El
honor de la nación
Por Federico Bello Landrove
In memoriam, Juan Manuel Alonso
Montero (1941-2025)
¿Es necesario derramar la sangre ajena o
la propia para ser considerado un valiente y entender que se defiende el honor
de la nación? El examen en paralelo de dos episodios muy diversos en la Roma
bajo la ocupación nazi puede darnos pie para reflexionar sobre la anterior
pregunta y, si se tercia, aprender o repasar algunos hechos históricos, apenas
alterados por la imaginación del autor.
1.
El
seminarista
En Roma, a 29 de junio de 1943,
festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Querida madre:
Como continuación de mi anterior carta del
día 23 de los corrientes, en que te comunicaba haber aprobado con muy buenas
notas el primer curso de Filosofía y Teología en este Seminario Mayor
Lateranense, y, al propio tiempo, te manifestaba mi propósito de pasar las
vacaciones de verano contigo y las hermanas en Viterbo, lamento mediante la
presente tener que informarte de que habré de permanecer todo el verano en Roma
-salvo alguna escapada
ocasional- a disposición de los Superiores de esta santa casa, por los motivos
y circunstancias que te expongo a continuación.
Es el caso que un profesor del Seminario,
el padre Fagiolo, es, a la vez, párroco de la basílica de los Santos Fabiano y
Venancio, recientemente creada en el distrito del Tuscolano de esta ciudad de
Roma, la cual, por efecto del éxodo de las gentes del sur a causa de la guerra,
le ocasiona un ímprobo trabajo para atender su culto y el cuidado de las almas.
Pues bien, el padre Fagiolo, a sugerencia y con el apoyo, del Vicerrector,
Monseñor Palazzini, me ha pedido ayuda en su tarea pastoral, aconsejándome que
aceptase la sugerencia pues me daría una experiencia práctica muy positiva para
completar mi formación teórica. Comprenderás, madre, que, viniendo la petición
apoyada por el Vicerrector, no haya podido negarme: Bien sabes que le debo en
buena parte la beca con la que aquí estoy pensionado, pues fue él quien más
apoyó la petición que en mi favor cursó a este Seminario el Obispo Albanesi[1]. En consecuencia, no he tenido más
remedio que aceptar el encargo, aunque ello suponga que no podamos estar juntos
este verano, como habíamos proyectado. ¡Ofrezcamos esta pequeña mortificación
para bien de cuantísimos están sufriendo las angustias de esta guerra
interminable!
Por lo demás, no estés intranquila por mí.
Aunque con las carencias que todos sabemos, Roma permanece tranquila y a salvo
de los estragos de la guerra. Hay quienes dicen que, mientras el Santo Padre
permanezca en la Ciudad, los enemigos de Italia no se atreverán a bombardearla;
de modo que, en cierto sentido, puedes creer que en ningún otro lugar iba a
esta tu hijo más seguro que en este desde el que te escribo…
Interrumpamos aquí la transcripción de la
carta del seminarista, Albino Conca, a su madre pues el resto, o son
circunstancias estrictamente personales, o alusiones generales al Seminario
Lateranense y a la vida en Roma a la sazón, que el remitente disfrazó para que
su misiva pasase sin trabas el doble filtro de la censura religiosa y de la
política. Hay quien dice que Albino exageraba las precauciones, pero él replicaba
que, en todo caso, la prudencia es una virtud cardinal.
***
Poco tiempo iba a durar la relativa calma
de la que Albino se hacía eco en la carta a su madre. El día 10 de julio, los
Aliados abrían el segundo frente en la Europa occidental invadiendo Sicilia y,
a partir del día 14 del mismo mes, iniciaban un periodo de grandes bombardeos
aéreos para facilitar sus progresos bélicos y desmoralizar al gobierno italiano
aliado a los nazis y encabezado por Benito Mussolini. Salerno, Nápoles,
Turín, Milán… fueron bombardeadas sin piedad, sin respetar a la población civil.
En lo tocante a Roma, el 16 de julio fue sembrada de octavillas lanzadas desde
aviones enemigos, haciendo una llamada a abandonar la alianza con los alemanes,
so pena de los mayores sufrimientos; una invitación amenazadora que se
reprodujo en otras muchas ciudades italianas. Y, apenas tres días después, a
los panfletos sucedieron los proyectiles. Cientos de aviones aliados lanzaron
sobre la zona obrera y fabril de Roma varios miles de bombas, causando un gran
número de víctimas, calculado por lo bajo en unos dos mil muertos[2]. El barrio más castigado
fue el de San Lorenzo, no lejos de la iglesia de San Fabiano, en la que servía
como acólito el seminarista Conca. El templo no resultó alcanzado, pese a lo
cual recibió la visita de Su Santidad, Pío XII, en solidaridad con el
vecindario de la barriada[3]. El futuro aclararía que aquel
atroz bombardeo sería el único de ese nivel sufrido por la Ciudad Eterna, pero,
en cualquier caso, fue suficiente para cumplir un objetivo fundamental: Al día
siguiente, el Consejo Nacional Fascista y el rey Víctor Manuel III destituían a
Mussolini como presidente del gobierno, poniéndolo en reclusión[4], siendo reemplazado por el
mariscal, Pietro Badoglio, en lo que casi todos entendieron -incluso Hitler-
que estaba llamado a ser el primer paso para desligarse de la alianza militar
con Alemania -el llamado Pacto de Acero-.
Albino percibió que, pese al recuerdo de
la masacre del 19 de julio, los romanos parecían contentos o, al menos,
aliviados por el desmoronamiento del régimen fascista. Así lo comentó con el
padre Fagiolo, quien era de otro parecer, como persona perspicaz y bien
informada:
-
Fascistas
o militares, tanto da -opinó Fagiolo-. El hecho es que, en unas semanas
tendremos a americanos e ingleses en la Península y habremos de combatirlos o
abandonar a los alemanes[5]. ¿Qué crees que pasará
entonces?
Albino sonrió y dijo muy convencido:
-
Pues
que nuestros soldaditos tirarán las armas a las primeras de cambio y quedaremos
a merced de los anglosajones.
-
¡Qué
equivocado estás!, refutó Fagiolo. ¡Como que los alemanes nos van a dejar que
entreguemos todo el país a los aliados en bandeja de plata, poniéndoles una
alfombra roja hasta la frontera alpina!
