viernes, 22 de diciembre de 2017

EL CAMINO DEL OLIMPO


El camino del Olimpo

Por Federico Bello Landrove


          Una reflexión sobre el camino que puede conducir del Olimpo al Infierno, o viceversa. Lo ilustra la asombrosa vida de Charlize Theron[1], entre los quince y los veintiocho años; peripecia admirable que abordo desde la fantasía onírica, aunque sea bien conocido que, con frecuencia -y este es el caso-, la realidad supera la ficción.





          Sábado, 6 de marzo de 2004. La diosa ha echado hacia atrás el respaldo de su trono de primera clase. Su entorno de mortales bisbisea y va tomando asiento, a la par que ella cierra los ojos. Un constante ronroneo de motores pone sonido a su viaje, ya no a través del espacio, sino en el tiempo. Desde la cima de sus veintiocho años, desciende entre lágrimas y parabienes del estrado en que de Zeus ha recibido el divino cetro con forma humana[2]. Ya en duermevela, cierra el puño de su mano derecha, pero el signo áureo se ha convertido en un pasamanos de bronce que parece invitarla a bajar un escalón desde el estrado olímpico. Cuando se dispone a hacerlo, la envuelve un humo de incienso, que afloja sus miembros y enajena la mente. Suelta el pasamanos e inicia una caída lenta, prolongada, hasta dar con su cuerpo sobre un diván rojo, al fondo de un gran salón de dos plantas, que le recuerda el hall de Milton, Chadwick & Waters[3].

***

     Por las miradas y cuchicheos de los circunstantes, la diosa se siente observada, espiada, incluso. Trata infructuosamente de incorporarse del sofá, pero es en vano. Indignada intenta gritar, pero ninguna voz brota de sus labios. Se resigna, afina el oído y, aunque solo alcanza a entender algunas palabras, infiere por ellas el sentido general de las burlas y críticas de las que es víctima:

-          ¡Absurdo! -pontifica, como de costumbre, el crítico del Confidential-. Si ya era una del montón cuando era una belleza, ¿quién la irá a ver hecha un adefesio?

-          No pierdas la esperanza de verla coronada. La Ciudad del Acebo[4] premia las dietas grasas y a los adefesios. Ya sabes, el síndrome Russell[5] -contesta con su malicia usual el comentarista del Canal 21-.

     En uno de esos oportunos milagros de los sueños, la diosa levanta la vista al techo y se ve reflejada en el lucernario. Es la imagen  obesa y repulsiva de una cuarentona sucia y descuidada, de rostro abotagado, enrojecido y tumefacto por las quemaduras[6]. ¿Cómo es ello posible? Sí, ahora comprende: le ha podido la soberbia. No era suficiente ser admirada como ella misma. Tenía que perder su cuerpo para ganar su alma. Vamos, justo lo contrario de Fausto pero, en el fondo, lo mismo. No hay límites, no hay reglas. Lo que se puede hacer, se hace. No dejes de realizar aquello cuya omisión pueda traerte futuras nostalgias. Todavía no está segura de no estar soñando dentro del sueño. Pasa la mano por la cara, se atusa la grasienta media melena marrón. No hay duda, la imagen devuelve sus gestos. Ahora es cuestión de todo o nada, el triunfo o el ridículo.

     En un sillón del piso alto, su representante mueve la cabeza de forma reprobatoria y gruñe:

-          ¿Quién va a pagar entrada por ver una película de criminales y lesbianas[7]? Y no dudo, con lo terca que eres, que logres parecerte a esa tipa de Florida pero, ¿cómo quedarás después? ¿Acaso crees que tu cuerpo es de hierro?

     En fin, ya está hecho. Acuden sus perros a hocicarla cariñosamente. Para ellos no parece haber diferencias, su aceptación es incondicional. Por eso ha dado su nombre a la productora que financiará en parte ese absurdo dispendio, el monstruo sin fondo que va a devorar su prestigio y a retornarla a la pobreza. Escucha, una vez más, la filípica malévola de los críticos:

-          Ya se sabe, con las estrellas: se empeñan en producir sus propias películas, para poder convertirlas en vehículo de su orgullo y lucimiento.

