lucubraciones:

-          ¡Señorita Warner -exclamó el policía de guardia-, aquí tiene usted la cena!

 

 

7.      La venganza

 

     La conclusión de mis reflexiones corrió pareja con mis deseos. No quería seguir ni un minuto más en aquel motel que, entre la nieve y las orillas heladas del lago, parecía sacado de una novela de espectros. Y, por otra parte, quería probar hasta dónde llegaba el afecto de Bob por quien, desde que salió de la clínica, se había convertido para él en una chica a la que llamar por teléfono y moverle los hilos para que se comportase a la medida de sus conveniencias. De modo que, sin haberle dicho nada de la conversación con Swindy, le solté en cuanto lo tuve al otro lado del aparato:

-          No resisto ni un día más aquí; cuanto menos un mes y pico que falta para empezar el juicio. Me vuelvo a mi casa de Howard[26] y pienso hacer vida normal. Si queréis seguir con la vigilancia, la hacéis como a una persona que va y viene, como todo el mundo.

     Debí de hablarle con mucha seriedad y decisión, porque contestó: Tranquilízate, por favor, que en un momento voy para allá.

     Había tal cantidad de nieve que, entre el aparcamiento y mi cabaña, se empapó de rodillas para abajo. Fue un buen principio para convencerle de que aquello no era habitable durante semanas, por muy celoso que se fuese de la propia seguridad. Pero mi sugerencia de volver a casa también la descartó totalmente:

-          Esa gente ya te conoce y sabe dónde vives. Tendríamos que multiplicar los policías de guardia fija con otros que te siguieran dondequiera que fueses. Hay que pensar en otra solución.

-          Procedo de Eau Claire y tengo conocidos allí. Me podéis llevar de incógnito en un coche; malo será que vayan a dar conmigo en tan poco tiempo…

-          En cuanto huelan que no andas por aquí cerca, los Harris harán por encontrarte. ¿Cuánto te crees que tardarían un par de detectives privados en dar contigo en la ciudad en que naciste, que además es bien pequeña?

-          Pues mandadme a Los Ángeles -bromeé-, que es muy grande y no suele haber nieve, ni siquiera en este tiempo. O a Miami.

-          Dame veinticuatro horas para encontrar una solución satisfactoria para todos. No te pido más.

     Comprendí que Bob no dejaba de ser un fiscal ayudante recién ingresado, al que seguramente venía grande el papel protagonista en que lo había metido. Seguramente, consultaría con su Jefe y con Scanlon, antes de proponerme un cambio. Por otra parte, tenía razón en lo tocante a los Harris. Quienes eran capaces de ofrecer un cuarto millón por evitar la cárcel, también podían pagar cien mil, o lo que fuera, para que un pistolero acabase con la causa de sus problemas.

     La solución que se me ofreció al día siguiente tuvo suspense. Bob y el sargento Douglas aparecieron temprano, sin avisar. El fiscal, con una sonrisa de pillería, me dijo:

-          Empaqueta tus cosas, que nos vamos.

-          ¿Así como así?, pregunté, por rutina.

-          Así como así.

     Con cierta dificultad, pese a las cadenas puestas, el vehículo policial embocó hacia la ciudad, entrando por la autopista 43, hasta el cruce con Main Street. Poco más allá de la salida, en el barrio de Bellevue, bordeó el parque de Willow Creek y se detuvo ante una edificación de tres plantas en cuadro, cerrada sobre sí misma, salvo las entradas en el centro y los extremos de los lados. Bob hizo al conductor las oportunas indicaciones y accedimos al interior, ocupado en su mayor parte por un patio ajardinado, con parterres, árboles de pequeño porte y pérgolas, todo ello poco lucido, al estar deshojado y cubierto de nieve. Dos fuentes con estanque completaban aquel pequeño parque privado, del que numerosos bancos permitirían disfrutar en el buen tiempo.

     Mientras el vehículo se alejaba con los policías, Bob me ayudó a transportar mis dos maletas hasta el porche, yendo seguidamente a buscar al conserje de aquella zona del condominio. Al poco, llegó acompañado de un hombre uniformado, de mediana edad, membrudo, con el pelo casi rapado, a quien me presentó como Dan Kindle, el portero, y, a la recíproca, le hizo saber que yo era la señorita Warner, de quien ya le había hablado. Seguidamente, subimos en el ascensor hasta un tercer piso, que resultó ser un ático, amueblado y minúsculo, cuyo mayor atractivo era su amplia terraza con vistas al jardín interior de la urbanización. El Señor Kindle se retiró tras entregarme las llaves del piso y ofrecerse para cuanto pudiera necesitar, facilitándome para ello el número de su móvil.

     Cuando nos quedamos solos, me encaré con Bob y le dije de forma airada:

-          Así que esta es mi nueva prisión… No está mal, pero -como ya te he dicho- prefiero mi casa, que es más amplia y estoy habituada a su entorno.

     Bob sonrió, con cara de tener un comodín entre sus cartas:

-          Te comprendo, pero es que este apartamento tiene una ventaja especial: Cuando te sientas agobiada o sola, no tienes más que ir dos pisos más abajo, que es donde vive el fiscal ayudante, Robert Lindgren.

     Debió de verme tal cara de extrañeza, que me ofreció toda clase de explicaciones: Que así no me encontraría tan sola; que no sería precisa una vigilancia tan férrea, habida cuenta de que el conserje era un policía retirado por enfermedad, que no me perdería de vista; que era una urbanización muy tranquila, que contaba con vigilancia privada… A la cuarta o quinta ventaja, decidí cortar la enumeración:

-          No sigas. Ya me figuro que buscas lo mejor para mí y te agradezco que me hayas elegido por vecina, pero, con todo y eso, me sentiré enjaulada, si no puedo salir a hacer ejercicio, comprar y lo que me apetezca. No siendo conveniente por el momento que nos vean juntos, supongo que no podré contar contigo para acompañarme en esos menesteres.

-          En los bajos de estos edificios hay numerosos comercios completamente seguros, y hasta un pequeño centro comercial. Y, para los vecinos, tenemos una piscina y un gimnasio, a los que igualmente puedes ir sola. En un mes y con el mal tiempo que hace, verás cómo no sientes necesidad de mayores escapadas.

-          ¿Podré recibir algunas visitas? Por lo menos, las de Coleen Mazurski, que conoce bien mi problema y tiene un trato muy agradable.

-          Siendo alguien de tanta confianza, no creo que haya objeciones, pero espera a que hable con el teniente Scanlon, que conoce a ella y a su hermano policía mucho mejor que yo.

     Nos quedamos mirándonos de pie, como dos pasmarotes, sin saber qué más decirnos. Tenía que romper como fuera aquella situación tan impersonal:

-          ¿No me vas a enseñar la casa del fiscal Lindgren?, pregunté.

      Bob se echó a reír:

-          Espero que la asistenta haya terminado de limpiar, contestó. No sabes bien lo desordenado que es ese sueco[27].

Palacio de Justicia de Green Bay (hall y cúpula)

 

***

     No sé si lo que pasó fue lo previsto por Bob desde un principio, ni si mi desdén inicial por el nuevo alojamiento fue fruto de una aprensión ante probables y funestas consecuencias. Es más, visto con la reflexión que permite el tiempo pasado, no me explico cómo consintieron a Bob que me alojara por más de un mes a treinta y dos escalones de su casa. Sería que no habían escuchado, como yo, a mi madre recitar un viejo dicho eclesiástico: Even between nuns and monks, doors must be under keys and locks[28]. Quiero decir que, si la pretensión fue armonizar mi seguridad con el placer, estaba bien claro desde un principio que este habría de triunfar sobre aquella, pese a todas las advertencias, expresas o tácitas, que se nos hiciesen al respecto.

     Y no era la menor coincidencia la de que, por el trabajo de Bob y la conveniencia de hurtar nuestros encuentros a la atención de testigos, yo me deslizara escaleras abajo hasta su casa, sin encender la luz, cuando recibía la confirmación telefónica de que él se encontraba allí, presto a recibirme. En contadas ocasiones sucedía lo contrario: Bob subía a mi mazmorra -según mi expresión-, cuando tenía algo urgente que contarme del exterior, o yo ejercitaba mis mediocres cualidades de cocinera, preparando algún plato caliente, alternativa a sus inevitables tortillas francesas y a los emparedados de jamón cocido y queso. Para mí era más grato desenvolverme en la amplitud de su piso que en las estrecheces de mi desván, cuyo único atractivo, la terraza, nos vedaban el frío y la nieve.

     Yo bien creía que la relativa prudencia de Bob se debía a la conveniencia de que casi nadie supiera de mi paradero, pero una de las primeras noches, mientras escuchábamos canciones de Creedence[29] y, como de costumbre, estábamos muy juntos, procurando hablar lo más bajo posible, Bob me aclaró otro motivo importante para disimular nuestros encuentros:

-          Aunque no esté expresamente prohibido por la ley, sí que lo está por la deontología profesional el que un acusador confraternice antes del juicio con una víctima o con sus testigos. Si tal cosa se supiese, podría dar al traste con el trabajo en un caso… y con la reputación del fiscal.

-          Entonces, ¿no sería mejor que no nos viésemos hasta que acabe todo?, pregunté, en buena lógica.

-          He dicho si se supiese; pero ¿quién demonios va a saber nada, mientras nos estemos aquí calladitos, portándonos como niños buenos?

     Quizá tenía razón. La dificultad era seguir con tan pura conducta, tratándose de dos adultos, cada vez más unidos y encariñados. Me sabe mal andar dando detalles íntimos a quienes, aunque con la mejor voluntad, lean estas páginas para entretenerse, o escudriñar en vidas ajenas. Baste, pues, con decir que pasó lo que tenía que pasar. Bob y yo nos convertimos en amantes, aunque fuese por un mínimo periodo. Por unos días maravillosos, vi abrirse ante mí la realidad de esa vida nueva que había soñado en la gélida soledad de la cabaña junto al lago. Es muy posible que mi entrega total a un sentimiento tan nuevo y absorbente no fuese compartida por él, pero no podía pretender que su embriaguez amorosa corriera pareja con la mía: A fin de cuentas, Bob no salía del infierno de la entrega anónima y por dinero, ni sentía en sus carnes la punzante sensación de tener en vilo la seguridad y quien sabe si la misma vida.

     Aquellos días inolvidables -pálido y concentrado trasunto de la existencia hogareña, de la que nunca llegaría a disfrutar- acabaron bien pronto y de manera abrupta, de la mano inocente y amiga de quien menos lo habría podido esperar; de la persona cuya visita aguardaba impaciente, mi enfermera y amiga, Coleen Mazurski.

     Tardaron en darle permiso para venir a verme, pero al fin pudimos reunirnos en la mazmorra, hasta donde la había llevado su hermano policía para que no se perdiera por el camino -me comentó entre risas-, operación que repetiría cuando Coleen lo avisase por el móvil de que la visita iba tocando a su fin. Precisamente, en torno a su hermano, se gestó la noticia que mejor habría sido que nunca me hubiese revelado:

-          Tienes que cuidarte mucho, querida -me confió-, pues te has convertido en el tesoro de Wisconsin.

-          No te entiendo, Coleen. ¿Qué tengo yo que ver con los Dells[30].

-          Con los Dells, no. Más bien con el Capitolio de Madison[31].

-          Como no te expliques…

     Y ¡vaya si se explicó!, con el conocimiento que le daba cuanto en la Policía se hablaba sobre mí: Que era la mayor esperanza del Gobernador Donovan para ganar las próximas elecciones y que, en consecuencia, la Fiscalía y el Departamento de Policía de Green Bay me estaban guardando como oro en paño, a fin de que un juicio con severa condena del agresor de una mujer vulnerable colocara a las de su sexo entre los votantes del candidato demócrata. Y, con su habitual locuacidad y la creencia en estar relatando algo ya sabido, o sin importancia para mí, añadió:

-          Figúrate que, para mayor felicidad de Donovan y los suyos, el acusado ha resultado ser el hijo menor de Vince Harris.

-          ¿Qué tiene que ver ese tipo con Donovan?, pregunté, sacando fuerzas de no sé dónde.

-          Con Donovan, precisamente no, sino con su rival, Rufus Carter. El Señor Harris -por llamarlo así- es uno de los mayores contribuyentes a los republicanos, y se habla de él como futuro aspirante a la alcaldía de Green Bay.

     Levemente repuesta de la tremenda sorpresa, me apresté a sonsacarla, en lo tocante al papel de Bob en aquella comedia:

-          Claro, con razón me decía Bob que este caso podía hacerle ascender en su Oficina. Ya sabes el interés que se está tomando conmigo.

-          Eso se comenta, aunque dice Scanlon que, de no ser por tu insistencia en que llevase Lindgren el caso, lo habría hecho el Fiscal jefe. De hecho, tienen a Bob tan presionado con consejos y advertencias, que de buena gana mandaría a paseo su protagonismo en él.

-          ¡Y yo que creía que Bob estaba tan feliz y comprometido ante esta tarea!

     Debió de notar en mi frase un claro deje de decepción, porque plegó velas en su espontaneidad, al contestar:

-          Mujer, una cosa es que le gustes -eso, seguro- y otra que el caso le venga grande y tenga miedo de fallar.

***

     Alguna vez, cuando antaño discutía con Swindy, me decía, con muy mala intención:

-          Como se nota que tratas mucho con hombres. Te estás volviendo como ellos.

     Digo esto porque, tan pronto marchó Coleen, no me dio un ataque de llanto, sino de ira. Empecé a lanzar insultos e improperios contra Bob, dando puñetazos en el sofá sobre el que estaba sentada y tirando a la alfombra los restos de la merienda con que había obsequiado a mi visita. Luego, me levanté y, como una fiera enjaulada, comencé a dar paseos de lado a lado del pequeño apartamento; me senté en la cama, mascullando amenazas y, finalmente, movida por las ganas de despacharme con el volumen de voz que me diese la gana, me puse un abrigo y unas deportivas y salí a la terraza, hollando con furor la impoluta nieve que cubría el suelo.

     No sé el tiempo que me habría llevado calmarme, ni si habría cogido antes una pulmonía, pues de pronto me volvió a mis casillas el tono de llamada del móvil regalo de la Policía -nada menos que el everybody needs somebody[32]-. Naturalmente, era Bob, preguntando si ya se había marchado Coleen y, en consecuencia, nos podíamos encontrar. Alcancé a duras penas la calma para responderle que la cháchara incontenible de mi amiga me había levantado un fuerte dolor de cabeza, por lo que mejor nos veíamos al día siguiente. Aún tuve que rechazar su amable ofrecimiento de subir a prepararme una infusión para tomar el analgésico.

     A eso de las once, metida en la cama, medio vestida y con la luz de la mesilla encendida, tenía, en efecto, una estimable jaqueca, de tanto indignarme y pensar en voz alta. Preparé un baño templado y me sumergí en él durante el tiempo preciso para relajar mis nervios. Luego, me eché al coleto dos tabletas de Reyvow[33] con una tisana y, ya en perfecto traje de noche, me sepulté entre las mantas, tras haber abierto una rendija para dejar entrar una caricia de aire gélido. Apagué la luz y, mientras me venía el sopor, me dije: recapitulemos.

     Desperté a la mañana siguiente en mejor estado de lo que habría podido imaginar. Recuerdo que pensé: Millie, si has podido dormir esta noche, ya has superado lo peor de la cabronada. Y todavía tenía unas horas hasta que volviera Bob del trabajo y tuviera que hacer mi papel de chica enamorada. Porque lo que tenía claro era que llevaría la comedia hasta el final, para cogerlo totalmente desprevenido y, al mismo tiempo, procurando que mi venganza implicase el menor daño posible a mi aventurado futuro. Incluso, pensándolo mejor, podría evitar la presencia y los arrumacos de Bob un día más, volviendo a la disculpa de la migraña o, mejor aún, de que andaba como un zombi. Él, que algo sabía de mi costumbre de medicarme con exceso, aceptaría sin dudar el engaño.

     ¡Sería imbécil! Hasta entonces no había vuelto a pensar en la comunicación que tenía pendiente con los Harris, según lo que había indicado a Swindy. Casi todo mi plan dependía ahora de que siguieran interesados en que cambiase mi declaración por dinero. Fui inmediatamente por mi móvil secreto y consulté el archivo de mensajes. En efecto, con una fecha que me parecía la siguiente al día de la llamada de Swindy, figuraba tan solo el número de un móvil. Como no había más mensajes, era obvio que se trataba de la respuesta a mi indicación y, en principio, positiva.

     Habían pasado tres semanas desde que me mandaron el número y tan solo faltaban diez días para el comienzo del juicio. Me pareció que era buen momento de llamarlos, antes que se pusieran demasiado nerviosos y cometieran alguna torpeza, sobre todo, si es que habían dado con mi paradero. Repasé lo que tenía decidido y marqué el número enviado. Estaba muy tranquila porque -me crean o no- suponía que iba a negociar con un conocido.

-          Despacho del abogado Cannon, dígame.

     Justo lo que me imaginaba; solo que el letrado era muy listo. Por si acaso quería yo liarlo, me había facilitado un número a nombre de sabe Dios quién. Por la voz femenina y la fórmula para contestar, supuse que se trataría de alguna empleada.

