sábado, 21 de marzo de 2020

A VUELTAS CON LA GENÉTICA . ENTREGA NÚMERO 15: ALGO SOBRE COVID-19


A vueltas con la Genética. Entrega nº 15: Algo sobre COVID-19



Por Federico Bello Landrove





     El mundo de la Genética está en constante evolución. Esta serie de ensayos pretende ser una aproximación a algunos de los avances y descubrimientos científicos más recientes en la materia. Al propio tiempo, puede suponer una actualización del trabajo general presentado en este blog, bajo el título de Lamarck y Darwin se unen: Revisión general de la doctrina en materia de aleatoriedad de las mutaciones.







1.      Los Coronavirus, desde el punto de vista genético





     De modo general, el Coronavirus que está provocando la actual pandemia -declarada por la O.M.S., el 11 de marzo de 2020- es llamado SARS-CoV-2. Ello quiere decir tres cosas: 1ª. Que es capaz de generar la enfermedad denominada Síndrome Respiratorio Agudo Severo (de ahí sus siglas SARS, ordenadas al modo inglés), como su consecuencia grave más frecuente. 2ª. Que es un virus perteneciente a la familia de los Coronavíridos, de donde la abreviatura CoV. 3ª. Que ha provocado el segundo brote epidémico de SARS, después del producido por otro pariente suyo en el año 2003[1]: por eso, el dígito 2, con que finaliza su denominación abreviada.

     Las principales características bioquímicas y genéticas de este coronavirus (en lo sucesivo, CoV-2) están ya descritas en la literatura científica, siendo bastantes de ellas poco relevantes para el conocimiento vulgar: Es un arrenovirus, es decir, que su material genético está formado por ARN (ácido ribonucleico). Dicho material genético se estructura en una sola cadena (es un virus monocatenario). Tiene polaridad negativa -es decir, es un virus ARN (-)-, con envoltura o capa exterior y nucleocápside de estructura helicoidal. Su genoma alcanza unos 30.000 pares de bases, calculándose que posee 15 genes.

     De todas estas notas características, tal vez los aspectos más notorios son los que hacen referencia a su material genético: el ARN; al hecho de que el virus no tome el material genético para replicarse del citoplasma de la célula parasitada, sino de su núcleo; y la circunstancia de ser uno de los virus más grandes entre los ahora conocidos. De hecho, los Coronavirus oscilan entre 26.000 y 32.000 pares de bases. De todos modos, no saquemos conclusiones exageradas sobre el dato del tamaño genético de los virus que, desde el punto de vista de sus dimensiones físicas, se hallan en el rango de los nanómetros -es decir, de la millonésima parte de un milímetro-[2]; ni imaginemos que sus casi treinta mil pares de bases son comparables con las de un genoma -como el humano- que tiene unos tres mil millones (aproximadamente, pues, unas cien mil veces más), con alrededor de 30.000 genes codificadores para proteínas.

     Los análisis completos de varios genomas de CoV-2 extraídos del material celular de pacientes humanos infectados, han permitido obtener otros datos y detalles, que pueden resultar de gran interés para algunas cuestiones que más tarde suscitaré[3]. Entre tales datos, se encuentran los siguientes:

·         De los 29.811 nucleótidos del genoma del CoV-2, el 29,86% son adeninas; el 18,39%, citosinas; el 19,63%, guaninas, y el 32,12%, timinas -recte, uracilo-.

·         Los diversos análisis genéticos de especímenes del CoV-2 presentan ya ciertas variaciones genéticas (mutaciones), pero siempre sobre la base de cuatro proteínas estructurales (S, M, E y NP) y una hemaglutinina esterasa (HE)[4]. Como en el caso del SARS-CoV del año 2003, el virus CoV-2 usa como receptor la enzima ACE2[5].

·         Los genomas primeramente analizados, tanto en China, como en Corea del Sur, revelan una identidad genética entre los CoV-2 superior al 99,99%, lo que no parece ofrecer dudas sobre un único origen de la pandemia. Como sucede con todos los virus, este empieza ya a presentar una alta tasa de mutación, habiéndose detectado hasta cinco zonas principales en su genoma proclives a una mayor variabilidad[6].

·         La comparación del genoma del CoV-2 con otros Coronavirus que, en su día, ocasionaron epidemias con propagación a humanos, arroja grandes diferencias de homología. Así, con el predecesor del actual, el SARS-Cov del año 2003, la homología es solo del 77,5%. Aunque la distancia cronológica es menor, el parecido entre CoV-2 y el virus MERS-CoV, que provocó epidemia en 2012, el parecido homológico es tan solo del 50%[7].