-          Por ahí empiezan -agrega otro-. Al final, la productora financiará sus últimos trabajos, aquellos que ya no le interesan a nadie más.

     El diván se inclina lentamente y la diosa se aferra con fuerza a uno de sus brazos.

-          ¿Te pasa algo, hija? Me estás haciendo daño al asirme con tanta fuerza.

-          Perdona, mamá. Soñaba…

-          No me extraña, cariño. Son muchas emociones… y muchas horas de viaje.



***

     Una chica -como era ella, diez años atrás- friega arrodillada las escaleras de un motel, restregando a fondo con estropajo y blanqueador-. Nada extraño resulta, a tenor del rótulo del alojamiento: La hija del granjero[8]. Una granjerita era ella, algún tiempo antes. Escaleras, ¡siempre escaleras! Empieza desde arriba; así limpiarás las escurriduras. Hazlo muy temprano, antes de que empiecen a llegar las parejas.

     Un reloj invisible perfora sus oídos con el tictac constante. Una hora; otra, y otra más. Sesión de posado, para poder sobrevivir. Innúmeras audiciones y tomas con el mismo final: Eres buena actuando pero tu inglés tiene un acento terrible. ¿De dónde demonios eres?

     Sigue bajando escalones, pero ahora ya no son de madera grasienta, sino de pulido mármol polícromo. Al parecer, se halla en el patio de operaciones de una sucursal bancaria. Seca sus manos con el delantal y se pone a la cola de caja, para cobrar el cheque, que supone representa su salario pero, en realidad, ha llovido del cielo materno. La espera se le hace eterna. Cuando, por fin, entrega el talón al empleado, este lo rechaza con desdén. Apenas es perceptible su voz en aquel inmenso recinto, máxime cuando su cuerpo es irremediablemente empujado hacia atrás, para dejar plaza a nuevos clientes. Grita y grita iracunda sin que, por esta vez, nadie le reproche su dejo. La excitación la trae hasta esa frontera indefinida entre el sueño y la imaginación desbocada. Va recobrando la mesura, gracias a conocer al dedillo lo que sigue: Un atento caballero le ofrece su tarjeta, con el renombrado membrete de la I.C.M.[9] ¿Es ella quien rila de emoción o es la inestable tierra californiana, que tiembla? Ni una cosa, ni otra. De este mundo le llega la voz amistosa del capitán de la aeronave:

-          Señores pasajeros, estamos atravesando una zona de tormentosos cumulonimbos, que alcanzan una altitud de 45.000 pies. Será cosa de unos minutos. Las vibraciones que notan carecen por completo de peligrosidad. Limítense a permanecer en sus asientos y abrochen su cinturón de seguridad. Se les avisará oportunamente cuando puedan cancelar estas precauciones.

***
     Volamos sobre Mauritania -repite la información de la azafata-. ¿Cuántos países quedarán aún por sobrevolar?, se pregunta hastiada. Intenta recordar el mapa de África, tal y como yacía al fondo del aula, hasta la liberación de Madiba[10]; aquel tablero alabeado de apagados colores, en el que, a ratos perdidos, aprendía el nombre de las capitales, esforzando sus ojos miopes. Al llegar a Luanda, ya ha vuelto a caer en brazos de Morfeo y busca afanosamente una escalera, para poder asirse al pasamanos. Esta vez, los balaustres son delgados y férreos; los escalones, meras tablas horizontales, le provocan el mismo vértigo que el día triste que su madre la llevó allí a comer ogni tutte y un mascarpone pancake, regados por rosso de Apulia[11]. Esa vez no tiene que cazar el pan al vuelo. Volar se ha terminado para ella: adiós a la danza, su sueño y su vocación. Su madre del sueño tiene el rostro de la profesora que dirigía su trabajo en Joffrey’s[12].



-          Eres afortunada -le dice-. Solo tienes 19 años y ya posees una excelente preparación como modelo.

-          Solo volveré a posar cuando no tenga para comer. Es un trabajo sin pasión, sin voz…, sin alma.