El seminarista quedó perplejo, rumiando
las palabras de su profesor, quien concluyó:
-
No
lo dudes, Albino. Los alemanes y los aliados acabarán batiéndose el cobre en
nuestro país y, ya que no nuestros militares, seremos los civiles quienes
paguemos las consecuencias.
En efecto, tras un breve tira y afloja
entre el gobierno italiano y los aliados, siempre a espaldas de los alemanes,
Italia firmó el 8 de septiembre un armisticio con aquellos y rompió la alianza
con estos. Al día siguiente, el rey de Italia y su gobierno huían a Brindisi y
se ponían bajo la protección aliada, al tiempo que el ejército italiano se
disolvía como un azucarillo en agua. La ciudad de Roma, que había sido
unilateralmente calificada de abierta por el gobierno italiano[6], fue ocupada al siguiente
día 10 por los alemanes, sin encontrar apenas resistencia. Días más tarde, el
recién liberado Mussolini, con el apoyo y tutela de Hitler, retomaba las
riendas del poder civil en la Italia no conquistada por los aliados, incluida
Roma, desposeída de su rango capitalino[7] y colocada en una confusa
situación jurídica, pero, en la práctica, bajo las botas teutonas y fascistas.
Empezaba una etapa crucial en la vida del joven Conca, a causa de una
circunstancia que hasta entonces le había tenido sin cuidado: Que buena parte
del casco urbano de Roma formaba parte del Estado de la Ciudad del Vaticano,
incluido un variopinto e intrincado conjunto de edificios y anejos
desperdigados por la ciudad, los cuales estaban dotados del privilegio de
extraterritorialidad, en virtud de los acuerdos de Letrán, firmados entre el
Reino de Italia y la Santa Sede en 1929. Uno de esos edificios exentos era
el conjunto de San Juan de Letrán[8], en el que radicaba el
seminario mayor de Roma, en el que Conca se formaba. Otro, el amplio complejo
de San Pablo Extramuros[9], que iba a convertirse en
un plató cinematográfico, por obra y gracia del rodaje de una película
muy especial, como tendremos ocasión de explicar más adelante.
Bien ajeno a los derechos internacionales
del Vaticano, el día 9 de septiembre se constituía en Roma el llamado Comité
de Liberación Nacional Antifascista (CLN)[10]. Algunos de sus miembros,
que pronto empezaron a actuar como comandos urbanos o como partisanos rurales
contra los ocupantes alemanes, acabarían por cruzarse en el camino de nuestro
seminarista, para complicación y agobio de sus poco expertos veinte años.
2.
Un
seminario para seglares descreídos
San
Juan de Letrán (Roma)
El curso 1943-1944 empezó en el seminario
lateranense en la fecha prevista y con aparente normalidad. Pero pronto tuvo
Conca evidente constancia de que lo usual se había volatilizado. Apenas
llevaban quince días de clases, cuando los seminaristas que tenían familia en
Roma fueron invitados a dejar sus habitaciones en el laterano, sin que la
dirección del centro les ofreciese explicaciones precisas. Aunque no era el
caso de nuestro seminarista viterbense, tal requerimiento le fue también
formulado por medio del padre Fagiolo, con la siguiente disculpa:
-
Te
alojarás en la casa parroquial de San Fabiano. Total, está a un cuarto de hora
del seminario[11]…
Va a necesitarse aquí de todo el espacio disponible.
El desahuciado fue atando cabos, conforme
pasaban las jornadas y volaban las noticias, por no referirnos al tipo de
personas que, día tras día, iban ocupando las habitaciones dejadas libres por
los seminaristas. A raíz del pogromo del 16 de octubre en el gueto de Roma,
cuando más de mil judíos fueron deportados a Alemania, camino de los campos de
exterminio, el papa Pío XII dio instrucciones para que edificios y dependencias
de la Iglesia católica dieran refugio en lo posible a los hebreos. Varios
miles de ellos se beneficiaron de esa iniciativa, fuertemente apoyada en Roma y
en Castel Gandolfo por la protección diplomática de los inmuebles, reconocida
en los tratados de Letrán[12]. Varios cientos de ellos fueron
acogidos en el seminario mayor y la universidad pontificios, a lo largo de los
ocho meses que aún faltaban para la liberación de Roma[13]. Con mayores reticencias,
la protección pontificia se extendió a los ciudadanos antifascistas más
relevantes, así como a sus familias; una cierta repugnancia que se debía a que
bastantes de ellos habían participado en atentados violentos contra las fuerzas
alemanas o contra políticos o policías fascistas, como más adelante
ejemplificaremos. Baste ahora con constatar -como Albino pudo hacerlo- que una
parte de los miembros del citado CLN formaron, a partir de octubre de 1943,
comandos de acción violenta, conocidos con el nombre de Grupos de Acción
Patriótica (GAP), integrados principalmente por hombres y mujeres
muy jóvenes de ideología izquierdista, que, tras un periodo de reflexión y
debate, optaron por pasar, de las actividades de propaganda anti alemana,
sabotaje y daños en medios militares, a atentados contra la vida de las
personas, incluidos los de resultado indiscriminado por medio de bombas[14]. El adjetivo “patriótica”
dejaba bien a las claras lo que no tardó en convertirse en santo y seña de sus
integrantes: Con sus acciones violentas, por sangrientas y contrarias que
fuesen a la normativa internacional, los gapistas estaban sustentando el
honor de la nación.
Pese
a la relativa seguridad diplomática que proporcionaban los tratados de Letrán,
siempre existió la preocupación de que los alemanes o los fascistas violaran la
extraterritorialidad de los edificios bajo protección del Vaticano. En fecha
tan temprana, como el 29 de setiembre de 1943, la policía política especial que
comandaba en Roma el fascista Pietro Koch invadió dependencias protegidas
anejas a la basílica de Santa María la Mayor, en busca de un general
supuestamente refugiado allí y se llevaron detenidos a algunos políticos
antifascistas de renombre. Las protestas de las autoridades vaticanas
convencieron a los jefes militares alemanes de que debían refrenar los excesos
de sus aliados mussolinianos y, en lo sucesivo, los casos de violación palmaria
de edificios protegidos fueron excepcionales[15].
