lunes, 21 de junio de 2021

TULSA, 1921: VERDAD Y RESTITUCIÓN

 


Tulsa, 1921: Verdad y restitución

Por Federico Bello Landrove

 

     Al cumplirse cien años de los disturbios raciales de Tulsa (Oklahoma), considerados entre los más graves acaecidos en Estados Unidos, ha surgido la curiosidad pública por tener una idea de lo acontecido en dicha ciudad, en los días 31 de mayo y 1 de junio de 1921[1]. Yo he tenido la suerte de encontrar documentos inéditos muy pertinentes al caso, redactados por Jeffrey N. Chancellor, inspector de siniestros de la compañía de seguros American Central, a la que algunos asegurados tuvieron la ineficaz idea de solicitarle el pago de una indemnización por lo perdido en los disturbios. He aquí el resultado de mi feliz hallazgo.


Barrio negro de Tulsa tras los disturbios de 1921

 

1.   Quiénes y por qué me metieron en el ajo


     El señor Chancellor tiene el uso de la palabra. Puede comenzar.

     Les supongo informados a ustedes de que la American Central Insurance Company es una poderosa y respetable empresa aseguradora, con oficinas centrales en Saint Louis (Missouri) y tentáculos en no menos de doce Estados, Oklahoma incluido. Yo era, desde 1919, subdirector de la oficina de zona para el suroeste de Missouri, con sede en Springfield. Mis conocimientos del ramo, mayores en lo jurídico que en lo actuarial, me habían colocado en el difícil cometido de investigar la realidad y alcance de los siniestros que se nos declaraban, conceder o denegar lo que el cliente nos pedía y, en su día, llevar ante los tribunales la representación de la empresa; claro que, en todo caso, lo hacía bajo la supervisión del jefe de reclamaciones, Davidson, y la dirección técnica del bufete Rittenhouse & Rittenhouse. Y en esas estaba, cuando a primeros de junio de 1922, recibí una llamada de Davidson, que me produjo un vivo desasosiego:

-          Nose[2], muchacho, ¿te acuerdas de los disturbios de Tulsa de hace un año, ¿verdad?

-          ¡Hombre!, hasta ahí ya llego. ¿Por qué me lo preguntas?

-          Sencillo: Nos han presentado una demanda en el Tribunal de Distrito de Tulsa, nada menos que por diecinueve mil dólares. Se trata de un tipo negro que tenía asegurados con nosotros un hotel y un teatro, ambos en la Avenida Greenwood[3]. Él calcula que ha perdido lo menos 40.000 dólares en los incendios, pero en las pólizas sólo tenía asegurado un capital de diecinueve mil pavos.

-          En Tulsa tenemos delegación -apunté, como defensa para lo que veía venir-.

-          Sí -arguyó Davidson-, pero los jefes quieren que prepare un buen informe alguien imparcial, que conozca bien Tulsa y, a la vez, no tenga compromisos en la ciudad. Vamos, que te han retratado.

-          ¿Cómo de imparcial queréis el informe?, repliqué con mordacidad.

     Davidson no entró al trapo y prosiguió:

-          Nos tememos que la reclamación del tal Redfearn sea el modelo para un montón de demandas ulteriores que no se pueden despachar con excesiva benevolencia, pero tampoco con displicencia. Ya sabes que las cosas están muy calientes en la Capital del petróleo y tenemos que andarnos con pies de plomo para no perder toda la clientela, de una raza o de la otra.

-          En ese caso, amigo, lo mejor sería alcanzar un acuerdo a la baja, en vez de llegar a los tribunales.

     El inspector jefe estaba empezando a perder la paciencia y me cortó de raíz:

-          Bueno, bueno. Tú ponte a trabajar y dame el informe que te pido, que la decisión de la empresa puede depender de él. Y no te alargues demasiado: Aprovecha lo mucho que ya hay escrito y publicado sobre el tema y los precedentes judiciales pertinentes al caso. Cuanto antes lo tengamos, mejor.

-          ¿De cuánto tiempo dispongo?

-          Pongamos un mes. Deja cuanto tengas entre manos y ponte a la faena. Por supuesto, de entrada tendrás que desplazarte a Tulsa y hospedarte allá. Dile al director de esa sucursal que te adelante quinientos dólares para los primeros gastos.

     Al volver a casa aquella tarde, le di la noticia a mi esposa, Rachel, una deliciosa mestiza, a la que había conocido en Kansas City durante mis estudios de Leyes en Rockhurst. Me miró de arriba abajo y, con toda frialdad, me espetó:

-          ¿Sabe, Mister Chancellor, que le va a costar trabajo cuadrar ese círculo?

-          No te entiendo, cariño…

-          Me refiero, darling, a que no solo vas a tener que contentar a vuestros clientes de ambas razas y a tu empresa, sino a mí. Así que ya puedes esmerarte.

     Sus palabras me hicieron reflexionar:

-          Ahora que caigo, ¿cómo habrán pensado en mí, estando casado con… contigo?

-          Sencillo, Jeff -contestó-: O es que se me nota poco el color, o es que pretenden que presumas de esposa para que se te sinceren los negratas.

***

     Me figuraba que, aunque les quitase trabajo, no sería plato de gusto para mis colegas de Tulsa que viniese uno de fuera para preparar un juicio que habría de celebrarse en Oil City[4]. Pero yo no era un novato en cuestiones de psicología; de modo que les entré de la mejor manera posible:

-          ¡Menuda suerte habéis tenido, chicos, con que me hayan cargado a mí con el muerto! Así podéis escurrir el bulto con los clientes de por aquí y echar la culpa a los mandamases de Missouri. Y, de todos modos, siempre tendré en cuenta vuestra opinión al respecto.

-          Más vale así -me contestó Taylor, el director de la compañía en Tulsa- porque nos van a llover las demandas, sobre todo, si Redfearn se sale con la suya. En el Ayuntamiento se han presentado solicitudes de indemnización por un total de cuatro millones, aunque los peritos municipales las han rebajado a algo menos de dos[5].

-          Figúrate la que nos puede caer encima, ratifiqué. En fin, me vendría de perlas que me hicieses un pequeño resumen con las cosas que hayan quedado claras tras todo un año de artículos y de declaraciones, y cuáles siguen estando confusas.

-          Cuenta con ello -me prometió-, y también te haré una relación de las personas a las que deberías entrevistar. Si lo consigues o no, así como la forma de presentarles tu cometido, serán cosa tuya.

-          Desde luego, pero reduce los nombres al mínimo. Los jefes quieren que tenga listo mi informe en cosa de un mes.

     Taylor se encogió de hombros y movió la cabeza con escepticismo:

-          Las malditas prisas, gruñó. No creerán que el tribunal va a despachar el asunto de un día para otro.

     Me acordé de que todavía tenía el equipaje en el maletero del coche. Le pregunté:

-          ¿Qué hotel me recomiendas para pasar esta temporadita tulsana?

     Taylor pensó por mí, y muy acertadamente:

-          ¿Un hotel para todo un mes y teniendo seguramente que recibir visitas? Sería mejor alquilar un piso amueblado. Aquí cerca, en la calle Boulder, tienes los apartamentos Temple. El ambiente es agradable y ya verás la buena vista que tienes.

     Acompañó esta última frase con una sonrisa de pillo. Tenía su porqué. Frente por frente de mis ventanas se erguía la marmórea y solemne mole del Palacio de Justicia del Condado. Allí había empezado todo, como yo ya suponía y el servicial Taylor tendría ocasión de recordar.

 

 

 

2.   La verdad está en la última capa de la cebolla


Barrio negro de Tulsa, 1921

          Tan pronto me vi en un salón de cuatrocientos pies cuadrados[6], que limitaba con un dormitorio de cama matrimonial y con una cocina con sus armarios y anaqueles sin nada que llevarse a la boca, me acordé de que había dejado a mi mujercita a tan solo 180 millas. El verano ya se estaba echando encima y no había disfrutado las vacaciones de aquel año en el salón de belleza para el que trabajaba. La llamé por teléfono a larga distancia y, me costó 8,75 dólares convencerla de que mi estancia en Tulsa sería un infierno sin ella. Le aseguré que la idea de alquilar un apartamento había sido en su obsequio y que aprovecharía el siguiente domingo para ir a buscarla y regresar juntos. Finalmente, me complació, con dos condiciones:

-          Mejor al domingo siguiente, para no hacer tanto trastorno a Mildred… Y, desde luego, ni se te ocurra contar conmigo para ablandar a los pobres negritos.

     Mientras me llegaba compañía femenina y Taylor cumplía con su compromiso, repasé el resumen que me había traído ya de Springfield sobre los disturbios del año precedente, así como la demanda que contra mi aseguradora habían presentado varios abogados, en nombre del perjudicado, William Redfearn. Había procurado que la selección fuera lo más heterogénea posible, para tener los enfoques más diversos: desde el punto de vista que responsabilizaba a los activistas negros del inicio de los incidentes, hasta quienes opinaban que aquello había sido una destrucción sistemática de Greenwood, el barrio negro más amplio y rico de Tulsa, bajo la conspiración de las autoridades y la dirección y apoyo de la policía y la guardia nacional acuartelada en la ciudad. En particular, además de los periódicos locales, de Nueva York y de Chicago, me había hecho con el número de The Crusader[7], que había tratado casi monográficamente los hechos desde el punto de vista más favorable para los negros; del volumen del coronel Douglas[8], que lo hacía desde el de los blancos, y del librito de la Señora Parrish, que, aunque sesgado a favor de la gente de color, presentaba el tono documental y colectivo[9] más idóneo para lo que yo pretendía. Las consecuencias me parecían evidentes: Si, de fuentes tan diversas podía obtener una versión común, consideraría esas materias como indudables. Si, por el contrario, observaba discordancias notables, tendría que juzgar tales hechos como dudosos o discutibles, lo que me obligaría a profundizar en ellos y, en último extremo, a dar una opinión con argumentos en pro y en contra. Más o menos, tenía claro desde un principio lo que iba a resultar cierto y lo dudoso, pero no quise fijar ni lo uno ni lo otro hasta que Taylor me hiciera llegar su opinión y la lista de testigos indispensables para que yo formase la mía.

     Hasta tanto me llegaba la información de Taylor, aproveché para recorrer buena parte de la zona quemada de la ciudad, siguiendo el eje de la Avenida Greenwood, la principal del barrio negro, donde se hallaban las propiedades que Redfearn había asegurado en nuestra compañía. El aspecto era dantesco pues, en el tira y afloja judicial entre el ayuntamiento y los perjudicados, hasta entonces nada se había edificado ni reconstruido[10]; de modo que tan solo se habían retirado los escombros, y no todos. No procuré localizar a Redfearn pues, siendo ya un demandante contra la American Central, podría ser mal visto o contraproducente que se entrevistara con él un agente de la aseguradora. Así que di media vuelta y, una vez en el centro de la ciudad, me pasé por nuestra oficina en la calle Boston para cambiar impresiones con Taylor, con el pretexto de tomar un café de media mañana. Aceptó de buena gana y aprovechó para darme un paseo ilustrativo por las inmediaciones:

-          Aquí tienes el edificio Drexel, donde supuestamente el limpiabotas Rowland intentó abusar de la ascensorista blanca… Ahí está la armería Barton, que saquearon a modo los blancos irritados y sin armas, para proveerse de las mismas… En frente, el cuartel general de la Policía de Tulsa, alrededor de sesenta efectivos, que fueron muy poco efectivos aquella terrible noche… A lo lejos, el Hotel Tulsa, donde tú estarías ahora encerrado, si no te hubiese aconsejado alquilar un apartamento. Allí fue donde se produjo el segundo tiroteo, entre los negros que se retiraban a su barrio y los blancos que trataban de cortarles el paso… Este es el Royal Theater, cuya película fue interrumpida por la persecución de un negro por varios blancos, que lo mataron a sangre fría… Del edificio de los Juzgados, no hace falta que te diga nada, pues ya lo conoces de sobra. Desde luego, ahí empezó todo, como consecuencia de empeñarse el sheriff en encerrar a Rowland, en vez de intentar sacarlo de la ciudad… Bueno, aquí acabamos la visita turística: Es el Ayuntamiento…

-          Precisamente pensaba en pasarme por ahí y ver todos los acuerdos municipales sobre el barrio negro, antes y después de los disturbios.

-          No será necesario. Ya tengo preparadas copias para que te empapes bien de los grandes proyectos que tenían nuestros concejales y hombres de negocios para Greenwood, hasta que les paró los pies el Tribunal de Distrito.

-          ¡Hombre!, ese sí que puede ser un buen precedente para nuestro pleito, comenté jubiloso.

-          En efecto, pero hay una pequeña dificultad: Que los jueces han rechazado las pretensiones expropiatorias de la ciudad, no por motivos ordinarios que pudiéramos utilizar nosotros, sino por considerar inconstitucional una tal limitación del derecho de propiedad privada[11].

-          Mala suerte, reconocí, pero seguro que esa postura en favor de los negros equilibrará un poco el sesgo racista de la justicia en esta tierra.

-          Lo dudo mucho, amigo Chancellor. Por ahora, como precedente judicial, me parece mucho más ilustrativo el acuerdo del Gran Jurado del pasado año. También te tengo preparada una copia literal del mismo.

     Estaba comprobando que Taylor era un tipo muy servicial. Se lo ponderé:

-          Veo que voy a deberte mucho más que un café. Cuando traiga acá a mi mujer, tenemos que reunirnos los dos matrimonios en el mejor restaurante de la ciudad.

     Sonrió y me aseguró que en dos o tres días me entregaría lo necesario para que hiciera un buen trabajo. En esto que me di cuenta de una pequeña cosa:

-          No sé si sabes que mi mujer es mestiza… Lo digo porque la cena no podrá ser en un sitio reservado para blancos.

     Taylor quitó importancia al problema:

-          Cenaremos en mi casa. Mi mujer es buena cocinera y no siempre encontramos con quien dejar a los niños. Además, ella no tiene problemas con los mixed race[12], aunque nació en Alabama.

***

     En cuanto tuve en mi poder los documentos que me hizo llegar Taylor, me fui derechito a los que hacían referencia a la decisión del Gran Jurado del mes de septiembre de 1921. Aunque, como se sabe, la competencia de ese Jurado se refería a cuestiones meramente penales, su postura cívica, así como las del fiscal y el juez Biddison, que había presidido las sesiones, podían ser muy ilustrativas de lo que podríamos encontrarnos cuando el pleito tuviera un carácter meramente indemnizatorio. Ratifico plenamente el resumen que, entre Taylor y yo, hicimos para presentar a nuestra compañía de seguros:

     El Gran Jurado comenzó su tarea con verdadero ímpetu, tanto por el gran número de testigos convocados, como por las ochenta y ocho citaciones enviadas a sospechosos de haber cometido algún delito durante los disturbios; aunque, si bien se mira, el hecho de que la mayoría fuese de raza negra, ya presagiaba por dónde irían los tiros. De todas formas, el fiscal aportó las conclusiones de su investigación sobre la presunta agresión sexual que había dado inicio a los acontecimientos, y las mismas eran totalmente favorables hacia el limpiabotas negro, Dick Rowland: La aparente víctima, Sarah Page, ascensorista blanca de diecisiete años -dos menos que Rowland-, negó haber sufrido una tentativa de violación, convirtiendo lo sucedido en un tropezón de Dick al entrar en el elevador, que había forzado accidentalmente el choque de su cuerpo contra el de ella, con el consiguiente susto y grito por su parte, que había desencadenado el que un testigo no presencial llamase a la Policía. Verdad o mentira, la chica, no solo había exonerado a Rowland de responsabilidad, sino manifestado su voluntad de no presentar cargos contra él; una vez declarado lo cual, se había ausentado de Tulsa con rumbo desconocido[13]. Esa aparente inocencia del asaltante negro, que -según la prensa sensacionalista- incluso le había arrancado a la chica parte de la ropa y, al ser sorprendido, había huido a la carrera[14], no siendo detenido hasta el día siguiente, forzó seguramente la postura del Gran Jurado, colocándose a la defensiva, a favor de unos blancos que ya no tenían disculpa ninguna para comportarse como lo habían hecho. El resumen de hechos del juez Biddison, con base en la opinión del jurado, era tan radical como esto: No era cierto que la multitud blanca congregada ante el palacio de Justicia donde Rowland se hallaba detenido tuviera el propósito de lincharle, sino solo había acudido movida por la curiosidad, como lo evidenciaba que hubiera multitud de mujeres y niños. Fue la conducta provocativa de decenas de negros armados y en actitud de desfile, sin duda movidos por el infundado temor de que Rowland corriese algún peligro, lo que excitó a los blancos y desencadenó el tiroteo inicial, en que murieron o fueron heridos blancos y negros de forma indistinta y numéricamente similar. A partir de entonces, fueron desarrollándose escaramuzas, enfrentamientos armados e incendios, con participación de muchas personas de ambas razas, fruto de una tensión que no habría surgido, de no haber sido por la acción de extremistas de uno y otro bando, singularmente de quienes habían provocado en los negros una sensación de odio y agitación, que los había llevado a armarse de manera formidable.

     Para concluir, la mayoría de los inculpados fueron absueltos, por no haberse acreditado su participación en las muertes, lesiones e incendios de los disturbios. Solo alrededor de una veintena de blancos fueron condenados por el delito menor de haber participado en los saqueos o hallarse en posesión de objetos robados durante los incidentes, siendo condenados a penas de multa o de prisión tales, que ninguno de ellos llegó a entrar a cumplir en la cárcel.

     Si ese era, en resumen, el contenido del fallo del Gran Jurado, también resultaba muy interesante la decisión del Tribunal de Distrito de Tulsa, ante las demandas de los perjudicados por los incendios, a los que las autoridades de la ciudad pretendían impedirles la reconstrucción de sus viviendas y negocios. Nuestro resumen fue, a grandes rasgos, el siguiente:

     Es rumor público que, ya antes del 31 de mayo de 1921, el Ayuntamiento de Tulsa y su Cámara de Comercio no se encontraban muy cómodos con la potencia y extensión que estaba tomando el barrio negro al norte de la ciudad, llamado de Greenwood por el nombre de su principal avenida y conocido en ocasiones por Black Wall Street, exageradísima comparación con la gran zona mercantil y bursátil de Nueva York. Lo cierto es que, con las ruinas de los edificios aún humeantes, los blancos de Tulsa decidieron sacar partido de la tremenda destrucción de más de las dos terceras partes del barrio negro -desde luego, de lo mejor del mismo[15]- y acordaron prohibir toda labor de reconstrucción a cargo de los perjudicados, para preparar un nuevo plan de remodelación urbana, que reemplazaría el barrio negro por un complejo comercial e industrial, además de nuevas estaciones e instalaciones de ferrocarril, que hicieran olvidar el cinturón de hierro que oprimía la ciudad y sirviera de separación amplia y clara entre el centro de la ciudad y el barrio negro segregado. Con cierto descaro, aprovechando el episodio del gran fuego -obviamente, provocado y agrandado por el empleo de petróleo, trementina y otros combustibles-, se aprobó para la zona una nueva ordenanza anti incendios, que exigiría el empleo de materiales y técnicas ignífugas, cosa muy útil, ciertamente, pero que habría de encarecer mucho la reconstrucción. Por toda compensación a los dueños negros, se les ofreció la compra de sus terrenos a buen precio por determinar, que correría a cargo de los promotores de aquella Nueva Tulsa.

     Numerosos propietarios negros, perjudicados y disconformes con los propósitos del Ayuntamiento, presentaron demanda de medidas cautelares, primero, y sobre el fondo del asunto, después, para impugnar los acuerdos municipales. El Tribunal de Distrito, en agosto y septiembre de 1921, estimó ambas demandas, por entender que las decisiones públicas, por más que bien intencionadas y dentro de su competencia, limitaban de tal forma el derecho de propiedad privada de los demandantes, que atentaban contra la Constitución de los EE.UU. Sorprendentemente, la municipalidad se aquietó con su derrota y no recurrió ante tribunales superiores la unánime decisión de los tres jueces del Distrito. Mi colega de Tulsa, el señor Taylor, cree saber que el motivo fue el de no disponer los negociantes inmobiliarios de dinero suficiente para adquirir los terrenos y desarrollar sobre ellos una obra tan faraónica. También es cierto que el vergonzoso oportunismo del nuevo plan de ordenación urbana le había concitado la indignación popular, alentada por la NCAAP y favorecida por la circunstancia de que, en las elecciones de 1922, entraron nuevo alcalde y concejales aunque, según se dice, muy próximos al Ku Klux Klan[16].

     Examinados los documentos administrativos y judiciales, era llegado el momento de armonizar las diversas versiones de los disturbios -que algunos llamaban ya masacre- para determinar aquellos hechos que pudiese dar por seguros, frente a los que, por el contrario, presentasen notable disparidad de opiniones. Taylor se atrevió a aventurar una visión de conjunto, lo que me molestó un poco, por lo que suponía de llegar a conclusiones, sin que yo hubiera entrado aún en materia. Lo resumió así:

-          No vas a tener muchas dificultades para hacer un relato de hechos coherente. Si bien se mira, yo solo encuentro tres discrepancias principales entre los testigos y los investigadores más objetivos: Si el incendio y saqueo del barrio de Greenwood fue espontáneo o provocado, vale decir, premeditado. En segundo lugar, cuántos muertos y heridos hubo como consecuencia de los disturbios. Y tercero: qué papel jugaron los aviones que sobrevolaron la zona en llamas, en lo que algunos han querido ver la demostración de que aquello fue la guerra. Y, a fin de cuentas, no me parece que ninguna de esas tres incógnitas le vaya a importar mucho a la American Central para dar una respuesta al señor Redfearn.

     No era un mal resumen, no, pero, según me fui enfrascando en el examen de los hechos, fui apartándome más de la visión simplista de Taylor. Claro que tampoco es del caso -ni siquiera para un experto en siniestros asegurables- llevar las cosas hasta términos de exactitud, pues no nos las habemos con historiadores, sino con jueces y jurados. Después de todo, como solía decir mi abuela, la verdad está en la última capa de la cebolla. Dicho de otro modo, vas quitando capas y capas de apariencias y, al final, te quedas sin nada. La cuestión, por tanto, es decidir hasta donde profundizar, y eso depende de la exactitud que se necesite… y del genio de la persona que, entre lágrimas, se haya puesto a pelar la cebolla.

 

 

3.   Jenny en el cielo con bombas[17]


     No era fácil resumir la multitud de hechos indiscutibles de los incidentes de Tulsa, en opinión de la mayoría de quienes los habían narrado. Yo me puse a la faena y llegué a recoger los catorce puntos siguientes[18]:

Incendio parcial de Tulsa, 1921

     Primero. En la tarde y noche de los disturbios hubo un razonable riesgo de que una multitud blanca reunida ante el palacio de Justicia linchase a Dick Rowland, intención que manifestaron de palabra en forma reiterada; por lo que también fue razonable que se personaran allí, en muchísimo menor número, negros armados, que se ofrecieron a las autoridades para impedirlo, iniciando su retirada al declinar la Policía y el sheriff su ofrecimiento.

     Segundo. Las autoridades policiales allí presentes, así como el sheriff del Condado, no fueron capaces de calmar o contener a la multitud, salvo en un punto: Hacerles desistir de una invasión violenta del citado edificio judicial[19]. De todos modos, el inicio de la violencia y los disparos fue desafortunado y excesivo efecto de un tiro producido al forcejear un blanco con un negro, para quitarle a este el arma corta de fuego que esgrimía.

     Tercero. Fue, cuando menos, un grave error del Jefe de la Policía de la ciudad el de compensar la escasez de sus efectivos disponibles con el nombramiento masivo (alrededor de cuatrocientos) e indiscriminado de policías voluntarios o ayudantes, entregándoles los oportunos distintivos (estrellas y, a la mayoría, cintas o brazaletes oficiales) y armas, dejando que actuasen sin dirección ni control.

     Cuarto. Para mayor riesgo, todos los ciudadanos comisionados de policías fueron blancos y, para conseguir armas bastantes para todos, se les consintió que rompieran los cierres y saquearan las principales armerías de Tulsa. Entre tanto, el Jefe de Policía se retiró a su cuartel y quebrantó su deber de dar órdenes pertinentes y dirigir a sus hombres sobre el terreno.

     Quinto. Los escasos efectivos de la Guardia Nacional radicados en Tulsa cumplieron inicialmente su deber de forma correcta, no entregando armas a los ciudadanos blancos que se las exigían y tratando inicialmente de formar cordones de separación entre los blancos manifestantes y el barrio negro; pero, desbordados luego en esta tarea, reclamaron con demasiada parsimonia la ayuda de sus jefes en Oklahoma City y limitaron su efectividad a detener o sacar de sus casas a los negros para llevarlos a centros de detención o concentración dentro de Tulsa, o a las inmediaciones de la ciudad, no cuidándose de detener a los blancos agresivos y que empezaban a practicar a mansalva incendios y saqueos. En tales detenciones e internamientos también participaron policías locales, tanto titulares, como auxiliares.

     Sexto. A partir de la madrugada del día 1 de junio de 1921 -hacia las cinco de la mañana-, tras un llamativo e imprevisto toque de sirena, miles de blancos se dedicaron a dañar, saquear e incendiar masivamente las viviendas, negocios y centros públicos del barrio negro de Greenwood, sin que nadie se lo impidiera -salvo algunos negros armados- durante, por lo menos, cinco horas.

     Séptimo. Los incendios fueron intencionados y en ellos participaron, tanto algunos policías locales, como un gran número de los ciudadanos comisionados como tales. El incendio alcanzó -se asegura- a 1.256 edificios, a lo largo de entre treinta y cuarenta bloques o manzanas del Barrio negro, lo que supuso la afectación de unas dos terceras partes del mismo. Otros quinientos veintinueve edificios no fueron alcanzados por el fuego, pero sí por el robo o el saqueo.

     Octavo. Los incendiarios impidieron en todo momento y eficazmente la acción de los servicios contra incendios, determinando que estos decidieran no volver a salir hasta ser protegidos por la Guardia Nacional llegada desde Oklahoma City y otros lugares de fuera de Tulsa. Hasta el momento, la ciudad de Tulsa no ha ordenado practicar una pericia oficial para valorar el montante de los daños causados por los disturbios, que se cifran entre dos y cuatro millones de dólares.

     Noveno. Tampoco se han preocupado las autoridades de presentar una relación de las personas heridas, atendidas en los hospitales y dispensarios, que se calculan en varios centenares, aunque no todos fueran a curarse, por miedo a ser represaliados o inculpados por los incidentes. El número de muertos, según los datos registrados oficialmente, fue de 39 -todos varones y adultos: veintiséis negros y trece blancos-, pero se supone con fundamento que pudo haber bastantes más, como luego indicaré.

     Décimo. La llegada por ferrocarril de más de un centenar de guardias nacionales procedentes de Oklahoma City -hacia las nueve y media de la mañana del 1 de junio- y la declaración de la ley marcial, dos horas más tarde, permitió finalmente dominar los disturbios, aunque se siguió con la rutina de detener solo a negros, permitiendo que los blancos perturbadores volvieran a sus casas, sin identificarlos. También se considera poco plausible la lentitud con que la Guardia Nacional del Estado se desplegó por la ciudad, tardando en ello alrededor de dos horas.

     Undécimo. Los negros detenidos y concentrados, en número de varios miles -que podría suponer la mitad de la población tulsana de esa raza[20]- fueron puestos en libertad a lo largo de los días o semanas siguientes, con gran lentitud. Solo se liberó de manera inmediata a los negros cuya conducta fuese avalada por ciudadanos blancos y por blancos que se comprometieran a alojarlos y proporcionarles alimento y ayuda.

     Duodécimo. Numerosos blancos particulares ayudaron durante los disturbios a los negros que huían o estaban desamparados, proporcionándoles cobijo. También fue notable la acción de la Cruz Roja, tanto en ese aspecto, como en el sanitario. Un informe de dicha organización apunta la cifra de más de un centenar de fallecidos como más acertada que la muy inferior ofrecida por la ciudad, como he dejado dicho antes.

     Décimo tercero. Ni la ciudad, ni ningún otro organismo público ha compensado a los perjudicados por las pérdidas, habiendo intentado la municipalidad de Tulsa impedir la reconstrucción de los edificios incendiados con diversas disculpas, que finalmente han sido rechazadas por el Tribunal de Distrito, juzgándolas contrarias a la Constitución federal.

     Décimo cuarto. La ya iniciada reconstrucción del barrio de Greenwood está, por lo tanto, corriendo a cargo, exclusivamente, del patrimonio de los negros afectados, siendo dudoso que puedan recabar con éxito la ayuda de las compañías de seguros, dado que la inmensa mayoría de las pólizas -incluidas las contratadas con American Central- tienen la cláusula de exclusión de los siniestros que sean consecuencia, directa o indirecta, de disturbios de cualquier clase[21].

***

     Por seguir con mi informe, tocaba ahora destacar las principales cuestiones que podían ser objeto de razonable discusión, a tenor de las fuentes consultadas y de la orientación de Taylor[22]. Según eso, establecí siete temas principales, que se prestaban a dudas mayores. Eran estos:

     Primero. Cómo era posible que un acontecimiento menor en el ascensor de un edificio casi desierto, por ser día festivo[23], había podido degenerar en la concentración de unas dos mil personas, encaminada al linchamiento del joven negro implicado. La verdad es que la pregunta era demasiado inocente, casi ridícula, habida cuenta de las tensiones raciales existentes y de la manera exagerada y provocativa con que había presentado los hechos el único periódico que había dado la noticia el día 31 de mayo, a saber, la Tulsa Tribune: como una tentativa de violación de una adolescente blanca por un joven negro, que seguramente hubiese consumado su propósito, de no aparecer de improviso un hombre en ayuda de la víctima.

      Segundo. De qué forma se había pasado de una concentración para linchamiento, a olvidarse de este y dar lugar a unos graves disturbios raciales, con abundante empleo de armas y numerosas víctimas. En este punto no puedo por menos de dar algo de razón al Gran Jurado: Fue la aparición en el lugar de unos setenta y cinco negros organizados y armados, dispuestos a impedir el linchamiento, lo que hizo saltar la chispa del enfrentamiento inicial y el primer disparo en un forcejeo. A partir de ahí, en unos momentos, las armas de fuego entraron en liza y no menos de una docena de personas, fallecidas o gravemente heridas, yacían en el suelo… y muy probablemente la mayoría de ellas eran blancas -aunque solo fuese por la circunstancia de que los de esa raza eran ya unos dos mil ante el palacio de Justicia-.

     Tercero. ¿Qué papel jugó la Policía en el desarrollo de las primeras horas del motín? Contando con el hecho cierto de que los negros armados se retiraron en cuanto pudieron a la seguridad del barrio de Greenwood, resultaba peligroso, por no decir absurdo, nombrar a cientos de ciudadanos blancos policías comisionados o auxiliares, y facilitarles armas cortas y largas de fuego, de la propia Policía o salteando armerías. Además, aunque la cuestión era muy debatida, parece que el nombramiento no fue acompañado de instrucciones claras, de encuadramiento por los policías titulares, ni de llamadas a evitar la discriminación racial: Antes al contrario, se habían oído reiteradas expresiones, como las de ir a por los negros, o echarlos a todos de la ciudad. Desde luego, el Jefe de Policía, John Gustafson, se había inhibido de dirigir a sus hombres, encerrándose pasivamente en la jefatura, como confirmó y declaró el Gran Jurado, al enjuiciar su conducta y sancionarlo con la pérdida de su puesto de mando.

     Cuarto. ¿Cómo se pasó, a las cinco de la mañana del 1 de junio, de escaramuzas aisladas y una revuelta en clara regresión, a una invasión en toda regla del barrio negro, por no menos de dos mil blancos, armados y en posesión de medios incendiarios, en paralelo a la expulsión de los habitantes negros por los agentes del orden, que así impidieron toda defensa de los bienes propios? Todo ello, con convocatoria a toque de sirena, induce a pensar en una acción planificada -aunque solo lo hubiese sido en las horas anteriores-: La actitud escurridiza del alcalde, el republicano T.D. Evans, y, de modo inmediato, la decisión municipal de impedir la reconstrucción del Greenwood negro y su reemplazo por un planeamiento urbanístico capitalista, favorable a los blancos, llevaba a pensar que se había aprovechado el motín del 31 de mayo para conseguir algo anhelado desde tiempo atrás: acabar con un barrio negro próspero, con medios culturales, periodísticos y profesionales, que no se conformaban con la posición del Tío Tom, que los blancos, en el mejor de los casos, asignaban a los negros, en una ciudad fuertemente influenciada por el Ku Klux Klan y otras organizaciones parecidas[24].

    Quinto. ¿Cómo se comportó la Guardia Nacional? En este punto era obligado diferenciar -como lo hacían los negros de Tulsa- entre las menguadas y poco eficaces tropas acuarteladas en la propia ciudad y las que fueron llegando, a partir de las nueve de la mañana del 1 de junio, procedentes de Oklahoma City y otros lugares del Estado. Las primeras, completamente desbordadas por la invasión blanca de Greenwood, habían tomado la discutible decisión de reducir su actividad a “proteger” a los negros, sacándolos de sus casas y llevándolos conducidos hasta las afueras de Tulsa o a los lugares fijados como de detención/concentración. Las segundas, más numerosas y apoyadas por la declaración del estado de sitio, habían puesto fin en unas tres horas al motín y el incendio, si bien no habían detenido a la mayoría de los culpables en flagrante delito, ni los habían desarmado por lo general, ni habían puesto en libertad a los negros que ningún cargo tenían en su contra. Los más exigentes, reprochaban a estos guardias el no haber obrado con más celeridad, sino que se habían mantenido francamente inactivos hasta conseguir del Gobernador del Estado, J.B.A. Robertson, que decretase la ley marcial, hacia las once y media de la mañana del 1 de junio.

     Sexto. ¿Qué razón última, y oculta, tenía la decisión municipal de modificar al punto la ordenanza sobre incendios y aprobar un nuevo plan urbanístico para el barrio de Greenwood, excluyendo la reconstrucción de viviendas y dando al suelo un uso mercantil, industrial y ferroviario? Desde luego, lo acordado por el Ayuntamiento a los pocos días de los disturbios era un argumento sólido para suponer que estos podrían haber sido provocados, pero era más lógico pensar que lo que se pretendía era aprovechar el momento para echar a muchos negros de Tulsa, alejando a los restantes de la zona más céntrica de la ciudad. De cualquier forma, el que no se hubiese podido llevar a cabo la pretensión blanca, ya por falta de medios económicos, ya por intervención de los tribunales, era un mentís parcial a la teoría de la conspiración: ¿Cómo iba a considerarse premeditado lo que fallaba a las primeras de cambio?

     Séptimo. Suponiendo que el incendio del barrio negro de Tulsa no hubiese estado preparado o, cuando menos, previsto, ¿cómo se había llegado a semejante desastre? ¿Es que la tensión racial en la ciudad había llegado a tal nivel de odio y explosividad? ¿Se habría podido llegar a lo mismo sin que hubiese habido un intento fallido de linchamiento y una respuesta decidida y gallarda de los negros de Greenwood? La verdad era que las relaciones interraciales no parecían más conflictivas en Tulsa que en otras partes, pese a las voces tremendistas que se levantaban desde ambas razas. Parecía difícil de creer que, sin el detonante del fallido linchamiento y de la presencia de los negros armados y el primer tiroteo, se pudiesen haber generado los disturbios de la madrugada y la mañana del 1 de junio. Con todo, estoy convencido de que, en la aparente solución de continuidad habida entre las dos y las cinco de la madrugada de dicho día, se había generado un movimiento organizado con rapidez, al que habían contribuido decisivamente la postura ineficaz de la Guardia Nacional, la connivencia de la Policía y sus auxiliares, la postura resolutiva y hasta retadora de los negros defensores de Rowland y el temor añadido por el rumor, falso y seguramente malicioso, de que estaban a punto de llegar bandas de negros de Muskogee y otros lugares, para invadir la zona blanca de Tulsa. En resumen, los promotores del incendio de Greenwood es probable que ya tuviesen en mente la expulsión de los negros de aquel barrio, pero los ejecutores solo obraban excitados por el fracaso del linchamiento, la reacción decidida y activa de los negros y la credulidad hacia los rumores de que Tulsa estaba a punto de sufrir una invasión negra.

Palacio de Justicia de Tulsa

***

     Mi colega Taylor adjuntaba una lista de personas con las que podría ser interesante que me entrevistara para aclarar algunos puntos oscuros que les concernían. La mayoría ya habían declarado ante el Gran Jurado el pasado año, pero podían ser más expresivos y sinceros ante un simple empleado de seguros, cuando los aspectos penales de los disturbios habían pasado a la historia. Repasé el elenco y me quedé con unas cuantas personas, procurando que fuesen de utilidad, no tanto para averiguar la verdad, como para puntualizar aquellas cuestiones que más pudieran interesar a los abogados de la compañía en el caso Redfearn. En su gran mayoría eran de raza blanca, lo que motivó la acerada crítica de mi esposa cuando, por fin, nos reunimos en Tulsa, dispuestos a pasar unas jornadas mixtas, de trabajo y turismo:

-          No parece que los negros tengan mucho interés para ti.

-          Por supuesto que sí, querida, pero yo tengo que asesorar a mi empresa. Ya llevará Redfearn a los testigos que mejor le vengan para sus pretensiones.

     Para evitar más discusiones parecidas, optamos por desviar el interés hacia una raza que nos fuese ajena y nos dedicamos a pasar casi todo el tiempo libre visitando las reservas de los cheroquis y los creeks. Fue una muy interesante experiencia, que no es del caso detallar aquí. Tan solo reflejaré un comentario de Rachel, entre serio y jocoso:

-          No sabes la de ideas que estoy sacando para cuando vuelva al salón de belleza, después de estas espléndidas vacaciones.

 

 

4.   Hombres de Tulsa (I)


     El alcalde de Tulsa, Thaddeus D. Evans, me recibe en su despacho del edificio municipal, en la avenida de Cincinnati, esquina a la calle 4ª, a pocas manzanas del palacio de Justicia. Fue elegido en los comicios del año 1920, en una candidatura republicana de circunstancias, con la principal oferta a los electores de solucionar el problema del agua en Tulsa, con una nueva traída desde fuentes más alejadas. Me ha dicho Taylor que es abogado y agente de una casa de préstamos, y que su anterior cargo público fue el de juez de distrito. En su condición de tal, tuvo ocasión de intervenir en el vergonzoso incidente de 1917, conocido como el ultraje de Tulsa [25], lo que -como Taylor apunta- no es una buena credencial de objetividad y respeto a la ley, aunque en aquellos hechos no se vieran implicados ciudadanos negros.


Thaddeus D. Evans

-          No soy un político de largo recorrido -me confiesa, recolocando sus gafas en el caballete de su prominente nariz-. Fui elegido en 1920 y ya ve: al cabo de medio año, me cayó este problemón, completamente imprevisto y para el que era imposible estar preparado, ni pararlo en las primeras horas…

-          Pero tengo entendido -arguyo- que estuvo usted la mayor parte del tiempo en este despacho. ¿Qué órdenes o qué providencias adoptó durante toda aquella noche interminable?

-          Lo lógico: Que la Policía local actuase con prudencia y decisión y, si se veía desbordada, que se solicitase la ayuda de la Guardia Nacional de Tulsa. Los detalles pueden facilitárselos mejor el concejal Adkison, hombre muy experto y Comisionado para la Policía y, si está en Tulsa en estos momentos, el Jefe Gustafson, quien ya sabrá usted que fue expulsado de su cargo por decisión judicial, a mi juicio, bastante exagerada.

-          ¿Dio usted alguna indicación sobre cómo tratar a la gente del barrio negro?

-          La misma que para los blancos: que se evitara que circulasen por las calles con las armas empuñadas y se disolviera a los grupos más violentos.

-          ¿Y sobre la decisión de nombrar a cientos de blancos ayudantes temporales de la Policía, facilitándoles armas e insignias?

-          Tengo entendido que lo decidió el Jefe Gustafson, ante la insuficiencia de los policías titulares. Tenemos en Tulsa una plantilla de sesenta y cinco agentes, no todos operativos, que resultaba ridícula para cubrir las necesidades de aquellos momentos.

-          ¿Cree usted que alguien dio orden de asaltar y quemar Greenwood? Lo digo porque parece que, cuando las cosas se habían calmado, volvieron a dispararse de golpe y a toque de sirena…

-          Eso son bulos y calumnias. Para que no diga que hablo en mi propio favor, me remito a la versión de los hechos del Gran Jurado y del juez Biddison.

-          Todo eso de prohibir la reconstrucción en Greenwood y cambiar los planes de urbanismo e incendios, ¿estaba previsto de antemano o fue consecuencia del incendio?

-          Por supuesto que esto último. De todos modos, el tribunal ya lo ha dejado sin efecto y no tenemos más que aceptar su criterio, aunque no lo compartamos.

-          A mi aseguradora le interesaría mucho saber si el municipio ha hecho o va a hacer una tasación oficial de los daños, o si va a indemnizar por su cuenta a los perjudicados.

-          ¡Qué más quisiéramos! Y permítame un consejo: No sean ustedes demasiado benévolos con sus asegurados negros. Después de todo, si no hubiera sido por su irrupción armada en el centro de la ciudad, nada habría pasado.

-          ¿Ni siquiera el linchamiento de Rowland?

-          No digo que no hubiera concentración y algunos gritos destemplados, pero ya se vio que el palacio de Justicia fue respetado y el sheriff sacó finalmente al detenido y se fue con él sin problema ninguno.

     Para acabar el resumen de la entrevista, añadiré que, pocos meses después, Evans perdió la reelección, en favor del demócrata, Herman F. Newblock, en unas elecciones que -según se rumoreó-, lejos de haber significado un cierto arrepentimiento por el desastre racista sufrido, supusieron en Tulsa una victoria total de candidatos supremacistas blancos, más o menos ligados al Ku Klux Klan[26].

***

     Acepto la sugerencia del alcalde Evans y pido audiencia al concejal y Comisionado de Policía, Adkison[27], quien me recibe con una sorprendente manifestación:

-          Estoy encantado de recibirle. Yo también me dedico al mundo del seguro y de los préstamos, pero en el sector agrícola.

-          ¡Excelente! -le digo-. Así podremos dar a la entrevista un tono profesional. Pero, antes de nada, hábleme de su papel como Comisionado de la Policía.

-          La verdad es que fue un marrón, pues mi experiencia municipal era en materia económica. Así que, tan pronto me designaron mis colegas, nombré a un Jefe de Policía experto y muy conocido en Tulsa…

-          Gustafson.

-          En efecto. Es un tulsano, que trabajaba como detective privado, y había servido en agencias de postín, como Pinkerton y Burns. Él y yo nos conocíamos de antes y ambos entramos con el propósito de limpiar los bajos fondos de la ciudad, tomarnos en serio la ley seca y no poner a prueba el bolsillo de los contribuyentes, aumentando sin necesidad los efectivos de Policía.


-          Pues no sé cómo iban a compatibilizar tantas cosas.

-          Con mayor eficacia… y con otros métodos. Gustafson se las sabía todas: infiltrados, delatores, espías a sueldo. Era bastante más barato que aumentar el número de policías.

-          Me habla de eficacia, pero el informe van Leuven[28]

-          ¡Baja política y exageraciones! -me interrumpe-. La encuesta de esa feminista progresista[29] ya sabrá que concluyó con una unánime exoneración de responsabilidades.

-          Ya, pero no así la del Gran Jurado, sobre los sucesos de Greenwood: Gustafson fue acusado de total pasividad y abandono de sus funciones a partir de las 10 de la noche del 31 de mayo, y tuvieron que echarle de su cargo.

-          Sí, la verdad es que al hombre le rebasaron los acontecimientos, aunque no sé qué más podría haber hecho saliendo a las calles, en vez de quedarse en su despacho, como hizo.

-          ¿Fue el quien dio orden de nombrar policías auxiliares a cientos de ciudadanos blancos indeterminados y de armar a no menos de doscientos cincuenta de ellos?

-          Así fue, en efecto… Parece que fue una medida que no dio buen resultado…

     Tanto eufemismo ha acabado por indignarme. Lo recrimino:

-           Desde luego, tan malo, que, entre la desidia de la policía y la brutalidad de sus colaboradores, no me extrañaría que mi compañía tenga que pagar a los negros perjudicados, pese a tener establecida una cláusula de exoneración por disturbios.

     Adkison se levanta y, mientras me despide, esboza una justificación:

-          Solo los mejores saben permanecer en su puesto, serenos y resolutivos, mientras el caos reina en derredor. Desde luego, Gustafson no puede contarse entre ellos.

-          Ni él, ni nadie en Tulsa -critico-; si acaso hubo uno, sería el sheriff McCullough.

***

     Con Gustafson hube de hablar por teléfono, pues estaba fuera de la ciudad y, según me dijo, si lo que quiere es crucificarme, llega con un año de retraso. Solo cuando le aseguré que lo único que quería era que mi aseguradora no tuviera que pagar a los negros, se prestó a contestar a algunas preguntas. Más o menos, estas fueron sus respuestas:

John A. Gustafson

-          En efecto. Antes de encargarme de la Policía de Tulsa, fui detective privado y también para el Frisco Railway[30]

-          Cierto. Fue el Comisionado Addison quien gestionó mi nombramiento, a pesar de la oposición de otras personas, singularmente, del sheriff McCullough, con quien nunca me llevé bien por razones que no vienen al caso…

-          Durante el poco tiempo que ejercí de Jefe, hice cuanto pude por implantar la ley y la moral, entre los blancos, como entre los negros. El informe van Leuven tenía bastante razón en sus críticas, pero malamente podían ir contra mí, que solo llevaba unos pocos meses en el cargo…

-          El Gran Jurado fue muy injusto conmigo. ¿Qué quería que hicieran unas decenas de policías contra miles de revoltosos armados? Solo la Guardia Nacional del Estado podía poner orden y yo fui el primero que se lo pedí al Gobernador. Mire, mire mi telegrama: casi una hora antes del que envió el jefe de la Guardia Nacional de Tulsa y cuatro horas antes de que empezaran en serio los incendios. ¡Qué culpa tengo yo de que tardaran ocho horas en trasladarse en tren!...

-          Sí, yo di orden de que nombrasen a los policías adjuntos que fuesen necesarios y que los dotasen de credenciales y de armas. No fuimos muy selectivos para elegirlos: no había tiempo. ¿Cuatrocientos, quinientos? Yo no llevé la cuenta, pero no creo que tuviésemos brazaletes o estrellas para tantos…

-          Yo no me escondí en el despacho. De hecho, di la cara ante el palacio de Justicia, cuando aún parecía posible aplacar a los descontentos. Luego, llegaron los negros en plan de provocar y se armó la gorda. No creo que fuera tan mala idea la de dirigir las operaciones desde mi puesto natural de mando, es decir, la Jefatura de Policía…

     De todo cuanto me había dicho, me llamó la atención lo del telegrama al Gobernador. Días más tarde, tenía una copia en mi poder, facilitada por la Western Union. En efecto, a las 00:54 horas del 1 de junio de 1921, John A. Gustafson, Jefe de Policía de Tulsa, había telegrafiado al Gobernador del Estado, manifestándole la necesidad urgente de que enviase fuerzas desde las ciudades de Oklahoma City, Muskogee y Wagoner[31]. Eso era casi una hora antes de que hubiese solicitado lo mismo el Jefe de la Guardia Nacional en Tulsa. No parecía suficiente para disculpar a Gustafson, pero sí para repartir culpas de manera más equitativa de lo que el Gran Jurado lo había hecho.

***

     También hube de valerme del teléfono para comunicar con Smitherman[32], un negro que, en su momento, como director del semanario Tulsa Star, había sido la voz y la opinión de Greenwood y de quienes decidieron aquella noche que, en lo que ellos pudieran, Dick Diamond Rowland no iba a ser linchado por una multitud blanca. Después de los incidentes, temiendo por su vida, A.J. Smitherman había emigrado con su familia al Este, que fue todo lo que me dijeron sus sucesores en el Star. Ellos fueron los que me pusieron en contacto con su antiguo editor, una vez aceptaron mis credenciales de estar casado con una mulata y de poder ayudar a los asegurados negros en la American Central, en sus reclamaciones pendientes con esa compañía. Voy a recoger los términos de la conferencia, de modo análogo a como lo he hecho con la de Gustafson.

A.J. Smitherman

-          Me siento orgulloso -me dijo- de haber contribuido con mi periódico a la unidad y concienciación de las gentes de color, pero reto a quienquiera a que encuentre en sus páginas una sola incitación a la violencia o al odio, aunque sí a defender legalmente la igualdad y los derechos humanos de los de mi raza.

-          Aquella noche, como era costumbre, afluyeron a las oficinas del Star, en North Greenwood Avenue, los prohombres negros, para comentar las llamadas telefónicas que habían recibido, en que se alertaba del riesgo cierto de linchamiento de Dick Rowland. Yo fui uno más en aconsejar que bajara en coche hasta el centro un buen grupo de negros, a ver qué pasaba ante el Palacio de Justicia. Regresaron muy alarmados, por lo que se tomó de la decisión de que unas decenas, debidamente armados, volviesen al Palacio y se ofrecieran al sheriff y al Jefe de Policía, para ayudarles a defender la vida del detenido. Por lo que me contaron, no se aceptó su cooperación y un energúmeno blanco trató de desarmar a uno de los nuestros, produciéndose un disparo, lo que descontroló la situación.

-          Los emisarios negros regresaron a nuestro barrio como pudieron, siendo muchos tiroteados y algunos muertos. A partir de ahí, las turbas blancas persiguieron y asesinaron a los negros que encontraron fuera de Greenwood y se dedicaron a saquear e incendiar nuestras propiedades, entre otras, mi propia casa.

-          Yo no fui el inspirador de los disturbios, ni robé o maté a nadie y, sin embargo, ya lo ve usted: Los blancos asesinos e incendiarios, paseando por Tulsa, mientras mi familia y yo hemos tenido que huir y refugiarnos de caridad, escondidos y a muchas millas de Oklahoma.

***

     La antítesis periodística de Smitherman era Richard Lloyd-Jones[33], quien me recibió en las oficinas del Tribune, en Archer Street, de una manera que me resultó llamativa:

-          Cada uno tiene sus ideas y las defiende, pero ¿cómo iba yo a animar a un linchamiento, siendo -como soy- hijo de un misionero cristiano?

-          Lo cierto, señor -repliqué-, es que usted presentó el incidente del ascensor como la tentativa de violación de una adolescente blanca, cuando el hecho se evidenció inmediatamente como accidental.

-          Yo recogí lo que me contó el testigo y lo que suponía la Policía. Si tan accidental fue, ¿por qué huyó el negro hasta ser detenido al día siguiente?

-          No dejaba de ser un muchacho asustado, y por muy buenas razones, como pronto se comprobó… Además, en un editorial usted aludió a que se rumoreaba que podía haber un linchamiento, cuando a nadie se le había ocurrido aún participar en algo así.

-          Exagera, amigo. ¿Quién dice que yo usé la palabra linchamiento?

-          Ya veo, sonreí. No se aproveche usted de que se han recortado los ejemplares archivados del periódico. Ese mismo hecho y la memoria de quienes lo leyeron son suficiente para probar que fue usted quien tocó la corneta públicamente para reunir a la multitud ante el Palacio de Justicia.

-          Otros linchamientos ha habido en Tulsa antes de que naciera la Tribune. ¿También fui yo responsable de ellos?

Richard Lloyd-Jones


-          Dejémoslo. Mi único interés personal en los hechos es descubrir si hubo conspiración o negligencia por parte de las autoridades o de sus agentes en los robos e incendios posteriores. ¿Qué me puede decir al respecto?

-          Que, si no hubiesen aparecido un centenar de negros, armados y desfilando ante el Palacio de Justicia, provocando a los blancos, no habría pasado nada. El Gran Jurado lo dejó bien claro el año pasado.

     Por unos motivos u otros, no sacaría más de la entrevista, de suerte que decidí concluirla de manera amistosa:

-          Gracias por su tiempo. Si lo desea, le tendré informado de la marcha de las reclamaciones contra mi compañía de seguros.

-          No hace falta -replicó con desdén-. Tengo buenos contactos en el Juzgado de Distrito.

***

     A visitar a mi siguiente testigo fui acompañado por mi esposa, que se empeñó en ello, previo juramento de que no abriría la boca durante toda la entrevista. Pronto se comprenderá por qué.

     El Reverendo Harold Cooke[34], de la Iglesia Metodista Unida, nos recibió en su flamante templo -inaugurado en marzo del pasado año-, un tanto intrigado, según dijo, de que una compañía de seguros estuviera interesada en su punto de vista sobre los disturbios raciales de Tulsa. Apenas se deja interrumpir ni preguntar:

Rev. Harold Groves Cooke

-          Desde luego, mis opiniones están a la vista de todo el mundo. ¿No leyeron el Post Dispatch[35] en aquellos días? Ahí dije bien clarito que el semillero de estos disturbios y la fuente de los odios entre razas es el pretender que se unan forzosamente y en plano de igualdad. Eso es lo que se provocó durante la pasada Guerra en Europa, de la que los negros regresaron ridiculizando y abominando de la separación que tenían aquí. Pues bien, de las tensiones entre la segregación y la promiscuidad vienen estas cosas.

-          Ya, reverendo, pero creo que usted predicó bastante en vísperas de los incidentes del año pasado, presentando a Tulsa como una especie de Sodoma, y a los negros como salidos de madre.

-          Por supuesto, aunque siempre desde el punto de vista moral, que es el que me incumbe. Dije que era una abominación que blancos y negros anduvieran reuniéndose en moteles, bares clandestinos y otros lugares no santos, para bailar y beber. También me referí a los negros empleados en los hoteles, que hacen de alcahuetes para ofrecer prostitutas blancas a clientes negros, y negras a los blancos. Y, luego, los excombatientes negros, que volvieron armados y crecidos; y los periódicos, como el Star, que provocan a los negros con delirios de igualdad…

-          Ya veo, reverendo. Igualdad y orden son incompatibles.

     Cooke dio ligeramente marcha atrás:

-          La igualdad legal es una cosa y la real, otra completamente distinta. Las razas, hoy por hoy, tienen que estar separadas y, además, esa es la ley en Oklahoma y en otros muchos Estados. ¿O no?

-          Vamos -deduje con malicia-, que esto se veía venir. ¿No lo fomentarían algunos, para forzar por las bravas la definitiva separación de las razas en Tulsa?

-          No habría hecho falta llegar a tanto si cada cual se hubiera mantenido en su puesto y las autoridades y la Policía hubiesen escuchado el clamor de los buenos ciudadanos y de quienes somos sus pastores.

     A la salida, lejos de mostrarse ofendida, Rachel se echó a reír a carcajadas:

-          ¿Te das cuenta, Jeff? Este sujeto no se ha percatado de que estaba hablando a una pareja de raza mezclada.

-          Es posible que sí lo haya percibido, querida -le dije-, y nos haya querido echar un sermón admonitorio.

     Mi esposa se quedó perpleja, pero pronto salió con una de las suyas:

-          Bueno. Si ha sido así, por lo menos, no nos ha pasado la bandeja.

 

 

5.   Hombres de Tulsa (II)


Aeroplano Curtiss JN-4, Jenny


     Si hay un servidor público que, dentro de lo que cabe, se comportó bien en los disturbios de Tusa, ese es el sheriff del Condado, Willard McCullough[36]. Cuando yo lo entrevisté, estaba a punto de perder las elecciones, lo que evidencia que no todos los tulsanos compartían mi opinión, ni mucho menos. Tal vez por eso, este hombre cincuentón, de grandes ojos azules y mostacho más grande aún, con aspecto de vaquero de antaño, no solo me concede una amplia entrevista, sino que se explaya en temas peliagudos, sin pelos en la lengua. Puedes llamarme Bill, como todo el mundo, me dice.

Sheriff Willard McCullough

-          Se ha dicho -indica- que actué con la firmeza con la que lo hice, para que no pasara lo que con Roy Belton, el año anterior[37]. Desde luego que aprendí a no sacar fuera de la ciudad al sospechoso hasta que la situación estuviese asegurada; pero, en todo lo demás, obré como siempre lo he hecho: con la ley, caiga quien caiga.

-          Sí -le respondo-. Me consta que tomó todas las precauciones posibles para evitar daños a su prisionero; pero ¿hasta qué punto cree que querían lincharlo?

-          No le quepa duda: hasta me enviaron una embajada de tres tipos para que se lo entregara. Mis palabras y las armas de todos mis ayudantes -unos doce en total- hicieron que se lo pensaran mejor. Entre tanto, llegaron los negros, más numerosos y armados que nunca antes, y empezó el follón. Era más fácil y divertido cazar a los morenos por la calle y asaltar su barrio, que jugarse la vida por matar a un limpiabotas que había asaltado a una chica blanca…, lo que luego resultó una falsa historia del Tribune.

-          ¿Qué me dice de la Policía de la ciudad? ¿Qué ayuda le prestó su colega, el Jefe Gustafson?

-          No me gusta ese tipo: eso lo sabe todo el mundo en Tulsa; pero en los primeros momentos, ante el Palacio de Justicia, los dos colaboramos y hablamos a la multitud, tratando de aplacarla infructuosamente. Después, parece que se encerró en la jefatura y dejó que sus hombres hiciesen lo que quisieran. Es lo que pasa cuando se nombra a un sujeto que, como detective privado, está más acostumbrado a espionajes y sobornos, que a cumplir la ley y mandar a oficiales de ella. Dicen que era un corrupto: ¡Cómo iba a ser, sirviendo a petroleros y magnates del ferrocarril!

-          ¿Me puede contar algo de lo que pasó en el barrio negro durante toda aquella noche y la mañana siguiente?

-          No sé nada de primera mano. Mis hombres y yo estuvimos atrincherados en el edificio de Justicia hasta que, de madrugada, con la calle despejada, pudimos sacar al prisionero fuera de Tulsa. Me di cuenta de que había grandes incendios, pero yo no paré a contemplar el panorama: tenía otra tarea que cumplir.

     Se queda con la mirada perdida y la palabra en suspenso, como dudando en confiarme alguna verdad oculta. Finalmente, se sincera y dice:

-          ¡Las cosas que tiene la vida! En la tarde del 31 de mayo, yo ya tenía la declaración de la chica, Sarah Page, exculpando al tal Rowland. Si el asunto no hubiese salido en el periódico con tan mala pinta, habría hablado con el fiscal y tal vez habríamos puesto al sospechoso en libertad. Pero el asunto estaba caliente y decidí que fuese el juez quien tomara la decisión de dejarlo libre, por archivo del caso. Parece que Su Señoría no se encontraba bien aquella tarde y ya no era hora de andarle molestando. Así que saqué a Rowland de la cárcel de la ciudad y lo llevé al más seguro Palacio de Justicia, para que durmiese en él hasta la mañana siguiente… ¿Qué le parece?

-          Me parece, Bill, que, si nos fuera dado a los hombres conocer el porvenir, la vida resultaría muy aburrida… y, desde luego, las compañías de seguros tendrían que cerrar y yo me vería sin trabajo.

-          Más o menos, como me va a pasar a mí -concluyó McCullough-, tras las próximas elecciones.

***

     Gracias a las indicaciones de McCullough, logré dar con el negro a quien, con bastante propiedad, le habían dado los periodistas que habían cubierto los disturbios el apodo de Johnny Cole[38]. Todos atribuían a un incidente entre él y un blanco, apellidado MacQueen[39], el primer disparo conocido, a las puertas del Palacio de Justicia, que desencadenó inmediatamente los siguientes, ya con resultados letales. Gracias a la presencia de mi mujer y a los buenos oficios de otros negros tulsanos, aceptó darme su versión de los hechos, a condición de que mantuviese en el secreto su verdadera identidad. Me dijo así:

     Yo estaba entre el numeroso grupo de negros que nos trasladamos en automóviles, desde North Greenwood Avenue hasta las proximidades del Palacio de Justicia. Aparcamos a unos cientos de yardas, porque el edificio ya estaba rodeado de una multitud de blancos, como unos dos mil. En defensa de nuestra integridad, formamos dos filas, con las armas de fuego empuñadas, y fuimos en busca del sheriff y del jefe de Policía, para ofrecer nuestra ayuda, a fin de evitar el casi seguro linchamiento del joven Rowland. Las autoridades nos dijeron que estábamos allí de más, que ellos se bastaban para mantener el orden, y que nos retirásemos de nuevo a Greenwood. Aunque rezongando, decidimos cumplir con lo ordenado. En esto que uno de los blancos que estaba en las primeras filas, me agarró de repente la mano en que llevaba mi revólver y me dijo: “¡Eh, tú, negro! ¿A dónde te crees que vas con esa arma?” “Es mía, le dije, y pienso utilizarla en caso necesario”. “De ningún modo, replicó.  Vas a dármelo ahora mismo”.” Vete al infierno”, repuse, tratando de desasirme; pero él forcejeó, pues era fuerte, y, en el rifirrafe, el arma se disparó -yo creo que sin dar a nadie y, desde luego, involuntariamente-. Entonces se produjo un tiroteo grande y muy rápido, quedando varias personas tiradas en el suelo, mayormente, blancos. Nosotros, los negros, retrocedimos hasta los coches y nos dirigimos hacia nuestro barrio, pero algunos de los últimos coches fueron emboscados y tiroteados en la Calle Cuarta y en las cercanías del Hotel Tulsa, en la Avenida Cincinnati…

     Luego me han dicho que el blanco que me quiso quitar el arma era un antiguo ayudante del sheriff, o del fiscal. Yo no lo conocía. ¿Por qué se fijó en mí? Tal vez, por mi estatura, que es superior a lo normal. ¿Que si conozco bien el manejo de las armas de fuego? Por supuesto: Combatí en la guerra de Europa y, desde entonces, no consiento que me apabullen por ser negro: También yo me he jugado la vida por este país.

     Como siempre, Rachel dijo la última palabra, cuando ya nos habíamos despedido de Cole:

-          Un excombatiente -dijo-. Va a tener razón el reverendo Cooke.

***

     No podía dejar de lado a la Guardia Nacional de guarnición en Tulsa, por más que ya conocía a grandes rasgos el informe que su jefe, el teniente coronel Rooney[40], había enviado a sus superiores de Oklahoma City. Al saber que yo era un simple inspector de seguros, aceptó recibirme, pero me trató con displicencia y muy a la defensiva, pese a mi irrelevancia.

-          Aunque, teóricamente, la Guardia Nacional de Tulsa tenía los efectivos de tres unidades -empieza-, una de ellas era de Intendencia y otra, de Sanidad. Apenas quedaban 35 hombres competentes bajo las armas, sin otro armamento que rifles y una ametralladora que, por avería, solo disparaba tiro a tiro. Con todo, cuando se requirieron nuestros servicios por el Comisionado de Policía, nos pusimos a la faena: Era medianoche.

Panorámica de Tulsa en 1918

-          Pero, antes -apunto-, ya habían recibido la visita de una muchedumbre de blancos en el Arsenal de la Guardia Nacional, exigiéndoles la entrega de armas…

-          En efecto, y la fuerza de guardia los despidió con cajas destempladas; solo que, a la postre, las consiguieron de la Policía y saqueando las armerías de la ciudad. Creo que hasta lograron hacerse con una ametralladora en buen estado, que colocaron en lo alto de una torre o depósito de agua.

-          ¿Qué lograron ustedes hacer con fuerzas tan limitadas?

-          Durante la mayor parte de la noche, procuramos mantener la situación bajo un cierto control: Formamos una línea de separación de razas en la Avenida Detroit; sacamos a muchos negros de manos de blancos particulares, y redujimos a quienes disparaban desde diversos lugares del barrio negro, en especial, desde los andenes e instalaciones de la estación de Frisco. Al mismo tiempo, promovimos el envío de refuerzos desde Oklahoma City u otros lugares, aunque no conseguimos las firmas necesarias hasta casi las dos de la mañana, ni el tren de ayuda llegó antes de las nueve y media.

-          Cuando ya era demasiado tarde…

-          Claro. A partir de las cinco de la madrugada, miles de blancos invadieron el barrio, incendiándolo todo, y ya no tuvimos medios más que para evacuar a los negros y llevarlos a lugares seguros. Por si fuera poco, corrieron rumores de que iba a llegar un tren con quinientos negros armados, procedente de Muskogee, lo que excitó a los blancos y a nosotros nos colocó en una situación de perplejidad, sobre a dónde acudir o qué defender con prioridad.

-          ¿No cree usted, coronel, que la Policía y sus delegados, lejos de ayudarles a ustedes, se dedicaron a apoyar a los blancos revoltosos?

-          No voy a dedicarme a buscar culpables, pues no es mi función. Desde luego, sí puedo asegurarle que por las calles patrullaban armados y uniformados muchos individuos, que iban a lo suyo. Debían de ser excombatientes o sujetos de la antigua Home Guard, que habían conservado armas y uniformes, como recuerdo o para cuando llegara la ocasión.

-          Ya sé que será difícil que me conteste a esto, pero voy a preguntárselo de todas formas: ¿No tardó demasiado en llegar el tren con los refuerzos y en ser estos desplegados en Tulsa?

-          Tiene razón, no voy a responderle. ¡Estaría bueno que me pusiera a opinar sobre mis superiores!

***

 

     Curiosamente, la persona de la Cruz Roja a quien me proponía entrevistar -todos la consideraban una figura clave en el conocimiento y asistencia por los sucesos de Tulsa-desempeñaba su tarea en la misma ciudad de San Luis, donde radicaban las oficinas centrales de la American Central. Se trataba del Delegado de la Institución para la zona de Tulsa, Maurice Willows[41], a quien solicite un breve informe epistolar de cuanto había tenido ocasión de ver y de atender en los disturbios de 1921. El señor Willows, de manera muy franca, me escribió, en resumen, lo que sigue:

Maurice Willows

     … Con mucho gusto respondo a su petición de informes, con la esperanza de servir al remedio de quienes pretendan paliar su dolor y penuria mediante la compensación económica por las compañías aseguradoras. Previamente, he de hacerle la observación de que, en la noche del 31 de mayo al 1 de junio de 1921, yo me hallaba en la ciudad de Saint Louis (MO), no constituyéndome en Tulsa hasta mediodía del 2 de junio, por encargo de las autoridades de la Cruz Roja, a fin de enviarles el oportuno informe y, por supuesto, de dirigir los trabajos médicos y humanitarios, que ya venía desempeñando con gran acierto y eficacia nuestro personal de Tulsa, verdaderos Ángeles de la Misericordia, como algunos diarios los han calificado. Y, puesto a calificar, le rogaría que no denominase “sucesos” a los hechos de Tulsa pues, en mi opinión, constituyen una verdadera “masacre”, como inmediatamente le voy a justificar.

     Me pide usted que le dé números, siquiera aproximados, de muertos y heridos de gravedad en los “incidentes”. Mucho me temo que, ni ahora, ni nunca pueda llegar a saberse el estricto alcance de la cifra de víctimas. Tenga usted en cuenta, entre otras cosas, que: 1º. El único hospital negro de la ciudad fue destruido voluntariamente por el fuego. 2º. Con fútiles argumentos, como la urgencia sanitaria por el calor[42] o no exacerbar las tensiones raciales, se ordenó el inmediato enterramiento de todos los cadáveres que hubieran quedado en las vías públicas, incluso sin féretro, por pobre que fuese. 3º. Las autoridades no reclamaron de los hospitales y médicos privados la lista de personas atendidas, no tomando lógicamente esas instituciones tal iniciativa. 4º. La apertura de una investigación penal oficial disuadió a numerosos heridos, en especial, negros, de significarse e identificarse, acudiendo a curarse. 5º. Se prohibió a las iglesias y congregaciones del barrio negro -no a las del resto de la ciudad- celebrar exequias o funerales, más allá de despedir los cadáveres con un breve responso.

     Por esas y otras razones, solo puedo asegurarle, sin pruebas irrefutables, lo siguiente: 1ª. Que el número de heridos tuvo que contarse por centenares, aunque los graves atendidos clínicamente hayan sido muchos menos. 2º. El número de muertos, a tenor de los datos de los registros oficiales, fue de 39 -veintiséis de ellos, negros-; siendo la mayoría de los blancos consecuencia del tiroteo de los primeros momentos, a las puertas del Palacio de Justicia. 3º. Según cómputo de personal de la Cruz Roja, por datos recabados de hospitales o testimonios de visu en el cementerio de Oaklawn, el número ha de elevarse, por lo menos, a unos ciento diez. 4º. Si añadimos los enterrados en otros lugares o sin la presencia de nuestro personal, la cifra podría llegar hasta los trescientos. He ahí por qué le digo que lo sucedido ha sido una “masacre”…, de negros, naturalmente.

     Mención aparte merece el mal trato recibido por los negros recluidos en el campo de béisbol de McNulty y otros lugares, en número de unos cinco mil, durante días o semanas. Salvo la comida del primer día, el resto de los alimentos y otros suministros tuvieron que ser comprados y pagados por los propios presos, que habían sido conducidos allí con lo puesto. Solo la caridad de buenas personas y la ayuda de la Cruz Roja y alguna otra institución les sirvieron de ayuda, a personas -no lo olvidemos- que no eran sospechosas de otra cosa que de haber sido víctimas del saqueo y destrucción de sus casas.

     Permítame, señor Chancellor, hacerme eco del insistente rumor de que numerosos negros fueron maltratados e, incluso, asesinados en su huida de Tulsa en la noche de la masacre. Estos, y otros, podría ser que estuvieran enterrados en cualquier parte, o en fosas comunes, que ningún interés se tiene en encontrar, ni ahora, ni en un futuro, que espero no sea demasiado largo[43]

***

     Si había un aspecto llamativo y espectacular por demás en los sucesos de Tulsa, este era la implicación de varios aviones en aquellos, hasta el punto de afirmarse por diversos testigos que, desde ellos, se había disparado y lanzado artefactos incendiarios y explosivos sobre Greenwood, contribuyendo al desastre[44]. La cosa es muy dudosa, pero hay algo cierto: Los aeroplanos, en número de seis por lo menos, despegaron y aterrizaron en el aeródromo de la compañía Curtiss-Southwest, en las afueras de Tulsa, y todos eran aparatos Curtis JN-4, llamados Jenny en el argot de los pilotos. En consecuencia, previo aviso, me traslado hasta el aeropuerto, y me recibe un elegante caballero de bigotito, aún joven, llamado Duncan McIntyre, que es el jefe del personal de pilotaje. Enseguida me justifica su obvio acento no americano:

-          Es que, aun siendo un poco de todas partes, nací y me crie en Nueva Zelanda, nada menos.

-          Mejor -confieso-. Siendo así, no creo que pertenezca al Ku Klux Klan, ni le guste quemar vivos a los negros.

Duncan McIntyre

     Apenas sonríe con mi broma y me avisa:

-          No siendo usted un oficial, comprenderá que no le dé nombres de pilotos, ni detalles de los vuelos. Sólo confirmaré o denegaré los datos o informaciones que usted me proponga.

-          ¡Qué le vamos a hacer!... Empecemos. Los aviones eran tipo Jenny y participaron no menos de seis en la operación sobre Tulsa.

-          Correcto. De hecho, aquí solo tenemos ese tipo de aparatos. Entonces teníamos en los hangares trece.

-          Hubo un primer despegue al alba, sobre las seis de la mañana, y otros dos, sobre las nueve y a mediodía.

-          No estoy en condiciones de afirmar más que un despegue, que es el que figura en los registros del aeródromo, y fue, en efecto, por la mañana temprano.

-          Los aviones eran de alquiler, pero participaron también algunos propiedad de la empresa petrolífera Sinclair Oil[45].

-          Ya le he dicho que no daré nombres de personas que puedan ser perjudicadas por ello. Solo le confirmo que todos los aviones despegaron con mis pilotos a los mandos.

-          La Policía de Tulsa fue la que contrató los vuelos y eran policías quienes ocupaban el asiento del alumno copiloto, en este caso, acompañante o pasajero.

-          Eso lo tiene usted confirmado por lo que se manifestó ante el Gran Jurado: La Policía contrató el servicio para inspeccionar y vigilar la zona y los incendios y, si acaso, permitió que subiera algún periodista para tomar fotografías. Punto.

-          Vamos con lo más importante. Los pasajeros subieron armados y dispararon en vuelo contra los negros que huían.

-          Ninguno de los pilotos reportó un delito semejante. Tenga por seguro que, de haberse producido algo así, mis hombres habrían dado inmediatamente la vuelta hacia el campo y denunciado lo sucedido.

-          Siento no compartir su seguridad, McIntyre: Hay testigos muy sólidos que afirman lo de los disparos. En fin… También los hay, y más aún, de que se arrojaron botellas de gasolina y de trementina, así como cartuchos ya encendidos de dinamita, y también nitroglicerina.

-          Le digo lo mismo que antes. Más aún, una cosa así habría puesto en peligro inminente el aeroplano y a sus tripulantes, máxime volando sobre un barrio en llamas.

-          A las seis los incendios estaban empezando y, por otra parte, el vuelo no tenía por qué ser rasante, aunque así se afirmó por algunos.

-          Le repito que me parece imposible. No se podría hacer puntería y, tratándose de explosivos, los materiales de las casas habrían salido despedidos hacia afuera, lo que creo no sucedió en Greenwood.

-          Pero sí que se encontraron restos de trementina, gasolina y otros combustibles…

-          … Que lógicamente fueron empleados por los incendiarios de las calles.

-          Bien, solo me queda preguntarle por algunas especificaciones de los Jenny.

-          25 pies de largo; 39 pies de envergadura; 1.400 libras de peso en vacío; 530 libras de carga, incluidos los tripulantes; 60 millas de velocidad de crucero; techo, 6.000 pies; autonomía de 280 millas… ¿Algo más?... ¿No?... Pues, si quiere, vamos a los hangares y le enseño algún Jenny, y hasta le doy gratis una vuelta, si le apetece.

     Yo era un poco cobardica y me dio en imaginar a Rachel vestida de luto. Contesté:

-          Vamos solo a verlos. A ver si, con un poco de suerte, damos con alguno que esté aún tiznado, o con restos de gasolina.

-          Esto último no sería difícil -contestó inmediatamente-. ¿No le parece?

 

 

6.   La ley es la ley, amigo Jeff


     Mis Notas e informe para preparar el juicio de William Redfearn contra nuestra Compañía, recibió los parabienes de mi jefe, Davidson, tanto por la profundidad del estudio, como por haberlo despachado dentro del tiempo -un mes- previsto. Ello me animó a pedirle que, tan pronto presentara su alegato la defensa de la American Central me lo comunicase, a ser posible, haciéndome llegar una copia o resumen del escrito. Davidson lo hizo y me llevé un enfado de campeonato: La contestación a la demanda era una memoria, sin detalles ni matices, de la tesis del motín masivo y desorganizado, fruto de la iniciativa violenta e injustificada de los negros. Vamos, una repetición del veredicto del Gran Jurado del año anterior, seguido de un relato encaminado a aplicar sin vacilación la cláusula excluyente de responsabilidad de disturbios o motín:

     … En dicho disturbio racial estuvieron comprometidos entre varios cientos y varios miles de personas, que se reunieron y enfrentaron a diferentes lugares de la ciudad, como el Palacio de Justicia, la Avenida Greenwood, la zona comercial o el monte de piedad. Los concurrentes se habían proveído antes de fusiles y municiones, con la intención de ejecutar un plan común, a saber: el exterminio de las personas de color de Tulsa y la destrucción del barrio negro, de sus casas y edificios, mediante el fuego…

     De acuerdo con mi esposa, llamé por teléfono a Davidson y le di a entender mi enfado:

-          Sabes, Dave, para escribir esas vulgaridades, no hacía falta que me mandases a Tulsa a trabajar en serio y, de paso, suponer un gasto a la compañía.

-          Si te remuerde la conciencia, puedo detraerlo de tu sueldo en los próximos meses… Ahora en serio, ¿qué quieres que hagan los abogados: poner chinitas en su camino? Deja que sean los de la otra parte y, en su momento, el juez quienes echen agua al vino de la cláusula de exclusión. Entonces será cuando tengan que estudiar a fondo tu trabajo y, a lo mejor, te pidan aclaraciones. Yo que tú, me estudiaría los precedentes judiciales sobre disturbios raciales, mala praxis policial e ineficacia de los servicios ciudadanos de orden público.

-          Te haré caso -gruñí-, pero solo por ser tú y porque me gusta mucho estudiar…, aunque no me sirva para nada.

     A ratos perdidos, me puse a la faena, aunque no era mucho lo que encontraba para el supuesto de que la parte contraria pusiera en duda la relevancia para el caso de la cláusula de exclusión. En el mismo 1921, el Tribunal Supremo Federal había afirmado que cualquier medida que el Gobierno adoptase fundada en la discriminación racial tenía que estar muy fundada y aplicarse de forma muy restrictiva[46] pues, las autoridades, a diferencia de los particulares, no podían basarse en la segregación de los ciudadanos por su raza. Claro está que esta doctrina parecía pintiparada para rechazar el comportamiento que en Tulsa había tenido la Guardia Nacional, al detener solo a negros, y sin haber cometido delitos; pero la objeción habría sido inmediata y demoledora: Gracias a tales detenciones, la cifra de muertos y heridos negros había sido pequeña…, para la que pudo haber sido. Y, sobre todo, la posible incorrección de las detenciones tenía poco que ver con la responsabilidad de las aseguradoras por los daños de los incendios pues, si bien es cierto que algunos pudieron haberse evitado de estar presentes los moradores y defender sus hogares, en otros muchos lo probable habría sido lo contrario: que al incendio se habrían sumado gravísimos daños personales.

     Puesto a elucubrar, era de lamentar que en Oklahoma no hubiese cundido el ejemplo de otros Estados del Medio Oeste, como Illinois o Kansas, en que existía una responsabilidad administrativa por los daños causados en personas o bienes, a causa de la ineficacia o negligencia en la defensa del orden público. En cualquier caso, esa deficiencia pública -evidente en el caso de Tulsa- habría estado llamada a generar una responsabilidad de la ciudad y del Estado, pero no de las compañías de seguros privadas.

     El punto verdaderamente candente era, en mi opinión, la participación evidente de policías en la provocación y ejecución de los incendios. Resultarían de imposible acreditación las presuntas consignas dadas por el alcalde y el jefe de la Policía en tal sentido destructivo. Tampoco iba a resultar sencillo implicar en los incendios a policías titulares. Mas lo que era evidente era el comportamiento vandálico de la mayoría de los ciudadanos blancos que, a centenares, habían sido aquella noche nombrados policías ayudantes, dotados de armas y de insignias que los caracterizaban como agentes de la autoridad. Si el tribunal admitía que muchos de aquellos sujetos se comportaron como verdaderos incendiarios, los daños podrían atribuirse, no simplemente al motín, sino al exceso o mal comportamiento de la fuerza pública; en cuyo caso, había precedentes de responsabilidad civil, incluyendo la de las compañías de seguros.

***

     Mientras yo especulaba, las cosas no iban bien para quienes quisieran que en Oklahoma reinase la ley. El Gobernador del Estado, Walton[47], después de una lucha a cara de perro durante un año con el Ku Klux Klan, fue procesado y destituido por el Legislativo del Estado. La ciudad de Tulsa, en la que Walton había vuelto a declarar la ley marcial lo celebró como si le fuese en ello la vida. No parecía, pues, el momento de que el juez McNeill fallase a favor de Redfearn, poniendo en evidencia a la Policía de Tulsa. Y, en efecto, así sucedieron las cosas. En abril de 1924, tras dos años de lento proceso y de complicado juicio, con muy amplia prueba testifical, el Juzgado del Distrito decidió que los daños sufridos por el demandante eran la consecuencia de unos disturbios que, como tales, estaban claramente excluidos en las cláusulas de la pertinente póliza de seguros.

     Es probable que el asegurado no hubiese recurrido la sentencia, si solo dependiera de él, pero su caso era el modelo y símbolo para otros muchos que podrían venir después y que afectarían a los derechos de otros negros[48]. De modo que Redfearn recurrió al Tribunal Supremo del Estado, última instancia ordinaria para ello. Supongo que los gastos correrían a cargo de alguna asociación para de defensa de los derechos de la gente de color. Y fue entonces cuando recibí una carta de Davidson, pidiendo nuevamente mi ayuda. Todavía la guardo cuando estoy redactando estas páginas:

       Saint Louis, MO, Marzo, 28, 1925.

       Amigo Chancellor:

      Aunque hayas abandonado nuestra compañía, espero que no hayas olvidado a los amigos que, como yo, has dejado en ella y que tienes las puertas abiertas si, algún día, decides volver con nosotros. En fin, voy al grano pues -como habrás deducido- voy a pedirte un pequeño favor.

     No sabes la razón que tenías en tu informe sobre los sucesos de Tulsa del año 1921. Lo digo, no por darte coba, sino porque las cosas se están poniendo feas para la American Central en el asunto Redfearn. Nuestros abogados temen fundadamente que en el Supremo de Oklahoma prospere la tesis de que la Policía de Tulsa colaboró a los incendios, lo que supone un nuevo enfoque de los disturbios y un peligro de sentencia desfavorable para nuestra compañía. Al releer lo que tu escribiste hace tres años, el abogado Rittenhouse se ha quedado admirado de tu perspicacia y me ha rogado que te pida una ampliación de tus opiniones, de forma completamente objetiva; es decir, aportando los argumentos a favor y en contra de la indemnización. Todo ello, con vistas a revisar su postura y, si procede, llegar a un acuerdo amistoso con Redfearn, que reduzca en lo posible futuras pérdidas de la aseguradora.

     Tu colaboración, si decides prestarla, corre cierta prisa, pero tampoco hace falta que seas tan rápido como acostumbrabas. Un par de meses sería una plazo razonable.

     Naturalmente, no te pido que nos ayudes gratis. Estoy autorizado para ofrecerte la cantidad de mil dólares por tus servicios, que se te haría llegar por giro postal, de forma reservada y libre de impuestos.

     Espero y deseo tu contestación, en forma afirmativa. Te deseo muchos éxitos en la M.F.M.[49]. Y saluda a Rachel en mi nombre…

     Mil dólares era una oferta generosa y, por otro lado, ya tenía muy estudiado el problema con anterioridad. En consecuencia, acepté, agotando el plazo concedido, para simular que había estado trabajando en el encargo los dos meses anteriores. Mi respuesta epistolar, que acompañé con numerosos documentos, fue como sigue:

     Topeka, KS, Junio, 2, 1925.

     Apreciado Dave:

     Como me comprometí, te envío dentro del plazo pactado el informe y aporte documental sobre el caso Redfearn. Lógicamente, no voy a detallar para ti lo que desarrollo ampliamente para los abogados. Sustancialmente, se trata de diferenciar entre el empleado público -policía, por ejemplo- que actúa dentro de la esfera privada, o con la más completa arbitrariedad, y el que simplemente se extralimita en su conducta o actúa de manera descuidada o negligente. En el primer supuesto, los policías de Tulsa tendrían que ser considerados como unos revoltosos más dentro de los disturbios, y la American Central seguiría pudiendo ampararse en la cláusula de exclusión. En el segundo, los policías no perderían la condición de tales, habiendo precedentes en California, Kentucky y otros Estados, en el sentido de que en ese caso el daño no se reputa fruto de disturbio o motín.

     Si aplicamos esa doctrina a los incidentes de Tulsa, me parece claro que los policías titulares y ayudantes actuaron totalmente de espaldas a la ley y a sus obligaciones, como si de ladrones e incendiarios se tratase. Por tanto, su intervención no alteraría la naturaleza de los disturbios y la compañía no tendría que pagar. Entre nosotros, que conste que lo lamento…

     Tres días más tarde, recibía mis mil dólares por American Express. Los acompañaba una nota alusiva a la lamentación final de mi carta:

     La ley es la ley, amigo Jeff, y los duelos con pan lo son menos. Dave.

***

     Mi duelo lo fue menos, no solo por los mil dólares, sino por buena parte del contenido de la sentencia del Tribunal Supremo de Oklahoma en el caso de William Redfearn versus American Central Insurance Company, en enero de 1926[50]. Después de cuatro años y medio negando o disimulando la realidad, un tribunal -nada menos que el Supremo del Estado de Oklahoma- admitía que el incendio y saqueo generalizados del barrio negro se habían iniciado al amanecer del 1 de junio de 1921 a toque de sirena y que en los fuegos habían participado numerosos individuos que llevaban distintivos de policías ayudantes o de delegados del sheriff. Ahora bien, no se precisaba cómo habían llegado a los pechos o los brazos de tales incendiarios y saqueadores las pertinentes insignias y -lo que aún era más absurdo- se ponía en cuestión que la llevanza de esas señales supusiera que, en realidad, dichos sujetos estuvieran ejerciendo funciones públicas, pues provocaban los incendios sin motivo, a su capricho, lo mismo que cuando echaban a los negros de sus casas o los arrestaban. Aquello era un absurdo y una contradicción, pues nadie dudaría de que los negros se sintieran inclinados a obedecer ante la vista de las insignias oficiales. De hecho, la Guardia Nacional, cuando quitó a los negros detenidos de manos de los policías auxiliares, no los puso en libertad, sino que prosiguió la tarea y los llevó custodiados a los centros temporales de prisión preventiva. En fin, sin siquiera poner los hechos en manos de un jurado, el Supremo ratificó la sentencia del Juzgado de Tulsa y señaló que no había duda razonable de que los daños eran, directa o indirectamente, el efecto de unos disturbios.

     La compañía aseguradora American Central podía sentirse feliz.

 

 

7.   Epílogo, muchos años después


     Jeffrey N. Chancellor falleció en 1946, el mismo año en que finó el general Barrett, que mandaba la Guardia Nacional de Oklahoma cuando los disturbios de Tulsa del año 21[51]. Aunque yo no conocí a Jeff, no me cabe duda de que le habrían interesado algunos acontecimientos producidos no hace mucho y sobre cuyo resultado me parece estar oyendo su voz desde el otro mundo: Freddy, un burro no deja de ser un burro, aunque lo pinten de rosa. Veamos a qué acontecimientos me refiero:

     En 1997, a punto de extinguirse las últimas personas que habían sido testigos conscientes de los hechos de Tulsa, incluso víctimas de ellos, el Estado de Oklahoma, de consuno con la ciudad tulsana, entendieron que su propio comportamiento inicial y sobrevenido en la materia había sido deplorable. En consecuencia, formaron una Comisión del máximo nivel para: 1º. Estudiar y recoger por escrito lo sucedido en Tulsa entre el 30 de mayo y el 1 de junio de 1921. 2º. Remediar las injusticias cometidas, resarciendo en lo posible a las víctimas y a sus descendientes. 3º. Levantar uno o más memoriales en recuerdo y homenaje a quienes habían sufrido por aquellos hechos, o habían trabajado por paliar sus efectos.

     La citada Comisión concluyó en 2001 sus trabajos, publicando un amplio e ilustrativo libro[52] y recomendando vivamente la reparación[53] por aquellos sucesos. Para 2008, un parque de Tulsa acogía el memorial oficial que recordaba los mismos[54]. En 2020, se iniciaban en serio las tareas de hallazgo de cadáveres de víctimas no contabilizadas de la masacre. Y, en estos días, 2021, …el resarcimiento sigue sin llevarse a cabo. Naturalmente, los testigos presenciales de Tulsa-1921 ya comparten con el amigo Chancellor la vida que exista más allá de este mundo.

     Dicen que la justicia llega tarde, pero llega. Eso debieron de pensar las doscientas personas (que se consideraban víctimas o perjudicadas por los disturbios de Tulsa) quienes, en 2003, presentaron una demanda contra el Estado de Oklahoma, la ciudad de Tulsa y la Policía tulsana, como presuntos responsables de los daños causados en el curso de aquellos, por no haberse comportado en debida forma durante los mismos. La solicitud fue denegada por prescripción de los hechos. Los demandantes llegaron hasta el Tribunal Supremo Federal, por entender que se había hecho una interpretación no constitucional del estatuto de limitaciones. El expresado Tribunal consideró la queja lo suficientemente infundada, como para rechazarla sin ofrecer una explicación formal[55].

     Y “justicia cumplida”: En el año 2007, el fiscal del distrito del condado de Tulsa decretó formalmente el archivo definitivo de la imputación inicial del año 1921, contra todas aquellas personas innominadas, contra las que hubiese indicios de participación en los disturbios. Como ustedes comprenderán, se trataba de un olvido imperdonable, que resultaba de todo punto necesario subsanar.

     Ahora, el escrupuloso y detallista Jeff Chancellor ya puede descansar en paz[56].

Lápida sobre la tumba del sheriff McCullough

    

    




[1]  El mejor resumen periodístico que conozco en España es el de Carlos Hernández Echevarría, 100 años. La falsa acusación de violación de una blanca por un joven negro, hecha por un periódico de la ciudad, desató unos disturbios silenciados durante siete décadas, www.lavanguardia.com, 31/05/2021.

[2]  El protagonista y narrador del relato se llamaba Jeffrey (Jeff) N. Chancellor. Supongo que la N. no sería por Nose (nariz en español), pero sus compañeros habían aprovechado la ocasión para encajarle ese remoquete, me figuro que por su excelente olfato para detectar los engaños de los asegurados.

[3]  El Red Wing Hotel y el Dixie Theater

[4] Sobrenombre de época para Tulsa: la Ciudad del Petróleo. Lo fue, tanto por su producción como, sobre todo, por su transporte: Alrededor del 20% del petróleo preciso para los EEUU en la I Guerra Mundial fue embarcado en ferrocarriles, a partir de los almacenes de combustible tulsanos.

[5] Para hacerse una idea de lo que representaban esas cantidades en 1921, podemos convertirlas en unos 57 y 26 millones, respectivamente, de un siglo más tarde. Quizá resulte más significativo indicar que construir una buena casa unifamiliar en la Tulsa de la época podía conseguirse con no más de mil dólares.

[6] Aproximadamente, el pie cuadrado equivale a la décima parte de un metro cuadrado.

[7]  Revista mensual publicada desde 1918 en Nueva York por la ABB (es decir, la African Blood Brotherhood for African Liberty and Redemption). Al tema de los disturbios raciales de Tulsa dedicó su vol. IV, nº 1, julio de 1921, pp. 5-25.

[8]  Seguramente se alude a la siguiente obra: Colonel Clarence B. Douglas, The History of Tulsa, Oklahoma, vol. 1, edit. Clarcke, 1921, pp. 620-627. Pese a su visión racista pro blancos, tiene notables referencias objetivas, como el detalle de los bloques (blocks) de edificios total o parcialmente alcanzados por el incendio (un total de 38, según él), y a la circunstancia de que, en fecha tan inmediata a los hechos, como el 7 de junio de 1921, el Comité Cívico Provisional y la Cámara de Comercio de Tulsa, ya habían promovido la iniciativa de comprar los terrenos incendiados y convertirlos en una zona comercial e industrial, en interés general de Tulsa y de la conveniencia de separar radicalmente las zonas blanca y negra de la ciudad.

[9]  Es posible que, en este punto, la fallase la memoria a nuestro narrador, el señor Chancellor, pues el libro al que se refiere no apareció hasta el año siguiente, 1923. Véase Mary E. Jones Parrish, Events of the Tulsa disaster, edición de autora, Tulsa, 1923 (con ediciones posteriores: 1998, 2009, etc.). La primera edición tenía 112 páginas, con el testimonio, además de la autora, de veinte otros testigos y numerosas fotografías. El hecho de que los testigos fuesen todos o, muy mayoritariamente, negros limita mucho su imparcialidad objetiva.

[10] La reconstrucción contó con apoyo judicial a partir de sendas decisiones de agosto y septiembre de 1921, pero la falta de ayudas y financiación hicieron que los trabajos avanzasen tan lentamente, que todavía continuaban a plena marcha cuando comenzó para los EEUU la II Guerra Mundial (diciembre de 1941).

[11] Las resoluciones fueron emitidas por el Tribunal de Distrito del condado de Tulsa y, cosa llamativa, no fueron recurridas por la ciudad. Hay quien dice que detrás de esa aparente dejadez estaba el hecho de que las fuerzas vivas y la administración carecían de fondos para hacer frente al montante que supondría el comprar a sus propietarios tan gran extensión de terreno urbano.

[12]  Una de tantas formas educadas de aludir al mestizaje en los EEUU.

[13] Tanto que, por lo que yo sé, no volvió a saberse nada de ella. Algo similar acaeció con Dick Rowland pues lo que de él se dice -incluso su muerte a los cuarenta y tantos años en Oregón, en un accidente laboral- no ha pasado hasta ahora de ser un rumor.

[14]  Resumen aproximado de la versión periodística del Tulsa Tribune del día siguiente, 31 de mayo de 1921, que mucho contribuyó a excitar los ánimos de los ciudadanos blancos a partir de las 16 horas (este diario era de la tarde).

[15] Véase Scott Ellsworth, History does not take place in vacuum, en el libro citado en la nota 17, pp. 37-101, espec. pp. 86-89. Se trata de la más completa versión de los sucesos de Tulsa de 1921, con la adición de diez planos de los lugares de los hechos, que permiten una clara ubicación y comprensión de los mismos. Ellsworth enumera, entre lo destruido por el fuego: doce iglesias, cinco hoteles, treinta y un restaurantes, cuatro almacenes de productos de droguería, ocho consultorios médicos, unas veinticinco tiendas de comestibles y una biblioteca pública.

[16]  NCAAP, siglas de la National Association for the Advance of Colored People, fundada en 1909, la más importante de las organizaciones privadas en pro del progreso e igualdad de los negros americanos. El Ku Klux Klan (KKK) es una sobradamente conocida organización extremista, violenta y relativamente secreta, de objetivos totalmente contrarios a los de la NCAAP; agotada su primera etapa en los años posteriores al final de la Guerra Civil de 1861-1865, renació en 1915, con objetivos similares a los de la anterior, aunque aún menos justificados por razones históricas.

[17]  Me he permitido una broma con el título de este capítulo, jugando al parecido con el de la canción de los Beatles, Lucy en el cielo con diamantes (Lucy in the sky with diamonds, Lennon/McCartney, 1967). Luego aclararé en el texto el porqué de mi título.

[18] En esto, Chancellor coincidió plenamente con quienes, en 2001, realizaron el resumen oficial de los hechos, recogido en el siguiente libro clave, totalmente accesible por Internet: Tulsa Race Riot. A report by the Oklahoma Commission to study de Tulsa Race Riot of 1921, February, 28, 2001. En particular, para las conclusiones finales: Danney Goble (compilator), Oklahoma Commission to study the Tulsa Race Riot of 1921, Final Report, February, 21, 2001, pp. 1-20.

[19] Solo hacia las 20:20 horas del 31 de mayo, tres blancos armados, que parecían actuar en representación de otros, penetraron en el vestíbulo del palacio de Justicia y reclamaron del sheriff la entrega del detenido Rowland, para hacer justicia. El sheriff, Willard McCullough, los echó con cajas destempladas y ahí acabó el incidente. Con todo, resulta bastante para demostrar que la multitud no estaba allí por mera curiosidad, como concluyó el Gran Jurado.

[20] Unas cifras aproximadas: La población de Tulsa en 1921 era de unas 72.000 personas, de las que 1.000 eran indios, 9.000 negros y el resto blancos. Tras los disturbios, prácticamente todos los negros habían salido de Tulsa -voluntariamente o conducidos por los agentes de la autoridad-, o quedaron internados en tres grandes centros de detención -en particular, el mayor estadio de béisbol de la ciudad-. Se calcula que la proporción de huidos e internados fue, más o menos, la misma -fifty/fifty-.

[21]  La citada cláusula, tal y como la redactaban en las pólizas de American Central, indicaba que “esta compañía no será responsable por las pérdidas causadas directa o indirectamente por invasión, insurrección, guerra civil o tumulto, o por poder militar o usurpado, o por orden de alguna autoridad civil”.

[22]  Coincide el punto de vista de Chancellor con el del mayor especialista en los temas legales derivados de los disturbios de Tulsa en 1921: Alfred L. Brophy, Assessing State and City culpability. The riot and the law, en el libro citado en la nota 17, pp. 153-173; El mismo, The Tulsa Riot of 1921 in the Oklahoma Supreme Court, Oklahoma Law Review, vol. 54-1 (1-1-2001), pp. 67-148 (accesible en Internet).

[23]  El 30 de mayo de 1921, último lunes de dicho mes, se celebraba el Memorial Day, o día de los soldados caídos en combate, en que cerraban la mayor parte de las tiendas y oficinas.

[24] En los incidentes de 1921 jugaron un papel significativo individuos uniformados y armados, pertenecientes a la American Legion y a la ya disuelta de iure, Home Guard. Véanse: la excelente página de Internet, The questions that remain (Tulsa Race Riot, 1921); Alfred P. Brophy, Assessing State and City culpability, citado en la nota 20.  La organización supremacista blanca, Knights of Liberty tuvo el papel protagonista en el desarrollo del llamado Tulsa Outrage, llevado a cabo impunemente el 12 de noviembre de 1917, contra doce miembros del IWW (Industrial Workers of the World) y cinco ciudadanos que habían testificado a su favor en el Juzgado de Distrito de Tulsa.

[25] Thaddeus D. Evans vivió entre 1868 y 1948. Véase nota 23 y, además, Randy Hopkins, Birthday of the Klan: The Tulsa outrage, www.centerforpublicsecrets.org..

[26] Herman Frederick Newblock (1867-1957), fue en cuatro ocasiones alcalde de Tulsa. La fuerza del Klan en la Tulsa de aquel tiempo se ha cifrado en unos seiscientos afiliados y más de tres mil simpatizantes, para una población de 62.000 habitantes blancos.

[27] James Munroe Adkison. Tenía cuando los disturbios de Tulsa de 1921 cuarenta y un años de edad.

[28] Kathryn van Leuven (1888-1967), ayudante del Fiscal General de Oklahoma, el demócrata Prince Freeling, llevó a cabo una investigación oficial sobre la Policía de Tulsa -poco antes de los sucesos de Greenwood- que, aunque concluyó sin responsabilidades, dio un informe muy crítico sobre su honestidad y medios.

[29]  Van Leuven fue muy amiga de Eleanor Roosevelt.

[30] Empresa que explotó la muy importante línea férrea de San Luis de Misuri a San Francisco de California entre 1876 y 1980. Tulsa era una de sus estaciones.

[31] El telegrama original se encuentra en los archivos del Gobierno de Oklahoma y es accesible por Internet, en la web, digitalprairie.ok.gov, referencia: race-riot/id/217.

[32] Andrew Jackson Smitherman (1883-1961), periodista y activista pro derechos civiles de los negros. En el momento de hablar con Chancellor, estaba refugiado en Springfield (Massachusetts). En 1925, se mudaría definitivamente a Buffalo (Nueva York), donde fundó y dirigió hasta su muerte el periódico llamado, sucesivamente, Buffalo Star y Empire Star.

[33] Richard Lloyd-Jones (1873-1963), periodista y misionero, fue propietario y editor del diario The Tulsa Tribune desde su fundación (1919) hasta su muerte. El diario seguiría publicándose hasta 1992. Ha sido muy censurada por los estudiosos su decisión de hacer desaparecer todos los ejemplares archivados del número del 31 de mayo de 1921, con lo más candente y provocativo de los incidentes que siguieron.

[34]  Harold Groves Cooke (1890-1958), pastor y obispo metodista. Amplia referencia a sus realizaciones y vida, en la página web, es.findagrave.com/memorial/harold-g-cooke.

[35] St. Louis Post Dispatch, número de 5 de junio de 1921. Las opiniones de Cooke relativas al Ejército de los EEUU en la I Guerra Mundial no eran del todo justas, dado que en él siguió habiendo segregación racial hasta 1948.

[36]  Willard, Bill, M. McCullough (1866-1954), sheriff de Tulsa en cuatro mandatos (ocho años en total), entre ellos el de 1920-1922. Posteriormente, ejercería de ayudante del sheriff tulsano, Charles L. Price, entre 1929 y 1934. Su adscripción política era republicana.

[37] Linchamiento de un tulsano blanco inocente, sospechoso del asesinato de un taxista. Sus ejecutores lo capturaron y asesinaron mientras era conducido en coche fuera de Tulsa por el anterior sheriff, Jim Woolley quien, seguramente por ese motivo, perdió las elecciones de 1920 ante McCullough.

[38]  No ha llegado a saberse si coincidía con su verdadero nombre o no, siendo esto último lo más probable. La propiedad del alias viene dada porque cole significa carbón, en inglés.

[39]  E.S. MacQueen. De él se da el dato de que era un antiguo ayudante o investigador del Condado de Tulsa, al servicio del sheriff, cargo que ya no ostentaba en 1921.

[40] Teniente Coronel de Infantería, L.J.F. Rooney. Aun siendo un personaje real, no me ha sido hacedero localizar más datos personales. Su informe oficial al Jefe de la Guardia Nacional del Estado de Oklahoma (tres páginas mecanografiadas, fechado el 3 de junio de 1921) puede leerse en la página web, digitalprairie.ok.gov.

[41] Maurice Willows (1876-1953). Póstumamente, se ha compilado y publicado una buena parte de sus recuerdos sobre este particular: Bob Hower (editor) y Maurice Willows (autor), 1921 Tulsa Race Riot and the American Red Cross, "Angels of Mercy": Compiled from the Memorabilia Collection of Maurice Willows, Director of Red Cross Relief, Homestead Press, Tulsa, 1993 (231 páginas).

[42] El desfile vespertino del Memorial Day (30 de mayo) había sido deslucido por una fuerte tormenta con aguacero. Para el día 31 de mayo de 1921, se han ofrecido los siguientes datos meteorológicos: Parcialmente nuboso; viento del sur; temperatura máxima, 87F (casi 31C); temperatura mínima, 67ᵒF (poco menos de 20ᵒC). El sol se puso aquella tarde a las 19:34, hora local.

[43] Los últimos datos, hasta ahora (2021), indican que no se han encontrado fosas comunes, pero sí bastantes enterramientos en el cementerio de Oaklawn, que corresponden a negros presuntamente víctimas de los sucesos de 1921 y no contabilizados registralmente. El total alcanza a 20 cuerpos, con alta probabilidad de encontrar otros diez más. Véase la web, news.sky.com, artículo de Amar Mehta, 4 de junio de 1921. Los datos hasta 2001, en Clyde Collins Snow, Confirmed deaths: A preliminary report, en el libro citado en la nota 17, pp. 109-122.

[44] El tema es muy controvertido en lo referente a qué se hizo desde los aviones. Véanse, Richard S. Warner, Airplanes and the riot, en el libro citado en la nota 17, pp. 103-108 (postura muy circunspecta); Thomas Van Hare, The bombing of Tulsa, en la web, fly.historicwings.com, 27-2-2017 (tesis plenamente afirmativa del bombardeo).

[45] Fundada en 1916 y a la sazón con importante implantación y negocios en Tulsa. Con carácter general, véase William L. Connelly, The oil business as I saw it. Half a century with Sinclair, University of Oklahoma Press, 1954.

[46]  Véanse las referencias citadas en la nota 17 y, además: Dreisen Heath, The case for reparations in Tulsa, Oklahoma, informe de la Human Rights Watch, en la web hrw.org, datado a 29 de mayo de 2020.

[47] John Calloway Walton (1881-1949), político demócrata, Gobernador de Oklahoma entre 1921 y 1923. Fue procesado y destituido por su comportamiento en exceso radical contra el Ku Klux Klan que, entre otras cosas, supuso la declaración del estado de sitio en Tulsa, con objetos de investigación y preventivo.

Para una aproximación al personaje y a los hechos, véase Larry O’Dell, Walton, John Calloway (1881-1949), Oklahoma Historical Society (accesible por Internet).

[48] De hecho, en los tribunales de Oklahoma pendieron, durante muchos años, varios pleitos de reclamación de daños a las compañías de seguros, por los incidentes de Tulsa en 1921. Paralizados a raíz de la primera decisión del Tribunal Supremo estatal, este declaró formalmente la caducidad de los autos, por resolución dictada en el año 1937, cuando seguramente casi nadie se acordaba ya de ellos.

[49] Siglas de la aseguradora Midwest Family Mutual, fundada en 1891 y con sede social en Minneapolis. Chancellor era en 1925 director de la sucursal de dicha compañía en Topeka (Kansas).

[50] Opinion No. 15.851, registrada el 12 de enero de 1926, con revisión rechazada el 16 de febrero de 1926. La sentencia es accesible por Internet, por ejemplo, en la www.casetext.com.

[51] Charles Franklin Barrett (1861-1946), en su condición de Ayudante General del Estado, mandó la Guardia Nacional de Oklahoma entre 1919 y 1939. Dejó escrito un interesante relato de los sucesos de Tulsa de 1921, que no dudo leería Chancellor antes de morir: véase, Charles Franklin Barrett, Oklahoma after fifty years: A history of the Sooner State and its people, 1889-1939, Historical Record Association, 4 volúmenes, Oklahoma City, 1941. Los sucesos de Tulsa se recogen en el volumen primero, páginas 204 y siguientes.

[52]  Citado en la nota 17 y otras, y manejado con agrado y provecho por el autor de este relato, gracias a estar íntegramente recogido en Internet.

[53]  Restitution es la impresionante palabra que usaron en su lengua vernácula inglesa.

[54]  Se trata del John Hope Franklin Reconciliation Park, junto al campo de béisbol, ONEOK Field, en el barrio de Greenwood, emplazado, más o menos, donde estuvo el principal campo de concentración de los negros detenidos por los sucesos de 1921.

[55]  La inadmisión sin motivación expresa es una medida legal drástica, perfectamente válida y frecuente en el Tribunal Supremo Federal de los EE.UU. El caso a que hago alusión en el texto tiene la siguiente referencia: Alexander v. Oklahoma, 544 US, 1044 (2005).

[56]  Para los lectores que deseen ampliar, cotejar o poner al día este relato, los remito a la siguiente fuente prácticamente exhaustiva, accesible en Internet: Tulsa Race Riot of 1921/ Tulsa Library. https://www. tulsalibrary.org. En ella encontrarán multitud de trabajos que no he podido consultar, entre ellos, el famoso libro de Scott Ellsworth, Death in a promised land: The Tulsa Race Riot of 1921, Louisiana State University Press, 1992 (prólogo a cargo de John Hope Franklin).

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