miércoles, 16 de octubre de 2019

CANTANDO AL AMOR




Cantando al amor


Por Federico Bello Landrove



      Algunos cantantes han destacado especialmente por el acierto y la frecuencia de sus invocaciones al amor. ¿Es un compromiso profesional, o es que sienten de verdad lo que dicen? ¿Son un ejemplo para sus fans? ¿Aplican a su vida lo que tan repetidamente afirman en sus canciones? En mi opinión son preguntas de una candidez evidente y cuya contestación cínica no ofrece dudas. Sin embargo, el protagonista de este relato buscó afanosamente las respuestas en boca de una famosa cantora, cuya identidad no es difícil deducir de la historia. 






1.      Un niño de papá




     Para quienes solo lo conocíamos del Colegio, Carlos Salazar era, simplemente, un excelente alumno y un buen compañero. Esto último, unido a su natural sencillez, le había evitado el remoquete de empollón, tradicional en aquella época para quienes se sabían siempre las lecciones y, en consecuencia, obtenían muy buenas notas y las loas maliciosamente comparativas de los curas y de los seglares, que de ambos había entre el profesorado de los Sagrados Corazones[1]. Desde luego, lo que jamás se nos habría ocurrido a los chavales de sexto de bachiller[2], que junto con él cursábamos la rama de Letras, era que Carlos fuese un hijo de papá; entre otras cosas porque, puestos a ello, bastantes de entre nosotros lo éramos en aquel Colegio, que reunía las notas de ser religioso, céntrico y de pago. Y, sin embargo, un día se le escapó a él mismo, cuando nuestro mejor profesor de Matemáticas le abordó en el pasillo, afeándole el abandono de las Ciencias:

-          ¡Hombre, Carlos! ¿Cómo se te ha ocurrido ir por Letras, con lo que te gustaba el Álgebra?

-          Ya ve. Cosas de mi padre, que quiere que haga Derecho, como él… Ya lo dice mi madre, que soy el niño de papá.

     Le salió del alma, sin rebozo alguno, queriendo significar que era el hijo favorito de su progenitor, aquél en quien este tenía plena confianza como futuro continuador del acreditado bufete que dirigía. Nada, pues, que tuviera que ver con privilegios, ni con clasismo, sino con algo que llegó a mis oídos, así mismo por casualidad, de boca del profe de Literatura, a raíz de un estupendo comentario de texto de Carlos:

-          ¡Ya era hora de que un Salazar diera la campanada en el Colegio! Con buen motivo, se entiende.

     Mi compañero se encogió de hombros y bajó la vista. Luego, fuera de clase, nos lo explicó:

-          Es que mis hermanos no eran buenos estudiantes, y el mayor dicen que participó en algunas gamberradas.

     Dichos hermanos, Ángel y Quique, se llevaban unos cuantos años con Carlos, los suficientes para que ya solo hubiese un pálido recuerdo de ellos cuando nosotros llegamos a los últimos cursos. Lo cierto es que, por fas o por nefas, don Ángel, el cabeza de familia, no pensaba en sus hijos mayores para continuar una saga de abogados, que ya iba por la tercera generación.

     De quien sí tengo memoria -y eso que, por supuesto, iba a otro colegio- era de Almudena, la hermana pequeña de Carlos quien estudiaba un par de cursos menos que nosotros y era una verdadera monada, aunque -ella sí- un tanto presumida. Yo la sacaba, de vez en cuando, como tema de conversación con el hermano, a ver si me daba pie para acercarme a ella, pero se ve que nuestra buena relación de condiscípulos no debía llegar más lejos. Ni una vez logré que Carlos me invitase a su casa, o a ir juntos al cine -una actividad en la que solían coincidir Almudena y él, pues no estaba bien visto entonces que una chica arrostrase sola los peligros de una sala a oscuras-. Hube de batirme en retirada cuando, tras la enésima alusión a su hermana, espetó mi colega:

-          No sé por qué te has fijado tanto en ella. Todavía es una niña…

     Yo discrepaba, pero hube de aquietarme. Lo curioso es que Carlos tardó poco en cojear del mismo pie que yo, es decir, de que le gustasen las niñas. Verán por qué lo digo.


***


     Hube de enterarme por otros compañeros, que tenían con Carlos mayores vínculos de amistad: El Charlie se había echado novia. Bueno, no sería para tanto, pero siempre había que picar un poco al galán; tanto más, si era la primera relación que se le conocía. Él se lo tomó como si tal cosa, lo que parecía dar a entender que la cosa pintaba bien y que estaba seguro del acierto. Yo creo que también ayudaba el que esos primeros amores contribuían a hacerle como más hombre y menos abnegado por el estudio. Por lo demás, no recuerdo haber visto a la moza en toda mi vida, y eso que estudiaba en el mismo colegio que mi admirada Almudena, un curso por delante. Todo lo que supe de ella entonces, y de lo que sucedió después, lo adquirí de oídas, generalmente por terceros, ya que Carlos no ocultaba las cosas, pero tampoco hacía ostentación de ellas.




Colegio Sagrados Corazones (Madrid), en aquel tiempo


     Dicen que la chica se llamaba Margarita, vamos, Marga Abellán, nombre que, durante los meses que quedaban hasta fin de curso, no solo hube de escuchar, sino ver escrito con las iniciales en el material escolar de Carlos, singularmente en los diccionarios de Latín y Griego, que alguna vez me prestaba. También era sabido -como he dejado dicho- que la había conocido por medio de su hermana. Todo lo demás son rumores, son rumores, que dice la canción[3], tales como la belleza de la jovencita, lo romántico de la relación, o eso tan difícil de definir, como fácil de reconocer, que es la contención o cerebralismo del amor. Con todo, algo debían de saber los padres de Carlos que nosotros ignorábamos. El caso es que, de la noche a la mañana, le prepararon la maleta y lo pasaportaron a Irlanda. Si a ello contribuyó un moderado descenso del nivel académico del escolar -evidenciado, sobre todo, en el simple notable, recibido en la reválida de sexto[4]-, es cosa probable, pues ciertas personas mayores suelen achacar los bajones en las notas a cualquier cosa, menos a la tensión o la mala suerte en el examen. De todas formas, tengo a este respecto cierta información privilegiada, que me transmitió el Prefecto del Colegio, conocido de mis padres, cuando le mostré mi extrañeza por la desaparición de Carlos Salazar de las aulas de los Sagrados Corazones.


***


-          ¿No te dijo nada antes de iros de vacaciones? -comenzó el Prefecto-. Claro, con lo de la reválida y las notas, se le iría el santo al cielo. Pues, nada, que anda por Irlanda, nada menos. Este curso lo seguirá en un colegio de nuestra Congregación, en Dublín. El programa académico de allá es bastante parecido al Preu[5] nuestro. Así que, de un golpe, aprenderá inglés y no perderá año. Ya sabes cómo es Carlos de responsable. Si quieres escribirle, te doy la dirección del colegio…

     Me pareció mal que no se hubiera despedido, ni dicho nada de su partida; de modo que me enfurruñé un poco y decliné el ofrecimiento de las señas. La verdad es que el rechazo me vino de fábula para lo que a poco se me ocurrió: contactar con Almudena y, haciéndome de nuevas, preguntarle por su hermano… y así sucesivamente. En efecto, una tarde de finales de octubre me constituí a las seis a la puerta de las Teresianas[6] y, tras una hora de espera, vi salir a Almu y la abordé lo más seriamente que pude. Hecha la presentación, la niña se despidió de las compañeras con las que salía y me fue contando, de camino hacia su casa:

-          Mis otros hermanos han aprendido inglés durante las vacaciones, en cursos de verano o por intercambio. En el caso de Carlos, mis padres han decidido que se marchara todo el curso porque…

     De pronto, se puso colorada y calló, como si hubiese estado a punto de revelar un secreto. Miró para atrás, como comprobando que no nos seguía ninguna conocida de uniforme marrón[7]. De inmediato capté lo que podría haber detrás de la fuga a Dublín y le dije, con impostada seguridad:

-          No me digas que tus padres han decidido cortar por lo sano lo suyo con Marga… ¡Pobre Charlie!

     Y, como me percatara por la cara de Almudena de que había acertado de pleno, me puse a tararear aquella canción italiana de la época, el Non ho l’età[8].

     Mi interlocutora hizo un leve gesto de asentimiento. Había que completar la jugada:

-          ¿Me puedes dar la dirección de tu hermano en Irlanda? Me gustaría escribirle, aunque solo sea para darle ánimos.

     Almudena aceptó con una expresiva sonrisa.

