Los “pros” de
Franklin Roosevelt
Por Federico Bello
Landrove
Este es el cuento número 300 del blog, con
el que doy por cerrada la serie de relatos iniciada hace poco más de ocho años.
Por lo demás, no tiene nada de particular. Recoge una anécdota bastante
conocida, de cuando Franklin D. Roosevelt era Subsecretario de Marina; una
muestra -como hay tantas- de que política y sentido común no siempre van de la
mano.
1. Realismo
El Subsecretario
de Marina[1]
era ya un veterano en el puesto cuando los tigres de la guerra rugían en
Washington. El año 1917, en efecto, no había empezado con buen pie para la
mayoría pacifista de la Nación. El día 16 de enero, el Ministro de Asuntos
Exteriores del Imperio Alemán[2]
había ordenado cursar un telegrama a su embajador en Méjico, en el cual
invitaba a este país a entrar en guerra contra los Estados Unidos, a cambio
-entre otras cosas- de recuperar los territorios de Texas, Arizona y Nuevo México,
perdidos hasta 1848. Interceptado y descifrado el despacho por los servicios de
inteligencia británicos, el Gobierno inglés lo comunicó al embajador americano
en Londres, el mes de febrero siguiente. El Presidente Wilson[3],
aún con dudas sobre el contenido y la autenticidad del telegrama, comprendió
que era la gota de agua que haría desbordar incontenible el vaso de la
indignación popular. Por ello, tras viva deliberación del Gabinete, acordó
posponer la información a la prensa.
De todo ello
estaba al tanto el eficaz y carismático Subsecretario naval, entre otras cosas,
porque le unía íntima amistad y confianza con el Secretario[4]
y porque, caso de conflicto armado, la Marina tendría que intervenir
inmediatamente y parar los primeros golpes. En cambio, el Ejército podía
tomarse las cosas con más calma: Con su nivel de pequeñez e impreparación, se
calculaba en un año el tiempo preciso para pasar a combatir en Europa. Además,
convenía que una eventual declaración de guerra hallase ya a la Marina
debidamente desplegada en los mares. De eso se estaba encargando el señor
Roosevelt, quien era el verdadero estratega del Departamento. Pero aquella
mañana se hallaba todavía leyendo los despachos de los jefes de la Flota,
cuando entró en su despacho la flamante secretaria oficial[5],
que acababa de robar a su mujer y
pasar a su servicio, para general sorpresa del entorno de ambos. Claro que la
sorpresa se habría trocado en escándalo de saber que, desde el año anterior, el
Subsecretario y la señorita Lucy Mercer eran amantes[6].
-
Buenos
días, Franklin. Veo que todavía estás enfrascado en la correspondencia de
salida. ¿Has visto ya una comunicación del Cirujano General[7]
a las unidades del Índico y Extremo Oriente?
-
Acabo
de echarle un vistazo. No creo que ciertos retoques en el equipo de los
marineros merezcan mayor atención.
-
Pues,
yo que tú, me fijaría en el cuarto ítem, insistió Lucy.
Roosevelt suspiró,
dejó el documento que tenía entre manos y rebuscó en los ya depositados en la
bandeja.
-
El
cuarto ítem, repitió la joven, sofocando la risa.
Un paquete de veinte preservativos de tamaño
medio. Se entenderán desechables, facilitando su renovación trimestral por otro
envase análogo, de la medida que, en su caso, solicite el interesado.
-
¡Repámpanos!,
exclamó el Subsecretario. Espero que, por lo menos, hayamos celebrado el
oportuno concurso-subasta para adjudicar estos suministros.
-
Me
he permitido adelantarme a tus inquietudes formales y me he puesto en contacto
con Sanidad. Parece ser que han incluido los condones dentro de un programa
experimental de salud sexual de la Marina en el extranjero y no han juzgado
necesario por ahora andar con muchos requilorios.
-
¡Hum!
Me temo que ese programa experimental
promete emociones fuertes. Hazme un hueco en la agenda de mañana para recibir al
Cirujano General. Va a tener que darme algunas explicaciones.
Dijo Roosevelt
esto último con tal inflexión de voz, que Lucy lamentó haber levantado la
liebre. Salió del despacho cerrando la puerta con bastante más energía de la
precisa. Gruñó:
-
No
acabaré nunca de conocer a Franklin. Alguien hace algo grande por los muchachos y lo único que se le
ocurre es preguntar si se han cumplido las Ordenanzas.
