martes, 29 de junio de 2021

UN ABRIGO HECHO DE SUEÑOS (IMAGINANDO A CARMEN LAFORET)

 

 

Un abrigo hecho de sueños (Imaginando a Carmen Laforet)

Por Federico Bello Landrove

In memoriam, Carmen Laforet Díaz (1921-2004)

 

     He procurado reflejar en este relato, imaginario y real en parecidas dosis, ciertas peripecias de la primera juventud de la novelista Carmen Laforet, como punto de partida de conocimiento y afición de ella para mis lectores. Si de aquí pasasen a más profundas y elevadas cotas de conocimiento de la vida y la obra de esta grande y sufriente escritora, habría conseguido el pleno de objetivos perseguidos por mí con esta historia.

 



1.   Gajes del oficio


-          Diéguez, ¿tiene mucha prisa por marchar a Barcelona?

-          Ninguna, comisario. Lo único, que ya me he despedido de la patrona.

-          Eso tiene fácil solución… Voy a proponerle un trabajillo aquí, en Madrid, pero no tiene obligación de aceptarlo. Si no le parece bien, me lo dice y tan amigos.

-          Viniendo de usted, tiene de antemano mi aceptación.

     El comisario Benavides, en vez de en su despacho de la Escuela de Policía[1], me había convocado al que ocupaba en la segunda planta de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Me extrañó la llamada porque ya habíamos recibido los despachos y no era propio de alguien importante que nos despidiera antes del viaje a nuestro primer destino. Pero ya ven que se trataba de una encomienda, que acepté sin rechistar, por mero respeto al mandante. Visto lo que de ella resultó, no creo que mi buena disposición haya supuesto para mí una mala experiencia.

     Pero no adelantemos acontecimientos. El comisario ha tomado de un cajón de su buró una carpeta apenas abultada y, mientras hojea su contenido, me explica:

-          Ya sé que ha aprovechado los años de Escuela para matricularse libre en Derecho y aprobar los dos primeros cursos -la verdad, no sé de dónde ha sacado tiempo para todo-. Eso quiere decir que conocerá a gente de la Facultad y ellos a usted, con lo que le será más fácil pasar por un simple estudiante para lo que voy a encargarle… Se trata de que siga los pasos de una joven que se ha matriculado en los dos primeros cursos y que tiene unas relaciones y un comportamiento que a gente de esta casa les han resultado sospechosos.

     Me pasó una ficha de lectora para bibliotecas del Ministerio de Educación Nacional. Un nombre, una dirección y la foto de una chica sonriente me daban los primeros datos para aquella operación. Benavides decidió mostrarse campechano:

-          Chica guapa, ¿eh? No me dirá que le endoso un embeleco.

-          No creo haberla visto por clase las pocas veces que he ido como oyente.

-          No me extraña -ratificó-. La tal Rosario Dupré tiene una escolaridad un tanto caótica. Es un motivo más de nuestra desconfianza.

     En ese momento, le pasaron una llamada telefónica, a la que respondió con dos palabras. Seguidamente, me dijo:

-          Me llama el Subdirector General; así que tengo que dejarle. Llévese el expediente y lo estudia cuidadosamente. Ya me lo devolverá dentro de unos días, cuando le avise para que me informe.

-          ¿De cuánto tiempo dispongo para cumplir con su encargo?

     Benavides era una buena persona:

-          Estamos a mediados de octubre y tampoco es cosa de que pase las navidades pateando las Ramblas. Cuente con incorporarse en Barcelona a primeros de año. Tiene de plazo hasta entonces. Y, si antes acaba, antes podrá pasarse por Galicia para ver a la familia.

***

     Lo que tenía que hacer quizá resulte ahora poco entendible, pero es necesario recordar que entonces corría el año 1943, con nuestra guerra civil aún caliente y la mundial, al otro lado de los Pirineos, con sus secuelas de guerrilleros, fugitivos y refugiados, espías y exiliados anhelando dar la vuelta a la tortilla. Teniendo todo eso presente, será fácil de entender que una estudiante universitaria de poco más de veinte años fuese investigada por la Policía por una serie de nimiedades, que yo resumí así, con base en el expediente que me había sido facilitado:

     … Nada más concluir la Guerra Civil, Rosario abandona su domicilio familiar en Las Palmas de Gran Canaria por el de familiares próximos de su padre en Barcelona (calle Aribau, número 36), donde concluye el bachiller y aprueba el Examen de Estado, matriculándose seguidamente en la Facultad de Filosofía y Letras. En los cursos 1940-41 y 1941-42, acude a las clases, pero no se examina -o no aprueba- ni una sola asignatura. Aunque sus familiares observan buena conducta y no se les conocen actividades contrarias o desafección al Movimiento, la muchacha se mezcla con compañías y amistades de ambos sexos, inclinados a la molicie y la bohemia. Hace amistad íntima con la familia de un refugiado polaco, casado con una ciudadana también polaca, pero de origen español, que tienen un hijo y una hija. Esta última, de edad similar a la de Rosario, llamada Elzbieta (Ela) Sikorska, fue procesada en el consejo de guerra sumarísimo nº 29.836, por presuntas actividades de espionaje en favor de Inglaterra y favorecimiento de entrada ilegal de militares polacos huidos, a través de Francia. Dicho proceso fue sobreseído, tras permanecer Elizbieta un mes en la cárcel de mujeres de Barcelona, debido a su menor edad (apenas dieciocho años) y a la mediación de la representación en España del Gobierno polaco en el exilio. Rosario también mantuvo estrecha amistad con Mercedes Rosell, quien ha sido, y continúa siendo, objeto de vigilancia por afinidades anarquistas y colaboración en el paso de guerrilleros por la frontera franco española.

     … En la primavera de 1942, de manera prácticamente simultánea, Ela y Rosario abandonan Barcelona y sus estudios camino de Madrid, pero, mientras la primera lo hace en unión de sus padres y hermano, Rosario lo hace sola, acogiéndose en esta Capital al domicilio de una tía materna, llamada Dolores López Montero, madre soltera de dos hijos varones, que por su edad y trabajo y viven de manera independiente. Dicho domicilio es: calle General Pardiñas, número 107, segundo, derecha.

     … Desde que vive en Madrid, la citada Rosario ha seguido frecuentando a la familia Sikorski, que reside en la calle Castelló, número 59, primero, aunque Rosario ha cambiado de Facultad, habiéndose matriculado como alumna oficial en la de Derecho. A través de su amiga Ela, ha entablado conocimiento con otros jóvenes que, en principio, no se conoce tengan antecedentes penales ni policiales. También visita con alguna frecuencia a una antigua profesora suya de Lengua y Literatura en Las Palmas de Gran Canaria, llamada Remedios Assens, antigua alumna de la Institución Libre de Enseñanza, y actualmente catedrática en el Instituto “Lope de Vega” de Madrid. Otro lugar que visita mucho, hasta su hora de cierre por la noche, es el Ateneo de esta Capital, en la calle del Prado, al parecer, con el principal objetivo de estudiar y de leer en su biblioteca…

     … Rosario va a casi todas partes con una cartera colgada del hombro, en la que guarda multitud de cuartillas de texto desconocido, las cuales completa y retoca en las clases y en las bibliotecas. Entrega en ocasiones algunas de ellas a ciertos compañeros o personas de su confianza, pero a quienes, intrigados por esa costumbre, le preguntan qué contienen esas hojas, les responde de forma constante e imprecisa que nada, no dejándoles ver lo escrito en ellas. Existe la impresión, por sus antecedentes y extraña conducta, de que las cuartillas que maneja y entrega a sus mejores amigos puedan contener propaganda contraria al glorioso Movimiento Nacional, o fragmentos de publicaciones prohibidas, traducidas de libros extranjeros, gracias al conocimiento de lenguas que posee la susodicha Elzbieta Sikorska, o pueda tener la propia Rosario Dupré…

     Bien, ese era el panorama. El caserón de la calle de San Bernardo[2] ya me era familiar -como Benavides había dicho- y tampoco era un extraño en el mundillo del Ateneo. Por otra parte, sería trabajo perdido que fuese a un veterano a preguntarle cómo se las arreglaba un policía serio para hacer de espía. Así que devolví el expediente en la Dirección General, renové por unos meses mi hospedaje en la calle Goya y me dispuse a hacerme el encontradizo con mi objetivo palmense. No me sabía bien acercarme a ella con falsos pretextos y aviesas intenciones, pero eso, como habría dicho mi madre, eran gajes del oficio.

Calle Aribáu, número 36 (Barcelona)

 

 

2.   Trabando conocimiento


     Tenía que ser valiente una chica en la España de los años de 1940 para estudiar Derecho. Y, si la muchacha había empezado por cursar la mucho más feminizada carrera de Filosofía y Letras, la cosa rozaba lo incomprensible. Yo, que era entonces tan racional como poco perspicaz, había llegado en esas cuestiones, al menos, a una deducción: Si Rosario hubiese estado empeñada en mezclarse con la Antiespaña[3], tonta habría sido al hacerlo en una Facultad donde habría de estar en los ojos de todos, por mujer y por atractiva. Así pues -me dije-, el contenido de aquellas cuartillas que llenaban su cartapacio, si es que no eran apuntes académicos, habría de resultar irrelevante para la Policía. Pero seguro que Benavides no iba a conformarse con menos que con una muestra de las hojas bajo sospecha. Hube de empezar, pues, el asedio de aquella fortaleza palmense.

     Por varias razones, no juzgué oportuno estrechar el cerco en la Universidad. Aunque supiese yo bastante más Derecho que aquellos pipiolos de los primeros cursos, tenía una edad y un empaque que resultaban un tanto sospechosos: No era, por supuesto, el único policía que brujuleaba por las clases por encargo de sus superiores, para identificar a los descarriados y mantener las cosas bajo control. Curiosamente, los mayores problemas no los planteaban los de izquierdas, sino las múltiples familias del Régimen, que no acababan de entender que España era un feudo del Generalísimo y los demás tendrían que hacerse con un puesto en el reparto de prebendas, no excediéndose con los codazos y las zancadillas. Pero a lo que iba. Procuraba evitar meterme tanto a rosca, que acabara por dar el cante de ser un secreta en el ejercicio de sus poco gratas funciones[4]. Había, pues, que andarse con tiento. Y di en pensar, utilizando un símil agrícola, en sembrar a voleo en la Facultad y cosechar en el Ateneo. En consecuencia, al segundo o tercer día que coincidí en clase -lo que no era fácil- con Rosario, me acerqué al acabar la explicación al grupito en el que estaba ella charlando y me hice notar:

-          Perdonad, chicos. No tendréis los apuntes de ayer de Cuello Calón[5]… Los copiaría en la próxima clase y os los devolvería.

     Me miraron con displicencia e hicieron un leve gesto negativo; todos, salvo Rosario:

-          Si esperas un momento… Voy a ver si los encuentro.

     Entre sonrisas cómplices de sus condiscípulos, Rosario se apartó hasta apoyar su voluminosa cartera en el alféizar de una ventana. Creo que los he traído -dudó-, pero ¡soy tan desordenada! Yo aproveché al vuelo la confidencia:

-          Al menos, eres educada y servicial, no como otros, que han recibido mi petición como el que oye llover.

     La joven sonrió y siguió buscando. Vi el cielo abierto:

-          ¿Necesitas ayuda? Puedo sostenerte parte del cambullón.

-          No hace falta -repuso-. Ya di con don Eugenio.

     Me pasó unas cuantas cuartillas, escitas por ambas caras y acompañó la entrega con estas frases:

-          Creo que ahí van las notas de dos o tres clases. Mira a ver lo que necesitas.

     Así pues, mi descubierta solo sirvió para imponerme en la letra, clara, firme y picuda, de Rosario y en la manera, escueta, casi telegráfica, con que transcribía las explicaciones del catedrático. Al terminar la plúmbea clase de Administrativo, salí en seguida y esperé a que lo hiciese Rosario, para devolverle los apuntes:

-          Muchas gracias. Veo que eres muy buena sintetizando las explicaciones.

-          ¿Entendiste bien la letra?

-          Perfectamente. Es muy clara, aunque un tanto peculiar.

     Había agregado esto último casi sin pensar, pero ella se intrigó:

-          ¿En qué sentido?

     Salí del paso como pude, suavizando los conocimientos grafológicos que nos habían dado en la Academia:

-          Bueno, no es la típica redondilla que suele atribuirse a la mayoría de las mujeres.

-          Supongo que cada una de nosotras escribirá como Dios le dé a entender. Y, por cierto, antes empleaste la palabra cambullón, que no había vuelto a oír desde que marché de Canarias[6]. No serás de por allá.

     Otra metedura de pata; solo que esta vez saqué la extremidad con elegancia:

-          ¡Qué va! Gallego, de La Coruña. Por allí usamos ese vocablo para referirnos a algo amontonado y revuelto…

-          … Como mi bolso, completó la frase echándose a reír.

      Intenté prolongar la charla:

-          ¿Hace un café?

-          Gracias; otro día. Ya está ahí Casso[7] y, por esta vez, voy a entrar a su clase.

***

     Entre la siembra y la cosecha, dejé pasar una semana, para que el reencuentro pudiera parecer una mera coincidencia. Aquella tarde -no recuerdo la fecha exacta- era de las últimas de octubre y el otoño en Madrid empezaba a mostrar su hosquedad climática, en forma de un gris, húmedo y frío, que aconsejaba quedarse en casa o reunirse en un café, al amor de las estufas y del vaho ligeramente ácido de los tertulianos. Lejos de eso, aquí estaba yo, haciendo tiempo por la calle del Prado, para dar lugar a que Rosario se cansara de estudiar. Luego, entré en la biblioteca del Ateneo con el pretexto de devolver un libro en préstamo y, como de pasada, me acerqué por detrás adonde estaba sentada Rosario, inclinada sobre sus famosos apuntes, hasta el punto de rozarlos con los cabellos rebeldes de su media melena. Cuando se percató de mi presencia, la saludé con el gesto, respetando escrupulosamente el deber de silencio, y deposité a su lado, sobre la mesa corrida, una octavilla en la que había dibujado una taza humeante y un reloj que marcaba las siete y media, con la siguiente leyenda al pie: ¿Hace ahora un café? Seguidamente, salí de la sala y la esperé. Como me figuraba, apenas tardó un minuto en aparecer, pero, para mi sorpresa, tan solo llevaba en la mano la gabardina.

-          De acuerdo -respondió a mi invitación silente anterior-, pero tengo que volver en seguida. De hecho, he dejado la cartera, guardando el sitio.

-          ¿No tienes miedo de que te curioseen o afanen tus escritos personales?

-          ¿Y por qué sabes que son personales -me replicó a la gallega-?, suavizando la incómoda pregunta con su conspicuo acento canario.

-          Mujer, porque a principios de curso es imposible que hayas acopiado ya tal montón de apuntes de clase.

-          ¡Bah!, concluyó. De todas formas, no hay nada de particular.

Entrada del Ateneo de Madrid

     El Café del Prado, a aquella hora, estaba hasta los topes, pero el veterano Dionisio[8] siempre encontraba para mí un hueco, con tal que le avisara con una hora de adelanto. Al punto, aparecieron un veladorcito y un par de sillas y, cinco minutos más tarde, sendos tazones humeantes de chocolate a la española y una bandeja alargada entre medias, con un mojicón más que regular. El rostro de Rosario se alegró, con aquella sonrisa que iluminaba su rostro, tal vez demasiado anguloso:

-          ¿Quién demonios te ha dicho que me pirro por el chocolate?

-          Pura intuición, tratándose de una canaria…, y ganas de hacer más largo el rato de charla, a no ser que quieras abrasarte el paladar.

-          Lo malo de alargarnos -agregó la joven, con ironía- es que, cuando vuelva al Ateneo, ya no voy a tener secretos para los husmeadores.

-          De perdidos, al río, comenté. Lo que siento es que la atmósfera está muy cargada: ¡con tanto fumador!

-          Yo ya estoy acostumbrada. De hecho, cogí en Barcelona la mala costumbre de fumar y temo que vaya a acompañarme para los restos.

***

     Nunca he sido bueno en lo de entender a las mujeres, vale decir, a aquellas por las que he sentido algo especial. Mi hermana Vicen replicaba a mis quejas en este sentido con una frase, tan inútil, como lapidaria:

-          No te preocupes tanto de entendernos y céntrate mejor en cómo tratarnos.

     Si me he acordado ahora de todo esto es porque la buena de Rosario era el prototipo de la mujer incomprensible. Tengo para mí que tampoco ella se entendía o juzgaba con precisión. Era retraída, pero locuaz; tímida y, a la vez, decidida; interesada en agradar, pero bastante desaliñada; detallista y desmemoriada; amante del aire libre y de la bohemia más asfixiante; muy ahorrativa a veces, desprendida y hasta manirrota las más. En un libro del doctor Mira[9] que hojeé para las oposiciones, creo que una personalidad así venía denominada ciclotímica, aunque solo en los casos más incontrolados o extremos era considerada como anormal. Tuve la desafortunada ocurrencia, una de las veces que fui a rendir cuentas a Benavides, de alardear de mi diagnóstico de espía metido a psicólogo; el comisario me paró en seco:

-          Diéguez, usted, a los hechos, y deje esas milongas para los forenses.

     Los hechos eran que, en dos semanas de coincidencias en clase, interminables paseos por Madrid y sus alrededores, y ardientes chocolates en Prado, sabía tan poco de los papeles de Rosario como el primer día. Y lo malo era, no solo que pasara el tiempo, sino que mi posición estaba quedando cada vez más en evidencia. La verdad es que a mi amiga parecían importarle un pito mi identidad y circunstancias. Pienso que había despertado su interés desde que le dije -y era cierto- que mi novia de siempre había acabado por darme calabazas por las malditas discrepancias políticas que exacerbó la guerra, agravadas por mi casi constante ausencia de La Coruña durante cuatro años -tres, pegando tiros con los nacionales y otro más, porque a mi reemplazo de coetáneos no le tocaba todavía licenciarse-. Parece que eso de que yo fuera víctima sentimental de la guerra me granjeaba su consideración. De lo demás, lo único que parecía extrañarle era mi holganza con buena situación económica. Yo ya tenía pensada una explicación que, por respeto hacia ella, no implicara una mentira explícita:

-          Estoy pendiente de que me llamen para un buen trabajo… No creo que tarden.

     Si Rosario prefería disfrutar de mi compañía sin mayores aclaraciones, no sucedía lo mismo con sus personas más allegadas, a las que no tuve más remedio que conocer, de un modo u otro. Primero fue su tía Dolores, uno de los pocos días que la acompañé hasta casa al acabar las clases, por estar lloviendo a mares y ella sin paraguas. Rosario se empeñó en que subiese y conociera a la buena señora, pereciéndome incorrecto desairarla. Total, más tarde o más temprano, acabaría por suceder. Imagino que Dolores se imaginaría un noviazgo en ciernes, o bien que sería de natural curioso. El hecho es que me interrogó:

-          ¿Estudia usted también Derecho?

-          Sí señora. He acabado los dos primeros cursos y ando con el tercero, un poco a trancas y barrancas.

-          No creas que es por desidia -terció Rosario-; es que lo van a llamar dentro de poco para un trabajo.

     A la señora se le puso una sonrisa de esperanzada felicidad:

-          ¡Qué bueno! ¿Y en qué va a ocuparse?

-          Es una empresa de ámbito nacional, que necesita trabajadores para Cataluña.

     Dolores pareció perder el interés, al escuchar aquella referencia regional. En cambio, Rosario mostró curiosidad:

-          ¡No me habías dicho…! No te mandarán a Barcelona.

-          Lo más probable: Es donde tienen la mayor plantilla.

***

     Lo del encuentro con Ela creo que tuvo más de preparado y, sin duda, de prolongado. Estábamos, una vez más, merendando en el Café del Prado, cuando se nos acercó una pareja joven. A la chica no me costó nada identificarla, gracias a las fotografías que había visto en el informe policiaco. El caballero, bastante mayor que ella, resultó ser su novio, un pintor de cierta fama con el que estaba a punto de casarse. Se hicieron las presentaciones y el bueno de Dionisio completó mobiliario y víveres para que formásemos los cuatro mesa redonda.

     Hora y media más tarde, nos despedimos tras una charla muy animada, en que habían salido a relucir los temas más variados, desde el futuro de Polonia cuando acabase la Guerra Mundial, hasta el mercado del arte y las tremendas deficiencias de la Universidad de Madrid, destrozada la Ciudad Universitaria y desterrados o represaliados muchos de sus mejores profesores. Yo me mostré abierto y sincero, no doliéndome prendas en las críticas a la situación vigente en España y a mi convicción de que los vientos soplaban francamente a favor de los Aliados. Ela hablaba y hablaba, ante el silencio admirativo de Rosario y los escuetos comentarios y apostillas de su galán, al que, seguramente por broma, llamaba, no por su nombre de pila, sino por su sonoro apellido, Gassent. El momento temido hubo de llegar, cuando Ela me formuló la pregunta incontestable:

-          Charo me ha dicho que te vas a trabajar dentro de poco a Cataluña. ¿En qué vas a ocuparte?

     Decidí acabar con el dichoso tema de curiosidad de una vez por todas:

-          Perdona, pero es que la empresa no me permite hablar de ella, ni de su dedicación. Me parece un capricho sin mucho fundamento, pero, tal y como están las cosas por el mundo, acepto la orden y punto en boca.

     Ela, dada su dedicación a la causa polaca, tenía que comprender perfectamente aquella reserva. No obstante, se mostró sorprendida, aunque no insistió:

-          Bueno -dijo con una media sonrisa-, si te pagan bien…

-          En eso han quedado; ya veremos…

Biblioteca del Ateneo de Madrid

     Aquella tarde de conversación tuvo su transcripción en el siguiente informe a Benavides:

     … He tenido conocimiento de que la señorita Sikorska contraerá próximamente matrimonio con el pintor, don Severo Gassent, con estudio abierto en la calle Príncipe de Vergara de esta capital. Es de suponer que este cambio de estado implique cierto abandono de sus actividades políticas, así como que disminuya la frecuencia e intimidad de su relación con la señorita Dupré. En cualquier caso, sigo sin encontrar indicios de que esta mantenga contacto con la familia Sikorski para otra cosa que conservar su amistad y los evidentes beneficios de toda índole que la misma pueda reportarle…

     Y, en lo referente a la impresión que yo le había producido a Ela, Rosario me tranquilizó:

-          Está admirada de que un español se atreva a hablar en Madrid de manera tan desenfadada. Por otro lado, se puso en plan de hermana mayor -aunque es un año más joven que yo- y me dijo que era una lástima que tuvieses que marcharte a Cataluña porque, textualmente, serías una influencia muy positiva para mí. ¿Sabes lo que se le ocurrió?

-          Que renunciara a mi empleo.

-          ¡Quia, hombre! Que yo me volviera a Barcelona y siguiese allí con la carrera. ¿Te imaginas? ¡Qué horror!

-          Mujer, ¿tan mal te fue en el tiempo que estuviste a los pies del Tibidabo?

-          Algún día que me sienta con fuerza, te cuento; o, mejor aún, te dejo leer una selección de mis papeles, para que te empapes.

     Ni que decir tiene que empecé a atar cabos y lo consigné cautelarmente para conocimiento del comisario. Las cosas parecían avanzar, por fin, a velocidad de crucero. Pero estaban a punto de alcanzar una velocidad máxima, que estuvo en un tris de hacerlas naufragar.

 

 

3.   Epifanía en una escalera


  No era el primer incidente de prepotencia falangista que había presenciado en la Facultad, pero hasta entonces había optado por la pasividad. Aquella mañana de primeros de noviembre entendí que un policía ha de valer para algo y que -según nos habían inculcado con insistencia- está de servicio permanente. Es el caso que, subiendo la escalera principal, entre el primero y el segundo piso, me di de manos a boca con un grupo de chavales -algunos, talluditos- de camisa azul, portando montones de libros, en sacos o directamente en brazos, camino de lo que sería evidentemente uno de aquellos holocaustos bíblicos -quiero decir, de libros-, que remedaban los realizados bastantes años antes por los nazis[10]. Un bedel entrado en años los seguía, tratando entre lamentos de salvar algún ejemplar de la quema. Y, lo que acabó por indignarme: un profesor de Letras que subía la escalinata, entendiendo que trataba de cerrarles el paso, fue brutalmente apartado y perdiendo pie, fue a caer varios escalones más abajo[11]. Me excité y, agarrando a uno de los hombres del saco, les dije algo así como que ya estaban desandando el camino y devolviendo los libros a la biblioteca. El gerifalte de los incendiarios me contempló despectivamente y preguntó que a título de qué me metía en sus cosas, a lo que yo respondí que de inspector de Policía, dando vuelta a la solapa para que vieran mi placa. El tipo debía contar con más altas agarraderas pues me desafió:

-          Una placa, ¿y qué más?

     Esta vez me desabotoné la chaqueta:

-          Esta Star[12], que manejo como los ángeles -insólita comparación, por cierto-.

     Se pararon en seco, aunque no me habría extrañado que también varios de ellos portasen armas de fuego. Insistí, con un corrección que pudo evitarme una reacción muy peligrosa:

-          Y ahora, dejad todos los libros aquí mismo y la próxima vez que volváis por más, aseguraros de traer permiso del Rector o del Ministro de Educación.

     Acataron el mandato, si bien el jefecillo todavía rezongó:

-          Esto no va a quedar así.

-          Claro que no, repuse, muy tranquilo ya. Vas a darme tu filiación para que conste en el informe que presentaré de este asalto en la Dirección General de Seguridad.

     Lo hice aquella misma tarde, con referencia al bedel que había presenciado el expolio y al profesor -de cuyo nombre no quiero acordarme-, que hizo todo lo posible por no figurar en mi denuncia. También recogí la referencia de los libros que me parecieron más antiguos y valiosos, aludiendo al número total de los salvados de la quema: 246. Benavides, entre orgulloso y preocupado, me largó un réspice:

-          En lo sucesivo, recuerde que lo primero es no echar a perder el servicio que se le haya encomendado.

-          No hay cuidado. La chica no andaba por allí esta mañana.

-          Verá lo que tarda en enterarse.

-          Pues, si es así, ya me encargaré yo de que me respete y obedezca, como lo tuvieron que hacer esos chiquilicuatres metidos a pirómanos.

     Benavides sonrió con sorna:

-          Ándese con ojo. A veces, una mujer es más peligrosa que cincuenta hombres.

***

     Benavides me puso en la buena línea: mejor ir por derecho que dar explicaciones a posteriori. De cualquier forma, tampoco había necesidad de contarle a Rosario que ella era el objetivo de una operación que me había llevado a dispensarle atención y afecto. Al día siguiente, la llamé por teléfono y quedamos citados en la Cacharrería del Ateneo para aquella misma tarde.

Paraninfo de San Bernardo (Madrid)

-          No sé si sabes -inicié la confesión- que ayer por la mañana tuve un pitote en San Bernardo con un grupo de falangistas…

-          Algo me han contado -aclaró Rosario-, pero no tenía muy claro que hubieses sido tú, porque me han dicho que el lío había sido con un policía.

-          Servidor es inspector de policía desde el pasado mes de julio, a la espera de su primer destino en Barcelona, como ya te había dado a entender.

     Era mucho decir, pero ella no me echó nada en cara, sino que exclamó:

-          ¡Chico, que momento! ¡Cómo me habría gustado haberlo presenciado!

-          Mejor que no. No fue plato de gusto y, además -bromeé-, no me agradaría que hubiesen dicho que lo había hecho, no por amor a los libros, sino por presumir ante una chica guapa que me acompañaba.

     Ella seguía a lo suyo, como si yo no la hablara:

-          Ya es hora de que se meta en cintura a esos tipos, que va para cinco años que se acabó la guerra… ¿No te buscarán las vueltas, verdad? Ten mucho cuidado.

-          Ya he presentado el oportuno informe y el comisario creo que me apoya. En último extremo, si para ser policía en España hay que dejar que cierta gente cometa delitos en tus narices, vale más devolver la placa…

-          … Y la pistola, ¿no? Porque dicen que la sacaste.

-          No llegó a tanto la cosa. Bastó con enseñársela. Suerte que la llevaba, porque no suelo hacerlo de día y en sitios tan respetables.

-          Fíate de la Virgen del Pino, pero lleva un buen garrote… Bueno, si no tienes más que contarme, vamos a tomar un café, que no estoy hoy para estudiar, con tantas emociones… Y pago yo, que me acaba de llegar el giro mensual de mi padre.

***

     Como si la alusión a su padre le hubiese despertado los recuerdos, Rosario fue pasando de una cosa a otra, hasta revelarme una parte del secreto que podía haberla hecho como era. Ya saben: carácter y circunstancias, los dos ingredientes que dicen se mezclan e integran para formar nuestra individualidad.

    Era esa hora, entre el café de sobremesa y la merienda, en que el Prado estaba casi solitario. Ello debió facilitar la efusividad de mi interlocutora:

-          Ya ves, doscientas míseras pesetas al mes, siendo un ingeniero de mucho éxito, pero, claro, al morir mi madre, se casó con una cualquiera y ahora, una pensioncita y arréglate como puedas.

-          Si, la verdad es que poco puede hacerse con ese dinero. Menos mal que te ha acogido tu tía Dolores, aunque tampoco a ella le sobre el dinero.

-          Por supuesto; aunque no suele aceptármelo, el caso es que la ayudo en lo que puedo. Es mi sino: estudiar, aunque no me interese, para que mi padre no tenga disculpa para desheredarme en vida, y tener que gorronear en casa de mis parientes, lo mismo en Barcelona que aquí.

-          ¡Ah, es verdad! Habías quedado en contarme lo de la Ciudad Condal e, incluso, dejarme leer tus memorias…

-          No son propiamente unas memorias, sino el borrador de una novela, que llevo muy avanzada, pero que todavía no sé cómo acabarla.

-          A mí no me interesa mucho la literatura, la verdad, pero hojearé con gusto cuanto me des, para poder conocerte mejor.

-          En el fondo, de no haber sido por mi orfandad, mi historia habría sido de lo más vulgar: un desengaño amoroso, la familia paterna destrozada por la guerra y una chica que llegó a Barcelona a comerse el mundo y, si no llega a ser por Ela y algunas otras buenas amigas, casi se la come el mundo a ella.

     Me había puesto a tiro una de las claves para mi informe a Benavides. Decidí ahondar:

-          Mucho tienes que querer a tu amiga polaca para haberla seguido hasta Madrid, cuando su familia se marchó de Cataluña.

-          Mucho, sí: a ella y a sus padres. Han sido la familia que yo no he encontrado en la Península y un modelo de vida y de valores. En fin, ahora que se va a casar, supongo que perderemos la intimidad que hemos tenido todos estos años.

-          Así pues, no te han metido nunca en sus manejos políticos…

-          Jamás. Son cosas en favor de sus compatriotas, que yo alabo, pero que ni entiendo, ni comparto.

-          Y lo de dejar Filosofía y Letras por Derecho… No será porque te guste estar rodeada de chicos…

     Se echó a reír y contradijo mi humorada:

-          Justo todo lo contrario. En Barcelona, los estudios de Letras me pusieron en contacto demasiado estrecho con un montón de artistas y escritores, que me metieron en una vida bohemia poco recomendable y me quitaron las pocas ganas que tenía de estudiar: Con decirte que, en dos cursos, no aprobé ni una asignatura... Cuando me vine para Madrid, con casi veintiún años, decidí que era el momento de madurar y tomar en serio mi futuro. No sé por qué, entendí que el ambiente de Derecho sería menos metafísico que el de Filosofía. Me parece que he acertado en eso, pero no acabo de centrarme.

-          Será que no encajas en una ciudad que, salvo por la familia de Ela, te resulta desconocida y fría. De todas formas, ya has aprobado en un año cinco asignaturas…

-          El primer impulso, Roberto, pero ya se me está acabando el fuelle. Querría presentarme en convocatoria extraordinaria a Penal, pero no soy capaz de abrir el libro.

-          ¿El de Cuello Calón? Es muy claro, solo que tenemos ahora una legislación que no hay quien sea capaz de armonizarla, con un Código de la República y un montón de leyes especiales del nuevo régimen. Pero para algo ha de servirte tener un amigo policía: Voy a hacerte unos resúmenes, que te vas a chupar los dedos.

-          Pues no perdamos tiempo -dijo mirando el reloj-. Con solo escucharte, me han entrado ganas de estudiar… ¿Tienes algo donde guardar esto?

     Señaló su cartapacio, al tiempo que lo abría. Pues no, no tenía nada, pero se me ocurrió una idea:

-          Mientras vas para el Ateneo, entraré en una papelería y me haré con unas carpetas. Luego te recojo y me entregas lo que te parezca bien.

      A mi vuelta, salimos a la calle. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, de pies a cabeza.

-          Mujer -la censuré-, a quien se le ocurre lucir el tipo, en vez de ponerte un abrigo.

-          Ha sido el contraste de temperatura. En cuanto me ponga a caminar a mi aire, se me pasa.

     Aquella noche, no antes de la una de la mañana, tenía lo esencial del informe para Benavides. Solo tuve que esforzarme en no hacerlo tan completo, que le diera por mandarme a Barcelona de inmediato, por haber concluido mis indagaciones.

     Finalmente, con el consentimiento de su autora, he tenido acceso a los documentos que la señorita Dupré lleva habitualmente consigo y deja leer a algunos de sus amigos, en la Universidad y fuera de ella. Se trata del borrador de una extensa novela -actualmente, alcanza unas mil cuartillas-, que trata de la vida de una muchacha que, por diversas razones, se traslada a vivir a Barcelona con su familia paterna y desarrolla una vida bastante bohemia, mientras estudia Filosofía y Letras en dicha ciudad. La protagonista, seguramente con muchas connotaciones autobiográficas de la autora, sufre numerosos desengaños y parece resultar muy afectada por las desavenencias familiares y la pobreza que la rodea. Acompaño copia de algunos fragmentos de texto, para mejor conocimiento y comprensión del mismo…

     … En todo caso, y salvo mejor criterio de usted, opino que se ha despejado cualquier duda sobre el contenido y objetivo de los papeles de la señorita Dupré, y demostrado que el motivo de su asistencia a la Universidad tiene un objeto exclusivamente académico. Con todo, procuraré aclarar dos circunstancias consideradas como “sospechosas” por el informe previo acerca de ella: La razón de haberse trasladado a esta capital, siguiendo a su amiga, Elzbieta Sikorska, y el posible contenido político de la relación que guarda con los padres de dicha señorita…

     No conocía esa faceta del comisario Benavides, pero lo cierto es que, además de aprobar la marcha de mis indagaciones, no dejó de fijarse en el estilo de los pocos trozos de la novela que yo había recogido literalmente. Me comentó:

-          La chica tiene madera. ¡Hay que ver lo bien que describe ambientes y personajes! ¿No podría dejarme unos capítulos para leerlos?

-          Solo si me promete hacerlo en unos días. No quiero que sospeche de mí, ahora que sabe que soy policía. Le he prometido devolvérselo todo en una semana.

-          De acuerdo, inspector. Tendría gracia que hubiésemos descubierto a otra Pardo Bazán, concluyó.

***

     El día en que fui nuevamente a ver al comisario, a fin de que me restituyese los capítulos que le había prestado, le presenté una nueva entrega de mi informe, temiendo que no le gustara la levedad del mismo. Hacía referencia a la cuestión clave de las razones por las que se había forjado tanta intimidad entre Ela y Rosario, así como con los padres de aquella, si es que no tenían nada que ver con las actividades políticas y de espionaje a que los Sikorski obviamente se dedicaban. Para mi sorpresa, Benavides me dio la tarea hecha y fueron inútiles todas mis objeciones.

-          Déjate de eufemismos y medias tintas -me dijo, tuteándome por vez primera-. Me ha bastado con leer lo que me dejaste, para captar inmediatamente lo que hay entre esas dos chicas… ¿Pero no caes?

-          La verdad, comisario, no veo adónde quiere llegar.

-          Te voy a dar una pista: ¿Qué tal le ha sentado a tu amiga que Ela vaya a casarse?

-          No parece que le haya hecho mucha gracia. De todas formas, su madre le ha prometido que nada va a cambiar con la boda, que seguirán siendo su familia y su casa, esté Ela o no.

-          Claro, a nadie le agradaría perder un afecto y un apoyo así, pero el verdadero meollo es otro, amigo Diéguez… ¿Qué, sigue in albis o es que no quiere pensar mal de la chica?... Ande, aquí tiene papel y lápiz. Escriba lo que voy a dictarle:

     De todo lo averiguado sobre la informada, puede colegirse que, entre ella y la señorita Sikorska había nacido en Barcelona un profundo sentimiento de cariño, seguramente superior al de una mera amistad, siendo ese el motivo principal por el que Rosario decidió trasladarse a Madrid, tan pronto lo hizo Elzbieta, manteniendo la relación en los mismos términos, cuando menos, hasta el momento en que se ha hecho inminente la boda de esta con el pintor Gassent. Secundariamente, en la decisión de abandonar Barcelona concurrieron motivos de profunda y justificada desavenencia con los miembros de su familia con los que allí convivía. Y, en cuanto al hecho de que la señorita Dupré frecuente tanto a la familia Sikorski -situación que probablemente continuará después de la boda de Elzbieta-, no se han encontrado otros motivos que el de mantener la relación de ayuda económica y moral a una joven tan amada e influida por su hija.

-          Léelo en voz alta -agregó-… Está bien, no cambies nada y hazlo constar en el siguiente informe que me presentes, que será el penúltimo.

-          Pero, comisario, ¿no le parece que Rosario queda a la altura del betún? Ahí es nada: inclinada a las mujeres y gorroneando.

-          ¡Alto, alto! ¿No te han enseñado que la verdad tiene muchos matices? Es lo primero que debe saber todo policía. Esa chica, joven, pobre y con talento, está luchando todavía por definir su personalidad y hallar su lugar bajo el sol, como Diógenes. Dejemos que consiga una cosa y otra, sin ponerle más dificultades de las que ya tiene. Con lo que te he dicho que escribas, te aseguro que las altas instancias la dejarán tranquila y podrá seguir tratando a la familia Sikorski sin el menor problema con la Policía.  

Café del Prado (Madrid), en su agonía

     No quedé muy convencido con aquella forma de favorecer a Rosario, pero poco podía hacer, sino rezar para que semejante informe -que yo habría de firmar- fuese visto por la menor cantidad de gente posible. Dadas las circunstancias, estoy seguro de que mi oración fue atendida.

-          Ha dicho usted el penúltimo informe, agregué. ¿Quiere que trate algún tema determinado en el último?

-          Hay que cubrir todas las referencias que sobre Rosario figuran en el expediente. A ver cómo te las arreglas para charlar sobre ella con la profesora Assens que, por cierto, con ese apellido[13] y sus antecedentes, no me explico cómo la dejan enseñar en un Instituto de Madrid.    

 

 

4.   Un premio de abrigo

 

    Se lo sugerí a Rosario, que lo recibió entre sorprendida y halagada:

-          ¿Por qué no me presentas a esa antigua profesora tuya que tanto ponderas? Me gustaría conocerla, aunque solo sea porque yo no tuve la suerte de tener maestros que, en mi opinión, fuesen dignos de recuerdo.

-          Más fácil no puede ser. Ya sabes que el Instituto Lope de Vega está en la misma calle de la Facultad, un trecho más arriba.

-          Pues entonces podríamos quedar con ella en el recreo, o cuando tenga alguna hora libre, y tomarnos un café los tres.

     La cosa fue un poco más solemne, pues acabamos dos tardes después en el consabido Café del Prado, ya que la profesora vivía cerca, en la calle de las Huertas. La señora Assens era una cuarentona, algo gruesa y de rostro simpático, que hablaba de la forma exacta y reposada que se supone a los de su profesión, y más, si enseñan Lengua y Literatura. No fue nada difícil encontrar tema de conversación, dado que doña Remedios estaba prendada de la personalidad y cualidades de su ex alumna, desde los tiempos de Las Palmas, donde, por cierto, la había llevado un no breve periodo de expediente de depuración que, finalmente, había concluido sin mayores consecuencias. En 1941 había podido reintegrarse a su plaza de Madrid, aunque cambiando de Instituto. Ella lo explicaba así:

-          Al acabar con la coeducación, al Lope de Vega le tocó cargar con las niñas, cosa que, a diferencia de otros colegas míos, yo acepté encantada. Mira tú por dónde, podría despertar en las mujeres el amor por la palabra y la literatura, si tuviesen cualidades, hasta animarlas a seguir la vocación de escritoras. Por cierto, Rosario fue, en ese sentido, mi mejor alumna en Canarias; y eso -se reía- que tardó bastante en dejarse caer por clase.

-          Usted sabe por lo que era, doña Reme -replicó Rosario, poniéndose colorada-.

-          Lo sé, lo sé, confirmó la señora. Lo que no sé es la razón por la que has dejado de escribir o, cuando menos, te niegas a publicar lo que creas.

-          Estoy practicando el estilo y puliendo algunos relatos -se disculpó a medias la joven-.  Quizá no tarde en entregarle un original, para que lo valore y corrija.

     Dijo esto mirándome de soslayo, como pidiéndome que no revelase lo que ella no deseaba que se supiese aún. Doña Remedios la corrigió:

-          A cierta edad, hija, el estilo ha de ser solo la sinceridad; y, en cuanto a que yo haga de juez o de crítica… En fin, si es porque te decidas al fin a darte a conocer, aquí me tienes.

     Yo seguía con lo mío, es decir, lo de Benavides. Le pregunté directamente:

-          Assens es un apellido poco corriente. No será usted familia del conocido escritor…

-          No tengo ese gusto, y bien que lo siento porque es una gran persona y un excelente polígrafo. De todas formas, el apellido es bien conocido en idioma catalán pues es el gentilicio correspondiente al nombre propio Asensio. De hecho, si le quitas una ese y le colocas al final una i, tienes Asensi, que sí que es frecuente en catalán.

     Aclarado, y con todo detalle. Ya solo me faltaba insistir un poco en lo de las cualidades literarias de Rosario:

-          Entonces, según usted, merece la pena que alguien empuje a esta moza por el despeñadero de las editoriales…

     Doña Reme rio con mi expresión tremendista:

-          ¡Jesús! -exclamó-, malos son los editores, pero tampoco tiran a nadie a un precipicio. Hay que animarla. Seguro que, si vence el pudor literario, llegará lejos. Y bien que merecería la pena: por ella y por las mujeres que hayan de transitar el camino que otras vayan abriendo.

***

     Me disponía a redactar el que sería último informe para Benavides, cuando el comisario me dio un telefonazo, casi literalmente hablando:

-          Diéguez, pásate por Alcalá, 44 esta tarde, a las seis, y pregunta por el camarada Elola[14], diciendo que vas de parte del Director General de Seguridad. Se trata de que pidas disculpas por el lío que organizaste hace unos días en la Universidad.

-          ¿Dar disculpas yo? Creí que quien debía pedir perdón era el ladrón e incendiario de los libros de una biblioteca pública.

-          ¡Déjate de guasas, que mi trabajo me ha costado suavizar el primer arranque del Director General! De todos modos, para tu tranquilidad, te diré que el incendiario también estará presente en la reunión y pedirá excusas.

-          Bueno, siendo así… Vamos, que pelillos a la mar.

-          Exactamente, inspector… Y gracias por dejarte ayudar, concluyó con ironía.

     La verdad es que todo fue como la seda. Elola dio por sentado, viéndome allí, que estaba dispuesto, no solo a disculparme, sino a mirar para otro lado, si volvía a coincidir con los hombres del saco. Por su parte, el camarada Fragoso masculló unas excusas por la excesiva energía desplegada por el comando a sus órdenes. El Delegado Nacional pronunció unas palabras sobre lo importante que era la armonía dentro del Movimiento y nos despidió con un: Fragoso, enséñele al inspector la casa.

     A la hora vespertina a que estábamos, casi todo el edificio estaba apagado y medio vacío. El tal Fragoso optó por hacer un breve recorrido por dependencias del SEU[15] y del Frente de Juventudes. En una de estas, varios jóvenes parecían estar preparando algún comunicado. Mi acompañante debía de estar al tanto, pues me dijo:

-          Para que compruebe que, aunque quememos algunos libros, nos preocupa la cultura, vea lo que estamos organizando para el próximo Día de la Madre[16].

     Se trataba de convocar un concurso de relatos breves, tamaño plana de periódico, para loar el comportamiento de las madres que, durante la guerra civil, habían tenido a sus hijos en el frente.

-          Pues ya pueden darse prisa en publicar la convocatoria-opiné yo- porque estamos a menos de tres semanas del día señalado.

-          Tampoco se trata de escribir una novela -me replicó Fragoso, algo mosqueado-.

-          ¿Y cuál será el premio?, inquirí para suavizar la conversación.

-          No está nada mal, contestó: 1.500 pesetas[17] y publicación en toda la prensa del Movimiento.

Alcalá, 44 (Madrid), aún con el yugo y las flechas

 

***

     La oportunidad la pintan calva -dice el refrán-, pero en este caso la representaron ligera de ropa. Quiero decir que, en el mismo día que aparecía en los diarios madrileños la convocatoria del famoso premio de relatos por el Día de la Madre, me encontré con que Rosario acudía a la Universidad con su sencilla gabardina de costumbre.

-          Chica, le dije, muy poco abrigada vienes con la mañana que hace.

     Me contestó de una forma desabrida, que me descolocó:

-          Si tuviese abrigo, ¿te figuras que lo iba de dejar en el armario?

     Aguantamos un par de clases. Seguidamente, tomamos el camino de la Gran Vía para tomar un café en Fuyma[18]. Cogí de la barra el diario Arriba[19] y, mientras se acercaba el camarero, lo hojeé, hasta dar con la noticia que buscaba:

Convocatoria del I Certamen de relatos sobre el Día de la Madre

     El Frente de Juventudes convoca un certamen de relatos breves para conmemorar el Día de la Madre, a celebrar el próximo 8 de diciembre… Las bases del concurso son las siguientes: … 2ª. Los relatos serán originales, con una extensión de entre cuatrocientas y quinientas palabras, y versarán sobre el siguiente tema obligado: “Influencia de la madre en nuestro comportamiento heroico durante la pasada Guerra”. 3ª. Los relatos, mecanografiados a doble espacio y firmados, serán enviados por correo o presentados personalmente en la sede nacional del Frente de Juventudes, calle Alcalá, número 44, cuarta planta, de Madrid, debiendo obrar en poder de los organizadores a las doce horas de la noche del próximo viernes, 3 de diciembre.  4ª. El jurado, que presidirá el camarada Delegado Nacional, José Antonio Elola-Olaso, concederá un único premio, consistente en la cantidad de 1.500 pesetas en metálico; siendo el fallo irrecurrible. 5ª. El relato premiado se publicará en todos los diarios y revistas de la Prensa del Movimiento, a partir de la víspera del Día de la Madre, durante un periodo de seis meses, pasando seguidamente a la plena y exclusiva propiedad del autor…

     Estaba aún leyéndolo, cuando Rosario puso una mano sobre mi brazo, y se disculpó:

-          Perdona mi salida de tono de antes, pero es que, aunque no lo parezca, vengo caliente de casa.

     Me contó. Entre que no le sobraba el dinero y que ya estaba harta de la cicatería del padre de Rosario, la tía Lola había escrito a aquel para que redondeara el giro del mes de noviembre, enviando un dinero adicional para comprar un abrigo, que Madrid no es Las Palmas, ni Barcelona, y la niña va a cogerse una pulmonía si sigue saliendo a la calle de gabardina. Los días habían pasado y el ingeniero de Las Palmas no había respondido. Justamente, el día antes habían recibido la cantidad correspondiente al mes de diciembre, algo antes de lo habitual; pero, cuando esperaban que tal adelanto fuese debido a la petición de Dolores, se habían encontrado con que seguían siendo las míseras doscientas pesetas de siempre. Unas lágrimas de rabia afloraron al rostro de Rosario, que yo me apresuré a enjugar moralmente:

-          No te apures. Tengo la solución.

-          No irás a decirme que me adelantas tú el dinero, hasta que le dé a mi padre por hacerme el aguinaldo -dijo con retintín, poniéndose en guardia-.

-          Algo así -admití-, pero no hasta que San Juan baje el dedo sino, exactamente, hasta el 8 de diciembre.

     Charo puso cara de extrañeza, mientras yo le tendía el Arriba por la página pertinente.

-          Certamen de relatos -leyó-… No pretenderás que concurse en algo organizado por esos energúmenos falangistas.

-          Di, más bien -la reté-, que no te sientes en condiciones literarias de conseguir el premio.

     En fin, cuarenta minutos y cuatro cafés más tarde -dos por cabeza-, obtuve la aquiescencia provisional de la futura escritora, con dos condiciones, que habría de arreglarme para cumplirlas: El relato no sería presentado con su nombre real y le aportaría para redactarlo de manera fascista algún texto alusivo, redactado por las cabezas pensantes del Régimen. Con mi habitual optimismo ante Rosario, afirmé con convicción: Eso está hecho. Charo gruñó:

-          De acuerdo, cumpliré con mi parte, pero de adelantar tú el dinero, ni hablar. Yo me encargo: O pulmonía, o premio.

-          Está bien, señorita concursante. Manos a la obra.

***

     Al día siguiente, me presentaba en la Casa de las Siete Chimeneas[20], dispuesto a obtener material e información para Rosario, naturalmente, sin confesar su finalidad última. Había tantas chicas donde elegir, que opté por la que me pareció de más edad, cuya camisa azul prometía un cierto nivel de doctrina. Oír la palabra madre, eclipsarse y reaparecer al instante con una cartilla, fue todo uno. Leí: Cartilla de la madre, año 1940, por la Delegación Nacional de la Sección Femenina de FET y de las JONS. La hojeé y comprobé que era poco más que un prontuario de puericultura. Decidí dar más detalles:

-          Me parece que quiero algo más fuerte, más profundo, sobre las madres que han dado a sus hijos para la salvación de la Patria.

     Se le iluminó la mirada:

-          Tengo por aquí algunos discursos de nuestra Delegada Nacional[21], que le van a venir al pelo, pero esos no puedo dejárselos sacar de aquí.

-          No se preocupe. Puedo pasar a la biblioteca y tomar unas notas.

     Así hice, copiando a vuelapluma algún fragmento y varias frases sueltas, que rezumaban heroicidad y altruismo por los cuatro costados. A la media hora reaparecí. Mi mentora se sorprendió:

-          ¿Ya acabó usted? ¿No necesita nada más?

-          Nada. Muchas gracias. Son ustedes muy amables.

-          Llévese la Cartilla, para su señora.

-          Soy soltero, aunque no sé por cuanto tiempo.

     Se ruborizó levemente:

-          Entonces, para alguna hermana -sugirió-.

     No me privé de llevar en mano el material de trabajo a casa de Charo. Su tía, que algo sabía, me hizo esta indicación:

-          Esta Charo es a veces una terca. Yo misma estoy dispuesta a comprarle el abrigo con la próxima extraordinaria de Navidad, pero se le ha metido en la cabeza que lo va a pagar ella no sé cómo y ahí anda en su cuarto, poco menos que encerrada y sin salir siquiera a cenar.

-          Pues llévele de mi parte este par de folios y dígale que, en cuanto acabe eso tan importante que está haciendo, que me llame sin falta.

     Haciendo de la necesidad virtud, se había puesto en marcha un impulso creador, que a saber hasta cuándo habría de durar.

***

     Al cabo de tres días, recibí la esperada llamada de Rosario. El pastel ya había salido del horno. Tan solo faltaba que yo se lo pasara a máquina, ya que ella no tenía, y resolviéramos sobre la forma trucada de identificar a la autora. Gracias a lo primero, tuve ocasión de recontar las palabras -cuatrocientas sesenta y tres- y de ser el primer lector de aquellas líneas que luego -es un decir- habrían de ser conocidas de media España. La verdad es que, para quien era buen amigo de Charo y no tenía el don de la creación literaria, el relato era atractivo y muy bien escrito, aunque un poco truculento, a tenor de la base segunda del concurso. Un muchacho falangista moría en combate y, mientras agonizaba, imaginaba a sus dos madres -la biológica y España- debidamente correspondidas por su heroicidad, pues de ellas había recibido la vida y a ellas se la retornaba. Todo, bien adobado y rebozado de fraseología falangista de primera época, tan bien traída, que quien no conociera a Charo, daría en pensar que teníamos en ella a una émula de la Primo de Rivera. En consecuencia, tendríamos que disfrazar a la autora, no solo por timidez, sino también por vergüenza.

     Aunque aún quedaran días de plazo, tan pronto concluí la mecanografía, metí original y dos copias en un sobre tamaño folio y llamé a Rosario, a fin de que firmase uno y otras y me acompañase a la sede del Frente de Juventudes, para entregarlo. En el camino, surgió la duda sobre el apellido que inventaríamos para la autora. Yo ya llevaba pensada la solución: Charo del Prado. A ella no la convencía mucho:

-          Es como si no cambiase nada. Todos mis amigos saben el suficiente francés como para entender que del Prado es la traducción al español de Dupré.

-          No le des más vueltas -zanjé-. En las bases no se admite expresamente seudónimo; luego esa es la única solución, para la que ya tengo pensada una respuesta infalible, si nos ponen pegas.

     Charo consintió tácitamente. Creo que lo de la infalibilidad la había calado hondo.

     En el mostrador pertinente recogieron el material y tomaron nota. No pusieron objeción ninguna al familiar Charo, pero, al llegar al Del Prado:

-          ¿Cómo que del Prado? Aquí pone Dupré.

    Era mi gran momento:

-          ¿No conoce las consignas del Generalísimo? Nada de nombres en idioma extranjero, ni mucho menos en francés, que ya sabe cómo se portaron en la guerra civil.

     El joven camarada tragó saliva y titubeó:

-          Pero es que cambiar el apellido…

-          Un apellido que va a leer media España. Produciría muy mala impresión.

     Las dudas proseguían. Habría de usar el argumento de autoridad. Tiré de placa y lo conminé:

-          Escriba del Prado y acabemos de una vez. Yo respondo.

     A la salida, Rosario me bajó los humos:

-          Seguro que va con el cuento a sus jefes y queda todo en agua de borrajas.

     Le repliqué algo molesto y con bastante mala intención:

-          Eso no es nada comparado con lo que va a pasar cuando vayas a cobrar el premio y vean que no te apellidas del Prado.

     Abrió ojos y boca hasta tal punto, que me hizo reír:

-          Vamos, vamos. No reproduzcamos el cuento de la lechera.

     Caminamos hasta la Puerta del Sol y, como quien pasea a la ventura, la llevé hasta esos grandes almacenes que acababan de abrir en las inmediaciones[22]. Los maniquíes del escaparate lucían hermosos abrigos. Me fijé en uno beis, con cuello de piel. Se lo señalé y dije:

-          Ese tiene muy buen aspecto; claro que habría que saber de qué tejido está hecho.

     Charo suspiró, apretó aun más el nudo de la bufanda y respondió:

-          ¡Ay, Roberto! Mi abrigo, si lo consigo, estará hecho de sueños.

     En fin, cualquiera que fuese el material del que estuviera hecho, la señorita Charo del Prado -joven y patriótica escritora que con este relato sale brillantemente al palenque de la literatura- pudo, una semana más tarde, tener su abrigo.

Casa de las Siete Chimeneas (Madrid)

    

5.   Epílogo


     Otro año, otra ciudad, otro premio. Yo me enteré en Viella, donde muchos policías de Barcelona seguíamos haciendo indagaciones y buscando cómplices de aquella loca aventura que había sido la invasión del Valle de Arán por guerrilleros antifranquistas[23]. Le mandé mi felicitación por carta, a casa de la tía Lola. Tomando pie en su famosa frase del abrigo, le decía entre otras muchas cosas:

     … Me alegro infinito de que aquellos sueños hayan podido convertirse en realidad.

     En su respuesta, breve y afectuosa, no perdía la costumbre de llevarme la contraria:

     Por lo que voy sintiendo y viviendo, tengo muchas dudas de que la conversión de mis sueños en realidad haya de ser motivo de alegría, ni para mí, ni para mis amigos.

     Hoy, muchos años después, con la vida de Charo a la vista -por no hablar de la mía-, estoy convencido de que su respuesta no fue fruto de las ganas de polemizar, sino de la clarividencia[24].




 

   

 



[1] Desde 1941, los policías nacionales seguían cursos obligatorios de formación, tanto para ingresar en el Cuerpo, como para ascender a comisario. Hasta 1946, la Escuela de la Policía Española radicó en la calle Fernández de la Hoz, número 43, de Madrid.

[2]  Ante los graves daños sufridos por la Ciudad Universitaria de Madrid durante la guerra civil, las Facultades regresaron a la zona céntrica de Madrid. En el tradicional e histórico edificio universitario del Noviciado de los Jesuitas, o Caserón de San Bernardo (calle San Bernardo, nº 49, de Madrid), convivieron las Facultades de Medicina y de Ciencias (primer piso) y las de Derecho y Filosofía y Letras (planta segunda), durante los años a que se contrae el presente relato.

[3]  Término acuñado a finales del siglo XIX, que el franquismo hizo suyo para referirse a quienes juzgaba malos patriotas, por tener ideología contraria a la suya. Al no figurar la palabra en el diccionario de la Real Academia Española, su ortografía es dudosa, acogiendo yo en el texto una de las posibilidades aceptadas por los escasos usuarios actuales del vocablo.

[4]  Policías secretas, o secretas, era la denominación vulgar para los funcionarios del Cuerpo General de Policía (inspectores y comisarios), para diferenciarlos de la Policía Armada, cuyos miembros habían de estar uniformados durante su servicio.

[5]  Eugenio Cuello Calón (1879-1963), catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Madrid entre 1939 y 1949.

[6]  Cambullón es voz que el diccionario de la Real Academia Española vincula en exclusiva a Canarias, aunque le asigna un origen portugués, lo que podría explicar su uso en gallego con un significado similar.

[7]  Ignacio de Casso y Romero (1884-1953), catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Madrid entre 1940 y 1953. Como Director General de los Registros y del Notariado, permaneció en excedencia académica entre 1939 y 1943, habiéndose incorporado a la docencia en abril de este último año.

[8]  El Café del Prado de Madrid (calle del Prado, esquina a la del León) estuvo abierto entre 1868 y 1960. Dionisio fue un camarero famoso de su última época, cuya contestación al saludo ¿Qué hay, Dionisio?, se hizo proverbial: Mucho mal, y mal repartido. Véase M.R. Giménez, antiguoscafesdemadrid.blogspot.com, entrada de 21 de marzo de 2012.

[9] Emilio Mira López (1896-1964), insigne psiquiatra español, que se exilió al acabar nuestra Guerra Civil. El libro aludido por el inspector Diéguez puede ser uno de los siguientes del citado doctor: Manual de Psicología Jurídica, 1ª edic., Salvat, Barcelona, 1932, o, tal vez, Manual de Psiquiatría, 1ª edic., Salvat, Barcelona, 1936.

[10] Los más conocidos fueron llevados a cabo en Múnich, el 6 de mayo de 1933, y en Berlín y otras muchas ciudades de Alemania, cuatro días más tarde.

[11] Episodios de quema de libros a las puertas de la Universidad de Madrid fueron relativamente frecuentes en aquellos años. A título de ejemplo, véanse las memorias de un relevante testigo presencial: Carlos Castilla del Pino, Pretérito imperfecto. Autobiografía (1922-1949), 1ª edic., Tusquets, Barcelona, 1997 (la obra alcanzó el IX Premio Comillas para biografías). Según dicho autor, los libros se apilaban y quemaban en plena calle de San Bernardo, con la sola precaución de no entorpecer la marcha de los tranvías.

[12] Pistolas de alta calidad, fabricadas en Éibar por Bonifacio Echevarría, que tradicionalmente fueron el arma oficial de la Policía española y de otras del extranjero.

[13] Alusión al famoso escritor y traductor, Rafael Cansinos Assens (1882-1964), depurado por motivos políticos después de la guerra civil, aunque continuó viviendo y trabajando en Madrid hasta su muerte.

[14] José Antonio Elola-Olaso Idiacáiz (1909-1976), que fue Delegado Nacional del Frente de Juventudes entre 1941 y 1955.

[15] Siglas del Sindicato Español Universitario, dentro de la estructura falangista y del Movimiento.

[16] A la sazón, y durante muchos años más, se celebró en España el 8 de diciembre, coincidiendo con la fiesta católica de la Inmaculada Concepción.

[17] Puede darse como cifra orientativa del salario medio diario en 1943, la de diez pesetas.

[18] Cafetería sita en Gran Vía 44, que funcionó entre 1931 y 1995.

[19] Periódico madrileño de la mañana, que salió entre 1935 y 1979. La elección de Roberto Diéguez respondía a que pertenecía a la llamada Prensa del Movimiento.

[20] Histórico edificio (siglo XVI) madrileño, sito en la plaza del Rey, a la sazón sede de la Delegación Nacional de la Sección Femenina de Falange.

[21]  Lo era Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1907-1991), que ocupó el cargo entre 1937 y 1977.

[22] Seguramente se trataba del primer establecimiento de Galerías Preciados, cuya apertura databa del 14 de abril de aquel mismo año, 1943.

[23] Episodio histórico que se desarrolló en octubre de 1944. Véase, Daniel Arasa, La invasión de los maquis, Edit. Belacqua, Barcelona, 2004.

[24] Para profundizar sobre el tema, véase, https://carmenlaforet.com, así como los materiales allí recogidos y las fuentes citadas en dicha web.