¿Qué
fue de Baby Allene?
Por Federico Bello Landrove
Una noche de verano de 2000, uno de los
ilustres comentaristas del programa de TVE, “Qué grande es el cine”, deslizó en
el coloquio -aunque de forma menos evocadora- la pregunta que yo formulo en el
título del presente relato[1]. La baby a que me refiero fue la
prometedora y fugaz actriz de cine, Allene Roberts[2]. La respuesta al
interrogante planteado la dará ella misma con su vida[3], utilizando mis
servicios como poco más que un amanuense sin pretensiones de biógrafo.
Allene
Roberts
1.
La
fuerza de las mujeres de la familia
Hacen falta muchos buenos golpes de la
veleidosa fortuna para que una chica de un suburbio modesto de Birmingham
(Alabama), integrante de una familia con notables apuros económicos, acabe a
sus diecisiete años en Hollywood, contratada para representar un papel estelar
en una película de calidad. Claro que la buena suerte no llega por casualidad,
si no se la busca y ayuda con iniciativa y trabajo. Ese fue, en verdad, mi
caso; solo que, siendo aún una niña, la mayor parte del esfuerzo hubo de correr
a cargo de mi familia: en concreto de mi madre y de una tía, entonces residente
en Tampa (Florida). Veamos a grandes rasgos cómo sucedió el milagro,
pero dejen que antes cuente algunas de las penas por las que estábamos pasando
en casa cuando yo tenía once años.
Mis padres formaban una pareja unida y
feliz, de la que habíamos ido viniendo al mundo cuatro hijos: tres chicos y yo,
la más pequeña. Mi padre era un buen electricista, empleado en los servicios
municipales, lo que le permitía a mi madre el no trabajar fuera de casa,
limitándose -y no era poco- a cuidar de todos nosotros, sin olvidar su
compromiso ético y religioso con la comunidad baptista de nuestro pueblo de
Fairfield. Ella supo inculcarme las ideas de unión y servicio a la comunidad,
hasta el punto de sentir nuestra iglesia como parte de mi propia esencia, por
muy lejos que me halle de ella.
-
Se
dice, señora Cochran[4], que su vinculación
religiosa, aparte la trascendencia moral, tuvo cierta influencia en su carrera
posterior… Me refiero a haber cultivado sus cualidades para el canto y la
interpretación.
-
Solo
muy indirectamente -me contesta, sonriendo con ironía-. En realidad, mis
primeros pasos como comediante fueron espontáneos y bastante más
mundanos que lo que requerían el coro parroquial y el escenario de la iglesia.
Siempre fui un poco farandulera -agrega con gracia- y mis hermanos y el
espejo de mi cuarto de niña -si hablase- podrían dar buena cuenta de ello.
-
Entendido.
Continúe usted, por favor.
Es el hecho que mi padre falleció muy
joven, con poco más de cuarenta años, y nos dejó en el más completo abandono
sentimental. Afortunadamente, no se llevó las llaves de la despensa, como suele
decirse. La casa en que vivíamos era de nuestra propiedad y ello permitió a mi
madre cambiar su condición de ama de casa para cinco personas por la de gerente
de una pensión modesta, pero que pronto se acreditaría. La totalidad de los
huéspedes eran fijos y llegamos a entablar con ellos una relación prácticamente
familiar que, en mi caso, enriqueció mi corta experiencia y desarrolló mi
sociabilidad, ya de por sí bastante abierta. Claro que, aunque modestamente,
había de prestar ayuda a mi madre en las tareas de la fonda y ello limitó
bastante los logros de mi formación escolar y cultural.
-
Sin
embargo, señora Cochran…
-
Por
favor, llámeme Allene.
-
Está
bien, Allene, gracias. Iba a señalar que, pese a tales limitaciones, usted
alcanzó las amplias cualidades que se requerían para ganar un certamen nacional
para elegir al niño más encantador de América[5].
-
La
verdad es que aún me asombro de haber ganado aquel concurso, ¡entre ochenta y
cinco mil participantes! Me figuro que la selección no podía ser muy rigurosa.
De hecho, aparte la fotografía y lo que mi tía pudiese contar por escrito sobre
mí, los jurados tan solo me hicieron una breve entrevista. De haber sido más
detenido el escrutinio, yo no habría podido atenderlo, abandonando mis
ocupaciones habituales. Supongo que lo mismo pasaría con los demás aspirantes.
Pero deje que le cuente con algún detalle lo de aquel famoso concurso, que tan
decisivo fue para mi vida ulterior.
Todo partió de la convocatoria de un
concurso para designar al niño o niña más encantador de los Estados Unidos, por
parte del diario New York Daily Mirror[6]. No era el único
que, en aquella época, el año 1941, promovía un concurso así, pero este era
verdaderamente nacional y muy concurrido, participando decenas de miles de
niños ya mayorcitos -yo lo gané con doce años-. El premio era muy jugoso, sobre
todo, para una chica pobre, como yo lo era en realidad: dos mil dólares de los
de entonces[7],
el viaje para recoger el premio en Nueva York con todos los gastos pagados y
una audición en los estudios hollywoodienses de la Warner Bross,
con vistas a participar en películas producidas por ellos. Ni mi madre
ni yo estábamos interesadas en tales concursos, siendo una tía mía, hermana de
mi madre, que vivía en Tampa, quien escribió al concurso y mandó mi currículo,
como si yo fuera hija suya. El caso es que, después de varias eliminatorias,
tuve la gran suerte de que me dieran el primer premio; pero más venturoso fue
para mí que mi madre, Velma, no solo mostrase interés por embolsarse los dos mil
dólares en bien de la familia, sino en hacer realidad el viaje a Hollywood, que
no hace falta decir que era lo que más ilusión me hacía. En cuanto al traslado
a Nueva York, que era forzoso para recibir efectivamente el premio, hice valer
uno de mis primeros rasgos de firmeza de carácter ante personas importantes: Escribí
al New York Mirror que mi tía había sido la responsable de mi
candidatura, no siendo ético que se quedase en Florida, mientras mi madre me
acompañaba en el viaje, como menor de edad que yo era; de modo que, o iba mi
tía con nosotras dos, o yo no iría. Afortunadamente, el periódico aceptó correr
con los gastos de las tres, aunque a la postre la cosa no salió tan felizmente
como yo esperaba…
-
Pues,
¿qué sucedió?
-
Estando
en Nueva York, mi tía sufrió un ataque agudo de apendicitis y tuvo que operarse
y permanecer ingresada unos días en el hospital. Mi madre y yo no tuvimos más
remedio que quedarnos a cuidarla hasta que se repuso. En fin, que les salimos
bastante caras al Mirror -agrega, riendo- y total, para que no
disfrutásemos mayormente de la estancia.
Allene
Roberts, ganadora del certamen Most charming child
***
Ignoro si los niños ganadores de otros
años llegarían a viajar hasta Hollywood, aunque no consiguieran otra cosa que
visitar el sur de California y entrever algunos rayos del sol de la gloria
cinematográfica. Supongo que, si eran adinerados o muy ambiciosos, algunos
lograrían ilusionar a sus familias y hacer el trayecto… de ida y vuelta, todo
en la misma semana. Lo sorprendente fue que yo, de familia pobre y sin ningún
conocimiento del arte de la actuación, corriera con el albur de tentar la
remota posibilidad de conseguir entrar en algún casting. Estoy en eterna
deuda con mi madre quien, dejando la pensión y a mis hermanos en manos de unos
familiares, emprendió conmigo el viaje a California que, desde luego, no era
corto ni cómodo. De hecho, hicimos el recorrido en el viejo coche de la
familia, que se averió a poco de iniciar el viaje, teniendo que pedir ayuda en
casa de unos conocidos, los Cochran -retengan, por favor, ese apellido-, para
que nos proporcionaran ayuda telefónica y breve estancia en su casa. Y, una vez
allí, todo se desarrolló como era de esperar. Ante algunos técnicos y agentes
de producción de los estudios de la Warner Bross, me hicieron pasar una
prueba de actuación -correré un tupido velo sobre su contenido-, todo lo breve
y sencilla que era de suponer, a pesar de lo cual la inexperiencia y los
nervios me hicieron fracasar ostensiblemente. Era llegado el momento, pues, de
retornar a Alabama, pero hete aquí que mi madre vino con una idea en la cabeza,
que se salía de cuanto yo podía imaginar:
-
Si
no fue un rapto de locura -bromea Allene-, demostró que era la mujer con más
agallas de todo Birmingham.
-
No
me diga que decidió cambiar Fairfield por Hollywood -aventuro, con la confianza
de conocer el dato de antemano-.
-
Tal
cual, responde mi entrevistada. Pero lo que quizá no sepas es el motivo por el
que decidió tomar esa resolución o, al menos, la razón que alegó ante cuantos
le preguntaron, atónitos por su audacia.
-
En
efecto, no lo sé -respondo-. Algo muy importante sería.
-
Desde
luego. Estaba en juego su salud y, en consecuencia, el porvenir de sus hijos
que, siendo aún tan jóvenes, dependía enteramente del trabajo de ella. Pero
sigo…
Es lo cierto que mi madre, desde su
juventud, padecía severamente de artritis, para la que el clima de Fairfield no
sentaba nada bien. Fueron suficientes los días que pasamos en Hollywood para
que se percatara de que se encontraba allí mucho mejor. Así pues, decidió a su
regreso dejar las cosas organizadas en Alabama para que la pensión y mis
hermanos, ya adolescentes, pudieran sostenerse bajo la vigilancia de otros
familiares de confianza. Luego, ella y yo partimos para California: en mi caso,
con la secreta esperanza de reincidir, con mejor fortuna que antes, en
el mundo de la actuación cinematográfica, aunque, por lo pronto, no tendría
otros objetivos mayores que los de ayudar a mi madre y continuar mis estudios
escolares. La verdad es que todo nos salió a pedir de boca. Mi madre acabó
encontrando buen acomodo como costurera en el departamento de vestuario de los
estudios de la 20th Century Fox y yo, haciendo un esfuerzo de
estudio, compatibilicé mis otras tareas con la asistencia durante dos años a una
buena escuela de actores de Sunset Boulevard. Así, me fui haciendo mayor de
manera laboriosa y modesta, sin imaginar aún -aunque lo soñase- que mi
presencia en Hollywood tendría alguna consecuencia positiva para mi
incorporación al mundo del cine.
2.
El
dulce sonido de la flauta de la casualidad
Toda
la ayuda de mi madre y mi propio trabajo parecían no haber servido para nada, tras
cinco años de encontrarnos en Hollywood. A lo más que había llegado -y todavía
lo recuerdo con agrado- es a cruzar dos palabras con la gran Bette Davis en la
peluquería de la Warner. Fue precisamente cuando hube de ir a esos
estudios a pasar la prueba que me había brindado el ganar el concurso del New
York Daily Mirror. Entraba en la peluquería para que acabaran de retocar mi
melena para la prueba, cuando descubrí a la estrella, pese a que tenía la
cabeza medio oculta bajo un secador. Aunque de apariencia tímida, ya he dicho
antes que yo era bastante decidida para mi edad. El hecho es que me planté
delante Miss Davis y la saludé cortésmente, asegurándole que era una de
mis actrices favoritas, cosa cierta por lo que había leído, si bien no había visto
ninguna película de ella, habida cuenta de que sus films no solían ser
precisamente muy oportunos para niñas, ni en casa teníamos suficiente dinero
como para ir al cine a menudo. Lo cierto fue que la gran actriz se mostró muy
amable conmigo, le expliqué qué era lo que me había llevado allí aquel día y me
deseó éxito en la prueba. Quedé muy animada pero lo cierto es que el estímulo
no evitó mi suspenso. ¡Se ve que el arte interpretativo no se contagia, al
menos, a primera vista!
-
Ya
ves -apostilla Allene- que, aparte mi asistencia a una buena academia de
interpretación, mi residencia en la Meca del cine no había
cambiado en nada mi vida de adolescente. Empecé a ir a la escuela superior,
donde era una estudiante aceptable, y ayudaba a la economía de mi madre con una
labor en la que acabé siendo muy diestra, tal vez, por mi voz de timbre
agradable y mi buena presencia: la de recepcionista en consultorios médicos y
telefonista para algunas oficinas. Ganaba muy poco en verdad, pero me sentía
útil ayudando a la economía familiar.
-
Dice
usted -apunto- que vivía en Hollywood como podría haberlo hecho en cualquier
otra ciudad. No obstante, en algo contribuiría a facilitar su vocación el que
su madre trabajase en el departamento de vestuario de una gran productora…
-
La
verdad es que yo acudía con frecuencia a buscarla en los estudios de la Fox,
lo que me permitía toparme en ocasiones con actores o directores famosos, pero
eso no me ayudó en nada a encontrar trabajo en el cine, ni creo que mi madre me
recomendase, por más que empezaba a ser una costurera reconocida. Supongo que
ella se había hecho ya a la idea de que mi oportunidad había pasado y tendría
que buscarme el porvenir de otra manera. Creo que yo también creía lo mismo,
aunque nadie pudiera quitarme los sueños de una adolescente hollywoodiense.
Decía hace un momento que mi voz era
grata: clara, bien impostada y con un tono medio, ni aguda ni grave en exceso.
De mi presencia poco he de decir pues son numerosas las fotos que se me
hicieron en aquellos días y de cuando al fin me dieron un papel, muy poco
después. Era yo lo que se dice una joven más bien morena, con los ojos pardos y
un cabello abundante y rubio oscuro. Dicen que lo más característico de mi
fisonomía era el armonioso óvalo de mi cara, con unos ojos grandes, dulces y
expresivos, que mantendrían hasta una edad avanzada la sensación de ser una
mujer frágil y nostálgica, que no hubiese perdido del todo la pureza de la
infancia. Detallo todo esto, no por presunción, sino para explicar la
insistencia de los productores en buscarme para papeles de chica buena y
algo desvalida, capaz de representar una edad menor de la que tenía en
realidad. Del resto de mi aspecto diré, más brevemente, que era una muchacha
delgada, con unas curvas poco pronunciadas, longilínea y con una buena
estatura para la media de aquella generación femenina: cinco pies y siete
pulgadas[8]. Cuando me miraba al
espejo en aquel entonces, me sentía satisfecha de mi apariencia, aunque tenía
que reconocer que no era nada del otro mundo, como para irrumpir por mi físico
en el cine de la época. Supongo que los chicos opinaban lo mismo. Lo cierto es
que modosa, trabajadora y enmadrada, como yo era, no tenía que espantar moscones
de mi alrededor, ni me sentía particularmente atrayente para los muchachos,
lo que no me preocupaba lo más mínimo. Pronto descubriría que el no ser una
pequeña seductora iba a ser en mi caso una condición decisiva para entrar en el
mundo del cine. Se lo voy a explicar a continuación, asegurando que mi relato
será completamente cierto.
***
Un día de 1945 recibimos en la academia de
interpretación a la que yo acudía la visita de una señora, de las que los
estudios envían de vez en cuando a las escuelas especializadas para
preseleccionar a posibles aspirantes a un casting, de cara a futuras
películas. Aquella señora se rumoreaba que era comisionada por la Metro,
Goldwin & Mayer, cosa que no puedo asegurar, pero sí que el director de
la academia tuvo la gentileza de hablarle de mí, por lo que, a su vez, ella me
entrevistó brevemente y tomó nota de mis datos personales.
-
Por
supuesto -me confiesa Allene, guiñando el ojo-, yo no le dije que ya había
pasado años atrás por una prueba de la Warner, con resultado negativo.
En el fondo, no tenía muchas esperanzas de que lo de ahora fuese a tener para
mí ninguna consecuencia. Tampoco mi madre le dio mayor importancia.
Pero, en contra de lo esperable, aquella
brevísima entrevista tuvo un gran resultado. En la primavera de 1946, cuando ya
me encontraba preparando los exámenes finales de último curso en la escuela
superior, recibimos una llamada del productor Sol Lesser[9], para que acudiésemos mi
madre y yo a una comida de negocios. Muy emocionadas, recibimos de él la
noticia de que iba a producir una película muy interesante, para la que estaba
pensando en mí para uno de los papeles principales. Acompañaba al señor Lesser
el joven y poco conocido actor Lon McCallister[10], que ya estaba designado
para otro papel importante en la misma cinta. El almuerzo se iba desarrollando
de forma tan amistosa, que acabé por olvidar que, en el fondo, no dejaba de ser
una prueba camuflada para que me valorasen el anfitrión y el joven ya
contratado, que iba a ser mi pareja. El hecho es que, casi a los postres, el
señor Lesser me hizo esta pregunta, aparentemente impropia: Allene, cuando
vas a la playa y te quedas en traje de baño, ¿te silban los chicos? Yo, con
total sinceridad y muy en mis puntos, le contesté: Señor, no es que no me
silben: es que ni me miran siquiera. Lesser se echó a reír y, como si fuese
lo más normal del mundo, me aseguró: Siendo así, Allene, el papel es tuyo.
Si tu madre está de acuerdo, enseguida firmaremos el contrato. Por eso
decía antes que, de haber sido más llamativa, no habría dado el
personaje y mi carrera no habría empezado siquiera. ¡Menuda coladura si, por
presumir, le llego a mentir acerca de mi atractivo para los muchachos!
Edward
G. Tobinson y Allene Roberts en La casa roja
Ni siquiera me dieron el tiempo de acabar
el curso -empezamos el rodaje el mes de abril de 1946-, por lo que no llegué a
graduarme. Bastante avergonzada por aquel fracaso, fui a explicarme con
la directora de la escuela y, por cortesía, le pedí consejo sobre el camino a
seguir. La profesora, ya veterana, me dijo algo que no he olvidado, por lo
acertado del criterio. Allene -me dijo-, aquí se gradúan todos los
años decenas de alumnos para cuyo futuro no saben si les servirá de algo el
diploma, pues casi todos están confusos sobre su vocación. Tú, en cambio, no te
has graduado, pero tienes claro cuál ha de ser tu camino en la vida. Síguelo y
no dudes de que eres una chica afortunada. Claro que, con el tiempo,
aquella vocación mía, tan clara y luminosa, acabaría desvaneciéndose en unos
pocos años, aunque no por mi culpa. Pero, por el momento, todo me parecía de
color de rosa, incluso el estampar mi firma, junto a la de mi madre, en mi
primer contrato como actriz, por los siete años siguientes, como era dura
costumbre de entonces. Acepté sin rechistar la modesta cantidad de 150 dólares
a la semana[11];
tan modesta, que el propio Lesser la subió poco después por libre iniciativa
suya hasta 200, al terminar mi primera película con un notable desempeño. La
verdad es que resultaba más que suficiente para vivir bien mi madre y yo: Había
conseguido, con tan solo diecisiete años el anhelo de mantener con mi trabajo a
mí misma y a mi madre. Estaba tan agradecida a Dios, que no olvidé cumplir con
el mandamiento del diezmo, que enviaba puntualmente a la iglesia baptista de
Fairfield todos los meses. Así lo hice durante el tiempo que trabajé en el cine
o la televisión, y estoy orgullosa de haber tomado aquella decisión.
***
Este es un repaso de mi vida, no una
reseña o crítica de las películas en que intervine. Con todo, me permitirán una
referencia algo detallada de La casa roja[12], al haber sido mi primer
trabajo para la pantalla y con buen éxito, además. La verdad es que aquella
obra de cine negro psicológico -y hasta psicopático- tenía una
originalidad que solo ha ido siendo reconocida con el tiempo. Entonces pasó
bastante desapercibida, aunque algunas revistas especializadas la consideraron
“la mejor película del mes”[13] y destacaron la maestría
con que se había fundido lo policiaco con lo tenebroso, casi en el límite de
una película de miedo; todo lo cual hace de ella un film que
puede gustar o no, pero que resulta muy difícil de olvidar.
No voy a negar que el protagonismo
absoluto en esa película correspondió al veterano y gran actor, Edward G.
Robinson, secundado en los papeles inquietantes por la severa e
imponente Judith Anderson. Esta última se mantuvo siempre educada en el trato
conmigo, aunque su forma de comportarse era seca y distante, como lo anticipaba
su físico. En cambio, Robinson -que también era coproductor de la cinta-, lejos
de ser el malo violento de tantísimas películas, resultó cariñoso y preocupado
por aliviar la tensión y rigidez que podían afectar a sus compañeros más
jóvenes, en especial, a mí, que era una completa novata. Recuerdo con gratitud
sus charlas conmigo antes de iniciar las tomas, haciéndome olvidar mis nervios,
a base de conversar sobre todo lo divino y humano, siempre que no tuviese que
ver con el cine. También he de citar al director, Delmer Daves, experto en
orientar a los actores con un par de indicaciones claras y esenciales, a quien
-supongo que no estaría actuando- emocioné en una de las escenas más
tensas, hasta el punto de que se le saltaron las lágrimas.
Y, junto a Robinson y la Anderson, la
clave interpretativa de la película la constituíamos el trío de actores que
representábamos los papeles de adolescentes, condiscípulos en la escuela
superior: Lon McCallister, Julie London y yo misma. Lon y Julie ya tenían
alguna experiencia en el cine. Aunque nuestros personajes habían de tener una
edad alrededor de dieciséis años, los tres la sobrepasábamos. Al principio del
rodaje, yo tenía diecisiete años; Julie, diecinueve, y Lon, veintitrés, aunque
su complexión menuda y su rostro aniñado lo hacían parecer más joven. La verdad
es que formábamos un trío muy peculiar en el guion, al estar enamoradas las dos
chicas del mismo muchacho. Luego, la cosa cambiaba y Julie[14],
mucho más atractiva y lanzada que yo, me dejaba libre el campo y acababa entregándose
al chico malo de la película, que encarnaba el joven e imponente Rory
Calhoun. He aclarado todo esto porque, al estrenarse la película y ser muy
elogiado el trabajo de los tres supuestos escolares, se les ocurrió a algunos
en Hollywood que podríamos volver a actuar, ahora como protagonistas absolutos,
en alguna película de ambiente juvenil, dado que parecíamos muy reales y nos
complementábamos muy bien. Como es lógico, la idea no cuajó y cada uno siguió
su propia carrera, ninguna de las cuales acabó por ser especialmente brillante,
si bien Julie completó su trabajo actoral con el de exitosa cantante de jazz
y blues.
Más recorrido tuvo el proyecto de que yo
hiciera otra película con Edward G. Robinson, esta vez, de genuino cine negro.
Iba a llamarse Harness Bull y yo tendría en ella el segundo papel
femenino, como secretaria y chica de confianza del policía protagonista. Si lo
recuerdo, es por lo que hubiese representado de reconocimiento del señor
Robinson hacia mi trabajo anterior. Lo cierto es que la iniciativa no se
cumplió hasta varios años más tarde[15] y mi papel acabó
por representarlo K.T. Stevens quien, como se sabe, era hija del famoso
director Sam Wood, que había fallecido unos años antes.
Acabaré mi referencia a La casa roja
señalando, en compendio, lo principal que dijo sobre mí un crítico de la época:
La señorita Roberts encarna a la perfección el arquetipo de la chica
inocente y vulnerable, aunque firme y llena de humanidad, que pone su insultante
juventud y su belleza discreta como contrapunto de una atmósfera de tensión
psicológica, inquietud y angustia. Le auguramos una exitosa carrera, si es que
no se la encasilla en papeles secundarios, en los que su aspecto dulce y
sensible de chica de al lado se limite a servir de contraste para
historias melodramáticas y altamente conflictivas como aquella en que con tanto
acierto ha debutado en la pantalla. Con la perspectiva que da el paso del
tiempo, he de reconocer al autor de esta reseña dotes adivinatorias.
-
Tengo
entendido -la interrumpo- que su compañero en La casa roja, Lon
McCallister, fue[16]
uno de sus mejores amigos desde entonces. Teniendo en cuenta la similitud de
edades y la afinidad de caracteres, tengo que preguntarle: ¿No hubo entre
ustedes una atracción más íntima que la de la simple amistad?
-
¿Sabes
que tú también tienes algo de adivino?, me replica entre risas. Lo mismo que te
preguntas tú ahora me decía yo cuando lo conocí y, con la ilusión y la timidez
de la adolescencia, me preguntaba por qué no daba algún paso hacia una relación
amorosa, cuando nos llevábamos tan bien y yo hacía cuanto podía por insinuarme.
Mi madre se dio cuenta de lo que pasaba y, a fin de evitarme tristezas y vanos
esfuerzos, me aclaró: Querida Allene, el problema no es que tú le seas
indiferente, ni que haya otra chica, sino que a Lon no le gustan las mujeres.
Así que confórmate con ser su amiga y, como tal, acéptalo tal cual es. Y, por
supuesto, mantén en secreto lo que acabo de decirte, aunque me parece que ya es
de conocimiento general en Hollywood[17]. Ahora que Lon
está muerto y que su homosexualidad es de dominio común, no creo necesario
mantener la promesa que hice a mi madre hace ya una eternidad.
***
Si podía esperar razonablemente que mi
actuación en La casa roja supusiera el lanzamiento de mi carrera, pronto
hube de convencerme de que estaba muy lejos de convertirme en una estrella en
ciernes. Mis dos películas siguientes, cuyos nombres bien poco importan[18], me supusieron papeles
secundarios y mi temido encasillamiento en personajes casi infantiles, de poca
monta y maltratados por la familia o por la enfermedad. Aunque disgustada, lo
encajé con paciencia. Después de todo -me decía-, soy aún muy joven y me vendrá
bien coger experiencia; pero en el fondo comprendía que era, más que otra cosa,
fruto de mi absoluta dependencia de un productor que tenía poco que ofrecerme,
ya que ni siquiera estaba haciendo películas por aquella época que no fueran
las de Tarzán; hasta el punto de que pasó mi contrato a su hijo, Julian
Lesser, que entonces empezaba su labor separadamente de su progenitor.
Afortunadamente, Sol Lesser me tenía aprecio y no era egoísta. Así fue como
tuve la mayor oportunidad de mi vida. La suerte llamó a mi puerta como
podía haberlo hecho a la de cualquiera otra actriz joven con talento y
sensibilidad. Como ya se habrán percatado, la película que me convocaba era Llamad
a cualquier puerta, en mi opinión, una de las grandes en su género. Por
todo ello, bien valdrá que me detenga un poco al evocar mi participación en
ella.
3.
Desafortunadamente,
a mi puerta llamaba casi todo el mundo
Aunque nunca he tenido constancia probada
de ello, me parece evidente que fui llamada para la película Llamad a
cualquier puerta[19] por indicación de
su coproductor y protagonista, Humphrey Bogart, debido a la buena impresión que
le habían dejado mis actuaciones en La casa roja y en Michael
O’Halloran, principalmente. Poco a poco, me estaban encasillando en papeles
de jovencita atormentada por el ambiente ominoso de su familia o por sus graves
problemas de salud -impedida de las piernas en Michael O’Halloran; ciega
en Union Station, que rodaría poco después-. No es extraño que Bogart
pensara en mí para el papel, secundario pero muy significativo, de Emma, la
jovencita fatalmente enamorada de Nick Romano, a quien encarnaría
el joven y todavía principiante, John Derek. En mi opinión, supe aprovechar la
oportunidad y salir airosa de aquella complicada actuación, que terminaba con
mi truculento suicidio con una cocina de gas. Los críticos alabaron mi trabajo
y llegué a ganar algún premio basado en la votación popular[20]. Hubo momentos, allá por
mis veinte años, en que pensé que, como alguien dijo de mí entonces, era una
recién llegada con el toque del polvo de las estrellas. Pronto
constataría que aquella visión optimista, aunque pudiera ser fundada, estaba
muy alejada de la realidad.
-
¿Cómo
fueron en el set sus relaciones con el gran Bogart?, le pregunto a
Allene.
-
Era
una persona muy correcta y sin aparente vanidad por la fama que ya entonces
había adquirido. En cambio, por manera de ser o preocupación por su doble
trabajo de actor principal y productor, parecía un hombre reconcentrado y solitario.
Durante el rodaje apenas hablaba con sus compañeros y buscaba solamente el
contacto con su mujer, Lauren Bacall, que venía con mucha frecuencia a vernos
rodar. Por otra parte, yo apenas tenía escenas con él. Así que, por unas
razones o por otras, perdí toda oportunidad de insinuarme para que me
diese algún papel en otras películas que produjese, por supuesto, con la
aquiescencia de los Lesser, con los que aún tenía contrato por entonces.
-
¿Y
John Derek? Creo -apunto irónicamente- que no cojeaba precisamente del mismo
pie que Lon McCallister.
-
Ciertamente
-responde Allene, conteniendo la risa-. Aunque me parece que era su primer
papel principal, ya se había hecho notar en algunas películas anteriores como
uno de los más prometedores y atractivos jóvenes actores de la época -solo
tenía un par de años más que yo-. Como persona, era muy dulce y encantador,
pero nuestra armoniosa relación no pasó de las necesidades del guion.
Era lógico, pues ya era novio de la que pronto se convertiría en su primera
mujer[21], con la que se casó
apenas terminado el rodaje de Llamad a cualquier puerta.
John
Derek y Allene Roberts en Llamad a cualquier puerta
***
Parecía condenada a que mis mayores
esperanzas terminasen en un batacazo. Apenas concluido el rodaje de la notable
película con Bogart y Derek, mis productores me trajeron de nuevo a la dura
realidad, encargándome el personaje femenino principal… en una de las películas
de la saga de Bomba, es decir, el también conocido por Boy, especie
de hijo adoptivo en las películas de Tarzán. No deja de resultar hilarante que
Lesser senior se hiciera rico con las cintas tarzanescas y su hijo,
Julian Lesser, quisiera seguir por el mismo camino, con películas sobre el hijo
de Tarzán. A mí me colocaron en la segunda obra de la serie, llamada Bomba
on Panther Island, donde, bien teñida de rubia, habría de representar a una
genuina inglesita remilgada, a quien la selva y el atractivo Bomba le
cambiaban por completo su manera de ser. Desde luego que a mí también me
cambió, creo que para siempre. Aprendí que ser actriz de cine no sólo es una
vocación -como me dijo mi profesora de secundaria-, sino una profesión de la
que vivir y en que cumplir con los deberes contractuales asumidos. Y, por
descontado, trabajar seriamente siempre, aunque solo sea por los compañeros y
la infinidad de personas que acuden al cine como una parte importante de sus
vidas. En fin, dejemos por ahora la alusión a mis numerosas películas de
finalidad alimenticia y pasemos a narrar los dos hechos más relevantes
que, en lo cinematográfico, me sucedieron en aquel año de 1949, en que cumplí
los veintiún años y, por consiguiente, alcancé la mayoría de edad y pude tomar
mis propias decisiones sin necesidad del refrendo de mi madre. Me refiero a la
renuncia a rodar una importante película para la directora y productora Ida
Lupino[22] y a mi liberación de los
productores Lesser para convertirme en una actriz de las llamadas freelance,
es decir, de las que se contrataban libremente para hacer las películas que se
les ofrecían, cobrando por ello la cantidad que en cada caso se pactara[23].
Empezaré por aludir a mi salida del
régimen de contratos septenales con determinados estudios o productores. A raíz
de mi vergonzante participación en la película de Bomba, fui muy
educadamente a quejarme por ello a Sol Lesser, que nunca había dejado de ser mi
productor contratante desde el año 1946. Reconoció la justicia de mis quejas y,
de forma que yo agradecí, llegamos a un acuerdo por el que nuestro contrato
quedaba disuelto sin indemnización alguna; de modo que yo dejaría de percibir
inmediatamente mis doscientos dólares semanales, convirtiéndome en actriz que
podría acordar la prestación de sus servicios con cualquier productor y por el
precio que se pactase para cada película en que interviniera. Obviamente, era
un reto peligroso pues, a partir de entonces, me quedaría sin ingresos mientras
no tuviera trabajo, lo que sería muy probable según fuera perdiéndose el
recuerdo de mis mejores y más famosas actuaciones. Por otra parte, yo no tenía
dinero ni fama para contratar en mi favor a alguna de las grandes agencias de
promoción y representación de artistas, algo que casi garantizaba el no
quedarse sin trabajo, sobre todo cuando los agentes eran parientes o muy amigos
de los magnates de los grandes estudios.
-
¿Y
no le dio miedo, Alleen, el tomar la decisión de trabajar por su cuenta, cuando
apenas tenía ahorros y estaba empezando, como quien dice, su carrera?
-
No
tanto como miedo, pero me preocupó mucho. Corría un gran riesgo, si es que
pretendía seguir a ultranza con mi carrera en el cine. Pero tenía muy claro que
esa carrera no significaría nada para mí, mientras supusiera poner mi
cara y mi nombre en papeles y películas ridículos. Además, tenía ya experiencia
en trabajar como una chica normal para completar mi economía. Más de una
vez, tuve que volver a emplearme de azafata o recepcionista para atender
llamadas o visitas. ¡Allene Roberts en mi consulta, o en mi despacho!,
decían algunos profesionales, orgullosos de contratarme. Así que, en cierto
modo, seguía siendo una actriz, una muchacha conocida de las películas, aunque
estuviera sacándome unos dólares en los momentos de paro actoral.
-
¿Y
qué opinaba su madre? Ella también quedaba al descubierto.
-
Siempre
me apoyó y, por supuesto, volvió a trabajar de costurera, y aún de modista.
Conociendo a muchas artistas, no le era difícil vender por no menos de cien
dólares algunos patrones para modelo de trajes de moda o de época.
-
Entendido.
Siga, por favor, con el asunto de la Lupino.
Con la ayuda de mi madre y de mi iglesia,
puedo decir, sin vanidad alguna, que mi vida en Hollywood fue siempre honesta y
morigerada. Me refiero a buenas costumbres en general, pero especialmente en el
aspecto de las relaciones con los chicos y de la moral sexual. No digo que no
saliera con algunos ni que en ocasiones no tuviese algún acompañante más
asiduo, pero siempre manteniendo el respeto y la moderación. Seguro que el
vivir con mi madre y el poco relumbrón de mi trabajo me ayudaron a llevar una existencia
muy normal, sin tener que espantar a los pretendientes, como suele decirse que
habían de hacer las estrellas. Pues bien, en esas circunstancias y nada
más convertirme en una actriz sin contrato exclusivo, recibí en el año cuarenta
y nueve la oferta de Ida Lupino de protagonizar una película que ella iba a
producir además de coescribir el guion. Se llamaba Not wanted[24] y trataba de una chica
adolescente que, apartándose de su familia, se liaba con una especie de músico
que la dejaba embarazada. La joven optaba por no abortar, tener a su hijo en un
paritorio público y entregarlo precipitadamente en adopción. A partir de ahí,
el argumento -que ya no recuerdo muy bien- entraba en una cadena de episodios,
a cual más exagerado: arrepentimiento de la adopción; secuestro de otro niño
para sustituir al entregado; relación protectora con un inválido de
guerra… En el fondo, es probable que la intención de Lupino fuese la de hacer
una obra feminista y de denuncia social, como otras que luego rodó, pero yo leí
el guion y la llamé para decirle que desistía de actuar en esa película porque
el papel era contrario a mis principios morales. Ida, al escucharme, creyó
estar teniendo una alucinación: ¡una chica americana de veintiún años, una
actriz profesional de Hollywood, rechazando el protagonismo en una película
porque el argumento le parecía demasiado fuerte y su papel no armonizaba con
sus prejuicios morales! Me costó Dios y ayuda hacerle comprender mi punto de
vista y, desde luego, ella siguió creyendo que yo debía de estar loca de
remate.
-
¿Cree
usted, Allene, que su protagonismo en esa película hubiese cambiado el futuro
de su carrera para bien?
-
Con
carácter general, es bastante dudoso, pues la película tuvo problemas con la
censura del Código Hays, se distribuyó mediocremente y no funcionó en la
taquilla; pero era una buena obra y el papel pensado para mí resultaba muy agradecido,
de hacerlo bien, lo que honradamente creo que podría haber conseguido. De
hecho, la chica que finalmente lo interpretó -que era de mi misma edad-[25] arrancó con esta cinta
una carrera notable, aunque sin llegar a convertirse en una estrella.
-
De
todos modos -opino-, el papel que se le ofreció entraba en el ámbito de las
chicas sufrientes y víctimas del entorno, en la línea del encasillamiento del
que usted quería escapar…
-
Quizás
-me concede dubitativamente-. En cualquier caso, he visto luego varias veces la
dichosa película y, con mi mentalidad actual, opino que no había nada en
ella que atentara seriamente contra la moral. Ida Lupino llevó muy bien a la
pantalla aquel truculento guion, con un respeto y un equilibrio que yo no supe
captar sobre el papel, o quizá hizo modificaciones durante el rodaje por propia
iniciativa o a instancias de los censores… En fin, ahora me parece que
perdí una buena oportunidad de avanzar en mi profesión por ser demasiado
melindrosa.
4.
De
tumbo en tumbo, vengo a caer en la televisión… y en el amor
No creo que el resto de mis actuaciones en
el cine[26] merezca mayor atención
que la de reconocer en ellas la imparable caída de su número y notoriedad, con
mi lógica frustración, al resultarme imposible, como actriz independiente,
conseguir papeles de cierto interés artístico y alguna importancia en el
desarrollo de la acción. Sin duda, la mejor de todas fue la primera, Union
Station, una buena película de cine negro, en la que -¡oh casualidad!- me
correspondía hacer de muchacha ciega, hija de un ricachón, a la que secuestran
unos desalmados en la estación de Los Ángeles, aunque tendría que haber sido la
de Nueva York, según la novela original. El protagonista era William Holden, en
uno de sus mejores momentos[27] y con un papel muy
agradecido pues aunaba, a su vigor y fortaleza, componentes de ironía,
presunción y un poco de misoginia. Pese a ello, no dejaba de quejarse de la
pequeñez de la película para sus grandes ambiciones, tildando su intervención
en ella de un trabajo alimenticio. Con todo, Holden era amable y
bastante divertido y mi relación con él fue afectuosa, como también con el
veterano y socarrón Barry Fitzgerald. Otra cosa fue el contacto con Lyle
Bettger, jefe de los secuestradores, que me trató físicamente con tal violencia
real, que me llenó los brazos de cardenales. Aunque, para brutalidad y trato
desagradable, el que me dispensó Lawrence Tierney en The hoodlum, donde,
una vez más, me metí en el papel de una mujercita que, en plan redentor, se lía
con un bandido hermano de su novio, cuyo trato perverso acabará llevándola al
suicidio. Puesta a escoger, me quedo con el que, dos años antes, me había provocado
el encantador John Derek, con quien, por cierto, volví a coincidir en la última
película de mi carrera, Thunderbirds, aunque ahora él fuese el
protagonista y yo casi quedase fuera de los títulos de crédito.
Y así, de tumbo en tumbo, vine a caer en
la televisión. Lo digo con la boca pequeña pues para mí fue una dignísima
salida para proseguir mi carrera de actriz y, de paso, seguir llenando la olla de
casa. Claro que, si el cine me hubiese dado dinero y satisfacciones, no se me
habría ocurrido embarcarme a mis veinticinco años en la singladura televisiva,
lo que, en aquel entonces, tenía muy poco prestigio y era rechazado por la
generalidad de la gente del cine, que veía en el nuevo medio un enemigo que
podría desbancar a medio plazo la producción de películas. Pero yo, desde el
primer momento, encontré en la actuación en televisión una salida genial para
tantos actores y cineastas en general, que no tenían acomodo en el mundo, ya en
crisis, de los estudios cinematográficos de Hollywood.
-
Allene,
¿qué es lo que vio usted en la televisión que la llevó a llamar a su puerta sin
inquietud y sin desdoro?
-
Lo
primero de todo, una oportunidad de trabajo fácil y cómoda para buenas actrices
de cine sin porvenir, como creía que era mi caso. Aunque la televisión tenía
sus propias exigencias para los actores, estas eran mucho más parecidas a las
del cine que a las del teatro, por ejemplo. El mayor contraste era la rapidez
de actuación: ninguna posibilidad de hacer veinte tomas de un beso, como me
pasó con Derek en Llamad a cualquier puerta -me dice entre risas-, ni de
parar una toma por no acordarte exactamente de una frase del guion. Yo me metía
enseguida en los personajes y, como joven que se cuidaba, tenía una excelente
memoria para los diálogos. Resultado: nos pagaban poco[28], pero se trabajaba a toda
velocidad, en episodios de una media hora. Tenías un montón de tiempo libre,
que yo empleaba -vuelve a reírse- en atender a los clientes en la consulta de
un médico o en hacer de telefonista en un bufete de abogados. En suma, me
encontraba a gusto en los estudios de televisión y, gracias a lo que allí actué,
pude mantener mi declinante carrera en Hollywood durante unos tres años: entre
el cincuenta y dos y el cincuenta y cinco, más o menos[29].
-
Creo
que por la que más se te recuerda es por la serie de Superman.
-
Pues
solo intervine en tres episodios, en tres años distintos, pero daba bien como
pareja, junto a mi amigo Jack Larson, que encarnaba a Jimmy Olsen, el
fotoperiodista colega de Clark Kent, Superman. Debí de superarme a mí
misma, bromea, para dejar tan imborrable recuerdo.
***
Déjenme que haga un alto en el camino de
mi historia profesional para referirme a la forma en que llegué a enamorarme y
hacerme novia de Ralph Cochran, mii futuro marido. No deja la cosa de tener
relación con mi vida de actriz pues también estuvo trufado de casualidades y
acabó por decidirme a abandonar mi carrera, convirtiéndome en esposa, madre de
cuatro hijos y ama de casa en Alabama, como lo había sido mi madre. A grandes
rasgos, la cosa fue así.
Yo ya había olvidado casi por completo
aquella tarde, dieciséis años atrás, en que -como ya he dejado dicho- nuestro
viejo coche tuvo una avería en el viaje de Birmingham a Hollywood y nos
acogimos a la casa de los padres de Ralph, que eran conocidos de mi familia. Los
Cochran tenían tres hijos y una hija, como nosotros, y Ralph era entonces de
doce años, un par de ellos menos que yo. Vagamente recordaba yo a un chiquillo
sentado a una mesa, estudiando, que me había estado mirando con bastante
detenimiento sin hablarme. Luego, mucho más tarde, me confesaría que le había
gustado muchísimo y que, al verme de adolescente en la pantalla, había quedado embobado
de mi belleza y dulzura. Todo pudo quedar en uno de tantos enamoramientos
platónicos de los espectadores por las actrices, o los actores, de no ser por
las casualidades a que antes aludí, que supusieron que un mocetón de Alabama
estuviese haciendo el servicio militar en una base californiana cercana a San
Diego y que ese mismo mozo estuviese sin compromiso y tuviera a una hermana
viviendo en Hollywood Norte. En un momento dado, Ralph decidió intentar
acercarse a mí, para lo que pidió el número telefónico de mi madre a la suya,
gracias a lo cual nos llamó para anunciarnos una visita de cortesía.
Naturalmente, aceptamos por razón de amistad y, de ahí, nació todo lo demás.
Por si fuera poco, también entramos en contacto con la hermana de Ralph y ella
y yo hicimos muy buenas migas, lo que aumentó mucho mi interés por él, al
enterarme de que era una persona excelente que, tan pronto terminara su
servicio militar, tenía esperando un buen trabajo como representante de unos
laboratorios farmacéuticos de importancia. Luego, fui conociendo su atractivo y
sus buenas cualidades por mí misma y empecé a salir con Ralph, aunque todavía
no acababa de decidirme a dar el paso de unas relaciones formales, a diferencia
de él, que me daba cuenta de que estaba coladito por mí. Finalmente, fue
otra casualidad la que acabó por unirme sentimentalmente a él: Al acabar su mili
y tener que regresar a Alabama, se ofreció para llevar a mi madre en su coche
hasta allí, para ver a mis hermanos, a los que hacía algún tiempo que no
visitaba. Ella aceptó muy agradecida y me sugirió que yo también los
acompañase. En condiciones normales, no habría aceptado para no abandonar por
un tiempo mi contacto con la televisión, pero la verdad es que -como luego les
contaré- estaba pasando una mala racha por el fracaso de mi selección como
protagonista de la película musical, Oklahoma. De modo que decidí hacer
el viaje con mi madre y con Ralph y así comenzó mi separación definitiva de
Hollywood y cuanto para mí había representado.
5.
Las
ocasiones perdidas, con justicia o sin ella
La fortuna pasó por mi lado sin detenerse
en 1954. Se estaba preparando el rodaje de uno de los mejores musicales de la
época, Oklahoma, basado en la famosa obra homónima de Rodgers &
Hammerstein, estrenada en los teatros unos diez años atrás. Iba a ser la típica
película espectacular, con todos los adelantos técnicos, como el CinemaScope
y el Todd-AO[30], y un presupuesto
que se rumoreaba sería superior a los 5 millones de dólares[31]. El papel del
protagonista masculino estaba asignado casi desde un principio al experto
Gordon MacRae, que reunía sin duda las cualidades de físico y calidad musical
idóneas para aquella cinta. En cambio, el principal papel femenino estaba por
atribuir y la competencia prometía ser feroz, pese a que el casting presentaba
un requisito que alejaba de él a grandes nombres del musical cinematográfico,
dado que pretendían hallar un rostro y una voz poco conocidos, que encajaran a
la perfección con lo que el público esperaba de una jovencita inocente y
campesina, que se moviese con soltura entre las granjas, las ferias rurales y
los maizales de Oklahoma. Yo creía reunir, de entrada, todos los requisitos
para ser una convincente Laurey Williams. Más peliaguda era la exigencia
de cantar, pues si bien mi voz era grata y estaba bien educada, no me sobraba
volumen. Con todo, decidí intentarlo porque no me parecía que las canciones y
dúos en que intervendría presentaran una considerable exigencia vocal.
Pasé la primera prueba de una forma tan
brillante, que llegué a creer que el papel sería indudablemente para mí. El
delegado de producción, nada más verme, exclamó exultante: No es que tú
puedas hacer el papel de Laurey: ¡Es que tú eres Laurey! Pero pronto
comprendí que una cosa es lo que aquel señor pensase y otra que la decisión
estuviera tomada. En efecto, me llamaron para una segunda prueba, lo que me
hizo comprender que simplemente había pasado con éxito una eliminatoria.
También esta segunda resultó positiva porque reiteraron mi convocatoria para
una tercera.
En esta última prueba, además de actuar,
me tocó cantar un dúo con otro aspirante a un papel, sin duda no el principal.
Y el tipo, bien por demostrar sus dotes de potencia, bien por hacerme la
pascua, se puso a cantar con tal volumen, que inevitablemente ahogó mi no
poderosa voz, hasta el punto de que apenas podía hacerme oír. Fueron inútiles
los intentos para que aquel sujeto moderase sus ímpetus, porque una y otra vez
recayó en el mismo defecto: el de cantar como si yo no existiera. No me cabe
duda de que, si mi prueba hubiese sido con MacRae, éste habría sido mucho más
respetuoso y podría haber conseguido ser su compañera. De cualquier forma, no
quiero decir con ello que yo hubiese mejorado la excelente actuación de la
elegida, Shirley Jones, novata en el cine, pero con una notable carrera en el
teatro musical. Y, como actriz, tampoco voy a desmerecer a quien, pocos años
después, sería premiada con el Oscar a la mejor actriz secundaria[32]. Pero lo cierto es que,
una vez más, la suerte me fue adversa por una circunstancia meramente
coincidental, en la que yo no había tenido culpa ninguna.
Póster
de la película Oklahoma!
Tal vez como compensación por mi desgracia,
la gente de la RKO, coproductora y distribuidora de Oklahoma[33], me invitó a
formar parte del amplio elenco de personas encargadas de hacer funcionar la
infraestructura de tan complicada película, desde ayudar en el script,
hasta hacer algún papelito de figurante. Ello me reportó algún dinero… y la
absurda enemistad del actor Rod Steiger, que la tomó conmigo, hasta que alguien
con poder dentro del set le llamó la atención, lo que lo dejó de un
humor de perros.
Supongo que lo que acabo de contar habrá
explicado el porqué de mi decaimiento cuando marché para Birmingham en unión de
mi madre y de Ralph, y las pocas ganas que tenía de volver a Hollywood. Fue en
esa situación cuando mi amigo me hizo de pronto, en navidades, la proposición
de matrimonio, que yo acabé aceptando entre sorprendida y algo dubitativa. Doy
gracias a Dios por ello, pues nunca podría haber imaginado un mejor marido que
Ralph, ni una familia más amorosa que la que nosotros fuimos formando con
nuestros cuatro hijos y su descendencia.
-
¿Habría
actuado lo mismo de haber lanzado de nuevo su carrera triunfando en Oklahoma?,
le pregunto maliciosamente.
-
Honradamente,
me contesta, he de reconocer que difícilmente hubiese dicho adiós a Hollywood y
cuanto él representaba para mí. Pero el triunfo no llegó y la dedicación
exclusiva a la familia no me supuso pérdida dolorosa de ninguna clase. Con
todo, hubo un momento, muy poco después, en que algún diablillo me tentó con la
vuelta a la escena. Pocos conocen el episodio, que bien puede servirte para
cerrar esta entrevista.
***
Solo
una vez caí en la tentación, una vez casada, de regresar a Hollywood y actuar
ante las cámaras, en este caso, de televisión. Coincidieron para ello varias
circunstancias. La primera de ellas fue, sin duda, que mi matrimonio no estaba
pasando por buenos momentos, debido al agobiante trabajo de mi marido, que le
obligaba a viajar constantemente por el sur del país, desde Texas a Florida,
dejándome sola la mayor parte del tiempo en Nueva Orleans, que era la ciudad
-para mí completamente extraña- en que la compañía para la que trabajaba le
había ordenado fijar su residencia. En segundo lugar, había fallecido mi madre,
con la que estaba muy unida, como habrán deducido de lo que he dejado escrito
de mi vida en Hollywood. Y, finalmente, la oferta que me llegó de California
era sumamente atractiva para mí, aunque solo se tratara de rodar un capítulo de
la acreditada serie que The Christophers[34] sostenían en la cadena ABC,
en defensa de la caridad y la educación cristianas. En principio, contaban
conmigo para un solo capítulo del serial[35], pero tenía el gran
aliciente de que el protagonismo masculino correspondía al gran actor, James
Cagney, quien había accedido a ello pese a su habitual rechazo del trabajo
televisivo. Íntimamente, yo pensaba que actuar junto a aquella estrella
podría ser un punto de partida para un eventual regreso a la pantalla, si mi
matrimonio acababa por naufragar.
A posteriori tengo que reconocer que mi
viaje a Hollywood fue un completo fracaso, salvo en lo relativo a mi
colaboración en aquel hermoso episodio. Mi papel ocupaba solo uno de los tres fragmentos
que contenía el capítulo, con una duración de cinco minutos. El mensaje que
difundía era ideológicamente discutible, pues parecía dar a entender la
existencia de una contradicción entre el activismo sociopolítico y la verdadera
caridad eficaz y cristiana. Y, sobre todo, mi relación con el Sr. Cagney -si
puedo llamarla así- fue nula, pues a todos nos dio la impresión de ser un
sujeto arrogante y pagado de sí mismo, sin la menor empatía. En aquellos
momentos tenía él cincuenta y siete años, que ya es una buena edad para ablandarse,
y yo -que representaba en el sketch a una estudiante universitaria-
andaba por los veintiocho, que no es mala edad para hacer tilín a
señores maduros. Pues ni por esas: No me dio la menor oportunidad de comentarle
lo más mínimo sobre mi incipiente deseo de reanudar mi carrera de actriz ni,
mucho menos, de recabar su posible apoyo. Así que, habiéndome tocado conocer a
tres de los mayores duros del cine negro (Robinson, Bogart y Cagney), mis
impresiones sobre ellos fueron completamente diferentes.
-
En
resumen, Allene, que usted empezó su carrera en el cine en 1946, a los
diecisiete años, y la concluyó en 1952, momento en que empalmó con la
labor televisiva, a la que puso fin en 1957, a punto de cumplir los
veintinueve.
-
Exactamente.
-
Y,
por lo que deduzco de sus manifestaciones anteriores, finalmente se arreglaron
los problemas familiares, derivados de los continuos viajes de su marido por
razones laborales.
-
Así
es. Por fin pudimos establecer nuestro domicilio en Alabama, aquí, en
Huntsville, y criar felizmente a nuestros cuatro hijos. Ellos me han dado hasta
ahora ocho nietos y cinco biznietos. No está mal, ¿verdad? Reuniendo a toda la
familia se podría conseguir una buena entrada para ver alguna de las películas
de la abuela.
***
Allene Roberts Cochran falleció el 9 de
mayo de 2019, a los noventa años de edad. Sus restos mortales descansan en el
cementerio de Maple Hill, en Huntsville (Alabama). Su obra y su memoria permanecerán
indefinidamente en quienes vean sus películas. Como aseguran que dijo Leonardo
da Vinci, la belleza muere en la vida, pero es inmortal en el arte.
[1]
En concreto, el programa se
emitió el 24 de julio de 2000 y el interviniente que formuló la pregunta fue
Eduardo Torres-Dulce. Le evocación a la que aludo se refiere a ¿Qué fue de Baby
Jane?, título español de una famosa película dirigida por Robert Aldrich en
1962.
[2]
Nacida Emma Allene Roberts
(1928-2019).
[3]
Entre las diversas fuentes de
consulta libre en Internet, la más amplia y fiable es la extensa entrevista que
a la propia actriz se le hizo en 2009 para publicar en la revista
especializada, Films of the Golden Age. Véase, Laura Wagner, Allene
Roberts: True to her roots, 30 de octubre de 2009, localizable en filmsofthegoldenage.com.
La citada entrevista ocupa 18 páginas de la versión para imprimir -en inglés-
ofrecida por la indicada revista.
[4]
Apellido de casada de Allene
Roberts, perteneciente a su marido, Ralph Cochran, fallecido en 1989. Allene
permaneció viuda, desde ese momento, hasta el de su muerte, treinta años
después.
[5]
En inglés, America’s Most
Charming Child. Las cualidades que se sopesaban, además de las físicas,
eran: carácter y personalidad; porte y desenvoltura en la escena; talento para
las actuaciones y actividades usuales; habilidad para responder preguntas o
formular juicios.
[6] Este periódico, perteneciente a la
cadena Hearst, se editó entre 1914 y 1963.
[7] Se calcula que, en su valor actual
(2025), equivaldrían a unos 46.000 $.
[8] Viene a coincidir con los 168
centímetros en que algunas fuentes cifran la estatura de Allene Roberts.
[9]
Sol Lesser (1890-1980),
importante productor de cine norteamericano, que hizo fortuna con la compra de
los derechos de las novelas de Tarzán, llegando a producir no menos de
catorce películas sobre el citado personaje de ficción, creado por el escritor
Edgar Rice Burroughs.
[10]
Herbert Alonzo McCallister
(1923-2005), actor de cine estadounidense que se retiró de los platós a los
treinta años de edad, tras una carrera poco exitosa. Había aparecido en 1943 en
la película coral de promoción del esfuerzo de guerra, Stage Door
Canteen, dirigida por Frank Borzage y producida por el citado Sol Lesser,
momento en que este tuvo la ocasión de conocerlo, si no lo había hecho antes.
[11]
El salario medio norteamericano
era entonces de unos 2.500 dólares anuales, lo que equivale a unos 50 dólares a
la semana. Quiere decirse que lo percibido por Allene Roberts era modesto para
el mundo del cine, pero muy atractivo para una adolescente de familia
económicamente poco pudiente.
[12]
En inglés, The red house,
película dirigida por Delmer Daves, rodada a mediados de 1946 y estrenada en
las salas el mes de febrero de 1947.
[13] En concreto, el de abril de 1947, a los dos
meses de su estreno.
[14]
En realidad, Julie London
representaba a un personaje, llamado Tibby Rinton. El encarnado por Allene
Roberts era Meg Morgan.
[15]
La película acabó llamándose Vice
Squad (Investigación criminal, en España), siendo dirigida en 1953
por Arnold Laven, con Edward G. Robinson y Paulette Goddard en los principales
papeles.
[16]
Lon McCallister falleció en
2005, catorce años antes que Allene Roberts.
[17]
Sobre el tema de la
homosexualidad de Lon McAllister, véase en Internet el artículo: Hollywood
forbiddem love story: Lon McCallister & William Eythe, entrada de 19 de
marzo de 2024, en la web, frombeneathhollywoodsign.com. Se da por
sentado que Lon McCallister tuvo también una larga relación homosexual con el
famoso director, George Cukor, tras fallecer William Eythe.
[18]
Se trataba de El signo de
Aries (John Sturges, 1947) y de Michael
O’Halloran (John Rawlins,1948).
[19]
En inglés, Knock on any door,
película rodada en 1948 y estrenada en 1949 bajo dirección de Nicholas Ray, de
la que fue protagonista y coproductor Humphrey Bogart.
[20]
Seguramente la actriz se
referirá a al Photoplay “Choose Your Star”.
[21]
Se trataba de Pati Behrs
Eristoff (1922-2004), actriz y bailarina norteamericana de origen ruso, con la
que John Derek estuvo casado entre 1948 y 1956.
[22]
Ida Lupino (1918-1995), actriz y
cantante anglo-norteamericana, que durante un tiempo ejerció con notable
acierto de productora y directora cinematográfica, lo que, por ser mujer,
constituyó una novedad en el Hollywood de su tiempo.
[23]
He tratado brevemente de estos
temas en el capítulo 5 de La moral de Hollywood: El caso de Loretta Young,
entrada de fecha 21 de febrero de 2021, que pueden encontrar en este mismo blog.
[24]
En España, la película ha
circulado con los títulos de El bígamo y Se busca. Aunque su
director acreditado fue Elmer Clifton, el infarto que sufrió al comienzo del
rodaje hizo que fuese Ida Lupino su verdadera directora. Fue decisión suya que
Clifton figurase definitivamente como el director del film.
[25]
Se trataba de Sally Forrest
(1928-2015).
[26]
Durante el periodo 1950-1952,
Allene Roberts intervino en las películas: Union Station (Estación
Unión, dirigida por Rudolph Maté), Santa Fe (dirigida por Irving
Pichel en 1951), The hoodlum (El gángster, dirigida en 1951 por
Max Nosseck), Kid Monk Baroni (dirigida por Harold D. Schuster en 1952)
y Thunderbirds (dirigida por John H. Auer en 1952).
[27]
Recuérdese, a título de
corroboración, que 1950 fue el año en que Holden rodó la inolvidable Sunset
Boulevard (El crepúsculo de los dioses), dirigida por Billy Wilder.
[28]
El salario medio para actrices
conocidas en series de mediano éxito era de unos 500 dólares por episodio. Allene
Roberts trabajó en unos veinte episodios de series diversas a lo largo de tres
años (1952-1955), lo que le pudo suponer unos ingresos de no más de diez mil
dólares, que era prácticamente lo percibido por un trabajador estadounidense medio
de 1955: 3.400 $ al año. Era lógico, pues, que Allene se buscase algún
sobresueldo.
[29]
Las series televisivas para las que más trabajó Allene Roberts fueron: Superman, con tres apariciones, y Dragnet, con seis.
[30]
La película se rodó
simultáneamente en esas dos versiones, debido a que el Todd-AO necesitaba
una preparación técnica de la que carecían la mayor parte de las salas de cine
de entonces.
[31]
Finalmente, se acercó a los 7
millones, pero, al haber recaudado unos 17 millones, fue un éxito económico
extraordinario.
[32]
Lo obtuvo en la ceremonia de
1961, por su intervención en Elmer Gantry (El fuego y la palabra, dirigida
en 1960 por Richard Brooks).
[33]
El título exacto en inglés era Oklahoma!,
con signo de exclamación. Se rodó a lo largo de 1955 y fue dirigida por Fred
Zinnemann. Se estrenó en octubre de 1955.
[34]
Los Christophers eran un
movimiento de espiritualidad cristiana, fundado por el sacerdote católico James
Keller en 1945, que desarrolló una intensa actividad de difusión de los ideales
de caridad evangélica sencilla y operativa, a través de libros, revistas y
televisión. Continúan actuando hasta la fecha (2025).
[35]
El capítulo llevaba por título A
link in the chain (en español, “Un eslabón de la cadena”) y fue emitido el
30 de junio de 1957. Tiene una duración cercana a los treinta minutos, de los
que el fragmento en que intervino Allene Roberts viene a durar unos cinco
minutos. Puede verse por youtube en versión original sin subtítulos.
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