-          Nos han dicho que basta con que pongamos Holy Hearts College, Clontarf-Dublin (Irlanda-Eire)[9]. Parece que es un sitio pequeño, en las afueras de Dublín, y que el Colegio lo conoce todo el mundo.

-          Estupendo, voy a tomar nota. ¿Me das algo en que escribir?

     La muchacha revolvió entre sus libros y cuadernos de quinto de bachiller[10] hasta entregarme lo pedido. Estuvo comprobando que mi ortografía en inglés fuera la correcta. Aproveché para darme cierto pisto:

-          No tengo problema. Escogí el inglés como idioma[11] en el colegio.

     Almudena repuso:

-          Yo estudio francés pero voy a ver si me dejan hacer intercambio con alguna chica inglesa al acabar este curso. No sé…, mis padres se echan a temblar cada vez que les hablo de salir al extranjero. Dicen que…

-          … Que eres una niña. Eso cree también Carlos. Yo no comparto en absoluto su opinión.

     Como le dije esta última frase mirándola de arriba abajo con franqueza, temí por un momento haberme pasado con la sinceridad, pero ella lo tomó con elegancia:

-          Bueno, en esta edad, dos años de diferencia es bastante, pero dicen que las chicas maduramos antes.

     Al pasar por el Parque del Canal[12], se había hecho casi de noche. Comprendí que debía retirarme con rapidez:

-          Creo que estás ya cerca de casa…

-          Ahí a la vuelta, en Hilarión Eslava.

-          Entonces, casi te dejo. Tengo una traducción de griego para mañana y me conviene coger el autobús hasta mi casa. Vivo en Fernando el Católico.

     Nos despedimos. Para volver a verla, se me ocurrió un buen pretexto:

-          Si quieres, cuando me conteste Charlie, te voy a buscar al colegio y te cuento.

-          Mejor me llamas -corrigió-. ¿Tienes el teléfono de casa?

-          Creo que me lo dio tu hermano -mentí- pero, apúntamelo por si acaso.

     Mientras escribía, añadió aún un detalle, que llegaría a tener bastante importancia:

-          Un curso pasa pronto. Además, Marga le ha prometido esperarlo y, por lo que yo la conozco, es una niña seria, que mantendrá su palabra.

-          ¡Mujer! -apostillé, sin intención de darle coba-, Charlie es un tío bárbaro. ¿Dónde va a encontrar otro mejor?

     No hace falta que les diga que, tan pronto cené aquella noche, me retiré a la habitación y escribí una breve carta a Carlos, que echaría al correo al día siguiente, sin falta. De su contestación dependía el que volviese a ver a Almudena. Por supuesto, nada le dije de mi paseo con su hermana quien -¿qué quieren que les diga?- en aquel primer encuentro me había parecido un encanto, y nada presumida. Posiblemente, yo tampoco iba a poder hallar a ninguna mejor que ella.




Una vista de Clontarf







2.      El batacazo y sus circunstancias




     No me acuerdo bien de si Carlos lo llamaba el batacazo o el castañazo. Lo cierto es que, cuando regresó de Irlanda, hecho todo un English speaker, se le vino el mundo encima. Pero vayamos por orden cronológico.

     A mi primera -y última- carta, respondió Carlos con una simple tarjeta postal del Puente O’Connell dublinés, y un brevísimo texto: Gracias por acordarte de mí. Estoy aprovechando mucho mi estancia aquí. Recuerdos a todos los compañeros. Un abrazo. Vamos, como para tener mucho que contar a Almudena… No obstante, la telefoneé y me citó para el domingo por la mañana, a la salida de misa de doce. Me apunté un valioso tanto, cuando repliqué:

-          Yo también voy a misa; de modo que, si no te acompaña tu familia, podríamos oírla juntos.

-          Me parece muy bien, pero vamos a adelantar la hora. Mejor en misa de diez.

     De lo que deduje con fundamento que dejaría plantados a sus padres, aunque nos costara un moderado madrugón.

     Nada más salir de la iglesia, le enseñé la postal de marras y, adelantándome a cualquier desilusión por su parte, le pregunté:

-          ¿Qué te parece el Charlie? Hay que ver lo bien que se explica.

     Almu -diminutivo horrible por el que era conocida entre sus íntimos- se echó a reír, ante mi fingido enfado para con su hermano. Luego, me devolvió la postal y dijo:

-          Está bien. Tendré que ser yo quien te informe; y no creas que por lo que me haya escrito, sino por lo que he oído a mis padres.

     En resumidas cuentas, Carlos se encontraba estupendamente en la Isla Verde, viviendo en un colegio novísimo y con todos los adelantos académicos, para el estudio y el esparcimiento. Y nada digamos de ese sitio de nombre tan extraño para nosotros, Clontarf, que resultaba ser una estación marítima preciosa, en los alrededores de la Capital. De lo único que se quejaba era del clima, muy cambiante, lluvioso y ya frío en aquella época de otoño avanzado. Del idioma y los estudios, todo espléndido -frase muy de Carlos-. Incluso, se había encontrado con la sorpresa de un profesor italiano, apellidado Cecco, al que había caído muy bien y se había empeñado en enseñarle algo de la lengua de Petrarca, solo que a base de canciones folklóricas y pop.

-          ¿Y no dice nada de las chavalas irlandesas?, pregunté malévolamente.

-          ¡Huy!, exclamó Almudena, no sabes cómo es Carlos de fiel. Seguro que no mira a nadie con faldas, como no sea a los curas que le den clase.

-          Ni eso -aventuré-. Allí irán todos con clergyman.

     El resto de la mañana apenas volvimos a acordarnos de Carlos. Y tres cuartos de lo mismo pasó de entonces hasta Navidades, pese a que saber de las andanzas del irlandés eran el pretexto para llamar a su hermana, o para quedar con ella. Tanto es así que -según me confesó- su madre empezaba a escamarse de ese compañero de Carlos, que tan interesado está en que le cuentes cosas de él. Quizá por ello, el día en que nos daban las vacaciones navideñas, fui a esperarla a la puerta de las Teresianas y me llevé un buen chasco:

-          Nacho -me advirtió Almudena-, mejor pasamos las vacaciones sin vernos. Yo creo que son unos días para estar en familia. Además, pasado mañana llega Carlos.

-          No creo que podáis pasar mucho tiempo con él -pronostiqué-. Me figuro que tendrá que sacar los atrasos con Marga.

-          No será para tanto -sonrió-. Hasta es posible que te llame, si yo le hago saber lo interesado que estás en sus cosas.

     Me dio el ramalazo de la sinceridad:

-          Sobre todo, lo interesadísimo que estoy por su hermana… Está bien, me parece perfecto: díselo; pero que sea él quien me llame y elija momento. Seguro que tiene menos tiempo disponible que yo.

     Como me figuraba, pasaron las vacaciones sin que Carlos se pusiera en contacto conmigo. Tiempo después, supe que había desoído incluso las sugerencias de su hermana, que estaba deseando hubiese una ocasión propicia para que su madre me conociera. Pensaba que, si hablaba contigo, se tranquilizaría respecto de nuestras salidas -me confesó más tarde-. Es una de las cosas que más me han dicho en la vida: que inspiro tranquilidad, o seguridad, o confianza; un juicio que, de ser exacto, me preocupa en boca de una mujer y me hace recordar el caso de Carlos y Marga. Por cierto, ya va siendo hora de que les cuente el desenlace. Voy a ello.