-          Entonces, actúa. Sabes que se te da bien. Vete a la Ciudad del Acebo. Hay mil oportunidades y bastantes chicas triunfan.

-          No tengo fuerza ni ilusiones.

-          Entonces, vuelve conmigo a África. Pasarás toda la vida lloriqueando por la nostalgia de lo que pudiste ser.

     Titubea. Su madre/profesora pone sobre la mesa un sobre cerrado, con cenefa rosa, como los usados para las invitaciones de boda. No necesita saber qué hay dentro, pero sí confirmar el contenido: el billete de avión, solo ida, y un cheque viático para mantenerse una semana con parsimonia. Empieza a desgarrar la cartulina…

-          ¿Pero qué haces, Carlota?, exclama su madre. ¡Con el trabajo que te ha costado perfilarlo y estás rompiendo el discurso para la recepción de Mbeki[13]!

     Ella se despierta bruscamente, constata el desperfecto y responde entre sonrisas:

-          No hay problema, mamá. Ya lo he repasado y los actores tenemos muy buena memoria.

***

     Pasan dos azafatas ofreciendo un refrigerio. Acepta un jugo de tomate, que apenas prueba. Entorna los ojos y simula perder interés por el entorno pero, en realidad, se fija en las camareras, acicaladas, pimpantes, de perpetua sonrisa, y vuelve a sus dieciséis años. La escalinata es ahora una pasarela en declive, cuya rampa termina en un lecho, donde una adolescente posa en ropa interior, con un cigarrillo en los labios. Como en una linterna mágica, brotan inagotables fotogramas, que son otros tantos cambios de su apariencia y vestuario. ¡Qué joven, qué hermosa, qué afortunada… qué vacía! Adelgaza cuatro o cinco libras y estarás entre las grandes. El apartamento, vacío, es el suyo, en el centro de Milán. Las compañeras, vacías, son los mismas de antaño, que aún resisten en las páginas de Runway y Showdetails[14]. Los viajes tienen las mismas anécdotas vacías: el sueño se resiste a transfigurarlas. Eres una desagradecida -se censura-. Aquello es lo que entonces necesitabas. En efecto, no pensar, no sufrir, no establecerse, no apasionarse, no…, no…

     En el fondo, fue así; una casualidad providencial, una suerte mayúscula. ¿Qué habría sido de ella en Benoni[15], en pleno escándalo? ¿Y cómo podría haber superado la invalidez para la danza? Pero no tiene sentido elucubrar. A fin de cuentas, su madre y la agencia de modelos trazaron su rumbo. Bueno, ellas y su belleza. Aquel modesto y sorpresivo concurso estuvo en el origen de todo, en el hondón de aquel pozo que parecía llegar hasta los infiernos.

     Es inútil, no puede dormir. Fantasea, hace que se proyecten en sus párpados imágenes trucadas, pero en vano. Tres meses de maravillosa libertad y un año de pervertidor vacío. No comprende que era casi una niña; que aquel tiempo redimió su alma y la abrió al Nuevo Mundo. Al fin, se adormece y se siente caer en la vacuidad de la inconsciencia. Caer, caer siempre. Su madre contempla aquel rostro crispado, el cuerpo tenso, la frente sudorosa por la pesadilla. Le acaricia el cabello y dice para sí:

-          No sé si habrá sido una buena idea… Esta hija mía toma a veces sus decisiones muy en caliente… Tiene a quien parecerse.

***

     Sigue siendo un sueño, pero es tan real como su propia vida. ¿Su vida? ¿Acaso esa ansiedad, esa angustia le pertenecen? Sigue descendiendo, pero ahora a toda prisa, saltando escalones, evitando por arte de magia la caída. A cada peldaño hollado, un ruido seco, tonante, que resuena en toda la casa. Siempre la misma pregunta: ¿Qué ha pasado, mamá? Y siempre la misma respuesta: Le he disparado. No, no ha sucedido, no puede pasar. Ciertamente, hay un cuerpo tendido en el zaguán. Estará borracho. Lo habrán atropellado. Sí, no hay duda. Limpiar, limpiar la sangre. Ordenar, ordenar el gabinete, las gavetas, hasta encontrar la llave que puede abrir todas las puertas[16].