-          Tome nota del número que le ha salido en pantalla y dígale que me llame en no más de media hora. Soy la amiga de Swindy.

     A los diez minutos, tenía al gran Devy al aparato, con su voz meliflua y algo gangosa, inconfundible:

-          ¡Señorita Warner, ya nos tenía impacientes!

-          ¡Claro!, no me extraña. Yo también lo estoy, esperando ver y contar diez mil veces al Señor Franklin[34].

-          Poco a poco, Phedora; tenemos mucho que hablar. ¿Cómo y dónde podríamos vernos?

     Me eché a reír, en parte, porque me dio la certera impresión de que desconocía el lugar donde me escondía.

-          Tiene razón, letrado; aquí no valen prisas y tenemos que dejar las cosas bien claritas, pero sin dilaciones ni circunloquios. ¡Al grano y a molerlo!, como decía mi padre.

     Devy era un encanto. Se notaba que tenía mucha experiencia en tratos y que nuestros rifirrafes anteriores le habían probado que yo no era una pazguata a quien embaucar. Por otra parte, como le recordé: Ya sabe lo que se juega Dave y, de rebote, su padre y Rufus Carter. En resumen, en diez minutos habíamos dejado bien claro que yo no bajaría ni un centavo del medio millón y que, a cambio de la rebaja, Cannon me aseguraba sobre la tumba de su madre que nadie se metería conmigo.

-          Dave Harris es un niño mal criado y un psicópata, pero su padre es mucho mejor de lo que la gente cree y sabrá controlarlo, si tratara de propasarse nuevamente.

-          Eso espero, contesté. El futuro Alcalde de Green Bay no puede tener un hijo que ande por ahí rajando putas.

-          ¿Futuro Alcalde?, preguntó, haciéndose de nuevas. No creo que tenga esas aspiraciones.

-          No yo que la madre de usted haya muerto, para que jure sobre su tumba.

     Nos despedimos, más o menos, con estas frases:

-          Transmitiré a mis clientes su proposición para que ellos decidan, pero estoy por asegurar que pasarán por ella.

-          Más les vale, Devy. En cualquier caso, mándeme un mensaje en el plazo de cinco días con lo que resuelvan y, si procede, ya hablaremos sobre la entrega del dinero; pero ya le adelanto que quiero entenderme con usted y exclusivamente con usted. Ya me entiende.

-          Perfectamente, Phedora. No sabe lo que me honra la confianza que deposita en mí.

-          Espero que el sentimiento sea recíproco. Hasta pronto.

***

     Lo mucho que me jugaba en el envite me ayudó a poner tolerancia y buena cara para seguir comportándome con Bob de forma similar a los días anteriores. También me favoreció -por qué no decirlo- mi experiencia de prostituta, experta en simular sensaciones y pensar en las musarañas mientras los clientes cumplen con lo que vienen a hacer. Pero, sobre todo, me vino muy bien que el concienzudo fiscal pasara buena parte de nuestro tiempo ensayando mi participación en el juicio y dándome toda clase de instrucciones, desde la forma de sentarme, hasta los segundos que debía dejar entre las preguntas y mis respuestas. Yo creo que no hacía sino verter sobre mí el rollo agotador que recibía en la oficina, de manos de su Jefe y del colega que, finalmente, iba a acompañarlo en la vista, que era el mismo que había figurado en primer plano durante la identificación de Dave Harris.

     Yo soy bastante bondadosa -aunque en ocasiones no lo parezca- y seguía sintiendo por Bob algo no muy alejado de la nostalgia, y hasta de la ternura. De tanto insistir con el juicio, se me ocurrió darle la oportunidad de que se explicase, no fuera a ser que yo lo hubiera malinterpretado. Le pregunté:

-          Y todo este trabajo, Bob, ¿es solo por vengar lo que me hicieron y no hacer el ridículo ante tus compañeros, o hay algo más que te tenga atenazado?

-          ¿Qué ha de haber? ¿Te parece poco lo que tú y yo nos jugamos? Si se perdiera el juicio, no podría mirarte a la cara, ni tampoco a mi hermana.

-          Es verdad -asentí, tragándome un gesto de sorna-, también está tu hermana.

     Aquella alusión fraterna borró de mí cualquier rastro de piedad. Me iba a vengar, y a conciencia, pero de la manera retorcida que había preparado: dejándolo en la mayor de las evidencias y, en lo que se refería a mí, nadando y guardando la ropa. Es decir, quedando a bien con los Harris y no a mal con fiscales y policías. Mi profesora de Matemáticas habría llamado a eso la cuadratura del círculo.

     A los tres días, de los cinco de plazo, apareció en la pantalla del móvil fantasma el mensaje de Cannon: Pleno acuerdo. Fije cita inmediata. No quería dejar constancia de la respuesta en el registro del teléfono. Opté por llamar al del abogado y, cuando lo tuve en línea, le indiqué las once de la mañana de dos días antes del comienzo del juicio, en la cafetería del pequeño centro comercial de la urbanización. Le dije escuetamente:  Quiero que venga solo y con todo el dinero en billetes de a cien. Si me hace una jugarreta, ya sabe a lo que se expone. Como comprenderá, tendré vigilando a alguien.

-          ¿A quién?, preguntó con guasa. No habrá metido en el ajo a algún policía.

-          Yo tengo muchos amigos. ¿No comprende que jugaré en casa?

     Este capítulo ya va demasiado largo. Lo voy a terminar diciéndoles que todo salió como yo esperaba: A las once y veinte de aquel día, estaba sentada en mi cama, contando los cinco mil Franklin; mejor dicho, los fajos de cien billetes en que los había distribuido el banco que fuera. Tiempo habría de repasarlos, uno por uno, cuando estuviese más tranquila. Ni por un momento se me pasó por la cabeza lo que se narra en las películas, de que los billetes fueran falsos, o que fuesen billetes marcados de algún atraco anterior. Como me había asegurado Devy, Vince Harris era mucho mejor de lo que la gente cree.

     En fin, como les digo, todo salió como yo esperaba. No podría decir Cannon otro tanto. Yo le había dado el cambiazo en el último momento: Había reemplazado mi retractación en el juicio, por algo mucho más astuto y resbaladizo que, con su sabiduría forense, había aceptado en principio con un elogio, pero no exento de amenaza:

-          Eres un diablo, chiquilla, pero prepárate para pasarlo muy mal como no absuelvan a Dave.

-          Si nos equivocamos -empleé el plural de forma maliciosa-, devolveré al Señor Harris hasta el último billete y yo misma me pegaré un tiro, para que no tenga que pagar a nadie por hacerlo.

 

 

8.      El juicio

 

No fue mi amiga, sino el teniente Benny Scanlon, quien me recordó:

-          El próximo martes empieza el juicio de Melissa. Creo que va a haber una gran afluencia de público, al menos, en la primera jornada. ¿Quieres que te reserve un sitio en primera o segunda fila?

-          ¿No hay galería alta? La verdad, de poder ir, no me gustaría estar tan cerca de los actores. Me impresionaría demasiado.

-          Pues sí, en efecto hay galería. ¿No has estado nunca en el Tribunal? Es de lo más bonito de Green Bay[35]. Haz por ir. Yo andaré por allí porque tengo que testificar, como policía que estuvo al frente de la investigación; así que podré hacerte alguna aclaración, si lo necesitas.

-          ¿Cuánto crees que durará el juicio? Si fuese más de un día, procuraría escaparme alguno de ellos del hospital.

-          Calcula dos días, por lo menos; eso, sin contar lo que tarde el jurado en emitir el veredicto.

     Así quedó la cosa. Días antes, había telefoneado a Melissa para ver qué tal se encontraba y si quería que la volviese a visitar en su casa, con permiso de sus guardianes. La encontré evasiva y muy metida en la preparación del juicio. No sabes lo pesado y enervante que es esto, me dijo. No hablamos nada sobre presenciar, o no, el juicio.

     Finalmente, pedí permiso en el Saint Mary, pero no me lo dieron sino para el segundo día. Suponía que, para entonces, ya se habrían practicado las pruebas más interesantes, incluso la declaración de Melissa. Estaba a punto de renunciar a la licencia, cuando se me ocurrió llamar a la comisaría. Scanlon no estaba, pero me atendió su compañero, el sargento Al Douglas.

-          La cosa está difícil, me comentó. El acusado, aunque joven y nervioso, resistió bien el interrogatorio de Lindgren, constantemente cortado por las protestas del defensor. Por su parte, Swindy insistió en que había sido él el autor de la paliza, pero ahí le tenían tomada la medida los fiscales y quedó de evidencia que había cobrado una fuerte cantidad de dinero, sin otra explicación posible que ser el precio de su auto inculpación. Scanlon está muy enfadado de la ocurrencia del Fiscal jefe, de entregar al abuelo del chico una copia de la medalla phi beta kappa, en vez del original. Cannon, el abogado, trató de conmover al jurado, presentando al buen señor como un anciano con el que había jugado la Fiscalía, y puso en solfa todo lo relativo a la placa, que podría haber sido una prueba espectacular. En fin, para hoy quedan dos cosas muy interesantes: la declaración de tu amiga y la pericial de los psiquiatras sobre el estado mental del acusado.

-          ¿Qué pasa, que pretenden hacerlo pasar por loco?, pregunté enfadada.

-          No tanto -contestó-; y no creas que es bueno para él que lo consideren un psicópata sexual, pues eso favorecería la tesis de que ha sido el autor de unas lesiones tan brutales, aunque se libraría de la cárcel, con el psiquiátrico como alternativa.

-          Muy interesante, opiné. En fin, Al, ya que falta por declarar Melissa, me apunto a asistir mañana. Díselo a tu compañero y que no olvide lo que me prometió el otro día.

***

    Acostumbrada a verla en el hospital o en su casa, me impresionó la discreta elegancia de Melissa, que no sé en manos de quien habría dejado la prenda de abrigo, imprescindible en aquel día de enero, pero lo cierto es que llevaba un traje sastre en tono verde jade oscuro, dejando asomar una blusa malva de cuello camisero, y portando un bolso totalmente a juego con la blusa, creo que de Tiffany’s[36]. Caminó muy decidida por el pasillo de la sala, le tomaron juramento y se sentó en el estrado de los testigos, como tantas veces había visto yo en las películas y telefilmes. Fue Bob quien empezó a preguntarla porque -como luego me explicó Scanlon- era el fiscal quien la había propuesto.

     El interrogatorio de Lindgren fue bastante corto. Se limitó a confirmar que Melissa identificaba sin dudas a Dave Harris como su agresor y a pedirle algunas explicaciones sobre la forma en que aquel la había herido y las consecuencias de las lesiones. Aunque ambos procuraron no ser muy explícitos -Bob se remitió a los informes médicos que dos forenses habían prestado en la sesión de la tarde anterior-, hubo un escalofrío general, del que también participé-, y eso que yo era una enfermera y había curado a Melissa en numerosas ocasiones. Me pareció que Bob insistía, sobre todo, en las heridas y cortes en sus partes, creo entender que, no por morbosidad, sino para relacionar esas lesiones con un sujeto sin control ni piedad, no con una persona, como el tal Swindy, que apreciaba a su chica y vivía en buena parte de lo que ella ganaba, mientras pudiese trabajar.

     Luego fue el turno del defensor. Tenía miedo de que el abogado Cannon se comportara con dureza con mi amiga, pero todo se desarrolló con respeto, y hasta diría que con cortesía. Por la pesadez en repetir preguntas y resaltar detalles, estaba claro que trataba de transmitir al jurado el convencimiento de que Melissa no podía estar segura de reconocer a nadie al que hubiese visto solo una vez, en una habitación con luz muy tamizada y sometida a la tensión y el dolor; tanto más, cuanto que la diligencia primera de reconocimiento había sido bastante tiempo después de los hechos y cuando la Policía había encontrado un objeto -la famosa placa de la hermandad universitaria- que le permitió orientar la identificación hacia una persona determinada. Melissa no negó, ni que la luz en la habitación fuese tenue y de tono rojizo, ni que le hubiesen enseñado en el hospital la foto del acusado en una revista estudiantil, si bien -puntualizó- Dave compartía la página con otros veinte o treinta compañeros de Facultad. Apenas un par de ¡protesto! de Bob -como antes había hecho el defensor- turbaron la monotonía de la diligencia. Pero todavía faltaba lo mejor. El abogado lo preparó volviendo a su mesa y tomando un par de sorbos de agua, con tal parsimonia, que el juez le preguntó si tenía más preguntas que hacer. Cannon sonrió y dijo -me acuerdo perfectamente- no muchas, Señoría, pero creo que serán del mayor interés. Y volvió a la vera de Melissa.

-          Dígame, señorita Warner, al seguir la tesis del Fiscal en contra de mi cliente, ¿la mueve a usted algún interés personal?

     Bob protestó por pregunta capciosa: La testigo no seguía la tesis del fiscal, sino que era el fiscal el que asumía la versión de la testigo, por considerarla conforme a la verdad. El juez pareció estar más interesado en otro aspecto de la cuestión, porque dijo:

-          A ver, Señor Letrado, sea más preciso en su pregunta para que la testigo, el jurado y yo mismo entendamos a qué interés personal se está usted refiriendo.

-          Disculpe, Señoría; aunque podría hacerlo, no quiero dar a entender que la testigo pueda tener más interés en que se condene a mi cliente, que pertenece a una familia ilustre y acaudalada, que no al Señor Robson, que no podría hacer frente a ninguna indemnización.

-          ¡Protesto nuevamente, Señoría!, rugió Bob. El acusado está ofendiendo a la testigo de manera injustificada.

-          Letrado, advirtió el Juez, no estamos interesados en lo que usted no quiere dar a entender, sino en lo que pretende saber de la testigo. Pase inmediatamente a formular su pregunta.

-          Gracias, Señoría… Señorita Warner, ¿tiene usted alguna relación con el fiscal de este caso, Señor Lindgren?

     La pregunta cayó tan de sorpresa, que Bob ni siquiera reaccionó. Hubo un conato de protesta por su colega adlátere, pero Melissa, entre el rumor del público, contestó llanamente:

-          Sí.

-          ¿Qué relación, si puede saberse?

-          El Señor Lindgren me ha protegido en todo momento y, últimamente, me buscó un lugar seguro, cerca de su domicilio.

-          ¿Cómo de cerca? ¿En su misma urbanización?

-          Sí.

-          ¿En su mismo portal y escalera?

-          Sí.

-          No me dirá que en su misma vivienda…

-          No. Dos pisos más arriba.

     A estas alturas, el rumor había dado paso a un silencio pesado y expectante, en el que todos -yo la primera- empezamos a suponer adonde nos iba a llevar el defensor.

-          Entonces, ¿subió el fiscal Lindgren a su casa o bajó usted a la de él?

-          Ambas cosas.

-          ¿Cuántas veces?

-          Casi todos los días que estuve allí.

     Cannon no quiso romper el clímax, preguntando por el número de días, sino que siguió estrechando el cerco:

-          ¿Estaban ustedes solos?

-          Sí.

-          ¿De día o de noche?

-          Más bien de noche, porque de día Bob…, el Señor Lindgren trabajaba en la Fiscalía.

-          ¿Y en qué trabajaban ustedes por la noche?

     Se oyó un tímido protesto de parte de Bob, que no pudo cortar la respuesta de Melissa:

-          Hablábamos de este juicio y lo preparábamos. Él me decía cómo comportarme, lo que tenía que contestar y todo eso.

-          ¿Y qué hacían ustedes cuando acababan de preparar este juicio?

     Nuevo protesto, desdeñosamente rechazado por el presidente.

-          Hablábamos de nuestras cosas personales.

-          ¿Solamente hablar?

-          ¿A qué se refiere, letrado?

-          Quiero decir si se comportaban cariñosamente.

-          Si.

-          Y si hacían el amor.

-          También.

-          ¿Cómo cuantas veces?

     Me dio la impresión, por primera vez, de que Melissa estaba disfrutando. El hecho es que contestó:

-          Casi todas las noches. No llevaba la cuenta de las veces.

     Cannon se giró hacia el jurado, mirando a sus miembros durante unos segundos. Al fin, preguntó:

-          No querría ofender la inteligencia de los jurados, ni advertirles de lo que Su Señoría hará en su momento, pero ¿le manifestó el fiscal Lindgren que tenía por este juicio un interés directo y muy personal?

-          Claro está: por mí, pero también por él.

-          Por usted, ya lo vemos claro; pero ¿qué interés directo y personal tenía por sí mismo?

-          El que tendría cualquier fiscal novato en ganar un juicio tan importante políticamente; bueno, según he leído en el periódico que dijo usted ayer.

     El enésimo protesto del fiscal se mezcló con el no hay preguntas del defensor y la oferta por el juez de que el fiscal pudiera repreguntar, en vista de lo que la testigo había manifestado de perjudicial para él; pero, pese a los gestos perentorios de su colega, Bob rechazó la sugerencia presidencial. Así pues, Melissa se retiró sin prisas, mirando en todo momento hacia la puerta. Luego, tras unos momentos de cuchicheos y cierto desorden, Lindgren se levantó y tomó la palabra, dirigiéndose al Juez:

-          Señoría, me encuentro mal; de modo que pido permiso para ausentarme de la sala, continuando con la representación de la Fiscalía mi colega, Marlon Sanders, que conoce perfectamente el caso.

