lunes, 21 de diciembre de 2020

LAS BODAS DE ORO

 


Las bodas de oro

Por Federico Bello Landrove

 

     La invitación para celebrar las bodas de oro de una promoción universitaria da pie a una de sus integrantes para repasar su vida, al tiempo que duda en volver a España a participar del festejo. Mal que bien, el evento no deja de darle ocasión para realizar ciertos planes, que los avatares del pasado impidieron en su día.

 

 


1.   Cincuenta años no son nada


-          Tienes un e-mail[1], se dice Loli, al abrir el ordenador y ver el pertinente icono en el margen inferior derecho del aparato. Veamos quién se acuerda de esta emérita.

    La apostilla nos pone sobre la pista de que el inexorable retiro le ha de llegar dentro poco a nuestra profesora. Tras mucho alargar su recorrido, años de emérita incluidos, los compañeros de la Facultad la despedirán dentro de poco. Despedida, en el sentido laboral del término -puntualizaría, si me oyese- pues está tan terne como hace una década y bastante mejor que hace dos, cuando se le vino el mundo encima.

     Querida condiscípula:

     Aunque nos parezca mentira, el próximo mes de mayo se cumplirán 50 años de nuestra licenciatura universitaria. Con tal motivo, un grupo de compañeros que seguimos viviendo en Castellar hemos iniciado la organización de los actos para festejar nuestras Bodas de Oro académicas, en los que esperamos contar con tu inestimable asistencia y colaboración. Acompañamos un proyecto de actos a celebrar, así como de fechas programadas, todo ello ya muy avanzado en su organización, aunque admitimos encantados sugerencias para matizar o mejorar lo preparado. Te rogamos nos hagas saber lo antes posible si tendremos la fortuna de contar con tu asistencia o si no te será posible acudir al evento. En nombre de la comisión organizadora, recibe un cordial abrazo de

     Lesmes Astudillo.

     La verdad es que para Loli no ha sido una sorpresa. De hecho, ya se olía algo parecido pues, aunque ya no tiene la memoria de elefante de antaño, no iba a estar tan distraída, como para no recordar el año en que acabó la carrera. Lo que pasa es que, cuando hace ocho años volvió a su Castellar natal para cumplir la póstuma voluntad de sus padres, se prometió no volver a poner los pies en aquella ciudad, gris y desvaída, tan lejana de sus recuerdos, cuyos seres más queridos tenía que ir a encontrarlos al cementerio. ¡Una y no más!, se repitió entonces, mientras recibía, a un tiempo, pésames y parabienes de los cuatro gatos, ceremoniosos y envejecidos, que habían acudido a su llamada para el sepelio de las cenizas de sus padres, traídas del otro lado del océano. De modo que, como si lo tuviera delante, rezongó:

-          No tanta prisa, Lesmes, que tengo que pensármelo.

***

     Imprime el documento y lee por encima el programa de actos. ¡A cualquier cosa llaman programa! Recepción en la Facultad por el Decano; acto de confraternización en el Paraninfo -¡milagro que se lo van a abrir en sábado!-; comida de hermandad en el hotel Recoletos, y pare usted de contar. De la edad de Loli da razón el que eche de menos celebrar una misa:

-          Ya que no por los presentes, al menos por los fallecidos, que seguramente son todos los profesores y bastantes de los compañeros. Y quien no quisiera asistir, que no fuera. ¡Con ponerla lo primero!

     La verdad es que con semejante programa no dan ganas de viajar de aquí a la esquina; cuanto más, las consabidas cuatro mil millas que separan su casa de hoy de la de ayer. Se sorprende de sí misma cuando oye salir de sus labios estas palabras:

-          El caso es decidirse. El programa, si voy, ya me lo organizaré yo solita.

     Una semana y muchas sesudas reflexiones después, contesta al compañero Astudillo, por el mismo conducto:

     Amigo Lesmes:

     Salvo imponderables, que os haría saber, contad conmigo para las Bodas de Oro. Ya me dirás si tengo que adelantar alguna cantidad. Hasta pronto, cariñosos saludos de

     Loli Núñez.

     Pulsa enviar y se sonríe con sorna:

-          Si mis alumnos supieran que todos en España me llaman Loli, me perdían el respeto. ¡Hay que ver lo que impone decirle a una profesora Doña Dolores!

     A ratos perdidos, va programando una estancia quincenal, pues no tiene sentido hacer un viaje tan costoso para menos. Claro que una cosa es escribirlo en un folio y otra ponerse de acuerdo con los implicados, empezando por los propios organizadores a los que, tomando por la palabra, les ha hecho una sugerencia muy en sus puntos de catedrática, vocacional de la docencia:

       En el acto del Paraninfo, podría hacerse una semblanza de la Universidad que nos tocó vivir en aquellos años. Si no encontráis a nadie mejor y más dispuesto, me ofrezco para asumir el encargo.

     El Comité organizador -Astudillo y otro más- declinan el ofrecimiento, con harto dolor de su corazón, ya que:

     Hemos pensado que sería más ágil y participativo que, tras unas palabras de saludo de los organizadores, vayan tomando la palabra todos los compañeros, para hacer un mini resumen de su vida y milagros, desde el fin de carrera hasta ahora. Quizá sería mejor momento para que intervinieras el final de la comida, contando con que la mayoría de los asistentes de fuera no tengan prisa de marchar en viaje de retorno.

     Loli, siempre suspicaz, se enfada un pelín, pero no replica por correo.

-          Se ve a la legua que Astudillo sigue tan carcunda como antaño y tiene miedo de que me vaya de la lengua despotricando de los grises[2] y el franquismo. ¡A buena hora voy a disertar a los postres, cuando todos estén alegres y charlando por los codos!

     Así pues, la profesora abandona veleidades de colaboración con Astudillo y compañía, para centrarse en su propio y peculiar programa. Yo he tenido la oportunidad de echarle un vistazo, aprovechando la benevolencia de la autora. Estoy dispuesto a compartir mi conocimiento con ustedes, si se animan con el capítulo siguiente.

 



2.    Programa, programa, programa


     Bueno, quizá la cosa no sea para tanto, como para triplicar el sustantivo, al modo de uno de los pocos políticos españoles que, en la patria o fuera de ella, Loli ha respetado[3]. Pero la verdad es que, para quien no conozca bien su vida, la profe le ha dado en ese programa un buen repaso, tal vez inconscientemente. Veamos algunos puntos.

     Día cuarto. Café, y lo que se tercie, con Matías Sendín. El tal Matías, Matiu para los compañeros, asturiano de nacimiento, bebía los vientos por Loli en los tiempos de Maricastaña, es decir, cuando los jóvenes de la promoción de las bodas de oro repartían su tiempo entre las clases, las algaradas y los noviazgos. Dicen las crónicas apócrifas que Matiu llegó hasta pedir de rodillas a Loli que abandonara a aquel novio extranjero que estudiaba Derecho y que pretendía llevársela con él a ultramar, Dios sabe en qué soledades y peligros. Loli siempre lo ha desmentido: anteanoche, sin ir más lejos, cuando repasaba los recuerdos que el proyecto de viaje había avivado y puesto de actualidad, sola en aquel chalé, tratando de conciliar el sueño mediante el soliloquio, interminable y fatigoso:

-          La verdad es que a arrodillarse no llegó. Solo dijo que me lo pedía de rodillas, pero sin hacer la genuflexión, que de ninguna forma yo habría consentido. ¡Pobre Matiu, la de veces que me lio para ir en manifestación o a las asambleas! Hasta que un día, en tercero, acabamos en la Comisaría, y nada menos que con estado de excepción. Yo creo que lo pasó él peor que yo, y mi madre, peor que ninguno de los dos. ¡Menuda filípica nos echó! A él le hizo más efecto que a mí pues, desde entonces, se limitaba a tenerme en un pedestal y a buscarme con cualquier pretexto para estar juntos. Llegó a aburrirme y, luego, a cansarme de tanta admiración y tanta advertencia de los peligros que correría con aquel dominicano con pinta de ser partidario de Balaguer[4]. Después de aquella falsa escena del arrodillamiento, también él acabó por cansarse de insistir y hasta empezó a tontear con una de Químicas que, según la deslenguada de Pacita, era la que preparaba los petardos y los cócteles Molotov para los activistas del PCE[5].

     A la tenue luz de la mesilla, notamos que Loli esboza una sonrisa, mientras prosigue:

-          Luego, más pronto que tarde, Matiu abandonó a Gramsci y la traducción de Roces[6], por los apuntes para exámenes a cátedras de Geografía e Historia, se casó y lo último que supe de él, por mis padres, es que estaba de Director en un Instituto de Galicia. ¡Quién lo iba a decir! ¡Cuánto habría dado por escuchar alguna de sus clases, a ver si seguía cojeando del mismo pie -el izquierdo, por supuesto!-. ¡Y cómo le caló al estudiante dominicano, a mi siniestro ex marido! Claro que, en estas cosas, todos tienen más probabilidades de acertar que los enceguecidos de amor y de rebeldía, como una servidora, que no sería por falta de avisadores…

     Loli bosteza y se arrebuja con la sábana. Creo llegado el momento de que respetemos la intimidad de su alcoba.

     Día sexto. Merienda con la pandilla del Instituto. La verdad es que guarda mejores recuerdos del Insti que de la Facultad, y eso que entonces era exclusivamente femenino, en lo que al alumnado se refiere, y ella, más por ideología que por exigencia biológica, despotricaba contra la segregación por sexos y envidiaba a sus padres, cuyo noviazgo eterno había resistido la guerra y la separación, gracias a los sólidos cimientos echados en el Instituto coeducado de su época. Cuando ha confeccionado el programa, no ha necesitado ponerse a pensar en el número e identidad de las compañeras con las que le apetece reunirse:

-          Esperemos que puedan estar todas las que nos juntamos, hace la broma de doce años. Escribiré a Visi y a Pilar y ellas ya se pondrán en contacto con las demás. Si es como la otra vez, no les resultará complicado porque todas, menos una, siguen viviendo en Castellar y Rebeca, en Zamora, a dos pasos. ¡Igual que yo, vamos! Lo malo es que han cerrado el sitio de la otra vez, que estuvimos tan a gusto y nos trataron tan bien, ¡Bah!, que busquen ellas, que seguro que aciertan con el local.

     Loli se levanta del sofá en que está filosofando -acepción de su cosecha, para aludir a las reflexiones de sofá- y va a coger de la estantería uno de los libros de que es autora. Hojea con rapidez, encuentra la página deseada y lee:

     Cada vez que Marisa regresaba a su ciudad, buscaba la acogida cálida y familiar de sus eternas compañeras de colegio, como el polluelo la de sus hermanos de pollada, o el transterrado la de la vieja manta que lo acompaña en su viaje interminable. A ellas podía contarles sus penas y sus secretos, compartir anhelos y dudas, hacerles partícipes de sus trabajos y de sus pequeñas glorias, sabiendo que siempre hallaría comprensión, ayuda, discreción y alegría.

     Precisamente ese texto será el que cierre la lectura que suelen pedirle haga para ellas de algún fragmento de sus obras. Eres la escritora de nuestra promoción: Hablas por todas nosotras, que nos sentimos representadas por ti, adujo con energía Pilar, cuando ella ponía peros un día para soltarse a recitar en público.

-          Allá iremos con nuestras carretadas de hijos, nietos y achaques. Lo que ya no es noticia, como las primeras veces, serán las separaciones y divorcios, en lo que yo fui pionera. Ahora todas aguantan, salvo que tengan la desgracia -supongo- de quedarse viudas.

     Días a convenir: Entrevistas con Mario y el Señor Cerrón, y eventualmente, firma de libros.

     Mario es el Director del Noticiero de Castellar, cuya familia era amiga de la de su madre desde antes de la guerra: De derechas, pero buena gente, resume con una expresión de la que se deduce que Loli sea del lado contrario. Cuando la profesora castellarense empezó a ser reconocida también en su tierra, el tal Mario le hizo la oferta de una columna a la semana, sobre temas literarios o de actualidad americana, con el título genérico de Desde la otra orilla. A partir de entonces, lleva la friolera de 384 artículos y ya se sabe de memoria el número de líneas y de palabras preciso para ocupar el espacio reservado, sin que, como en un principio, le recorten algún párrafo sin avisar. Pero, desde hace unos meses, parece que Mario trata de poner fin a su colaboración, si bien, en vez de irle por derecho, se anda con rodeos, pagando tarde y mal, o saltándose la publicación de algún artículo. Loli transige porque, por encima de todo, busca el conocimiento y el contacto con los castellarenses de todas las generaciones, pero no está dispuesta a que se la ningunee o pretendan usar gratis de su trabajo, por sencillo y grato que le resulte.

-          Espero que me hable con franqueza -susurra Loli para sí misma-. Después de todo, en esta era de los diarios digitales, El Noticiero ya no es el ombligo de la Ciudad, ni lo que fue en sus buenos tiempos…, que precisamente fueron los de la censura.

     Se ríe de esa aparente contradicción. Yo pienso que es más que aparente: es falsa, diga lo que quiera Doña Dolores. Lo que pasa es que hay pensadores y escritores que, aún amordazados, valen más que otros que gozan de toda la libertad del mundo. Verá, profesora, el talento, como el Espíritu Santo, sopla donde quiere.



***

     El Señor Cerrón es el alma de la editora local Fuente del Saber, que viene publicando en España todos sus libros en prosa, ahorrándole el tener que hacer de ellos ediciones de autor, poniendo texto, trabajo y dinero. Aunque empezaron por amistad y calidad literaria, la verdad es que algunas obras se han vendido bien, incluso tirando dos o tres ediciones. La que mejor, desde luego, aquellos cuentos eróticos que le vinieron a la pluma cuando supo, al fin, de qué iba la cosa. En justo castigo a su perversidad, el experto galán había hecho pronto mutis por el foro, dejándola insatisfecha para los restos. Nada -ni siquiera los reproches de su madre, al correrse por Castellar el contenido del libro- la hacía más infeliz que la recurrente pregunta de alumnos atrevidos y de periodistas avisados:

-          Profesora, usted que la cultiva con éxito, ¿qué opina de la literatura erótica?

-          Yo voy con Machado: Se canta lo que se pierde[7].

     Lo que nunca le han preguntado -ni yo mismo me atrevería- es si es preferible perder a no haber tenido nunca.

     El Señor Cerrón -total, ahora poco más viejo que ella- le tiene siempre la misma cantinela:

-          Loli, bonita, tienes que hacer una escapada y venir por aquí a publicitar tus libros.

-          Don Juan -replica-, el buen paño en el arca se vende.

-          ¿Y quién puede decir si el paño es bueno o no?, rezonga el octogenario, con un escepticismo que quiere ser cáustico, pero provoca en Loli una adhesión sin fisuras:

-          Tiene usted más razón que un santo.

     Bien, el caso es que no tendrá más remedio que pasar por las horcas cerronianas: Entrevistas a El Noticiero y al cronista local de El País. Charla en la televisión regional, donde la verdad es que la tratan de maravilla. Alguna cuña en la emisora de radio de la Cadena S.E.R., y -¡ay, Señor- mañana y tarde en El Corte Inglés, firmando libros…, si es que hay alguien que se acerque a comprar alguna obra de “¿quién es esa Señora?” Si, al menos, pudiera cambiar los grandes almacenes por esa cadena de librerías que ha abierto dos o tres estupendas en Castellar… Sí, no hay más cáscaras: Se lo pondrá como condición a Don Juan y parece que ya lo está oyendo:

-          Muy bien. Por la mañana en un sitio y por la tarde en otro.

     Está visto, este Cerrón -incluso imaginario- es agotador.

     Antepenúltimo día de estancia: El Caballero Audaz. No, no crean que la profesora Núñez sea de las poquísimas en recordar la obra del otrora famoso escritor y periodista que hizo ilustre aquel seudónimo[8]. Es un apelativo aprovechado por ella para aludir con ironía a su primer amor, Alfredo Benavente, que de caballero lo tenía casi todo, pero ¡lo que es de audaz…! El chico estudiaba Derecho, como el hermano de Loli, pero eso vino después y, por tanto, no era la razón de conocerlo. El caso es que todo nació de una anécdota, que aún hace brotar del rostro de Loli una de esas sonrisas soñadoras de las malas novelas antiguas:

-          Andan ahora a vueltas en la tele con las citas a ciegas. ¡Para ceguera, la nuestra!, gracias a compartir un mismo Instituto, los chicos, por la mañana y las chicas, por las tardes. Y no fue la ocurrencia de los mozos, sino de una chavala de quinto. Le dio por meter un papelito en un hueco de la madera vetusta de los bancos corridos de antaño. En el rollo, una cita. La práctica se puso de moda y hasta yo, que era una pava en cuarto, me dio por contagiarme. El problema, con tantos mensajes, era quedar con el receptor del de una en un lugar diferente. A mí me dio por escoger la puerta del convento de Las Claras que, por supuesto, no se le había ocurrido a nadie. Oteé el horizonte a cierta distancia y me encontré con que me esperaba un pollo bien parecido, a quien conocía de vista, como vecino de mi misma calle, dos portales más abajo. Ello me hizo perder el reparo y dar la cara. La verdad es que nunca me he arrepentido de ello.

     Dice Loli que nunca se arrepintió. La verdad es que, del primer amor, casi todos tenemos un buen recuerdo, aunque muy pocos saben conservarlo vivo y perpetuo. Aquella pipiola de trece primaveras no fue una excepción, aunque, con la experiencia que dan los años, ha llegado a dar -dice- con la causa principal de su fracaso. Es la que resume el epíteto de audaz, dicho con sarcasmo. Para entendernos, si Alfredo hubiese sido más decidido, más…, digamos sensual, Loli habría caído en sus brazos para los restos; porque, lo que es caballero, lo era sin miedo y sin tacha, como los mejores del medievo. En fin, la relación se fue enfriando y, cuando llegó el estudiante dominicano, cayeron las murallas de Jericó. Aquella niña pava, adecuadamente dirigida por un espécimen del trópico, varios años mayor que ella, dio sus primeros pasos en el camino de los cuentos eróticos, aunque habría de ser otro, bastantes años después, quien la hiciera llegar a la cima.

     Pero escuchemos a Loli, cuando se decidió a colocar a Alfredo en el penúltimo día de su programa, seguramente como broche de oro del mismo, habida cuenta de que todavía tendría que hacer después las maletas y viajar hasta Madrid para coger el avión:

-          ¿Querrás creer que, desde que me vine para Santo Domingo, nos habremos visto por la calle dos o tres veces, de adiós, adiós? Puede que sintiéramos vergüenza por el fracaso, o temor, no siendo que nos diese el ramalazo del ritornelo. Todavía me acuerdo de una vez, hace casi cuarenta años, que coincidimos con nuestros respectivos hijos en el parque y apenas cruzamos dos palabras de elogio de las criaturas. Él tenía ya dos, como yo. A saber si luego vendrían más. En fin, si no llega a ser por los papás, que le tenían ley y lamentaban lo sucedido, no habría vuelto a saber de él en los últimos años. Me dijeron que había abierto bufete en su casa de siempre y que trabajaba mucho, de los que más de la ciudad. Luego, ellos se vinieron conmigo, y a buenas horas le pregunto a mi hermano por su condiscípulo: Con lo suspicaz que es, lo mismo cree que tengo ganas de reaparecer en su vida… Nada, nada, una búsqueda por Internet y una cita, solo que esta vez no será a ciegas.

Dicho y hecho. Pero Internet le traerá a Loli una noticia sobre Alfredo, que no se espera. Mantengámosla en secreto, hasta que entremos en el capítulo siguiente.

     En fecha imprecisa: Quien deja una herencia, deja pendencias. La indeterminación de la fecha evidencia, en mi opinión, las pocas ganas que tiene Loli de visitar a su hermano, después de las peloteras que han tenido a distancia sobre la herencia de sus padres. No deja de ser algo frecuente, sobre todo, cuando alguno de los herederos, por vivir muy lejos y carecer de conocimientos jurídicos, se encuentra en inferioridad práctica, frente a alguien presente en el lugar de los bienes hereditarios y que, a mayores, es abogado en ejercicio: Tal es el caso del único hermano de Loli, Felipe. No voy a entrar ahora en detalles, ni voy a darle toda la razón a la Profesora, que tal vez pudo aprovecharse de la circunstancia de que sus padres convivieron con ella durante un largo periodo, antes de su fallecimiento. Lo que de verdad importa es lo que Loli opine del caso, que sirve muy bien como ilustración del conocido refrán, que dice: nadie es buen juez de sí mismo.

     La verdad es que, cuando la zapatiesta sucesoria, estuvo en un tris de encargar la llevanza de sus intereses al citado Alfredo Benavente. En el último momento se volvió atrás, ante la duda de que siguiera siendo buen amigo de su hermano y la vendiera miserablemente, pese a los pasados amoríos -o, tal vez, a causa del fracaso de los mismos-. Por medio del Señor Cerrón, hizo el encargo a un tiburón del foro, residente en otra ciudad, por si acaso. Al parecer, Felipe se acoquinó un tanto ante la fama y triquiñuelas del colega y se avino a un reparto razonable de los bienes, basado en el criterio de adjudicar los inmuebles al hijo presente en Castellar y el dinero y títulos valores a la hermana, que precisaba transferirlos a la República Dominicana. Todavía hubo alguna pelotera, a propósito de las joyas y muebles que los padres habían llevado con ellos a la República Dominicana, con todo lo cual pretendía quedarse Loli, en pago de sus desvelos y cuidados. Como ella decía -yo lo escuché-:

-          Por atender a los papás, habría empeñado o vendido hasta la última sortija o el último bargueño; pero, para que se los queden esos egoístas, antes lo quemo todo.

     En fin, hecha la partija, pagados los impuestos y satisfechos los honorarios del letrado y sus adláteres, todavía le quedó bastante a Loli como para que, dando un suspiro de alivio por el final de la batalla, confesara:

-          Después de toda una vida luchando por salir de apuros con mi trabajo, al final de mis días voy a llegar desahogada, gracias al esfuerzo y ahorros de mis padres.

     Así pues, ahora, ya holgada y tranquila, hace un hueco para su hermano en el programa de viaje, aunque musita ilusionada:

-          No voy a decirle nada hasta última hora. A ver si tengo la suerte de que ande de congreso, o lo que sea, por esos mundos.

     Corramos sobre el lo que sea un tupido velo.

 

 

 

3.   Mis planes no son vuestros planes[9]

 

     Dos meses después, los proyectos de Loli van a pedir de boca. Matiu, que le confiesa no tenía pensado ir a esa reunión de carcamales, convocada por un nostálgico por el que nunca había sentido ninguna simpatía, cambia de idea al saber que también lo convoca su entrañable amiga y compañera de fatigas democráticas, a quien no ve desde que acabaron la carrera. Eso sí, puntualiza:

     Aunque llevo ya jubilado una buena porción de años, me he quedado a vivir en Pontevedra, donde tuve mi último destino como profesor y residen buena parte de mis numerosos descendientes. Además a mi esposa, calahorrana hasta los tuétanos, Castellar no le decía nada, ni a mí me apetecía regresar, una vez fallecidos mis padres, no siendo de visita, y corta. De todas formas, Candi -mi señora- es muy sociable y vitalista, le saca partido a todo y no me suele abandonar en mis escapadas. Quiero decir que iremos juntos a las Bodas de Oro, aunque te prometo librarme de ella para esa charla a tumba abierta -que conste no aludo a la edad- que me sugieres y tanto me apetece. Eso sí, para no alargar en exceso el viaje, habremos de aprovechar el día anterior a la reunión plenaria que, gracias a nuestro encuentro, abordaré con mayor resignación…

     … Aunque dices que dejas los detalles para luego, me indicas que tu matrimonio fue un fracaso, del que te has repuesto con el tiempo, los hijos y esa fuerza de voluntad de que la naturaleza te ha dotado. No estaba al corriente de lo sucedido, pero comprenderás que no me haya sorprendido en absoluto. Puede que te extrañe más a ti que el Matiu que pontificaba sobre el amor libre y que, entre manifa y manifa -como ahora se dice- procuraba comerse alguna rosca, con escaso éxito, no esté lejos de otras bodas de oro, las matrimoniales, admirado, eso sí, de que mi santa esposa haya tenido tanto aguante conmigo. En fin, ya hablaremos…

     Loli se hace de cruces, no de que el matrimonio de Matiu haya sido tan duradero, sino de lo de las roscas que estaba dispuesto a jalarse, en aquellos tiempos en que creía haber sido ella la única dueña de su corazón:

-          Vaya con la praxis del alevín de marxista -murmura, entre la guasa y el enfado-,qué callado se tenía lo de que amor y sexo son realidades solo parcialmente coincidentes.  

     Mario, el del Noticiero, contesta con apenas tres líneas, un tanto displicentes:

     Encantado de verte. Cuando estés por aquí, me telefoneas al despacho y hablamos.

     Cerrón y las chicas del Insti, sí que están realmente encantados. Se les nota a la legua. Todo son facilidades y parabienes, aunque el editor ya amenaza con la vuelta a las andadas:

     Sabiendo que vienes por unos días, aun contando con lo agobiada que me dices vas a estar con reuniones y ceremonias, prepararé un proyecto de actividades para que la visita de una ilustre escritora, tan infrecuente y tan esperada, no pase en modo alguno desapercibida. Te mandaré con tiempo mis sugerencias…

***

     Lo de Alfredo había ido precedido -como les adelanté- de una noticia inesperada. Al meter en el buscador de Internet las palabras Alfredo Benavente, abogado, Castellar, salió con algún esfuerzo la dirección de su correo electrónico, que a Loli le interesaba, junto a un montón de referencias. Entre ellas, había una esquela de El Noticiero de casi un año antes. Era, en efecto, la necrológica de la mujer de Alfredo, en la que se hacían constar los nombres de tres hijos con sus respectivos cónyuges, y la referencia genérica a nietos, hermanos y demás familia. El óbito no era motivo, desde luego, para cancelar el plan; antes, al contrario, el encuentro podía servir de confortación para Alfredo, trasladándolo momentáneamente al pasado, ahora que el presente era tan triste. La duda le surgió a Loli acerca de hacerse, o no, sabedora de la viudez de su viejo amigo. Optó por la afirmativa; y así, en el correo que le envió había un párrafo que rezaba:

     Al buscar por Internet tu correo electrónico, me topo con una esquela que me anuncia el fallecimiento de tu esposa, hace ya casi un año. Quiero testimoniarte mis más sinceras condolencias, que espero transmitirte personalmente dentro de poco. Ahora lamento que, aunque por poco tiempo, no haya podido llegar a conocerla.

     Dos días después, recibió la extensa contestación de Alfredo a su carta informatizada. El remitente intentaba hacer de tripas, corazón, pero con muy poco éxito para la perspicacia de Loli:

     … No te ocultaré que la muerte de Aurora me llegó en un mal momento -si es que podía llegar en momento bueno-. Acababa de jubilarme como abogado, con una buena pensión de nuestra Mutualidad, y, al estar fuera de Castellar todos nuestros hijos, habíamos pensado instalarnos casi permanentemente en el chalé que habíamos comprado en Marbella hacía veinte años, que utilizábamos solo en vacaciones y para uso de los hijos y nietos. Ahora, retirado y bastante solo -recordarás que era un estudiante infatigable, que apenas dedicaba tiempo a la vida social, y así he seguido-, me siento agobiado en este caserón, lleno de recuerdos y demasiado grande para mí. Aunque los pocos amigos que me quedan me lo desaconsejan, la verdad es que estoy pensando en mudarme a una residencia de ancianos, de esas que llaman de lujo, por el mero hecho de tener habitación individual, piscina y una miaja de jardín. Mis hijos, como es natural, apoyan la idea, pues les daría tranquilidad de espíritu, sin poner de su parte esfuerzo ni cuidado ninguno. Yo pienso que, mientras me valga tan bien por mí solo, la residencia será como un hotel, donde haga vida cuando quiera y salga cuando me apetezca. Y, cuando ya esté para el arrastre, no tendré lugar mejor para que me cuiden, una vez que todos me conozcan a mí y yo esté acostumbrado a ellos…

     La extensa epístola continuaba lamentando la mala suerte que Loli había tenido con su matrimonio, después de haber mostrado tanta generosidad en seguir sin rechistar al marido a un mundo tan diverso y lejano del nuestro. Y concluía:

     Estaré encantadísimo de verte y hablar largo y tendido de nuestras cosas. No se te ocurra venir aquí de hotel, ahora que -según me dices- habéis vendido la casa de tus padres. En la mía hay sitio de sobra, así como una criada que limpia y cocina bastante bien, para como ahora está el servicio –ya lo decía en nuestros tiempos Alfonso Paso[10]-. Me sabría mal que rechazases mi ofrecimiento, que a buen seguro aplaudirían tus padres, si aún estuviesen -¡ojalá!- entre nosotros.




***

     Comencemos por el final. ¡A buenas horas se iba a meter Loli en casa de Alfredo!, y no por decencia, sino porque entendía que no se daban las condiciones de confianza y familiaridad necesarias para que una señora mayor se alojase en casa de un caballero, como si fueran dos chiquillos que, a la primera de cambio, se cuelan de rondón en casa de los padres de uno de ellos. Pero ese párrafo, que parecería insustancial, activó las alarmas de Loli, por dos motivos. El primero, por supuesto, era el ofrecimiento en sí, tan llamativo, dadas las circunstancias. El segundo, esa cita imprevista e hipotética a lo que sus padres habrían pensado de la aceptación. Loli tenía a Alfredo como persona que no decía las cosas a humo de pajas. Siendo así, ¿por qué metía a sus padres en harina? La profesora, con su mente analítica, resolvía el problema en dos pasos. Escuchémosla:

-          Claro, todo arranca del buen concepto y el cariño que mis padres le tuvieron siempre, incluso cuando me dejó escapar, dejando el campo libre a las malas compañías. Pero esto no explica que Alfredo traiga de vuelta a mis padres desde la tumba, para que avalen una decisión tan nimia, como hospedarme en su casa en vez de en el hotel Imperial, por ejemplo. Tiene que haber algo más, algo que los papás se fueran lamentando al otro mundo. ¿Qué es ello? Es evidente. Yo se lo escuché muchas veces y es probable que Alfredo también se lo oyera: Que no hubiera sido con él con quien me casara. Esta claro que el pillín ha tenido un lapsus: Con lo que mis padres -no lo dudo- habrían estado encantados es con que él y yo, una vez libres, nos volviéramos a entender y decidiésemos cambiar la soledad por una vejez compartida, hecha de recuerdos y de esperanzas. ¡Ese es, a no dudar, el anhelo del Caballero Audaz que, por una vez, está haciendo honor a su epíteto!

     Nunca habría creído que Doña Dolores, la rigurosa profesora Núñez, picara tan fácilmente el anzuelo a su edad. La verdad es que los jóvenes somos unos perfectos desconocedores de la realidad y exigencias de la vejez…, si es que hay vejez, y no viejos. El hecho es que yo tuve la primera noticia del terremoto cuando nuestra catedrática, Yameli Acosta, nos comunicó, con indisimulada satisfacción:

-          Dolores nos dejará al acabar este curso. Acaba de manifestármelo.

-          ¿No te ha explicado los motivos?, inquirió la asociada, Flor María Magaldi.

-          Algo tiene que ver con que no tiene muy claro si quedarse en Santo Domingo, o volver a España. Se lo está pensando. De todas maneras, solo le quedaba un curso más como emérita.

     ¡Pues sí que le ha dado profundo a la Profesora el e-mail del Abogado! Yo, que creo conocerla bien a ella -y nada en absoluto al Audaz-, opino que la cosa está todavía muy verde -dicho sea en la acepción figurada más honesta del adjetivo- y, por tanto, que puede haber otros motivos para mandar al cuerno a un Departamento al que lleva treinta y tantos años dedicando su atención y esfuerzo; tanto más ahora, que quienes la sufrieron de jefa o de colega pueden mirarla por encima del hombro. Si me atreviera a preguntárselo de amigo a amiga…

***

     Aparecí por la casa a despedirme, unos días antes de su partida. No hallé otra evidencia del viaje que un par de maletas en un recodo del enorme vestíbulo. El detective que llevo dentro coligió que no se trataba de una marcha definitiva, ni mucho menos.

-          ¿Qué, profesora, lista para saltar el charco? ¿Emocionada?

-          Más que nada -bromea- porque me vengan a despedir los buenos amigos…, alguno, al menos.

-          ¿Quieres que, en tu ausencia, eche un vistazo al chalé?

-          ¡Macanudo! Voy a traerte un juego de llaves.

     Desaparece, camino del primer piso. A su vuelta, encuentro valor para hacerle la pregunta que tenía en la punta de la lengua desde la revelación de Yameli:

-          ¿Para mucho tiempo? He oído que tienes algo importante que resolver en tu tierra.

     Diría que se ha ruborizado y elude mirarme francamente a los ojos, como hace siempre. Deja correr unos segundos y responde:

-          Cuando a una le queda tan poca vida por delante, casi todo lo que hay que resolver es, no ya importante, sino definitivo.

     ¿Tendré alguna oportunidad más de que se sincere? A ver si hay suerte:

-          ¿Te llevo al aeropuerto el día del viaje? No me cuesta nada y así no tienes que dejar el carro en el aparcamiento tantos días.

     No hay suerte. Me contesta:

-          Gracias. El avión sale muy temprano y no es cosa de darle un madrugón a nadie. Ya tengo apalabrado un taxi.

     Nos despedimos con un abrazo. Le deseo lo mejor. Cuando llego a la puerta de la verja, me vuelvo y ella agita la mano y sonríe.

     Tres días más tarde, estalla la noticia en un informativo especial de la tele:

     Ante las noticias alarmantes sobre la pandemia del coronavirus que nos llegan de otras partes del mundo, el Presidente de la República ha tomado la decisión urgente de suspender todas las salidas de territorio dominicano hacia el extranjero, cualquiera que sea el medio de transporte por el que hubieren de producirse.

     Y así, hasta ahora.

***

     Cuando fui a devolverle las llaves, encontré a Loli en su hora tonta y, sin yo hacer fuerza, me contó de pe a pa cuanto les he relatado a ustedes, pero se libró muy mucho de manifestarme lo que ahora pensaba hacer. De manera que, en mi nombre y en el de ustedes, tuve que hacerle la pregunta:

-          Loli, cuando pase la pandemia y se pueda viajar con seguridad, ¿qué?

-          Querido amigo, a mi edad y con la que está cayendo, ¿a quién se le ocurriría hacer planes?

     Está visto que ustedes, yo… y Alfredo todavía tendremos que esperar.

 


    


[1] Indebido tributo al inglés, que es un guiño a la conocida película del mismo nombre (You’ve got e-mail), dirigida por Nora Ephron en 1998.

[2] Alusión a la Policía Armada de los tiempos del franquismo, debida al color de sus uniformes.

[3] Se refiere a Julio Anguita González (1941-2020), Secretario General del Partido Comunista de España (1979-1986), que hizo famosa la muletilla programa, programa, programa, como muestra de seriedad política.

[4] Joaquín Balaguer Ricardo (1906-2002), Presidente de la República Dominicana en los periodos 1960-1962, 1966-1978 y 1986-1996.

[5] Siglas del Partido Comunista de España.

[6] Antonio Gramsci (1891-1937), teórico marxista italiano de gran importancia. Wenceslao Roces Suárez (1897-1992), incansable traductor al español, entre otras muchas obras, de gran parte de las de Carlos Marx.

[7] En Otras canciones a Guiomar.

[8] Se trataba de José María Carretero Novillo (1887-1951).

[9] Título coincidente con una proposición de la Profecía de Isaías (capítulo 55, versículo 8): Mis planes no son vuestros planes, ni mis caminos son vuestros caminos -oráculo del Señor-. Al final de este capítulo del relato se verá por qué.

[10] ¡Cómo está el servicio!, comedia de Alfonso Paso Gil (1926-1978), estrenada en Madrid el 12 de enero de 1968. Sirvió de base al guion de la película homónima y del mismo año, dirigida por Mariano Ozores.

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