***


     Hacia mediados de curso, empecé a notar a Almudena algo mustia y nerviosa. Con esa impertinencia de los enamorados, que les hace creer que cualquier cambio de humor de la persona amada responde a que las cosas no van bien entre ellos, empecé a preocuparme y a asaetear a preguntas a Almu sobre la causa de estar un poco depre. Ella no se sinceró, más allá de asegurarme que la cosa no iba conmigo. De hecho -y como inciso- les diré que había recibido una especie de plácet de los padres de Almudena, en el que habían tenido mucho que ver nuestras misas dominicales y los buenos informes que de mí les había dado el Prefecto de los Sagrados Corazones, a quien ellos también conocían, como padres de Carlos. De todas formas, yo no las tenía todas conmigo, no siendo que fueran a practicar con la niña la misma política de alejamiento sentimental que con su hermano. En fin, que yo no tenía ni idea de lo que podría preocupar a Almudena, hasta que ella me lo comentó, cuando todo había pasado:

-          Ya sabes que Marga -me contó- estudia un curso por delante de mí y que, desde que empezó a salir con Carlos, dejamos ella y yo de salir juntas. El caso es que, pasadas las Navidades y con mi hermano de regreso a Irlanda, empecé a observar que venía con frecuencia a buscarla a la salida de colegio -sobre todo, por las tardes- un chico mayor que ella, trajeado como un universitario[13]. Confirmé por otras compañeras que se trataba de un tío que estaba quedando con ella. No sabía qué hacer y tú mismo te diste cuenta de lo triste y nerviosa que me encontraba. Lo consulté con mi madre que, ni corta, ni perezosa, fue a hablar con Marga, quien la respondió con evasivas, pero en lo único que cambió fue en citarse con el chico en otro lugar, para que yo no los viera. Creo que mi madre estuvo en un tris de revelarle a Carlos algo de lo que estaba pasando, para que no le fuera una sorpresa total, pero mi padre se lo prohibió a fin de que no le afectara en sus estudios y porque -como él decía- estos amores de adolescentes van y vienen, como las olas. En fin, como Carlos no vino por aquí hasta los exámenes de junio, fue entonces cuando se enteró del pastel, aunque no muy de repente, pues Marga, por vergüenza o por superar antes de los exámenes finales, le estuvo dando largas, hasta el punto de que llegamos a creer que se estaba pensando el rectificar. Y menos mal, pues así Carlos pudo examinarse del Preu con cierta tranquilidad y estar presto para empezar Derecho, al curso siguiente.

     En cualquier caso, de rectificar, nada de nada. Carlos hubo de tragarse el sapo de que su novia lo había dejado por un estudiante de tercero de medicina que, a lo que imagino, sería -por edad y por manera de ser- mucho menos cerebral y contenido que mi condiscípulo. En Marga debió de encontrar a una jovencita receptiva a sus requerimientos y experiencias. La ausencia de Carlos hizo el resto. Quiere decirse que discrepo del montaje que, entre la madre y la hermana, le prepararon para que sobrellevara con más conformidad el chasco, haciéndole creer que tenían datos de que Marga era una fresca de tomo y lomo, por lo que había sido mejor que se enterase tan pronto, en vez de que la decepción le llegase cuando sus relaciones estuvieran más avanzadas. Carlos -no lo dudo- tenía su corazoncito, pero también era una persona vitalista y muy racional; de modo que los argumentos de que esa chica no te convenía los asimiló pronto. Me lo reveló Almudena, bastante aliviada:

-          Aparentemente, lo ha encajado bien. Quiero decir que la decepción no le va a cambiar su manera de ser, ni de vivir el amor con otras chicas. Aunque exagerando un poco, mamá y yo hemos logrado convencerle de que Marga no es una chica corriente, sino el modelo de mujer inconstante y desenvuelta, que no es probable que vuelva a encontrar en la vida.

-          Pues me alegro -respondí-. Estas cosas hacen mucho daño y no creo que sean tan infrecuentes como le habéis hecho creer.

-          No lo dirás por experiencia -replicó Almu- porque, lo que es yo, te soy más fiel que un perro faldero. Como será, que mi hermano Ángel a veces me llama Nachita.

-           Pues que no se enteren tus padres, no sea que te manden el curso próximo a estudiar a Dublín.

-          No creo que se les ocurra, después de lo que ha pasado con Carlos. Solo tenemos que llevar las cosas con tranquilidad y contando con su parecer. Me parece que eso es a lo que Angelito llama ser Nachita. A eso y a estudiar más. No sabes lo que han mejorado mis calificaciones desde que, en vez de andar en festejos y amigas, me limito a salir contigo los domingos.

     Supongo que también ayudaría a Carlos la circunstancia de dar el salto impresionante a la Universidad. Aquel verano fue para mí -y supongo que para él- un adiós brusco y esperanzado a nuestra etapa de colegio y genuina adolescencia. Almudena, todavía una niña que acababa quinto, me dejó solo casi todo el tiempo, entre vacaciones en Asturias, intercambio con una francesita de Limoges y curso de inmersión lingüística en Brighton. Yo, que no tenía tantos posibles, hube de conformarme con las piscinas del Canal de Isabel II y un mes con mis tíos de Lasarte, con escapada incluida a Bayona y San Juan de Luz. Para qué contar que mi mayor gasto en aquellos meses fue en recado de escribir y sellos de correos. De aquella, me convertí en un perfecto amante epistolar.






3.      En la discográfica Hispamusic[14]




     Para desesperación de mis padres, me dio la vocación de estudiar la carrera de Filosofía y Letras, especialidad de Geografía e Historia. Yo pensaba que no había nada mejor para profundizar en la cultura humanística, sin tener por ello que limitar mis horizontes. Nunca estaré suficientemente agradecido a Almudena por su apoyo moral. Aunque ella estudiaba el bachiller de Ciencias, me alentó con un altruismo que llegó a emocionarme:

-          Dice mi padre -le conté- que, con esos estudios, me va a ser difícil ganar el pan para mí y mi futura familia.

-          No hagas caso -repuso ella-. Seguro que tenemos para el pan. En cuanto a la cebolla, no hay problema: las cosechamos en la finca de Torrelodones.

     De modo que empecé los comunes[15], bien cerca de la Facultad en que Carlos iniciaba los estudios de Derecho. La verdad es que hacíamos poco por vernos. No habíamos sido muy amigos en el colegio y, desde que yo salía con su hermana, no parecía decidido a interferir con la feliz pareja, mientras él se lamía las heridas causadas por Marga. Dicen que las personas desgraciadas tienden a apartarse de las felices, como si sufriesen constatando cuán diferente podría ser su vida en otras circunstancias, que no las suyas.






     Mas sucedió que el Charlie encontró por la Universidad a un tal Paco Pardo, amigo de su hermano Quique, uno de tantos estudiantes que lo eran por el mero hecho de estar matriculados en una Facultad. El tal Pardo andaba -poco- por Derecho, arrastrando asignaturas de varios cursos, entre ellas, el Romano, con el benemérito don Ursicino[16]. Parece ser que coincidieron en algunas clases, hicieron buenas migas y Paco Pardo entendería que en la vida de Carlos faltaba un poco de distracción o, cuando menos, de variedad. Dialoguemos la conversación que pudo desarrollarse al respecto entre ellos:

-          No sé si te habrá contado tu hermano Quique que estoy empleadillo en una empresa discográfica importante. No es gran cosa, pero saco unas pesetas para mis gastos y, además, no veas lo que se liga allí, y con unas chavalas estupendas… Se llama Hispamusic y está en la calle Torrelaguna, por la Avenida de América.

-          La verdad, Paco, los primeros tiempos en la Facultad son complicados y, por otra parte, no estoy de humor para andar tras las chicas.

-          Sí, ya sé que eres un tío estudioso y tal, pero podría interesarte echar algún rato perdido en la discográfica. Hay muy buen ambiente y trabajos variadísimos en que ocuparse. Además, les va viento en popa y pagan bastante bien… En fin, piénsatelo y me llamas. Total, por darte una vuelta por allí y conocer un mundo tan distinto de lo habitual…

     El tal Paco debía de ser muy convincente porque Carlos acabó consintiendo en acompañarlo a los locales de Hispamusic, aunque sin otro ánimo que el de ver algún estudio de grabación y, si acaso, saludar a alguno de los cantantes o grupos musicales del momento. Para eso, ningún introductor mejor que Pardillo -como conocían a Paco en aquel santuario de la música ligera española, en donde él se dedicaba a variadas y confusas tareas de administración-, quien seguramente intentó lucirse ante el serio y culto hermano de su amigo. Lo cierto es que, no solo le presentó a algún famoso que por allí estaba aquella tarde, sino que pasaron a saludar a algunos de los directivos de la discográfica. Y -¡oh casualidad!- resultó que uno de los consejeros de la empresa había utilizado, años antes, los servicios del abogado Ángel Salazar -el papá de Carlos-, con los que había quedado muy satisfecho. Supongo que cambiarían impresiones acerca del interés -como sabemos, no muy grande- de Carlos por el negocio del disco. Y seguro que la presencia de Pardillo en la conversación contribuiría a destacar las múltiples cualidades de su acompañante, entre ellas, una que supuso el éxito. Una vez más, voy a presentar como diálogo lo que pudo ser el meollo de la charla:

-          Así que acabas de llegar de Inglaterra -se equivocaba el consejero-. Allí la música está que arde. Irías a ver a los Beatles.

-          No, no. He estado en Irlanda, y no para pasármelo bien, sino para aprender inglés.

-          No veas lo importante que es en el mundo de la música -terció Pardo-, ¿verdad, don Manuel?




Hispamusic en la vida real


     El tal don Manuel parecía un tanto abstraído. Contesto que sí, maquinalmente. Con todo, el administrativo volvió con las excelencias de Carlos:

-          Eso que Carlos, no solo sabe inglés, sino francés e italiano.

