lunes, 8 de julio de 2019

TRES CRÍMENES QUE RESOLVER




Tres crímenes que resolver

Por Federico Bello Landrove



     En la España de la época de los Veinticinco Años de Paz, una serie de crímenes ponen de manifiesto que el recuerdo de la guerra civil está aún muy presente en los corazones. Un policía aficionado a la psicología tratará de descubrir a los culpables de los asesinatos, con el resultado que ustedes podrán conocer, si leen hasta el final esta extensa y enjundiosa historia.







1.      El crimen de la bodega



     Corrían los últimos días de octubre de 1963, cuando en el interior de una pequeña bodega de la pedanía de Viñales de Maslejos, dentro de una amplia tina en la que empezaba a fermentar el vino de la cosecha, apareció el cuerpo sin vida del dueño, un agricultor de los que casi podríamos calificar de terratenientes. Se llamaba Anacleto Revesado y, como pálido residuo de una carrera política más larga que brillante, ejercía funciones de concejal de Maslejos y alcalde pedáneo de Viñales. Lo que, en principio, podría haber parecido un accidente por caída, o un ataque al corazón en una persona cincuentona y apoplética, se convirtió de la noche a la mañana en un presunto homicidio, por obra y gracia del informe de autopsia emitido por el forense del juzgado de instrucción de Torrecilla, sede del partido judicial correspondiente:

     … Aunque la muerte se ha producido por ahogamiento, al quedar totalmente encharcados los pulmones por mosto, las huellas de golpes y las magulladuras más arriba reseñadas permiten suponer fundadamente que el finado fue llevado a la fuerza hasta el borde del gran recipiente y de allí, o bien fue arrojado a su interior, o se le sumergió la cabeza en el líquido, hasta producirle la muerte. El que aparezcan en la nuca del difunto varias señales de compresión coincidentes con las huellas que dejan los dedos, nos lleva a señalar como forma más probable de morir la segunda de las citadas, seguida del lanzamiento del cuerpo, ya inerte, dentro de la tina…

     Por el grado de descomposición que presentaba el cadáver, nos inclinamos a pensar que aquel fue descubierto a los tres o cuatro días de su fallecimiento, si bien no es posible hacer una mayor precisión, al haberse mantenido sumergido en el interior de un líquido con alto contenido en azúcares, lo que implica la presencia de poblaciones de microorganismos diferentes y muy superiores a las que pululan en el aire o pueblan la tierra de una sepultura.

     Tras dos meses de pesquisas, lo único que pudo averiguar la Guardia Civil era que, en día compatible con el de la muerte de Anacleto, un labrador que estaba arando con un tractor tierras cercanas a la bodega, había visto pasar a aquel en su coche -un Seat-600 de color verde-, sobre las nueve de la mañana y, poco después, un vehículo jeep de color crema, que llevaba el mismo camino. Una hora después aproximadamente, el jeep había hecho el viaje en sentido inverso, pues adelantó al tractor del testigo, cuando este regresaba por la carretera hacia el pueblo de Trabanquinos, acabada su faena. Resumamos esta importante declaración en algunos puntos adicionales de notable interés:

     … Que está seguro de que el vehículo era de la marca Jeep[1] del tamaño habitual, de color crema[2], matriculado en la provincia de Castellar, sin que recuerde el número, ni ninguna de sus cifras… Que el vehículo iba conducido por un hombre de pelo canoso, con gafas de sol, no pudiendo dar más detalles de su apariencia o indumentaria… Que le sería imposible reconocerlo, caso de volverlo a ver, dado que lo adelantó a bastante velocidad y su tractor tiene la cabina a mayor altura que la de los coches…




      Complementariamente, los agentes habían comprobado las rodadas dejadas días antes, constatando que llegaban hasta la puerta de la bodega y que los neumáticos tenían dibujo y anchura compatibles con los de los jeeps. Dados los días transcurridos y la ligera lluvia caída entre medias, no había sido posible sacar una plantilla que, en su día, permitiera cotejarla con las ruedas de un vehículo dado.

     Tres meses después, las averiguaciones estaban empantanadas. No había sospechosos claros y los posibles -vinateros; trabajadores coyunturales de la bodega; personas enemistadas con el finado- habían sido investigados e interrogados sin ningún resultado positivo. Todo daba a entender que el supuesto homicida no era vecino de aquella comarca, siendo lo más probable que procediese de la capital castellarense. Por ese motivo, cuando el juez de instrucción de Torrecilla fue a darle cuenta del escaso avance del sumario, el presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia, don Manuel Gaztañaga, le dijo:

-          Concluye el proceso y mándanoslo para que dictemos el auto de sobreseimiento. Ese será el momento de que veamos lo que puede hacerse para ayudar a los guardias de tu Partido.

     Aunque no era lo habitual -dada la puntillosidad en defender sus respectivas competencias-, don Manuel, magistrado ya mayor y muy respetado en Castellar, hizo algo que le había dado bastante buen resultado en análogas circunstancias precedentes. Llamó al coronel que mandaba la Guardia Civil de la provincia y, tras ponerlo en antecedentes del caso, le hizo saber que, sin perjuicio de que los guardias siguieran investigando el crimen, iba a comisionar a un policía muy experto y de su total confianza, para que también él hiciese las oportunas pesquisas, dado que conocía perfectamente los ambientes más siniestros y herméticos de Castellar, presunto lugar de donde había salido el escurridizo criminal. El coronel gruñó y puso objeciones pero, al fin, no tuvo más remedio que aceptar.

-          Ya sabía yo, coronel, -agradeció el presidente- que entendería la conveniencia de agotar todas las posibilidades de descubrir al culpable, lo que, si se logra, contará plenamente en el haber de la fuerza a su mando.

-          Eso espero, Señoría -contestó el coronel, un poco desabrido-. Entiendo que ese policía actúa como agente especial llamado por la Sala, no en funciones propias del Cuerpo Nacional de Policía.

-          En efecto pero, de todos modos, facilítenle todos los datos y la colaboración precisa para indagar en el caso.

-          Sin duda, y mejor aún. Voy yo también a comisionar a uno de mis oficiales para que sirva de enlace entre el policía y nosotros. De esa forma, la colaboración será perfecta y sin intromisiones.

     Por parte del señor Gaztañaga, no había ninguna duda. Encargaría de la comisión al inspector Iglesias, un policía veterano de unos cuarenta años de edad, famoso entre sus compañeros por su buen carácter y forma suave de trabajar, algo poco corriente entonces -según se dice-. Se había ganado el apodo de Freud, por su especial habilidad de usar la psicología para resolver los casos más abstrusos. Algunos decían que en su juventud iba para juez, pero se le atravesaron las oposiciones y, con su carrera de Derecho y todo, decidió presentarse a policía de los llamados secretas[3]. Todo ello era una inmejorable carta de presentación ante los magistrados, así como para entenderse con ellos, algo que muchos de sus colegas nunca conseguirían.

     Más dudas tuvo el Coronel, pues era la primera vez que tenía que lidiar con una situación tal. Por teléfono se le había calentado la boca, ofreciendo a un oficial para el encarguito. ¡Menuda bobada, un guardia con estrellas para hacer de niñera o de espía de aquel policía tan listísimo! Luego, pensándolo mejor, supuso que no estaría mal poner al lado de aquella lumbrera policial a un guardia de buena formación. Repasó mentalmente el elenco de tenientes a su disposición en la ciudad de Castellar, que no estuvieran ocupando puestos esenciales. ¡Tate! Tenía al hombre adecuado: un joven recién ingresado, apellidado Lobón, quien, de entrada, no le había parecido nada del otro mundo, pero que era bien mandado y prudente. Lo llamó a su despacho y le dejó bien claro que, más que de ayudar al indeseado polizonte, se trataba de estar siempre al tanto de sus actividades y progresos, dándole inmediatamente cuenta, para que la Guardia Civil fuese siguiendo, y aprovechando, el trabajo de su colega de la Policía. El teniente puso cara de póker, pero salió de la entrevista indignado:

-          ¡Lo que me faltaba! Llegar a Castellar y que mi primera labor sea espiar a un colega de la Policía. ¡Una cosa es que tengamos competencias y maneras de ser diferentes y otra, llegar a esos extremos de desconfianza!

     Por su parte, más o menos en aquellos momentos, el inspector Iglesias salía del despacho del presidente Gaztañaga, algo enfurruñado, pero no tanto como el teniente:

-          Este don Manuel, siempre echando mano de mí cuando un crimen no se descubre. Y lo malo es que el comisario dice que eso no es cosa suya y no me libera de otros trabajos. En fin, en comunidad no muestres tu habilidad, como decía mi abuela, pero ya es tarde para hacerle caso.





2.      El crimen del cuchitril de Villaverde



     Aunque no sea lectura muy recomendable, puede ser oportuno introducir este capítulo con una referencia al semanario de sucesos Crónica Negra, correspondiente al viernes, 7 de febrero de 1964. El asunto bien podría haber merecido los honores de la primera plana pero, por la calidad de la víctima, hubo de pasar a la página 5, con evidentes muestras de actuación de la censura, tanto en los titulares, como dentro del texto de tipografía ordinaria. El resumen podría ser como sigue:

Un teniente coronel aparece muerto en extrañas circunstancias

Villaverde Bajo, conmocionado por el suceso

     En la tarde del pasado martes, día 4, apareció en un pequeño local alquilado para guardar coches el cadáver del teniente coronel, Don R.A.F., en el interior de un vehículo de su propiedad, que ocasionalmente guardaba en el citado espacio, sito en el número 23 de la calle Lentejuelas, en el barrio madrileño de Villaverde Bajo…

     Las primeras impresiones son las de que el militar llevaba muerto tres o cuatro días cuando lo encontraron, siendo la causa de su muerte la inhalación de los letales gases del tubo de escape de su turismo, un Austin matriculado en la provincia de Ciudad Real[4]Lo más probable es que, dada la baja temperatura reinante y que no residía en Madrid, el finado se acogiera al local para descabezar un sueño, dejando el vehículo en marcha, para así mantener la calefacción encendida… Por tanto, se maneja como más probable la hipótesis de una muerte accidental, por monóxido de carbono…

     Tras ser levantado el cadáver y practicarse la autopsia, el cuerpo de Don R.A.F. fue trasladado ayer a la ciudad de su domicilio, donde era muy apreciado, produciendo su óbito la lógica sorpresa y consternación.

     Como los reporteros de Crónica eran unos profesionales competentes y muy avezados, hemos de achacar a los recortes y exigencias de la censura el que la precedente reseña apenas diese una pálida idea de lo sucedido, pareciendo, más que una información seria, una maniobra de despiste. Pasados los años y las personas, estoy en condiciones de referir ahora los pormenores del caso con mucha mayor precisión.

     Para empezar, R.A.F. eran las iniciales de Rufo de Acuña Fernández, teniente coronel de la Guardia Civil, de la que era segundo jefe en la provincia ciudadrealeña. Tenía 58 años, casado, con tres hijos. Hasta aquí, todo reglamentario. Lo que se salía de lo legal para aquella época era que el señor de Acuña era muy dado a establecer relaciones íntimas con personas de ambos sexos, cosa muy mal vista en la Benemérita, hasta el punto de que, cuando se enteró su coronel, estuvo a punto de abrirle expediente de expulsión del Cuerpo, a pesar de que le faltasen pocos años para el retiro. A duras penas lo evitó don Rufo, a base de recordar su historial de la guerra civil y comprometerse a enmendar su conducta sexual. Entre severo y despectivo, el coronel le había advertido:

-          Cuando menos, no nos avergüences a tus compañeros y a tu familia y vete a hacer esas cochinadas a Madrid, donde no te conozca nadie.

     Acuña tomó la frase como una licencia, que le ahorraba cumplir sus promesas de castidad, y una o dos veces al mes se desplazaba a la capital de España para tener sus pequeñas orgías, o para intentarlo al menos. Con tal objetivo, frecuentaba determinadas casas de tolerancia, o ciertos bares y clubs de afluencia homosexual masculina, en donde echaba las redes, entre abundantes libaciones y gastos. Comoquiera que sus visitas a Madrid menudeaban y no quería exhibir su flamante Austin azul celeste con franja blanca, había alquilado como garaje personal el mínimo y descuidado local de la calle Lentejuelas, donde había acabado perdiendo la vida. Desde allí, se desplazaba en taxi a los establecimientos de su predilección, sin preocuparse por estar más o menos bebido.

     Esto sabido, veamos lo que encontraron los forenses, al hacer la autopsia al cadáver del teniente coronel:

     … Presentaba en su sangre un porcentaje de carboxihemoglobina del 63%, lo que supone una intoxicación por monóxido de carbono de efectos mortales… Al propio tiempo, el análisis de alcohol en sangre arrojaba la tasa de dos gramos y medio de etanol por litro de fluido sanguíneo, lo que implica una intoxicación aguda, con intensa limitación de las facultades de atención, entendimiento y autoayuda… El análisis de las muestras de parénquima pulmonar, realizado por el Instituto Nacional de Toxicología, ha confirmado la presencia en aquel de cloroformo, que ya habíamos objetivado por el olor al mismo que exhalaban la boca y fosas nasales del difunto, así como el interior de su coche… Aunque poco extensas, las petequias que el cuerpo presentaba en el cuello y la parte inferior del rostro, son sintomáticas de una fuerza ejercida en vida sobre la víctima, tal vez para sujetar con violencia su cabeza y aplicarle enérgicamente algún paño o trapo impregnado en cloroformo, a fin de hacerle perder el conocimiento…




     Conociendo la vida que don Rufo llevaba en Madrid y los datos de la autopsia, apenas cabía duda de que al militar lo habían asesinado. A la inversa del caso del bodeguero del capítulo anterior, en el de Acuña fue la Guardia Civil la que pidió amablemente a la Policía ser aquellos quienes investigasen la muerte. Podríamos pensar que los movía el interés por su compañero y el deseo de extremar la diligencia, pero se trataba de todo lo contrario: Lo menos que interesaba a los guardias era mover el estiércol -como textualmente dijo el coronel jefe del difunto-, para desprestigio del Cuerpo y dolor de la familia. ¿Que el caso se había presentado como accidental en la prensa? Pues miel sobre hojuelas. ¿Que había un proceso penal en marcha y al juez instructor no se le podía hacer comulgar con ruedas de molino? Pues se hacía lo menos posible por descubrir al homicida y causa al archivo. Claro, eso para el juzgado. A nivel interno, se procuraría profundizar más en la cuestión pues no era cosa de que alguien pudiera matar a un jefe de la Guardia Civil e irse de rositas. Si no interesaba el escándalo del juicio, siempre se le podría castigar con algo menos formal que el garrote[5], pero igualmente expeditivo.

     La pista del teniente coronel, en el fin de semana de autos, llevó hasta un club de mala nota de Carabanchel, frecuentado por homosexuales, donde don Rufo era bien conocido, aunque no tenían ni idea de su profesión. Todo lo más que se pudo sacar a los empleados del establecimiento era que el cliente conocido, tan bebido como de costumbre, había salido de allí sobre las tres y media de la mañana, en compañía de un sujeto algo más joven, aunque ya de edad y peinando abundantes canas, cosa que les había extrañado, habida cuenta de la lógica preferencia de Acuña por individuos mucho más jóvenes.

-          Tal vez no fueran a mantener relaciones -aventuró el camarero más locuaz-. Ambos habían coincidido en el club, pues el otro llegó unos minutos después, cerca de la una. El sospechoso se acercó a nuestro cliente conocido, cambiaron unas palabras y se retiraron con una botella de buen coñac a una mesa del fondo, donde estuvieron charlando animadamente, sin que yo notara tocamientos ni otro tipo de demostraciones de afecto. Al cabo de un buen rato, pidieron otra botella y algo para picar. Les llevamos tortilla de patata recalentada y unos mejillones con salsa picante -¡ya ve, qué mezcolanza!-. Quiso pagar el más joven, pero no lo consintió el señor Acuña -como dice usted que se llamaba-. Pagaron a medias y, antes de salir, el otro pidió un café doble, bien cargado: Afirmó que tenía el coche aparcado allí cerca y que no hacía falta que tomaran un taxi.

-          ¿Vio de qué coche se trataba?

-          No. La puerta del club estaba cerrada, como es natural. Además, ya le digo que el coche no debía de tenerlo estacionado a la entrada, sino cerca, según dijo.

-          Y a ese sujeto, ¿no le había visto nunca, ni en el club, ni en otro sitio?

-          Nunca, ni mis compañeros tampoco.

-          Con tanto tiempo como estuvo en el club, seguro que podría reconocerlo si lo volviera a ver… De hecho, vamos a presentarle unos álbumes de fotos, a ver si identifica alguna de ellas.

-          Como usted mande. Me esforzaré cuanto pueda. Tampoco me gusta a mí que le den matarile a un buen cliente.

-          ¿Y quien le ha dicho que lo mataron? Puede haberse asfixiado con los humos del escape del coche.

-          ¡Hombre, todo es posible!, pero me figuro que, si fuera un accidente, no estaría usted interrogándome con tanto interés.

     El examen de las fotos y los reconocimientos en rueda de algunos sospechosos no dieron resultado. Había parecidos, algunos se daban un aire, pero nada. Lo más chusco fue cuando uno de los camareros creyó reconocer como el sospechoso a un sargento de la Guardia Civil que estaba de relleno en una rueda, para completar el número de cinco personas. En fin, como dijo el capitán que llevó las investigaciones, a sus colegas de café:

-          También es mala suerte que, pudiendo haber caído a manos de algún maleante fichado y fotografiado, haya acabado con él un tipo sin antecedentes policiales y que, a lo que parece, no le robó ni el paquete de cigarrillos. Así no se puede descubrir nada, aunque quisiéramos. ¡Como no sea por un golpe de suerte!

     De forma más pulida, el atestado presentado al juez concluía, con evidente sorna:

     Lo más probable es que el criminal haya sido algún delincuente no identificado, que haya actuado por venganza, contra un probo defensor de la Ley.

     Se continúan las investigaciones, de cuyo resultado positivo se dará, en su caso, conocimiento puntual a Su Señoría.





3.      Un cadáver en el confesonario



     Información tomada de las páginas 1 y 3 del diario La Voz del Turia de Valencia, del día 6 de mayo de 1964:

     La Ciudad quedó ayer sobrecogida por la terrible noticia que empezó a correr a primera hora de la noche. El padre Misael Cancio, cura párroco de la iglesia de Santa Honorata, en el barrio de Ruzafa, apareció degollado en el interior del confesonario desde el que diariamente impartía el Sacramento de la Penitencia… El sacrílego crimen fue descubierto por el sacristán, F.N., cuando, tras proceder al cierre del templo a las 20:45 horas, revisaba como de costumbre todas las dependencias, a fin de que nadie pudiese quedar escondido ni encerrado… Según han podido saber nuestros reporteros, el sacerdote recibió un certero y único tajo en el cuello, que hubo de producirle la muerte de forma casi instantánea, por la copiosísima hemorragia… El padre Cancio, natural de Requena, tenía 62 años y llevaba ocho encargado de la parroquia de Santa Honorata, siendo muy apreciado por sus feligreses, que no se explican lo sucedido, dado que al sacerdote no se le conocían enemigos ni parece que el móvil haya sido el robo… Por el momento, los hechos y su autor resultan un tanto enigmáticos, siendo de desear que nuestra eficaz Policía resuelva el caso a la mayor brevedad posible…

     Pese a tan buenos augurios, el caso no se resolvió con rapidez. La circunstancia de que el cadáver hubiese aparecido en el confesonario habitual del padre Cancio, estando este en posición sedente normal y sin otras manchas de sangre que las existentes dentro del habitáculo, evidenciaba que aquel fue el lugar del crimen. Resultaba, además, evidente que, no habiendo señales de lucha ni defensa, el cura había recibido alevosamente el tajazo, de manera tan profunda y certera, que ni de gritar o pedir auxilio había tenido ocasión. Ello parecía facilitar la indagación policiaca respecto de la hora del crimen, que tendría que ser compatible con el tiempo que el párroco había dedicado a confesiones en aquel martes, 5 de mayo; pero el sacristán vino a complicar las cosas:

-          El Padre no tenía horas fijas de confesar, salvo una media hora antes de la misa de diez, que invariablemente decía todos los días. Luego, sus múltiples ocupaciones dentro y fuera de la parroquia le impedían establecer un horario fijo para la Penitencia, sin que por ello quedaran los feligreses desasistidos, pues el párroco tenía dos coadjutores. Lo que sí podía suceder es que algún fiel solicitara expresamente confesarse con el padre Cancio, para lo cual se ponía previamente en contacto con él -de ordinario, pulsando el timbre instalado al efecto en la iglesia-. El párroco, si estaba, salía inmediatamente a confesar, o citaba al confesante para día y hora determinados.

-          Y el día 5 de mayo -preguntó el policía que interrogaba al sacristán-, ¿hubo alguien que solicitara sus servicios?

-          No tengo ni idea. De hecho, yo no volví a ver al Padre desde que, a las once de la mañana, fue a visitar a un enfermo y, luego, al arzobispado.

     Esta última circunstancia fue también negativa para la precisión horaria que pretendía la Policía. Resultó que la gestión en las oficinas diocesanas debía de ser una falsa disculpa del cura para ausentarse un rato largo de la parroquia, sin dar más explicaciones. El hecho es que nadie lo había citado ni visto aquella mañana en el palacio arzobispal, perdiéndose la pista del sacerdote asesinado hasta el instante en que se encontró su cadáver. El comisario se hacía de cruces ante la confusión:

-          Pero de alguna manera abriría la iglesia para entrar en ella…   

-          La iglesia solía abrirla y cerrarla el sacristán. El párroco entraba por la puerta que comunicaba el templo con su casa.

-          Y alguien lo vería por la tarde…, si fue por la tarde…, meterse en el confesonario.

-          Pues no. Es una iglesia muy grande y bastante oscura. No hay buena iluminación vespertina hasta las siete y media, que empieza el rosario.

-          O alguien se acercaría a confesar con el párroco y vería si estaba o no.

-          Como comprenderá, comisario, el criminal tuvo la precaución de dejar cerradas las dos hojas de la parte superior de la puerta del confesonario; y, en cuanto a las celosías laterales para las mujeres, tienen cortinillas, que también estaban echadas.

-          Vamos, que no hay manera de saber cuándo murió el pobre cura.

-          Por supuesto que sí, señor: leyendo las conclusiones de la autopsia. Allí se da como hora probable de la muerte, entre las cinco y las ocho de la tarde.

-          Lo que es un lapso muy puñetero pues, si fue entre las cinco y las siete, la iglesia estaba cerrada y el penitente tuvo que haber quedado citado con el cura y entrar con él desde la casa parroquial; pero, si fue entre las siete y las ocho, pudo ser cualquiera que se acercase como si fuera a confesar, y degollara al padre Cancio.

-          ¡Hombre, comisario!, lo más probable, con diferencia, es lo primero que usted ha dicho. No veo yo a un tipo que actúa con evidente premeditación, cortándole el cuello a un cura, con gente alrededor.

-          No crea, inspector. Ese sujeto tiene mucha habilidad con el cuchillo: de eso no hay duda. Y ya sabe que con un corte así, no hay manera de decir ni pío.




***

     En realidad, toda esa preocupación por la hora y la forma de programar la confesión no deja de ser una buena muestra del interés de la Policía por el detalle. El verdadero meollo del caso lo había encontrado el inspector que primero acudió a Santa Honorata para hacerse cargo de las diligencias. Se trataba de una tarjeta del tamaño de las de visita, sin texto impreso, pero con el siguiente mensaje manuscrito en letras mayúsculas:

RECUERDO DE V. DE M.

     El recuerdo estaba colocado sobre el breviario del cura, en la pequeña repisa que servía, al propio tiempo, de reposabrazos. Eso y el cuidado que evidenciaba la grafía en usar rasgos geométricos y despersonalizados, evidenciaba que el mensaje procedía del asesino, casi con seguridad. Unido ello a la razonable probabilidad de que la confesión hubiese estado programada, llevó al inspector que llevaba el caso a presentar un informe a su comisario, en el que, entre otras cosas, se decía:

     … Deduzco que el criminal, o bien conocía de antemano a su víctima, o bien supo ganarse su confianza para que lo confesara a deshora y con la iglesia cerrada. La tarjeta da a entender con claridad que las iniciales del nombre y apellido del individuo son V. de M., habiendo hecho alarde de esa insuficiente identificación, bien para provocar a la Policía, bien para mostrar que actuó por venganza, o en recuerdo, como él escribe… En mi opinión, que someto a su superior criterio y conocimiento, habría que dirigir las pesquisas hacia alguien conocido del padre Cancio y/o que tuviese con él alguna grave cuenta pendiente.

     En todo convino el comisario, pero fue en vano, cuando menos, en unos meses. El señor -nadie sospechó que pudiese ser mujer- V. de M. no apareció. Mejor dicho, hubo un Vicente de Montrubí, anticuario natural de Albaida, con tienda de objetos litúrgicos abierta en el carrer de Cavallers de Valencia, que las pasó de a quilo, hasta que recordó que el día de los hechos había viajado a Játiva para mercar una interesante cruz parroquial del siglo XVII, por la que había pagado dieciocho mil pesetas, precio que le había parecido un poco caro, hasta que dicha enseña lo sacó del fenomenal apuro en que estaba metido, por obra y gracia de un criminal con ansias de notoriedad.





4.      Atando los cabos



     En el capítulo 1 habíamos dejado al inspector de Policía, Amancio Iglesias, y al teniente de la Guardia Civil, Víctor Lobón, a punto de conocerse y de emprender, juntos pero no revueltos, la investigación del crimen del bodeguero. La prudencia y buena educación de ambos, unidas a su común -y nada frecuente- sentimiento de pertenecer a Cuerpos hermanos -o cuando menos, primos-, que trabajaban en una tarea común, les permitió entenderse desde el primer momento y generar confianza, desde que constataron que ambos estaban bien preparados en lo profesional y eran sinceros en sus palabras e informaciones. Dicho escuetamente: ni el policía pretendió dar lecciones al guardia, ni este ser el espía de aquel. Eso permitió que trabajasen en equipo y, en una palabra, ser todo lo eficaces que las circunstancias permitían.

     Empezaron por repetir, corregidas y aumentadas, las diligencias de investigación que ya figuraban en el sumario, siguiendo en todo las pautas del presidente Gaztañaga y del juez de instrucción de Torrecilla, evitando así cualquier error o discrepancia. Ayudados por una mecanógrafa y en un despachito -préstamos ambos del instructor-, volvieron a tomar declaración a los testigos y a seguir la pista del famoso jeep crema. Y algo que no se había hecho previamente: comprobaron que, en efecto, dos días antes del homicidio, la víctima había recibido en su casa del pueblo de Cuatroiglesias -limítrofe con el de Maslejos- una llamada telefónica desde Castellar que, según su mujer, provenía del dueño de un conocido bar de dicha ciudad, interesado en comprar una buena cantidad de vino clarete. Como es natural, todo era una añagaza, empezando por la identidad del autor de la llamada, quien ni había oído hablar de la bodega del finado Anacleto.

     Tras diez días de agotador e inútil trabajo, estaban como al principio: individuo de mediana edad, fuerte, de pelo canoso, que conduce un jeep crema, matrícula de Castellar, y reside seguramente en dicha ciudad. Lo más sólido era lo del vehículo y pudieron comprobar que el número de todoterrenos de la marca Jeep matriculados en la provincia era de unos doscientos. Un número tan elevado desaconsejaba en principio esa línea de investigación, según don Manuel Gaztañaga, pues estaban casi seguros de que no había ninguna relación anterior conocida entre el dueño y el bodeguero. Ambos investigadores coincidían en que era esencial indagar antes el móvil más probable del crimen, teniendo en cuenta la personalidad del fallecido. Parecía un sujeto insignificante. Con todo, don Manuel fue el primero en tirar del hilo, por el que acabaría saliendo todo el ovillo:

-          ¿Insignificante, dice? Siendo concejal y alcalde pedáneo, algo tendrá el agua cuando la bendicen.

-          Ya sabe, señor presidente, -replicó Iglesias- lo que son estos cargos no retribuidos en los pueblos. A cualquiera con un negocio y sabiendo leer y escribir, le toca.

-          Maslejos es un pueblo de cierta importancia -insistió el magistrado-. Yo que tú, empezaría a husmear por ahí, pero no en el año pasado, ni en el anterior. Llevaba casi diez años de concejal: Tendrías que remontarte, por lo menos, dos décadas más.

-          O sea -dedujo el policía, con desaliento-, hasta la época de la guerra[6].

-          Pues, ahora que lo dices -repuso don Manuel-, no estaría mal como punto de partida. Aunque esta provincia cayó desde el primer momento y casi sin lucha del lado de los vencedores, ya sabes que se derramó sangre en cantidad. A lo mejor, por ahí…

     Tomando café aquella tarde el inspector y el teniente, aquel relató a este la charla habida con Gaztañaga. Lobón comentó:

-          Esa gente de los pueblos es muy suya y no soltarán prenda a un secreta ni a un picoleto[7]. Y no digamos si, como parece, el muerto era de la situación. Aunque han pasado muchos años, los vencidos no se confían, y hacen bien.

     Iglesias se echó a reír:

-          ¿Sabes que, para ser militar y tan joven, hablas con mucha franqueza?, dijo.

-          Las cosas son como son, replicó Víctor. Como apenas nos conocen, tal vez podría ir de incógnito uno de nosotros solo, con cualquier disculpa plausible, para que se confiaran.

-          ¡Bravo!, exclamó Amancio. ¡Estás aprendiendo un montón conmigo!... Espera, no te cabrees, que estaba bromeando. Para que veas que te aprecio y considero, seré yo quien vaya a Maslejos de turismo.

***

     Concedamos al inspector Iglesias la cualidad de la experiencia inteligente, sin necesidad de detallar la forma y personas de las que fue sonsacando la información que pretendía. Para empezar -como el presidente había en parte pronosticado- aquellos pueblos aledaños, Cuatroiglesias y Maslejos, habían sufrido un muy violento verano del 36, con un total de treinta muertos, según se decía por tradición oral[8]. En su forma más repugnante -los asesinatos de tipo o apariencia políticos, llamados paseos-, aparecía siempre el nombre de Anacleto Revesado, cuyo padre era uno de los terratenientes importantes de la zona, aunque sus siete hijos, al partirse la herencia hacia el año 60, no habían tocado a mucho cada uno.

     Más críticos o, cuando menos, más expresivos se mostraban los convecinos de Revesado, al aludir a su carrera política durante la posguerra. No contento con ser alcalde de Cuatroiglesias, ambicionó puestos más altos en la capital de la provincia, ejercidos en la Diputación Provincial, el Sindicato oficial de agricultores y el Servicio Nacional del Trigo; cargos que ejerció con tanto provecho propio y acrisolada deshonestidad, que acabaron por concitarle la enemistad y animadversión de colegas y personas dependientes de sus decisiones. Finalmente, allá por el año cincuenta y cinco, un Gobernador Civil lo había defenestrado, de la forma autoritaria y parcial que se estilaba entonces. Como todo castigo de sus exacciones, fue cesado en sus prebendas provinciales, aunque nombrado seguidamente concejal de Maslejos y alcalde pedáneo de Viñales, como ya sabemos. Al morir su padre, había optado por quedarse con la hijuela de los viñedos y la bodega, formando para explotarla una sociedad de responsabilidad limitada, con su mujer y sus tres hijos como únicos socios, aparte de él mismo, sin otro capital aportado por todos ellos que cinco mil pesetas del acervo familiar.

     Con todos estos datos, todavía notas provisionales -en barbecho, como él decía-, Amancio volvió de su estancia en Maslejos, dispuesto a contrastarlos y precisarlos en los archivos y hemerotecas de Castellar. Nada más llegar, llamó a Víctor, encontrándose con que acababa de arribar de Madrid, donde había estado pasando unos días. Enfadado, le recriminó:

-          Así que, tan pronto no está el gato, los ratones organizan un baile, ¿eh?

-          No sé qué rayos quieres decir con tus dichos y refranes -disimuló el teniente-. El caso es que estaba deseando verte porque me he enterado en Madrid de una coincidencia de lo más curiosa. Pero primero cuéntame tú y luego te explico.

***

     Tan pronto hubo acabado el inspector de poner al tanto a su colega -con las referencias que acabamos de reseñar-, tomó la palabra el teniente y le refirió el caso del teniente coronel asfixiado en Villaverde por monóxido de carbono[9]. Amancio gruñó:

-          No veo que hay de curioso en la historia de ese teniente coronel crápula. En todas partes cuecen habas.

-          Espera, espera, que no te he dicho lo mejor. Por casualidad, me indicaron todos los destinos que había tenido el tal Acuña y ¿a que no sabes en dónde estaba de teniente jefe de Línea, cuando estalló el Movimiento?

     Al inspector se le encendió la lucecita:

-          ¡No me digas que andaba por donde acabo de estar descornándome, mientras tú te paseabas por los Madriles!

-          En efecto, en julio del 36 dirigía la Línea con centro en Torrecilla y allí siguió hasta el otoño, cuando marchó para el frente y tuvo un desempeño tan lucido, que lo condecoraron y ascendieron por méritos de guerra… ¿Qué me dices ahora?

-          Te digo que podemos haber empezado a ver luz al final del túnel. Vamos, que hay un principio de probabilidad de haber dado con el móvil del crimen, … o de los crímenes. Pero no nos hagamos ilusiones y pongámonos a trabajar en serio, no a especular. Tenemos que convertirnos en historiadores y ver qué demonios pasó en Maslejos en las primeras semanas de la guerra y quienes estuvieron implicados, como dirigentes y como víctimas. Déjame a mí a los del pueblo, ya que los conozco un poco. Tú vete a los tres diarios que ya entonces se publicaban en Castellar y fotografía o toma nota literal de cuanto se refiera a aquellos hechos. Para empezar, nos conformaremos con el periodo del 18 de julio del 36, al 30 de octubre.

-           ¿Del mismo año?, preguntó con sorna Víctor, un poco abrumado, pues nunca se había sumergido en una hemeroteca.

-          Habla con los directores y pídeles que te ayuden los periodistas encargados de archivo. Di que se trata de una investigación judicial pero, cuantos menos detalles les des, mejor.

***

     La suma de las informaciones acopiadas por el teniente -por la vía documental- y por el inspector -mediante la testifical- arrojó parecido resultado. En los últimos días de julio del 36, de la Casa del Pueblo[10] de Maslejos, convertida en centro de detención, los más significados activistas o políticos de izquierdas habían sido sacados por individuos afectos a la ideología opuesta, rumbo a las cárceles de Castellar y al pertinente consejo de guerra, o directamente a los pinares próximos al río Duerna, donde un número indeterminado de ellos había sido asesinado y sepultado en una fosa común. Era rumor público que, ante el riesgo de que tales crímenes se produjeran, se había dado aviso telefónico al teniente Acuña, por el cabo comandante del Puesto de Maslejos. Acuña, en efecto, se había presentado en la localidad pero, lejos de evitar la escabechina, había incluido en el grupo asesinable a tres individuos más -dos hombres y una mujer- de la misma familia, a los que les tenía ganas desde que, en los años de vigencia de la Ley de Términos Municipales[11], lo habían denunciado al Gobernador Civil, por no hacer nada para evitar la burla e inaplicación de dicha norma por los terratenientes de la zona; denuncia que debió de suponer alguna reprimenda o sanción al expresado teniente.

     La cosa estaba clara, en opinión del magistrado Gaztañaga, aunque maldita la gracia que le hacía -como tampoco al juez de Torrecilla- el que pudieran tener que acumularse los homicidios del bodeguero Revesado y del teniente coronel Acuña; pero para algo estaban las leyes procesales. Así que, haciendo de tripas corazón, ordenó a sus dos investigadores:

-          Por ahora, teniente Lobón, no levantemos una liebre que aún no sabemos si está en la cama. Así que chitón con sus compañeros y céntrense el inspector y usted en localizar al asesino del bodeguero. Una vez identificado, ya veremos si hay que procesarlo solo por lo de Maslejos, o también por lo de Madrid o, incluso, por la muerte de Manolete -concluyó con esa gracieta tradicional, pero de dudoso gusto en boca de todo un presidente-.

     Iglesias temía que su compañero no guardase la reserva requerida y se organizara un follón antes de tiempo, pero se llevó una agradable sorpresa:

-          Chico -comentó el teniente-, que manía tenéis los castellanos con los refranes y las frases hechas. Con liebre en la cama o levantada, un servidor no abrirá la boca, ni para informar a su coronel. Que cada palo aguante su vela o, por mejor decir, que cada provincia aguante su muerto.

-          Algo se te va pegando de nosotros, extremeño de los demonios, concluyó el castellano, echándose a reír. 





5.      ¿Quién es V. de M.?



     Amancio y Víctor estaban tomando café en El Español, cambiando impresiones acerca de su trabajo común. El policía había tenido una idea bastante peligrosa:

-          Víctor, ¿no has oído aquello de que no hay dos sin tres?

-          ¡Vaya hombre, refranes habemos!

-          Quiero decir que podemos tener dudas de la conexión entre los crímenes del bodeguero y del teniente coronel, pero si apareciese un tercero relacionado con la guerra civil en Maslejos, el motivo vindicativo sería ya indudable. Así podríamos buscar sobre seguro al autor, y no me cabe duda de que lo encontraríamos sin gran dificultad.

-          Vale; me parece razonable. ¿Y qué método se te ocurre? No vamos a ir por ahí, buscando crímenes de motivación política.

-          Claro que no. Podemos empezar por recopilar todos los homicidios sin resolver del último año. Ese límite temporal facilitaría mucho las cosas. Algo me dice que, si el criminal es uno solo, está dándose una cierta prisa en actuar, como si quisiera celebrar los 25 años de paz[12].

-          ¿Tienes idea de cuántos casos tendríamos que analizar?, preguntó el teniente, preocupado porque pudieran ser muchísimos.

-          Yo creo que no demasiados. Para empezar, el número de homicidios en España es bastante reducido[13]. No tendríamos que preocuparnos de los de autor conocido, ni de los casos en que las víctimas fuesen menores -pongamos- de cuarenta y cinco años. Vamos, pan comido; tanto así, que podrías encargarte tú de la tarea, mientras yo voy preparando un estudio serio de las personas y las familias más destacadas de Maslejos en haber causado daño durante la guerra, o en haberlo sufrido.

-          Tú me mandas -repuso el teniente con ironía-, pero te va a costar invitarme al café.

***

     Resultó que la cifra anual de homicidios de mayores de 45 años en el último año había sido de setenta y dos. De ellos, cincuenta y cinco ya tenían autor conocido. En consecuencia, Lobón tomó nota y resumió los diecisiete restantes. Uno de ellos le llamó poderosamente la atención, por haber dejado el criminal voluntariamente su tarjeta de visita: Recuerdo de V. de M. Naturalmente, era el caso del párroco asesinado en Valencia dentro de su confesonario[14].

     A los quince días del café anterior, en el caliginoso mes de julio en Castellar, el inspector y el teniente volvían al Español, para poner en común la información obtenida por cada uno. Lobón no perdió la oportunidad de contar la anécdota de la tarjeta. Iglesias insistió:

-          ¿Y dices que el cura se llamaba Cancio?

-          En efecto, Misael Cancio.

-          ¿Y que el texto era recuerdo de V. de M.?

-          Sí, hombre, sí. ¿Te dice algo?

-          Me dice mucho y no me dice nada. Dame cuarenta y ocho horas y te responderé con precisión. No quiero crearte ahora falsas esperanzas.

-          Está bien, Don Reservado, pero no más de dos días. Ya sabes que me cojo quince de vacaciones, para ir a ver a mi novia a Almendralejo.

-          Ya tienes que quererla para pasarte una quincena canicular en aquel horno

     Amancio solo necesitó un día para comprobar el dato, pero quiso mantener la cita para así excitar la curiosidad de Víctor. Esta vez quedaron en las piscinas Tahití, junto al río:

-          Confirmado, mi joven amigo -explicó el inspector-. El padre Cancio -como le conocen todos los que en Maslejos lo recuerdan- fue cura en ese pueblo durante los dos primeros años de la guerra, si bien había llegado, recién ordenado, dos años antes. Era el segundo del párroco, Don Isaías, un hombre ya mayor, con el que no se llevaba nada bien. Durante la contienda, Cancio se portó malamente: pistola al cinto; denuncias de los desafectos al Movimiento; malos informes de los acusados y de quienes los precisaban para trabajar… Se dice que, por razones políticas, arrinconó al mucho más moderado Don Isaías, ya algo achacoso, que acabó retirándose por razones de salud a casa de una hermana que tenía en Palencia, de donde no volvió hasta que su violento coadjutor marchó destinado de párroco titular a un pueblo de Soria, creo que a Vinuesa.

-          O sea -dedujo el teniente-, que justos son los toros, como dirías tú. Ahora solo falta averiguar quién sea ese V. de M., que tuvo la desfachatez de firmar su crimen.

     Iglesias torció el gesto:

-          Aunque aún tengo que finalizar mis indagaciones, hasta ahora no he oído hablar de ningún vecino significado de aquellos pueblos que responda a esas iniciales. Tengo el presentimiento de que el criminal no trató de desafiar a la Policía, sino de despistarla.

-          Lo que me dices no responde a la psicología del tipo de sujetos que dejan su firma en el lugar del crimen.

-          No, si no afirmo que esas letras no digan nada. Lo que empiezo a pensar es que no se refieren a la persona, sino al lugar.

-          ¿El lugar? ¿Maslejos?

-          En efecto: Viñales de Maslejos, para ser más exactos.

-          ¡Hum! Está bien traído, pero no deja de ser una opinión.

-          Claro está, pero una opinión comprobable y que, de ser acertada, simplifica mucho la localización del criminal: Al estallar la guerra, su familia y él vivirían precisamente en Viñales. No obstante, como hay que atar todos los cabos, mientras tú te asas en Almendralejo, yo me meteré con un buen ventilador en las oficinas de la Jefatura Provincial de Tráfico, para localizar a todos los propietarios pasados y presentes de los Jeep matriculados en esta provincia. Cuando termine mi labor, pienso coger, también yo, unas vacaciones, pero en Llanes, que es un poco más fresquito que donde vas tú. Claro que, como soy soltero y sin compromiso, estaré más triste y solo.

***

     Mientras Víctor pelaba la pava en Almendralejo con su novia Carolina, Amancio se las veía con las doscientas entradas que en Tráfico tenían los Jeep de fabricación nacional. Rezando para acertar, decidió centrarse en los que tenían color crema al salir del concesionario. Seguidamente, encomendándose al obispo San Amancio, seleccionó aquellos vehículos que figurasen inscritos a nombre de titulares nacidos a partir de 1920 y naturales del municipio de Maslejos. Quedaron tres propietarios, cuyos apellidos necesariamente le sonaban, como muy comunes o como frecuentes en la comarca. Apuntó, pues, los tres nombres y tomó la carretera de Torrecilla y Maslejos, dispuesto a contrastarlos con lo que le dijeran los maslejanos de su mayor confianza. ¡Eureka! Uno de los dueños de jeep, de nombre Juan Cañizal, era miembro de la familia de los Atrevíos, tres de cuyos miembros -el padre y la madre de Juan y uno de sus hermanos- habían sido paseados en la triste jornada del 29 de julio del 36, con la autoría, cooperación o connivencia del bodeguero, el teniente coronel y el párroco recientemente asesinados. Según le dijeron, Juan Cañizal se libró entonces de verlo, y quizá de compartirlo, por estar pasando unos días en las colonias de verano que organizaba la UGT junto al mar -luego sabría el inspector que radicaban en el pueblo cántabro de Somo-.

     Mientras volvía conduciendo a Castellar, Iglesias, más contento que unas pascuas, ya venía maquinando todo lo que habría de hacerse seguidamente. Pero su experiencia, más que su optimismo, le decía que, una vez disipada la niebla, el paisaje se le ofrecería despejado y fascinante. Vamos, como coser y cantar.





6.      El estraperlista




     Dice el tópico que, si quieres vencer a tu enemigo, primero debes conocerlo a fondo. Algo así debían entender Iglesias y Lobón pues, tan pronto regresaron de sus vacaciones, leyeron con gran atención el informe que el primero de ellos había dejado encargado a la brigada de información de la comisaría de Castellar. Y a fe que no debía de ser un cualquiera el tal Juan Cañizal Sampedro, pues lo mecanografiado ocupaba casi cuatro folios a espacio y medio. Hagamos un resumen de su contenido:

     … La guerra lo sorprendió, con quince años de edad, en una colonia de verano de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra de la UGT, en la localidad costera santanderina[15] de Somo… Conquistada la provincia por las Fuerzas Nacionales en agosto de 1937, se sigue sin información sobre Cañizal, como viene sucediendo desde julio del año anterior… A finales del año 1937, Juan Cañizal reaparece, al ser acogido en el pueblo de Villada (Palencia) por unos tíos maternos (Dionisio Calzada y Leonila Sampedro), labradores acomodados del lugar, con quienes convivió hasta el año 1941, trabajando para ellos… En julio de 1941, cuando estaba a punto de entrar en quintas, Cañizal se alistó voluntario en la División Azul[16], con la que combatió en el frente ruso durante los dos años que duró su existencia… Consta que fue ascendido a cabo y que mereció la condecoración de la Cruz de Hierro de segunda clase[17], habiendo sido herido, al menos, en una ocasión… Cañizal regresó a España en octubre de 1943, al disolverse su Unidad y ser repatriados los componentes de la misma… Nuevamente, se pierde la pista del informado, siendo ya de 22 años de edad, pues no regresó a casa de sus tíos ni tuvo que cumplir más servicio militar que el ya prestado en Rusia… Reaparece un año después, en mayo de 1944, contratado como oficial en la empresa Hijos de Alcalde, S.L. de Castellar, dedicada al tráfico de harinas y la panificación. En octubre de ese mismo año, contrae matrimonio con Rosario (Charito) Alcalde, hija mayor de su patrón, Anacleto Alcalde, administrador y verdadero dirigente de la empresa, siendo la boda un acontecimiento social, recogido extensamente en los “ecos de sociedad” de los periódicos locales y del diario ABC de Madrid… Se sabe que el suegro no vio con buenos ojos el enlace de su hija con Cañizal, teniendo que consentirlo por estar aquella embarazada de una niña, que nacería en febrero del año siguiente, 1945… A partir de su matrimonio, Cañizal fue designado por su suegro director de la fábrica de harinas que la empresa tenía en Sarrión del Marquesado, en la comarca de Tierra de Campos, que regentó con gran eficacia, pero usando de las prácticas ilegales frecuentes en aquella época, conocidas con el nombre genérico de estraperlo[18]En la Fiscalía de Tasas de Castellar figuran numerosos expedientes a la empresa Hijos de Alcalde, S.L. y diversas sanciones a su director, Juan Cañizal, consistentes todas ellas en multas de variada cuantía… Durante todos estos años, Cañizal se enriqueció muchísimo, si bien nunca hizo ostentación de un elevado tren de vida, ahorrando o invirtiendo acertadamente sus beneficios, lícitos e ilícitos, particularmente, en pisos y en títulos-valores… A mediados de la década de 1950, al decaer los negocios basados en el estraperlo, Cañizal se separó de los asuntos de su suegro y, con un grupo de amigos y personas de su confianza -un total de once-, fundó en 1956 la empresa Proavisa (Producción y Alimentación de Aves, S.A.), un sector económico que entonces empezaba a despegar y tener éxito en Castellar… Las instalaciones de Proavisa se encuentran situadas en la zona pinariega próxima a la capital, comprendiendo cuatro grandes naves para albergar gallinas y pollos, una fábrica de piensos para estos animales y unas oficinas donde, en total, trabajan trescientos ochenta empleados… La sede de la sociedad y su administración radican en la calle San Jacobo, número 11, piso primero, de Castellar, inmueble en cuyo tercer piso vive el informado, junto a su esposa y la hija y el hijo habidos de su unión… En efecto, principalmente para su uso profesional, Juan Castellar es propietario de dos vehículos Jeep, uno de color verde, matrícula CT-15.778, y otro de color crema, matrícula CT-23.454… La fortuna actual de Cañizal se calcula en unos ochenta millones de pesetas.

***

     Con tan escasas pruebas testificales y objetivas, como para acusar de tres asesinatos a un pez gordo, estaba claro para Iglesias que todo el caso se diluiría como un azucarillo en el agua, de no conseguir una confesión del sospechoso, completa y ante el juez. Pese al entusiasmo de Víctor -que ya consideraba a Amancio poco menos que un segundo Comisario Maigret[19]- el inspector decidió parar las pesquisas hasta poder cambiar impresiones con el presidente Gaztañaga, que -ya se sabía- no volvía al trabajo hasta el 15 de septiembre[20]. Solo se permitió el gustazo de dejarse caer distraídamente por las instalaciones de Proavisa, y fotografiar el jeep crema desde cinco ángulos diferentes.

     Cuando, por fin, los recibió, el presidente escuchó la exposición oral de Iglesias y recibió de él un extenso informe escrito y gráfico, con un talante decaído, que no esperaban sus interlocutores. Gaztañaga, finalmente, suspiró y dijo:

-          Me temo, señores, que hemos llegado a la peor de las situaciones posibles. Tenemos la convicción de que el tal Cañizal es culpable de tres homicidios, nada menos, pero no podremos acusarlo ni llevarlo a juicio, a no ser que confiese sus crímenes. Vamos, que el caballero tiene en sus manos la decisión de condenarse a muerte o de irse de rositas.

-          Siempre se puede forzar a un culpable a que confiese, replicó oscuramente Amancio, casi en un soliloquio.

-          ¡Claro!, exclamó el presidente. ¿Y qué piensa emplear, el potro de tortura o las descargas eléctricas?

-          Perdone, don Manuel, no era esa mi intención. Lo que quiero decir es que, a juzgar por la tarjeta de recuerdo de V. de M., el individuo está orgulloso de lo que ha hecho y puede estar deseando blasonar de ello y contar a la gente de bien lo canallas que eran las personas a las que él ha hecho pagar por sus fechorías. Vamos, que, con un cincuenta por ciento de minuciosidad y otro tanto de psicología, podemos conseguir que Cañizal se delate o, por mejor decir, nos cuente toda su historia.

-          ¿Puedo intervenir, Señoría?, preguntó Lobón. ¿Sí? Gracias… Lo que quiero decir es que el inspector Iglesias y yo hemos trabajado durante meses como burros y, en lo referente a él, ha hecho gala de un olfato, que ni el mejor de los sabuesos. Denos un margen de confianza y estoy convencido de que le traeremos a ese cuidador de pollos envuelto en celofán y con un lacito que ponga R.I.P.[21]

     Al  presidente no le cayó bien el atrevimiento del teniente, pero le hizo caso. Se dirigió a Iglesias y preguntó:

-          ¿Qué le parecería un margen de confianza de tres meses? Bueno, pongamos hasta el 31 de diciembre de este año.

-          Puede ser suficiente, aventuró Amancio. En todo caso, se intentará.

-          Pues duro con ello, señores, concluyó Gaztañaga, y con absoluta reserva. Si no lo conseguimos nosotros, tiempo habrá luego de ver cómo les vendemos lo que sabemos a los tipos listos de Valencia o de Madrid.

     A la salida de la Audiencia, Amancio se encaró con Víctor:

-          ¿Cómo rayos se te ocurre hablarle a don Manuel como si fuese un colega de café? ¿Y quién te manda ponderarme como si fuera Sherlock Holmes[22]? ¡Menudo batacazo nos vamos a dar como nos falle la psicología!

-          Seguro que no -repuso Víctor, un poco encogido-. Tú tienes recursos para todo… ¿o no?

-          Anda, anda, vamos a tomarnos una caña, que tengo un sofoco que no veas. Y, en lo referente a los recursos, no yo, sino nosotros, vamos a dar el todo por el todo, empezando por ti, que vas a tener en la comedia el papel de galán joven.

-          ¡Toma!, exclamó Lobón. No te lo van a dar a ti, que ya no cumples los cuarenta.

***

     Antes de que Iglesias pergeñara su plan diabólico, en el que correspondería a Lobón el papel de galán joven, recibió en mano una carta del Presidente, en la que, entre otras cosas, se decía:

       Estuve hablando ayer con Don Florencio Romero, Teniente Fiscal de esta Audiencia, quien hasta el pasado año fue el Fiscal de Tasas de la provincia de Castellar[23]. Como quien no quiere la cosa, le traje a colación a su estraperlista. El fiscal se acordaba perfectamente de él, como un sujeto corpulento, listo y bastante descarado, a quien se sancionó en repetidas ocasiones con multas, incluso cuantiosas… Saqué la impresión de que debe de ser un tipo de cuidado y así se lo transmito a usted, para que se ande con tiento, ahora que el mismo ha entrado por la senda de los negocios legales y tiene ganada una posición en la ciudad… Sobre todo, controle al teniente de la Guardia Civil que aparentemente colabora con usted y que el otro día me pareció que no contenía en debida forma los excesos verbales…

     El inspector se sonrió y resolvió no comunicar a Víctor la impresión que el presidente había sacado de él, a raíz de la entrevista antes relatada.





7.      Preparando una confesión



     El teniente estaba indignado. Sobre aguantar las nada veladas amenazas de su coronel de mandarlo, como más cerca, a Melilla, ahora tenía que soportar que Amancio -a quien, hasta ahora, había considerado un hombre serio y un buen colega-, le propusiera hacer la corte a la hija de Juan Cañizal, para ver si averiguaba algo sobre los ratos libres en que su padre se dedicaba a apiolar fascistas. Lo de Melilla tenía que ver con que Lobón estaba resultando un alcahuete -como, con todas las letras, lo había calificado el coronel-, al andarse por las ramas cada vez que el coronel le pedía explicaciones sobre lo que estaban haciendo. Al borde de la sanción, el teniente le preguntó:

-          ¿No ha oído mi coronel lo del asesinato en Madrid del teniente coronel Acuña?

-          ¿Y qué coño tiene que ver la muerte de ese pichabrava con el asunto en que están metidos el policía y usted?

-          Perdone, mi coronel, pero ni el presidente de la Sala de lo Criminal, ni el juez de Torrecilla, me permiten violar el secreto de sumario.

-          ¿De cuándo acá las señorías están por encima de su coronel?... ¿Es eso lo que les enseñan ahora en la Academia?

     Y, por si fuera poco aquella filípica, le venía ahora Amancio con que tenían poquísimo tiempo y que había que emplear tácticas muy especiales. ¡No te digo! ¡Y tan especiales! Anda que, cómo se enterase Catalina… Y, si todavía la tal Lolita mereciese la pena…

     En fin, expliquemos con orden y claridad aquello que tan de cabeza traía a Víctor.

     Además de un hijo de catorce años, que estudiaba con los jesuitas, Cañizal tenía una hija de diecinueve, aquella que -como hemos leído en el informe policiaco- había nacido a los cuatro meses de la boda de sus padres. La mocita -la verdad sea dicha- tenía unas prendas espirituales muy superiores a las físicas, lo que había quedado bien de manifiesto meses antes cuando, al cumplir los dieciocho, se empeñaron sus padres en introducirla en sociedad, con una cena y baile en el Salón Montijo del lujoso hotel Conde Raimúndez. Pese a las excelencias del menú y a lo perentorio de las invitaciones de la familia Cañizal Alcalde, se había excusado buena parte de los muchachos convidados, y bastantes de los asistentes se habían dedicado a danzar con las beldades invitadas, dejando a la homenajeada -la verdad sea dicha-, en brazos de sus familiares y de chicos más piadosos y educados, que interesados y atractivos. Lolita había vuelto tan deprimida de la fiesta, que faltó toda una semana a la Facultad y, cuando por compensarla, sugirió su padre promoverla a madrina de los festejos de paso del ecuador[24] de Medicina, la moza le dijo con aparente tranquilidad:

-          Padre, como se le ocurra volver a ponerme en ridículo, me suicido.




     Todo aquello sucedió entre febrero y abril del 64, pero todavía coleaba, y muy vivo, tras pasar el verano y comenzar el curso escolar siguiente. Por tanto, el momento era pintiparado para que un joven apuesto, bastante mayor que ella y con su situación económica solucionada, cayese en medio de la familia Cañizal, aparentando con verosimilitud un interés por Lolita cercano a pretenderla. Iglesias, siempre prudente y preciso, había aconsejado a Lobón, tratando de superar las objeciones de este:

-          No se trata de que lleves las cosas más allá de una amistad… especial. Lo importante es que te metas en el ambiente de la familia y que la sonsaques todo lo que puedas sobre la vida y milagros de su padre en el periodo que se dedicó a liquidar viejas cuentas. Fue algo muy gordo, durante más de medio año, como para que no haya dejado alguna prueba material, o preocupación y extrañeza en sus íntimos. Al menos, tendrán que recordar si se ausentó repetidas veces de Castellar, cosa necesaria, no solo para matar, sino también para preparar los crímenes.

     El encuentro de Víctor con Lolita se preparó durante las sesiones en el cine Alameda, correspondientes a la Semana Internacional de Cine de Castellar, a las que era asidua asistente la muchacha, que acudía acompañada de algunas amigas. El teniente, buen cinéfilo, preparó a modo la coincidencia y el palique para entablar conversación con la joven. Esta no rechazó el asalto de aquel desconocido, que sabía tanto de cine, y que desbordaba su timidez con un apabullante saber estar. Al acabar la Semana, quedaron para ver La tía Tula[25] y, sucesivamente, todas las películas de cierto interés de la cartelera. Del cine, pasaron a los paseos urbanos, las citas al salir Lola de clase y hasta el baile acaramelado en la primera discoteca que funcionó en Castellar. Fue más que suficiente para que la chica se ilusionase a modo con aquella relación y, entre confidencia y confidencia personal, dejase caer lo que Víctor tan sutilmente preguntaba. Poca cosa en realidad: Que su padre había estado una temporada muy raro y viajando mucho más que de costumbre, hasta el punto de que su madre había acabado por ponerse, a su vez, temerosa e irritada:

-          No me hagas mucho caso -agregó Lolita-, pero creo que es por celos. No es que mi padre sea mujeriego, pero tanto viaje ha acabado por ponerla mosca.

     Si la hija estaba en la gloria con Víctor, también el padre estaba encantado. ¡No era nada, que Lolita tuviera un pretendiente! Eso que la diferencia de edad -unos diez años, a ojo de buen cubero- y el hecho de que fuese guardia civil, eran cosas que acabaron por preocuparlo. Lola era muy joven aún para una relación seria y, en lo que a él se refería, lo que menos quería ver por casa en aquellos momentos era a un picoleto. A mayores, algo debió de contarle su hija -o algo vio o notó en Víctor- que le generó alarma. El teniente se lo comentó al inspector:

-          Creo que don Juan está empezando a mosquearse.

-          ¿Por qué? -se extrañó Iglesias-. ¿Te ha visto husmear por la casa o hacer preguntas sobre él a la mujer o a la hija?

-          Tanto como eso no, pero te digo que está sobre aviso. Lo noto. Cada vez me pone peor cara y apenas cruza palabra conmigo.

-          Eso será porque tiene mala conciencia -dedujo el inspector-. Tú sigue metiendo baza, y hasta provocándolo, si es preciso. Nos conviene sacarlo de sus casillas, a ver si comete algún error o se delata.

-          ¡No te fastidia! Te convendrá a ti, que ves los toros desde la barrera…, y sin tener que explicar a tu novia que no vas a verla nunca porque tienes mucho trabajo.

-          Tensemos la cuerda un poco más, Víctor. La cosa está casi a punto: lo presagio.

***

     Empezó diciembre y, con él, el último mes del plazo concedido por el presidente para que el inspector Iglesias consiguiera la anhelada confesión de los crímenes por su escurridizo autor. Era tiempo, y no solo por acercarse el término judicial, sino porque Lobón hizo ver a su colega que las cosas no podían, ni debían, ir más allá:

-          Me es imposible seguir -expuso, abrumado, a Iglesias-. Lolita está tan enamorada de mí, que me ha confesado estar dispuesta a cualquier cosa, con tal que yo me decida a pedir formalmente relaciones a sus padres. Y cuando digo cualquier cosa, no exagero: La pobre chica me ha llegado a decir que bien comprende que los hombres tenemos impulsos y necesidades que nos resultan muy difíciles de refrenar, tanto más si, como yo, somos ya personas hechas y derechas, no meros estudiantillos. Hasta ha llegado a fantasear con que pasáramos alguna tarde en su chalet de Viciana, o con escaparnos un fin de semana a alguna ciudad próxima.

-          Sí, ya veo que la moza lleva una marcha que no veas. No obstante, teniendo en cuenta la causa que nos mueve y que tú no tienes ningún interés por ella…

-          Mira, Amancio, uno no es de piedra. Por otra parte, la muchacha es tan sencilla y tan culta, que acabas por cogerle cariño. Y, finalmente, me da una pena muy grande hacerle pasar por este engaño, sin cumplir sus evidentes deseos, que ella malamente pretende disimular como si fueran pasiones ajenas.

-          Entonces, ¿no quieres esperar aún un par de semanitas?

-          ¡Ni un par de días! Tal y como va el asunto, creo que no sacaremos más que vaguedades, intranscendentes ante un tribunal. Eso sí, el papá está a punto de caramelo, excitado y suspicaz. Ahora te toca a ti irritarlo, hasta el punto de que suelte la lengua y eche fuera todo lo que se le pudre dentro.

-          Está bien, Víctor. Voy a preparar el plan para el ataque final al señor Cañizal. Tú sal lo mejor que puedas, sin tener que cantar la palinodia a la muchacha. Por ejemplo, háblale de unas maniobras, o de un trabajo inesperado en las quimbambas. Cuando quiera empezar a sospechar, ya tendrá en casa motivos más que suficientes para pensar en cosas más graves.





8.      Justicia cumplida



     Iglesias dejó pasar dos o tres días, en los que preparó la futura y crucial entrevista con Cañizal. Lobón, cumplido ya su trabajo de ayuda al inspector, y no queriendo andar por Castellar cuando Lolita lo creía de maniobras en el imaginario polígono de Llano Estacado[26], se presentó ante su coronel y le dijo:

-          Mi coronel, permita que pase unos días encerrado en el cuartel, preparando para usía un informe que cumplirá con todas sus expectativas. Entre tanto, es seguro que el asunto habrá tenido un desenlace definitivo y habrán levantado el secreto de sumario.

-          Lo que mejor me parece de todo lo que ha dicho, teniente, es lo de encerrarlo en el cuartel. Precisamente, he estado tentado muchas veces de meterlo en el calabozo.

-          Espere a leer mi informe, señor. Luego, si sigue pensando lo mismo, puede sancionarme en los términos que estime justos.

-          No dude que lo haré. No me gustan los oficiales de la Guardia Civil que se andan con disculpas y formalismos, para no cumplir estrictamente las órdenes que reciben.

     El lunes, 14 de diciembre, el inspector se presentó, sin avisar, en las oficinas de Proavisa en la calle San Jacobo, se identificó y pidió hablar inmediatamente con Don Juan Cañizal, por asunto de la mayor gravedad y urgencia. Dado que se personó a las ocho y media de la mañana, estaba casi seguro de que el requerido se hallaría aún en su domicilio del tercer piso, desayunando o preparándose para salir hacia la fábrica. Amancio no dudaba de que el empresario relacionaría su presencia con los crímenes cometidos, pero esperaba que la confianza en la falta de pruebas y la curiosidad por conocer lo que sabía la Policía, llevarían a que Cañizal no pretendiese darle esquinazo.

     En efecto, al cabo de veinte minutos, el inspector tenía ante él al último de los Atrevíos, como había dado en llamarlo, en parangón con la famosa novela de Fenimore Cooper[27]. Ya lo conocía de vista, pero de cerca le pareció aún más alto y membrudo de lo que calculaba. Pensó para sí, con descarado optimismo, no me impresionas: lo que cuenta en estas cosas es la psicología.

     Concluidas las presentaciones y sentados frente por frente en el despacho presidencial de Proavisa, con la mesa por medio, Iglesias tiró de documentos y, procurando aunar la precisión con el resumen, fue poniendo ante las narices de su interlocutor todo lo que había hecho y los motivos por los que lo había realizado. No es necesario que lo reproduzca aquí pues ya es conocido de ustedes, si han leído los capítulos precedentes. Cañizal escuchó el aluvión de datos en completo silencio, alternando momentos de tensión -rubor; dedos engarfiados; venas superficiales inflamadas-, con otros de aparente desmoronamiento o vacilación. Iglesias alternaba lectura, resumen oral y miradas de hito en hito a su antagonista, procurando no darle tiempo para concentrarse ni replicarle. Finalmente, Amancio Freud concluyó:

-          Como verá, no solo conocemos los hechos, sino los poderosos motivos por los que los ha realizado. Espero que sea fiel a sí mismo, a la estirpe de los Atrevíos y a cuantos en Maslejos murieron por sus ideas, y que no se le ocurrirá convertirse en un cobarde y en un traidor a ellos, si ahora niega -inútilmente, por supuesto- cuanto ha cometido.

     Cañizal respondió de la manera que esperaba Iglesias. Con expresión lenta y fría, reconoció los tres crímenes y añadió:

-          Si usted me los hubiese atribuido de forma meramente objetiva, o por venganza, tal vez no habría estado dispuesto a confesarlos; pero ha realizado un trabajo serio, ha aceptado que actué en conciencia y, sobre todo, que se ha tratado de verdaderas ejecuciones, pues usted y yo sabemos que era, y sigue siendo, la única forma de hacer justicia en este país para con los crímenes de la guerra cometidos por los vencedores.

     Aun corriendo el riesgo de que Cañizal se enfadase y volviese atrás de su postura, Amancio decidió no pasar por acomodaticio y concederle la vitola de víctima:

-          Si mi opinión valiese de algo, le diría que lo que usted ha hecho tiene un pase, y que lo que unos y otros hicieron durante la guerra no lo tiene. Pero deje de hacerse el mártir, como si la aureola de sus padres y de su hermano pudiera heredarse. Durante los últimos treinta años, señor Cañizal, ha combatido por los nazis; se ha dedicado al estraperlo y al mercado negro; se ha casado por interés y, finalmente, se ha convertido en un patrono explotador, como dirían aquellos republicanos que usted dice venerar. Así que no me venga con tanto cuento. Sus valores humanos, como sus muchos millones, están en el banco, no en la fosa común.

     Cañizal acusó el golpe, pero no desautorizó el sofión del policía:

-          ¿Acaso cree que, si mi padre viviera, no me diría lo mismo que usted? Yo soy el primero que siente asco de mucho de cuanto he llegado a ser, pero las circunstancias mandan y a mí me han hecho tal y como soy.

-          En eso del ser y de las circunstancias, habría mucho que decir. No quiero ponerme de ejemplo, líbreme Dios, pero sí le diré que mi familia era de derechas y les tocó la guerra en territorio republicano, hasta el final. Sufrieron canalladas parecidas a las de la suya, pero no por eso yo he matado a nadie, ni me he convertido en un agente torturador, parcial o violento. Como habrá tenido ocasión de comprobar, soy un policía científico, que tiene la psicología como el norte de sus trabajos. Y la psicología me dice que usted y yo tenemos que hablar, antes de que me lo lleve esposado, camino de la Comisaría o, mejor aún, del juzgado de instrucción de Torrecilla.

***

          Cañizal aceptó confesar formalmente sus crímenes ante el juez, bajo la condición de que se le dejase una semana para redactarla con todo lujo de detalles, de manera que luego, en el juzgado, apenas tuviera otra cosa que hacer que ratificarla llanamente. Aquella semana también la emplearía en explicar las cosas a su familia. El inspector aceptó, a condición de que no se ausentara de Castellar sino para ir a la granja avícola o a la fábrica de piensos, así como que sus prevenciones no le llevaran ni un día más de los siete convenidos. Entre tanto, el emplazado fue advertido por el policía de que sería seguido y vigilado discretamente, en cuanto saliera del inmueble de su residencia.

     Amancio intuyó que Cañizal no le había dicho toda la verdad y que habría de sorprenderlo con algo importante. No obstante, aceptó la responsabilidad, por la obvia razón de que, si se volvía atrás en lo de la confesión, nada podría hacerse para juzgarlo por sus delitos. Como medida precautoria en su propio beneficio, decidió no informar a nadie del acuerdo alcanzado. De otro modo, estaba seguro de que sería desautorizado al momento.

     El día antes de expirar el plazo, el policía recibió la llamada telefónica de don Manuel Gaztañaga:

-          Nada, hombre, que le llamo para desearle feliz Navidad. Como es tan caro de ver…

-          Perdone usted, don Manuel, pero ya está al caer… lo que usted y yo sabemos. Yo creo que será mañana.

-          Pues nada, Iglesias. Tan pronto sepa algo, venga por aquí a decírmelo.

     Ese mismo día -o quizá fue en el anterior- Cañizal había enviado a un empleado de confianza, con el encargo de entregar un sobre tamaño folio a Paco Realce, alias Trotski, el conocido librero de lance de Castellar. Estoy en condiciones de afirmar que el contenido del pliego era una copia de la confesión que acababa de concluir, más una cuartilla manuscrita que, más o menos, decía lo siguiente:

     Paco, haz llegar esto sin falta y con la mayor seguridad de recepción, a tus contactos, para que a su vez lo entreguen en Francia a los de la Editorial Pasionaria, con la petición de que lo publiquen, pues realmente vale la pena.

     Esa sorpresa tardaría aún un año en estallar. Menos tardó otra. Cuando Amancio se personó en el despacho de Juan Castellar, el día 21 de diciembre, a las nueve en punto - como estaba convenido-, un oficinista subió a avisarlo, bajando a los pocos momentos con el sobre que contenía la versión mecanografiada de la confesión, firmada en todas sus hojas y al final del relato. Iba ya Iglesias a subir en busca de Castellar, para detenerlo, cuando percibió distintamente el estampido de un disparo de pistola. Cuando llegó al tercer piso y finalmente le franquearon la entrada a la vivienda, pudo apreciar al fondo del vestíbulo el despacho particular del empresario, con la puerta ya abierta por su esposa y sus hijos. Castellar acababa de quitarse la vida de un tiro en la sien derecha.







9.      Algunas consecuencias



     En el despacho de Don Manuel Gaztañaga en la Audiencia, se celebraba, dos días después, una complicada reunión entre aquel, el juez de Torrecilla y el inspector Iglesias. Este expuso con total veracidad todo lo últimamente sucedido, en particular, la moratoria semanal que había concedido al difunto Cañizal y la entrega por este de su confesión de los tres crímenes, redactada poco antes de suicidarse. Completó su exposición señalando que sus colegas de la Comisaría, desconocedores de los entresijos del caso, no tenían ni idea, por ahora, de los motivos del suicidio. El juez, Pablo Delgado, inmediatamente objetó:

-          En cuanto tomen declaración a la mujer y los hijos del difunto, se descubrirá todo el pastel. ¿Cómo se le ocurrió -agregó dirigiéndose al policía- tomar una decisión tan peliaguda sin consultarnos?

-          Me pareció la única forma de obtener la confesión de Cañizal, sin que ustedes tuvieran que aparecer como los que aceptaban sus exigencias, respondió Iglesias.

-          La buena intención se le presume -concedió Gaztañaga-. Lo que tenemos que resolver es cómo afrontar las consecuencias… Una cosa me parece indiscutible y espero que Pablo esté de acuerdo: Debemos incorporar la confesión al sumario y explicar a quien proceda los motivos por los que se aplazó la detención de Cañizal. Me temo, Iglesias, que lo van a crucificar.

-          Tal vez -apuntó el policía- podría decir que el finado me negó los hechos cuando fui a interrogarlo, y que luego -cambiando de idea y sin que yo supiera nada- redactó su confesión, me avisó para recogerla y se pegó un tiro.

-          Puede ser una salida -convino el presidente-. En todo caso, quede claro que nosotros no hemos sabido de la confesión hasta que usted nos la ha aportado esta mañana. De todo lo anterior, ni hemos conocido, ni queremos conocer nada. Así podrá dar la versión que mejor le parezca, dejando muy claro que hizo lo que hizo sin encomendarse a Dios ni al diablo.

     El juez Delgado esbozó una sonrisa. Supuesto que el presidente fuese la divinidad, a él le tocaba ser el demonio.

     Al despedirse, Don Manuel preguntó:

-          ¿En dónde está el teniente de la Guardia Civil que lo acompañaba la otra vez?

     Iglesias quiso dejar a Lobón totalmente al margen de los problemas:

-          Lleva más de un mes desconectado del caso, por decisión de sus superiores.

***

     El tema de la tolerancia de Iglesias para obtener la confesión de Cañizal, pronto trajo cola. La mujer de este reveló con claridad lo sucedido. Este es el fragmento de su testimonio, pertinente para nuestro relato:

     Que su esposo dijo a la declarante que había ido a visitarlo un inspector de Policía, llamado Iglesias. Que dicho inspector había averiguado antes todo lo que su marido había hecho, así como las razones de su conducta. Que, en vista de ello, decidió reconocer sus crímenes, pero que le pidió que no lo detuviera inmediatamente, con el pretexto de preparar antes una versión extensa y escrita de su confesión. Que el inspector Iglesias le concedió una semana para ello y para que explicara a su familia todo lo sucedido e hiciese algunas prevenciones necesarias, en vista de lo que se le avecinaba. Que su esposo hizo todo aquello a lo que se había comprometido, si bien la dicente no leyó la confesión, pero sí que vio cómo la escribía a máquina en el despacho de su vivienda. Que su esposo no manifestó a nadie su voluntad de suicidarse; por lo menos, no a la declarante. Que la pistola con que se mató su marido, y que ahora se le exhibe, es un arma que estaba en su poder desde hace muchos años y que él conservaba, en su opinión, por viajar frecuentemente llevando importantes cantidades de dinero, así como por tener bastantes enemigos en los negocios a que se dedicaba antes de ocuparse en el ramo de la cría y alimentación de aves…

     En consecuencia, Iglesias tuvo que exponer al comisario los hechos tal y como habían sucedido, asumiendo la plena responsabilidad. Si solo hubiera sido por el crimen del bodeguero, haber aclarado el caso habría compensado su benevolencia para con Cañizal, pero estaban, además, el asesinato en sagrado de un ministro de la Iglesia y, sobre todo, el homicidio de un teniente coronel de la Guardia Civil, ahora publicado a bombo y platillo, dado que el motivo era político, no sexual, y siempre podía disfrazarse -como la prensa tuvo que hacer- de venganza injustificada, de terrorismo o, incluso, de crimen marxista. En suma, mucha carga sobre los hombros del izquierdista Cañizal, como para que pudiera haberse librado de juicio, prisión y garrote, a cambio de una muerte -autoinfligida e íntima- de suicida en su despacho. Por de pronto, se abrió expediente a Iglesias, trasladándolo provisionalmente a Las Palmas de Gran Canaria. Al enterarse de ello, fue a visitarlo a la comisaría la viuda de Cañizal y, ante la sorpresa del policía, le dijo:

-          Mi marido nos habló muy bien de usted, como un hombre listo, comprensivo y responsable. Aunque el pobre acabara como acabó, le estoy muy agradecida. Si algún día, por lo bien que se portó con Juan, lo sancionan o lo echan de la Policía, venga a verme. Siempre habrá para usted un puesto en nuestras empresas.

     La ocasión acabó por presentarse cuando, meses después, la editorial Pasionaria publicó un folleto titulado La justicia de un valiente, que no era sino la confesión que Cañizal les había hecho llegar; claro que con las oportunas correcciones, para convertirla en un relato de buenos y malos, en el que al inspector Iglesias no le correspondía otro papel que el de policía malvado, que obligaba al héroe a suicidarse, para que no pudiera publicar en juicio los crímenes de guardias civiles, curas y terratenientes durante nuestra guerra civil. Aquello acabó por encocorar al Ministro de la Gobernación:

-          Una de dos -dijo a Iglesias el Jefe Superior de Policía de Las Palmas-: o se va usted, o lo echamos. El Ministro no acepta otra alternativa.

***

     Felizmente para el teniente Lobón, Iglesias dio en todo momento la cara por él. Su coronel confirmó que, cuando la negociación entre el policía y Cañizal, Víctor estaba poco menos que arrestado, sin moverse del cuartel. El general de la Zona se conformó con una suspensión de tres meses de empleo y sueldo, terminada la cual pudo casarse con Catalina y empezar una nueva vida, como jefe de la Línea orensana de Verín. No sé cómo les parecerá a ustedes que Víctor no invitara a Amancio a la boda.

     Y, hablando de bodas, quien sí tuvo un buen detalle fue el citado Amancio, cuando recordó la situación de perplejidad y tristeza en que habría quedado Lolita cuando viera que, acabadas las maniobras de su novio fingido, este no reaparecía en su vida. Fue a visitar personalmente a la muchacha y le explicó, mintiendo una vez más:

-          Me ha llamado Víctor para pedirme que viniera en persona a transmitirle el siguiente recado: Que, al haber asesinado su padre a un mando de la Guardia Civil, no solo son imposibles las relaciones entre ustedes, sino que lo echarán del Cuerpo si vuelve a pretenderla. Que, en tales circunstancias, y aún queriéndola, no puede sino decirle adiós, con harto dolor de su corazón.

-          ¿Tanto le importa la Guardia Civil, que la prefiere a mí? Si se casara conmigo, no le faltaría un buen trabajo.

-          … Trabajo que no debería a su esfuerzo, sino a casarse con una mujer rica. Eso no lo puede aceptar un hombre de honor, como lo es Víctor… Los guardias civiles son así.

-          ¿Y los policías?

-          Los policías, señorita, somos más normales. Desde luego yo, en el lugar de Víctor, habría preferido el amor al honor.

***

     Verano del 67. Una pareja que me resulta familiar, aunque esté de espaldas, está sentada a la mesa en una terraza de la pista de baile al aire libre, existente en el Parque Florido de Castellar. En esto, el conjunto ataca el éxito del momento, Lola[28]. Al punto, salen a bailar numerosas parejas, entre ellas, la que me parecía conocida: ¡Pero si son Lolita y Amancio! ¡Quién lo habría imaginado, tan solo un par de años atrás!






[1] Entre 1960 y 1974, la fábrica zaragozana Vehículos Industriales y Agrícolas, S.A. (Viasa) fabricó los Jeep Willys (con motorización Perkins o Barreiros) modelos CJ-3B (de carrocería normal) y CJ-6 (de carrocería más larga). Este último empezó a fabricarse a comienzos de 1963 por lo que, en las fechas aludidas en el relato, era muy poco habitual.
[2]  Los Jeep se pintaban normalmente en colores crema o verde. Es sabido que el color inicial de la carrocería de un vehículo figura en el registro y en el permiso de circulación expedido por la Dirección General de Tráfico, teniendo que comunicarse a la misma el haberlo repintado con diferente color.
[3] Es decir, de los que en su trabajo ordinario no llevaban uniforme y se dedicaban a la investigación (criminal o político-social), más que al mantenimiento del orden público. Sus oposiciones eran más difíciles que las de sus colegas de la Policía Armada, exigiéndoseles tener el título de Bachiller Superior.
[4] El reportaje se ilustraba con la fotografía del citado vehículo, por la que se deducía que se trataba de un Austin A-60, modelo Cambridge, que se fabricó entre los años 1961 y 1969. Naturalmente, no se veía la placa de matrícula, al estar tomada la instantánea lateralmente.
[5] Entre 1963 y 1975, fueron ejecutadas ocho personas en España, cuatro por garrote y otras cuatro, por fusilamiento.
[6] Por si tuviese la fortuna de ser leído por extranjeros, aclaro que se alude a la guerra civil española de 1936-1939.
[7] Forma vulgar de referirse a los guardias civiles, por la forma de su sombrero reglamentario original.
[8] Recuérdese que, hacia el año 1964, no se hacían ni publicaban estudios sobre el tema, ni había estadísticas oficiales de mortalidad durante la guerra, ni siquiera los registros civiles recogían con precisión las causas de muerte por violencia política. Las primeras cifras totales manejadas llegaban hasta la exageración del título de la novela de José María Gironella, Un millón de muertos (aparecida en 1961) y a la de 580.000, recogida en Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil (primera edición inglesa de 1965, y española de 1967). Recojo estas dos referencias, hoy ampliamente mejoradas, por ser casi sincrónicas del tiempo narrado en el relato.
[9] Desarrollado en el capítulo 2 de esta historia: El crimen del cuchitril de Villaverde.
[10]  Nombre que estatutariamente recibía el edificio o dependencias destinadas a acoger las sedes del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores.
[11] El Decreto, luego Ley, de Términos Municipales estuvo vigente en España entre el 28 de abril de 1931 y el 28 de mayo de 1934. Salvo excepciones, impedía contratar para las labores del campo a braceros de otros municipios, cuando había parados forzosos de aquel donde radicaran las tierras. Sobre sus objetivos, crítica y aplicación, he consultado en Internet el siguiente artículo: Miguel Ángel Giménez Martínez, El fracaso de la reforma agraria en las Cortes de la Segunda República, en Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, nº 51, 2017, pp. 197-217.
[12] Nombre de la magna campaña propagandística del régimen dictatorial entonces vigente en España, que tomó su origen en que el 1 de abril de 1964 se cumplían los veinticinco años del final de la guerra civil de 1936-1939.
[13] Véase Juan Avilés Farré, La delincuencia en España: una aproximación histórica (1950-2001), en Historia del Presente, 2003, pp. 125-138. Una aproximación a las cifras de 1964, para una población de unos 31 millones de habitantes, presentaba una tasa de homicidios de alrededor de 0,7 por cien mil. De ellos, solo una tercera parte eran de mayores de 45 años, lo que da un total aproximado, para aquel año, de 70 homicidios de personas mayores de 45 años.
[14] Véase el capítulo 3: Un cadáver en el confesonario.
[15] Recordemos que, a la sazón, la región uniprovincial de Cantabria recibía el mismo nombre de su capital: Provincia de Santander.
[16]  Unidad de soldados y militares españoles que, entre octubre de 1941 y octubre de 1943, luchó dentro del Ejército alemán (250ª división de infantería de la Wehrmacht) contra las tropas soviéticas, sobre todo, en el frente de Leningrado. Por dicha unidad, mandada por el general de división, Agustín Muñoz Grandes, llegaron a pasar un total de 47.000 hombres, de los que fallecieron unos 8.700 y 2.137 sufrieron algún tipo de mutilación.
[17] Los hombres de la División Azul ganaron un total de 2.359 condecoraciones de dicha clase.
[18] Comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa, es la definición primera del diccionario de la Real Academia Española, que lo considera un sustantivo de uso coloquial. En efecto, los cereales y sus harinas tuvieron esa condición en la España de nuestro relato.
[19] Extraordinario policía de ficción, nacido del genio del novelista belga, Georges Simenon (1903-1989), quien hizo del mismo el protagonista de cerca de ochenta novelas y de treinta relatos breves.
[20] En aquella época, las vacaciones judiciales de las Audiencias y del Tribunal Supremo duraban, por ministerio de la ley, del 15 de julio al 15 de septiembre, lo que no quiere decir que todos los magistrados pudieran tomarse de asueto todo ese tiempo.
[21]  Iniciales de Requiescat In Pace (Descanse en paz en latín). Alude a la pena de muerte que podría imponerse a Juan Cañizal, de probarse sus crímenes.
[22] Famosísimo detective privado, creado por Arthur Conan Doyle (1859-1930) en un ciclo de nueve novelas o colecciones de relatos, publicado entre 1887 y 1926.
[23] Creadas en virtud de la Ley de Tasas del 30-IX-1940, las Fiscalías Provinciales de Tasas formaron parte del entramado institucional organizado por el Estado franquista para la regulación del mercado de productos de primera necesidad durante la época del racionamiento. La Fiscalía Provincial se ocupaba de recibir las denuncias referentes a infracciones de la Ley de Tasas (venta de productos a precios superiores a lo establecido, etc.) y de aplicar las sanciones correspondientes. Los Fiscales Provinciales dependían del Fiscal Superior de Tasas, con sede en Madrid, y eran nombrados directamente por la Presidencia del Gobierno a propuesta del Fiscal Superior. En 1963 desaparecieron las Fiscalías de Tasas, pasando sus funciones al Ministerio de Comercio.
[24] Fiestas universitarias celebradas a mitad de Carrera. En la época a que se contrae el presente relato, un elemento clave era el madrinazgo de alguna jovencita que, por lo general, se procuraba que fuese guapa pero, sobre todo, que tuviera unos padres ricos y generosos. Creo que ustedes me entenderán…
[25] Película española de notable calidad, estrenada en 1964, dirigida por Miguel Picazo, inspirada en la novela homónima de Miguel de Unamuno.
[26] En realidad, es una extensa región en los Estados americanos de Nuevo México y Texas. Seguro que el teniente Lobón sacó el nombre de las novelas del Oeste que habría leído tiempo atrás.
[27] El último de los Mohicanos (1826), famosa novela histórica y de aventuras del escritor estadounidense, James Fenimore Cooper (1789-1851).
[28] Canción original de Fernando Arbex, popularizada por el grupo musical Los Brincos, que en 1967 fue considerada la Canción del Verano en España, permaneciendo durante ocho semanas de julio, agosto y septiembre como número 1, según “Los 40 Principales”.

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