martes, 27 de agosto de 2019

DOS INDIOS DE PELÍCULA (II): QUANAH PARKER, EL COMANCHE


Dos indios de película (II): Quanah Parker, el comanche


Por Federico Bello Landrove




     Entre la historia real y el cine se mueven infinidad de personajes interesantes. Siguiendo la senda iniciada en mi ensayo El western, trato ahora con cierto detalle de dos jefes indios señeros, reflejando su biografía, su entorno y su proyección cinematográfica. En segundo lugar, en este ensayo abordo la figura de Quanah Parker  (c. 1845-1911), el jefe comanche (mestizo de indio y blanca) que tanta influencia tuvo en el destino de su pueblo y en la consolidación de la llamada Iglesia Nativa Americana, con la legalización del peyote como sacramento de comunicación con el Gran Espíritu.









1.      Los comanches y la guerra por el búfalo




     Hay dos vías complementarias para llegar a la figura histórica de Quanah Parker[1]: seguir brevemente la historia del pueblo comanche en su tiempo y establecer la relación de este personaje con el proceso de su mestizaje, tan esencial para su biografía, como para su leyenda cinematográfica. De manera complementaria, me propongo abordar la gran labor de Quanah en la formación de la Iglesia Nativa Americana[2] y penetrar con cierto detalle en la verdad y la mentira de una gran película implícitamente relacionada con él: la llamada en España Centauros del desierto, una cinta de 1956, dirigida por John Ford[3]. En este primer capítulo del ensayo resumiré la historia de los comanches en el tercer tercio del siglo XIX, siguiendo el conocido libro de Dee Brown, Enterrad mi corazón en Wounded Knee[4]. He aquí mi resumen del citado texto, en todo lo pertinente al presente trabajo:

     Kiowas y comanches compartían las zonas de caza de búfalos -y, subsidiariamente, antílopes-, al sur de la frontera de los territorios de Kansas y Nebraska, pero ambas naciones, aunque muy relacionadas, eran muy diferentes en la organización tribal: Los kiowas eran más unitarios y se regían por jefes importantes, en tanto los comanches funcionaban, más bien, por bandas nómadas[5] y su jefe aparente de entonces, llamado Diez Osos, era más un filósofo y consejero, que un jefe con mando[6]. Al concluir la Guerra de Secesión (1865), kiowas y comanches, junto a arapajos y cheyennes mantuvieron una guerra conjunta contra los blancos, en defensa de sus territorios de caza, pero fueron vencidos en 1867 por las tropas mandadas por el general Sheridan y dirigidos luego a una reserva general, o Territorio Indio, en el actual Estado de Oklahoma[7], fundándose diversos fuertes para controlar a la población india, entre ellos, el famoso Fort Sill. En aquel entonces, Quanah Parker era un comanche mestizo prácticamente desconocido, de unos veinte años de edad.

     La desviación forzosa de los comanches hacia tierras más áridas y montañosas que las primitivas de la Comanchería[8]  los privó de mantenerse del búfalo, como su principal medio de subsistencia. Con todo, unos dos mil quinientos aceptaron establecerse en las reservas de Oklahoma. Ello los forzó a convertirse en agricultores (maíz), como ya lo habían sido mucho tiempo antes en la zona de Texas y otras, llamada la Comanchería por los españoles. Completaban su economía alimenticia con mediocre e insípida carne muy seca de vacuno, facilitada por los agentes del Gobierno. Todo ello era obviamente insuficiente para mantenerse ellos y sus caballos por lo que, hacia 1870, muchos guerreros abandonaron las reservas y fueron a cazar a Texas, chocando duramente con los cazadores blancos -sobre todo, de Kansas-, que esquilmaban los rebaños de búfalos. A mayores, los granjeros y los soldados talaban los bosques para obtener tierra cultivable y conseguir madera y leña. Todo ello indignaba a los indios que, no obstante, al llegar el invierno se vieron obligados a regresar a las reservas, ante el rigor del frío, aconsejados por sus propios jefes. En aquel momento, los kiowas tenían un poderoso jefe, llamado Satanta.






