sábado, 18 de septiembre de 2021

EL CASO LAMBRAKIS VISTO POR SUS PROTAGONISTAS (SEGUNDA PARTE)

 

 

El caso Lambrakis visto por sus protagonistas (Segunda parte)

Por Federico Bello Landrove

 

     Este relato, entre la realidad y la ficción, es otra vuelta de tuerca a la versión de Vassilis Vassilikos sobre el crimen político del diputado griego, Grigoris Lambrakis. Tal vez, el mayor interés de mi visión del caso radique en su puesta al día en un momento (año 2021) en que, por el tiempo transcurrido y el fallecimiento de casi todos los protagonistas, no será fácil que se produzcan nuevas revelaciones sobre el tema. (Por su extensión, he decidido dividirlo en dos partes de parecida longitud)

La Torre Blanca (siglo XVI), símbolo de Tesalónica

 

1.   Pero ¿quién manda en Grecia?


     Extractando la prensa griega de la época -junio de 1963- sobre el caso Lambrakis y sus repercusiones:

     De manera sorprendente, el Primer Ministro, señor Karamanlis, en la mañana del 17 de junio, presentó al rey Pablo la renuncia a su cargo, por motivos que no han sido precisados. Dos días más tarde, el hasta ahora Ministro de Comercio, Panayotis Pipinelis, ha sido designado Primer Ministro por Su Majestad, a reserva de que sea confirmado por la confianza del Parlamento. Entre las razones que se esgrimen para tan drástica dimisión de Constantino Karamanlis, se encuentra el rumbo que están tomando las investigaciones judiciales sobre la muerte del diputado, Grigoris Lambrakis, acaecida, como se sabe, en Salónica, el pasado día 27 de mayo[1].

     En efecto, la instrucción judicial del caso, que está llevando a cabo el juez tesalonicense, Christos Sartzetakis, en colaboración con la fiscalía, están poniendo de manifiesto que los presuntos autores del crimen, así como los que propinaron una brutal paliza al también diputado, Yorgos Tsarujas, están vinculados con grupos de extrema derecha de Salónica, favorecidos o, incluso, controlados por la Gendarmería. Prueba de ello es que el juez, tras tomar declaración como implicados, entre otros, al general Constantino Mitsos -Inspector general de la Gendarmería para el Norte de Grecia- y al coronel, Efzimios Kamutsis -Jefe de dicha fuerza en la provincia de Tesalónica-, ha decretado su ingreso en prisión[2]. Se dice que el primero de ellos amenazó con suicidarse, al ser tan contrario a su honor y al de la Gendarmería su ingreso en prisión. Por su parte, el coronel Kamutsis, al encontrarse a la salida del despacho del juez asediado por los periodistas, la emprendió a golpes con los mismos, tratando de impedir que lo fotografiaran, teniendo su abogado que intervenir para poner paz. Según nuestros colegas afectados, el coronel Kamutsis argumentaba, para impedir su labor gráfica, que él todavía no era un acusado, sino un simple detenido; motivo seguramente legal, pero que solo parece cuestión de tiempo el que deje de tener virtualidad.

     De fuentes tesalónicas, se confirma que el general Mitsos y el diputado Tsarujas se conocían bien con anterioridad a este caso, teniendo cuentas pendientes de la época de la ocupación alemana y de la guerra civil subsiguiente…

     La dimisión del señor Karamanlis puede tener causa -según círculos próximos al ex Primer Ministro- en desavenencias o disparidad de criterios con el Rey acerca del previsto viaje oficial de Sus Majestades al Reino Unido, una visita que Karamanlis juzgaba poco oportuna en estos momentos, pero que ni el Rey, ni la Reina -incomodada en Londres por Lambrakis, hace apenas dos meses- están dispuestos a suspender.

***

     El general Mitsos está exultante en el fondo, aunque siga manteniendo el rictus, entre triste y amargo, de víctima judicial y mediática del caso Lambrakis. No solo ha resultado absuelto, sino que se rumorea que, volviéndose atrás de su retiro voluntario, regresará al servicio activo. Pero, según él, no es la superación de sus problemas personales el motivo de su satisfacción, según me confía[3]:

-          Lo verdaderamente importante es que ninguno de los oficiales de la Gendarmería ha sido condenado, y no de cualquier manera, sino por veredicto unánime del jurado.

-          ¿No cree -le pregunto- que, si no hubiesen tenido tantas concomitancias con los grupos de extrema derecha, nadie hubiese recelado de ustedes?

-          Solo las mínimas para estar bien informados y recibir de ellos, a título individual y como de cualquier ciudadano, el apoyo voluntario que quieran prestarnos en nuestra labor.

General Constantino Mitsos

-          Aunque resulte un poco reiterativo cuando ya se ha pronunciado la justicia, ¿me podría hacer un resumen de su participación o presencia en los hechos del 22 de mayo?

-          Como general Inspector de la Gendarmería, estaba muy por encima del montaje de un servicio de orden y control en un acto semejante: Para eso están los tenientes y capitanes de las unidades y, en último extremo, el coronel jefe de la fuerza en Tesalónica. Por eso, mi vida aquella tarde fue completamente normal, fuera de acompañar al Secretario de Agricultura en su visita a la ciudad y, más tarde, prepararme para asistir hacia las diez de la noche a la representación de Romeo y Julieta por el ballet del Bolshoi de Moscú[4]. Antes de recoger a mi mujer para dirigirme al teatro, decidí pasarme por delante del Club Sindical, para ver cómo estaban las cosas. El acto de Lambrakis estaba concluyendo y los ánimos parecían bastante excitados. En consecuencia, decidí quedarme, de paisano y a la expectativa, por si circunstancias de extrema gravedad me forzaran a asumir el mando reglamentariamente. No fue así y, entre los oficiales al mando de las unidades y la supervisión del coronel Kamutsis, todo se controló perfectamente, aunque los pacifistas no quisieron colaborar subiendo a los autobuses que les teníamos preparados.

-          Un control no tan perfecto, general, porque apareció el motocarro, se golpeó al diputado y este cayó prácticamente muerto.

-          En efecto: algo muy lamentable, pero instantáneo y puramente accidental. Ya sabe que es lo que recoge la sentencia. Contra lo que se ha dicho, varios gendarmes reaccionaron y trataron de detener la fuga del triciclo, pero solo el Tigre, de manera increíble, logró subirse al vehículo y, a la postre, se descubrió al conductor y a su acompañante.

-          El chófer, Gotzamanis, fue detenido enseguida por un agente de tráfico y conducido a la comisaría general. ¿Por qué no se le registró inmediatamente como tal, dando lugar a que los fiscales, que primeramente llegaron al lugar, se les dijera que la detención del conductor fugado sería inminente?

-          Pues porque yo aún no estaba bien informado. Seguramente, el coronel…

-          ¡Alto, alto!, general. El coronel Kamutsis dijo lo contrario: Que usted estaba ya perfectamente ilustrado por él mismo, pero que no le llevó la contraria ante los fiscales, por si su reserva tenía algún motivo oculto.

-          ¡Eso es una simpleza! -me dice, despectivo-. ¿Qué razón podría tener yo para mentirles al fiscal jefe y a su adjunto?

-          El motivo de ocultar que, en vez de estar el chófer metido en un calabozo, estaba tranquilamente cenando en la cantina de la comisaría…

-          Ahora me echará en cara usted -me replica con sarcasmo- que no supiera el menú que le habían servido. Le repito que fue un defecto de información por mi parte, que ninguna trascendencia tuvo, puesto que en ningún caso se le permitió escapar ni se ocultó su responsabilidad.

-          De acuerdo, dejemos a Gotzamanis. ¿No fue usted, días después, al hospital de AHEPA, a tratar de convencer a un testigo muy relevante de que cambiase su declaración, que era gravemente inculpatoria para otros dos implicados, Emmanueludis y Fokas?