-          ¿No prefiere que suspendamos la vista hasta después de comer?, preguntó el juez, en plan de sugerencia.

-          No, gracias, Señoría, prefiero que prosiga ya el Señor Sanders, dadas las circunstancias.

     De cualquier forma, el presidente quiso facilitar las cosas al sustituto y, apenas un cuarto de hora después, aplazó el juicio hasta la tarde. Aunque salí aprisa, abriéndome paso entre el resto del público de la tribuna, no pude encontrar a Lindgren ni, por supuesto, a Melissa. Sí que me echó el alto Scanlon, a quien no había visto en el vestíbulo, semi oculto por una columna:

-          ¿Qué te ha parecido, Benny?, le pregunté para iniciar la conversación.

-          Me parece que Devy Cannon ha vuelto a hacer de las suyas… y que el pobre Lindgren ya puede ir haciendo las maletas y volviéndose a la granja.

-          ¿Cómo podrá haber sido tan cabrona?, me excité, tomando partido por Bob.

-          Juraría que alguien le abrió los ojos sobre su manipulación política. ¿Quién podrá haber sido?, inquirió mirándome fijamente.

-          Lo leería en los periódicos, dije, bajando la vista, y comprendiendo de golpe que, aunque con la mayor inocencia, había sido yo quien había levantado la liebre a Melissa, el día de mi visita al apartamento.

-          Eso sería, replicó, encogiéndose de hombros.

-          ¿Qué crees que va a pasar?, pregunté.

-          ¿Te refieres al veredicto? ¡Cualquiera sabe! Ven por la tarde y nos enteraremos juntos.

     Así lo hice. En cuarenta minutos, el jurado declaró inocente a Dave Harris. Scanlon profetizó:

-          Ya sé de otro que también tendrá que ir haciendo las maletas: el Gobernador.

     En efecto, para marzo, Rufus Carter ganó la elección a Mitch Donovan por cuarenta mil votos.

 

 

9.      La despedida

 

Teatro Meyer (Green Bay)

 

     Tan pronto me concedió el juez la licencia y salí de la sala, miré someramente por los pasillos, la escalera y el zaguán, por si Melissa se hubiera quedado por allí; esperanza absurda, pero que evidenciaba mi deseo de hablar con ella y que me explicara con detalle lo sucedido. Luego, salí al jardín, bordeé el edificio del Tribunal y entré en el de la Fiscalía, con el propósito de refugiarme en mi despacho y redactar de inmediato la renuncia a mi puesto. Nadie se interesó por mi presencia; de modo que redacté sin interrupción el escueto documento, dirigido al Fiscal del Distrito. Al llegar al extremo de enunciar la causa de mi dimisión, estuve a punto de dejar un hueco para negociar su redacción con Mac Bride. Luego, pensándolo mejor, lo rellené, alegando motivos personales, que me impiden seguir atendiendo debidamente los deberes de mi cargo. Para darle una pequeña satisfacción por el disgusto que, sin duda, iba a tener con lo sucedido, puse en la antefirma: agradeciéndole la confianza puesta en mí hasta la fecha… Firmé y me encaminé a entregar el escrito al Jefe.

     Por el momento, estaba celebrando un juicio por tráfico de drogas, según me indicó su secretaria. Un compañero que apareció por allí, me preguntó, extrañado:

-          ¿Ya habéis terminado la sesión?

-          No, repuse, pero va a continuarla Sanders.

     Dejé dicho que volvería al cabo de un rato y caminé a buen paso hasta el río[37]. De vuelta, paré en una hamburguesería junto al teatro Meyer, para hacer tiempo y comprar qué comer, pues me apetecía, dadas las circunstancias, comer a solas en casa. Entre todo, eché algo más de una hora. Mac Bride seguía liado y, según había indagado la secretaria, todavía la cosa iba para largo. En consecuencia, le pedí un sobre, que cerré tras meter en él la renuncia, y le dije:

-          Entréguele esto en cuanto lo vea y dígale que me tendrá aquí mañana, a las nueve en punto.

     Conduje hasta mi casa y, para tranquilizarme y ordenar mis ideas, no llamé a Melissa, sino que me dediqué a enumerar en un folio las muchas cosas que tendría que hacer en los días siguientes, para marchar cuanto antes de Green Bay, sin tener que volver la vista atrás. Cuando dejaron de fluir a la memoria nuevas diligencias, saqué las maletas y bolsos de viaje que tenía y empecé a llenarlos con calzado, libros y ropa fuera de temporada. Pese al disgusto, o a causa de él, me entró un hambre de lobo, que sacié con lo comprado y saqueando la nevera. Terminé de llenar la maleta que tenía más a mano y, antes de tumbarme sobre la cama para reposar, llamé a Melissa. Me sorprendió la frialdad de su voz:

-          Estaba esperando tu llamada. ¿Estás ya en casa?... Entonces, ¿quieres que baje?

-          Mejor lo dejamos para dentro de un rato. ¿Te parece a las cuatro?

     Cuando corté, se me ocurrió que lo mismo Mac Bride me llamaba y tenía que aplazar el encuentro con Melissa. No fue así y -lo que más me extrañó- tampoco recibí aviso telefónico suyo hasta que me presenté en su despacho, a la mañana siguiente.

***

     Recuerdo que llamó mi atención que Melissa no se hubiera cambiado de ropa desde la mañana; tan solo había reemplazado los tacones altos por un calzado más informal y, en lugar del bolso, bajaba con una bandeja de cerámica llena de pastas de té. Ello me dio pie para mi primera frase, nada más abrir:

-          ¡Qué detalle! ¿Son las pastas de la paz?

     Sonrió sin contestar y, conforme a la costumbre, fue hasta el salón, apartó un par de adornos de la mesa baja y depositó el obsequio en el hueco.

-          ¿Preparamos el té?, preguntó, con evidentes ganas de retrasar el momento de la explicación y de normalizar la situación.

     Hicimos lo sugerido y aún pasaron unos minutos durante los cuales, además de tomar la infusión y hacer los honores a los dulces, me explicó dónde los había comprado y el aroma que emanaba del obrador donde los trabajaban los reposteros: olor de dulces caseros, que me recordó a mi abuela, la madre de mi mamá.

-          ¿Otra tacita?, preguntó.

-          Luego, después de que hablemos, contesté, un poco harto de la espera.

-          Tienes razón -concedió con una sonrisa-. Para eso he venido.

     Si había tardado en entrar en materia, luego fue derecha al fondo de la cuestión, de una manera que no podía ser más franca:

-          Te preguntarás si el defensor me pilló, entre la sorpresa y el deber del juramento, pero la verdad es que me explayé con la mayor tranquilidad del mundo. Es más, si él no me lo hubiese preguntado, creo que lo habría sacado yo a colación.

-          Pues no lo entiendo, Melissa -protesté-. No tengo ninguna duda de que, precisamente por eso, el jurado absolverá a un perverso culpable y, de paso, te vas a quedar sin vengar tu sufrimiento y sin indemnización.

-          Allá el jurado con su conciencia y, en lo que respecta al dinero de Harris, sin él he vivido hasta ahora y sin él pienso seguir viviendo. Eso sí, en lo que no tienes razón es en que no me haya vengado: Simplemente, he cambiado de persona.

-          ¡¿De mí?! -exclamé, con una sorpresa solo relativa- ¿Qué es lo que te he hecho para que hundas mi carrera y mi reputación?

-          ¡Chico!, no creo estar tan mal como para que liarte conmigo hunda tu reputación… Y, ahora en serio, no creo que un farsante como tú merezca seguir carrera en la Justicia.

     Y, de pe a pa, fue relatando cuanto Mac Bride y yo habíamos querido dejar en secreto, sobre la relevancia política que había de tener el caso y acerca de mis malas artes para ganarme la confianza de Phedora, incluido el cuento de los malos tratos a mi hermana, que le parecían a Melissa el colmo de la mentira y de la desfachatez:

-          Quien llega a falsear la historia de su familia para engañar a una amiga, merece que lo pongan en su sitio, que no creo que sea el de un fiscal.

     Se me ocurrían muchas preguntas para aclarar el cómo y el quién de su descubrimiento de lo oculto, así como del conocimiento que de antemano parecía tener Devy Cannon, pero suponía que en esas cuestiones Melissa tendría los límites de su sinceridad. Preferí hacer tambalear su seguridad por otros caminos:

-          Y ¿no te has detenido a pensar que yo actué presionado por mi jefe y que, poco a poco, a la obediencia y al interés personal, pudo agregarse el amor? ¿O eres tan perfeccionista que no puedes entender que se mezclen el bien y el mal, o tan certera, que no admitas que las personas puedan corregirse y mejorar?

Ante tal aluvión de preguntas, Melissa permaneció silente, mirando al vacío. Al cabo de medio minuto, volvió a la discusión, cargando la mano sobre la desaprensión de Mac Bride y mía en el asunto:

-          No es ninguna broma lo que se os ocurrió: forzarme con engaños a salir de mi primitiva idea de no acusar a nadie, sin otro fin que el de favorecer a un político que seguro que es tan inescrupuloso como vosotros; y, con ello, me enfrentasteis con una gentuza de cuidado que, lo mismo que me mandó a su abogado, pudo enviarme a un ejecutor.

     Yo cogí la ocasión al vuelo:

-          Así que el amigo Cannon estaba detrás de todo el montaje. ¿Cómo dio contigo?

-          Conservé un teléfono privado. ¡Menos mal que tuve ese ramalazo de prudencia!

-          Pero -argüí- estoy seguro de que él te aconsejó cambiar tu declaración e inculpar a Swindy. Tuvo que salir de ti la ocurrencia de dejarme en vergüenza ante todo el Estado.

-          Por supuesto -confirmó, tan fresca-. No pretenderías que fuese yo la que pasase por ligera y mentirosa, mientras tú quedabas como el esforzado paladín de una furcia cobarde.

     Esta vez, fui yo quien cortó el silencio que siguió a esa última frase, de una forma casi incongruente, que parecía preludiar el final de la conversación:

-          ¿Otra taza de té?, aunque me temo que ya esté frío.

-          No importa. Y cogeré una pasta bañada de chocolate. Son mis favoritas.

     A medio comer el dulce, quedó suspensa, con la pasta camino de la boca, y me preguntó, volviendo a mis preguntas pasadas:

-          ¿De verdad llegaste a quererme durante el tiempo que hemos pasado juntos?

-          ¡Mujer, cómo puedes preguntarlo! ¡A buenas horas habría llegado tan lejos! Es más, después de explicarme los serios motivos por los que te has comportado así conmigo en el juicio, he de decirte que lo comprendo. Llegaste a ver en mí a la única persona en quien confiar y te defraudé con falsedad y egoísmo. Lástima que no me lo hubieras echado en cara antes para poder pedirte perdón y tomar en el juicio un camino más razonable para ambos.

-          También a mí me sabe mal haber sido tan injusta, como para no haber valorado y tenido en cuenta también las muchísimas bondades con que me distinguiste en momentos tan duros, y que tanto bien me hicieron… En fin, ahora ya es tarde para rectificar lo mal hecho. Bastante será que podamos despedirnos como amigos o, cuando menos, sin rencor ni desprecio.

     Lo siguiente puede parecer excesivo, pero lo dije y no me arrepiento de ello:

-          ¿Y por qué no nos vamos juntos de aquí? No me importaría conocer Eau Claire contigo como guía.

     Melissa se echó a reír y escapó de mi enredo:

-          ¡Claro! Así me ayudarías a montar el salón de belleza y escoger a las empleadas.

-          No sabía que ibas a cumplir tu deseo de manera tan inmediata… Concedámonos un tiempo para meditar sobre nuestro futuro. Yo tengo algo de dinero ahorrado y seguro que también tú, por lo que me anuncias.

-          Un poco sí, pero el resto tendrá que salir de algún préstamo bancario con el aval de alguien de mi familia -mintió para tapar el error que acababa de cometer, apuntando al dinero recibido de los Harris-.

-          Tal vez acepten la garantía personal de un fiscal venido a menos.

     Se levantó para despedirse y, camino de la salida, agregó:

-          Los deseos infantiles solo se cumplen en los cuentos.

-          Y los cuentos, en ocasiones, se hacen realidad -respondí-.

     Abrió la puerta, se volvió brevemente y me besó. Sin esperar mi reacción echó escaleras arriba y desapareció en la oscuridad.

***

     Mi despedida personal de Mac Bride fue bastante desagradable. A juzgar por las disculpas que tendría que dar a Donovan y compañía, era comprensible su enfado, como también por haberle ocultado que el último refugio para Melissa lo había buscado en mi misma casa. Pasaré de largo por aquellos momentos tan desagradables, limitándome a recoger la admonición con la que concluyeron:

-          … No creas que has pagado con la dimisión. Lo que has hecho es contrario a la ética procesal y a la conducta que debe observar cualquier miembro de la Fiscalía. A mí me vale con echártelo en cara y decirte adiós, pero estoy seguro de que otros con más poder que yo no van a perdonarte tan fácilmente. Yo que tú, si quieres ejercer en algo relacionado con las leyes, me marcharía de este Estado.

     Salí de allí y conduje nuevamente hasta casa. Luego, bajé al centro comercial próximo para hacer unas compras de última hora, con vistas a mi próximo viaje. La Gazette del expositor me recordó que el destino habría de ser bastante lejano: Un titular de la primera plana recordaba que las relaciones íntimas del fiscal del caso con la testigo principal determinan la absolución del hijo de Vinnie Harris.

     Al acabar las compras, se había hecho casi la hora de comer. Se me ocurrió llamar a Melissa e invitarla a almorzar, para hacernos mutua -y triste- compañía. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. En consecuencia, bajé solo, a tomar una hamburguesa con ensalada al bar más próximo. Dan, el portero, me saludó:

-          Lo siento -agregó-; cosas como esas pasan a los jóvenes. Pero, por lo mismo, tienen tiempo para dejarlas atrás y recuperarse.

-          Gracias, Dan. Por cierto, ¿ha visto a la señorita Warner?

-          Hace un buen rato. La ayudé a cargar el equipaje en un taxi y creo que dijo al chófer que la llevara a la estación de autobuses.

 

 

 

       SEGUNDA PARTE: LA VUELTA

 

10.   Nada como la familia

 

-          ¡Pero qué dices! Tú no te marchas de aquí hasta que no tengas más remedio para tratar de conseguir ese trabajo. ¿Para qué está la familia, si no?

     Bob Lindgren sonrió, bajó la vista hacia el plato y siguió dando buena cuenta de las alubias con costilla de cerdo. Como ya sabía por su madre, cuando tía Belinda tomaba una decisión valía más no contradecirla, porque aunaba dos cualidades que la habían hecho famosa entre la familia Crow: la terquedad y el genio.

     Había pasado un mes desde su forzada dimisión de la Fiscalía. Entre tanto, además de recoger los trastos y meterlos como pudo en su coche, Bob hizo algunas gestiones de urgencia para encontrar un trabajo relacionado con la abogacía, naturalmente fuera del Estado de Wisconsin, como Mac Bride le había aconsejado. El resultado más prometedor lo obtuvo de su condiscípulo en Madison, Melvin Cook, que se desempeñaba bastante bien en Omaha, trabajando en la aseguradora Lincoln National como técnico en evaluación de riesgos:

-          Déjate caer por aquí -le aconsejó-. Tenemos en esta sucursal una cartera muy numerosa y van a ampliar el departamento de fraude y litigación.

-          ¿Cómo que de fraude? ¿Lo reconocéis así de abiertamente?

     Melvin se echó a reír y le aclaró:

-          No, hombre. Se trata de todo lo contrario: analizar si los siniestros se han producido realmente como nos dicen y por el valor que se declara. Es una mezcla de abogacía y de investigación, para la que tu trabajo anterior podría dotarte de cierta experiencia.

-          Suena bien -opinó-. Me parece que te haré una visita.

-          No tengas prisa. El proceso de selección no empieza hasta el miércoles de la semana que viene. De todos modos, si quieres llegar antes, serás bien venido.

     Así pues, Bob se preparó para el viaje, que no le habría llevado más de un día, de haberlo hecho directamente; pero se le ocurrió pasar por Eau Claire y tratar de encontrar a Melissa, a quien suponía residiendo allí, al menos, temporalmente. No eran pocos los Warner de la guía telefónica pero, al cuarto intento, dio con la familia de la joven. No fue muy bien atendido:

-          … No dudo de que sea un buen amigo de Melissa -le respondió una voz femenina-, pero tenemos la indicación de no dar información ninguna sobre su paradero.

-          Facilíteme, por lo menos, el número de su móvil.

-          Tampoco quiere que la molesten con llamadas.

-          Está bien. Le voy a dar el mío y, por favor, avísela enseguida, pues solo voy a quedarme hasta después de comer.

     En efecto, como media hora más tarde, Melissa le devolvió la llamada, pero manifestó que estaba fuera de la ciudad, buscando trabajo por los alrededores. En consecuencia, hablaron de sus cosas, sin que Bob quisiera llevar la conversación hacia derroteros más íntimos que el de informarle que estaba camino de Nebraska[38], por razones laborales. Cerró la llamada con la petición -él haría lo propio- de que le indicase cualquier cambio de número, para así no perder el contacto. Ella se lo prometió.

