domingo, 23 de abril de 2017

ENTRE LOS PINOS (III). EDWARD ALLEYN Y PHILIP HENSLOWE

Entre los pinos (III). Edward Alleyn y Philip Henslowe

Por Federico Bello Landrove

     Desde finales del siglo XV, Valladolid se rodea de un cinturón de pinares, para compensar la deforestación anterior[1]. A principios del siglo XVII y por cinco años, la Ciudad será capital de la Monarquía hispánica[2]. Es el momento al que se refieren los tres relatos de esta serie, en que transitan por aquellos bosques de pinos ilustres viajeros ingleses. ¿Realidad o fantasía? Diré que me muevo entre lo cierto y lo posible. En este, sobre Alleyn y Henslowe[3], la imaginación toma la palabra.





1.      Exordio

     Mucho se ha escrito sobre una muy improbable estancia de Shakespeare en Valladolid en mayo y junio de 1605, como miembro de la numerosísima embajada inglesa para ratificar el Tratado de paz de 1604[4]. También se ha especulado -dentro de esa remota probabilidad- sobre un encuentro del dramaturgo inglés con Cervantes, como punto de partida para unilaterales o recíprocas influencias literarias[5]. No voy a participar en ese juego, tan fascinante como irreverente. En cambio, con mayor posibilidad y modestia, imaginaré la estancia vallisoletana de los dos notables hombres de teatro citados en el título de este relato, la cual bien pudo haber tenido para alguno de ellos cierta relevancia.



2.      Pinceladas teatrales


     Miércoles, 8 de junio de 1605. En vísperas del verano, el pinar ve ajarse sus modestas galas de la primavera. En cambio, la feroz tormenta de finales de mayo[6] ha esparcido por el suelo copiosa cosecha temprana de piñas, que los sucesivos calores han abierto, dejando libres las semillas. Los dos viajeros ingleses pasean entre los árboles y el más joven de ellos se entretiene en patear los frutos. El mayor sonríe y comenta:

-          Parece que te quedaste anoche con ganas de ejercitar las piernas durante la comedia que nos largaron. ¡Claro!, no era cosa de dar el espectáculo ante tan importantes autoridades[7].
-          No creo que podamos juzgar con fundamento, Philip. Al no conocer el idioma, se nos hizo imposible seguir tan complicado argumento. Y eso que los actores se esforzaron en que los entendiéramos, forzando en exceso la gesticulación[8].
-          Pues yo, querido yerno, suscribo la opinión de Cornwallis: La obra era más larga que agradable[9].
-          Más bien creo, a juzgar por lo que vimos, que el teatro español es tan diferente del nuestro, que no es fácil para los ingleses paladearlo, ni tampoco a la inversa.
-          Para saber esto, tendríamos que haber convencido a Lord Howard para que nos hubiera permitido representar La tragedia española[10]. Opino que plasma con propiedad la idiosincrasia de este pueblo.


-          No creo que les hubiesen gustado mucho a nuestros anfitriones las citas de su desdichada Armada, o de sus complicadas relaciones con Portugal. Mucho tenía que hacer olvidar nuestro mecenas[11], como para arriesgarse por un drama más o menos. Claro que, con tal mutis dramático, no se explica que trajera a toda su compañía a este viaje.

-          Entre tan numeroso cortejo, no es de temer que nos hayan descubierto -bromeó Henslowe-. Además, lo que pretendía era dar la réplica al honor que hizo el año pasado el Rey a Burbage y los suyos[12].

     El dúo empieza a sudar. Se ve que su indumentaria no es la más adecuada para este verano adelantado. De consuno, extienden sus capas por el suelo y se sientan a la sombra de un frondoso pino. Alleyn se queda mirando con sorna a su suegro y pregunta:

-          Bueno, ¿qué te pareció lo más hermoso de la comedia?

     Henslowe captó al vuelo en sentido de la cuestión:

-          No es nada nuevo para mí: Ya lo he visto en Francia. Pero he de convenir en que la tal Octavia es una preciosidad[13]; y buena actriz, además.
-          ¿Qué opinas de meter a mujeres en las compañías? Seguro que mejoraba la pasión con que actúan los actores.
-          Como empresario, no puedo estar más en contra. Como amante del teatro, soy convencido partidario de ello. No hay cosa más estúpida que los motivos de la prohibición, basados en la moralidad. Como si fuera más moral una práctica que fomenta, como bien sabes, la homosexualidad y la pederastia.

-          Dejémoslo estar, no sea que, en el colmo de la decencia, opten por cerrar los teatros[14].

***

     Permitámonos hacer un paréntesis en la conversación entre los dos hombres de teatro, para aclarar hasta qué punto era la escena su modo de vida y su principal ocupación. En lo que respecta a Henslowe, no cabe duda de que era un empresario de vocación. Casado con una viuda rica, invirtió la mayor parte de los rendimientos del capital inmobiliario de aquella en negocios de lo más variado[15]. En el mundo del teatro, era proverbial su actividad como promotor de nuevos y lujosos escenarios[16] y como socio-empresario de la compañía The Admiral’s Men, a la que en 1605 seguía ligado. En ella había conocido a Alleyn, con quien se asoció y emparentó, al casarse el actor con su hijastra[17].

     Más oscura parece la dedicación de este último. Con pocos más de treinta años, en la plenitud de su carrera, le dio la ventolera de abandonar su profesión[18], a la que se dice solo retornó por expresa petición de la Reina, algo que parece apoyar el que se retirase definitivamente al morir aquella[19]. Esto había ocurrido el año anterior a su vista a Valladolid, pese a lo cual, Lord Howard había mantenido su invitación para sumarse a la Embajada, junto a los actuales miembros de su compañía.

     La mente de Alleyn debe estar, pues, menos ocupada por puritanismos teatrales, que por el importante negocio que tiene entre manos: nada menos que invertir cinco mil libras en la compra de una espléndida propiedad en las inmediaciones de Londres[20]. Mucho parecen ganar los grandes actores -se diría-, pero no. También Alleyn es un buen negociante, como su suegro, con el que está íntimamente asociado. Las rentas de los teatros van de la mano de los prostíbulos y las luchas de animales salvajes o feroces. Así, el inimitable, el mejor de los actores, Proteo en sus formas y Roscio en su lengua[21] se ha convertido en maestro de los juegos reales de osos, toros y perros[22]. No sería extraño que nuestro buen Edward disfrutase más con las tauromaquias ofrecidas a la Embajada inglesa[23], que con la brillante comedia lopesca.



3.      Inocencia infantil


     En esas estaban, cuando les llamó la atención la cercana presencia de dos niñas, como de siete y diez años de edad, que andaban recogiendo piñas y piñones, agrupando las primeras en pequeños montones y guardando sus semillas en los amplios bolsos de sus sayas. Parecían encontrarse solas, aunque era lo cierto que se hallaban bajo la desatenta vigilancia de su madre quien, bastante más allá, se emboscaba entre retamas y codesos, amartelada con un caballero.



     No habiéndose percatado de la presencia de los adultos, nuestros ingleses creyeron que las niñas eran dos pilluelas, que andaban recogiendo frutos por necesidad. Alleyn era bastante niñero, como suele convenir a quienes Dios no ha bendecido con la gracia de los hijos. Hizo ademán a las chiquillas para que se les acercaran, a fin de obsequiarlas con alguna moneda, pero ellas fingieron no entender y siguieron a lo suyo. El actor, no teniendo conocimientos del idioma castellano, decidió hacerse notar con el lenguaje universal de los niños. Se incorporó y, simulando el gruñido y la torpe bipedestación de un oso, dio unos pasos y se apoyó en Henslowe, haciendo el gesto de morderlo en la garganta. Sofocado este por la acometida pero buen conocedor de tales contiendas, se puso a cuatro patas, mugiendo e imitando la cornamenta con los brazos. Las pequeñas, atónitas, se les fueron acercando, curiosas y sorprendidas. Favorecidos por la atención del reducido público, el oso se transmutó en león y el toro en mastín fiero, que acabó tendido por tierra, inevitablemente vencido por su rival, tras vender cara la derrota.

     Los comediantes se pusieron finalmente en pie e hicieron una reverencia a la parejita, que prorrumpió en una entusiasta ovación. Era el momento de hacerse entender sin palabras. Alleyn sacó de la faltriquera una moneda de plata y, por señas, ofreció su canje por los piñones que la niña más pequeña guardaba en la falda. Pero, bien fuera por no convenirle el trueque, bien por desconfianza hacia aquel desconocido, las niñas lo rechazaron y echaron a correr hacia donde habían dejado a su madre.

     Ante tan rotundo fracaso y temiendo haber sido malinterpretados, los dos hombres recogieron las capas y siguieron su camino. Si hemos de creer a nuestra imaginación, iban dialogando acerca del valor de la riqueza y del arte. Y, si hemos de hallar un principio a la generosidad de Alleyn, podemos convenir en que ese mismo día, 8 de junio de 1605, se prometió hacer, en favor de los niños, la mejor inversión de los rendimientos obtenidos de tan dudosos orígenes. Para ellos, y para él, se convertirían en un Regalo de Dios[24].







[1] Para interesados, Bartolomé Benassar, Valladolid en el Siglo de Oro, edit. Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1983, págs. 36-42.
[2] Entre enero de 1601 y marzo de 1606.
[3] Edward Alleyn (1566-1626), primer actor de la compañía teatral The Admiral’s Men, hasta su prematura retirada en 1604. Philip Henslowe (c. 1550-1616), el mayor y más famoso empresario teatral de Inglaterra durante unos treinta años (aproximadamente, entre 1587 y 1616), suegro de Alleyn (en realidad, la esposa de Alleyn era hijastra de Henslowe).
[4] La explicación sería larga. Su punto de partida es que Shakespeare, en su condición de actor destacado de la compañía The King’s Men, había formado parte del séquito para la delegación española en el Tratado de Londres, por designación del propio rey inglés y mecenas de dicha compañía, Jacobo I.
[5]  La especulación nos llevaría demasiado lejos. Me remito al relato de Anthony Burgess (1917-1993), A meeting in Valladolid, dentro de su libro The Devil’s mode (1989). Existen en Internet versiones escritas y radiadas del mismo, tanto en inglés, como en español.
[6] En concreto, se produjo en la tarde del 26 de mayo de 1605, justo cuando hacía su entrada solemne en Valladolid la tantas veces citada Delegación diplomática inglesa, presidida por lord Charles Howard.
[7] Henslowe hace referencia a la representación de El caballero de Illescas, de Lope de Vega, que el Duque de Lerma ofreció a la embajada inglesa durante la opípara y lujosa cena que ofreció en sus dependencias del Palacio Real vallisoletano, en la noche del 7 al 8 de junio de 1605. La obra había sido estrenada en 1602. Veremos más detalles en las notas siguientes.
[8] Se trataba de la compañía de Nicolás de los Ríos (c. 1550-1610). Entre 1602 y 1605, eran sus primeros actores Pedro de Valdés y Jerónima de Burgos, matrimonio en la vida real. Se rumorea con cierto fundamento que Jerónima fue amante de Lope de Vega.
[9] Comentario literal de Sir Charles Corwallis (1555-1629), embajador inglés ante la Corte española (1605-1609).
[10] The spanish tragedy, magna e influyente obra dramática, la más famosa de su autor, Thomas Kyd (1558-1594), seguramente retocada por Shakespeare en sus Pasajes adicionales. Se desconoce la fecha exacta de su estreno (hacia 1590), siendo editada a partir de 1592. Formó parte importante del repertorio de The Admiral’s Men, la compañía que lideró como actor Edward Alleyn.
[11] Lord Howard, junto a lord Essex, había encabezado el exitoso asalto y toma de Cádiz (1596), que acabó por el incendio y destrucción parcial de la ciudad.
[12]  Ver nota 4. Richard Burbage (1568-1619) era el actor principal de The King’s Men. La embajada inglesa de 1605 comprendía, según referencias aproximadas, unas seiscientas personas.
[13] Están aludiendo a la actriz Jerónima de Burgos (c. 1580-1641), que actuaba en el papel de Octavia en El caballero de Illescas. A comienzos del siglo XVII, las mujeres ya representaban sus papeles propios en el teatro de Italia, Francia o España; no así en el inglés, hasta una disposición regia de 1662. En su lugar, actuaban en papeles femeninos adolescentes y jóvenes masculinos, a partir de los trece años.
[14] Los puritanos ingleses, que estaban en contra de las mujeres actrices, acabaron por prohibir el teatro al llegar al poder. El Parlamento Largo así lo acordó en 1642, permaneciendo la medida hasta la Restauración, en que fue derogada por Carlos II.
[15] Se citan: tintorerías, fabricación de almidón, préstamo de dinero, tráfico con madera, comercio de pieles. A mayores, dentro de lo que parecen ser actividades usualmente relacionadas con el teatro de la época isabelina, regentaba una zona de recreo en Southwark, llamada The Little Rose, con jardines y un burdel, y participaba en el Paris Garden del negocio de espectáculos de lucha entre animales.
[16]  Se recuerdan especialmente The Rose y Fortune, pero también estuvo ligado a Newington Butts y The Swan.
[17]  Llamábase Joan Woodward. El matrimonio no tuvo hijos.
[18]  Ello sucedió hacia 1598.
[19] Isabel I falleció en 1603. Alleyn abandonó las tablas en 1604, con treinta y ocho años de edad.
[20] La propiedad era Dulwich Manor, con todos sus bosques, terrenos y edificaciones: en total 1.100 acres (unas 450 hectáreas). La compra por Alleyn a sir Francis Calton se documentó en el verano de 1605, pero el precio se abonó a plazos, en doce años. Sobre este tema, véase Jan Piggott, Dulwich College: a History, 1616-2008, edit. Dulwich College, Londres, 2008.
[21]  Alabanzas del dramaturgo Thomas Heywood (1570-1641).
[22]  Así lo considera el cronista John Stowe (1525-1605).
[23]  Ver Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia o Fastos Geniales, edición y traducción de Narciso Alonso Cortés, Valladolid, 1916, páginas 69-75. Las fiestas de cañas y toros tuvieron lugar el 10 de junio de 1605.
[24] O God’s Gift, lema que encabeza el escudo del Colegio de Dulwich, fundado por Alleyn en 1619.

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