-          ¡Claro que acudí al hospital, pero con muy otra intención! Como usted dice, era importante cuanto dicho testigo decía, pero aparecía viciado por cosas increíbles, como que, cuando iba por la calle camino del juzgado, lo habían abducido al interior de una furgoneta y dado un cacharrazo en la cabeza con una porra. Quienes lo habían presenciado lo relataban como una caída al suelo puramente accidental. Intenté aclarar lo sucedido por mí mismo y reconducir lo manifestado a términos de verosimilitud y de lógica. Aquel tipo se excitó, creyendo que le tomábamos por loco, y me echó en cara que pusiera en duda algunas de sus afirmaciones. Ello me irritó, tuve con él unas palabras y me marché de la sala acto seguido. Luego, a lo que parece, aquel individuo siguió fabulando, discutiendo con su familia y soñando con que alguien quería matarlo.

-          No sería tan fabulador -repliqué-, cuando el tribunal lo ha creído y ha castigado a Fokas como agresor del diputado Tsarujas.

-          Y, por supuesto, yo no lo pongo en duda; solo me indigno de que pueda creerse que, cuando un testigo de cargo quiere presentarse ante el juez, se diga que amigos o gente relacionada con la Gendarmería tratan de impedírselo.

     El general parece cansado y yo me siento incapaz de sacar de él algo distinto de lo manifestado en el juicio. Por tanto, voy concluyendo:

-          Dicen que usted ha comparado el asunto Lambrakis con el caso Dreyfus[5]

-          Eso es falso. Fue un colega suyo el que me puso delante ese absurdo símil, tratando de provocar en mi alguna alusión a los judíos, contra quienes no siento ninguna simpatía, no ya como cristiano, sino por la forma prepotente con que se comporta el Estado de Israel. No es ningún secreto que judíos y comunistas estuvieron unidos en la guerrilla antinazi y, luego, en la guerra civil en el Norte de Grecia. Yo no puedo tragar a unos ni a otros: Grecia, o es helénica y cristiana, o no es nada.

-          ¿Considera usted que Lambrakis era comunista?

-          Era un compañero de viaje, como todos esos pacifistas de pacotilla, que abominan de la OTAN y se olvidan del Pacto de Varsovia. Por lo demás, no tenía el gusto de conocerlo y le aseguro que no sentía por él animadversión ninguna. Pero ya ve: muere por la acción de un conductor borracho y provoca una conmoción internacional y la caída de un Gobierno sólido y legítimo. Eso es lo que sucede cuando a los comunistas se les da una oportunidad y un mártir, aunque no sea, ni mártir, ni de los suyos.

-          Dos cosas más, general, para acabar de perfilar su personalidad. Se dice que cree usted en la astrología…

-          Más bien en la divina providencia. Yo no sé si somos como somos, ni si pasa lo que pasa, por las conjunciones astrales, pero sí sé que Dios castiga a los hombres, no solo en la otra vida, sino en esta. Ahí tiene usted el gran incremento de las manchas solares, consecuencia de las guerras y los crímenes de la Humanidad en estos tiempos. El hombre se vuelve contra Dios y Dios vuelve la creación contra el hombre. Lástima que hayamos de sufrirlo todos, incluso los justos.

-          Y lo último: eso de comparar la planta de la vid con la vida del hombre…

     Por primera vez, Mitsos sonríe:

-          ¡Ah, se refiere a lo de combatir el mildiu con tres fumigaciones! Eso es algo que se me ocurrió el mismo 22 de mayo, después de escuchar al Secretario de Agricultura referirse a que a dicho hongo se le combate con tres vaporizaciones, en tres momentos parecidos a nuestra infancia, primera juventud y edad adulta. Yo pensé: Igualmente, hay que acabar con el comunismo entre los niños, con una buena escuela; entre los jóvenes, con un servicio militar exigente y patriótico; y en la mayoría de edad, con una policía rigurosa y experta. Si escuela, cuartel y policía se unen, no habrá mildiu que prolifere en nuestra patria.

 

 

2.   Aún hay jueces en Salónica


     De la prensa griega de los últimos meses de 1963, en cuestiones que hacen referencia, directa o indirectamente, al caso Lambrakis:

     Desde que mandó a la cárcel, en prisión preventiva, a las máximas autoridades de la Gendarmería en Salónica, el juez de instrucción, Christos Sartzetakis, se ha convertido en la esperanza y en el héroe de quienes creen en el valor de la Justicia para buscar la verdad y alcanzar a todos, cualquiera que sea su rango. Por el contrario, los interesados en hacer de la política y la vida militar un reducto al margen de la ley se revuelven contra el juez y -¡oh paradoja!- lo acusan de meterse en política y tratar de forma despectiva e inhumana a los mejores servidores del País…

     Se dice que los mejores -tal vez, los únicos- colaboradores de Sartzetakis son los periodistas que, desde el comienzo del asunto, han hecho las veces de policías, sacando a la luz a testigos e implicados. Pasados los primeros momentos de perplejidad y oscurantismo, también los fiscales intervinientes en el proceso se han puesto del lado del instructor, dando un tanto de lado al tibio fiscal jefe de Tesalónica y enfrentándose a las tácticas divisivas y equidistantes del Fiscal General, señor Kollias, que parece coincidir con el criterio del Ministro de Justicia[6], Papaconstantinos.

     ¿En qué consiste el plan Kollias, que Sartzetakis ha rechazado implementar? Pues en dividir la continencia de la causa en tres procedimientos autónomos. En el primero de ellos, Sartzetakis se encargaría, a la mayor brevedad posible, de investigar a los autores materiales de la muerte de Lambrakis, es decir, a los hombres del motocarro. En el segundo, otro juez indagaría acerca de los posibles delitos cometidos aquella misma noche por los simpatizantes de izquierda, provocando disturbios con sus proclamas sediciosas, vertidas al público a través de los altavoces, ilegalmente instalados, y por los contra-manifestantes de derechas, golpeando y lanzando piedras a sus antagonistas. Y el tercer proceso sería puramente administrativo, en el ámbito del Ministerio del Interior, para depurar las posibles responsabilidades de oficiales de la Policía y de la Gendarmería, por si no hubiesen actuado con la debida energía y diligencia… Obviamente, todo este astuto plan ha sido dinamitado por el juez de instrucción, al procesar y enviar a prisión a Mitsos, Kamutsis, Diamantopulos y otros altos cargos de las fuerzas de orden público.

     … Queda por ver cuánto de lo actuado por el instructor quedará en pie cuando la fiscalía formule su acusación, y no digamos cuando llegue a dictarse sentencia, pero la mayoría de los ciudadanos de este País se ponen del lado del joven juez de instrucción, como aquel molinero prusiano que se enfrentó al gran rey, Federico II de Prusia, con la sola convicción de que aún quedan jueces honestos en Berlín. A lo que se ve, también hay alguno en Tesalónica…

     El resultado definitivo de las elecciones generales celebradas el pasado noviembre ha arrojado el siguiente resultado: Unión Radical Nacional, 132 diputados; Unión de Centro, 138 escaños; Izquierda Democrática, 28 diputados. No cabe duda de que la derrota de la derecha y de Karamanlis constituye una pequeña revolución, pero las gentes de izquierdas lamentan haber repetido prácticamente los resultados de 1961. Un joven se lamentaba de esta pintoresca forma: Es triste que el sacrificio de Lambrakis nos haya supuesto solo cuatro diputados más.