·         Dentro de un episodio de relativo baile de cifras, que precisaremos en el capítulo siguiente, se ha encontrado una similitud genética del CoV-2 humano y los CoV de otras especies, del orden del 90% en el pangolín malayo y del rango del 96% en ciertos murciélagos (rinolofos)[8]. Las disparidades entre los diferentes estudios comparativos, así como la necesidad de tener en cuenta otros aspectos -como el parecido entre proteínas- aconseja no sacar todavía conclusiones definitivas, acerca del tema clave de la procedencia zoonótica concreta de la pandemia que se ha originado en humanos.





2.      ¿Desde qué animal, o animales, nos ha pasado el SARS-CoV-2?



     No se trata de una mera curiosidad: Conocer el origen de esta zoonosis puede ser decisivo, no solo para prevenir futuros contagios, incluso epidémicos, sino para encontrar vacunas u otros remedios para combatir la propagación o la virulencia del patógeno. Por ello, voy a esquematizar -con la ayuda adicional de ciertos precedentes- algunas de las tesis a este respecto. Innecesario es reconocer que las afirmaciones son totalmente provisionales -y bastante especulativas-, como suele suceder con todas las enfermedades nuevas.

     Para empezar, algunas consideraciones de tipo general, que pueden ayudar a entender las atribuciones de culpa a algunas especies, géneros o familias, como posibles huéspedes del CoV-2, antes de transmitirlo a humanos. Y la primera de ellas puede referirse a las dos precedentes epidemias en humanos a cargo de Coronavirus, en el siglo XXI: la de SARS-CoV (2003), que afectó de preferencia al Extremo Oriente, y la de MERS-CoV (2012)[9], que se inició en Arabia Saudita; una y otra intensamente letales, pero con pocos casos de afectación a humanos[10]. Los animales que, respectivamente, han sido considerados los huéspedes del Coronavirus antes que el hombre fueron la civeta de las palmeras (Paradoxurus hermaphroditus) y el dromedario (Camelus dromedarius). Como se sabe, la civeta es un pequeño mamífero que, aunque desaconsejado, se come en diversos países orientales -China entre ellos-[11], en tanto que el dromedario tiene una íntima, variada y conocida relación -incluso comestible; en especial, su leche- con los pueblos del desierto medio-oriental y del Sahara.

     Es probable o seguro que civetas y dromedarios fuesen los últimos huéspedes de los Coronavirus de 2003 y 2012, antes de que pasaran a infectar a unos miles de humanos. Con todo, la mayoría de los investigadores, para precisar el estadio anterior de parasitación, vuelven los ojos a los murciélagos, lo que no es mucho precisar, habida cuenta de que comprenden unas 1.100 especies, distribuidas por todo el mundo, salvo en la Antártida. De todos modos, no es una atribución para salir del paso. Hay muchas razones genéticas, biológicas y sociales para sospechar de los quirópteros[12], muchas de cuyas especies son consumidas como alimento en países, como China, sin los oportunos controles sanitarios[13], aparte de los obvios contactos interespecíficos, a través de las heces y de los hábitos vampíricos y mordeduras de estos mamíferos voladores.

     Dejemos ya el pasado de las epidemias generadas por otros Coronavirus y atengámonos a los datos e impresiones de la que ahora tenemos convertida en pandemia: la de la COVID-19. La cuestión del origen zoonótico nos ha puesto inicialmente en contacto científico con un fascinante y original mamífero, de tamaño mediano a grande, con la exclusiva particularidad de tener el cuerpo cubierto de escamas córneas y cuyo hábito alimenticio es esencialmente mirmecófago. La supuesta identificación del culpable, el pangolín chino (Manis pentadactyla)[14], contaba con varios argumentos de peso: Para empezar, en los primeros análisis comparativos de los Coronavirus -muy abundantes- del pangolín y los humanos infectados por CoV2, dijeron hallarse coincidencias genéticas muy por encima del 90%. En segundo lugar, pese a tratarse de especie en grave peligro de extinción, estaban vivos y a la venta en mercados de la ciudad de Wuhan (núcleo original de la pandemia), donde coexistían con decenas y decenas de otros animales salvajes, con poco o ningún control sanitario. En tercer lugar, aparte del atractivo de sus escamas, la carne de pangolín es muy estimada en la cocina china. Finalmente, un argumento negativo, pero poderoso: los sospechosos habituales, es decir, los murciélagos, se hallaban a la sazón hibernando (hacia noviembre de 2019), por lo que eran pocos o ninguno los que entonces estaban a la venta.

