domingo, 6 de enero de 2019

RENCILLAS (EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS)



Rencillas
(El juego de los espíritus)

Por Federico Bello Landrove


     ¿Pueden hacer algo los muertos por los vivos? ¿Cabe dar marcha atrás en el tiempo, para superar rencillas y avivar las brasas agonizantes del amor perdido? ¿Se hace el destino de casualidades o de propósitos? Quizá sean muchas preguntas, y en exceso transcendentes, para responder con un solo relato. No obstante, lo he intentado. Helo aquí.




1.      El último viaje


     Si aquella mujer hubiese tenido otra apariencia y menos edad, podría haberse pensado que escondía algo ilegal o peligroso en su equipaje de mano, tratándose de un vuelo internacional entre el Caribe y España. En un rincón de la desangelada sala de embarque, parapetada tras una máquina expendedora de comestibles, la señora no apartaba de su lado la pequeña maleta tamaño cabina, color morado, que a cada rato entreabría, como si temiera que hubiese volado el contenido. Deslizaba por la abertura su cuidada mano y se empeñaba en acomodar al milímetro eso que con tanta solicitud y cuidado guardaba. Por supuesto que, llegado el momento de acudir al aseo, lo había hecho acompañada de aquel bulto, tan celosamente custodiado, sin ni imaginar la posibilidad de dejarlo al cuidado de algún otro de los conviajeros[1].
     Como habrán supuesto, yo era uno de ellos y, no teniendo compañía ni lectura interesante, me dedicaba a pasear y a fijarme en los concurrentes más conspicuos, empezando por los del sexo femenino, como es natural. Y, si ella despertó mi interés en un principio, no había sido por su celo con la maleta, sino por el gran topacio color miel que lucía en su anillo, refulgiendo al sol que inundaba una parte del recinto, colándose inmisericorde por los ventanales. Del anillo, había pasado a fijarme en sus uñas, esmaltadas de escarlata. Al amparo de mis gafas de sol -soy bastante tímido para mi edad-, había deslizado la mirada por su grata y algo generosa figura, envuelta en una blusa de manga corta, estampada con motivos vegetales de tonos verdes y azules, y un pantalón negro de perneras amplias, apropiado para un lago viaje. Por orden inverso al habitual, fui a acabar en su rostro, apenas identificable entre la opacidad de sus gafas oscuras de diseño, la media melena teñida entre champán y cobre, que caía sobre su mejilla derecha, y el ejemplar de La Estrella[2], que se empeñaba en leer por la misma página, más para sombrearse que por alcanzar información. Con todo, esa cara…, esa cara… Soy buen fisonomista y hasta presumo de no olvidar un rostro apenas conocido. Y aquel estaba con certeza en el archivo de mi memoria, aunque por el momento no fuera capaz de extraer los datos.
     Llamaron a embarque por los altoparlantes y, como por ensalmo, todos nos incorporamos y recogimos los objetos personales del regazo o las mesitas auxiliares. Yo recuperé la novela de Skármeta[3] que había terminado de leer ya en el aeropuerto y, al punto, recordé mi razón de conocimiento de la señora. Una fotografía de periódico en blanco y negro, publicada meses atrás, ilustraba un homenaje en la Universidad Nacional al ilustre escritor chileno. Todavía sentado este en la mesa presidencial, una profesora le ofrecía el agasajo, ante atril y micrófono, en una instantánea con la boca abierta, en gesto de perorar. Creo que la noticia aludía a ella como la jefa del Departamento de Lengua y Literatura Españolas, pero ya no soy capaz de recordar el apellido: Es que, así como con las imágenes visuales soy muy bueno, para los nombres propios resulto desastroso. Dejémoslo aquí, pues en nada más puedo ayudarlos con la presentación del personaje. Aunque, a fin de cuentas, lo que más podría interesarles es algo que yo desconozco en absoluto: ¿Para que vuela hasta España la profesora Comosellame? Procuro acercarme a ella en el camino de formación de la cola, pero mi aproximación resulta frustrada por un grupo de barrigudos hombres de negocios, así como por la circunstancia de que nuestras tarjetas de embarque nos separarán por muchas filas de asientos.

***

     Si, en vez de entretenernos con las contemplaciones del farmacéutico Linares, hubiésemos prestado atención a los pensamientos de la profesora Alvarado, sabríamos ya a ton de qué viaja a Madrid. Incluso tendríamos claro lo que con tanto mimo y preocupación transporta en su equipaje. Está tan excitada que, a cada poco y aprovechando que no tiene a nadie al lado, convierte parte de su meditación en soliloquio. Escuchemos:
-          En menudo marrón me metió mamá con eso de su último deseo: “Hija, no querría darte la lata pero, cuando decidas volver a Castellar, te ruego lleves mis cenizas y hagas que las entierren en la sepultura familiar, junto a mis padres. Y creo que deberías hacer lo propio con las de papá que, aunque nada dejó dicho, me figuro que no querría quedarse solo aquí, aunque el cementerio sea tan bonito”. ¡Claro!, ella no me urgía pero a saber cuándo habría tenido yo ganas de viajar a España por mi voluntad. Total, que a volar ex profeso tocan, y perder parte de las vacaciones en el empeño.
     Cualquiera que la oyese creería que es una egoísta, que lamenta perder unos días de descanso en la playa por cumplir la voluntad materna, pero la verdad es que trata de engañarse a sí misma, pues el motivo del desagrado es muy otro, que nada tiene que ver con las intenciones de su madre. ¿O tal vez sí?
     Le costó Dios y ayuda encontrar unas urnas que se acomodasen a las medidas -55x40x20- que para el bulto de mano imponía la aerolínea. Claro que podría haberlas depositado en la maletona que facturó, pero le daba corte que las cenizas de sus padres viajaran en una bodega de carga, por no hablar de la indelicadeza con que los empleados solían tratar los equipajes hasta amontonarlos en la panza del reactor. En consecuencia, a buscar modelos especiales, que le recuerdan -no sé por qué- las latas de dulce de membrillo de su infancia, envueltos en papel de burbujas, más por recato que como protección. De todas formas, se había informado bien de los trámites y había sacado sendos certificados oficiales de portes: Con esto y el membrete de Aduanas en el cierre, no tendrá que abrirlas en el aeropuerto. No había podido por menos de sonreír, ante el recuerdo de aquella divertida película, en que las cenizas del ser querido salían volando con el viento en sentido contrario al deseado[4]. Bien, ya ha llegado al mostrador: Comprobación rutinaria, pasarela y a buscar su plaza. Felizmente, el cofre portaequipajes aún permite la holgada colocación de su maleta. Es hora de emprender el último viaje -bueno, el último, para sus padres-.

***

     Si tuviésemos percepción extrasensorial, podríamos haber captado la candorosa explicación de la bienaventurada madre de la Profesora, aclarando la razón última de su petición funeraria. Sonaría de un modo parecido a lo que sigue:
-          Querida Pili: ¡Bien sabía yo, conociéndote desde tu nacimiento y más allá, que no habrías de esperar, para cumplir mi encargo, al momento en que te hiciese ilusión volver a tu tierra! No obstante, me atreví a importunarte con este traslado de mi polvo, que maldito -¡oh, perdón, Señor!- lo que me importa que permaneciera a la brisa del Pacífico o bajo la niebla de Castellar. Y, por lo que hace a quedarme sola con tu padre, más tarde o más temprano así habrá de ser dondequiera que estemos, porque tú no vas a ser inmortal. Lo que he pretendido -y quiera Dios concedértelo a ti, porque yo ya no lo necesito- es alcanzar después de la muerte lo que en vida no logré, por mucho que te lo suplicara. Tú bien sabes lo que es, aunque te hagas la tonta y salgas ahora con lo de la sepultura familiar y con mi deseo de descansar junto a mis padres. ¡Cómo si no estuviéramos ya juntos aquí arriba, en amor y compañía! Pero lo que más me divierte es que, con todo lo lista que eres, no hayas caído ya en lo que pretendo. ¿No ves que, en cuanto te eche la vista encima tu hermano, va a preguntarte por el testamento y sobre cómo vais a repartir la herencia? ¿No te has percatado de que te obligo a llamar a Marcelino, aunque no sea más que para entregarle el legado que te confié, misteriosamente cerrado? En fin, hija, una no sabe ahora -y menos, cuando estaba a las puertas de esta vida- si mata o si espanta; pero tengo mucha confianza en tu buen natural y espero que se me permita inspirarte, aunque otra cosa no sea…, si bien te he de confesar que, cuando he visto aquí a tu padre, me ha echado un rapapolvos: La vas a poner en un brete, con lo enfadada que está con ellos y el genio que tiene. Ya ves, Pili, a la postre yo fío más en ti que papá, para quien eras, y lo sabes, su ojito derecho. A ver si no me dejas en evidencia.



2.      Llamada al camposanto



     Su único hermano, Carlos, había gruñido cuando leyó el correo electrónico en que Pili le anunciaba la gestión fúnebre y la fecha para llevarla a cabo, acordada con el cementerio a través de la empresa que gestionaba la conservación y aseo de la tumba:
-          ¡Una semana!, exclamó. Si se descuida, nos deja fuera de juego, como siempre.
-          Si abrieses el correo todos los días, lo habríamos leído la semana pasada, replicó Andrea, su esposa. Por otra parte, no creo que haya que pedir permiso al Delegado del Gobierno para coger un taxi y plantarse en el cementerio de El Carmen.
     Carlos no contestó, pues ya estaba dándole vueltas a otros temas concomitantes:
-                Habrá que avisar a los primos y a los mejores amigos.
-          Supongo que ya lo habrá hecho Pilar, respondió Andrea. En estas cosas creo que lo mejor es no comprometer a la gente. De todas formas, si temes que nos lo echen luego en cara, podemos telefonear a los verdaderamente interesados.
     Y Carlos:
-          No dice nada en su correo de en dónde va a alojarse.
-          En algún hotel. Ya sabes que apenas ha pisado por nuestra casa desde hace un montón de años.
-          Ya, no lo digo por eso, sino porque podría dejar aquí las cenizas hasta el día de su entierro. No creo que sea buen sitio la habitación de un hotel.
-          Pues no sé por qué no pueden quedar metidas un día o dos en el armario. La verdad, a mí estas cosas en casa me dan yuyu.
     Nuevo silencio momentáneo, roto esta vez por Andrea:
-          Lo que sí tendríais que encontrar es un rato para hablar del reparto. Nos mandó hace mes y medio la copia del testamento y del inventario de bienes de la herencia y todavía no le has contestado ni mu.
-          Poco hay que discutir las partijas. Los padres nos nombraron herederos a partes iguales de lo que no se repartió en vida de ellos. No queda por adjudicar más que el dinero y las acciones, y eso bien fácil es de distribuir.
-          Me refiero a esa cláusula de que todo el ajuar de casa que llevaron a Panamá cuando se fueron sea para tu hermana, y lo mismo las joyas, que tu madre tenía muchas y buenas.
     Carlos no era desprendido, pero había quedado escaldado de herencias precedentes y no le veía mucho sentido a destartalar el chalé panameño de Pili, donde sus padres habían pasado los últimos años de su vida.
-          No sé, contestó ambiguamente; tal vez las joyas…
     Quizá para evitar que su esposa volviese a la carga, se levantó torpemente y encaminose al teléfono. Explicó:
-          Voy a empezar las llamadas de aviso, no se nos eche el día 15 encima.
-          Supongo que tendremos derecho a conservar algún recuerdo de tu madre, insistió con cierto sarcasmo Andrea, según se encaminaba a la cocina.

***

     También Marcelino recibió el oportuno aviso por e-mail de la misma fecha, aunque él sí lo leyó al momento -como era su rutina informática- pero, en cambio, no lo comentó enseguida con su mujer. Es más, residiendo a doscientos quilómetros de Castellar, estuvo dudando si ir o no. Como él decía, de la forma tajante que lo caracterizaba, lo que hay que hacer con alguien, hazlo en vida. Luego -también como era usual-, empezó a vacilar y estuvo dos días sin saber qué hacer. Fue al cabo de estos, cuando resolvió informar a su señora para ver qué opinaba. A ella no le agradaba que se pusiera en carretera, desde el mal trago que ambos pasaron dos o tres años antes, por culpa de su poca pericia al volante, que rara vez cogía:
-          Haz lo que quieras -le respondió- pero, no siendo de la familia ni viviendo en Castellar, yo que tú, me excusaba.
-          Pero ya sabes que Alicia casi fue para mí una segunda madre y estuvimos muy en contacto hasta el final.
-          Si te vas a quedar más a gusto, ve, pero en autobús o tren. Deja el coche para los trayectos cortos.
     La verdad es que, por formal y breve que hubiera de ser el encuentro, lo que hacía dudar a Marce no eran distancias ni parentescos, sino tener que afrontar a Pili, recuerdo entrañable y lejano de su adolescencia, que se había convertido en una molesta obsesión desde el momento en que Marisol, hermana de Alicia, le había revelado el triste destino en Panamá de la que había sido su primer amor. Así que ahora las vacilaciones no son fruto de la inseguridad vial ni la distancia, sino de ese cara a cara con un pasado que, como bien saben los psicólogos, nunca duerme del todo. Cubriendo las dos opciones, contestó fría y brevemente:
     Amiga Pilar: Agradezco la información que me haces llegar sobre el entierro de las cenizas de tus padres. En este momento, dada la proximidad del día, no sé si podré librarme de las obligaciones profesionales para poder asistir, como sería mi deseo. En consecuencia, si finalmente no pudiese estar presente, os ruego a Carlos y a ti que disculpéis mi ausencia. Atentamente, Marcelino.

***

     Todavía en el Purgatorio, la tía Marisol recibe la visión del precedente mensaje, sin duda para expiación de sus pecados, ya que la inunda de tristeza y se siente corresponsable del desapego entre aquellos dos niños -para ella lo serán siempre-, cuyo cariño acunó con esa mezcla de bondad y entremetimiento que la caracterizaba. Dejemos que nos explique a su modo lo sucedido pues, estando donde ahora se encuentra, son de presumir la verdad y la clarividencia:
-          Puedo jurar, si es preciso, que todo comenzó por una casualidad: la de que coincidiéramos Marcelino y yo en la boda de una amiga común. Eran los momentos en que, ¡por fin!, mi sobrina había logrado el divorcio, manteniendo al mismo tiempo la custodia de sus hijos. Dios y ella saben las tristezas y tormentos que tuvo que pasar para lograrlo, sola en un país extraño, sin trabajo y con un marido panameño y abogado. El hecho es que, en un aparte, puse al corriente de todo a Marce y, de mi cosecha, se me ocurrió sugerirle que escribiera una carta afectuosa a Pili para animarla y, de paso, brindarle su consejo de jurista y hombre de buen criterio. Como tardé en volver a verlo, en una carta navideña me hizo saber que había hecho lo que le rogué, pero mi sobrina ni le había contestado. Tal vez se haya ofendido por el hecho de que me ofrecí a hacerle un préstamo hasta que saliese del apuro -sugirió-. Yo, la verdad, me enfadé mucho, cogí la pluma y eché en cara a Pili su falta de cortesía y de gratitud. ¡Nunca lo hubiera hecho! Su respuesta fue tan dura y displicente, que me tuvo llorando una semana -¡la verdad es que yo era de lágrima fácil!-. Todavía me acuerdo de párrafos enteros: Ya sabía yo, antes de que me lo escribieras, que andaba por ahí tu mano de componedora y metomentodo… Cosas como esta envenenaron antaño mi relación con Marce y me convirtieron en una rebelde que, para mostrar su autonomía, no hizo cosa mejor que entregarse a quien luego hizo de mí la desgraciada que ahora soy… Nunca más vuelvas a intervenir en mi vida, ni tanto así, si no quieres que rompa los lazos de gratitud y de respeto que todavía me ligan contigo… ¡Pues buena era la hija de mi madre, para aguantar aquel chaparrón de una mocosa, que no sabía valorar un gesto de apoyo y pretendía echar sobre los demás los errores propios! La contesté a modo… Tan a modo, que desde entonces ella no existió para mí, ni yo para ella. Tan a modo, que esa es una de las culpas más gordas que me tienen aquí, va para cinco años de la Tierra.
En fin, creo que me he explicado. Si quieren saber más, de lo de antes o de lo posterior, no tienen más que preguntármelo…, con permiso de los ángeles guardianes, por supuesto.

***

      Acomodada ya en el tren media-distancia que cubre despaciosamente el trayecto entre Madrid y Castellar[5], Pilar Alvarado pierde la mirada en esos paisajes de ventanilla, que no ha vuelto a ver en los siete años que tuvo con ella en Panamá a sus padres. Se empeña inútilmente en no recordar que la última vez la acompañaba Antonio, el amor de inmadurez, como ella lo llama, jugando con la aparente contradicción de haber sido tan pánfila a los cuarenta y tantos. Claro que genio y figura…, y más en las cosas del querer, donde tantos como ella prefieren correr riesgos, a dejarlo pasar. Insiste, imitando a su abuela, que le inculcó el amor por los refranes: genio y figura, hasta la sepultura.
-          Bueno -piensa-, figura no sé, porque estoy echando quilos y anchuras desde que puse en orden los temas familiares y superé mi enfermedad; pero el genio sí que sigue conmigo: esa terquedad para seguir mi camino y ponerme el mundo por montera. Ya de niña, con mi apariencia de mosquita muerta y el rosario en el bolsillo, no me dejaba comer el terreno, ni abría a cualquiera mi pequeño mundo. Luego, la vida me ha ido haciendo más franca y más dura. ¡Anda que si no llego a espabilar y enfrentarme al lucero del alba! La mujer fuerte de la Biblia, me llamaba Antonio, lo que no es mucho viniendo de él, que no tenía más voluntad que la de lucirse y pasarlo bien. ¡Qué vida esta, Señor! Los hombres valiosos que me han tocado en suerte no han tenido coraje ni perseverancia, y para uno al que le sobraba de esos valores, me consiguió solo para hacerme infeliz. Ahí está al bueno de Marce, sin ir más lejos: Todo lo teníamos a nuestro favor, pero no fue capaz de sufrir un poquito y esperar. No digo que fuera justo lo que nos hicieron entre ambas familias, pero ¡aquella espantada, sin lucha ni equilibrio! Lo dicho, igualitos. Bueno, no del todo. Antonio, a estas alturas, si te he visto, no me acuerdo, mientras que Marce ahora es todo recuerdos y ofrecimientos. ¡A buenas horas voy a darle carrete, estando casado y procurándome por piedad, o poco menos! Es verdad que estuvo muy cariñoso con los papás, no dejando de escribirles y animarlos mientras vivieron, pero eso entra en su temperamento, educado y generoso. Por cierto, ¿qué será lo que mamá ha querido legarle? De buena gana lo habría abierto y actuado de censora: No creo que se merezca un regalo de valor. A veces, los ancianos se pasan con quienes les prestan atención en sus últimos días…
     En Murada ocupa el asiento contiguo una chica que parece dispuesta a no parar de utilizar el celular durante todo el viaje. Decide concederle un rato de tolerancia, antes de recordarle la norma obsoleta de usarlo solo en las plataformas, o la cortesía de hablar bajo. Tomará un café en el vagón indicado para ello, al que se encamina, echando de paso un vistazo por si ve un par de asientos contiguos libres. En la cafetería está también nuestro conocido, el farmacéutico Linares quien, al ver sentarse a la barra cerca de él a la profesora del homenaje a Skármeta, decide salir de dudas:
-          Un poco pesado el viaje -inicia la conversación-.
-          En efecto, contesta Pili. A estas tierras de Castilla tarda en llegar el progreso ferroviario.
-          Creo recordar -añade Linares- que hemos venido en el mismo avión desde Panamá. Me fijé en usted porque también yo soy entusiasta de Antonio Skármeta.
     Pili, gratamente sorprendida, pregunta a aquel sujeto, bien parecido, unos años más joven que ella:
-          ¿Lo conoce personalmente?
-          Solo de vista -miente: ni de eso-. De cuando vino a la Nacional a dar unas conferencias. Creo que fue usted quien lo presentó… ¡Ah!, a propósito de presentaciones, permítame: Ricardo Linares, farmacéutico con botica abierta en Colón.
     De ahí, pasan al punto de las razones del viaje. Ricardo todavía recuerda la maleta morada y su curiosidad por lo que en ella se guarde:
-          Me he vuelto loco -exagera- y he recorrido casi tres mil millas para acudir a los actos de las bodas de plata de mi promoción universitaria.
-          ¿Estudió en Castellar?
-          Creo que no había Facultad de mi especialidad. Estudié en Santiago de Compostela, pero mi condiscípulo más querido vive en Castellar y me ha invitado a pasar un par de días en su casa, antes de seguir juntos viaje a Compostela. Me ha ponderado mucho la belleza de su ciudad.
-          Qué quiere que le diga. Salvo que se sea de allí, como yo, su interés es bastante limitado.
-          ¿Y usted?, ¿también viene a celebrar las bodas de plata?
-          Esas ya cayeron hace unos años -responde Pilar sonriendo-; pero entonces vivían mis padres y no me apeteció dejarlos solos en Panamá.
-          Lamento su muerte -dice, cogiendo la referencia al vuelo-. Siempre es doloroso, y más cuando todavía se es joven, como es su caso.
-          Precisamente ese es el objetivo de mi viaje -aclara, sin aludir al excesivo requiebro-. Traigo sus cenizas, para que reposen en la sepultura familiar.
     Pilar se enfada consigo misma, por haber hecho tal confidencia a un desconocido. Reacciona cortando la charla, con el pretexto de que no quiere dejar sin custodia el equipaje, ahora que van a parar en una estación intermedia.
-          Que disfrute de su estancia en Castellar -desea a Linares-.
-          Ha sido un placer hablar con usted, contesta él.
Al quedarse solo, musita:
-          Ni en veinte años habría sido capaz de descubrir lo que llevaba en la famosa maleta. Y eso -sonríe- que el color era una buena pista[6].



3.      El viraje




     Había escogido aquel hotel por ser de los de toda la vida y sumamente céntrico, hasta el punto de que, como le habían dicho en recepción al preguntar si la habitación reservada era tranquila:
-          Señora, el único ruido que podrá perturbar su sueño serán las campanadas del reloj del Ayuntamiento.
-          Entonces no hay cuidado, repuso. El Ayuntamiento es como mi casa.
     Seguro que, si le piden aclaración, se la habría hecho con mucho gusto, pero la chica de las campanadas se había limitado a entregarle la llave y decir segundo piso. En cualquier caso, su ocurrencia había destapado el tarro de los recuerdos. Aquel Consistorio neohistoricista contiguo limitaba al norte con el parque de bomberos que hacía las delicias de Carlos, cuando niño; al este, con la biblioteca municipal, cuyos préstamos nutrieron su lenguaje y alumbraron una vocación que tantos años tardaría en realizarse; al sur, con el solemne y albo salón en que se jugó una mañana de mayo la vida de su abuelo; y, por fin, al oeste, con la Iglesia del Nazareno y sus tétricas esculturas procesionales, que todavía aparecen en sus sueños. Así que ¡a ella le van a venir con el aquel de las campanadas del reloj municipal!
      Se recluye en la habitación. Coloca en lo más alto y hondo del armario esas urnas que, tras su transformación para el viaje, le siguen recordando los envases de carne de membrillo La Fortuna. Envía a su hermano un mensaje telefónico: Acabo de llegar. Mañana te llamo y hablamos. Se desnuda lentamente, mientras llena de agua muy caliente la bañera, ese delicioso privilegio del que no pudo gozar en la vetusta casa natal, que fue su morada hasta los quince años. Se sumerge totalmente -costumbre inveterada- y aguanta la respiración, hasta que sus anchos pulmones le suplican oxígeno de renuevo.
     No le apetece salir a cenar, ni siquiera en el restaurante del hotel. Pide que le suban un bocadillo de jamón y una cerveza, que espera en pijama y bata, hojeando la lujosa revista que sufragan los comercios más ilustres de Castellar, entre cuyos nombres, ¡ay!, pocos quedan de sus años mozos. En esto que suena el teléfono fijo. Supone que será Carlos, respondiendo a su mensaje. La sorpresa es mayúscula:
-          ¿Pili? ¡Bienvenida a España! Soy Marce.
-          ¡Marce! Chico, pero ¿cómo sabías que…?
-          No hay muchos hoteles clásicos y supuse que habrías reservado en alguno de ellos… En fin, llamaba para saludarte y saber cómo habías hecho el viaje.
-          Casi acabo de llegar; bien, pero muy cansada, como te figurarás.
-          Claro, estás tan lejos… Abrevio. También quiero decirte que he cuadrado mi agenda y, con sumo gusto, iré al sepelio. ¿Me confirmas día y hora?
-          En efecto: pasado mañana a las doce. La sepultura está en el cuadro 1: nada más entrar, a mano izquierda.
-          Perfectamente. Que descanses y hasta entonces.
     La llamada la había dejado tan desarmada que, tras vacilar unos momentos, se lo reveló:
-          Por cierto, te traigo una cosa que mamá me confió para ti… No sé qué es ni, por descontado, la he abierto. Así que me alegro de que hayas encontrado la forma de poder asistir, para entregártela en mano.
-          Yo también… Tu madre siempre tan generosa conmigo. En fin, no será el único don del día. Veros será otro regalo…, un magnífico regalo.
     Colgaron. Pili se arrellanó en el sillón y sintió una gran sensación de alivio. En unos momentos, se había disipado la preocupación por el encuentro. No es que tuviese ganas de verlo, no. Era que, como por encanto, su resquemor de tantos años se había fundido, dejando el corazón abierto y la mente libre. Imaginó con tristeza cuánto habría disfrutado su madre, de haber escuchado aquella breve e intrascendente conversación. ¿O tal vez sí la había oído? ¿Quién sabe? El caso es que Pilar ha desviado ya su atención hacia el otro punto conflictivo. Murmura:
-          Seguro que no va a ser tan fácil con Carlos… y con la artera de su mujer.

***

     ¡Cómo iba a faltar el espíritu de Alicia al encuentro con su amado/detestado Ayuntamiento! No habría podido encontrar su hija un hotel más adecuado, ni buscándolo con un candil. Además, ¡cómo luce!: escaleras, patio columnario, restaurante a todo lujo… Eso que la buena cocina no se hace de grandes espejos y camareros de frac. Si lo sabrá ella que, justo aquí al lado, se tiró cuarenta años sirviendo comidas de las de verdad, no la ridiculez de la degustación y el diseño. En fin, los tiempos cambian y mejor que Benito no ande ahora por aquí y haya visto que su hija se despacha con un bocadillo y una caña, que ni tanto, ni tan calvo. Pero no es para curiosear por el hotel para lo que ella está allí. Se desliza en la habitación y, quieras que no, echa un vistazo aterrorizado a las urnas. ¡Jesús, mira que cambiar los hermosos tarros de cerámica en tono menta, con arabescos dorados, por estas cajas de resina con forro de plástico!
     Se vuelve hacia Pili, acaricia su frente y sopla tenuemente sobre ella, hasta que se estremecen los cabellos. “Es grande el paso que ha dado sin ayuda, pero todavía es largo el camino a recorrer. Seguro que mañana habrá de vérselas con Carlos y Andrea. La vida todo lo cambia y muchas veces para mal. ¡Quién vio a mi hijo, fuerte, inteligente y generoso, hasta derrochador! Y ella, siempre barriendo para su familia pero, en cualquier caso, respetuosa y entregada a él. Luego, ese terrible accidente de trabajo, que lo convirtió a los treinta y siete años en un guiñapo, retirado y vulnerable. ¡Claro que se podría haber sobrellevado mejor el desastre, pero todos hicieron por salir adelante y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra! Mi pobre niña tuvo que habérselas sola al otro lado del Océano con aquel desequilibrado, pero poco podíamos hacer, trabajando los dos y no pudiendo venirse ella para España, para que no le quitaran a los niños. Nos volcamos con Carlos, como era de ley, aguantando de paso sus sofiones y los constantes sablazos de ella, que parecía que le había hecho la boca un obispo. ¿Qué vamos a pedir, con la que les había caído? ¡Y con tres hijos que sacar adelante! Demasiado bien salieron las cosas y gracias damos a Dios porque nos permitió ayudar en todo y con todo. ¿Que cuando nos llegaron los achaques de la vejez nos dieron un poco de lado? Ya se sabe, bastante hacían con vivir su vida, que también por ellos pasaban los años. Los nietos…, un poco despegados, la verdad, pero los jóvenes de ahora son así, ¡qué le vamos a hacer! Querernos, nos quieren y, por otra parte, se fueron marchando de Castellar por colocarse donde podían, que el trabajo no llueve del cielo. En fin, Pili amada, nos llegó tu oferta, decidida, casi imperiosa, y nos fuimos contigo, quemando las naves, como aquel conquistador. Estabas sola y nosotros poco atendidos. Han sido unos años maravillosos, tú lo sabes, aunque papá tuviese la loca idea de marchar por delante a la Otra Vida. Claro que aquí volvemos a estar juntos, mirando por Carlos y por ti, sangre de nuestra sangre.”
     Suenan, pausadas y solemnes, las campanadas de la medianoche. Alicia roza con los labios la mejilla de su hija y se desvanece, a la vez que la reverberación del último tañido.

***

     Pili se levanta temprano, aún con las imágenes del sueño vivas, casi angustiosas. Pocas veces se había representado a su madre de manera tan luminosa y apacible. Pero el hecho es que no recuerda nada más de lo soñado. Mentalmente confecciona el programa de este día, 14 de junio, aunque teme que, entre todos sus seres queridos, lo alteren irremediablemente. Pero ya tiene preparada la respuesta: Como comprenderéis, estoy cansada del viaje y tengo que hacer los preparativos de lo de mañana. Voy a quedarme unos días en Castellar. En el cementerio nos veremos y quedamos.
     Más tranquila, escribe todas sus previstas tareas y gestiones en las cuartillas de cortesía con membrete del hotel. Su letra es redonda, sencilla, un poco feúcha -como yo, bromeaba, haciéndose de menos-. Paseo matutino con la fresca, desayuno en El Suizo, una visita al Gran Parque, llamada a la funeraria, encargo en la floristería… ¿Y Carlos? Contra su manera de ser se auto invita a comer. Le manda un mensaje por el celular, que todavía no sabe por qué termina así: A los postres, pasteles -que llevaré yo- y una buena ración de testamento, a ver si terminamos de una vez los deberes para dedicarnos a lo que de verdad importa.
     Alguien le sopla al oído un consejo, como cuando hacía los deberes de pequeña bajo la atenta mirada de su madre: ¿Por qué primero una cosa y luego otra? ¿Es que no pueden ir juntos el patrimonio y los sentimientos?
     Sorprendida, deja por unos momentos de cepillarse el pelo y se mira fijamente en el espejo. Sonríe de oreja a oreja, mostrando sus dientes, tan blancos como otrora:
-          ¡Anda, que no es cándida la hija de mi madre: las dos cosas juntas!... Aunque, bien mirado, ¿por qué no?



4.      Las joyas


-          Muy ricos estos pasteles. ¿De dónde son?
-          De La Valenciana. Me los recomendó un camarero del hotel.
     La comida a tres está terminando. Andrea se retira a la cocina para preparar la ceremonia del café. Carlos se levanta penosamente de la mesa y sugiere a su hermana que se sienten en el sofá. Ella aprovecha para pasar por el vestíbulo y recoger del bolso una carpeta transparente colmada de documentos. Cuando la ve venir con ella, Carlos le pregunta, con tono intemperante:
-          ¿Crees necesaria tanta prisa? Podríamos terminar de comer en paz.
-          ¡Pues claro que sí! De verdad que vengo en son de paz, con una rama de olivo en el pico. Más que nunca, soy la Pili de la calle del Jabón, que te seguía como un perrito dondequiera que fueses.
-          Bueno, bueno -gruñe Carlos-; no hace falta tanto. Me basta con que podamos hacer una buena digestión.
     Toman el café. La presencia de la carpeta en la silla contigua a Pilar parece haber cortado a todos las ganas de conversar. Ella lo percibe y resuelve acortar la tensa espera:
-          Me figuro que habréis leído ya el testamento y el inventario de bienes. Como el dinero y los valores están depositados en bancos españoles, no habrá ninguna dificultad para que nos hagan la tramitación desde aquí. ¿Creéis necesario nombrar algún albacea o a un letrado que se encargue del papeleo y el reparto?
-          Estando tú en Panamá y yo… como estoy, creo que será lo mejor designar a un abogado que se encargue, siempre que sea de confianza -responde Carlos-.
-          Yo había pensado en el primo Enrique -dice Pilar-, el que gestionó la herencia de la tía Marisol.
-          Es una buena idea -tercia Andrea-. Actuó con rapidez y eficacia, y nos cobró una cantidad casi simbólica.
-          No se hable más -apoya Pili-. Antes de marchar, le dejaré hecho un poder. De todas maneras, no le vamos a dar mucho trabajo, ya que es un caudal muy sencillo de dividir.
     Andrea abre la boca para hablar, pero Carlos la mira de modo tan severo, que corta de raíz su intervención. Pili lo nota y decide echar una mano a su cuñada, tal y como de antemano tenía resuelto:
-          Claro -prosigue- que está el tema de todas las cosas que los papás llevaron a Panamá cuando ellos marcharon para allá. Aquí tengo una relación completa, con fotografías y la valoración de un tasador diplomado.
     Abre la famosa carpeta y va colocando sobre la mesa auxiliar el legajo anunciado. Carlos no muestra ningún interés pero su mujer deja pasar unos segundos y toma las fotos, diciendo:
-           ¡Chica, qué de recuerdos! ¡Y qué bonito te habrá quedado el chalé con todas esas cosas!
-          En efecto, parece un trocito de Castellar en el trópico; pero, sobre todo, mantendrá vivo el recuerdo de nuestros padres, cosa que no sabes lo que me ayuda a sobrellevar su ausencia y mi destierro.
-          Puedes quedarte con todo -afirma Carlos-. Nosotros ya tenemos bastantes muebles y cachivaches en esta casa.
-          Os agradezco que no me privéis de ello, máxime con el gasto y el deterioro que supondría su viaje de vuelta; pero no estoy dispuesta a incumplir la voluntad general de los papás de que heredemos a medias sus bienes. Así que descontaremos del dinero de mi parte la mitad del valor de todo ese ajuar que, según el técnico, asciende a 7.500 dólares, es decir, unos 6.500 euros. Así se lo haremos saber al abogado y se hará constar en el cuaderno particional.
-          ¿Quieres una copita?, pregunta Andrea a su cuñada, como para recompensar su gesto. Pili contesta que después y saca un nuevo expediente, mucho más pequeño que el anterior, pero también ilustrado a todo color. Expone:
-          Ahora vamos con un asunto que, más que con Carlos, tiene que ver con Andrea y con vuestras dos hijas. Me refiero a que tengáis un recuerdo personal de la abuela Alicia, de cosas de valor que ella se ponía o fue acopiando durante toda su vida.
     Las fotos que ahora pone sobre la mesa, del lado al que está sentada Andrea, representan joyas, relojes y relicarios para mujer, en tamaño muy superior al natural. Mientras su esposa las escudriña, Carlos recibe su dosis de sorpresa y regalo:
-          Naturalmente, las pocas preciosidades que papá se permitió son para ti, como es costumbre española. Aquí te las he traído.
     Y saca del bolso un estuche para reloj, que deja abierto ante su hermano. Dentro se encuentran el reloj de oro, un solitario áureo con las iniciales B y A grabadas, otro con un gran rubí de talla octogonal y la alianza de boda. Carlos trata de superar la emoción, alargando su contemplación y manoseo. Finalmente, protesta:
-          Si no me equivoco, estas son todas las cosas de valor de papá. No consiento que tú, que tanto lo querías -como él a ti-, te quedes sin un recuerdo suyo.
     Pili sonríe con cierta amargura: Tenía que salir lo de la preferencia paterna, que Carlos siempre acusó. Decide aprovechar la oferta:
-          Si te parece, me quedo con la alianza. Me haré un dije con esta y la de mamá.
     Mientras tanto, Andrea ha terminado su escrutinio. Ha apartado media docena de fotografías, que muestra a Pilar, como temerosa de haber elegido lo de mayor valor:
-          ¿Qué te parece, Pili? No será mucho…
-          Por supuesto que no -responde casi sin mirar la selección-. Sois tres a ponéroslas, que las niñas ya están en edad de merecer.
     Como suele decirse, pasa un ángel, cuyo vuelo interrumpe Pilar:
-          Ahora sí que me tomaría esa copita. Si tienes, me gustaría un Cointreau, como a mamá.
-           


***

     Servidas las copas, Andrea se retira sin decir nada, para reaparecer a los pocos minutos con un cofrecillo de madera, con refuerzos y cerradura metálicos. Su marido la mira atónito, pero ella, sin encomendarse a su opinión, se explica:
-          Bondad por bondad, Pili. Quería haber hecho esto desde que murió tu tía y vimos que nos dejaba a Carlos y a mí todo lo que tenía, descontadas sus muchas deudas, que no sabes cómo están aquí las residencias de ancianos… A lo que iba, no me he quedado tranquila con heredarla yo, por el hecho de haberla atendido en su enfermedad y muerte, y verte a ti sin nada, habiendo sido tan íntimas durante casi toda la vida…
-          Eres muy amable, Andrea -la interrumpe Pilar-, pero nunca tuve el amor de mi tía, en comparación con Carlos. Luego, entre mi marcha a Panamá y ciertas… desavenencias por diversos motivos, nos fuimos distanciando. No te ocultaré que me dolió muchísimo que no tuviera un recuerdo para mí en su última voluntad, pero está claro que era cosa suya y nada tienes que explicarme.
-          ¡Claro!, yo para nada influí en el testamento pero, con todo, me supo mal su desapego, no solo hacia ti, sino también para con tu madre, a quien nunca perdonó que se fuese a vivir contigo, dejando en la estacada -según decía- a Carlos y a ella. En fin, no hay que tomárselo en cuenta. Siempre fue muy tajante en sus afectos y opiniones, y en sus últimos tiempos había perdido bastante la cabeza.
-          ¡Si acabarás con todas esas historias para no dormir…!, protesta Carlos, que ya no encuentra la postura en el sofá y se cambia a un sillón más alto.
-          A lo que voy -obedece Andrea-. Lo que voy a hacer hoy habría querido cumplirlo mucho antes, pero como no volvisteis por España… Quiero hacer contigo lo que ya no puedo con tu madre. Coge de aquí lo que quieras, aquello que te traiga mejores recuerdos de tía Marisol, y que Dios haya tenido piedad de su alma.
     Se vierten sobre la mesa los tesoros del cofre, no pocos ni de corto valor, por cierto. Entre ellos -como ya Alicia se había quejado a Pilar-, diversas piezas que eran de aquella, pero que Marisol se había apropiado, al estar en una caja común en el banco. En consecuencia, aún sin explicar el motivo, se centra en esas joyas, cinco o seis. Su hermano insiste:
-          Coge más. ¿No ves que están pasadas de moda y Andrea no se las pone nunca?
     Toma otro par de ellas y trata de hacer causa común con la amostazada esposa:
-          Estos hombres, siempre tan materialistas. Es seguro que, ni a ti, ni a mí nos importa otra cosa que la emoción del recuerdo.
     Andrea, con cierta rapidez, cierra el cofre y lo retira de la mesa, para dejar sitio. Pilar, por su parte, guarda el emocionante botín en un apartado de su bolso, asegurado por cremallera. Carlos empieza a hablar sobre el acto fúnebre de mañana, los asistentes probables y quienes han excusado su asistencia. Su hermana, viendo que la cosa puede ir para largo, se dirige a Andrea:
-          ¿Me sirves otro café? Está riquísimo.

***

     En el camino de vuelta al hotel, aunque ya anochece y su bolso parece la cueva de Alí Babá, se atreve a pasar por el Parque, deprisita y sin dejar de mirar la alforja.
-          ¡Adiós, profesora Alvarado!, saluda un caballero al que no ha visto, concentrada en otra cosa, como iba.
-          ¡Huy, perdone, voy distraída!, se justifica, deteniéndose.
-          Me va a permitir que le presente al condiscípulo del que le hablé.
     El aludido, al oír el apellido, pregunta:
-          No será de la familia del Rector que…
-          En efecto -contesta sin esperar la conclusión de la pregunta-. Soy nieta suya.
-          Ha venido a Castellar a cumplir el penoso deber de sepultar las cenizas de sus padres, explica Linares a su amigo.
-          A sepultar cenizas… y también rencillas -añade-
     Se despide y sigue rumbo al hotel. Los árboles del Paseo no la recordaban tan ligera y alegre desde aquellas Ferias en que bailó con su padre, en la verbena de la Pérgola.

***

     Hay quien asegura que al Purgatorio se va solo a sufrir para expiar los pecados. Lo cierto es, si se pudiese salir de allí sin permiso, Marisol se habría presentado en la reunión familiar para estrujar entre sus brazos a las dos mujeres y a su amado sobrino. Todo ha ido a pedir de boca y ni ella, con toda su experiencia de componedora, lo habría hecho mejor. Claro que su sufrimiento ha tenido hasta ver reconciliados a quienes, por su ímpetu y mal genio, contribuyó a desunir. Esa es la verdad, porque la cosa venía de mucho antes de perder buena parte de su raciocinio.
     Oye, ¿y si la superación de los efectos amortiguara la sanción de su causa? ¿No será la alegría que siente el anuncio de su próxima liberación? Quiere creerlo y hasta se atreve a hacer planes de futuro en una vida eterna, en la que el tiempo no sabemos cómo se cuenta. El caso es que en ese apaciguamiento familiar faltaba Alicia, por muy justificadas razones. Y Marisol, como siempre, no quiere dejar ningún cabo suelto:
-          En cuanto llegue al Cielo -se promete- buscaré a mi hermana y le daré un inmenso abrazo. No me va a negar su perdón, estando donde está…


5.      Alleluia




     El retorno a la habitación 210 fue bastante más grato que su entrada del día de ayer. Con todo, estaba muy cansada, bastante soñolienta y aún tenía que repasar algunas cosas para la ceremonia del día siguiente. Por de pronto, cumplió el rito de sumergirse en la bañera casi humeante, dejando de exposición en la repisa del borde las joyas recobradas y la alianza paterna. Su prodigiosa memoria le permitía recordar, no solo el origen y fecha aproximada de cada una, sino los principales eventos en que había visto a su madre ornada con ellas. Se entretuvo en imaginarla y, de cereza en cereza, acabó soñando con su puesta de largo, la graduación de Carlos, las bodas de plata de sus padres y el homenaje al abuelo en el colegio de su mismo nombre. Cuando quiso darse cuenta, eran las nueve y el amplio lavabo parecía un baño turco. Amparado en aquel vaho espeso y al conjuro de su anillo de boda, otro vapor parecía querer insinuarse en la mente traspuesta de la niña, superando su natural humildad y el respeto que la profesaba:
-          No voy a decirte lo que debas hacer: De sobra tienes inteligencia y -¡ay!- edad para ello. Aunque Dios nos libre de los errores y disparates que cometen las personas más listas. Como él, sin ir más lejos. El figura, como yo lo llamaba, con una mezcla de confianza y admiración. ¡Y ya ves luego, el dolor que te causó y el daño que por él nos vino! Pero puedes estar segura de que no lo hizo con mala intención; es más, aunque haya sido un poco tarde, desea lo mejor para ti y no deja de recordarte. Poco antes de marchar mamá y yo contigo a Panamá, Marce vino a dar una conferencia a Castellar y llamó a tu madre para invitarnos a cenar. Ya sabes, los viejos siempre con lo mismo: Salió el tema de los achaques y de las enfermedades… y de lo que llega después. Él se puso muy serio y nos prometió que, en lo que viviera, no te faltaría compañía y ayuda; siempre que ella lo permita, agregó con cautela. Yo no estaba al corriente de vuestras cosas, pero mamá me aclaró luego, en casa, que se había excedido con las bromas y ofertas en una carta, o que tú lo habías malinterpretado. Total, que estabais otra vez como antes. Tú sabes lo que te conviene, hija, pero no se puede ser tan susceptible con los que te quieren, aunque metan la pata de vez en cuando. En fin, vamos a seguir intercediendo porque os avengáis, a ver si tenemos tanto éxito como con lo de tu hermano.
     Pili se despierta de golpe y tosiendo, al tragar inconscientemente agua del baño. Sale de la bañera, se seca, echa por los hombros la chaqueta del pijama y recoge las joyas de la exposición. Al llegar a la alianza paterna, siente un escalofrío. Si será tonta -se dice-, que ha percibido de alguna forma la presencia de su padre junto a ella.

***

     El acto del cementerio ha sido puntual y breve. Todo estaba ya preparado de antemano por los sepultureros y el sol de junio caía inclemente sobre la tumba, no sombreada a la sazón por los cipreses. Pilar fue despidiéndose de todos con la misma y preparada cantinela: Muchas gracias por venir… Recuerdos a tu madre… Nos vemos en estos días… Llámame y quedamos… Marce, un poco cohibido, ha saludado a Carlos, pero remolonea en acercarse a ella. De hecho, es el último en hacerlo, cuando está a punto de iniciar el camino de salida. Le tiende la mano, pero Pili le pone la mejilla. Luego, los tópicos de siempre: la salud, lo bien que se conservan, qué tal los hijos…
-          ¿Has traído coche?, pregunta Pilar.
-          No, he venido en autocar.
-          Entonces te bajo hasta el centro en mi taxi. Lo he dejado en espera.
-          Es que pensaba acercarme en un momento a la tumba de mis padres.
     Lo ha dicho de forma tan sincera y como disculpándose, que ella siente la llamada del ayer:
-          Vale, te acompaño. Ya que no pude hacerlo en su día, por estar tan lejos…
      Rinden visita y comparten un padrenuestro con las jaculatorias de los responsos. Luego, perezosamente, toman el camino recto que lleva a la puerta principal, charlando sobre la identidad de las personas que los han acompañado en la ceremonia. Al llegar al taxi, ella pregunta:
-          ¿A dónde quieres ir?
-          A comer. Déjame en la Plaza Mayor.
-          ¿Te apetece que comamos juntos?
-          ¡Estupendo! No me atrevía a invitarte, por creer que lo harías con Carlos.
-          Ya estuve en su casa ayer… Pero nada de invitarme. Yo te he hecho venir y es justo que corra con los gastos.
     Ordenó al taxista que los llevase a su hotel. La explicación era obvia:
-          Si seré despistada, que había olvidado darte el legado de mi madre. Además, el comedor es muy agradable y la cocina es de calidad, para lo que suele estilarse en los hoteles.
-          Yo también tengo algo para ti -dice Marce, señalando la cartera que pende de su hombro-, pero no pensaba dártelo hasta que nos despidiéramos.
-          ¡Vaya, hombre! De misterios andamos.
     Pili deja ya instalado en el comedor a su amigo y, literalmente, corre a la habitación en busca del encargo materno. ¡Hasta sube con agilidad los dos pisos de escaleras, sin resentirse de aquella caída tan tonta en Año Nuevo! Coge el paquete y, cuando baja, ya encuentra en su puesto de la mesa un envoltorio plano y cuadrado, con la inequívoca etiqueta de una tienda de discos. Al unísono rasgan las envueltas y, también a la par, se ilusionan y leen las respectivas dedicatorias. Hay una diferencia: Marce solo tiene ojos para su legado, mientras Pili reparte su curiosidad entre su regalo y el que él tiene en sus manos. Procedamos por orden de antigüedad:
     El recuerdo para Marcelino es un libro en octavo mayor, encuadernado en rústica. En la portada, el retrato de una Alicia casi juvenil, con el fondo de la fachada de la Universidad castellarense y un título de corte novelesco pero que define en realidad la biografía de su madre, escrita por Pili: La hija del Rector. En la guarda de inicio, las siguientes palabras manuscritas: Si este libro llega a tus manos, será señal de que mis oraciones han sido atendidas. Ahora es el turno de que cumplas tú, Marce querido, tu solemne promesa. Te quiere, Alicia.
     Pili descubre un viejo disco de vinilo, cuya cubierta satinada reproduce el rostro hermoso y sonriente de una joven de melena y gafas graduadas, como las que ella debería llevar habitualmente, si no fuese tan pizpireta. Su título, con extraña tilde, Alléluia. La dedicación es la siguiente: A Pili, de Marce (Cara B, número 1)[7]. Sin firma.
-          Así que lo tuyo era un libro -inicia Pilar la conversación-.
-          El que tú escribiste en su homenaje -responde Marce-. Ella sabía que estaba muy interesado en tener un ejemplar y me prometió el suyo para cuando no le hiciera falta. Bien creí que se habría ido sin ocuparse de semejante nimiedad.
-          ¡Huy, hijo! No sabes bien la importancia que para ella tenía complacerte y cómo me echaba en cara que yo actuase de modo muy distinto.
-          Eso ya es agua pasada… ¿Qué tal andas de francés?
-          Lo tengo muy olvidado, ¿por qué?
-          Porque no he podido encontrar el disco por Internet más que en ese idioma.
-          ¡Ah, ya entiendo! De todos modos, recuerdo lo bastante para saber lo que significa pardonne-moi[8]. Lo suficiente, para asegurar que no tengo el propósito de perdonarte…, dado que nada hay que perdonar: disculpar, como mucho.
-          No sabes lo que me alegro de que tu silencio haya quedado atrás; entre otras cosas, porque el camarero nos está echando unas miradas asesinas ante lo mucho que estamos tardando en pedir.



***

     Ignoro si tendría algo que ver el vino de Ribera del Duero o todo sería fruto del júbilo dionisiaco del reencuentro largo tiempo postergado. El hecho es que la inevitable y sesuda peroración de Marce acerca del progreso de los estudios psicológicos en materia de primer amor, fue cortada en agraz por su interlocutora con un tajante y bastante estentóreo: Marce, ya estás como siempre, haciendo ciencia con los sentimientos. Claro que yo los convierto en literatura.
     El hombre, en el salón tan concurrido, no sabía a dónde mirar. Total, solo acababa de repetir una frase ingeniosa y no muy comprometida de un autor de moda: Hay únicamente tres amores verdaderos: el primer amor, el amor imposible y el amor de tu vida.
     Al verlo tan abochornado, Pili le echó un cable, a su manera:
-          Fíjate en esta: El amor imposible es el que más dura. Prosaica, ¿verdad? Pues vamos a hacerla poesía: El amor imposible lleva en sí el perfume de la eternidad.
     Y se echó a reír, sofocando la carcajada con la mano.
     Al lograr contenerse, volvió a la carga:
-          Esta va por ti, que admiras mucho a su autor[9]: La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin. Clarividente, ¿eh?
     Y torna a reír a carcajadas, esta vez sin contener el estrépito. Marce dio gracias a Dios de que hubieran terminado el postre, miró ostensiblemente el reloj de pared, que marcaba apenas las tres y media, e hizo seña al camarero de que trajese la cuenta. Pilar no pareció percatarse:
-          Ahora te toca a ti, le dijo. ¿Es que no sabes ninguna?
-          Déjame pensar… A ver… La tengo en la punta de la lengua…
-          Vamos, vamos -insistió Pili-. Tú que eres tan experto en amores perpetuos…
-          A ver si me acuerdo… Ahí va: Estamos condenados a un primer amor[10].
     Pilar mostró ruidosamente su desilusión, al tiempo que venía el mozo con la factura:
-          ¡Serás soso!... ¡Qué pague el señor, por ser tan poco ocurrente!
     Marce hizo un ademán de resignación, abonó la cuenta y dijo a Pilar:
-          Aquí hay demasiada gente. Vamos a tomar el café en esa sala tan coquetona de las columnas. A ver si el estilo Renacimiento me agudiza el ingenio.
     Ofreció el brazo a la dama, que esta tomó con evidente satisfacción. Una vez en su destino, se sentaron en una rinconera y al aroma cafetero, con su compañera más apaciguada, Marce reanudó el torneo de frases:
-          Una mía: Amor imposible y primer amor son una y la misma cosa.
-          ¡Protesto, señoría!, replicó Pilar, aparentando indignación. Está usted respirando por la herida, pero ahí están -o estaban- sus padres y los míos para desmentirlo.
-          Tocado, bella señora. Me acogeré, pues, al donaire ajeno. El verdadero amor se presenta una vez en la vida… y luego no hay quien se lo quite de encima[11].
-          Muy divertida -dijo Pili-, pero muy triste. Verdaderamente, Marce, ¿estás pensando en echarme de tu corazón?
-          Claro que no, mi perla del Caribe; ni se me ocurriría siquiera.
     Parecía ahora tan decaída, que intentó alegrarla a un atrevido precio.
-          Escucha esta otra: No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual.
     Ella apenas se inmutó.
-          ¿Te importaría ayudarme a llegar a mi habitación? No me encuentro muy bien aquí.
     De camino al ascensor, agregó:
-          Será solo un ratito.
-          No te apures, Pili. Mi autobús no sale hasta las siete.

***

     A eso de las siete menos veinte, un apresurado galán abandonaba la habitación número 210, bajaba las escaleras con precipitación y, al llegar al vestíbulo del hotel, pedía un taxi urgentemente. En la habitación, todavía echada y con una sonrisa de felicidad, Pili apenas celaba sus encantos con una simple sábana. A su mente venía el lejano recuerdo de una noche, también loca, de alcohol, amor y salitre con Antonio, tan distinto y tan distante. Pasó una mano por su frente para quitarse aquella ingrata remembranza, estiró al máximo su anatomía y musitó:
-          Como diría mi tía Marisol, que en gloria esté, no hay cosa más agradable que sacar los atrasos.
     Mientras se ponía en pie, camino de la bañera, le pareció escuchar la voz de aquella alma, ya bienaventurada, que le decía:
-          Niña mía, lo que acaba de sucederos no es cosa de las enseñanzas de mi espíritu, sino de vuestra libre e inmarcesible carnalidad.





[1] Hago uso del llamado privilegio del creador, estableciendo el neologismo conviajero, como significativo de persona compañera de viaje, por analogía con condiscípulo, conmilitón y tantas otras.
[2] La Estrella de Panamá, diario fundado en 1849, que actualmente (2019) continúa publicándose.
[3]  Antonio Skármeta Vranicic (1940), ilustre escritor chileno. Por los datos que seguidamente se ofrecen, la novela aludida debía de ser La chica del trombón (editorial Debate, Madrid, 2001), Premio Casa de las Américas de Narrativa en el año 2003.
[4] Podría tratarse de la cinta, ¡Qué asco de vida! (Mel Brooks, 1991).
[5]  Para lectores curiosos, les informaré que la Alta Velocidad no llegaría a esta línea hasta unos años más tarde (finales de 2007).
[6] Recuérdese que el morado es, con el negro, el color de los ornamentos litúrgicos en la Iglesia Católica para los oficios de difuntos.
[7] Este disco long play, del sello Philips, existió en realidad, conservándose multitud de ejemplares, algunos a la venta. Fue inicialmente editado en Francia (de ahí, la tilde), en 1977. El rostro en la portada es el de la cantante que lo grabó, Nana Mouskouri (1934). El corte B-1 corresponde a la canción Pardonne-moi (letra, de C. Lemesle; música, de Alain Goraguer). Existe versión española (Perdóname), a cargo de la misma cantante, cuyas palabras siguen fielmente el original francés, excluyendo, con buen gusto, algunas innecesarias connotaciones o analogías religiosas que tenía aquel.
[8] Este fragmento de la conversación queda en parte aclarado con la nota precedente. En cuanto al resto, se hace muy aconsejable conocer la letra de la canción, que dice así en los versos finales de su versión española: Perdóname por tanto amor, / por no vivir sin tu calor. /Perdóname por serte fiel. / Perdóname, si aún te quiero yo. Tendrán una experiencia muy grata si la escuchan, por ejemplo, en youtube.
[9]  Se atribuye a Benjamín Disraeli (1804-1881), que fue Primer Ministro del Reino Unido (1874-1880).
[10] Francisco Umbral (1932-2007), en su columna del diario madrileño El Mundo, correspondiente al 14/12/2006.
[11]  Esta frase y la siguiente se atribuyen al conocidísimo humorista norteamericano, Groucho Marx (1890-1977).

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