***

     El juez Sartzetakis me concede al fin la entrevista, cuando toda su compleja y extensa investigación está ya concluida y en manos de la fiscalía, para formular la acusación[7].  Me recibe en su piso familiar de Salónica, donde hasta ahora vive con su madre. Varias maletas están a la vista en el vestíbulo, señal inequívoca de que el juez se dispone a emprender un largo viaje:

El juez Sartzetakis en su despacho

-          En efecto, me confirma. No sé si me he convertido ya en un juez, no solo incómodo, sino prescindible. El hecho es que en Atenas me ofrecieron la posibilidad de disfrutar de una beca para seguir en París unos cursos de posgrado en Derecho comparado y he decidido aceptar y tomarme un tiempo de desconexión y necesario descanso. Siento dejar aquí sola a mi madre, pero ella lo comprende y me anima a que me aleje de Salónica por un tiempo.

-          Entiendo que esta ciudad se haya vuelto agobiante para usted, con tantas presiones y tan grande notoriedad, le digo.

-          La conozco bien, afirma. Nací en Salónica y aquí he vivido toda la vida. Y no crea que soy tan joven o bisoño como mi apariencia da a entender: He cumplido los treinta y cinco[8] y soy juez de instrucción desde el año 56.

-          Con todo y con eso, ha de ser muy duro trabajar con tal intensidad, aislado de la sociedad y mal mirado por quienes tendrían que ser sus colaboradores y garantes de su seguridad.

-          Ha habido momentos de trabajar dieciocho horas diarias en instruir la causa, pero siempre he tenido la comprensión del secretario y demás personal de mi juzgado, como también de varios fiscales y de más policías de los que se piensa.

-          Si usted lo dice… La vox populi susurra que ha contado usted con más cooperación de los periodistas que de los agentes de la ley; como también se dice que los círculos sociales que usted frecuentaba le han hecho el vacío, y hasta que le ha dejado la novia.

     Se echa a reír con ganas. Luego, se encoge de hombros:

-          No me gusta el juego, verdadero vicio de la sociedad tesalónica, y, en cuanto a las mujeres, también se ha dicho que tenía mucho éxito y que se me consideraba un buen partido. ¡Habladurías! Tiempo habrá de tomarse el trabajo con más calma. Además, como puede usted figurarse, siempre me quedará París.

     Sonreímos de la ocurrencia, sin duda, muy oportuna. Le aprieto:

-          Haga un esfuerzo de síntesis, en bien de mis futuros lectores. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido del asunto Lambrakis?

-          Sinceramente, y sin prejuzgar el asunto, los muchos culpables y responsables de toda laya, y perfectamente organizados, que se confabularon en apenas un par de días para acabar con el pobre diputado. Sinceramente, para lo que pretendían, había formas mucho más sencillas de lograrlo, sin comprometer a medio País.

-          ¿Y cuál ha sido su directriz, o su táctica, para alcanzar finalmente la verdad?

-          No conformarme con los individuos sin relieve, sino comprometer y poner nerviosos a los importantes, no solo para hacer una justicia igual para todos, sino para impulsarlos a delatarse unos a otros, viendo que ninguno estaba a salvo. Ha sido una tarea ardua, larga, con la impresión externa de que estaba dando palos de ciego. A la postre, son muy pocos los que han confesado su culpa y, menos aún, han divulgado la de los otros. Es como una mafia: No hay más honor que el derivado de tener la boca cerrada.

-          La verdad es esquiva, y más, cuando casi nadie la revela. ¿Cómo puede estar seguro de haber dado con ella?

-          Le va a sorprender mi respuesta. Mi mayor seguridad ha sido la de que todos los inculpados se comportaban y hablaban lo mismo: Todos negaban todo, incluso hasta términos ridículos o inverosímiles; todos parecían concertados en sus coartadas; todos usaban las mismas tácticas evasivas, hasta las mismas palabras…

-          Sí, como lo de decir que Jachiapostolos se había subido de un salto al triciclo, con la agilidad y la rapidez de un tigre. De ahí le ha venido luego el apodo con que todos lo conocemos.

-          Es un ejemplo entre muchos -asegura-. A mí, como a quienes saben cómo van las cosas de los procesos, me ha servido para cerciorarme de que mienten; pero me temo que, ante un jurado inexperto y que vea el caso embaucado por los abogados defensores, tanta unanimidad los impresione en sentido contrario y tomen el camino fácil de la absolución.

     Mi entrevistado mira su reloj. Está claro que debemos concluir. Le pregunto:

-          Cuando termine en París, ¿cómo ve usted su futuro?

-          Me han engrandecido tanto, en un sentido o en otro, que me temo habré de seguir la ruta que haya de llevar nuestro País. Y de eso, si alguien sabe algo, son ustedes los periodistas. Así que usted me dirá[9].

 

 

3.   El hombre que se convirtió en Tigre

 

     El tiempo pasaba y el asunto Lambrakis se embarullaba, entre los coletazos que, a la desesperada, unos y otros daban para tratar de que el juicio se plantease conforme cada cual quería o le interesaba. Y la vida política griega, entre tanto, seguía su curso, agitada de tanto en tanto por las noticias, casi siempre escandalosas, de aquel caso criminal:

     En la mañana de ayer, el Presidente del Consejo, señor Papandreu, recibió en su despacho oficial a los dos héroes del caso Lambrakis, gracias a los cuales pudo identificarse a los culpables y desvirtuar la tesis de que su muerte había sido debida a un simple accidente de circulación. El Presidente les agradeció su decisiva colaboración con la Justicia y departió unos minutos con ellos, durante los cuales los señores Jatziapostolos y Sotirjopulos le explicaron lo sucedido, en particular el primero de ellos, su increíble salto a la caja del motocarro a bordo del cual iban los agresores, una hazaña que le ha valido el mote de el Tigre…

     En el Palacio de Justicia de Tesalónica se ha celebrado la vista del incidente de recusación de los tres magistrados designados para formar el tribunal que habrá de presidir y fallar en el juicio con jurado del caso Lambrakis. Dos de los jueces han sido tachados de parciales en favor de varios de los acusados, en tanto que el tercero lo ha sido por el general Mitsos, por el mismo motivo, pero en su perjuicio. Oídos los acusados y los abogados, tanto de estos como de las partes civiles -el diputado Tsarujas y la viuda de Lambrakis-, las recusaciones fueron rechazadas, motivando como reacción que los acusadores particulares se retirasen de la causa, al menos, temporalmente. Fuentes del foro predicen que estas decisiones preludian la del Ministerio Público, en el sentido de no formular severas acusaciones contra los procesados, en especial, los jefes de la Gendarmería…

     El conocimiento de que el fiscal general de Grecia, Constantino Kollias, había presionado al juez instructor Sartzetakis, para que diese a la conducta de los oficiales de la Policía y la Gendarmería el valor de una simple infracción administrativa, a juzgar por sus superiores en el mando, ha despertado gran indignación, tanto en el Parlamento, como entre la judicatura y los ciudadanos respetuosos de la ley. Al haber reconocido Kollias que, en efecto, hizo gestiones en ese sentido en Tesalónica con juez Sartzetakis, ha forzado al Gobierno a sancionarlo, aunque no con su cese -como era de esperar-, sino con seis meses de suspensión en el desempeño de su cargo…

      Ha sido conocida el acta de acusación en el caso Lambrakis, redactada y suscrita por el fiscal de apelaciones, señor Delaportas. En ella, entre otras consideraciones, se entiende que la conducta de Gotzamanis y Emmanuelidis es constitutiva de asesinato, con la inducción del acusado Yosmas. Al acusado Fokas se le considera autor de atentado y de graves lesiones en la persona del diputado Tsarujas. En cuanto a todos los acusados pertenecientes a la Gendarmería o la Policía, finalmente, no son imputados por complicidad en el asesinato de Lambrakis, sino como graves incumplidores de sus deberes profesionales, con la consecuencia de muy graves resultados… Se rumorea que el fiscal Delaportas quería llegar más allá, pero no le ha sido permitido, tanto por sus superiores, como por la fijación de los hechos justiciables por el tribunal de Derecho del caso.

     No se esperan grandes novedades para el acto del juicio, al haberse rechazado cualquier ampliación de la investigación para examinar la existencia de posibles responsables a más alto nivel que el general Mitsos. En cambio, el fiscal ha solicitado que se amplíen las indagaciones en cuatro líneas: Si Lambrakis murió por efecto del atropello o fue golpeado en la cabeza con una barra de hierro; si la contra-manifestación fue espontánea o provocada y convocada por personas concertadas; la probable inhibición de las fuerzas del orden ante la agresión a Tsarujas; finalmente, si los desórdenes públicos deben imputarse, además de a los acusados que participaron en ellos, a organizadores hasta ahora no identificados. Estas ampliaciones de prueba tendrán el lógico inconveniente de demorar todavía más el comienzo del juicio, haciendo ya casi imposible que pueda celebrarse antes del verano del corriente año de 1966.

***

     Después de varias negativas, logré por fin que el Tigre me concediese una entrevista, a raíz de ser condenado a dos años de prisión por difamar al coronel Kamutsis, al haber sostenido en el juicio de Lambrakis que aquel acusado trató de comprar su retractación a cambio de medio millón de dracmas. Lo propio sucedió con el otro importante testigo de cargo, el barnizador Yorgos Sotirjopulos, que adujo lo mismo, no pudiendo tampoco probarlo. Jatziapostolos estaba tan indignado, que logré se sincerase ampliamente conmigo, usando como intermediario los servicios de otro periodista ateniense, que se había ganado su confianza, tiempo atrás[10].

-          ¿Cómo demonios quieren que pueda probar que el coronel me ofreció medio millón? ¡No iba a hacerlo en presencia del juez o de la prensa! Pero di toda clase de detalles, coincidiendo en eso con mi amigo Yorgos. ¡Es lo que me faltaba! Dejar sin mi jornal a mi mujer y mis dos hijos… Si, por lo menos, hubiese seguido el señor Papandreu en el gobierno…

-          La verdad, Tigre, es que se pasó usted yendo con el tema del medio millón al tribunal: Ya podía haber visto que, a los tres años y medio de la muerte de Lambrakis, ni la situación, ni el ambiente eran los mismos. Pero, a propósito, ¿en qué podría haberle favorecido Papandreu?

-          Cuando me recibió en audiencia, me dijo que acudiese a él si necesitaba algo. Naturalmente, yo entendí que me estaba ofreciendo dinero, o una colocación, y nada quise: Yo no me juego la vida por interés. Pero, para salir de este injusto atolladero, sí que le habría pedido apoyo: Parece una buena persona.

Manolis Jatziapostolos, El Tigre, años después de 1963

-          Usted no conocía de nada a Lambrakis; no tenía adscripción política, ni formaba parte del servicio de orden y protección del diputado. ¿Por qué, entonces, salió en su defensa y ha mantenido en todo momento su declaración?

-          No conocía personalmente al diputado, pero sí había oído hablar de él muy favorablemente: el gran atleta, el médico de los pobres, el que plantó cara a los derechistas en el Parlamento[11] y se enfrentó con la Reina en Londres. Pese a que soy indiferente en política, acudí a escucharlo y me encontré metido en todo aquel fregado. Vi cómo lo golpeaban al ir a entrar en el Club Sindical y decidí convertirme en guardaespaldas momentáneo, dado que nadie se ocupaba de protegerlo. Por eso, a la salida, me puse a su lado y estaba en guardia cuando apareció el motocarro. Lo demás, ya se ha contado montones de veces y quedó claro en el juicio.

-          Se ha dicho de usted que era albañil, o pintor de edificios…

-          He hecho de todo en esta vida, gracias a lo cual he podido salir adelante y conservarme flexible y ágil como un tigre, según me definió el farsante del general Mitsos. Y, además, fuerte, que buena paliza le di a Emmanuelidis, y aún habría podido con Kotzamanis, de no haber llevado este una porra y haberme yo herido con los cristales de una ventanilla del triciclo.

-          Lo cierto, Manolis -añado, cambiando de tema-, es que dejó a su familia en Salónica y se vino para Atenas. ¿Temía represalias? ¿Le amenazaron efectivamente?

-          Lo hice por consejo de los propios policías, buena gente, que me confesaron que no se sentían capaces de protegerme como testigo del proceso. Además, las autoridades municipales quisieron derribarme la casa, que estaba construida bajo un gran saliente de piedra en el barrio de Kato Tumba. Durante un tiempo, anduve medio escondido, pero los asesinos me encontraron y fue cuando el coronel trató de comprarme, como ya dije, y me lo tomaron como calumnia.

-          Y ahora, a la cárcel por dos años -me lamento-. ¡Vaya manera más triste de acabar quien hace tres años era aclamado como un héroe!

     Se encoge de hombros y esboza un gesto de desprecio:

-          ¿Y qué me dice del diputado Lambrakis? Los asesinos, condenados como si hubiese sido un accidente de tránsito, y los gendarmes, absueltos y dispuestos a seguir haciendo de las suyas. Lo único que lamento es que lo que no me han hecho fuera, me lo hagan en la cárcel.

-          Seguro que le dan enseguida la condicional -vaticino con optimismo-. Y su mujer y sus hijos, entretanto, ¿cómo quedan?

-          Tenemos familia y buenos amigos: No les faltará un cacho de pan y unas aceitunas.

     Al despedirnos, le entrego mi tarjeta, por si necesita de mi ayuda. Con el convencionalismo de una persona bien educada, aparenta creer la sinceridad de mi ofrecimiento y guarda el trozo de cartulina en el bolsillo.

 

 

4.   El fiscal que se comparaba a Pilatos[12]


     Recogido de la prensa de Tesalónica, a raíz de la celebración del juicio del caso Lambrakis, que se desarrolló entre comienzos de octubre y fines de diciembre de 1966:

     Entre los profesionales del foro que hemos consultado, se resalta la elocuencia y libertad de criterio que exhibe el fiscal del juicio, señor Delaportas; un comportamiento que dista mucho del que, en vísperas de la muerte de Lambrakis, observó el fiscal jefe de Salónica, Asimakopulos, quien no se tomó en serio las amenazas contra el difunto diputado e hizo promesas de protección y asistencia, que estaba muy lejos de pretender cumplir. ¡Y qué decir del fiscal general, Constantino Kollias[13], que interfirió en la actividad de investigación judicial, tratando de trasladar las responsabilidades de la Gendarmería y la Policía al campo de lo puramente administrativo! Con todo, es necesario recordar que el fiscal Delaportas asumió la dirección acusatoria del caso cuando este estaba ya cerrada su fase sumarial. Hasta entonces, un grupo selecto de fiscales de nuestra ciudad se enfrentó a la indiferencia y el ocultismo generales, secundando brillantemente al juez de instrucción Sartzetakis, verdadero protagonista de un esfuerzo titánico por desvelar la verdad, que es posible tenga escasos efectos en la sentencia, por más que los haya tenido -y muchos- en la política nacional de los últimos años.

     Entre los fiscales tesalónicos cuyos nombres deben ser recordados con admiración y gratitud, están los de Nikos Athanasopoulos, Dimitrios Papantonios y Stilianos Butis, quienes sucesivamente han ido resistiendo las presiones de poderosos enemigos de la verdad, entre los cuales -debe decirse con justicia- no ha estado el fiscal jefe de nuestro tribunal que, al percatarse de la magnitud del crimen que no había intentado evitar, así como de las ilegalidades que los agentes del orden parecían dispuestos a cometer para ocultar aquel, optó por delegar en sus subordinados la tarea de personarse en la investigación, manteniéndose él al margen, sin que conste que haya entorpecido su labor ulterior…

     La cooperación y buena disposición en general de la fiscalía de Salónica ha quedado de manifiesto en las palabras -sinceras y humildes, como siempre- del juez Sartzetakis, al reconocer que nunca se había sentido solo profesionalmente, gracias al apoyo recibido de los fiscales que han trabajado en la causa a su lado, y no solo de Pavlos Delaportas, que ahora se encarga de defender ante el tribunal del jurado una tesis acusatoria recortada y demasiado benigna, con la que, ni él, ni el juez de instrucción han estado nunca de acuerdo... También en este punto se ha echado de menos una investigación mucho más rápida del caso, pues es obvio que la energía social y la coyuntura política no son iguales en estos momentos finales de 1966 que lo habrían sido tres años atrás.

***

     Pese a haberlo intentado en repetidas ocasiones, no conseguí del señor Delaportas la entrevista que le solicité para mi todavía nonato libro sobre el asunto Lambrakis[14]. El ilustre fiscal se remitió al informe que, en su día, había remitido al Consejo de Apelación, en busca de una autorización amplia para proceder conforme a su valoración de las pruebas existentes. En él, entre otras cosas, se decía:

Pavlos Delaportas

     Desde el punto de vista de los testimonios y diligencias policiales, pocas pruebas se han aportado al sumario, y eso, gracias al esfuerzo sobrehumano y concienzudo del instructor. Por miedo a la reacción de sus superiores, o por el de ser directamente acusados, los agentes han mantenido hermético silencio, en la línea de lo que cínicamente manifestó el general Mitsos al fiscal general: que no podía pretenderse que la policía ayudara a la justicia en la clarificación del crimen, cuando se la trataba de forma tan acusadora e injusta. Con todo, desde las primeras investigaciones, valoradas con imparcialidad y experiencia profesional, el juez instructor y todos los fiscales del caso concluyeron unánimemente que los hechos afectantes al señor Lambrakis merecían la consideración procesal de asesinato con premeditación, y los relativos al diputado Tsarujas, la de lesiones graves intencionadas. Dicho se está que, desde el viernes, 24 de mayo de 1963, habíamos rechazado totalmente la opinión de la Policía, de un simple accidente de circulación con ulterior fuga del culpable. Pero, tan pronto como circuló la valoración jurídica que dábamos a los hechos, el fiscal general, Constantino Kollias, se constituyó en Salónica, limitando en todo lo posible la investigación y las declaraciones, a fin de aminorar las consecuencias y los daños políticos de lo sucedido.

     Al citado informe, Delaportas agregó una extensa valoración personal, que luego vertió íntegramente en un libro aparecido en 1978, poco antes de su muerte[15]. El fiscal me escribía:

     Pronto me llegaron rumores y previsiones de que el Consejo de los Tribunales de Apelación no aceptaría la tesis de complicidad en el homicidio por parte de los oficiales superiores, ni tampoco llevar la acusación más allá de aquellos que ya hubiesen sido procesados y, en su día, encarcelados por orden del juez de instrucción. Ello me movió a ser muy severo en los términos verbales que me merecía esa fórmula de dejar libertad para acusar a los peones y cerrar los ojos y los oídos a la culpabilidad de quienes los organizaban y dirigían. Dejando a salvo el respeto debido a los magistrados del Consejo, hice todo lo posible por acusar de complicidad a todos los oficiales implicados, pero no obtuve otra autorización que la de hacerlo por simple incumplimiento de su deber. Era una forma de blanquear sus conductas a poca costa, pero todavía me esperaba el golpe final: que el jurado emitiera respecto de ellos un veredicto de inocencia, y que lo hiciese de una forma unánime, lo que me impedía recurrirlo.

     Delaportas no quiso entrar en detalles personales sobre la preparación y desarrollo de aquel juicio agotador. La pequeña historia de los casos judiciales ha recogido frases y momentos acertadísimos suyos, que ponen de manifiesto la verdad de aquel adagio francés de que, en los procesos, la pluma es esclava, pero la palabra libre. Tales dichos están al alcance de cualquiera. Solo querría añadir alguna nota más íntima y personal, a través del testimonio de una hija del fiscal, cuando recordaba las tensiones vividas en familia durante la preparación y celebración del juicio del caso Lambrakis; las noches en vela y la constante comunicación de su padre con Sartzetakis, mucho más joven y menos bregado que aquel[16]. Con todo, lo que más me llamó la atención fue cuando me vino a decir lo siguiente:

     Mi padre se comportó durante el juicio con total accesibilidad y corrección, tanto con los acusados y testigos, como con los muchos abogados defensores. Emanaba una autoridad que movía a los letrados a cambiar impresiones con él y hasta es posible que le consultasen algunas cuestiones. A todos atendía con cordialidad. Quede esto bien de manifiesto, al lado de las frases incisivas y las palabras vehementes y severas.

     Como decimos en español, lo cortés no quita lo valiente.

 

 

5.   Un proletario desclasado


     Los periódicos y las agencias de noticias se hicieron eco del final del juicio del caso Lambrakis, el 27 de diciembre de 1966, y del veredicto y consiguiente sentencia, elaborados y publicados en los tres días siguientes. Recojamos algunos extractos:

     … El juicio, si no en su desarrollo, sí en sus dimensiones, ha estado acorde con la importancia del asunto que en él se enjuiciaba: 32 acusados, asistidos por 29 abogados, 163 testigos, casi tres meses de sesiones. Con todo, son muchos los que opinan que la parte más crucial y difícil de la causa ya se había visto antes de levantar el telón al inicio de la función; en concreto, cuando las responsabilidades jurídicas y morales por el homicidio quedaron circunscritas a sus autores materiales, excluyendo de antemano la implicación de oficiales y autoridades en la inducción de los hechos y en la organización de los violentos desórdenes que, con la lógica más aplastante, luego se abstuvieron de impedir y contener.

     … El veredicto del jurado rechazó por unanimidad las dos claves de la acusación del fiscal: Ni el señor Lambrakis fue víctima de un asesinato premeditado, inducido por los acusados Yosmas y Kapelonis y ejecutado por Gotzamanis y Emmanuelidis, ni los jefes y agentes de la Policía y la Gendarmería actuaron o dejaron de hacerlo incumpliendo sus deberes profesionales. En consecuencia, todas las autoridades y funcionarios acusados han sido absueltos, como también los presuntos inductores del supuesto asesinato.

     ¿Qué queda entonces como materia condenable, en qué términos y con qué alcance?

     La muerte del diputado de la EDA queda rebajada a lesiones intencionadas con resultado no pretendido de muerte, en la medida en que el conductor del motocarro lo lanzó dolosamente contra Lambrakis, alcanzándolo violentamente y arrojándolo contra el suelo, siendo las lesiones en la caída las determinantes de su fallecimiento. En consecuencia, Emmanuelidis queda libre de la sospecha de que golpease al diputado con una barra de hierro en la cabeza, sino que es condenado como mero cómplice o colaborador de Gotzamanis, a quien acompañaba en el triciclo y cuyas intenciones perversas conocía. Y Yosmas no se libra de una condena, por organizar un grupo que se dedica con frecuencia a perturbar el orden público y realizar actos violentos…

     De los presuntos agresores del diputado Tsarujas, solo es condenado por lesiones el acusado Fokas… Finalmente, del numeroso conjunto de acusados que lo eran por alterar el orden de forma violenta en la tarde de autos, son encontrados culpables seis de ellos, en tanto que otros trece son absueltos por falta de pruebas.

     Con base en el veredicto del jurado, el tribunal de Derecho ha condenado a Spyros Gotzamanis a once años de prisión; a Emmanuel Emmanuelidis, a ocho años y medio; a Christos Fokas, a quince meses; a Xenophon Yosmas, a un año; y a otros cinco acusados hallados culpables de alterar la paz ciudadana, a penas de prisión entre tres y diez meses. De estas penas, se descontará el tiempo pasado en prisión preventiva que, en el caso de los acusados Gotzamanis, Emmanuelidis y Yosmas alcanza actualmente unos tres años y medio. Quiere decirse, por tanto, que Yosmas será puesto inmediatamente en libertad.

     … Se rumorea que los reos Gotzamanis y Emmanuelidis cumplirán sus condenas en régimen de colonia agrícola de trabajo. De ser así, supondría una notable reducción de las penas, pues la redención por el trabajo implica que cada día de prisión reduciría en dos el total de la condena.

     … El hecho de que los veredictos de inocencia y el que excluye la existencia de asesinato hayan sido adoptados de forma unánime, impedirá, conforme a la ley, que el fiscal los pueda recurrir. Ello explica que, lleno de indignación y de tristeza, haya pronunciado ayer una de sus brillantes frases, tan frecuentes a lo largo del juicio: Esta sentencia no arroja más luz sobre el caso que la que daría una linterna a punto de apagarse por falta de carga. En nuestra modesta opinión, el señor Delaportas no ha estado acertado en su aseveración: La luz ha sido suficiente; en ocasiones, brillante; en algún momento, cegadora. El problema es que muchos, y muy importantes, se han tapado los ojos o, cuando menos, han mirado para otro lado.

***

     Por decisión de indulto parcial del Gobierno, el señor Gotzamanis -último de los condenados por el caso Lambrakis que seguía en prisión- fue puesto en libertad a finales de noviembre de 1969. Tenía comprometida con él una entrevista[17] para el momento en que saliera definitivamente de la cárcel, promesa que cumple cuando lleva dos meses fuera.

En primera fila: Yosmas, Emmanuelidis y Gotzamanis, de izquierda a derecha

-          Eche usted cuentas -me dice- y verá que, entre la preventiva, los años en la prisión y la redención por el trabajo, he cumplido nueve años y medio. Ahora vendrán con que los Coroneles me han sacado a la calle a las primeras de cambio, pero, si no me equivoco, están en el poder desde abril del 67; de modo que no se han dado mucha prisa conmigo, que digamos.

-          Tal vez le paguen de alguna otra forma, apunto con malicia.

-          ¡Y un cuerno! Lo único que he conseguido es que me renueven la licencia para hacer portes con el ciclomotor. ¡Figúrese, más de seis años parado, cómo está el pobre! Tendré que empeñarme y cargarme de plazos para comprar otro, como me pasó la primera vez. Además, me dicen que ahora ya no se llevan esos vehículos, que ni piezas de recambio hay para ellos…

-          Ya sé todo eso, Spyros -le corto la perorata-, como también que era el mejor conductor de kamikaze de Tesalónica. Pero lo que me importa de usted es cómo un simple obrero, en vez de sindicarse y ser de izquierdas, ha estado toda su vida apoyando a organizaciones de derechas o fascistas: a Metaxas[18], a la EON[19] durante la ocupación alemana y, finalmente, en la Resistencia Nacional de Yosmas, que solo sabía hablar de anticomunismo, cristianismo y conciencia helénica, pero que fue y es más fascista que Hitler.

-          Es que esas son mis creencias y por ellas he estado siempre dispuesto a luchar y repartir estopa cuando se ha terciado, como en el funesto día de Lambrakis, que tanta desgracia ha hecho caer sobre mí…

-          Pues anda, que sobre él…

-          Digan lo que quieran, nadie habló de matarlo, ni yo me lo propuse. Solo se trataba de darle un escarmiento por la forma con que había tratado a la reina y la insistencia en que nos saliéramos de la OTAN. Pero no diré ni una palabra más sobre el asunto, que luego ustedes, los periodistas, lo fastidian todo.

-          Hábleme entonces de su pariente Emmanuelidis[20] y del gran misterio del caso: ¿Le atizó o no le atizó a Lambrakis con una barra de hierro en la cabeza?

-          No seré yo quien hable por él, que siempre lo ha negado; pero contésteme a esta pregunta: ¿Para qué iba él en el triciclo, como mero espectador?

-          Se dijo que para ayudarle a usted a hacer la carga de los ataúdes que tenía el encargo de transportar.

     Spyros se sonríe y solo replica con sorna: Puede.

     Aunque se muestre tan reticente, decido preguntarle sobre un tema que levantó ampollas en el juicio:

-          Se ha dicho que el triciclo no era suyo, sino de la Gendarmería, que es quien lo tenía registrado a su nombre.

     Se indigna. Se ve que le he tocado una fibra sensible:

-          ¡Eso es una memez! ¿Quién puede creer que los gendarmes compren un motocarro para dedicarlo al transporte público de mercancías?

-          No se excite -le ruego- y acláreme de quién era ese conflictivo vehículo.

-          ¡Mío naturalmente! La patente de circulación está a mi nombre y mi buen dinero, y tiempo, que me llevó pagarlo… Además -agrega exultante-, tengo un argumento indiscutible a mi favor: Al acabar el juicio, aunque resulté condenado, el tribunal ordenó que se me devolviera el kamikaze, como así se hizo.

     Esta vez, el que se indigna soy yo:

-          ¡Es el colmo! Eso es lo que se hace con los vehículos cuando hay un accidente de circulación, pero resulta que, en su caso, la sentencia afirmaba que usted había querido herir al diputado, como efectivamente lo hizo, ¡y de qué modo! Según eso, el triciclo era el arma del crimen y, como tal, debió ser decomisado.

     No es tonto Spyros. Se levanta y, dando por concluida la entrevista, me dice:

-          Por lo que se ve, este asunto sigue teniendo muchos puntos oscuros, pero no seré yo quien abra la boca para iluminarlos, por si acaso… Todavía tengo cuarenta y un años, una familia… y un motocarro antediluviano. No es mucho, pero sí lo suficiente para volver a empezar.

 

 

6.   El misterio de Emmanuelidis


     Hubo que esperar a la caída del Régimen de los Coroneles y a la restauración de la democracia en Grecia para descubrir que, si la justicia judicial había sido benigna para con los acusados del caso Lambrakis, la ulterior injusticia gubernamental fue inflexible, y hasta criminal, con quienes habían intervenido en dicha causa de manera poco grata para quienes se enseñorearon del País helénico entre 1967 y 1974. Una lista de delitos y de arbitrariedades que probablemente ya había empezado, de manera más larvada, antes del juicio, pues se calcula que no menos de siete testigos y profesionales fallecieron de muerte no natural antes de que pudieran declarar contra los acusados. Siendo tantos los testigos y otros implicados en la causa -no menos de doscientos- y habiendo tardado más de tres años en celebrarse el juicio, quizá el dato no sea estadísticamente llamativo, mas ahí queda para debida constancia. Pero vamos con los damnificados posteriores a abril de 1967, momento en que los Coroneles dieron el golpe de Estado triunfante en Grecia:

     En mayo de 1968, el diputado Tsarujas, que había salido con vida de los incidentes previos a la muerte de Lambrakis, fue torturado hasta la muerte en el cuartel ateniense de la EAT-ESA[21], unidad militar de investigación famosa a la sazón por la frecuencia y rigurosidad de sus prácticas de tortura.

     El Gobierno griego ordenó, en 1967, al juez Sartzetakis que abandonase sus estudios becados en París y regresara a la patria. Así lo hizo el reclamado, para recibir de parte de la Policía Militar un trato muy severo, siendo interrogado y torturado, al menos, dos veces, y recluido un año en prisión sin apertura de causa criminal, que habrían sido más sin la presión internacional, que logró su salida de la cárcel en noviembre de 1971.

     En mayo de 1968, el juez Sartzetakis, el fiscal Delaportas y otros veintinueve magistrados conocidos por su escasa simpatía por los valores y métodos del Gobierno fueron suspendidos en el ejercicio de sus funciones. Por el contrario, el general Mitsos y el coronel Kamutsis, que habían solicitado su pase a la reserva a raíz de su implicación judicial en el caso Lambrakis, fueron repuestos en el servicio activo. Por cierto, en 1975, Kamutsis -como se sabe, absuelto en el citado juicio- fue condenado a una pena de dos años de prisión, precisamente por haberse probado de manera flagrante que organizaba grupos de agentes provocadores de tumultos.

     El prestigioso médico forense Dimitrios Rovithis, y otros facultativos que habían informado en el sentido de que las lesiones mortales de Lambrakis no podían ser fruto de una caída, sino de un golpe directo al cráneo con un objeto contundente, perdieron su trabajo y títulos académicos, por las pintorescas razones de que habían perdido el sentido de la responsabilidad social y habían fallado a la hora de mantener un elevado comportamiento nacionalista.

     A raíz del golpe de Estado, Delaportas y sus otros compañeros fiscales, que habían obrado en el caso Lambrakis con objetividad e independencia, fueron víctimas de destierro administrativo en la isla de Yaros, del archipiélago de las Cícladas, cuya superficie es de 27 kilómetros cuadrados y es conocida por su aridez. Técnicamente, se dice que es una isla despoblada, pero pudo ponerse en duda ese epíteto en tiempos de los Coroneles y otros similares dado que, entre 1948 y 1974, pasaron por allí unos 22.000 disidentes políticos de izquierdas.

     El señor Aspiotis, el agente de tráfico que desbarató la huida y ocultación de Gotzamanis a raíz de los hechos, fue trasladado forzoso a la región de Élida, en el Peloponeso noroccidental, cuya capital, Pyrgos, dista de Tesalónica por carretera unos 564 kilómetros.

     Los principales testigos de cargo, Jatziapostolos y Sotirchopulos, que en juicio habían hecho la manifestación de que el coronel Kamutsis había querido comprar su silencio o retractación con medio millón de dracmas, fueron condenados por calumnias, a instancia del vilipendiado, a dos años de prisión cada uno.

     Los tres periodistas que más se destacaron en la investigación y divulgación del caso Lambrakis, fueron también objeto de la atención de los Coroneles: Vultepsis, a quien retiraron el carné para dedicarse a su profesión, tuvo la perspicacia de exiliarse en Roma. Sus colegas, Bertsos y Romaios, menos rápidos, pasaron en la cárcel algunos periodos, sin que se les abriese causa criminal. Al menos, tuvieron ilustres compañeros de encierro: Sartzetakis, en el caso de Romaios, y Bertsos estuvo acompañado por Gotzamanis y Emmanuelidis.

     Los susodichos Gotzamanis y Emmanuelidis recibieron de la Junta de Gobierno el indulto parcial de sus condenas, antes de haber cumplido las mismas.

     Durante el gobierno de Yorgos Papandreu, en 1965, aprovechando la apertura política e informativa que supuso, el citado periodista, Yorgos Bertsos, realizó y publicó indagaciones, apuntando a Yorgos Yorgalas -ideólogo y portavoz oficioso de la ulterior Junta Militar que dio el golpe de Estado en 1967- como el verdadero adquirente y titular del triciclo que conducía Kotzamanis. Apenas los Coroneles llegaron al poder, Yorgalas se querelló por calumnias contra Bertsos, que fue condenado por ello a tres años de prisión.

     El compositor Mikis Theodorakis, admirador de Lambrakis, su sucesor como diputado por El Pireo y presidente de los Círculos Juveniles Lambrakis, fue llevado a la cárcel y, tras una larga huelga de hambre, fue desterrado con su mujer y sus dos hijos, al pueblo de Zatuna, en la Arcadia; posteriormente fue recluido en el campo de concentración de Oropos. Tras un movimiento de solidaridad de grandes artistas de todo el mundo, el Gobierno le autorizó a exiliarse, haciéndolo en París, ciudad a la que llegó en abril de 1970.

     Etcétera, etcétera.

***

     Si Kotzamanis es hombre de pocas palabras, su compañero Emmanuelidis habla por los codos, aunque, en mi opinión, diga poco concreto y verdadero. Está empeñado en probar su inocencia en el asunto Lambrakis, más allá -incluso- de lo que llegó la sentencia del caso[22].

-          Ya sé -comienza afirmando- que mis antecedentes penales no me benefician, pero soy un hombre de principios patrióticos y que sabe muy bien de lo que habla. No en vano era confidente de la Policía en Tesalónica, cuando lo de Lambrakis. Precisamente poco antes había formado parte del servicio de orden para la visita del presidente francés, De Gaulle, pues contaba con la confianza de las autoridades.

-          ¿Era un confidente ordinario de la Policía, o de sus servicios especiales en materia política?

-          Lo segundo. De hecho, la persona con la que otros muchos y yo teníamos la mayor relación era con el teniente Katsulis[23] quien, como sin duda sabe, era el jefe de la oficina o unidad anticomunista de la Gendarmería en Salónica. Él fue quien, en la mañana del 22 de mayo de 1963, nos reunió a unos doscientos colaboradores, para que calentásemos el ambiente por la tarde, y nos dijo textualmente: El objetivo es Lambrakis. Incluso, aquella tarde, aunque no estaba de servicio, anduvo por allí dirigiendo la contra-manifestación.

-          Un poco tarde para contar todo eso.

Emmanuelidis conducido a los juzgados de Tesalónica (junio de 1963)

-          Mucho de lo que ahora le digo figuraba en el sumario y, si no se investigó, fue porque alguien muy importante lo impidió. Lo que me llama más la atención es que, a fin de cuentas, Katsulis era un simple teniente: Sería que cumplía una misión muy importante, o que estaba más propenso a cantar que los que, como mi amigo Spyros, no se atrevieron a ello.

-          Yo creo, Manolis, que no han hecho mucho caso de usted porque parte de la afirmación, absolutamente increíble, de que Lambrakis murió por la acción de otras personas, que no fueron Gotzamanis y usted…

-          Déjeme acabar primero con lo de Katsulis. Cuando yo ya había cumplido mi pena, al cambiar el Gobierno en 1975, quise ajustar cuentas con el teniente y dirigí un escrito al Tribunal Supremo, diciendo que yo conocía quién había estado detrás de la muerte de Lambrakis y que estaba dispuesto a contar cuanto sabía. Según mi abogada, los magistrados del Supremo dijeron que no reabrirían la causa, si no les decía el nombre de los autores, porque ya estaban hartos de que se dieran vueltas al tema de quién estaba detrás de ellos, o los había mandado hacerlo…

-           Y eso era, precisamente, lo que usted ignoraba, entre otras cosas, porque Katsulis no les dio expresamente orden de matar al diputado.

-          No con esas palabras, pero no dude usted que muchos de los que le oyeron fue lo que entendieron o, por lo menos, que no le importaría mucho que Lambrakis acabase aquella tarde en el depósito. En fin, si me deja seguir, le voy a explicar cómo interpreto yo lo que pasó entonces.

     Emmanuelides enciende un cigarrillo y me hace las siguientes reflexiones concatenadas:

-          Primero: El papel del motocarro y, por tanto, de Spyros y mío, fue el de aparentar que Lambrakis moría por un accidente de circulación. Tenía el kamikaze aparcado allí mismo; en su momento le abrieron el paso de la calle y arrancó a la mayor velocidad posible. Pero le juro que, cuando atravesamos la plaza, el diputado ya estaba tirado en el suelo; de modo que el triciclo ni siquiera lo golpeó; solo le pasó por encima, y ya sabe que esos trastos de vacío pesan poco.

Segundo: Creo que eligieron a Spyros porque era un as manejando el motocarro, el mejor de toda Salónica. Yo, hasta entonces, era uno de tantos que pretendía reventar el acto pacifista y no sé cómo se me ocurriría montarme en la caja del triciclo; fue un pronto, quizá para quitar de delante estorbos y que mi amigo pudiese huir sin ser detenido, pues fueron varios los comunistas que trataron de parar el vehículo, y ya sabe que el maldito Tigre acabó consiguiéndolo -¡a ese sí que le di estopa con la porra que llevaba!-.

Y tercero: En consecuencia, Katsulis y los demás ya tenían buscados a los tipos que le atizaron en la cabeza a Lambrakis, antes y después de su mitin. Actuaron tan aprisa que se confundió su acción con la del motocarro: en eso consiguieron su objetivo. Lo que falló es que acabasen deteniéndonos a Spyros y a mí: De esa forma, se esfumó la teoría del simple accidente de circulación y la muerte de Lambrakis fue un escándalo, del que todos los demás salieron bien librados, a costa solo de tres idiotas: El presidente Karamanlis, que perdió su puesto y tuvo que exiliarse, y Spyros y yo, que quedamos como criminales y nos pasamos una buena temporada en la cárcel.

-          Pero luego los indultaron.

-          Lo que es a mí, llegaron tarde: ocho años y diez días llevaba cumplidos; así que me perdonaron solo ciento setenta días. Ya ve qué regalo para una persona que, según se ha dicho, era uña y carne con los servicios secretos.

     Parece indignarse, in crescendo:

-          ¡Los peces gordos tuvieron dinero, casas, cargos bien pagados! Yo, al salir de la cárcel, me he encontrado sin una dracma. ¡Hasta un puestecito de vendedor en la zona del puerto me han negado! Para poder fumar, tengo casi que mendigarlo. Y estoy enfermo, pese a lo joven que soy: el corazón, ¿sabe usted?[24] ¿Es este el tren de vida de un asesino a sueldo, por encargo de la Policía?

     Me encojo de hombros pues desconozco la respuesta para esa pregunta. Hago un gesto al camarero y le pido que nos traiga un paquete de cigarrillos. Se lo entrego a Manolis, no sin advertirle en plan paternal:

-          Dicen que el corazón delicado y el tabaco no hacen buena pareja.

-          Descuide, me replica. No hay mejor consejero que la pobreza.

Lambrakis (de pie) en el Club Sindical, la tarde de su muerte



[1] Sobre tales razones, véase, Evi Gkotzaridis (2017) “Who Really Rules this Country?” Collusion between State and Deep State in Post–Civil War Greece and the Murder of Independent MP Grigorios Lambrakis, 1958–1963, Diplomacy & Statecraft, 28:4, 646-673. El artículo es accesible por Internet.

[2] En realidad, tales detenciones se produjeron algo más tarde, el 14 de septiembre de 1963.

[3]  Esta entrevista imaginaria se corresponde con ideas y palabras de la extensa declaración prestada por el general Mitsos ante el juez instructor Sartzetakis en la investigación sumarial del caso. Está ampliamente recogida en: Vassilis Vassilikos, Z, traducción española de Aurora Bernárdez, Ediciones Orbis, Barcelona, 1987, pp. 205-206 y 209-222.

[4]  En concreto, la versión musical de Serguei Prokofief.

[5]  Alusión al famoso caso de espionaje militar de la práctica judicial francesa, debatido y juzgado entre 1894 y 1906. El capitán Dreyfus era de estirpe judía.

[6]  En realidad, Secretario de Estado, pues Justicia no alcanzó el grado de departamento ministerial en Grecia hasta 1974.

[7]  Los hechos y la perspectiva del juez están tomados primordialmente del libro de Vassilis Vassilikos, Z, citado en la nota 3, pp. 165-167, 183-185, 199-201, 228-230, 232 y 274.

[8] Sartzetakis nació en el año 1929. Cuando el atentado contra Lambrakis, acababa de cumplir 34 años de edad. Falleció en febrero de 1922, a los pocos meses de concluido este relato. Descanse en paz.

[9] Si yo hubiera sido vidente, podría haber dado al señor Sartzetakis una gran alegría pues, después de diversos avatares negativos durante la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), fue rehabilitado, honrado como merecía y, entre 1985 y 1990, alcanzó la Presidencia de la República Helénica. Así que, Lambrakis siguió ganando batallas mucho tiempo después de muerto.

[10]  Los términos de esta entrevista imaginaria se corresponden con lo relatado en el libro citado en las notas 3 y 7, pp. 80-83, 87-89, 167, 168, 197 a 199, 239-242, 246-251 y 253-262.

[11]  El Tigre se refiere seguramente a un incidente en la Cámara, en el curso del cual Lambrakis golpeó a otro diputado, que resultó malparado, pues aquel era un hombre corpulento y fuerte.

[12]  La rúbrica de este capítulo se basa en el curioso, y modesto, título de uno de los libros autobiográficos escritos por Pavlos G. Delaportas: To someiomatario einos Pilatou (el original figura en caracteres griegos), edit. Themelia, Atenas, 1978. Dicho título podría traducirse como El cuaderno de notas de un Pilatos.

[13] Constantino Kollias (1901-1998), que sería primer ministro de Grecia durante unos meses de 1967, durante los primeros tiempos de la dictadura de los coroneles. Su decisiva defensa de que los oficiales de la Gendarmería y de la Policía no fueran acusados de complicidad en un homicidio recibió el pleno beneplácito del Secretario de Estado de Justicia del momento, Basileios Sakellarios, así como del presidente del tribunal enjuiciador, Ioannis Grafanakis.

[14] Los documentos y expresiones que siguen se ajustan con precisión a las del auténtico señor Delaportas y a las de su hija, Katerina.

[15] Me refiero a la obra citada en la nota 12. Delaportas, nacido en 1905, falleció en 1980.

[16] Christos Sartzetakis nació en Tesalónica en 1929. Cuando escribo estas líneas (septiembre de 2021) sigue felizmente con vida.

[17]  Esta imaginaria entrevista está basada en las reseñas biográficas de Spyros Gkotzamanis (1928-1993), en entrevistas reales -al menos, intentadas- con el susodicho reo y en las constantes citas al mismo -con el nombre encubierto de Yangos- en el libro de Vassilis Vassilikos, Z, citado en la nota 3.

[18] Alusión a Ioannis Metaxas (1871-1941), militar y político griego, dictador del país entre 1936 y 1941, populista y nacionalista.

[19] Siglas de Organización Nacional de la Juventud, nacida en la dictadura de Metaxas y continuada, como organización resistente contra los ocupantes alemanes, bajo la dirección de Lukia Metaxas, hija del dictador.

[20] Se afirma esa relación entre uno y otro, con la ambigua denominación de primos.

[21] Las siglas corresponden, en griego, a la Sección Especial de Investigación de la Policía Militar.

[22] Emmanuil (Manolis) Emmanuelidis (c. 1938-2001) es repetidamente citado en el libro de Vassilis Vassilikos citado en la nota 3, con el nombre imaginario de Vangos. Sobre este material y breves notas biográficas se construye mi imaginaria entrevista, enriquecida de manera muy importante por lo recogido en Internet en el año 2003, bajo los auspicios de la Agencia de Noticias de Macedonia, con el título (traducido al español) de El caso Lambrakis, 40 años después. En realidad, el material procede de una entrevista realizada a Emmanuelidis en 1993, que fue muy fragmentariamente publicada entonces en periódico Protoi de Atenas.

[23] Dimitrios Katsulis jugaría luego un papel de confianza para los Coroneles. Llegado el momento del cambio de Régimen, en 1975 se retiró con el rango de mayor (comandante), sin que fuera inquietado.

[24] En efecto, fue la cardiopatía lo que acabó con la vida de Emmanuelidis, en mayo de 2001, con unos 73 años de edad. Vivía entonces de una parva pensión de la OGA, un fondo de socorros y salud para agricultores -ignoro la relación de Emmanuelidis con el trabajo del campo-.