     Sin embargo, la identificación del pangolín como el transmisor del CoV-2 a humanos parece haberse venido abajo, desde el momento en que los primeros análisis genéticos han quedado contradichos -al parecer, definitivamente- por otros muchos y mejor hechos posteriores, en los que -como ya dije en el capítulo anterior- no se han hallado coincidencias entre los Coronavirus de pangolín y humanos superiores al 90%[15], lo que se juzga insuficiente para entender a los segundos directamente derivados de los primeros. Claro que las comparaciones con Coronavirus de murciélagos del género Rinolophus no han superado la barrera del 96% de coincidencias, lo que puede llevarnos a sospechar que haya habido otro huésped del Coronavirus, intermedio entre murciélagos y humanos, cuya especie, por ahora, no seamos capaces de identificar. Entiendo que, hasta el momento, la sospecha no se ha concretado en los dos grupos de animales que, en otras ocasiones, han hecho de reservorio de virus con que obsequiarnos en cuanto nos descuidásemos: las aves y los cerdos. Sobre ello habré de volver en el capítulo 3 del presente ensayo.

     En cualquier caso, sea la que fuere la secuencia de huéspedes hasta llegar al hombre, el CoV2 constituye el primer caso conocido de éxito apabullante de los virus de esa familia, a la hora, no solo de pasar de otra especie a humanos, sino de transmitirse con enorme facilidad de unas personas a otras. Reflexionar sobre ello será uno de los objetos del capítulo 4, y último, de este trabajo.





3.      El precedente de referencia: las epidemias de gripe o influenza tipo A



     Aunque el parecido genético nos llevaría a comparar la actual pandemia del CoV-2 con los episodios epidémicos SARS-CoV de 2003 y MERS-CoV de 2012, hay un dato esencial que lo impide: Esas anteriores epidemias por Coronavirus apenas tuvieron transmisión a humanos y, menos aún, ocasionaron contagios de persona a persona. Así pues, sanitarios e historiadores de la Medicina han tenido que acudir a otras infecciones víricas que les sirvieran de paradigma. El ejemplo elegido -obvio, por otra parte- ha sido el de la llamada gripe o influenza tipo A (en lo sucesivo, IAV). Es cierto que el virus gripal pertenece a una familia diferente del CoV-2, pues se trata de un Orthomyxovírido, en la que integra uno de sus géneros[16]. Con todo, comparte con los Coronavirus algunos caracteres, como el de ser un ARNvirus monocatenario, cuya replicación tiene lugar en el núcleo de la célula parasitada. Por el contrario, presenta polaridad positiva y tiene un total de 13.588 pares de bases, es decir, menos de la mitad que el CoV-2. En cualquier caso, entiendo que lo que ha llevado a considerar las epidemias de gripe A como un precedente a considerar para la de CoV-2 son dos razones, muy alejadas en sí mismas de los motivos genéticos o bioquímicos:

     1ª. La general aceptación de que el IAV no es un virus inicialmente de la especie humana, sino que pasó a esta tras parasitar a diversos huéspedes de otras especies, el último de los cuales -según epidemias, u opiniones especializadas- fueron aves o cerdos. De todas maneras, suele considerarse que el reservorio del IAV en mamíferos se encuentra en los murciélagos.

     2ª. El hecho de que el IAV, una vez introducido en huéspedes humanos, se contagió con tal éxito y rapidez entre ellos, que originó verdaderas pandemias, que en nada tuvieron que envidiar en ocasiones la extensión y letalidad que, hasta ahora, está teniendo la de CoV-2.

     Quizás, a estas dos razones, podríamos añadir otra, de estricto carácter clínico: la de que el IAV, como el CoV-2, afecta muy especialmente al aparato respiratorio, siendo la neumonía bilateral la complicación más peligrosa.

     Hechas las precedentes consideraciones, procuraré resumir un artículo científico bastante detallado[17], completándolo en algunos casos con datos aportados en otros trabajos. Dicho artículo tiene un alto valor premonitorio, pues fue publicado en junio de 2019, apenas medio año antes de que aparecieran descritos en China los primeros casos de COVID-2019.



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     En los años que llevamos del siglo XXI, cientos de humanos se han infectado con virus de la gripe o influenza A (IAV), procedentes de aves y cerdos, principalmente. Es hora de analizar los factores que permiten a dichos virus superar la barrera entre las especies. Los IAV son especialmente indicados como modelo, pues hay cientos de especies afectadas por ellos, sobre todo aves[18], pero también cerdos, caballos, perros, gatos y murciélagos. Sus técnicas de ataque a las células del huésped son las habituales, de emplear hemaglutininas[19] (de las que se conoce, hasta ahora, un total de 18) y neuraminidasas (identificadas once), con mecanismos variados en sus detalles, lo que determina los distintos tipos de gripe A. De ellos, al menos tres han afectado a humanos: los llamados H1, H2 y H3. En todo caso, se trata de ARNvirus de cadena sencilla con ocho segmentos y polaridad positiva. Los IAV son capaces de adquirir, perder o intercambiar algunos de los segmentos, originando entonces un vuelco en los sistemas de defensa natural y médica contra los virus, ya descubiertos.

     Para llevar a cabo sus mutaciones segmentarias, los IAV -como los CoV-2, por supuesto- tienen preferencia por ciertas partes de la anatomía de sus huéspedes (el tracto gastrointestinal de las aves), que, en el caso, de humanos, es el aparato respiratorio. Ello responde a las facilidades que les dé la abundancia de su receptor, el ácido siálico. También son diversas las proteínas que cada especie parasitada emplea para ligar o inhibir las de la polimerasa de los virus. Pero, de todas maneras, cada vez hay más ejemplos de éxito viral en infectar a humanos, pasando a estos desde otras especies en las que son endémicos, como las aves; así ha sucedido recientemente con los virus H5N1, H7N7, H5N6 y H7N9. Y lo mismo que pasa con los humanos, determinados virus de gripe A están afectando a especies muy ligadas a las personas, como cerdos, équidos y perros, con efectos severos y hasta mortales.

     La transmisión de virus entre distintas especies puede llegar a ser pandémica en humanos, cuando los patógenos se transmiten por vía aérea y logran una rapidez de contagio muy considerable. Y, si el virus es novedoso -como, ahora, el CoV-2-, la falta de medios para combatirlo lo hace especialmente temible, incluso para el futuro de otros virus más conocidos y benignos, que se ven desplazados por la nueva cepa. Ese parece haber sido el caso de las pandemias de gripe A de los años -de inicio- 1918, 1957, 1968 y 2009, aunque de las primeras no haya estudios genéticos satisfactorios[20]. En todo caso, la opinión general es la de que los nuevos virus pasaron al hombre desde aves o cerdos, pudiendo incluso mezclarse los virus propios de dos especies en un tercer animal, antes de pasar al hombre. Esas hipótesis para las pandemias anteriores a la Era Genética, se vuelven certezas en las últimas epidemias de gripe A: la procedencia fue aviar; y, aunque los efectos del contagio eran habitualmente graves o muy graves, los virus no tuvieron habilidad para infectar de persona a persona, salvo casos esporádicos[21]. Parece, pues, que el que los virus de gripe A alcancen un fenotipo con importante transmisibilidad entre humanos, parece estar ligado a que puedan mutar en especies de similitud bioquímica con aquellos. El problema estriba en que dicha similitud es a veces bastante sofisticada y difícil de encontrar, como, por ejemplo, la que se ha hallado en el paladar blando de humanos, hurones y cerdos.

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     Volviendo, por un momento, la vista atrás[22], parece inevitable recordar dos pandemias gripales del siglo XX, que supusieron cifras de contagios y de defunciones que parece difícil pueda alcanzar el CoV-2, aunque mejor será no hacer presagios de buena voluntad. Los dos sucesivos brotes de la gripe A de 1918 (IAV, virus H1N1), llamada en los Estados Unidos y en otros países gripe española, se desconoce a cuántas personas infectaron -se especula con un 40% de la población mundial-, pero sí se sabe que las defunciones que provocaron fueron del rango de la decena de millón -entre 20 y 40 millones de personas-. Era una época en que no se disponía de ninguna vacuna para esa enfermedad y en que la incipiente Genética no permitía asegurar las especies vectoras del virus antes de pasar a los humanos (¿aves, cerdos?), pero se da por seguro que hubo una previa mutación recombinante que hizo al patógeno mucho más transmisible y peligroso que los de las gripes precedentes.

     En cuanto a la llamada -con más propiedad que la anterior- gripe asiática de 1957-58 (IAV, virus H2N2), sus dos brotes sucesivos causaron en todo el mundo 1.100.000 fallecidos, de los que en España hubo unos diez mil, de entre los cuatro millones de personas que en nuestro país la contrajeron. El huésped en que se produjo la letal mutación viral fueron patos silvestres del sureste de China. Las vacunas preexistentes fueron ineficaces y para cuando se prepararon y distribuyeron las adecuadas, la pandemia había pasado: Se dice que 34.000.000 de dosis quedaron como efímero recuerdo de un remedio que llegó demasiado tarde.

     Ahora que hemos llegado al final del capítulo, estoy seguro de que huelgan las explicaciones que di al principio, sobre por qué el CoV-2 ha traído a la memoria de los historiadores y al interés de los facultativos las principales pandemias producidas por los virus de la gripe A.





4.      Recapitulando: El mito de la barrera interespecífica y el futuro



     Partamos de tres aseveraciones que los científicos formularon sucesivamente, mientras -como podríamos decir- se iban batiendo en retirada, pienso que con el beneplácito de políticos y de empresarios. Todas tres constituyen verdades a medias, cuyas excepciones se han mostrado cada vez más abundantes y peligrosas[23]. Lo curioso es que, al menos, las dos primeras ya eran conocidamente inexactas desde hace más de un siglo. Pero recogeré ya, sin más dilación, esas tres verdades, que han resultado ser falacias:

     1ª.  Cada patógeno tiene su propia especificidad, es decir, la especie a la que parasita. La adaptación a la misma impide que pase a tomar como huéspedes a especímenes de otras especies. Se trata de la versión estricta de la llamada barrera interespecífica de los parásitos, sean estos virus, bacterias, protozoos, hongos, etc.

     2ª. Una vez se supo -repito que hace más de un siglo- que había parásitos que, en uno u otro momento, o por una u otra razón, proyectaban su acción sobre varias -o muchas- especies, se acuñó la teoría de la parasitación de especies afines. Esta tesis tiene una cara positiva de verdad, casi de Perogrullo: la de que el salto del parásito de una especie a otra es tanto más hacedero, cuanto más parecido genético y bioquímico haya entre sus huéspedes[24]. Pero su cara negativa ha resultado ser falsa: El hecho de que las especies parasitadas sean genéticamente muy alejadas no constituye ninguna garantía de que sus parásitos no sean los mismos. Ya hemos visto en capítulos anteriores la lejanía evolutiva entre los humanos y las especies presuntamente responsables de preparar y pasar a nuestra especie la carga vírica letal.

     3ª. Finalmente -por ahora-, fracasadas las dos verdades o falsas seguridades anteriores, la Ciencia se apoyó -con preocupación y vacilaciones, es cierto- en una tercera línea argumental. Cuando el parásito era capaz de pasar de otros huéspedes a humanos, gracias a relaciones sociales más o menos intensas entre unos y otros[25], al menos no se contagiaba de humano a humano. Y así han estado, más o menos, las cosas durante dos décadas, hasta que la llegado el CoV-2 y la pandemia de COVID-2019 les ha estallado a los científicos -y a los que no lo son- en la cara.

     En resumen, la excesiva e insana convivencia -principalmente, alimenticia- entre humanos y otras especies[26], unida a la extraordinaria plasticidad de los patógenos[27] -en particular, los virus y las bacterias-, ha provocado la tormenta perfecta de SARS-CoV-2, con la certeza estadística de que no será la última, de no ponerse los medios preventivos socio-económicos para tratar de evitarlo. Y digo socio-económicos, en general, porque los estrictamente médicos serán masivamente burlados por la capacidad de cambio de los parásitos, haciendo que lleguen tarde -aunque lleguen- las vacunas, único método conocido hasta ahora para que las epidemias tengan un suficiente control de gravedad y difusión[28].

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     No puedo por menos de continuar este capítulo con la detallada referencia a un artículo publicado en el año 2004 -a raíz de la aparición letal del Coronavirus de SARS-Cov del año 2003-[29], que era todo un vigoroso toque de atención, incluso con un título llamativo, aunque discutible: La superación de la barrera interespecífica no es un gran salto para la Humanidad, sino para la República de los Virus. Pero pasaré a resumir el artículo, que dejo citado en la nota 29.

     Solo hay un paso entre la superación de la barrera interespecífica y la pandemia -tal vez, terrible-: Que los virus cualesquiera -en este caso los Coronavirus- logren un contagio masivo de humano a humano, como ya lo han logrado los de la gripe A. Y los autores que cito ya creían en 2004 que podíamos estar en el camino de ello, a juzgar por los constantes contagios humanos con los virus de la gripe aviar, con la viruela de los monos y por el SARS (síndrome respiratorio agudo severo). De hecho, se conocen muchas infecciones comunes a humanos y otras especies -habitualmente, animales-, que hacen de huéspedes, antes de transmitírselas a aquellas personas con las que están en contacto más o menos íntimo. Así ha sucedido con la gripe A, transmitida por contacto directo con el ave infectada. Pero el grave problema surge cuando unos humanos infectan a otros, cosa que ya ha empezado -escribían los autores, Klempner y Shapiro- con el SARS-CoV, sobre todo, en China, donde se calculó que había un 70% de manipuladores de pollos con anticuerpos contra dicho virus.

     En concreto, es en el SARS donde habían empezado -cuando menos, desde 2003- a darse contagios relativamente frecuentes de persona a persona, entre convivientes, sanitarios e, incluso, viajeros del mismo avión. Si esto acontece con virus procedentes de animales que estén por todas partes (gallinas, perros, gatos…), el riesgo de propagación puede llegar a ser tan grande, como en el caso de la gripe A de 1918. ¿Cómo sería ello posible? Pues, a juzgar por los precedentes, mediante un intercambio o recombinación genética en los virus, actuando bajo presión selectiva y con la intermediación de otras especies huéspedes, sobre todo, mamíferos. Así se cree, o se está seguro, que aconteció con las pandemias gripales de 1918, 1957 o 1968. Por eso -concluían- es urgente establecer reglas rígidas de salud animal y apoyar los estudios de investigación, para desarrollar antivirales y vacunas. Los pequeños pasos de los virus de SARS-CoV deben ser la señal de alarma: El gran salto puede llegar, si siguen rebasando la barrera interespecífica.

     Pues bien, con el SARS-CoV-2, no cabe duda de que El gran salto vírico ya lo tenemos aquí.


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     Permítanme, para concluir -y aunque pueda ser considerado políticamente incorrecto-, que insista en la idea apocalíptica de que los animales masivos de compañía -principalmente los perros[30]- se puedan convertir en transmisores de enfermedades de gravedad y extensión similares a SARS-CoV-2. La cosa no es, ni mucho menos, impensable: Muchísimos perros no reciben los cuidados sanitarios precisos y su convivencia con humanos -desgraciadamente, no solo con sus dueños- es íntima y constante, en especial, en las ciudades. Uno de los mayores especialistas en el tema, el profesor coreano Daesub Song, tras estudiar el tema durante una década, ha concluido que el virus de la gripe canina (CIV) tiene grandes afinidades con el de la llamada gripe porcina (H1N1/2009), cabiendo amplias posibilidades de recombinación entre ellos para generar el virus vector de una nueva pandemia. La O.M.S. y la Unión Europea se han apresurado a integrar a los canes en sus programas sanitarios One Health y Estrategia Global contra la Gripe 2019-2030, pero todos sabemos bien que las regulaciones al respecto son un auténtico coladero -al menos, en España-. En fin, la voz de alarma, al menos por mi parte, está dada[31].

     Y, en lo concerniente al propio CoV-2, se conoce -según fuentes solventes- la existencia, por lo menos, de un caso de perro contagiado en Hong-Kong de SARS-CoV-2 que, tras pasar la oportuna cuarentena, acabó falleciendo hacia los dos meses de haber contraído la enfermedad[32]. Sin embargo, la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria entiende, hasta ahora, que no hay ninguna prueba de contagio de SARS-CoV-2 a perros y gatos[33].

    












[1] Suele darse el año 2003 como el de esa epidemia pero parece ser que los primeros casos se produjeron todavía en 2002.
[2][2] Con todo, el tamaño del virus sí tiene que ver con los mecanismos físicos de filtrado en mascarillas, o con la mayor o menor facilidad de dispersarse por el aire. Parece ser esta razón de tamaño la que está detrás -afortunadamente- de que las gotitas de fluido corporal con que se proyecta el virus SARS-CoV-2 al exterior han de ser relativamente grandes, tanto, como para precipitar al suelo a no más de una cierta distancia, que suele fijarse alrededor de los dos metros.
[3] Véanse: Ranjit Sah, Alfonso J. Rodriguez-Morales, Runa Jha, Daniel K. W. Chu, Haogao Gu, Malik Peiris, Anup Bastola, Bibek Kumar Lal, Hemant Chanda Ojha, Ali A. Rabaan, Lysien I. Zambrano, Anthony Costello, Kouichi Morita, Basu Dev Pandey, Leo L. M. Poon, Complete genome sequencing of a novel Coronavirus (SARS-CoV-2) strain isolated in Nepal, American Society of Microbiology (Microbiology Resource Announcements), Simon Roux, Editor, DOI: 10.1128/MRA.00169-20. Jeong-Min Kim, Yoon-Seok Chung, Hye Jun Jo, Nam-Joo Lee, Mi Seon Kim, Sang Hee Woo, Sehee Park, Jee Woong Kim, Heui Man Kim and Myung-Guk Han, Identification of Coronavirus isolated from a patient of Korea with COVID-19, Osong Public Health Res Perspect. 2020 Feb; 11(1): 3-7.
[4] Significado de los acrónimos anteriores: S, espícula glicoproteica; M, proteína de membrana; E, pequeña proteína de membrana; NP, nucleoproteína; HE, hemaglutinina esterasa.
[5] ACE2, siglas de la enzima conversiva de la angiotensina 2. Regula la presión sanguínea, pues es vasoconstrictora, y estimula la secreción de la hormona aldosterona en las cápsulas suprarrenales. Véase Guo YR, Cao QD, Hong ZS, TAN YY, Chen SD, Jin HG, Tan KS, Wang DY, Yan Y, The origin, transmission and clinical therapies on coronavirus disease 2019 (COVID-2019) outbreak -an update of the status-, Military Medical Research, volume 7, article number: 11(2020).
[6] Véase Andre Te, Genome squencing analisis with K-means & PCA, Machine Learning for Biology: How will COVID-19 mutate next? (2020). Esto contradice a un artículo de divulgación de Nuño Domínguez, en el diario El País de 20 de marzo de 2020 (versión digital), donde puede leerse: “Cada vez que una partícula viral invade una de nuestras células el patógeno empieza a hacer decenas de miles de copias de sí mismo. Este es un proceso imperfecto y en ocasiones se producen errores de copia. La mayoría de ellos no tendrán ningún efecto, pero hay algunos que sí pueden darle una ventaja. El proceso de evolución natural favorece las mutaciones que hacen al virus más contagioso y menos letal. Por desgracia los coronavirus mutan muy poco, pues codifican una proteína que actúa como un revisor de textos y corrige los errores. Los coronavirus acumulan 10 veces menos errores que otros virus de su familia y por tanto son mucho menos cambiantes, para bien o para mal.” En el mismo sentido, para los Coronavirus y los ARNvirus de cadena larga en general, véase Ellis L. Ryan, Robert Hollingworth and Roger J. Grant, Activation of the DNA damage response by RNA viruses, Biomolecules, 2016 Mar; 6(1): 2.
[7] Véase Tao Zhang, Qunfu Wu, Zhigang Zhang, Probable pangolin origin of SARS-CoV-2 associated with the COVID-19 outbreak, Cell Press, DOI: 10.1016/j.cub. 2020.03.022.
[8] Véase Jeong-Min Kim et al, artículo citado en segundo lugar en la nota 4, supra.
[9] Las siglas MERS responden a las correspondientes en inglés a Síndrome Respiratorio de Oriente Medio.
[10] El SARS-CoV afectó a unas 8.000 personas en 26 países, con una tasa de letalidad del 10%. El MERS-CoV infectó a unos 2.500 humanos de 27 Estados, con una tasa de mortalidad del 35% (datos de la O.M.S. recogidos por la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria).
[11] Eso, sin perjuicio de aludir al hecho de que uno de los más caros y apreciados cafés del mundo se produce a base de pasar sus semillas por el tracto digestivo de las civetas y ser expulsado con sus heces.
[12] No puedo descender a ellas en este ensayo. Me remito a un extenso, fascinante y discutido artículo, cuya oportunidad de publicación ha sido casi mágica: Cara E. Brook, Mike Boots, Kartik Chandran, Andrew P. Dobson, Christian Drosten, Andrea l. Graham, Bryan T. Grenfell, Marcel A. Müller, Melinda Ng, Lin-Fa Wang, Anieke van Leeuwen, Accelerated viral dynamics in bat cell lines, with implications for zoonotic emergence, eLife, Research Article, Feb 3, 2020, DOI: 10.7554/eLife 48401.
[13] Creo que, especialmente, en sopa.
[14] También se ha aludido en ciertos artículos al pangolín malayo (Manis javanica).
[15] En concreto, entre el 80,24 y el 88,93%: Véase Tao Zhang et al, trabajo citado en la nota 6.
[16] Los otros cuatro géneros de la familia son los de las influenzas B y C, Isavirus y Thogotovirus.
[17] Kanta Subarao, The critical interspecies transmission barrier at the animal-human interface, Trop Med Infect Dis, 2019 Jun; 4(2): 72.
[18] Aunque el mayor peligro para los humanos puede estar en las gallináceas, por razones alimenticias, parece que la mayor afectación vírica corresponde a las llamadas aves acuáticas y de ribera.
[19] Hemaglutinina (HA) es un antígeno glicoproteico; neuraminidasa (NA) es una enzima de cadena polipeptídica. Una y otra colaboran para destruir las membranas que impiden al virus entrar en la célula parasitada y, posteriormente, para facilitar la salida de los viriones replicados en la citada célula.
[20] Este ensayo tiene una extensión moderada. Para quienes tengan mayor interés por los aspectos históricos, les remito a un trabajo breve (20 páginas) en español, de libre acceso por Internet: Seila Gilarranz Luengo, Virus de la gripe: variación genética y patogénesis, Trabajo de Fin de Grado, Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2017 (última modificación, 2019).
[21] La mayoría, previa convivencia con los infectados. Excepcionalmente, se reportaron casos de contagio entre personas que habían viajado en un mismo avión.
[22] Véase Santiago Grisolía (Director), La gripe aviar: un reto de salud pública, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2006, espec. pp. 115 y siguientes, a cargo de José María Martín y Lydia Gorgojo.
[23] Véase Kanta Subarao, artículo citado supra, en nota 17
[24] En las últimas décadas, a partir de los estudios epidemiológicos de ciertas endemias africanas, en particular, el SIDA (virus VIH), los monos -en particular, el chimpancé- se convirtieron en los sospechosos habituales de las enfermedades contagiosas nuevas, que nos venían de África. Como no soy genetista diplomado, ya no me atrevo a estas alturas a sostener la certeza o falsedad de tales atribuciones a nuestro mayor afín genético, el Pan troglodytes.
[25] Por poner un ejemplo, cuando a raíz de la epidemia de SARS-CoV, se hicieron en China pruebas de detección de los anticuerpos contra dicha enfermedad, se constató que el 70% de los manipuladores de pollos analizados tenían tales anticuerpos. Ignoro hasta qué punto la constante convivencia entre los humanos y las gallinas pudo proporcionar inmunidad -al menos, relativa- a aquellos, frente al SARS-CoV.
[26] Mis palabras van en la línea de la política sanitaria de la O.M.S. y otras Organizaciones, en el sentido de que la salud es única, debiendo comprender la del hombre, los animales y el medio ambiente, en general. Espectáculos, como el de los mercados de animales vivos de Wuhan, debieran llenar de vergüenza y de culpa a los responsables de los mismos -por acción u omisión-, quienes ahora parecen querer coger la cresta de la ola, arrogándose méritos en el tratamiento de la epidemia de COVID-2019, que son fruto de la disciplina del pueblo y de la excelencia de los sanitarios.
[27] A título de ejemplo, por su brevedad y ser muy reciente, véase Henrik H. de Fine Licht, Does pathogen plasticity facilitates host shift?, PLOS Pat 14(5), May 3, 2018: e 1006961.
[28] Véase Guo YR et al, artículo citado en nota 5. Muy recomendable el libro colectivo de Karen L. Mossman (Editor), Viruses and Interferon: Current Research, Caister Academic Press, Hamilton (Ontario, Canada), May 2011, en particular, capítulo 4 (Antiviral function of interferons), a cargo de Marisela Rodríguez, Jessica A. Campbell y Deborah J. Lenschow, y capítulo 8 (Influenza virus and interferons), del que son autores Gijs A. Versteeg y Adolfo García-Sastre.
[29] Me refiero a Mark S. Klempner & Daniel S. Shapiro, Crossing the species barrier -One small step to man, one giant leap to Mankind, N.Eng.J.Med, 2004 Mar 18; 350 (12).
[30] Aunque se confiesa con frescura que no tenemos idea precisa de la cantidad de perros que pululan por España, los legales rebasaban en 2019 la cifra de seis millones, que supone el 10% del total de los censados en la Unión Europea -recuérdese que, a la sazón, la U.E. incluía al Reino Unido-.
[31]  Sobre todo este tema, hay numerosas campañas de divulgación. Véase Microbiology Society, Could dogs be the source of a new flu?, Mar 28, 2019.
[32] Expertos de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Hong Kong, el Centro de Medicina Veterinaria y Ciencias Naturales de la Universidad de la Ciudad de Hong Kong y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), estuvieron de acuerdo de forma unánime en que el perro tenía un bajo nivel de infección y que eso “probablemente se debía a un caso de transmisión de humano a animal”. El perro que había dado positivo al coronavirus en Hong Kong murió el lunes, de acuerdo con reportes de varios medios locales que citan al Departamento nacional de Agricultura, Pesca y Conservación. Tenía, según su dueño, la avanzada edad de 17 años (Noticias de agencia, día 5 de marzo de 2020). Por su parte, las Autoridades sanitarias belgas de la zona de Lieja anuncian sin duda el contagio de un gato por su dueño. ¿Qué podría impedir que los contagios fuesen a la inversa?
[33] Indicaciones clínicas recogidas en folleto actualizado hasta el 20 de marzo de 2020.

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