Pero Lucy no había
llegado al fondo del asunto. Se ve que, en efecto, no conocía a su jefe del
todo bien.
***
Roosevelt no era,
ni mucho menos, un ordenancista. La mayor parte de los cuarenta y cinco minutos
de su entrevista con el Cirujano General la empleó en escucharle acerca de la
conveniencia militar de utilizar preservativos y sobre los motivos especiales
que había tenido para ensayar la experiencia con la Flota del Índico y el
Pacífico. Al propio tiempo, tuvo ocasión de conocer que varios ejércitos
extranjeros ya venían facilitando a sus tropas condones gratuitamente. Hizo
algunas recriminaciones y advertencias a su interlocutor, por haber tomado la
decisión sin consultarle y sin soporte financiero especial. Lo despidió con una
frase, que revelaba en buena parte su propósito:
-
Que
los médicos militares le informen puntualmente del resultado de su experimento y de las posibles mejoras
sanitarias con relación a la situación anterior. De todo ello me elevará un
memorándum no más tarde de seis meses, al que dará carácter de secreto. Entre
tanto, yo me encargo de la financiación de los materiales.
Para esto último,
el eficaz Franklin tuvo tiempo suficiente antes de que estallara la guerra.
Bastaron unos miles de dólares, bajo el oscuro epígrafe presupuestario de fundas portátiles vulcanizadas, para
cubrir las necesidades del momento. Pero mucho antes de que hubiese recibido el
memorando, los Estados Unidos entraron en aquella guerra que, con el tiempo, se
conocería como la Primera Mundial[8].
El Subsecretario de Marina tuvo, pues, que improvisar.
2.
Puritanismo
De entre las
muchas decisiones que Roosevelt hubo de tomar cuando la Marina americana entró
en guerra, una de las menos importantes -aparentemente- fue la de extender a
todos sus efectivos el suministro gratuito de fundas portátiles vulcanizadas. Estaba decidido a ello, sin
importarle las Leyes Comstock que,
desde 1873, prohibían el anuncio y venta de condones, por considerarlo una
forma de obscenidad o pornografía[9].
En efecto, el Subsecretario de Marina no entendía que esas Leyes fueran aplicables
a las fuerzas militares en tiempo de guerra, máxime estando destacadas en el
extranjero. El problema, pues, no era de ordenancismo,
sino de cómo convencer al Secretario naval, que era, por así decir, bastante
puritano para estas cosas. Roosevelt decidió sondearlo:
-
Estoy
de acuerdo contigo -concedió el señor Daniels- en que las enfermedades venéreas
son una plaga en el frente, pero mejores remedios habrá que el de incumplir
nuestras leyes.
El Subsecretario
-abogado de profesión, antes de entrar en política- objetó:
-
Pero
los marineros se encontrarán en territorio extranjero y ya sabes que las leyes
penales tienen una eficacia estrictamente territorial.
Mas Daniels
también era abogado, aunque no ejerciente, y le dio a su segundo un buen
revolcón jurídico:
-
Nuestros
buques de guerra son territorio americano, dondequiera que se hallen.
Roosevelt no
insistió. Sabía que el Secretario no daría su brazo a torcer.
Aquella noche, lo
comentó con Lucy, pues le constaba que estaba muy a favor de la medida condoniana.
-
Ya
me lo temía, le contestó. Parece mentira que no conozcas a Daniels. Tendrías
que haberle puesto ante hechos consumados.
-
No
me gusta ser desleal -replicó Roosevelt-. De todos modos, se lo planteé como un
simple comentario. Es posible que, si le obligo a tomar una decisión, se lo
piense mejor y lo consulte con Baker[10],
o con el mismo Presidente.
-
Y,
para cuando tengamos una respuesta -seguramente, negativa- se habrán perdido
varios meses y miles de marineros. Se me ocurre algo mejor.
-
Tú
dirás.
-
Con
el comienzo de la guerra, Daniels se pasa semanas fuera de Washington, haciendo
propaganda bélica o despidiendo a los que parten para Europa. Aprovecha una de
sus ausencias y dicta por delegación una orden de suministro de preservativos a
todos cuantos se alisten en la Marina o marchen a combatir.
-
¿Estás
loca? La revocarían inmediatamente y me costaría el puesto, y con razón.
-
O
no. En estos momentos Daniels no está en condiciones de prescindir de ti y dar
un escándalo que podría volverse en contra del Gobierno. A los votantes le
gustan los políticos que se juegan el cargo por servirlos bien.
