sábado, 11 de septiembre de 2021

EL CASO LAMBRAKIS VISTO POR SUS PROTAGONISTAS (PRIMERA PARTE)

 


El caso Lambrakis visto por sus protagonistas (Primera parte)

Por Federico Bello Landrove

 

     Este relato, entre la realidad y la ficción, es otra vuelta de tuerca a la versión de Vassilis Vassilikos sobre el crimen político del diputado griego, Grigoris Lambrakis[1]. Tal vez, el mayor interés de mi visión del caso radique en su puesta al día en un momento (año 2021) en que, por el tiempo transcurrido y el fallecimiento de casi todos los protagonistas, no será fácil que se produzcan nuevas revelaciones sobre el tema. (Por su extensión, he decidido dividirlo en dos partes de parecida longitud)

Memorial de Grigoris Lambrakis en Tesalónica

 

1.   Un pacifista en la boca del lobo

 

     De los diarios de Tesalónica, hacia el 20 de mayo de 1963:

     En la tarde del próximo miércoles, 22 de los corrientes, el diputado nacional por el distrito de El Pireo, Grigoris Lambrakis, visitará por primera vez en condición de tal nuestra ciudad, para dar un mitin en la sala Picadilly[2]. Como saben nuestros lectores, el señor Lambrakis, famoso en su juventud por sus proezas atléticas[3], es un ilustre médico de Atenas que, hace dos años, en las filas del partido ADE[4], obtuvo escaño en el Parlamento[5]. Su visita a Salónica tiene como objeto divulgar y explicar las tesis pacifistas y de distensión, que viene manteniendo en el seno del movimiento internacional presidido por Bertrand Russell. Entre otros objetivos, ADE pretende la salida de Grecia de la OTAN y la prohibición de las pruebas y del armamento nuclear[6].

     Así mismo, los lectores recordarán que, en el pasado abril, el señor Lambrakis adquirió notoriedad general por su protagonismo en la marcha por la paz desde Maratón hasta Atenas[7]. Pocos días después, en Londres, el diputado protagonizó un enfrentamiento con la Reina Federica, que se hallaba en visita privada en la capital británica, siendo detenido por la Policía inglesa durante unas horas[8].

     La noticia de la visita del diputado ha sido recibida con gran interés en la capital de Macedonia[9], aunque no todos lo acogerán con los mismos sentimientos. De fuentes bien informadas, sabemos que se preparan manifestaciones de repulsa por parte de grupos contrarios al pacifismo que el señor Lambrakis representa. Un miembro de uno de esos grupos nos preguntaba irónicamente: ¿Por qué no va a Bulgaria a pedir que se desarme el Pacto de Varsovia?

***

     Solicité entrevistar al abogado Iannis Patsas en vísperas de su declaración en el juicio por la muerte de Lambrakis, celebrado en el tribunal de Salónica entre octubre y diciembre de 1966. Patsas había estado muy cercano de los hechos, como organizador de la visita de Lambrakis a la ciudad, el 22 de mayo de 1963. Era testigo sabedor de muchas cosas, tanto por su circunstancia de ser a la sazón el presidente del Comité por la Paz tesalonicense, como por su conocimiento personal y profesional de la ciudad y de su entorno. Era, pues, obligado recoger su versión de los hechos para el futuro libro sobre el tema que, ya entonces, me encontraba preparando. Ya fuese por desconfianza hacia un desconocido, ya por deferencia al tribunal, la secretaria del abogado me transmitió la decisión de este, demorando nuestro encuentro:

-          El letrado Patsas considera preferible no hacer declaraciones hasta haber testificado pasado mañana en el juicio -me dijo su empleada-.

-          Pero, para entonces ya no las necesitaré -argüí-. Me bastará con tomar nota de sus contestaciones al fiscal y a los defensores.

-          En un juicio como este -replicó-, siempre quedan por decir muchas cosas; a veces, las más importantes.

     En fin, mantuve la entrevista[10]. Patsas la comenzó de manera radical, con la misma vehemencia de que había hecho gala en el juicio. Y es que, de algún modo, se sentía responsable moral del triste fin de Lambrakis, por no haber previsto las consecuencias de su viaje a Tesalónica:

-          Yo no lo conocía personalmente de antes -afirmó-, pero indudablemente era un hombre excepcional e hicimos lo imposible para que viniera a Salónica. Luego, cuando las cosas se fueron complicando y poniendo amenazadoras, no quisimos dar marcha atrás, por no reconocernos ante él timoratos o ineficientes.

-          Lo comprendo -reconocí-. Yo sí lo conocía y no era hombre que se amilanase, ni diera marcha atrás ante las dificultades.

-          En efecto. La verdad es que, tan pronto llegó al aeropuerto a mediodía, no me dolieron prendas en informarle de los problemas que estaban surgiendo, pero, lejos de vacilar, fue tomando iniciativas, con su condición de diputado por bandera. ¡Cómo si eso significase mucho en Grecia!

     Patsas entorna los ojos, se arrellana en el sillón y hace por enumerar de forma breve y cronológica los sucesos más relevantes:

-          Todo comenzó con una llamada de la mujer de un colega, a quien un conocido, sabiendo que organizaba el mitin de Lambrakis, le confesó haber oído cosas muy ominosas en los ambientes de extrema derecha, incluso atentar contra su vida. Me pareció una noticia alarmista poco digna de crédito, máxime porque el confidente no quería bajo ningún concepto dar la cara y ratificarla ante la Policía. No obstante, lo hablamos entre nosotros, los organizadores, y acordamos transmitir la amenaza a las autoridades, para que tomasen las oportunas medidas.

-          ¿Con quién hablaron, en concreto?

-          Para empezar, con el coronel jefe de la Gendarmería en Tesalónica, con quien ya tenía yo un motivo de protesta y enfado, pues había prohibido que el acto se celebrase en el Club Picadilly, con nimios pretextos de seguridad. El coronel, Efzimios Kamutsis, insistió en su negativa, con el pretexto de que los asientos de la sala no estaban fijados al suelo y otras disculpas, y, en lo relativo a la seguridad del diputado, aseveró que, de llevarse a cabo el acto, tendría la pertinente protección policial.

-          Protección, parece que no mucha -repliqué-, pero lo que es presencia…

-          En efecto, de eso no hay duda: unos doscientos efectivos uniformados, que acordonaron la encrucijada de calles de la sala donde, finalmente, celebramos el acto, que era propiedad de los sindicatos, pero mucho menos adecuada, tanto por su menor cabida, como por estar situada en un primer piso. Lo único bueno es que estaba frente por frente del Hotel Kosmopoliti, en donde reservamos habitación para Lambrakis.

-          Decía usted que el coronel de la Gendarmería no le hizo mucho caso en lo del riesgo vital para el diputado…

-          En vista de ello, dada mi condición de abogado, me dirigí a la Fiscalía. Me atendió personalmente el fiscal jefe, Panayotis Argiropulos, quien, aunque de forma un tanto irónica y displicente, me prometió la presencia en la conferencia de Lambrakis de un fiscal ayudante, Dimitrios Papantoniu. Finalmente, la Fiscalía ni hizo nada por evitar el atentado, ni Papantoniu hizo acto de presencia en el lugar.

-          ¿Cómo explicó esa ausencia, en contra del criterio de su jefe?

-          Me explicó que, al no concedernos para el acto la sala Picadilly, él creyó que se suspendía la charla de Lambrakis. Puede parecer una disculpa pueril, pero es persona bastante digna de crédito.

-          A propósito de eso, ¿cómo fue, en general, la actitud de los fiscales de Salónica durante la investigación del atentado?

-          No tengo motivos de queja, pero sí de cómo actuó el fiscal jefe en los momentos anteriores al crimen. Al ver la actitud violenta de los manifestantes contrarios al acto pacifista y que Papantoniu no aparecía, llamé lo menos quince veces a la oficina de la Fiscalía, tratando de hablar con el jefe Argiropulos, o con alguno de sus colegas. Ninguno de ellos se puso al teléfono y, cuando pedí el número particular del fiscal jefe, un oficinista me contestó desabridamente que lo buscase en la guía… Por lo demás, pese a la transcendencia de los hechos, el Fiscal Jefe se desentendió formalmente de participar en la investigación judicial del caso y delegó en sus ayudantes.

