sábado, 5 de noviembre de 2022

EL POLICÍA Y EL GENERAL. LUCES Y SOMBRAS DE MARTÍNEZ ANIDO

 


El policía y el general. Luces y sombras de Martínez Anido

Por Federico Bello Landrove

 

     Según mi costumbre, pegado a la realidad y con abundantes notas al texto que lo prueban, repaso la historia y la memoria del conocido militar y político, Severiano Martínez Anido (1862-1938), tomando como narrador e hilo conductor a un policía imaginario, que conoció bien a dicho general y fue en su vida muy influido por él, para bien y para mal -o para menos bien-.


 

Severiano Martínez Anido

 

Proemio

 

     Habría asistido de haber tenido conocimiento de ello. Me refiero a la inauguración en Valladolid de un suntuoso mausoleo, al que fueron trasladados los restos de mi General a primeros de junio de 1949[1]. Pero la noticia me llegó, como quien dice, a toro pasado. Con todo, decidí aplicarme el dicho de más vale tarde que nunca y, tan pronto tomé las vacaciones anuales, saqué billete para la capital castellana, a la que no había vuelto desde que, en el año 42, solicité la excedencia en la Policía y obtuve una sinecura en el recién creado Sindicato Nacional del Espectáculo[2], gracias a una modesta e interesada aportación histórica al llamado mito de la revolución comunista, que alentaba como progenitor el entonces famoso Tomás Borrás[3]. Me destinaron como secretario provincial de dicho sindicato a Castellón de la Plana -donde ya ejercía como comisario-, y allí seguía cuando me llegó la susodicha noticia, de que a Martínez Anido[4] se le había tributado un homenaje muy póstumo, a los diez años largos de su fallecimiento.

     En el interminable trayecto por ferrocarril desde La Plana a las orillas del Pisuerga, me dio por aprovechar el tiempo, imaginando que tenía que contarles a mis inexistentes hijos las múltiples razones por las que yo me refería siempre a Anido como mi General. Claro que, de paso, tendría que narrar acontecimientos y opiniones personales, que no siempre me iban a dejar en buen lugar. Con todo, entre la disimulada expectación de los otros ocupantes del departamento, saqué agenda y estilográfica y me dediqué a garabatear una serie de notas y de citas que, poco a poco, se fueron haciendo más extensas y precisas, hasta agotar mi paciencia y el papel en blanco de que disponía. En consecuencia, poco más allá de Cuenca, aborté mi indagación histórica introspectiva y resolví que la continuaría en tiempo y forma -que es lo que suele decirse cuando uno pospone su tarea ad calendas graecas, como oí decir a Borrás, parafraseando a lo refinado el sempiterno vuelva usted mañana celtibérico[5]-. ¡Pues bien! Por esta vez, el día ha llegado: Alcanzada la jubilación y, por ende, la vejez, me he puesto a la máquina y me decido a divulgar lo que hasta ahora había mantenido reservado. Lo hago, lisa y llanamente, porque me apetece. Y, si de la lectura de estas páginas se extrae alguna enseñanza histórica, o un juicio más matizado del general Anido, pues mejor que mejor. En todo caso, ya saben que, si alguien quiere conocer la Historia, no será este el mejor camino para conseguirlo. Advertidos quedan.

 

 

1.      Barcelona, hacia 1917

 

     Tuve la suerte de ingresar en el entonces llamado Cuerpo de Vigilancia en el año 1914, cuando razones de modernidad y de política, habían convertido a este en algo parecido a las Policías de otros países europeos más avanzados en la materia. En efecto: En el año 1908 había empezado a funcionar un centro de formación bastante eficaz para quienes hubiesen aprobado los exámenes de ingreso en Vigilancia. Se trataba de la llamada Academia Teórico-Práctica para la Formación de Policías, inicialmente radicada en Madrid[6], aunque pronto se creó otra academia análoga en Barcelona. Por otra parte, el asesinato del presidente Canalejas en 1912[7] propició la definitiva aparición de dos grandes especialidades dentro de nuestra Policía: la Investigación Criminal y las brigadas de Informaciones y de Socialismo y Anarquismo. Ni que decir tiene que yo opté por ingresar en la Brigada de Investigación Criminal, para lo cual conté con una excelente carta de presentación: La de haber seguido las enseñanzas que, desde el Instituto de Criminología de la Universidad de Madrid, impartían figuras tan señeras entonces, como Salillas, Simarro, Saldaña o Asúa[8], y donde me diplomé con un trabajo sobre los puntos característicos de las huellas dactilares, que dediqué a la memoria del recién desaparecido Doctor Olóriz, y apareció resumido en la Revista de la Facultad de Derecho madrileña[9].

     Valga la precedente presentación de mi modesto currículo para explicar que, aunque me tocó debutar como inspector de policía en la conflictiva Barcelona de 1916, pude librarme del desagradable cometido de combatir directamente el pistolerismo, que ya entonces empezaba a enseñorearse de la Ciudad Condal, no tanto aún por razones laborales y políticas internas, cuanto por los enfrentamientos, con frecuencia sangrientos, entre partidarios de los dos bandos de la Guerra Europea en la que, como sin duda sabrán, España se mantuvo neutral, pero los espías y traficantes de armas pululaban por el país y, muy especialmente, en Cataluña, debido a su posición geoestratégica, a la importancia del puerto barcelonés y a su destacada industria. El hecho es que, en lo que a mí respecta, se me adjudicó un cometido técnico, relacionado con la instrucción criminal, por más que, según fueron pasando los años -bien pocos, por cierto- acabaría, de un modo u otro, por resultar afectado, y hasta alcanzado, por el irrespirable ambiente que se vivía en la ciudad, como recogeré de pasada seguidamente.

***

     Siempre recordaré con afecto al comisario Benavides, que dirigió mis primeros pasos por el distrito de Les Corts. El bueno de Don León -nombre pintiparado para un policía enérgico- esperó cosa de seis meses, hasta ver cómo respiraba yo, así en lo profesional, como personalmente. La verdad es que su interés por mí se me reveló de una manera un tanto vergonzosa:

-          Cifuentes, perdone mi curiosidad, pero no será usted marica…

     Tragué quina -para eso era mi jefe inmediato- y repuse con toda la seriedad y flema del mundo:

-          Hasta ahora, no, señor, pero en esta Barcelona tan degenerada uno nunca sabe lo que será de él mañana.

     Estuvo conteniendo unos momentos la carcajada, hasta conseguirlo finalmente. Luego, me explicó:

-          Disculpe la indelicadeza, Cifuentes, pero entre compañeros -y más, siendo policías- todo se sabe. Es usted soltero; no se le conocen visitas al Raval ni al Paralelo[10]. Su conducta y su apariencia son un modelo de pulcritud y de fineza. Y, para colmo, se hospeda usted en esa pensión de dudosa nota de la calle Manila.

     Mi descripción resultaba bastante exacta, aunque un tanto superficial; pero la alusión a la pensión de las hermanas Folchs me pareció de todo punto inexacta:

-          Perdone, comisario -repliqué-, pero dentro de los hospedajes próximos a nuestra comisaría y de precio conveniente, no he encontrado nada mejor. Y, en lo tocante a la nota del establecimiento, éste me fue recomendado por un par de compañeros veteranos y, la verdad, no he notado nada que se salga de lo normal.

     Benavides se explicó:

-          ¿No se ha percatado usted de que se hospedan fijos allí un par de sarasas, cuya afectación se les nota a la legua?

-          ¡Ah, aludía usted a eso! -caí en la cuenta-. Pues, en efecto, supongo que se referirá a un funcionario de Hacienda de Teruel y a un profesor de música de Valls, quien, por cierto, es primo de las propietarias. Por lo demás, su conducta dentro de la fonda es muy correcta y jamás se me han insinuado.

-          ¡Hasta ahí podríamos llegar -rugió Don León-: que fueran a hacer ojitos a un inspector de Policía!… En fin -suavizó el rictus y las formas-, de lo que hagan fuera no tiene usted por qué saber… Vamos que, aclarado lo precedente, voy a plantearle el ofrecimiento por el que lo he llamado a mi despacho.

     ¡Así que no se trataba de una grosería, ni de una curiosidad morbosa, sino de estar seguro de que podía contar conmigo; vamos, de que yo era trigo limpio! Encendió un cigarrillo y, sucintamente, me expuso lo que debía de considerar como una oferta irresistible, tanto por sus ventajas, cuanto por su elevada procedencia. Esto es, más o menos, cuanto me dijo:

-          Verá: Se ha recibido en el Gobierno Civil una petición muy atenta del Gobernador Militar de Guipúzcoa[11], que usted podrá cumplimentar con la mayor facilidad, dado que es huésped de la pensión Folchs. Al parecer, las dueñas son unas primas muy queridas de la esposa del general[12], y este teme por su seguridad, habida cuenta del parentesco y de cómo se está poniendo la cosa por acá[13]. Nada de particular… Se trata de que vigile que ningún sospechoso merodee por la zona; de controlar un poco a visitantes y huéspedes; que ellas le comuniquen llamadas telefónicas extrañas, y cosas por el estilo. A fin de cuentas, también a usted le conviene estar al tanto, aunque no pertenezca a la Brigada de Información.

-          Descuide, Señor Comisario. Estaré más en guardia que hasta ahora y le daré inmediata cuenta de lo que de peligroso o extraño me percate.

-          Agradecido, Cifuentes… Por supuesto que este encargo lo prestaremos gratis, pero le tengo reservado un servicio que puede ayudarle a mejorar un poco su economía, que me consta lo cara que está la vida en Barcelona para un inspector de entrada[14].

     Aquello no me gustó. Bien sabía yo que muchos de mis colegas completaban sus ingresos prestando labores de protección retribuida a industriales y rentistas de la ciudad, cosa que solía acabar en descuidar el trabajo policial y en adoptar la mentalidad y las formas de los pistoleros a sueldo. Procuré excusarme sin poner en evidencia la repugnancia que sentía hacia aquellos trabajitos complementarios:

-          No ganamos mucho -concedí-, pero mi caso es especial, al no tener una familia que mantener. Además, prefiero contar con tiempo libre para estudiar y seguir mis prácticas de dactiloscopia. Mi aspiración -agregué, intentando dorarle la píldora- es llegar a comisario siendo todavía joven.

     Don León, que ya rebasaba la cincuentena, debió de sentirse molesto con aquella alusión mía a la juventud. Gruñó, como de costumbre:

-          Pues, si quiere subir rápido, Barcelona es el lugar más indicado, siempre que no se deje usted cazar y atienda las sugerencias de sus jefes.

     Entendí perfectamente la indirecta y rectifiqué sobre la marcha:

-          Bueno, a nadie le vienen mal unas pesetillas bien ganadas; así que usted dirá.

     Lo que me dijo parecía muy sencillo, aunque comprometido. Un empresario del textil, apellidado Estruch, había recibido amenazas de la llamada Banda Negra[15], por no prestarse a pagarles el servicio de protección. Tanto él, como su casa, estaban debidamente vigilados por empleados suyos armados, pero sentía un temor especial por su único hijo, un chiquillo de diez años que estudiaba en la Bonanova[16]. El servicio especial que solicitaba de la Policía -más exactamente, del comisario Benavides, amigo de la familia- era el de llevar y traer al niño, desde el colegio a su domicilio, una villa del barrio de Gracia, a primera hora de la mañana y a la caída de la tarde. Don León lo tenía ya todo pensado:

-          Para desplazarse desde la pensión a la casa de Estruch -que hay una buena tirada-, coja un taxi, cuya carrera corre de cuenta de ellos. Lleve a Guillem al colegio en el coche de la familia, que lo traerá de vuelta hasta la comisaría. No se preocupe si llega un poco tarde, que yo respondo. La recogida del chico la hace igual, con la ventaja de que, a esa hora, ya habrá acabado normalmente el servicio. Procuraré librarle de guardias y vigilancias, pero, si no hay otro remedio, las hará en los días que no haya clase … Del dinero, hable con el padre: mínimo, quinientas al mes. Si se da a valer, puede sacar hasta mil, pero espere a que le conozcan y vean sus cualidades…, entre las cuales, por cierto, está la de que le gusten las mujeres, no los mariposones de la pensión.

      Esta vez, el comisario no hizo por contener la carcajada y se estuvo riendo hasta que salí de su despacho. Por fin había entendido sus descocadas alusiones: Se trataba de que el pequeño Estruch no fuese a caer en manos de un pederasta homosexual, tan nocivas, por lo menos, como las de un feroz anarquista.

***

     Y así transcurrieron dos años, en los cuales, entre otras cosas, concluyó la Gran Guerra[17], los anarquistas de la CNT se volvieron cada vez más poderosos y violentos, y apareció ante ellos un antagonista de cuidado, los llamados sindicatos libres, cuyos miembros más decididos formaron, en unión de camorristas profesionales, el bando anti CNT, propiciado por los patronos y tolerado por las autoridades, si es que no era apoyado por ellas. Había comenzado la época del pistolerismo, que empezó a sembrar de cadáveres las calles de Barcelona[18]. En medio de este pandemonio, las autoridades se mostraban poco eficaces y sin criterios sólidos ni unitarios, y las fuerzas de orden público (ya fuesen la Guardia Civil, la Policía o el somatén[19]), entre la impotencia, la legítima defensa y el contagio violento, pasamos a desempeñar un detestable papel de comparsas, puesto que casi todos pensaban que, si alguien podía poner orden en aquel escenario sangriento, habría de ser el Ejército.

     En lo que a mí respecta, la relación con los Estruch me vino de maravilla, no solo para mejorar mi economía de manera casi decente, sino para abrirme un mundo de cultura y confort al que, de otro modo, jamás hubiera tenido acceso. La familia acabó por considerarme un miembro más de la misma, en calidad de hombre de confianza, al que diariamente se le confiaba la vida y la seguridad de su jovencísimo heredero. Se hizo habitual que, al devolver a Guillem a su nido, sus padres insistieran en que me quedase a cenar y pasar la velada con ellos. A cambio, amenizaba aquellos momentos contándoles noticias y anécdotas de las investigaciones criminales que conocía, o en que participaba, y hasta ayudaba a mi protegido a repasar las lecciones de historia y de ciencias naturales, en las que estaba yo medianamente ducho. Como es natural, el francés corría a cargo de Mademoiselle Guinart, una rosellonesa venida de Perpignan, con la que hice tan buenas migas, que la Señora Estruch me lanzó algunas indirectas para que me animara a ser más decidido, pero yo le aclaré mi punto de vista, de una vez por todas:

-          Comprenda, señora, que, mientras yo siga de policía en Barcelona, sería una locura y casi un crimen que comprometiera a una mujer a seguir mi incierto y peligroso destino.

-          Pero esto no puede seguir así mucho tiempo -objetó ella-. El Gobierno y el Ejército habrán de tomar cartas en el asunto.

-          ¡Largo me lo fiais!, repliqué. Para entonces es muy probable que la Señorita Guinart sea un pálido recuerdo a este lado de los Pirineos.

     En fin, el que no se conforma es porque no quiere. Yo seguí recalcitrante en lo de la soltería, pero mejoré mucho mi conocimiento del francés y, no digamos, del catalán, que los Estruch usaban constantemente, sirviéndome de buenos maestros.

     Y, en cuanto a las Señoras Folchs, no tuve ningún problema para mantenerlas incólumes. Con todo, me estaban agradecidísimas y, ya que no en dinero, me lo mostraban constantemente en especie. Milagro fue que, con aquel aluvión de dulces y manjares escogidos, no contrajese la diabetes, ni tuviera que aflojar en más de un orificio la anchura de mi cinturón.

 

 

2.      Llega el ansiado salvador


 

Mausoleo de Martínez Anido en Valladolid

 

    La primera noticia la tuve por medio de las hermanas Folchs, quienes parecían llenas de esperanza:

-          ¡Qué alegría, Cifuentes! -les había prohibido que me llamasen inspector, por elementales motivos de reserva-. ¡Han destinado a nuestro primo a Barcelona!

-          ¿Ah, sí?, y ¿en qué puesto?

-          En el de Gobernador Militar. Seguro que ha sido decisión del rey, que es muy amigo suyo.

     Aunque con cierta exageración, bastante de eso había, según me confirmaron luego en comisaría. De todos modos, no todo era felicidad entre las dueñas de la pensión:

-          Don Severiano -nunca apeaban el Don- conoce bien Cataluña, pues aquí estuvo destinado en varias ocasiones[20] y se casó con prima Dolors, pero no traga a los autonomistas, ni siquiera a Cambó[21]. De hecho, en su casa…

     La hermana mayor hizo callar a la pequeña poniendo el índice sobre los labios. Estaba visto que la ropa sucia -si la había- debía lavarse en privado[22].

     Yo, naturalmente, seguí a mis cosas, cada vez con mayores dificultades, pues las huelgas y los atentados menudearon en aquel 1919, cada vez con mayor violencia y menor control de los agentes de la autoridad. De Madrid -donde parecía descollar el político conservador, Eduardo Dato[23]- no se esperaba nada positivo y en ambientes como el de la familia Estruch no había recato en manifestar que habría que dejar paso a una solución militar. MI jefe, Benavides, no lo veía claro, pues en Barcelona eran muy fuertes las llamadas Juntas de Defensa[24], lo que privaba al Ejército de buena parte de su obediencia y cohesión proverbiales. En fin, llevando ya más de tres años destinado en la Ciudad Condal, empecé a pensar seriamente en cambiar de aires, y quién sabe si de estado civil, en una ciudad tranquila. Dinero ahorrado no me faltaba pues mi tutela de Guillem Estruch me procuraba setecientas cincuenta pesetas mensuales, que iban íntegras a mi cuenta bancaria.

     Una noche de abril, al llegar a la pensión, me estaba esperando una de las hermanas, con un recado de su primo, el gobernador militar:

-          Que quiere conocerlo personalmente y darle las gracias por sus desvelos para con nosotras. Que, si le viene bien, lo espera el próximo sábado a las cinco de la tarde, a tomar café, en el Parque de Ingenieros.

-          ¿Y dónde está ese Parque?, inquirí, descolocado.  

-          ¡Ay, perdone!: Es que en Barcelona se conoce por ese nombre el edificio del Gobierno Militar. Está en el Portal de la Pau[25].

***

     La verdad es que, incluso de paisano, la estampa de Don Severiano imponía. De estatura menos que mediana, pero ancho de espaldas, con cuello de toro y un rostro ancho y malencarado, de tupido bigote, que solo suavizaba la expresión cuando sonreía, lo que en público no era nada frecuente. La voz, gruesa y potente -como se espera de un general especializado en órdenes y arengas- acababa por intimidar al más pintado, por más que no conociera el cargo y la fama de aquel hombre que, cerca de cumplir los sesenta años, parecía mantener la energía y la fuerza de su juventud. Afortunadamente, sus primas me habían dado la clave de su carácter, cuya veracidad pude constatar en todo momento, como tantos otros, que lo han dejado reflejado por escrito:

-          No te dejes intimidar por su presencia. En la vida corriente es amable, procura ser simpático y es amigo de hacer favores; y no es nada vengativo.

      Con esa cartilla leída, comparecí en el Parque de Ingenieros diez minutos antes de la hora señalada. Tras la identificación a la guardia, un cabo me condujo al interior del vetusto edificio, en cuya primera planta, con vistas al gran patio central, tenía el general las dependencias para domicilio familiar. A los tres minutos de hallarme en la salita de espera, un ayudante abrió la puerta y en el umbral apareció Don Severiano, muy sonriente y con la mano tendida, que estreché con bastante menos fuerza que la que él empleó. Inmediatamente, me indicó:

-          Ven -me tuteó desde un principio-. Vale más que nos sirvan el café en mi despacho oficial. Con el traslado, aún tenemos la casa manga por hombro y, además, me da vergüenza recibir a nadie en ella. Ya te habrás dado cuenta de que este edificio es una ruina, que se caerá a pedazos antes de que inicien las obras del nuevo, que nos han prometido… Tampoco el de Capitanía General está muy bien que digamos[26]. Está visto que en esta hermosa y rica ciudad no se quiere al Ejército.

-          Me temo, mi general, que otro tanto suceda con la Policía, aunque lo cierto es que yo no puedo quejarme de la vida que llevo, contesté.

-          Las cosas van de mal en peor -matizó-. Menos mal que tú, según tengo entendido, no tienes que lidiar con esos pistoleros que Dios confunda, pero a cualquiera le puede tocar el regalito de algún anarquista.

     Charlando, habíamos llegado a su despacho. Sobre una mesita auxiliar, ya estaba colocado servicio para dos personas, así como una bandeja de panellets. Tan pronto tomamos asiento en sendos sillones, apareció un soldado con chaquetilla blanca sobrepuesta, portando una bandeja con cafetera y tetera, así como una botella de coñac francés y otra de anís nacional. Nos sirvió la primera taza y seguidamente se retiró, dejando que nos proveyéramos de lo siguiente. Anido dedicó los primeros minutos a agradecerme la protección de las primas de su mujer y a encarecer el trabajo y buen natural de las mismas, que supieron superar la decadencia económica de su familia en Valls, montando la pensión de Barcelona, en que has tenido la suerte de caer, porque no hay otra mejor por lo que cobran, ni aún por bastante más.

     En esto, se nos fue la primera taza. Anido se sirvió una copita de coñac y me animó a que le hiciese gasto al Ejército, aunque solo fuese para brindar a su salud. Me serví un chinchón y, tras el brindis, Don Severiano pasó, para mi sorpresa, a plantearme lo que, en el fondo, era el motivo de su invitación:

-          Y ahora, amigo Cifuentes, hágase la idea de que acabo de llegar a Barcelona y veo la situación actual con enorme preocupación. Usted es ya un veterano que, incluso, por lo que me ha dicho, lleva una vida medianamente satisfactoria. ¿Cómo ve un inspector de policía lo que está pasando, y cómo lo ven sus compañeros?

     No venía preparado para un examen riguroso, pero ¡dejaría de haber discurrido mil veces sobre la forma de meter en cintura a todos aquellos criminales, de cualquier laya que fuesen! Me dio por resumir mi opinión en una sola frase, y tópica además:

-          Mire, mi general, “en la guerra, como en la guerra”. Nos guste o no, si queremos acabar con esta sangría, no podemos hacerlo con las leyes de la paz. Y lo que ya tenemos aquí, y lo que se nos viene de inmediato, es una verdadera guerra civil que, desgraciadamente, ni tiene bandos claros, ni zonas ocupadas, ni frentes.

     Me detuve, pero el general, con su silencio y rictus de asentimiento, me animó a proseguir:

-          Claro es que la guerra, como la paz, tienen sus reglas, pero empezando por la de ganar el conflicto. Quiero decir que -como Vuecencia bien sabe-, los no combatientes -por próximos que estén a nuestros enemigos- y los prisioneros deben ser respetados. Estoy en contra de las torturas, las represalias y las ejecuciones sin juicio. Es más, las creo fruto de la simpleza y el calor de la venganza, que no ayudan a ganar la guerra, sino a perderla.

     Me había embalado y quería decir aún algo más, sin dejar meter baza al general quien, por otra parte, no parecía tener mucha prisa de ello. Concluí:

-          Y otra cosa: Esta es una guerra pequeña y perfectamente vencible por medios no militares. Los que llaman a las puertas de los cuarteles no tienen estrategia, no saben dirigir las operaciones, ni han sido capaces de unir y de estimular a cuantos estamos obligados a mantener el orden público. Los asesinos a sueldo y los voluntarios descontrolados están de más a nuestro lado.

     El general, que en el ínterin había encendido un buen puro, aspiró hondamente una bocanada y, tras expulsar pausadamente el humo, hizo por responderme:

-          Veo que tienes las ideas muy claras -comenzó-, aunque me gustaría saber si coinciden con las de la mayoría de tus compañeros, o estos se van de la mano con los que hacen la guerra por su cuenta y, de ser posible, financiados y bien pagados por los empresarios. En lo tocante a la Guardia Civil, tengo un mejor concepto de su honestidad y disciplina, pero es como si ellos fuesen una parte del Ejército, con el inconveniente de que se mueven mucho más activamente en las zonas rurales y las pequeñas poblaciones, que no en la ciudad de Barcelona. Y, si por voluntarios te refieres a los somatenistas, te diré que, bien encuadrados y dirigidos, podrían ser una fuerza muy útil, al menos, poniendo de nuestra parte a gente del pueblo, catalanes de pura cepa, tanto, por lo menos, como los separatistas.

     Se detuvo unos instantes, como si quisiera responder, una por una, a todas mis afirmaciones. Luego, prosiguió:

-          Dices que esto es una guerra, o se le parece mucho. Bueno, de ser así, difícil será dejar de lado al Ejército, que es la institución llamada a combatir en las contiendas, sean estas internacionales o interiores. Como combatiente en Filipinas y en Marruecos, tengo una experiencia sobrada de esos conflictos, que empiezan siendo internos y luego se transforman en multilaterales: Hay que cortarlos, antes de que estén en juego la unidad y soberanía de la patria… Sí, ya sé lo que vas a replicarme, que la cosa todavía no es para tanto y que nuestro Gobierno no puede admitir que la situación se le ha ido de las manos hasta ese punto. Pero, al menos, hay que unificar todas las fuerzas de orden público bajo el mando de militares de autoridad y avezados, y tener al Ejército en reserva, sin empacho de utilizarlo en caso de necesidad. Como tú indicas, también yo tengo la opinión de que se está haciendo política de bandazos y medias tintas, sin que por ello se logre poner coto a los violentos de todo tipo, sino envalentonándolos.

-          Veo, mi general -comenté con ironía respetuosa-, que, para ser un recién llegado a Barcelona, no necesita ya que otros le informen del estado de cosas, ni de su posible remedio…

-          Te equivocas -me replicó, sonriendo-. Necesito conocer los hechos más a fondo y que se me rebata o lleve la contraria cuando sea necesario. Lo malo de un general es que se le dice demasiado a sus órdenes, aunque luego no se cumplan. Veo que tú no tienes pelos en la lengua, ni padeces la enfermedad de los respetos humanos. De modo que, abusando de tu benevolencia, voy a pedirte que me hagas un informe reservado sobre el estado de la Policía en Barcelona y lo que podría hacerse por mejorarlo. Cuando lo tengas, házmelo saber por las Señoritas Folchs y volveremos a tomar café, copa y, si cambias de opinión, puro. Y ya sabes donde me tienes para cualquier cosa que se te ofrezca.

     Aquí terminó nuestra primera entrevista. En quince días tenía listo el dosier solicitado, que curiosamente feché el primero de mayo de 1919, entre la algarabía y los petulantes desfiles de sindicalistas, con las pistolas al cinto. Pero el documento no lo pude entregar en mano al general, que sufría una momentánea indisposición, sino a su hijo Francisco, por encargo suyo. Si mi trabajo sirvió de algo o, al menos, si agradó a su ordenante, es cosa de la que tuve noticia indirecta meses después, cuando el hasta entonces gobernador militar, fue nombrado simultáneamente gobernador civil, a principios de noviembre de aquel violento año diecinueve, que, pese a las esperanzas despertadas por la conversión de Anido en gobernador general de Barcelona, lo harían bueno los dos años que lo siguieron.

***

     En efecto, la situación en Barcelona se agravó hasta tal punto, que abocó en un nuevo y funesto efecto: Los agentes del orden público empezaron a ser víctimas de atentados[27], de modo que reaccionar de manera defensiva o por venganza convirtió a bastantes de ellos en sujetos que no eran diferentes ni mejores que los criminales a quienes tenían que perseguir. ¿Era aquello el en la guerra, como en la guerra, que yo había patrocinado ante Anido? No lo creo así. Torturar sistemáticamente a los detenidos en las comisarías, o disparar por la espalda a los presos con el falso pretexto de que huían[28], son conductas totalmente prohibidas por las leyes de la guerra; emplear la violencia para defenderse de la agresión de los pistoleros era muy diferente de vengarse de un atentado, matando a mansalva a unos cuantos sindicalistas indiscriminados. Además, aquella situación tan parecida a una pequeña guerra civil estaba lejos de ser dirigida y controlada por las autoridades políticas, ni por los mandos de la Policía y de la Guardia Civil. En fin, lo mejor que puedo decir de aquellos tiempos es que mi posición permitió que me mantuviese al margen de la crueldad y de la vindicta. Mis pecados fueron de omisión, por tolerar y no denunciar las brutalidades de muchos de mis compañeros. Y los pecados de omisión en un inspector de entrada no eran, desde luego, lo peor con que uno pudiera encontrarse en esos momentos.

     Creo yo que aquella malhadada situación hizo crisis, por efecto de la reacción de los patronos catalanes, unidos en su asociación Fomento del Trabajo Nacional, incapaces de resistir la violencia homicida y las huelgas, así mismo violentas[29]; reacción de protesta que llevaron hasta el Gobierno de Madrid, destacando las discrepancias y titubeos que se venían produciendo entre las propias autoridades, singularmente, los gobernadores civiles -considerados más tolerantes y hasta condescendientes- y las autoridades militares, encabezadas por el capitán general, Miláns del Bosch[30], que estaban en un tris de hacer intervenir al Ejército. En vista de todo ello, a comienzos de noviembre de 1920, el presidente Dato nombró a Don Severiano gobernador civil de Barcelona, manteniéndolo simultáneamente en el cargo de gobernador militar. Más adelante, tuve ocasión de leer la apostilla gubernamental del encargo: Se le autorizaba a obrar con entera libertad, pues el Gobierno no le creará dificultad alguna en sus iniciativas.

     Había advenido, pues, el Salvador de Barcelona. Quedaba ahora por ver con qué iniciativas y, sobre todo, con qué resultados.

 

 

3.      Un policía de confianza


     Los desmanes en aquella Barcelona carecían aparentemente de lógica. En un momento de auge del pistolerismo, el grupo de criminales más fuerte -la llamada Banda Negra- quedaba descabezada por la desaparición de sus jefes: El llamado barón de Koening era expulsado de España por orden del Gobierno, mientras que el comisario Bravo Portillo moría en atentado, por confusas represalias de anarquistas o de espías extranjeros[31]. El autoritario capitán general, Miláns del Bosch, era destituido por tomar iniciativas demasiado drásticas, y lo reemplazaba el anciano Valeriano Weyler[32], que se las había tenido que ver con los sucesos violentos de Barcelona en 1893[33] y durante la Semana Trágica de 1909; hombre ya de criterios templados, y hasta aplacados, por la edad y la experiencia. Su escasa eficacia aconsejó al Gobierno el sustituirlo, al cabo de poco menos de dos años, por Miguel Primo de Rivera, que abriría paso, año y medio después, a la dictadura que encabezaría como su único Presidente del Gobierno[34]. Este juego de cromos en Capitanía General iba acompañado de otro paralelo, pero inverso, en el Gobierno Civil de Barcelona, buscando infructuosamente a un hombre que supiese aunar el talante negociador de un mediador en las huelgas[35], con el de un riguroso jefe de orden público, que pusiera a anarquistas y libres en su sitio, es decir, trabajando en los tajos, no pegando tiros en las calles. Finalmente, con el consejo y la petición de alcaldía y patronal, el Gobierno encontró la forma de cuadrar el círculo: unificar el mando civil y el militar en una única persona, conocedora de la ciudad e inflexible en el trato. Esa persona fue, por supuesto, Don Severiano Martínez Anido.

     De todo eso yo solo tenía un conocimiento superficial, pero las noticias me estallaron en las narices, con unos pocos días de intervalo, en noviembre del año 20:

-          ¡Han nombrado a Anido gobernador civil de Barcelona! ¡Y sin dejar de ser el gobernador militar!

-          ¡Tenemos nuevo Inspector General! Es el general de la Guardia Civil, Miguel Arlegui[36].

     Y, apenas me había repuesto del susto, me dieron otro, por conducto de mi jefe, el comisario Benavides:

-          Tengo una buena noticia para usted, Cifuentes, me dijo con todo el cinismo.

-          ¿No será mi traslado a alguna de las plazas vacantes, que tengo solicitado?, aventuré.

-          Es poco probable, inspector, pues lo que tengo que ordenarle es que se presente a la mayor brevedad posible al nuevo gobernador civil.

     No supe qué decir, fuera de prometer que cumpliría lo ordenado. Don León, que algo debía de imaginarse, me despidió así, el muy guasón:

-          ¡Adelante, Cifuentes. Aproveche la ocasión y a hacer carrera!

***

     Anido me hizo pasar a su despacho, tras hora y media de espera en la antesala. La verdad es que esta y aquel eran un hervidero de civiles y militares, entrando y saliendo, lo que evidenciaba unos momentos de agobiante actividad por parte del flamante gobernador civil. Aproveché el tiempo, aislándome mentalmente y madurando lo que habría de decirle al general, en función de cuáles fuesen sus pretensiones respecto de mi humilde persona. En realidad, todas las opciones partían de una misma y evidente premisa: la de que Su Excelencia me iba a hacer algún encarguito que me obligaría a permanecer por el momento en Barcelona.

     El nuevo gobernador, de manera afectuosa pero apresurada, me informó escuetamente:

-          Cifuentes, tengo para ti un encargo muy especial. Ya he hablado con Arlegui para que no te pongan pegas en tu comisaría.

-          ¿Con el general Arlegui, Excelencia?, pregunté con un dejo de inquietud y desagrado que hizo sonreír a Anido.

     La verdad es que yo no conocía a Arlegui ni de vista, pero, tan pronto le nombraron jefe de la Policía barcelonesa, mis compañeros no dejaban de comentar acerca de su aspereza y autoritarismo: El típico generalote de la Guardia Civil, y achacoso, para más inri[37] -decían-.

-          No, hombre, no -me tranquilizó Anido-. Arlegui ha autorizado el que pases a mi servicio directo, pues quiero confiarte una misión de gran importancia para mí.

     En dos palabras, me explicó que iba a incorporarme a su servicio de protección y vigilancia, con el cometido específico de proteger y amparar a sus dos mujeres: su esposa, Doña Dolors, y su hija, María Teresa. No me cabe duda de que Anido no se guiaba tanto por la buena opinión que de mí pudiesen tener mis superiores, cuanto por las alabanzas que me dedicaban las hermanas Folchs, primas de su mujer. Por supuesto que, ante todo, pensé en el honor que me hacía, no en la tremenda responsabilidad que contraía para el caso de que les sucediera cualquier cosa a sus dos amores. En consecuencia, de modo sincero, me puse a sus órdenes, aunque sin dejar de formular un ruego:

-          Solo le pido una cosa, mi general. Estaba a punto de conseguir un traslado fuera de Cataluña, que ahora se verá demorado; pero haga usted para que lo consiga, en cuanto le liberen, a Vuecencia y a su familia, de sus responsabilidades en Barcelona.

     Anido prometió:

-          Cuenta con ello. Quizá no tengas que esperar mucho, pues en el Gobierno no todos están a favor de la mano firme y sin medias tintas ni titubeos.

     Razón tenía mi General. Su nombramiento fue recibido con entusiasmo por la mayor parte del empresariado barcelonés y de los políticos, incluso regionalistas, no vinculados con las izquierdas revolucionarias. Miles de catalanes se afiliaron al Somatén, incluso nobles y personas distinguidas: Parecía que fuese honorable ponerse al servicio de la paz y el orden en el país, con la garantía de unidad y disciplina que le daba la dirección suprema y el apoyo de Anido[38].  Pero, con ser importante este apoyo, digamos, popular, más lo fue el que los sindicatos libres plantasen cara a la poderosa CNT anarquista, liberando así a la Policía con su autodefensa, aunque esta supusiera una verdadera guerra en las calles, solo que ahora entre obreros, y no solo entre trabajadores y sicarios de la patronal. Pero, en mi opinión, lo decisivo fue la ilegalización del sindicato libertario y el encarcelamiento de muchos de sus líderes, hasta unos dos o trescientos, según se decía. Así, aunque de forma demasiado lenta para muchos, la CNT perdió mucha fuerza bruta, a mayores de la que se le escapaba por la vía de los asociados que se daban de baja en ella, hartos de aquella espiral de violencia y represión.

     En los años -muchos- que han transcurrido desde aquellos sucesos, hasta mi narración de recuerdos, he tenido ocasión de escuchar y de leer muchas opiniones muy negativas del General, en particular, achacando a su mandato la muerte de cientos de anarquistas, así como la aplicación de la que luego se conocería como ley de fugas, es decir, el asesinato de detenidos, con el falso pretexto de que intentaban escaparse. Yo creo que todo ha de ponerse en el contexto de la situación de entonces y, de ser posible, cuantificarlo, aunque sea cierto que el crimen lo es desde el primer caso que se produzca. Y así, tengo el convencimiento fundado de que los cenetistas y otros obreros de izquierdas que murieron en atentado o en combate no fueron muchos más que sus contrarios, a los que aquellos se encargaron de dar el pasaporte[39]. Y, en lo tocante a la ley de fugas, los supuestos fueron contados, salvo en los momentos -enero y junio-julio de 1921- en que la venganza por hechos anteriores desató el furor de mis compañeros más bestiales, apoyado en el convencimiento de que sus superiores no indagarían lo sucedido, ni se les pedirían responsabilidades[40].

     ¿Cumple a Martínez Anido la plena responsabilidad por los crímenes y excesos cometidos durante su mandato? Si -como suelen decir los abogados- se le atribuyen las culpas in eligendo e in vigilando[41], poca duda cabe de ello. Pero, si se afirma que todo vino de las órdenes o provocaciones del General, me permito ponerlo en duda, cuando no rechazarlo. A mi parecer, a la mala fama de Anido contribuyeron decisivamente dos hechos, que tienden a olvidarse, o a ser mal interpretados. El primero, la selección de un atrabiliario personaje, inexperto en la materia terrorista, como Arlegui, para comandar una Policía ya de mano muy contaminada por la extorsión, la indisciplina y la violencia ciega. El segundo, no haber contenido la lengua en ciertos momentos a la hora de avisar de sus métodos militares de guerra, o de excitar la reacción autodefensiva de la sociedad frente a los pistoleros anarquistas. Más de una vez -créaseme o no- tuve ocasión de censurar respetuosamente al General ciertas exageraciones propias y tolerancias ajenas, valiéndome a veces de su esposa, Doña Dolors, de siempre disconforme con la postura anti catalanista de su marido; una postura que compartía con su hijo Roberto, con quien formaba, por así decir, la rama moderada de la familia.

       No se vaya a creer que, en sus tiempos de gobernador de Barcelona, Anido obtuvo, más bien, apoyos y parabienes, volviéndose luego las cañas lanzas. En Madrid, bien pronto perdió el apoyo del presidente Dato, asesinado en marzo del 21 por anarquistas, encontrándose cada vez menos en sintonía con otros próceres en el cargo, como Maura y Sánchez Guerra[42], un tanto agobiados por las ominosas noticias que les llegaban de Barcelona. En la Ciudad Condal, Anido había perdido, ya antes de su nombramiento como Gobernador Civil, la presencia del capitán general Milans del Bosch, con quien congeniaba de manera excelente, si bien su sucesor, Weyler, le dejó hacer sin inmiscuirse. El apoyo inicial de toda la clase política catalana, incluido Cambó, pronto experimentó fallas y deserciones, al constatar, entre otras cosas, que el desorden social y la violencia no iban a desaparecer de la noche a la mañana, sino que ello exigiría tiempo y sacrificios. Finalmente -por no ser en exceso prolijo-, Anido, siempre caballeroso, se sintió obligado a solidarizarse en todo momento con su subordinado, el general Arlegui, quien no tardaría en concitar críticas y repulsa, pues en aquella época los barceloneses sabían bien quién era severo, pero sustancialmente eficaz y contenido, y quién se dejaba llevar, ineficazmente, por la fuerza bruta y la lenidad con los agentes del orden más aviesos y violentos.

     Quizás el encontronazo más decisivo de Anido es el que tuvo con los muchos patronos que, tratando de aprovechar su cruzada contra los anarquistas, quisieron imponer los llamados sindicatos únicos[43], de inspiración similar a los fascistas, con los que pretendían domesticar a las agrupaciones de trabajadores y dominarlos desde arriba. El General se negó tajantemente a apoyarlos y, en cambio, miró con simpatía y ayudó a los libres, es decir, a las asociaciones de obreros que defendían sus derechos y se enfrentaban a los agresivos cenetistas desde una perspectiva menos violenta y reivindicativa, que con el tiempo se ha juzgado inspirada en la entonces poco desarrollada doctrina social de la Iglesia.

     Para terminar con estas reflexiones, ¿fue eficaz la acción de Anido?; ¿mejoraron sustancialmente las cosas en los casi dos años en que se mantuvo en la gobernación? Yo diría, con los pocos datos de que dispongo, que el General, no solo llegó a sentar las bases para un radical y favorable cambio de ambiente, sino que el progreso se evidenciaría ya a lo largo del año 22, volviendo negativamente a las andadas en el año siguiente, hasta el momento en que Primo de Rivera dio su golpe de Estado en septiembre. Estadísticas futuras dirán si mi percepción en caliente es correcta, o no[44].

***

      Los cerca de tres años que estuve formando parte del equipo de protección a la familia Martínez Anido cuentan entre los mejores de mi vida, por cuanto estuve constantemente dedicado a proteger la vida de personas que me eran particularmente gratas. Era un trabajo plenamente legal y propio de un buen policía, que me mantenía en tensión y desarrollaba ese sexto sentido que yo entonces estaba madurando, y sin el cual un agente del orden estará tan inerme, como si descuidase la información o el armamento. Diariamente tenía que presentar al jefe de escoltas del General un informe escueto de las tareas realizadas y, en su caso, de las incidencias y riesgos que hubiese constatado. La verdad es que aquellas y estos fueron escasos durante mi trienio de servicio, a lo que ayudaba la sensatez de Doña Dolors, que salía muy poco de su residencia oficial y siempre avisaba con tiempo para que estuviésemos preparados. No debió de serle grata esa semi reclusión a una señora de buena edad y tan vinculada a la sociedad barcelonesa. En cambio, su hija, María Teresa, apenas salida de la edad escolar, llevaba una vida más activa, centrada en una labor que sus padres no podían negarle: la de atender a la infinidad de soldados que a la sazón iban y venían de Marruecos, en aquellos años de la catástrofe de Annual y las operaciones que la siguieron. En la familia Anido, la inquietud y la solidaridad eran tanto más acuciantes, cuanto que Rafael[45], uno de los hijos del general, era teniente de Regulares y, por tanto, combatiente en riesgo para su vida. Andando el tiempo, habría también de luchar como capitán de la Legión en nuestra guerra civil y acabaría brillantemente su vida militar como general de división. Por su parte, la jovencita María Teresa vería reconocida su dedicación caritativa en un homenaje público y multitudinario, que se le dedicaría en Barcelona, todavía en tiempos del gobierno de su padre[46]. Y más de una vez eché una mano con la vigilancia del hijo menor del General, Ramiro[47], quien después de la guerra civil seguiría una carrera bien diferente a la militar de su hermano Rafael.


Recepción en Capitanía General (Barcelona), presidida por Martínez Anido

     Como es sabido, en el breve intervalo de unas semanas de octubre del año 22, el Gobierno, por razones que él y los historiadores conocerán, forzó los ceses sucesivos de los generales Arlegui y Martínez Anido. Con la elegancia que humanamente lo caracterizaba, Anido rechazó cualquier homenaje aparte del banquete de despedida que públicamente se les ofreció conjuntamente a ambos generales. Esa elegancia no tuve su contrapartida en la del presidente Sánchez Guerra, que apenas permitió disfrazar el cese de dimisión, ni preparó de inmediato para el General un nuevo cargo, que le permitiera salir cuanto antes de una Barcelona hostil, en la que tenía que desplazarse hasta entonces en coche blindado. Por el contrario, hasta abril de 1923, Martínez Anido permaneció en la Ciudad Condal -gallardamente, he de decir- como disponible forzoso, hasta que se le otorgase un nuevo mando para su rango militar. Finalmente, este fue el de gobernador militar de Cartagena. Esos seis meses consolidaron nuestra buena relación, llevándola a términos de amistad. En efecto, concluido el banquete del Ritz[48], al acercarme a cumplimentar a Anido, este me citó en el Gobierno Militar para el día siguiente. Allí, se sinceró:

-          Bueno, Cifuentes, misión cumplida y, en lo que a ti respecta, a plena satisfacción y con mi agradecimiento y el de toda la familia.

-          ¿Qué piensa hacer, mi general?, inquirí. ¿Marcharán para Tarragona, a Madrid o a algún otro sitio?

-          Entiendo que mi deber -respondió- es permanecer en Barcelona, en tanto esté disponible forzoso. Solo deseo que no me hagan esperar mucho pues ya sabes que aquí estoy en peligro. Me han dicho que los anarquistas han puesto precio a mi cabeza… ¡Mientras dejen a mi familia en paz!

-          Entonces, Excelencia -repliqué-, mi tarea no ha concluido. Pediré a mis superiores que autoricen mi adscripción a los servicios de seguridad suya y de sus familiares… No creo que, dadas las circunstancias, me pongan dificultad.

     Anido pareció conmoverse, aunque bruscamente volvió al mundo real:

-          No confíes en ello -dijo-. De todos modos, agregó, varios oficiales también se han ofrecido voluntarios, aunque me hayan defenestrado del Gobierno Militar.

-          Sea como fuere, mi general -prometí-, que Doña Dolors y María Teresa cuenten conmigo en mis horas libres y en los días que esté franco de servicio.

-          ¿Y qué va a ser de tus deseos de traslado? Lo mismo te lo birlan en el ínterin.

-          Un buen policía no abandona su tarea para correr en busca de la comodidad, repuse.

     Y así fue como me ofrecí voluntario para un servicio que, más adelante, tendría una recompensa inesperada. Fue a poco de que Anido fuese nombrado Subsecretario de la Gobernación, el 22 de septiembre del año 23, tras el golpe de Estado de su amigo, el capitán general de Cataluña, Primo de Rivera. Sin cruzar conmigo ni una palabra, recibí la noticia por la Gaceta de Madrid: Por los méritos contraídos, se me ascendía a comisario y me destinaban como segundo jefe a la jefatura de Policía de Palencia. Cuando Don León se enteró, le faltó tiempo para tomarme las bromas consiguientes:

-          Nada, chico, me alegro mucho de perderte de vista. Ya sabía yo que harías carrera a la vera de Don Severiano.

     Luego, añadió:

-          ¡Palencia! Buen sitio para descansar… Y, si te aburres, no tienes más que buscar novia y casarte de una vez… Espero que me invites a tu boda.

     El bueno de Benavides iba a acertar en casi todo, pero no en lo de la boda. Se ve que no eran solo los peligros de Barcelona lo que me apartaba del matrimonio.

 

 

4.      De Vicepresidente a fugitivo

 

     Mi incorporación a la Policía en Palencia fue lo más plácida que podía esperar. Ahí es nada: contar con el apoyo del mandamás en la materia[49], en una provincia muy poco conflictiva y en la que, por su carácter eminentemente rural, el orden estaba en manos de la Guardia Civil, mucho más que de la Policía. Y, aún mejor, el comisario jefe me asignó como cometido funcional, además del de sustituirlo en caso de ausencia, el de dirigir a la policía judicial, dado que -según me dijo- le resultaba particularmente incómodo el tratar con los jueces y magistrados. Yo asumí encantado el encargo, pues pensaba que me libraría de intervenir en los aspectos más politizados del mantenimiento del orden público y la seguridad. Y es que, por aquellas calendas de la Dictadura, todo el país se había convertido en un gigantesco cuartel, gobernado al estilo ordenancista por gobernadores y delegados gubernativos salidos, en su inmensa mayoría, de las filas de la milicia. Yo pensaba que era la lógica, y triste, consecuencia de ser gobernados por militares, cuyas cabezas visibles -Primo de Rivera y Martínez Anido, los primeros- se habían curtido en el mundo separatista y violento de Cataluña. Recuerdo una conversación que tuve con mi jefe, el comisario Vaquero, a raíz de producirse el golpe de Estado de Primo y la designación de Anido como su segundo en materia de orden público:

-          ¿Crees que nos militarizarán a los policías -como ya lo está desde siempre la Guardia Civil-, o se conformarán con darnos de lado y quitarnos los cometidos más importantes, para dárselos a los servicios de información del Ejército?

-          Lo siento, Vaquero -le contesté-, pero no puedo darte una respuesta fundada, pues no hablo con el General desde que se marchó de Barcelona. En todo caso, no creo que necesite embridarnos más que con esos Gobernadores Cívico-Militares, que han venido a reemplazar a los Civiles, sin más exigencia previa que la de ser jefes del Ejército.

     Era verdad. Aparte de una carta de agradecimiento al General por su evidente impulso para ascenderme y lanzarme a Palencia, no había tenido con Anido mayor contacto. Seguramente, sus múltiples ocupaciones le habían impedido hasta agradecerme las palabras de mi carta en que me ponía a su disposición en la ciudad palentina para cuanto se le ofreciera; algo inusual en él, que era muy cortés. Pero, a comienzos de 1924, recibí de su orden una carta de su secretario, el señor Oller[50], informándome de que el recién nombrado Delegado Gubernativo[51] para Cervera de Pisuerga era persona inexperta en el ámbito para el que había sido designado y el General me rogaba que le prestase mi colaboración y consejo hasta que se hiciese con los conocimientos necesarios, pues era persona cabal y muy amiga de su familia ferrolana[52]. Ni que decir tiene que acepté el cometido, por más que yo tuviese una noticia muy parca de lo que se cocía en el norte de mi provincia, donde las funciones policiacas estaban en manos de la Guardia Civil. El bisoño delegado resultó ser un comandante de Ingenieros, quien, en efecto, me cayó bien desde un principio, lo que resultó una razón de más para convertirme en su mentor, dado que era persona bastante flexible y se dejaba aconsejar. Si me acuerdo de él ahora y lo traigo a colación, es porque constituyó mi enlace con algunas obras y actitudes de Anido, que su coterráneo me confesaba, como sabidas de primera o segunda mano. Con ello, pude perfeccionar el retrato impresionista que me había hecho del General en nuestros tiempos de Cataluña, hasta tener una imagen bastante más contrastada que la de chafarrinón que suelen ofrecer tantos historiadores de oídas, fieles a los tópicos y a sus propios intereses.

     Una de las primeras cosas que Benjamín Sueiro, mi recomendado, me aclaró fue la de que Anido no había tenido mayor intervención en el golpe de Estado de Primo de Rivera, si bien estuvo totalmente de acuerdo con que se diera, al considerar que la situación del país era insostenible. Hasta los diarios había saltado el desacuerdo franco entre mi General y el Gobierno, dado que aquel, nombrado comandante general de Melilla a menos de dos años del desastre de Annual, se veía impotente para contraatacar y recuperar el terreno perdido, por el poco apoyo que -según él- recibía del poder central. Indignado, había recibido el cese de su cargo[53], de modo que el nacimiento de la Dictadura le había sorprendido en San Sebastián, en expectativa de destino. La amistad con Primo y la fama de severo y eficaz catapultaron a Anido a la subsecretaría de Gobernación -cartera ministerial que el propio Primo se reservaba- y le faltó tiempo para proponer como director general de Seguridad  al -para mí, funesto- general Arlegui, lo que comenté desfavorablemente con Sueiro. Este justificó el nombramiento:

-          Anido es hombre de honor -adujo- y no estaba dispuesto a dar de lado a quien, mejor o peor, fue su brazo derecho en Barcelona. Además, se rumorea que Arlegui está bastante enfermo y probablemente no tardará en tener que dimitir por motivos de salud.

-          Allá veremos, amigo Sueiro -repliqué-, pero no me convencen los derroteros que mi admirado General está tomando, de cubrir con militares todas, o casi todas, las plazas de gobernadores y de delegados, y perdona que te lo diga. España no está tan en peligro como para reemplazar a la gente curtida en la política y en la administración por quienes, como puede ser tu caso, estáis mucho más preparados para las labores castrenses.

-          Y que lo digas, Cifuentes. Nada me ha sentado peor que irme a perder con mi familia en la montaña palentina, pendiente de la Gaceta para saber qué se espera de nosotros, o en qué tenemos que ocuparnos. Pero esas normas vienen de arriba y a mi conocido ferrolano no le cumple otra cosa que cumplirlas en lo que al orden público concierne.

     Andando el tiempo, tanto Anido, como Sueiro, mejoraron sensiblemente de fortuna. A fines de 1925, el General fue nombrado ministro y vicepresidente del Directorio, es decir, la segunda autoridad del Gobierno. Por su parte, los delegados gubernativos fueron muy reducidos en número y pasaron a tener su sede ordinaria en las capitales de provincia. A Palencia le correspondieron solo dos delegados y Sueiro conservó su cargo, pero en la capital del Carrión[54], lo que nos permitió una más frecuente y profunda relación. Así pude seguir algunas curiosas peculiaridades de Anido en aquellos tiempos, que en no pocas ocasiones he visto luego olvidadas o mal interpretadas. Sea una de ellas su frecuente contacto con autoridades policiacas de otras naciones, que le movieron a firmar convenios de cooperación anticomunista con ellas[55] y a hacer llegar a militares selectos boletines anticomunistas exagerados, o directamente mendaces, que Sueiro tomaba un poco a broma, pero que parece inficionaron decisivamente a otros más crédulos, como los generales Mola y Franco, con las consecuencias que luego se verían.

     No fue menor la represión que la Dictadura, por manos de Anido, ejerció contra la anarquista CNT a la que, en 1927, este sindicato respondió con la fundación en su seno de la FAI[56]; ni con los partidos y organizaciones nacionalistas, catalanes, vascos e, incluso, gallegos, lo que lamentaba Sueiro como exagerado y fuera de lugar. Esta labor antinacionalista -tal vez mejor, antiseparatista- supuso la gran potenciación del somatén, aunque acabara siendo una parodia de fuerza de orden público, salvo en Cataluña. Al menos, en Palencia nos dio más quebraderos de cabeza que ayuda eficaz.

     Entre tanto militarismo y extremosidad, me llegaban algunas referencias más positivas de mi General, como su gran interés por el combate contra la tisis, promoviendo la creación del Real Patronato de Lucha Antituberculosa[57]; o, ya al final del periodo dictatorial, de la Organización Nacional de Ciegos[58], desarrollada con gran magnitud al final de la guerra civil.   

     Con todo, lo más interesante que de Martínez Anido supe, por conducto de Sueiro, no ha solido considerarse por los historiadores posteriores, y evidencia una perspicacia y un cambio de mentalidad en el General muy dignos de nota. Me refiero al hecho de que, según avanzaba el calendario y se estancaba la Dictadura, Anido -de quien se dice que era la única persona a quien Primo de Rivera escuchaba en las cuestiones políticas esenciales-, lejos de hacer caso de quienes lo animaban a reemplazar a Primo con la ayuda inestimable de su amigo, Alfonso XIII, aconsejó en repetidas ocasiones al dictador que diese paso a una verdadera restauración constitucional, en vez del inoperante paripé del partido político único, Unión Patriótica[59]. Bien es cierto que Anido nunca se enfrentó a Primo, pese a sus discordancias, pero no es menos cierto que lo dejó caer en enero de 1930 sin un atisbo de apoyo, y nada objetó a que fuese sustituido por el general Berenguer -favorito, finalmente, del rey-, ni a que el nuevo presidente lo cesara a él en la cartera de Gobernación, llevando a cabo un modélico traspaso de poderes a su sucesor, el también general, Enrique Marzo. Al saber esto y que se decía que Anido frecuentaba los viajes a Barcelona con objetivos ominosos, aunque inciertos, me permití escribirle una respetuosa misiva, en la que recordaba los duros avatares de los tiempos del pistolerismo y lo animaba, como respetuoso admirador y amigo, a no implicarse en el juego político de la Ciudad Condal, como algunos afirmaban[60]. El General me contestó muy amablemente, indicándome, entre otras cosas, lo siguiente:

     Mis viajes a esta hermosa capital de Cataluña no responden a reanudar pasadas tareas -¡Dios no lo quiera!-, sino, por el contrario, a exhortar y animar a mis compañeros de acá y a los buenos españoles del sindicalismo libre para que no provoquen conflictos al Gobierno de Su Majestad, en una situación tan inestable como la presente…

     … De hecho, mi buen Cifuentes, mis muchos años, y mi propia familia, me recuerdan la inoportunidad de involucrarme en nuevas labores políticas ni, menos aún, en aventuras militares. De hecho, en una semana, pasaré a la reserva al cumplir 68 años[61], razón de más para apartarme de la vida pública y dejar que otros, más jóvenes o más osados que yo, tomen el relevo.

     Con la caída de la dictadura y su continuación por la dictablanda[62], el bueno de Sueiro volvió a su destino militar en Burgos y yo me quedé sin un confidente de fiar. Quizá por ello me pilló por sorpresa el que Anido, en septiembre del año 30, recibiera licencia del Gobierno para ausentarse de España, a fin de -según rezaba la Gaceta- viajar por Francia, Italia y las Repúblicas hispanoamericanas, con un, más que dudoso, objetivo de estudio militar. Lo único que se me ocurrió fue que el general Berenguer había tratado de quitarse de delante a un posible competidor. Lo cierto era, al parecer, que la decisión había partido de Don Alfonso XIII y que, desde luego, el General no tenía muchas ganas de ausentarse de España. De hecho, no cruzó la frontera franco-española hasta tres meses y pico después: el 1 de enero de 1931. La fortuna acababa de jugarle una pasada excelente, pues quién sabe lo que habría sido de Martínez Anido de pillarle los republicanos en nuestro país, cuatro meses después.

***

    ¿Por qué acabo de escribir sobre una pasada excelente de la fortuna al General? Recordemos. El 14 de abril de 1931 la República triunfa en España y para su afán justiciero -o revanchista-, Anido era el primer hombre a encausar, toda vez que Primo de Rivera había fallecido a los pocos días de caer su dictadura. Era algo que el General comprendía perfectamente y que trató inútilmente de evitar redactando una declaración jurada de fidelidad a la República, que hizo pública desde Marsella, el 27 de abril de 1931[63]. La amenazadora respuesta del Ministro de la Guerra, Don Manuel Azaña, fue la de ordenar que Anido se presentase ante él en el plazo máximo de cinco días para recibir órdenes[64]. Ni que decir tiene que el General desacató el mandato, con el pretexto de que no podía cumplirlo por hallarse delicado de salud, y pasó a Niza de manera encubierta, donde establecería su residencia hasta que llegasen para él tiempos mejores.

     Todo esto lo supe con certeza a través de Sueiro, con el que mantenía correspondencia, en lugar de vernos personalmente, pese a la facilidad de comunicación entre Palencia y Burgos. Como él decía, para gente como nosotros, la dictadura no ha hecho sino cambiar de bando. Mas, sin necesidad de corresponsal, tuve noticia por la Gaceta de la República, de la reacción del ministro Azaña al voluntario exilio de Anido[65]:

     Se daba al General de baja en el Ejército, perdiendo grado, sueldo, pensiones, honores y derechos militares, por haber desobedecido la orden de regresar a España y ponerse a disposición directa del ministro. Tal decisión era claramente ilegal, toda vez que una resolución con tamañas consecuencias había de ser acordada por los tribunales competentes, no por el ministro de la Guerra, y así se resolvió judicialmente, tras recurso interpuesto en nombre de Martínez Anido.

     No encajó bien el Gobierno, ni -menos aún- el orgulloso ministro de la Guerra el sofión judicial, pues decidió pasar, de la injusticia administrativa, a la persecución penal. Y así, en enero de 1932, ordenó la apertura de causa criminal contra Anido por abandono de servicio, entendiendo que ya había expirado con creces la licencia por estudios concedida por el Gobierno Berenguer[66]. Más tarde, llevando la imputación a términos políticos, el General caería bajo la competencia del tribunal instaurado para juzgar las responsabilidades derivadas de la Dictadura de Primo. En su virtud, la corte lo condenó, en ausencia, a un total de 24 años de reclusión[67], con pérdida de los derechos inherentes a su previa condición de militar, entre ellos, el percibo de la pensión de retiro.

     Si he insistido en estos procedimientos y sanciones, ha sido para explicar lo que me acontecería por aquellas fechas, y que me puso de nuevo en contacto, aunque a distancia, con el General. Sucedió que, a comienzos de 1932, en contra de su costumbre, Sueiro me telefoneó a la comisaría, rogándome, sin más aclaración, que me constituyese en Burgos un par de días más tarde, para saber noticias de primera mano de un buen amigo. No dudé, viniendo la cita de quien la hacía, que el buen amigo habría de ser el General, aunque no me explicaba la necesidad de viajar para recibir aquellas nuevas. Con todo, siendo la primera vez que Sueiro me lo pedía y estando Palencia a una hora por tren de Burgos, inventé una excusa plausible -una consulta médica para mi incipiente nefritis- y marché a la ciudad del Cid, en busca de aquella información tan reservada.

     Las noticias nos las traía un abogado que, como defensor de Anido en sus polémicas con el ministerio de la Guerra, había tenido la gentileza de entrevistarse con su cliente en Francia, a fin de mejor preparar su defensa[68], y nos transmitió la penosa impresión que Anido le había dado, envejecido, vejado y privado de un sustento económico necesario, para él y los miembros de su familia que del mismo seguían dependiendo. Recuerdo que Sueiro, ante esta penuria, hizo un extenso comentario, del estilo del siguiente:

-          Este hombre, siempre igual, honrado a carta cabal y sin tocar una peseta de las muchas que ha tenido que distribuir. Creo que su ayudante[69], viendo su acrisolada conducta y lo mal que podían venirle las cosas en el futuro, le había sugerido algunas componendas económicas tranquilizadoras, a lo que Anido le contestó que, siendo todo un teniente general, malo habría de ser que la pensión no le alcanzara para mantenerse él y su mujer. Al caer la Dictadura, volvió el ayudante a insistir: Mire, mi general -le dijo-, que en la caja del ministerio hay medio millón de pesetas, sin destino concreto y con las que a saber lo que harán quienes nos sucedan aquí. Bien, pues Don Severiano casi lo tira por un balcón. Si no tuviera que cesar inmediatamente, te abría consejo de guerra -le dijo-.  Muy bien, mi general -replicó el ayudante, bastante incomodado-, céseme vuecencia como ayudante suyo: eso sí que puede hacerlo en cualquier momento. Y Anido: Ganas me dan, pero te has portado siempre como un buen compañero y no es cosa de dejarte en la calle, a los pies de los caballos…, aunque seas de Infantería.

-          Muy propio suyo -comenté-. Me gustaría escribirle o, si a mano viniere, visitarlo. ¿Podría usted facilitarme sus señas?, pregunté al abogado.

 

Primer Gobierno de la Dictadura de Primo de Rivera

 

     Este miró de reojo a Sueiro, que le hizo un gesto afirmativo. El letrado sacó una agenda, apuntó una dirección de la avenida de Verdún en Niza y me aconsejó:

-          Por su bien, escríbale, si quiere, pero no vaya a visitarlo. Para él podría ser una alegría, pero para usted, siendo policía, podría costarle el puesto.

     Dicho y hecho. Mientras el abogado anónimo y Sueiro apuraban un segundo café, fui a comprar a toda prisa recado para escribir una carta, que improvisé sobre el mismo velador del bar, garabateando unas líneas, tan improvisadas como sentidas, que el letrado se encargaría de hacer llegar bajo cuerda al General, evitando así la casi inevitable apertura de una misiva enviada por correo ordinario a tan conocido destinatario. No recuerdo el tenor literal, pero sí el contenido básico, que era este, más o menos:

     Mi general:

    Por un abogado de su confianza -al que yo le entrego estas letras para que se las haga llegar- recibo noticia, no ya de su conocido exilio por motivos obvios, sino de las dificultades económicas que parece arrastrar, al haber sido privado sine die del derecho a cobrar la pensión inherente a sus servicios y rango militar. Como, entre otras cosas, percibo un buen sueldo -gracias, en parte, a su amabilidad para gestionar mi ascenso a comisario- y sigo tan soltero como lo estaba en Barcelona, estoy en condiciones de hacerle llegar una cantidad significativa, para que pueda cubrir sus necesidades más urgentes. En su mano queda el tomarla como contribución a fondo perdido, o como préstamo a devolver el día -que espero no lejano- en que se le haga justicia por el Gobierno en lo económico, que en todo lo demás para nada necesita Vuecencia de marchamos de legalidad por parte de quienes sistemáticamente la incumplen.

     Puede hacerme llegar su respuesta y otros datos complementarios por el medio fiable que considere oportuno. Mis señas las entrego a nuestro correo en papel aparte.

     Reciba, mi general, el testimonio de mi permanente y alta consideración, que hago extensiva a su familia próxima, de cuyos integrantes guardo imborrable recuerdo.

     He de decir que no recibí respuesta escrita de Anido a mi ofrecimiento, pero de alguna manera la tuvo Sueiro -supongo que por el método de boca a oído-, quien me la hizo llegar de forma muy escueta, con el laconismo de quien está acostumbrado a que lo espíen:

-          Dice Anido que muchas gracias por tu conmovedora devoción hacia su persona, pero que no le es necesaria por ahora tu ayuda económica, pues va defendiéndose por otros medios.

     Era verdad, como supe más adelante. Más útil le habría resultado mi protección como policía, de haber sido esta posible, pues en Niza pasó el General por bastantes apuros para eludir la ominosa vigilancia de que le hacían sujeto pasivo los servicios de información de la República. Lo cierto es que hacían lo correcto, dado que Anido estuvo a punto de configurarse como la cabeza del golpe de Estado militar que se estaba gestando contra el Gobierno español.

 

 

5.      El león en invierno[70]

 

     El 21 de mayo de 1932 cumplía Martínez Anido setenta años, una edad muy considerable para la época y poco propicia para embarcarse en peligrosas singladuras, como la que insistentemente le sugerían los interesados en acabar con la República por medios espurios. En efecto, el que luego sería conocido como golpe de Estado o rebelión del general Sanjurjo[71], la famosa Sanjurjada, pudo tener como cabeza visible a Martínez Anido, si este hubiese aceptado los reiterados ofrecimientos para ello[72]. Nunca llegué a conocer a ciencia cierta las razones de la negativa del General, pero supongo que un militar exiliado, de setenta años, viviendo en el extranjero de manera en algún modo clandestina, era lo que antes he metaforizado como un león en invierno. Si el General tenía más hondas y reflexivas razones es algo muy probable, habida cuenta del clamoroso fracaso del golpe que se preparaba. De cualquier modo, la pasividad del General sirvió de tan poco ante el Gobierno, como su precedente promesa por su honor de fidelidad a la República: Ya he dejado dicho que, a lo largo de 1932, se le siguió causa criminal por auxilio a la dictadura de Primo de Rivera, que concluyó con la imposición en rebeldía de dos penas de doce años de prisión, que estaba previsto cumpliese en el penal de Mahón.

     La hibernación del General -para sorpresa de todos, incluido él mismo- no concluyó con el triunfo de las derechas en las elecciones generales de noviembre de 1933. Es cierto que -como no podía ser de otra manera- Martínez Anido recibió la amnistía de sus responsabilidades por el auxilio a la dictadura de Primo[73], pero no lo es menos que, cuando se dispuso a entrar en España[74], el Gobierno presidido por Lerroux le negó tal acceso, sin causa legal que lo permitiera[75]. Asombrado, Anido permaneció varios días en Behobia, esperando que las autoridades españolas revisaran su decisión. Finalmente, optó por alejarse de la frontera y fijó su residencia en París. Fue allí donde, en las navidades de 1934, durante un permiso por vacaciones, visité al General, después de unos doce años sin haberlo vuelto a ver.

     Para abreviar, la impresión que me dio era la de que Anido se mantenía en perfecta forma física, teniendo en cuenta su edad. Otra cosa era su estado mental, que no era extraño que fuese de notable confusión, dadas las circunstancias. Imaginen a un hombre mayor, jubilado de grandes responsabilidades, con ciertas dificultades económicas, expatriado de la manera más ridícula por un Gobierno supuestamente afín y con la familia dividida entre España y Francia. Añadan a esto la tremenda impresión recién producida por la revolución de Asturias[76], que Anido -como otros muchos, entre los que yo me encontraba- juzgaba como el punto de no retorno en la normal convivencia y turno democrático de las fuerzas políticas patrias. Con todo ello, el General se hallaba en una situación de perplejidad: De una parte, continuaba decidido a no encabezar, ni tomar parte activa, en una intentona violenta, corregida y aumentada de la de Sanjurjo en el 32. Pero, de otra, comprendía que era inevitable una próxima confrontación armada en el país, juzgando preferible que la mejor organización y los primeros pasos fueran dados por las derechas, encabezadas por los militares y por aquellos grupos políticos que no hiciesen ascos a enfrentarse a la revolución proletaria. El General, aun sin dar detalles, pretendía explicarme su complicada situación, sentados a una mesa del imperecedero Café de la Paix[77], donde nos habíamos citado en un gélido y neblinoso atardecer decembrino:

-          No sabes la matraca que me están dando, con la enésima pretensión de que me ponga a la cabeza de la lucha contra la República, como un mero figurón que podría atraer a mucha gente con su fama de enérgico y eficaz. Por mi casa van pasando compañeros de la milicia, diplomáticos, políticos, empresarios… Pero a mí no me engañan: Al mismo tiempo, están cabildeando con Sanjurjo y Barrera, entre otros[78], para que se pongan al frente de una conspiración, que están urdiendo otros militares, mucho más jóvenes y aguerridos. A lo más que me he prestado es a ponerlos en relación con los amigos que me quedan entre los que trabajamos con Primo de Rivera, como su hijo, sin ir más lejos[79].

-          Hace usted muy bien, mi general. Desde mi modesto otero palentino, veo que las cosas están muy complicadas para que triunfe un golpe de derechas, al menos, mientras resista el Gobierno de Lerroux y Gil Robles[80], que parece tener la sartén por el mango tras haberles sentado la mano a los rebeldes de octubre pasado.

-          No me fío mucho de ellos, Cifuentes. En fin, aquí seguiré hasta que Dios quiera que pueda volver a España y, si se tercia, echar una mano en algo adecuado a mis menguadas fuerzas y al escepticismo político que me invade cada vez más.

     Más o menos, eso fue todo. Por informaciones posteriores tuve constancia de que Anido se mantuvo terne en su pasividad, incluso cuando recibió algunas presiones de parte de los monárquicos de su respetado Alfonso XIII[81]. Pese a ello, los conspiradores siempre lo consideraron uno de los suyos y me consta que lo tuvieron al tanto de la marcha de la sublevación en ciernes; de modo que, cuando esta se produjo, el 17 de julio de 1936, el General -por decirlo con prudencia- no fue de los más sorprendidos.

***

      Quizá no esté de más recordar aquí que, en vísperas del Alzamiento, la familia la Anido estaba lejos de hallarse unida y a salvo. El General, viudo de Doña Dolors desde 1924, se había casado tiempo después con otra señora de ilustre familia tarraconense ligada a la milicia, los Rojí. Su segunda esposa se llamaba Doña Irene y, cuando yo tuve el gusto de conocerla, ejercía como inspectora de Enseñanza Primaria, y no tendría hijos con Don Severiano. El primogénito, Rafael, oficial de la Legión, se alzó con su unidad en Marruecos y no tardaría en pasar a la Península, participando muy honrosamente en el asedio de Madrid, para retornar seguidamente a nuestro Protectorado, lo que le libró de ulteriores peligros. El joven Ramiro, alférez provisional, bajo la protección de sus apellidos, cambió el fusil por el micrófono de la Radio Nacional, en la que ha hecho carrera al concluir la guerra, en tierras gallegas[82]. Pero la mayor inquietud del General era por su rebelde hijo Francisco, que con tanto éxito había cambiado el sable de militar por la plumilla de dibujante[83]: Al sorprenderle el inicio de la guerra en Madrid y ser hijo de quien era, estuvo a punto de ser fusilado, acabando por deber la vida a su buen amigo, Juan José Domenchina, uno de los secretarios de Don Manuel Azaña[84], lo que le permitió seguir vivo hasta 1959, en que falleció de muerte natural; precisamente, en el mismo año en que también murió Domenchina, exiliado en Méjico.

     Con su edad y situación familiar, comprendo que Anido no se apresurase a regresar a España, hasta que el alzamiento militar y su zona de dominio estuviesen consolidados relativamente. Fue el 22 de agosto de 1936 cuando el General cruzó la frontera, aunque su demora trató de compensarla con una frase que me permito juzgar impostada, si no interpolada: Vengo a poner mi espada al servicio de la patria. En todo caso, la Junta de Defensa Nacional no juzgó oportuno aceptar el ofrecimiento y el General quedó a la espera de mejores tiempos para cooperar activamente. Nunca me confió las posibles razones, pero yo supongo que el general Miguel Cabanellas[85], hasta entonces republicano y masón, no congeniaría mucho con quien, además, era superior a él en rango, aunque estuviese en la reserva.

     Se ha dicho que el general Franco, ferrolano como Anido, aunque mucho más joven[86], sentía admiración por el viejo General. De ser así, pocos puestos libres debía de haber en la España nacional, cuando el primero para el que lo nombró fue el de presidente del Patronato Nacional Antituberculoso, y eso, sin mucha prisa[87]. Es cierto que Anido tenía experiencia en la materia de los tiempos de la Dictadura, así como que la asignación presupuestaria no era nada desdeñable[88], pero poco tenía que ver el encargo con el mundo castrense. No obstante, el enlace entre Ejército y tisis surgió nítido cuando salieron a la luz miles de casos de tuberculosis entre los jóvenes llamados a filas, con el riesgo añadido del contagio por la masiva promiscuidad. Martínez Anido, disciplinado y eficaz, no hizo ascos a un puesto tan alejado de la milicia, sino que redactó y puso en práctica un ambicioso plan, con dos puntos clave: una asignación de diez pesetas diarias a cada tuberculoso, para manutención y asistencia, y la construcción de hospitales especializados, según modelo centroeuropeo, de los que el primero se inauguró en Valladolid, en menos de un año[89].

     Aproveché el citado nombramiento para felicitar al General por carta y hacerle saber de mí, con los consiguientes eufemismos y oscuridades:

     Aquí me tiene, mi General, con menos trabajo que nunca, y no principalmente por disminución de la delincuencia, sino porque mi manera de ser y de obrar no se ajustaba a las actuales circunstancias, en opinión de algunas autoridades. Por ello, y por la amplia intervención de la justicia militar y de sus colaboradores, me veo como cabeza de la policía palentina solo en el pequeño núcleo que forman los jueces y magistrados de la Justicia ordinaria… Dirá Vuecencia que otras ciudades más grandes hay en la zona nacional a las que podría aplicar mis conocimientos y experiencia, pero mis cuarenta años me hacen algo indolente y parece que escuchase la voz de San Ignacio: En tiempos de tribulación, no hacer mudanza[90]

     Anido me contestó con brevedad, pero con una sinceridad que, expresada por carta y en aquella época, me sorprendió:

     Deje estar lo que no pueda cambiar, pero no abdique de los principios que han hecho de usted el excelente policía que conocí en Barcelona, en condiciones casi tan difíciles como las presentes… Le diré que doy gracias al cielo de que el Caudillo me haya reservado un puesto en tarea tan humanitaria y apolítica, como la lucha contra el cruel bacilo. Con todo, me llueven peticiones de clemencia, que procuro atender cuando las veo justas; siempre con tiento, pues se me haría menos caso, si me excediese en el número.

     En aquellos momentos, yo no tenía forma de constatar la verdad de lo que el General me relataba, pero, con el tiempo, he conocido a muchas personas que pudieron dar fe de la frecuencia y eficacia de las recomendaciones de Anido. Para muestra, recojo algunos casos, que ilustran aquellas, así como la iniciativa de sus familiares más próximos.

     El primero de esos supuestos comenzó con un fracaso. En los primeros tiempos del alzamiento militar -cuando Anido aún se hallaba en Francia o, si acaso, recién llegado a España-, un ilustre empresario republicano, Segundo Echegaray, fue asesinado en Vigo mediante el método del paseo. Al enterarse el General, lamentó muy de veras el suceso y ofreció su protección al resto de la familia Echegaray. Informado de ello el gobernador civil de Pontevedra, soltó la baladronada de que a los integrantes de aquella familia no los salvaba Don Severiano, ni San Severiano. El General montó en cólera y maniobró para que el prepotente gobernador fuese cesado y la familia Echegaray quedase libre de todo peligro político[91].

     Anido se valió de su relevancia como presidente del Patronato Nacional Antituberculoso para salvar la vida del ilustre médico vigués, José Ramón de Castro[92], que se hallaba encarcelado y acusado por el delito de ser masón, que podía suponerle la pena capital. El General reclamó al ilustre tisiólogo para trabajar en el citado Patronato, del que llegó a ser su secretario.

     Parece que fue la esposa de Anido, Doña Irene Rojí, la promotora de la salvación de un ilustre profesor y literato republicano, Don Hipólito Rafael Romero Flores, quien, en el verano de 1936, fue encarcelado en el siniestro penal leonés de San Marcos, bajo la acusación, entre otras, de haber sido gobernador provisional de la provincia de León en tiempos del Frente Popular. Su esposa era amiga de la del General y ello propició el que este lograse la libertad del profesor Romero, sin otra sanción que la de perder durante un tiempo su condición de catedrático de Filosofía de Instituto[93].

     Mayor relevancia histórica tuvo el eficaz apoyo del General a los esfuerzos de su hijo Ramiro, a fin de salvar la vida de un procurador abulense, llamado Hipólito Suárez Guerra[94], de modesta, aunque muy peligrosa, militancia izquierdista. El Señor Suárez tenía varios hijos, uno de los cuales, llamado Adolfo, llegaría a ser presidente del Gobierno de España y artífice de la llamada Transición a la democracia[95].

     Mucha mayor elaboración y riesgo exigió la obra maestra de Don Severiano, en lo tocante a salvar la vida de gentes que lo merecían. Me refiero a sus inteligentes esfuerzos para evitar la pena capital al general Nicolás Molero Lobo[96], caso en que tuve el honor de poner mi granito de arena. Son razones suficientes -creo yo- para dedicarle un apartado especial en este capítulo.

***

     El general Molero era el comandante en jefe de la VII División Orgánica, con sede en Valladolid, en la noche del 18 al 19 de julio de 1936, en la que se decidió el pronunciamiento de toda la guarnición vallisoletana por el alzamiento militar. El dramático episodio del forzado traspaso de poder en el edificio de Capitanía General, de Molero, al alzado general Saliquet Zumeta[97], cursó con la muerte a tiros de tres personas -dos militares republicanos y un civil alzado- y varios heridos, entre los que se contó el propio Molero, y concluyó con la toma del poder castrense por los sublevados[98]. Una vez curado de sus heridas, el general Molero fue sometido a consejo de guerra contra oficiales generales, por presunto auxilio a la rebelión, solicitando la Fiscalía la pena de muerte. Dada la categoría del acusado, la presidencia del tribunal que lo juzgase había de corresponder a otro general de igual o superior rango, y ahí fue donde Franco pensó en que lo presidiera Martínez Anido. ¿Tenía alguna razón concreta? Yo aventuro que la de tratar el caso de Molero con todo el rigor que hacía presagiar la fama de implacable del General, desde sus tiempos de Barcelona. ¿Y por qué tratar a Molero con la severidad acostumbrada, sin consideración personal alguna? Ciertamente, Molero era persona de ideas temperadas e, incluso, se había comportado con mucha firmeza en la represión de una revuelta anarquista, años atrás[99]; pero no dejaba de ser un masón y, como Ministro de la Guerra[100], le había parado los pies a Franco cuando este le había sugerido declarar durante la República el estado de sitio[101]. Y no era el Caudillo persona que olvidase las muestras de tibieza, ni de desapego hacia su persona.

     Llegó por entonces a rumorearse la muerte o ejecución sin juicio de Molero, quien, por el contrario, estaba curándose en los hospitales militares de Valladolid y Burgos, para acabar preso en el tristemente famoso fuerte de San Cristóbal de Pamplona. Solo en marzo de 1937, decidió la así llamada Justicia militar de los nacionales –ya franquistas- encausar a Don Nicolás. En junio lo trasladaron a prisiones militares de Valladolid, en concreto, a la Academia de Caballería, a fin de preparar el consejo de guerra, que habría de celebrarse en la ciudad vallisoletana.  En cualquier caso, el general Molero ya había sido apartado del Ejército en diciembre 1936, pasando a situación de retiro, cualquiera que fuera la decisión final de su caso. Cuestión diferente era la relativa a sus haberes pasivos que, de mediar condena por rebelión militar, le serían denegados.

     A comienzos del verano del 37, Anido tuvo noticia de que había sido designado para presidir el consejo de guerra contra su colega Molero; un tribunal del que, además de él, formarían parte como vocales tres generales de brigada y dos coroneles. Serían también coroneles el fiscal del caso y el defensor que había designado Molero.

     Por aquellas mismas fechas, hallándome ya a punto de coger las vacaciones de verano, recibí el telefonazo del ayudante Oller que, por encargo de Anido, me invitaba a visitarlo al siguiente domingo en su residencia de Burgos. Muy sorprendido, no tanto por la invitación, cuanto por la premura, acudí a conocer las instalaciones del Patronato Antituberculoso, que era el pretexto a manejar, para así explicar la visita. Naturalmente, la razón era muy otra: El General quería cambiar impresiones conmigo, acerca de una razonable línea jurídica, que evitara a Molero, no ya la pena de muerte, sino una condena carcelaria brutal. Yo le planteé una pregunta previa:

-          Mi general, ¿quiere vuecencia una salida que sea válida para cualquier acusado de rebelión, o solo una escapatoria para el caso específico del general Molero?

     Anido, por reflexión previa o por inteligencia natural, comprendió al momento lo que le estaba sugiriendo y, con una sonrisa que no ocultaba un rictus de tristeza, replicó:

-          Amigo Cifuentes, conformémonos con solucionar lo concreto con una fórmula posibilista. Arreglemos, pues, el desaguisado del fiscal en el caso envenenado que tengo que resolver y veamos su resultado. Si conseguimos que prospere en esto la equidad, que otros consejos de guerra asuman el ejemplo, si a bien lo tienen.

-          Entendido, mi general. De todas formas, se me ocurre que podríamos partir de un hecho que se repitió muchas veces en los primeros días del Movimiento Nacional: El de que numerosas autoridades no se enfrentaron a los alzados, ni encabezaron resistencia armada, sino que, meramente, resolvieron no sumarse a la sublevación, ni tampoco obstaculizarla. Vamos, que se mantuvieron entre la duda y la pasividad. Yo no conozco a fondo el caso Molero, pero Vuecencia sabrá si el general mantuvo, en efecto, esa posición dubitativa y si hizo lo posible para que también la siguiesen los militares a sus órdenes inmediatas aquella noche.

     El General me apremió con la siguiente pregunta:

-          Según eso, ¿cree usted posible condenar esos casos de perplejidad e indolencia de manera distinta y más leve que como adhesión o auxilio a la rebelión?

-          No conozco a fondo el Derecho Penal Militar, pero, si mantiene alguna analogía con el común, le diría que hay delitos para castigar las sublevaciones y otros, menos graves, para sancionar a quienes, debiendo impedirlas, no hacen lo bastante para ello.

-          Un poco alambicado, ¿no le parece?, me reprochó.

-          ¿Qué quiere, general?, repuse con cierto enfado. Más alambicado es considerar rebeldes a los que no se alzaron, sino a los que se mantuvieron fieles al Gobierno; o aplicar un bando declarativo del estado de guerra antes de que fuera hecho público y estando firmado por un general sin mando en plaza.

     Anido tuvo la gentileza de tragarse mi reprimenda, ignoro hasta qué punto por afecto hacia mí o por compartir el argumento. Concluyó:

-          Reflexionaré sobre lo que hemos hablado y seguro que le saco partido… Y ahora, vamos a tomar algo y luego le enseñaré esas dependencias que tenía usted tanto interés en conocer.

     Nos echamos a reír, y yo seguí la broma, medio en serio:

-          No le quepa duda, mi general. Seguro que la lucha contra los bacilos resulta más digna y moral que la que mantenemos contra nuestros hermanos humanos.

     En fin, el 31 de agosto de 1937, en el elegante salón de plenos del Ayuntamiento de Valladolid, se celebró el consejo de guerra contra el general Molero. Para universal sorpresa, los jueces fallaron que el acusado no había cometido rebelión, sino simplemente negligencia en el ejercicio del mando, por lo que se le imponía una pena de tres años y un día de prisión menor[102]. Como era de esperar, hubo recurso contra la sentencia, ante el Alto Tribunal de Justicia Militar, que retornó a la calificación de rebelión y elevó la pena a treinta años de reclusión mayor, librándose el reo de la pena de muerte por la concurrencia de las atenuantes de menor malicia y menor peligrosidad. Finalmente, en febrero de 1938, el Generalísimo indultó parcialmente a Molero, rebajando la pena carcelaria a doce años y un día de reclusión menor, siendo excarcelado el general en el año 1940.

     Quiere decirse que Anido se valió de mis sugerencias para tomar una iniciativa de justicia, de la que convenció a sus compañeros del consejo de guerra, pero que fue desautorizada por el citado Alto Tribunal, cegando así la vía para formación de una posible línea jurisprudencial nueva. En resumen, el General no tuvo éxito en su empeño -si es que con él no evitó la pena de muerte para Molero[103]-, pero mostró su actitud decidida en pro de la equidad y la independencia de criterio; y yo no puedo menos de mostrarme satisfecho por haber cooperado en tal empeño.

 

Ramón Serrano Suñer, posando para un dibujante

 

6.      Los últimos tiempos

 

     No debió de parecerle muy mal a Franco la ocurrencia de Anido en el caso Molero, pues dos meses después nombraba a mi General, Jefe de Seguridad Interior y de Orden Público de toda la España nacional[104].  Tres meses más tarde, en el primer Gobierno del Generalísimo[105], Martínez Anido se convertía de nuevo en Ministro, aunque con la denominación de Orden Público, en vez de la de Gobernación primorriverista. Por razones no bien aclaradas y que, a la postre, resultarían disfuncionales, el General decidió establecer la sede de su Departamento en Valladolid, no en Burgos, donde radicaba el grueso del Gobierno, con Franco al frente. Al menos, ello me permitió mantener una relación más fluida con Anido ya que, aunque Palencia se encontraba a distancia parecida de ambas capitales, la tendencia de los palentinos -entre los que ya me contaba- era la de tirar para la ciudad vallisoletana, no para la burgalesa. Dicho contacto con Anido me vino sugerido por su ayudante Oller -supongo que por orden del General-:

-          Cifuentes -me telefoneó Oller-, pásate por aquí una vez por semana, que el General precisa de toda la ayuda que podamos prestarle.

-          ¿Qué día?, repuse por toda pregunta.

-          Pues…, ven por aquí el próximo martes, de buena mañana. Luego, ya te dirá.

     Aunque sabía que al comisario jefe no iba a gustarle mi intimidad con el gran Jefe, me hizo mucha ilusión pasárselo por las narices, para que me tuviese un poco más de consideración. Tal y como pintaron luego las cosas, a punto estuvo esa presunción de costarme cara, como luego se verá.

     Para presentarme ante Anido a primera hora, decidí pernoctar la noche precedente en el céntrico hotel Imperial de Valladolid[106], donde en lo sucesivo reservé una habitación siempre que la precisé, a nombre de Martínez Anido, que abría todas las puertas, como la llave maestra del conserje. Le encantó al General verme en su antedespacho a las ocho y cinco de la mañana, aunque se limitó a estrecharme la mano y decirme muy eufórico:

-          ¡Como antaño, Cifuentes, como en los buenos tiempos!

-          Como siempre, mi general -repuse-, aquí me tiene…, aunque no sé si podré resistir su ímpetu.

-          Anda, cobista -replicó con una risotada-, pasa y que Medina te ponga al día.

     Me extrañó que no fuese Oller, pero lo cierto es que, en aquellos momentos, la puesta en marcha del Ministerio estaba, más bien, en manos de José Medina[107], hombre muy competente que, aunque fungiendo de Comisario General, no era policía, sino -¡cómo no!- militar: en concreto, teniente coronel de Estado Mayor. Precisamente, en aquellos momentos se estaba dando cima a un importante proyecto, que a mí me sonó a conocido, como a rancio:

-          Estamos ultimando el nombramiento de los Delegados Provinciales de Orden Público, para que sean los representantes de nuestro ministerio y dirijan y supervisen la labor, tanto de la Policía, como de la Guardia Civil. Eso sí, para que merezcan más respeto y no haya piquillas entre policías y guardias civiles, Don Severiano ha decidido que todos los delegados sean militares en activo, preferiblemente con rango de jefes[108].

-          Bueno -comenté, algo escéptico-, mientras dure la guerra, bien está su naturaleza castrense, aunque, siendo ya militares casi todos los gobernadores civiles, quizá habría sido mejor buscar una mayor especialización y conocimiento de las formas de actuar en materia de orden público.

-          Ahí toca usted un punto quemante -sonrió Medina, dándome la razón en parte-. El ministro del Interior[109] está un poco mosca con la creación de estos delegados, pues piensa que pueden quitar competencias a los gobernadores, que -como usted sabe- quedan dentro de Interior.

-          Pues el General pincha en hueso como entre en polémica con el Señor Serrano Suñer, de quien todos dicen que cuenta con gran ascendiente y predilección cerca del Generalísimo -me atreví a opinar-.

-          Habrá que limar asperezas -concluyó mi interlocutor-, pero no se crea que el general Martínez Anido es un comparsa. También él es muy respetado por el Caudillo y, pese a sus setenta y cinco años, no sabe usted la vitalidad que tiene.

     Antes de marchar de Valladolid aquel día, Anido me concedió unos momentos de audiencia, que empleó con su amabilidad acostumbrada:

-          ¿Qué tal te va por Palencia? Si tienes algún problema, dímelo y te reclamo para trabajar en el ministerio.

-          Todo bien, mi General, y encantado de verlo tan firme y afectuoso.

-          Ya sabes -agregó Anido- que enseguida irá para Palencia un delegado de Orden Público, militar, como todos. Voy a sugerirle que te proponga como comisario jefe, que ya va siendo hora de que se te reconozcan los méritos.

-          Por lo que más quiera, Don Severiano -salté, alarmado-, no se le ocurra cargarme con esa responsabilidad mientras dure la guerra. Tiempo habrá luego, que tengo muchos años de carrera por delante.

-          Está bien, hombre -aceptó, con una sonrisa-. No creas, que a veces yo, con todo lo alto que estoy, también siento miedo de ver tanta sangre en la retaguardia y de la persecución inicua de personas muy respetables… Haz cuanto puedas porque se cumpla la ley, pero, al propio tiempo, cuídate. Ya sabes, nadar y guardar la ropa.

***

     La citada advertencia del General bien podría haber sido respondida por mí con el conocido refrán, consejos vendo y para mí no tengo. El conflicto de competencias entre Anido y Serrano Suñer -casi inevitable, por la confusión de origen entre las carteras de Interior y de Orden Público-, degeneró en un enfrentamiento abierto, al añadirse una cuestión de principios: El General parecía entender que, mientras durase la guerra y, con ella, los omnímodos poderes de Franco, eran los militares, con sus peculiares disciplina y legalidad, quienes habrían de dirigir en absoluto la política de la España nacional. Luego, ganada la guerra, Anido tenía la ilusión de que el Generalísimo iría abdicando de sus funciones, en favor de la monarquía alfonsina y de una progresiva liberalización. No era nada diferente de lo que había sostenido desde el poder, cuando la Dictadura de Primo de Rivera, aunque este había hecho caso omiso de los consejos de su vicepresidente. Ahora, en la conflictiva España de 1938, Anido veía prosperar en el Gobierno, de la mano maestra de Serrano, a un partido político único, nuevo y complejo -la Falange-, que parecía llevar al país, caso de victoria de Franco, a un remedo fascista. Y, aún peor, hasta que llegara el momento de la victoria, los falangistas, entusiastas pero indisciplinados, iban minando el terreno a los militares y, muy en particular, a él, que veía constantemente invadidas sus competencias policiacas con prácticas sangrientas y autónomas, tras de las que siempre creía ver la sombra del cuñadísimo Serrano.

     Naturalmente, todo esto, y más, eran las impresiones que me transmitían el General y su ayudante Oller, cada vez más preocupado con la franqueza de su jefe y con la evidente marginación de que sus puntos de vista eran objeto. Un día, el ya coronel me confió:

-          Tengo verdadero pánico a las salidas de tono del General, incluso en el Consejo de Ministros, ante el mismísimo Caudillo, que por ahora calla y no se compromete en público, entre otras cosas, porque le tiene un gran respeto a Anido, por su historial y su edad, además de que le sirve de espantajo, para asustar a la población desafecta…, si es que no lo está ya hasta el extremo. Pienso que Franco, en el fondo, da de lado a Anido y eleva cada vez más a su cuñado, pero lo cierto es que el General tiene la impresión de que los ministros han formado dos bandos: El de los del yugo y las flechas[110], en el que sitúa a Serrano, con Rodezno, Fernández Cuesta y González Bueno[111], y el de los que lo respetan a él, como Jordana, Dávila y Amado[112].

     De manera franca, también Anido me transmitió directamente su indignación con algunos aspectos de la situación política, que lo afectaban de manera especial, aunque yo pienso que tanto por desconsideración hacia su persona, cuanto por el fondo de los problemas. Reuniendo en un solo fragmento retazos de varias conversaciones, lo podría reflejar, poniendo en boca del General las siguientes palabras:

-          No he llegado a teniente general, a ministro y a viejo, para que me ofendan unos pisaverdes, que no respetan la historia, la edad ni el empleo. Y tú, que eres un policía vocacional -de los pocos que conozco-, lo entenderás mejor que nadie. No es ya que a mí me tomen por el pito del sereno, sino que se ríen de la legalidad, de la dignidad de la función policial y de los derechos de dignísimos ciudadanos. En la zona nacional campan por sus respetos, aunque nadie rechiste, pero es mucho peor en las provincias que vamos conquistando, de donde me llegan noticias de burradas, que ni la venganza por las de los otros puede justificar, ni las autoridades militares deberían consentir. Y, tras de cornudo, apaleado: ¿Querrás creer que el embajador de Alemania[113] me abordó el otro día, para pedirme mesura y menos sangre? ¡Como si yo lo decidiese o tuviera el poder de pararlo! No, lo que es, como el Generalísimo sigue actuando a la gallega, estoy dispuesto a dimitir y volver al Patronato Antituberculoso, si es que me aceptan.

     Así, en mis frecuentes visitas al Valladolid de Anido, iba conformando la impresión de que el General estaba cada vez más molesto y cansado, y de que mi presencia allí solo servía -quizá no era poco- para que se desahogara verbalmente con un amigo leal; alguien ante el que pudiese afirmar que Franco no tiene condiciones y es un desastre[114]; o calificar a Serrano Suñer -creo que bastante acertadamente, entonces- como un sujeto malicioso, soberbio, absorbente, desatento hasta con sus compañeros de Gobierno.

     Al llegar el verano, Anido parecía agotado, aunque relativamente contento:

-          ¡Hala!, me dijo, ya me he despachado con Franco. Le he mandado una carta, sugiriéndole que me cese, si es que no está dispuesto a ordenar que se me respete y cesen las intromisiones ilegales en mis competencias[115]. Ahora, me voy a tomar unos días de reposo en Colmenar, en la provincia de Málaga, a ver si vengo como nuevo, que mi mujer y mis hijos me encuentran desmejorado. Así que -recalcó, bromeando-, tú también puedes coger unos días de permiso, lo más lejos posible de mí, del frente… y de tu comisario jefe, del que me cuenta el Delegado de Orden Público de Palencia que es un auténtico mentecato.

***

     Cuando regresé de mis cortas vacaciones veraniegas del 38, encontré sobre mi mesa de trabajo un alarmante mensaje de Oller, en papel del Ministerio:

     Cuando se incorpore de su licencia, sírvase pasar por esta Dependencia, por un asunto grave.

     ¡Y tan grave!, por más que la mejoría ya era notoria. El hecho era que, estando en Colmenar reposando, el General había sufrido un abrupto proceso de ahogos y escalofríos por todo el cuerpo, que los médicos habían calificado, de forma harto dubitativa, como un proceso agudo de insuficiencia cardio respiratoria. El coronel ayudante me exhortó a pasarme por el domicilio de Anido, dado que este, aún convaleciente, no se había incorporado a las tareas de despacho.

     Nada más llegar a la casa, mi antiguo protegido Ramiro, el hijo del general, pasó conmigo a una salita y se me sinceró:

-          Papá, aunque tenga buena salud, ya es un hombre viejo y gastado, que no es extraño sufra algún trastorno repentino; más aún, con la tensión a que está sometido desde hace medio año. Pero esto…

     Dejó en el aire la frase, dando a entender que algo raro había en la enfermedad del General. Ramiro dudó en proseguir su relato pero, finalmente, se decidió:

-          Como sabes que el general Miguel Cabanellas murió hace poco en Málaga, de manera bastante repentina[116]. Pues bien, cuando los médicos malagueños trataron a mi padre, yo les oí decir que tenía los mismos síntomas que su compañero, fallecido dos meses antes… Y ya conoces que Cabanellas no era muy partidario de Franco, que digamos[117].

-          Quizá se trate de alguna enfermedad contagiosa rara, que pulule por allá abajo, insinué con poca convicción.

-          Sí -aseveró Ramiro, con sarcasmo-, una enfermedad que solo afecta a los generales que no le hacen la rosca al Caudillo.

-          ¿Podría pasar a ver a tu padre?, inquirí, desviando la conversación.

-          Sí, pasa, pero por poco tiempo, que todavía está bastante débil.

     En efecto, aunque con la cordialidad de siempre, el General recibió mi visita bastante apagado, y eso que su hijo cometió el error de calentar el ambiente, diciendo:

-          Le estaba contando a Cifuentes que entre la enfermedad de Cabanellas y la de papá hay una sospechosa coincidencia.

-          ¡Qué bobada!, censuró la esposa de Anido. No hay más que ver que tu padre se está reponiendo a ojos vistas, aunque menos aprisa de lo que él se cree.

-          Ramiro es muy teatrero -aseveró su padre-: hasta relaciona lo de ahora con los accidentes de aviación de Sanjurjo y de Mola[118]… Anda, que como llegue a enterarse el Generalísimo, te saca de Radio Nacional y te manda al frente del Ebro.

-          Bueno -concluí, despidiéndome-, Vuecencia restablézcase del todo y no se apure por volver al Ministerio, que allí marcha todo como la seda.

-          Será para Serrano, que se me ha quitado de en medio por una temporada -gruñó Anido-.

     Doña Irene Rojí me acompañó a la salida. En el camino, insistió en su convicción de que nada raro había en la repentina enfermedad de su marido:

-          Es que Severiano no estaba acostumbrado a los calores del verano malagueño -explicó-…, aunque no diré yo que no haya contribuido la tensión por las rencillas con Serrano Suñer.

     Pese a la mejoría en su salud, el General no volvió a ser el mismo. Gracias a su fuerza de voluntad y al acicate de no dejarse comer el terreno por otros ministros, todavía se incorporó a su despacho, pero de manera intermitente y cada vez más esporádica. Yo, como otros, llegué a pensar si no se trataría de una manera de disimular su cese, hasta el momento en que el Generalísimo juzgase pertinente hacerlo oficial. Y no era una suspicacia sin fundamento, pues yo sabía algo que Oller no había sido capaz de ocultarme y que, de no venir de él, jamás me hubiese creído. Por lo que hasta ahora sé, los matices son muy confusos o ignorados, pero el grueso del incidente fue, más o menos, el que sigue:

     Un informe confidencial de Anido, cuyo contenido era un resumen de las desavenencias entre él y otros miembros del Gobierno -Serrano, el primero-, añadía una coletilla -peligrosa por demás-, en la que el General juzgaba que la responsabilidad última era del Jefe del Estado, que no parecía capacitado para poner orden entre los diversos ministerios. Tal informe, por una gravísima indiscreción de uno de los colaboradores de Anido en el ministerio -Oller tenía sospechas sobre su identidad, pero no certezas-, cayó en manos del cónsul de Italia en Valladolid, quien -como es natural- lo envió a su Gobierno, sin que, por el momento, se tuviese constancia de que Franco lo hubiese sabido[119].

     Sinceramente, a partir de ese instante, decidí no volver por Valladolid a mantener contactos con el General o sus próximos. Bastantes problemas tenía yo en Palencia, como para relacionarme con personas que, la verdad, no me he explicado hasta ahora cómo no las pasaron canutas en aquella época tan violenta e inescrupulosa.

***

       En la Navidad de 1938, se inauguró en la España nacional la costumbre legal de percibir una paga extraordinaria, que podríamos calificar de aguinaldo, la cual había partido de una iniciativa de mi General, secundada por el Gobierno. Curiosamente, el promotor de tan plausible subsidio agonizaba por aquellas mismas fechas en su casa de Valladolid, víctima probable de la enfermedad[120] que había contraído en la provincia de Málaga cinco meses antes[121]. Como es natural, nada más enterarme del óbito, acudí a la ciudad del Pisuerga para firmar en el libro de condolencias y dar el pésame a sus familiares y al coronel Oller, que es como si lo fuera. Ya en ese momento, acababa de llegar el hijo mayor del General, capitán Rafael Martínez Baldrich, pero no me hizo entonces ninguna indicación concreta. Fue al concluir el solemne funeral -que tuvo tanto de castrense como de falangista[122]- cuando el capitán me citó en su domicilio, en la tarde del siguiente día, para hacerte un encargo, que es tan mío como de mi padre.

     La encomienda era sencilla, pero peligrosa. Rafael, en presencia de Oller, me la resumió así:

-          Mi padre conservaba un archivo de sus actividades oficiales, con documentos de toda su vida política y militar, incluidos estos últimos tiempos al frente de Orden Público. Por razones que no hará falta que te explique, Oller ha separado algunos de los más importantes y conflictivos, por si se le ocurriere a alguien dejarse caer por casa y hacer un expurgo. Es de justicia conservarlos y mi padre estaba totalmente de acuerdo con ello: Aquí estoy yo, no en las patrañas e infundios que contra mí se han levantado, llegó a decir.

     Sacó de una vitrina-librería una carpeta de cartón, tamaño folio, simplemente cerrada con gomas, sin título ninguno, cuyo bulto evidenciaba que eran contados los documentos que contenía. La puso sobre el velador junto al que estábamos sentados y prosiguió:

-          Mucho me temo que, si alguien echa en falta estos documentos, lo primero que pensará es que los tiene Oller, o yo mismo. En cambio, si tú…

     No dejé que continuara la frase y dije:

-          Aquí estoy yo para custodiarlos, hasta que me los pidas.

     Rafael me los entregó con una sonrisa, no sin advertirme:

-          Mete la carpeta debajo del abrigo. Uno nunca sabe…

***

     En la medida en que estas líneas, que redacto sustancialmente en 1949, me encargaré de que no sean leídas hasta que Rafael Martínez Baldrich no haya pasado a mejor vida[123], me siento con el derecho de recoger algunos significativos pasajes del documento más importante de cuantos se me entregaron por aquel. Se trata de la copia, en tres folios mecanografiados[124], del escrito de dimisión como Ministro de Orden Público, que Anido remitió al Generalísimo y que este, por lo que luego se vio, no aceptó[125]. La copia que el General conservaba del referido escrito, fechado a 28 de junio de 1938[126], comenzaba con unas palabras de respetuoso encomio hacia el Jefe del Estado y del Gobierno:

     Mi querido y respetado general: Constituye para mí un verdadero dolor tener que interrumpir con una preocupación más su cotidiana y gloriosa labor guerrera al frente de nuestras tropas…

     Pasaba, a continuación, a resaltar un argumento que no podía menos de ser compartido, con carácter general, por un militar de alto rango, como lo era Franco: El de que se ofenda ante la falta de respeto por la edad y el empleo. El hecho es que ve sus facultades mediatizadas y sin disponer de la libertad de acción que tanto se necesita. Y pone en el centro de las causas en la prácticamente nula división y separación de tareas entre los ministerios de Orden Público y de Interior, dos órganos con funciones solapadas y carentes de un margen material que limita las acciones policiacas y administrativas.

     Pero lo que quiero destacar viene acto seguido, al resaltar la ilegalidad y la crueldad con que vienen comportándose otras autoridades o fuerzas, que el General  Anido se ve impotente para controlar e impedir:

     Los tentáculos del Servicio de Información Militar se extienden hasta el más pequeño rincón de la retaguardia, desacreditando y anulando cada vez que puede la acción de la policía, llegando en su actuación al extremo de detener a personas respetabilísimas, castigar de una manera cruenta a detenidos para lograr declaraciones y otros excesos que dejan en muy mal lugar a la policía, por ser una de sus funciones el evitarlo y garantizar el amparo y respeto de las personas… Y, como quiera que no existe en mi espíritu interior la satisfacción que señalan nuestras Ordenanzas, ni veo manera de arreglo de las normas establecidas para que pueda modificarse esta situación anómala, le ruego que me releve de mis cometidos.

***

     Si solo contásemos con esa carta para perfilar el comportamiento del General durante el periodo de guerra civil que le tocó vivir, ya sería notable, aunque no definitoria. Pero, si la agregamos al comportamiento del que he dejado constancia en el capítulo anterior, bien puede decirse que el león Anido no era, ni mucho menos, tan fiero como se le ha pintado o, cuando menos, que con el paso de los años mejoró sus cualidades, como los buenos vinos. No me acogeré yo al ditirambo, como los periódicos de la época, alguno de los cuales lo calificó de excelente militar, político enérgico y austero, ensalzando su  lealtad, su honradez y su valía[127], pero sí daría buena parte de razón a quienes opinan que se ha querido ver en el General, desde sus tiempos de gobernador en Barcelona, el ejemplo y modelo de todo lo malo y cruel que trajeron aquellos años de España para uno de los bandos que rivalizaron en destruir su unidad y convivencia. A su modo, lo reflejaba el mismo diario: Sus imponderables virtudes cívicas estaban avaladas por la inquina desesperada, por el odio obsesionante, por los violentos ataques que mereció de todos los enemigos de España.

     No fue un periodista belicoso, sino un político respetable, Don Niceto Alcalá Zamora, quien ha llegado a decir que los desmanes en la Guerra Civil llegaron a ser tales que hasta un hombre tan duro como Anido ha sido freno de excesos y garantía de muchas vidas durante la guerra civil[128]. Nada diferente del autorizado juicio del historiador británico, Hugh Thomas[129], ni del de Guillermo Cabanellas, que mostró su extrañeza por la circunstancia de que Martínez Anido, con su leyenda de implacable, fuera en la hora trágica de las guerra, el hombre más humano y sensible de cuantos integraron aquel primer Gobierno de Franco[130].

***

     No sé si se habría enfriado del todo el cuerpo del General, cuando su antagonista íntimo, Serrano Suñer, logró lo que había estado persiguiendo durante tanto tiempo: hacerse con todas las competencias del Ministerio de Orden Público, ahora, de manera abierta y legal. En efecto, el día 29 de aquel mismo mes de diciembre de 1938, se fusionaba aquel ministerio con el de Interior, para formar el nuevamente llamado Ministerio de la Gobernación[131], del que pasaba ser su titular el cuñadísimo, Serrano. He ahí a uno que se benefició de los despojos del vencido por la muerte.

     En cambio, yo no las pasé del todo mal, pero casi. Anido ya no contaba y sus amigos podían ser objeto de mezquinas vindictas. Resultó que alguien fue al comisario jefe de Palencia con el cuento de que el General había estado dispuesto a reemplazarle en el cargo por mi humilde persona y, por más que yo hubiese declinado la oferta, debía de ser algo que lo ofendía y no estaba dispuesto a olvidar. Ciertos desplantes por su parte, así como indirectas y comentarios hacia la insólita falta de entusiasmo de algunos policías de la vieja escuela, me hicieron comprender que no era bienquisto a orillas del Carrión. Castellón había sido conquistado bastantes meses antes[132] y, aunque no lejos del frente, parecía caminar hacia la que podríamos llamar normalidad franquista. Solicité una plaza de comisario, de las numerosas vacantes que allí había; me la concedieron, y allá que me fui, con el propósito de aguantar hasta que el final de la guerra desactivara probables denuncias contra mí del jefe palentino. Pero -lo que es la vida- la ciudad me gustó y cierta castellonense aún más. El caso es que en La Plana llevo diez años y no será extraño que aquí termine mi existencia. Y es que, como una vez me escribió con sorna Doña Irene Rojí, Castellón no es Tarragona, pero no está muy lejos.

 

 

Epílogo


     Vuelvo al principio de este relato. Imagino que aún me halló en el cementerio del Carmen de Valladolid, ante la solemne tumba que, desde hace muy poco tiempo, acoge los restos de Don Severiano Martínez Anido. El mausoleo supongo que implica, con más o menos apariencia, respeto y reconocimiento a su memoria por parte de los vencedores en nuestra guerra civil. Pero ¿qué opinan los vencidos? Y, sobre todo, ¿Qué contará sobre el General la Historia, dentro de un siglo o dos? Yo no estaré aquí para conocerlo, pero sí lo estoy en esta rememorada mañana de 1949 para dejar constancia, con una oración y unas flores, de mi gratitud y aprecio hacia quien, por encima y más allá de todo juicio crítico, fue mi amigo. Y por eso dedico estas páginas a su memoria.


¿A quién le toca hoy” (El pistolerismo en La Esquella de la Torratxa)





[1] Allí siguen, al redactar este relato (2022). El mausoleo -del que recojo una fotografía- fue obra del arquitecto Miguel Baz García. Véase, Javier Carbayo Baz (nieto del citado arquitecto), La obra del arquitecto Miguel Baz en Valladolid, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, número 50 (2015), Valladolid, pp. 73-88.

[2] Dicho Sindicato se creó en 1942, siendo su primer presidente, Tomás Borrás (sobre él, véase nota 3).

[3] Tomás Borrás Bermejo (1891-1976), político y escritor, de quien historiadores, como Julio Aróstegui y Josep Fontana, afirman que fue el creador del mito de que la sublevación militar de julio de 1936 frenó una inminente revolución violenta de carácter y dirección comunistas.

[4] Severiano Martínez Anido (1862-1938), militar y político, sobre el que se irán desgranando referencias y notas a todo lo largo de este relato. Este ilustre personaje histórico carece de la biografía amplia e imparcial que, sin duda, merece. Fácilmente asequibles por Internet, y relativamente asumibles: Roberto Martínez Bolaños, Severiano Martínez Anido (1862-1937 -sic-). Militar y represor, Anatomía de la Historia, 2013, 17 páginas; Soledad Bengoechea, Cuando Martínez Anido controlaba Barcelona con la venia de la patronal. El centenario, Conversaciones sobre la Historia, 24 de noviembre de 2020. Su archivo personal -y el de su hijo, Rafael- obra actualmente en poder del Estado Español, por compra a sus herederos: Véase, Peio H. Riaño, El legado de una familia franquista. Cultura compra los archivos personales de Severiano y Rafael Martínez Anido, en Público.es.- “Memoria viva”, 5 de junio de 2010 (el precio de la compraventa fue, al parecer, de 15.000 euros).

[5] Ad calendas graecas es una expresión latina para referirse a un momento inexistente (en el calendario griego no existían las calendas) o, al menos, indeterminado y muy improbable. Algo así expresaba Mariano José de Larra con su Vuelva usted mañana (1833), al que se alude con lo del celtiberismo.

[6] La citada Academia se fundó por Real Orden de 12 de marzo de 1903, pero no inició las enseñanzas hasta 1906.

[7] José Canalejas Méndez (1854-1912), presidente del Consejo de Ministros (1910-1912), asesinado en la Puerta del Sol de Madrid el 12 de noviembre de 1912 por el anarquista, Manuel Pardiñas.

[8] Rafael Salillas y Panzano (1854-1923), Luis Simarro Lacabra (1851-1921), Quintiliano Saldaña y García-Rubio (1878-1938), Luis Jiménez de Asúa (1889-1970),fueron  distinguidos juristas y/o médicos de su tiempo, que fueron profesores o impartieron docencia en el citado Instituto de Criminología madrileño.

[9] Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), gran pionero español de la dactiloscopia. La aludida Revista, cuyo título exacto fue Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Facultad de Derecho y del Museo Laboratorio Jurídico de Madrid, inició su publicación en 1906 y desapareció en 1936, por efecto de nuestra Guerra Civil.

[10] La zona del Raval, o Barrio Chino de Barcelona, era un centro de la prostitución en la ciudad, en tanto que el Paralelo lo era de los espectáculos cabareteros, más o menos subidos de tono.

[11] Martínez Anido (recuérdese la nota 4) fue gobernador militar de Guipúzcoa entre febrero de 1917 y noviembre de 1918. Su petición dataría de fecha próxima a su toma de posesión.

[12] La primera esposa del general Martínez Anido fue Doña María Dolores Baldrich Folchs, de ilustre familia tarraconense.

[13]  Se considera el año 1917 como el primero de alta violencia político-social en Barcelona, en cuyos atentados se produjeron durante dicho año 6 muertos y 25 heridos, según la obra de Albert Balcells, El pistolerisme à Barcelona (1917-1923), edit. Pòrtic, Barcelona, 2009.

[14] Un comisario de policía de la época cobraba unas 5.000 pesetas anuales. Supongo que un inspector de entrada tendría un sueldo por debajo de las 4.000. En las labores de protección privada, algunos de los policías más eficaces cobraban entre mil y tres mil pesetas mensuales.

[15] Denominación coloquial del principal grupo de pistoleros al servicio de la patronal barcelonesa, que acabó por incluir la extorsión a burgueses, so pretexto de servicio de protección. Se dice que llegó a contar (1919) con unos setenta matones. Estuvo dirigida sucesivamente por el llamado Barón de Koening (Friedrich Rudolph Stallmann) y por el comisario, Vicente Bravo Portillo.

[16]La Salle Bonanova, colegio barcelonés de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, fundado en 1889 y actualmente (2022) en funcionamiento.

[17] Aunque en diversas fechas, las hostilidades pudieron darse por concluidas en noviembre de 1918.

[18] Albert Balcells, en la obra citada en la nota 13, ofrece para el bienio 1918-1919 las siguientes cifras de muertos y heridos en atentados político-sociales: 35 muertos y 110 heridos. Entre las víctimas, recoge un total de 10 patronos y encargados de fábrica, así como 7 agentes de la autoridad.

[19] Se trataba de un cuerpo armado, auxiliar de los de Orden Público, que funcionaba a la sazón de manera tibia y escasamente eficaz en la Cataluña rural, según la opinión más generalizada, aunque su fuerza y control prosperaron al amparo de la necesidad del momento, hasta alcanzar gran importancia durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Véase, Eduardo González Calleja, La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria 1923-1930, Alianza Editorial, Madrid, 2005, espec. pp. 164-175.

[20] Puede decirse que los destinos de guarnición de Martínez Anido fueron casi todos en Cataluña, donde estuvo destinado entre 1888 y 1893, de 1894 a 1896, de 1899 a 1909 y entre 1919 y 1922. Su matrimonio con Doña Dolores Baldrich se celebró en Tarragona, el 1 de mayo de 1894. Otros destinos fueron en las campañas de Filipinas y Marruecos, así como de ayudante militar de Alfonso XIII.

[21] Francisco Cambó y Batlle (1876-1947), político catalán que puede ser conceptuado como catalanista moderado y cooperador con el Gobierno central, del que fue Ministro de Hacienda y de Fomento. Fundó y dirigió el partido Lliga Regionalista.

[22] Es probable que el inspector Cifuentes aluda al hecho de que, tanto la esposa del general Martínez Anido, como uno de sus hijos, el famoso dibujante y cartelista, Roberto Baldrich, no compartieran las ideas tan tajantes y las acciones tan enérgicas de su ilustre pariente.

[23] Eduardo Dato Iradier (1856-1921), político conservador, tres veces presidente del Consejo de Ministros (1913-1915, 1917 y 1920-1921). Falleció víctima de atentado anarquista, en Madrid, el día 8 de marzo de 1921.

[24] Movimiento asociativo de jefes y oficiales militares, enfrentados con el Gobierno y con otros compañeros suyos, por el motivo principal de oponerse a los ascensos demasiado numerosos y poco justificados, por méritos de guerra (en concreto, en las campañas de Marruecos).

[25]  El lugar es el mismo, pero no así el edificio, pues el Gobierno Militar actual de Barcelona se construyó entre 1927 y 1932. El anterior (Parque de Ingenieros) tenía muy poca prestancia y era insuficiente, como dentro de poco criticará en el relato el general Martínez Anido.

[26] El edificio que fue de la Capitanía General de Cataluña hoy existente, se construyó a tiempo de servir de ornato a la ciudad durante la Exposición Universal de 1929. El anterior resultó de sucesivas reformas de un convento mercedario desamortizado, al que se trasladó la Capitanía General en 1846.

[27] Juan Cristóbal Marinello Bonnefoy, en su tesis doctoral, Sindicalismo y violencia política en Cataluña, 1902-1919, Universidad Autónoma de Barcelona, 2014 (accesible por Internet), ofrece en el Anexo 1 de su trabajo (pp. 599-602) las siguientes cifras de agentes de la autoridad víctimas de atentados en Cataluña, entre 1902 y 1921: 9 muertos, 24 heridos y 79 ilesos. De ellos, en el trienio 1919-1921, se contabilizaron 8 muertos, 16 heridos y 79 ilesos.

[28] Se alude aquí a la práctica delictiva, pero generalmente consentida por la autoridad, de la ley de fugas. Véase sobre ella el buen resumen de Juan Cristóbal Marinello Bonnefoy, A cien años de la Ley de Fugas: el terrorismo de Estado en la Barcelona del pistolerismo, Ser Histórico, 29/04/2021, accesible por Internet.

[29] El autor citado en la nota 27 ofrece, íbidem, las siguientes cifras de patronos y gerentes de fábricas, objeto de atentados violentos entre 1919 y 1921: muertos, 32; heridos, 33; ilesos, 14.

[30] Joaquín Miláns del Bosch y Carrió (1854-1936), capitán general de Cataluña entre 1918 y 1920 y gobernador civil de Barcelona entre 1924 y 1929. El 31 de agosto de 1936, cuando contaba 82 años de edad, fue asesinado en Madrid por milicianos de fidelidad republicana.

[31] Sobre estos personajes y la Banda Negra, véase la nota 15.

[32] Valeriano Weyler y Nicolau (1838-1930), capitán general del Ejército, en la reserva a la sazón. En el momento de su susodicho nombramiento contaba 81 años de edad.

[33] El más famoso de ellos fue el llamado de la bomba del Liceo, atentado anarquista que produjo en dicho teatro lírico la muerte de veinte personas y más de treinta heridos. El suceso tuvo lugar el 7 de noviembre de 1893, durante una representación de la ópera Guillermo Tell, de Gioacchino Rossini.

[34] Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1879-1930), teniente general, Dictador de España entre 1923 y 1930.

[35]  De hecho, el gobernador civil, Federico Carlos Bas Vassallo (1871-1938), fue nombrado con el encargo gubernamental de dirigir una política de conciliación social, convirtiéndose así en la bestia negra de la patronal y de las autoridades intransigentes de Barcelona, que provocaron su cese o dimisión al cabo de cinco meses en el cargo (junio-noviembre de 1920).

[36] Miguel Arlegui Bayonés (1858-1924), general de la Guardia Civil, ocupó entre 1920 y 1922 el cargo de Inspector General de Seguridad de Barcelona, equivalente al de jefe superior de Policía. Posteriormente (1923-1924) sería director general de Orden Público, a las órdenes de Martínez Anido como subsecretario de Gobernación (1923-1925).

[37] Algunos han achacado a la precaria salud de Arlegui parte de sus malas cualidades para el mando general en Barcelona. De hecho, fallecería de un ataque al corazón en enero de 1924, a los 65 años de edad.

[38] Esta evolución, cualitativa y cuantitativa, del Somatén bajo Martínez Anido está bien tratada por la especialista, Soledad Bengoechea, en su artículo, La contrarrevolución en las calles de Barcelona durante la huelga de “La Canadiense”, en www.catxipanda.tothistoria.cat (13 de enero de 2021). Es difícil de calcular el número máximo de somatenistas que llegó a haber en tiempos de Martínez Anido, manejándose cifras entre los 15.000 y los 40.000, para toda Cataluña.

[39] Albert Balcells, citado en su tesis doctoral por Marinello (véase nota 27), recoge para Barcelona (periodo 1917-1923) las siguientes cifras de víctimas de atentados (no necesariamente mortales): Obreros y pistoleros antisindicalistas y de los sindicatos libres: 112; obreros y pistoleros sindicalistas y anarquistas: 211, más 4 abogados de cenetistas; obreros de afiliación desconocida: 248. Parece evidente, pues, que la opinión del narrador, Cifuentes, no está muy desacertada, en la medida en que no llegue en el futuro a precisarse el significado político-social de esas 248 víctimas “de afiliación desconocida”.

[40] El mejor trabajo hasta ahora (2022) sobre las víctimas comprobadas de la ley de fugas es el de Juan Cristóbal Marinello Bonnefoy, A cien años de la Ley de Fugas: el terrorismo de Estado en la Barcelona del pistolerismo, Ser Histórico, 29/04/2021. Según él, dentro del periodo de gobierno de Martínez Anido, el número de muertos por esa execrable práctica policial fue de unos 20, entre el 19 de enero de 1921 y el 22 de octubre de 1922. En el citado trabajo se dan identidades y toda clase de otros detalles.

[41] Son modalidades de responsabilidad por los hechos de otros, en la medida en que no se haya elegido a las personas adecuadas para un cargo o puesto, o no se haya controlado su recto comportamiento ni, en su caso, detenido las malas prácticas y actuado contra las mismas.

[42] Antonio Maura estuvo en el cargo en esta ocasión, de agosto de 1921, a marzo de 1922; José Sánchez Guerra, entre marzo y diciembre de 1922.

[43] Debemos perfilar algunas diferencias entre los sindicatos únicos y los libres. Los primeros imponían un único sindicato para cada sector laboral, tanto a los obreros, como a los patronos: Privaban de la libertad de sindicación y sus analogías con el sindicalismo fascista italiano y el franquista español posterior son evidentes. Los sindicatos libres eran asociaciones de trabajadores como pudieran serlo las socialistas y las anarquistas, pero sin vinculación a partidos políticos y de presunta inspiración cristiana, más o menos clerical y reivindicativa, según los casos (los catalanes estuvieron entre los más activos).

[44] Indudablemente era correcta. Los datos recogidos en la obra citada en la nota 39 ofrecen las siguientes cifras para la zona metropolitana de Barcelona en el trienio 1921-1923: A) Víctimas de atentados político-sociales en 1921, 311, con 95 muertos y 170 heridos. B) Lo mismo en 1922: 61, con 19 muertos y 30 heridos. C) Lo propio en 1923: 117, con 59 muertos y 53 heridos. Recuérdese que Martínez Anido se hizo cargo del gobierno civil de Barcelona en noviembre de 1920, cesando en octubre de 1922.

[45] Rafael Martínez-Anido Baldrich (1903-1978), general de división (1974).

[46] En el otoño de 1921; homenaje dedicado por el Centro de Defensa Social de Gràcia.

[47] Alférez durante dicha guerra, Ramiro Martínez Baldrich se incorporaría a los servicios de la nueva Radio Nacional de España durante la contienda, siguiendo luego la carrera de la radiodifusión en la emisora de La Coruña como jefe de programación, habiendo alcanzado un premio Ondas. Curiosamente, en ocasiones fue criticado durante el franquismo de los años 50 y 60 del siglo XX por su atención a las corrientes y personajes galleguistas; algo que, de ser así, no le habría agradado nada a su padre.

[48] El banquete de despedida se celebró en el hotel Ritz de Barcelona, el 31 de octubre de 1922.

[49] Debe recordarse que, aunque Martínez Anido era a la sazón Subsecretario del Ministerio de la Gobernación, en la práctica era la máxima autoridad en la materia, dado que la cartera ministerial se la había reservado el propio Miguel Primo de Rivera, situación que se mantuvo durante más de dos años, cuando Anido fue finalmente promovido a ministro del ramo.

[50] Juan Oller Piñol, militar y político, que hizo su carrera pública a la sombra de Martínez Anido, de quien dejó una biografía en exceso favorable: Martínez Anido: su vida y su obra, Victoriano Suárez, Madrid, 1943. Alcanzó el puesto de Subsecretario de Orden Público bajo el ministerio de Martínez Anido (Decreto de 2 de febrero de 1938).

[51] Los Delegados Gubernativos -que algunos apostillan de Militares- fueron creados por Real Decreto de 20 de octubre de 1923, en número de más de quinientos, con el objetivo de constituir la máxima autoridad de la Dictadura en los partidos judiciales. Tanto sus funciones, como su número, experimentaron una notable evolución en los años de Primo de Rivera: Por ejemplo, en Real Decreto de 20-3-1926, su número se limitó a 132 para toda España, ya con competencia provincial, a distribuir por norma o por voluntad de cada Gobernador. Con carácter general, véase: Eduardo González Calleja, La España de Primo de Rivera. La modernidad autoritaria (1923-1930), Alianza Editorial, Madrid, 2005; y, como breve esquema, Juan Francisco Pérez Ortiz, Los delegados gubernativos militares (de la provincia de Alicante) durante la dictadura de Primo de Rivera, Espacio, Tiempo y Forma, tomo 3, 1990, pp. 395-400. La susodicha apostilla de militares responde a la preferencia que tenían para ocupar el cargo los jefes militares (en particular, tenientes coroneles y comandantes), e incluso los meros oficiales (capitanes).

[52] Severiano Martínez Anido había nacido en El Ferrol (La Coruña), de familia allí avecindada.

[53] Martínez Anido fue comandante general de Melilla entre el 6 de junio y el 21 de agosto de 1923. El enfrentamiento más notorio fue con el ministro de Estado, Don Santiago Alba.

[54] Es decir, la ciudad de Palencia que a la sazón contaba con poco más de 20.000 habitantes.

[55] Fue el caso de Francia, Italia y Alemania. Este último Estado no se hallaba aún bajo la férula nazi, pero ya brillaba en su Abwehr la figura de Wilhelm Canaris (1887-1945), entonces capitán de navío. En aquellos contactos internacionales contra los partidos comunistas y la III Internacional ya pululaba el militar José Ungría Jiménez (1890-1968), que se haría famoso al frente de los servicios secretos del bando franquista durante nuestra guerra civil.

[56] Siglas de Federación Anarquista Ibérica, que venía a ser la rama especializada en la acción directa de la CNT, incluyendo actos de terrorismo e insurrecciones, aunque durante la Dictadura de Primo carecía aún de fuerza e infraestructura para desarrollarlos con profusión.

[57] A partir de 1936, su nombre sería el de Patronato Nacional Antituberculoso, siendo entonces Martínez Anido su primer presidente.

[58] Creada por Orden de 15 de enero de 1930, apenas quince días antes de fenecer la Dictadura.

[59]  Aunque este partido se fundó en abril de 1924, permaneció en hibernación hasta julio de 1926. Anido nunca quiso jugar un papel significativo en dicha organización. Véase el resumen de Rosa Martínez Segarra, La Unión Patriótica, Cuadernos de la Cátedra Fadrique Furió Ceriol, nº 1, Valencia, 1999, pp. 67-75 (accesible en abierto por Internet).

[60] Así, Salvador de Madariaga, en The Observer (9 de marzo de 1930). Algo de cierto habría, sin duda, aunque no llegase a los términos de una conspiración, como reconocería el general Mola, a la sazón Director General de Seguridad.

[61] Lo que sucedió el 22 de mayo de 1930.

[62] Apelativo jocoso al periodo político español intermedio entre el gobierno autocrático de Primo de Rivera y la instauración de la Segunda República (por tanto, de enero de 1930 a abril de 1931).

[63] Su contenido era: Don Severiano Martínez Anido, teniente general del Ejército en Primera Reserva y en uso de un año de licencia en el extranjero. Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas. Véanse, de Miguel Alonso Baquer, D. Manuel Azaña y los militares, Actas, Madrid, 1997, y Franco y sus generales, Taurus, Madrid, 2005.

[64] Diario Oficial del Ministerio de la Guerra de 5 de junio de 1931, Orden nº 123.

[65] Gaceta de la República de 4 de septiembre de 1931.

[66] Conforme a generalizada práctica republicana, se nombró a tal efecto a un juez instructor especial, recayendo el nombramiento en el general de brigada, Ángel García Benítez quien, sin perjuicio de su respetabilidad e ideas propias, era primo por afinidad del ministro Azaña: Véase, José María Marco, El fondo de la nada. Biografía de Manuel Azaña, BibliotecaOnline, 2013, pág. 131.

[67] Sentencia de 8 de diciembre de 1932. La condena fue por dos delitos de auxilio a la Dictadura: uno, como ejecutor del golpe de Estado, y otro, por haber ejercido como ministro de la Gobernación. Si este último delito era palmario, el primero se basó en meras conjeturas y, si se quiere, en la conformidad moral de Anido con el levantamiento de Primo de Rivera.

[68]  Es probable que el anónimo letrado fuese D. Vicente Caballer Blasco, abogado valenciano colegiado en Madrid desde 1925, quien defendió con éxito a Martínez Anido en el expediente sancionador incoado por Azaña. Poco después defendería en lo criminal -así mismo con éxito- al político de extrema derecha, Doctor Albiñana (José María Albiñana Sanz, 1883-1936), en un caso de cierta notoriedad periodística. Por cierto que el Doctor Albiñana sería diputado por Burgos en las elecciones de 1933 y 1936, y moriría asesinado en un asalto a la Cárcel Modelo de Madrid, en agosto de 1936.

[69] Debe de referirse a Juan Oller Piñol, ya aludido en la nota 50.

[70] Tomo prestado -entiendo que con buenas razones analógicas- el inspirado título de la obra teatral de James Goldman (1927-1998), estrenada en 1967 y base para el guion de la película homónima de 1968, dirigida por Anthony Harvey.

[71] José Sanjurjo Sacanell (1872-1936), militar español que se puso al frente del golpe militar de 10 de agosto de 1932, fácilmente vencido por las fuerzas adictas a la República.

[72] Entre otros intermediarios con Anido, se contaron Valentín Galarza, Juan Antonio Ansaldo y Eugenio Vegas Latapié, según sus propias memorias escritas. Véase, por ejemplo, Juan Antonio Ansaldo, ¿Para qué…? De Alfonso XIII a Juan III, edit. Ekin, Buenos Aires, 1951.

[73] La Ley de Amnistía fue promulgada el 24 de abril de 1934.

[74] Lo que sucedió el 6 de julio de 1934.

[75] No es aventurado buscar la explicación en el hecho de que, como Gobernador general de Barcelona, Anido ordenó por dos veces el ingreso en prisión den entonces díscolo Lerroux. Lo cierto es que el luego presidente del Gobierno no se dignó siquiera contestar las cartas de queja que Anido le dirigió en 1934 por su pintoresco extrañamiento.

[76] Nombre con el que se designa el intento de golpe de estado violento que pretendieron la mayoría de los partidos y sindicatos de izquierdas contra el Gobierno republicano de signo opuesto, en el que acababan de entrar ministros de la CEDA (grupo mayoritario en el Congreso de los Diputados). El levantamiento, producido en octubre de 1934, solo tuvo gran fuerza en Asturias: de ahí la precisión geográfica con la que es conocido.

[77] Café abierto en la Plaza de la Ópera de Paris en 1862 y felizmente subsistente en la actualidad (2022). En 1975 fue declarado monumento histórico por el Gobierno francés.

[78] Alusión a los generales José Sanjurjo Sacanell (véase antes, nota 71), a la sazón exiliado en Portugal, y Emilio Barrera Luyando (1869-1943), entonces sin destino y en espera de juicio por rebelión. Sobre estos temas, véanse los libros de Enrique Sacanell Ruiz de Apodaca, El general Sanjurjo, héroe y víctima: El militar que pudo evitar la dictadura franquista, La Esfera de Los Libros, Madrid, 2004, y 1936.La conspiración, edit. Síntesis, Madrid, 2008.

[79] Alusión a José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) quien, en declaración durante su proceso criminal, el 16 de noviembre de 1936, reconoció esos contactos y calificó a Martínez Anido de perfecto amigo y colaborador de mi padre. Véase en este mismo blog mi ensayo, El Derecho y la Guerra de España (VIII): Tribunales “a la carta”, entrada del 23 de septiembre de 2017.

[80] Alusión a los importantes políticos, Alejandro Lerroux García (1864-1949) y José María Gil-Robles Quiñones (1898-1980).

[81] Me refiero al encuentro de monárquicos alfonsinos con Martínez Anido, celebrado en diciembre de 1935, en que aquellos intentaron que este se pusiese al frente de la organización conspirativa de ellos, recibiendo del General una respuesta negativa. Con todo, la comunicación se mantuvo, por ejemplo, a través del diplomático golpista, José Quiñones de León.

[82] Obsérvese que el relato de Cifuentes tiene ya muchas décadas encima, lo que explica que sitúe a Ramiro Martínez-Anido Baldrich todavía vivo y en el trabajo activo. Véase, además, la nota 47.

[83] La brillante carrera de Baldrich está resumida, con abundantes ilustraciones, en la entrada, Baldrich y las chicas Baldrich. Un glamour imaginario, en profesorbigotini.blogspot.com, 7 de agosto de 2021.

[84]  Juan José Domenchina Moreau (1898-1959), poeta de la generación de 1927.

[85] Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), general de división (Martínez Anido era teniente general), que, por su antigüedad en cargo, comandó la Junta de Defensa Nacional hasta el 1 de octubre de 1936, en que se hizo cargo del poder absoluto el general de división, Francisco Franco Bahamonde.

[86] Martínez Anido era, casi exactamente, treinta años mayor que Franco.

[87] El nombramiento lleva fecha de 20 de diciembre de 1936.

[88] Doce millones de pesetas, de las de entonces.

[89] Fue el del Prado de la Magdalena, en Valladolid, inaugurado el 1 de diciembre de 1937.

[90] “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación” (Ejercicios Espirituales, 318).

[91] Véase, Gerardo González Martín, Diccionario de vigueses (1875-1954), dos tomos, Diputación de Pontevedra, 2017, transcrito en lo aquí atinente por El Faro de Vigo en 1998, y citado en La Opinión de A Coruña del 6 de abril de 2014.

[92] José Ramón de Castro Rodríguez (1900-1944). El caso está citado en La Opinión de A Coruña, 6 de abril de 2014, en artículo titulado, La muerte de Suárez desvela documentación que arroja nueva luz sobre el franquismo (accesible por internet).

[93] Hipólito Rafael Romero Flores (1895-1956). Sobre este caso, creo que lo mejor son mis referencias y notas al texto en los siguientes relatos históricos, que pueden encontrar en este mismo blog: Atenea y Afrodita (entrada del 9 de diciembre de 2017) y Relatos de violencia, con León al fondo (I) -entrada del 23 de abril de 2021-.

[94] Hipólito Suárez Guerra (1907-1980). Detalles del caso en la citada La Opinión de A Coruña, número de 6 de abril de 2014. Véase nota 92.

[95] Adolfo Suárez González (1932-2014), presidente del Gobierno español entre 1976 y 1981, periodo en que capitaneó, junto al rey, Don Juan Carlos I, la citada Transición.

[96] Nicolás Molero Lobo (1870-1947). Una versión levemente novelada del caso -puntualizada por las notas al texto- pueden hallarla en este mismo blog y de mi propia mano, con el título El león en verano, entrada de 7 de septiembre de 2012.

[97] Andrés Saliquet Zumeta (1877-1959), militar español. Ennoblecido por el franquismo con el título de marqués de Saliquet, este ha sido suprimido en el artº 41 de la Ley 20/2022, de Memoria Histórica, de 19 de octubre de 2022.

[98] Aunque con comentarios obviamente tendenciosos, la versión canónica del incidente es la ofrecida por Joaquín Arrarás, en su Historia de la Cruzada española, tomo XII, volumen 3º, Ediciones Españolas, Madrid, 1940, pp. 314-318.

[99] El episodio de violencia revolucionaria se produjo entre los días 17 y 27 de enero de 1932, en la comarca de las cuencas altas de los ríos Cardener y Llobregat (Barcelona).

[100] Lo fue entre diciembre de 1935 y febrero de 1936.

[101] Con el fin de evitar que accediese al gobierno de España la coalición del Frente Popular, que acababa de ganar las elecciones generales de 16 de febrero de 1936.

[102] Este dato y los demás sobre el proceso pueden consultarse en la causa criminal 37/1937 del Juzgado Militar de Valladolid y los resume de primera mano, Jesús María Palomares Ibáñez, La guerra civil en la ciudad de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2001, pp. 150-151 y notas a pie de página.

[103] Además, quién sabe si la decisión de Franco de indultar parcialmente la pena de cárcel no estaría también mediatizada por la sentencia de primera instancia. De hecho, tengo por seguro que Anido recomendaría benevolencia al Caudillo, teniendo éxito en su ruego.

[104] Decreto de 31 de octubre de 1937. Las competencias del cargo incluían también la Inspección de Fronteras.

[105] Decreto de 31 de enero de 1938.

[106] Hotel abierto en 1914 en la calle del Peso de Valladolid y que, después de numerosos avatares, luce en estos momentos (2022) en todo su esplendor.

[107] José Medina Santamaría. Fue autor, entre otras, de las obras impresas, Manual para campaña y maniobras, Colegio de Santiago, Valladolid, 1922, y El servicio de información en campaña, Rodríguez y Compañía, Toledo, 1933.

[108]  Los Delegados de Orden Público fueron, en principio, cuarenta y uno, a razón de uno por cada provincia de la zona nacional (dos, en las de significación izquierdista, como Málaga) y tres para plazas fronterizas (Irún, Ciudad Rodrigo y Campo de Gibraltar). Los designados fueron 13 tenientes coroneles, 19 comandantes y 9 capitanes.  

[109] A la sazón, Ramón Serrano Suñer (1901-2003), cuñado de Franco. Su gran personalidad política y literaria está resumida en la nota biográfica de la Real Academia de la Historia, a cargo de Juan Carlos Pereira Castañares. Más ampliamente, entre otros, véanse: Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue, Memorias, Planeta, Barcelona, 1977; Adriano Gómez Molina y Joan María Thomas, Ramón Serrano Suñer (1901-2003), Ediciones B, Barcelona, 2003.

[110] Conocido emblema de los Reyes Católicos, asumido por los falangistas.

[111] Eran, respectivamente, los ministros de Interior, Justicia, Agricultura y Organización y Acción Sindical.

[112] Eran, respectivamente, los ministros de Asuntos Exteriores, Defensa Nacional y Hacienda.

[113] Era Eberhard von Stohrer (1883-1953), que ejerció el cargo entre 1937 y 1942. En efecto, en sus informes y cartas al Gobierno alemán transmitió repetidamente la impresión a la que Martínez Anido alude en el relato. Lo recoge, entre otros muchos, Brian Crozier, Franco, historia y biografía, volumen primero, Edit. Magisterio Español, Madrid, 1969, pp. 406-407 y notas al pie de dichas páginas.

[114] Alguien más que el comisario Cifuentes debió de escucharlo, cuando Anido discrepaba de la opción franquista de apoyarse -y apoyar- un partido político (FET y de las JONS), que podría desplazar al Ejército de su función de puntal del nuevo Régimen. La Historia no le daría la razón al viejo General.

[115] Al hacerse público el archivo del General (véase antes, la nota 4), se ha podido constatar que tal documento lleva la fecha de 28 de junio de 1938, no la de agosto del mismo año, como indica Martínez Bolaños, en su obra citada en la nota 4, p. 15.

[116] Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), a la sazón Inspector General del Ejército, murió en Málaga, el 14 de mayo de 1938, de lo que se calificó como congestión cerebral. Véase la obra del hijo del general, Guillermo Cabanellas de Torres, Cuatro generales, 2 vols., Edit. Planeta, Barcelona, 1977.

[117] Como presidente de la Junta de Defensa Nacional (25 de julio-30 de septiembre de 1936), presidió las reuniones de generales, de las que salió elegido Jefe del Gobierno del Estado Español y Generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco Bahamonde, en contra de la opinión de Cabanellas, que acabó absteniéndose en la votación final y reprochó a los favorables, con estas proféticas palabras: Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África, como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando... Si ustedes le dan España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella, hasta su muerte.

[118] Aunque no pasen de meros accidentes coincidentes, no deja de ser llamativo que dos de los generales que más sombra pudieron hacer a Franco falleciesen al estrellarse los aviones en que viajaban: Sanjurjo, en Cascais (Portugal), el 20 de julio de 1936; Mola, en Alcocero (Burgos), el 3 de junio de 1937.

[119] Otros endurecen el contenido del aludido informe, afirmando que en el mismo el General animaba al Gobierno italiano para que retirase su apoyo a Franco. Ello implicaría, a su vez, que no se hubiera tratado de la indiscreción de un funcionario, sino de la voluntad del Anido. La verdad es que esta versión del incidente me parece completamente increíble, salvo prueba concluyente en contrario que, por lo que yo sé, no se ha hallado hasta ahora.

[120] Como detalle complementario para los aficionados a la Medicina que se hagan preguntas sobre cuál fuera esa enfermedad, diré que, en la tarde anterior al fallecimiento del General (murió a las 09:20 horas del día siguiente), su temperatura corporal alcanzó los 40 grados.

[121] Detalles de los últimos momentos del General y de sus exequias fúnebres en la Hoja del Lunes de Valladolid, año II, nº 96, de 26 de diciembre de 1938. Por cierto, esta fuente señala como últimas palabras del General, esto se acaba porque ya veo a Dios. Su viuda rectificó decisivamente el final, de la siguiente forma: Ya no veo. Adiós.

[122]  Hubo constantes referencias a Martínez Anido como camarada, que molestaron a su familia, la cual ha sostenido posteriormente que Anido, no solo detestaba a la Falange como tal, sino que nunca fue un genuino franquista (declaraciones del nieto del General, Roberto Martínez-Anido, a La Opinión de A Coruña, de fecha 6 de abril de 2014).

[123] Lo que sucedió en 1978. El comisario Cifuentes lo hizo poco después, aunque los herederos de sus pertenencias no hayan publicado hasta ahora, por mi mano, este fragmento de sus memorias.

[124] Consta que los folios del documento estuvieron doblados repetidas veces, lo que permite suponer que los familiares de Don Severiano Martínez Anido pretendieron, más pronto o más tarde, esconderlo o disimularlo entre otros papeles.

[125] Al no haber constancia de que la carta se enviara efectivamente, algunos opinan que no se trata de una copia, sino de un mero borrador no remitido a su previsto destinatario. El comisario Cifuentes no lo entiende así, apuntando la no aparición del original a que hubiese sido destruido, por buenos motivos. Yo me inclino por dudar muy fundadamente de que Franco llegase a recibir nunca semejante carta pues, de otro modo, no creo que hubiese permanecido impasible. En cualquier caso, se trata de un documento muy importante para conocer el punto de vista del General, aunque no se atreviese a remitirlo.

[126] Dicha copia forma parte del acervo documental de Severiano Martínez Anido y Rafael Martínez-Anido Baldrich que, en 2010, fue comprado a sus descendientes por el Ministerio de Cultura del Gobierno de España, para integrarse en los fondos del Centro Documental de la Memoria Histórica, donde puede consultarse. Véase antes, nota 4.

[127] Este fragmento en cursiva y el que sigue inmediatamente, en ABC, edición de Sevilla, número del 27 de diciembre de 1938, p. 9.

[128] Niceto Alcalá-Zamora y Torres (1877-1949), presidente de la II República española entre 1931 y 1936. Buena parte de sus Memorias se publicó por Editorial Planeta en Barcelona, 1977.

[129] A lo que se ve, el comisario Cifuentes tuvo ocasión de leer, el libro de Hugh Thomas, La guerra civil española, cuya primera edición española (1961) fue realizada en París por Ruedo Ibérico.

[130] Véase obra citada en la nota 119. Guillermo Cabanellas de Torres (1911-1983) emitió públicamente esta opinión, por vez primera, desde Argentina, en 1973.

[131] Fusión llevada a cabo por Ley de dicha fecha. En general, véase, Anónimo, Ministerio del Interior. Dos siglos de historia, Ministerio del Interior, Madrid, 2015 (accesible por Internet), espec. pp. 143-147.

[132] La toma de Castellón de la Plana por las tropas nacionales, al mando del general Aranda, se consumó el 14 de junio de 1938.

No hay comentarios:

Publicar un comentario