Roosevelt movía la
cabeza, entre la duda y la desaprobación. Pero Lucy había sembrado una idea
tentadora en su mente. Y, contra todo pronóstico, la idea fructificó.
***
La bronca de
Daniels a Roosevelt fue de campeonato. Este, que no era tonto, ni mucho menos,
había limitado su directiva a la distribución de preservativos a los
marineros con permiso para ir a tierra. Con todo, el Secretario le afeó su
conducta y trató de hacerle ver lo impropio de la misma, conociendo -como
conocía- su parecer. La cosa no pasó a mayores pues -como Lucy había previsto-
Franklin era demasiado útil en el Departamento, como para echarlo en plena
guerra. Pero Daniel fue tajante en la defensa de su preeminencia:
-
Voy a dejar inmediatamente sin efecto tu
directiva y, a mayores, contestaré a tu motivación sanitaria de forma que no
deje lugar a equívocos sobre la postura de la Marina, esté o no su Secretario
presente.
Fue entonces
cuando Josephus Daniels pasó de la historia a la leyenda. Su vibrante alegato,
conocido por La coraza invisible o,
también, El escudo de continencia ha
entrado en los anales de las campañas relacionadas con la sanidad sexual[11].
Presa de incontinencia -intelectual,
por supuesto-, Daniels acompañó su tajante desautorización de Roosevelt de una
campaña de carteles, que se distribuyeron por cuarteles y buques de la Marina.
Y, no contento con todo ello, llevó el asunto a las reuniones del Gabinete. A
pesar de que aquí no recibió un entusiástico apoyo, el Presidente y los
Secretarios apoyaron a su colega, ganándose al propio tiempo el Subsecretario
de Marina la fama de bastante díscolo y excesivamente liberal. Roosevelt
tardaría en quitarse ese sambenito, a lo que ayudó un largo y fructífero viaje
de inspección por Europa, que obtuvo la admiración de Daniels y la felicitación
expresa del Presidente Wilson. Como decía la secretaria Mercer:
-
Querido
Franklin, entre los hombres tienes más éxito cuando estás lejos.
3. La tozudez de nuestros
muchachos
Este breve
capítulo trata de cifras: aquellas que revelaron a Daniels -le valiera o no de
algo- que era más fácil domeñar a su Subsecretario, que los lascivos impulsos
de los muchachos del Ejército y la
Marina. Veámoslas:
·
Según
una encuesta a los soldados americanos de aquella guerra, solo un 30% de los
mismos se abstuvieron voluntariamente de mantener relaciones sexuales durante
su servicio en Europa. No aclararon si en su púdica decisión tuvo alguna
influencia la campaña moralizadora del Secretario Daniels.
·
Durante
la Primera Guerra Mundial viajaron hasta Europa -llegasen a luchar o no- un
total de cuatro millones de militares estadounidenses. De ellos, cuatrocientos
mil -que se sepa- se contagiaron de enfermedades venéreas (sífilis y gonorrea,
principalmente). Teniendo en cuenta que su estancia media europea fue de unos
seis meses, el contagio de un 10% de todos los soldados es francamente muy
alto.
·
De
esos cuatrocientos mil contagiados, diez mil lo fueron de tal gravedad, que
motivó su baja definitiva en el Ejército o la Marina. Los restantes
permanecieron de baja temporal un promedio de veinte días, lo que supuso la
pérdida de unos siete millones y medio de días/hombre.
No está de más
señalar que el Gobierno americano se quedó solo en su decisión de no facilitar
preservativos a sus tropas en la Gran Guerra Europea. De hecho, el Gobierno
francés presentó una queja ante el estadounidense por tal motivo. Sin duda,
ante la circunstancia de que los militares americanos estaban combatiendo
entonces en suelo galo, se temía el contagio venéreo de las mujeres francesas
que mantuviesen relaciones con soldados infectados que no usaran condón.
Las demoledoras
cifras de contagio venéreo, unidas a los sucesivos embates judiciales a las Leyes Comstock en materia anticonceptiva[12],
dieron lugar a que la guerra de 1917-18 fuese la última a la que los soldados y
marineros americanos acudiesen sin protección vulcanizada. Roosevelt, con la lección bien aprendida, tendría
ocasión, años más tarde, de aplicar, contra la moralidad desmadrada, una nueva
y sonada muestra de realismo[13].