     Una niebla asfixiante y espesa la envuelve. Adiós a los oropeles, al brillo, a los vestidos relucientes como ascuas. Un manto de vejez la cubre de repente. Solo con salir de esa maldita habitación, lograría transfigurarse de nuevo en una diosa, pero todo está confuso, revuelto, desaseado. Tropieza y cae. Trata de arrastrarse hasta la puerta entreabierta, que aún deja entrever la fronda de su jardín y escuchar el vagido de un niño desconocido. Abrir, abrir los ojos pues el dolor es un sueño, el fracaso es un sueño, es un sueño envejecer y morir[17]. Volver en sí, antes de hundirse en ese caos infernal…

-          ¡Oh, cuánto lo siento! El pobre, es tan pequeño para un viaje tan largo… Lamento que la haya despertado… Por cierto, enhorabuena, de corazón; es un honor, etcétera, etcétera.

     Ella sonríe. Su madre se levanta para acariciar al bebé lloroncete, como aceptando la disculpa. Después de todo, ya estamos llegando a Johannesburgo. Carlota susurra:

-          El infierno y mi ciudad. Tal vez, trece años después ya no se parezcan tanto.    



    



[1] Actriz de cine, nacida en Sudáfrica en 1975 quien, al recibir el Oscar a la mejor actriz protagonista el 29 de febrero de 2004, prometió que en una semana viajaría a su país de origen para ofrendarle el galardón.
[2]  En la vida real, Charlize Theron recibió el Oscar de manos de su colega, Adrien Brody (Nueva York, 1973).
[3] Firma neoyorquina ficticia de abogados, que aparece en la película Pactar con el Diablo (The Devil’s advocate, 1997), en la que Charlize Theron representa el papel femenino principal.
[4]  Hollywood significa literalmente Bosque de Acebo.
[5] Alusión a Harold Russell (1914-2002), mutilado de ambas manos en la II Guerra Mundial, que obtuvo dos Oscar (honorífico y al mejor actor secundario), por su participación en la película Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1946). Los precedentes nombres de dos medios informativos son imaginarios.
[6] Esta y otras alusiones en el presente fragmento del relato hacen referencia a la película Monster (2003), por la que Charlize Theron ganó el Oscar aludido en la nota 1.
[7] Los malos pronósticos económicos no se cumplieron. La película monstruosa costó unos 8 millones de dólares y recaudó como cinta de estreno en las salas cinematográficas más de 60 millones.
[8]  Para que no haya riesgo de que me demanden, aclaro que el actual (2017) y excelente hotel angelino The farmer’s daughter no tiene que ver con el motel del mismo nombre, existente en el lugar hace unos veinticinco años, que alquilaba sus habitaciones por horas.
[9]  Siglas por International Creative Management, una de las más reputadas e importantes agencias de representación para actores y literatos.
[10]  Nombre de respeto del político sudafricano Nelson Mandela (1918-2013), Presidente de su País entre 1994 y 1999. Su liberación definitiva de la cárcel se produjo el 11 de febrero de 1990.
[11] Se hace referencia, en concreto, al restaurante Rosemary’s, situado en la Greenwich Avenue de Nueva York, relativamente cerca de la ya citada Academia Joffrey.
[12]  Alusión a la Joffrey Ballet School, prestigiosa academia de ballet clásico y contemporáneo, fundada en la ciudad de Nueva York en 1953. Desde 1995, su sede central radica en Chicago.
[13]  Thabo Mbeki (1942), Presidente de Sudáfrica entre 1999 y 2008.
[14]  Títulos de acreditadas revistas de moda italianas.
[15]  Ciudad de la periferia de Johannesburgo, donde nació Charlize Theron.
[16]  Como se sabe, la madre de Charlize Theron mató a su padre, en legítima defensa de ambas, cuando la futura actriz contaba 15 años de edad.
[17]  Las precedentes y confusas alusiones tienen que ver con el padecimiento -moderado- por Charlize Theron de trastorno obsesivo-compulsivo o de ansiedad (siglas españolas, TOC; acróstico en inglés, OCD).

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