martes, 9 de marzo de 2021

DILLINGER, O LA FAMA DE UN ATRACADOR DE BANCOS

 


Dillinger, o la fama de un atracador de bancos

Por Federico Bello Landrove

 

     Este ensayo pretende responder a la siguiente pregunta: ¿Por qué, cuando nos vamos acercando al primer centenario de su muerte (acaecida en 1934), John H. Dillinger todavía es bien conocido del público americano y, a través del cine, de otros muchos países? ¿Qué circunstancias concurrieron en su vida, para que se le considere sin discusión como el más grande y famoso de los atracadores de bancos? Aquí daré algunos motivos, bien fundados en sus datos biográficos.

 

John Dillinger (sin bigote)

 

1.   No todas las épocas son iguales


    Por diversos delitos, que todavía no tenían que ver con los bancos, Dillinger[1] estuvo en la cárcel entre 1925 y 1933. Fueron apenas ocho años, pero tan trepidantes en la vida económica americana, que se pasó, de la mayor bonanza aparente, a la peor crisis en la historia reciente de los Estados Unidos (el crack de 1929), seguida de un paro forzoso tremendo y, a partir de la toma de posesión de Franklin D. Roosevelt (enero de 1933), del gran esfuerzo de recuperación, conocido con la denominación de New Deal. En todo caso, cuando nuestro personaje entra en acción contra los bancos, entre mediados de 1933 y mitad de 1934, la situación socioeconómica norteamericana va a favorecerle sobremanera en lo que respecta a convertirle en una figura popular y positivamente contemplada. ¿Por qué es así?

     La contestación puede llevar, cuando menos, dos caminos confluyentes: El de la mala opinión que los ciudadanos tenían de los bancos y el de la consideración general de que la sociedad no daba oportunidades de trabajo digno a los jóvenes con iniciativa y suficientes agallas. Detallaré ambos argumentos, desde el punto de vista del ambiente en que se movió Dillinger.

    En el primer orden de cosas, debemos señalar que la zona de los Estados Unidos en que se produjeron los atracos de Dillinger y su banda fue la llamada del Medio Oeste -véase mapa de los lugares, en las ilustraciones de este ensayo-, donde la agricultura de modestas granjas de secano era el modo de vida y fuente de riqueza dominante, a no ser en las grandes ciudades (Indianápolis, Dos Ciudades[2], Chicago), que el famoso gángster y/o sus hombres también frecuentaron. Era una zona en que abundaban las empresas bancarias comarcales, de pequeño tamaño, bastantes de las cuales habían quebrado, llevándose por delante los ahorros de los depositantes. Y, bien por necesidad, bien por aprovechar la ocasión, los bancos que sobrevivían prestaban a alto interés y ejecutaban las hipotecas sobre las granjas de manera inmisericorde. Eran motivos, o pretextos, suficientes para que la gente modesta los mirase como a enemigos y usureros, aplaudiendo o juzgando con indiferencia los atracos que sufrieran. De hecho, aunque no hay muchas pruebas de ello, consta que la banda de Dillinger tuvo cierto apoyo popular, al menos, cuando huían tras sus golpes; como también, cuando se escondían en moteles, casas abandonadas o entre sus próximos[3].

     En paralelo, el paisanaje, dadas las circunstancias de miseria y paro forzoso, consideraba con condescendencia a aquellos hombres, aún jóvenes, nacidos en familias como las suyas, pero que tenían suficientes valor y energía, como para sublevarse frente a la situación y plantar cara a sus cómplices (bancos; policía ineficaz o corrupta). Es más, veían lógico que empleasen parte del botín en objetos suntuosos (hoteles caros, ropas costosas…), que era lo que el común de los mortales habría hecho, dada la edad y peligros que arrostraban. En algunas ocasiones, los hombres de Dillinger favorecían el llamado síndrome de Robin Hood (robar a los ricos para compartirlo con los pobres), aunque solo fueran las migajas de lo conseguido: Por ejemplo, dar cuantiosas propinas por prestarles algunos servicios, o no llevarse de la oficina bancaria el dinero de los clientes que aún estaba sobre el mostrador. Unas pocas anécdotas, en boca de fantasiosos, acababan simulando una forma general y generosa de actuar, en absoluto practicada.

     Junto a la situación socioeconómica, fomentó el mito de Dillinger el coincidir casi exactamente con el periodo de fortalecimiento y efervescencia de la lucha federal contra el crimen, que culminó, en 1935, con la creación del famosísimo FBI[4]. La Ley Seca (o Ley Volstead, de 1919) y el asentamiento de la delincuencia organizada (mafias) dio lugar a un periodo de la historia americana, entre 1921 y 1933, que suele considerarse como sin ley, es decir, de corrupción e ineficacia muy notables de las autoridades policiacas y de justicia; periodo al que vino a poner fin la colocación al frente de la policía federal del joven letrado, John Edgar Hoover[5]. En consecuencia, Dillinger tuvo ocasión de verse favorecido por ciertas ineptitud y lenidad de la Policía en su etapa anterior a la de atracador de bancos, pero cayó bajo la férula del FBI inicial en el año 1933-1934 de su acción como tal. Es muy probable que, de no ser por el FBI, su vida criminal activa hubiese sido aún mucho más dilatada y exitosa. Curiosamente, la intervención de los federales o G-Men en contra de Dillinger y su banda fue debida a algo tan nimio y coyuntural, como el haber cruzado de un Estado de la Unión a otro, en posesión de dinero robado, ya que ni los atracos, ni los homicidios -incluso de policías- entraban dentro de los delitos federales.

     Una de las innovaciones ideadas por Hoover, a ejemplo de las Policías de ciertos Estados federados, fue la de señalar una lista de delincuentes que merecían la consideración de enemigos públicos, dándoles un número de orden, en función de su peligrosidad y de la prioridad de detención o eliminación. Ni que decir tiene que el primer Enemigo público número 1 de la historia fue John Dillinger, siendo sucedido por otros individuos supérstites de su banda. En la lista de enemigos públicos, llegó a haber simultáneamente hasta seis miembros del grupo de Dillinger, dos de ellos, mujeres. Pues bien, el ser oficialmente el Número Uno del país fue un timbre de honor y popularidad para los medios informativos y el público, que pronto aprovecharían el cine y otros espectáculos[6]. Había nacido, aunque por poco tiempo, el Fenómeno Dillinger, que su temprana muerte solo apagaría en su actualidad, pero no así en el recuerdo.

     Los más inteligentes o descarados de entre la banda de Dillinger aprovecharon ese tirón mediático para presumir, conceder entrevistas o manifestarse -incluso ante los tribunales- de forma chistosa, engreída o pintoresca. En esta faceta, Dillinger, como su colega, Pierpont[7], fueron verdaderos maestros, vendiendo la imagen que el público esperaba de ellos.

 

 

2.   Profesionales conscientes de su responsabilidad


     Puede parecer cínico y exagerado el rótulo de este capítulo, pero a lo largo del mismo quedará claro -es mi deseo- su significado y su realidad.

     Creo que la primera razón del éxito de Dillinger como atracador de bancos tuvo que ver con su indudable pulcritud a la hora de abordar las exigencias de tal ocupación, en comparación con lo que era habitual en sus colegas de actividad delictiva. Voy a descomponer esta valoración de conjunto mía en una serie de aseveraciones que, en alguna ocasión, ilustraré con ejemplos pertinentes.

     Podemos empezar por aludir a la configuración de la banda -en inglés, gang- como unidad delincuente; y doy mucha importancia al término “unidad”, pues no se trata de que se reúnan unos cuantos individuos a fin de cometer un delito, sino de que el grupo tenga una unidad de criterio y dirección, una distribución racional de competencias y una persistencia en el tiempo, en la medida que lo permitan los avatares de fuerza mayor -detenciones, fallecimientos, expulsiones justificadas-.

Dillinger (con bigote)

     Como es habitual para una tarea tan difícil y especializada como el atracar bancos de forma conjunta, la cárcel fue la mejor escuela para Dillinger. En su caso, fue la penitenciaría de Michigan City, en el Estado de Indiana, donde, sucesivamente, adquiriría la formación básica como atracador, conectaría con los que resultarían miembros de su primera banda y, finalmente, hallaría en estos su aceptación como jefe del grupo criminal. Por ello, cuando salió de la cárcel con libertad bajo palabra, tenía ya las ideas muy claras, con solo una dificultad: Los previstos como miembros de su banda seguían en prisión. Así pues, tenía un compromiso con ellos y, a un tiempo, una tarea que hacer: Conseguir su excarcelación mediante el soborno, si era posible; por medio de la violencia, en otro caso. Pues bien, en apenas cuatro meses, Dillinger, demostrando fidelidad y acierto a toda prueba, consiguió robar unos 25.000 dólares[8] para lograr lo primero, y hacer llegar a sus compinches de la prisión varias armas de fuego, cortas y largas, para lo segundo[9], haciendo pasar el envío como un paquete postal con destino a los talleres de la prisión. Ni que decir tiene que los delincuentes así liberados pasaron a integrarse con todo entusiasmo en el grupo de atracos liderado por Dillinger.

     No eran gratitud y fidelidad las únicas razones por las que seguir a Dillinger sin vacilar. El individuo tenía un buen carácter, templado, nada soberbio y muy dado a escuchar la opinión de los suyos. Podría decirse que, dentro de su ambiente y condiciones, tenía autoridad, más que fuerza, aunque carácter y medios para utilizar esta no le faltaran. Hay algunos ejemplos que pueden aportarse de todo ello. Así, aunque tenía una fuerte autoestima, nunca presentó su banda como un grupo jerarquizado, con él como jefe, ni puso el menor obstáculo para que Pete Pierpont, su mentor en la cárcel, compartiese fama en los medios, mientras no cayó en manos de la Policía. Otro ejemplo, es el de que no se conocen otras expulsiones de miembros de la banda, que la de dos hampones que, por su afición a la bebida y a las riñas, habían puesto en serio peligro a todo el grupo. Podría, pues, decirse que Dillinger era un sujeto listo, templado y serio, con un carácter pintiparado para dirigir una banda y aprovechar al máximo las cualidades y la fuerza del grupo.

     Haciendo un inciso en las cualidades psicológicas de Dillinger, hemos de referirnos de pasada a las físicas, a las que suele darse considerable importancia para impresionar favorablemente a los lectores -en especial, las lectoras- de revistas y diarios con fotografías. No es que el gángster fuese un adonis, pero tenía un aspecto agradable, a menudo sonriente, bien trajeado y con un porte atlético y de buena estatura. Como es lógico, las fotografías de periódico y las policiacas no le hacen justicia; no obstante, incluyo entre las ilustraciones de este relato dos de las más favorecedoras para el fotografiado.

     Como la mayoría de los atracadores conscientes de lo que les convenía, Dillinger hacía un uso muy moderado de las armas de fuego, consejo que daba a sus colaboradores; pero, también como en la mayoría de los casos, la realidad acabó por imponerse y la banda de Dillinger fue dejando un rosario de cadáveres y de heridos a su paso, la mayoría de ellos, agentes de la ley. Se calcula que una decena de personas fueron matadas por la banda de Dillinger, y otros tantos heridos de importancia, durante los atracos o en las huidas. A Dillinger personalmente solo se le atribuye la muerte de un policía, aunque él siempre lo negó y no llegó a celebrarse juicio por tal hecho, debido al previo fallecimiento del sospechoso[10]. Otros muertos y heridos fueron causados por el FBI y demás fuerzas del orden durante los tiroteos, o confundiéndolos con los hombres de Dillinger. En conjunto -como detallaré algo más, al final del ensayo-, no puede decirse que el paso de esta banda por la historia no fuese sangriento, aunque no incluyamos la forma violenta de morir de la mayor parte de sus miembros.

     La profesionalidad de Dillinger queda demostrada por la minuciosidad con que preparaba sus atracos, aunque casi siempre procuró que las oficinas bancarias asaltadas no estuvieran bien protegidas. La presencia previa de sus hombres en el lugar del futuro atraco, para calcular horarios, métodos y fugas, era una constante o sello distintivo de la banda, algo no muy corriente en aquel tipo de delincuencia en el mundo rural de las pequeñas comunidades pueblerinas. En particular, Dillinger y sus hombres se hicieron famosos con su preocupación por huir tras sus golpes, aunque ello pudiese suponer no llevarlos a completo término. Es conocida su tesis de que el atraco no podía durar más de cinco minutos, tiempo que Dillinger había calculado como el mínimo para que la Policía pudiese reaccionar eficazmente. También se hizo famoso el buen conocimiento que la banda tenía de las carreteras y caminos de las zonas en que operaban, y la existencia de casas de acogida después de los atracos, incluso muy alejadas del lugar del delito.

     Como es lógico, para implementar con éxito sus operaciones, no bastaba con planes informados y reflexivos, sino que se requerían medios adecuados, tan buenos o mejores que los de sus oponentes policiales. La fama de Dillinger se cimentó, en parte, en el hecho de que sus robos incluían los de armas y medios de protección propiedad de la Policía. En más de una ocasión, comisarías y arsenales policiacos fueron asaltados por los hombres del gángster, para hacerse con los medios mejores de ataque y defensa de los que disponían sus antagonistas. Particularmente espectacular fue, al comienzo de su carrera criminal, el asalto por miembros de la banda de un gran arsenal de la Policía en la localidad de Peru (Indiana), el 20 de octubre de 1933. Gracias a ello, los hombres de Dillinger contaron entre los primeros delincuentes en usar chalecos antibalas, como los que eran de empleo frecuente por los hombres del FBI y otros grupos policiales especialmente preparados.

     Para sus espectaculares huidas, muchas veces rocambolescas, eran un elemento esencial los mejores coches de la época, potentes y sólidos, con los motores trucados para alcanzar mayores velocidades. Los miembros de la banda eran en general excelentes conductores y tenían los conocimientos básicos de mecánica para realizar reparaciones de urgencia.

***

     La capacidad de convocatoria y de rápida decisión de Dillinger quedó de manifiesto cuando hubo de reconstituir su banda, tras la detención de esta -y de él mismo- en Tucson (Arizona), el 25 de enero de 1934. Y eso que las condiciones eran muy poco favorables: Trasladado a Crown Point (Indiana) y encarcelado, el gángster logró huir a punta de pistola -de pura imitación[11] y fabricada por él- el 3 de marzo de 1934. En ese mismo mes, la nueva banda estaba operativa y lista para desarrollar con éxito dos atracos bancarios. Naturalmente, los nuevos miembros del grupo eran gente muy experimentada, algunos tan famosos como Cara de Niño Nelson y Metralleta Kelly[12], dispuestos de antemano a encontrarse con Dillinger y asociarse a él sin mayores dificultades. Con todo, el ego y la violencia excesivos de alguno de ellos, planteó problemas que la primera banda no había generado, y que Dillinger se vio obligado a resolver entre tensiones, con detrimento de la eficacia operativa del conjunto.

Última versión del pasquín de recompensa por Dillinger

 

     Mucho más que en otras bandas de su época, la de Dillinger se caracterizó por emplear a sus mujeres -es decir, amantes o esposas de sus miembros- en trabajos auxiliares y de encubrimiento. Ello era favorecido por los esfuerzos del jefe del grupo por mantenerlo unido y lo más próximo posible. Él mismo dio ejemplo de convivir con alguna mujer estable -todo lo que ello era posible-, y a partir de la edad adulta, se mostró en general afectuoso con las mujeres y, ante todo, educado, generoso y no violento. La bebida en exceso, las palabras malsonantes o las agresiones estaban prohibidas entre el grupo, mujeres incluidas. Algunas de estas se hicieron famosas y varias pagaron cárcel por ello. Se recuerda especialmente a la amante de Dillinger, Evelyn Billie Frechette, a Marie Conforti o a Opal Mack Truck Long. Aunque llegaron a ser muy conocidas y reconocidas de la Policía, en principio, su sexo facilitó el que no se desconfiara de ellas cuando llevaban a cabo misiones de interés para la banda.

     Es menos demostrable, por obvias razones de ocultamiento de los implicados, el empleo por la banda de Dillinger, o por este a título personal, de policías sobornados, abogados cómplices o encubridores, o médicos que los asistían bajo cuerda y en domicilios privados. También algunos acabaron siendo conocidos y hasta famosos, y fueron condenados por su colaboracionismo. Es el caso del abogado Piquett[13] o del médico, Wilhelm Loeser, que realizó una mediocre operación de cirugía plástica a Dillinger en sus últimas semanas de vida, para tratar de enmascarar algunos de sus rasgos más distintivos y borrarle las huellas dactilares[14]. Todas estas gentes pululaban en torno de los gangsters, haciéndose pagar muy bien sus servicios con parte del botín obtenido con los atracos.

 

 

3.   Aliados para la fama: Dillinger y los fiascos policiales y del FBI[15]


      Según es generalmente conocido, la gloria de Dillinger tuvo tres momentos punteros, a los que podemos dar los nombres -luego explicados- de Crown City, Little Bohemia y el teatro Biograph de Chicago. Y, en más o en menos, la acción de las fuerzas de seguridad fue, en los tres casos, un ingrediente esencial para el triunfo o, cuando menos, la fama del gángster. Expondré brevemente el desarrollo de cada uno de ellos, teniendo como centro y objetivo el determinar por qué sirvieron para mayor gloria de John H. Dillinger.

     Crown City (3 de marzo de 1934).

     Tras la caída de la banda de Dillinger en Tucson (Arizona) el 25 de enero de 1934, se aprobó la extradición del jefe de aquella al Estado de Indiana, mientras el resto eran extraditados al Estado de Ohio. Dillinger hizo el viaje por avión hasta Chicago, siendo trasladado acto seguido por carretera hasta la ciudad indianesa de Crown City, ingresando en calidad de preso preventivo en su cárcel. Fue tal el despliegue mediático y policiaco (incluidas fuerzas de la Guardia Nacional), que la noticia llegó con alardes a toda la nación, juzgando casi todo el mundo que la huida resultaría imposible. No obstante, la estancia de Dillinger en la cárcel, iniciada el 9 de febrero de 1934, duraría muy poco. Estando previsto el comienzo del juicio para el 9 de marzo, el acusado, sin aparente ayuda de terceros, se evadió de la cárcel el día 3, gracias a la intimidación a los guardianes con una pistola de pega, confeccionada por él mismo. Un compañero de reclusión -no de fechorías-, el ayudante del sheriff y el mecánico del garaje de la prisión fueron sus acompañantes, forzados o voluntarios, a la hora de subir en el vehículo oficial del sheriff y escapar. Tras un plácido trayecto de huida, los acompañantes fueron libres de bajarse del coche, lo que hicieron todos, prosiguiendo Dillinger su exitosa escapada, que sería el origen de la segunda y última parte de su corta vida de atracador de bancos.

     Es obvio -y así se investigó penalmente- que en la fuga de Crown City hubo mucha imprudencia de los guardianes y el apoyo directo de ciertas personas, singularmente, el mecánico; pero, de cara al público y a los delincuentes, lo que quedó fue la habilidad increíble de un malhechor solitario, capaz de burlar escandalosamente a quienes deberían haberlo custodiado de manera más efectiva y mucho menos espectacular.

Ubicación de los atracos bancarios de la banda de Dillinger

     Little Bohemia (20 de abril de 1934).

     Se trata de un albergue, aún hoy existente, a orillas del lago Manitowish, en el Estado de Wisconsin, una zona endiablada para controlarla, debido a la gran cantidad de espacios lacustres existentes, así como de corrientes de agua empantanadas o llenas de meandros. El albergue tenía un piso bajo, al que tenían acceso clientes, simplemente para comer algo o beber, y un piso alto, dedicado a alojamientos. Aquí se había refugiado la banda de Dillinger, con sus mujeres y amantes, el día 20 de abril de 1934, para tomarse un respiro, en un lugar solitario y paradisiaco, muy poco frecuentado, al ser el tiempo todavía frío y húmedo en aquella época del año. Con todo, el seguimiento cercano y férreo al que sometía el FBI a la banda -y quizá algún soplo de gente del albergue o de la zona- permitió a los G-Men de la Oficina llegar en buen número y cercar, mejor o peor, el edificio, así como cerrar el camino que podía permitir la huida. El mando supremo de la operación correspondía al Director adjunto del FBI, Hugh Clegg, teniendo como segundo al famoso agente, jefe de la Oficina en Chicago, Melvin Purvis, sobre el que volveré más adelante[16]. Movidos por el anhelo de capturar inmediatamente a la banda, montaron la operación de cerco sin hacer un reconocimiento preciso de la zona, pese a su complicación orográfica y, sobre todo, a haber llegado ya de noche al lugar. Ni siquiera imaginaron que dentro del albergue hubiese otras personas que los bandidos y el personal -muy reducido- del hotel. Esta suposición les resultó fatal. En efecto, había otros clientes en la zona del bar, seguramente bebidos y no muy conscientes de lo que les esperaba al salir. Ello era un aluvión de disparos, que acabaron con la vida de uno de los clientes, refugiándose otros de nuevo en el interior.

     En lo que podríamos llamar, con toda propiedad, la ensalada de tiros que siguió, al percatarse los gángsters de la presencia policial, cayó muerto un agente y tres más fueron heridos, mientras que, gracias a su habilidad y conocimiento del terreno, los miembros de la banda escaparon en su totalidad, al amparo de la noche, los bosques, terraplenes y orillas del lago. Aquel fracaso de quienes se consideraban, con justicia, una fuerza de élite, provocó nuevamente la admiración de los ciudadanos hacia Dillinger y sus hombres, aunque no fuese más que por su pericia y buena suerte. Entre las fuerzas del orden causó, lógicamente, enfado y vergüenza, lo que tal vez pueda explicar el rigor con el que en lo sucesivo actuaron contra sujetos tan escurridizos y peligrosos cuando los tuvieron a su alcance. En efecto, en algunos casos da la impresión de que su muerte tuvo mucho de ejecución por decisión policiaca. Esa es, en parte, la opinión que se forma de la muerte de Dillinger, que paso a resumir a continuación.

Dillinger, nada más llegar a Crown City (Indiana) en febrero de 1934

      

     El teatro Biograph (22 de julio de 1934).

     La muerte de Dillinger a manos de los federales o G-Men del FBI, acaecida sobre las 22:40 horas de un caluroso 22 de julio de 1934, en la Avenida Lincoln de Chicago, tuvo poco de glorioso y bastante de confuso. No obstante, al menos dos datos permitieron presentarlo como un hecho con un tono romántico o sentimental.

     En primer lugar, parece fuera de toda duda que el gángster fue delatado por una de sus acompañantes del momento, una antigua prostituta y actual empresaria de burdel, de nacionalidad rumana, conocida por el nombre de Anna Sage. Habiendo obtenido cierto compromiso por parte del agente Purvis -antes citado-, en el sentido de que le correspondería la recompensa ofrecida por la entrega de Dillinger[17] y se trataría de evitar su deportación a Rumanía, acordada por su conducta deshonesta, la Señora Sage avisó a dicho agente de que esa misma tarde acudiría a un cine de Chicago, en compañía de una prostituta de quien Dillinger estaba encaprichado -Polly Hamilton- y de ella misma. Un rato después, quedó claro que el local sería el Teatro Biograph. Para ser bien identificada, Anna advirtió que iría vestida con blusa blanca y falda naranja. A la luz de las farolas y del neón, el color naranja daba como rojo, y de aquí sacaron los periodistas el reclamo para la rumana de la mujer de rojo. ¡Ahí es nada!, a punto de morir, acompañado por una mujer de cada brazo y una de ellas, con ese distintivo cromático tan espectacular.

     En segundo lugar, y todavía más romántico y llamativo, Dillinger salía de ver una película de gangsters, protagonizada por Clark Gable, llamada Manhattan Melodrama[18]. Era sabido que el atracador se sentía identificado y, en cierto modo, orgulloso de que el público de la época sintiese tanto interés y proximidad con personajes de ficción, pero parecidos a él y hasta con algunos puntos en común. Aquella unión casual de realidad y fantasía, con la muerte como final en ambos casos[19], era de un melodramatismo de alto nivel y, a partir de entonces, enlazaría para siempre una notable película con la muerte de un no menos notable delincuente.

     Desde luego, la muerte de Dillinger tuvo otros aspectos destacables y discutidos, entre los cuales: A) Si hizo intención de disparar contra la Policía la pistola que, en efecto, llevaba en un bolsillo del pantalón[20], o simplemente trató de huir por una bocacalle o callejón lateral. B) Si la encerrona contaba solo con agentes del FBI, dirigidos por Purvis, o también con policías del Departamento de la ciudad de Chicago. C) La distancia y dirección de los disparos[21], de los cuales cuatro alcanzaron a Dillinger y hubo otras dos personas heridas por el fuego de la Policía. D) Si el cadáver expuesto en la morgue, a la curiosidad del público fue efectivamente el de Dillinger, o se dio algún cambiazo, por motivos ignorados. En fin, hasta hay quien duda de que Dillinger hubiese muerto en aquellas circunstancias, y no hace mucho que algunos miembros de su familia pidieron su exhumación, para hacer la prueba de ADN[22].

     Dos observaciones más, acerca del fin de Dillinger. En las horas que estuvo su cadáver en el depósito, recibió la visita de unas quince mil personas. Y, por otra parte, el padre del gángster y otros familiares y amigos directos participaron, en el año siguiente, en espectáculos relacionados con su vida y acciones. Así, en el famoso Lyric Theatre de Indianápolis, en los entreactos de ciertas funciones de las llamadas de vaudeville, aparecían para recordar anécdotas y momentos de su vida. El éxito de tal idea, dio lugar a que la empresa llamada Metropolitan Vaudeville Agency los contratase para hacer una tournée por los Estados Unidos, representando un espectáculo, cuyo título nos puede dar una idea de su contenido y moralina: The crime doesn’t pay; o, traducido libremente al español, El criminal nunca gana[23].

Pistola del modelo que llevaba Dillinger cuando murió

 

 

4.   Los errores y el antagonista


     Es obvio que Dillinger no era un mago, ni siquiera un hombre tan extraordinario, que todo en su actividad criminal lo hubiera hecho bien -para su éxito y supervivencia, se entiende-. Pero, así como en la valoración de los mayores aciertos hay casi unanimidad, las opiniones divergen a la hora de resaltar sus errores más graves. No dejaba de ser una persona sometida a tensión constante, cuyo destino final tomaba con evidente fatalismo. Como él mismo llegó a admitir, tenía dos caminos que podía recorrer: Uno, el de entregarse, lo llevaba indefectiblemente a la silla eléctrica[24]. El otro, el de seguir delinquiendo y huyendo, también lo llevaría a la muerte, más tarde o más temprano. Esa actitud de conformismo podía tener un efecto ambivalente: mayor claridad de juicio pero, también, cierta indiferencia sobre riesgos y precauciones.

     Puesto a escoger tres momentos en que la decisión o el juicio de Dillinger resultaran más incorrectos -en sí, o por sus efectos-, me referiré a estos tres: 1º. Su presencia en Tucson (Arizona) en enero de 1934. 2º. Su último atraco, realizado a la sucursal del Merchant’s National Bank de South Bend (Indiana), el 30 de junio de 1934. 3º. Su prolongada y casi continua estancia en Chicago, entre finales de abril de 1934 y el momento de su muerte, el 22 de julio del mismo año. Veamos brevemente por qué considero un error cada una de esas tres cosas.

     Presencia en Tucson (Arizona), en los días 24 y 25 de enero de 1934.

     No se ha demostrado que la aparición por Tucson -ciudad y zona desconocida para ellos- de buena parte de la banda de Dillinger tuviera otro objeto que el de proseguir un periodo de tranquilidad y vacaciones, iniciado en Palm Beach (Florida), en aquella zona de excelente clima invernal, que es el sur de Arizona. A la decisión de tomar un periodo vacacional en amor y compañía sin duda contribuyó la creencia de que las pesquisas policiales no llegasen tan lejos de su campo habitual de operaciones. Era mucho suponer, contando con que se les buscaba con tanto interés y lujo de medios[25] y que los diarios habían publicado repetidamente sus fotografías, por no hablar de los pasquines ofreciendo recompensa por su captura. Y, sobre todo, Dillinger conocía bien a la gente de su banda y podía sospechar fundadamente que algunos de los presentes en Tucson presumirían de dinero y se irían de la lengua, aunque solo fuera bajo los efectos de las bebidas alcohólicas. Todo eso fue lo que, en efecto, aconteció; eso, y un excelente hacer de la Policía de Tucson, que supo esperar la llegada de Dillinger y que detuvo a todos sin disparar un solo tiro.

     Dos de los miembros de la banda de Dillinger y la compañera sentimental de uno de ellos[26] llegaron a Tucson el 21 de enero de 1934, alojándose inicialmente en el Hotel Congress, que sufrió dos días después un incendio en su tercera planta, obligando a los hampones a desalojar precipitadamente, con todo su arsenal de armas y botín de dinero y objetos preciosos adquiridos con el producto de los atracos. En consecuencia, según su proyecto inicial, pasaron a alquilar una casa en la ciudad. Su presencia en esta obtuvo la curiosidad policial, en especial, cuando uno de los bomberos les comentó que se parecían a quienes habían aparecido en fotos de los diarios como miembros de la banda. Como antes dije, los agentes tuvieron el acierto de no detenerlos en seguida, con la esperanza de que los llevaran de algún modo hasta su buscadísimo jefe.

     En efecto, el día 24 por la tarde, llegaron por carretera a Tucson, en dos vehículos distintos, John Dillinger y Harry Pierpont, con sus respectivas amantes, Evelyn Frechette y Mary Kinder, aunque decidieron alojarse en otra casa alquilada diferente de la de los compinches que habían llegado antes[27]. Esta insuficiente precaución no les sirvió de nada. Al día siguiente, 25 de enero, la Policía -pacíficamente o con mera violencia corporal- detuvo a los cuatro hombres y las tres mujeres, además de a una cuarta, una chica de alterne contratada por el único varón que no había traído pareja. Se dice fundadamente que, en su detención, Dillinger manifestó, algo así como bien, ya estoy condenado. Poco después sabría que la Policía había sido alertada, en parte, por los excesos de confianza y de presunción de dos de los llegados el día 21.

     Yo creo que tampoco anduvieron muy finos Dillinger y Pierpont, apareciendo por la misma ciudad donde sus colegas llevaban ya tres días, en los que podían haber pasado muchas cosas, de las que ellos no habían tenido tiempo ni oportunidad de recabar información precisa.

     El atraco bancario en South Bend (Indiana), del día 30 de junio de 1934.

     Este atraco había sido pensado como el último de la banda, con la esperanza de conseguir un botín por encima de los 100.000 dólares, que les permitiera financiarse durante un largo tiempo, marchándose así al extranjero o, incluso, retirándose de un negocio que empezaba a resultarles en exceso peligroso. Ello puede explicar ciertas características del golpe, pensado contra una importante sucursal del Merchant’s National Bank en la céntrica calle Michigan de la ciudad indianesa de tamaño medio, South Bend[28]. La necesidad de asegurar un importante botín, les llevó a ejecutar el golpe un sábado por la mañana, a fines de mes, con un tiempo espléndido; vamos, que podría decirse que toda la ciudad estaría en la calle, y que el banco estaría seguramente bien vigilado, desde fuera y en el interior. Dillinger pretendió compensar las dificultades con la concurrencia de cinco o seis atracadores[29] experimentados pero, a la hora de la verdad, varios de sus hombres rechazaron participar, por los riesgos, viéndose el jefe obligado a aceptar a entre uno y tres individuos no conocidos de él, sino de su compinche, Baby Face Nelson. Se ha sostenido -a mi parecer, sin bastante fundamento- que se apuntó a última hora el muy conocido jefe de otra banda, Pretty Boy Floyd[30], más acostumbrado a mandar que a ser dirigido, de quien se dice tuvo la feliz ocurrencia de llamar la atención y el miedo de los clientes, nada más entrar, mediante una ráfaga de metralleta que, por supuesto, alarmó a mucha más gente que a sus destinatarios.

      A partir de esos momentos, el golpe se convirtió -sobre todo en la calle- en un pandemonio de disparos e intentos de detención de los atracadores por los transeúntes, mientras a duras penas conseguían los de dentro del banco alcanzar un botín de unos 28.000 dólares. Además de algunos circunstantes heridos, hubo un policía muerto y un atracador herido de importancia, aunque salvaría la vida por el momento[31]. Pese a todo, la totalidad de la banda logró escapar, haciéndolo Dillinger con destino final a Chicago, como veremos en el apartado siguiente. Como dato curioso, se dice que el reparto igualitario del dinero obtenido arrojó una cantidad de 4.800 dólares por cabeza.

Exteriores del Teatro Biograph de Chicago, minutos después de morir Dillinger

     La estancia en Chicago, entre abril y julio de 1934.

     No cabe duda de que Dillinger había llegado a encontrarse a gusto en su escondite de Chicago, sito finalmente en la calle North Halsted, en una especie de pensión, en la que tenía el apoyo y compañía de diversos conocidos (algún policía corrupto, su abogado de confianza, ciertos médicos que, incluso, le practicaron cirugía plástica) pero, sobre todo, de la dueña de un burdel, para el que trabajaba una joven, Polly Hamilton, con la que Dillinger había intimado, al verse separado de Evelyn Frechette desde su detención en Tucson, ya aludida antes.

     Es obvio que Dillinger no debía fiarse de sujetos tan volubles, máxime cuando una delación certera sobre su presencia valía ya 25.000 dólares. De otro lado, Chicago era la sede de la Oficina del FBI dirigida por su némesis, el agente Melvin Purvis, tan eficaz e implacable. También está claro que, si es que se le llegó a practicar cirugía plástica, la misma no había cumplido con acierto su objetivo. En resumen, permanecer en la gran ciudad del lago Michigan durante varios meses era una temeridad, desde cualquier punto de vista. Tiempo y oportunidad había tenido de escapar, para lo que disponía de suficiente dinero. Se me ocurre que Canadá era un destino apetecible y relativamente sencillo de alcanzar.

     Tanta confianza me impresiona, no como descuido, sino por ese conformismo, o fatalismo, al que aludí al comienzo de este capítulo. Dicho claramente, Dillinger estaba cansado y no creía poder eludir su triste destino por mucho más tiempo. Apenas mantenía algunos automatismos: Uno de ellos, salir armado a la calle; algo que le resultó muy negativo en la tarde-noche de su muerte…, si es que los policías le dispararon por pretender usar la pistola y no como venganza, a modo de anticipo de su inevitable juicio y ejecución.

     El antagonista de Dillinger: Agente del FBI, Melvin Purvis.

     Toda popularidad o éxito biográfico adquiere un mayor nivel si, frente al protagonista luchador, se encuentra un antagonista de talla, tan bueno o mejor que él. En el caso de Dillinger, este oponente fue el agente de la Oficina de Información del Departamento de Justicia, Melvin Purvis[32], entonces jefe de la zona de Chicago. La exageración o la leyenda han fabricado encuentros espectaculares y respeto mutuo, que creo están lejos de la realidad comprobada[33]. Sí parece obvio que Dillinger y Purvis coincidirían en alguna ocasión, antes del 22 de julio de 1934, y, por descontado, que Purvis estudió la psicología y modus operandi del gángster, no como obsesión, sino para anticiparse a sus movimientos. Y también es evidente que, a partir del chasco de Little Bohemia, resumido en el capítulo 3, Purvis tenía clavada la espina de Dillinger; tanto más, cuanto que su objetivo había optado por refugiarse en la misma ciudad en que él habitaba.

     A partir de esas reflexiones, es lógico admirar la relativa frialdad con que Purvis organizó y dio el golpe final a Dillinger, por más que este mismo se lo facilitase, según hemos visto, como también lo propició la delación final de la madame del burdel, Anna Sage, de la que ya hemos también tratado. La escena previa al tiroteo final, con Purvis oculto a la sombra de un portal, viendo pasar ante él a Dillinger con las dos mujeres, y encendiendo un cigarro para dar a sus hombres la voz de alerta, es verdaderamente el mejor colofón de esa película, tantas veces rodada, en que se convirtió la vida y la muerte de Dillinger[34].

     Esa escena final de la historia de Dillinger fue, en cierto modo, la primera de lo que a Purvis le quedaba por vivir de la suya. Un éxito inenarrable, que prosiguió con la liquidación del siguiente Enemigo público número 1, Pretty Boy Floyd, tres meses después, llevada también a cabo bajo su dirección. El jefe de Chicago estaba en lo más alto del aprecio social, una admiración solo comparable a la obtenida por Eliot Ness, el jefe de los Insobornables de Chicago entre 1930 y 1933[35]. Que ello le trajese, por turbias razones, la enemiga del todopoderoso Director del FBI, John Edgar Hoover[36], obligándole a abandonar la Oficina en 1935, y llevando en lo sucesivo una vida mucho más oculta y anodina, es algo que nos hace recordar la conocida frase latina, utilizada en muy otro contexto: Sic transit gloria mundi: Así pasa la gloria del mundo.

     De todas formas, encumbrado o defenestrado, Purvis es el perfecto contrapunto de la fama de Dillinger, como Ness lo fue de la de Al Capone[37]. La fama de los unos se nutre de la de los otros, respondiendo a esa actitud ambivalente de muchos ciudadanos ante los delincuentes, sobre todo cuando estos se juegan la vida sobre el terreno, no, como los políticos, traficando en los despachos.


Melvin H. Purvis
 


5.   Algunos datos, y fuentes informativas en Internet


     Aunque el objetivo de este ensayo no es otro que el de destacar las razones de la fama alcanzada por John Dillinger, me parece útil completarlo con algunos datos concretos, que también pudieron haber servido indirectamente a cimentar aquella, tales como la cifra de atracos perpetrados por su banda, el dinero que en total obtuvieron de ellos, o el número de muertos y heridos que, por todos los conceptos, les pueden ser atribuidos. Concluiré el capítulo con una alusión a ciertas páginas de Internet que pueden ser consultadas fructíferamente para conocer la peripecia delictiva de Dillinger, en el bien entendido de que existen numerosos libros que, de una u otra forma, han abordado su biografía.

     Como es natural, las cifras que ofreceré están sujetas a discusión, por lo que he elegido aquellas que resultan probadas y, por tanto, constituyen un mínimo acreditado. La mayor oscilación corresponde al total del dinero sustraído, discrepancia que puede ser interesada, al pretender algunos bancos, bien minimizar la importancia del golpe sufrido, o bien hinchar el perjuicio para así obtener mayor compensación del seguro.

     Muertos y heridos como consecuencia, directa o colateral, de la banda de Dillinger.

-          Agentes del orden de todas clases (incluidos funcionarios de prisiones y miembros de la Guardia Nacional): Once fallecidos y siete heridos.

-          Otras personas, voluntariamente o por accidente: Cuatro muertos y once heridos.

-          Individuos de la banda de Dillinger: Un total de once fallecidos, de los que uno lo fue por ejecución en la silla eléctrica y otro, durante un intento de evasión carcelaria.

      Total de miembros de la banda de Dillinger.

     A veces, es discutible la decisión de incluir o excluir a algunas personas, debido a la falta de pruebas, o a lo coyuntural de la conexión con la banda, o el tipo de servicio prestado. Por ejemplo, no está plenamente probada la vinculación del famoso Pretty Face Floyd y es discutible la del, así mismo muy conocido, Machine Gun Kelly. Suele excluirse a las mujeres ligadas a varones de la banda, por matrimonio u otro parentesco próximo, como Billie Frechette u Opal Mack Truck Long. Desde luego, no todos los miembros lo fueron simultáneamente: Recordemos que las detenciones de Tucson en enero de 1934 dieron lugar a tener que reconstituir parcialmente el grupo criminal. Con estas y otras observaciones, puede decirse que hay, al menos, catorce individuos que formaron parte de la banda de Dillinger, incluido este. De ellos, cuatro merecen una consideración especial: Dos, por haber sido detenidos por la Policía en julio de 1933, cuando apenas habían empezado a actuar; y otros dos, por haber sido expulsados de la banda en noviembre de 1933, por mal comportamiento en su trabajo.

     Número de atracos bancarios y dinero obtenido con ellos.

     Son atribuibles a la banda de Dillinger un total de once atracos a bancos en algo menos de un año: entre el 17 de julio de 1933 y el 30 de junio de 1934.

     El total del dinero sustraído, si atendemos a las manifestaciones de los perjudicados y a las declaraciones de personas implicadas, alcanzó un total de 301.290 dólares. Pero es opinión general que la cifra real estuvo alrededor del medio millón de dólares.

      Como ya he indicado antes, para hacerse una idea del poder adquisitivo que el dólar de aquella época tendría en nuestros días, es preciso multiplicar por veinte: es decir, un dólar de hacia 1935 equivaldría a veinte en el año 2020. Aplicando ese dudoso módulo, el dinero robado a los bancos por Dillinger y su banda habría ascendido, ochenta y cinco años después, a unos seis millones de dólares.

     Considerando que el botín hubo de repartirse, en números redondos, entre diez individuos, descontando los gastos irrogados, y teniendo en cuenta los enormes riesgos corridos, no podemos por menos de dar la razón al título del espectáculo montado tras la muerte del famoso gángster: The crime doesn’t pay, el crimen no vale la pena.

***

     John Dillinger, Melvin Purvis y, por supuesto, John Edgar Hoover han sido objeto de un masivo interés libresco, tanto a nivel de biografía general, como de monografías acerca de cuestiones concretas. En nota al texto, recojo algunas de ellas[38]. Pero no todos los lectores interesados tienen tiempo y medios económicos para acceder a los libros, o carecen del dominio del idioma inglés que hace fructífera tal aproximación. Para ellos apunto algunas páginas de libre acceso por Internet, con lo que, al propio tiempo, reconozco con gratitud lo que este ensayo les debe (las cinco páginas citadas están en inglés).

     Una introducción a los orígenes de John H. Dillinger, Jr. y un detallado recorrido por su vida criminal y algunos avatares posteriores, con extensión verdaderamente biográfica, pueden encontrarse en el trabajo de Allan May y Marilyn Bardsley, titulado John Dillinger’s crime wave, localizado en la www.splicetoday.com, bajo los auspicios de TrueTV. El trabajo está fragmentado en 17 capítulos.

     El enfrentamiento de Melvin Purvis con Dillinger y con Hoover está notablemente tratado en resumen, en el trabajo anónimo, Melvin Purvis, G-Man, en dos capítulos, localizable en la www.babyfacenelsonjournal,com/purvis.

     La polémica entre Hoover y Purvis es analizada en una extensa entrevista de The Guardian a Anthony Summers, especialista en el tema[39]: The secret life of J Edgar Hoover, en la www.theguardian.com, 1-1-2012.

     Una excelente narración de los hechos de Tucson -aludidos con cierto detalle en el capítulo 4 de este ensayo-, así como un buen resumen de las circunstancias que llevaron a Dillinger hasta allí y de lo que luego acaeció, puede encontrarse en la serie de 3 capítulos, titulada Tucson Police Capture The Dillinger Gang: No Shots Fired!. Se trata de un trabajo anónimo, con profusión de ilustraciones, publicado en la www.southernarizonaguide.com.

     Y la ya citada www.babyfacenelsonjournal.com, en el apartado /south-bend, presenta un completo relato anónimo, en cuatro capítulos, del atraco perpetrado por la banda de Dillinger en South-Bend (Indiana), el 30 de junio de 1934[40].

Lápida de la tumba de Dillinger en Crown Hill (Indianápolis)

    

    

 



[1] John Herbert Dillinger Jr. (1903-1934).

[2] Minneapolis y Saint Paul, que forman un conglomerado prácticamente fusionado en el Estado de Minnesota.

[3] Es famosa la presencia de Dillinger, en paz y armonía, en casa de su familia, para celebrar su 31 cumpleaños, último de su vida.

[4]  O Federal Bureau of Investigation, heredero a partir de 1935 de la antigua y mucho menos eficaz, Oficina de Investigación del Departamento de Justicia, creada en 1908.

[5] John Edgar Hoover (1895-1972), Director de la Oficina citada en la nota anterior, así como del FBI, entre 1924 y 1972.

[6]  Recordemos la película El enemigo público número uno (W.S. van Dyke, 1934), aunque su título en EE.UU. fue Manhattan Melodrama. Más adelante volveremos sobre este film.

[7]  Harry Pete Pierpont (1902-1934), sentenciado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica.

[8]  El valor del dólar hacia 1935 era unas veinte veces superior a la del actual (año 2021).

[9]  La fuga tuvo lugar el 26 de septiembre de 1933.

[10]  Se trataba del patrullero de la ciudad de East Chicago (Indiana), William Patrick O’Malley (1888-1934), que fue tiroteado y muerto el 15 de enero de 1934, cuando acudió a evitar un atraco bancario en la citada ciudad. El delito fue perpetrado por Dillinger y otros dos miembros de su banda. Por este hecho, se procesó al propio Dillinger y a su compañero, John Red Hamilton, no llegando a celebrarse juicio por previo fallecimiento de ambos inculpados.

[11]  Aunque la misma no fue hallada, se da por sentado, a tenor de lo manifestado por Dillinger, que era de madera, embetunada de negro y con la aplicación de una o dos hojas de afeitar, para imitar el metal de las armas de verdad.

[12] Lester Joseph Baby Face Nelson (1908-1934) y George Machine Gun Kelly Barnes (1895-1954). Otro nuevo miembro ilustre fue Harold Eugene Eddie Green (1898-1934). En la segunda banda de Dillinger se integraron componentes de la primera, ya excarcelados bajo palabra, como John Red Hamilton (1899-1934) y Homer Virgil van Meter (1905-1934). Todos los citados, salvo Machine Gun Kelly, murieron en 1934, tiroteados por la Policía o el FBI, como lo fue el propio Dillinger.

[13] Louis Piquett (1880-1951). Por su colaboración con Dillinger, pasó 2 años en la cárcel de Leavenworth.

[14] Se ha discutido si la operación tuvo lugar al fin. Uno de sus objetivos era el hoyuelo que Dillinger tenía en el centro de su mentón y que, junto con la nariz respingona, era un distintivo muy notorio. Wilhelm Loeser, médico (1876-1953).

[15] Recuerdo lo dicho en la nota 4. En consecuencia, me refiero al FBI, aunque en aquellas fechas se trataba de la Oficina de Investigación del Departamento de Justicia que, solo al año siguiente, 1935, pasaría a denominarse legalmente Federal Bureau of Investigation.

[16] Hugh H. Clegg (1898-1979), Director adjunto del FBI entre 1932 y 1959. Melvin Horace Purvis (1903-1960), destacado agente del FBI entre 1927 y 1935, a la sazón, jefe de la Oficina de Chicago, de la que dependía la liquidación o captura de Dillinger y su banda.

[17]  Dicha recompensa, vivo o muerto, había ido aumentando con el tiempo. La penúltima oferta fue de 20.000 dólares por su entrega y de 10.000 por denuncia que resultara eficaz para detenerlo o acabar con él. La última fue de 25.000 dólares, sin la distinción de la precedente. Véase la ilustración pertinente, en el texto de este ensayo.

[18] Véase antes, nota 6.

[19] Aunque en la película citada el protagonista delincuente es condenado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica.

[20] Era de pequeño tamaño. Se trataba de una Colt pocket 1903 hammerless, análoga a la que ilustra este ensayo.

[21] Sobre todo, llama la atención que la trayectoria de los disparos que alcanzaron a Dillinger parece haber sido descendente, como si lo hubiesen disparado estando caído, o desde un plano a más alto nivel.

[22] Ello sucedió en 2019, pero no se logró, por la oposición de la titularidad del Cementerio en que se halla la tumba, en Crown Hill, Indianápolis. Es curiosa la previsión del padre de Dillinger, de haber echado sobre el ataúd más de dos toneladas de cemento, para evitar la profanación de la sepultura.

[23] Título, por cierto, de un exitoso programa breve de teatro radiado, con la moraleja que indicaba su título. De origen norteamericano, en España fue emitido por Radio Nacional, de 1956 en adelante. El Director del programa fue Teófilo Martínez.

[24] Véase antes, nota 10. La opinión pesimista de Dillinger era completamente justa, aunque él nunca confesó haber perpetrado personalmente el crimen capital, de haber matado a un policía.  

[25] Se ha llegado a afirmar que, en los momentos álgidos de la persecución, hubo unos cinco mil agentes tras las huellas de Dillinger y su banda.

[26] Charles Makley, Russell Clark y la amante de este, Opal "Mack Truck" Long. Opal Long y Charles Mackley fueron considerados responsables de una conducta descuidada, que contribuyó a la detección y ulterior detención de todo el grupo.

[27] En realidad, como la vivienda no estaba todavía preparada, pernoctaron en el motel Close-Inn, a las afueras de Tucson.

[28] Después de haber progresado con rapidez como centro industrial, se estancó antes de la Depresión de 1929, manteniendo una población prácticamente constante de unos 100.000 habitantes.

[29] Existe notable confusión sobre quiénes y cuántos participaron en el robo. Lo más probable es que fueran cinco hombres, pero se ha escrito que entre cuatro y seis.

[30] Charles Arthur Pretty Boy (es decir, Chico guapo) Floyd (1904-1934), especialmente famoso por su dudosa participación en la llamada Masacre de Kansas City, el 7 de junio de 1933, en la que murieron 5 policías. Tenía el aprecio de muchos agricultores por su costumbre de llevarse de los bancos las escrituras hipotecarias y quemarlas. Fue el Enemigo público número 1 al morir Dillinger, cuyo funesto destino siguió tres meses después, el 22 de octubre de 1934, en East Liverpool (Ohio).

[31] Se trataba de Homer van Meter, ya aludido en la nota 12.

[32] Véase antes, la nota 16. Lo de antagonista de talla ha sido una ironía por mi parte, ya que Purvis era persona delgada y de baja estatura, que andaba por los 163 centímetros, cosa no llamativa, si se piensa que había sido seleccionado, no como policía, sino como abogado experto en la lucha contra el crimen. Aquel hombre de oficina se convirtió con el tiempo en un agente operativo excelente.

[33] Por ejemplo, la dudosa coincidencia de Dillinger y Purvis, con sus respectivas parejas, en algún local elegante de Chicago, evitando todo intento de detención o, incluso, mediando invitación a champán o similar.

[34] La vida de Dillinger ha sido llevada al cine en varias ocasiones, de forma explícita o encubierta. Citaré tres películas: El héroe público número 1 (Public hero number 1), dirigida por J. Walter Ruben en 1935; Dillinger (Dillinger), dirigida por John Milius en 1973; Enemigos públicos (Public enemies), dirigida por Michael Mann en 2009.

[35] En inglés, The Untouchables. Eliot Ness (1903-1957), policía de Chicago, cuya fama estuvo especialmente ligada a los últimos tiempos de la Ley Seca.

[36] Un hijo de Melvin Purvis ha publicado un atractivo libro sobre la inquina de John Edgar Hoover hacia su padre durante toda la vida de este, a partir de 1935: Alston Purvis, con Alex Tresinowski, The Vendetta, edit. Public Affairs, New York, 2005. Sobre John Edgar Hoover (1895-1972), puede verse, entre otros muchos, el siguiente libro, muy crítico del personaje: Anthony Summers, Official and Confidential: The Secret Life of J. Edgar Hoover. Putnam Publishing Group, New York, 2003.

[37] Alphonse Gabriel Capone (1899-1947), quizá el gángster más famoso de la historia.

[38]  Selecciono tres libros sobre Dillinger: John Toland, The Dillinger days, Random House, New York, 1963; Bryan Burrough, Public Enemies, Penguin Press, New York, 2004; Dary Matera, John Dillinger. The life and death of America’s first celebrity criminal, Barnes & Nobles, New York, 2007. Sobre Melvin Purvis y sobre John Edgar Hoover, me remito a las obras recogidas antes, en la nota 36.

[39] Véase nota 36. El libro de Anthony Summers recogido allí sirvió de base  para una película bastante realista sobre el personaje de J. Edgar Hoover: J. Edgar, dirigida por Clint Eastwood en 2011.

[40] Esta página web es una verdadera mina en materia criminal de la época de Dillinger. Además de las citadas entradas, hallamos referencias, entre otras, a Dillinger, Melvin Purvis y Eliot Ness, siempre amplias, documentadas y con notables ilustraciones.

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