martes, 1 de enero de 2019

PARÍS, 1962. ATENTANDO CONTRA DE GAULLE



París, 1962. Atentando contra De Gaulle


Por Federico Bello Landrove

     Un joven profesor alicantino se ve arrastrado a la lucha final de la OAS contra el general De Gaulle. En su implicación no hallará los valores políticos en que confiaba, pero sí el amor de una mestiza franco-malgache muy particular. Y ya se sabe que política y amor no son buenos compañeros de viaje.



1.      Entre los pieds-noirs

     Acababa de terminar mis estudios de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Valencia y, de regreso a Alicante, eché varias solicitudes de trabajo para Institutos y colegios de la ciudad, con vistas a simultanear el trabajo docente y la preparación de oposiciones a cátedras de Enseñanza Media. La cosa no resultaba fácil si pretendía quedarme en la capital, pero yo en principio rechazaba trasladarme a centros de la provincia, tanto por las ventajas que ofrecía seguir en la casa familiar, a la vera de mis padres, como para preparar los exámenes con la catedrática, Teodora Cifuentes, amiga de mi madre. A mayores, andaba yo por aquel entonces tras una agradable moza, empleada en una joyería de la calle San Vicente, y no era cosa de levantar el cerco cuando todavía había esperanzas de rendir la plaza.
     Se ve que, aunque pollo con ínfulas de independencia, todavía estaba muy verde para levantar el vuelo. Si de mi madre había dependido la acogida casi filial de la profesora Cifuentes, habría de ser mi señor padre el que me abriera la vía de la colocación. Como director de una sucursal bancaria, mi progenitor había concedido -o, cuando menos, firmado- un importante crédito a un colegio que había abierto por entonces sus puertas, para escolarizar a los hijos francófonos de los pieds-noirs[1], es decir, de los europeos que iban saliendo en progresión creciente de la Argelia atormentada, en vísperas de su independencia. El préstamo no ofrecía ningún riesgo, ya que había sido avalado por el Director no académico del colegio, notable agente de seguros, y por el señor P.[2], a la sazón gran promotor inmobiliario en la zona. Unos quince años más tarde, este gran hombre de negocios daría una espantada con claro tufo a estafa y alzamiento de bienes, descubriéndose entonces que, lejos de ser la persona que aparentaba, era un ciudadano suizo con múltiples antecedentes penales.
     Es el hecho que mi progenitor, cruzó los datos de la concesión del préstamo y de mi necesidad de empleo, logrando que me otorgaran el cometido de profesor de Español en aquel Collège o École, teniendo además en cuenta que hablaba correctamente francés, gracias a los desvelos de mis padres y al desfile de francesitos por mi casa en régimen de intercambio. De tal modo que papá pudo ofrecerme en un día bochornoso de julio, a la hora de comer, el pastel del trabajo en Alicante con un lazo amarillo y azul, los colores de su banco. Como cumple a un joven que se precie, no podía menos de ponerle peros a la golosina, por aquello de que no había sido yo quien la había logrado:
-          Papá -objeté-, es un colegio que van a abrir ahora y tiene todavía muy poco alumnado.
-          Pero -replicó él- le espera un porvenir espléndido, con la cantidad de emigrantes de Argelia que están llegando a Alicante casi a diario.
-          Y seguro que me pagan bastante menos que en un Instituto o colegio religioso.
-          Pero vives con nosotros y no te exigimos pensión.
-          Y me va a costar Dios y ayuda enseñarles gramática y literatura española, siendo casi todos francófonos.
     Mi padre no solía perder la paciencia. Bajó la vista a su plato y comentó:
-          ¡Qué pequeños vienen ahora los berberechos!

***

     Dar clase en un colegio pequeño tiene su encanto. Uno se siente parte importante de la institución y conoce a todos y cada uno de sus componentes. Y no cabe duda de que algunos -algunas- eran notablemente interesantes. Aunque reclutados en España, en especial, entre la emigración argelina, todos los profesores, menos yo, eran franceses, chicas y mujeres jóvenes en su mayor parte. Era algo muy de agradecer a partir del momento en que la empleada de joyería acabó por darme calabazas, a pesar de mi título y de mi empleo. Claro que también había algunos inconvenientes: L’Ecole -como la llamábamos- había invertido el préstamo bancario en el alquiler de un reducido edificio de dos plantas y en la compra de material escolar de toda laya, de modo que se las veía y se las deseaba para pagar a tiempo a los profesores su modesto sueldo. Pocos se quejaban, contando con el espíritu de misión y de entrega propio de aquellos tiempos difíciles. Y, donde no llegaba la paciencia de los trabajadores, alcanzaba la labia y el carácter del Director, hombre intemperante y terco, empeñado en que los hijos de los pieds-noirs tuviesen su propio colegio francés, aunque se hundiera el mundo.
     El otro inconveniente al que quiero referirme es el de la ideología radical y militante de que se nutría el ideario de la escuela, por más que se respetara la neutralidad en apariencia; y eso, en un Centro donde nos conocíamos todos, resultaba embarazoso para quienes, como yo, no habían sufrido el dolor del desarraigo y el destierro ni, menos aún, tenía la menor idea de que aquel general francés larguirucho y viejo[3] fuese un farsante y un traidor, como tantas veces escuché. Poco a poco, leyendo y oyendo aquí y allá, fui haciendo mi propia opinión al respecto que, en resumen, no difería mucho de la general en los ambientes de aquellos emigrados forzosos. Lo único que no me cuadraba es que nuestro general, bajito, gordo y también viejo[4], en vez de estar a favor del uniforme y el autoritarismo de su colega, apoyase decididamente a los que, de poder, lo hubieran hecho pedacitos y arrojado al Sena para alimento de los peces. En confianza, sigo sin explicármelo claramente, muchos años después.
     A lo que voy: Pasados un par de cursos entre aquellos que ya podía llamar amigos, era partícipe de sentimientos y palabras comunes, hasta el punto de ser considerado como uno de los suyos. Y, aunque me encontrase muy a gusto con ellos, ya estaba maduro para sacar las oposiciones -según mi preparadora-, las cuales firmé… y suspendí. Eso sucedía en el mes de junio de 1962. En mi descargo -además del tener que compatibilizar el estudio con el trabajo-, diré que no era el mejor ambiente posible de tranquilidad y recogimiento el que se vivió en aquellos días, con acciones constantes y decididas de la OAS[5], verdadera guerra abierta en Argelia y, por último, el lanzamiento de la toalla por el Gobierno francés, con los Acuerdos de Évian, el referéndum consiguiente y la proclamación de la independencia argelina[6]. Imaginen la vorágine en la propia ciudad de Alicante, donde los buques desembarcaban miles y miles de personas que venían de Argelia prácticamente con lo puesto, forzados por aquella famosa amenaza del FLN[7]: o maleta, o ataúd.
     Mis padres encajaron el suspenso mucho mejor que yo y, tal vez para compensar mi desánimo, me impulsaron a disfrutar de unas vacaciones más movidas que tomar el sol en San Juan o La Albufereta. En el colmo de la generosidad me financiaron al cincuenta por ciento la compra de un moderno Simca-1000[8], que reemplazara al viejo Renault 4 CV[9], que había heredado de mi padre. Y qué mejor que hacer el rodaje viajando hasta París, donde había magníficos cursos estivales de literatura en la Sorbona, de los que luego presumir en el ambiente provinciano pero tan francófilo de mi colegio. Así que, a toda prisa, preparé un modesto equipaje y saqué del banco buena parte de mis ahorros. Esta vez no era cosa de sablear a mi padre. Sin embargo, la ayuda me vino de una procedencia inesperada. Claro que yo también habría de poner algo de mi parte; algo que supondría un giro decisivo en aquellos momentos de mi juventud.

***

     Quizás debería haber dicho antes que en aquellos tiempos el Colegio abrió sus puertas a un destacado dirigente de la OAS en España, el señor Lagaillarde[10], así como también a su esposa, que pasó a ocupar plaza de profesora de Física. En honor de la verdad, tengo que reconocer que uno y otra se abstuvieron de hacer cualquier tipo de propaganda política en L’École, pero no tengo ninguna duda de que su presencia allí estuvo detrás del encargo que yo recibiría y que paso a relatar a continuación.
     Es el caso que me dirigí muy ufano al Colegio para despedirme del Director y, de paso, dejar caer que era mi intención seguir en la Sorbona un curso de verano sobre La Pléiade[11]. El señor Feral quedó suspenso unos segundos y luego me indicó:
-          El día antes de partir, ven a verme. Quizás tenga un encargo que hacerte.
     No me hizo gracia la idea, pero el mandante no era persona a quien pudiera darse esquinazo impunemente. En consecuencia, fui a verlo -como me había indicado- a su oficina en la inmobiliaria que dirigía. Allí me entregó una cartera de cuero con cierre de seguridad, cuyo interior parecía medio lleno -presuntamente de papeles, a juzgar por su poco peso y volumen regular-, y me conminó a entregarla en un determinado domicilio y persona en la localidad de Cordes, cercana a Toulouse. Primero, me hizo las advertencias, que yo entendí como sintomáticas de que iba a ser correo de la OAS:
-          Procura esconder la cartera debajo de los asientos y cruzar la frontera por La Cervera en hora de mucha afluencia de vehículos. De allí, dirígete sin pérdida de tiempo a tu destino, pero procura llegar a la caída de la tarde y aparcar junto a la casa. Ya te he indicado lo que tienes que decir cuando te abran. En cuanto a la cartera, no la entregues si no te responden on a triché avec l`honneur[12].
     Luego, vino la compensación, si me portaba como un buen chico:
-          Los de Cordes te pondrán en contacto con amigos de París, que te harán los honores. Te proporcionarán alojamiento gratis y verás qué bien lo pasas.
     Salí de allí con la cartera disimulada en una bolsa de deportes y la conminación -innecesaria- de guardar secreto, incluso con mis padres. El corazón me palpitaba con una inusitada frecuencia. Estaba convencido de que iba a ser portador de algún mensaje de la OAS de España para sus colegas de la Métro[13], que yo no podía rehusar para no verme despedido del trabajo. Por otra parte, mis ideas me inclinaban a ayudar a aquella gente en lo que pudiese, aunque su guerra estuviera perdida.
      Una vez en casa, contra las indicaciones de Feral, plasmé en una octavilla todas sus indicaciones y contraseñas, y guardé el pequeño documento en la billetera. Sabía que iba a correr un riesgo importante si la Policía francesa descubría el matute, no obstante lo cual me sorprendía la tranquilidad y firmeza que habían tomado posesión de mi ánimo, una vez asumí la situación. Ahora, tan solo era de desear que esas sensaciones persistieran cuando llegase a la frontera y, luego, hasta París. Recuerdo que, parafraseando a Stanton, asumí como consigna para el viaje: Lagaillarde, me voilà[14]. Así pues, un joven, una misión, una consigna: nada más se necesita para alcanzar la gloria.





2.      La misión… y su recompensa

    Para quienes conozcan Cordes -ahora, un tanto exageradamente, Cordes-sur-Ciel-, no les digo nada original, si lo califico como uno de los pueblos más pintorescos de Francia, aunque no tan cerca de Toulouse como Feral me dio a entender: hora y media invertí en el recorrido, cuidando siempre de no rebasar las velocidades aconsejadas para rodar mi recién estrenado Simca. Con todo, daba por bien empleado el cansancio de aquellos dos días de viaje desde Alicante, pues el paso de la frontera lo había hecho sin incidentes negativos, por lo que la cartera y su contenido estaban a punto de llegar a su destino.
     Luego me han dicho que el dirigente de la OAS que estaba esperando el envío podía haber sido Jacques Chadeyron[15], pero no creo que estuviera entre quienes me recibieron, a juzgar por las fotografías de él que después repasé. De todos modos, mi presencia en la casa de Cordes duró apenas unos minutos: los suficientes para entregar la cartera, tomar un café con mis anfitriones y mantener la siguiente conversación, escueta por demás:
-          ¿Dónde te alojas en Toulouse?
-          En el hotel Beaux-Arts, habitación 213.
-          Mañana a las once de la mañana siéntate en la recepción del hotel, vestido tal cual lo estás ahora. Un amigo te devolverá la cartera y te entregará una tarjeta con una dirección y un teléfono de París. Ten todo dispuesto para dejar Toulouse acto seguido y llegar a tu destino mañana mismo, al anochecer.
-          No estoy seguro de lograrlo -objeté-. El coche está en rodaje y no conozco el recorrido, ni me ambiento bien en muchas zonas de la Capital.
-          Si no puedes estar en el lugar indicado antes de las diez de la noche, busca alojamiento en las cercanías y llama por teléfono, como si fueras un fontanero que no ha podido ir a hacer un arreglo. Ellos te indicarán cómo encontraros.
     Así fue sucediendo todo, una vez regresé a Toulouse. La cartera estaba ahora mucho más delgada que al principio; habría parecido vacía, a no ser porque permanecía cerrada a cal y canto, como antes. El viaje hasta París se desarrolló con inusitada rapidez, gracias a que conté con la presencia y ayuda del emisario de los de Cordes, que no me dejó hasta entrar en el distrito 14. La calle des Plantes queda ahí mismo, a mano derecha, me dijo. Seguramente encontrarás donde aparcar en la calle Giordano Bruno, donde hay unos jardines.
     Como en los cuentos, todo se fue produciendo conforme me habían anticipado. Por si me indicaban otro alojamiento, me limité a coger la cartera, prudentemente disimulada entre las hojas de un número de Información[16]. A eso de las nueve menos cuarto, llamaba al timbre de la calle. La fachada de la casa tenía cierto empaque, aunque parecía algo descuidada. Cuando me abrieron, el portal, la escalera y el ascensor me produjeron mejor impresión. Subí hasta el apartamento indicado en el segundo piso donde -seguramente avisados por mi compañero de viaje- una joven rubia y muy atractiva me franqueó la entrada, sin más preámbulos. Me condujo por un largo pasillo de tarima crujiente hasta la puerta encristalada del salón de la vivienda; abrió y me anunció de la siguiente curiosa manera:
-          Papá. El español de la cartera.
     La presentación no era muy prometedora, pero la belleza de quien la hacía me hizo recordar la promesa de Feral cuando me confió aquella misión, que tan sencilla estaba resultando: Verás qué bien lo pasas.

***

     Aunque suponga una digresión, creo que es el momento oportuno para trasladarles cuanto he ido sabiendo, y hasta imaginando con fundamento, sobre el contenido de la famosa cartera de cierre con combinación. Naturalmente, hubo un antes y un después; el límite entre uno y otro se produjo en Cordes.
     Cuando salí de Alicante, llevaba dentro de la cartera una o varias cartas de la OAS de España, dirigidas a sus colegas de la Metrópoli. Estoy seguro de que una procedía de Pierre Lagaillarde. En caso de haber habido más, otra iría firmada por el coronel Argoud[17]. El contenido sustancial me es conocido por referencias fiables, así como por el desarrollo ulterior de los acontecimientos: Apoyar el atentado contra el general De Gaulle, que preparaba el teniente coronel Bastien-Thiry[18] y que, por no ser iniciativa de la OAS y tener esta poca confianza en su aliado circunstancial, no contaba aún con el visto bueno y apoyo de los metropolitanos. Para lograr la adhesión a ese punto de vista cooperativo, los de la Tendencia España acompañaban una buena cantidad de dinero[19], que ayudaría a sufragar los gastos, por si las arcas de los franceses precisaban de numerario[20].
     Vaciada la cartera en Cordes, el jefe de los refugiados allí -tal vez, Chadeyron, como he dicho- se haría eco del envío y apoyaría su aceptación. Estoy casi seguro de que el destinatario de la misiva era el capitán Curutchet[21], a quien saludé dos días más tarde en la casa de la calle de las Plantas, si bien tendría que consultar la delicada operación de magnicidio con el capitán Sergent[22], jefe ejecutivo de la OAS Metropolitana.
     Tal vez me permitan ustedes redondear este excurso con una curiosa decisión, simultánea de mi llegada a París, que algunos han comparado con una fatwa de los clérigos fundamentalistas islámicos. El día 3 de julio de 1962, el Consejo Nacional de la Resistencia, constituido en tribunal, condenaba a muerte al general De Gaulle por alta traición, a causa de su conducta abandonista de Argelia y de los argelinos franceses y pro franceses[23]. Vino, pues, como anillo al dedo que se estuviera preparando un atentado contra el Presidente de la República Francesa, así como la decidida intervención de la OAS a partir de entonces.
     Dicho lo cual, volvamos a la rue des Plantes y a las personas allí residentes, a quienes me cupo la oportunidad -en ocasiones, el placer- de conocer.

***

     Sobre la puerta de entrada de aquel segundo piso, centro, en una placa dorada, podía leerse simplemente De Lavenne. El amo de casa, Antoine, divorciado desde hacía tiempo, era un caballero como de cincuenta años, funcionario de cierta categoría en el Quai d’Orsay[24], Departamento de Asuntos Consulares. Tenía un hijo estudiando posgrado en Georgetown[25], y una hija, Corinne, la espléndida rubia veinteañera que me había recibido al llegar. Además, formaba parte de la familia y de los habitantes de la casa otra chica, más joven, que yo supuse hermana de la anterior, pero que resultó ser su prima, de la que ahora solo aludiré al nombre, Françoise o France, pues apenas dejaré de hablar de ella en todo lo que sigue. Completaban el elenco una especie de criado distinguido -valet de chambre, creo que se llaman-, una cocinera y un chófer para el vehículo oficial, por no citar a las limpiadoras que se turnaban por horas para asear y hacer brillar aquel caserón de doscientos metros cuadrados y su aristocrático ajuar.
     He empleado el epíteto aristocrático en su más estricto sentido, pues el señor de la casa parecía arrogarse el título de Conde de Choulot, por más que -según dicen- los títulos nobiliarios no estén vigentes en Francia. El hecho es que en una pared del salón había un hermoso repostero de raso carmesí sobre el que estaban bordadas las armas de su casa, con la fecha de 1824 al pie[26], que supuse con acierto que era el año en que se había concedido tal Condado. Así que se me otorgó no poco honor cuando, tras las oportunas presentaciones y la entrega de la cartera, Antoine me explicó:
-          Tenemos buscado alojamiento para ti en casa de una conocida nuestra aquí cerquita, en el bulevar Brune. Esta noche dormirás en casa, pues se ha hecho demasiado tarde para andarte mudando ahora.
     Así que fui al Simca para coger lo más indispensable y, a eso de las once, tomé una cena fría ligera en la cocina y me retiré a la amplia habitación de invitados, donde dormí el tranquilo sueño de quienes han culminado con éxito una empresa arriesgada.

***

     La casa de una conocida nuestra resultó ser una pensión de buen tono, en un quinto piso del número 137 del susodicho bulevar. La habitación tenía una vista magnífica sobre la Puerta de Châtillon y la regente del hospedaje, Madame de la Tocnaye, se ofreció solícita:
-          Basta con que venga usted de parte de Monsieur Lavenne para que pueda disponer de mí para cuanto necesite. Podrá hacer aquí el desayuno y, si lo desea, las demás comidas. Siento que no tenga baño en la habitación pero, en esta época veraniega, apenas hay otras personas en la casa; de modo que no tendrá que hacer cola.
     En aquel momento, su apellido no me significaba nada. Tiempo después, atando cabos con él y con su edad, me figuré -aunque sin fundamento sólido- que sería pariente, tal vez tía, del famoso Alain[27], que tuvo notable participación en el atentado a De Gaulle, que Bastien-Thiry había ideado.
     Mis primeros días en París fueron de no parar, entre hacer los trámites para formalizar la matrícula en la Sorbona, buscar un garaje cercano y económico para mi flamante Simca y atender la invitación del señor De Lavenne, quien al parecer quería tener atenciones conmigo, antes de tomar sus vacaciones en Bretaña. Menos mal que se ofreció a acompañarme y servirme de guía la buena de Françoise, de quien tenía la sospecha optimista de haberle caído bien. También ella cogería vacaciones pronto, pero no en la costa armoricana, sino en la cercana localidad de Rueil-Malmaison, a unos doce quilómetros de París:
-          Acabo de terminar los estudios de maestra -me comentó-. En espera de decidir lo que haré con el título, he buscado ocupación para este verano en el castillo de Bois-Préaux, junto a la Malmaison.
-          Esta me suena, respondí, pero el de Bois-Préaux no tengo ni idea de lo que alberga.
-          Es un complemento del otro, a mayor honra y gloria de Napoleón. Gracias a la influencia de mi tío me dejarán pernoctar en un pabellón anejo.
-          Mi modesto Simca está a tu disposición, si deseas pasar los ratos libres en París. Me agradaría mucho contar con tu compañía -me atreví a desear-.
-          También puedes dejarte caer tú por Malmaison. Hay unos jardines preciosos -replicó Françoise-.

***

     Dos días más tarde me correspondió ser invitado a la cena de despedida, que organizó De Lavenne antes de partir para Bretaña con un grupo reducido de amigos. Entonces fue cuando me fue presentado Curutchet, como antes dije, y estoy seguro de que alguno más de los asistentes era miembro distinguido de la OAS. Lo cierto es que parecían estar perfectamente al corriente de mi identidad y relación indirecta con su gente de España. Me pidieron detalles sobre el coronel Lagaillarde y su esposa, así como acerca de la situación general de los pieds-noirs en Alicante, cuestiones sobre las que me despaché sin dificultades, pese a mi conocimiento superficial del tema. Menos contentos los dejé cuando, en una especie de pregunta con respuesta incluida, les dije:
-          ¿Qué piensan hacer ustedes ahora que Argelia ha quedado definitivamente perdida, tras su independencia?
     Se miraron unos a otros como no sabiendo si contestar o no a un desconocido; pero uno de ellos, más fogoso, inició una soflama, que Lavenne cortó en seco a poco de empezar:
-          ¿Cree usted -me interpeló- que podemos consentir un Gobierno de traidores y desagradecidos, dirigidos por un falsario que ha logrado el poder prometiendo todo lo contrario de lo que luego ha hecho?
     Escuchando a aquel vociferador, temí que Francia tuviese terrorismo y enfrentamiento civil para rato. Afortunadamente no ha sido así y, cuando escribo estas líneas, una amplia amnistía promete ser el punto final de tantos sufrimientos[28].

***

     Mucho he hablado ya sobre Françoise, sin decir nada de sus orígenes. Estos explicaban bien el intenso moreno de su tez, el brillo rutilante de sus ojos negros rasgados y hasta sus formas, perfectamente cinceladas, pero algo generosas para su edad y corta estatura. La joven, según saben, era sobrina de Antoine de Lavenne, como hija de su difunto hermano pequeño Matthieu, marino de guerra -o nacional-, fallecido en Argel en 1957 en un atentado, cuando iba a entrar en un café del barrio de Bab-el-Oued[29]. Parte de sus orígenes nunca me quedaron claros, quizá porque ella tampoco tenía una información segura. Ciertamente, el alférez de navío Matthieu de Lavenne, comandante de un patrullero con sede en el puerto malgache de Tamatave[30], tuvo a la pequeña France de una joven indígena de la isla, que murió cuando la niña tenía dos años. Esta -que apenas tenía recuerdos de su madre- sabía que su progenitora formaba parte de la nobleza, o buena sociedad malgache, pero ignoraba si se había casado con su padre o si este se había limitado a reconocerla por hija suya. A los seis años de edad, se había trasladado con su padre a Orán, por efecto de su ascenso al segundo galón[31], y en esa ciudad la niña reconocía haber pasado la mejor temporada de su vida, que alcanzó hasta tener ella trece años cumplidos. Françoise lo recordaba con nostalgia:
-          Por mi color, tenía un gran éxito entre los chiquillos franceses, pero también los árabes me suponían una de los suyos. No sabes la de corazones que rompí, comentaba entre risas. Claro que pronto se vino todo abajo -suspiraba-, al empezar sus fechorías el FLN y replicarle con extrema dureza las Autoridades coloniales. Coincidió con un nuevo ascenso de mi padre, esta vez a loufiat[32], con destino en la base naval de Bizerta. Apenas instalados, Túnez alcanzó la independencia[33] y trasladaron a mi padre a Argel, poco antes del inicio de la famosa batalla[34]. Temiendo lo peor, me envió a París con mi tío Antoine y aquí me llegó la noticia de su asesinato en junio del 57.
-          ¿Cómo era él?, me atrevía a preguntarle. ¿Era tan… extremoso como tu tío Antoine?
-          ¡Oh, no! Era un profesional de la milicia y un patriota, pero no tenía intereses en las colonias ni estaba empeñado en defender lo insostenible. Tampoco mi tío era así por aquel entonces. Fue la muerte de mi padre lo que lo radicalizó; aunque, no vayas a creer, él sabe nadar y guardar la ropa. En el fondo, sabe que la OAS tiene muy pocas posibilidades de acabar con De Gaulle, como no sea matándolo.
-          Me parece que de eso se trata, mi querida amiga. Y, siendo el General tan orgulloso y terco, acabará por ponérseles a tiro.
-          No les va a resultar fácil a partir de ahora, replicó de forma ambigua, que seguidamente me explicó con cierto detalle.
     Según me confió, los anteriores atentados contra De Gaulle, aunque fallidos, habían contado con la presencia en el Elíseo[35] de un alto cargo policial allí destinado, aunque bastante adicto a la ideología de la Argelia francesa. Por el motivo que fuese, dicho topo había dimitido de su puesto, dejando a los de la OAS ayunos de buena información sobre los movimientos del General[36]. Eso había sucedido tres o cuatro meses antes, durante los cuales habían tenido que tender nuevas redes para espiar de las salidas presidenciales del Elíseo, y algunas formas de enredar no eran santas, ni mucho menos:
-          Andan camelando a ciertos funcionarios clave con jovencitas de buen ver y mejor holgar. Entre confidencias irresponsables y chantajes, esas chicas consiguen la información. Como te figurarás -proseguía Françoise-, el mejor objetivo son los tipos casados y de mediana edad. Y -no te lo vas a creer- uno de esos cebos creo que es mi prima.
-          ¡¿Corinne?!
-          En efecto. No estoy del todo segura, pero algunas de sus últimas compañías son de una evidencia apabullante.
-          ¡Qué cosa es la política! ¡Llegar hasta ese extremo!
     France se encogió de hombros y me aclaró:
-          Naturalmente, hay mucha distancia desde ser modelo de Givenchy y azafata de Air France, hasta ofrecerse a oficiales maduros a cambio de información. Pero se empieza tonteando, con la hermosura y la ligereza por banderas, y se acaba poniéndolas al servicio de cualquier causa de moda o de relumbrón.
-          ¿Y su padre?, inquirí. ¿Qué dice de todo esto?
-          Tengo la impresión de que tío Antoine le deja vivir su vida, aunque solo sea por juzgar totalmente ineficaz el oponérsele. A mayor abundamiento, el fin justifica los medios y en eso los conspiradores políticos son de lo más tolerantes.
     Quedó unos instantes en suspenso. Luego, me confesó:
-          El dejar el terreno libre a Corinne para que lleve a casa a quien le dé la gana es una de las razones por las que he pedido quedarme a dormir en el castillo de Bois-Préaux, aunque ello me obligue a solicitar tus servicios como chófer.
-          No tienes ni que pedírmelo…, salvo que quieras que yo también pernocte en Rueil -no sé cómo me atreví a sugerir semejante posibilidad en aquellos momentos de incipiente amistad-.
-          No quiero meterte en semejante dispendió -replicó Françoise, haciendo como si no me hubiera entendido la indirecta-. Las pensiones son carísimas allí en verano.




3.      El atentado

     Como mis clases de la Sorbona eran matinales, dedicaba un par de horas diarias para repasar su contenido y preparar los ejercicios, lo que me llevaba parte de la tarde o las primeras horas de la noche. El resto del tiempo lo pasaba yendo y viniendo en el Metro, o visitando algún museo o monumento que desconociese. Pero el centro de mi vida parisina -lo habrán adivinado- eran los ratos que pasaba con Françoise. Indefectiblemente, a las seis de la tarde aparcaba mi Simca a la entrada de su castillo o de la mansión josefina de la Malmaison[37]; recogía a France y nos íbamos hacia el Barrio Latino, a pasear y tomar una cena ligera en cualquiera de los pintorescos restaurantes y tabernas, libres en verano del agobio estudiantil. A las nueve y media o las diez, volvía a coger el coche, para depositar sana y salva a la doncella a las puertas de su castillo.
     Martes y viernes, en que yo acababa antes mis clases, comprábamos en cualquier parte un almuerzo frío e íbamos a tomarlo al pie del cedro de Marengo[38]. Luego, paseábamos al amparo de los árboles del parque. Mientras Françoise retornaba a su trabajo, yo me quedaba estudiando o leyendo poesía de la Pléiade, hasta la hora de reencontrarnos y escapar a París. Y así, día tras día, salvo el programa intensivo de los domingos, con misa temprana en Saint Pierre de Montrouge, baño en la playa de Trouville y caravana o atasco de regreso hasta la Capital. Como ven, poco o nada que tuviera aroma de política.
     Con tal dedicación a Francine -como yo había dado en llamarla, pues Françoise no me agradaba y France me parecía en exceso patriótico-, no es nada extraño que fuera calando en su mente y en sus vivencias, hasta el punto de creer conocerla a la perfección. Ella era muy expansiva y, por supuesto, dominaba el idioma mejor que yo, mucho más proclive a escuchar que a manifestarme. Cuando se percataba de ello, paraba bruscamente de hablar y me echaba en cara irónicamente mi silencio:
-          Eres mayor que yo y español, además. Tenías que ser tú quien me diera palique y llevara el grueso de la conversación.
     Yo me disculpaba con lo primero que se me ocurriera. Por ejemplo:
-          Ya me toca hablar lo más y lo menos durante todo el curso. Deja que descanse la laringe en vacaciones.
     Ella me respondió:
-          También yo estoy pensando en ponerme a ejercer de maestra, pero cada vez me asalta más la idea de hacerlo en Madagascar, volviendo a mis orígenes y actuando donde seguro que sería más necesaria que aquí.
-          Pero, Francine -alegué, entremetiéndome en exceso-, ¿qué se te ha perdido en aquella gran isla? ¿Has conservado, al menos, la relación con tu familia materna?
-          Mientras vivió mi padre -respondió a mi segunda pregunta-, solo me hablaba de mi madre y no hizo nada porque me comunicara con sus familiares. Entonces yo era una niña y no se me ocurrió tomar iniciativas al respecto. Luego, ya en Francia, tío Antoine me aseguró que no tenía idea del paradero de mis parientes malgaches, cosa que me resulta difícil de creer, dado su cargo en el Servicio Consular. Yo creo, más bien, que no quiere facilitarme encuentros, para que no se me ocurra volver. Ten en cuenta que el año que viene seré mayor de edad[39].
-          ¿Y cómo está la situación por allá?
-          Madagascar es un país complicado. La isla es muy grande[40], bastante accidentada y con una historia de particularismos y enfrentamientos entre etnias. No obstante, el Presidente[41] es un socialista moderado, relativamente democrático, que parece no estar teniendo muchas dificultades para gobernar el País, con cierta tutela de Francia.
-          De todas formas -concluí-, mi consejo es que empieces ejerciendo el magisterio en Francia y, entre tanto, busques a tu familia malgache y hagas algunas visitas a la isla, para conocerlos a ellos y la situación. Luego, escoge el lugar donde vivir, sin romper los lazos con los De Lavenne.
-          ¡Yo también llevo su sangre!, exclamó, aunque ande mucho más escasa de patrimonio.

***

     Solo una cosa más diré de las ideas de Françoise, en la medida en que puede tener interés para lo que sigue. Bien por su línea materna, bien por convicciones propias, la joven no era en absoluto contraria al General de Gaulle. No dejaba de reconocer que podría pasar por mentiroso u oportunista, al haber llegado al poder en 1958 gracias a su compromiso de acabar con los problemas coloniales de Francia, en particular, los de Argelia. Tampoco desconocía la indiferencia, por no decir mal corazón, que mostraba hacia los franceses pieds-noirs y hacia los argelinos colaboracionistas, dejando a los primeros que se las arreglasen como pudieran en la metrópoli y que los segundos fuesen masacrados por las nuevas Autoridades de Argelia, en contra de los compromisos adquiridos. Pero todo eso -entendía mi amiga- no era sinónimo de alta traición, ni justificaba que sus antagonistas violentos lo hubiesen condenado a muerte[42], como si estuvieran investidos del poder de la Corte Suprema.
-          De Gaulle es como es -decía Francine-, autoritario y radical. Ya sabes, la France c’est moi[43]. No puede aceptar que le lleven la contraria en nombre de Francia, ni que sometan al País a la tiranía de un millón de europeos, que quieren la utopía de seguir dominando sobre nueve millones de argelinos, africanos de origen y musulmanes. En ese sentido, tiene razón cuando, volviendo la oración del revés, dice que hay que independizar a Francia del Imperio. Pudo haber en su día una solución, de la que recuerdo haber oído hablar a mi padre y, luego, al General: la partición de Argelia. El Oranesado occidental podría haber cumplido la función de patria para los franceses argelinos. Eso habría supuesto un gran trasvase de población, quizá posible en 1954, pero imposible en 1961.
-          Ahora el trasvase ha sido hacia Francia, agregué. Y a los que se ha negado tal oportunidad se les ha puesto en inminente peligro de muerte. Como casi siempre en política, si se hubiese actuado antes y con mayor decisión, se habrían logrado mucho mejores resultados.
-          En efecto, convino mi interlocutora. De Gaulle heredó una situación irremediable, aunque tengo que reconocer que la empeoró bastante. Pero no se lo pusieron nada fácil. Mira lo que sucedió en el resto de las colonias. En un solo año[44], se les otorgó la independencia y casi todas pasaron a integrarse en una Unión con Francia. Madagascar fue una de ellas. Por eso -¿cómo te diría?-, me siento agradecida a De Gaulle. Siempre que le fue posible ha cumplido bien con su deber.
     La cosa estaba clara, y con tanto detalle, que llegué a pensar en que France trataba de animarme a rechazar cualquier veleidad de apoyo a los violentos. Todavía añadió:
-          Como tú apuntaste la otra noche, no tiene ningún sentido seguir robando y matando por la Argelia francesa, cuando ya ha logrado la independencia. Lo que procede es acoger y financiar a los pieds-noir y ayudar a los harkis[45] cuanto se pueda. ¿Matar al General? El 1959 ganó aplastantemente las elecciones[46]. Después de lo de Argelia, veo justo que se someta al veredicto popular, pero no a las balas de sus enemigos. Que estos entren a participar en la vida política y que nos dejen a todos los franceses decidir quién queremos que sea nuestro Presidente.

***

     Pasó julio y el sábado, 4 de agosto, recibí en la pensión durante el desayuno la inesperada visita de un hombretón, como de unos treinta y cinco años, con claro acento extranjero, que se me presentó como persona del círculo de Lagaillarde y de Curutchet, como podría acreditar mi patrona, la señora Tocnaye. Como no había nadie más en el comedor, lo invité a sentarse y tomar un café, mientras yo concluía mi refrigerio. Al servirle, Madame me hizo un gesto afirmativo, corroborando que mi asaltante era quien decía ser.
-          Vengo a solicitar su ayuda para una operación que mis jefes están dispuestos a emprender, para detener y juzgar al general De Gaulle.
-          ¡Cáscaras!, respondí, no pretenden ustedes poca cosa. Además, ¿cómo se les ha ocurrido contar con una persona como yo, extranjero y sin experiencia ninguna en estas lides?
-          Extranjero soy yo[47] -replicó muy serio- y lo que vengo a pedirle es muy fácil: apenas un gesto que nos permita considerarlo amigo nuestro.
-          Creo que ya he dado sobradas muestras de cooperación, como correo, repuse. Ahora estoy muy tranquilo, pasando unas semanas en Francia, y no es cosa de jugarme el pellejo por una cuestión política que no me concierne.
     El visitante -que en ningún momento me había dado su nombre- respiró profundamente y resolvió explicarse con más detalle.
-          Le diré lo que esperamos de usted, para que vea lo sencillo que es. Luego decidirá.
     Resultó que mi cooperación era, en verdad, bastante nimia. Se trataba de acechar desde la acera del bulevar junto a mi alojamiento el paso del convoy presidencial para, seguidamente, dar la voz de alerta a quienes estuvieran apostados en el siguiente puesto de observación -gracias a un emisor tipo walkie-talkie que me facilitarían-, usando de una fórmula muy breve y convenida. Seguramente que no sería yo el único observador en aquella zona de la Puerta de Châtillon, y hasta no me habría extrañado que uno de ellos fuera Madame de la Tocnaye, pese a su notoria miopía. En cualquier caso, podría verme envuelto en un proceso penal, si algún conspirador se iba de la lengua o era detenido. Además, no me gustaba el objetivo de aquella acción:
-          Supongo -objeté- que, si tenemos éxito, ello le costará la vida al General.
-          ¡De ningún modo!, enfatizó mi interlocutor. Las órdenes de nuestros jefes[48] son las de secuestrarlo y ponerlo a disposición de quienes juzgarán sus delitos. Ellos decidirán lo que hay que hacer y procurarán sacar el mayor partido de la detención, sin llegar al derramamiento de sangre.
-          Si me permite llevarle la contraria -argüí-, no trago tanta bondad. En el mismo momento del atentado, o poco después, se cargarán al viejo[49].
-          No estoy autorizado para revelar el nombre de quien está efectivamente al frente de la operación -me replicó-, pero puedo asegurarle que, por sus profundas convicciones, no transige con el atentado mortal, y los demás hemos acatado su punto de vista.
     Decidí tener la osadía de lucir mis informaciones, que resultaron en parte exactas:
-          Por lo que me dice, huelo el tufo católico del coronel Bastien-Thiry. Tal vez sean creíbles sus reticencias hacia el crimen[50], pero dudo mucho que las compartan los demás implicados. Una vez que empiece el jaleo, ¿cómo van a poner límite al número y dirección de las balas, o a la potencia de la bomba?
     O no sabía qué responder, o ya estaba cansado de charla. Bebió de un sorbo lo que le quedaba del café, se levantó y dijo, mirándome con fijeza:
-          Bueno, ¿en qué quedamos? ¿Sí o no?
     Lo pensé unos segundos. Luego respondí simplemente -vaya usted a saber por qué-:
-          Sí.
     Me tendió la mano y estrechó la mía con fuerza.
-          Tendrá noticias nuestras en el momento oportuno, dijo.
     Y salió, dejándome ya con las primeras vacilaciones, que pronto se convertirían en remordimientos.

***

     Estuve unos días dudando sobre decir a Francine que había sido captado por quienes iban a atentar contra De Gaulle. Mi seguridad personal y la esperada reprimenda de la chica me animaban a no hacerlo, pero las dudas y la preocupación acabaron por delatarme. Fue el mismo día en que Madame de la Tocnaye me entregó una bolsita con el transmisor portátil y, a mayores, unos binoculares bastante potentes, pero del pequeño tamaño de unos gemelos de teatro. La señora añadió:
-          A su debido tiempo, le darán los últimos detalles. Desde luego, será pronto.
     La cabeza me daba vueltas y a duras penas prestaba atención a la charla de Françoise, que paulatinamente se iba percatando de que mi mente estaba en otra parte. Un poco mohína, dejó de hablar y el silencio se adueñó de nosotros. No tuve más remedio que sincerarme, con voz susurrante y sin mucho detalle, aunque ella acabó por sonsacarme todo cuanto había sucedido.
-          Tú sabrás lo que haces -me dijo sin acritud, al acabar mi exposición-. Ya conoces mi punto de vista y lo poco que confío en que perdonen la vida al General, como se les ponga a tiro.
     Seguidamente, agregó:
-          Ya suponía yo que algo gordo se estaba preparando, porque tío Antoine apareció anoche por casa sin avisar. Eso debe de ser porque el golpe está ya casi a punto y cuentan con él para alguna gestión de última hora.
     También ella parecía inquieta y con pocas ganas de insistir en el tema. Me tomó de la mano y, en vez de hablar, tarareó una canción, entonces popular, que había ganado Eurovisión de aquel año[51]. Era una hermosa forma de revelar sus sentimientos, o cuando menos yo así lo creí.
     El miércoles, día 15 de agosto, mientras paseábamos por la Isla de San Luis, Francine volvió al tema gaullista por primera vez, desde la tarde que se lo confesé:
-          ¿Sigues en la idea de ayudar a los de la OAS?
-          Así es, pero no han vuelto a ponerse en contacto conmigo, una vez me hicieron llegar el transmisor y los gemelos.
-          Creo que la cosa va a ser inminente. Mi tío ha marchado hoy de madrugada con Corinne para Bretaña, lo que me hace suponer que ya no lo necesitan y ha escurrido el bulto para luego poder eludir responsabilidades, si la Policía entra en sospechas.
-          Tal vez. Desde luego, para mantener la reserva, no creo que me avisen hasta el día anterior, como mucho.
     France me advirtió:
-          Harás bien en tenerlo todo preparado para salir pitando de Francia, lo mismo si das el paso que si, a última hora, te echas atrás. En cuanto se produzca el atentado, seguro que pondrán controles de carreteras y cerrarán las fronteras, o poco menos. De hecho -prosiguió-, yo ya tengo hechos todos los preparativos, equipaje incluido.
     La miré extrañado. No entendía bien sus temores:
-          Mujer, le dije, puede que vayan a por tu tío o, incluso, por tu prima, ¿pero tú? Harías mejor en no salir huyendo.
-          No me has entendido, Arturo. Me refiero a que quiero salir de Francia para marchar a Madagascar. Lo he decidido y el atentado me da la oportunidad de marchar sin que tío Antoine esté aquí para oponerse. Y tú me vas a ayudar.
     La decisión de Francine me produjo una mezcla de sorpresa y de alegría, pues entre Francia y aquella Isla lejana, había un largo trecho de espacio y de tiempo, en el que bien podría hacerle cambiar su decisión. Nos encaminamos a los jardines de Las Tullerías y nos dispusimos a cenar en una terraza. Allí, se explicó con toda claridad:
-          Como no seré mayor de edad hasta el año que viene, tío Antoine puede impedirme viajar fuera de Francia y -no digamos- a Madagascar, de donde podría temer que no regresase. Con el tema del General, no solo no va a volver a París, sino que no prestará de momento ninguna atención a que yo desaparezca. Con todo, cruzar la frontera, sola y menor, lo veo casi imposible. Pero si lo hago contigo, un respetable profesor del Liceo, me será mucho más fácil: Por ejemplo, podríamos decir que soy una maestra que va hasta Alicante para hacer una prueba de trabajo en el Colegio Francés, acompañada por ti, como enseñante del mismo. Una vez en España, daríamos a mi escapada la apariencia de una fuga de la Policía francesa. Es probable que la OAS me ayudase a viajar a Madagascar, aunque la verdad es que, salvo desde Francia, no es nada sencillo volar a Tananarive[52].
-          Veo que lo tienes todo pensado, contesté. Por supuesto, intentaremos la aventura hasta Alicante juntos, pero no veo por qué no hacer realidad lo de sentar plaza en el Colegio Francés de allá. Estarías bien protegida, te iniciarías en la docencia y quién sabe si, en vez de una hipotética familia en Madagascar, formarías la tuya propia en España.
     Françoise entendió perfectamente mis palabras, pero -como es lógico- quiso una declaración formal:
-          Quiero decir, querida, que te quiero y, ya que el destino nos ha dado la oportunidad inmediata, podemos casarnos en Alicante lo antes posible, o tan pronto cumplas los veintiuno. Luego, si te empeñas, podemos pasar la luna de miel en Tamatave.
     Aquella cena casi campestre la recuerdo más callada o reflexiva que las precedentes. Yo lo achacaba a los problemas que se nos venían encima y a la necesidad de definirse acerca de varios de ellos. Tal vez equivocaba la causa y la meditación era acerca de otra cuestión mucho más íntima pues, al coger el coche, me indicó:
-          No tomes el camino de Rueil, sino el de mi casa.
     Así hice y aparcamos junto a la Petite Ceinture. Al salir, me tomó del brazo y dijo:
-          No hay nadie en casa. Incluso han dado vacaciones al servicio.
     Y agregó:
-          Tú me quieres por esposa y yo no sé si podré corresponderte. Pero esta noche será nuestra y ni De Gaulle ni De Lavenne podrán arrebatárnosla.

***

     Aunque muy felices, los días pasaban y las vacaciones inexorablemente tocaban a su fin. El curso de la Sorbona había finalizado el viernes, 17 de agosto, y el martes siguiente había recogido las calificaciones, felizmente satisfactorias. Empezábamos a pensar que podríamos escapar a España sin necesidad de tomar parte en el intento de magnicidio. No habría sido la primera vez que De Gaulle había frustrado, con un comportamiento aleatorio, los planes de quienes habían querido atentar contra él. En esto, me dieron el toque de llamada.
     Fue casi de madrugada, el día 22. Mi patrona llamó quedo a la puerta de mi habitación. Al franquearle la entrada, se limitó a decir:
-          Han venido nuestros amigos. Esto es lo que me han comunicado.
     El texto de la cuartilla era el siguiente -lo recuerdo literalmente-: Hoy, a partir de las 18 horas, dos DS-19 negros como particulares[53], acompañados por motoristas, Puerta de Châtillon, dirección salida. De resultar positivo, transmitir de inmediato: Papá acaba de salir. Si negativo, abandonar posición 21 horas. Luego, regrese a la pensión y espere indicaciones.
     Llamé inmediatamente por teléfono a Françoise al trabajo y quedamos en que, fingiéndose indispuesta, pediría permiso, cogería un taxi e iría a su casa para recoger el equipaje y el pasaporte, reuniéndose finalmente conmigo en casa de Madame de la Tocnaye. Entre tanto, yo llenaría el depósito del Simca y haría las comprobaciones usuales del vehículo antes de emprender un largo viaje. Luego, lo dejaría aparcado en las inmediaciones de la Puerta de Orléans, lugar cercano y muy recomendable para acceder rápidamente a la ruta de España. El equipaje de Francine -me había asegurado que solo una maleta mediana y un bolso de viaje- permanecería en el capó de mi coche, junto al mío.
     Por una vez, comimos en la pensión, bajo la condescendiente mirada de la Señora Tocnaye, quien rechazó la idea de cobrar alguna cantidad por sus servicios. Ya está todo pagado, dijo por toda explicación, y volvió a sus ocupaciones. Nosotros nos retiramos a mi habitación, a descansar y relajarnos, hasta eso de las cinco. A dicha hora, Francine se aseó y maquilló con lo que llevaba en el bolso de mano y nos despedimos. Me dijo:
-          Me entretendré comprando algo de comer y beber para el viaje y paseando por las proximidades del coche. Si me canso, me sentaré dentro. Y, si no has llegado a las diez, me marcharé para casa de mi tío.
-          Toma el segundo juego de llaves del Simca -añadí a lo dicho por ella-. Si tienes que abandonar, abre el cofre y coge tu maleta.
     Un rato más tarde, salí yo, provisto de una pequeña mochila con los pertrechos básicos y el consabido equipo de complicidad, formado por el transmisor portátil y los pequeños prismáticos. Subí por el bulevar Brune hasta el final de la avenida de Châtillon[54], junto a la Puerta del mismo nombre. De días atrás, tenía localizado un lugar que me pareció discreto y con buena vista de toda la zona. Allí me aposté, sin dejar de pasear y, para mejor disimular, de hojear Le Figaro y -a falta de mejor literatura- la Guía Michelin de Paris. Todo parecía muy tranquilo, aunque concurrido, y sin presencia policial. En consecuencia, me dio por pensar en qué sucedería si la comitiva presidencial -tan menguada, por cierto- pasaba sin que yo me percatara de ello, o si decidía olvidar mi promesa y tomar las de Villadiego. Al final, siempre daba con la misma convicción:
-          ¡A buenas horas voy a ser yo el único ojeador en esta cacería! Seguro que, en cada punto del recorrido hay lo menos diez miembros o simpatizantes de la OAS, dedicados a la misma tarea que yo, pero con mayor experiencia e interés. Aunque, si es así, ¿para que demonios me necesitan y me han fichado? El tipo grandón dijo que como un gesto de amistad. ¡Y un cuerno! De ningún modo voy a convertirme en amigo de estos asesinos. No, si la cosa es saber por qué les dije que sí. Verdaderamente, con veintiséis años, profesor y con deseos de convertirme en marido, o soy un panoli o un irresponsable. ¡Cuidado que había tratado de disuadirme Francine! Ella sí que es prudente y equilibrada, aunque sea una chiquilla.
     Abandonaba tan turbios pensamientos y me ponía a mirar a todos los vientos, tratando de localizar a otros sujetos que estuvieran haciendo lo mismo que yo. Hasta me decidí a sacar los binoculares y otear con ellos, procurando no ser visto. ¡Nada! Y vuelta otra vez a las reflexiones de terrorista aficionado:
-          La verdad es que no parecen muy espabilados los que dirigen la operación. Han aclarado lo que tengo que decir y que hacer, pero no han previsto ningún aviso previo de los del puesto anterior, para ponerme en guardia. Así que, como pestañee o tenga que entrar en un bar a orinar, puedo perderme a De Gaulle y su séquito. ¡Y anda que son precisos los tíos!: entre las seis y las nueve. Bueno, digamos que se curan en salud. La media serían las 19:30. No, lo que es, como lleguen las ocho u ocho y cuarto y no haya aportado nadie por aquí, me largo y santas pascuas. No voy a arriesgar la huida por hacer caso de una previsión tan generosa… para ellos.
     Así me fue pasando el tiempo. El sol se puso y nos quedamos entre dos luces.
     Estaba a punto de abandonar el puesto de guardia cuando, a punto de dar las ocho, el petardeo de las motos de escolta llamó mi atención. Sin darme tiempo de enfocarlos con los prismáticos, dos vehículos negros e iguales pasaron a gran velocidad. Por si acaso, cogí el transmisor y pronuncié las palabras convenidas. Me dio toda la impresión que más voces me hacían eco: seguramente, otras emisoras por la misma frecuencia. Guardé el aparato y, sin cuidarme de no llamar la atención, salí a paso ligero hacia la Puerta de Orléans, adonde había dejado aparcado el coche. Francine ya estaba sentada en el asiento delantero derecho. Le entregué la mochila y puse inmediatamente en marcha el vehículo. A su mirada interrogativa, contesté con solo dos palabras: Ya pasó. Iniciamos la marcha y, para mi sorpresa, me sentí dueño de mis nervios y de mis pensamientos. La suerte -debí de pensar- está echada y ahora he de velar por la dueña de mi corazón.
     Y es que lo valiente no quita lo cortés, o viceversa.

***

     Mientras iniciábamos la salida de la gran ciudad, a eso de las 20:20 horas, la comitiva de De Gaulle y su esposa llegaba a la rotonda de Petit-Clamart. Allí fueron disparados a mansalva por una docena de hombres armados. No menos de catorce impactos fueron detectados en la carrocería del Citroën presidencial, pero este pudo continuar su marcha y ninguno de los ocupantes resultó herido. Las circunstancias del atentado y las posibles causas de su total fracaso son datos de la gran Historia, que no es mi objetivo recoger aquí, por innecesario. Baste ahora con conocer la frustración del magnicidio, en el que yo había participado de manera tan secundaria e irracional. Dicho lo cual, sigamos camino de España, hasta concluir mi pequeña historia, lo que sin duda lograré en el capítulo siguiente.





4.      Francine


Escudo de armas de la familia Lavenne de Choulot


     Creo que la noticia de que el atentado contra De Gaulle no había logrado su objetivo -cualquiera que fuese- nos alegró a ambos. La oímos en la radio del Simca cuando, cansados de conducir, paramos de madrugada en las cercanías de Montpellier para descabezar un sueñecito en un área de servicio, pues no nos atrevíamos a alojarnos en ningún hotel de carretera, por miedo al registro de identidades y al hecho de que pudieran mirar con malos ojos la minoridad de Françoise. El descanso duró más de lo previsto, por lo que llegamos a Port Bou pasadas las dos de la tarde. Curiosamente, en el lado francés de la frontera apenas nos pararon, tras observarnos unos momentos. Por el contrario, en la parte española se fijó la Policía en los veinte años de Francine[55] y empezaron las objeciones, tal vez agudizadas por el hecho de que viajase en pareja. Fue inútil que ella mostrara el título de maestra y yo insistiera en mi condición de profesor del Colegio Francés de Alicante. Tampoco pareció convencerles la explicación de que ella fuese a pasar una prueba, para ver de ser contratada en l’École. Como es natural, los policías volvían una y otra vez al hecho de que la joven viajara sin una autorización escrita de sus padres. Francine, desconocedora del español, no respondía, hasta que yo le expliqué en francés el problema. Su reacción fue echarse a llorar y, entre sollozos fingidos, susurrarme la respuesta que habría de dar al requerimiento policial:
-          Me dice -les trasladé en castellano- que eso es imposible. Su madre murió hace muchos años y su padre fue asesinado hace unos meses en Orán por el FLN. A duras penas logró escapar a Francia, y ahora trata de reconstruir su vida entre nosotros. Ya saben -añadí de mi cosecha- cómo están las cosas para los pobres pieds-noirs. Respondo por ella: Si no le dan trabajo y regulariza su situación, yo mismo la traeré de vuelta a Francia.
     Los policías se apartaron varios pasos y cambiaron impresiones durante unos momentos. Luego, el de galón de cabo de primera se nos acercó con una sonrisa y dijo:
-          Si la pobre muchacha hubiese venido por barco, no se le habría puesto ninguna dificultad. No vamos a cerrarle las puertas porque lo haya hecho en coche. Total, si los franchutes no han dicho nada, no vamos a ser nosotros más exigentes que ellos.
     Nos devolvió la documentación y dirigiéndose a Francine, agregó:
-          Pueden seguir y buena suerte con el examen.

***

     Tampoco las tenía todas conmigo, acerca de la forma de afrontar la presentación de Françoise a mi familia, para evitar escandalizarlos sin hacerla de menos. Tuvimos, ella y yo, mucho tiempo para pensarlo, pues pernoctamos en un hotel de Benicásim, naturalmente en habitaciones nominalmente separadas. Su naturalidad contrastaba con mis embrollos:
-          No veo la complejidad -me dijo-. Me alojaré en alguna pensión alicantina -para lo que traigo suficiente dinero- y empezaré desde el primer momento a buscar la forma de viajar con cierta comodidad a Madagascar. Solo precisaré de tu ayuda con el idioma y para que me presentes al señor Lagaillarde.
     Lo dijo tan fríamente, que me sentí triste y molesto a la vez. Era como si nuestra relación fuese un vestido ajado, que se tira y no queda de él ningún recuerdo. Debió de percibir mis sentimientos, porque me cogió la mano y se explicó con más detalle:
-          Sabes que te quiero, pero sigo en mi propósito de volver a mi tierra natal y darles allí una parte de lo que he ido aprendiendo en Francia, gracias a la ayuda de los Lavenne. Es algo que me debo a mí misma; por lo menos, intentarlo. Y para conseguirlo, pienso que los jefes de la OAS pueden facilitarme mucho las cosas. Solo te pido que no las pongas tú más difíciles.
     Rebusqué en mi cerebro alguna razón más, todavía no usada, para disuadirla de emprender la marcha de modo tan fulminante:
-          ¿Cómo vas a arreglártelas con el idioma? Es casi seguro que a las maestras les pedirán conocer también el malgache.
-          No olvides que viví en Tamatave hasta los seis años, y que he procurado mantener contacto con la lengua malgache, gracias a hacer amigas entre las inmigrantes de allá, así como comprar periódicos y revistas de la isla. Será suficiente para empezar.
          Más adelante, transitando por el Paseo marítimo antes de recogernos en el hotel[56], Francine redondeó la causa de su decisión inquebrantable:
-          Comprenderás que, después de lo sucedido, no pretenda regresar a Francia. España, pese a ti, me es desconocida y no la puedo sentir como propia. No tengo otra forma de intentar ser yo misma que retroceder a mis orígenes. Por favor, no quieras oponerte, ni discutir más mis propósitos. Deja que conserve de ti el mejor de los recuerdos, que no se borrará jamás.
-          ¿Y si te quedaras unos meses conmigo, antes de partir?, insistí con cierto temor de desagradarla.
-          Supongo que eso será inevitable. Habré de cumplimentar diversos trámites en la Embajada malgache y preparar el viaje en las debidas condiciones. Tendremos tiempo de prolongar nuestra felicidad, aunque me preocupe que te sea aún más dolorosa la separación.
-          ¿Y para ti no?, repliqué un poco enfadado.
-          Yo soy más vitalista, contestó. Tú lamentas lo que pierdes; yo soy feliz por haberlo tenido.

***

     Nuestra entrada en Alicante fue, más bien, mustia. En el camino, se me ocurrió que -aunque de forma completamente casta- Francine podría quedarse unos días en nuestra casa familiar, en compensación por la gentileza de los De Lavenne conmigo en París. A fin de cuentas, mis padres tenían bastante experiencia de intercambios con extranjeros, tanto en mis tiempos de estudiante, como en los de mi hermana Luisa. Pero Françoise lo rechazó tajantemente:
-          Aunque apenas he tenido contacto hasta ahora con tu país -objetó-, ya sé que los españoles de desviven por los forasteros cuando los tienen en su casa. No quiero dar trabajo a tu madre, ni convivir contigo, entre el disimulo y el deseo. Además, quiero moverme con total libertad y reserva, en lo relativo a las gestiones para viajar cuanto antes a Madagascar.
     En definitiva, la dejé alojada en la casa de una conocida nuestra, que alquilaba habitaciones bajo cuerda a los hispanos que frecuentaban en el verano alicantino las playas de la zona. Estábamos ya a finales de agosto y los veraneantes hacían las maletas hacia la Meseta. L’École estaba en pleno periodo de finalización de obras de mejora y matriculación de alumnos. En cuanto me vio Feral, le faltó tiempo para solicitar mi concurso en la secretaría del Centro. Un poco incómodo por el atrevimiento, lo corté:
-          Espera un poco, Fernand. Antes, permíteme que te presente a esta amiga francesa y que te cuente cómo me ha ido con tu encargo.
     Feral sonrió con suficiencia:
-          De lo tuyo, no hace falta que me ilustres, pues lo sé todo. En cuanto a esta hermosa joven, le ruego disculpe mi descortesía y procedamos comme il faut[57].
     Era mi momento de sorprenderle. En cuanto oyó el apellido Lavenne, dio un respingo. En seguida, se repuso y le hizo toda clase de ofrecimientos de su persona y medios en Alicante, interpretando correctamente que la joven habría salido precipitadamente de Francia para eludir la acción de la Policía. Ella lo agradeció pero era de otro de quien pretendía ayuda:
-          ¿Está en Alicante el señor Lagaillarde?, preguntó.
     En esos momentos, aún permanecía en su chalecito de El Campello, pero Feral prometió avisarlo y quedamos para el día siguiente en su correduría de seguros. Antes de despedirnos, le enseñó el colegio y muy decidido, pidió a Francine su pasaporte.
-          Lo mejor es informar de su presencia en Alicante a la Policía, dijo. Yo me ocupo, que conozco a mucha gente, como Arturo bien sabe.
     Dedicamos la tarde a pasear por la ciudad y, casi a la rastra, la llevé a casa a merendar, para que conociese a mi familia. Mi padre, experto empleado de banca, se ofreció a cambiarle los francos por pesetas, como si fuera yo quien los había traído a España. Al volver de dejarla en su casa, Francine fue el tema de conversación durante la cena. Algo debieron de notar en mis explicaciones de nuestra relación en París pues, pese a mi simulada indiferencia y drástica restricción mental, mi hermana me picó, como de costumbre:
-          ¡Vaya una morena garbosa y simpática! Me da que te dedicaste en Francia a ella, mucho más que a la poesía renacentista.

***

     Finalmente, nos vimos con Pierre Lagaillarde tres días después. El coronel disculpó su retraso, por haber estado muy ocupado en informarse del vendaval que había armado en el país vecino el atentado a De Gaulle. Por lo que él sabía, estaban a punto de ser detenidos la mayoría de los ejecutores materiales, por no hablar de la prisión de los más significados cómplices y simpatizantes de la OAS, entre ellos, Antoine de Lavenne.
-          ¿Y su hija Corinne?, preguntó Françoise.
-          No tengo referencias, contestó Lagaillarde, pero desde luego has hecho muy bien viniéndote para España. Arturo ha hecho un buen trabajo, agregó sonriéndome.
-          El problema viene ahora, tercié. Françoise no quiere quedarse aquí, sino marchar cuanto antes a Madagascar, donde debe de encontrarse la familia de su difunta madre.
     Pierre se mostró muy extrañado por la opción de la muchacha. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, señaló lo ventajoso de permanecer en España por un tiempo, hasta que las cosas se calmaran. El Collège de Alicante sería un buen lugar de trabajo. Como Francine insistiese en su propósito, le precisó:
-          La OAS es muy fuerte en España, y también en Portugal. Actuamos con bastante libertad y tenemos medios económicos y contactos. Podemos proporcionarte, y hasta financiarte, lugares de estancia y pasajes de avión. Pero no operamos en Madagascar, ni tengo idea de enlaces o simpatizantes nuestros allí. Tendrás que darme un tiempo para buscarte una salida. Entre tanto, juzgo que sería buena cosa que visitaras la Embajada malgache en Madrid, para tramitar una doble nacionalidad o, al menos, un permiso de trabajo como maestra.
     La sugerencia de Lagaillarde resultó un fiasco total. Entre España y Madagascar no se habían establecido aún relaciones diplomáticas, de modo que la Embajada malgache más próxima estaba ¡en París![58] Era tanto como que hubiese radicado en Pekín, mientras los De Lavenne estuviesen detenidos o buscados por la Policía francesa. Aún así, Francine se arriesgó y envió una carta a los diplomáticos malgaches en París. La respuesta fue cortés pero ineficaz: los trámites administrativos que Mademoiselle interesaba debían efectuarse de modo presencial.
     Aunque, la verdad, yo me frotaba las manos interiormente, no aparentaba ninguna alegría ante Françoise, en el convencimiento de que, cuanto más insistiese en que se quedara, más hostilidad iba a ganarme de ella. Así que me limitaba a hacerle de paño de lágrimas y, de paso, a aparentar que su casera había bajado el precio del hospedaje a la mitad, por haber pasado a temporada baja. Lo que France no pagaba, lo abonaba España, por así decir.
     Iniciado el curso, me vi inmerso en las tareas rutinarias de la docencia y la preparación de las oposiciones. Muchas veces animaba a mi querida amiga para que asistiera a mis clases, con el pretexto de que tal o cual explicación era muy interesante y le serviría para progresar en español, además de aprender habilidades para su futura labor de maestra. La esposa de Lagaillarde y algunas otras señoras de la colonia francesa la invitaban a conocer sus casas e integrarse en actividades lúdicas o asistenciales, pero Francine se sentía ajena a aquel ambiente y tendencias políticas, por lo que fue declinando de modo creciente tales ofrecimientos. A fin, el coronel nos convocó en el economato del Collège y nos dio cuenta precisa de lo mucho que había indagado y previsto para satisfacer sus deseos de viaje africano.
-          Salvo que decidas quedarte aquí un tiempo ilimitado, hasta que pudiera salirte un viaje directo en barco carguero, lo mejor que puedo conseguirte es esto: Viajar por carretera hasta Lisboa. Desde allí, un vuelo regular hasta Lourenço Marques[59]. Una vez allí, me aseguran que lo mejor es atravesar de sur a norte Mozambique, hasta el pequeño puerto de Lumbo, desde el que salen con frecuencia barcos que hacen el servicio hasta Mahajanga, ya en Madagascar. El viaje por Mozambique es muy largo, pero cuentas con ferrocarril para la mayor parte de él[60].
          Como hablaba sin tener un mapa a mano, me levanté y fui al Colegio a buscar un atlas. Cuando regresé, ya habían terminado de conversar. Abrí por el mapa del sur de África y estuvimos señalando los puntos más relevantes de su futuro recorrido. Lagaillarde, seguidamente, nos despidió muy efusivo.
     Al salir a la calle, pedí a Francine que me hiciera un resumen del segmento de conversación que me había perdido. Ella lo resumió así:
-          Sus amigos de la OAS se encargarán del billete de Lisboa a Lourenço Marques, que no me cobrarán, en pago de nuestros desvelos por la causa. También van a facilitarme al máximo el paso de la frontera con España y la partida hacia Mozambique. Me ha prometido que hablarán con amigos de las tropas coloniales portuguesas, para que me ayuden y, si es posible, me escolten hasta que tome el barco hacia Madagascar. Así que, ya ves -dijo con cierta amargura-, todo son facilidades para favorecerme a mí y fastidiarte a ti, mi querido Arturo.
-          ¡Nada de eso!, repliqué con ironía. Antes bien, voy a cooperar con mis hermanos de la OAS para ayudarte en cuanto precises. Para empezar, el viaje de Alicante a Lisboa lo haremos los dos juntos, en nuestro querido Simca-1000. A partir de ahí, será solo mi espíritu el que te acompañe.

***

     Los preparativos estuvieron listos para mediados de octubre. Feral no me puso ninguna dificultad cuando le pedí un permiso semanal a fin de acompañar a Francine hasta Lisboa. Solo me dijo, medio en broma:
-          Espero que no te convenza para que la sigas hasta Madagascar. No creo que allí necesiten por ahora profesores de Español.
     Era una idea que yo ya había tenido y desechado varias veces. La experiencia francesa había robustecido mi voluntad, pero no hasta el extremo de echar a perder mi futuro por seguir al fin del mundo a una jovencita voluntariosa, incapaz de renunciar a sus sueños por unirse a los míos, bastante menos fantásticos que los suyos.
     En fin, no es cosa de detallar lo baladí. Por consejo de Lagaillarde, cruzamos la frontera por Ayamonte, nada menos, empleando el transbordador para conservar el coche con nosotros. Sumamente cansados, subimos despacito hasta Lisboa, donde llegamos el día antes del vuelo.
     Una vez instalados en el hotel y colocada en los armarios la mínima parte del equipaje que necesitábamos para la corta estancia lisboeta, Francine me hizo una sorprendente petición:
-          Anda, baja y date una vuelta por los alrededores, o lee los periódicos en recepción, pero no vuelvas hasta dentro de una hora, por lo menos.
     Comprendí que cualquier aclaración iba a ser denegada, de modo que cumplí la orden sin rechistar. De todas formas, el hotelito, en pleno barrio de Alfama, se prestaba a perderse en las callejuelas circundantes. Para evitar tal extravío, decidí seguir los rieles del tranvía, calle arriba, hasta desembocar en la explanada del castillo de San Jorge y deleitarme con las espléndidas vistas al atardecer, no sin dejar de mirar el reloj cada cinco o diez minutos.
     Por amor propio, dejé pasar quince minutos, a más de los indicados sesenta. Llamé a la puerta, no recibiendo la pertinente autorización para entrar hasta cumplidos otros treinta segundos. Finalmente, pasé y me encontré ante un cuadro que podría calificar de deslumbrante:
     Sentada en un sillón, de cara a mí, se encontraba una bella joven con un vestido talar rojo de muaré, orlado armoniosamente en todos los colores del arco iris. Un chal a juego la cruzaba el cuerpo desde el hombro izquierdo, anudado en la cintura. Un sombrero pajizo de ala ancha en color crema, adornado con cinta verde y roja, cubría su cabeza. Calzaba sandalias de una sola tira, de color blanco. De ese mismo color eran los trazos de arcilla que adornaban su atezado rostro, imitando ramas y flores.
     Me acerqué ceremoniosamente a ella y, en un impulso repentino, tomé su mano y se la besé. Luego, de pie ante ella, la joven me habló:
-          Querido Arturo: Creo que aún no eres consciente de lo hondo de mis raíces y de lo profundo de los motivos que me llevan a mi Isla. Has conocido y amado en mí a la muchacha afrancesada que pugnaba por vivir su vida entre personas que, por su clase social y sus ideas, le eran extrañas. Pero yo soy otra, o mejor, soy mucho más que eso. Espero que estos símbolos, que mi padre rescató del naufragio de mi orfandad de madre, te lo muestren de forma tan vívida, que nunca más puedas decir que parto porque no te quiero, o pensar que soy una ridícula soñadora.
     No supe qué contestarle. Tal vez, habría sido necio romper aquel hechizo, que se complacía solo con la mutua contemplación, dejando que los ojos fuesen los únicos que quebraran el silencio. Permanecimos así no sé cuánto tiempo, hasta que Francine sonrió y dijo:
-          Y ahora, mi caballero andante, haz el favor de darte otro paseo por Lisboa, que tengo que cambiarme para que vayamos a cenar.
     Estaba tan embobado por su transfiguración, que la contradije con decisión:
-          No lo hagas. Salgamos así. Será para mí un honor acompañarte.
     No replicó. Levantóse, se asió de mi brazo y dulcemente consintió:
-          Sea, pero cenemos en el hotel. La temperatura de Lisboa no es la de Tamatave.

***

     Afortunadamente, aquella noche fue muy feliz, porque al día siguiente apenas tuvimos tiempo para nosotros. El avión salía a la una de la tarde y, de consuno, decidimos marchar para el aeropuerto en cuanto hubiéramos desayunado y cerrado el equipaje. Así pues, a eso de las diez y media llegábamos a Portela[61]. Apenas nos acercamos al mostrador de TAP[62], dos caballeros que hablaban en correcto francés se nos acercaron y, tras las oportunas presentaciones, tomaron sobre sí todos los trámites de facturación y de embarque. Un poco cohibidos, nos mantuvimos a la expectativa, sin atrevernos a hacer un aparte de manera decidida. A continuación, siempre dirigiéndose a Françoise, los amigos de la OAS, la invitaron a acompañarles hasta las oficinas de la Policía portuguesa, donde hablaron con los agentes, que comprobaron y sellaron el pasaporte de ella y le pidieron que se quedara en una salita aneja, bajo su tutela, hasta el momento de embarcar. Francine y yo nos miramos, entre extrañados y tristes. Uno de los franceses comprendió y nos dijo:
-          Es mejor que la señorita De Lavenne se quede aquí; así que despídanse ya.
     En tales circunstancias y compañía, no nos salía ninguna clase de efusión. Nos dimos los cuatro castos besos que se estilan en París, y apenas pude desearle buen viaje y pedirle que me escribiera cuanto antes. Pero me esperaba la sorpresa final:
-          No voy a escribirte. Recordémonos como hemos sido hasta hoy y, a partir de mañana, vivamos cada uno nuestras vidas sin mirar atrás.
-          Pero, Francine -acerté a replicarle-, ¿es que no me das ninguna esperanza de volver? Estoy dispuesto a esperarte.
-          Eso es precisamente lo que no quiero, Arturo. Para mí será suficiente sentir para siempre el estremecimiento de tu recuerdo, y para ti deberá ser lo mismo.
     El roce de su mano en la mía es lo último que recibí de ella. Luego, desapareció.

***

     Cuando regresé a Alicante y deshice completamente mi equipaje, encontré en el fondo un pequeño disco, con la canción de Isabelle Aubret que había ganado aquel año el Festival de Eurovisión[63]. En el reverso de la cubierta, Francine había escrito dos de los versos de dicha canción, que explicaban sus últimas palabras:
Mais l'enfant qu'on est, l'enfant qu'on est resté,
Frémira toujours au souvenir de cet amour.[64]




    










[1] Denominación usual de los emigrantes europeos, salidos de Argelia en vísperas de su independencia, proclamada el 5 de julio de 1962. Las hipótesis sobre tal denominación son variadas y todas discutibles.
[2]  La razón por la que no hago constar el apellido completo es la que se expresa a continuación. No me parece correcto, en un texto de ficción, reflejar su identidad.
[3]  Obvia referencia al general Charles de Gaulle (1890-1970), Presidente de la República Francesa (1958-1969).
[4]  Igualmente obvia referencia al general Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), Jefe del Estado Español (para toda España, 1939-1975).
[5] Siglas de Organisation Armée Secrète, el más importante grupo terrorista en pro de la Argelia francesa y contrario al general de Gaulle. Activo principalmente en 1961 y 1962, tuvo una importante implantación en España. Sobre la OAS se volverá más adelante en este relato.
[6] Estos tres últimos sucesos se produjeron entre marzo y julio de 1962.
[7] Principal fuerza y partido político en pro de la independencia argelina, fundado hacia 1954 y en el poder tras la independencia (1962).
[8] Este modelo, de gran éxito, se comercializó entre 1961 y 1978. Se fabricó también en España.
[9] Otro modelo señero, que se fabricó entre 1947 y 1961. En España lo fue a partir de 1953.
[10] Pierre Lagaillarde (1931-2014). En la realidad, su vinculación al Colegio alicantino se produjo pocos años después, como también la de su esposa. No olviden que lo que están leyendo es un relato de ficción histórica, no un ensayo.
[11] Famosísimo grupo poético francés de mediados del siglo XVI, del que entre otros formaron parte Du Bellay y Ronsard.
[12] Más o menos: Nos han engañado con el honor, famosa frase pronunciada por el citado Lagaillarde en su alegato ante la Justicia francesa en noviembre de 1960, que sirvió luego de título al libro de él mismo, publicado por La Table Ronde el 1 de enero de 1961.
[13]  La OAS tuvo tres grandes ramas territoriales, relativamente autónomas: la argelina, la española y la métro, es decir, la de la Francia metropolitana. Sus relaciones no siempre fueron cordiales ni fluidas. Por supuesto, la radicada en España no realizó acciones violentas en nuestro país.
[14] Coronel Charles E. Stanton (1858-1933), quien fue el que verdaderamente pronunció la famosa frase Lafayette, nous voilà!, el 4 de julio de 1917, ante la tumba del héroe francés de la independencia americana. Con todo, erróneamente, ha venido siendo atribuida al general John J. Pershing, de quien Stanton era Ayudante a la sazón.
[15] Nacido en 1932, militar profesional, era teniente del Ejército francés cuando desertó (noviembre de 1961) y pasó a ser uno de los jefes de la OAS Métropole, en concreto, de la sección APP (Action Politique et Propagande).
[16] Diario alicantino, fundado en 1941 y que se sigue publicando actualmente (2018).
[17] Antoine Argoud (1914-2004), uno de los fundadores de la OAS y su máxima autoridad en España en las fechas a que se contrae el presente relato.
[18] Jean-Marie Bastien-Thiry (1927-1963), militar favorable a la Argelia francesa y contrario a De Gaulle. Por razones ideológicas, no formó parte directa de la OAS, pero sí del CNR (Conseil National de la Résistence) afín a aquella. Moriría el 11 de marzo de 1963, condenado a muerte por el fallido atentado contra De Gaulle del 22 de agosto anterior.
[19] A juzgar por el volumen de la cartera, no creo que se tratara de billetes españoles, dado el poco valor de la peseta, pero ignoro si serían francos fuertes franceses (cuyo cambio era de uno por doce pesetas), o de dólares (uno por sesenta pesetas).
[20] Cuestión muy oscilante pues la principal fuente de financiación de la OAS era entonces el atraco de entidades bancarias.
[21] Jean-Marie Curutchet (1930-2013), oficial paracaidista, que dirigía la ORO (Organisation des Renseignements et Opérations) de la OAS Metropolitana.
[22] Pierre Sergent (1926-1992) quien, pese a su bajo grado militar, mandaba a la sazón sobre toda la estructura de la OAS en Francia.
[23]  Puede ser útil recordar que la independencia argelina fue reconocida el 3 de julio de 1962 y seguida de un baño de sangre, en especial, de los harkis, indígenas que habían colaborado con el ejército y la policía coloniales de Francia.
[24] Topónimo parisino con el que se conoce al Ministerio de Asuntos Extranjeros francés.
[25] Universidad de Washington, D.C., especializada en relaciones internacionales.
[26] El título de Conde de Choulot fue creado en dicho año por el rey de Francia, Luis XVIII y concedido a Paul de Lavenne (1794-1864) y a sus sucesores.
[27]  Alain Bougrenet de la Tocnaye (1926-2009), militar y político francés, miembro en su día de la OAS.
[28] El narrador debe de referirse a la amnistía de 31 de julio de 1968, que declaró extinguidas las penas de los miembros de la OAS y movimientos afines, que hubiesen dejado para entonces la lucha armada. Otras amnistías posteriores dejaron sin efecto los antecedentes penales y rehabilitaron a los militares implicados, los cuales pudieron recuperar sus derechos de forma casi completa. En lo que respecta a la actividad de la OAS, cesó casi totalmente a finales de 1962.
[29] En realidad, constituye municipio independiente pero, ya en aquella fecha, se consideraba prácticamente un barrio de la Capital argelina, mayoritariamente poblado por europeos.
[30]  Nombre de esta importante ciudad y puerto de Madagascar durante la colonización francesa. Tras la independencia, ha pasado a llamarse Toamasina.
[31]  Es decir, al pasar de alférez de navío de segunda clase a alférez de navío de primera clase.
[32]  Sobrenombre del grado de teniente de navío, con apelativo de capitán.
[33] Hecho acaecido el 20 de marzo de 1956.
[34] A saber, en enero de 1957.
[35] Palacio residencia del Presidente de la República Francesa.
[36] Actualmente, se da por seguro que el topo era el comisario Jacques Cantelaube, Contrôleur Général de la Policía, fallecido en 1993, responsable máximo hasta la primavera de 1962 de la seguridad del Presidente De Gaulle.
[37] Sabido es que dicha mansión fue acondicionada y regalada por Napoleón, Primer Cónsul, a su primera esposa, Josefina, antes viuda de Beauharnais.
[38] Gran árbol, en frondosa madurez (2018), que se dice plantó Josefina en el jardín de la Malmaison en el año 1800, en conmemoración de la gran victoria del ejército francés, mandado por Napoleón.
[39] Hasta 1974, la mayoría de edad en Francia se alcanzaba al cumplir 21 años. Por tanto, Françoise tenía en el momento del relato veinte años. Yo andaba por los veintiséis.
[40] Unos 587.000 kilómetros cuadrados.
[41] A la sazón, Philibert Tsiranana (1912-1978), que lo sería entre 1960 y 1972.
[42] En reunión celebrada a primeros de julio de 1962, el Consejo Nacional de la Resistencia antigaullista había condenado a muerte al General, por el delito de alta traición. Dicho consejo era poco más que un conciliábulo de mandos de la OAS y otras personas afines a ellos.
[43] Ignoro si De Gaulle dijo eso de Francia soy yo, pero está claro que este era su pensamiento desde 1940, cuando, en buena medida, salvó la cara y el honor de Francia ante su rendición a los alemanes y la implantación del gobierno títere de Vichy, presidido por el mariscal Pétain.
[44] El de 1960. La afirmación de Françoise no es exacta, pero sí muy aproximada.
[45] Véase nota 23.
[46] Con el 78% de los sufragios válidamente emitidos.
[47] Creo que no era del todo exacto, pues había adquirido la nacionalidad francesa, como refugiado político. Sin duda se trataba de uno de los tres nacidos húngaros que participaron directamente en el atentado al que luego me referiré. Habían tomado parte en el levantamiento húngaro de 1956 contra los soviéticos, tras cuyo fracaso huyeron de su país y se refugiaron en Francia.
[48]  Ver nota 42.
[49] De Gaulle tenía a la sazón 72 años, una edad avanzada para su generación. Fallecería ocho años después.
[50] El teniente coronel Bastien-Thiry no tenía, en realidad, objeciones religiosas insalvables respecto de matar a De Gaulle, pues aplicaba la doctrina tomista sobre el tiranicidio.
[51] Francia ganó el Festival de la Canción de Eurovisión de 1962, con la cantante Isabelle Aubret y la canción Le premier amour (El primer amor).
[52] Nombre francés de la capital malgache, actual Antananarivo.
[53] Se trataba del famosísimo modelo de Citroën conocido vulgarmente como tiburón. Para dificultar el reconocimiento, los dos vehículos estaban matriculados como coches privados y no llevaban distintivo alguno de su función oficial. Tampoco estaban blindados o reforzados. Véase ilustración al texto.
[54] Desde 1965, lleva el nombre del héroe de la Resistencia, Jean Moulin.
[55] También en España la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, hasta 1978.
[56] En los primeros años 60, solo los grandes hoteles de lujo instalaban en España sistemas de refrigeración centralizados. El resto se conformaban con ventiladores y con la brisa nocturna.
[57] Locución adverbial francesa muy conocida, traducible por correctamente o como es debido.
[58] España y Madagascar no establecieron relaciones diplomáticas hasta 1966. Aún hoy (2018), Madagascar no tiene su embajada instalada en nuestro territorio, ni España en el de la República de Madagascar.
[59] Nombre de la capital de la entonces colonia portuguesa de Mozambique. Su nombre actual es Maputo.
[60] Lagaillarde aludía a las condiciones de 1962. En 1964 comenzó la guerra de guerrillas de los independentistas mozambiqueños (el Frelimo), con lo que las posibilidades de viajar con seguridad y por tren cesaron de forma prácticamente total.
[61] Nombre tradicional del aeropuerto lisboeta, ahora oficialmente llamado de Humberto Delgado.
[62] Siglas de la compañía Transportes Aéreos Portugueses, fundada en 1945 y que abrió línea regular entre Lisboa y Lourenço Marques el 31 de diciembre de 1946.
[63] Véase nota 51. El disco citado se editó bajo el sello Philips.
[64] Traducibles al español: Pero la niña que soy, la niña que permanece en mí, / se estremecerá siempre al recordar este amor.

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