     Algunas cosas más me refirió el abogado Patsas, pero prefiero pasar el uso de la palabra a otros personajes del drama, para dar al relato el tono coral que se requiere, a fin de que sean los lectores quienes integren todas las piezas del rompecabezas y saquen su personal versión de lo sucedido.

Lambrakis iniciando su famoso maratón pacifista (abril de 1963)

 

 

2.   Inventando un accidente de circulación

 

     Versión general que, sobre el atentado contra Lambrakis, ofrecieron al día siguiente, 23 de mayo de 1963, los diarios más favorables al Gobierno, con base en los datos ofrecidos por las autoridades policiales de Tesalónica:

     Como era de esperar, el acto falsamente pacifista organizado por los políticos izquierdistas de la EDA, con la cooperación de los comunistas, desembocó en fuertes altercados en las calles próximas, aunque las acción eficaz y contundente de la Gendarmería evitó en lo posible los enfrentamientos entre los asistentes al mitin del señor Lambrakis y los ciudadanos que protestaban por las expresiones y consignas que altavoces instalados sin autorización emitían desde el interior de la sala donde se desarrollaba el acto. Finalmente, este pudo concluir sin mayores problemas, aunque los asistentes rechazaron la propuesta policial de recogerlos y trasladarlos hasta sus domicilios en varios autobuses fletados al efecto.

     Desafortunadamente, pese al corte total de circulación en la zona ordenado por las autoridades, un motocarro se saltó el bloqueo cuando los asistentes al acto político ya abandonaban el lugar, al concluir el mismo. El diputado Lambrakis, que se hallaba en plena calzada departiendo con algunos conocidos, no se percató de la llegada del vehículo y fue atropellado por el mismo, cayendo al suelo y golpeándose la cabeza contra el pavimento. Inmediatamente fue evacuado al hospital AHEPA, donde ha quedado ingresado, al parecer, en estado muy grave.

     También ha recibido atención médica el diputado colega de Lambrakis, señor Tsarujas, que recibió por parte de contra-manifestantes algunos golpes, que no hacen temer por su estado.

     Las primeras indagaciones parecen indicar que la alta velocidad a que circulaba el motocarro y el consiguiente atropello pudieron deberse a haber bebido más de la cuenta su conductor, persona debidamente autorizada para dedicarse al transporte de mercancías con dicha clase de vehículos.  

***

     Contra lo que yo esperaba, el coronel Kamutsis no me puso ninguna pega a la hora de concederme una entrevista. Acababa de salir muy bien librado del juicio y acogió de buen grado mi petición, que presenté como parte de un esfuerzo serio por alcanzar la verdad, ahora que ya había hablado definitivamente la Justicia[11]. El hecho de tratarse en mi caso de un periodista de un diario de derechas y profesor de la Aristóteles[12], me facilitó el acceso, pues la verdad es que Kamutsis había quedado harto de la prensa de Atenas, a la que juzgaba responsable de haber montado aquel maldito caso y, en especial, de dirigir la investigación judicial contra la Gendarmería, considerándola cómplice -si no inductora- del atentado contra Lambrakis[13].

-          ¡Treinta y seis años de servicios injustamente destrozados!, exclama. Es cierto que he sido absuelto, pero después de más de tres años, con cárcel y una úlcera incluidas. ¡Y para algunos no es suficiente! ¿No oyó al fiscal decir que el juicio no había arrojado mayor luz sobre el caso que la de una linterna con la pila a punto de agotarse?

-          Usted siempre ha blasonado -cambio de tema- de haber evitado la violencia y la sangre en la represión de las alteraciones de orden público, incluso en lugar tan difícil como Salónica. También se refirió en su testimonio a que, al margen de sus ideas políticas, ha buscado con plena objetividad evitar el delito y proteger a todos los ciudadanos. Sin embargo, la impresión general es que se apoyaba para asegurar la tranquilidad en ciertos individuos y organizaciones paramilitares que, a cambio, obtenían benevolencia de la Policía. Y conste que no me refiero a consentirles que delinquiesen, pero reconocerá que hubo demasiada tolerancia con los numerosos grupos de personas que integraron aquella contra-manifestación: gritos, golpes, lanzamiento de piedras, exhibición de objetos contundentes…

-          ¡Alto, alto! Distingamos. Que se concentren unas decenas -tal vez, un centenar- de personas para manifestar su desprecio hacia los organizadores del acto, entra dentro del derecho político a manifestarse. Que, ante los disparates que estaban oyendo decir por los altavoces, se indignasen, gritando y hasta arrojando algunas piedras, es inevitable y provocado por quienes hablaban dentro de la sala, el diputado Lambrakis principalmente. Esa fue toda la benevolencia que allí practicó la Policía que, por otra parte, acordonó la zona y desplazó a ciento ochenta agentes para separar a los contendientes. A mayores, en cuanto recibí aviso por los oficiales allí destacados de que las cosas se estaban… complicando, me desplacé al lugar y dirigí, de paisano,el operativo. Más tarde, también se personaría el general, casi en el momento en que se producía la invasión de la encrucijada por el triciclo a motor.

-          Según eso, usted niega todo contacto u organización de fuerzas paraestatales de derechas, así como el haberlas convocado, inducido o consentido que se comportasen como lo hicieron aquella tarde.

-          Por supuesto. Como policías, hablamos con todos y estamos informados de cuanto sucede en nuestra demarcación, pero nunca hemos provocado ni dirigido la actividad de las organizaciones políticas, ni de derechas, ni de ninguna clase.

-          ¿Cómo se explica que, pese al bloqueo minucioso de las calles aledañas, pudiera colarse un motocarro, con gran estridencia y a toda velocidad?

-          Ya conoce usted el laberinto de calles de esa zona de Salónica… Resultó que el conductor tenía la parada de su vehículo en las inmediaciones y, según parece, estaba urgido para hacer un porte importante. La indisciplina y el alcohol hicieron lo demás, aunque él diga que se equivocó de camino.

-          Y que pudiera huir del lugar del atropello sin ser detenido…

-          Eso es mucho decir. Verdad es que escapó con la habilidad que ha hecho de él el mejor kamikaze[14] de Tesalónica -al decir de sus compañeros-, pero no es menos cierto que, pocos momentos más tarde, un bombero y un policía de servicio lo detuvieron y llevaron a comisaría, donde fue inmediatamente interrogado. A nosotros y a los fiscales nos dio la misma versión: atropello no intencionado y exceso de bebida en las horas anteriores. Y, por supuesto, nadie nos informó de que, en la caja del motocarro, fuese otro individuo, para ayudarlo con la carga…

-          … Sujeto que, con una palanca o barra de hierro, golpeó salvajemente a Lambrakis en la cabeza, apostillé.

-          Nadie se percató de su presencia, hasta días después, en que así lo declaró El Tigre[15]. Por lo demás, lo del golpe con un hierro fue una deducción de varios de los médicos que atendieron y operaron a Lambrakis, pero yo sigo pensando que es más lógica y factible una causalidad basada en golpe con el vehículo, caída al suelo golpeándose la cabeza y, posiblemente, paso de las ruedas del triciclo por encima del cuerpo, que no un estacazo dado a toda velocidad, desde el motocarro en marcha y con la lógica posición de defensa y marcha atrás del diputado, al escuchar el sonoro petardeo del motor del kamikaze.

-          En cualquier caso, coronel, ¿tampoco tuvo usted nada que ver con el presunto agresor, ya más que presunto, a tenor de la sentencia?

-          Es obvio que no, a juzgar por la misma sentencia. El tal Enmanuelidis[16] era un pájaro de cuenta, pederasta reconocido, que, para aliviar sus condenas, había hecho en algunas ocasiones confidencias a la Gendarmería, pero -como comprenderá- no era un sujeto de confianza, como para tener buenas relaciones con él y hacerle encarguitos, como el que los comunistas quisieron cargar sobre nuestras conciencias.

El motocarro desde donde (o con el que) mataron a Lambrakis

     Hemos agotado con creces el tiempo que se me había concedido para la entrevista, que Kamutsis decide terminar, asumiendo como propios los especiosos argumentos del ex presidente del Gobierno, Karamanlis[17]:

-          Todo en este caso ha sido agrandado de manera artificiosa, para conseguir un rédito político. A fin de cuentas, en mayo del 63, Lambrakis era un político bisoño y poco conocido, que jamás habría sido escogido como víctima de un crimen que pudiera golpear duramente a la oposición. Luego todo se desmadró, hasta el punto de hacer caer al Gobierno y poner en la picota a la Gendarmería, el Ejército y hasta el propio Palacio Real. Espero que, tras esta sentencia que nos absuelve a todos los acusados que somos servidores públicos, puedan volver las aguas a su cauce, en el País y en nuestras vidas.

     Me revuelvo ante esta soflama mendaz e impertinente. Le replico y concluyo:

-          Nadie hinchó este caso con mayor eficacia que quienes trataron a toda costa de ocultar la verdad, amenazar a los testigos y tergiversar las evidencias. Y de todo eso, señor coronel, usted supo e hizo mucho más de lo que, ante los jueces y ante mí, ha manifestado.

 

 

3.   La verdad se abre paso, pese a todo


     La labor denodada de los periodistas y del juez de instrucción, así como la valentía de unos pocos testigos, fueron conformando un relato veraz de lo sucedido con Lambrakis, aunque dejando en la duda o entre las sombras numerosos detalles. Este podría ser el resumen periodístico, tal y como quedó perfilado el suceso en la prensa quince días después del atentado del 22 de mayo de 1963:

     Ha quedado definitivamente descartada la primera versión policial de los hechos, como constitutivos de un atropello imprudente con resultado finalmente mortal. La opinión casi unánime de los médicos que atendieron y operaron al diputado Lambrakis, corroborada por los resultados de la autopsia de su cadáver, confirman que la muerte se produjo por un fortísimo golpe propinado en la cabeza con un objeto contundente, posiblemente metálico, que provocó tales destrozos en el cerebro, que la víctima falleció de sus resultas a los cuatro días, durante los cuales no llegó a recuperar el conocimiento. Por el contrario, sigue siendo controvertido si el herido recibió la debida atención médica tan pronto ingresó en el hospital, o si pasaron unas horas hasta ser atendido. En todo caso, este posible retraso no habría tenido relevancia práctica, ante el carácter mortal e irreversible del daño cerebral causado.

     Como es sabido, se atribuye con todo fundamento la autoría del golpe letal al único ocupante de la caja del motocarro causante del atropello. Se trata de un individuo de unos cuarenta años, con numerosos antecedentes penales, apellidado Emmanuelidis, que pudo ser identificado, y posteriormente detenido, gracias a la pericia y valentía de un simpatizante del señor Lambrakis, vecino de Salónica, llamado Manolis Jachiapostolos, que saltó en marcha al motocarro y mantuvo con el tal Emmanuelidis una violenta contienda, que acabó lanzando al criminal fuera del vehículo, gracias a lo cual, al irse a curar a un hospital, pudo ser identificado. Seguidamente, el mismo Jachiapostolos se enfrentó con el conductor del triciclo a motor, que hubo de detener su marcha y acometió con una porra a su asaltante. La pelea en plena calle llamó la atención de los transeúntes, quienes avisaron a un guardia de tráfico presente en las proximidades, que fue quien detuvo al conductor, le ocupó la porra y llamó a la comisaría, para que lo trasladaran los gendarmes. El detenido se llama Spyros Kotzamanis, que es el titular del vehículo, con el que se dedica a realizar transporte de mercancías. Se rumorea que tiene relación con círculos de extrema derecha de Salónica, en cuyo barrio de Tumba reside.

     Fuentes bien informadas aseguran que también ha sido identificado el agresor principal del diputado Tsarujas, correligionario de Lambrakis, quien también resultó golpeado cuando pretendía acceder a la sala donde este iba a pronunciar su mitin. Afortunadamente, Tsarujas pudo ser auxiliado y metido en una ambulancia antes de que los golpes recibidos pudieran tener un peor resultado que el fuerte traumatismo del que ha sido atendido durante varios días en un centro hospitalario de nuestra ciudad.

     De lo expuesto se deduce que la muerte de Grigoris Lambrakis ha sido consecuencia de un atentado doloso, cuyos ejecutores materiales ya se conocen perfectamente, pero prosiguen las indagaciones de la Policía, a las órdenes del juez de instrucción, para identificar a las personas que, como inductores, cómplices o encubridores, pudieran haber tomado parte en la que cada vez parece más una confabulación política.

***

     Diversos periodistas se convirtieron en estrellas por sus investigaciones en el asunto Lambrakis, como fue el caso de Vultepsis, Bertsos o Romaios, todos ellos venidos de Atenas y, en algunos casos, autores de libros en que plasmaron sus trabajos y recuerdos[18]. Otros, en cambio, actuaron solo en los primeros momentos y nunca quisieron significarse, por buenas razones. Por ejemplo, un redactor de un diario derechista de Tesalónica, al aconsejar a Emmanuelidis que no se escondiera y fuese a curarse al hospital AHEPA de las heridas sufridas en la pelea con Jachiapostolos y la consiguiente caída del triciclo, fue el involuntario causante de que se convirtiera definitivamente en un atentado lo que, hasta entonces, se creía un simple accidente. Pero yo he querido traer aquí a un modesto reportero gráfico ateniense, que, desde la sombra, fue decisivo para iluminar los hechos. Por supuesto, me veo obligado a respetar su decisión de permanecer oculto, hasta que él decida libremente publicar su identidad. Me referiré a él, provisionalmente, como Antonios Dragumis, del supuesto diario capitalino O Kronos. Por tanto, diré que Antonios me acogió en su casa como a un colega amigo, en una tórrida tarde ateniense del verano de 1964.

-          He de mostrarme, a la vez, extrañado y agradecido -me dijo-, pues no creo que mi intervención en los sucesos de Salónica haya alcanzado ni merecido notoriedad. De hecho, volé hasta Salónica en el mismo avión de Olympic[19] en que lo hizo Lambrakis, a primera hora de la tarde del 22 de mayo del 63, con el propósito de cubrir su mitin y regresar al día siguiente. Luego, el ambiente tan crispado que me encontré y los trágicos acontecimientos que siguieron, me impulsaron a permanecer en Salónica diez días, con el beneplácito de mi periódico y su compromiso de recoger mis crónicas con la firma anónima de Nuestro enviado a Macedonia. Luego, volví para acá; el diario mandó a un redactor experto a cubrir el caso durante algunas semanas más; después, ¡paf!: Ya lo ves. Han pasado quince meses y el asunto anda dando tumbos por los juzgados. ¡A saber cuándo tendremos juicio y sentencia!

El juez de instrucción, Christos Sartzetakis

-          Creo que todo empezó con una máquina Kodak, le repliqué, medio en broma.

-          No lo dudes, asintió. Cuando llegué a la encrucijada a la que daba el edificio sindical, llegó a intimidarme el número y violencia de los energúmenos que trataban de boicotear el acto, mientras que los gendarmes, aunque numerosos y en traje de faena, permanecían impasibles acordonando la plaza. Solo cuando apareció por allí Lambrakis y recibió su primer porrazo[20], parte de los agentes pasaron a bloquear la entrada de la sala, impidiendo el paso, tanto de unos, como de otros. Como los altavoces nos dejaban oír los discursos del acto, juzgué que la noticia estaba en la calle; de modo que empecé a sacar fotos de forma más o menos conspicua, incluso en ráfaga. Estuvieron a punto de quitarme la cámara y de darme algún cacharrazo, pero aguanté el tipo hasta el final.

-          Pese a lo cual, no parece que te percataras de la irrupción del motocarro y de la forma en que fue golpeado Lambrakis.

-          En efecto, todo fue instantáneo y yo estaba algo alejado, por orden de la Policía. No obstante, pude observar que el diputado, llevándose las manos a la cabeza, cayó de rodillas y poco a poco, sin fuerza, quedó tumbado en medio de la calzada. En consecuencia, la tesis del impacto violento de la cabeza contra el suelo no coincide con mi percepción.

-          En cualquier caso, en lo que fuiste decisivo fue en el descubrimiento de Emmanuelidis y de su relación con la Policía, así como para la identificación del agresor del diputado Tsarujas.

-          La verdad es que casi todo fue una casualidad, fruto de andar merodeando por el hospital de AHEPA, en busca de confidencias sobre la entrada de Lambrakis en urgencias y el ulterior tratamiento hasta que murió, cuatro días más tarde. Una enfermera me comentó: Están pasando cosas muy raras en este hospital. ¿Querrá creer que, con la falta de espacio que tenemos, han habilitado una sala para uso exclusivo de un enfermo? De algo tan casual, arrancó toda mi labor.

-          Me figuro que el privilegiado paciente sería el valiente que, cuando iba a declarar ante el juez de instrucción, recibió en la calle fuertes golpes y amenazas[21].

-          En efecto. Llamémoslo Nikitas Varonaros, dado que el hombre quiere pasar lo más desapercibido posible. Ya sabrás que ahora se oculta en Atenas, trabajando bajo identidad supuesta[22], hasta que le toque declarar en el juicio.

-          De acuerdo. El caso es que fuiste a visitarlo al hospital y te ganaste su confianza.

-          Lo primero fue difícil, pues la Gendarmería lo custodiaba celosamente. Lo segundo resultó sencillo, dado que el tipo estaba indignado de cómo se estaban comportando con él las autoridades policiacas -incluyendo al general que las mandaba en Salónica-, tratando de que se volviese atrás de su propósito de testificar y tildándole de falsario en lo referente a su agresión en plena calle. Me vio como una relativa garantía para su supervivencia y me animó a recoger y publicar sus declaraciones y fotografías. Y la verdad es que seguramente me deba el estar con vida.

-          ¿Qué me dices?

-          Lo que oyes. Estando charlando a solas con él, irrumpió en la sala un tipo muy extraño. Llevaba la bata de los enfermos y una escayola hasta media pierna, aunque se movía con gran agilidad y llevaba medio oculta una gran porra, del tamaño de un bastón. Entró sin problemas, aprovechándose de que la guardia se había ausentado muy oportunamente de la puerta. Cuando se percató de que Nikitas no estaba solo, salió y echó a correr pasillo adelante. ¡Cómo lo haría, pese a la escayola, que no pude alcanzarlo! Al regresar yo a la sala, me dijo Nikitas, como si fuese lo más natural del mundo: Ese cabrón era Emmanuelidis, que venía a acabar la faena que empezaron conmigo hace unos días. Tengo que largarme de aquí cuanto antes.

-          Entre tanto, amigo -prometí-, voy a hablar con los guardianes y a decirles que, como vuelva a producirse algo semejante, lo publicaré en O Kronos en primera plana. La verdad es que debió de ser Emmanuelidis el primero en marcharse del hospital. No lo sé de cierto porque los gendarmes, pese a mi carnet de prensa, no volvieron a permitirme que pasara de la recepción.

-          Todo eso estuvo muy bien -comenté-, pero lo decisivo fue lo que hiciste para identificar al agresor del diputado Tsarujas.

-          En efecto. Con la ayuda de Nikitas, me informé sobre las personas y los ambientes que frecuentaban los compinches de los agresores de Lambrakis y, como quien no quiere la cosa, desde un taxi o a escondidas, les fui tomando fotografías. Con ellas me fui a la clínica en que todavía estaba ingresado Tsarujas, quien identificó sin dudar a un tal Cristos Fokas, como el principal de sus atacantes. Por cierto, hice la pascua a la Gendarmería que, poco antes que yo, le había ido al diputado con un montón de fotos de delincuentes que, por supuesto, nada tenían que ver con el mundillo de la paracracia de extrema derecha[23].

-          Y creo que acabaste tu brillante acción llevando todo tu dossier al juez instructor.

-          Efectivamente. Era el momento de volverme a Atenas, pues empezaba a ser demasiado conocido en Tesalónica. ¿Sabes que hasta llegaron a romperme la cámara?

 

 

4.   Comprenda que tenemos que vivir


     Después de haberme entrevistado con el periodista que se hacía llamar Antonios Dragumis, era obvio que tenía que espigar en las crónicas que su diario había publicado a raíz del atentado contra Lambrakis, firmadas por nuestro enviado a Macedonia. Me centré en las que pretendía explicar el origen y motivos de los numerosos activistas parapoliciales, de entre los que habían salido los homicidas del diputado. Acto seguido, resumo los párrafos que me resultaron más esclarecedores.

     Quienes vivimos en Atenas solemos justificar con harta frecuencia la violencia y el matonismo que se vive en Macedonia y en Tracia como una consecuencia persistente de los horrores de la ocupación alemana y de nuestra guerra civil[24] -vividos allí con extrema virulencia-, o del patriotismo altivo y desbocado que dice nacer del peligro búlgaro o turco, limítrofe en aquella región. Será verdad, pero lo que yo encontré en el submundo del matonismo político tesalónico no fue sincero patriotismo, ni reales secuelas de la guerra civil, sino un sistema clientelar que promueve la Gendarmería y del que son intermediarias organizaciones de extrema derecha, como la Asociación de Combatientes y Víctimas de la Resistencia Nacional de la Grecia del Norte, dirigida por el conocido fascista Jenofonte Yosmas, cuya revista[25] está financiada por el Ministerio para la Grecia del Norte, siendo su emblema la cruz de hierro…

     Los principales viveros en los que la Gendarmería pesca a sus colaboradores son los estibadores del puerto, quienes solo trabajarán asiduamente si siguen las consignas y directrices de camarillas sindicales, hoy dominadas por la extrema derecha, y los pequeños comerciantes y transportistas que, para sus tiendas y negocios, precisan constantemente de licencias municipales y de la Policía. Si a estos modestos trabajadores se les hace chantaje con sus medios de vida, o se les da prioridad para acceder a las viviendas de protección oficial, no podremos echarles en cara que hagan cuanto se les mande o sugiera por los uniformados. Añadan ustedes unas dracmas de propina o unas consumiciones gratis en las tabernas de costumbre, y tendrán un disciplinado cuerpo de esbirros, o de esclavos, quizá no más de doscientos, prestos para tomar las porras de las que les provee la Gendarmería -son exactamente iguales, solo que sin pintar- y abrir la cabeza a quien se les sugiera, sea popular o diputado…

     Es tal el descaro e impunidad con que se ha organizado este servicio de orden y castigo, que llegan a mezclarse policías y esbirros cuando es necesario extremar la vigilancia. Para muestra, un botón -sería mejor decir un alfiler-: Cuando en mayo pasado visitó Salónica el presidente De Gaulle, el paso de su cortejo fue guardado por los hombres de Yosmas, que mostraban su credencial con alfileres de colores en las solapas. También los carnés que reciben de la Asociación de Combatientes tienen su colorido: los que entregan a los más violentos se rellenan a máquina con tinta roja…

     No siempre actúa la Policía por mediación de Yosmas o de otros tales, sino que convoca directamente a los más fieles y les da órdenes o consignas, ya en las comisarías, ya desde los vehículos camuflados o en los bares de costumbre. No hay recato ni ocultación: Los oficiales de la Gendarmería son perfectamente conocidos de los parapoliciales. Por razones fáciles de comprender, no puedo dar nombres de ellos en letras de molde, pero puedo asegurarles que incluyen, desde tenientes, hasta coroneles. Y no soy yo solo quien así piensa, pues es sabido que ha ingresado en prisión preventiva el coronel Kamutsis, cuya culpabilidad o inocencia serán un día debatidas en juicio.

***

     Antonios Dragumis me lo había descrito como el esbirro arrepentido, que le informó con todo detalle del funcionamiento de la extrema derecha entre los estibadores del puerto de Salónica -bastante decadente, en aquella época- y lo acompañó en sus viajes en taxi para fotografiar a los más destacados miembros de la violenta pandilla de Yosmas. Dar con él fue una casualidad. Casi todos aquellos matones tenían sus apodos, desde Hitler, al Puncher o el Coreano. Pero, entre tanto fascista, le llamó la atención que le presentasen a uno que atendía por el sobrenombre de el Ruso. Dragumis le pagó sus inestimables servicios con lo que más ambicionaba: un pasaporte que le permitiera irse a trabajar a Alemania Occidental. No debía de ser un tipo fiable pues, tras unos meses empleado en los muelles de Bremerhaven, las autoridades germanas lo despacharon de vuelta para Grecia. Y al Pireo lo fui a buscar, pues Tesalónica no era buen sitio para quien había denunciado en el juzgado a no menos de diecisiete sujetos que habían tenido que ver con el follón de Lambrakis, incluido Yosmas. Poco podía ofrecerle para que me concediera una entrevista y fuese sincero, pero también es verdad que ya tenía muy poco que perder ni que ganar. De hecho, en aquellos momentos, a finales de 1965, se le veía con ganas de hablar y de afianzar sus delaciones, sistemáticamente negadas por todos los implicados[26].

-          Me llaman el Ruso porque nací en Odesa, pero no tengo nada que ver con los comunistas. Mi vida ha sido siempre trabajar de estibador bajo contrato. Tengo mujer y un hijo, que también dependen para vivir de lo que yo saque. Aunque soy un buen trabajador, formal y con experiencia, empecé a tener dificultades para que me alquilaran, hasta que fui a ver a un sindicalista, apodado Hitler, y me afilié a su organización, que no era un gremio, sino un grupo de extrema derecha. Me dieron un carné y empezaron a convocarme a las reuniones generales, en un bar llamado Los seis cerdos -usted perdone-. Presidía un individuo ya entrado en años, al que llamaban von Yosmas, porque durante la ocupación había sido muy amigo de los alemanes. Nos discurseaba en plan patriotero: Ya sabe, el helenismo, el cristianismo, los traidores comunistas, el peligro búlgaro y todo eso. De vez en cuando, a los más activos de nosotros, los de carné rojo, nos convocaban para apalizar a alguien, romper una manifestación y cosas por el estilo.

-          ¿Quién les daba las órdenes?

-          Generalmente, un teniente de la Gendarmería llamado Dimitrios Katsulis, que decían que era el jefe de la unidad anticomunista[27]. En ocasiones, era el propio coronel Kamutsis quien nos aleccionaba. En el caso de Lambrakis, fue Katsulis quien nos dio las órdenes y concretó que el objetivo era ese diputado. El coronel estuvo luego en el tumulto entre sus hombres, supervisando lo que hacían o, mejor, lo que dejaban de hacer.

-          ¿Y usted?...

-          Yo me limité a gritar insultos a cierta distancia, pues lo que había leído sobre Lambrakis me lo había hecho imaginar como un tipo honrado y valiente quien, además, era un diputado de los importantes.

-          A eso quería yo llegar. ¿Está seguro de que Katsulis les dijo que el objetivo de la noche era Lambrakis y que había que acabar con su vida?

-          Le repito que así se nos dijo y, como muchos no lo conocían, nos lo señalaron, aunque tarde: Creo que al diputado Tsarujas casi lo matan por confundirlo con su colega, creyendo que se trataba de Lambrakis.

-          ¿Pero las órdenes eran de matarlo?

-          No se empleó ese verbo, sino el de castigarlo, o escarmentarlo, o algo así. Si hubieran decidido matarlo, supongo que habrían empleado una pistola o una buena navaja, que de sobra teníamos. Supongo que no pensarían que pudiera morir de un porrazo, dado desde un motocarro a toda velocidad. Estoy convencido de que a Emmanuelidis se le fue la mano en la violencia del golpe y, además, dado con una barra de hierro, no con las porras que habitualmente llevábamos.

     En ese momento, recordé, al hilo de las reflexiones del Ruso, la presunta pregunta de la Reina: ¿no habrá quien me libre de ese hombre?[28] Tal vez la fatalidad había llevado la respuesta hasta términos irreversibles y eternos. Con todo, me atreví a aconsejarle:

-          Mire, Michalis, si le preguntan sobre esto en el juicio, limítese a responder con los hechos, sin transmitirles opiniones ni impresiones. De otro modo, los asesinos de Lambrakis se van a ir de rositas, como personas que tan solo querían acariciar a su víctima, como ya lo habían hecho cuando iba a entrar en el edificio sindical. Dice usted que sentía simpatía por el diputado: No dé lugar a que su muerte les salga barata a esos criminales.

     El Ruso asintió pero, a la postre, en el juicio los abogados defensores encontraron la manera de llevar el agua a su molino, evitando la condena de asesinato, que proponía el fiscal.

     Acabé nuestra entrevista con una pregunta comprometida:

-          ¿Cuánto le dieron por participar aquella noche en la contra-manifestación?

-          Ya le he dicho que lo único que saqué de aquella gentuza fue que no boicotearan mi trabajo o, dicho de otro modo, que me dejasen trabajar en el puerto. Y, en lo de ahora, ya ve: medio escondido en El Pireo, con mi familia en Salónica y esperando que cualquier día me hagan desaparecer, para que no declare en el juicio.

     Me dio lástima del Ruso y, además, comprendí que algo le debía por haberme concedido su tiempo y su confianza. Fui a por la chequera contra la cuenta del periódico y le firmé un talón por mil dracmas[29]. O Kronos no me permitía un mayor dispendio, de no estar previamente autorizado. El Ruso leyó el importe, besó el documento y, ya en la puerta de salida, se despidió con una frase que, tal vez, podría haber sido dicha con sinceridad por muchos de los que se reunieron en Salónica, la tarde en que mataron a Lambrakis:

-          Comprenda que tenemos que vivir.

Lambrakis, con bata de médico, acompañado de su madre

 

 

5.   El único que se fue de la lengua

 

     De los diarios liberales y de izquierdas de Grecia, a comienzos del verano de 1964:

     De fuentes bien informadas sobre el caso Lambrakis ha podido conocerse que uno de los inculpados, actualmente en prisión preventiva, ha dirigido particularmente una memoria al juez instructor Sartzetakis, para poner en su conocimiento lo que constituye un secreto a voces, aunque ninguno de los implicados lo hubiese confesado todavía, a saber: Primero. Que la Gendarmería de Tesalónica promovió los incidentes contra la presencia del extinto diputado en la ciudad y el acto pacifista en que participó, como viene siendo costumbre siempre que se organizan actividades similares. Segundo. Que decenas de contra-manifestantes fueron convocados en la comisaría principal tesalonicense en la mañana del mismo día 22 de mayo, donde un conocido oficial de la Gendarmería los aleccionó para que, a las siete de la tarde, se concentrasen frente al lugar en que efectivamente se celebraría el mitin de Lambrakis, provistos de objetos contundentes y de piedras, a fin de reventar el acto, convocando a tal fin a cuantos compañeros y correligionarios pudieran. Tercero. Que el diputado Lambrakis fue fijado como el objetivo a abuchear y ejercer violencia sobre su persona, como en efecto se llevó a cabo por los individuos del triciclo a motor, que cuentan entre los más famosos y activos de los medios ultraderechistas de Salónica. Y cuarto. Que los numerosos efectivos de Policía presentes en el lugar mantuvieron una actitud pasiva y tolerante con los disturbios, dejando finalmente al diputado fallecido en una situación de desprotección, que permitió la acción de Kotzamanis y Emmanuelidis, así como la fuga de estos, tras golpear salvajemente a Lambrakis.

     Pero, con ser todo eso de dominio público, lo valioso es que haya sido reconocido por primera vez y formalmente por un oficial de la Gendarmería, dando todo género de detalles. Dicho personaje no puede ser otro que el teniente Emmanuel Kapelonis, comisario jefe del distrito tesalónico de Ano Tumba, pues es el único uniformado que continúa preso, más de un año después de los sucesos enjuiciados. Es muy probable que esa discriminación respecto de sus compañeros, ya en libertad provisional, le haya soltado la lengua, temeroso de que todas las responsabilidades de la Gendarmería acaben recayendo en él, escudándose los demás en su modesta participación en los hechos. Y decimos modesta porque se trata de un simple teniente que no dirige ninguna oficina o departamento político-social de la Policía, sino una comisaría de barrio, que tiene la desgracia de que vivan en él muchos de los esbirros que la Gendarmería manipulaba en tiempos de Karamanlis… y quizá también en los actuales[30].

     ¿Qué detalles de interés parece haber ofrecido Kapelonis en su memoria al juez? Como es natural, no habiéndose hecho esta pública, todo son rumores y conjeturas. Se sospecha que hagan referencia a que todo estuviera preparado, incluso la aparición autorizada del motocarro y la del Volkswagen en que, con toda cachaza, se evacuó a Lambrakis, ya moribundo, al hospital de AHEPA. También parece que tienen que ver con el hecho de que, al intervenir el Tigre, Manolis Jachiapostolos y ser detenido Kotzamanis, Kapelonis recibiese la orden de detener al autor material del crimen, Emmanuelidis, tratando de ponerlo a buen recaudo en el citado hospital, donde le enyesaron una pierna, para que pudiese presentar una coartada, finalmente fallida. Por último, se cree que la delación del teniente pueda suponer un mentís a las declaraciones de muchos de sus jefes y compañeros, que han negado incluso su simple presencia en el lugar del suceso, aun sin intervenir en el mismo[31].

***

     Cuando Kapelonis me concedió la entrevista, hacía meses que había concluido el juicio por el asunto Lambrakis, con la absolución de todos los acusados pertenecientes a la Gendarmería, él incluido. Es probable que el resultado hubiese sido el mismo aunque hubiese mantenido en su declaración todo lo recogido en la memoria que envió al juez instructor, pero el hecho es que plegó velas y disculpó cuanto pudo a sus compañeros y superiores. Naturalmente, fue lo primero por lo que le pregunté[32]:

-          Tengo familia, amigo -contestó-. No debo fidelidad ciega a mis jefes pues siempre me han tenido por un torpe burro de carga, que no debería pasar de teniente o capitán, en una comisaría de dura brega, como la de Ano Tumba. A mayores, se las arreglaron para ponerme en el punto de mira del juez y fui el primero al que mandó a chirona y el último en salir de ella. Harto de esperar, forcé la situación y le conté al instructor algunas cosillas sobre mi compañero Katsulis y acerca de los esfuerzos para esconder y exculpar a Emmanuelidis. Luego, cuando vi que ni por esas procesaban a Katsulis y que a mi esposa la amenazaban con rescindirle su contrato como profesora de inglés de instituto, me lo pensé mejor y decidí que en el juicio me guardaría las revelaciones. Así se lo hice saber al defensor, para que se lo comunicase al general Mitsos[33] y a los demás acusados. Ahora, ya ve usted, lo que he conseguido: salir absuelto, porque lo que es mi carrera como gendarme está definitivamente arruinada.

-          De todas formas, teniente, su testimonio fue decisivo para condenar a Kotzamanis y a Emmanuelidis, significando que el atentado estaba premeditado y que su embriaguez era una atenuante sin fundamento ninguno. Y también declaró lo suficiente para dejar claras las actividades de organización violenta de Yosmas, aunque no fuese él quien hizo a aquellos el encargo de acabar con Lambrakis.

-          Yo no diría tanto como acabar, pues las órdenes fueron de ir a por él y golpearlo. De hecho, uno de los oficiales de la Comisaría se encaró con Katsulis por asumir el riesgo de que el diputado pudiese fallecer y le aconsejó dar unas órdenes más precisas al respecto. Katsulis se enfadó con la reprimenda, tildó al otro de flojo y cobarde, y se armó una pelea entre ellos, que zanjaron otros compañeros.

-          En suma, concluí, que no se habló de matar, pero tampoco se descartó de forma expresa…

-          Así es: Con esa gentuza y con esos procedimientos, tarde o temprano podía producirse algo así. Es lo que pasa cuando los matones saben que operan impunemente.

-          Hubo algunas otras cosas importantes, en que su testimonio fue más franco que el de los demás, aunque sirviese de muy poco. Por ejemplo, afirmar que el general Mitsos, aunque deliberadamente apartado y de paisano, presenció parte de los incidentes ante el Centro Sindical.

-          Desde luego. Y que es completamente cierto que, al concluir su discurso, todavía en la sala del mitin, Lambrakis transmitió por los altavoces la petición expresa de que los policías protegiesen eficazmente la integridad de los asistentes, en especial, la suya, como diputado nacional. La única respuesta que recibió fue la de que fueran subiéndose a los dos autobuses que ya aguardaban, así como a los que irían llegando paulatinamente. No aceptaron, ya por gallardía, ya por considerarlo una encerrona.

-          Y, de todas formas, ello no afectaba a Lambrakis, que solo tenía que cruzar la encrucijada de calles para meterse en el hotel en que estaba hospedado.

-          Lo malo -concluyó Kapelonis- es que, al impedir los gendarmes el rápido desalojo de la sala de conferencias, solo Lambrakis y tres o cuatro más quedaron expuestos en la calzada, dudando sobre encaminarse al hotel o interpelar a los policías para que actuasen más expeditivamente. Así que los del motocarro solo tuvieron que entrar en la plaza y acertar con la identidad de su víctima, sobre cuya elevada estatura y fisonomía ya estaban debidamente aleccionados.

 

Banquillo de los acusados en el juicio del caso Lambrakis


6.   La katábasis de Jenofonte


     Naturalmente, los periódicos de la época recogieron con profusión -aunque con prudencia y autocensura- la permeabilización de parte del proletariado y las clases medias de Grecia por un anticomunismo rampante, tolerado y favorecido por los gobernantes, de Atenas y de Washington. Para nuestro relato, más que las generalidades, importan las concomitancias personales y el contexto directo con el caso Lambrakis. He aquí un breve resumen ilustrativo de todo ello.

     El examen de la documentación y carnés de la así llamada Asociación de combatientes y de víctimas de la resistencia nacional de Grecia del Norte ha evidenciado la pertenencia a dicha organización de Spyros Gotzamanis, conductor del motocarro desde el que se atentó contra Lambrakis, de su acompañante y presunto agresor de Lambrakis, Manolis Emmanuelidis, y de Cristos Fokas, el principal agresor del diputado Tsarujas, ambos inculpados en el proceso actualmente en fase de instrucción. En dichas actuaciones también ha sido procesado el promotor y presidente de la citada asociación, Jenofonte Yosmas -o von Yosmas, para resaltar su vinculación con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial-. Pero ¿quién es ese Jenofonte y cuál ha sido su anábasis[34] hasta llegar a nuestros días, en que ha vuelto a prisión?  O, teniendo en cuenta la sucesiva degradación que han sufrido su vida y su moral, ¿sería mejor llamarla catábasis? Los ciudadanos de Tesalónica lo conocen perfectamente.

     Nacido en 1911, Yosmas alcanzó notoriedad en los grupos anticomunistas de simpatizantes de los invasores nazis, dirigidos por verdaderos asesinos, como Parmenios y Poulos, colaborando abiertamente con el ejército alemán en Tesalónica en labores de prensa y propaganda. En 1944, disfrazado de teniente de la Wehrmacht, huyó a Austria. En 1947, con el propósito de participar en la guerra civil como militante anticomunista, regresó a Grecia, pero sus crímenes anteriores y la colaboración con los ocupantes germanos fueron juzgados y se le condenó a muerte. El rey Pablo lo indultó en 1950, conmutando la pena capital por veinte años de prisión, pero salió en libertad solo dos años más tarde. Al año siguiente, la prefectura de Salónica lo nombraría presidente del consejo escolar de uno de los grupos escolares de Ano Tumba, obteniendo así mismo fondos para financiar la publicación mensual Exormisi ton Ellinon[35], una publicación nacionalista, fogosamente anticomunista y pro cristiana.

     La proyección política de Yosmas arranca del momento en que funda una cooperativa para la construcción de casas baratas de protección oficial. Gracias a su influencia en el ayuntamiento y a la simpatía de la Gendarmería, consigue que las adjudicaciones se hagan siempre a sus amigos y correligionarios. Es entonces, hacia 1960, cuando funda la citada Asociación de combatientes y víctimas, convirtiéndose -según nuestras fuentes- en el intermediario entre la Policía y grupos paramilitares de Macedonia, a los que organiza y adoctrina, celebrando sus tempestuosas reuniones periódicas en la conocida y amplia taberna Los seis cerdos. Sus hombres reciben encargos policiacos: unas veces, de información y apoyo más o menos legal; otras, de reventar actos y manifestaciones de los partidos de izquierda, como sucedió con el del diputado Lambrakis en mayo de 1963. Las evidencias recogidas en este sentido por diversos colegas de la prensa y por el juez Sartzetakis han dado, por fin, con los huesos de Yosmas en la cárcel, si bien su Asociación criminal no ha sido disuelta hasta el año siguiente, ya con Papandreu como Primer Ministro.

     Se dice que no hay mejor demostración del aprecio oficial de los gobiernos de Karamanlis por Yosmas, que el hecho de que este sea defendido en el proceso Lambrakis por alguien tan importante y próximo a dicho Primer Ministro como el abogado Takos Makris, sucesivamente ministro del Interior y de la Presidencia en años pasados[36]. Eso sí que es quitarse la careta, nos comenta otro letrado de Tesalónica. Ahora ya sabemos que Yosmas volverá a irse de rositas, como en los años cincuenta, concluye.

     Como se diría en inglés: wait and see[37].

***

     Cuando, después de hechas las presentaciones, le doy la enhorabuena por la benignidad de su condena -que ha cumplido con creces por el abono de prisión preventiva-, Yosmas se me encampana y protesta:

-          ¡Una flagrante injusticia! Claro que el tribunal tenía que cubrirle las espaldas a sus colegas, que me han tenido tres años y medio entre rejas. ¡No iban, después de eso, a declararme inocente!

-          Perdone, señor Yosmas, pero su veredicto tan benigno de culpabilidad ha procedido de un jurado de ciudadanos, no del tribunal de Derecho.

     No me contesta y prosigue su alegato victimista:

-          Y, además, aprovechando la debilidad del nuevo Gobierno, han disuelto mi asociación de combatientes de la guerra civil. Papandreu[38] es tan estúpido, como para creer que podrá gobernar en Grecia sin la ayuda de los patriotas.

     Aprovecho la oportunidad, para lanzarle la andanada que, seguramente, él ya estaba esperando:

-          A propósito del patriotismo, muchos podrán pensar, como el fiscal dijo en el juicio, que malamente puede presumir de helenismo quien apoyó con entusiasmo a los alemanes que, entre 1941 y 1944, ocuparon la patria griega.

-          ¡Pamplinas, reportero!, exclama. Ya en aquellos tiempos, la lucha era entre los comunistas y nosotros. Algunos tuvimos la inteligencia de apoyarnos en el ejército alemán para domeñar a la guerrilla comunista, que era la verdaderamente peligrosa, pues los nazis acabarían por ser derrotados y marcharse. Ya se vio que acertamos: los alemanes se marcharon en el 44, pero los comunistas solo pudieron ser vencidos en el 49, y eso, gracias a las desavenencias entre Rusia y Yugoslavia y al apoyo que acabaron por darnos los Estados Unidos.

-          De acuerdo -concedo- pero, antes de llegarse al final de la guerra civil, hubo ciertas cosillas, como más de cincuenta mil judíos enviados desde Macedonia a las cámaras de gas alemanas, y una guerra entre hermanos helénicos llevada con una crueldad absolutamente innecesaria.

-          No me culpe a mí de la forma de llevar esa contienda entre presuntos hermanos, pues, entre mi exilio y la prisión que luego sufrí, no tuve ocasión de luchar en la guerra civil, como había sido mi propósito: Ya sabe que regresé voluntariamente a Grecia en el 47 y estuve a punto de ser ejecutado.

-          Lo sé -afirmo-, como también me consta que su condena a muerte acabó reducida a cinco años de cárcel y, en seguida, pasó a recibir encargos públicos y a poder reanudar sus actividades políticas.

-          ¿Y por qué no? ¿Creen ustedes, los jóvenes de hoy, que Grecia habría resistido y seguiría aguantando, rodeada de la Unión Soviética y sus países satélites? ¿Dónde estaría ahora nuestra civilización heleno-cristiana, si no la defendiésemos, al lado de la OTAN y de nuestros aliados americanos?

-          ¡Al fin hemos llegado al meollo de la cuestión, señor Yosmas! El pacifismo de Lambrakis y su propuesta de salirnos de la OTAN es lo que lo puso en su punto de mira y determinó los sucesos de Salónica de mayo del 63.

-          Lambrakis era uno más entre los tontos útiles, que proponen el desarme de uno de los bandos, confiando en que el otro no se aprovechará de nuestra inermidad; un histrión, novato en política, que había ganado fama haciendo maratones y asaltando a la reina en plena calle. No merecía la pena organizar por él todo el follón que hizo caer a Karamanlis y nos ha tenido en vilo durante años a muchos buenos patriotas. De hecho, la que se montó no fue cosa en la que yo interviniese, aunque muchos de mis hombres fueran a ponerles las peras a cuarto a los pacifistas. Era lo menos que podía suceder, si venían a provocarlos a Tesalónica.

-          ¿Acaso esta ciudad es su feudo, un lugar de Grecia que haya de permanecer incontaminado de comunismo?

-          Bromee, si le place. Por el periódico para el que trabaja, deduzco que no es usted del Norte. Aquí se derramó mucha sangre y estuvo a punto de perecer la civilización griega, a manos de los turcos, primero, y de los comunistas, después. Estamos vacunados contra la tolerancia que los reflexivos atenienses, pueden permitirse, teniendo los barcos y los fusiles ingleses y americanos prestos a acudir en su socorro.

     Ha debido ver en mi rostro un gesto de disgusto, pues matiza sus palabras, aunque arrimando en ascua a su sardina:

-          No lo tome a mal. Lo peor que podemos hacer los griegos es volver a nuestros particularismos regionales. Yo mismo, y tantos otros que me han precedido, me acompañan o me siguen, somos los responsables de que toda Grecia no cayera en el 44 en manos de los comunistas, en las que seguiría hoy, como el resto de la Europa oriental. Nuestra resistencia ha salvado al País y sus valores eternos. Y, si para ello, hemos tenido que combatir a los comunistas y provocado algunas masacres no del todo necesarias, el resultado ha merecido la pena.

-          ¿Incluye entre esas masacres innecesarias el asesinato de Lambrakis?, pregunto para dar por cerrada la entrevista.

-          Saque por usted mismo las pertinentes conclusiones -me replica con ironía-, pero no emplee la palabra asesinato, pues ya sabe que el jurado ha rechazado esa tesis del fiscal… Un periodista que se propone escribir un libro sobre este caso tiene que ser muy preciso.

     Haciendo un leve ademán, se levanta y, con cierta premura, me da la espalda, sale de la cafetería y se pierde entre el gentío de la plaza Antigonidon. ¿Un hombre como tantos otros con los que nos cruzamos en las calles de Salónica? Así lo parece externamente, pero yo querría creer que fuera una rara avis, un individuo cincuentón de una especie a extinguir[39].

Mikis Theodorakis (de pie), junto a los acusados del caso Lambrakis

  



[1] Vassilis Vassilikos publicó su famosa versión novelada, Z, en el año 1967. Dos años después, apareció la película del mismo nombre, dirigida por Constantino Costa-Gavras. La obra literaria ha sido reiteradamente traducida al español a partir de 1969. He manejado la traducción de Aurora Bernárdez para Ediciones Orbis, Barcelona, 1987.

[2] Era el lugar inicialmente previsto pero, por presiones oficiales, el dueño acabó rompiendo el contrato, viéndose forzados los organizadores a celebrar el acto en otro local de Salónica, mucho más pequeño, de propiedad sindical.

[3] Fue durante más de veinte años recordman griego de salto de longitud con la muy estimable marca de 8,37 metros, obtenida en 1938. Participó en las Olimpiadas de Berlín de 1936.

[4]  Partido político de izquierda moderada que, tras obtener buenos resultados en las elecciones generales de 1961 y 1963, acabó siendo absorbido por el partido socialista griego, PASOK. Las siglas EDA responden a las iniciales en griego de Izquierda Democrática Unida.

[5] Un buen resumen de ciertos aspectos de la personalidad de Lambrakis, accesible por internet: Ioannis D. Gkegkes, Marianna Karamanou, Paraskevi‑Evangelia Iavazzo, Xanthi-Ekaterini D. Gkegke, George Androutsos, Christos Iavazzo, Grigoris Lambrakis (1912-1963) – A Greek obstetrician and world renowned activist, Acta Med Hist Adriat, 2016, 14(1); 177-184.

[6] Es de recordar que, en octubre de 1962, a raíz de la crisis de los misiles en Cuba, el mundo estuvo muy cerca del estallido de una guerra atómica total entre Estados Unidos y la URSS.

[7] Tras diversos avatares y detenciones, dicha marcha, iniciada por Lambrakis en solitario, acabó en olor de multitud en Atenas, el 21 de abril de 1963.

[8]  La Reina griega se encontraba en Londres para asistir a la boda de la Duquesa de Kent, Alejandra. Lambrakis la abordó en plena calle, para pedir su intercesión respecto de un sindicalista griego, que llevaba largo tiempo en prisión. Se dice que la indignación de la Soberana llegó hasta el extremo de comentar con sus íntimos su deseo de que alguien la librara de aquel hombre. La interpretación de dicho anhelo resultaba ambigua, pero sus consecuencias no lo fueron. Véase, Evi Gkotzaridis, “Who will help me to get rid of this man?”. Grigoris Lambrakis and the non aligned peace movement in post-civil war Greece: 1951-1964, Journal of modern Greek studies (John Hopkins University Press), 30 (2012), pp. 299-338 (accesible en abierto por Internet).

[9]  Salónica (o Tesalónica) es la capital de la Macedonia griega o -como se demarcaba en la época del relato- de la Grecia del Norte. Su población era entonces de medio millón de habitantes. Actualmente, con su área metropolitana, rebasa el millón.

[10] El contenido de esta entrevista imaginaria tiene su fuente principal en: Evi Gkotzaridis, A pacifist’s life and death. Giorgios Lambrakis and Greece in the long shadow of the Civil War. Cambridge Scholars Publishing, Newcastle-upon-Tyne, 2016, pp. 251, 329 y 330. Parte del libro puede consultarse en abierto por Internet.

[11] En concreto, como más adelante se dirá, Kamutsis resultó absuelto.

[12] Epónimo oficial para la Universidad de Tesalónica, fundada en 1925.

[13] En lo sustancial, en lo que sigue resumo y no me aparto de lo declarado efectivamente por el coronel Kamutsis ante el juez de instrucción, según lo transcribe, a su vez, Vassilis Vassilikos en la obra citada en nota 1, pp. 223-227.

[14] Los motocarros utilizados para el transporte público en Tesalónica eran de fabricación japonesa, lo que, unido a la velocidad y riesgo con que se manejaban, había dado lugar a esa denominación bélica tan conocida.

[15] Apodo con el que será conocido a partir de entonces el testigo esencial del caso, Manolis Jachiapostolos, que será entrevistado en la segunda parte del relato.

[16] Manolis Enmanuelidis fue el presunto agresor material del diputado Lambrakis. Será entrevistado también en la segunda entrega de este relato.

[17] Constantino Karamanlis (1907-1998), Primer Ministro derechista de Grecia entre 1955 y 1963, así como entre 1974 y 1980, y Presidente de la República Helénica entre 1990 y 1995. El asunto Lambrakis le costó el puesto en junio de 1963, exiliándose seguidamente. Posteriormente, tendría una segunda etapa de mandatos políticos, bastante más liberal y digna -se dice- que la primera. Véase, Evi Gkotzaridis, “Who Really Rules this Country?” Collusion between State and Deep State in Post–Civil War Greece and the Murder of Independent MP Grigorios Lambrakis, 1958–1963, Diplomacy & Statecraft, 28:4 (2017), 646-673 (accesible completamente por Internet).

[18] Los más destacados columnistas sobre el asunto Lambrakis fueron Yannis Vultepsis (1923-2010) y Yorgos Bertsos (1937-2019). El primero de ellos publicó en 1966 -antes de la celebración del juicio acerca del caso- uno de los libros clave sobre el tema: Hipótesi Lambraki (empleo las letras de nuestro alfabeto, pero el libro está escrito en griego), es decir, El asunto Lambrakis.

[19] Olympic Airlines, compañía de aviación griega de bandera, que funcionó entre 1957 y 2009, año este en que se privatizó.

[20] Ese primer golpe, que produjo a Lambrakis un ligero mareo, le fue propinado por un sujeto no identificado con una porra, cuando el diputado cruzaba la plaza, desde el hotel Kosmopoliti hasta el edificio en que iba a desarrollarse el mitin.

[21] El incidente fue rapidísimo. Los agresores iban en una furgoneta que paró a la altura del testigo peatón y llevaron a cabo su tarea intimidatoria. Nunca fueron identificados.

[22] Para todo lo relativo al contenido de esta entrevista y a los temores de Nikitas, véase el libro citado en la nota 1, pp. 138-149, 241 y 251-262.

[23] Parakratos, o paracracia, es la palabra griega para designar el gobierno paralelo que mueve los hilos de la política en la sombra, así como a las fuerzas parapoliciales y violentas que controla y dirige.

[24] La guerra civil se desarrolló entre marzo de 1946 y octubre de 1949, concluyendo con la victoria de las fuerzas reales o gubernamentales sobre los comunistas. El número de muertos se calcula entre los cien mil y los ciento cincuenta mil, para un país entonces poblado por 7,5 millones de habitantes.

[25] Su título, en caracteres latinos, era Exormisi ton Ellinon y tenía una periodicidad mensual. También contribuía a su financiación el entonces Servicio Central de Inteligencia (KYP), hoy Servicio Nacional de Inteligencia (EYP). Del señor Yosmas se tratará en el capítulo 6 de este relato.

[26]  Sigo la versión recogida en la fuente citada en la nota 1, pp. 168-180, donde al Ruso se le asigna el seudónimo de Michalis Dimas.

[27]  Este personaje, pese a su indudable relevancia en el atentado contra Lambrakis, evitó ser acusado en el juicio y siguió su carrera con normalidad.

[28]  Según indiscreta confidencia de uno de los secretarios de la Reina, el señor Tsigantes, Federica de Grecia cometió ese exceso verbal a raíz del incidente de Londres, citado en la nota 7. Sobre la monarquía de la Grecia contemporánea, véase: Amor López Jimeno, Los avatares de la monarquía en la Grecia moderna, Boletín Millares Carlo, 30, 2014, 236-276 (accesible totalmente en Internet).

[29]  En 1965, el valor de la dracma era aproximadamente el doble que el de la peseta. En aquellas mismas fechas, el salario mínimo en España era de 1.800 pesetas mensuales.

[30]  El Primer Ministro, Constantino Karamanlis, había dimitido el 17 de junio de 1963, como consecuencia del caso Lambrakis. En el verano de 1964 -referencia cronológica de esta parte del relato-, gobernaba en coalición el Partido de Centro, encabezando el Gobierno Yorgos Papandreu (1888-1968).

[31]  En efecto: Hasta diez implicados en el caso hubieron de volver a declarar sobre este extremo ante el juez, si bien todos insistieron contra toda lógica en que, o no habían estado, o se habían marchado antes de la aparición del motocarro: Véase el libro citado en la nota 1, pp. 272-274.

[32] Esta entrevista imaginaria está basada en el contenido del libro citado en la nota 1, pp. 268-271.

[33] La entrevista con él se recoge en la segunda parte de este relato.

[34]  Alusión al imperecedero libro de historia, Anábasis de Ciro, del autor clásico griego, Jenofonte, que se publicó hacia el año 368 antes de Cristo. Anábasis viene a significar subida, siendo su antónimo catábasis, o descenso. Creo que con esto puede quedar claro el juego de palabras recogido en el relato, aunque en el clásico jenofontino, anábasis se emplea en sentido geográfico, no moral ni cronológico.

[35]  Traslado la grafía a nuestros caracteres. La traducción aproximada es “El destierro de los Griegos”.

[36] Dimitrios (Takos) Makris (1910-1981), ministro en los gobiernos de Constantino Karamanlis, entre 1956 y 1963, y diputado nacional griego en los periodos 1956-1967 y 1974-1977.

[37] Esperar y ver, o mejor, ya veremos. En la segunda parte de este relato, efectivamente, se verá.

[38] Véase antes, nota 30.

[39]  Xenophon Yosmas (1906-1975). El contenido de esta entrevista imaginaria se basa en sus referencias biográficas, en el alegato pronunciado por él ante el tribunal del caso Lambrakis y en la valoración de su conducta, hecha mucho tiempo después por su hijo, Alexandros Yosmas, en una entrevista al servicio oficial alemán de radiodifusión y televisión, Deutsche Welle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario