martes, 2 de noviembre de 2021

LA VERDAD CONVENIENTE. EJEMPLO DE UN TRUCAJE DE PELÍCULA

 

 

La verdad conveniente. Ejemplo de un trucaje de película

Por Federico Bello Landrove

 

     Las ganas de acomodar la verdad histórica a la memoria interesada dan lugar a alterar y glorificar la vida de un comisario político de nuestra guerra civil, a la hora de llevar a la gran pantalla su biografía. Un mestizo de concienzudo profesor y periodista de perversas intenciones acabará descubriendo el trucaje y la mentira, que se han perpetrado por meros intereses políticos; pero desenmascarar a los responsables será otro cantar.


Comisario político (miniatura de Ángel C. Villalba, Kasparek)

 

1.   Las buenas intenciones


     La directora general del ICAA[1] no cabía en sí de gozo, enfundada en su vestido de fiesta color turquí. No tenía por costumbre frecuentar aquel festival con olor a sacristía, que se celebraba en la ciudad castellana de Murada para visionar -y premiar, en su caso- películas relacionadas con el mundo de la religión y los valores humanos. De hecho, no había pisado por aquel evento desde que su político amigo, designado Ministro de Cultura, se había acordado de ella para ponerla al frente del citado Instituto. Pero este año era especial: Se trataba de apoyar -¡y de qué manera!- la concesión del máximo premio, la Paloma de Oro, a aquella cinta que se había constituido en el ojito derecho de toda la gran familia ideológica que ostentaba a la sazón el poder en el país. Casi he olvidado su título, pese a que no hace tanto tiempo que se estrenó. La razón es que nosotros, en el mundo de la prensa especializada, habíamos decidido denominarla La cuadratura, haciéndonos eco de la poco afortunada expresión de Don Panfleto -alias del ministro del ramo- cuando nos habló de ella durante su rodaje:

-          …Es que lo tiene todo: fuerza, sensibilidad, compromiso ético, valores muy actuales. Vamos, que es la cuadratura del círculo.

-          Perdone, ministro -interrumpió el puntilloso de costumbre-, pero creo que le falta que el protagonista fuese femenino.

     Panfleto se tomó muy en serio la observación:

-          Ciertamente, es una lástima que no se nombrasen comisarias políticas en aquel entonces, pero, como compensación, guion y dirección corren a cargo de dos mujeres, grandes profesionales en sus especialidades.

-          Es todo un detalle, apostilló con intención ambigua Susi Villamor, la cronista de cine de El Día de Hoy y de la revista Griffith[2].

     Entre la rueda de prensa de Don Panfleto y el vestido turquí de Laura Valdés, habían pasado ocho meses y dos millones y medio de euros en subvenciones y préstamos blandos del ICO[3]. Ahora, en el selecto y recoleto ámbito del Teatro Principal, va a constatarse lo que todos los gerifaltes rumorean y difunden: que La cuadratura es una de las grandes películas del cine nacional -perdón, del Estado-, llamada a cubrir las muchas lagunas que las anteriores habían dejado en la memoria de nuestra guerra civil. Pero, por si acaso, Laurita, la directora general, lo había expuesto muy claro al bienintencionado provinciano que dirigía los destinos del festival muradiano desde su fundación:

-          No cuente con mi ayuda ni mi presencia, de no hacerse cumplida justicia con esa gran película que, sin duda, prestigiará la Paloma, más bien que a la inversa.

     De modo que, si Laurita entra en el Principal, pisando con garbo la alfombra morada, es porque el galardón ya tiene destinataria prefijada. De su calidad, podrá opinar quien la haya visto. De su argumento y circunstancias, les contaré algo en el resto del capítulo.

***

     Todo empezó en París, donde en tiempos del dictador Franco funcionaba la editorial Ruedo Ibérico[4], en cuyo catálogo apareció en sus primeros años de andadura un libro titulado Mi vida con Candeal, que era poco más -y bastante menos- que la biografía del esposo de la autora, llamado Ricard Cardenal, quien, ya por deformación de su demasiado clerical apellido, ya por la afición anarquista de los apodos, fue conocido con tan triguero apelativo.

     Contado el libro en pocas palabras en lo esencial para mi relato, Candeal fue un oficial de calderería de la Maquinista barcelonesa[5], afiliado desde muy joven a la sindical anarquista CNT, que contaba cuando la guerra civil veintiocho años de edad. Ya entonces estaba casado con la autora de su biografía, Margarida Adrover, y tenían dos hijos.

     Al iniciarse la contienda, Ricard se incorporó a la columna Tierra y Libertad, en la que pronto ocuparía el cargo de comisario político de uno de los batallones de la misma[6]. Como miembro de la citada columna, pasó a formar parte de la 153ª Brigada Mixta, en la que aquella se refundió y, cuando fue prácticamente aniquilada en la primavera de 1938, nuestro comisario pasaría a integrarse en la 30ª División del Ejército del Este, donde ascendió a comisario de brigada, puesto en que concluyó para él la guerra, habiendo de pasar la frontera francesa en enero de 1939.

     Aunque, como es natural, Ricard y Margarida habían estado separados durante la guerra, ella relataba con gran viveza y suerte de detalles las mayores proezas de su compañero, en particular su excelente desempeño en la batalla de Belchite, en el verano de 1937, cuando, fallecido el mayor de milicias que mandaba su batallón, había asumido provisionalmente el mando de la unidad, rechazando un violento contrataque el día 6 de septiembre, momento en que los rojos habían tratado de romper el cerco que acababa de cerrarse en torno a sus posiciones en la villa belchitana[7]. Meses después, en marzo de 1938, Margarida relataba como su marido había sido uno de los mayores resistentes ante el arrollador ataque de los franquistas, luchando hasta la extenuación y eludiendo a la postre el copo de parte de su batallón, cuando la retirada de los republicanos se convirtió en una desbandada y la 153ª Brigada Mixta fue prácticamente aniquilada operativamente.

     En los retazos siguientes de la biografía de Candeal, Margarida se reencontraba con él en Francia y allí vivían los difíciles días del destierro, la ocupación alemana y el fracaso del antifranquismo en lograr que, entre los Aliados vencedores en la guerra mundial y los maquis del interior, se lograra descabalgar al dictador español de la jefatura del Estado. Esta parte de los hechos es, en buena medida, ocioso para mi relato. No así el momento, allá por 1947, en que, por encargo de la dirección anarquista de Toulouse[8], Candeal pasó a España para entrar en contacto directo con los grupos terroristas que la CNT mantenía dentro de Cataluña. Son los últimos meses de la vida del esposo de Margarida.

     En efecto -según ella narraba-, por la delación de alguno de los confidentes de la Policía, que actuaban como si fueran auténticos maquis, Ricard Cardenal sería detenido en Barcelona a finales de febrero de 1948. En el curso de los interrogatorios a que fue sometido seguidamente por agentes de la famosa Brigada de Investigación Social del comisario Quintela[9], Cardenal sufriría la muerte en circunstancias no bien precisadas, que los policías presentaron como decisión de arrojarse al vacío para huir, por parte del detenido. Como remarcaba su viuda en la biografía: ¡Curiosa forma de escapar, por la ventana de un quinto piso, que daba a un patio interior de la Jefatura Superior de Policía barcelonesa! Como es sabido, dichas dependencias radicaban en el número 43 de la Vía Layetana[10].

***

     De cuanto he expuesto, no parece que aquellos hechos pudieran ser la base argumental de una película que constituyera la cuadratura del círculo, para el tipo de cine español anhelado por quienes entonces lo manipulaban. Hubo de ser mi colega, Susi Villamor, la cronista de cine de El Día de Hoy, quien me lo explicara, mientras tomábamos el café de media mañana en el Colón. Ya para entonces, El País y Fotogramas habían dado cuenta del final del rodaje de la película y de la intención de estrenarla en el Festival de San Sebastián. Susi me lo aclaraba así:

-          La clave consiste en que el protagonismo corresponde a un comisario político. Parece mentira, pero, por fas o por nefas, una figura tan importante en nuestra guerra civil, como fueron los comisarios, había quedado bastante marginada en las películas.

-          Perdona, chica -me disculpé-; es que no estoy muy puesto en el tema. ¿Qué interés actual pueden tener esos comisarios?

     La cronista de cine me miró, entre la conmiseración y el desprecio:

-          No pretenderás, dijo, que te dé ahora una lección de historia. Te basta con saber que el comisario era, de alguna forma, la segunda autoridad de cada unidad de la República, paralela y vigilante de la militar, y -lo que es aún más importante- un hijo del pueblo, puesto allí por su concienciación política y por su adhesión al Gobierno[11].

-          Ya veo -aseguré-. Imagino un propósito de glorificar a los militares autodidactas del Ejército popular, poniendo de paso a escurrir a los profesionales.

-          Esa podría ser la intención -especuló Susi-, pero habrá que ver cómo queda en la película. Aurora, la guionista, es tan sectaria, como tú ya sabes, pero la directora tiene tras de sí una brillante ejecutoria de artista y sabe lo aburrido e ineficaz que puede ser un enfoque panfletario dentro del buen cine político.

-          ¡Quita, quita! -exclamé-. Todavía me acuerdo de aquella bazofia, que se estrenó en el festival de Olba, hace unos años. ¿No decía tratar, precisamente, del maquis en Cataluña?

-          Espero que lo de ahora resulte mucho mejor -dijo mi interlocutora, tras emitir un soplido-. De todos modos, no le auguro mucha objetividad, si el guion no se aparta de la hagiografía que Margarida escribió acerca de su marido. Me recordó la cruzada que emprendió la mujer del general Custer para lavar su manchada memoria, tras de lo de Little Big Horn[12].

-          ¿Little… qué?, pregunté en guasa, tomando el último sorbo de mi café.

-          ¡No me vengas con ignorancias fingidas! -replicó Susi-. Todos sabemos que te has pasado la vida leyendo novelas de indios y de vaqueros.

***

     La directora de La cuadratura del círculo, además de una gran profesional, debía de ser muy exigente ya que, una vez realizado el montaje de la película, se empeñó en rodar escenas adicionales y en repetir otras. Consecuencia: Para el festival donostiarra de aquel año la cinta no estuvo disponible, ni siquiera en la sesión de clausura. Los mandamases del Ministerio estaban frenéticos, pero no hubo más remedio que apuntarse al siguiente festival disponible, ya con el otoño muy avanzado, si se quería estrenar con honores -primer premio incluido- La cuadratura, a fin de que pudiese participar en los premios Goya del siguiente año, abriéndole así las puertas para la selección de los Oscar y su pase en los festivales más famosos de nuestro continente.

     Si por mí hubiese sido, aunque Murada está a un paso de Madrid, habría contenido mis ansias, esperando el estreno del filme en las salas de la capital, pero Susi insistió en que la acompañara. Por si ello fuera poco, a cambio de hacerme pasar por un colega especialista en cine y presentarme a todas las figuras y figurones asistentes, me puso unos deberes, de esos que sabía que me gustaban:

-          Luciano, encanto, echa un vistazo a los libros sobre la guerra civil y el maquis que tengas por casa, y así me orientas sobre la veracidad de cuanto relate la película. De esa forma, podré hacer una crítica que se salga de lo trillado. No sé por qué, pero me lo pide el cuerpo.

     Yo sabía la razón. Susi era muy suya, bastando que pusieran una película por las nubes, para que ella procurara bajarla a ras de suelo. De todas formas, acepté de buen grado la tarea encomendada, y hasta le dejé caer un alarde erudito, por lo del general Custer de semanas atrás:

-          Será como Murieron con las botas puestas: carente de todo interés histórico[13].

-          Ya me daría con un canto en los dientes -me contestó-. Aquella, por lo menos, fue una película deliciosa.

 

 

2.   Pequeños deslices sin importancia


     No puedo perdonar a Susi que me hiciese estudiar cuanto pude en unos días, acerca de los comisarios políticos del Ejército republicano, pues se me fue la mayor parte de la película en comparar la peripecia del protagonista con lo que yo había leído sobre sus colegas, tanto la normativa legal, como sobre su real desempeño en los frentes y en la retaguardia. Y es que quien vaya a ver una película con la pretensión de que le enseñe algo cierto y sólido sobre Historia, va apañado; y no digamos si se trata de un aficionado o especialista, que conoce de antemano lo que los historiadores dicen que realmente sucedió en el pasado. En fin, que me pasé casi todo el tiempo estableciendo comparaciones y tratando de tomar notas a oscuras, para comentarlas seguidamente con mi acompañante. En consecuencia, perdí aquella ingenuidad y amplitud de criterio que me hubieran permitido disfrutar de la que, por cierto, era una buena película en todos los sentidos. La gran ovación que siguió a su final lo dejó claro, sirviendo de prólogo a la proclamación de La Cuadratura como película ganadora del certamen. A la entrega de la Paloma de Oro, subió al escenario, entre lo más granado del equipo de la película, la directora general del ICAA, repartiendo besos y parabienes, hasta que alguien -supongo que por inadvertencia- le piso el bajo de su vestido largo, provocando en él un conspicuo desgarrón que la perjudicada soportó con mucho mejor humor, desde que el productor de la cinta comentó el lance con estas elogiosas palabras:

-          No hay mal que por bien no venga, Laura. Gracias a este percance toda Murada ha podido percatarse de que tienes unas piernas preciosas.

Casa de las Siete Chimeneas (Madrid)

     Durante el cóctel perdí a Susi y me encontré solo en la barahúnda, al no conocer personalmente a casi nadie. Cuando me disponía a coger el enésimo canapé y acompañarlo de un vodka con naranja, mi mano tropezó con la de otra asistente, cuya blusa blanco crudo con lunares azul marino estuve a punto de salpicar con mi bebida. La casi perjudicada, atractiva y con esa edad que otrora se llamó de los taitantos[14], me sonrió gentilmente y al punto se presentó:

-          Creo que no nos conocemos… Virginia Yuste.

-          Encantado. Luciano Caminero; y, en efecto, no creo que nos hayamos visto hasta ahora porque no soy del gremio ni suelo venir por estos saraos.

-          Pues yo sí que soy del gremio; guionista, por más señas, replicó con tono festivo.

-          ¿No serás tú la autora del libreto de la película premiada?, inquirí, empleando una palabra que dejaba bien a las claras que el cine no era mi fuerte.

     Virginia sonrió de manera enigmática.

-          No -respondió-. Es Aurora Valdeón. ¿Quieres que te la presente?

-          Gracias -decliné-. Prefiero dejarlo para otro momento. De tropezármela ahora, en caliente, no podría menos de hacerle algunas observaciones un poco… molestas.

     Mi interlocutora se mostró muy interesada, no sé si por mera curiosidad profesional, o por la relación con su compañera:

-          ¡¿Ah, sí?! No te importará hacerme un breve resumen, para mi particular comprensión de la película.

     Titubeé por unos instantes, decidiendo finalmente aceptar, por cortesía:

-          Chica -comencé-, cualquiera que no conozca la verdad histórica saldrá del cine con la impresión de que los comisarios políticos de aquella época eran unas hermanitas de la caridad, que se dedicaban a enseñar las primeras letras a los pobres soldados analfabetos y a mandar a las madres bellísimas cartas de pésame cuando sus hijos morían en la guerra. ¡Ah!, y cuando venían mal dadas o los militares profesionales salían huyendo, los colegas de Candeal se ponían a la faena y sacudían la badana a los fascistas, aunque viajasen en tanque.

     Virginia se echó a reír, atragantándose con una croqueta. Cuando salió del apuro, opinó:

-          Verdaderamente, Luciano, me alegro de que no te haya escuchado Aurora. De otro modo, ya estaríais enzarzado en una pelotera, que dejaría tamañita la batalla de Belchite.

     Casi no oí lo que me decía. Estaba embalado:

-          ¿Y lo de transformar a un mayor de milicias, más anarquista que Bakunin, en un capitán profesional, que no entendía a sus hombres y se dejó matar como un pipiolo? No me dirás que no tiene descaro la tal Aurora pues, según la biografía de Candeal, esa es una trola como un piano.

     Ante este trucaje, mi interlocutora reaccionó con más seriedad:

-          Ya sabes -justificó-, necesidades del guion, aunque se debe ser más cuidadosa cuando un argumento se presenta como una historia real.

     Pasó un camarero y cogimos al vuelo unas gambas con gabardina. Virginia miró el reloj y me comentó:

-          Se está haciendo un poco tarde. Con tu permiso, voy a irme despidiendo de los amigos y de la gente importante. ¿Has venido con alguien?

-          Con una compañera de El Día de Hoy: Susana Villamor, la crítica de cine.

-          La conozco de vista y, por supuesto, de sus artículos… Supongo que, cuando la lea mañana, me acordaré de lo que hemos estado hablando.

-          ¿Por qué lo dices?, pregunté por fórmula.

-          Porque, viéndote tan molesto con las licencias de Aurora, estoy segura de que vas a lavar el cerebro a tu amiga para que le tire algunas puntadas a propósito del guion.

     No me gustó el comentario, que juzgué tan poco considerado para conmigo, como para Aurora. Debí de evidenciarlo en el rictus, porque Virginia lo moderó:

-          ¡Bah!, no te tomes tan en serio pequeños deslices sin importancia.

-          Tal vez tengas razón, concedí. A fin de cuentas, la gente suele ir al cine solo a entretenerse y a comer palomitas.

-          Y, digas lo que quieras, la película les ha salido redonda. ¿No crees?

-          En efecto -aseveré con sorna-. Y es extraño, porque el señor ministro estaba convencido de que, en este caso, el círculo iba a salir cuadrado.

***

     En el viaje de vuelta, Susi me informó de que Virginia Yuste era vocal de la Academia de Cine[15] por el grupo de los guionistas, y venía dedicándose con preferencia al mundo de las series televisivas. Precisamente, una de las más famosas en que había intervenido versaba sobre una fabulación en tiempos de la Segunda República. Y agregó:

-          No dudes de que mirará con lupa mi crónica sobre el festival de Murada y la película premiada. Es buena amiga de la directora general, aunque de otra pasta. Así que no tardaremos en estar en boca de la moza del desgarrón en la falda, y no para bien, precisamente.

-          ¡Oye, oye! A ver si van a volver con lo de que te lavo el cerebro. Tú comenta a tu aire y, si acaso, déjame a mí comerme el marrón de los comisarios políticos en la sección cultural del periódico.

-          No, deja que yo me encargue, pues me ha parecido impresentable que hayan mutado a un curtido comandante anarquista en un capitán profesional, ineficaz y altanero. Es una ofensa gratuita para los militares fieles a la República, que no puede presentarse dentro de una historia real.

-          Mujer -repliqué con sarcasmo-, son pequeños deslices sin importancia, … necesidades del guion, podríamos decir.

-          ¿Cuántos cubatas has trasegado en el cóctel para soltar esa estupidez? ¡Menos mal que he cogido yo el volante!

     En efecto, la amiga Susi, dentro de su crónica de la clausura del festival, no dejó de resaltar su disgusto por una versión tendenciosa e inveraz que, aunque no desvirtúe los indudables méritos artísticos de la película premiada, no puede consentirse que se haga pasar por una historia real, apartándose de los hechos recogidos por la viuda del comisario Candeal en su -ya de por sí- laudatoria biografía de su esposo. Como ven, la puntada era de lezna, pero peor aún fue el titular provocativo que le colocaron en la redacción del diario, a tenor de la ideología de sus responsables:

La película premiada en el Festival de Murada glorifica a un comisario político de la República y, de paso, ofende a los militares profesionales que lucharon por ella

     Al día siguiente, volvió a estallar la guerra civil, de manera tan grosera e inmisericorde, que llegué a sentir inquietud por Susi, sintiéndome un poco culpable de la cruzada que se desató contra ella y, de paso, contra El Día de Hoy, que vio canceladas las pocas campañas y anuncios publicitarios que le encargaban los organismos oficiales. Con todo, mi arriscada compañera siguió adelante y, en el número de fin de año de la revista Griffith, aunque con su firma al pie, fui yo quien, bajo el título de Cuando los comisarios políticos parecían capellanes castrenses[16], entré en detalles y sutilezas acerca de aquellos comisarios del Ejército Popular de la República, pálidos continuadores históricos de los de las revoluciones francesa y rusa. No es del caso que ahora les transcriba aquellas líneas, que supongo no leería ninguno de ustedes. En todo caso, mi crítica no tuvo efecto ninguno en el importante éxito de público que tuvo La Cuadratura, ni en la ubérrima cosecha de premios Goya que obtuvo al año siguiente, junto a la candidatura a los Oscar, para los que, felizmente, no fue siquiera seleccionada -les aseguro que, ni El Dia de Hoy, ni sus trabajadores, hicimos campaña negativa entre los miles de miembros de la Academia de Cine de Hollywood[17]-. Sin embargo, Susi tuvo que sufrir reproches y desplantes en las ceremonias consiguientes. Aurora Valdeón -guionista de la película, como recordarán- le dedicó el mayor sofión, aunque en el fondo fuese yo el principal destinatario. La filípica, en lo que me concernía, llegó hasta mí en estos términos:

-          … Y a ver si en otra ocasión, rica, te asesoras de alguien que sepa algo de lo que opina porque, lo que es esta vez, habéis quedado en ridículo.

-          Mujer -contemporizó Susi-, cada cual ve la historia a su modo y manera, pero lo que no tiene vuelta de hoja es que retorciste el libro en que te inspirabas, en un punto importante, por lo menos.

-          Habrás de saber -precisó la Valdeón- que, antes de dar por definitivo el guion, fui a Francia y me entrevisté con Margarida Adrover. Fue ella misma quien corrigió algunos puntos en que el libro no se ajustaba exactamente a los hechos, que el recuerdo tan añejo de los mismos le había hecho tergiversar.

-          Así pues -dedujo Susi-, ¿fue la misma autora la que te transmitió las correcciones?

-          Tal cual, afirmó Aurora, y justo a tiempo, porque Margarida falleció, ya nonagenaria, muy poco después. La pobre no ha podido disfrutar viendo la película que, pese a sabihondos y neo franquistas, es una obra maestra.

     Puede que lo fuera, pero ello no empece a que se coja antes a un mentiroso que a un cojo, como podrán comprobar en el capítulo siguiente.

 

 

3.   Un comisario en la niebla


     De no haber sido por un encuentro casual con Virginia Yuste, este cuento se habría acabado. Cuando la vi, yo iba bastante apresurado y dispuesto, por tanto, a un adiós/adiós, pero ella me cortó el paso. Parecía dispuesta a congraciarse, y bien sabía yo por qué:

-          ¡Cuánto siento la reacción tan visceral de la directora general, pero no dirás que no te advertí! De todas formas, lo siento por vosotros, pues me figuro lo que será ejercer de periodista y que te ponga el Gobierno en la lista negra.

-          A mí -aclaré- me tiene sin cuidado ya que mi ocupación principal es la de profesor de Instituto y no tengo que andar de reportero por ahí, pero para Susana sí que está siendo difícil. ¡Jobar, lo duros que son algunos izquierdosos con los trabajadores de la base!

     Virginia se echó a reír, cambiando de registro:

-          Es que los pequeños deslices sin importancia solo se toman a la ligera cuando se producen de arriba abajo, no de abajo arriba.

-          Será eso -asumí, sonriendo-. En cualquier caso, lo que más nos ha fastidiado a Susi y a mí es que, al final, metimos la pata, pues la autora del libro se había equivocado con lo del comandante anarquista transmutado en capitán de caballería, y así se lo aclaró a la guionista, casi in articulo mortis.

-          Pues qué conveniente, ¿no? Esa Aurora es un prodigio de detallismo y anticipación.

-          Figúrate -convine-. Como que viajó a Francia para repasar el guion con la viuda de Candeal, antes de darlo por definitivo y empezar el rodaje. ¿Quién iba a pensar que los recuerdos de la tal Margarida no habían sido certeramente recogidos en su libro?, lamenté.

-          Es lo que tienen las personas que tardan tantos años en escribir sus memorias. Estoy segura de que, si tú hicieses ahora lo mismo que Aurora hace un par de años, todavía te encontrarías con alguna sorpresa de nota.

-          Demasiado tarde, repliqué. Ya te he dicho que tu colega se entrevistó con esa señora muy poco antes de morir. Ahora ya duerme el sueño eterno en algún cementerio de Francia.

-           ¡Qué acierto has tenido, citando el sueño eterno! Ya recordarás que es uno de los guiones más liados de la historia del cine, y con múltiples cambios respecto de la novela original[18]. ¡Y a mí que esto de Candeal me recuerda cada vez más aquella inolvidable película americana!

     De repente, me hizo un guiño, me estrechó la mano al desgaire, y siguió su camino, calle de Zurbano adelante. La verdad es que era una guionista de raza: ¿Para qué hacer explícito lo que puede sugerirse eficazmente?, …  contando con el interés y perspicacia de los espectadores, naturalmente.

***

      Bastó con que le contara al director de El Día, Genaro del Pozo, mi conversación con Virginia, para que se le pusieran -también a él- los dientes largos. Me di cuenta y sugerí:

-          ¡Cuánto me gustaría darme un garbeo por la bella Francia, siguiendo los pasos de la cuidadosísima guionista! ¡Seguro que la pillaríamos en algún renuncio!

-          Eso es lo que parece deducirse de los términos en que se expresó tu confidente, y no creas que me disgustaría pegarle un buen varapalo a la directora general y, de paso, a Don Panfleto y a toda la patulea que tanto se ha metido con nosotros, a propósito de la crítica a su película.

-          Pues eso está hecho, jefe. Por lo que ella me ha confesado, Susi ya ha tenido bastante Cuadratura y quiere pasar página; pero, lo que es yo, aprovechando unas vacaciones escolares, sí que me daría una vueltecita por el vecino país.

-          ¡Alto, alto! Primero, tendríamos que saber dónde pasó la viuda de Candeal sus últimos días y con quién…

-          El que navega por Internet, tiene el mundo en sus manos. Localicé la esquela de Doña Margarida Adrover y, por el hilo, llegué al ovillo. La susodicha pasó los últimos años de su vida en una residencia de ancianos de los alrededores de París. Ya los he telefoneado, con la historia de que en el ministerio están interesados en hacer un documental sobre su vida, y la encargada con quien hablé no me puso objeciones a que me pasara por allá.

     A Genaro le brillaban los ojillos, pero aún no dio su brazo a torcer:

-          Olvida lo de hacerte pasar por un encargado del ministerio, no sea que la liemos parda. Mejor usa como tapadera la cadena de televisión que regenta nuestro grupo empresarial. Tendrías que hacerte acompañar de un cámara, por lo menos. Total, tirando por lo bajo, tres mil euros.

-          ¿Qué es eso para un diario puntero, que ha sido herido en su honor y puede ahora conseguir cumplida venganza?, repuse, con evidente pomposidad.

     El director aguantó las ganas de reír y se limitó a prometerme:

-          No es el dinero lo que me preocupa, sino seguir hurgando en la herida, sin saber lo que vamos a encontrar. En fin, voy a presentar la idea en el Consejo y a ver qué opinan.

-          El año que viene hay elecciones generales y la coalición de Gobierno está muy crecida…, dejé caer con malicia.

-          ¡Triste país!, se lamentó, donde lo que pasó o dejó de pasar hace casi un siglo tiene el don de seguir enfangando la vida política, hasta ese extremo.

     La verdad es que a mí lo que de veras me importaba era descubrir la verdad y quedar como una persona seria. Si, de paso, podía poner en su sitio a ciertos farsantes -y farsantas-, me sentiría todavía más feliz.

Ruinas de Belchite (Zaragoza) en su estado actual

***

     No entraré en detalles sobre lo bien que nos lo pasamos la cámara Graciela, de Hoy Televisión, y un servidor aquella semanita en Rueil-Malmaison, entre bosquecillos, quintas y châteaux de época y recuerdos de Napoleón y de su parentela, con escapadas a la Ciudad Luz, al ponerse el sol. Verdad es que alargamos innecesariamente nuestra grata estancia, aparentando que trabajábamos, dado que aclaramos en un par de días cuanto habíamos venido a husmear.

-          La señora por la que me preguntan -explicó la gobernanta de la residencia de ancianos Au coucher du soleil- estuvo ingresada aquí unos diez años, hasta su fallecimiento, hace algo más de dos. Se la enterró en el cementerio del pueblo y, que yo sepa, allí seguirá, pues los hijos viven -vivían- en Francia y no dijeron nada sobre trasladarla al país de ustedes. Si quieren tomar imágenes de la tumba, puedo indicarle al conserje que los encamine al camposanto, que está un poco difícil de encontrar.

     Por supuesto, no era eso lo que más nos interesaba. Madame Dumesnil siguió hablando:

-          Para abreviar, la llamábamos Margot. Era una señora de mucho temperamento, que no llevaba nada bien la disciplina del centro: ya saben, horarios, régimen de comidas, no salir sin ir acompañados… Claro que la pobre pronto se vino abajo, y es que el Alzheimer no perdona.

-          ¿Alzheimer, dice usted? -inquirí sorprendido-. ¿Cuándo y hasta qué punto la afectó?

-          Ya ingresó aquí con ese diagnóstico, pero lo que se dice evidenciarlo claramente, pasarían tres o cuatro años. Luego, por lo avanzado de la edad o por lo que fuera, tuvo una evolución muy rápida.

-          Según eso, deduje, en sus tres o cuatro últimos años aquí, habría perdido la memoria…

-          La memoria, la conciencia, el conocimiento de las personas… Como sería que los familiares -que hasta entonces se turnaban para venir a visitarla una o dos veces por semana-, dejaron de venir. No resistían el inútil dolor de verla en aquel estado.

-          ¿Es que algunos de ellos viven en París, o cerca de aquí?, pregunté torpemente.

-          ¿No lo saben? -me retrucó la Dumesnil-. Creí que habrían entrado en contacto con ellos para preparar este reportaje.

     La camarógrafa trató de sacarme del apuro, como pudo:

-          Son nuestros jefes los que han hablado con ellos. No tenga cuidado, madame; yo tengo en el hotel una agenda con las direcciones de los que viven en París y sus proximidades.

      La encargada se tranquilizó e hizo memoria:

-          Serán de sus nietos. Una de ellos es guía de Versalles.

No era cosa de meter nuevamente la pata; de modo que abrevié y fui al grano:

-          Creo que una colega nuestra -la guionista de la película que se hizo hace un par de años sobre el esposo de Margot- vino a verla antes de empezar el rodaje, para tratar de conseguir de ella algunas anécdotas y confidencias.

     Madame Dumesnil se quedó en blanco. Yo insistí:

-          Sí, Madame. Se llama Aurora Valdeón y, según nuestros datos, estuvo aquí y se entrevistó con la anciana.

-          Desde luego, contestó mi interlocutora, la entrevista con Margot era imposible, por los motivos que acabo de exponerles. Incluso, pongo en duda que su compañera nos visitara: Siendo con el motivo que usted dice, tendría que haber contado con permiso de la familia y se habría comentado en la residencia… Esperen un momento, que voy a comprobarlo.

     El momento duró veinte minutos, al cabo de los cuales regresó a la salita Madame Dumesnil, sonriente:

-          ¡Confirmado! Ya decía yo que no lo recordaba, pese a mi excelente memoria. He consultado en el ordenador las visitas recibidas por Margot en sus tres últimos años en esta residencia, y no hay ninguna de la Señora Valdeón, ni de cualquier otra persona no perteneciente a la familia de la interna.

-          ¡Qué extraño! ¿No cabe la posibilidad de que alguna visita no quede registrada?

     La encargada se mostró bastante irritada por mi observación:

-          Monsieur -me dijo-, ningún asilado recibe visitas, si no están anunciadas y concertadas previamente, por teléfono o en persona, y autorizadas por el médico y la familia. De todo ello, se deja constancia: Antes, se hacía en un libro de registro y, ahora, en los ordenadores. Ese es el reglamento y tenemos a gala en esta casa cumplirlo a rajatabla; yo la primera.

     Aunque solo fuera por gratitud, Graciela y yo compramos un hermoso ramo de crisantemos blancos y nos encaminamos a la tumba de Margarida Adrover, en un cementerio que quedaba muy cerca del château de la Malmaison. Era un atardecer muy a finales de marzo, y una niebla húmeda y luminosa daba al paraje un aire, mitad ominoso, mitad romántico. Con la desganada ayuda de un sepulturero, dimos al fin con la sepultura de Margot, y nos llevamos una sorpresa mayúscula. Por encima del nombre de ella, podía leerse: Ricard Cardenal, Candeal (1908-1948).

-          ¡Tate!, exclamé. ¡Que no se han traído lejos los huesos del comisario!

-          Convencionalismos funerarios -sentenció Graciela-. Podrá no creerse en la indisolubilidad del matrimonio, ni en la otra vida, pero siempre resulta emotivo y aparente que los esposos descansen juntos, por lo menos, hasta que insensibles funcionarios municipales los arrojen al osario.

     Colocamos el ramo en la jardinera, al pie de la losa, y tomamos confusamente la vía de salida. Recuerdo que comenté:

-          ¡Qué tarde tan apropiada! Está visto que Candeal tiene que presentársenos siempre envuelto en la bruma.

     Graciela terminó de grabar con el video y pareció leerme el pensamiento cuando dijo:

-          ¿Te parece que mañana nos acerquemos un rato a Versalles?

    

 

 

4.   Las descendientes del héroe


     Tan pronto Jocelyne -la guía versallesca- se percató de lo que pretendíamos, nos desvió amablemente hacia su madre:

-          Desde que se quedó viuda, vive conmigo aquí cerca, en la rue Saint-Médéric. Voy a telefonearla, avisándole de vuestra visita. Seguro que estará encantada de recordar viejos tiempos.

     La viuda de Dubonnet, de soltera Margarita Cardenal, estaba preparándose para salir a la compra. Se disculpó por no atendernos ipso facto, pero sugirió una mejor opción:

-          Disfruten de Versalles hasta la hora de comer. Almuercen en La Providence, a un paso de aquí, y les espero a tomar café en casa a las dos. Charlaremos tranquilamente, pues el resto de la familia no aparece hasta eso de las cuatro y media.

     Margarita -Marga, a la española- era la benjamina del matrimonio Cardenal-Adrover, nacida ya en Francia, cuando sus padres se reencontraron después de nuestra guerra civil. Por supuesto, se sentía parte integrante de la historia y de los valores de aquella parentela anarquista, pero con una objetividad y distanciamiento tales, que hacía fácil entenderse con ella desde muy otros puntos de vista. Hablaba mucho, pero sin divagar y con esa memoria privilegiada de muchos ancianos para las cosas antiguas.

-          Los Adrover -nos apuntó- eran de los linajes más conocidos e importantes en el anarquismo catalán. De hecho, mi madre siguió vinculada epistolar y sentimentalmente con la emigración antifranquista hasta que perdió la cabeza, en sus últimos años. De sus tres hijos, vivimos aún mi hermano Bertrán y yo. Él está jubilado de la industria aeronáutica y sigue viviendo en Toulouse, adonde fueron a parar mis padres al exiliarse y donde radicó hace muchos años la dirección de la CNT española.

     Procuramos centrar la conversación en lo que más nos interesaba, es decir, en la película y su circunstancia.

-          Todo arrancó -nos manifestó Marga- del libro que mi madre, con la ayuda de mi difunto hermano Miquel, escribió para Ruedo Ibérico cuando yo era una chiquilla, vamos, hace la pila de años. Tengo entendido que se lanzó al ruedo para desmentir no sé qué habladurías sobre la actuación de mi padre durante la guerra. Ya sabéis -agregó-, hubo muchas malquerencias y, por otra parte, la guerra no es un partido de tenis. El libro no cayó muy bien entre los emigrados y, aunque está agotado desde hace muchos años, no quisimos que se volviese a editar.

-          ¿Sabe usted -su edad nos imponía el tratamiento- qué es lo que disgustó de la biografía y a quién?

Chateau de La Malmaison (Rueil-Malmaison, Francia)

     Marga sonrió, al tiempo que se encogía de hombros:

-          Supongo -respondió ambiguamente- que mi madre retocaría de la manera más favorable el retrato que hizo de mi padre…, aunque no tanto, desde luego, como la película que se han hecho sobre él en España, hace poco tiempo. ¿La habéis visto? Aquí en Versalles apenas estuvo en cartelera una semana: La guerra de España cada vez interesa menos en Francia, y es natural.

-          Por supuesto que la vimos en Madrid -repuse- y, aunque para mí era desconocido el personaje de su padre, también me produjo la impresión de que, más que ambientarlo en la realidad de su tiempo, se quiso hacerle modelo de los comisarios del Ejército de la República, en la línea de lo que se lleva en nuestro país en los últimos tiempos.

-          Ya -apoyó Marga-: Después de cuarenta años de mentiras de un lado, otros cuarenta de tergiversaciones del otro. No parece que hayamos aprendido de la historia -de la mala historia- que nos han enseñado. De todos modos -añadió-, creo que fue una equivocación el resucitar a los comisarios. Todo el mundo sabe que fueron creados, más que nada, para vigilar a los jefes militares de las unidades republicanas, y que se les dio unos grandes poderes, de los que abusaron con frecuencia, y en perjuicio de los combatientes a su cargo: El propio Rojo[19] se refirió con datos contrastados a ejecuciones sin juicio ordenadas o realizadas por ellos, por presuntos intentos de deserción, o por episodios de cobardía.

-          Según eso -terció Graciela-, lo edulcorado de la película, ¿fue decisión de sus promotores o, de alguna manera, lo impusieron ustedes al autorizar el rodaje?

-          Toda la negociación sobre venta de derechos, condiciones y límites del guion corrió a cargo de mi hermano Bertrán, al encontrarse ya mi madre con el alzheimer muy avanzado. Que yo sepa, lo único que se acordó fue no apartarse del libro sin permiso escrito del representante de la autora y mantener la dignidad y el buen nombre que de mi padre recogía su biografía.

-          Yo he leído detenidamente el libro -aseveré- y no encuentro en la película más apartamiento notable de aquel, que el de hacer de un capitán profesional el jefe de un batallón anarquista que, en realidad, lo mandaba un mayor de milicias, un tal Libertario Masnou.

-          Su nombre auténtico era Sever Juliá -corrigió Marga-. No me cabe duda de que un cambio así tuvo que ser acordado con mi hermano, pero ignoro el motivo. Es probable que no quisieran dar una visión peyorativa de un colega de la FAI y, a lo que creo, del POUM[20]. Si les interesa, podría telefonear a Bertrán y preguntarle…

     Me pareció peligroso meter en el ajo tan directamente a otra persona. Excusé la llamada:

-          Déjelo, Doña Marga. Ya la hemos molestado bastante.

-          Nada de eso, hijos. Encantada de haberos podido atender; y, si se os ocurre alguna cosa más, podéis telefonearme o escribirme desde Madrid, que yo os contestaré lo más cumplidamente que sepa.

 

 

5.   Los relevantes méritos del Comisario

 

-          Así que lo de la rectificación de la biografía in articulo mortis era un camelo, expresó el director de El Día de Hoy, muy complacido. Se van a enterar esos farsantes de lo que vale un peine. Ahora mismo, te pones a…

-          ¡Alto, jefe! -lo interrumpí-. La charla con la hija de Candeal me ha despertado el pálpito de que, detrás de esa biografía, hay bastantes más gatos encerrados que el del cambio del mayor de milicias por un capitán profesional. No descubramos aún nuestro juego y déjeme seguir la pista de ese Libertario Masnou, ahora que sabemos de muy buena tinta cuál era su verdadero nombre que, por cierto, se escamoteó en el libro.

-          Está bien -gruñó Del Pozo, después de hacerse de rogar-, pero irás tú solito y con pago de dietas contra presentación de las oportunas facturas.

     Pese a la advertencia, me pareció de justicia invitar a Susi Villamor a que me acompañara. Se mostró encantada, aunque en una línea que me sorprendió:

-          ¡Bárbaro! Tú te dedicas a rastrear cenetistas por El Masnou y yo a tomar el sol en la playa de Ocata… Procura reservar en algún hotel en primera línea de playa.

     La verdad es que el rastreo no fue particularmente complicado. Dando por casi seguro que el falso apellido Masnou hiciera referencia a su domicilio al momento de la guerra civil, y habiendo encontrado en los archivos de la CNT, en Internet, que su segundo apellido era Maristany, me dediqué una tarde a dar la lata a los abonados telefónicos de El Masnou apellidados Juliá o Maristany. Cerca de la hora de cenar, di con la tecla indicada:

-          Pues sí, señor -me contestó una voz masculina algo cascada-. Soy sobrino nieto del mayor Sever Juliá. ¿A qué se debe su interés por mi familiar?

-          Verá usted -le expliqué sucintamente-. Soy periodista de un medio de Madrid y estoy interesado en averiguar lo verdadero y lo falso en la imagen que se nos ha presentado de Ricard Cardenal quien, como sabrá, fue comisario político en el batallón que mandaba su pariente Sever, hasta su fallecimiento.

-          ¿Y para qué diablos se interesa en un asunto tan antiguo y tan nimio, con la de cuestiones tan importantes que tenemos ahora mismo en el Estado?

     Me pareció -y acerté- que me estaba ocultando su verdadera opinión sobre el asunto; de modo que le contesté:

-          Lo antiguo lo ha puesto de actualidad la película que usted sabe y, en lo tocante a la importancia del asunto, me extraña que precisamente no se la dé un familiar próximo del afectado.

     Pasaron unos segundos. Finalmente, mi comunicante zanjó:

-          Soy una persona muy ocupada. Le puedo hacer un hueco el sábado que viene, a las diez… ¿Vendrá?

-          Desde luego. Dígame en dónde podemos vernos.

***

     Nos vimos, en efecto, en el pequeño local sindical que la CNT tenía junto al puerto. Susi optó por dejarme ir solo y quedamos para cuando yo acabase, en la playa, a la altura del chiringo, donde -según ella- se podía comer muy aceptablemente. El lugar escogido por la persona a entrevistar, Andreu Maristany, no solo tenía que ver con su adscripción ideológica -supongo-, sino con el hecho de que acudió acompañado por un correligionario que rondaría los noventa años, si no los había superado ya. Me lo presentó como Pere Sensat, combatiente en la guerra civil y memoria viva del anarquismo del Maresme. Pronto me explicaría su presencia, una vez que yo aclaré el porqué de la mía y de mis intentos por localizar a algún familiar cercano de Sever Juliá.

-          Así que le dio el nombre una hija de Candeal… -empezó Andreu-. No la conozco. No tengo noticia de que haya venido alguna vez por El Masnou. De hecho, su madre, Margarita Adrover, solo volvió, que yo sepa, al entierro de su madre, allá por el año 1970. En fin, usted dirá.

-          Lo único que yo sé -o creo saber- sobre el asunto, le aclaré, es que el batallón del que era comisario Candeal no lo mandaba un capitán de carrera, como figura en la película, sino un mayor de milicias de procedencia anarquista, el tío abuelo de usted.

-          Eso no tiene vuelta de hoja, afirmó Andreu; al menos, hasta la noche del 5 al 6 de septiembre de 1937, en que murió tratando de rechazar una salida de los facciosos, que intentaban escapar de la bolsa en que se había convertido Belchite para ellos.

-          Siendo así, ¿cómo no salieron al quite cuando se estrenó la película y descubrieron la patraña que esta contaba?, inquirí con cierto énfasis.

-          ¡Anda este! -exclamó Maristany-: Pues porque habíamos acordado de antemano que, si seguían poniendo a Candeal como un héroe, no iba a ser a costa de mi tío, como lo había contado su viuda en la biografía, cuando la situación política no nos permitió reaccionar más que con una carta de protesta a los de Ruedo Ibérico que, como buenos comunistas, se la pasaron por ya sabe dónde.

-          Lo único que conseguimos -intervino Sensat- es su compromiso de que no habría más ediciones del libro.

     Yo estaba confuso, aunque empezaba a comprender:

-          Por lo que creo entender -aventuré-, el brillo heroico de la conducta de Candeal en Belchite fue un cuento chino. Y, correspondiendo a necesidades del guion el seguir enalteciendo a los comisarios políticos, optaron por crear la figura de un militar inexistente, para endosarle la indolencia y los errores, dejando a salvo el honor del mayor Juliá. Vamos, a eso sí que el ministro del ramo podría haberlo llamado con propiedad la cuadratura del círculo.

     Mis interlocutores sonrieron. El más viejo puntualizó:

-          Hubo miles de comisarios políticos durante la guerra y la mayoría se portaron dignamente; muchos, con verdadero valor y entrega. Desgraciadamente, los peliculeros fueron a dar con un tarambana que, por muy de la FAI que fuese, resultó un granuja que, si no mereció el triste final que tuvo en vida, tampoco el ponerlo como modelo de virtudes.

     Maristany completó la información con un breve relato de hechos que, según él, se ajustaba a lo manifestado por buen número de testigos, en susurros entrecortados durante la guerra, pero de manera cada vez más franca y clara, al acabar esta. He aquí un resumen de lo que me refirió:

-          Tras doce días de intensos y sangrientos combates, la resistencia fascista en Belchite cesó, con la ocupación de los últimos reductos en poder de los facciosos: la iglesia de San Martín y el Ayuntamiento. Las últimas operaciones de conquista corrieron a cargo de las Brigadas Mixtas 32ª y 153ª, a la última de las cuales pertenecía el batallón mandado por Juliá. A la caída de la tarde del día 5 de septiembre, mi tío hubo de ausentarse a la retaguardia, para ir a conferenciar y tomar acuerdos con los otros jefes de batallón, convocados por el jefe de la Brigada, Antonio Seba Amorós, que también tenía el grado de mayor de milicias. Entre tanto, con la tropa agotada y, a la vez, exultante por el triunfo ya juzgado como definitivo, Candeal se arrogó la facultad de autorizarla a que se tomase un descanso y, dejando en primera línea solo a los centinelas y media compañía, se fue con algunos mandos y amiguetes hasta Codo, para comer y beber a discreción. Entre tanto, a eso de las diez de la noche, Juliá regresó al frente y se encontró con el panorama de abandono que he descrito, poniendo el grito en el cielo y procurando avisar y reunir a los combatientes dispersos, para cubrir todos los huecos entre las posiciones. Cuando, al fin, a eso de las tres de la madrugada, volvieron Candeal y los demás parranderos, su presencia vino a coincidir con una embestida de los franquistas que, en número de unos quinientos, irrumpían por las posiciones del batallón de Juliá, tratando de romper el cerco y huir hacia Zaragoza, a seis kilómetros de la cual estaban sus líneas. La refriega, que duró hasta casi el amanecer, acabó como era de esperar: los pocos combatientes que estaban en sus puestos fueron masacrados, mi tío inclusive, y los que fueron llegando, mandados por un vociferante Candeal, a duras penas lograron restaurar la situación y evitar que los últimos enemigos escapasen, eso sí, ametrallándolos sin piedad. El resultado es que unos 300 facciosos consiguieron romper el cerco, aunque solo alrededor de 80 lograsen escapar finalmente de la persecución que se desató contra ellos. Esa circunstancia, la alegría por la victoria y el silencio que hicieron caer sobre el suceso Candeal y los que lo secundaron, dio lugar a que la acción se valorase como un suceso imprevisible, contra el que se había reaccionado lo más pronto que se pudo. Mi tío fue condecorado a título póstumo y a Candeal se quiso también ponerle una medalla, por haber tomado el mando del batallón, al caer su jefe, y logrado rechazar a buena parte de los atacantes. Debo decir, en honor a la verdad, que el comisario pidió expresamente al general Pozas[21] que se ahorrase la distinción, por no considerar que su desempeño hubiese sido lo suficientemente acertado, cosa que aceptó el general, sin dejar de encomiar la humildad y sencillez de aquel hijo del pueblo.

-          Tal cual lo ha contado Andreu, así sucedió, corroboró el viejo Sensat. Si lo sabré yo, que estuve allí y, para mi vergüenza, fui de los que aceptó la licencia de Candeal y nos largamos a festejar, desperdigados por los campos.

***

     Estas palabras de Sensat coincidieron con un amplio silencio, que yo entendí como que se daba tácitamente por concluida la entrevista. Iba ya a levantarme, cuando Maristany comparó la hora de su reloj de pulsera con la que marcaba el vetusto de ojo de buey en la pared, y dijo, dirigiéndose a Sensat:

-          Parece que se retrasa Marc. ¿Te dijo algo sobre que no pudiese venir?

-          No. Esperemos unos minutos, si el señor no tiene inconveniente.

-          Lo que es por mí -aclaré-, no tengo ninguna prisa hasta la hora de comer. Y si me lo permiten, entre tanto iré anotando en la libreta lo más reseñable de cuanto me han contado.

Paseo marítimo y playa de Ocata en El Masnou (Barcelona)

     Apenas cinco minutos más tarde, apareció la persona a quien estábamos esperando. Era de una edad parecida a la de Pere Sensat, pero iba en silla de ruedas, que empujaba una mujer que, por la edad, bien pudiera ser una hija del transportado. Dejó al inválido junto a la mesa, ante nosotros, saludó, esbozó una disculpa por el retraso y se retiró educadamente a sentarse en una silla de anea, junto a la pared. Maristany hizo las presentaciones:

-          Este es Marc Agut, el compañero que esperábamos. Aquí, el periodista de Madrid, interesado por Candeal.

     El compañero Agut no se hizo de rogar y, sin apenas preludio, me narró de un tirón lo que había venido a contarme:

-          Era a primeros de marzo del 38; el día 7, por más señas. Yo estaba con el segundo batallón de la brigada 351ª en Azuara, mientras el tercero, con Candeal de comisario, andaba por Herrera de los Navarros… Los nacionales cayeron de repente sobre nosotros con todo: tanques, aviones, artillería… Dicen que nuestra brigada fue la que más sufrió, al estar en el centro del dispositivo de la ofensiva enemiga[22]. Lo cierto es que, entre la sorpresa y la diferencia de fuerzas, todo el frente se derrumbó y nuestra retirada fue poco menos que una huida en toda regla. Al mayor Seba le echaron luego la culpa de todo, por lo que lo destituyeron, tras instruirle expediente -no se atrevieron a formarle consejo de guerra-. Pero, una vez más, Candeal se las arregló para quedar como un héroe: Aunque corrió para atrás tanto como los demás, ejecutó, por sí y ante sí, a varios compañeros que también se retiraban a una de caballo, llamándolos cobardes, desertores y cuanto se le ocurrió[23]. Pero ¡qué casualidad! Todos los asesinados eran de los que se lo habían pasado muy bien con él en Codo, cuando abandonó sin permiso el frente de Belchite y dio lugar a que centenares de facciosos lograsen escapar. No me cabe duda de que aprovechó la ocasión para deshacerse de testigos molestos, que podrían estropearle la carrera política que llevaba. ¡No te digo más! Cuando reorganizaron las fuerzas, lo poco que quedaba de la 153ª pasó a formar parte de la 30ª División y al valiente Candeal lo ascendieron a comisario de brigada, grado con el que acabó la guerra y pasó a Francia.

-          Perdone, señor Agut -aduje-. Si usted no formaba parte del mismo batallón de Candeal y la situación era tan trágica y desordenada, ¿cómo sabe que las cosas sucedieron como acaba de contarme?

-          La guerra todavía duró para nosotros muchos meses y tuvimos ocasión de coincidir y de comentar. Lo que le he dicho es lo que me contaron testigos presenciales y lo que -naturalmente, en voz muy baja- se rumoreaba entre la tropa-. Prueba de ello es lo mal que consideraba a Candeal nuestro nuevo comandante, Antonio Núñez Balsera, aunque se dijera que se llevaban mal por ser él, comunista y Candeal, del antiguo POUM. Pero no, cuando pasó lo de Vía Layetana, yo me dije: justos son los toros.

     Parecía dispuesto a seguir hablando, pero Maristany le cortó en seco:

-          Dejemos eso ahora, que no viene al caso… Voy a la barra a pedir unos cafés. ¿Cómo los queréis?

     Todos pedimos, menos Agut que, un tanto molesto porque le hubiesen cortado la perorata, dijo en voz alta:

-          Yo no quiero nada. ¡Ramona!, vámonos a tomar el sol al paseo marítimo.

     Con el viejo de la silla de ruedas ya ausente, Maristany me preguntó:

-          ¿Qué? ¿Le ha gustado la conferencia a dos voces de nuestros veteranos?

-          Desde luego, repuse, pero me he quedado con las ganas de oírla terminar.

     Andreu se echó a reír y guiñó un ojo a Sensat. Luego, volvió a interrogarme:

-          ¿Está usted dispuesto a llegarse a Barcelona, un día de estos? Allí, precisamente allí, es donde podrá escuchar el final del relato.

     Sacó del bolsillo de la sahariana una octavilla manuscrita, con un nombre, una dirección y un teléfono. Me la entregó y dijo:

-          Y ahora, ya puede irse al paseo marítimo, a hacer compañía a los excursionistas.

-          No lo dude… Muchas gracias por todo… Les tendré informados de lo que hagamos con tan sustanciosa información.

     Susi ya me estaba esperando, vestida y -según ella- con un hambre de loba. Según nos encaminábamos al chiringo, me preguntó:

-          ¿Qué tal te fue con los nietos de Durruti[24]?

-          Fenomenal… No hagas planes para el próximo fin de semana que, si eres buena, te llevaré de excursión a Barcelona.

Ruinas de la iglesia de San Martín de Belchite (Zaragoza), en la actualidad

 

 

6.   Una ventana de la Jefatura Superior de Policía


     La primera vez que Susi leyó el nombre de nuestro confidente en Barcelona, se le escapó un chascarrillo:

-          Armando Manzanero -leyó-. ¡Jesús!, no nos cantará uno de sus empalagosos boleros[25]

-          Mujer -la recriminé-, un poco de seriedad. Por lo demás, dulce no sé si será, pero desde luego es muy amable.

     Me refería a que, cuando le comenté por teléfono que me acompañaría una señorita y que nos hospedaríamos en un hotel del Paseo de Gracia, al lado de la Plaza de Cataluña, le faltó tiempo para ofrecer:

-          No se molesten por mí. Trabajo a un paso de ese hotel; así que podemos quedar en la cafetería del mismo.

     Y, en efecto, así fue. Sin más preámbulos, nos espetó:

-          De manera que han estado ustedes en El Masnou, viendo a toda esa buena gente de la CNT. ¿Y qué, cómo están? Con un pie en la sepultura, me figuro, pues ya estaban viejos cuando yo me entrevisté con ellos, hará unos diez años.

     Casi sin esperar respuesta, Armando Manzanero nos repitió la explicación que me había dado por teléfono, quince días atrás:

-          Soy nieto de El Chaval, ya saben, uno de los confidentes más eficaces y más listos de la Policía barcelonesa en los años de la posguerra[26]. Como pariente suyo y aficionado a la historia, llevo veinte años dedicado a recoger documentos y testimonios sobre él. Era una buena pieza, ¡je je!, pero hay que ver la de fechorías que se le atribuyen, simplemente, porque fue autor de otras parecidas: la captura de Candeal, sin ir más lejos. Y fueron los cenetistas de El Masnou los que me pusieron sobre la pista del error en que se estaba respecto de la participación de mi abuelo en la detención del tal Cardenal.

-          ¿Pudo usted confirmar lo que le manifestaron esos señores?, pregunté. No creo que, en pleno franquismo y en una unidad tan hermética, como la Brigada que mandaba Quintela[27], los perseguidos anarquistas tuviesen información sólida de lo que se cocía en la Jefatura de Policía.

-          Tiene usted razón -concedió Manzanero-, pero es que yo crucé las fechas y también me salió el error: Cuando Candeal fue detenido corría el mes de febrero de 1948. Para entonces, mi abuelo estaba refugiado en Francia y no creo que ni siquiera conociese a Quintela. Fue a lo largo de 1949 cuando El Chaval fue convencido por elementos del consulado español en Toulouse para que colaborase con la policía española, a cambio de lo cual se le permitiría regresar a España, donde, incluso, se le buscaría un trabajo. Quiere decirse que mi abuelo nada tuvo que ver con la detención de Candeal. Fueron otros los que se la jugaron y yo he descubierto quiénes.

     Hasta entonces, nada nos había relatado Manzanero que tuviese que ver con las bondades o fechorías del protagonista de la película. Pronto llegaría nuestro informador hasta el fondo:

-          Forzoso me es hacer algo de historia, prosiguió. Les ruego un poco de paciencia. Deben saber que, después de los golpes recibidos dentro de España y del fracaso de la invasión guerrillera del cuarenta y cuatro, una parte de la CNT decidió abandonar la lucha armada; pero otros -refugiados en Francia y que se hacían llamar los ortodoxos- resolvieron continuar con el maquis, principalmente en Cataluña y en Madrid[28]. En un congreso, celebrado en Toulouse en octubre de 1947, se constituyó un organismo secreto, llamado la Comisión de Defensa, que dirigiría las acciones de los grupos armados. Uno de sus miembros, ¿adivinan quién era?... ¿No?... Pues Francisco Señer[29].

-          Me suena el nombre -confesé-, pero ahora no caigo…

-          ¡Si, hombre!, el comisario de la brigada mixta 153ª, el superior de Candeal, a quien no podía ver desde que se enteró a medias de las falsedades y crímenes cometidos por este, que ustedes bien conocen ya.

-          Aclarado. Prosiga usted, urgió Susi, un poco aburrida de la perorata.

-          Bien. Decidido por la Comisión de Defensa el envío de un hombre de confianza para coordinar a los grupos armados catalanes, Señer dio el nombre de Candeal y se empeñó en la designación, pese a que el propuesto no estaba por la labor, ni gozaba de la confianza de otros jefes, por razones bien justificadas, como saben. El caso es que Candeal fue nombrado y no tuvo más remedio que cruzar la frontera. Eso fue muy a principios de 1948. Días más tarde, se recibió en el consulado español de Toulouse, de forma subrepticia, la siguiente misiva, cuyo original conservo -no les diré cómo pude conseguirlo- y que he fotocopiado para que puedan leerlo textualmente.

     De una cartera que llevaba, Manzanero sacó una cuartilla plastificada, que depositó sobre la mesa del café, a nuestro alcance. No nos autorizó a tomar nota de su contenido, pero Susi, que tiene una memoria privilegiada, asegura que este era su tenor literal:

     Como miembro de relevancia en la CNT, les informo de que el afiliado Ricard Cardenal, conocido por Candeal, pasó la frontera hace unos días, por encargo de la Comisión de Defensa, para coordinar y dirigir la acción de los grupos armados antifascistas de Cataluña, hallándose actualmente en Barcelona bajo la identidad de Severino Anglada Prat.

-          ¡Tate!, exclamé. Así que la policía no detuvo a Candeal por casualidad, sino por el soplo de algún amigo que lo quería mal. Probablemente, se trataría de Señer.

-          Tal vez -hipotetizó Manzanero-, aunque maldita la falta que le hizo al violento comisario Quintela el soplo tolosano… ¿A que no saben con quién fue a encontrarse Candeal, nada más llegar a Barcelona?

-         

-          ¡Pues con Antonio Seba!, y no me digan que tampoco recuerdan quién era.

     Susi saltó escopetada:

-          ¡El ganador del Oscar del año pasado a la mejor fotografía!

Vía Layetana, 43 (Barcelona), a mediados del siglo XX

 

     Manzanero quedó cortado por unos instantes. Luego se disculpó por su fatuidad y nos dio todos los detalles:

-          Antonio Seba Amorós fue el mayor de milicias que mandó la columna Tierra y Libertad y, luego, la 153ª Brigada Mixta, hasta que está fue deshecha en la campaña de Aragón del año treinta y ocho. Candeal recurrió a él, pese a que no se tenían simpatía, como un enlace seguro, que podría echarle una mano en recuerdo de los viejos tiempos. Lo que no sabía él es que Seba había sido condenado a principios de los cuarenta a veinte años y un día de reclusión mayor, saliendo de la cárcel en el año 1945, gracias a que Quintela lo había reclutado como informante, a cambio de la libertad provisional. Así que, bien fuera por probable delación de Señer, bien por la indudable denuncia de Seba, Candeal fue detenido el 12 de febrero de 1948 y llevado a las siniestras dependencias de la quinta planta de Vía Layetana, 43, donde la Brigada de Investigación Social tenía su sede. Cinco días más tarde…

     Susi seguía dispuesta a dar la nota:

-          … Salió volando por la ventana en dirección al suelo y, de allí, al cielo.

-          Dudo mucho de que viajara al cielo -comenté-, como no fuese para ser juzgado y recibir la sentencia condenatoria, que los hombres no pudieron darle en esta vida.

     Manzanero cerró el turno de ocurrencias de manera aguda y sensata:

-          ¿Les parece que lo que le pasó en Barcelona no fue una condena a muerte? Yo así la calificaría, y aún nombraría al tribunal que se la impuso: Señer, Seba y Quintela.

     Quisimos invitarlo a comer, pero se disculpó con un previo compromiso. Tan pronto lo perdimos de vista, miré a Susi. Ella se dio cuenta y bostezó ruidosamente.

-          Bueno -pregunté-, ¿qué te ha parecido la canción de Armando Manzanero?

-          Interesante -respondió desganadamente-, pero la próxima vez que yo me permita discutir la veracidad de una película, haz conmigo lo que los muchachos de Quintela hicieron con Candeal.

 

 

7.   La libertad imperfecta


     Recibí el primer golpe al volver de Barcelona, por parte de quien menos lo esperaba. Susi se plantó y me dijo muy seria:

-          Reitero lo que te pedí en la Ciudad Condal: No vuelvas a recordarme La Cuadratura, que ya me ha traído bastantes dolores de cabeza. A fin de cuentas, con verdad o con mentira, es una buena película, y eso es cuanto debe interesar a una crítica de cine.

     Tragué saliva y me atreví a sugerirle:

-          Al menos, me ayudarás con los de Griffith para que me publiquen el artículo que voy a redactar, resumiendo nuestra investigación.

-          Tu ya los conoces de sobra. No me necesitas para intentarlo, por más que no creo que se ajuste a la línea editorial de la revista.

     En efecto, no se ajustaba. Me lo devolvieron con una nota encomiástica, pero de rechazo. No puedo asegurar que su redactora, Susana Villamor, apoyara tal rehúse.

     Por supuesto, tan pronto lo hube escrito, llevé el informe a mi director, Genaro del Pozo, para ir preparando la logística de su publicación en El Día de Hoy. Me pareció que cogía el folleto con algún prejuicio desfavorable, como si pudiera mancharse.

-          Candeal no lo era tanto, ni mucho menos[30] -leyó el título-. La película ya se ha retirado de las carteleras y, como sabes, fracasó el esfuerzo oficial para meterla en la competencia por los Oscar. ¿No es un poco tarde para seguir machacando sobre el tema?

-          ¡Caramba, jefe!, protesté. Creí que estaba interesado en poner al ministro Panfleto y a su cuadrilla en el mal lugar que merecen. Por otra parte, no creo que revelar la verdad sea cosa que tenga fecha de caducidad: Si así fuese, aviados estarían los historiadores, que se queman las pestañas durante muchos años para descubrirla.

     Del Pozo se encogió de hombros y concluyó por donde debería haber empezado:

-          Está bien. Reuniré al consejo de redacción y elevaré tu dossier a la empresa. Te informaré tan pronto decidan.

     Al cabo de una semana, me pasé por dirección. Del Pozo me sorprendió:

-          Están estudiando tu caso los asesores legales.

-          No me digas que puedo haber cometido algún delito -bromeé, aunque con cara de pocos amigos-.

     Quince días más, y Genaro me convocó a su despacho. Lo acompañaba un caballero trajeado a lo clásico, tan amable, como para descender de su olimpo legal a mis humildes entendederas. Esto fue lo que me dijo:

-          Lo que usted pretende publicar rebasa los límites de los derechos de información y de crítica legalmente reconocidos, para afectar grave y directamente al honor y buen nombre del difunto Ricard Cardenal y, por extensión, a los de los finados señores Señer, Seba y Quintela, a quienes se les relaciona directamente con la muerte del así llamado Candeal. Y ya sabrá usted que las personas no pierden su derecho al honor por el mero hecho de morirse, sino que pueden ejercitar las acciones sus herederos y allegados[31].

-          Pero yo tengo pruebas que permiten acreditar la veracidad de lo que escribo…, protesté.

-          Eso es importante, pero no suficiente para evitar serios problemas para usted y para la empresa editorial. Por otra parte, ¿qué pruebas son esas? Por lo que me ha informado el Señor Del Pozo, aquí presente, se trata de charlas y rumores, transmitidos por personas muy mayores, quienes a saber si ratificarían lo manifestado, máxime contando con lo lamentable que sería involucrarlos en un proceso, a su edad.

-          Hay un documento importante -repliqué-. Obra en poder de un señor de Barcelona…

-          Sí, ya estoy enterado: Don Armando Manzanero -dijo, conteniendo la risa-. Lo hemos llamado desde el bufete y nos respondió que ustedes lo habían malinterpretado y que, en cualquier caso, lo negaría todo, si se llegaba a citársele ante un tribunal.

     Me quedé de piedra, dispuesto ya a aceptar como un cordero la decisión que se me impusiera. Esta fue bastante benigna, por así decir:

-          En resumen, Señor Caminero -concluyó el letrado-, esto sabido, puede usted hacer de su investigación el uso que tenga por conveniente, pero por su cuenta y fuera de las publicaciones de esta empresa. Espero que podamos contar con su plena aquiescencia y cooperación.

-          Desde luego, afirmé. Ahora devuélvanme, por favor, el informe, que quiero ser yo mismo quien lo incinere.

***

     Aquel mismo año, allá por el mes de octubre, coincidí en la Semana de Cine de Castellar con Virginia Yuste y le faltó tiempo para preguntarme por las indagaciones a propósito del guion de La Cuadratura. Le contesté:

-          Si quieres que te informe, habrás de aceptar una invitación, como mínimo, para tomar café.

-          ¿Tan complicada es la cosa?, me preguntó, fingiendo alarma.

-          Complicada y larga, como el guion de un film de Bergman[32], le confirmé.

     Quedamos para la sobremesa del día siguiente. Como es natural, yo acudí provisto de un ejemplar de mi investigación, que ella estuvo hojeando mientras yo le relataba de viva voz el tortuoso camino de mi busca de la verdad. Virginia me dejó hablar sin interrumpirme apenas. Luego, me preguntó:

-          ¿Es inmodificable el título de tu trabajo? Lo digo porque no creo que haya muchas personas que, dentro de unos años, sepan quién fue Candeal, ni en qué película se le glorificó.

-          Tanto da, contesté con displicencia. He renunciado a publicarlo, no sea que también a mí me tiren por una ventana.

     Se echó a reír y, seguidamente, se explicó:

-          Decía lo de cambiar el rótulo porque podría incluirlo de tapadillo en los fondos de la Academia de Cine; y, tratándose de un folleto inédito, convendría darle un nombre muy ilustrativo, aunque evitando incluir en él el título de la película aludida.

-          ¡Qué detalle! Acepto encantado tu sugerencia y, por supuesto, puedes ponerle el nombre que te apetezca.

-          ¿Qué te parece: La verdad conveniente. Ejemplo de un trucaje de película?

-          Me parece perfecto. Si algún día lo edito, tomaré prestado el título y, a cambio, te dedicaré la publicación.

-          ¡Ni se te ocurra!, exclamó entre aspavientos. A partir de ahora, yo no te conozco de nada y, si la necesidad me obliga, te negaré con más vehemencia que San Pedro a Cristo.

-          Mujer, no te preocupes. Si alguna vez me preguntan, les diré que a ti te encontré en la calle[33].

***

     Nunca he sentido la curiosidad de comprobar si Virginia cumplió su promesa de incluir mi relato en la biblioteca académica. De todas formas, yo sí cumpliré mi parte, ahora que publico, tan modestamente, aquel: Recojo su título y excuso la dedicatoria. Y, si algún malaje llegare en el futuro a preguntarme por Virginia, o por Susi, Genaro del Pozo o Armando Manzanero, daré siempre la misma contestación: A todos esos, me los encontré en la calle.

Estatuillas de los premios Goya

 



[1] Siglas para el Instituto de las Ciencias y de las Artes Audiovisuales, organismo autónomo dentro de la estructura del Ministerio de Cultura y Deporte. Tiene su sede en la llamada Casa de las 7 chimeneas, de Madrid.

[2] Recuerdo con este título a la revista homónima, fundada en 1965, y de la que solo llegaron a salir 6 números. Véase, Demetrio E. Brisset, Breve historia de las revistas de cine en España (dentro del contexto internacional), www.eprints.ucm.es.

[3] Siglas del Instituto de Crédito Oficial. Según normativa española, el máximo de subvención pública a conceder a una película ha oscilado últimamente (escribo en 2021) entre 1,4 y 1 millón de euros.

[4]  La citada editorial funcionó entre 1961 y 1982, aunque su publicación de libros quedó prácticamente agotada en 1977.

[5]  Maquinista Terrestre y Marítima, importante empresa metalúrgica de Barcelona, que funcionó entre 1855 y 1989, cuando fue absorbida por la multinacional Alstom.

[6]  El Comisariado político de las unidades del Ejército republicano se creó a mediados de octubre de 1936. Hasta entonces, sus equivalentes recibían la denominación de delegados políticos. Sobre el trasfondo de dicha creación y la nebulosa personalidad de su primer Comisario General, véase el siguiente artículo, demasiado favorable al aludido: Cristina Rodríguez Gutiérrez, Julio Álvarez del Vayo y Olloqui, ¿traidor o víctima?, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, tomo 16, 2004, pp. 291-308, en especial pp. 295-299 (de libre acceso por Internet).

[7] En realidad, Belchite no fue distinguida como villa hasta el 12 de octubre de 1939; título concedido, junto con la Laureada colectiva, por el general Franco, por su heroica resistencia a las tropas republicanas en el verano de 1937, quedando casi completamente destruida.

[8] Ciudad francesa en que a la sazón radicaba la dirección de la CNT y la Comisión de Defensa, creada dentro de ella para dirigir y supervisar sus grupos de acción en el interior de España.

[9] Eduardo Quintela Bóveda (1891-1968), jefe de la susodicha Brigada barcelonesa desde sus orígenes (hacia 1940), hasta la jubilación del comisario (1955).

[10] Sorprendentemente, allí permanecen todavía en el momento de escribir estas líneas (2021).

[11] No soy quién para juzgar la corrección de lo aducido por Susi, pero sí aportaré una mínima referencia informativa para lectores curiosos: James Matthews, Comisarios y capellanes en la Guerra Civil española, 1936-1939. Una mirada comparativa, Ayer, nº 94/2014 (2), pp. 175-199 (buen resumen de un hispanista irlandés especializado en el tema, accesible por Internet); Santiago Álvarez, Los comisarios políticos en el Ejército Popular de la República: Aportaciones a la historia de la Guerra Civil española (1936-1939), Ediciós do Castro, La Coruña, 1989 (el clásico en la materia, con todas las ventajas e inconvenientes de un enfoque autobiográfico); Alvah Cecil Bessie, Men in battle: A story of Americans in Spain, 1ª edición, Scribner’s Sons, 1939 (enfoque demasiado encomiástico, desde el punto de vista de las Brigadas Internacionales). Para el Comisariado General de Guerra, hay un mini resumen oficial: Ministerio de Cultura y Deporte del Gobierno de España, Comisariado General de Guerra, www.pares.mcu.es.

[12]  El general estadounidense George Armstrong Custer (1839-1876), tras un brillante desempeño en la Guerra de Secesión de su país (1861-1865), lo tuvo mucho peor en las guerras con los indios, siendo derrotado y muerto, junto a unos 250 de sus hombres, en la batalla de Little Big Horn (Montana, 25 de junio de 1876). Su esposa, Elizabeth Bacon Custer (1842-1933), pasó buena parte de su larguísima viudedad tratando de ensalzar la memoria de su difunto esposo, escribiendo para ello no menos de media docena de libros, cuatro de los cuales han sido objeto de una reciente versión conjunta en formato Kindle: Elizabeth B. Custer and General George A. Custer, General Custer Indian Fighter: My Life On The Plains, Tenting On The Plains, Following The Guidon, and Boots & Saddles, Maine Book Barn Publishing, 2013 (1.762 pp.).

[13] Se trata de la película más famosa sobre la vida del general Custer. Fue dirigida por Raoul Walsh en 1941.

[14] Quiere decir con más de treinta años y menos de cuarenta.

[15] Su nombre completo es el de Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España. Fue fundada en 1986.

[16] La comparación, aunque irónica, no es tan descabellada como podría imaginarse. De hecho, ha sido explicitada y explicada por el profesor James Matthews en su artículo citado antes, en la nota 11.

[17] Exactamente, Academy of Motion Picture Arts and Sciences, fundada en 1927, con sede en Beverly Hills (California, EE.UU.). El número actual (2021) de sus miembros es de no menos de ocho mil.

[18]  Se alude a la película de 1946, El sueño eterno (The big sleep), dirigida por Howard Hawks. El argumento procede, con numerosas modificaciones, de una novela homónima de Raymond Chandler, y el guion fue acreditado -nada menos- a William Faulkner, Leigh Brackett y Jules Furthman. Con libre acceso por internet, pueden repasarse: Notes on The Big Sleep, 30 years after, Sight & Sound, Winter 1974/75.

[19] Vicente Rojo Lluch (1894-1966), general del Ejército republicano, uno de los más destacados militares de este bando. Un nieto suyo ha escrito sobre él una notable biografía: José Andrés Rojo, Vicente Rojo: Retrato de un general republicano, Tusquets, Barcelona, 2006.

[20]  Siglas, respectivamente, de la Federación Anarquista Ibérica y del Partido Obrero de Unificación Marxista.

[21] Sebastián Pozas Perea (1876-1946), al frente de las tropas republicanas en la ofensiva de Zaragoza, de la que formó parte la toma de Belchite.

[22]  Marc Agut alude a los primeros momentos de la Ofensiva de Aragón, en la que el ejército de Franco, en poco más de un mes, conquistó la práctica totalidad del Aragón republicano, la provincia de Lérida hasta el Segre, la de Tarragona al sur del Ebro y el norte de la de Castellón, logrando alcanzar el Mediterráneo por Vinaroz y cortando así el territorio de la República en dos partes, aislando Cataluña del resto. Fue la acción más rápida y espectacular de los nacionales en toda la guerra civil.

[23]  En general, sobre estos temas y, en particular, la justicia expeditiva de los comandantes y comisarios políticos con los sospechosos, véase: James Matthews, Frentes porosos y lealtades fluidas: la movilidad de la tropa de leva entre los dos bandos durante la Guerra Civil Española, Ayer, nº 111, 2018 (3), pp. 53-77 (accesible por Internet).

[24] José Buenaventura Durruti Dumenge (1896-1936), leonés, famosísimo anarquista español, quien suele pasar por catalán, al haber residido en Barcelona desde 1920.

[25] Armando Manzanero Canché (1935-2020), famoso compositor y cantante mejicano. Es obvio que Susi se refería a él años antes de su fallecimiento.

[26] Aniceto Pardillo Manzanero, alias El Chaval, nacido hacia 1930 y fallecido en fecha que desconozco. Por lo demás, un esquema biográfico suyo puede encontrarse en diversas páginas web de libre acceso.

[27]  Véase antes, la nota 9.

[28]  Toda esta historia está bien esquematizada en: Ángel Herrerín López, La represión contra la CNT (1939-1949), Historia Contemporánea, nº 28 (2004), pp. 375-395 (de libre acceso por Internet).

[29]  Francisco Señer Martín (1906-1973), sindicalista y revolucionario catalán, con destacada actuación durante nuestra guerra civil, como comisario político, y también en la CNT de posguerra.

[30] De la excelente calidad del pan amasado con trigo candeal, el habla vulgar dio el nombre de candeal a la persona franca, leal y noble. Es casi seguro que en eso estaba pensando Ricard Cardenal cuando alteró el apellido, para formar su conocido apelativo.

[31] Esta es una verdad a medias, pues el Código Penal vigente, de 1995, ya no permite a dichas personas tomar iniciativas persecutorias en favor de los difuntos, aunque sí sostener las iniciadas por estos antes de fallecer (Ley de Enjuiciamiento Criminal vigente, de 1882). El abogado del cuento sí tenía razón en lo referente al ejercicio de acciones civiles, incluso de resarcimiento: véase artículo 4 de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo (BOE de 14 del mismo mes).

[32] Ingmar Bergman (1918-2007), gran director de cine sueco, que se hizo famoso en España a raíz de los sucesivos estrenos de sus películas, El séptimo sello (1957) y El manantial de la doncella (1960), en la Semana de Cine que yo he llamado “de Castellar”. Ese es el motivo de mi alusión a Bergman aquí, no el aparente de destacar la complejidad de muchas de sus obras.

[33]Porque madre no hay más que una / Y a ti te encontré en la calle, rezan los versos del poema “Menos faltarle a mi mare, del poeta y letrista, Rafael de León y Arias de Saavedra (1908-1982), cuya más famosa versión cantada es, probablemente, la de Pepe Pinto (José Torres Garzón, 1903-1969).

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