     Sin más que hacer en la ciudad, resolvió proseguir viaje y almorzar en ruta. Paró nada más pasar la frontera de Wisconsin con Iowa, en un restaurante de carretera de buena pinta. Repasó el mapa y vio que, cansado y con pocas horas de sol por delante, sería lo mejor pernoctar a mitad de camino. En esto que, de casualidad, siguiendo el curso del río Iowa, leyó Condado de Hardin y le vino a la cabeza que allí vivía tía Belinda, en concreto, en una granja junto al pueblo de Hubbard. No le suponía mucho desvío y le había prometido una visita desde que hablaron por su graduación universitaria, hacía año y medio. Telefoneó y tuvo que saludar a la prima Vicky al tío Nathaniel, antes de que se pusiera su tía carnal. Esta lo asaeteó a preguntas:

-          ¿Qué tal estas? ¿Qué es de tu vida? ¿Por dónde andas? ¿Cuándo vas a cumplir lo que prometiste y vendrás a visitarnos?  

-          Acabo de cruzar el Missisipi, por la autovía 20, y estoy comiendo cerca de una localidad llamada Dyersville.

-          No tienes pérdida. Sigue la 20 hasta el cruce con la 65; toma esta hacia el sur y, a unas doce millas, llegarás a Hubbard. Pregunta allí a cualquiera por la granja de Nat Edwards y llegarás sin pérdida. Empiezo a prepararte la habitación y a calentarte la cama, que hace un frío que pela.

     Lindgren aceptó la invitación y a la puesta del sol llegaba a su destino.

***

     Bob les dio cuenta de su periodo de trabajo en la Fiscalía de Green Bay, sin entrar en detalles sobre el desastrado final del mismo. Luego, expuso la posibilidad de un nuevo empleo en Omaha, para lo que tendría que viajar hasta allá la siguiente semana. Fue entonces cuando, señalando su propósito de hacerlo por adelantado y quedarse de huésped de su amigo, o de hotel, recibió la airada réplica de tía Belinda, invocando el valor de la familia, para tenerlo con ellos durante unos días. Ya te has hecho de rogar bastante; así que te vamos a retener un día por cada año de ausencia, por lo menos, añadió.

     Por su parte, tío Nat comentó:

-          Es lástima que te ilusione el trabajo de la aseguradora. Precisamente un conocido nuestro es el abogado más famoso del condado y anda buscando un joven que lo ayude en el despacho. Está ya bastante mayor y no sería extraño que se jubilase en pocos años, dejando el bufete para su pasante. Ya sabes de quién estoy hablando -agregó, dirigiéndose a su mujer-…

-          Supongo que te refieres a Macaulay Armstrong. No sabía que buscaba ayuda.

-          Ayer estuve en Eldora[39] para hablar con los del banco y, al pasar ante su despacho, vi que tenía un cartel en la ventana, ofreciendo el trabajo.

-          ¡Solo a Mac puede ocurrírsele poner un anuncio para buscar un ayudante, como si se tratara de una limpiadora!

-          Ya sabes cómo es -justificó tío Nat-. Querrá una selección justa y abierta, no dar el puesto al primer recomendado que se le ofrezca.

     Belinda preguntó a su sobrino:

-          ¿Por qué no te pasas por Eldora y te entrevistas con Mac? Aunque este condado no da para mucho, él está muy acreditado y gana bastante. Y el futuro, como dice Nat, es que el abogado que lo ayude se quede con el despacho y la clientela.

     Bob no quería desairar a su tía y permaneció callado, lo que esta interpretó como aceptación. Consultó el reloj y dijo:

-          Mañana mismo llamo a Mac y le pregunto por el puesto y el sueldo que está dispuesto a pagar. Según lo que me diga, le pedimos una entrevista lo antes posible, para que no entorpezca lo de Nebraska.

     Prima Vicky movió la cabeza y objetó:

-          Mamá, no agobies a Bob y deja que lo piense, que lo de encerrarse en Eldora no es para todo el mundo, y más, siendo joven y acostumbrado a otras cosas.

     Belinda miró con reprobación a su hija pero, antes de que la amonestara, terció Nat:

-          Parece que Bob no quiere cenar más. Dejadle que se retire a dormir, que estará cansado del viaje. Mañana le enseñaremos lo poco que tiene que ver esta granja.

***

     A la mañana siguiente, antes de empezar la presentación de la granja, su prima dijo a Bob:

-          Mi padre está enamorado de su propiedad, que ha permanecido en la familia desde hace más de cien años. Mi abuela decía que había servido de modelo a una de película… ¿Has oído hablar de La feria del Estado?

-          No me suena, pero no es extraño porque apenas voy al cine.

-          Aun así, sería difícil que la hubieses visto -sonrió Vicky- porque es muy antigua: creo que de hace más de setenta años[40]. En fin, no cabe duda de que casa y terreno pasaron por mejores tiempos.

-          Pues, por lo que he visto hasta ahora, es un sitio encantador.

-          Encantador, sí, pero hipotecado, se lamentó Vicky. No sé si seguirá en manos de los Edwards durante mucho tiempo.

     Sin entrar en detalles intranscendentes para el relato, diré que la propiedad ocupaba unos cien acres[41] de terreno casi completamente llano, sembrado de maíz, soja, avena y legumbres. Cerca de la casa había dos extensas plantaciones de manzanos. El resto de la superficie se dedicaba a pasto para el ganado vacuno. Muy próximos a la vivienda, estaban los graneros, el establo de los bovinos y, algo más allá, una extensa cochiquera. En conjunto, todo le pareció a Bob limpio y bien cuidado, lo que ponderó a Vicky:

-          Mis padres trabajan duro, pues apenas podemos permitirnos contratar braceros fuera de la época de la cosecha, en que alquilamos maquinaria. Yo también colaboro, cuidando del ganado. Aun así, mis padres tienen clavado el no haber tenido hijos varones.

-          Creo que estudiaste para maestra…

-          Empecé, pero la verdad es que no he pasado de la Escuela Superior[42].

     Al volver, la tía los esperaba en el porche con una sonrisa de oreja a oreja. Mandó pasar al sobrino, en tanto Vicky retornaba al establo, y le sirvió una limonada en la sala, mientras le informaba:

-          El puesto sigue vacante y parece que solo se ha interesado por él un individuo de Waterloo[43], que no le gustó a Mac, ni por edad, ni por formación. Yo le he dicho que eres muy joven y con una preparación extraordinaria, incluso como fiscal…

-          ¡Por Dios, tía, no exageremos! He sido ayudante y durante muy poco tiempo.

-          Anda, anda, que bien le he oído a tu madre lo muy estudioso que has sido siempre. En fin, que te espera mañana a las ocho en su despacho, porque luego tiene no sé qué de una herencia.

-          Está bien, suspiró Bob. Espero dejaros en buen lugar.

-          ¡Qué tonto eres! Verás cómo te gusta Mac: Es un caballero serio y honesto, pero, al propio tiempo, sabe tratar a la gente de forma llana y conoce a todo el condado como si fuésemos de su familia… Lo que no me ha dicho es lo que piensa pagar al asociado, como él ha dicho. Supongo que no será una cantidad fija, sino según lo que se saque de los asuntos en que intervengas.

-          Lo comprendo, tía, pero me figuro que, para empezar, apenas llegará para pagar el hotel.

-          ¡¿Qué estás diciendo de hotel?! Eldora está a quince millas[44] de aquí: no llega ni a media hora en coche. Te quedarás con nosotros, que tenemos sitio de sobra en la casa, incluso para que estudies y trabajes en tus casos.

     Bob sonrió:

-          Me parece, tía, que estamos como en el cuento de la lechera. Esperemos el veredicto del abogado Armstrong y lo que resulte de mi visita a Omaha. Luego, ya veremos.

     Al escuchar la palabra Omaha, Belinda lo miró con indisimulada decepción, hasta el punto de que Bob se levantó, la besó en la frente y concluyó:

-          De todos modos, tía, muchas gracias por vuestra amabilidad. Y, ahora, voy a ver si llamó a los papás, que no saben nada de mi cese en la Fiscalía.

-          Eres un desnaturalizado, Bobby. ¡Mira que marcharte de Wisconsin sin despedirte!

-          No quería disgustarlos y estaba esperando a encontrar otro trabajo.

-          Está bien. Habla tú primero y luego me pasas el teléfono a mí, para que charle con mi hermana, que yo mucho te critico, pero cojeo del mismo pie.

***

     La entrevista con Macaulay Armstrong -todos por aquí me llaman Mac, o counselor[45]- resultó muy positiva y amistosa. Al concluir, Mac dijo a Bob:

-          Apenas puse el anuncio la semana pasada, por lo que dejaré pasar unos cuantos días más antes de decirte algo definitivo. Con todo, me has producido una impresión excelente y no creo que tengas mucha competencia para el puesto… La gente cree que un despacho perdido entre las granjas de Iowa no es un buen negocio, y tienen razón, pero es mejor de lo que muchos creen. Eso, por no hablar de lo tranquilo y entretenido que resulta: pocas veces hay agobios, pero no por eso te aburres.

-          La verdad es que no me importaría quedarme, si me escoge, pero tengo el compromiso de pasar una selección para abogado de una empresa importante de seguros en Omaha y, entretanto usted se decide, voy a ver qué tal resulta… Espero que no me lo tome a mal.

-          ¡Claro que no! Comprendo que no resulta fácil pasar de una Fiscalía grande a sepultarte en la mínima capital de un pequeño condado rural. Intenta seguir en el candelero, como cualquier joven con ambiciones. Eso sí, avísame con lo que resulte.

-          Descuide, Mac. En cualquier caso, habría de volver para despedirme de mis tíos.

-          Son buena gente, aunque últimamente las cosas no les van como se merecen.

-          Sí, ya he oído algo a mi prima de una hipoteca un tanto perentoria.

-          Y, hablando de Vicky, está también la faena que le hicieron… ¿No te han contado nada? Pues entonces, como si no me hubieses oído, que a veces me vuelvo tan chismoso como mis clientes.

     Del viaje de Bob a Omaha, no hay mucho que decir. El jefecillo de la Lincoln National que lo entrevistó examinó superficialmente su currículo y, como si no lo supiese de antemano, le preguntó:

-          Lindgren, Lindgren… ¿No será usted el ayudante del Fiscal que hace unas semanas tuvo un pequeño escándalo en Wisconsin?

      Bob se levantó en el acto y le dijo con desdén:

-          No creo que para preguntarme lo que ya sabe fuese necesario hacerme venir hasta Omaha. Devuélvame el currículo y que disfrute del día.

     Todavía desde la misma ciudad, llamó a Mac para informarle de su fracaso. Su interlocutor contestó:

-          Lo siento por ti pero, si te sigue interesando, el puesto en mi bufete es tuyo… Suena bien: Armstrong & Lindgren, Abogados; un poco exótico pues por aquí no hay muchos suecos.

     Bob cortó, con una amarga sonrisa:

-          Esperemos -pensó- que no lleguen a Eldora las noticias escabrosas de Wisconsin.

Granja típica del Estado de Iowa

 

 

11.    Retorno al pasado

 

     Tan pronto apreció Bob que su asociación con Mac Armstrong llevaba buena marcha, llamó a Melissa para darle la novedad e indicarle la dirección del despacho al que podría mandarle cuanta correspondencia deseara. Ella se mostró escéptica:

-          ¿Estás seguro de acertar, colocándote de segundo en un bufete de pueblo?

     Él se enfadó y le replicó algo que, en otro caso, le habría ocultado:

-          Bueno, tuve la oportunidad de colocarme mejor en una aseguradora de Omaha, pero me sacaron a relucir el fiasco de Green Bay. Parece que el caso trascendió a mayor nivel que el estatal.

     La chica dio marcha atrás en su crítica:

-          En ese caso, haces bien buscándote un acomodo temporal. Esas cosas se olvidarán en una temporada.

-          Bueno, ¿y tú?, preguntó Bob. ¿Ya has montado el salón de belleza que tan ilusionada te tenía?

-          He pensado que mejor practico una temporada en un establecimiento ajeno, hasta ponerme al día con las muchas novedades que han aparecido desde que yo lo dejé.

-          Reitero lo que te dije en Green Bay -insistió Bob-. Me parece que en Eldora no tendrías competencia como esteticista.

-          No insistas, Bob. No creo ser la chica que te conviene.

-          Discrepo -replicó el joven-. La oferta sigue en pie.

     Aunque Bob respetara la prelación de Mac y confiase en su honradez, no era fácil hacer cuentas en aquel bufete rural, consolidado cuarenta años atrás. El que el recién llegado hubiese sido acogido como socio de la firma era honroso, pero también excluía la posibilidad de percibir sueldo fijo, por poco que fuese, sino honorarios en razón a los casos que cada letrado llevase. El problema era que la mayoría de los clientes solo conocían a Armstrong y a él querían como encargado de sus asuntos; de modo que muchas veces Lindgren no podía aparecer como el responsable del caso, teniendo que trabajar en él y solucionarlo bajo mano, apareciendo su asociado como consejero y litigante. Para neutralizar tan poco airosa situación, los dos abogados convinieron en que determinado tipo de asuntos se asignaran abiertamente a Bob como especialista en los mismos. Lógicamente, este marchamo se dio a los temas penales y -por acuerdo con Mac- a cuestiones de tráfico, seguros, reclamaciones de daños y otras. El socio senior pedía a Bob paciencia, en tanto se hacía con la litigiosidad del condado y el conocimiento de los lugareños. Esa misma receta le aconsejaban sus tíos. Tío Nat -con quien hacía buenas migas- lo animaba:

-          Cada vez oigo hablar mejor de ti. Te aconsejo que estudies las leyes sobre tierras y cultivos, y que te familiarices con los problemas de las granjas. En este condado es casi lo único a que nos dedicamos.

     Por su parte, Belinda, más materialista, le animaba a que no se dejara comer el terreno en materia de emolumentos, y no por Mac -a quien consideraba arquetipo de honradez- sino…

-          … Por muchos de nosotros. Ya sabes que los campesinos minimizamos por tradición nuestros ingresos, pero la verdad es que la tierra por aquí es buena y la mayoría de las granjas dan bien para comer; así que no te dejes embaucar por los que te lloran lástimas o te prometen el pago para cuando vendan la próxima cosecha.

-          Dicen que todas las ganancias se las comen las hipotecas de los bancos, objetó Bob.

-          Eso nos pasa a nosotros y a los pocos que no aseguraron a tiempo sus cosechas o sus ganados. Lo de tío Nat no vino de ahí, sino porque le engañaron hace años los que vinieron por Hubbard con el cuento de la diversificación del negocio del campo y la fortuna en el viento. ¡Menudo timo!

     Ante la curiosidad de su sobrino, Belinda le explicó que, años atrás, vinieron de Des Moines[46] unos industriales, animando a los granjeros a que invirtieran en medios e instalaciones para destilación de etanol y el aprovechamiento de la energía eólica. Convencieron a muchos, pues lo primero era un subproducto de la agricultura y lo segundo, sacar partido a ese terrible enemigo para los cultivos del Medio Oeste, que es el viento. Todo lo traían bien preparado y listo para firmar. Ellos se encargaban de todo, yendo a medias durante diez años, y buscando los bancos que adelantarían el dinero con la garantía de lo instalado. Lo cierto es que la hipoteca recayó también sobre las tierras y que, para caso de insolvencia de los instaladores, salían fiadores los campesinos. De forma que, cuando las empresas resultaron fallidas y sus titulares insolventes, los granjeros que habían picado tuvieron que correr con todos los gastos.

-          Menos mal -concluyó tía Belinda- que Nat contrató la hipoteca con el Security State Bank, cuyo director en Eldora es primo suyo y lo conoce bien. Aún así, tenemos pendientes los vencimientos de dos años y ya nos han apercibido para que paguemos a la mayor brevedad, o nos embargarán por el total pendiente de pago: ¡doscientos mil dólares, más intereses y gastos! No sé qué vamos a hacer de aquí al verano, que es todo el aplazamiento que hemos conseguido.

     Bob ofreció al instante todos sus ahorros, que andaban por los quince mil, lo que mereció, a un tiempo, la gratitud y el rechazo de su tía: ¿Qué adelantaríamos con una cantidad así, que para ti es todo tu capital?

-          Permite, al menos, que os pague como si estuviese de pensión en vuestra casa, añadió Bob.

-          Me sabe mal aceptar esa oferta, respondió Belinda, pero no te digo que no, siempre que empieces a cobrar por tus servicios.

     Aprovechando lo dilatado e íntimo de la conversación, el joven trajo a colación lo de la faena que le habían hecho a Vicky, sin explicar su fuente de conocimiento. Su madre no tenía muchas ganas de darle explicaciones, no obstante lo cual, precisó:

-          Ya te figurarás que, por aquí y con los pocos que somos, las parejas se hacen desde muy jóvenes y, a ser posible, con la bendición de las familias. Vicky estaba predestinada desde niña para un chico de Iowa Falls[47]. Cuando terminaron la secundaria, él, Preston, marchó a estudiar a la universidad del Estado y, al acabar, pasó a ejercer el periodismo en el Register[48]. El caso es que tuvo entretenida a Vicky, manteniendo contacto a distancia y viniendo a verla de vez en cuando, para finalmente casarse por sorpresa, para nosotros, con una chica de la capital. De eso ya va para tres años y mi hija no se ha repuesto, encerrándose en casa y trabajando en el campo casi como si fuera un muchacho.

***

     No tardó mucho Melissa en entender que estaba preparada para iniciar su nueva carrera profesional, tan diferente de la que había dejado apenas medio año antes, aunque le pareciera perdida en el pasado, de tantas peripecias como habían acontecido para imaginarla ya lejana. El momento lo consideraba propicio: La primavera se echaba encima, con esas notas de brusca y tardía, propias de las tierras del norte. El dinero de los Harris, que no se había atrevido a ingresar en cuenta abierta en un banco, pedía a gritos ser invertido cuanto antes en lo que fuese, para ayudarla en su cambio de vida. Y, en el curso de sus prácticas de academia de estética, había conocido a una adolescente, Carolyn, verdaderamente primorosa como peluquera, precisamente el aspecto del trabajo que a ella peor se le daba. Era, pues, el momento indicado para dar el salto, contando con el asesoramiento de su primo Adam, excelente conocedor del mercado inmobiliario de Eau Claire. En todo caso, Melissa a nadie había confesado el mucho dinero del que disponía, aparentando que todo habría de salir de un hipotético préstamo personal del Mid Northern Savings Bank, a uno de cuyos directivos decía haber conocido durante su estancia en Green Bay.

     Estaba esperando al maestro de obras que llevaba la reforma y acondicionamiento de un local alquilado en la calle Niagara, cuando quien apareció por allí fue muy otro individuo, a quien no había esperado, ni deseado, volver a encontrar.

-          ¿Qué tal, Melissa? ¡Cuánto tiempo! Estás estupenda.

     No necesitó darse la vuelta para identificar la voz de Swindy.

     Sola en aquel local en obras, hizo de tripas corazón y le devolvió el saludo en tono amistoso. Ello animó a su antiguo protector a empezar una charla demasiado superficial en quien había tenido que recorrer doscientas millas para verla, por no hablar de las vueltas que habría tenido que dar para localizarla.

-          Pero ¿qué hacemos aquí de pie y pasando frío?, preguntó Swindy. ¿No hay por aquí algún sitio donde conversar tranquilamente y tomar algo?

-          Lo siento, Swindy, espero a unos obreros que, por cierto, se están retrasando mucho.

     Felizmente, vio a lo lejos venir al encargado de las obras. Al comprobar que era cierto, el indeseado visitante alegó:

-          No tengo prisa. Total, he venido hasta aquí solo para verte. Te esperaré.

-          De ningún modo. Tengo mucho de que tratar con este señor y luego he quedado con un primo mío para escoger mobiliario.

-          Vaya -gruñó Swindy- ya veo que estás muy ocupada. ¿Te parece que comamos juntos?

-          Otro día. La verdad es que has venido en el peor momento, y sin avisar.

-          Por lo menos, dame tu número de teléfono para que podamos quedar. Te llamé al de siempre y no respondía: debiste de tirarlo.

     Con vistas a quitárselo de encima y a no dar la nota ante el encargado, Melissa le dio a Swindy lo que quería, cosa que este comprobó inmediatamente, por si había tomado mal algún número. Esto hecho, se despidió con un repetido esta tarde te llamo.

     Esa misma tarde, a la tercera vez, Melissa respondió a la llamada, notando a Swindy bastante enfadado: No pretenderás darme esquinazo, le dijo. Ella prefirió no discutir y lo citó en persona para el día siguiente, en lugar y a hora que ya había convenido con su primo, pues un sexto sentido la avisaba de que los propósitos de su antiguo chulo no eran muy de fiar. Por cierto, el primo Adam no había estado muy amable con ella:

-          Os estaré observando, pero solo por esta vez. No quiero tener nada que ver con tus viejas amistades de Green Bay.

     La cosa resultó, más o menos, como Melissa había previsto. Después de bastante divagar, Swindy le informó de que el abogado Cannon le había comentado que, finalmente, la joven había recibido medio millón por su papel en el juicio, decisivo para la absolución de su cliente. Según él, las estaba pasando muy mal, atosigado por los acreedores de deudas de juego, y creía que bien podría mostrarse generosa con su antiguo amigo, que había sido además el intermediario entre Cannon y ella. ¿De cuánto estaríamos hablando?, preguntó Melissa para tener una idea de las intenciones del pedigüeño. Cien mil dólares me sacarían de apuros y te prometo que no volveré a molestarte, respondió Swindy. La muchacha estalló:

-          ¿Acaso crees que he abandonado la prostitución para seguir teniéndote de chulo? También yo he tenido muchos gastos médicos y ahora, como has visto, estoy metida en montar un negocio, lo que me llevará un montón de pasta. Lo que conseguí solo a mí lo debo, y al pobre fiscal al que arruiné la carrera. Tú ya tuviste tu premio y no tengo la culpa de que lo echaras a perder por tu afición a jugar y a pedir dinero a prestamistas sin escrúpulos. En definitiva, no quiero volverte a ver ni voy a consentir que me amargues la vida. Vuelve a Green Bay o te denunciaré por extorsión a la Policía.

      Se levantó, dejó un billete de cinco dólares sobre la mesa y salió de la cafetería. Swindy, tras unos instantes de sorpresa, se dispuso a salir tras ella, pero una corpulenta figura se interpuso en su camino:

-          ¿Vas a alguna parte, rufián?

-          ¿A ti qué te importa a dónde voy?

-          Me importa porque soy amigo de Melissa y, si no la dejas en paz, tendrás noticias mías.

     Swindy quedó parado y Adam, haciendo ejercicio de osadía, dio media vuelta y salió despacio, sin volver la vista atrás.

-          Lo dicho, Melissa -insistió Adam, al llegar a la altura de su prima-. Una y no más, que estos tipos son de cuidado y no tienen nada que perder.

***

     Aquella noche, Melissa durmió mal por la tensión nerviosa que le había producido el reencuentro con Swindy. ¿Tensión nerviosa? Llamémoslo miedo, lisa y llanamente. Cerró la puerta a cal y canto; vigiló que todas las ventanas estuviesen con las persianas bajadas, aunque su apartamento estaba en el cuarto piso; dejó encendidas varias luces de la casa, y colocó a la vera de la cama el móvil. Con todo, ni era una cobarde, ni tampoco podía decirse que Swindy se hubiese portado mal con ella hasta aquel momento. Ocupó el tiempo de insomnio pensando en su situación y en las decisiones que habría de tomar para revertirla. Había algunas cosas que le parecían obvias, como adquirir un revólver similar al que le había incautado la Policía de Green Bay y no le había devuelto; o llevar inmediatamente el dinero, si no abiertamente a un banco, sí a alguna caja de seguridad de donde no pudiera sacarlo nadie extorsionándola, sin posibilidad de pedir ayuda. Otras resoluciones podían ser sencillas, pero mucho más discutibles, como la de salir huyendo a cualquier parte, olvidando sus propósitos de reconstruir su vida. ¿Por qué no estableciéndose en aquel pueblecito de Iowa con Bob, que parecía estar deseando volver a la dulce intimidad de los días anteriores al juicio? La cabeza le daba vueltas y, en una de ellas, cayó en la cuenta de algo que había pasado por alto hasta ese momento: Dave Harris había salido absuelto de su agresión; luego seguía en pie la auto inculpación de Swindy. ¿Qué estaba haciendo la Policía, dejando al rufián pasearse por la calle, sin ni siquiera acusarlo por el falso testimonio[49]?

     A la mañana siguiente cumplió, antes de nada, con la compra del chato Smith& Wesson[50] y la munición idónea. Seguidamente, volvió a su casa, echó a la espalda una mochila con casi todo el dinero que tenía en casa y, convenientemente armada, se encaminó a la cercana oficina del Mid Northern Savings Bank para alquilar una caja de seguridad. Recogió la documentación acreditativa y guardó cuatrocientos mil dólares, quedándose con cincuenta mil para los gastos de las obras, de los que diez mil le sirvieron de ingreso inicial para abrir una cuenta corriente, que le permitiera emitir cheques. Seguidamente, llamó a su primo, con el que quedó citado en un café de la Sexta Avenida, frente al Parque Carson, al lado de la inmobiliaria donde trabajaba.

-          Me has convencido, Adam, dijo Melissa para empezar. Ese tipo puede resultar peligroso y no es cosa de ponerte en dificultades. Supongo que conocerás a algún policía de total confianza, a quien pueda exponer el caso y pedirle consejo.

-          Me parece perfecto, prima. Un compañero de mis tiempos escolares es sargento de detectives y hemos conservado una buena relación. Lo llamaré y le pediré una entrevista contigo. Seguro que os caéis bien.

-          ¡No me digas que es soltero!, exclamó jocosamente Melissa.

-          Divorciado y con dos hijos a los que pasar pensión, pero no es mal partido, dijo Adam, devolviendo a medias la broma.

     Para cuando quedaron, Melissa estaba muy preocupada. Swindy no hacía más que llamarla por teléfono -según él, desde Green Bay-, apremiándola para que lo ayudase, pues los prestamistas se estaban poniendo de lo más violento. La joven no le contestó más que una vez, con un mensaje de texto: Me tienes harta. Voy a hablar con la Policía.

     El sargento de detectives Joe Rinaldi ya sabía cuanto sobre Melissa figuraba en los archivos de la Policía, antes de que su recomendada abriera la boca. A partir de la breve presentación que de ella le hubiese hecho el primo Adam, Rinaldi había consultado las bases de datos y se había puesto en contacto con sus compañeros de Green Bay. Con todo ello, no tenía para su interlocutora buenas noticias:

-          La Fiscalía de Green Bay no pedirá que se abra juicio contra Phil Robson porque está convencida de que su auto inculpación fue una patraña para encubrir la culpabilidad de Dave Harris. Dan por hecho que, en cuanto lo llevasen al banquillo, se desdeciría y usted apoyaría esa rectificación.

-          No, si yo no quería otra cosa que se llevase un buen susto, puntualizó Melissa. De todas formas, ¿no procederán tampoco contra él por haber mentido en juicio, atribuyéndose una responsabilidad que no tenía?

-          Eso solo habría sido posible si hubiese sido condenado el tal Harris, cosa que no llegó a producirse por los motivos que usted conoce bien.

-          Ya veo. Entonces, ¿qué puedo hacer ante las amenazas y la persecución telefónica a que me viene sometiendo Swindy? Ya le habrá contado mi primo que se ha atrevido a venir hasta aquí para pedirme dinero de muy malas formas, con la disculpa de que tiene deudas de juego de imperioso abono.

-          Por lo que Adam me ha dicho, salvo que usted lo contradiga, no ha pasado de ser una solicitud, todo lo insistente que quiera, pero no ha llegado a las amenazas ni, mucho menos, a la violencia física.

-          Todo se andará, replicó Melissa. Lo que es, como no se le paren los pies, acabará por comportarse conmigo como dice que los acreedores van a hacerlo con él.

-          ¿No manifestó usted repetidamente en el juicio que ese Swindy nunca le había puesto la mano encima? No veo por qué tiene que cambiar ahora.

     Melissa estaba empezando a calentarse:

-          Pues porque se le ha metido en la cabeza que me he vuelto rica de repente y debe de pensar que soy la gallina de los huevos de oro, que va a remediar todas sus dificultades económicas.

-          ¿En qué se basa para pensar así? ¿Es que él sabe algo sobre su situación económica que nosotros deberíamos conocer? Si no me cuenta todo lo relacionado con su problema, difícilmente voy a poder ayudarla.

-          No le voy a ocultar que su equivocada impresión deriva de creer que el Señor Harris me dio dinero para que exculpara a su hijo, pero eso no es verdad: Yo mantuve que él era el culpable y solo por un grave error del fiscal del caso el jurado acabó absolviendo.

-          Sí, ya estoy al corriente, aseveró Rinaldi; como también de que, a consecuencia de ello, el Gobernador y el Fiscal General están que muerden pues han perdido una ocasión excelente de ganar las elecciones el mes que viene.

-          Allá ellos. Por el único que lo siento es por el fiscal Lindgren, que tan bien se portó conmigo y ahora se ha quedado en la calle.

-          También a mí me importa un bledo el futuro del Gobernador Donovan; pero lo que quiero ponerle de manifiesto es que la gente de Green Bay no va a mover un dedo por usted, ni aunque Swindy se plante delante de la Jefatura de Policía y les haga un corte de mangas.

-          ¿Y si vuelve por esta ciudad y me asedia con sus exigencias?

-          Si reincide, llámeme. Es un individuo de mala vida, con antecedentes, y podemos darle un toque para que no vuelva a aparecer por Eau Claire.

     Melissa quedó decepcionada de su entrevista con el sargento Rinaldi: no tanto por el escaso resultado de la misma, cuanto por la desconfianza general que traslucía hacia ella. Y. a mayores, daba la impresión de que la Policía estaba interesada -vaya usted a saber por qué- en el dinero que suponían recibido por ella de los Harris. Estaba visto -pensó- que tendría que actuar y defenderse por su cuenta, para el caso de que el rufián volviera a presentarse. Claro, también cabía coger el dinero y desaparecer, pero eso suponía abandonar sus proyectos y darle a aquel chulo de poca monta la importancia de un capo mafioso de categoría. Imaginar la pequeñez y escasa resolución de Swindy la reconfortó. Aceleró el paso, con energía, llegó a casa y recuperó la posesión del revólver, que no se había atrevido a llevar a comisaría. Luego, llamó a su primo, para darle cuenta de la entrevista con su amigo, el sargento.

-          ¿Qué tal fue todo?, preguntó Adam. Joe es todo un tipo… -agregó-.

-          Muy bien -repuso con ironía Melissa-. Quedamos en que la Policía intervendrá si la sangre llega al Chippewa[51]. En otro caso, habré de arreglármelas sola.

***

Arboretum de Hubbard (Condado de Hardin, Iowa)

     Un buen periodista lo es incluso en vacaciones. Por las fechas en que Melissa lidiaba con Swindy, Preston Ackley -el antiguo novio de Vicky- cogió unos días de permiso y vino a disfrutarlos con su esposa en Iowa Falls, en casa de sus padres. Pasando revista a las novedades del condado en los últimos tiempos, su padre le dijo:

-          El viejo Mac ha contratado a un pasante para que lo ayude. Dicen que fue ayudante del fiscal en Wisconsin.

-          ¿Y cómo entró en relación con Mac?

-          Andaba de paso por aquí. Es sobrino de la mujer de Nat. Por ahora, se ha quedado en su casa.

     El hecho de que el forastero viviera bajo el mismo techo que Vicky despertó la curiosidad de Preston, vaya usted a saber por qué. El caso fue que, preguntando a unos y otros, por fin le dieron el apellido del joven abogado; un nombre que despertó en el periodista la memoria de una noticia de agencia, que su periódico había publicado, sin dar nombres, como gacetilla y sin mayor relevancia. Sacó la libreta que siempre llevaba consigo y apuntó el nombre de Robert Lindgren, a efectos de ulteriores comprobaciones.

     De regreso a Des Moines, pidió ayuda a la sección de archivo del periódico y le dieron la confirmación. Según la noticia original de la agencia, el nombre del fiscal liado con la testigo era, precisamente, el que él sospechaba. Con malicia digna de mejor causa, le faltó tiempo para llamar a su colega, la editora del Eldora Herald[52] y soplarle la noticia. Y así, al martes siguiente aparecía en primera plana un titular interrogativo, que decía así:

¿Sabe el abogado Armstrong a quién ha contratado para ayudarlo?

     A diferencia de los del Condado de Hardin, los lectores de este relato no necesitan que les repita lo que ya conocen perfectamente.

     Como es natural, la noticia fue un bombazo en toda la comarca; y quizá lo peor fuese que ni Bob, ni los Edwards tuviesen la mala costumbre de leer el Eldora Herald que, por otra parte, se distribuía por suscripción. Sí lo hizo Mac y, por supuesto, los alrededor de setecientos abonados al semanario, quienes se despacharon a gusto, entre el chismorreo y el ludibrio, durante unos cuantos días, hasta que alguna amistad se dejó caer por la granja y comunicó formalmente a tía Belinda cuanto el periódico explicaba. Precisamente, esa misma mañana Armstrong habló del asunto con Bob, al que creía ya al tanto de las habladurías. Este le aseguró que era la primera noticia que tenía pero que, en cualquier caso, lo que se contaba era sustancialmente cierto. Mac quedó en silencio, con los índices en el labio superior, pensando. Se le veía abatido y sin saber qué decisión adoptar. Bob decidió facilitársela:

-          Como comprenderás, no puedo ir por ahí buscando trabajo y revelando la única metedura seria de pata que cometí en mi trabajo anterior. Además, en este caso, no quería dar a mis tíos un disgusto gordo, sabiendo cómo se las gastan en temas del sexto Mandamiento. Tenía la esperanza de hacerme valer antes de confiaros tan terrible secreto. Ahora no me queda sino dejar el despacho y marcharme adonde no hayan oído hablar de Wisconsin, o no den tanta importancia a un desliz sentimental que, por otra parte, ya he pagado con creces.

     Mac, al fin, le respondió:

-          Quiero que quede bien claro que no soy yo quien te echa, sino los clientes de este despacho y buena parte de los lugareños, que no podrían depositar en ti su confianza, ni verte con respeto. Pero no corre prisa: termina los asuntos que tengas pendientes y, entre tanto, ordena tus ideas y mira a ver si encuentras alguna oferta de trabajo que te interese. Luego, haremos cuentas y, si lo deseas, te daré las referencias que te mereces.

-          Que sean mejores que las que merezco -bromeó Bob, aliviado-. Gracias, Mac. Acabaré el trabajo que tengo entre manos lo antes posible y sin volver por el despacho, para evitarte censuras.

-           Por mí, que les den…, concluyó el viejo abogado, escatológicamente.

     Bob recogió del despacho los pocos asuntos que tenía entre manos y, para evitar habladurías, los cubrió con el abrigo, hasta meterse en el coche. Al volver a la granja, comprendió por las caras que también allí sabían lo sucedido en Green Bay. Se sentaron a la mesa y, tan pronto sacó la conversación, su tía se echó a llorar, entre la indignación y el desconsuelo. Su tío le explicó:

-          Nos ha llamado Mac y ya nos ha explicado lo que han publicado los sinvergüenzas del Herald y tu lógica decisión de marcharte de aquí, donde tan mal has sido tratado. Por nuestra parte, no hace falta decir que nos parecería fatal que cambiases de alojamiento, mientras ultimas lo que te quede por hacer. Y, desde luego, no tenemos nada que criticar, ni que reprocharte, no solo porque somos familia, sino porque lo que hiciste puede ser grave en un fiscal, pero no es nada del otro mundo como hombre y, menos aún, como joven.

     Apenas volvieron a hablar, ni probaron bocado. Al terminar el almuerzo, Bob echó escaleras arriba, dispuesto a emprender el trabajo pendiente. A los pocos minutos, Vicky llamó a la puerta y apareció con un servicio de café:

-          Supongo -dijo- que la tarde va a ser larga y necesitarás estar despejado.

-          Gracias, Vicky… Por cierto, ¿qué piensas tú de todo esto?

-          Que hay mucha gente ociosa y mal intencionada.

-          Me refería a mi comportamiento en Wisconsin.

-          Lo siento, primo, pero a mí solo me importa lo que hagas en Iowa.

 

 

12.    Una herencia inesperada

 

     La comunicación con Bob la dejó desolada. Le había llamado para explicarle su situación y pedirle consejo, pero se lo encontró en horas bajas, recién dimitido de su asociación con Mac Armstrong. Seguramente fue por esa inmediatez, por lo que se sinceró con ella:

-          Ya sé que no pareces muy dispuesta a aceptar mi sugerencia de abrirnos camino juntos -dijo Bob- pero, por si acaso cambias de idea, espera un poco porque creo que voy a parar por aquí muy poco tiempo.

     Y seguidamente, de forma escueta, le expuso la aparición de la noticia en el semanario local y la consiguiente necesidad de abandonar el trabajo e ir pensando en cambiar de aires. Melissa comprendió que no era el momento de transmitirle sus inquietudes y problemas, sino de darle ánimos… y algo más, de forma tal, que no tuviera que indicar la cuantía ni la procedencia del dinero que iba a ofrecerle:

-          Creo que voy a abandonar la idea de montar mi propio negocio -le mintió-, porque todavía me siento un poco verde como empresaria y esta es una ciudad cara. Mejor me coloco en algún salón de belleza ajeno y me acostumbro a vivir de un sueldo fijo. Así que el dinero que pensaba invertir lo tengo disponible y mucho me agradaría que lo aceptases hasta que encuentres algún trabajo que te satisfaga, lo más lejos posible de Wisconsin; tal vez, en la Costa Oeste…

-          Muchas gracias, repuso Bob, pero tengo unos ahorrillos y aún falta que me liquide Armstrong los asuntos que estoy concluyendo. Haz tú lo que mejor te parezca y no te preocupes por mí… También fue mala suerte que lo de Green Bay fuese noticia de agencia y saliera en la prensa de todo el país.

-          ¿Cómo lo han tomado tus tíos?

-          Me han apoyado, no veas cómo. En fin, como dices tú, esto acabará olvidándose. Lo bueno es que Mac Bride no me abriera expediente por conducta inapropiada, gracias a lo cual podré seguir buscando trabajo como abogado… allí donde no lean los periódicos.

     Es posible que esta conversación hiciera pensar a Melissa en la conveniencia de dejar arregladas las cosas a su gusto, para el caso de que sus problemas con Swindy llegasen a complicarse en demasía. Acudió a un Notario Público para modificar el testamento que había hecho años atrás, en Green Bay, ante lo poco segura que era la vida de una prostituta. A su primo Adam tan solo le advirtió de que, en caso de fallecimiento, lo comunicase inmediatamente en la notaría. Seguidamente, con bastante desgana, siguió con las reformas de su futuro salón ya que, después de todo el gasto y los compromisos adquiridos, le sabía mal dejarlo todo a medias; pero su propósito cada vez más decidido era el de terminar las obras y alquilar el local a otras personas interesadas, dado que en aquella zona de la ciudad había bastante demanda de ello.

     No le dio tiempo de cumplir su designio. Al regresar una tarde a su casa, se vio sorprendida por la presencia en su interior de Swindy y otros dos sujetos desconocidos, que debían de haber entrado manipulando la cerradura. En un santiamén le ataron las manos a la espalda y la amordazaron con cinta aislante. El propósito establa claro, pero uno de los ignotos se lo explicó:

-          Vamos a ver, nena: Tu amigo nos asegura que estás forrada y que te niegas a ser generosa con él. A nosotros eso nos importaría una mierda, si no fuera porque nos debe un montón de pasta y vamos a cobrarnos a tu costa. Así que ya puedes irnos diciendo dónde la guardas, comenzando por la que tengas aquí en el piso.

     El otro esbirro la puso en pie, tirándole del pelo, y la zarandeó, dando a entender que habría de encaminarse hacia donde tuviese guardado el dinero. Swindy, algo apartado, sugirió:

-          ¿No sería mejor que la dejaseis explicarse? Dadas las circunstancias, no creo que le dé por gritar.

     Los otros cruzaron una mirada y procedieron a quitarle la mordaza con muy poca suavidad, mientras uno de ellos le ponía un estilete al cuello.

-          Andando, prenda -le dijo-, que tenemos poco tiempo.

     Melissa comprendió que se las había con un par de sicarios de algún prestamista mafioso de Green Bay y que no tenía sentido hacerse la heroína; de modo que dirigió el cortejo hacia su dormitorio. Susurró:

-          Está en el altillo del armario, entre las maletas. Hay una escalerilla en la cocina.

     El más alto cogió una descalzadora, la puso a la vera del empotrado y preguntó:

-          ¿Dónde?

-          Déjame a mí, contestó. Será más fácil.

     Unos momentos después, los matones estaban contando los billetes que Melissa había apartado para casa, a fin de atender los pagos ordinarios y de las obras.

-          Treinta y siete mil, dijo al acabar el contador. ¿Dónde está el resto?

     Estuvo por contestar que en casa de Adam, o de algún otro familiar, pero no quiso ponerlos en un aprieto tan gordo. Resolvió decir la verdad:

-          En un banco, por supuesto. No iba a tener todo en casa.

-          ¿En qué banco? ¿Y cuánto es todo?

     Optó por contestar primero a lo segundo, para ver de indisponerlos con Swindy, que seguía manteniéndose silencioso, en segundo plano:

-          ¿No os lo ha dicho mi amigo? Pues bien sabe él que, en total, me dieron cien mil. Pude conseguir más, pero no quise ser ambiciosa y provocar la ira de los Harris.

-          ¡No le hagáis caso…!, exclamó Swindy, pero el más próximo le hizo callar de un manotazo.

-          Tiene que ser más, mucho más -rebatió el alto, que parecía dirigir la expedición-. A él le tocó un cuarto de millón.

-          Porque se echó las culpas del crimen -replicó Melissa-. Yo, en cambio, mantuve que Dave Harris era culpable y solo me pagaron por echar el anzuelo al fiscal, que es lo mío. Podéis preguntar al abogado Cannon -agregó con osadía-. Lo siento, pero me parece que Swindy os ha tomado el pelo.

     El alto pasó del salón al cuarto de baño, cerró la puerta y se le oyó vagamente hablar por teléfono durante unos minutos. Al regresar, parecía más decidido, prueba evidente de que se había puesto en contacto con su mandante, para recibir instrucciones:

-          Lo que sea, sonará -filosofó-. ¿En qué banco tienes el dinero?

     Swindy matizó:

-          Banco… o bancos. Seguro que esta furcia lo ha repartido entre varios, para poder engañarnos.

     Melissa apretó los dientes. ¡Si sería estúpida, que no se le había ocurrido hacer lo que el mentecato del rufián imaginaba!

-          Te equivocas, le replicó. Todo está en el banco que me recomendó un pariente de confianza: el Mid Northern de la calle South Dewey.

-          De eso ya hablaremos, y pobre de ti como pretendas tomarnos el pelo o no nos ayudes en lo que sea preciso.

     Volvieron a amordazar a Melissa y le ordenaron sentarse en el sofá de la sala y estarse quietecita. El alto indicó a Swindy:

-          Ya hemos terminado contigo, por ahora. Búscate una habitación por aquí cerca y espera mañana nuestra llamada. No andes paseando por ahí, no sea que esta pájara pasara a la bofia alguna fotografía tuya, cuando estuviste con ella el mes pasado.

     Swindy marchó. El individuo alto -en ningún momento se habían llamado uno a otro por su nombre- empezó a realizar un registro minucioso de todo el piso, con la habilidad que da la experiencia, mientras su compañero se sentaba cerca de Melissa, tras encender la televisión. Así estuvieron como una media hora, hasta que apareció el trajinante, con unos documentos en la mano.

-          Veo que has dicho la verdad en cuanto al banco: Todos los papeles son del Mid Northern; pero lo que no nos habías dicho es que, aparte otros diez mil pavos en una cuenta, tienes una caja alquilada, en la que no dudo tendrás buena parte de lo que andamos buscando.

     Melissa maldijo su suerte aunque, de pronto, pensó que tal vez podría engañarles en cuanto al alcance de lo que guardaba en dicha caja, pues no creía que los hampones se arriesgaran a pasar todos los controles, y la dejarían a ella que entrase sola en la cámara acorazada; pero aquellos individuos no habían nacido ayer:

-          Tendremos que emplear el truco del accidente de tráfico, dijo el uno al otro. Así no nos pondrán dificultades para que la acompañemos hasta dentro.

     El colega volvió hacia sí el rostro de la chica y preguntó:

-          ¿Habrá que ponerle un ojo morado? Me sabría mal golpear a una muchacha tan guapa.

-          No será preciso. Con vendarle el brazo derecho y, si acaso, la otra mano, será suficiente.

     Melissa se vino abajo. Había comprendido que uno de los delincuentes entraría con ella y registraría la caja, aparentando ser amigo suyo, y que ella, por un supuesto accidente anterior, no podía abrirla ni manipularla.

-          Veo que has pagado un par de cheques de mil dólares. ¿Qué pasa, que te gusta vivir bien?, preguntó el alto.

-          Estoy de obras, aclaró Melissa. Pensaba montar un pequeño negocio.

-          ¡Mírala!, comentó el otro. A lo mejor pensaba retirarse del negocio de la carne. Es una pena, agregó mirándola de arriba abajo. Todavía estás de muy buen ver.

     El alto no pareció satisfecho del derrotero que tomaba la conversación.

-          Anda, indicó a su amigo, ve a la cocina y mira lo que encuentras para preparar la cena.

-          Podríamos encargar unas pizzas y unas cervezas, sugirió el interpelado.

-          Sí, hombre, sí; y podemos hacernos un selfi y se lo dedicamos al pizzero.

***

     Terminada la frugal cena, el alto organizó la velada. Cortésmente, dejó que Melissa ocupase el dormitorio, aunque con ambas manos atadas al cabecero de la cama y la boca bien amordazada con un pañuelo de cuello que habían hallado en la cómoda. El individuo más bajo se ofreció a desnudar a la joven y vestirle el camisón, pero el alto se lo impidió:

-          Con quitarle la chaqueta y los zapatos será bastante.

     Una vez acostada de tal guisa, los ladrones se retiraron al salón unos momentos, para deliberar. Al cabo, el alto regresó al dormitorio.

-          Uno de nosotros estará en todo momento de guardia, por lo que puedes pedir lo que necesites o ir al servicio, golpeando moderadamente el colchón con las piernas. Yo haré el primer turno de vigilancia.

     Con la luz de la mesilla encendida y la puerta abierta, cogió una silla y se sentó a la vera del dormitorio, con unas revistas cogidas en la sala. El otro hurgó por el armario, hasta encontrar una manta de viaje y se retiró a pasar unas horas dormitando en el sofá de la otra habitación. Sería algo más que un duermevela pues pronto sus ronquidos evidenciaron que dormía como un bendito. Melissa creyó que le sería imposible dormir, cosa que tampoco quería. Durante un tiempo vio al alto hojear las publicaciones y dar cortos paseos, de lado a lado del pequeño apartamento. Luego, rendida de tensión y cansancio, también ella se durmió, en medio de sueños angustiosos.

     La despertó un cosquilleo en sus partes, y el calor y el peso de un cuerpo que se posaba sobre el suyo. Sobresaltada, vio junto a su rostro el del individuo más bajo, que pretendía aprovechar su turno de guardia para saciar el deseo que ya ella había apreciado durante la tarde. Por un momento, pensó en hacer ruido, tratando de alertar al otro hampón, que le parecía mucho más profesional, pero los ronquidos mostraban a las claras que dormía profundamente. Apretó las piernas y se movió a un lado y a otro, pero el lascivo la agarró por el cuello y susurró imperiosamente: estate quieta, guarra. La experiencia de tantos años la impulsó a ceder, procurando recibir el menor daño posible. Al terminar, esa misma experiencia la aleccionó. Pidió a su forzador por gestos que le quitase por un momento la mordaza. El otro solo se la aflojó.

-          Deja que vaya al cuarto de baño a limpiarme y orinar.

     De no muy buena gana, desligó las cuerdas de la cama, dejándole los brazos por delante del cuerpo, y volvió a apretarle la mordaza. Ella, aunque magullada y entumecida, caminó por su propio pie y, sin pedir permiso, entornó la puerta del lavabo y comenzó su aseo. Por la rendija, observó que su guardián se sentaba en la silla a esperar que acabase.

     Como una flecha, abrió el armarito, sacó el envase del somnífero y fue ingiriendo las pastillas de cuatro o cinco veces, con los subsiguientes buches de agua, hasta terminarlas todas. Luego, volvió a colocar el frasco en el armario, concluyó su aseo con rapidez y salió camino del lecho, seguida por el vigilante, que susurraba obscenamente:

-          Dentro de un ratito, repetimos.

     Cuando, en efecto, intentó repetir, Melissa, todavía caliente, ya no se movía. El sicario tenía suficiente experiencia, pese a lo encalabrinado que estaba, como para percatarse, con asombro, de que su víctima estaba muerta.

***

     Justamente estaba Bob cargando el equipaje en su automóvil, con incierto destino a California, cuando Belinda vino corriendo con su móvil en la mano, sonando a todo sonar:

-          Cógelo, le dijo, que lo habías dejado en el salón.

      Lo llamaban de una notaría de Eau Claire, Wisconsin, porque le convenía acudir allí cuanto antes, para un asunto de su interés.

-          ¿De qué se trata?, preguntó un poco alarmado.

-          De que ha fallecido una conocida suya y lo ha tenido en cuenta en su testamento.

     Aunque inmediatamente supuso de quién se trataba, preguntó su nombre. No había duda: Señorita Melissa Warner. Contestó:

-          Mañana mismo procuraré estar ahí. ¿A qué hora pueden recibirme?

-          Viniendo usted de fuera, le haremos un hueco en cualquier momento, antes de las tres de la tarde.

Eldora (Condado de Hardin, Iowa)

 

 

13.    ¿Un buen negocio?

 

     Según le comunicó el notario, la apertura y la lectura del testamento se habían verificado ya la semana anterior, en presencia de los pocos familiares de la difunta que habían podido ser convocados y se habían dignado acudir.

-          Por cierto -le explicó el fedatario-, que no salieron muy contentos pues la difunta solo se acordó de uno de sus primos para encargarle de que pagase las deudas de unas obras y las que resultasen de su funeral e incineración, legándole la cantidad adicional de cinco mil dólares en compensación por sus gestiones.

-          Según eso, coligió Bob, vengo a ser algo así como el heredero universal de la finada Señorita Warner.

-          Así es, excepción hecha de sus joyas y objetos personales, que dejó a sus familiares más allegados. La verdad es que parece que resultó una sorpresa para todos, tanto su designación, como la notable cantidad de dinero que tenía la fallecida, en la caja de un banco de esta ciudad.

-          ¿Podría volver a leer el testamento, para mi conocimiento?

-          Claro, aquí está. Léalo usted mismo, si quiere.

     Bob leyó con atención la parte del documento que le concernía. Era explicativa, pero un tanto anodina:

     Dispongo en favor del Señor Robert Lindgren de todo el dinero que tengo guardado en la caja de seguridad número 174 del banco Mid Northern Savings, sucursal del número 1023 de la calle South Dewey de esta ciudad, cantidad que asciende cuatrocientos mil dólares. Es mi voluntad que el Señor Lindgren acepte la herencia como muestra de mi afecto hacia él y en compensación por los perjuicios que le he causado con mi comportamiento en la ocasión que él y yo bien sabemos.

-          Cuando vaya usted al citado banco -aclaró el notario-, observará que solo le entregan trescientos setenta mil dólares, pues ha habido que descontar lo que tuvo que pagar el primo, Adam Warner, más los gastos funerarios y el alquiler de la caja de seguridad. Si quiere presentarme alguna reclamación…

-          Desde luego que no. Lo que sí querría es que me informase de las circunstancias del fallecimiento de la Señorita Warner y de dónde está enterrada.

-          ¡Es verdad, ya se me olvidaba! Un sargento de detectives quiere hablar con usted a propósito de lo sucedido. Aquí tiene su nombre y número de teléfono. Y aquí, la documentación que deberá presentar en el Mid Northern para que le entreguen la cantidad heredada.

     Bob acudió primero al banco y ordenó la transferencia de trescientos cincuenta mil dólares a su cuenta en el Security State Bank de Eldora, percibiendo en metálico los veinte mil restantes. A continuación, llamó al sargento Rinaldi:

-          Me gustaría -dijo el policía- charlar detenidamente con usted. ¿Por qué no se queda algún día en Eau Claire?

-          Ya pensaba hacerlo. Entre otras cosas, quiero ver cómo ha quedado la tumba de Melissa.

-          Ah, muy bien. ¿Sabe ya en qué hotel va a hospedarse?

-          No tengo idea: No conozco la ciudad.

-          Entonces, permítame recomendarle el Lismore, en la calle Gibson. No le defraudará y no es caro. Claro que, acabando de heredar una cantidad tan sustanciosa…

     No le gustó a Bob esta última alusión, pero optó por tomarla a broma:

-          Sustanciosa e inesperada, como ya se imaginará.

-          Desde luego. Bien, pues regístrese usted y almuerce, si le place, en The Informalist, algo caro, pero con muy buena cocina.

-          Gracias, sargento, un guía diplomado no me habría aconsejado mejor.

***

     Quedaron para cenar, ese mismo día, en The Plus que, según Rinaldi, era el sitio ideal para comer informalmente, escuchando música variada y de aceptable calidad. La mera charla telefónica había invertido la opinión prejuiciosa que el detective tenía de Lindgren. Parece un tío legal, comentó con otro compañero al cortar la comunicación. Y eso era mucho decir para una mente tan suspicaz.

     Esa opinión no hizo sino robustecerse mientras charlaban de todo un poco durante la cena. Ahora, a cenar; luego, tomando una copa, le pondré al tanto de todo. ¡Menos mal que la actuación musical de aquella noche era de un guitarrista de folk & soul, poco ruidoso él!

     Llegado el momento de las confidencias, Joe Rinaldi explicó a Bob la forma y circunstancias del suicidio de Melissa, que él no ponía en duda, aunque se habían percatado de que había huellas de violencia en las muñecas y en la zona bucal externa de la joven, inequívocas de haber sido maniatada y amordazada con cierta severidad. Asimismo, había rastros de semen en la vagina de Melissa y en la ropa de la cama, aunque el Forense no había hallado signos claros de violencia en las partes de la joven.

-          Hay un par de cosas -indicó Rinaldi- en que me interesa su opinión, dado que la conocía bastante bien. En primer lugar, lo que sepa sobre su consumo de somníferos y la clase de los mismos que tomase.

-          Me consta que se medicaba para las migrañas y el insomnio, pero no tengo idea de los nombres de tales específicos. Aunque, efectivamente, fuimos muy amigos, nunca vivimos juntos. Eso sí, creo que, aunque no fuese adicta, tengo la impresión de que no era muy escrupulosa a la hora de respetar las dosis prescritas. Hasta es posible que acudiese a médicos muy complacientes, o que tuviera canales no autorizados de suministro de medicamentos.

-          Y la segunda cuestión que nos preocupa -agregó Rinaldi- es cómo una mujer con la experiencia y el carácter de Melissa pudo venirse abajo y escapar de sus problemas utilizando la tremenda fórmula del suicidio.

-          Es posible que fuese muy fuerte cuando se dedicaba sin problemas a la prostitución pero, desde que sufrió la tremenda agresión de Dave Harris, paso muy mala época y no creo que pudiera considerársela ya una mujer valiente y equilibrada, como debió de serlo antes. Luego, el juicio, la relación conmigo, el retorno a Eau Claire para empezar una nueva vida… Cierto es que las pocas veces que hablamos por teléfono, ni la noté nada extraño, ni me dijo ninguna cosa preocupante… No sé qué más explicarle.

-          Claro -comprendió Rinaldi-, es que aún no le he aclarado que llevaba unas cuantas semanas sometida a bastante presión.

     Y, de forma precisa, Rinaldi informó a Bob de las pretensiones y persecución de Swindy, que nosotros ya conocemos.

-          Usted, como Fiscal, conoció a Swindy y también sabrá lo que Melissa pensaba de él.

-          En aquella época -opinó Bob-, el tal Swindy parecía un sujeto todo lo pacífico y moderado que puede serlo un protector de prostitutas. Estuvo a punto de ir a la cárcel un montón de años, por su estupidez de declararse culpable de la agresión. Eso mismo puede mostrar hasta dónde podía llegar por conseguir dinero con que pagar sus deudas. Es posible que aquel dinero se acabase y, gravemente amenazado por los prestamistas y por otros fulleros, se sintiera impulsado a amenazar o tratar con violencia a Melissa. Con todo, no me lo imagino haciendo todo eso que acaba de narrarme.

-          Yo tampoco -convino el sargento-. Esto es cosa de gente más experta -seguramente, un par de matones- que fueron por el dinero de Melissa, avisados por Swindy y para cobrar las deudas de este. Estamos sobre la pista, aunque, al percatarse de que la chica había muerto, limpiaron a conciencia las huellas del piso; pero algunas dejaron y no será difícil que coincidan con otras archivadas, pues sería extraño que no tuviesen antecedentes.

-          Además, está el semen -advirtió Bob-. La prueba de ADN permitirá dar con los culpables o, al menos, alguno de ellos.

-          En efecto.

-          Y está Swindy. Si, como parece, intervino en los hechos, o estos fueron debidos a querer cobrar sus deudas, bastará con apretarle. No parece un individuo muy resistente.

-          Para eso, replicó Rinaldi, solo hay un pequeño inconveniente.

-          ¿Y es?

-          Que hace una semana que apareció flotando en el lago Michigan, en las proximidades de Manitowoc, con dos heridas de bala en la cabeza. Se ve que, al salirles las cosas mal a sus acreedores, estos cumplieron sus amenazas.

     Bob seguía dando vueltas en su cabeza a una duda: ¿Cómo podría haberse suicidado Melissa, si estaba atada? Rinaldi procuró explicárselo:

-          Para hacer las cosas más creíbles, el criminal, o los criminales, la desataron, una vez muerta, para dar a entender que el suicidio había sido espontáneamente decidido por Melissa. Con ello, nos dejaron la duda de cómo la habían maniatado. Yo mantengo la tesis de que lo harían por delante, de modo que, en un descuido de ellos, al permitirle ir al wáter, se tragó todas las pastillas… Hay un indicio de ello: el cabecero de la cama tiene algunas rozaduras y algunos hilillos de la fibra de la que estaban hechas las ligaduras… Puede parecer muy primitivo, pero se utilizó una cuerda de cáñamo. ¿Qué le parece? Esta gente es tan tradicional como los verdugos de hace unas décadas[53].

     Rinaldi parecía sentirse a gusto. Habían dado las once y andaba por su tercer gin fizz[54]. Paró unos minutos la conversación, para escuchar Am I that easy to forget?[55] Al acabar la canción, prosiguió:

-          La verdad, Lindgren, es que la chica le hizo la puñeta bien hecha, por supuesto que por iniciativa y con la ayuda de la familia del tal Dave; pero ¡qué detalle dejarle todo lo que tenía! Algo debía de temer la pobre cuando cambió el testamento poco antes de morir, supongo que para nombrarle a usted heredero, revocando otro testamento de hace cinco años. En fin, ya tiene para marcharse lejos de Wisconsin y montar un buen despacho. Le deseo de corazón que le vaya muy bien. Es usted un tipo decente, pero con mala suerte. Solo un tío muy legal, o muy salido, se la juega por una prostituta.

     Bob empezaba a sentirse incómodo y, tal y como estaba de animado Rinaldi, iba a ser difícil pararlo. De modo que miró ostensiblemente su reloj y exclamó:

-          ¡Uf!, se ha hecho muy tarde y estoy molido. Mañana quería ir al cementerio para ver la tumba de Melissa, aunque me han dicho que la incineraron. ¿Sabe en qué camposanto está?

-          Supongo que en Forest Hills o, si no, en Lakeview. Quien lo sabe es el primo Adam, que es amigo mío. Yo me encargo.

     Y, ni corto, ni perezoso, pese a lo tardío de la hora, llamó a Adam y le hizo la pregunta.

-          Está en Lakeview, en un nicho del columbario.

-          Espléndido, Rinaldi. Voy a pagar y luego le ruego que me acompañe al hotel, por si me pierdo.

-          Lo dicho, es usted un gran tipo, pero deme a mí un billete de cien dólares y haré como que pago yo. Como cliente y policía, me hacen un precio especial.

     A la mañana siguiente, Bob pasó por el cementerio. El nicho para las cenizas de Melissa no podía ser más pequeño e impersonal, encastrado entre cientos de ellos, todos iguales. Al letrado le recordó los archivadores para las fichas de libros en la biblioteca general de Madison. Habló con unos y con otros y encargó una sepultura en medio de la bellísima pradera sobre el lago, con una piedra cabecera de granito rosa, con el nombre y los años de nacimiento y muerte. El marmolista le preguntó:

-          ¿Ponemos quién le dedica la sepultura?

-          No tendría mucho sentido -contestó Bob-. A fin de cuentas, el dinero era suyo.

Cementerio de Lakeview, en Eau Claire

***

     En el camino de regreso, ya había tomado la decisión. A él le bastaría con los ahorros y con una parte de lo heredado, para poder abrir un despacho allá donde decidiera colgar su sombrero. El resto, la mayor parte, lo emplearía en levantar la hipoteca sobre las tierras de sus tíos, sin anunciárselo previamente. Más adelante, cuando salieran de apuros, le irían devolviendo el dinero, según pudiesen hacerlo.

     Ya en casa, les explicó que la fallecida había sido la testigo de aquel juicio, y que se había tratado de prestar declaración ante la Policía, porque la muchacha se había suicidado en circunstancias confusas. Prefirió decirles parte de la verdad, no volviesen a enterarse por los periódicos.

-          Te va a estar dando guerra incluso después de muerta, gruñó tía Belinda.

-          Por favor, mamá -intervino Vicky-, no creo que la chica pretendiera perjudicar a Bob acabando así.

     El joven optó por cambiar de conversación:

-          Si no os parece mal, me quedaré con vosotros unos días más. El viaje a Wisconsin me ha cansado mucho y tengo algunas molestias de ciática.

-          Esta es tu casa -respondió tío Nat-. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

     Bob dejó pasar el día siguiente para que el dinero transferido tuviese oportunidad de llegar a Eldora; tan solo telefoneó al banco para que le avisasen tan pronto recibieran una cantidad importante que esperaba del banco Mid Northern. Con el día libre, se dedicó a remolonear por su habitación y a pasear por los alrededores. Junto al granero, encontró a su prima limpiando las instalaciones y transportando sacos con una carretilla elevadora.

-          Hay que ultimar los preparativos para acoger la próxima cosecha. Quiera Dios que no se tuerza el tiempo y sea tan buena como se espera, le dijo Vicky.

-          ¿Qué tal va el tema de la hipoteca?, preguntó Bob. ¿Os amplían el plazo para pagar?

-          Tras de eso anda mi padre como un desesperado, pero es casi seguro que la próxima cosecha sea la última que recolectemos.

-          Tengamos fe… Venga, voy a ayudarte con esos sacos, ofreció Bob.

     Su prima se echó a reír.

-          ¿Vestido así y con ciática?, preguntó.

     Bob sintió un ramalazo de cortesía, trufado de cariño, y se propasó a decirle una simple fineza:

-          A tu lado se me quitan todos los males.

     Vicky dejó lo que estaba haciendo, se encaró con él y, aunque con suavidad, le espetó:

-          Primo, nunca me digas algo que verdaderamente no sientas por mí.

***

     El director de la sucursal del Security State se quedó boquiabierto y dijo a Bob:

-          Así que quiere levantar la hipoteca sobre la granja de mi primo Nat… Sí, sí, ya sé que es usted sobrino de Belinda y que acaba de llegarle de Wisconsin una cantidad suficiente para ello, pero es que… en fin, que no veo motivos para algo así. ¿No preferiría subrogarse usted en la hipoteca?

     Bob se armó de paciencia:

-          No, amigo. Lo que quiero es, lisa y llanamente, pagar al banco lo que queda del principal y los intereses, cancelando la hipoteca. Supongo que tendrá que venir a firmar el tío Nat, pero quiero que, cuando venga, se lo encuentre todo hecho, de modo que no pueda revertir la situación.

-          En ese caso, concluyó el director, vamos a redactar inmediatamente los documentos, haciendo constar que actúa usted en nombre y con autorización de Nathaniel Edwards. Mientras el banco cobre sobre la marcha y en efectivo, nadie va a reparar en formalismos.

-          Pues, estando de acuerdo en todo, vaya actuando con todo sigilo, que no se entere Nat hasta que yo se lo diga. Entre tanto, voy a hacer unas gestiones y regresaré a eso del mediodía.

-          Mejor a la hora de cerrar. Así tendremos más tiempo y firmaremos sin testigos molestos.

     Con una inusitada sensación de ligereza y euforia, Bob se encaminó al despacho de Macaulay Armstrong. Tuvo la suerte de encontrarlo, pues era día de recibir las visitas de los clientes.

-          Mac, tengo una mala noticia para ti. Vengo a encargarte un asunto y espero que, como buen amigo, no me cobres.

-          ¡Caramba! ¿Todavía andas por aquí? ¿No te habías despedido hace tres días?

-          No sabes la de cosas que pueden pasar en ese breve tiempo.

     Le puso al corriente de los sucesos de Eau Claire y de su liberalidad hacia la familia, levantando la hipoteca de su granja. Mac estaba a punto de llorar. Se levantó del sillón y fue a abrazar a Bob, que casi lo ahoga.

-          ¡Ya era hora -exclamó- de que todos vosotros recibieseis vuestro merecido!

-          Hombre, Mac, tal y como lo dices, parecería que nos meten a todos en la cárcel.

     Pasados aquellos momentos de expansión, Bob le pidió:

-          Quiero que me acompañes luego al banco y que vigiles o realices todos los trámites, incluyendo los registrales. Ya sabes que nunca se me ha dado bien lo relativo a tierras.

-          Cuenta con ello, pero ten por seguro que tu tío no va a consentir que le regales el dinero, ni recibirlo como préstamo, a pagar tarde, mal y nunca. O mucho me equivoco, o querrá transferirte la propiedad de parte de sus tierras, valiendo los frutos como pago de los intereses que te debería… No, no, no hagas visajes ni me niegues lo que te digo. Él es íntegro y muy terco. Y algo más, Bob: no puedes venir a un hombre como es debido a hacerle un regalo como este, por el mero hecho de que tú seas generoso y os una cierto parentesco. Ya sabes que la donación no solicitada puede avergonzar, y hasta ofender, a quien la recibe.

-          Está bien, Mac. Reflexionaré sobre cuanto me has dicho y actuaré en consecuencia.

-          Gracias. Y no dudes de que, pase lo que pase, has invertido esa inesperada herencia de la mejor forma que podrías haberlo hecho.

 

 

14.    La felicidad de los demás

 

     Me pareció razonable hacer un aparte con tío Nat para darle la noticia de la liberación de la hipoteca sobre su granja. Por lo demás, había buscado para mi inesperado enriquecimiento una falsa explicación, que lo hiciese de más digno origen que el suicidio de la prostituta que había sido mi amante.

-          Tengo una sorpresa para ti, que estoy seguro de que va a gustarte -empecé-. Me han pagado una buena cantidad de dinero, con el que no contaba, y he decidido emplear parte de él en levantar la hipoteca sobre esta finca.

     Nat quedó atónito, lo que aproveché para seguir explicándome conforme a lo que tenía preparado:

-          Me habían despedido de la Fiscalía de Green Bay de malos modos y sin pagarme lo que me debían. Además, habían aireado en los medios mis relaciones con una testigo, sin presentar denuncia judicial, ni probar que supusieran una conducta impropia o perjudicial para mi función. Total, que presenté una reclamación, sin muchas esperanzas de que prosperase, pero ahí tienes la prueba: Me han reconocido una importante indemnización, que fui a aceptar y firmar el otro día, aprovechando el viaje al entierro de mi amiga. ¿Y qué mejor que invertir ese inesperado dinero en sacar de apuros a una familia que me quiere y a la que quiero?

     El tío se iba reponiendo de la sorpresa, aunque todavía no acertaba a articular verbalmente sus ideas. Decidí concluir:

-          Así que mañana iremos tú y yo al banco para firmar los papeles. Te ruego que solo entonces se lo cuentes a la tía y a Vicky. Por mi parte, retrasaré la marcha unos días, para que podamos hablar y planear todo lo que tú quieras.

     Nat, ya levemente repuesto, insistió:

-          ¿Quieres decir que ya no debemos nada al banco?

-          Nada en absoluto.

-          ¿Y que lo has pagado con tu dinero?

-          En efecto, pero no te preocupes: Aún me ha sobrado bastante.

-          ¿Y pretendes que yo lo acepte, sin compensarte de ninguna forma?

     Habíamos llegado adonde Mac me había advertido; de modo que tomé el inevitable camino de conceder a mi tío lo que sin duda iba a exigirme.

-          De hecho, la hipoteca ya está cancelada y no vamos a pasar la vergüenza como familia de volvernos ahora atrás, si es que el banco lo aceptare. Ahora bien, si lo que pretendes es que mi acción tenga alguna recompensa por tu parte, no me agradaría, pero respetaré lo que dispongas, en siendo hacedero y razonable.

     Tío Nat pareció tranquilizarse; se arrellanó en su sillón, quedó en silencio unos momentos y dijo:

-          Estas no son cosas para hablarlas deprisa y corriendo. Lo consultaré con la almohada y mañana hablaremos…

-          … Después de volver del banco, con todo arreglado.

-          Sea como quieres -repuso, sonriendo-. Estando en juego el pan de mi esposa y de mi hija, no voy a rechazar la salvación que Dios me manda, en forma de un sobrino de mi mujer. ¡Quién lo habría imaginado!

     Nos levantamos, vino hacia mí y nos fundimos en un largo abrazo. Me susurró:

-          Me va a costar trabajo callar hasta mañana, pero creo que tienes razón. Si Belinda se enterase por adelantado, no sé si me dejaría aceptar tu generosidad.

***

     Firmó los documentos de cancelación, en presencia de Mac, como garante de la legalidad y perfección de todo lo actuado. Al acabar, el tío dijo:

-          Aprovechando que Mac está aquí, quiero que ahora vayamos a su despacho y que oiga lo que tengo que decirte.

     El viejo abogado sonrió, socarrón y me hizo un guiño de complicidad, como diciendo: ya te lo había avisado.

     La decisión irrevocable de tío Nat, oportunamente consultada con la almohada, era en la práctica una nueva hipoteca a diez años y conmigo como acreedor, para garantizar en ese plazo el pago de los doscientos setenta y cinco mil dólares que yo había abonado al banco. No me pareció una mala fórmula porque, en definitiva, estaba dispuesto a ser benévolo y prorrogar el pago por todas las anualidades que fuesen necesarias. Lo único que se me ocurrió fue decir:

-          ¿Y por qué no a veinte años? Ya se sabe que hay años de muy mala cosecha.

     Mac levantó la voz y, muy en sus puntos, nos amonestó:

-          Supongo que, como abogado vuestro, me dejaréis opinar. Y lo primero que digo es que me voy a tomar unos días para aconsejaros lo más justo y pertinente. Y lo segundo, Nat, es si no tienes algo que comprar, o alguien a quien ver, en Eldora esta mañana.

-          Pues no sé qué decirte… Siempre hay alguna cosa que hacer.

-          Bien, vete a hacerla y déjame cambiar impresiones con Bob durante un rato. Vuelve dentro de una hora.

-          ¡A ver que urdís a espaldas mías!, bromeó tío Nat, mientras tomaba el camino de la puerta.

     Una vez solos, Mac se sinceró:

-          Desde que te puse en la calle, no he hecho sino darle vueltas a mi conducta; y lo que acabas de hacer por tus tíos solo ha servido para aumentar mi mala conciencia. Es una vergüenza que hayamos cedido a las habladurías y la malevolencia de las peores gentes del condado. Estoy dispuesto a plantarles cara y a cerrar el bufete, si se empeñan en hacerte el vacío. Te ruego que vuelvas a trabajar conmigo. A partir de ahora, de nuevo, Armstrong & Lindgren; y, dentro de poco, Lindgren a secas. ¿Estás decidido a luchar?... No creo que nos cueste mucho hacerles pasar por el aro.

-          Se puede probar, repuse. Empiezo a estar harto de huir.

-          Y no olvides que has invertido aquí casi todo tu patrimonio, añadió Mac, con socarronería.

     Creí que nos lo habíamos dicho todo, pero aún me tenía preparado más:

-          Por cierto, Bob, para que yo pueda aconsejaros bien a Nat y a ti, quiero que me contestes a una pregunta.

-          Tú dirás.

-          ¿Qué te parece tu prima Vicky?

-          Una chica estupenda pero, por si tu pregunta va por ahí, te diré que ni ella ni yo hemos hablado más que como parientes y buenos amigos.

-          Pues, antes de tomar yo la decisión sobre la relación contractual, creo que deberías plantearte tú la afectiva, que tanto podría influir en aquella. Entre tanto, dejaré la cuestión en espera… Y mañana te aguardo en el despacho; mejor dicho, te aguardarán un buen montón de asuntos atrasados. Yo ya estoy viejo para sacarlos en tiempo.

     En el camino de retorno, con el tío Nat más mosca que nunca, todavía insistí:

-          Por lo que más quieras, tío, ni una palabra hasta que yo te lo diga. Solo entonces podrá ser el momento de revelarle lo que hemos hablado Mac y yo.

-          Verdaderamente, sobrino -gruñó-, eres demasiado sigiloso.

***

     Pillé a Vicky en el peor momento: metida en la cochiquera, echando de comer a los cerdos. Le dije:

-          Cuando acabes, ¿puedes concederme unos momentos?

-          ¿Así, sin cambiarme? Huelo fatal.

-          Para lo que quiero decirte, no importa.

     Salió de la pocilga, limpiándose las manos al delantal.

-          Tú dirás.

-          Mac me ha ofrecido nuevamente el puesto de socio suyo, pero no sé qué hacer. Yo, por mí, aceptaría, pero tendría que haber algo más que me atrajese y me atase a esta tierra.

     Vicky se ruborizó y, mirándome fijamente, preguntó:

-          ¿Cómo, por ejemplo?

-          La mitad de esta granja y su encantadora heredera.

     Mi prima se puso seria:

-          Por la heredera, respondo y te doy palabra, pero la granja es de mis padres, como sabes.

-          Tus padres son cosa mía. Solo quería saber si compartías mis sentimientos y estás dispuesta a compartir también mi vida.

-          Nada deseo más que ser tu esposa.

***

     Como habrán notado, he querido ser yo, Bob Lindgren, quien pudiera fin al relato, narrando este capítulo. Soy sincero y tengo que reconocer que las cosas no siempre han sido tan felices como han aparentado. Vicky no era, ciertamente, la mujer de mis sueños, y hasta es probable que, cuando la escena de la porqueriza, ni siquiera estuviese enamorado de ella. Y ya se habrán figurado que, por unos motivos u otros, mi trabajo de abogado rural he tenido que simultanearlo con el de la finca, que sigue siendo de mis tíos, aunque no tardará en pertenecernos a Vicky y a mí. Volviendo la vista atrás, mi vida parece que ha venido a parar a un punto muy parecido al de partida. Hubo un tiempo en que eso lo habría considerado el colmo del fracaso. Hoy, creo que no jugué del todo mal las cartas que me repartió el destino. Después de haberles confesado mi juego, no dudo de que muchos de ustedes compartirán mi opinión. Y, donde no, ¡qué diablos!, sean, como yo, un poco optimistas.  

Panorámica de Green Bay, con el Palacio de Justicia en primer plano

 

    

 

[1] Literalmente, Green Bay Press Gazette, diario que sale con dicho nombre desde 1915, pero cuya tradición se remonta a un semanario aparecido en 1866.

 [2] La ciudad de Madison es la capital del Estado de Wisconsin, del que Green Bay es su tercera población, tras Milwaukee y la citada Madison. El Wisconsin State Journal es un diario que se publica en Madison desde 1839. Se ve que nuestro narrador, además de trabajar en la Gazette, tenía autorización para ejercer la corresponsalía del State Journal en Green Bay.

[3] Seguramente, derivado de swindler, equivalente a nuestros timador o estafador.

[4] Saint Mary’s Hospital Medical Center, uno de los mejores hospitales de Green Bay, relativamente cercano al lugar donde Melissa Warner sufrió la agresión.

[5] En los EE.UU. además del Fiscal General, o Ministro de Justicia, federal, cada Estado tiene un Fiscal Jefe, que suele denominarse Fiscal General del Estado de que se trate; como otro tanto acontece con los tribunales: El máximo tribunal de cada Estado suele calificarse de Supremo, sin que ello ofenda al Tribunal Supremo de verdad, es decir, al de los Estados Unidos que, como es sabido, cumple también la función de Tribunal Constitucional de la República.

[6] Desde 1965, existe la Universidad de Wisconsin en Green Bay. Actualmente (2020), tiene tres campus (Marinette, Manitowoc y Sheboygan), con un total de alrededor de siete mil alumnos.

[7] Utilizo las palabras oficial, para referirme a los policías uniformados, y detective, para aludir a los especializados en la investigación criminal. Estos últimos, como se sabe, tienen como categorías con mando las de sargento, teniente y capitán. Por encima de ellos, tratándose -como en Green Bay- de una ciudad con Departamento de Policía, se hallan el Alcalde y, por delegación concreta, su Comisionado para la Policía.

[8] Por influencia de la colonización francesa, la población de Green Bay es mayoritariamente de religión católica. La catedral diocesana está dedicada, precisamente, a San Francisco Javier.

[9] Revólveres de tipo defensivo, definidos por la cortedad de su cañón (de ahí, lo de chatos), de unas 2 pulgadas de longitud. Uno igual al de Phedora figura como ilustración en el texto del relato.

[10] El comentario del teniente Scanlon debe de responder al hecho de que se trata del más grande y famoso de los hoteles de Green Bay, considerado edificio histórico. Fue inaugurado en 1924 y ha sido objeto de amplia restauración entre 2016 y 2019.

[11] La más famosa e ilustre de las Hermandades universitarias de los EE.UU., fundada en 1776 y actualmente existente en la mayoría de las Universidades americanas, como timbre de honor para sus miembros. Las tres letras griegas mayúsculas (phi, beta y kappa) son el acróstico de la expresión filosophia biou kybernetes, es decir, la filosofía es la guía de la vida. Una ilustración del relato representa una insignia cualquiera de la citada Sociedad.

[12] Hay dos posibilidades principales: oro macizo de 14 quilates y placado en oro de 24 quilates.

[13] La Universidad Marquette fue fundada en 1881 en la ciudad de Milwaukee (Wisconsin) por la Orden de los Jesuitas, que la sigue regentando. Su School of Dentistry, además de famosa, es la única existente hasta ahora (2020) en todo el Estado.

[14]  Weak beam es traducible por pilar endeble. El motivo del mote haría referencia a la mala calidad de lo construido por Vince (Vinnie) Harris.

[15] El Gobernador Donovan era demócrata; Vince Harris, republicano.

[16] A la letra, Lester Public Library, en el 6550 de Virginia Street, Vesper (WI).

[17] Cofrin School of Business, fundada en 2010, dentro de la Universidad de Green Bay.

[18]  Como editor del relato, he entendido que el presente capítulo recoge datos y circunstancias que afectan con parecido nivel a varios de sus personajes, por cuya razón me he decidido a hacer yo de narrador del fragmento, reanudando en capítulos sucesivos la técnica de que los cuenten sus protagonistas principales.

[19]  Histórica ciudad del Estado de Wisconsin, de unos 65.000 habitantes, con un área metropolitana que alcanza la población de 160.000.

[20] La página web de dicha Fiscalía, consultada en noviembre de 2020, incluye un total de once fiscales, incluidos el jefe y el subjefe.

[21] Véase la nota 17.

[22] Este capítulo y el siguiente fueron escritos por Melissa Warren poco antes de su fallecimiento. Por supuesto, los títulos han sido escogido por mí, como editor, esperando no sean considerados como poco respetuosos para la aludida.

[23]  El apodo debía de aludir al calificativo devious, equivalente a taimado, astuto o sinuoso.

[24]  Innecesario será recordar que cannon se traduce por cañón (pieza de artillería).

[25] Histórico y artístico teatro de Green Bay, inaugurado en 1930. Véase, meyertheatre.org, que incluye una visita virtual a sus principales instalaciones.

[26] Barrio o distrito residencial del norte de Green Bay.

[27] En el capítulo 3 ya se ha explicado que Robert Lindgren descendía de emigrantes suecos por línea paterna.

[28]  Refrán inventado, de sentido similar al nuestro: entre santa y santo, pared de cal y canto.

[29]  Credence Clearwater Revival, cuarteto músico-vocal californiano de gran éxito y repercusión, pero que sólo se mantuvo activo entre 1967 y 1972.

[30]  En esta zona hidro-geológica de gran interés del río Wisconsin, cuyo descubrimiento para los anglosajones se cifra en 1865, se ha construido, a partir de los años de 1970, un espectacular y expansivo complejo turístico, llamado La isla del tesoro (Treasure Island Water & Park Resort). De ahí, el equívoco que confundió a Melissa Warner.

[31] Sede de las Cámaras legislativas, del Tribunal Supremo y de la Oficina del Gobernador del Estado de Wisconsin.

[32] Canción de Bert Berns, Jerry Wexler y Solomon Burke, aparecida en 1964 con el sello Atlantic Records y la voz de Solomon Burke, siendo versionada al año siguiente por los Rolling Stones, en su long play, The Rolling Sotones, Now! (London Records). El título completo de la canción es: Everybody needs somebody to love, lo que explica bien la ironía con que lo cita Melissa Warner en el relato.

[33] La Señorita Warner lo ha dejado escrito y no soy quién para censurarlo por aquello de no citar o aconsejar medicamentos en textos no médicos. De todos modos, la precisión de la narradora no ha llegado hasta determinar si ingirió tabletas de 50 o de 100 miligramos.

[34] Benjamín Franklin es la efigie tradicional en el billete de 100 dólares estadounidenses.

[35] Así está considerada, en efecto, la Brown County Courthouse, erigida en 1910. Acompaño al texto un par de fotografías ilustrativas.

[36] Marca de joyería, bisutería y complementos de fama mundial, fundada en la ciudad de Nueva York en 1837.

[37] El río Fox, importante corriente de agua del Estado de Wisconsin, de unos 325 km de longitud, que desagua en el lago Michigan, precisamente, tras atravesar la ciudad de Green Bay.

[38] Omaha, destino previsto del viaje de Bob Lindgren, es la ciudad más poblada del Estado de Nebraska.

[39]  Pequeña ciudad de unos 3.000 habitantes, capital del condado de Hardin (Iowa).

[40] La feria del Estado puede referirse a dos películas del mismo nombre: una, de 1933, dirigida por Henry King; otra, de 1945, dirigida por Walter Lang. Existe otra versión, de 1962, dirigida por José Ferrer, pero está ambientada en la feria estatal de Texas, no en la de Iowa. Lo más probable es que Vicky Edwards se refiriese a la versión de 1945.

[41] Equivalentes a unas cuarenta hectáreas.

[42] O High school, en cierto modo equivalente a nuestro bachillerato.

[43] Ciudad de Iowa, de más de 60.000 habitantes, a unos 50 km de Eldora.

[44] Unos 24 kilómetros.

[45] Attorney (at law), counselor o counsellor (at law) y lawyer son sinónimos para referirse en los Estados Unidos a los abogados.

[46] Capital del Estado de Iowa.

[47] Localidad más poblada del condado de Hardin, en se desarrollan los acontecimientos del relato.

[48] Es de suponer que se trate del Des Moines Register, el más popular de los diarios del Estado de Iowa, fundado en 1849.

[49] En el Código Penal español vigente (2020), la calificación correcta sería la de simulación de delito (artº 457).

[50] Véase antes, nota 9.

[51] Río que atraviesa la ciudad de Eau Claire.

[52]  Publicación periódica fundada en 1866, cuyo nombre actual es Eldora Herald-Ledger y tiene periodicidad semanal. Por supuesto, mi referencia en el relato es estrictamente imaginaria.

[53]  Es tradición la de emplear cuerdas de cáñamo para ajusticiar por ahorcamiento.

[54] Cóctel a base de ginebra, zumo de limón, sirope de azúcar y clara de huevo, que se sirve muy frío. Hay quien le añade soda, si se va a servir en vaso.

[55]  Canción de 1958, originalmente country, debida a Carl Belew y W.S. Stevenson. Se popularizó aún más en versión de Engelbert Humperdinck, de 1974.