viernes, 1 de enero de 2021

EL CONSEJERO DE LENI RIEFENSTAHL

 

 

El consejero de Leni Riefenstahl

Por Federico Bello Landrove

 

     Ante el encargo por Hitler de realizar un reportaje sobre el Día de las Fuerzas Armadas (Núremberg, 1935), la gran cineasta Leni Riefenstahl[1] busca la ayuda de un brillante capitán, escéptico y lenguaraz, que entablará con ella una vigorosa y compleja relación. ¿Hasta qué punto el citado reportaje, llamado finalmente Día de la Libertad, refleja algo de esa colaboración? Quede a criterio del lector la respuesta, como también la valoración de si esta es una historia real o, simplemente, muy verosímil y bien urdida.

 



1.   La cineasta y el militar


-          Heinz, tú que conoces a tanta gente de uniforme, ¿no podrías recomendarme a un militar bien informado, que me aconsejara sobre un fastidioso documental que me ha encargado el Führer[2]?

     El interpelado quedó unos instantes mirando a su hermana, con rostro pensativo. Ella comprendió que el irresoluto de Heinz podía pasarse cinco horas pensando. Decidió ayudarlo:

-          Algún oficial de no mucha graduación que esté bien informado y que no le duelan prendas a la hora de valorar la situación y de criticar al alto mando, si se tercia. Vamos, que esté dispuesto a ser sincero y objetivo.

-          Mucho pides, Leni -replicó Heinz-, pero creo conocer a una persona que da el perfil que pretendes. Si hay alguno de esas condiciones, ese es el Capitán de Köpenick[3].

     Leni le habría tirado algo a la cabeza, de tener a mano algún objeto blando. Su hermano sonrió y decidió explicarse:

-          Lo llamamos así entre amigos porque es capitán y su regimiento está acuartelado en ese barrio. En realidad, se llama Albrecht von Lübstorf y últimamente lo han llamado del Ministerio de la Guerra para colaborar en la reorganización de la Reichswehr[4].

     A Leni le resultó interesante la presentación del personaje hecha por su hermano. Con todo, quiso precisar:

-          ¿Tú crees que aceptará conversar conmigo y ponerme al día de lo que se cuece en las cocinas de esos señores prusianos tan engreídos?

-          Si está dispuesto o no, seguro que te lo dice en seguida, sin hacerte perder el tiempo. Por lo demás, tiene poco de militarote prusiano. Es de una familia aristocrática de Mecklemburgo.

-          Mejor así -opinó Leni-. Ponte en contacto con él cuanto antes y conciértanos una cita. No importa cómo ni dónde; el caso es que sea pronto, que el tiempo apremia.

     La verdad es que la cosa no habría sido tan urgente, de no ser por los mil y un proyectos de viaje y de trabajo que bullían en la mente de Leni, pese a que apenas se había recuperado con una estancia en Davos del agotamiento de rodar y montar su Triunfo de la Voluntad[5]. Lo cierto es que ya corría el mes de junio de 1935 y todo tendría que estar listo para septiembre, a fin de cumplir el deseo de Hitler: rodar un documental corto para presentar ante Alemania y el mundo la nueva Wehrmacht[6], dando satisfacción, al propio tiempo, a los generales, ofendidos por la escasísima atención que se les había prestado un año antes.

-          Todo el material que rodamos -se explicó Leni- resultó inservible, dadas las pésimas condiciones de tiempo cuando se rodó.

-          Lo sé, convino Hitler, pero habrá que compensarles este año: Me debes este favor… No hay mal que por bien no venga, concluyó: Ahora podremos celebrar la implantación del servicio militar obligatorio y presentar sin tapujos los nuevos avances en armamento. Ya verás qué maravilla.

     Leni no tuvo más remedio que aceptar el encargo, aunque insistió en tener completa libertad de decisión y plena cooperación por parte de los organizadores del evento en Núremberg. El Führer había aceptado, no sin hacerle una sugerencia que Leni mentalmente rechazó sin posible componenda:

-          ¡Pues no pretende que empiece con un montaje de los rostros de los generales! ¡Valiente estupidez! ¡Va a tener que tragarse un principio de aseo y desayunos, al modo del Triunfo!

     Pero no era eso lo que la preocupaba. Rumiando las palabras de Hitler, no dejaba de dar vueltas a lo de no hay mal… Según eso, habría novedades importantes para este año, algo sobre lo que ella algo había oído, pero era completamente lega en la materia. Su perfeccionismo la agobiaba: Tenía que informarse a fondo sobre ese mundo, gris y hermético, que era capaz de poner nervioso al Führer y de suponer la esperanza frente al paro forzoso y al Tratado de Versalles[7], los dos grandes enemigos de Alemania. ¿Dónde buscar las fuentes de ese conocimiento? Fácilmente, le habrían facilitado el acceso a cualquiera de los grandes: Blomberg, Fritsch, Reichenau[8]…, individuos hinchados, celosos de su seguridad y privilegios, alejados de los millones de muchachos que pronto pondría la conscripción bajo su férula. Ella quería a alguien más a su altura, sincero, de a pie. Esa era la razón de pedir ayuda a su hermano para encontrar una fuente fiable, aunque, de entrada, no la satisficiese esa presentación del personaje como un aristócrata, fuese prusiano o no.

-          En fin, suspiró, hasta cabe que me encuentre con un militar culto y sensible; siendo un aristócrata…

     Es bastante probable que Albrecht -Albert, para los allegados- hubiese rechazado la solicitud de Leni, de no acabar de ver el Triunfo, unos días antes. Se había estrenado a finales de marzo pero él, poco dado al cine y, menos aún, de propaganda política, había demorado dos meses acudir al UFA Palast[9], tiempo durante el cual el documental se había convertido en pasto de todas las conversaciones, en términos universalmente admirativos. Finalmente, ante la perspectiva de hacer una cola interminable para conseguir, si acaso, la entrada, había hecho uso de influencias y logrado la ansiada localidad.

     La experiencia resultó toda una catarsis. Es posible que el público asistente, aunque muy numeroso y diverso, participase ya de entrada de la ideología nazi y del entusiasmo por su líder pero, en cualquier caso, sus reacciones fueron tan masivas y exultantes, que no se quedaban atrás respecto de las de las masas en la pantalla, presenciando y participando en directo de los acontecimientos reflejados. Afortunadamente, la película era prácticamente muda, salvo en los breves y numerosos discursos y alocuciones; de otro modo, habría sido imposible seguirla. Albert, reservado por naturaleza y más propicio a observar que a expresarse, se sintió en la sala como en el interior de un furioso manicomio, cuyos alienados actuasen a un impulso común. Hasta se vio obligado a dar una explicación cuando, una señora a su lado, le espetó:

-          Y usted, ¿no aplaude?

-          Los militares, señora, tenemos prohibido manifestar nuestras emociones en público -había improvisado-.

El UFA-Palast berlinés durante la programación de El Triunfo de la Voluntad

 

     A la salida, aprovechando la templanza de la noche, había ido paseando hasta la Postdamer Platz[10], tratando de digerir cuanto acababa de contemplar, intentando desentrañar si aquello era la pura y completa verdad de Alemania, o solo una interesada exageración, hecha de belleza de imágenes y vaciedad de espíritus. Claro que -musitaba- la repetición de la mentira acaba convirtiéndola en verdad para casi todo el mundo. Habían bastado dos años para crear aquel pandemonio, que las cámaras de la Riefenstahl habían sabido recoger con tanto talento estético. ¡Esa era la clave! Forma perfecta para un fondo reducido a un hombre, que se arrogaba la representación y guía absolutas de todo un pueblo, de una nación de sesenta y cinco millones de alemanes, que supuestamente estaba a la cabeza del mundo en infinidad de aspectos y materias. Y todo, ¿por qué y para qué? Responder a lo primero era sencillo: acabar con un Tratado injusto y con una crisis económica, cosas perfectamente superables por otros medios menos onerosos y violentos. El para qué resultaba, por ahora, indescifrable, pero, si la meta puede inferirse del camino, el Triunfo lo expresaba con toda claridad: Alemania es la voluntad de Hitler e irá dondequiera que este decida dirigirla. Y, siendo así, ¿qué papel estaba llamado a jugar un capitán que, por ahora, se resistía en silencio a formar parte del rebaño pastoreado por el Cabo austriaco[11]?

     Todavía daba vueltas al Triunfo, cuando aquel agradable compañero ocasional de café, que revoloteaba por el Ministerio en busca de contratas, lo abordó para pedirle una entrevista, en nombre de su hermana:

-          Ya sabes -precisó-, Leni Riefenstahl, la actriz de cine, que ha dirigido El Triunfo de la Voluntad.

-          Sería más natural que fuese yo quien le pidiese una cita a ella -repuso Albert-. ¡Menudo exitazo está teniendo con El Triunfo! ¿Y qué se le ofrece?

-          Es mejor que te lo explique ella -se excusó Heinz-. A mí no me ha quedado muy claro lo que pretende; solo que tiene que ver con un encargo que le ha hecho el Führer.

          

 

2.     Una amable conversación


     Heinz cumplió su cometido con la habilidad acostumbrada. Acompañó a su hermana hasta Buchwald[12] y, tras constatar que ya los esperaba el Capitán -elegantemente vestido de paisano-, hizo las presentaciones y, alegando tener que acabar un proyecto urgente, se despidió de la pareja, no sin antes indicar a Frau Kantelberg[13] que cargase a su cuenta lo que consumieran en aquella mesa. Leni comentó medio en broma:

-          Últimamente, mi hermano está muy atareado, como sin duda usted conoce.

-          Confidencia por confidencia, señorita, creo que usted también.

     Honestamente, pienso que Albert quiso aludir, con cierta malicia, al constante apoyo que Leni prestaba a los esfuerzos de Heinz por obtener contratas en obras e instalaciones militares, en pro, no solo de Heinz como ingeniero, sino de la importante empresa familiar de los Riefenstahl[14]. Pero Leni, poco suspicaz o demasiado pagada de su último éxito, entendió que era a esto último a lo que se refería su interlocutor y le contestó:

-          ¡No lo sabe bien! Apenas he regresado de una corta cura de reposo en Suiza, cuando sus compañeros de armas ya cuentan conmigo para una tarea que supera absolutamente mis conocimientos… Y ahí es donde, contando con su gran amabilidad, espero que me ponga al día de las mayores novedades del Ejército alemán.

-          La verdad, Fraulein Riefenstahl, es que la gentileza ha sido suya, no recordándome que sus deseos son órdenes para mí, habida cuenta de quién procede el encargo.

     Leni obvió referirse a los detalles de tal origen y prosiguió, risueña:

-          ¿Le parece que simplifiquemos la charla, apeando los tratamientos? Ya ha quedado claro que soy una señorita de sonoro apellido y usted un oficial de la Wehrmacht con un imponente von antes del patronímico. Por cierto, mi hermano me adelantó que me las habría con un barón del Mecklemburgo.

     Albert sonrió:

-          Por ahora, el barón es mi padre y, cuando lo inevitable ocurra, el título pasará a mi hermano mayor. Así que a nadie tengo que rendir cuentas si te autorizo a que me llames simplemente Albrecht o, mucho mejor, Albert. Por mi parte, me creo autorizado a llamarte Leni, como lo hace toda Alemania… Pero, antes de seguir, pidamos algo para entretener el estómago. ¿Te parece un baumküchen[15]?

     Leni se echó a reír:

-          Hace, aunque no son meriendas como esa las que me permiten mantener mi tipo y forma física.

-          Tampoco yo abuso de la repostería -replicó Albert-, pero es que hoy, en tu honor, me he quedado sin comer.

     Y con rostro pintorescamente compungido, le explicó que, terminada la jornada matinal en el Ministerio, había pedido que le trajeran un bocadillo y café, para quedarse adelantando el trabajo para la bella Junta[16]. Y, sacando de una cartera que tenía oculta entre sus pies una carpeta, se la entregó a Leni, diciéndole:

-          Como las palabras pueden no ser exactas y olvidarse, aquí tienes un resumen de los principales cambios y novedades de nuestro Ejército en los últimos tiempos. Así lo tendrás todo más claro, cuando hagas el guion, o como se llame, para el documental que con tanto interés espera von Reichenau.

-          ¡Espléndido!, ponderó Leni. Me lo llevaré para leer en casa y ahora podremos hablar de todo lo divino y lo humano.

-          Perdona. De lo humano, lo que quieras, pero de lo divino, no, pues no estoy dispuesto en absoluto a tratar sobre el Führer.

     Leni quedó cortada por unos instantes, hasta captar el sentido de la respuesta de Albert. Luego, rompió en una estruendosa carcajada, coincidente con la llegada del camarero con la bandeja, que estuvo a punto de soltar con el sobresalto por el ruido. El Capitán pensó que estaba ante una mujer franca y espontánea, con la que uno podía sincerarse y hasta cimentar una amistad basada en sus cualidades humanas y artísticas, con independencia de su espléndida belleza que, no obstante, no era del gusto de Albert, partidario de un canon más menudo y tímido. Creo que anda por los treinta y pocos -pensó-, pero se ha desgastado mucho con esa vida tan agitada que lleva.

     Servida la merienda y apartado el camarero, Albert preguntó:

-          Si no vamos a charlar, por ahora, de uniformes y cañones, tendremos que hablar de nosotros. ¿Quién empieza?

-          Tú, naturalmente, repuso Leni. Yo soy un libro abierto para cualquier alemán bien informado -exageró con ironía-.

-          Pues vamos allá, aceptó Albert.  ¿Conoces Schwerin[17]? Allí nací yo en 1900.

     Se le notaba la maestría en el resumen, siempre enfocado a lo que podría interesar a su acompañante, bien como persona curiosa, bien para saber con quién se las había como asesor y consejero. Los Lübstorf formaban parte de la nobleza terrateniente del Mecklemburgo que, con el tiempo, habían ido ganando en cultura y perdiendo patrimonio. El padre, para mejorar la fortuna, se había casado con una joven medio polaca, hija de un naviero de Rostock, por lo que tengo un cuarto de sangre eslava, de la ilustre rama de los Piasecki de Gdingen. Tal vez por ello, o por vencer su natural timidez y escasa afición por el mudo de los negocios, Albert se empeñó en ingresar en la prestigiosa Escuela de Cadetes de Plön[18], aprobando el exigente examen de ingreso un par de meses antes de que estallara la Gran Guerra y un muy ilustre antiguo alumno de la Escuela, apellidado Ludendorff[19], se luciera en el frente oriental. Ni por edad, ni por estudios, tuvo la oportunidad de combatir hasta avanzada la primavera de 1918 en que, como segundo teniente, fue enviado al frente de Champaña, solo a tiempo de participar en el desengaño final:

-          Nuestro modelo de Plön, el general Ludendorff, no ha parado de pregonar desde entonces que los políticos traicionaron a Alemania y vendieron a unos militares que muy bien habrían podido resistir y obtener una paz equilibrada y honrosa, afirmó Albert. No lo creas ni por un momento, Leni. Estábamos al borde del colapso, retrocediendo en todos los frentes, perdiendo uno a uno todos nuestros aliados. El Mariscal[20] y él escurrieron el bulto y forzaron al Kaiser[21] a poner al frente del Gobierno a un militar liberal retirado, el Príncipe Max de Baden, para que gestionara el armisticio y, de paso, se llevase todas las bofetadas. Ciertamente, no puede decirse que obtuviese una paz ventajosa, pero nadie pudo entonces hacer nada mejor.

     Albert esperaba alguna réplica de Leni, pero esta parecía un tanto ausente, desde que su interlocutor inició la diatriba contra el Ludendorff del año dieciocho. En vista de ello, optó por continuar el resumen de su periplo vital:

-          Así que ahí me tienes, teniente de ilustre escuela, condecorado dos veces en seis meses, pero prácticamente cesante, desde que el armisticio y, luego, el Tratado, decidieron la disolución de nuestro Ejército. Pero el nieto de una polaca no era tan dúctil, como para volver al castillo de papá, como un hijo pródigo. Ardía en Rusia la guerra civil -en la que buena parte de culpa tuvo nuestro Diktat de Brest-Litovsk[22]- y nuestros mandos parecían encantados de que nos alistásemos como asesores mercenarios, para plantar cara en las estepas y en Siberia a nuestros recientes enemigos, que ayudaban a los llamados rusos blancos. Los oficiales alemanes hubimos de tomar partido por los bolcheviques y, de hecho, yo combatí durante dos años en el frente del Volga y del Don, contra Denikin y Wrangel[23]. Quizá te resulte curioso que llegase a conocer en Tsaritsyn[24] al camarada Stalin, cosa que me atrevo a revelarte, no solo contando con tu discreción, sino para explicar mi ulterior relación con el Ministro, von Blomberg… Pero veo que va a ser demasiada información para una tarde. Abreviaré diciendo que regresé a la patria a finales del año 1920, condecorado con la Bandera Roja de Batalla y hablando ruso con fluidez. Una y otra cosa, más la recomendación de mi padre, debidamente financiada, me reabrieron las puertas de la Reichswehr, siendo destinado, contra mi voluntad, a un regimiento de Caballería, pues la verdad es que yo no veía mucho futuro a las unidades montadas en una guerra futura. En fin, hube de aceptar el olor a equino y trasladarme a Friburgo de Brisgovia, donde estaba de guarnición mi unidad. Allí conocí a Margaret, una profesora del Liceo de la ciudad, con quien me casaría en 1925.

-          Me ha contado Heinz -interrumpió Leni- que te quedaste viudo muy pronto y que poco menos que tienes decidido no volver a casarte.

-          ¡Este Heinz! -sonrió Albert-. Algo de eso hay: Figúrate lo que significa amar apasionadamente a tu esposa y perderla de sobreparto a los dos años de casados, junto con la criatura que esperábamos. Pero, cambiando de persona, que no de tema, creo que tu hermano va a ingresar muy pronto en el gremio de los casados y, precisamente, llevará al altar a una maestra.

-          Te equivocas -objetó Leni, con rostro displicente-. El maestro es el padre de la novia… En mi opinión, se trata de un romance un tanto precipitado.

-          Mujer, tu hermano no está ya lejos de los treinta y parece muy enamorado. 

-          Digamos que no es la mujer adecuada para él -insistió Leni-, ahora que empieza a progresar social y económicamente, con arreglo a sus cualidades y merecimientos.

     Albert tenía mucho que objetar al planteamiento de la hermosa cineasta, pero no quería polemizar con ella a propósito de quién era en realidad la verdadera fuente de las cualidades y merecimientos que quería atribuir a su hermano. De modo que decidió reanudar el hilo de su biografía y acabar lo poco de más que quería exponerle:

-          En 1928, hallándome todavía en Friburgo, aunque ya como capitán, recibí una insospechada orden de presentarme en Berlín, por decisión del entonces mayor general von Blomberg, quien iba a emprender una amplia visita a la Unión Soviética, nuestro insospechado amigo por mor de una común inquina hacia el Tratado de Versalles. Se ve que en nuestro ejército todavía se acordaban de que un tenientillo, llamado von Lübstorf, había estado pegando tiros con los rojos, diez años atrás. En el informe que te he entregado cuento algo del camino de Damasco[25] que supuso para nuestro actual Ministro aquella visita a Moscú. Lo cierto es que también yo volví de ella transfigurado: Le caí bien al General, que decidió tomarme bajo su protección. De Friburgo fui trasladado a Berlín, a un regimiento de élite -¡y de Infantería!-. Así me convertí en el Capitán de Köpenick, modelo y mentor de los jóvenes oficiales que vivían en la gran Residencia del cuartel. Tal vez, Heinz te habrá contado algo de mis amistades y andanzas por la Capital durante los últimos años de la República. Luego, llegó el Führer a la Cancillería y todo ha cambiado. Gracias a no haber perdido el tiempo del todo, bebiendo con segundos tenientes y persiguiendo a jovencitas por la Ku’Damm[26], me convertí en oficial de Estado Mayor, con el número 3 de mi promoción, y el año pasado von Fritsch se fijó en mí, como posible experto en organización de acuartelamientos, ante el servicio militar obligatorio que se avecinaba. Como te habrá advertido Heinz, soy implacable en exigir calidad de materiales y no acepto sobornos… Pese a lo cual, con la ayuda de mi padre, he alquilado un coqueto apartamento en la Unter den Linden, junto a la Nueva Guardia[27]. Ello, unido a mi inminente ascenso, dará lugar a que el pintoresco Capitán de Köpenick se convierta en un elegante Mayor unter den Linden, que está y estará, admirada Helena[28], a tu servicio.

Estatua del auténtico Capitán de Köpenick ante el antiguo Ayuntamiento de la localidad

     El retrato del Consejero von Lübstorf estaba acabado. Pidieron otra cafetera, con el líquido bien caliente, y, tras llenar nuevamente las tazas, Albert provocó a Leni:

-          Y ahora, Fraulein Riefenstahl es su turno de dirigirse a este Consejo de Guerra. ¿Qué méritos aduce en su historial para dirigir un documental sobre nuestra nueva y, a la vez, inmortal Wehrmacht?

 

 

3.   Una charla algo menos amable


     A fin de evitar inútiles repeticiones y, a un tiempo, conocer mejor a Albert, Leni optó por empezar con una pregunta:

-          Antes de nada, ¿te gusta el cine? ¿Has visto alguna película mía?

-          Vas a reírte de mí, repuso Albert, pero casi he dejado de ir al cine desde que murió mi esposa. Supongo que, al principio, sería porque la echaba de menos en la butaca, a mi lado. Luego, me ha podido la incomodidad de salir de casa, hacer cola para la entrada y, finalmente, hallarme entre un público desconocido que fuma, comenta y se expresa como si estuviese en el salón de su casa. Vamos, que, desde que vi Metrópolis[29] con ella, a punto de salir de cuentas, no habré ido al cine más de cinco o seis veces.

-          Siendo así -dedujo Leni, con cierta sorna-, no creo que le haya tocado la suerte a ninguna de mis películas…, ni siquiera a La luz azul[30].

-          Te equivocas. No hace mucho fui a ver El triunfo de la voluntad, como casi todo el mundo en Berlín, a juzgar por el llenazo que había el día en que acudí al UFA-Palast.

     Con gran sorpresa de Albert, su directora le replicó, desdeñosa:

-          ¡Bah! El triunfo no es una película, sino un documental… y por encargo.

     El Capitán, contra su costumbre, decidió polemizar, o le salió así de modo inconsciente:

-          Discrepo. No creo que sea un simple documental y, desde luego, tiene de ti mucho más de lo que sugieres: Por de pronto, todo lo bueno que encierra y, seguramente, mucho de lo malo.

     La cineasta dio un saltito en la silla, echó para adelante su cuerpo y, fijando sus ojos muy abiertos en los de Albert, dijo muy lentamente, recalcando las eses:

-          Erklären Sie sich[31].

     Por el contrario, el militar se arrellanó en el sillón y, entornando los ojos y esbozando una sonrisa, enumeró:

-          Primero: Desde mi modesto sentido estético, has creado una obra de arte, formalmente espléndida, a años luz de la propaganda nacional-socialista al uso. Segundo: Tengo la impresión de que has tomado partido y participado del entusiasmo irracional de las masas que rodaste. Tercero: De cuanto grabaste, y fue muchísimo, has escogido lo que te parecía más enaltecedor de quien te hizo el encargo, apartándote de la objetividad… En fin, no deja de ser la opinión de un espectador que apenas sabe de cine, pero presume de que su sentido artístico y su conocimiento político son superiores a los de la mayoría.

     Como si de un reto se tratara, Leni decidió rebatir lo sostenido por Albert, mostrando indirectamente su respeto por la opinión que tan radicalmente aquel le manifestaba. Si, además, trataba de convencerlo, fracasó en el empeño y se encontró con un antagonista más duro de lo que creía, pese a iniciar la réplica por lo que era su fuerte:

-          Vamos a ver, Albert, ¿has visto alguna película de propaganda, en que no se agregue una sola palabra, fuera de las efectivamente pronunciadas por los personajes filmados?

     El interpelado jugaba con cierta ventaja pues Heinz había contado, entre amigos, las técnicas del rodaje, en que había participado ayudando con la cámara a su hermana, así como del agotador esfuerzo de montaje durante medio año. La respuesta, pues, fue contundente:

-          La voz del narrador es solo uno de los métodos de orientación y ensalzamiento de un documental, y de los más burdos. Están también la elección de la música; la selección y recorte de los discursos; la iluminación y la posición de las cámaras; la elección del material de rodaje cuando se cuenta con muchas cámaras y mucho metraje; el montaje creativo, enlazando motivos y momentos selectos; incorporación de sonido y rodaje de imágenes a posteriori; la omnipotencia del protagonista, frente a la zalamería e inocuidad de sus adláteres; el público presente, convertido en masa unitaria y exultante… En efecto, Leni, nadie puede dudar de que El triunfo es un documental, pero al servicio de un encargo y de una persona… Si hubiese sido un simple documento, o un panfleto, te aseguro no creo que hubiese salido del cine con una sensación tan poderosa y duradera de vergüenza; de vergüenza y de miedo.

     Leni estaba totalmente confusa. Aquel visitante ocasional de las salas de cine había captado y resumido en un momento, no solo lo que ella sabía y no quería reconocer, sino ciertos rasgos que le habían pasado casi desapercibidos en sus consecuencias. Trató de ganar tiempo, pidiéndole alguna aclaración:

-          ¿Vergüenza y miedo?

     Albert machacó, inflexible:

-          Vergüenza de que, al parecer, el pueblo alemán y sus dirigentes políticos hayan tirado por la borda siglos de cultura y diversidad, para rendir culto servil a las ideas de una sola persona, por muy elevada que sea, quien, a juzgar por el documental, las expresa a gritos y sin profundidad ni matices. Y miedo, por eso mismo: Si tan solo dos años han servido para convencer a muchísimos de que Alemania se reduce al Estado y a un Partido, y si Estado y Partido se resumen en un solo hombre, ¿qué puede pasar si ese señor absoluto y guía de la nación se equivoca y nos conduce a todos al abismo?

     Leni estaba atónita. ¡Alguien, en aquella Alemania, se atrevía a cantar las glorias de la nación, no para confundirla con un caudillo y un partido político, sino para abogar en favor de la reflexión, la crítica y la diversidad! Le pareció que venía de muy lejos, como en un susurro, la voz del Capitán de Köpenick, afirmando:

-          Llámalo como quieras: miedo, tristeza, vergüenza ajena. Porque, por el camino que llevamos, esto no va a acabar cuando se alcance el pleno empleo, ni con la denuncia del Diktat de Versalles, sino en una caída sin fin. Y es llamativo, querida amiga, que, tú, que has escalado tantas cumbres, no hayas tenido la impresión en Núremberg[32] de estar cayendo al vacío.

***

     Leni no sabía por dónde empezar. Finalmente, se decidió por abandonar el tema de si era o no un documental, y abordar aquello de que El triunfo guardaba lo mejor y lo peor de ella:

-          Bueno -comenzó, conciliadora-, por lo menos formalmente te gustó lo que viste.

-          En efecto, y mucho -convino Albert-; como me figuro sucedería a quien te hizo el encargo de rodarlo.

-          Así es; aunque no creas que la opinión ha sido unánime. Hay mucho asno en el Partido -estoy de acuerdo contigo-, como también muchos envidiosos.

-          Pues, si para algo vale la opinión mayoritaria en la Alemania de hoy -repuso Albert-, no hay más que ver la afluencia de espectadores, cuyo entusiasmo nace, en mi opinión, del brillante espectáculo que presencian, no de gritos, saludos y desfiles, que están cansados de ver.

-          Ojalá sea como dices, ya que hice un esfuerzo de trabajo e improvisación como no te imaginas… ¿Y que es lo malo de mí, que has visto reflejado en el documental?

     Albert sonrió al escuchar, y recalcada, la palabra maldita. Le contestó:

-          Lo peor es que también personas como tú dejéis de pensar por vosotras mismas y os apuntéis a la tesis de que el Jefe siempre tiene razón y no hay otro deber de conciencia que el de obedecer. Sinceramente, Leni, ¿lo crees así?

-          ¡Claro que no!, enfatizó la cineasta. En la medida de lo sensato y de lo posible, he hecho un trabajo personal, apartándome en numerosas ocasiones de seguir sus directrices y consejos; y, tan pronto acabe este maldito apéndice militar, seguiré con mi carrera y mis proyectos, que en mala hora hube de abandonar.

     El Capitán comprendió que, también él, había alcanzado con Leni el máximo nivel de lo sensato y lo posible, por aquella tarde, al menos. Echó ostensiblemente mano a la muñeca para mirar la hora y, realmente, se admiró de lo rápido que habían pasado tres horas. Hizo como que se justificaba, para rebajar la tensión:

-          Creo que ahora estamos en condiciones de comprendernos bien y de saber lo que cada uno puede esperar de una armoniosa colaboración. De todas formas si, visto lo visto, concluyes que no te valgo para ayudante, bastará con que no vuelvas a ponerte en contacto conmigo. En cualquier caso, las notas que he redactado podrán servirte para la tarea que tienes que abordar.

-          De ninguna manera daré la callada por respuesta, opuso Leni. Te llamaré con lo que decida, una vez leído tu resumen con detenimiento. Y, entre tanto, si quieres volver a hablar de estética y de política con la sinceridad de hoy, llámame para desahogarte, pero no se te ocurra confiarte así a nadie, fuera de tus íntimos.

     Albert le estrechó la mano con firmeza y concluyó:

-          Descuida; hay muy pocas personas con las que merezca la pena compartir la verdad: Puede que tan pocas, como las que son dignas de que compartamos con ellas la vida.

 

 

4.   La perspectiva militar


     Pese a la promesa de Leni, Albert estaba convencido de que, si volvía a ver a la espigada berlinesa, sería por casualidad. Sus notas sobre la situación militar eran más que suficientes para preparar un breve documental sobre la nueva Wehrmacht, y su despiadada crítica de la deriva alemana y del Triunfo como documento era difícil que fuesen digeridas por la cineasta, a poco que las rumiara. Sin embargo, ocho días después de su cita en Buchwald, recibió en su oficina del Ministerio la llamada de Leni, con un contenido bastante extraño:

-          Por favor, Albert, hazme un hueco esta tarde para tratar sobre lo que tenemos entre manos. Para causarte el menor trastorno posible, iré yo a tu casa. Dime la hora y dame la dirección exacta.

     La tensión que revelaba por teléfono se había disipado cuando apareció por el apartamento del capitán, con el cabello suelto y un cartapacio bajo el brazo. Albert estaba de buen humor, aunque su sentido de este no fuese siempre el adecuado:

-          Hum, ya veo que se trata de abordar la política militar -dijo, al ver que Leni, nada más sentarse, abría la cartera y sacaba los folios con membrete del Ministerio-. Al notarte por la mañana tan agitada y con tanta prisa, había pensado que podías necesitar de un oficial y caballero para defenderte de las furias del Partido.

     Leni captó inmediatamente que aludía a la persecución de Goebbels[33] y enrojeció:

-          Ya veo que las patrañas circulan raudas por Berlín -protestó-. Espero que los oficiales caballeros no les presten oídos y se apliquen al trabajo serio.

     Un poco cortado, Albert se batió con orden en retirada:

-          ¿Quieres ver todo el apartamento y tomar algo, antes de empezar con el trabajo serio?

     Leni cambió inmediatamente de temple y se levantó, sonriente:

-          No hay prisa, dijo. Tengo toda la tarde libre.

     Media hora más tarde, los preámbulos de cortesía dieron paso a la entrada en materia. Leni procuró abreviar la tarea, resumiendo los antecedentes de la situación, fruto de la derrota en la Gran Guerra y del Tratado de Versalles:

-          Ya veo -comenzó- que los términos del Tratado convirtieron al Ejército alemán en una simple fuerza de policía, para mantener el orden interior y la seguridad en las fronteras, y que esta deprimente situación fue aceptada sin pestañear por nuestras autoridades, hasta que llegó Hitler al poder.

-          No es del todo exacto -rectificó Albert- que hubiese una absoluta conformidad con lo impuesto en Versalles, pero la verdad es que poco podía hacerse en la situación y con las fuerzas que teníamos. De todas formas, salvo los nostálgicos y los militares que alentaban la falacia de la traición, a ningún alemán le interesaba por entonces dedicar una partida importante de nuestro menguado presupuesto a temas militares. Con pagar las indemnizaciones de guerra y subsidios para huérfanos, viudas e imposibilitados, teníamos bastante. Luego, nos alcanzó la crisis económica mundial, con su secuela de paro y miseria, y nadie se acordó de cuarteles y de maniobras. ¿Sabes que mis soldados han llegado a hacer la instrucción con fusiles que no funcionaban y que hemos realizado ejercicios con tanques de madera? Ahora levantamos fábricas de material militar, en las que se da empleo a los parados, pero en el año veintiocho, si alguien hubiese sugerido cambiar la mantequilla por los cañones, lo habrían colgado de las farolas de la Puerta de Brandemburgo.

-          Está bien -repuso Leni, desechando la controversia-. Lo cierto es que, en los dos últimos años, la situación militar ha cambiado radicalmente, pudiendo decirse que las prohibiciones del Diktat ya son historia.

-          En efecto, de manera evidente o en secreto, se han ido eludiendo los límites impuestos en Versalles. Los cien mil efectivos como máximo se han obviado con la militarización de las fuerzas del Partido, hasta alcanzar unos tres millones de hombres, armados a la ligera -es cierto-, pero con una sólida estructura jerárquica…

-          Veremos qué queda de ellos -interrumpió Leni- tras el descabezamiento de las S.A.[34]

-          No estoy tan al tanto del tema, como para predecir el futuro, pero, les guste o no a los generales, creo que las S.S.[35] formarán el ejército privado de Hitler. De hecho, me consta que ya cuentan con los efectivos de tres regimientos, con armamento de élite.

-          Perdona la interrupción -se disculpó Leni-. Volviendo a las prohibiciones de Versalles, estas incluían el servicio militar obligatorio, la importación de armas de guerra, la fabricación de artillería pesada, así como de tanques, la creación de cualquier tipo de aviación militar y la fabricación de submarinos.

-          En efecto, y también la reducción de la Marina de Guerra a términos simbólicos y la desaparición del Alto Estado Mayor de la Reichswehr.

-          Perfecto, estimó Leni. Ahora, por favor, hazme tú un esquema de todo lo que ha cambiado militarmente desde que llegó Hitler al gobierno.

-          Quizá se puedan diferenciar dos etapas, separadas por el mes de marzo del corriente año[36], cuando el Führer prácticamente denunció el Tratado de Versalles, al proclamar de manera pública que Alemania reimplantaba el servicio militar obligatorio, de dos años de duración, a semejanza de lo acordado por Francia. Hasta entonces, de tapadillo pero de forma eficaz, se había reiniciado la fabricación de tanques y armamento pesado, así como de aviones militares, lo que está llamado a transformar un Ejército meramente defensivo y policiaco, en una fuerza armada de intervención y, si se tercia, de agresión. En el año 33, se creó el Ministerio de Aviación, más con objetivos militares que civiles, como lo evidencia que sea el coto privado de Goering[37], y en este mismo 1935, el Ministerio del Ejército se ha convertido en de la Guerra, con tales cambios y ampliaciones, que hasta han contado conmigo para planificar los alojamientos de la tropa.

-          ¿A cuántos soldados tendréis que acomodar en los próximos meses?, preguntó Leni, con la mente puesta en eventuales contratos para la empresa paterna.

-          Es una locura. Contando con quintas anuales de alrededor de un millón de reclutas, podemos tener en dos años -que es la duración del servicio- a dos millones de personas, cuyo acomodo tendremos que gestionar. Y eso es solo el principio, pues la ley de creación de la Wehrmacht, prevé para ella unos efectivos de treinta y seis divisiones, estructuradas en doce cuerpos de ejército, lo que, a razón de unos diez mil hombres por división, supone más de tres millones y medio de individuos bajo las banderas.

     A Leni los números le daban vueltas en la cabeza. Notó que Albert estaba a punto de romper a reír:

-          ¿En qué estás pensando, Albert? ¿En ubicar a tus soldaditos en el Grand Hotel[38]?

-          No sería mala idea, pero lo que estaba pensando era en mirar con lupa la genealogía de nuestros reclutas. Ya sabes que quedan excluidos de entrada todos los judíos y los casados con mujeres judías[39]. Según eso, siendo exigentes…

     Leni quedó boquiabierta. La norma, emanada pocas semanas antes, el 21 de mayo, no había llegado a sus oídos:

-          ¿También los arios casados con judías?, acertó a decir.

-          En efecto, querida amiga. Es una de las razones -bromeó- por la que he decidido mantenerme soltero: para no echar a perder mi brillante carrera.

-          En lo que yo sé -le siguió la humorada Leni-, los Riefenstahl descendemos de Sigfrido y Krimilda[40]; de modo que no hay problema conmigo.

-          ¡Qué desilusión, Leni! Había imaginado que eras una valquiria[41].

***

     Los datos eran interesantes pero, en buena lógica, lo que más podía interesar a Leni para su trabajo eran las relaciones de los altos mandos de la Wehrmacht con las autoridades nazis. Albert trató de simplificar al máximo tan abstrusa cuestión:

-          Desde que los reyes de Prusia dejaron la tarea de gobierno en manos de políticos civiles, siempre ha habido dificultades para someter el Ejército a su control. Yo, que no soy lo que se considera un militar prusiano, no acabo de comprender por qué mis compañeros de armas se han creído siempre la columna vertebral y la quintaesencia del Estado, pretendiendo auto gobernarse y no admitiendo más autoridad sobre ellos que la del rey, como jefe supremo de las fuerzas armadas. Por eso, entre la abdicación del Kaiser y el bochorno de la derrota y del Tratado, la Reichswehr nunca tragó con la República[42] y la visión democrática de su propia función. Unos, como Ludendorff, airearon la patraña de la traición, para explicar el haber perdido la guerra. Otros, como Hindenburg, aceptaron lo inevitable y se dejaron querer de los políticos, llegando a ostentar la jefatura del Estado. Otros, como mi respetado superior von Rundstedt[43], se han aplicado a ejercer el poder que les ha quedado, de manera prudente y eficaz. Y, finalmente, los hay nostálgicos del pasado, como el Ministro von Blomberg, que apoyaron y apoyarán cualquier movimiento dictatorial, con tal que les dé más poder y relevancia. No sé si te he contado ya mi absurda aventura con él en Rusia.

-          Algo me diste a entender, pero nada concreto.

-          Fue en 1928, cuando Blomberg visitó extraoficialmente la URSS, para conocer los progresos y organización del Ejército Rojo. Hube de acompañarlo, como conocedor del idioma ruso y antiguo combatiente a favor de los bolcheviques en su guerra civil. Quedó entusiasmado del respeto con que los comunistas trataban a sus fuerzas armadas y del relevante papel que estas jugaban en la política interna. Yo me hacía cruces de su torpeza: Nunca un ejército estuvo más mediatizado por los comisarios políticos, ni un dictador dominó más a los militares, desde los tiempos de la caída de Trotski[44] hasta ahora mismo. Pero Blomberg no cejaba en sus erróneas opiniones: Desengáñese, capitán -me dijo-: Solo en una dictadura puede prosperar el ejército. La democracia y la disciplina son incompatibles. Y así, ese gaznápiro se entregó a los nazis, olvidando la elemental verdad de que una dictadura, o es militar, o tendrá que controlar y dominar a los militares.

-          ¿Y no hay militares sinceramente nazis, por convicción?

-          ¿Me permites una comparación, sin ofenderte, querida Leni?

-          Te la permito.

-          Con los generales me pasa como contigo. Soy incapaz de conocer sus íntimas creencias. Pero supongo que hay una diferencia: lo que en ti diría que es confusión, en ellos me parece, cada vez más, una falta de gallardía.

Antigua vista de la Unter den Linden y de la Puerta de Brandemburgo (Berlín)

     Leni se sintió molesta de esa especie de superioridad moral de la que parecía gozar Albert. Dulcemente, le deslizó la venenosa pregunta:

-          ¿Crees que podrían hacer otra cosa que obedecer incondicionalmente, tras haber prestado el juramento de fidelidad al Führer?

-          En la medida en que han jurado por Dios, de modo sagrado, entiendo que quedarán liberados cuando el Führer mande algo contrario a la Ley de Dios[45]. Por otro lado, mi inteligente amiga, ¡quién sabe si Dios existe, ni si cada cual cree, o no, en él!

-          ¿Y tú…?, inició Leni la obvia pregunta. Albert cortó incontinente:

-          Si no tienes más preguntas pertinentes, podríamos dar un paseo y tomarnos un helado. Verdaderamente, hoy hace bastante calor y se estará bien en el Tiergarten[46].

-          De acuerdo, aceptó Leni, de buen grado; pero, por favor, quítate la corbata y ponte una prenda más deportiva y fresca que esa chaqueta de paño, que se suda solo de verla.

 

 


5.   El Día de la Libertad


     Aquel verano Albert tomó las vacaciones en la estación balnearia de Rauschen, cercana a Könisberg[47]. Al reincorporarse al Ministerio el primero de septiembre, tenía sobre la mesa, en lugar preferente, un oficio del general Reichenau, fechado quince días atrás, que decía lo siguiente:

     … Se servirá comunicar con el Departamento de Propaganda del Reich (Sección de Cinematografía), para prestar cuanta cooperación le sea solicitada en la realización del reportaje oficial sobre el Día de las Fuerzas Armadas, que habrá de celebrarse en la ciudad de Núremberg, dentro del VII Congreso del N.S.D.A.P., los días 10 a 16 del próximo mes de septiembre.

     Para recibir las oportunas licencias, dietas e instrucciones concretas, se pondrá usted en contacto con el personal de mi Secretaría, a la mayor brevedad posible…

     Así pues, dejando de mano el trabajo atrasado, se dirigió a toda prisa al despacho del General, haciendo por verlo a él personalmente, para disculparse por la tardanza en cumplir las órdenes y, ya de paso, cumplimentarlo con motivo de su recientísimo ascenso a mayor. Resultó que, también él, se estaba reincorporando tras el periodo vacacional, por lo que apenas le atendió un par de minutos, suficientes para advertirle:

-          Colabore en cuanto se le pida, pero, sobre todo, impóngase usted para que nos dediquen un mínimo de media hora…, y desasne a esa amiga de Goebbels para que sepa qué rayos está rodando. Y deme cuenta en el acto de cualquier incidencia que pueda producirse.

     A Albert le molestó la displicencia del General hacia Leni, por lo que trató de justificarla:

-          El problema el año pasado fue el mal tiempo. A ver si este año mejora y, por lo menos, no llueve.

-          Pues esté en contacto con el servicio meteorológico, por si fuese necesario cambiar nuestro Día dentro del Congreso. El Führer nos ha dado prioridad absoluta con motivo de la implantación del servicio militar obligatorio.

     Resueltos los temas administrativos, tocaba ponerse en contacto con Leni, lo que no le desagradaba en absoluto, pero sí que no le hubiera advertido previamente de que iba a requerir de nuevo sus servicios. Pasó por el Ministerio de Propaganda donde, pese a su rango y condición, lo trataron de forma casi despectiva. Estaba claro que la Riefenstahl era todo, menos amiga de Goebbels, como von Reichenau la había llamado.

-          De esto tendrá que tratar directamente con Fraulein Riefenstahl -le dijeron-. Aquí no tiene despacho, ni horario de presencia. Lo único que podemos hacer por usted es que le deje recado y nosotros se lo entregaremos cuando aparezca.

-          Gracias, contestó Albert. Procuraré localizarla por mis propios medios.

     La verdad es que, por tonto que parezca, nunca le había preguntado por su dirección, ni pedido el número de teléfono privado; siempre contaba con su hermano Heinz para conseguir el contacto. Leni lo llamó a media tarde al Ministerio de la Guerra, donde el Mayor se debatía entre montones de carpetas, atrasadas por las vacaciones.

-          Albert -le dijo con jovialidad-, te estoy llamando desde el café de enfrente. Baja unos momentos y hablamos.

     Si Albert había estado tomando las aguas, Leni había trabajado por los dos o, mejor dicho, por todo el equipo que iba a participar en el rodaje del documental -siempre tropezamos en la misma palabra-. Tras disculparse por no haber contactado previamente con él -no tenía ni idea de dónde pasabas tus vacaciones, le dijo-, resumió en pocas palabras lo que esperaba de él en las próximas fechas:

-          No te hagas de nuevas, Albert, pues sabes de sobra que te necesito o, cuando menos, que estoy mucho más segura, si me ayudas a relacionarme con tus colegas. El equipo y yo marchamos pasado mañana a Núremberg, para todos los preparativos, pero tú puedes quedarte unos días aquí todavía. Claro que, si vas informándote de lo que se prepara para el gran Día y me haces un esquema de cómo abordarlo, mejor que mejor. Pararé -o, mejor, pararemos- en el hotel Victoria[48], para tener más tranquilidad. Así que ya sabes dónde encontrarme.

-          Está bien -suspiró Albert, recordando que el trabajo atrasado seguiría creciendo por quince días más-. ¿Vendrá también Heinz, como el pasado año?

-          ¿No sabes que está recién casado? ¡Claro!, la novia no quería mucha gente alrededor y apenas avisaron a nadie. Debían de creer que, por ser yo quien soy, iban a presentarse todos los jerarcas del Partido. En fin, disculpa la grosería de no avisarte y tómala como la debilidad de un hombre demasiado enamorado.

-          Cada cual organiza su boda como le parece bien y lo respeto. Tampoco yo he avisado, por ahora, a los amigos para celebrar mi ascenso. Leni, tienes ante ti al Mayor de Köpenick.

-          ¡Que sea enhorabuena, y por muchos años!, exclamó Leni.

-          Gracias, pero sería mejor que no fuese por mucho tiempo, ya que todavía me quedan bastantes grados por ascender.

Hotel Victoria de Núremberg en la época de este relato

***

     Albert llegó al hotel Victoria a mediodía de la víspera de la gran Jornada de la Wehrmacht. Leni le había reservado una habitación de la segunda planta, pequeña pero exterior. Dejó el equipaje, se aseó y cambió su uniforme por un atuendo sport, del gusto de Leni. Al bajar y encaminarse al restaurante del propio hotel, el recepcionista le advirtió:

-          Fraulein Riefenstahl le espera en la mesa dieciséis. Indíqueselo al camarero.

     De no estar avisado, Leni le habría pasado desapercibida. Con la media melena recogida, sin maquillaje ninguno, vestida con una especie de bata o guardapolvo blanco, abotonado de arriba abajo, talmente parecía lo que Albert, sin ninguna consideración, le espetó:

-          ¡Caramba, Leni, te había confundido con la chica de la limpieza!

-          Estarás todavía mareado del viaje, le respondió la limpiadora. Por fin, no te animaste a venir en avión.

-          Imposible: con el Congreso no había plazas libres. He viajado en el tren nocturno.

     Comieron sin hablar apenas. Ambos daban una evidente impresión de estar cansados. Con todo, Albert la tranquilizó sobre el trabajo:

-          En la habitación tengo todo lo que me pediste. Si quieres, echamos una siesta y por la tarde te explico. ¿Estás hospedada aquí mismo?

-          En el mismo piso del hotel que tú. Los muchachos del equipo de rodaje han tenido que acomodarse en el Deutscher Kaiser[49], en habitaciones dobles. Está muy cerca de aquí.

     Por el excesivo cansancio y la falta de costumbre, la siesta fue corta y, a eso de las tres, ya estaban con una buena cafetera, repasando lo realizado por Albert, que este resumió así:

-          Una vez que insertes el discurso del Führer, podemos introducir un desfile in crescendo: infantería del Ejército; fuerza a pie de la Marina; la caballería, que tanto te gusta; infantería en motos con sidecar; artillería autopropulsada; vehículos blindados; por fin, la atracción máxima del desfile, los nuevos tanques, prueba mayor de que el Führer ya no respeta el Tratado de Versalles.

-          Me parece una buena secuenciación, pero ¿dónde has dejado la fuerza aérea?

-          Creo que antes podrías montar todo lo que ruedes sobre la demostración de la infantería, la artillería y los motorizados maniobrando y aparentando enfrentarse unos a otros. Luego, como golpe de efecto, aparecerían los aviones en el cielo -ojalá esté algo nublado-: primero los aparatos antiguos y, acto seguido, los nuevos bombarderos. La artillería antiaérea les hará frente, disparando de fogueo mientras pasan. Por último, recogerías el gran momento, que prepara Göring: una escuadrilla en perfecta formación, dibujando una cruz gamada en el cielo.

     Leni entornó los ojos, como si ya estuviese viendo con la imaginación el resultado del proyecto. Luego, con semblante sonriente, dijo:

-          Ahora me toca a mí exponer cómo veo la primera parte del reportaje, hasta llegar al discurso del Führer, y vas a ver que no hay grandes novedades respecto del Triunfo. Después de los títulos de crédito, irán unas tomas del campamento militar al amanecer, con un centinela paseando por entre las tiendas de campaña. Luego, el toque de diana; la afluencia alegre de los soldados a la higiene diaria y al desayuno; la formación de la tropa de a pie, con la banda de música y las banderas, seguida del desfile por la Grosse Strasse, con el Dudzenteich a los lados -los soldados irán cantando alguna marcha, que elegiré con Kreuder[50], grabándola en estudio-; luego, tus soldados de Caballería; a continuación vista general de las gradas y las banderas del Campo Zeppelin, y, sin más, paso a la tribuna, con Hitler, Goering y Blomberg en la presidencia.

-          No olvides al almirante Raeder, como Comandante en Jefe de la Kriegsmarine.

-          Tienes razón -reconoció Leni-. No sé qué haría sin ti -bromeó-. Pero sigo dando vueltas al comienzo del documental. Aparte la bandera con la cruz de hierro ondeando ligera al viento, no acabo de ver esa imagen, fuerte y artística a la vez, que introduzca espiritualmente el tema.

-          Las caras de los generales desairados el pasado año, recordó con guasa Albert. ¿No era esa la sugerencia del Führer?

-          ¡Antes me corto una mano!, exclamó Leni con ira… ¿Sabes? Creo que me has dado una idea excelente: una fila de rostros, pero no de viejos generalotes, sino de jóvenes y firmes soldados, calado el casco y saliendo sus figuras de entre las sombras. ¡Magnífico! En el día en que se celebra el nuevo servicio militar universal, nada mejor que una hilera de soldados anónimos en formación.

-          No está mal como forma de darle la vuelta a la ocurrencia de Hitler, dedujo Albert. Pues ahora voy con mi coincidencia. Mientras me adormilaba en el tren, me quedé pensando en la boda de tu hermano; de ella, pasé a la mía y recordé nuestra salida de la iglesia, con las dos filas de oficiales formando guardia de honor, con los sables cruzados, como es habitual. Entonces pensé en algo parecido para rendir tributo a la nueva Wehrmacht, pero no con sables de oficial, sino con las armas propias de los soldados, fusiles y bayonetas. ¿Qué te parecería que la cámara avanzara bajo un entramado de cañones de fusil y bayonetas cruzados? Lo que no acabo de ver claro es qué se aparecería bajo ellos.

Composición sobre el inicio del Día de la Libertad

     Leni permaneció callada un tiempo, tratando de visualizar la idea ajena. Luego dijo:

-          No es preciso que se vea nada. El sonido de una trompeta de órdenes; timbales y tambores. Es el alma del Ejército la que pasa: Ningún espectador tendrá duda de ello, aunque no lo capte con los ojos… ¡Eres grande, mayor! Te reservaré el primer puesto entre los colaboradores: Te lo mereces.

-          Muy agradecido, Directora, pero he de rehusar. Ningún militar debe figurar resaltado en los créditos y, menos aún, uno de baja graduación. Además, ya sabes el dicho: un soldado no debe destacarse, ni siquiera en el combate.

-          ¡Eso acabas de inventártelo! -acertó Leni-. De cualquier modo, vas a tener que sobresalir de algún modo porque estoy invitada a cenar en compañía de gente muy importante y no pienso ir sola para que me asedie el enano cojo[51] toda la noche.

-          Lo siento, Leni, objetó Albert con pena. No tengo más remedio que partir inmediatamente para el campamento de la Wehrmacht. De otro modo, ni ellos sabrán exactamente nuestros propósitos, ni nosotros estaremos al tanto de los suyos. De no hacerlo, mañana podría resultar un desastre.

-          Al menos -insistió Leni- podrías aparecer por el Deutscher Hof[52] cuando acabes. A los postres, te presentaría a Hitler y luego, pretextando el madrugón que vamos a darnos mañana, nos retiraríamos sanos y salvos. ¿Qué te parece?

-          Me parece que defenderé con la vida la honra de mi dama. Espero llegar a tiempo de librarte de las fauces del dragón.

     En efecto, así sucedió, aunque con alguna variante en el guion. El mayor von Lübstorf apareció en la escena, uniformado de punta en blanco, luciendo las condecoraciones alemanas que le habían sido concedidas y, a mayores, la de la Bandera Roja de Batalla, que había alcanzado de los bolcheviques en la guerra civil rusa. Como no podía ser de otro modo, Hitler se fijó inmediatamente en ella y le pidió explicaciones, muy interesado. Albert le dio todos los detalles y concluyó:

-          Ignoro si mein Führer considerará inadecuado que luzca esta presea precisamente hoy, pero puede ser un buen recordatorio para quienes ignoren que, no hace tanto tiempo, los hijos de Alemania tenían que ir a buscar acción y gloria bajo otras banderas.

     Hitler quedó pensativo unos momentos. Luego, con una sonrisa, replicó:

-          Tiene mucha razón, mayor Lübstorf. En cualquier caso, el valor y la Historia siempre tendrán en mí a un adalid, por más que cambien los tiempos y las alianzas.

     Seguidamente, tomando a Leni del brazo, Albert se acercó a cumplimentar a von Blomberg, a quien la Bandera Roja le despertó recuerdos dormidos y que, tal vez, no era el momento histórico de remover. El Mayor le susurró unas palabras al oído; el General sonrió y se acercó a Hitler muy ceremonioso:

-          Mein Führer, dijo, se está haciendo tarde y estos jóvenes han de hacer los últimos preparativos técnicos para el gran día de mañana. ¿Sería mucho pedir, en nombre de la Wehrmacht, que los autorice a retirarse?

     Hitler bromeó:

-          ¡Hay que ver como cuida el Ministro del espectáculo de su Día! Por supuesto, cumplan con su trabajo y esperemos, Leni, que mañana salga un día radiante.

-          No me cabe duda, mein Führer, repuso la cineasta. Si alguna fuerza humana tiene poder sobre las nubes, esa es unsere Wehrmacht[53].

     Aprovecharon lo templado de la noche y la estricta seguridad policiaca de las calles, para olvidarse del coche y recorrer a pie el trayecto entre los hoteles. Paseando junto a ella, ya sin la tensión de la presencia de Hitler, Albert se fijó en el espectacular mono azul cobalto de Leni, ceñido con una banda de raso a juego, con perneras tan amplias, que simulaban una falda talar; los altos tacones y la crespa melena la hacían ligeramente más alta que su acompañante. Leni noto que era admirativamente observada y preguntó:

-          ¿Y qué, mayor?; ¿le gusto más así o como muchacha de la limpieza?

     Albert se tomó las preguntas muy en serio:

-          Supongo que un término medio resultaría más apropiado -respondió-, pero, si he de elegir, me quedo con la limpiadora.

     Leni se percató de que la contestación tenía su miga, y no quiso quedarse atrás:

-          No creas, que también tú tienes dos versiones, que tampoco compatibilizas del todo bien. Por ejemplo, esta noche has representado la de hombre inteligente y de mundo, que es experto en salir con bien de todas las complicaciones. Pero conmigo muestras otra, espontánea y sensible, que puede traerte muchos problemas en este país, y en otros tantos. Si quieres sobrevivir, tendrás que habituarte a contemporizar o, cuando menos, a callar.

     Albert le habría replicado de buena gana que también el silencio mata, o que no merece la pena pagar cierto precio por vivir, pero se contuvo. Comprendía que Leni no lo reprendía con la cabeza, sino con un corazón de amiga. Dejó pasar callado unos instantes y, ya a la vista de la Königstor[54], aclaró a su compañera:

-          Por cierto, he comprobado que todo está bajo control. Mañana, como querías, nos esperan a las seis en el campamento de la Wehrmacht, para iniciar el rodaje. Están ya perfectamente al tanto de todas las tomas previstas, del orden de las mismas y de los puntos en que están colocadas las cámaras fijas. En fin, si no se cae algún avión o se desboca un caballo, todo irá como la seda.

-          Y parece que el tiempo acompañará. Mira que precioso reflejo de la luna en las nubes.

     Subieron hacia las habitaciones y, ya en el segundo piso, Leni se lamentó:

-          ¡Dios mío, qué tarde es! ¡Y mañana, a las cinco, arriba!

-          Querida -precisó Albert, mostrándole la esfera de su reloj-, hace tres minutos que mañana ya es hoy.

***

     Justo a la misma hora, pero veinticuatro más tarde, el documental que se llamará El Día de la Libertad[55] ya duerme enlatado en las cajas que lo trasladarán a Berlín, en espera de la labor de montaje o edición, que, por tratarse de un corto de algo menos de media hora, verá la luz, solo, tres meses y medio después. La feliz mamá ha cenado con todo su equipo de colaboradores y, luego, pretextando una fuerte jaqueca, se ha retirado a descansar a su habitación. Los Mitarbeitern[56] bromean, dispuestos a seguir la juerga por la noche:

-          ¡Pobre Leni! Ya está vieja para trasegar tanto alcohol, opina Frentz.

-          Aquí ya no tenemos nada que hacer. Vamos a descansar a otra parte. ¿Nos acompaña, mayor?, invita Bielke.

-          No, gracias, rehúsa Albert. Mi tren sale mañana bastante temprano.

     Sube a su habitación y, desde ella, telefonea a la de Leni, para interesarse por su estado y ofrecerse, por si necesita alguna cosa. Ella responde:

-          Nada, por ahora, pero no te ausentes de la habitación, por si te necesito.

     Apenas cinco minutos más tarde, alguien llama quedamente a la puerta de Albert. Este, todavía vestido y en pie, entreabre. Es Leni, con su indumentaria de faena y con un plumero en la mano, que a saber cómo habrá conseguido.

-          Servicio de habitaciones, mayor -explica, conteniendo la risa-. Pero no es preciso que salga del dormitorio mientras lo limpio.

Leni Riefenstahl en un “descanso” del rodaje de el Día de la Libertad

 

6.   Epílogo


     El Dia de la Libertad fue estrenado el 30 de diciembre de 1935 en el UFA-Palast berlinés, formando programa con la interesante película histórica, Der höhere Befehl[57]. Su corta duración, y la escasa aportación de novedades respecto del precedente Triunfo de la Voluntad, dieron lugar a que su repercusión de crítica y público fuese modesta. Leni olvidó aquel trabajo de circunstancias y, casi sin solución de continuidad, volvió a su película soñada, Tiefland[58], y a su versión magistral de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, que se estrenaría en 1938 en dos partes, con el título genérico de Olympia[59]. Pero la vida y obra de Leni Riefenstahl son sobradamente conocidas y controvertidas, como para volver sobre ellas en este relato.

     Pero ¿qué decir de Albert von Lübstorf, muchísimo menos afortunado en el recuerdo, incluso, de la propia Leni, que ni tan siquiera se acordó de él en sus Memorias[60]?

     Ya desesperaba yo de encontrar noticias sobre tan fantasmal o, por lo menos, escurridizo personaje, cuando me topé en una hemeroteca de Stralsund con una colección incompleta del Rostocker Anzeiger[61], magníficamente digitalizada, con índice onomástico. Me fui como una flecha a la L, y allí encontré varias referencias a la familia Lübstorf, entre ellas, tres correspondientes a Albert (en el diario, Albrecht): la de su nacimiento, la del ascenso a mayor y una tercera y última, publicada en el número del martes, 12 de noviembre de 1935. El texto de la noticia, oportunamente resumido, decía así:

       Ayer tarde se tuvo confirmación oficial por la Autoridad portuaria del naufragio del velero deportivo Rasant Möwe, con doce tripulantes a bordo, como consecuencia del violento y repentino temporal que se levantó en la tarde del pasado viernes, día 8, durante la travesía que dicha embarcación realizaba entre Rostock y el puerto danés de Gedser[62]. Las tareas de localización del barco y recogida de sus pasajeros, vivos o muertos, está resultando hasta ahora infructuosa.

     Entre los tripulantes, se da por segura la identidad de Albrecht von Lübstorf, mayor de la Wehrmacht, perteneciente a ilustre y conocida familia de Schwerin; de…

     Si yo tuviese alma de detective, habría tratado de hallar respuestas a un viaje tan deportivo por el Báltico, cuando entre los citados puertos alemán y danés funcionaban diariamente ferris y la travesía, de unas 34 millas náuticas[63], no era corta ni sencilla para un simple velero. Por otra parte, aunque no se daban datos de la embarcación, doce personas en un velero parecen una carga excesiva. ¿Habría sido tan repentino el temporal, o estaba previsto y justificado el riesgo? ¿Sería el viaje de Albert de ida y vuelta, o no tenía retorno previsto? ¿Quiénes eran los compañeros con los que realizó su último viaje?

     Tal vez algún día me dé por buscar las respuestas, si alguno de ustedes no se me adelanta en el empeño.

Estatua alegórica (Castillo de Schwerin)



[1] Helene (Leni) Riefenstahl (1902-2003), bailarina, actriz, fotógrafa y directora cinematográfica alemana, famosa principalmente como autora de dos películas de corte documental (El triunfo de la voluntad y Olympia), que muchos consideraron de propaganda nazi y actuaron contra ella en consecuencia.

[2] Como se sabe, título atribuido legalmente a Adolf Hitler (1889-1945) durante su etapa de Jefe de Estado de Alemania (1934-1945). Equivale al de Caudillo, utilizado en España por Francisco Franco Bahamonde, entre 1936 y 1975.

[3]  Pintoresco estafador alemán, llamado Friedrich Wilhelm Voigt (1849-1922), protagonista de una obra de teatro (1931) y de varias películas (1931. 1956…) sobre su figura.

[4]  Nombre dado a las fuerzas armadas alemanas entre 1919 y 1935.

[5]  Triumph des Willens, extraordinaria película rodada por Leni Riefensthal en el VI Congreso del Partido nazi en Núremberg (septiembre de 1934), estrenada en Berlín en marzo de 1935. Existe una interminable discusión sobre si merece calificarse como película documental o de propaganda.

[6] Nombre que pasaron a tener las fuerzas armadas alemanas entre 1935 y 1945.

[7] Tratado impuesto (Diktat) a Alemania por las Potencias que la vencieron en la Gran Guerra (1914-1918). Fue suscrito en Versalles, en junio de 1919, con unas condiciones muy severas para el pueblo alemán.

[8] Generales dominantes en el Ministerio de la Guerra alemán de la época: Werner von Blomberg (1878-1946), Werner von Fritsch (1880-1939) y Walter von Reichenau (1884-1942).

[9]  UFA-Palast am Zoo, la sala de cine más grande y brillante del Berlín de la época, con aforo de unos dos mil espectadores.

[10] Plaza de Postdam, una de las plazas más conocidas e históricas de Berlín.

[11] Apodo despectivo de Hitler, recordando su origen austriaco (había nacido en Braunau am Inn, junto a la frontera alemana) y que en la Gran Guerra no había pasado de cabo, pese a su buen desempeño militar.

[12] Famosa pastelería y cafetería berlinesa, fundada en 1852, cuya especialidad es el pastel llamado Baumküchen. Continúa activa actualmente (2020).

[13] Apellido de los propietarios de Buchwald, a lo largo ya de cuatro generaciones.

[14] El padre de Leni y Heinz Riefenstahl regentaba una importante fábrica berlinesa de aparatos de calefacción y ventilación que, con ayuda de Leni, tuvo grandes opciones de aumentar el negocio durante la época nazi, particularmente, en las nuevas edificaciones oficiales, civiles y militares.

[15] Véase antes, nota 12. Sus ingredientes son: mantequilla, huevo, azúcar, vainilla, sal y harina

[16] Junta era el nombre de la protagonista de la película La luz azul (Die blaue Licht, 1932), encarnada por Leni Riefensthal, que fue también coautora del guion y codirectora, junto a Bela Balázs.

[17] Atractiva e histórica ciudad alemana de tamaño medio, capital del land de Mecklemburgo y Pomerania Occidental.

[18] Famosa e ilustre academia de cadetes, sita en la localidad de Plön, en el land de Schleswig-Holstein.

[19] Erich Ludendorff (1865-1937), destacado general y político alemán, figura clave del Estado Mayor en la Gran Guerra; importante apoyo de Hitler en su periodo de ascenso y decidido antagonista a partir de 1933.

[20] Alusión a Paul von Hindenburg (1847-1934), Mariscal alemán muy relevante en la Gran Guerra y Presidente de la República entre 1925 y 1934.

[21] Título alemán del Emperador. En el relato se alude precisamente a Guillermo II (1859-1941), que fue el Kaiser entre 1888 y 1918. Literalmente, Kaiser significa César, al modo de los emperadores romanos.

[22] Ciudad en que se firmó, en marzo de 1918, el tratado que puso fin a las hostilidades entre los Imperios alemán y austro-húngaro de una parte (con las demás Potencias a ellos aliadas) y las autoridades comunistas de Rusia, de otra. La parte rusa reconoció su derrota y aceptó, entre otras cosas, una gran pérdida territorial en su frontera occidental.

[23] Generales que, al frente del bando de los Rusos Blancos, sostuvieron la guerra civil contra los comunistas en la zona sur de la Rusia europea, entre 1918 y 1920, siendo finalmente derrotados.

[24]  Nombre de la ciudad que posteriormente haría inmortal su nueva denominación de Stalingrado (actualmente, Volgogrado).

[25] Cambio brusco y radical de ideología, al modo del sufrido por San Pablo, según se relata en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 9, versículos 1 a 25.

[26] Gran avenida berlinesa, cuyo nombre completo es Kufürstendamm.

[27] Unter den Linden, otra gran avenida berlinesa. La Nueva Guardia, gran edificio inaugurado en 1818, con utilidad primitiva de cuartel para la Guardia o tropas del Príncipe de Prusia.

[28] El nombre original de Leni Riefenstahl era Elena Berta Amelia, en grafía castellana.

[29] Una de las grandes películas de la historia del cine, dirigida por Fritz Lang y estrenada en 1927.

[30] Véase antes, nota 16. Esta película tuvo notable éxito de público y crítica en su momento (1932), y sigue estando bien considerada actualmente, aunque sea poco conocida. Puede verse íntegra y gratuitamente por Internet, en su lengua alemana original.

[31] Traducible por explícate. Empleo el alemán para dejar clara la existencia y ubicación de las eses.

[32] Ciudad en que se rodó en 1934 el Triunfo de la Voluntad, como ha quedado dicho. El año anterior y en la misma ciudad, Leni colaboraría en el documental propagandístico La victoria de la fe (Der Sieg des Glaubens) y en 1935, también en Núremberg, rodaría el Día de la Libertad, Nuestras Fuerzas Armadas (Tag der Freiheit. Unsere Wehrmacht).

[33] Joseph Goebbels (1897-1945), Ministro de Ilustración Pública y de Propaganda de Alemana (1933-1945). Se da como seguro que trató repetida y vehementemente de tener relaciones con Leni Riefenstahl, si bien esta nunca admitió que lo hubiese conseguido.

[34] Siglas de Sturm Abteilung (Sección de Asalto), gran fuerza paramilitar nazi, dirigida por Ernst Röhm. Ante ciertas veleidades revolucionarias y de conversión en Ejército, Hitler decidió la ejecución de muchos de sus líderes en la llamada Noche de los cuchillos largos (30 de junio a 1 de julio de 1934), así como el sustancial recorte de la autonomía y aspiraciones militares de las S.A.

[35] Siglas de Schutz Staffel (Escuadra de protección), inicialmente, guardia personal de Hitler y, luego, fuerza policial y militar específica del Partido nazi. Como fuerza militar (Waffen-S.S.), pasaron, de contar con tres regimientos, a alcanzar en fases avanzadas de la II Guerra Mundial los efectivos de 38 divisiones.

[36]  Se alude al año 1935.

[37] Hermann Wilhelm Goering (1893-1946), militar y político alemán, Ministro de Aviación entre 1933 y 1945 y Comandante supremo de la Fuerza aérea (Luftwaffe), de 1935 a 1945.

[38] Alusión a la famosa película del mismo nombre (dirigida por Edmund Goulding en 1932), ambientada, en realidad en el lujoso Hotel Adlon de la Unter den Linden berlinesa. Su argumento estaba basado en la novela Menschen im Hotel de la escritora austriaca, Vicki Baum.

[39] Si los judíos lo eran solamente a medias (mestizos o mischlingen), podían formar parte de las fuerzas armadas, pero no ocupar puestos de mando, de oficial en adelante.

[40] Conocidos personajes de opera wagneriana, tomados como prototipo legendario de la raza aria.

[41] Personajes mitológicos femeninos, servidoras del dios principal, Odín, famosas, entre otras cosas, por su energía y belleza.

[42] Alusión a la República alemana llamada de Weimar, existente entre 1918 y 1933.

[43] Karl Rudolph Gerd von Rundstedt (1875-1953), a la sazón General de Infantería y Gobernador Militar de la plaza y distrito de Berlín.

[44] Lev Davídovich Bronstein, apodado Trotski, Comisario del Pueblo para la Guerra, máxima figura militar de la Unión Soviética entre 1918 y 1925.

[45]  La fórmula del llamado juramento al Führer (1934) de los miembros de la Wehrmacht era: Juro por Dios este sagrado juramento, que yo debo obediencia incondicional al líder del Imperio y pueblo alemán, Adolf Hitler, comandante supremo de la Wehrmacht, y que, como un valiente soldado, estaré preparado en cada momento para defender este juramento con mi vida. Al parecer, fue redactada por el general von Blomberg.

[46] Nombre del parque más extenso de la zona céntrica de Berlín, así llamado por radicar en él el Zoo.

[47] Actualmente llamada Kaliningrad y bajo soberanía rusa, en un enclave fronterizo con Polonia y Lituania.

[48] Hotel de Nuremberg fundado en 1896, junto a la Estación de ferrocarril y la Königstor. Sigue funcionando actualmente (2020).

[49]  Histórico hotel de Núremberg, en la Königstrasse.

[50] La Grosse Strasse era una amplia calzada que unía el casco urbano de Núremberg con el complejo llamado Campo Zeppelin, en que se desarrollaban las grandes ceremonias nazis. Servía para franquear el Dudzenteich, zona lagunar al sureste de la Ciudad. En cuanto a Kreuder, alude a Peter Kreuder (1905-1981), famoso músico alemán a quien, entre otros muchos trabajos, se le atribuye la música de cerca de doscientas películas, entre ellas, la partitura original de Tag der Freiheit.

[51] Joseph Goebbels era cojo y media alrededor de 150 centímetros. Se dice que fue Hermann Goering el autor de la inmisericorde definición de su colega de Propaganda como enano cojo y diabólico.  

[52] También conocido por el Hotel de Hitler, al ser donde se hospedaba el Fuhrer durante los congresos anuales del Partido nazi en Nuremberg, en el mes de septiembre de los años 1933 a 1938. Después de los graves daños por bombardeos de 1944 y 1945, fue reconstruido y actualmente (2020) sirve como edificio de oficinas.

[53] Traducible por nuestra Wehrmacht, es decir, nuestras Fuerzas Armadas. Ese fue precisamente el subtítulo del cortometraje Tag der Freiheit (Día de la Libertad).

[54] O Puerta del Rey, puerta fortificada de las murallas de Núremberg, muy próxima al Hotel Victoria.

[55] El nombre alude a que Alemania, infringiendo el Tratado de Versalles, se había dotado, por fin y conforme a su supuesta voluntad, de unas Fuerzas Armadas dignas de tal nombre y de tal país, que serían presuntamente la garantía de su libertad nacional..

[56] Colaboradores o ayudantes, principalmente, camarógrafos. Los acreditados en el Día de la Libertad fueron seis: Hans Ertl, Walter Frentz, Albert Kling, Guzzi Lantschner, Kurt Neubert y Willy Bielke.

[57] Carece de denominación oficial en español, pero podría traducirse por El Alto Mando, película dirigida por Gerhard Lamprecht, rodada y estrenada en 1935.

[58] O Tierra Baja, basada en la obra teatral en catalán, Terra Baixa (1896), de Ángel Guimerá. La película, dirigida y protagonizada por Leni Riefenstahl, se estrenó, tras muchísimas dificultades, en 1954.

[59] Espléndido documental creativo sobre los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), realizado por Leni Riefensthal, en dos partes (Fiesta de las Naciones y Fiesta de la Belleza). El perfeccionismo de Leni determinó que el estreno se demorase casi dos años (20 de abril de 1938) pero, a cambio, se sigue considerando como el mejor reportaje olímpico de todos los tiempos.

[60] Leni Riefenstahl, Memoiren, Knaus, München & Hamburg, 1987. Reciente traducción española, en edit. Lumen, 2013.

[61] Diario publicado en la ciudad de Rostock desde 1881.

[62] Pequeño y activo puerto, situado en el extremo sur de la isla danesa de Falster.

[63] Equivalentes a unos 63 kilómetros. Actualmente, en ferry, la travesía dura algo más de dos horas y media.

No hay comentarios:

Publicar un comentario