     En 1871, todo lo que hemos relatado, agravado por el progreso del tendido del ferrocarril, impulsó a los indios a la guerra, obligando al Gobierno a enviar al general Sherman a negociar con Satanta y otros jefes. El fracaso de las conversaciones concluyó con la prisión y juicio de Satanta, quien fue condenado a muerte, posteriormente conmutada por cadena perpetua. Seguidamente, bajo la presidencia de Ulysses S. Grant, la política de Washington cambió hacia una mayor benignidad: Satanta fue liberado y se celebró en la capital estadounidense una gran conferencia de naciones indias, en la que los comanches, por su falta de jefes indiscutidos, apenas tuvieron representación. Se prometió a los indios mejoras en el sistema de provisiones gratuitas o subvencionadas, así como agentes más eficaces y honrados, pero a condición de que los pieles rojas no salieran de sus reservas, bajo pena de muerte. El acuerdo fue ignorado por los comanches y Diez Osos murió por aquellas fechas (1872), totalmente marginado por su propio pueblo. El enfrentamiento frontal de los comanches con los soldados y la dureza de las mutuas represalias, forzaron a la unión de la mayoría de las bandas comanches, bajo la jefatura de Quanah Parker, de unos 27 o 28 años de edad a la sazón. La guerra, bajo su dirección, se tornó implacable.  

     Mientras los kiowas seguían aguantando medidas draconianas (privarles de armas y de caballos, para asegurarse de que no saldrían de las reservas, ni cazarían), los comanches se mantenían irreductibles. Era inevitable que algunos de los kiowas se unieran a los comanches para cazar y robar caballos, sobre todo, en Méjico, generando incidentes mortales. En 1874, las incursiones y la unión de las tribus se hicieron más intensas, llegando a bailar en común la danza del sol. Y es que los búfalos llevaban camino de desaparecer: se había matado a 3.700.000 en tres años, de los que solo 150.000 habían sido aprovechados por los indios. Ello provocó el odio a los cazadores blancos, que mataban la mayoría de los bóvidos por arruinar a los indios, hasta el punto de que dejaban que los animales se pudriesen al sol. De ahí, la decisión de Quanah de dar un escarmiento a los cazadores blancos en su posición fortificada de Adobe Walls (Texas). Pero los cazadores estaban preparados y los comanches, aunque muy superiores en número, no pudieron tomar aquella fortaleza.

     La mediocre marcha de la guerra llevó a los kiowas a abandonar la alianza y retornar a la reserva; pero, a la falta de búfalos, se añadió la de los víveres que suministraba el Gobierno, lo que generó disgustos y nuevos levantamientos. Los kiowas volvieron a salir de las reservas y a cazar, junto con los comanches, los búfalos que encontraban, en una situación de tolerancia -parecida a la paz-, que duró poco. Sherman dirigió los movimientos de cinco columnas de soldados, con el objetivo de recluir definitivamente en las reservas a los indios que habían salido de ellas para cazar. El principal campamento kiowa fue destruido, y sus ocupantes masacrados, en septiembre de 1874. Tras malvivir en el invierno, los restantes kiowas y los comanches de Quanah Parker se rindieron en Fort Sill, entre febrero y mayo de 1875, siendo acogidos y mantenidos en circunstancias lamentables.

     Los jefes y los guerreros más levantiscos fueron desterrados a Florida y algunos de los que permanecieron en Oklahoma fallecieron misteriosamente -tal vez, envenenados por sus antagonistas de la misma raza-. Así, en menos de diez años, se acabaron los búfalos y los orgullosos comanches y kiowas quedaron reducidos a una mínima representación, sin libertad de movimientos.





2.      Ascendencia blanca de Quanah Parker





     Es posible que buena parte de la biografía de Quanah -sobre todo, en su periodo de sometimiento a los blancos- no pueda explicarse sin su apellido Parker, es decir, ignorando que su madre fue una mujer blanca, raptada por los indios a los nueve años de edad, que llegó a ser esposa del jefe de banda comanche, Peta Nocona, con el que tuvo tres hijos, el mayor de los cuales fue el citado Quanah. Por la trascendencia que el episodio del rapto y posterior recuperación de dicha mujer, Cynthia Ann Parker (1827-1871), tendrá para los aspectos cinematográficos de este ensayo, voy a presentar un resumen amplio del caso, utilizando una fuente antigua y de toda solvencia: un artículo de John Marvin Nichols, aparecido en la revista tejana clásica, Frontier Times Magazine, en el año 1927[9]. Este es mi extracto de dicho texto:

     Desde 1834, varias familias de pioneros habían levantado un recinto fortificado para vivir, protegido con empalizada de madera, en una zona salvaje del este de Texas[10], en las proximidades del río Navasota. En 1836, constituía ya un pequeño poblado en que moraban cerca de cuarenta personas -casi la mitad de ellos, niños- pertenecientes a diez familias. En la mañana del 19 de mayo de 1836, hallándose buena parte de los moradores en el campo, el recinto fue asaltado por un grupo muy numeroso de comanches -se ha exagerado, hasta los quinientos guerreros-, produciéndose una importante refriega, que acabó con cinco muertos y tres heridos de importancia entre los blancos, así como el secuestro por los indios de dos mujeres y tres menores. Entre estos últimos, se hallaban los hermanos Cynthia Ann -de nueve años- y John Richard -de seis- Parker. Al acabar la incursión, los indios incendiaron el fuerte.

     En los años sucesivos, el esfuerzo de familiares y autoridades -incluido el mismo Sam Houston[11]- permitió el rescate de tres de los cautivos, de modo que en 1842 ya habían regresado a sus casas. No obstante, Cynthia no pudo ser recobrada, pasando a ser la esposa de Peta Nocona, jefe de los comanches de la banda Nokoni, quien al parecer estuvo muy enamorado de ella. La pareja tuvo, al menos, dos hijos y una hija, como luego precisaré. Tampoco fue rescatado John, el hermano de Cynthia, convertido luego en importante guerrero y, curiosamente, en marido de una hermosa cautiva de origen mejicano, que fue quien lo salvó y recuperó para la civilización, cuando los indios lo abandonaron por haber contraído la viruela.

     Pese a los denodados intentos de localizar a Cynthia, hechos por algunos miembros de su familia, pasaron los años sin tener noticias de ella; un largo periodo de casi veinticinco años, en que la mujer casi olvidó su idioma y costumbres nativos, hasta llegar a sentirse una verdadera comanche[12]. A lo largo de esos años, dio a luz a tres hijos de Peta Nocona -dos varones y una mujer-, el primogénito de los cuales alcanzaría luego la fama como Quanah Parker, el llamado último jefe de los comanches. El hermano segundogénito fallecería en combate con los blancos y la hija, Topsannah -Flor de la Pradera-, fallecería de la gripe, todavía en edad infantil. En definitiva, fue la casualidad la que permitió a los tejanos y a sus aliados indios dar con Cynthia, en el otoño de 1860, tras el combate de Pease River, en el que fue casi aniquilada la banda de Peta Nocona, que murió en la huida. Junto a él, fueron halladas Cynthia y su hija, siendo identificada como blanca la primera de ellas por sus ojos azules y porque -contra la costumbre india- estaba llorando la muerte de su esposo.

     Los diez años siguientes fueron muy duros para Cynthia y su familia. La ex cautiva no se adaptó al impuesto papel de figura emblemática para los tejanos blancos, ni siquiera con el cariño de su familia de sangre. Intentó escapar varias veces y no dejó de rendir culto al Gran Espíritu, o Dios de los indios. Solo mantenía su esperanza la convivencia con su pequeña hija. Cuando esta murió de gripe, la resistencia moral de Cynthia se desplomó y entró en una situación de caquexia psicofísica, negándose a ingerir alimento. Finalmente, falleció en 1871, a los cuarenta y cuatro años de edad. Actualmente, sus restos reposan en un cementerio de Oklahoma, al lado de los de su ilustre hijo Quanah, fallecido cuarenta años después que su madre.


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     De cuanto llevo escrito, no parece inferirse transcendencia ninguna de que Quanah fuese mestizo, como no sea la inversa de lo previsible: Que sintiese aún más rencor y violencia ante las presuntas injusticias de su media raza blanca. Sin embargo, la cuestión cambia radicalmente cuando se analiza la vida del jefe comanche a la luz de la segunda parte de su existencia, es decir, desde 1875, cuando se produjo la definitiva rendición y pase a las reservas de toda su nación. Es entonces cuando empezó a hablar con fluidez el inglés, a practicar hasta cierto punto las costumbres de los blancos y a tratar de dar a su pueblo una vía de espiritualidad y de esperanza. El hecho de que ese sendero supusiera mucho de adaptación y sumisión a las formas de vida y al Gobierno de los rostros pálidos le ha sido criticado con acritud por buena parte de los comanches y sus estudiosos, que vendrían después de él; de modo que la figura de Quanah Parker ha sido objeto de controversia, cada vez más apagada -todo hay que decirlo- por el benéfico influjo que el paso del tiempo tiene, a la hora de juzgar a las figuras históricas.

     Quizá el Gobierno estadounidense, y el propio Quanah, alimentaron las críticas. El primero, al reconocerle una condición emblemática y de jefatura indiscutida de su nación que -como ya he dicho- Quanah nunca tuvo realmente. Y, en lo que respecta al segundo, porque su relativamente fácil adaptación a las costumbres blancas, le permitió alcanzar en vida un éxito y una posición como ranchero, que contrastaba llamativamente con la relativa miseria de la mayoría de sus compañeros de la reserva.

     Esto dicho, me parece interesante insistir en un punto clave de la tarea vital de Quanah Parker: Su papel de fundador de la American Native Church, institución de la que tendré que decir algunas cosas, como curiosidad y para fijar la obra de Quanah en su contexto y relevancia ulterior.






3.      Quanah Parker y la Iglesia Nativa Americana




     Se dice que Quanah Parker entró en contacto con el peyote[13] como planta curativa de ciertas dolencias y heridas, experimentando con ella una gran mejoría. También le era conocida su llamada función enteógena, es decir, para los cultos sagrados, a fin de entrar en contacto con la divinidad. Todo ello le fue de gran ayuda cuando decidió fundar, o apoyar el funcionamiento, de un culto indígena intermedio del Cristianismo y las generales creencias indias en el Gran Espíritu[14]; una labor de sincretismo que brotó en el Territorio Indio de Oklahoma hacia 1890 y que quedó definitivamente elaborada a comienzos del siglo XX (hacia 1907). La función del peyote en esta religión equivale en cierto modo a la de la Eucaristía en el Cristianismo: un sacramento que implica la posibilidad de comunicarse directamente con Dios, mediante una unión mística con Él.

     De todas formas, lo que nos interesa reseñar no es tanto el peyotismo, como el hecho de que esta Iglesia -llamada en inglés Native American Church- se ha extendido entre los indoamericanos de los Estados Unidos, Canadá y Méjico, hasta alcanzar una importante cifra de adeptos, estimada a finales del siglo XX en unos doscientos cincuenta mil. Por ello, ha estado en la punta de lanza del esfuerzo de los indígenas -incluidos los esquimales y aleutianos de Alaska y norte de Canadá, y los hawaianos- para conseguir el pleno respeto de sus religiones peculiares; algo que finalmente han logrado en buena medida, mediante la aprobación de la ley llamada American Indian Religious Freedom Act, de 11 de agosto de 1978[15].






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     El citado texto legal pone fin casi totalmente a la situación anterior en los Estados Unidos, que ha sido oficialmente reconocida como contraria a la Primera Enmienda de su Constitución, al prohibir sin suficiente fundamento religiones y ceremonias sagradas de los Nativos americanos. En tal sentido, la Ley ha sido dirigida a reconocer las libertades civiles de indoamericanos, esquimales, aleutianos y nativos hawaianos, en lo referente a la práctica de sus religiones tradicionales y prácticas espirituales y culturales. Entre los derechos que se reconoce, figuran el acceso a los lugares sagrados; la libertad de cultos a través de los ritos ceremoniales tradicionales, y la posesión y uso de objetos considerados tradicionalmente como sagrados por sus respectivas culturas. Es en este último punto donde puede verse la legalización, dentro de un orden, del uso enteogénico del peyote, entre otras sustancias.

     En ese aspecto, ha sido muy recordada la frase de Quanah Parker, probablemente a propósito de los efectos sagrados del uso del peyote: El hombre blanco va a la iglesia a hablar de Jesús, pero el indio va a su tienda para hablar con Jesús[16].





4.      Los Parker y el cine. Centauros del desierto

    

     Resulta llamativo que, hasta el momento en que escribo (agosto de 2019), no haya ninguna película biográfica de Quanah Parker, que yo sepa. En el año 2016, en el curso de unas declaraciones en el Festival de Venecia, el director de cine estadounidense, Derek Cianfrance, anunció como inminente la subsanación de tan llamativa omisión, que habría de llevarse a cabo tomando como base del guion una biografía publicada en 2010[17]. El empeño -bien en forma de película, bien de serie de televisión- se ha ido demorando y esta es la fecha que no consta haya empezado su rodaje. De lo poco que puede decirse, por inferencia de la obra literaria en que piensa basarse, es que puede tener dos líneas complementarias de fuerza: el triste caso de Cynthia Parker, madre de Quanah, y la peripecia vital de este, como cabeza y modelo de los comanches en la hora de su ocaso[18].


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     No queda, pues, más remedio que aludir a la gran película que tiene como argumento el secuestro y la búsqueda de la susodicha Cynthia, con todas las licencias que suele permitirse el cine en estos casos, sobre todo cuando se basa en una versión novelada de los acontecimientos. La película es Centauros del desierto[19], dirigida por John Ford en 1955 y estrenada al año siguiente. La novela base para el guion es de Alan Le May, bajo el título de The searchers[20]. La cinta tiene tan alta calidad que cineastas de mucho prestigio, como Steven Spielberg, han llegado a calificarla de la mejor película de la historia[21]. Sea ello como fuere, acogeré literalmente el resumen de sus peripecias y valoraciones, como los refleja un conocido Diccionario de cine en español[22]:

     Entre una puerta que se abre al principio de la película y otra que se cierra al final, transcurren los diez años que el tío Ethan Edwards (John Wayne), el tradicional héroe solitario que no se sabe ni de donde viene, ni a donde va, con la ayuda del mestizo Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un personaje mucho más definido y convencional, tardan en descubrir que lo único que queda de la familia de su hermano Aaron, atacada en 1868 por los indios en Texas, es su sobrina Debbie (Natalie Wood), que se ha convertido en una muchacha comanche. Gracias a sus colaboradores habituales de la época, el productor Merian C. Cooper, el guionista Frank S. Nugent, el director de fotografía, Winton C. Hoch, que logra unas impresionantes imágenes en Technicolor y VistaVision, y el actor John Wayne, que hace uno de sus mejores papeles al dar vida al atormentado, obsesivo y vengativo sudista, Ethan Edwards, el maestro John Ford dirige uno de sus mejores westerns y da una gran lección de sabiduría narrativa, donde trata de demostrar que no existe la menor posibilidad de entendimiento entre blancos e indios. Rodada en unos espléndidos paisajes del Monumental Valley, resulta extraño la utilización de decorados en las escenas nocturnas en exteriores y de algunas transparencias en escenas diurnas aisladas.






     Cualquiera que fuese la moraleja que el muy conservador John Ford quisiera transmitir a los espectadores, cierto es que el tema del rescate de cautivos blancos en manos de los comanches atrajo de nuevo la sabiduría profesional del director de Maine en Dos cabalgan juntos (1961). Por su parte, el novelista Le May volvió a dar su obra para un guion cinematográfico en la tormentosa Los que no perdonan, dirigida por John Huston en 1960, en la que la raptada era una niña india. Sin ánimo de exhaustividad, el problema del mestizaje tiene acomodo, en mayor o menor grado, en otros westerns notables de mediados del siglo XX, como Río de sangre (Howard Hawks, 1952), Un hombre (Martin Ritt, 1967) y La noche de los gigantes (Robert Mulligan, 1969). El mensaje que, de modo general, transmiten estas películas es el de la gran dificultad de armonizar la mezcla de razas en conflicto, con la necesidad de ser fiel a una de ellas.

     Mas, dejando a un lado consideraciones generales, convendremos en que el desarrollo argumental de Centauros del desierto y, en particular, su desenlace, presenta importantes diferencias con lo realmente acaecido[23], que hace agradecer que no se empleen los nombres de Peta Nocona y de los Parker en la película, por más que resulte indudable que está basada en los incidentes de Fort Parker de 1836 y en lo sucedido a Cynthia Ann Parker, la madre de Quanah. Entre las principales variantes, me referiré a las siguientes:

·         La cronología está considerablemente alterada, con pérdida parcial de verosimilitud. La película traslada la acción a los años 1868 y siguientes, con el objetivo probable de insistir en la soledad del protagonista y en la decepción del mismo, como sudista derrotado en la Guerra de Secesión (1861-1865); pero, en cambio, pierde realismo o coherencia, en relación con la importancia que se da a las autoridades e instituciones tejanas (no se olvide que Texas fue República independiente entre 1836 y 1845), así como sobre la probabilidad de que los comanches pudieran asolar el territorio y campar por sus respetos durante años. Otras modificaciones cronológicas -quizá de menor importancia en sí mismas- son la reducción de veinticuatro años a cinco del tiempo de cautividad de la niña secuestrada y, en consecuencia, que esta fuese rescatada todavía en plena adolescencia (con unos quince años de edad).

·         Más relevancia tiene -en lo que se refiere al origen de Quanah Parker- que su hipotética madre cinematográfica fuese rescatada cuando, aunque casada con un jefe comanche, no consta que tuviese descendencia[24]. Se ve que el film no tenía ningún interés en parar mientes de los espectadores en el tema del mestizaje.

·         Es cierto que la película recoge la recalcitrante actitud de la secuestrada, en cuanto a seguir en su tribu india y con su marido indígena, pero parece aceptar en el desenlace que la joven retornara de buen grado a su primitivo mundo. Ya hemos visto que no fue así con Cynthia Parker, quien llegó hasta dejarse morir, antes que envejecer entre sus hermanos blancos.

·         Adicionalmente -y para concluir- me refiero a las notables diferencias entre la realidad y la ficción cinematográfica, en el emocionante episodio del ataque comanche y el secuestro de la niña. Me remito a lo expuesto en el capítulo 2 de este ensayo, para fijar los detalles reales del suceso.

     Claro es que lo expuesto no desmerece la precisión y autenticidad del guion de Centauros del desierto[25], aunque solo sea por la circunstancia de que pretende narrar unos hechos que hemos sido otros -quizá con erudición malévola- quienes hemos pretendido acomodarlos a unos datos históricos: los que tuvieron que ver con la aparición en el mundo de un comanche de la máxima relevancia, Quanah Parker. A él dedico, con respeto e interés, esta verídica historia.






Los seis jefes indios invitados a la toma de posesión del Presidente Theodore Roosevelt, en marzo de 1905. Quanah Parker es el tercero por la derecha.





    



[1] El nombre del caudillo comanche procede de la palabra india Quanah, traducible por olor o aroma, y el apellido Parker, que era el de su madre. Para simplificar, ahorraré en muchos casos el apellido.
[2] Traduzco literalmente la expresión inglesa Native American Church, aunque quizá sería preferible traducir como Iglesia de los Nativos Americanos.
[3]  El título original en inglés es The Searchers. En las últimas décadas, viene siendo considerada como una de las mejores películas de la historia del cine. Véase, más adelante, el capítulo 4.
[4]  Dee Brown, Bury mi heart at Wounded Knee, edit. Holt, Rinehard & Winston, Nueva York, 1970. Sigo su traducción española, publicada por Editorial Bruguera, Barcelona, 1973, en particular la sección titulada La guerra por el búfalo, pp. 331-366.
[5]  Por ejemplo, el padre de Quanah Parker, llamado Peta Nocona, era jefe de una banda llamada Nokoni (errantes o nómadas), en tanto su hijo llegó a serlo de los Quahadi (antílopes).
[6]  Aunque las cosas cambiaron mucho posteriormente, no fue lo bastante para que los comanches consideraran a Quanah Parker como un verdadero jefe de su nación. Fue el Gobierno americano el que le dio ese rango, para poder negociar con alguien concreto, en nombre de todos los comanches. Los indios posteriores sí han aceptado el considerarlo, en efecto, como el último jefe de los comanches.
[7]  En realidad, el origen remoto de un Territorio Indio, al oeste del Missisippi, data de 1830 y se mantuvo sin grandes cambios hasta 1889, cuando se autorizó el establecimiento en parte de él de colonos blancos (la famosa Carrera de la Tierra). Después de ciertas vacilaciones sobre considerar la creación de un Estado indio dentro de la Unión, Oklahoma se constituyó en Estado en 1907, con las mismas características interraciales que los demás de los EE.UU., salvo por la gran cantidad de territorio destinado a reservas indias.
[8] La Comanchería (en inglés se elide la tilde) fue una extensa tierra del sur de los Estados Unidos, de fronteras imprecisas, denominada así por los españoles quienes, ante la imposibilidad de dominar a los indios, se limitaron a ciertas labores de comercio y misión. Ya entonces la nación preponderante en la zona era conocida como comanches, palabra que significa enemigos y que, probablemente, los hispanos tomarían de los navajos o de los utes.
[9] Véase J. Marvin Nichols, White squaw of the Comanches. Tragic tale of Cynthia Ann Parker, en J. Marvin Hunter’s Frontier Times Magazine, vol. 04, no. 6, march, 1927. Esta Revista, propiamente como tal, se publicó entre 1923 y 1952, año este en que aparecieron sus últimos números editados. El artículo que resumo tiene un enlace de libre acceso por Internet.
[10] Actualmente, se corresponde con las inmediaciones de la localidad tejana de Groesbeck, condado de Limestone.
[11] Samuel Houston (1793-1863), Presidente a la sazón de la República de Texas.
[12] Los comanches le dieron el nombre de Naduah, al parecer, equivalente a Alguien encontrado.
[13] Planta cactácea oriunda del norte de Méjico y el sur de los Estados Unidos, de importantes cualidades terapéuticas (analgésico, antirreumático, anti-estreñimiento; se le suponen también valores de antídoto contra la picadura de algunos ofidios, así como de antifúngico y antibacteriano) y psicotrópicas (de tipo alucinógeno o super-perceptivo). Su nombre científico es Lophophora williamsii.
[14] Esta creencia, muy generalizada entre las tribus amerindias de los Estados Unidos, fue bien resumida por el apache Gerónimo, en lo relativo a sus similitudes con el Cristianismo: Son comunes la creencia en un Dios personal, una vida de ultratumba para el alma y la noción de premio o castigo más allá de la muerte, en función de la vida moral que se haya llevado. Véase mi ensayo Dos indios de película (I): Gerónimo, el apache, en este mismo blog, capítulo 1.
[15] Ha sido objeto de enmiendas posteriores (1994). Véase 42 U.S.C. 1996 - Protection and preservation of traditional religions of Native Americans.
[16] The White Man goes into his church house and talks about Jesus, but the Indian goes into his tipi and talks to Jesus.
[17] S.C. Gwynne, Empire of the summer moon. Quanah Parker and the rise and fall of the Comanches, the most powerful indian tribe in American history, Simon & Schuster, Nueva York, 2010.
[18] Véanse, respectivamente, los capítulos 2 y 1 de este ensayo.
[19] Ese es el hermoso, aunque confuso, título de la cinta para España, frente al descriptivo, pero vulgar, de The searchers en el original inglés, coincidente con el de la novela en que se basa. Lo que ya se sale de madre, coloquialmente hablando, es el título para Méjico, Chile y Argentina: Más corazón que odio.
[20] Alan (Brown) Le May (1899-1954), The searchers, Harper & Brothers, Nueva York, 1954. Searcher es sinónimo aquí de buscador o rastreador.
[21] Menos discutible sería calificarlo del mejor western americano de la historia, como lo hizo en 2008 el American Film Institute.
[22] Augusto M. Torres, Diccionario Espasa del Cine mundial, edit. Espasa, Barcelona, 2001. He manejado la quinta edición, p. 166.
[23] De todas formas, la inspiración de Le May en el caso Parker no fue exclusiva. El autor, excelente conocedor de la historia del Oeste, llegó a estudiar un total de 64 casos de secuestro de blancos por los indios, a fin de documentarse para The Searchers, algunos de los cuales también son rastreables en la novela.
[24]  En el guion de la película se recoge que el jefe Cicatriz tenía dos hijos, que habían sido matados por los soldados estadounidenses, pero como tenía varias esposas (en su tienda se vislumbran hasta cuatro), no se puede afirmar que alguno de ellos hubiera sido engendrado por Debbie Edwards.
[25] El guion -no original- viene acreditado a Frank S. Nugent (1908-1965), colaborador habitual de John Ford (escribió el guion de once de sus películas, y de diez más para otros directores) y uno de los más grandes en el mundo de los westerns. Las diferencias entre la novela de Le May y el guion de Nugent han sido estudiadas por Arthur M. Eckstein, Darkening Ethan: John Ford’s The Searchers (1956) from novel to screenplay to screen, en Cinema Journal, vol. 38, No. 1 (autumn 1998), pp. 3-24, accesible en Internet por gentileza de University of Texas Press.

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