En estas tensas circunstancias, la
situación especial de Albino Conca, con libertad para entrar y salir a diario
del seminario lateranense, le proporcionó abundantes ocasiones de entrar en
contacto con los civiles refugiados en aquel y de prestarles numerosos
servicios. Pocos años después, el rector del seminario, Monseñor Ronca[16], solicitó de Albino un
informe por escrito de sus andanzas durante aquel conflictivo periodo,
con vistas a dar de paso su acceso al presbiterado. Dicho documento ha
permanecido archivado en el seminario mayor romano, permitiéndose su consulta,
debidamente justificada, tras el fallecimiento -muchos años ha- del sacerdote
Conca. Este reflejaba en él, entre otras cosas, lo siguiente:
… Aunque las oportunidades de
encontrarse los seminaristas con los seglares refugiados en el seminario eran
escasísimas, estos hacían por comunicarse con aquellos de nosotros que teníamos
autorización para salir libremente de las instalaciones. Los motivos eran
obvios: Siendo peligroso y contraindicado para los refugiados el abandonar su
asilo, cualquier recado, correo o pequeña compra que quisieran hacer dependía
de la benevolencia de los empleados en el monasterio o de nosotros, los
seminaristas externos, que seguramente les inspirábamos una mayor confianza. Es
posible que, en lo que a mí respecta, el padre Fagiolo hiciese alguna
confidencia a los asilados acerca de que yo me hospedaba en su casa, en la
parroquia misma de San Fabiano. El hecho es que los refugiados empezaron a
hacérseme los encontradizos o a mandarme notas para que les hiciese algunos
mandados, les echase al correo alguna carta o, simplemente, les comprase
tabaco, algún libro o, incluso, útiles de aseo o ropa interior. Con la
autorización del citado padre y sin beneficio material alguno por mi parte,
procuré atender puntualmente a lo que se me requería. Cuando algunos de los
asilados -en general, judíos o jóvenes partisanos- empezaron a hacerme
peticiones más comprometedoras, como la de dar o recibir recados de personas de
su conocimiento, expuse mis vacilaciones al padre Fagiolo, quien me llevó
personalmente a consultar con el vicerrector, monseñor Palazzini. Este me preguntó
si las dudas que abrigaba eran por disciplina, por miedo o bien por razones de
conciencia. Yo repuse que principalmente por esto último, por lo que el
vicerrector me ordenó que no atendiera solicitudes que pudieran suponer un
compromiso político o el riesgo de ayudar a perpetrar algún atentado, sino que
sería él quien, excepcionalmente, filtraría tales peticiones, dejando en todo
caso a mi criterio el atenderlas o no… En consecuencia, espero, monseñor, que
no encuentre mi conducta de aquellos meses contraria a mis deberes como
cristiano y buen seminarista, hasta el punto de poder afectar a mi vocación y
vehemente anhelo de recibir próximamente las Órdenes Sagradas…
Entre los numerosos descreídos que
consiguieron refugio en el seminario lateranense, Albino Conca tendría la
oportunidad de conocer o, al menos, coincidir con uno de los más destacados
miembros de los Grupos de Acción Patriótica de Roma: Franco Calamandrei[17], quien, huido con
increíble fortuna del cuartel de la policía especial mandada por Pietro Koch en
la llamada pensión Jaccarino, pudo esconderse en el seminario el día 20
de mayo de 1943, permaneciendo allí sano y salvo hasta el 4 de junio siguiente,
en que Roma fue abandonada a los angloamericanos por las tropas alemanas.
Naturalmente, Conca no reveló nunca los nombres y detalles de las personas a
las que conoció o ayudó durante la guerra, pero me gusta recordar que él y
Calamandrei coincidieron en el Laterano por unos días, aunque solo sea por la
circunstancia de que, si Albino nos puede servir como personaje para introducir
la historia de la película La puerta del cielo, Franco nos llevará hasta
el sangriento episodio del atentado de via Rasella, que daría lugar, al día
siguiente, a la masacre de las Fosas Ardeatinas[18]. Una y otro -la citada
película y el susodicho atentado- serán el objeto de los dos próximos
capítulos, con el suficiente detalle, como para extraer en el último apartado de
este relato algunas conclusiones en punto al honor nacional.
3.
Trescientos
setenta muertos para la Historia
Enero de 1944: Los aliados desembarcan en
Anzio[19], en lo que se cree
equivocadamente un raudo principio del fin, el inicio del rápido avance
sobre Roma y de la liberación de la Ciudad Eterna. La población romana
permanece a la expectativa, confiada en que los anglosajones la liberarán
pronto y sin sufrimiento adicional por su parte, al considerarse como una ciudad
abierta. Los comunistas romanos, espoleados por sus colegas del norte de
Italia, convocan en Roma una jornada de huelga y alzamiento generales, que se
salda con un rotundo fracaso. Ni siquiera los aliados han visto con buenos ojos
esa salida de tono, que piensan puede perjudicar, más que beneficiar, la
estrategia de su esfuerzo de guerra. Entre dimes y diretes en el partido
comunista y de este con sus socios de otros grupos insertados en el Comité de
Liberación Nacional y en los Grupos de Acción Patriótica, surgen ya las voces
que preludian lo que, apenas dos meses después, desembocará en el atentado de
via Rasella y sus consecuencias. Aunque no es el personaje más relevante del
partido, Giorgio Amendola[20] sí es su jefe y portavoz
dentro de Roma. Zanjará la discusión sobre los límites de la acción directa y
la prudencia que aconsejan las eventuales represalias alemanas, de manera
tajante. La tibieza y pasividad del pueblo romano -dice- habrán de ser
sacudidas por acciones contra los alemanes lo más violentas posible. La
dignidad de Italia -agrega- no permite la pasividad frente a sus enemigos,
limitándose a esperar que los ejércitos extranjeros aliados hagan todo el
trabajo. Las represalias -concluye- son de la incumbencia de quienes las
ejerzan pues, de otra manera, nuestra propia conciencia nos impediría cumplir
con los deberes militares. Finalmente, la posición comunista -parcialmente
compartida por otras fuerzas políticas- será fortalecida por quienes dicen ser
emisarios de los anglosajones que, parados en seco por la resistencia alemana,
encuentran ahora adecuado que sus enemigos empiecen a sufrir serios golpes en
la retaguardia, propinados por la Resistencia italiana.
El de via Rasella no será el único de los
atentados en Roma, pero sí el más grave, el que pasará a la historia. Albino
Conca no tuvo noticia de él hasta que se hubo producido. Franco Calamandrei, en
cambio, fue uno de sus muñidores y artífices. Recordemos los hechos, sin
excesivo detalle.
***
Entre las escasas fuerzas armadas que los
alemanes mantenían en la ciudad de Roma, se encontraba un batallón de policías
militares Bozen, integrado en las Waffen-SS[21], formado por unos
quinientos hombres, divididos en tres compañías, que cumplían en Roma
exclusivamente funciones de protección y policía en relación con ciertos
edificios ocupados por instituciones o servicios alemanes. Dichos efectivos
estaban formados por soldados de estirpe alemana, nacidos en las comarcas del Trentino
y el Alto Adigio[22],
de edad bastante superior a la habitual de sus compañeros de otras fuerzas,
bien por tratarse de veteranos retirados de otros frentes, bien por haber sido
reclutados una vez avanzada la guerra[23]. Con periodicidad diaria
o, cuando menos, cada pocos días, una compañía de tales soldados hacía en horas
fijas el recorrido de ida y vuelta, a pie y desfilando, desde su
acuartelamiento romano en el Quirinal, hasta el campo de las afueras en el que
se ejercitaban en prácticas de tiro. Esta rutina hacía de los bozen un
objetivo muy fácil para un atentado llevado a cabo por personas expertas. Esa
fue la razón por la que Grupos de Acción Patriótica (GAP) formados por
militantes del partido comunista los tomaron como objetivo para un ataque con
explosivos, completado con el empleo de armas de fuego. Hasta un total de
dieciocho resistentes tomaron parte en la preparación y ejecución del
atentado que, finalmente, tuvo lugar hacia las 15:50 horas del día 23 de marzo
de 1944.
Carretillo
histórico de barrendero en la romana via Rasella
El explosivo consistió en unos dieciocho
kilos de trinitrotolueno (TNT), cerrados en una caja de hierro, junto con
diversa metralla, y transportados en un carrito de la limpieza, de tracción
manual, que se colocó disimulado en la romana via Rasella, por la que habían de
pasar alrededor de 150 soldados alemanes. El lugar había sido escogido por su
estrechez y trazado en pendiente, esperando que ello contribuyese a causar el
mayor daño posible y a que los militares avanzaran más pausadamente. También se
habían previsto trayectos de fuga para los gappistas quienes, en efecto,
lograrían escapar tras su acción sanos y salvos. Varios de los autores del
atentado se habían provisto de armas cortas y largas de fuego y de algunos
explosivos de mano, para completar la acción lesiva de la bomba
principal y defenderse, en su caso, de la reacción de los alemanes.
El atentado se produjo a plena
satisfacción de quienes lo realizaron. La bomba de TNT estalló al paso de los
soldados y la cifra total de víctimas alemanas fue de 33 muertos y 38 heridos
de consideración. También fallecieron de las resultas dos transeúntes
italianos. Como ya hemos dicho, todos los gappistas intervinientes
pudieron escapar sin daño alguno.
***
Por orden expresa de Hitler, el atentado
desencadenó una represalia que, tras varias reducciones a instancia de las
autoridades militares alemanas en Italia, se convino en diez rehenes italianos
por cada soldado alemán fallecido. Los ejecutores teutones procuraron, ante
todo, escoger las víctimas entre judíos, condenados a muerte y presos políticos
antifascistas, pero la premura con la que se les ordenó ejecutar la represalia
(en el curso del siguiente día, 24 de marzo) y la gran cantidad de rehenes precisos
determinó que se incluyera entre ellos a toda clase de presos en cárceles
romanas, así como algunas personas detenidas al azar en la zona del atentado.
La precipitación y la diversa procedencia de las remesas de víctimas determinó
que, finalmente, fuesen ejecutadas cinco personas más de las precisas, es
decir, trescientas treinta y cinco. Las ejecuciones se llevaron a
cabo mediante disparos de pistola a quemarropa en la cabeza, desarrollándose la
masacre en las inmediaciones de Roma, en unas minas abandonadas de puzolana
(las llamadas Fosas Ardeatinas), en las que los cadáveres quedaron
temporalmente sepultados, bloqueando los accesos mediante explosivos.
***
Entre los días 26 y 28 de marzo, al irse
teniendo conocimiento suficiente del atentado y de la ulterior represalia,
diversos periódicos se hicieron eco moral de la noticia, desde el clandestino
comunista L’Unità, hasta el Osservatore Romano, fuente
oficial del Vaticano. Este último sería muy criticado por entenderse su
comentario de lo sucedido como igualmente censurador del atentado y de la
represalia. Por su parte, el Comité Nacional de Liberación de Roma fue
inicialmente muy crítico del atentado y, en especial, de que el mismo hubiese
sido desarrollado por los comunistas sin avisar a los demás grupos, ni discutir
con ellos su justicia y oportunidad; pero, apenas dos días más tarde, casi
todos los grupos resistentes cerraron filas en favor de la pertinencia de la
acción partisana, aunque hubiese provocado tan grave como previsible reacción
de los alemanes. Quien llegaría a ser presidente de la República italiana,
Sandro Pertini[24],
resumió el tira y afloja de manera bastante acomodaticia: No había
tenido conocimiento de lo que preparaban los comunistas, pero, de haberlo
tenido, habría aprobado su decisión.
Aunque
en otras ocasiones los alemanes habían condicionado la represalia de un
atentado mortal a que sus verdaderos autores no se hubieran presentado ni sido
detenidos, en el caso de via Rasella es casi seguro que no se formuló tal
alternativa, sino que se pasó directamente a la ejecución de los rehenes. En
cualquier caso, todos los responsables huyeron inicialmente y -como después
tuvieron ocasión de expresar algunos de ellos- no habrían estado dispuestos a
entregarse a cambio de evitar la represalia, pues ello no se compaginaba con
las órdenes recibidas ni con el comportamiento de los combatientes en una
guerra declarada, que es como ellos se consideraban a todos los efectos[25].
4. La
peregrinación cinematográfica de los judíos al santuario de Loreto
Albino
Conca recordaba perfectamente, aunque muchos años después, el incidente que voy
a relatar, debido a que -según él- fue divertida comidilla en los
mustios festejos del seminario lateranense en la Navidad de 1943. Por lo que
luego he comprobado, es muy probable que la anécdota fuese apócrifa, pero el
caso es que Conca me la relataba así:
-
En la noche del 21 al 22 de diciembre, los policías
especiales mandados por Pietro Koch, invadieron con gran aparato de armas las
dependencias de San Pablo Extramuros; desarmaron sin mayores problemas a unos
veinte guardias suizos que protegían la basílica y procedieron a llevarse
detenidos a numerosos individuos refugiados en el edificio, pese a estar bajo
la jurisdicción de la Santa Sede.
-
¡Pues sí que se lucieron los
suizos! -comenté-. Claro que, si estaban armados solo con alabardas…
Don
Albino -entonces ya párroco de la iglesia de San Vicente y San Anastasio de la piazza
de Trevi- sonrió sin hacer mucho caso de mi comentario y prosiguió:
-
Ante las severas protestas del Vaticano, el
prefecto Caruso[26]
simuló enfadarse por la iniciativa no autorizada de Koch y
soltó de inmediato a todos los detenidos, no sin que antes muchos de ellos
fuesen torturados y escarnecidos por aquellos energúmenos. Ese fue el caso
-Conca volvió a sonreír- de un aviador, llamado Monti, quien tuvo la mala
suerte de que le echaran mano cuando todavía iba vestido de cura.
-
¿Qué me dice, padre?, pregunté asombrado. ¿A tanto
llegaba el disfraz de los refugiados?
-
No hombre, no -repuso-. Era por necesidades del
guion.
Me quedé
pasmado pues nunca había oído hablar de que en San Pablo se hubiese rodado una
película durante la guerra. Don Albino comprendió perfectamente mi ignorancia:
-
También para mí fue en aquel entonces una primicia
increíble. Y lo más curioso es que me llamó tanto la atención que no dejé de
tirar de la lengua al párroco Fagiolo, hasta que me lo explicó:
-
No creas -me reveló- que se trata de una película
corriente, sino de una iniciativa de la productora del Vaticano para estimular
la piedad y dar esperanza en esta época tan siniestra. Se trata de dramatizar
una peregrinación actual al santuario de Loreto y de destacar la maravillosa
labor que puede hacer Nuestra Señora con quienes sufren y se sienten solos por
la guerra. Creo que hasta se alude a la posibilidad de que la Virgen compense
la fe de sus hijos más necesitados con algún milagro.
-
¡Repámpanos, padre!
-exclamé-. ¿Y qué pintan todos esos patriotas y hebreos haciendo
de extras y pernoctando dentro de la basílica?
Fagiolo
vaciló por unos momentos en contestarme sinceramente. Finalmente, lo hizo así:
-
Lo que en principio era la iniciativa para rodar
una película edificante se ha
convertido en una forma de proteger con tal pretexto a un gran número de judíos
y algunos antifascistas… ¿No estarás dispuesto a echar una mano? No sabes la de
complicaciones que se están suscitando, desde falta de víveres, hasta necesidad
de atención médica.
-
Con el permiso del rector del seminario, no tendría
ningún inconveniente. Es más, me gustaría mucho cooperar en esa tarea. Claro
que San Pablo queda muy lejos para estar yendo y viniendo cada dos por tres[27].
No creo que pudiera arreglarme para ir además a clase y ayudar en la parroquia.
-
Déjalo de mi cuenta -ofreció Fagiolo-, y no te
preocupes por la parroquia, que ya encontraremos a otro seminarista bien
dispuesto para sustituirte.
***
El padre Conca tuvo la gentileza de dejarme
por escrito sus experiencias cinematográficas, años antes de su
fallecimiento, todavía en muy buena edad, precisamente unos meses después de
que abandonara este mundo el monseñor Montini, aludido en este relato[28]. He aquí su narración
íntegra, debidamente traducida del italiano al español:
Me acuerdo de que fue el 22 de enero de
1944 pues los aviones aliados lanzaron sobre Roma miles de octavillas anunciándonos
la inminencia de nuestra liberación, que a la postre tardaría cuatro meses y
medio más en producirse. El vicerrector Palazzini me convocó a su despacho y,
con mucho secreto, me entregó en sobre cerrado una carta dirigida al que me
dijo era el productor de la película que se rodaba en San Pablo Extramuros, un
tal Salvo D’Angelo[29], asegurándome al
propio tiempo que llevaba el refrendo del Vaticano, para que me acogieran sin
suspicacias y me confiaran los servicios que fuesen necesario. No te exagero la
sensación de encontrarme en un auténtico pandemonio, tan pronto me hallé en el
amplísimo atrio de la basílica, con decenas de personas -tal vez cientos-,
yendo de un sitio para otro, o sentados y recostados en cualquier parte, de
forma que parecía imposible que allí se estuviera rodando una película o,
simplemente, realizando una tarea medianamente organizada. Aunque había tenido
la ocurrencia de vestir de seminarista, renunciando al permiso que tenía para
hacerlo de seglar, allí nadie me hacía ni caso cuando preguntaba por el señor
D’Angelo, para quien -encarecía- traía un encargo importante. Al fin, un hombre
de mediana edad, que llevaba hábito o disfraz de franciscano, se me acercó y
escuchó afablemente, contestándome:
-
¡Ay,
hijo, no pides tú nada, hablar con el productor! Pero no desesperes, que voy a
llevarte con el que llaman el
mánager, que es su mano derecha.
El buen fraile -pues lo era en realidad-
me condujo hasta el gran claustro de San Pablo y me presentó a quien resultó
ser Alberto Tronchet[30], “director de producción” de aquella
película-refugio. Tronchet echó un superficial vistazo a mi carta de
presentación y apenas se le ocurrió otra cosa que pasar la pelota a otro
sujeto, llamado Peccarini[31]. Aquello acabó por sacarme de mis
casillas y le repliqué airadamente:
-
Señor,
no estoy aquí de majadero, sino para colaborar, a iniciativa de mis superiores
y del Vaticano. Así que devuélvame la carta, que voy a informar a quienes me
han enviado de que aquí hay dos clases de personas: las que no están y las que echan
el trabajo a otros.
Vittorio
de Sica por la época de La puerta del cielo
Tronchet quedó atónito de mi atrevimiento
o bien, no había leído de forma comprensiva mi carta de presentación, pues dejó
pasar unos momentos en silencio antes de preguntarme:
-
Entonces,
no eres un extra vestido de cura, sino un sacerdote de verdad.
-
No
señor -contesté muy en mis puntos-. Solo soy un seminarista estudiante de
teologado, que cuenta con experiencia y buenos informes, como para que usted o
quien corresponda me asigne alguna tarea en que pueda ser útil.
-
¡Faltaría
más!, exclamó sonriendo. No sabes la falta que nos hacen personas que sepan
cómo se desarrollan las ceremonias litúrgicas y conozcan los cánticos más
comunes en las peregrinaciones… Porque tú habrás estado en Loreto, me figuro.
-
Con
mi madre, cuando era niño, respondí, pero se me quedaron bien grabados aquellos
momentos.
-
¿Y
qué tal con el latín?, insistió el director de producción. A veces no podemos
sonorizar en directo para no decir disparates en la lengua de Virgilio.
-
¡Hombre!,
repliqué conteniendo la risa. A Virgilio no le alcanzo, pero podría pasar hasta
por canónigo y enseñar a los actores las frases más frecuentes.
-
No
me digas más -concluyó Tronchet-. Ven conmigo, que vamos a hablar con un
ayudante de direccción[32].
Aquel fue el punto de partida de mi
primera, y más divertida, colaboración en “La puerta del cielo”. Me presentaron
al jovencísimo Paolo Moffa, que más adelante alcanzaría cierto lustre en su
profesión[33] y con el que hice una excelente
amistad. No tardó en introducirme al director de la película, el ya famoso
Vittorio de Sica[34], hombre muy afable y
pleno de vitalidad, verdadera alma de aquel humanísimo proyecto, quien las
pocas veces que coincidió conmigo en el enorme y revuelto plató, o tuvo a bien
requerir directamente mis servicios, me trató con el mayor respeto, aunque
llegué a saber que, cuando me mandaba llamar, se refería a mí con el irónico
apelativo de “il reverendo”.
Evidentemente era una hipérbole llamarme reverendo,
aunque lo cierto era que, en aquel supuesto mundo de peregrinación loretana, yo
debía de ser de los poquísimos con derecho de llevar vestiduras talares, ya que
los que lo hacían ante las cámaras eran burdos imitadores. Tan solo hubo un
momento en que me topé con un auténtico monsignore que,
andando el tiempo, ha sido promovido obispo de Roma[35].
Yo sabía que aquella película había sido programada y financiada por el
Vaticano, a través de su productora[36],
por lo que era de suponer que tuviese un cierto control de la inversión que
estaba haciendo y del contenido de lo que se rodaba, pero lo cierto es que
hubieron de pasar casi tres meses para que apareciera formalmente por allí aquel
hombre menudo, de mirada penetrante y sonrisa triste, vestido con atuendo
episcopal, que era, según lo que luego se supo, el delegado de producción, que
venía a girar visita e informarse en nombre de la productora. Yo me perdí el
divertido equívoco inicial, derivado de confundir al bueno de monseñor Montini
con uno más de los actores disfrazados de clérigos. Afortunadamente, aquella
mañana estaba en el plató el señor de Sica, pese a que el ilustre visitante no
había preanunciado su visitación. Tampoco presencié la manida broma que se le
gastó a monseñor, que es corriente hacer a cualquier novato que visita un
rodaje, consistente en animarlo a que contemple la escena por el visor de una
cámara, cosa que luego de obligará a pagar un tentempié a todos los
profesionales presentes, si no quiere quedar como un tacaño. Monseñor Montini picó
y fue entonces cuando entré yo en el juego, avisado por el director, de Sica,
que sin duda quería meterme maliciosamente en el ajo. El caso es que me mandó
llamar y allá que fui, para escuchar la siguiente presentación de mi humilde
persona:
-
Monseñor, permítame presentarle al reverendo Conca,
asesor de la película en temas litúrgicos y de la lengua latina.
Y así fue como -más colorado que un
tomate- fui uno de los treinta y ocho individuos a los que el espléndido -a la
fuerza- Monseñor hubo de invitar a café con leche y bollo suizo, sin que osara
apenas cruzar unas palabras con el ilustre visitante, respondiendo a las
preguntas que tuvo a bien hacerme.
Monseñor Gian Battista Montini hacia 1943
Tres días más tarde, a través del
vicerrector Palazzini recibí una sorprendente noticia:
-
Albino, te reclaman de la Secretaría
de Estado del Vaticano. Deberás presentarte allí pasado mañana, reclamado por
Monseñor Montini… ¡Menudo bochinche habrás armado, para llamarte a capítulo
alguien tan importante!
No sin cierta inquietud acudí al
requerimiento, para no encontrarme, ni con Montini, ni con el sofión que me
vaticinaba Palazzini. Un sacerdote de la oficina de Monseñor me explicó que
este se hallaba levemente indispuesto, por lo que le había encargado me hiciese
saber que me agradecería mucho que ampliase mis funciones en La puerta del cielo con
la de ayudar con los suministros y contabilidad de los víveres y las medicinas
que se precisaban para atender a los cientos de personas que permanecían refugiadas
en San Pablo, so pretexto del rodaje de dicha película. Mi interlocutor
encareció la necesidad de realizar un serio control de los gastos pues
menudeaban las personas enfermas y los pagos por víveres estaban agotando lo
presupuestado por la productora vaticana.
-
Monseñor Montini comprende que no eres
un técnico en estas materias -aclaró el sacerdote, cuyo nombre no quiero ahora
mentar-, pero eres honrado, conoces bien el ambiente del rodaje y estás muy
bien considerado por la dirección del film. De modo que ponte en contacto con
nuestros contables comisionados en San Pablo y colabora con ellos en todo lo
que puedas… ¡Ah!, para que la tarea no te sea en exceso agobiante, abandona el
asesoramiento religioso de la producción: ya mandaremos a alguien con mayor experiencia.
Total,
el rodaje está prácticamente finalizado. Ahora solo se trata de dar largas,
hasta que lleguen los aliados.
Para decirlo sinceramente, aquí acabó lo
divertido de mi experiencia cinematográfica. Todo lo demás se redujo a
controlar los encargos de medicinas y comida, dar de paso recibos y facturas y
otorgar mi visto bueno para pagos no superiores a cinco mil liras. Supongo que
nuestras economías contribuirían a conseguir lo que el Vaticano había
solicitado al señor de Sica, y este había aceptado sin vacilar: Que el rodaje de
La puerta del cielo no durase ni un día menos -pero tampoco un día más- que lo
que tardasen los aliados en entrar en Roma. Así se logró, en efecto, y siempre
me he enorgullecido de formar parte de la tropa de italianos de buen corazón
que tuvimos la oportunidad y el coraje de ayudar a unos dos mil hermanos
nuestros[37]a
salir con bien de aquella terrible guerra.
Quizás ahora se entienda un hecho que a
muchos sorprendió cuando, mucho tiempo después, visitaban el despacho de mi
parroquia: encontrar la foto enmarcada de Vittorio de Sica sobre mi escritorio,
con esta divertida dedicatoria autógrafa: Para el reverendo Albino
Conca, en recuerdo de nuestra peregrinación a Loreto.
5. Opiniones
para todos los gustos
Terminado el relato, hago por reencontrarme con los héroes
del atentado de via Rasella y con los cineastas y aficionados que
llevaron a término La puerta del cielo. Es muy
fácil conseguir lo primero: loas, condecoraciones, homenajes oficiales divulgan
sus hazañas y los hacen famosos y reconocidos. En cambio, para tropezarnos con el
trabajo humanitario de Montini, de Sica y sus muchachos es
necesario escudriñar en los recónditos archivos de la historia. Pero ahora, al
concluir la narración, yo tengo muy claro quiénes deberían ser en justicia los
que tendrían que disfrutar de la gloria de encarnar el honor de la nación.
Y espero que ustedes también, aunque ciertamente hay opiniones para todos los
gustos.
Claustro
de San Pablo Extramuros (Roma)
[1]
Los citados, Vincenzo Fagiolo,
Pietro Palazzini y Adelchi Albanesi, existieron en la realidad y ocuparon los
cargos que en el relato se indica. El seminarista, Albino Conca, es un
personaje imaginario, aunque de palabras y obras perfectamente verosímiles a
tenor de los hechos históricos.
[2]
Las cifras que actualmente
(2025) se dan como más probables son las siguientes: Participaron en el citado
bombardeo más de quinientos aviones, que lanzaron unas diez mil bombas,
causando una cifra de muertos cercana a los tres mil, de los que la mitad se
produjeron en el barrio de San Lorenzo. Los heridos fueron unos once mil.
[3]
El papa giró dicha visita el 13
de agosto de 1943, a raíz de un nuevo bombardeo contra Roma, menos lesivo que
el del 19 de julio del mismo año.
[4]
Mussolini permaneció detenido
hasta su liberación por los alemanes, el 12 de septiembre de 1943.
Sucesivamente estuvo recluido en la isla Maddalena y en el Gran Sasso.
[5]
La invasión aliada de la Italia
peninsular comenzó el 3 de septiembre de 1943 por el estrecho de Messina. El
día 8 del mismo mes, el exitoso desembarco en Salerno propició la toma de
Nápoles y la ocupación aliada de casi todo el sur de Italia, hasta la llamada Línea
Gustav.
[6]
La declaración de Roma como ciudad
abierta fue realizada por el gobierno italiano el 14 de agosto de 1943, con
la condescendencia de las fuerzas alemanas y el rechazo de los aliados. Las
condiciones legales para cumplir con los requisitos de tal estatus
(singularmente, la desmilitarización de la ciudad y de su entorno) solo se
cumplieron de manera deficiente, tanto más, cuanto que los alemanes se hicieron
cargo de la ocupación de Roma, a partir del 10 de septiembre de 1943.
[7]
Mussolini trasladó su capital
por muy poco tiempo a Bolonia y luego, hasta el final de la guerra, a Salò.
[8]
El complejo extraterritorial de
San Juan de Letrán, con un total de 2,2 hectáreas, estaba -y está- formado
principalmente por la basílica mayor del mismo nombre y el antiguo Palacio
Apostólico Lateranense, ocupado por diversas oficinas, museos, el seminario
mayor de Roma y la Universidad Pontificia Lateranense.
[9]
Con un total de 8,7 hectáreas,
incluye la basílica mayor del mismo nombre, con su claustro y jardines, así
como un monasterio benedictino, un museo y dependencias anejas.
[10]
Aunque funcionó de manera
prácticamente autónoma bajo el relativo control de los partidos políticos
-comunista, socialista, democracia cristiana, partido de Acción y otros-, se
integró como fuerza armada militar oficial en el organigrama del
gobierno italiano afecto a los aliados.
[11]
La distancia, medida en unidades
de longitud, es como de un quilómetro y medio.
[12]
El historiador especializado en
el tema, Renzo di Felice, en su Storia degli ebrei in Italia sotto il
fascismo, editorial Einaudi, Torino, 1961 y ediciones sucesivas, da nombres
o detalles de un total de casi cinco mil judíos protegidos en Roma, de los que
4.238 lo fueron en edificios católicos de la ciudad (incluidos los que gozaban
de extraterritorialidad) y 477 en el propio Vaticano. Nótese que la superficie
de la Ciudad del Vaticano es de poco más de 44 hectáreas.
[13]
Recojo datos y detalles del
artículo de Carlo Badalà, La scelta di accogliere. I rifugiati al Laterano:
l’attività del Pontificio Seminario romano maggiore e il ruolo della Santa
Sede, en Ricerche per la storia religiosa di Roma, 12 (2009), pp.
287-360. La entrada de los aliados en Roma se produjo el 4 de junio de 1944.
[14]
El debate y la decisión de los
GAP se produjo sustancialmente en el mes de octubre de 1943, con el apoyo de
comités y medios periodísticos clandestinos (L’Unità, L’Italia libera) de
algunos partidos, pero los atentados con resultado grave no se iniciaron hasta
diciembre (día 18: atentados de la trattoria Antonelli y a la salida del
cine Barberini).
[15]
No obstante, los hubo aún, y muy
significativos. En el capítulo 4 de este relato se alude a la invasión de
San Pablo Extramuros por los hombres de Pietro Koch en la noche del 21 al 22 de
diciembre de 1943. Con todo, la mayor parte de las fuentes consideran apócrifo
dicho episodio.
[16]
Roberto Ronca (1901-1977),
rector del seminario lateranense entre 1933 y 1948.
[17]
Franco Calamandrei (1917-1982), notable
partisano, escritor y político italiano. Tuvo una destacada intervención en el
atentado de la Via Rasella (Roma, 23-III-1944) por su condición de jefe del GAP
Garibaldi del ragruppamento de “Roma-Centro”. Se dice que logró
escapar de las garras de la banda Koch a través del ventanillo de
aireación de un retrete, eludiendo la vigilancia de sus captores, gracias,
entre otras cosas, a su complexión enjuta y extrema delgadez.
[18] La literatura sobre este tema es
inagotable. Entre los relatos históricos más solventes, véanse: Rosario Bentivegna,
Achtung, banditen! Prima e dopo via Rasella; Eugen Dollmann, Roma
nazista; Alberto Giovannetti, Il Vaticano e la guerra (1939-1945);
Robert Katz, Morte a Roma. Il massacro delle Fosse Ardeatine; Giorgio
Angelozzi-Gariboldi, Pío XII, Hitler y Mussolini (traducción española de
Jorge Piquer y José Casan); Michela Ponzani, Scogliere la disobbedienza,
Senato della Repubblica, Archivio Storico, pp. 83-99.
[19]
La fecha exacta fue el 20 de
enero de 1944. Anzio dista unos 65 quilómetros de Roma, que los aliados
tardarán en recorrer cuatro meses y medio, en lo que supuso uno de los mayores
fiascos de su enfrentamiento con los alemanes.
[20]
Giorgio Amendola (1907-1980).
Dejó constancia de sus ideas y recuerdos de su etapa en la resistencia,
en libros escritos por él, como Comunismo, antifascismo e Resistenza (1967)
y Una scelta di vita (1978).
[21] Tal integración era a efectos
meramente militares, como millones de otros efectivos alemanes a lo largo de la
guerra. Tenían, por tanto, muy poco o nada que ver con las propiamente dichas
SS, al servicio del partido nacionalsocialista e imbuidas de su ideología,
práctica y disciplina.
[22]
Aquella región, inicialmente de
soberanía italiana, había sido ocupada por los alemanes al principio de la
guerra e incorporada al III Reich como una provincia del mismo. En 1938,
tras el Anschluss (anexión de Austria al Tercer Reich), Hitler y
Mussolini alcanzaron un acuerdo sobre el futuro del Alto Adigio: los habitantes
de habla alemana podían optar entre trasladarse al territorio del Reich
o permanecer en Italia y aceptar la completa italianización. Este "Acuerdo
de Opción" (1939) supuso la emigración de unas 10.000 familias
germanoparlantes entre 1939 y 1942, aunque la Segunda Guerra Mundial impidió
una reubicación total. A partir del armisticio badogliano y de la
instauración de la República de Salò, toda la región pasó de facto a ser
gobernada por el Reich alemán.
[23]
Ante las versiones divergentes o
imprecisas sobre el tema de la edad de los soldados alemanes fallecidos en el
atentado de via Rasella, me he ocupado en determinar su media de edad, que puedo
afirmar era de 31 años y 9 meses.
[24]
Alessandro Pertini (1896-1990),
presidente de la República entre 1978 y 1985. En el CLN romano ejercía a la
sazón la representación del partido socialista.
[25]
Tajante fue en tal sentido el
autor material de haber llevado el explosivo hasta via Rasella y prendido la
mecha del mismo: Rosario Bentivegna (1922-2012), quien escribió varios libros
sobre el asunto, siendo el más completo el siguiente: Rosario Bentivegna, Achtung
Banditen. Roma prima e dopo via Rasella, Milano, edit. Mursia, 2004 (con
presentación de Walter Veltroni y apéndices muy interesantes a cargo de
Alessandro Portelli, Robert Katz, Lorenzo Baratter, Giovanni Bellini y Davide
Conti y Michela Ponzani).
[26]
Pietro Caruso (1899-1944), policía
y militar italiano, durante la ocupación alemana (1943-1944) fue el máximo
responsable de la policía romana. Llegó, en febrero de 1944, a ser nombrado cuestor
pero, contra lo que asevera Conca y otros muchos recogen, nunca fue prefecto
de Roma.
[27]
La ruta peatonal más corta entre
San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros es de algo más de cinco quilómetros,
si bien ya existían en 1943 líneas de autobús para enlazar ambas basílicas.
[28]
Giovanni Batista Montini (1897-1978),
papa Pablo VI (1963-1978), era a la sazón, además de alto cargo de la
Secretaría de Estado del Vaticano, responsable de la Pontificia Comisión de
Asistencia a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y, según se dice con
fundamento, recibió del papa de entonces, Pío XII, el encargo de organizar y
coordinar la ayuda a refugiados, judíos y demás personas perseguidas por nazis
y fascistas. Cuanto sobre él me hizo llegar el padre Albino Conca se ajusta a
la verdad hasta ahora conocida.
[29]
Salvo D’Angelo (1909-1989), a la
sazón poco conocido, sería pocos años después el productor de famosas
películas, como La terra trema, Alemania año 0, Fabiola o Los últimos
días de Pompeya.
[30]
Antes de encargarse de La
puerta del cielo, Tronchet había intervenido en otras cintas, como Medico
per forza, Un pilota ritorna y Maria Malibran.
[31]
Gino Peccarini, acreditado en
los títulos de La puerta del cielo como “assistente alla produzione”.
[32]
En La puerta del cielo
Vittorio de Sica tuvo dos ayudantes, Paolo Moffa y Carlo Musso.
[33]
Entre sus colaboraciones más
sobresalientes, destacan las de las películas Bellissima (Luchino
Visconti, 1951), y Los últimos días de Pompeya (Mario Bonnard y Sergio
Leone, 1959). Paolo Moffa había nacido en 1915 y fallecería en 2005.
[34]
Vittorio de Sica (1901-1974)
quien, antes de encargarse de La puerta del cielo, ya había dirigido
cinco películas, entre las que destaca I bambini ci guardano (1943).
[35] Quiere
decirse, Romano Pontífice: véase antes la nota 28.
[36]
El nombre de la productora era el de Orbis.
[37]
La cifra es de la exclusiva
responsabilidad del padre Albino Conca. Evidentemente, se refiere a los
beneficiados por el rodaje de La puerta del cielo a todo lo largo del mismo, es decir, entre julio de 1943 y junio de 1944.
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