-          Bueno…, empezó a decir Carlos, tratando de excluir de la lista de idiomas sabidos el de la artística Italia.

     Pero ya don Manuel volvía de su abstracción y empezaba a mostrar atención hacia aquel chaval, tan políglota y tan serio:

-          ¡Hombre!, posees los tres idiomas fundamentales para la música moderna. ¿Sabes algo de ella?

-          Solo lo que pone en la parte de atrás de las fundas de los discos -se sinceró Carlos-.

     Don Manuel se echó a reír. No era habitual la humildad en aquel mundo, juvenil y competitivo.

-          Si te interesa, es probable que tengamos alguna cosilla para ti. De hecho, estoy pensando en algo, pero tengo que hablarlo con los que llevan la sección de versiones extranjeras. Últimamente estamos comprando mucho fuera. De hecho, se vende casi mejor que lo español.

     Estaba todo dicho. Los dos jóvenes se levantaron, camino de la mesa de mezclas, donde ejercía de taumaturgo un tipo italiano, de unos cuarenta años, que tenía fama de ser el factótum musical de la empresa. Don Manuel se despidió con simpatía:

-          Te avisaremos por Pardo… Saluda a tu padre de mi parte, aunque no sé si se acordará ya de mí. ¡Menuda cantidad de asuntos lleva!

     Al maestro Pignatelli[17], el sabio de la casa, creador del sonido Torrelaguna, le cayó bien Carlos, con quien cambió unas frases en italiano y algunos juicios sobre canciones recientes transalpinas, favoritas del padre Cecco. Pardo aprovechó para indicarle lo que había sugerido don Manuel. El músico italo-español pareció alegrarse:

-          Me parece muy bien. Con frecuencia, una canción extranjera se estropea por meterla con calzador en nuestro idioma, o equivocar el sentido del original.

     Cuando salieron a la calle eran cerca de las ocho. Para sorpresa de Pardo, Carlos le preguntó:

-          Vamos a ver, Paco, ¿qué es exactamente eso de versionar una canción?

-          En tu caso, alma de cántaro, procurar traducirla al castellano de forma que rime bien y diga, más o menos, lo que en su idioma original. La mayoría de los cantantes y grupos contratados por Hispamusic interpretan un montón de piezas extranjeras, compradas por nosotros, o que son propiedad de sellos de compañías de fuera, que distribuimos para España. Sería un chollo que te metieran de traductor. Pagan a tanto la pieza y puedes hacer el trabajo dónde y cuándo desees. No tendrás que venir por la discográfica, más que para entregar el trabajo y cobrar. No será tan divertido como brujulear por la casa, pero se acomoda mejor a lo que quieres: que la tarea no te quite para nada de estudiar.

-          Ya entiendo -aseveró Carlos-. No está mal. De todas formas, ni aún me han dado el empleo, ni te aseguro que acepte. Voy a pensármelo hasta que te den una respuesta en firme.

-          Eres duro de pelar, colega -concluyó Paco-… En fin, tú sigue empollando y yo te informaré de lo que me digan.


***


      Por supuesto, le dieron el trabajo o, por mejor decir, empezaron a hacerle encargos para traducir, canción a canción. Gustaron sus versiones y pronto se convirtió en uno de los traductores habituales, incluso para grupos y solistas de campanillas. En aquella España tan poco políglota de entonces -tampoco es que hayamos mejorado mucho después-, la competencia en Hispamusic no era agobiante. Por otra parte, Carlos tenía un buen vocabulario en español y pronto acuñó una forma de hacer, que pegó fuerte, como decíamos entonces. Él la explicaba así:

-          Cada idioma tiene su musicalidad y sus giros peculiares. No digamos si de lo que se trata es de traducir poesía, pues se supone que eso es la letra de las canciones. De modo que decidí, no ya la traducción libre, sino lo que llamaba coger el espíritu, es decir, el núcleo o mensaje de la canción. Hecho esto, lo siguiente era elegir las expresiones o las metáforas más significativas o hermosas del original, para que no se dijera que estaba inventando con mis propias palabras. A partir de ahí, a base de pasar decenas de veces el disco en el idioma que fuese, iba acomodando un texto español elegante y que encajase perfectamente con la partitura. Como yo apenas sabía música y era un mediano versificador, hube de apoyarme en quienes sabíais de eso. Y ahí es donde entrasteis Ubaldo y tú.

     Ubaldo Arroyo[18] era un tipo de Hispamusic que tenía una sólida formación musical, pero que le había dado desde muy joven por la música popular y los arreglos. Andaba por los treinta y se entendía a las mil maravillas con aquellos pibes y pibitas -como él los llamaba-, que estaban haciendo la fortuna de la discográfica, a la vez que la suya propia. A Ubaldo, que había mamado el español del Cono Sur[19], le hacían gracia los cultismos y palabras rebuscadas, que el pobre Carlos se veía obligado a espigar por los diccionarios, para encajarlas en los compases. El maestro tarareaba la letra, daba de paso su adaptación a la música y, luego, decía a Carlos:

-          Macanudo, ché, pero mirá que quede una miajita menos… suntuoso.

     Y ahí entraba yo -si es que no me había convocado antes-, para limar el engolamiento, sin perder por ello la rima. Carlos se desesperaba por tener que reverenciar los caireles de la rima, en vez de arrumbarlos, como la mayoría de los poetas modernos[20]. Y mira tú por dónde se acordó de mí para armonizar rima y naturalidad de léxico. Me lo presentó así:

-          Nacho, me tienes que ayudar con las canciones. Yo soy un desastre para encontrar una rima sin rebuscarla. Hasta me toman el pelo en Hispamusic.

     No me hizo gracia la petición pues -como ya les he dicho- Carlos estaba entonces conmigo en el hola y adiós. Así que le repliqué:

-          No soy el más indicado. ¿Por qué crees que me llama Dios al camino de la poesía?

     Carlos vaciló durante unos segundos. Luego, confesó, un poco corrido:

-          He hojeado el folleto de poemas que le regalaste a Almu las navidades pasadas.

     ¡Acabáramos! Ya había dos personas a quienes mis versos habían gustado. Rezongué un poco, pero acepté el encargo pues estaba seguro de que, por mor de Almudena, habría de acabar consintiendo. Y así es como ingresé en el mundillo de la canción ligera: quitándole engolamiento a las letras en español de Cliff Richard, Françoise Hardy o Claudio Villa[21]. Eso sí, una cosa era la afectación y otra la cultura. El vocabulario podía ser sencillo y hasta popular, pero no venía mal que fuese escogido.

     ¡Ah!, por si sienten curiosidad sobre si mi trabajo fue, o no, remunerado, presumo de haberlo realizado de balde. No sé si como alabanza o como crítica, Almudena, al saberlo, me comentó:

-          Para tener dificultades para ganar el pan, eres muy generoso…

     Le respondí con rebuscada suntuosidad:

-          Los filósofos y los poetas somos así, señora.






4.      Lavinia y las canciones de amor








     Una de las características de Carlos era la de buscarle tres pies al gato. Y así, mientras terminábamos de perfilar la letra en español de una canción francesa, el Charlie levantó el bolígrafo, se quedó mirando al vacío y, sin cambiar de postura, me preguntó:

-          Nacho, ¿por qué crees tú que casi todas las canciones van dedicadas a los enamorados?

     Yo, deseoso de hallar cuanto antes una bisílaba oportuna que rimara con frenesí -cosa difícil, donde las haya-, le contesté lo primero que se me vino a la cabeza:

-          Supongo que porque los compradores de discos son jóvenes en su mayoría.

-          Eso no tiene que ver -replicó Carlos-. Sin ir más lejos, acabo de cumplir los dieciocho y, ni tengo novia, ni ganas de enamorarme.

     Conociendo el percal y no deseando meterme en berenjenales, guardé silencio. Él, no obstante, prosiguió, sacando una conclusión bastante racional:

-          Tal vez sea yo una de las pocas excepciones de la regla…

-          Mira, Carlos -dije yo-, en amor no hay reglas ni, por tanto, excepciones. Llega cuando llega y no vale andar buscándolo; tampoco sirve de nada el que tengas ganas o no de enamorarte.

     Por el momento, la cosa quedó así. Rimamos, mal que bien, frenesí con sin fin, y la pieza quedó lista para pasarla a máquina y llevarla a la discográfica. Pero, al cabo de unos días, cuando estábamos peleándonos con una canción de aquel fantástico San Remo del 66[22], Carlos volvió a la carga, enlazando con nuestra charla precedente:

-          Claro -empezó-, tú lo ves todo como llovido del cielo… No es que mi hermana sea un ángel, pero es una buena chica y te adora. Y tú, así como eres, pues… Vamos, que habéis acertado por casualidad y a la primera: Simplemente por el hecho de que Almu sea mi hermana y tú, mi amigo.

-          Bueno -gruñí-, también tuve yo que trabajarme un poco la cosa, que lo que es tú, ni presentármela.

     Charlie recogió velas y decidió explicarse mejor:

-          A lo que me refiero es a que vosotros habéis congeniado sin la menor dificultad y lleváis el camino de cumplir las bodas de plata, como mis padres.

     Me eché a reír de aquel enorme adelanto de acontecimientos, pero él siguió impertérrito:

-          Fíjate, por ejemplo, en Danilo Cárdenas, o en Lavinia[23], sin ir más lejos. Se han hecho famosos cantando al amor y dando recetas o consejos para conseguirlo, o para superar sus dificultades y desdichas. ¿Por qué? ¿Es que ellos saben del cariño más que nadie? ¿O es que creen en el Amor, con mayúscula, más que los demás? Y la cosa tiene su importancia, porque tienen miles de fans que están dispuestos a creer a pies juntillas lo que ellos les dicen y hasta a hacer lo que escuchan que ellos hacen.

-          ¡Toma! -agregué- y a estar locos por ellos y dejarse engatusar por el primer moreno, alto, de pelo largo y mirada lánguida, o por la primera rubita con cara de no haber roto un plato, como sus ídolos.

     Carlos dejó volar la imaginación por la ventana y pronunció una frase que me pareció impropia de su nivel mental:

-          ¡Cuánto me gustaría aclarar si quienes se pasan la vida cantando el amor lo hacen porque lo demanda el guion, o porque ciertamente creen y viven lo que cantan!

-          ¡Anda este! -exclamé con un poco de grosería-. Pues para algo trabajas en Hispamusic. Cógete un día a Danilo, o a Lavinia, y les haces un interrogatorio a fondo… Y ahora -añadí-, vamos a terminar el trabajo, que no quiero dar plantón a la mujer de mi vida.

     Acabamos a tiempo y pude dar el breve paseo verpertino con Almudena. Cuando le conté a mi modo las lucubraciones de su hermano, meneó la cabeza, inquieta:

-          En cosas de amor, hasta el más inteligente se vuelve un poco tonto.

-          Sobre todo -apostillé-, si ha tenido un desengaño gordo, como él.

-          ¡Bendito desengaño!, exclamó Almu. No sabes la marcha que lleva la buena de Marga. La madre prefecta ha tenido que llamar a sus padres, porque se fumado no sé cuántas clases y no da ni golpe en los estudios.


***


     Tal vez, mi sugerencia de interrogar a los ídolos habría caído en saco roto, si no hubiese sido porque estaba a punto de organizarse una fiesta en la discográfica, con motivo de la concesión de un disco de oro[24] a la famosa Lavinia. Le faltó tiempo a Pardillo para embarcar a Carlos en el jolgorio y este -claro- pretendió hacer lo propio conmigo.

-          Acepto -le dije-, si puedo llevar a Almudena. Yendo tú, no creo que tus padres se enfaden, aunque la cosa acabe un poco tarde.

     Dicho y hecho. Yo me temía que estuviéramos de pegotes, pero lo cierto es que el trabajo de Carlos -y de su negro favorito- estaba muy bien considerado en Hispamusic; tanto más, cuanto que Lavinia había sido una de las beneficiarias de nuestras excelentes versiones, y resultó que ella lo sabía y, más aún, que era afectuosa y agradecida. A mayores, acudió a la fiesta sin su pareja, un afamado guitarrista de The Splendids[25], el famoso conjunto instrumental, que se hallaba de gira por Cataluña en aquellos momentos.

     Carlos llamó la atención de aquel consejero, cliente de su padre, para que nos presentara a Lavinia quien, como es natural, todavía con el disco dorado en las manos, estaba siendo rodeada y asaltada, por amigos y periodistas. Mal que bien, el consejero de la Hispamusic logró llegar hasta la cantante y hacer las presentaciones, que juraría habrían caído en saco roto, de no ser por Ubaldo Arroyo, que proclamó con su potente voz:

-          ¡Caramba, si está aquí el poeta de las rimas imposibles! Lavinia -prosiguió-, este es el autor de las palabras que tan bien cantaste, para conseguir el disco de oro.

     La situación cambió como por ensalmo. Rostros y micrófonos se volvieron hacia Carlos y Lavinia le dedicó su mejor sonrisa, mientras decía afectuosas palabras sobre las ganas que tenía de conocer al escritor de tantas letras hermosas, que eran responsables de buena parte del éxito de sus canciones no originales. Mi amigo le devolvió los cumplidos y, por unos momentos, pareció que se hubieran quedado solos en aquel gran espacio, que parecía la nave de una fábrica. Almu me tocó el antebrazo y susurró:

-          Me parece que estamos de más por aquí. ¿Qué te parece si vamos a ver qué otras glorias han venido y nos arrimamos a los pinchos?




     Nos entretuvimos identificando a cantantes yeyés[26] y atisbando los estudios de grabación desde las cristaleras. Al cabo de un buen rato, hartos de comer tortilla y reírnos de vestimentas estrafalarias, nos disponíamos a escabullirnos, cuando apareció Carlos, dispuesto también a marcharse. Su hermana, en guasa, le preguntó:

-          ¿Qué? ¿No viene Lavinia?

     No captando -o eludiendo hacerlo- la broma, Carlos dejó caer, como lo más natural del mundo:

-          Tiene que atender a los invitados, pero hemos quedado en vernos la semana que viene, para resolver unos flecos de su próximo sencillo[27].

-          Y ¿qué hay de las preguntas que ibas a hacerle sobre el amor y la música?, pregunté.

-          Hay cosas que no pueden tratarse con tanta gente alrededor, me contestó.

     De regreso a casa, no le arrancamos ni una palabra más sobre el tema.


***


     Carlos era de los que, cuando quieres que se te abran, hay que dejarlos que lo hagan a su aire, como si no te interesara. En todo caso, estaba claro que Lavinia y él se habían caído bien, en principio, por admirar o respetar el respectivo trabajo de cada uno. De no ser así, la cita de la semana que viene no se habría producido. De hecho, Carlos ya había colaborado en varios discos de la diva, sin haber cambiado una palabra con ella. Acuciado por Almudena, telefoneé a Carlos y le dije:

-          Tú verás si, antes de ver a Lavinia, quieres que repasemos las letras de que vayáis a hablar.

-          No te preocupes -contestó-, ya las tenemos listas y entregadas. Debe de ser que hay algo que no acaba de gustarle; así que tendrá que explicarse.

-          Está bien -cerré-. Si tenemos que cambiar alguna cosa, ya me avisarás.

     A partir de aquí, para ser verídica, la narración tendría que correr a cargo de Carlos pero, por mucho que lo intenté en su día, se me cerró en banda, con el consabido a nadie le interesa lo que solo a mí concierne. Su respuesta me puso a huevo la réplica:

-          Bueno, no solo a ti. También se refiere a Lavinia y no dirás que lo relativo a ella no provoca la curiosidad de mucha gente.

-          Pues por eso mismo -me replicó-. Aunque lo que hubo entre nosotros bien poco fue, a ella le corresponde contarlo, si es que se acuerda.

     Así que no he tenido más remedio que rellenar los muchos huecos, con la ayuda de Almu y de mi imaginación. Y en esas estaba, cuando se me ocurrió que, aunque hubiese llegado a la vida de Carlos más tarde, era muy probable que este le hubiese contado algo a posteriori. Así que me decidí a visitar a Gloria, la viuda de Carlos, y le expuse el propósito de Almudena y mío, de contar con detalle esta curiosa anécdota de juventud.

-          Si no nos echas una mano, va a resultar un churro -argumenté-. Seguro que tú sabes un montón de cosas, que nosotros ignoramos.

-          No andáis desencaminados -confesó-. Aunque objetivamente pudiese parecer una bobada, a Carlos le marcó bastante. Ahí es nada, un Don Nadie -como él se autodefinía-, alternando con la gran Lavinia, a la que entonces conocían y admiraban en todas partes donde se hablara español.

-          Pues vamos a ello, Gloria. Tú cuéntalo a tu aire, que yo procuraré ordenarlo y mantener el estilo, para que no se note la costura.

-          Vale. ¿En dónde os habíais quedado?

-          En la primera cita, para dar los últimos toques a la letra de un sencillo…

-          Sí: El que siguió a su primer disco de oro. Pasó sin pena ni gloria, pese a vuestros denodados esfuerzos con las palabras… Bien, pon ya el magnetofón en marcha y no me interrumpas, no se me vaya el santo al cielo. Al acabar, puntualizaremos cuanto quieras.


***


          “Se me hace extraño hablar de Lavinia, pues Carlos siempre la llamaba Manoli, Manoli Martos, como bien sabéis. Lo de Lavinia fue cosa del señor Pignatelli, de Hispamusic, quien, como buen italiano y culto, decía que era un personaje encantador de la Eneida[28]. El caso es que, para empezar, Manoli y Carlos quedaron citados en un lugar poco frecuentado, para evitar a los moscones: los chiringuitos junto al lago de la Casa de Campo. El pobre tuvo que coger un taxi, mientras que la cantante llegó a bordo de un mil quinientos[29]. En todo lo demás, la cosa estuvo más igualada. De Carlos, nada tengo que decir que no sepáis: buena presencia, muy educado, una cultura excepcional para su edad… y el dominio de lenguas, que era infrecuente en la España cerrada de entonces.

    “Sobre Manoli, habría que detallar más. Carlos decía de ella que era la Cenicienta de la música ligera. Vamos, un mirlo blanco, en el sentido de una chica excepcional. De extracción social media-baja, se había criado en una pequeña ciudad del Sur y, a poco de llegar a Madrid, había abandonado los estudios para colocarse de dependienta en unos grandes almacenes. Había llegado a la cima de la música con poco más que una voz muy agradable, un buen oído y el triunfo en los concursos musicales, tan abundantes a la sazón. Yo creo que tenía el complejo de ser poquita cosa -como ella misma decía-, tanto en estatura, como en cualidades intelectuales. A mayores, pese a la fama y a la vida social, seguía siendo a los veinte años una chiquilla tímida, muy ligada a su familia, que huía de las noches largas y de los admiradores vehementes. En suma, una jovencita dulce, sencilla y de sorprendente candidez sentimental.

    “De la misma manera que sabéis cuál era la circunstancia amorosa de Carlos, todavía muy afectado por el desengaño de Marga, tenéis que estar al tanto de que Manoli era novia de Juan Luis, el guitarra rítmica de The Splendids, el famoso conjunto instrumental, que estaba, como Lavinia, en su mejor momento. De cara a la galería, la pareja era modelo y centro de atención para todo el país. En Hispamusic, estaban exultantes, pues incluso el novio componía para su amada algunas de sus mejores canciones -de amor, naturalmente-. Solo les preocupaba -como también al productor o mánager de ella- que el noviazgo se convirtiera en boda, lo que suponían con fundamento que minoraría la popularidad de la cantante y pondría en riesgo su fulgurante -y agobiante- carrera, al convertirla en ama de casa y, probablemente, en mamá. Hasta aquí, Carlos estaba al corriente desde un principio, pues en Hispamusic Manoli y Juan Luis eran una especie de parejita patrocinada, desde el momento en que se habían conocido en sus estudios y habían llegado al amor por su frecuente contacto profesional en ellos.

     “En fin, antes de seguir con la historia, recordaré que la primera entrevista, en la Casa de Campo, fue muy positiva, y no solo para armonizar criterios en materia de versiones. Manoli y Carlos quedaron muy bien impresionados recíprocamente, cimentando su buena opinión mutua en el respeto que ambos sentían por sus respectivos trabajos. Por unas razones u otras, se despidieron afectuosamente, quedando en verse no tardando. Buena prueba de lo que digo es que Manoli solicitó a los responsables de Hispamusic que fuese Carlos quien, a partir de entonces, llevara a cabo en exclusiva la traducción de las canciones versionadas para ella. Él lo supo por su amigo Pardillo, quien no dejó de embromarlo, a costa de la citada solicitud de la diva. Ten cuidado con las rubias modositas -le dijo-: son las más peligrosas.

     “Pero Carlos opinaba que lo que más los unió fueron las confidencias que una y otro fueron haciéndose, al hilo de eso que a ti, Nacho, te tiene tan interesado: Si Carlos preguntó, o no, a Manoli por lo que sentía cuando cantaba al amor; sobre si, en verdad, cantaba con el corazón, o se trataba de una mera exigencia profesional. Pues bien, algo de eso hubo porque, de otro modo, Manoli no hubiera sido tan sincera y explícita con él, como lo fue, en efecto. Claro que Carlos también le contó todo lo que había pasado con Marga, así como la endeble y provisional salvaguarda que había decidido imponerse, consistente -según sus propias palabras- en madurar, estudiar y dar vacación al corazón.

    “Tengo buena memoria y, por otro lado, sabéis que Carlos era muy gráfico en sus expresiones, lo que las hacía fáciles de retener. Parece que le preguntó directamente:

-          Vosotros, los cantantes del amor, ¿lo vivís realmente, o solo sois una laringe al servicio de otros?

     “Manoli debió de quedarse con los ojos a cuadros. Le parecería mentira que un profesional de las letras de las canciones hiciese una pregunta tan cándida. ¡Pues claro que la inmensa mayoría de los intérpretes cantan lo que otros componen o escriben, con tal que sea bueno… o regular! La chica no sabía que contestar; de modo que Carlos hubo de aclararle el sentido moral de lo que, en el fondo, más que una pregunta, era un reproche:

-          Lo digo porque no sé si eres consciente de lo mucho que influye lo que tú cantas y lo que transmites con tu forma de entender la vida, para toda la enorme multitud de tus fans, entre los que me cuento.




     “Ahora la cosa estaba más clara, pero ignoro los motivos de Manoli para no responder directamente, sino contarle su caso. En resumen, el típico ejemplo de una muchachita menor[30] en la España de la época, bien controlada por su familia, con la moral sexual propia del catolicismo y de un colegio de monjas, que con dieciocho años se enamora y ennovia con un buen chico de su misma profesión al que, por razones de galas, giras, sesiones fotográficas y demás zarandajas, ve poco y, además, rodeados de cámaras. A Carlos muchos de esos límites y condicionantes le resultaban familiares, pues no otra cosa que una relación blanca y romántica había sido la única que hasta entonces había conocido. No obstante, por la forma de explicarse Manoli, llegó a la conclusión -tal vez, acertada- de que en el noviazgo de ella hubiese bastante de conveniencia, mezclada con el romanticismo del primer amor. ¿Lo que había entre Manoli y Juan Luis era, realmente, amor? Y, si era poco más que una relación afectuosa entre dos jóvenes de la misma profesión, que centraban en esta sus relaciones, ¡cómo demonios iba a ser Lavinia sincera y consecuente con lo que cantaba, si estaba confundiendo amor con afecto e intereses comunes! Y, por otra parte, ¿se equivocaba ella sola o la estaban ayudando cuantos pululaban a su alrededor, cuidando, a la vez, de su moral y su carrera?

    “No sé cuánto de redentor o de caballero andante había en el Carlos de aquellos años, pues para mí no era otra cosa que un rostro conocido, de verlo por los pasillos o las aulas de una Facultad masificada. Pero sí me consta que, poco a poco, Manoli y él debieron llegar a algo más profundo y sentimental que a meros colaboradores musicales. Yo pienso que, en algún momento, Carlos decidiría concluir sus vacaciones del corazón. Lo que no me consta es hasta qué punto le siguió Manoli la corriente. El caso es que, tras varias salidas juntos, todo saltó por los aires, aunque de forma lo suficientemente civilizada, que no peligrara su amistad. Según me confesó él, decidido a declararse y que saliera el sol por Antequera, comenzó a insistirle en lo pobre y equivocado que era ser la novia de alguien, por el motivo principal de ser un buen muchacho, colaborador y del gremio. Manoli, que era tolerante y no quería perder el afecto de Carlos, le respondió de la mejor manera posible, que sentía por Juan Luis lo que ella entendía por amor -por sencillo y poco apasionado que pareciera- y que estaba segura de ser correspondida. Por lo demás, la muchacha paró en seco las evidentes inclinaciones de Carlos hacia ella, haciéndole ver lo difícil que era para una estrella entregarse al amor y compartirlo con alguien que no estuviera acostumbrado a vivir aquella vida, de viajes, falta de intimidad y apariencias. No es fácil a un enamorado dejar voluntariamente el campo, pero Carlos acabó por comprender que Manoli tenía razón, que difícilmente podría él soportar la forma de vida y las tensiones de una relación con Lavinia.

-          Procuro ser yo misma todo lo que puedo -vino a decir Manoli/Lavinia-, pero no veo por ahora la forma de ser, o solo cantante, o solo mujer. A Juan Luis le pasa lo mismo y tal vez sea eso lo que más nos una… Entiendo que lo consideres demasiado poco para formar una de las parejas de moda en España, pero ¡qué quieres! Para ti, Hispamusic es un pasatiempo; para mí, es todo cuanto tengo.

     “¿Para qué continuar? Diré que Carlos acabó los trabajos que tenía pendientes en la discográfica y abandonó el trabajo en la misma. Él dio la disculpa de que se estaban poniendo cada vez más difíciles los cursos de su licenciatura. Pero yo bien sé que lo hizo para evitar encontrarse asiduamente con Manoli y, tal vez, decepcionado por aquella vida de mentira que tenía a los fans, a la vez, como culpables y como víctimas.”

     Hasta aquí, la transcripción de la grabación magnetofónica de la viuda de Carlos. Almudena y yo agradecimos su gentileza y optamos por no abusar de su paciencia, no pidiéndole ampliación ni aclaraciones.







5.      Cenizas de amor y de fama




     Como es natural, al dejar de colaborar Carlos con Hispamusic, yo me desconecté totalmente del mundillo del disco y me dediqué a terminar los estudios, colocándome a su conclusión en el mismo Colegio de los Sagrados Corazones que, diez años atrás, me había despedido como alumno. Aunque el sueldo era modesto, puedo asegurarles que nunca necesité de las cebollas que la familia de Almu cultivaba en Torrelodones, entre otras cosas, porque ella acabó por recibirse de enfermera en la Clínica de La Concepción y ya se sabe lo mucho que un matrimonio puede hacer con dos sueldos, sobre todo, si sabe adaptar sus gastos a los ingresos. Incluso llegamos a comprar un apartamento hipotecado en la costa levantina, por aquello de que era la forma más económica de veranear una familia de cinco personas. Y no crean que les cuento esto por ostentación, sino por la relevancia que tuvo para el desenlace del relato.

     Carlos, entre tanto, cubrió las expectativas de papá Ángel. Se licenció con premio extraordinario en Derecho y empezó a laborar en el bufete paterno, que pronto pasó a denominarse simplemente Salazar, para preparar el momento, aún lejano, en que el padre cediera los trastos jurídicos a su hijo, en lo que sería el tercer relevo generacional. Así mismo, he de decirles que, terminando la carrera, mi amigo, y pronto cuñado, entró por la vereda del amor convencional, haciéndose novio de una compañera de curso -la Gloria que me ha ayudado con el capítulo anterior-, con la que, durante los años que Dios le dio, vivió una vida amorosa del montón -podríamos decir-, o sea de esas sencillas y rutinarias, basadas en la fidelidad mutua y el cuidado de los hijos. Con todo, y con el permiso de su viuda, les revelaré algo que demuestra cómo entendía Carlos el amor en su tierna juventud. Me lo confesó él mismo en una larga conversación que mantuvimos, cuando ya estaba gravemente afectado de la enfermedad que lo llevaría a la tumba:

-          Gloria era de las compañeras de curso a las que, pese a los muchos que éramos, conocía bien, pues asistía a casi todas las clases y colaborábamos en la altruista tarea de preparar e imprimir apuntes a multicopista para todos los condiscípulos que los quisieran y pagasen el oportuno canon. Pero todos la veíamos como fruta vedada, porque era novia de otro compañero, desde segundo curso. Y -lo que son las cosas- en el último año el chico empezó a meterse en política, dejó de pronto a Gloria y, para más inri, empezó a salir de inmediato con otra de las del curso. ¡Figúrate el bochorno y el disgusto para la abandonada! Se me vino a la mente mi ya lejana decepción con Marga y me dio por hacer de caballero andante y, por mostrarle respeto y simpatía, tan pronto terminamos el curso, la telefoneé y quedamos para merendar. Ella aceptó y pasamos una tarde muy agradable… El resto es historia, que conoces sobradamente.

          Falta aludir a qué fue de Manoli, pero no creo que resulte necesario, habida cuenta de lo a menudo que ha estado saliendo en la prensa del corazón, a lo largo de no sé cuántas décadas ya. Por otra parte, con sus matices y sus excesos, no es nada diferente de lo acaecido a otras muchas viejas glorias, que no supieron adaptarse a tiempo al olvido y el desamor: ir de tumbo en tumbo, sentimental y profesionalmente, dentro y fuera de España. Ni Carlos ni yo éramos lectores de esa literatura revisteril, pero nos acordábamos de Lavinia con afecto y no dejábamos de lamentarnos o de echarnos las manos a la cabeza ante las noticias, según fuesen los fracasos y desengaños fruto de la malevolencia de otros, o de la falta de sensatez de la propia víctima. Carlos murió -a lo que yo sé- sin volver a ver a Manoli, ni intentarlo siquiera. En cambio, yo tuve la ocasión de reencontrarme con ella, al cabo de más de veinte años; algo totalmente imprevisto y que nunca relaté a Carlos, para evitarle emociones. Pero a ustedes se lo voy a contar y así concluiré esta ya demasiado extensa historia.




***


     Fue por 1989 o 1990. Estábamos de vacaciones en ese lugar de Levante, de cuyo nombre no quiero acordarme. Debían de ser las fiestas de algo o, simplemente, tocó la china. Lo cierto es que vimos por la calle unos carteles pegados a las paredes, anunciando la actuación de Lavinia en la discoteca X -tampoco quiero recordar aquí su rótulo-. Por supuesto, mis hijos adolescentes, ni habían oído hablar de la cantante, ni tenían ningún interés por escucharla. Es probable que yo tampoco hubiese ido, a no ser por la insistencia de Almudena, que no había vuelto a verla desde aquella tarde del disco de oro en la Hispamusic. En fin, cenamos pronto y nos dispusimos a viajar por el túnel del tiempo.

     Para empezar, la discoteca de marras no estaba en el paseo marítimo, ni en el núcleo céntrico de la población, sino en una zona residencial a modo de urbanización, donde Raphael[31] dio las tres voces. Una vez localizado el establecimiento, pudimos constatar que se trataba de un amplio recinto, con buena entrada de público sin llegar al lleno, iluminado de forma tenue y con un equipamiento que dejaba bastante que desear. Con todo, nuestra sorpresa llegó al estupor cuando, entre una nutrida salva de aplausos del maduro auditorio, apareció Lavinia en el escenario, sin el menor acompañamiento coral ni instrumental. Dio las gracias y, sin más preámbulo, comenzó el recital de sus grandes y pequeños éxitos, los que no tildaré de antiguos porque la verdad es que, a aquellas alturas, todos lo eran. Y, en todos los casos, el fondo musical era… un chunda chunda enlatado, que perfectamente habría pegado con un play back[32], en el caso de que Lavinia no hubiese tenido voz o respeto por el público. Tanta pena -o vergüenza- nos dio a los oyentes, que de pronto se levantó una pareja de una mesa en la segunda fila y, ni cortos ni perezosos, empezaron a hacerle coro, con buen gusto, todo sea dicho. A la pareja siguieron dos maduritas, más diestras en seguir el ritmo con sus contoneos, que en adaptarse al tono de la cantante y hacerle el contrapunto. La buena de Lavinia, entre agradecida y abrumada, sonrió al improvisado cuarteto y los animó a acercarse a ella, para que el micrófono recogiera sus voces de manera más audible. Al acabar la canción, la ovación fue de órdago y así siguió la velada, cambiando a cada poco alguno de los espontáneos, como si aquello fuese un karaoke. Para bochorno propio y honor de mi esposa, he de confesar que yo no me atreví a subir al escenario, mientras que Almudena mantuvo el tipo con el acompañamiento, durante seis o siete piezas.

     La actuación duró poco más de una hora, lo que a casi todos nos supo a poco pues la verdad es que Lavinia conservaba la voz -y no digamos la sencillez y simpatía- que habían hecho de ella una estrella, una generación antes. Al acabar, se disculpó por no poder entregar a este maravilloso público todo lo que habría deseado pero -agregó- estoy un poco delicada de salud, como ustedes, sin duda, conocen. Con todo, aún nos concedió como bis aquella famosa canción que fue su primer disco de oro: aquella a cuyo homenaje habíamos asistido Carlos, Almudena y yo, hacía una eternidad.

     A lo que sí me atreví, en compañía de Almu, fue a colarme, sin ninguna dificultad, hasta el camerino -llamémoslo así- donde Lavinia descansaba y tomaba un simple sándwich, antes de retirarse al hotel. Nos presentamos, recordándole la fiesta del disco de oro y nuestra vinculación con Carlos. Inmediatamente, nos abrazó con evidente emoción. Pese a los estragos inevitables de un cuarto de siglo, seguía conservando aquel encanto nacido, más que de la belleza, de una sonrisa pícara y dulce a la vez, así como de la expresividad de los hermosos ojos azules, que eran sus mayores encantos.

     Nos ofrecimos a acompañarla en nuestro coche a su hotel, lo que aceptó sin dudar, siempre que esperásemos a que el gerente de la discoteca le entregase el cheque por el montante de su modesto cachet. Me serviréis de guardaespaldas, dijo con un guiño.

     Se la veía con ganas de charlar con alguien conocido y de su época. Almudena me hizo una señal, a la que correspondí, diciendo a la cantante:

-          Seguramente, estarás muy cansada y querrás retirarte pero, de no ser así, podríamos pasar a la cafetería para cotorrear y que cenes algo en condiciones.

     Aceptó de mil amores y, durante casi dos horas, hablamos un poco de todo: Del cáncer que acababa de superar y que le había producido el lógico bache psicológico y profesional, del que estaba empezando a liberarse, haciendo bolos por las discotecas: Ya sabéis que yo no sé hacer otra cosa que cantar. De su desacertada y pintoresca vida sentimental. De su hijita Nayara, que ya había cumplido siete años. De sus cuarenta y pico años, tan bien llevados, que le permitían ser optimista y albergar las mejores esperanzas, apoyada -como siempre- en su familia…

-          Bueno, ya vale de hablar de mí -cortó, de improviso-. A vosotros ya os veo tan bien pero, ¿qué es de Carlos? ¿Por dónde anda?

     Almudena, como si no hubiese escuchado las dos últimas preguntas, le habló de nosotros y de nuestros hijos; del trabajo en el colegio -que seguía siendo de los curas, pero casi sin curas- y en la clínica -conozco bastantes casos como el tuyo y se han recuperado definitivamente-; de lo mucho que escuchábamos sus canciones -sobre todo, las de amor-. En fin, tuvo que hablarle de Carlos: de su éxito como abogado; de su matrimonio con una compañera de la Facultad; de sus hijos; de sus aficiones literarias, como autor de poemas y relatos cortos, a duras penas publicados.

-          Es que el verdadero poeta era yo -tercié-. Lo que pasa es que agoté mi inspiración ayudándole a arreglar las letras de tus canciones.

     Quizá mi alusión hizo brotar incontenible su recuerdo de aquel muchacho que fue capaz de preguntarle si sentía lo que cantaba, o de poner en solfa aquel noviazgo suyo con el guitarrista de The Splendids, que duró cinco veces más que el matrimonio subsiguiente. El caso es que dijo sentidamente, con la mirada perdida en su vaso de cerveza, algo que Almu y yo no hemos olvidado:

-          Por lo que me contáis, Carlos acertó con su vida. Por lo que os cuento, yo he equivocado la mía.

     Me dolió tanto una afirmación tan desgarrada que, pese a mi habitual contención y a ser ya medianoche corrida, levanté la voz hasta términos inconvenientes y dije:

-          ¡De haber equivocado la vida, nada de nada! ¡Tus canciones y tu voz permanecerán mucho tiempo y serán siempre tu tributo al amor y a la juventud de espíritu!

     Y luego, bajando un tanto la potencia, refiriéndome a Carlos sin citarlo, agregué:

-          Y él, con sus ideas y sus versos, habrá puesto su grano de arena en una tarea común.


***


-          No te atreviste a decirle que le han diagnosticado a Carlos la misma enfermedad que ella ha tenido -comenté a Almu, camino de casa-.

-          Querido -contestó posando su mano en mi brazo-, no olvides que soy enfermera.




        



[1] El Colegio de los Sagrados Corazones de Madrid -conocido, por su ubicación, como de Martín de los Heros- pertenece a una Congregación que forman, tanto sacerdotes, como seglares. Hago la observación de que su inclusión en este relato es puramente imaginaria, a fin de darle visos de verosimilitud. Pido disculpas a dicho Colegio si, contra mi voluntad, se siente peyorativamente aludido.
[2] En los años sesenta del pasado siglo -el XX-, estos estudios se cursaban con 15 y 16 años, por lo general.
[3] No es la única de ese título, pero seguramente se alude en el texto a la compuesta por Joaquín Prieto y cantada por su hermano, el cantante y actor chileno conocido como Antonio Prieto (1926-2011).
[4] Examen de conjunto, al final de 6º de bachiller -había otro al final de 4º-, que era juzgado por un tribunal mayoritariamente ajeno al profesorado del Colegio.
[5] Abreviatura de curso Preuniversitario, que a la sazón se cursaba después del Bachillerato, como de acceso a la Universidad.
[6] Es probable que se tratara del Colegio de Jesús Maestro de Madrid, en la calle de Melquiades Álvarez, que había sido inaugurado pocos años antes, en 1957.
[7] Color tradicional del uniforme en los colegios teresianos de entonces.
[8] Famosísima canción de Mario Panzeri (partitura) y Nicola Salerno (letra), que hizo famosa la cantante adolescente Gigliola Cinquetti -de 16 años-, ganando en 1964 el Festival de San Remo y el de Eurovisión.
[9]  El Colegio es imaginario; no así, por supuesto, la bella e histórica localidad de Clontarf.
[10] Luego su probable edad sería de 14 años, toda vez que estaba empezando el curso.
[11] En el bachillerato de antaño se optaba normalmente por francés o inglés en el curso segundo. Solo se estudiaba una lengua viva extranjera.
[12] Parque del Canal de Isabel II, o Parque de Santander.
[13] Es indudable que los universitarios iban en aquella época trajeados, es decir, de traje y corbata. Al menos, esta era indispensable; hasta el punto de que ciertos profesores llamaban la atención a los pocos que no entraban encorbatados en las clases.
[14] Aunque con varios datos reales en el relato, el nombre de la discográfica es imaginario.
[15] La antigua carrera de Filosofía y Letras comenzaba por dos cursos comunes a todas sus especialidades, seguidos de otros tres, peculiares de cada una de ellas.
[16] Ursicino Álvarez Suárez (1907-1980), famoso catedrático de la susodicha asignatura en la Universidad Complutense de Madrid entre 1941 y 1977.
[17] Nombre imaginario de un personaje real.
[18] Nombre imaginario de un personaje real.
[19] Parte más meridional de América del Sur, con Argentina como país más extenso y poblado.
[20] Y no tan modernos. Corresponde a un poema de León Felipe, publicado en 1920, la siguiente afirmación sobre la poesía: Deshaced ese verso./Quitadle los caireles de la rima,/ el metro, la cadencia/ y hasta la idea misma.../ Aventad las palabras.../ y si después queda algo todavía,/ eso/será la poesía. Claro que el insigne vate de Tábara seguía rimando esos hermosos versos.
[21]  Históricos cantantes, famosos en los años de 1960.
[22] Este Festival se celebró del 27 al 29 de enero de 1966 y, tal vez, haya sido la más brillante edición, musicalmente hablando. Fue ganado por la canción Dio, come ti amo. La grabación completa del festival fue destruida por un incendio en los archivos de la R.A.I. (Radiotelevisione Italiana).
[23] Nombres imaginarios de grandes cantantes, especializados en canciones de amor. A poco que piensen, si tienen ustedes suficiente edad, o cultura musical, descubrirán los personajes reales a quienes puede aludir este relato.
[24] En aquella época, en España se concedía un disco de oro por haber logrado la distribución (la venta se suponía) de 50.000 discos. Con 100.000, el premio era un disco de platino. Actualmente (2019), al haber bajado mucho las ventas de discos, las cifras para España son, respectivamente, de 20.000 y 40.000 discos, o formato equivalente.
[25] Nombre imaginario.
[26] Denominación convencional usada a la sazón para referirse al movimiento creado en torno a la música ligera de los años de 1960, principalmente de estilo rock.
[27] Disco de corta duración, con una o dos canciones en cada cara.
[28] En concreto, la princesa hija del rey de los latinos, con la que se casará Eneas al final de la epopeya.
[29] Modelo de automóvil de la marca Seat, que se consideraba de alta gama en la España de la época.
[30] Es obligado recordar que, en los años de 1960, la mayoría de edad estaba en los 21 años.
[31] Miguel Rafael Martos Sánchez (1943), famosísimo cantante español, de quien se cree fundadamente que haya vendido en total unos 70 millones de discos hasta el año 2015.
[32] Es decir, con el intérprete haciendo que canta, pero la voz viene de un disco o procedimiento de grabación previa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario