martes, 27 de agosto de 2019

DOS INDIOS DE PELÍCULA (II): QUANAH PARKER, EL COMANCHE


Dos indios de película (II): Quanah Parker, el comanche


Por Federico Bello Landrove




     Entre la historia real y el cine se mueven infinidad de personajes interesantes. Siguiendo la senda iniciada en mi ensayo El western, trato ahora con cierto detalle de dos jefes indios señeros, reflejando su biografía, su entorno y su proyección cinematográfica. En segundo lugar, en este ensayo abordo la figura de Quanah Parker  (c. 1845-1911), el jefe comanche (mestizo de indio y blanca) que tanta influencia tuvo en el destino de su pueblo y en la consolidación de la llamada Iglesia Nativa Americana, con la legalización del peyote como sacramento de comunicación con el Gran Espíritu.









1.      Los comanches y la guerra por el búfalo




     Hay dos vías complementarias para llegar a la figura histórica de Quanah Parker[1]: seguir brevemente la historia del pueblo comanche en su tiempo y establecer la relación de este personaje con el proceso de su mestizaje, tan esencial para su biografía, como para su leyenda cinematográfica. De manera complementaria, me propongo abordar la gran labor de Quanah en la formación de la Iglesia Nativa Americana[2] y penetrar con cierto detalle en la verdad y la mentira de una gran película implícitamente relacionada con él: la llamada en España Centauros del desierto, una cinta de 1956, dirigida por John Ford[3]. En este primer capítulo del ensayo resumiré la historia de los comanches en el tercer tercio del siglo XIX, siguiendo el conocido libro de Dee Brown, Enterrad mi corazón en Wounded Knee[4]. He aquí mi resumen del citado texto, en todo lo pertinente al presente trabajo:

     Kiowas y comanches compartían las zonas de caza de búfalos -y, subsidiariamente, antílopes-, al sur de la frontera de los territorios de Kansas y Nebraska, pero ambas naciones, aunque muy relacionadas, eran muy diferentes en la organización tribal: Los kiowas eran más unitarios y se regían por jefes importantes, en tanto los comanches funcionaban, más bien, por bandas nómadas[5] y su jefe aparente de entonces, llamado Diez Osos, era más un filósofo y consejero, que un jefe con mando[6]. Al concluir la Guerra de Secesión (1865), kiowas y comanches, junto a arapajos y cheyennes mantuvieron una guerra conjunta contra los blancos, en defensa de sus territorios de caza, pero fueron vencidos en 1867 por las tropas mandadas por el general Sheridan y dirigidos luego a una reserva general, o Territorio Indio, en el actual Estado de Oklahoma[7], fundándose diversos fuertes para controlar a la población india, entre ellos, el famoso Fort Sill. En aquel entonces, Quanah Parker era un comanche mestizo prácticamente desconocido, de unos veinte años de edad.

     La desviación forzosa de los comanches hacia tierras más áridas y montañosas que las primitivas de la Comanchería[8]  los privó de mantenerse del búfalo, como su principal medio de subsistencia. Con todo, unos dos mil quinientos aceptaron establecerse en las reservas de Oklahoma. Ello los forzó a convertirse en agricultores (maíz), como ya lo habían sido mucho tiempo antes en la zona de Texas y otras, llamada la Comanchería por los españoles. Completaban su economía alimenticia con mediocre e insípida carne muy seca de vacuno, facilitada por los agentes del Gobierno. Todo ello era obviamente insuficiente para mantenerse ellos y sus caballos por lo que, hacia 1870, muchos guerreros abandonaron las reservas y fueron a cazar a Texas, chocando duramente con los cazadores blancos -sobre todo, de Kansas-, que esquilmaban los rebaños de búfalos. A mayores, los granjeros y los soldados talaban los bosques para obtener tierra cultivable y conseguir madera y leña. Todo ello indignaba a los indios que, no obstante, al llegar el invierno se vieron obligados a regresar a las reservas, ante el rigor del frío, aconsejados por sus propios jefes. En aquel momento, los kiowas tenían un poderoso jefe, llamado Satanta.






     En 1871, todo lo que hemos relatado, agravado por el progreso del tendido del ferrocarril, impulsó a los indios a la guerra, obligando al Gobierno a enviar al general Sherman a negociar con Satanta y otros jefes. El fracaso de las conversaciones concluyó con la prisión y juicio de Satanta, quien fue condenado a muerte, posteriormente conmutada por cadena perpetua. Seguidamente, bajo la presidencia de Ulysses S. Grant, la política de Washington cambió hacia una mayor benignidad: Satanta fue liberado y se celebró en la capital estadounidense una gran conferencia de naciones indias, en la que los comanches, por su falta de jefes indiscutidos, apenas tuvieron representación. Se prometió a los indios mejoras en el sistema de provisiones gratuitas o subvencionadas, así como agentes más eficaces y honrados, pero a condición de que los pieles rojas no salieran de sus reservas, bajo pena de muerte. El acuerdo fue ignorado por los comanches y Diez Osos murió por aquellas fechas (1872), totalmente marginado por su propio pueblo. El enfrentamiento frontal de los comanches con los soldados y la dureza de las mutuas represalias, forzaron a la unión de la mayoría de las bandas comanches, bajo la jefatura de Quanah Parker, de unos 27 o 28 años de edad a la sazón. La guerra, bajo su dirección, se tornó implacable.  

     Mientras los kiowas seguían aguantando medidas draconianas (privarles de armas y de caballos, para asegurarse de que no saldrían de las reservas, ni cazarían), los comanches se mantenían irreductibles. Era inevitable que algunos de los kiowas se unieran a los comanches para cazar y robar caballos, sobre todo, en Méjico, generando incidentes mortales. En 1874, las incursiones y la unión de las tribus se hicieron más intensas, llegando a bailar en común la danza del sol. Y es que los búfalos llevaban camino de desaparecer: se había matado a 3.700.000 en tres años, de los que solo 150.000 habían sido aprovechados por los indios. Ello provocó el odio a los cazadores blancos, que mataban la mayoría de los bóvidos por arruinar a los indios, hasta el punto de que dejaban que los animales se pudriesen al sol. De ahí, la decisión de Quanah de dar un escarmiento a los cazadores blancos en su posición fortificada de Adobe Walls (Texas). Pero los cazadores estaban preparados y los comanches, aunque muy superiores en número, no pudieron tomar aquella fortaleza.

     La mediocre marcha de la guerra llevó a los kiowas a abandonar la alianza y retornar a la reserva; pero, a la falta de búfalos, se añadió la de los víveres que suministraba el Gobierno, lo que generó disgustos y nuevos levantamientos. Los kiowas volvieron a salir de las reservas y a cazar, junto con los comanches, los búfalos que encontraban, en una situación de tolerancia -parecida a la paz-, que duró poco. Sherman dirigió los movimientos de cinco columnas de soldados, con el objetivo de recluir definitivamente en las reservas a los indios que habían salido de ellas para cazar. El principal campamento kiowa fue destruido, y sus ocupantes masacrados, en septiembre de 1874. Tras malvivir en el invierno, los restantes kiowas y los comanches de Quanah Parker se rindieron en Fort Sill, entre febrero y mayo de 1875, siendo acogidos y mantenidos en circunstancias lamentables.

     Los jefes y los guerreros más levantiscos fueron desterrados a Florida y algunos de los que permanecieron en Oklahoma fallecieron misteriosamente -tal vez, envenenados por sus antagonistas de la misma raza-. Así, en menos de diez años, se acabaron los búfalos y los orgullosos comanches y kiowas quedaron reducidos a una mínima representación, sin libertad de movimientos.





2.      Ascendencia blanca de Quanah Parker





     Es posible que buena parte de la biografía de Quanah -sobre todo, en su periodo de sometimiento a los blancos- no pueda explicarse sin su apellido Parker, es decir, ignorando que su madre fue una mujer blanca, raptada por los indios a los nueve años de edad, que llegó a ser esposa del jefe de banda comanche, Peta Nocona, con el que tuvo tres hijos, el mayor de los cuales fue el citado Quanah. Por la trascendencia que el episodio del rapto y posterior recuperación de dicha mujer, Cynthia Ann Parker (1827-1871), tendrá para los aspectos cinematográficos de este ensayo, voy a presentar un resumen amplio del caso, utilizando una fuente antigua y de toda solvencia: un artículo de John Marvin Nichols, aparecido en la revista tejana clásica, Frontier Times Magazine, en el año 1927[9]. Este es mi extracto de dicho texto:

     Desde 1834, varias familias de pioneros habían levantado un recinto fortificado para vivir, protegido con empalizada de madera, en una zona salvaje del este de Texas[10], en las proximidades del río Navasota. En 1836, constituía ya un pequeño poblado en que moraban cerca de cuarenta personas -casi la mitad de ellos, niños- pertenecientes a diez familias. En la mañana del 19 de mayo de 1836, hallándose buena parte de los moradores en el campo, el recinto fue asaltado por un grupo muy numeroso de comanches -se ha exagerado, hasta los quinientos guerreros-, produciéndose una importante refriega, que acabó con cinco muertos y tres heridos de importancia entre los blancos, así como el secuestro por los indios de dos mujeres y tres menores. Entre estos últimos, se hallaban los hermanos Cynthia Ann -de nueve años- y John Richard -de seis- Parker. Al acabar la incursión, los indios incendiaron el fuerte.

     En los años sucesivos, el esfuerzo de familiares y autoridades -incluido el mismo Sam Houston[11]- permitió el rescate de tres de los cautivos, de modo que en 1842 ya habían regresado a sus casas. No obstante, Cynthia no pudo ser recobrada, pasando a ser la esposa de Peta Nocona, jefe de los comanches de la banda Nokoni, quien al parecer estuvo muy enamorado de ella. La pareja tuvo, al menos, dos hijos y una hija, como luego precisaré. Tampoco fue rescatado John, el hermano de Cynthia, convertido luego en importante guerrero y, curiosamente, en marido de una hermosa cautiva de origen mejicano, que fue quien lo salvó y recuperó para la civilización, cuando los indios lo abandonaron por haber contraído la viruela.

     Pese a los denodados intentos de localizar a Cynthia, hechos por algunos miembros de su familia, pasaron los años sin tener noticias de ella; un largo periodo de casi veinticinco años, en que la mujer casi olvidó su idioma y costumbres nativos, hasta llegar a sentirse una verdadera comanche[12]. A lo largo de esos años, dio a luz a tres hijos de Peta Nocona -dos varones y una mujer-, el primogénito de los cuales alcanzaría luego la fama como Quanah Parker, el llamado último jefe de los comanches. El hermano segundogénito fallecería en combate con los blancos y la hija, Topsannah -Flor de la Pradera-, fallecería de la gripe, todavía en edad infantil. En definitiva, fue la casualidad la que permitió a los tejanos y a sus aliados indios dar con Cynthia, en el otoño de 1860, tras el combate de Pease River, en el que fue casi aniquilada la banda de Peta Nocona, que murió en la huida. Junto a él, fueron halladas Cynthia y su hija, siendo identificada como blanca la primera de ellas por sus ojos azules y porque -contra la costumbre india- estaba llorando la muerte de su esposo.

     Los diez años siguientes fueron muy duros para Cynthia y su familia. La ex cautiva no se adaptó al impuesto papel de figura emblemática para los tejanos blancos, ni siquiera con el cariño de su familia de sangre. Intentó escapar varias veces y no dejó de rendir culto al Gran Espíritu, o Dios de los indios. Solo mantenía su esperanza la convivencia con su pequeña hija. Cuando esta murió de gripe, la resistencia moral de Cynthia se desplomó y entró en una situación de caquexia psicofísica, negándose a ingerir alimento. Finalmente, falleció en 1871, a los cuarenta y cuatro años de edad. Actualmente, sus restos reposan en un cementerio de Oklahoma, al lado de los de su ilustre hijo Quanah, fallecido cuarenta años después que su madre.


***


     De cuanto llevo escrito, no parece inferirse transcendencia ninguna de que Quanah fuese mestizo, como no sea la inversa de lo previsible: Que sintiese aún más rencor y violencia ante las presuntas injusticias de su media raza blanca. Sin embargo, la cuestión cambia radicalmente cuando se analiza la vida del jefe comanche a la luz de la segunda parte de su existencia, es decir, desde 1875, cuando se produjo la definitiva rendición y pase a las reservas de toda su nación. Es entonces cuando empezó a hablar con fluidez el inglés, a practicar hasta cierto punto las costumbres de los blancos y a tratar de dar a su pueblo una vía de espiritualidad y de esperanza. El hecho de que ese sendero supusiera mucho de adaptación y sumisión a las formas de vida y al Gobierno de los rostros pálidos le ha sido criticado con acritud por buena parte de los comanches y sus estudiosos, que vendrían después de él; de modo que la figura de Quanah Parker ha sido objeto de controversia, cada vez más apagada -todo hay que decirlo- por el benéfico influjo que el paso del tiempo tiene, a la hora de juzgar a las figuras históricas.

     Quizá el Gobierno estadounidense, y el propio Quanah, alimentaron las críticas. El primero, al reconocerle una condición emblemática y de jefatura indiscutida de su nación que -como ya he dicho- Quanah nunca tuvo realmente. Y, en lo que respecta al segundo, porque su relativamente fácil adaptación a las costumbres blancas, le permitió alcanzar en vida un éxito y una posición como ranchero, que contrastaba llamativamente con la relativa miseria de la mayoría de sus compañeros de la reserva.

     Esto dicho, me parece interesante insistir en un punto clave de la tarea vital de Quanah Parker: Su papel de fundador de la American Native Church, institución de la que tendré que decir algunas cosas, como curiosidad y para fijar la obra de Quanah en su contexto y relevancia ulterior.






3.      Quanah Parker y la Iglesia Nativa Americana




     Se dice que Quanah Parker entró en contacto con el peyote[13] como planta curativa de ciertas dolencias y heridas, experimentando con ella una gran mejoría. También le era conocida su llamada función enteógena, es decir, para los cultos sagrados, a fin de entrar en contacto con la divinidad. Todo ello le fue de gran ayuda cuando decidió fundar, o apoyar el funcionamiento, de un culto indígena intermedio del Cristianismo y las generales creencias indias en el Gran Espíritu[14]; una labor de sincretismo que brotó en el Territorio Indio de Oklahoma hacia 1890 y que quedó definitivamente elaborada a comienzos del siglo XX (hacia 1907). La función del peyote en esta religión equivale en cierto modo a la de la Eucaristía en el Cristianismo: un sacramento que implica la posibilidad de comunicarse directamente con Dios, mediante una unión mística con Él.

     De todas formas, lo que nos interesa reseñar no es tanto el peyotismo, como el hecho de que esta Iglesia -llamada en inglés Native American Church- se ha extendido entre los indoamericanos de los Estados Unidos, Canadá y Méjico, hasta alcanzar una importante cifra de adeptos, estimada a finales del siglo XX en unos doscientos cincuenta mil. Por ello, ha estado en la punta de lanza del esfuerzo de los indígenas -incluidos los esquimales y aleutianos de Alaska y norte de Canadá, y los hawaianos- para conseguir el pleno respeto de sus religiones peculiares; algo que finalmente han logrado en buena medida, mediante la aprobación de la ley llamada American Indian Religious Freedom Act, de 11 de agosto de 1978[15].






***


     El citado texto legal pone fin casi totalmente a la situación anterior en los Estados Unidos, que ha sido oficialmente reconocida como contraria a la Primera Enmienda de su Constitución, al prohibir sin suficiente fundamento religiones y ceremonias sagradas de los Nativos americanos. En tal sentido, la Ley ha sido dirigida a reconocer las libertades civiles de indoamericanos, esquimales, aleutianos y nativos hawaianos, en lo referente a la práctica de sus religiones tradicionales y prácticas espirituales y culturales. Entre los derechos que se reconoce, figuran el acceso a los lugares sagrados; la libertad de cultos a través de los ritos ceremoniales tradicionales, y la posesión y uso de objetos considerados tradicionalmente como sagrados por sus respectivas culturas. Es en este último punto donde puede verse la legalización, dentro de un orden, del uso enteogénico del peyote, entre otras sustancias.

     En ese aspecto, ha sido muy recordada la frase de Quanah Parker, probablemente a propósito de los efectos sagrados del uso del peyote: El hombre blanco va a la iglesia a hablar de Jesús, pero el indio va a su tienda para hablar con Jesús[16].





4.      Los Parker y el cine. Centauros del desierto

    

     Resulta llamativo que, hasta el momento en que escribo (agosto de 2019), no haya ninguna película biográfica de Quanah Parker, que yo sepa. En el año 2016, en el curso de unas declaraciones en el Festival de Venecia, el director de cine estadounidense, Derek Cianfrance, anunció como inminente la subsanación de tan llamativa omisión, que habría de llevarse a cabo tomando como base del guion una biografía publicada en 2010[17]. El empeño -bien en forma de película, bien de serie de televisión- se ha ido demorando y esta es la fecha que no consta haya empezado su rodaje. De lo poco que puede decirse, por inferencia de la obra literaria en que piensa basarse, es que puede tener dos líneas complementarias de fuerza: el triste caso de Cynthia Parker, madre de Quanah, y la peripecia vital de este, como cabeza y modelo de los comanches en la hora de su ocaso[18].


***


     No queda, pues, más remedio que aludir a la gran película que tiene como argumento el secuestro y la búsqueda de la susodicha Cynthia, con todas las licencias que suele permitirse el cine en estos casos, sobre todo cuando se basa en una versión novelada de los acontecimientos. La película es Centauros del desierto[19], dirigida por John Ford en 1955 y estrenada al año siguiente. La novela base para el guion es de Alan Le May, bajo el título de The searchers[20]. La cinta tiene tan alta calidad que cineastas de mucho prestigio, como Steven Spielberg, han llegado a calificarla de la mejor película de la historia[21]. Sea ello como fuere, acogeré literalmente el resumen de sus peripecias y valoraciones, como los refleja un conocido Diccionario de cine en español[22]:

     Entre una puerta que se abre al principio de la película y otra que se cierra al final, transcurren los diez años que el tío Ethan Edwards (John Wayne), el tradicional héroe solitario que no se sabe ni de donde viene, ni a donde va, con la ayuda del mestizo Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un personaje mucho más definido y convencional, tardan en descubrir que lo único que queda de la familia de su hermano Aaron, atacada en 1868 por los indios en Texas, es su sobrina Debbie (Natalie Wood), que se ha convertido en una muchacha comanche. Gracias a sus colaboradores habituales de la época, el productor Merian C. Cooper, el guionista Frank S. Nugent, el director de fotografía, Winton C. Hoch, que logra unas impresionantes imágenes en Technicolor y VistaVision, y el actor John Wayne, que hace uno de sus mejores papeles al dar vida al atormentado, obsesivo y vengativo sudista, Ethan Edwards, el maestro John Ford dirige uno de sus mejores westerns y da una gran lección de sabiduría narrativa, donde trata de demostrar que no existe la menor posibilidad de entendimiento entre blancos e indios. Rodada en unos espléndidos paisajes del Monumental Valley, resulta extraño la utilización de decorados en las escenas nocturnas en exteriores y de algunas transparencias en escenas diurnas aisladas.






     Cualquiera que fuese la moraleja que el muy conservador John Ford quisiera transmitir a los espectadores, cierto es que el tema del rescate de cautivos blancos en manos de los comanches atrajo de nuevo la sabiduría profesional del director de Maine en Dos cabalgan juntos (1961). Por su parte, el novelista Le May volvió a dar su obra para un guion cinematográfico en la tormentosa Los que no perdonan, dirigida por John Huston en 1960, en la que la raptada era una niña india. Sin ánimo de exhaustividad, el problema del mestizaje tiene acomodo, en mayor o menor grado, en otros westerns notables de mediados del siglo XX, como Río de sangre (Howard Hawks, 1952), Un hombre (Martin Ritt, 1967) y La noche de los gigantes (Robert Mulligan, 1969). El mensaje que, de modo general, transmiten estas películas es el de la gran dificultad de armonizar la mezcla de razas en conflicto, con la necesidad de ser fiel a una de ellas.

     Mas, dejando a un lado consideraciones generales, convendremos en que el desarrollo argumental de Centauros del desierto y, en particular, su desenlace, presenta importantes diferencias con lo realmente acaecido[23], que hace agradecer que no se empleen los nombres de Peta Nocona y de los Parker en la película, por más que resulte indudable que está basada en los incidentes de Fort Parker de 1836 y en lo sucedido a Cynthia Ann Parker, la madre de Quanah. Entre las principales variantes, me referiré a las siguientes:

·         La cronología está considerablemente alterada, con pérdida parcial de verosimilitud. La película traslada la acción a los años 1868 y siguientes, con el objetivo probable de insistir en la soledad del protagonista y en la decepción del mismo, como sudista derrotado en la Guerra de Secesión (1861-1865); pero, en cambio, pierde realismo o coherencia, en relación con la importancia que se da a las autoridades e instituciones tejanas (no se olvide que Texas fue República independiente entre 1836 y 1845), así como sobre la probabilidad de que los comanches pudieran asolar el territorio y campar por sus respetos durante años. Otras modificaciones cronológicas -quizá de menor importancia en sí mismas- son la reducción de veinticuatro años a cinco del tiempo de cautividad de la niña secuestrada y, en consecuencia, que esta fuese rescatada todavía en plena adolescencia (con unos quince años de edad).

·         Más relevancia tiene -en lo que se refiere al origen de Quanah Parker- que su hipotética madre cinematográfica fuese rescatada cuando, aunque casada con un jefe comanche, no consta que tuviese descendencia[24]. Se ve que el film no tenía ningún interés en parar mientes de los espectadores en el tema del mestizaje.

·         Es cierto que la película recoge la recalcitrante actitud de la secuestrada, en cuanto a seguir en su tribu india y con su marido indígena, pero parece aceptar en el desenlace que la joven retornara de buen grado a su primitivo mundo. Ya hemos visto que no fue así con Cynthia Parker, quien llegó hasta dejarse morir, antes que envejecer entre sus hermanos blancos.

·         Adicionalmente -y para concluir- me refiero a las notables diferencias entre la realidad y la ficción cinematográfica, en el emocionante episodio del ataque comanche y el secuestro de la niña. Me remito a lo expuesto en el capítulo 2 de este ensayo, para fijar los detalles reales del suceso.

     Claro es que lo expuesto no desmerece la precisión y autenticidad del guion de Centauros del desierto[25], aunque solo sea por la circunstancia de que pretende narrar unos hechos que hemos sido otros -quizá con erudición malévola- quienes hemos pretendido acomodarlos a unos datos históricos: los que tuvieron que ver con la aparición en el mundo de un comanche de la máxima relevancia, Quanah Parker. A él dedico, con respeto e interés, esta verídica historia.






Los seis jefes indios invitados a la toma de posesión del Presidente Theodore Roosevelt, en marzo de 1905. Quanah Parker es el tercero por la derecha.





    



[1] El nombre del caudillo comanche procede de la palabra india Quanah, traducible por olor o aroma, y el apellido Parker, que era el de su madre. Para simplificar, ahorraré en muchos casos el apellido.
[2] Traduzco literalmente la expresión inglesa Native American Church, aunque quizá sería preferible traducir como Iglesia de los Nativos Americanos.
[3]  El título original en inglés es The Searchers. En las últimas décadas, viene siendo considerada como una de las mejores películas de la historia del cine. Véase, más adelante, el capítulo 4.
[4]  Dee Brown, Bury mi heart at Wounded Knee, edit. Holt, Rinehard & Winston, Nueva York, 1970. Sigo su traducción española, publicada por Editorial Bruguera, Barcelona, 1973, en particular la sección titulada La guerra por el búfalo, pp. 331-366.
[5]  Por ejemplo, el padre de Quanah Parker, llamado Peta Nocona, era jefe de una banda llamada Nokoni (errantes o nómadas), en tanto su hijo llegó a serlo de los Quahadi (antílopes).
[6]  Aunque las cosas cambiaron mucho posteriormente, no fue lo bastante para que los comanches consideraran a Quanah Parker como un verdadero jefe de su nación. Fue el Gobierno americano el que le dio ese rango, para poder negociar con alguien concreto, en nombre de todos los comanches. Los indios posteriores sí han aceptado el considerarlo, en efecto, como el último jefe de los comanches.
[7]  En realidad, el origen remoto de un Territorio Indio, al oeste del Missisippi, data de 1830 y se mantuvo sin grandes cambios hasta 1889, cuando se autorizó el establecimiento en parte de él de colonos blancos (la famosa Carrera de la Tierra). Después de ciertas vacilaciones sobre considerar la creación de un Estado indio dentro de la Unión, Oklahoma se constituyó en Estado en 1907, con las mismas características interraciales que los demás de los EE.UU., salvo por la gran cantidad de territorio destinado a reservas indias.
[8] La Comanchería (en inglés se elide la tilde) fue una extensa tierra del sur de los Estados Unidos, de fronteras imprecisas, denominada así por los españoles quienes, ante la imposibilidad de dominar a los indios, se limitaron a ciertas labores de comercio y misión. Ya entonces la nación preponderante en la zona era conocida como comanches, palabra que significa enemigos y que, probablemente, los hispanos tomarían de los navajos o de los utes.
[9] Véase J. Marvin Nichols, White squaw of the Comanches. Tragic tale of Cynthia Ann Parker, en J. Marvin Hunter’s Frontier Times Magazine, vol. 04, no. 6, march, 1927. Esta Revista, propiamente como tal, se publicó entre 1923 y 1952, año este en que aparecieron sus últimos números editados. El artículo que resumo tiene un enlace de libre acceso por Internet.
[10] Actualmente, se corresponde con las inmediaciones de la localidad tejana de Groesbeck, condado de Limestone.
[11] Samuel Houston (1793-1863), Presidente a la sazón de la República de Texas.
[12] Los comanches le dieron el nombre de Naduah, al parecer, equivalente a Alguien encontrado.
[13] Planta cactácea oriunda del norte de Méjico y el sur de los Estados Unidos, de importantes cualidades terapéuticas (analgésico, antirreumático, anti-estreñimiento; se le suponen también valores de antídoto contra la picadura de algunos ofidios, así como de antifúngico y antibacteriano) y psicotrópicas (de tipo alucinógeno o super-perceptivo). Su nombre científico es Lophophora williamsii.
[14] Esta creencia, muy generalizada entre las tribus amerindias de los Estados Unidos, fue bien resumida por el apache Gerónimo, en lo relativo a sus similitudes con el Cristianismo: Son comunes la creencia en un Dios personal, una vida de ultratumba para el alma y la noción de premio o castigo más allá de la muerte, en función de la vida moral que se haya llevado. Véase mi ensayo Dos indios de película (I): Gerónimo, el apache, en este mismo blog, capítulo 1.
[15] Ha sido objeto de enmiendas posteriores (1994). Véase 42 U.S.C. 1996 - Protection and preservation of traditional religions of Native Americans.
[16] The White Man goes into his church house and talks about Jesus, but the Indian goes into his tipi and talks to Jesus.
[17] S.C. Gwynne, Empire of the summer moon. Quanah Parker and the rise and fall of the Comanches, the most powerful indian tribe in American history, Simon & Schuster, Nueva York, 2010.
[18] Véanse, respectivamente, los capítulos 2 y 1 de este ensayo.
[19] Ese es el hermoso, aunque confuso, título de la cinta para España, frente al descriptivo, pero vulgar, de The searchers en el original inglés, coincidente con el de la novela en que se basa. Lo que ya se sale de madre, coloquialmente hablando, es el título para Méjico, Chile y Argentina: Más corazón que odio.
[20] Alan (Brown) Le May (1899-1954), The searchers, Harper & Brothers, Nueva York, 1954. Searcher es sinónimo aquí de buscador o rastreador.
[21] Menos discutible sería calificarlo del mejor western americano de la historia, como lo hizo en 2008 el American Film Institute.
[22] Augusto M. Torres, Diccionario Espasa del Cine mundial, edit. Espasa, Barcelona, 2001. He manejado la quinta edición, p. 166.
[23] De todas formas, la inspiración de Le May en el caso Parker no fue exclusiva. El autor, excelente conocedor de la historia del Oeste, llegó a estudiar un total de 64 casos de secuestro de blancos por los indios, a fin de documentarse para The Searchers, algunos de los cuales también son rastreables en la novela.
[24]  En el guion de la película se recoge que el jefe Cicatriz tenía dos hijos, que habían sido matados por los soldados estadounidenses, pero como tenía varias esposas (en su tienda se vislumbran hasta cuatro), no se puede afirmar que alguno de ellos hubiera sido engendrado por Debbie Edwards.
[25] El guion -no original- viene acreditado a Frank S. Nugent (1908-1965), colaborador habitual de John Ford (escribió el guion de once de sus películas, y de diez más para otros directores) y uno de los más grandes en el mundo de los westerns. Las diferencias entre la novela de Le May y el guion de Nugent han sido estudiadas por Arthur M. Eckstein, Darkening Ethan: John Ford’s The Searchers (1956) from novel to screenplay to screen, en Cinema Journal, vol. 38, No. 1 (autumn 1998), pp. 3-24, accesible en Internet por gentileza de University of Texas Press.

domingo, 25 de agosto de 2019

DOS INDIOS DE PELÍCULA (I): GERÓNIMO, EL APACHE


Dos indios de película (I): Gerónimo, el apache


Por Federico Bello Landrove



     Entre la historia real y el cine, se mueven infinidad de personajes interesantes. Siguiendo la senda iniciada en mi ensayo El western[1], trato ahora con cierto detalle de dos jefes indios señeros, reflejando su biografía, su entorno y su proyección cinematográfica. En primer lugar, en este ensayo, abordo la figura de Gerónimo[2] (c. 1829-1909), el líder apache que llegó a tener en su persecución a unos ocho mil soldados, entre estadounidenses y mejicanos.










1.      Un piel roja con autobiografía




     No tiene nada de particular que Gerónimo cuente desde antiguo con biografías, publicadas en su país natal[3]. Sí es excepcional que el caudillo apache relatara -en español- su historia a un periodista y que -con la expresa autorización del Presidente Theodore Roosevelt- la misma se publicase, todavía en vida del historiado[4]. Creo que puede tener interés resumir brevemente su contenido en todo aquello que he reputado fundamental. Siguiendo el orden expositivo del original, lo extracto así:

·         Los apaches no reconocían deberes para con las personas extrañas a su tribu. Por eso no era una falta legal ni moral el matar o saquear a quienes les eran ajenos. Pero si aceptaban un favor hecho por un extranjero, o le permitían compartir sus cosas y derechos, entonces el extraño se convertía en un pariente de la tribu, por adopción. Entonces, los miembros de tal tribu tenían que reconocer sus deberes para con él[5].

·         La explicación de por qué Gerónimo no fue, estrictamente, un jefe es la siguiente: Su abuelo, llamado Maco, fue jefe de los apaches nednis, pero su hijo -el padre de Gerónimo- se casó con una apache bedonkohe y se unió a la tribu de esta, por lo que perdió el derecho hereditario entre los nednis. Esto explica que Gerónimo no fuese jefe por derecho sucesorio, como tampoco su padre. Fue Mangas Coloradas quien llegó a ser en la juventud de Gerónimo el jefe de los apaches bedonkohes[6].

·         En el verano de 1858, la tribu de Gerónimo se hallaba en territorio mejicano y en paz con dicho Estado. No obstante, estando los guerreros apaches ausentes del campamento, este fue atacado por sorpresa por las tropas mejicanas. Tras matar a los centinelas, los soldados asesinaron a mujeres y niños, robando cuanto pudieron. Así cayeron la madre, la esposa y los tres hijos pequeños de Gerónimo, que fue el guerrero que más pérdida tuvo. En consecuencia, Gerónimo hizo juramento de venganza eterna contra los militares mejicanos y, en general, contra su República[7].

·         En efecto, la venganza de Gerónimo contra los mejicanos duró lo que su vida como guerrero (hasta 1886), ya organizando expediciones o guerras privadas, ya mediante campañas bélicas con toda su tribu, con un carácter en principio anual. Tampoco los mejicanos se anduvieron con chiquitas, pues su Gobierno pagaba por cada cabellera apache presentada la cantidad de 100 dólares oro -si era de guerrero-, 50 por la de mujer y 25 por la de niño[8].

·         El valor personal y el conocimiento bélico de Gerónimo fueron pronto reconocidos por los suyos, convirtiéndose en su jefe para la guerra, aunque nunca lo fuera de ninguna de las tribus apaches en tiempo de paz. También los mejicanos pronto aprendieron a temerlo, empezando a llamarlo Gerónimo, por corrupción fonética de su nombre apache Gojleyeh, cuyo significado era El que bosteza[9].

·         Los apaches nunca encadenaban en los campamentos a sus prisioneros, ni los encerraban, pero pocas veces los dejaban marchar sin cobrar un rescate. Si eran hombres, los obligaban a trabajar (corta de leña, cuidado de caballos o ganado, etc.). Si eran mujeres o niños, los incorporaban a la tribu y trataban como a los suyos[10].

·         Aunque buenos jinetes, los apaches utilizaban los caballos para desplazamientos largos o para cuidar el ganado. Para luchar, solían hacerlo a pie, para así moverse con mayor facilidad y poder agacharse y esconderse más fácilmente[11].

·         Gerónimo reconocía que las incursiones y ataques de los apaches eran muy violentos, pero consideraba que toda la gente de la frontera, estadounidenses y mejicanos incluidos, hacía lo propio. Podía decirse -según él- que los apaches se limitaron a ser buenos discípulos de los blancos en este punto[12].

·         Solo en contadas ocasiones hubo en las guerras apaches verdaderas batallas. Eso sucedió, sobre todo, a partir de 1873 y principalmente con los mejicanos, a uno de cuyos generales -no dice su nombre- mató Gerónimo de un disparo de rifle[13].

·         Además del apache, Gerónimo conocía bien la lengua española, que utilizaba en las negociaciones con los norteamericanos, para que fuese seguidamente traducida al inglés[14].

·         En Arizona y Nuevo Méjico hubo muy pocos blancos en la juventud de Gerónimo, en general, comerciantes. Solo después de la Guerra de Secesión (a partir de 1868, aproximadamente) llegaron los soldados y los colonos, así como los mineros, empezando entonces los problemas y las guerras con los apaches. Según Gerónimo ello fue porque trataban a los apaches sin escrúpulos y pretendían reducirlos a las reservas. Lo cierto es que, en guerra abierta o con escaramuzas, las violencias entre razas fueron casi constantes. Los tratados eran sistemáticamente incumplidos por los blancos. El asesinato del jefe apache Mangas Coloradas (1863) fue definitivo para que Gerónimo, el jefe Victorio y otros muchos apaches perdiesen la confianza en los tratados y en las treguas[15].

·         Ampliando el tema de los tratados, un biógrafo de Gerónimo[16] señala que, en un principio, los apaches no se preocupaban de que los acuerdos se escribieran, pues la palabra oral tenía para ellos suficiente valor. Por ejemplo, el tratado de 1872 entre el general Oliver Otis Howard y el jefe apache de los chiricahuas, Cochise, permaneció en estadio verbal, lo que tenía un significado completamente distinto para los blancos americanos y los indios, además de ocasionar las consiguientes discusiones sobre su contenido. La complicación era todavía mayor, por la doble traducción que se necesitaba: apache-español y español-inglés.

·         La desconfianza general hacia los blancos no hace olvidar a Gerónimo que hubo blancos de buena fe, como el general Howard y algunos de los agentes indios de su tiempo[17]. Los demás, entre los que incluye a los generales Crook y Miles, no cumplieron su palabra y se empeñaban en juzgar y castigar a los indios por el mero hecho de salir de las reservas, donde no podían hacer otra cosa que malvivir. Fue entonces cuando Gerónimo, junto al jefe Naiche -hijo de Cochise-, tomó parte en la dirección del bando de los apaches irreductibles, que fueron perseguidos incansablemente por miles de soldados estadounidenses y mejicanos, que operaban de manera acordada[18].

·         La lucha final (1883-1886) fue sin cuartel e incesante, hasta que la pésima situación de los apaches los forzó a pedir la paz, pero -siempre según Gerónimo- no por rendición incondicional, sino por un tratado con el general Miles. El acuerdo suponía que los apaches serían trasladados a Florida, pero con pronto regreso y en buenas condiciones socioeconómicas. Nada de esto -agrega Gerónimo- se cumplió correctamente, pues fueron considerados prisioneros de guerra, retenidos durante décadas y obligados a realizar trabajos forzados[19]. El redactor de la autobiografía de Gerónimo, señor Bartlett, hizo las pertinentes indagaciones, que parecen confirmar las quejas de Gerónimo, aunque reconoce que seguía habiendo una duda fundamental acerca de si la rendición de los apaches había sido incondicional, o no[20].

·         La vida de los apaches como prisioneros de guerra (1886-1913) duró toda la vida de Gerónimo -que falleció en 1909-, con sucesivos traslados desde Florida, a Alabama y Oklahoma, mejorando poco a poco las condiciones laborales, si bien la propiedad del ganado y de los frutos de la tierra estuvo muy limitada por la detracción de buena parte de ellos para integrar el muy sospechoso Fondo apache. Las penurias, el clima, las epidemias y la crisis moral disminuyeron mucho el número de los apaches, parte de los cuales acabó fundiéndose en Oklahoma con comanches y kiowas[21].

·         El libro se completa con alusiones a las formas apaches de obtener justicia penal en su tribu -juicio de los notables o venganza privada-[22]; la adopción de los niños que quedaban huérfanos[23]; la formación moral y militar de los guerreros[24]; el gran valor de los distintos tipos de danzas colectivas[25], etc. Gerónimo se explaya sobre su presencia durante meses en la Exposición Mundial de Saint Louis (1904), que le sirvió para completar sus esfuerzos de madurez y vejez para comprender la civilización blanca americana[26]. Sobre la religión, Gerónimo reconoce la superioridad del Cristianismo, que coincide con las creencias apaches en la existencia de un Dios personal -Usen-, en la otra vida y en el premio en la misma de la buena conducta en esta; hasta el punto de que acabó por afiliarse (1903), con dudosa convicción y sinceridad, a la Iglesia Reformada Holandesa, que era también la del Presidente Theodore Roosevelt[27].

·         Finaliza Gerónimo su autobiografía con unas palabras de agradecimiento al Presidente, T. Roosevelt, y con el deseo de que los apaches regresen a su tierra de origen en Arizona, para que los pocos que aún queden puedan vivir allí bien y en paz[28].

·         Como complemento a lo antes expuesto acerca de la categoría objetiva de Gerónimo entre los apaches -nunca fue un jefe en tiempos de paz- y, en cambio, la profunda influencia y respeto que concitaba entre su nación, puede ser interesante aludir a su condición de hechicero u hombre-medicina, debido a sus hipotéticos poderes paranormales. Quienes lo seguían estaban seguros de que tenía facultades para curar enfermedades, detener o hacer más lento el paso del tiempo, provocar tormentas o vislumbrar lo acaecido a grandes distancias. El poder de premonición certera tuvo algunos ejemplos notables a lo largo de su vida, de lo que fue testigo su pariente -luego, hombre letrado y defensor de los derechos de los apaches- Jason Betzinez -o Betsinas-, autor de un interesante libro-testimonio sobre Gerónimo[29].






Gerónimo (segundo por la derecha), entre otros jefes indios, en el desfile inaugural de la Presidencia de Theodore Roosevelt (Washington, 5 de marzo de 1905)









2.      Una reseña histórica de las campañas de Gerónimo




     Sigo y resumo en este capítulo el conocido y acreditado libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee[30], por lo que estoy seguro de ofrecer a mis lectores un relato fiel de lo acaecido, en particular, entre los años de 1881 a 1886, que fueron los finales y más famosos de la carrera bélica de Gerónimo. Vamos con ello:

     Gerónimo ya se había hecho un nombre entre los apaches en tiempos de Cochise (jefe de los apaches chiricahuas entre 1861 y 1872). Fallecido aquel, se constituyó en colaborador importante del violento jefe mestizo Victorio, que tomó la senda de la guerra y tuvo que pasar la frontera hacia Méjico. Allí, cercado por las tropas mejicanas, Victorio halló la muerte junto a otros 77 apaches -incluidos mujeres y niños-, pudiendo escapar solo unos treinta guerreros y quedando otros prisioneros. Tan severa derrota supuso la sumisión de las tribus apaches durante unos años, en que quedaron recluidos en las reservas, principalmente, la poco grata de San Carlos.

     Con todo, la notoriedad de Gerónimo entre los estadounidenses se inicia en 1881, cuando dirige la salida de numerosos apaches (principalmente chiricahuas) de las reservas de White Mountain y San Carlos, para lanzarse a la guerrilla y el pillaje en la zona fronteriza de Arizona y en el interior de Méjico. Esta situación se mantuvo durante unos dos años y en ella compartió acciones y notoriedad con otro viejo guerrero, llamado Nana, así como con el jefe de los chiricahuas Naiche, hijo del legendario Cochise. Tras obtener en Méjico abundantes armas y caballos, Gerónimo y los suyos volvieron a la reserva de San Carlos, para animar -incluso, por la fuerza- a los apaches renuentes -que mandaba el jefe Loco- a incorporarse a la guerrilla y, tras diversas incursiones de pillaje, retornar a Méjico.

     Es el momento en que el Gobierno americano se toma muy en serio la amenaza apache y, en septiembre de 1882, nombró al riguroso general Crook jefe de todas las fuerzas de combate contra los apaches. Dicho general, que no gozó del aprecio de Gerónimo, actuó con bastante justicia: Estudió las razones del abandono indígena de las reservas y apreció que los apaches eran víctimas de toda clase de abusos, que decidió remediar en lo posible. Echó a los blancos ocupantes de territorios de la reserva e inició un esfuerzo para hacer regresar a los apaches, firmando con ellos algún tipo de compromiso. A tal fin, el general entró en Méjico con pocas fuerzas, ocupó por sorpresa el campamento de los apaches sublevados -que eran mandados a la sazón por Gerónimo, Lobo Gris y Chato- y forzó a Gerónimo a una tensa negociación. Finalmente, hubo acuerdo y, en la primavera de 1884, Jerónimo y los últimos apaches renuentes retornaron a la reserva, haciéndoles sufrir el disgusto de requisarles el botín robado a los mejicanos, a quienes se les reintegró.

     Con la mejora de la situación en las reservas, hubo tranquilidad hasta el otoño de 1885, si bien los políticos y muchos periodistas no dejaban de inventar o exagerar los excesos de los indios, culpando siempre de ellos a Gerónimo y a sus apaches. En esa fecha, a raíz de una tremenda borrachera y de la propagación de rumores ominosos para los indios, Gerónimo y sus fieles (34 guerreros y 92 mujeres y niños) abandonaron la reserva y entraron en Méjico, entre el miedo y el escándalo propalados por los medios de información. Luego, los apaches se dividieron, al separarse un grupo de ellos, mandado por Chihuahua, con la presunta intención de volver a la reserva. Ante esta situación de rebeldía, Crook impidió los conatos de los políticos de la zona, en el sentido de formar una milicia cívica armada para ir contra los apaches, pero decidió poner en marcha el ejército, con cuantas tropas pudo reunir. Las órdenes que el general recibió de Washington eran terminantes: matar a todos los indios que no aceptasen volver a las reservas.

     El ejército mejicano, por su parte, decidió colaborar coordinadamente con el de Estados Unidos, con lo que los apaches se encontraron entre dos fuegos, dado que los estadounidenses recibieron autorización mejicana para penetrar profundamente en su territorio. Bajo tan gran presión, los jefes Chato y Alchise exhortaron a Gerónimo a que se rindiera a Crook, aunque fuese sin condiciones. La oferta, coincidente con las órdenes recibidas del Gobierno, fue la de que serían confinados en Florida, con la expectativa de regresar, quizá pasados solo dos años. Esta última posibilidad fue finalmente descartada, lo que contrarió a Crook, que fue incapaz de dulcificar los términos de la rendición, para acomodarlos a lo que él había prometido. El hecho es que, en el viaje de vuelta a la reserva, Gerónimo y Naiche escaparon durante la noche, seguidos por unos treinta guerreros. Parece que el whisky tuvo mucho que ver con su inopinada decisión.

     En ese momento (abril de 1886), el Departamento de Guerra montó en cólera; destituyó a Crook, reemplazándolo por el general Miles, y unos cinco mil soldados -aproximadamente, la cuarta parte de los efectivos militares de los Estados Unidos-fueron encargados de la persecución de los apaches, aunque no todas las Unidades tomaron parte efectiva en ella. Unos tres mil soldados mejicanos los secundaron. Finalmente, en agosto de ese mismo año de 1886, con la mediación de algunos oficiales de su confianza -destacadamente, el teniente Gatewood-, se entró en contacto con Gerónimo, quien no tuvo más remedio que rendirse y aceptar el destierro a Florida, evitando la muerte en la horca, en la que ya pensaba el Presidente, Grover Cleveland.

     Todos los apaches, fueran fieles o rebeldes, hubieron de seguir la misma suerte durante años, pasando luego a nuevos destinos de reserva-prisión, en Alabama y Oklahoma, sucesivamente. Los apaches como pueblo unido nunca regresarían a Arizona ni a Méjico, ante la tajante negativa de sus habitantes blancos. En cambio, comanches y kiowas les ofrecieron parte de sus reservas en el territorio de Oklahoma.

     Gerónimo murió en 1909, todavía con la condición de prisionero de guerra, que mantuvo desde 1886. En 1913, los apaches sobrevivientes recibieron el mandamiento de libertad, con el que muchos de ellos retornaron a Arizona y Nuevo Méjico, nuevamente a reservas de carácter tribal, aunque con creciente libertad individual de movimientos. 






3.      Gerónimo, según Hollywood




     No pretendo en este capítulo desarrollar la ardua tarea de presentar con exhaustividad todas las películas en las que sale Gerónimo, pero sí aludir a las tres cintas que más han pretendido biografiarlo o, cuando menos, han tomado la decisión de plasmar en su título el nombre del famoso apache. Mi objetivo, más allá de recoger algunos datos de fácil localización en Internet, es el de seguir la deriva ideológica habitual en el tratamiento de los indios en los westerns, cada vez más personal y favorable a los mismos. Sobre ello, ya he escrito de forma breve y general en otro ensayo, recogido en este mismo blog[31].



3.1.            El Geronimo de 1939.







     Con guión y dirección del poco conocido cineasta Paul Sloane, la película Geronimo! fue estrenada en noviembre de 1939, muy oportunamente en la capital de Arizona -Phoenix-, de cuyo Estado era oriundo el famoso apache del título. Película perfectamente prescindible en relación con su biografía, presenta, sin embargo, otros aspectos curiosos, que procuraré recoger en parte, una vez aluda telegráficamente a su argumento y filosofía racial.

     La cinta arranca de una situación de sublevación del jefe apache Gerónimo quien, secundado por una banda de guerreros -algún programa de mano de la película da el número de diez mil-, está sometiendo al Suroeste a una vorágine de asaltos y asesinatos -una de cuyas víctimas es la protagonista femenina del film, que pasará en coma la mayor parte del tiempo de proyección-. Como es natural, el Ejército americano se empeña en acabar con la violencia y -cuando menos- detener a Gerónimo, pero ello contará, al menos, con dos serios inconvenientes: 1º. Las discrepancias y tensiones entre los mandos militares, llamativamente personalizadas en un veterano general y un bisoño teniente, hijo del anterior, con el certero y experimentado término medio del capitán que ejerce la tutela moral del joven teniente. 2º. La malévola y disimulada ayuda que presta por dinero a los indios una especie de renegado -por supuesto, cobarde y traicionero-, que personifica el actor Gene Lockhart, en la actuación más memorable de la película. Finalmente, tras diezmar a la población civil del territorio, los apaches serán reducidos y la película se encaminará al consabido final feliz.

     Aunque la presencia de Gerónimo está reducida a momentos bastante concretos del film, es obvio que encarna la brutalidad indiscriminada que solía imputarse a los indios en la primera época del western. En este caso, a mayores, la película incide en la misma despersonalización de esos primeros tiempos, consistente en presentar a los pieles rojas como una masa tribal, carente de matices y de individualización de conductas. El título de la película parece dar a entender que nos hallemos en presencia de una biografía -todo lo parcial y mendaz que se quiera-, pero no es así, como antes apuntaba. Puede decirse que Gerónimo es usado como gancho para atraer al público, para quien aquel nombre mítico estaba a punto de alcanzar una insospechada resurrección, gracias al grito de los paracaidistas al lanzarse del avión -cuestión sobre la que, inexcusablemente, más tarde volveré-.

     El gran investigador y conservador de cine, William K. Everson[32], consideró Geronimo! un buen ejemplo de las películas que literalmente debían a otras parte del planteamiento y del metraje. Este historiador del cine ha rastreado en Geronimo! la influencia de Tres lanceros bengalíes (Lives of a Bengal lancer, dirigida por Henry Hathaway en 1935), hasta el punto de considerar aquella un remake de esta, así como el empleo de material descartado en anteriores cintas del Oeste de los mismos estudios Paramount: Una nación en marcha (Wells Fargo, dirigida por Frank Lloyd en 1937) y Buffalo Bill (The plainsman, dirigida por Cecil B. de Mille en 1936). Esa circunstancia del aprovechamiento de materiales anteriores, como la no muy aparente fama de los actores, hace suponer a Everson que el Estudio contaba con hacer una película de la serie B, aunque finalmente la propaganda y la distribución fueron las propias de un film de la serie A, pero no el impulso ni la calidad.

     Es muy probable que esta película permanecería en el olvido más absoluto, si no hubiera sido por una anécdota de conocimiento internacional. Me refiero a su incidencia en el famoso grito de valor ¡Gerónimo!, que los paracaidistas estadounidenses popularizaron como exclamación a partir de 1940, tras haber visto varios de ellos la película homónima[33]. Diversas cuestiones permanecen irresueltas, a este respecto, pero no dos, que me permito resaltar: la indudable relación de la película con el grito[34], así como el hecho de que los familiares más allegados del difunto Gerónimo fueron consultados y dieron su orgullosa conformidad, para que el nombre de su ilustre pariente figurase en el escudo o escarapela de algunas unidades del Ejército americano, en las que continúa apareciendo[35]. También la palabra Geronimo es repetida varias veces en uno de los más famosos himnos de los paracaidistas de los Estados Unidos[36].





     Concluyo la referencia a este Geronimo! de 1939, aludiendo al curioso caso del actor que lo encarnó, llamado Victor Daniels en la vida real y Jefe Nube de Trueno (Chief Thundercloud) en su carnet profesional y en los títulos de crédito de otras producciones[37]. Sorprendentemente, en esta, pese a titularse Geronimo!, no se acredita el nombre del actor que lo encarna, por poco que sea el tiempo que aparezca en pantalla. Daniels se había inventado una biografía, como nacido en Oklahoma, en el seno de una familia de la aristocracia india de la nación cherokee -otra veces, decía que creek- y tribu Muskogee, siendo sus padres el jefe Nube Oscura y la squaw, Estrella de la Mañana. Había estudiado -según él- en la Universidad de Arizona, donde había destacado, tanto en los estudios, como en los deportes -fútbol americano, boxeo-. La verdad era que había nacido en Arizona, de una familia de chicanos -los padres eran Jesús Daniel, de donde el apellido Daniels, y Tomasa-, pasado por los más variados trabajos, adquiriendo en un rancho habilidades de vaquero. Nacido en 1899, figuraba como especialista y actor cinematográfico de Hollywood a partir de 1935. En los siguientes veinte años -murió en 1956-, participó en unas sesenta películas del Oeste, más algunas series de corto o mediometrajes -destacando en el papel de Tonto, el inseparable indio que acompañaba al Llanero Solitario (The Lone Ranger)- y alguna aparición en la incipiente televisión (The Gene Autry Show, 1950). Su imponente presencia y rasgos de similitud india hicieron su modesta fortuna profesional que, en más de la mitad de las películas en que participó, no le permitió ni hacerse acreditar. La última actuación en el cine -que se sepa- no fue ciertamente menor, pues tuvo lugar en el inolvidable western, Centauros del desierto (The searchers), dirigido por John Ford en 1956.




3.2.            El Gerónimo de 1962.







     En conjunto, es la película que más ampliamente trata el personaje histórico de Gerónimo, aunque su calidad sea mediana y la encarnación del personaje por el conocido -y de rasgos nada amerindios- Chuck Connors sea la menos creíble, entre las tres cintas examinadas. Rodada mayormente en espectaculares paisajes del norte de Méjico, se integra en la segunda corriente filosófica de los indios en el western, es decir, la que los considera un producto de su civilización y ambiente, auténticas víctimas de la rapacidad de los blancos y del incumplimiento de los tratados por parte del Gobierno estadounidense. Se trata de una producción distribuida por United Artists, dirigida por Arnold Laven, que también coprodujo la cinta y colaboró en el guion. Una vez más, el argumento se centra en el periodo álgido de la vida del caudillo apache, es decir, los años ochenta del siglo XIX. Puede esquematizarse así:

     Hacia el año 1883, el valiente jefe indio Gerónimo y su pequeño grupo de guerreros apaches, sometidos al continuo hostigamiento de las tropas de los Estados Unidos y de Méjico, decide rendirse a cambio de obtener comida y tierras. Así se acuerda en un tratado, pero los hombres blancos romperán sus promesas, condenando a los indios a la miseria. Cuando las tierras que se les ha asignado como reserva les son arrebatadas, Gerónimo vuelve a escapar, acompañado de una cincuentena de guerreros, y conduce a su tribu hasta Méjico, desde donde declara la guerra a los Estados Unidos, pese a lo mínimo de sus fuerzas. Se enfrentará con determinación y astucia al enemigo, hasta volver a la situación inicial, es decir, rendirse y perder la libertad a manos de los blancos.

     Paralelamente, se desarrolla una subtrama de amor, que quiero destacar aquí por una doble razón: A) Porque la actriz que representa a la esposa de Gerónimo es una auténtica india (o, mejor dicho, medio india), pero de la India, no de origen amerindio -su nombre, Kamala Devi-. B) Porque el romance pasó de la pantalla a la vida real: Chuck Connors y Kamala Devi fueron matrimonio entre 1963 y 1972.

     La película apenas retoma la verdadera biografía de Gerónimo, para bien y para mal. De una parte, presenta al jefe apache con unas notas de honradez, pacifismo y unas gotas de humor, que parecen alejadas de su forma de ser[38] y, desde luego, de la edad que ya tenía por aquellas fechas -unos 55 años-. De otra, lo valora implícitamente al modo de los héroes de tragedia, cuya rebelión está condenada al fracaso de antemano, por lo que se trata de un sacrificio testimonial, pensando, tal vez, en un futuro mejor.

     Otros rasgos de la película, que preludian formas más drásticas de valorar la relación entre razas en los Estados Unidos, son la corrupción generalizada que rezuman los agentes del Gobierno encargados de regir las reservas y la delgada línea que separa la guerra y el genocidio, tal y como aquella es llevada contra los indios por el Ejército norteamericano.




3.3.            Gerónimo, una leyenda americana (1993).






     Desde el punto de vista artístico, el Geronimo de 1993 es la mejor de las películas biográficas sobre el guerrero apache y -según algunos- un western sobresaliente. Desde luego, está trufada de nombres importantes, comenzando por el del director, Walter Hill, y el guionista, John Milius, y continuando por el elenco de actores principales, del que forman parte Jason Patric, Gene Hackman, Robert Duvall y un principiante llamado Matt Damon. El papel de Gerónimo es asignado -esta vez sí- a un genuino piel roja, el actor Wes Study, nacido en Oklahoma de una familia cherokee. Y, con todo, la cinta fue un llamativo y espectacular fracaso económico, al recaudar como la mitad de lo gastado en ella[39]: Se ve que La leyenda americana no tenía el gancho que se esperaba, o las formas y maneras que el público de finales del siglo XX esperaba. Pero vayamos con el argumento, no sin antes suscribir la crítica del título que Walter Hill realizó: Aquella no era una biografía de Gerónimo, sino su campaña final; por ende, debió llamarse algo así como La guerra de Gerónimo, como estuvo previsto. En fin…


     Los apaches han aceptado a duras penas el acuerdo de 1884 con el Gobierno de los Estados Unidos para regresar a las reservas, pues muchos de ellos no se adaptan a la vida de agricultores, entre ellos, Gerónimo quien, entendiendo que el tratado ha sido violado por los blancos y desconfiando de las promesas de estos, huye de la reserva, en unión de 30 guerreros, humillando simultáneamente al Ejército que lo vigilaba. Un teniente, Charles B. Gatewood, acompañado de un grupo de militares, se propone convencer a Gerónimo de que regrese o se rinda. Los generales que dirigen las operaciones -Crook y, luego, Miles- apoyan con reticencias el esfuerzo de Gatewood, que finalmente resultará exitoso, aunque mucho más severo de resultados que lo previsto. Todos los apaches serán confinados en Florida y las protestas de Gatewood y Miles serán acalladas, mediante el traslado a una guarnición remota y la dimisión, respectivamente.

     Pese a los esfuerzos del equipo de la película y a la espectacularidad de los paisajes del Estado de Utah, el visionado de la cinta se hace gradualmente pesado, perdiendo interés de modo progresivo. Tal vez sus 115 minutos de duración resulten excesivos para contar un detalle concreto de la vida de Gerónimo y sus adláteres y enemigos, por más que ese momento fuera el último y más notorio de su larga y famosísima rebelión[40].





[1] Véase en este mismo blog, con la etiqueta de Ensayos, el titulado Ensayos de cine (2): El western.
[2] Aunque la ortografía actual del nombre se inclina por Jerónimo, mantengo la histórica, que es la seguida sin dudar por los norteamericanos (naturalmente, sin tilde).
[3] Gerónimo nació en el actual Estado americano de Arizona, en junio de 1829 -la fecha la facilitó él mismo, aunque carece de refrendo documental-. Entre las biografías, he consultado la edición de 2012 de la siguiente: Robert M. Utley, Geronimo, Yale University Press, 1ª edición, 1929.
[4] Véase S.M. Barrett, Geronimo’s story of his life, Dulfield & Co., New York, 1907. Hay traducciones al español, pero yo me he valido de una al gallego, obra de Onofre Sabaté: Gerónimo. Unha autobiografía, edicións Positivas, Santiago de Compostela, 1994.
[5] Gerónimo. Unha biografía, cit., p. 43.
[6] Íbidem, p. 47.
[7] Íbidem, pp. 55-57.
[8] Íbidem, pp. 58 y siguientes.
[9] Íbidem, pp. 60 y 62.
[10] Íbidem, p. 72.
[11] Íbidem, p. 79.
[12] Íbidem, pp. 85-91.
[13] Íbidem, pp. 93-100.
[14] Íbdem, p. 99 y otras.
[15] Íbidem, pp. 105-112.
[16] Robert M. Utley, ob. cit. en la nota 3.
[17] Íbidem, pp. 114-115.
[18] Íbidem, pp. 117-121.
[19] Íbidem, pp. 123-127.
[20] Íbidem, pp. 131-147.
[21] Íbidem, pp. 149-151.
[22] Íbidem, p. 157.
[23] Íbidem, p. 158.
[24] Íbidem, pp. 158-160.
[25] Íbidem, pp. 159-163.
[26] Íbidem, pp. 167-172.
[27] Íbidem, pp. 173-176.
[28] Íbidem, pp. 177-178.
[29] Jason Betzinez (con la colaboración de W.S. Nye), I fought with Geronimo, primera edición, Stackpole & Co., Harrisburg (PA), 1959, espec. pp. 116 y siguientes. Betzinez vivió entre 1860 y 1960.
[30] Véase Dee Brown, Bury mi heart at Wounded Knee, edit. Holt, Rinehard & Winston, New York, 1970. He utilizado la versión española, Enterrad mi corazón en Wounded Knee, edit. Bruguera, Barcelona, 1973. En concreto, me han sido de utilidad los capítulos titulados Cochise y las guerrillas apaches (pp. 267-300) y El último jefe apache (pp. 515-542).
[31] Véase Ensayos de cine (2): El western, en especial el capítulo titulado Un modelo de la evolución: El indio en el western.
[32] William K. Everson (1929-1996), en un artículo titulado Movies out of thin air.
[33] Colonel Ed Howard, Paramount’s 1939 western Geronimo: a forgotten movie with a giant legacy, www.b.westerns.com, diciembre de 2004. El autor sirvió, precisamente, en unidades de paracaidistas.
[34] En efecto, fue esta película la que estaba en cartel en los días de 1940 previos a la primera utilización del grito, en el Main Post Theatre, de Fort Benning (Georgia).
[35]  En concreto, los Regimientos 501 y 509 de Paracaidistas, de la famosa 101 División Aerotransportada.
[36]  Su título es Down from heaven y su autor, el teniente coronel paracaidista, Byron Page.
[37]  Lo que este actor, y los Estudios, querían que se dijese de él puede encontrarse en el pressbook de la serie americana de la productora Republic, The Lone Ranger rides again (1939).
[38]  El relato más completo y objetivo -dentro de lo que cabe- sobre el Gerónimo de los últimos tiempos de su rebelión es el de Britton Davis, The truth about Geronimo, Lakeside Press, Chicago, 1951. Se trata de una obra publicada póstumamente, pues su autor había fallecido en 1930.
[39]  El presupuesto fue de 35 millones de dólares, recaudando en taquilla 18,6 millones.
[40]  El mejor relato sobre la última campaña contra Gerónimo, que depende en gran medida de los papeles y recuerdos del teniente Gatewood, es el siguiente: Odie B. Faulk, The Geronimo campaign, primera edición, Oxford University Press, Oxford & Nueva York, 1969.