lunes, 2 de marzo de 2020

A VUELTAS CON LA GENÉTICA. ENTREGA NÚMERO 14


A vueltas con la Genética. Entrega nº 14



Por Federico Bello Landrove





     El mundo de la Genética está en constante evolución. Esta serie de ensayos pretende ser una aproximación a algunos de los avances y descubrimientos científicos más recientes en la materia. Al propio tiempo, puede suponer una actualización del trabajo general presentado en este blog, bajo el título de Lamarck y Darwin se unen: Revisión general de la doctrina en materia de aleatoriedad de las mutaciones.









1.      Disfunciones graves del cromosoma Y y cáncer



     Partamos de tres afirmaciones, que confluyen en el estudio que vamos a analizar a nivel de divulgación: 1ª. Como es sabido, el cromosoma Y es el que marca la diferencia del sexo masculino y el femenino en humanos. 2ª. En conjunto, la frecuencia y la gravedad de los cánceres es claramente mayor en hombres que en mujeres. 3ª. El cromosoma Y tiene un muy reducido número de genes y un tamaño mucho menor que el resto de los cromosomas (ya se trate del cromosoma sexual X, ya de los autosomas). Las dos primeras afirmaciones podían hacer suponer que el cromosoma Y tuviera algo que ver en el peor pronóstico de los varones ante el cáncer. En cambio, la tercera parecía excluir que ese mínimo cromosoma Y tuviera la suficiente relevancia genética, como para poder estar en el origen de los fenómenos cancerosos en humanos del sexo masculino. Pues bien, el trabajo que comentamos ha probado lo contrario: Como se recoge en el título con que el mismo ha sido publicado, hay una relación directa entre la sub-regulación extrema del cromosoma Y, y el riesgo de sufrir cáncer en los varones.

     El trabajo -en el que han tenido parte relevante científicos españoles que trabajan en la barcelonesa Universidad Pompeu Fabra- ha dado lugar a un extenso artículo publicado en la revista del Journal of the National Cancer Institute de la Universidad de Oxford[1], y es el resultado de investigaciones sobre unos 9.000 hombres, afectados de 25 tipos diversos de cáncer, que padecían, bien la pérdida absoluta del cromosoma Y (en lo sucesivo aludida como LOY, por sus siglas inglesas), o bien una disminución radical del funcionamiento de algunos de sus genes (en lo sucesivo, EDY, por las iniciales en inglés). Voy a exponer el estudio en dos partes, destinadas a lectores con distinto nivel de interés y conocimientos: En la primera, me atendré al resumen o conclusiones generales del trabajo, a tenor de la divulgación llevada a cabo vía agencias de prensa. En la segunda, haré un resumen extenso y de mi propia elaboración, tras una lectura comprensiva del artículo citado en la nota 1.

***

     Los resúmenes periodísticos han contado, para algunas de sus aseveraciones, con la cooperación de dos de los autores del trabajo, los profesores Cáceres y González, lo que da a la divulgación un valor añadido. Me parece que lo más importante de lo reseñado puede esquematizarse como sigue:

·         Dentro de la normalidad mutacional y/o de los efectos epigenéticos de ciertos contaminantes -singularmente, el fumar tabaco-, los hombres pueden sufrir la pérdida total o muy importante de la función de ciertos genes del cromosoma Y, a causa de su anormal metilación. Si ese fenómeno (al que llamaremos EDY) se experimenta en ciertos genes del citado cromosoma -en concreto, seis de ellos-, se experimenta un riesgo tres veces mayor que la media en sufrir algún tipo de cáncer. Como es lógico, la frecuencia en experimentar EDY es tanto mayor, cuanto más viejo se sea, pero no porque la vejez sea una causa de la mutación, sino porque hay más tiempo para que aquella se produzca.