4. Donde se aclara lo de los “pros”
En 1933, el puesto
de Embajador de los Estados Unidos en Méjico era todo menos grato y sencillo de
sobrellevar[14]. Con
todo, y pese a su edad avanzada[15],
Daniels se puso a las órdenes de su Presidente, el condoniano Franklin Roosevelt, y aceptó el encarguito. Lo ejercería
durante ocho años, con general beneplácito.
Estamos en la Casa
Blanca, en el acto de presentación del nuevo Embajador, que Roosevelt ha
querido fuese público y solemne, como corresponde a un viejo amigo y a la
importancia que concede a un puesto clave para su política de buen vecino, que pretende observar con
los países al sur del Río Grande.
Un periodista
pregunta al Presidente por los pros y los contras de la experiencia anterior de
Daniels, para desempeñar el puesto diplomático que ahora se le asigna.
Roosevelt mira de reojo al embajador y le hace un casi imperceptible guiño.
Luego, conteniendo apenas la risa, contesta:
-
La
verdad es que Mister Daniels ha sido siempre un hombre de contras. El de los pros era yo[16].
Así, de primeras,
pocos entendieron la respuesta presidencial. Entre ellos, estaba, por supuesto,
Josephus Daniels.
[1] Aludimos a Franklin D. Roosevelt (1882-1945),
Subsecretario de Marina de los Estados Unidos entre 1913 y 1920.
Posteriormente, alcanzaría la Presidencia de su País (1933-1945).
[2] A la sazón, Arthur Zimmermann (1864-1940),
quien ejerció el cargo entre noviembre de 1916 y agosto de 1917.
[3] Thomas Woodrow Wilson (1856-1921), Presidente
de los Estado Unidos entre 1913 y 1921.
[4] Que era Josephus Daniels (1862-1948), cargo
que ejerció entre 1913 y 1921.
[5]
Era Lucy P. Mercer (1891-1948). Fue secretaria social de la Señora Roosevelt (la famosa Anna Eleanor Roosevelt
-1884-1962-) entre 1914 y 1917, y secretaria oficial de Franklin D. Roosevelt en los años 1917 y 1918.
[6] Dicha relación íntima parece haberse iniciado
en 1916.
[7] O Surgeon
General, máxima autoridad médica. En la Marina lo es el Surgeon General of
the U.S. Navy. Entre 1914 y 1920, lo fue William C. Braisted (1864-1941).
[8]
Los EE.UU. aprobaron la declaración de guerra el 6 de abril de 1917, cuando el
conflicto cumplía dos años y ocho meses de existencia. Previamente, se había
dado a conocer al público el telegrama
Zimmermann, el 1 de marzo de 1917, cuya autenticidad reconoció el Ministro
alemán que lo promovió y dio nombre, dos días después.
[9]
Dichas Leyes castigaban su infracción con pena de 6 meses a 5 años de prisión
con trabajos forzados o multa de 100
a 2.000 dólares y las costas del juicio. En lo relativo a los preservativos y
demás medios de contracepción, las Leyes
Comstock permanecieron formalmente en vigor hasta 1970.
[10]
Newton D. Baker (1871-1937), Secretario de Guerra (equivalente al actual de
Defensa) entre 1916 y 1921.
[11]
Entre ellos, aconsejo (y no solo por su expresivo título) el siguiente: Alexandra
M. Lord, Condom Nation: The U.S.
Government’s Sex Education Campaign from World War I to the Internet, John
Hopkins University Press, Baltimore, 2010.
[12]
Aludiré tan solo al primero de ellos, por ser contemporáneo de los hechos
relatados: la sentencia del caso New York
vs. Sanger, de 8 de enero de 1918 (conocida como sentencia Crane, por el
apellido de su Ponente).
[13]
Evidentemente, se alude a la postura de pleno apoyo a la derogación de la
Enmienda XVIII de la Constitución americana (supresión de la llamada Ley Seca), producida en diciembre de
1933, mediante la aprobación de la Enmienda XXI. En aquellos momentos,
Roosevelt era Presidente de los Estados Unidos.
[14] Remito la explicación a alguno de estos
libros: Edmund David Cronon, Josephus
Daniels in Mexico, University of Wisconsin Press, Madison, 1960; Lee Allan
Craig, Josephus Daniels: His life &
times, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2013.
[15] Setenta años cumplidos.
[16]
Aparte de otros significados (entre ellos, el equivalente al español: pros and cons = pros y contras), pros es el apócope de prophylactics, es decir, preservativos o
condones. Queda, pues, aclarado el título de este relato.
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