·         Con o sin previa afectación por EDY, muchos hombres -aquí sí que ancianos, por lo general- sufren en muchas de sus células y/o tejidos la pérdida total del cromosoma Y (lo que se llama LOY). Obviamente, esa pérdida total equivale en cierto modo a una inactivación completa de los genes cuyo EDY determina el mucho mayor riesgo de padecer de cáncer. Me atrevo a suponer -aunque no lo haya leído en los textos periodísticos- que la pérdida del cromosoma Y resultará muy facilitada por su mínimo tamaño, en relación con la media de los demás cromosomas humanos (¿acortamiento de los telómeros?).

·         El incremento del riesgo de padecer cáncer por EDY o por LOY es, en promedio, triple que el de quienes tengan el cromosoma Y perfectamente funcional. Dicho incremento se dispara en ciertos tipos de cáncer, como en pulmones y riñones, donde puede llegar a ser 30 veces más alto. De manera gráfica, el profesor Cáceres equipara el riesgo de EDY para el cáncer de pulmón con el de ser un gran fumador.

·         Entre las consecuencias prácticas de este trabajo, se señala la de poder utilizar la pérdida o la afectación EDY del cromosoma Y, como un marcador de riesgo para el probable padecimiento de ciertos tipos de cáncer, como el colorrectal, en el que -como es sabido- hasta ahora se usa como indicio analítico la sangre oculta en heces, método que presenta numerosos casos de falsos positivos, lo cual induce -a su vez- a practicar biopsias por colonoscopia, que es una técnica invasiva, laboriosa y no exenta de riesgos.

·         Finalmente, se pone en boca del profesor González la imponente afirmación de que, lo que en su trabajo se ha concluido acerca del cáncer, muy probablemente pueda afirmarse también respecto de la enfermedad de Alzheimer, cuya incidencia es también muy superior en los varones. Lo sostiene con base en un trabajo de su equipo, cuya publicación promete en un muy próximo futuro. ¡Lo esperamos ansiosos!

***

     Voy ahora con mi personal resumen del artículo citado en la nota 1, aun a riesgo de reiterar bastantes de las consideraciones recogidas en el apartado anterior. Creo que aquí encontrarán los lectores, no solo ciertas ampliaciones notables, sino el apunte de detalles genéticos y bioquímicos, sobre los que luego puedan profundizar. Voy con ello.

·         El estudio de los autores[2] se ha hecho sobre una muestra de nueve mil pacientes, en los que han confirmado la conexión de veinticinco tipos de cáncer que padecían con la pérdida del cromosoma Y (LOY) o con la severa disminución de función de algunos de sus genes (EDY). Podría parecer que LOY o EDY no tenían por qué tener tan gran relevancia, habida cuenta de que los genes de riesgo también se hallan en el cromosoma X. Pero la sorpresa ha sido constatar que, en los afectados por EDY o LOY, los genes homólogos del cromosoma X pierden también su función por mutación de manera mucho más frecuente de lo que se produce en mujeres. En consecuencia, diríamos que no hay recambio muchas veces a la pérdida o grave disfunción del cromosoma Y.

·         También se ha constatado que EDY tiende a acabar en LOY, afirmación que debe ser objeto de dos salvedades: 1ª. La proclividad cancerosa ya existe en la fase EDY, sin necesidad de que esta desemboque en LOY. 2ª. EDY no tiene que ver con el envejecimiento (es decir, con la edad del varón), a diferencia de lo que acaece con LOY, que es insólito en personas que no sean ancianas.

·         En cuanto a la predisposición a sufrir EDY o LOY, los autores sostienen, sin plena seguridad, que tiene componentes genéticos, pero también pueden influir factores ambientales, tales como el tabaco y la contaminación del aire. Una vez más, nos hallaríamos ante un proceso genético con influencia epigenética.

·         En lo referente al mecanismo cancerígeno, tanto EDY como LOY provocan la alteración del mecanismo inhibidor de la tirosina y las quinasas (o cinasas) por el gen EGFR. Evidencia de ello hay en el éxito terapéutico de los fármacos inhibidores de la proteína EGFR, responsable del crecimiento y la multiplicación celular.

·         En cuanto a los genes del cromosoma Y cuya pérdida de función es más relevante, se señalan seis, cuyos nombres son: DDX3Y, EIF1AY, KDM5D, RPS4Y1, UTY y ZFY; todos ellos son probables elementos reguladores de la región no recombinante del cromosoma Y, que codifican proteínas con importantes funciones reguladoras del ciclo celular: helicasa, iniciación de la traslación, desmetilación de histonas, activación transcripcional y unión del pre rRNA con las proteínas ribosómicas. Quiere decirse que está plenamente justificado que la grave disfunción o pérdida de dichos genes pueda tener incidencia en el riesgo de padecer alguna forma de cáncer.

·         Me parece curioso señalar que las alteraciones en la metilación que causan EDY pueden resultar cancerígenas, tanto si son hipometilaciones (en los genes SRY y EGFR, por ejemplo), como si se trata de hipermetilaciones (en KDM5D, EIF1AY y SOX4, por ejemplo). Supongo que ello tendrá que ver con la función de cada gen y su efecto en el crecimiento y proliferación celular, que unas veces resultarán propiciadas por su disminución funcional (hipermetilación) y, en otras, por su excesiva activación (hipometilación).

·         También es de destacar que, aunque EDY y LOY propicien muy numerosas clases de cáncer, no parecen tener que ver con algunas de ellas, como el mieloma y otras leucemias, linfomas, neuroblastomas y cáncer de próstata.

·         Los autores consideran que, en el futuro, habrá que aclarar qué factores ambientales pueden estar detrás de EDY (además de los evidentes: tabaco, aire contaminado, incremento de la edad) y de LOY (envejecimiento); todo ello, en la línea de otros muchos casos de metilación alterada.

·         Hoy por hoy, dichos autores consideran aconsejable emplear predictores cancerosos basados en la metilación alterada generadora de EDY, en lugar de otras técnicas de diagnóstico menos eficaces o más invasivas.






2.      Metástasis del cáncer colorrectal y proteína L1CAM




     El trabajo sobre el que voy a tratar[3] ha tenido al profesor Joan Massagué como uno de sus directores -si no el mayor de ellos-, trabajando en el seno de una institución neoyorquina, el Sloan Kettering Cancer Center, de la que es Director desde el año 2013. Ello ha permitido una amplia divulgación del estudio en España, incluyendo entrevistas telefónicas con el profesor Massagué. Siguiendo, pues, el método del capítulo precedente, expondré primero un resumen de lo reseñado por los medios informativos, para desarrollar seguidamente un compendio de elaboración propia, acerca del artículo citado en la nota 3.

***

·         Si, desde el punto de vista de las alteraciones genéticas, las células responsables de las metástasis proceden de las tumorales iniciales -con las que comparten las mutaciones y otras alteraciones-, lo cierto es que para tener éxito en su diseminación por vía sanguínea o linfática, y en su fijación en otros órganos o tejidos somáticos -formando nuevos tumores-, actúan mediante la reactivación de genes que no están mutados, pero que permanecían hasta entonces inactivos. Esto sucede, en lo que a este estudio respecta, con la amplia producción de la proteína L1CAM por el gen del mismo nombre -que radica en el cromosoma X-, la cual será el desencadenante de un complejo proceso, que concluirá con la implantación efectiva de células tumorales en lugares del cuerpo distintos del de su origen.

·         El objetivo terapéutico de estudios como el presente es entender el mecanismo del éxito de la metástasis, habida cuenta de que es prácticamente imposible eliminar todas las células residuales de un tumor extirpado y de que, aunque las metástasis exitosas son proporcionalmente mínimas (seguramente, menos del 1% de todas las células que emprenden su éxodo y la intentan), son muchos los pacientes que sufren y mueren por las muy pocas que prosperan[4]. Todo lo que sirva para prevenir las metástasis -como lo es el conocer su mecanismo de acción- tiene una superlativa importancia para los pacientes cancerosos y para los facultativos que los apoyan.

·         El artículo que comentamos tiene una prehistoria: la fundada opinión del profesor Harold Dvorak[5] quien, en los años de 1980, reconoció en todo tumor una herida que permanecía indefinidamente abierta. De esa intuición ha nacido con el tiempo la convicción de que las células de metástasis hackean un mecanismo de reparación natural de las heridas por el cuerpo humano, y lo utilizan para implantarse en determinado tejido e iniciar en él la extensión de un cáncer, tal vez ya extirpado en origen. Y es que, en efecto, tanto las células que procuran el cierre de una herida, como las que intentan la metástasis, segregan masivamente[6] la proteína L1CAM, que favorece la adhesión entre células y permite sellar las heridas…, cuando es rectamente empleada. En cambio, las células cancerosas en trance de migración segregarán L1CAM en situación de estrés, cuando hayan logrado salir de los vasos sanguíneos o linfáticos, en vías de echar raíces y comenzar a crecer en su nueva ubicación.

·         Gracias a la constatación de la gran producción de la proteína L1CAM por las células de metástasis, así como a la determinación de los efectos directos y colaterales que la misma origina, podemos estar en condiciones de responder preventivamente con fármacos inhibidores de la producción de dicha proteína, con el lógico cuidado para no dañar en exceso la secreción correcta de la misma por células no cancerosas: Por ejemplo, este estudio comprobó en ratones, a los que se les había provocado colitis, cómo se requería de L1CAM para reparar las heridas intestinales subsiguientes.


***


     Pasando a hacer la lectura del artículo citado en la nota 3, he confeccionado un resumen del mismo -en parte coincidente con ideas ya aportadas en el apartado anterior-, que es el siguiente:

·         Hoy el cáncer mata más por las metástasis que por los tumores iniciales. Y es que resulta imposible acabar con todas las células tumorales migrantes las cuales, por otra parte, solo en algunas ocasiones logran implantarse en otros órganos del cuerpo, pues tienen que superar en su viaje grandes dificultades físicas, por no hablar de la reacción destructiva por el sistema inmunológico. En efecto, la implantación de las células cancerosas migrantes es antinatural[7], pues simula un fenómeno completamente diferente, cual es la reacción tisular ante las heridas, siendo así que los células tumorales migrantes tratan de infiltrarse en un tejido intacto. Pero lo cierto es que numerosas metástasis triunfan y en ellas se ha constatado que un punto en común es el de que las migrantes tumorales han activado su gen L1CAM del cromosoma X, a fin de producir en altas cantidades la proteína homónima. ¿Y qué relación hay entre esa proteína y el posible éxito de la infiltración metastásica?

·         La respuesta está en que dicha proteína es generada por las células tisulares sanas -entre otras, las de los epitelios de los órganos- cuando se ha producido en sus inmediaciones una herida que es menester cerrar. L1CAM, en efecto, es una molécula proteica responsable, entre otras cosas, de la adhesión de unas células a otras, con el fin de cicatrizar las heridas abiertas. En cambio, la secreción de L1CAM por las células tumorales migrantes persigue emplear análogo mecanismo, no para cerrar heridas inexistentes, sino para insertarse en el tejido sano, como si estuviesen llamadas a sanarlo. El trabajo que resumo ha constatado, en muchos miles de pacientes con muchas variedades de cáncer, que las células metastásicas se comportan siempre -en lo que se sabe- de esa misma forma -segregando L1CAM a nivel alto-. En consecuencia, retener o bloquear la producción de esa proteína podría ser una buena forma de prevenir metástasis en enfermos cancerosos.

·         Complementariamente, el trabajo ha precisado la relación de los efectos de la proteína L1CAM con los de otras moléculas proteicas, cuya acción se solapa o ayuda al proceso exitoso de la metástasis. Tal sucede con LGR5, un receptor proteico codificado por el gen homónimo del cromosoma 12, y que se ha encontrado bien establecido en zonas tisulares ricas en células multipotentes. También acaece lo propio con YAP, mutación de un solo nucleótido en el cromosoma Y, factor de transcripción que, por lo demás, es frecuente en ciertos grupos étnicos del Este de Asia y de África. O con el factor de transcripción MRTF -un factor relacionado con la miocardina y con el factor SRF de respuesta al suero-, que es iniciador del desarrollo del músculo de fibra lisa, pero también un conocido interviniente en el proceso de transcripción de genes en células cancerosas -como las del melanoma, por ejemplo-.

·         Adicionalmente, el proceso de metástasis lesiona la integridad del epitelio tisular. Para ello, interfiere en la acción de las moléculas de E-Cadherina, las cuales preservan la adhesión intercelular. En efecto, como ya se demostró con otra proteína -la SNAI1, codificada en un gen del cromosoma 20-, la L1CAM es capaz de inhibir la producción de E-Cadherina, permitiendo con ello que se pierdan las características epiteliales y se confiera una inusitada movilidad a las células, que deberían permanecer adheridas entre sí[8]. La producción de L1CAM también afecta a la acción del gen REST, del cromosoma 4, que codifica el factor llamado REST o NRSF, un represor transcripcional de positivo efecto anticanceroso. Está comprobado que la versión truncada de REST favorece la aparición de cáncer y de otras enfermedades.

·         Una consideración cierra dubitativamente el trabajo: No se sabe por qué, en las células cancerosas metastásicas, se activa, sin más, la producción de L1CAM, que en las células normales es nula o muy baja, salvo que sea preciso cerrar heridas -como se ha constatado en ratones con heridas intestinales, secuela de colitis-. Pienso que, como punto de partida, un epigenetista señalaría que, detrás de esa activación de un gen dormido, está el estrés de unas células que, tras vagar por la sangre o la linfa, aspiran a implantarse y crecer. Todas las células pueden sufrir estrés, tanto las beneficiosas para el organismo, como las letales; y todas buscan fórmulas para sobrevivir y prosperar, nos guste ello, o no.  






3.      Un estudio grande sobre la genética del autismo




          En este blog, dentro de la serie A vueltas con la Genética, vengo dedicando una atención especial a los temas relacionados con el autismo[9], por diversas razones, entre las que se encuentran la notable incidencia en la población de dicho espectro de trastornos y los considerables avances -y discrepancias- que se hallan en la materia. Por ello, me parece obligado realizar una extensa alusión y resumen de un artículo aparecido muy recientemente sobre el tema en la revista Cell[10], al que califico de grande desde varios puntos de vista, como el tamaño de las muestras analizadas, el número de investigadores involucrados y la propia extensión del trabajo. Más dudas me ofrece que, además de ser un trabajo grande, sea un gran trabajo. En cualquier caso, se constituye en el trabajo de referencia en materia de Genética y trastornos del espectro autista (en lo sucesivo, TEA[11]), hasta que aparezca otro estudio mejor y más extenso, cosa que es deseable que suceda en un futuro muy próximo.

     Como en los dos capítulos anteriores, desarrollaré el tema de este en dos partes. La primera será una revisión de lo que los medios informativos especializados han escrito sobre este artículo. La segunda -bastante más extensa- será el resumen que he realizado de manera personal, tras leer detenidamente el artículo.


***


     En el trabajo han participado más de 50 centros de investigación de todo el mundo, analizando unas 35.500 muestras de participantes en el estudio, de los que casi 12.000 eran autistas; todo lo cual supone la cohorte de secuenciación más grande, hasta la fecha. El resultado más impactante ha sido el de encontrar 102 genes asociados con el riesgo de TEA, de los que 30 nunca hasta ahora se habían relacionado, ni con el TEA, ni con otros trastornos del neurodesarrollo, como el retraso en el desarrollo, la epilepsia o la discapacidad intelectual.

      De esos 102 genes asociados al TEA, 53 mostraron frecuencias claramente más altas en individuos con TEA, en tanto que otros 49 mostraron frecuencia más elevada en sujetos que tenían retraso grave del neurodesarrollo (en sus siglas inglesas, NDD, que emplearemos en este resumen, al no haber una versión acróstica española bien establecida). Eso no quiere decir que este último grupo de genes sea irrelevante a los efectos del TEA, dada la frecuencia con que se presentan trastornos simultáneos del espectro autista y del neurodesarrollo (los llamados casos TEANDD, fusionando las siglas de ambos trastornos).

     Según la función que cumplen los 102 genes relacionados con TEA, la mayoría, 58, están involucrados en la regulación de la expresión génica (en siglas inglesas, GER) y 24 lo están en la comunicación neuronal (NC, en acróstico inglés). Todos ellos se expresan en una etapa de desarrollo temprano del cerebro, aunque los genes relacionados con el complejo TEANDD presentan un sesgo prenatal mayor que los vinculados solo con el TEA. Así mismo, los genes implicados en la comunicación neuronal (NC) tienen un sesgo posnatal mayor que los relacionados con la regulación de la expresión génica (GER), teniendo su momento álgido de expresión en el desarrollo fetal tardío y en la primera infancia.

     Los resultados de este trabajo están en consonancia con los de estudios anteriores, en un doble sentido: 1º. Cuanto más temprana es la expresión de los genes alterados, más grave es el fenotipo. 2º. El fenotipo TEANDD es más grave que el TEA puro.

     En conjunto, de todas las variedades o mutaciones génicas que este trabajo ha considerado como probables agentes causantes de TEA, las más abundantes, con notable diferencia, son, bien las variantes genéticas raras heredadas de los progenitores, bien las producidas de novo, es decir, que no se han adquirido por herencia.


***


     Pasando ahora a mi personal resumen del artículo citado en la nota 10 -que inevitablemente repetirá hechos y conceptos ya recogidos en el apartado anterior-, hay que reseñar que se trata del mayor estudio hasta ahora sobre el tema: 35.500 muestras, entre las cuales, los genomas completos de unos 12.000 autistas de todo el mundo. Los autores afirman haber encontrado hasta 102 genes que indudablemente tienen que ver con TEA[12], muchos de ellos no identificados previamente como tales. La mayoría de esos genes se expresan y enriquecen desde tempranos momentos del desarrollo, en linajes neuronales de excitación o de inhibición. La mayor parte de tales genes afectan de forma muy importante a todo el desarrollo neurológico temprano, mientras otros son más específicos de TEA.

     La investigación desarrollada pretende también examinar cómo actúan sobre TEA las distintas influencias de esos genes, en comparación con cómo lo hacen con otros desórdenes del desarrollo: 49 de estos genes son comunes a TEA y a otros trastornos, mientras 53 afectan fundamentalmente a los individuos con TEA. Sobre estas bases, el artículo resumido ha permitido confirmar los resultados de otros trabajos anteriores.

     Por ejemplo, se confirma que las variantes hereditarias raras y de novo aparecen con notable abundancia en las alteraciones de esos genes de riesgo, aunque no esté claro cuándo ocurre en efecto la aparición de TEA, ni en qué células. Con todo, este artículo parece sentar tres bases al respecto: 1ª. El momento parece ser de la mitad del embarazo, en adelante. 2ª. Esas variantes genéticas afectan a la comunicación neuronal (NC) y a la regulación de la expresión génica (GER). 3ª. Demuestran que esas dos funciones, NC y GER, son separables.

   También se acepta por este trabajo la consideración de otros anteriores, en lo referente a la asociación de TEA con la fecundidad reducida[13], lo que hace que las variaciones genéticas proclives a TEA estén fuertemente sujetas a selección natural, no siendo de suponer que duren varias generaciones. Seguramente sea esa la razón por la cual las mutaciones de novo tienen tan frecuente incidencia en TEA, comparada con su proporción en otras enfermedades.

     Igualmente, el artículo constata y da por buena la mayor frecuencia de TEA en varones, así como el modelo explicativo denominado del efecto protector del sexo femenino. De todas formas, se ha apreciado una notable incidencia de los genes mutados entre los que se ubican en el cromosoma X, lo que también puede provocar diferencias entre sexos, aunque los rasgos perjudiciales parecen ser de tipo recesivo.

     De los 60 genes relacionados con TEA, que los autores afirman haber diagnosticado como tales de forma pionera, treinta de ellos presentan la sorprendente cualidad de no haberse constatado antes su implicación en enfermedades autosómicas dominantes del neurodesarrollo -tales como TEA, retraso en el desarrollo, epilepsia y discapacidad intelectual-. Así, solo la esquizofrenia y el bajo rendimiento intelectual educativo tienen una clara correlación con los genes que ahora se ha visto que están vinculados con TEA. En cambio, TEA comparte con los NDD (siglas de los trastornos neuroevolutivos con retraso del neurodesarrollo) la escasa heredabilidad y la frecuente aparición de novo de las variantes o mutaciones mórbidas. No podía ser de otro modo, habida cuenta de que entre un 30% y un 50% de pacientes padecen ambos tipos de trastornos, TEA y NDD: son los casos conocidos como TEANDD.

      Por lo mismo, es obvio que TEA y NDD compartirán frecuentemente las mismas variantes génicas, aunque no en todos los casos, ni en la misma proporción. Los autores calculan que, de los 102 genes examinados, hay 53 propios de TEA, mientras que 49 son compartidos con NDD[14].

     Como muestra del papel más o menos relevante de las diversas variantes disfuncionales de esos genes, se toman dos variables alteradas: el retraso en empezar a andar y el menor cociente intelectual (en siglas, IQ). Con las correspondientes campanas de Gauss, los autores exponen la distribución normal de las relaciones entre variantes y síntomas[15]. Parece claro que los efectos mórbidos correlacionados son múltiples, no afectando la alteración génica solo a los procesos cognitivos.

     Volviendo atrás, se insiste en que los mayores grupos funcionales de genes relacionados con TEA están ligados, bien a la regulación de la expresión génica -un total de 58-, bien a la comunicación neuronal -un total de 24-. Su presencia es abundante en 11 de las 13 regiones cerebrales, sobre todo, en el córtex -hasta 30 genes alterados- y en los hemisferios cerebelosos -48 genes mutados-. Se confirman los estudios anteriormente realizados sobre cerebros muertos, en el sentido de encontrar en la microglía expresión de desregulación génica, pero la presencia mayor de los genes de riesgo del TEA solo se da en las neuronas.

     Se observa que la expresión de cada gen alterado suele ser mayor en el estadio prenatal que en el posnatal, aunque ello depende de cada gen y de su función. Los más tardíos en expresarse son los relativos a la comunicación neuronal, que también se expresan a lo largo de la infancia. De todas formas, la media cronológica es que se expresen en la segunda parte del embarazo, según antes ya se dijo.

     En la Discusión del artículo -página 12 del mismo-, se insiste en la importancia de la partición entre genes propios de TEA y los compartidos entre TEA y NDD, en un triple sentido: 1º. Son más severos los síntomas ligados al segundo grupo de esos genes. 2º. La herencia juega un papel menor en el segundo grupo que en el primero. 3º. Hay una fuerte selección negativa de las variantes de los genes del segundo grupo, frente a la modesta presión selectiva de los del primero. De todos modos -confiesan los autores- harán falta nuevos y más amplios estudios para sacar conclusiones sobre todo esto.

     También habrá que investigar mucho más para definir de una vez las causas de la aparición de TEA, que puede depender no solo de las variantes genéticas, sino de la migración celular y del desarrollo neurológico -por ejemplo, del número de neuronas de ciertos tipos en determinadas zonas del cerebro[16]-. Finalmente, estudios adicionales también deberán aplicarse a establecer las relaciones y convergencias entre los genes de riesgo, para llegar así a entender la neurobiología del desarrollo que subyace bajo el fenotipo de TEA.







[1] Alejandro Cáceres, Aina Jene, Tonu Esko, Luis A. Pérez-Jurado, Juan R. González, Extreme down-regulation of chromosome Y and cancer risk in men, JNCI: Journal of the National Cancer Institute, Oxford University Press; published: 07 January 2020 (19 páginas, más las imágenes complementarias).
[2]  Han trabajado bajo los auspicios de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (Instituto de Salud Global barcelonés), de la Universidad australiana de Adelaida y del Centro Genómico de Estonia.
[3] Karuna Ganesh et al., L1CAM defines the regenerative origin of metastasis-initiating cells in colorectal cancer, Nature Cancer, volume 1, pages 28-45 (2020); published: 13 January 2020. El total de autores del artículo es de veintiuno, figurando en último lugar Joan Massagué. Una amplia recensión del trabajo puede hallarse en la citada revista y número, pp. 22-24, a cargo de Gloria Pascual y Salvador A. Benitah, con el título de: L1CAM links regeneration to metastasis.
[4] Se calcula que actualmente (2020) el 90% de los pacientes que mueren de cáncer no lo hacen a causa del tumor inicial, sino de sus metástasis.
[5] Harold Fisher Dvorak (Milwaukee, 1937), gran patólogo, cancerólogo e investigador vascular.
[6] Las células metastásicas pasan, en su momento, de un estado de producción baja de L1CAM, a otro de alta producción, llamados respectivamente L1CAMlow y L1CAMhigh.
[7] Como señala el profesor Massagué, puede entenderse la metástasis como la regeneración del tejido equivocado -el tumor- en el lugar equivocado -órganos vitales distantes del inicial-.
[8] La adhesión intercelular solo debe quebrarse naturalmente cuando el tejido ha de crecer o regenerarse. Tal sucede durante el desarrollo embrionario, o para el cierre de las heridas.
[9] Véanse las entregas números 7 y 12 de A vueltas con la Genética, dedicadas monográficamente a Notas sobre el autismo.
[10] F. Kyle Satterstrom et al., Large-scale exome sequencing study implicates both developmental and functional changes in the neurobiology of autism, Cell 180, February 6, 2020, pp. 1-17 & e1-e15. El número total de autores del trabajo es de 37 individuos y dos instituciones.
[11] Sabido es que las siglas equivalentes en inglés son ASD, que son las empleadas en el artículo original.
[12] Como es natural, no ofrezco la lista de esos 102 genes, remitiéndome a la página 5, figura 2, del artículo citado en la nota 10, donde encontrarán los nombres de los ciento dos genes cuya alteración afecta al TEA, con su respectiva frecuencia y el autosoma humano en que se encuentran.
[13] Entiendo que habría que discriminar lo que haya de espontáneo en esa fecundidad reducida y lo que se deba a una postura eugenésica de los progenitores.
[14] Véase la lista y frecuencia de genes de esos dos grupos en el artículo citado en la nota 10, página 8, figura 4.
[15]  Véase también para ello el lugar citado en la nota 14.
[16] Siendo obvio que TEA supone un balance mórbido del binomio excitación/inhibición, puede ser clave el número de neuronas que cumplan en cada región del cerebro esas dos funciones, que en una persona sana deben contrabalancearse. Hago notar que no sé si es correcto que el artículo se refiera solo al cerebro, omitiendo la alusión al cerebelo, donde también se han hallado numerosos genes mutados de los vinculados con TEA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario