Atenea y Afrodita
Por Federico Bello
Landrove
In memoriam Hipólito Rafael Romero Flores
(1895-1956)
Dicen que el amor y la cultura todo lo
pueden. Es de suponer que, si caminan juntos, mejor que mejor. ¿De verdad? A
ver qué nos cuentan los protagonistas de esta historia, que bien pudo ser
cierta, a juzgar por lo detallado y verosímil del relato, tal y como lo oí de
labios de una familiar próxima de aquellos. Tan preciso y documentado era, que
me he permitido disimular los nombres de casi todos los intervinientes, para
que no se ofenda nadie, que 1947 no está tan lejos en la memoria y la
susceptibilidad de algunos.
1. Un policía novel
Apenas llegado a
mi primer destino, en la Comisaría de Mantuana, el Jefe me llamó a su despacho
y, con mucha reserva, me dijo:
-
De
la Jefatura Superior de Castellar me piden un inspector muy joven, que sea
desconocido en aquella ciudad; un funcionario que sea estudioso y de fiar. Creo
que es usted la persona indicada. Tiene que incorporarse cuanto antes a su
nuevo destino. Preséntese allá al comisario Benítez y él le pondrá al tanto de
la operación.
-
Perdone,
comisario, ¿se trata de un traslado forzoso o de una mera comisión de servicio?
-
Según
lo veo yo, se le mantendrá aquí la plaza. Lo que no puedo decirle es el tiempo
que tenga que estar desplazado, ni si van a consignarle dietas.
Así que aquí me
tienen, convertido en la cuadratura del círculo: muy joven pero muy prudente;
estudioso y activo, a la vez; desconocido en la ciudad pero al tanto de lo que
se cuece en ella. Digo esto, claro, después de presentarme a Benítez y recibir
el encarguito que me tenían
preparado. Más o menos, nuestra conversación se desarrolló así:
-
Por
lo que consta en tu expediente, veo que has ingresado por oposición y, por
tanto, que tienes el título de bachiller.
-
Efectivamente.
-
Y
que eres el policía más joven de la promoción que acaba de salir de la Escuela
General.
-
Entre
los de la Escala de ejecución había uno dos meses menor que yo. Lo destinaron a
Algeciras.
-
Eso
queda demasiado lejos. Además, tienes una pinta de chiquillo que no veas. En
fin, sacaste el número 3 y traes buenos informes de la Academia y del Jefe de
Mantuana; así que habrá que confiar en ti. ¿Sabes lo que es la J.O.C.[1]?
-
¿Los
obreros cristianos? Algo oí sobre ellos en mi Barcelona natal.
-
¡Hombre,
me alegro de que no te pille de nuevas, para empezar! Aquí en Castellar son una
plaga, y están en el meollo de lo que queremos que nos ayudes a desentrañar.
Benítez se explicó
algo atropelladamente, de modo que salí de su despacho sin tener las ideas muy
claras. Procuraré, por tanto, mejorar la claridad de su exposición, respetando
la esencia de la misma:
-
No
sé el porqué, pero el hecho es que en esta ciudad, que no es muy industrial,
los jocistas llevan unos quince años
dando guerra, como si dijéramos. Actualmente, los calculamos en unos tres mil,
entre hombres y mujeres. Así que figúrate como les dé por salirse de rezar el
rosario y jugar a las damas… Los de Sindicatos están que trinan, pues temen que
les hagan la competencia.
-
Perdone
que le dé mi opinión, comisario: Mientras no se trate más que de hipótesis y de
piquillas…
-
No
es tan sencillo, inspector Duplá. A veces tenemos que ir por delante de los
acontecimientos, o tomar algunas medidas para contentar a las autoridades. Pero
no es eso todo. Se trata de que la JOC tiene un Centro Social, por así decir,
en pleno centro de Castellar, junto al Gran Teatro. Es un palacete que
compraron a sus propietarios hace bastantes años, un caserón enorme y bastante
destartalado, que han acondicionado modestamente para lo que les interesa: dar
clases y conferencias, y distraerse jugando al tute o al pimpón.
-
Entiendo.
¿Es que se exceden en el legítimo desarrollo de esas actividades?
-
Hasta
ahora, no. El problema es, más bien, todo lo contrario. Como los obreros
trabajan casi todo el día, les sobra la mayor parte de su casona hasta la tarde
y, en consecuencia, les dio por alquilar las instalaciones durante las mañanas
a una academia privada. Así, todos contentos: los jocistas cobran una renta que les permite reparar el caserón y los académicos tienen aulas y mobiliario
que, de otro modo, no podrían costearse.
-
Ya
veo -repuse, aunque no viera nada-. ¿Tal vez ese alquiler es ilegal? ¿Es que la
academia no tiene todos los permisos?
-
No
es eso, no es eso -replicó Benítez con impaciencia-. Pasa que -¿cómo te lo
diría corto y claro?-… los profesores de la Academia Atenea son todos unos
rojos de tomo y lomo, expulsados de sus cátedras y algunos hasta condenados
durante la Guerra.
-
¡Atiza!
¿Y cómo les dejan dar clase?
El comisario se
encogió de hombros.
-
Según
las normas vigentes, se necesita un permiso del Rector que, por supuesto,
tienen. Desde luego, no pueden fundar un verdadero colegio, con facultad de
impartir titulaciones pero, en lo referente a dar clases particulares de lengua
o de matemáticas, mientras no se metan en política…
-
Ya.
También hay que dejar que se ganen el pan.
-
No
es tan sencillo -machacó Benítez-. Hay gente importante a la que no le parece
bien que esos izquierdistas se junten, funden una academia y se dediquen a
enseñar a los chavales.
-
Entiendo
pero, por muy joven que yo sea, o parezca, no creo que pueda mezclarme con
alumnos de bachiller para ver si, entre silogismos y ecuaciones, meten de
matute algo de Marx.
-
Es
que no es para eso, por lo que te
hemos traído de Mantuana -contestó el comisario con aire tan gélido, que me
quitó las ganas de seguir bromeando-. Hay algo más, que se ha producido en los
últimos meses y es para lo que se necesita un policía joven y con bachillerato.
-
Pues
usted dirá.
-
Es
la leche. Los de la academia terminan sus clases a las dos. Los jocistas empiezan sus actividades a las
siete. ¿Qué te parece? ¿Cómo iban a desaprovechar unas horas? Pues nada, a
buscarse otros inquilinos de tres a siete. Y, como lo que mejor puede
aprovecharse son las aulas, pues ¡venga otra academia! Esta se llama Estudios Castilla.
-
No
es que sean muy originales. ¿Se trata también de profesores sancionados?
-
Solo
algunos; otros -listo que es el director- son de las mejores familias: un hijo
del Rector, otro del Gobernador Militar… Pero el que ha montado la academia lo
es de un catedrático que, tras librarse de una condena a muerte, está
desterrado en Peñatajada, dando clases, para variar, ¡y en colegios de curas!
-
¡Válgame
el cielo! Claro que la caridad cristiana no se fija en detalles.
-
A
lo que voy -prosiguió Benítez, sin reparar en mi jocosidad-. No hace falta
remontarse al padre. Sus hijos también han tenido que ver con nosotros y, más
aún, el tal Ataúlfo pasó unos meses en la cárcel por dedicarse a recordar por
las paredes el 14 de Abril[2].
Como no puede ejercer de abogado, se ha metido a empresario, y no le va nada
mal por cierto; así que…
-
…
Le han salido los envidiosos de turno. Es que hay gente que no soporta el éxito
ajeno.
-
Ya
lo vas entendiendo, y tanto más si los triunfadores de hogaño son los
derrotados de antaño. Pero dejémonos de política. Es ahí donde te vas a
matricular, como si pretendieses seguir la carrera de Comercio. Los alumnos son
todos talluditos, pues están preparando Comercio o peritos industriales. Te
harás pasar por uno de tantos. Hablarás con unos y con otros y, una vez hagas
amistades, averiguarás cuanto puedas de la Castilla,
la Atenea y de los jocistas. Y nadie debe imaginar que eres
policía. Solo lo sabremos yo y Volusiano.
-
¿Volusiano?
-
¡Sí,
hombre! Es el personaje fundamental de esta operación -dijo con una sonrisa de
oreja a oreja-. Se trata de un guardia civil retirado, que hace las veces de
portero del Centro y de ordenanza de las academias instaladas en él. Con su
mostacho y sus maneras, los chavales
lo temen más que a los profesores. Te servirá de informador y te franqueará el
acceso a cualquier instalación o archivo que necesites.
-
Una
pregunta, señor Benítez, y perdone si molesto.
-
Di.
-
Si
Volusiano es el alma de esta empresa y tiene acceso a todos los datos, ¿qué
pinta en el fregado este joven e inexperto inspector de Policía de segunda?
El comisario simuló
quedar muy sorprendido con mi pregunta. Luego inquirió a su vez:
-
No
pretenderás que la Guardia Civil se quede con el mérito… Además, el Volo no pasó de cabo. Es de suponer que
tú redactes mucho mejor los informes, que yo firmaré para presentarlos
al Jefe Superior.
Aquel servicio
estaba llamado a enseñarme muchas cosas, dentro y fuera del viejo caserón de la
calle Leonardo Moreno.
2. Nadando en aguas turbias
No sé si fue en
aquel año o en el siguiente, cuando el rostro atormentado de mi admirada Merle
Oberon[3]
parecía pedir ayuda desde las carteleras del Gran Teatro. Lo traigo a colación
porque el título de la película -si no recuerdo mal- era Aguas turbias[4],
que habría cuadrado perfectamente a la serie de informes que presentaba
semanalmente al comisario Benítez. Unos dirán que fue consecuencia de que
Alemania perdiera su guerra; otros, de que la
nuestra empezaba a quedar atrás. Lo cierto es que algo empezaba a moverse
en aquella época, aunque fuera muchas veces a embates de la envidia y la emulación.
Los jocistas abrían centros en los barrios e influían en las escuelas de
aprendices, como la tan importante de la RENFE[5].
Los indultos vaciaban las cárceles. Los consejos de guerra -como el de Ataúlfo del Águila, el director de Estudios Castilla- empezaban a contar sus condenas en meses, o en lo que yo
-mal acostumbrado- consideraba un número de años razonable. Ciertos catedráticos se atrevían a levantar la voz en
defensa de compañeros perseguidos y, entre las propias autoridades, no eran
pocos los ejemplos de discordancia a la hora de abordar los primeros síntomas
de discrepancia o de autonomía.
Ahora razono así
pero, metido en aquel berenjenal de 1947, sudaba tinta preparando los informes
en que, tras verter lo más granado de mis experiencias y de los datos
documentados que me entregaba Volo,
intentaba resumir todo en unas conclusiones. Curiosamente, el comisario
reaccionaba justo al revés de lo que yo esperaba. La semana en que le llevaba
un texto anodino, poco más que un sin
novedad digna de mención, sonreía con alivio y me reconfortaba:
-
Tranquilo,
Duplá. Si no pasa nada, no vamos a inventárnoslo. Tú ten los ojos y los oídos
bien abiertos y no pases nada por alto. Por cierto, ¿qué tal te va con la
contabilidad y las matemáticas financieras?
-
De
pena. Nunca se me dieron bien y, a estas alturas, ya he olvidado mucho de lo
que estudié en el Instituto.
-
Bueno,
para eso vas a la Academia, ¿no? En tu trabajo vale más que no te crean muy
listo.
Por el contrario,
si creía haber descubierto algo interesante y me presentaba ante él un poco
eufórico, Benítez me desinflaba:
-
¿Estás
seguro de esto? Compruébalo más a
fondo, no nos vayamos a tirar un planchazo.
O bien:
-
Sí,
sí, ya estoy al corriente. ¿No tienes nada mejor que contarme?
En vísperas de
vacaciones de Navidad, fue la repanocha. En mi opinión, había hecho el descubrimiento
del año: dar con el ángel malo de las
academias, el rey de la envidia, el motor escondido de los bulos y protestas,
el flamígero guardián de las esencias universitarias franquistas. Se llamaba
don Gedeón Montaña y era catedrático y alto cargo -dejémoslo así- del alma mater[6] castellarense. Al escuchar ese nombre,
Benítez saltó:
-
¡Valiente
sorpresa! El tal Montaña es todo un falangistón, encomienda del Yugo y las
Flechas y con más peligro que un miura.
Claro que lo ha mamado: su padre era contratista de mulillas en la plaza de
toros. En fin, que no es nada nuevo lo que me cuentas. Por cierto, ¿te dio
tiempo de jugar en Mantuana al poli bueno
y al poli malo?
-
¿Por
qué me lo pregunta, comisario?
-
Pues
porque ese es el juego de la Universidad en estos asuntos. El Rector es el buen
chico y su ayudante Gedeón, el malo.
Pero, a fin de cuentas, ¿quién lo ha nombrado para el cargo que tiene? ¿Y quién
le dio la medalla de oro de la Universidad al gobernador civil que se marchó
hace unos meses?
-
Bueno,
también concedió licencia para las academias, según usted me dijo.
-
¡Velay!,
sentenció; y, cuando Benítez decía velay,
la controversia se daba por concluida.
***
Estudios Castilla pronto
se me quedaron pequeños, o eso
pretendía yo, harto de la contabilidad de costos y de las sociedades tontinas.
La mayoría de los profesores eran chicos jóvenes, que habían de cumplir una o
dos de estas condiciones: ser familiares o amigos íntimos del director, o bien,
hijos de alguien importante, que pudiera escudar a su vástago de cualquier
peligro u ominosa veleidad. Cierto que había algunas lumbreras y no pocos
activistas en potencia, pero aquello era el reino del caduceo, no de la hoz y
el martillo. Los alumnos, en su mayoría de enseñanza libre en la Escuela de
Comercio, eran gente seria y poco inclinada a perder el tiempo con monsergas
políticas.
Mi comisario,
cuando se lo dije, vio los cielos abiertos:
-
Precisamente
yo iba a proponerte lo mismo. Estoy convencido de que el tal Ataúlfo y sus
comparsas son una panda de vividores sin importancia, que solo van tras el
dinero y la buena vida. Anda, hazme un informe final, detallando la
personalidad de los principales y despídete muy cortésmente, dando una disculpa
razonable sobre tu marcha. A ver cómo conseguimos que metas la cabeza en la Academia Atenea; así mataremos dos
pájaros de un tiro.
Debió verme
boquiabierto, porque se dignó explicarme detalladamente tan peregrina extensión
de mis actividades, en la que ya me veía vistiendo pantalón corto y cubriendo
el rostro con pasamontañas, como los chavalillos en invierno.
-
Tu amigo Gedeón no hace más que dar la lata
con los profesores represaliados y está llevándose al huerto al falangismo de
la ciudad y a los chicos del S.E.U.[7];
todo porque un catedrático expulsado viene dando con gran éxito clases
particulares de Derecho y preparando a opositores, a pocos metros de la
Universidad. Como lo hace en un pisito compartido con un abogado de fama y con
muy mal genio, no se atreven a cerrar directamente el estaribel; de modo que
andan diciendo que es una deshonra para la Facultad y un perjuicio para los
competidores de derechas.
-
Así
que ahora me toca pasar por alumno libre de Derecho y apuntarme a las clases de
deshonra para la Facultad. Bueno; lo
prefiero a las matemáticas.
-
No,
hombre. He dicho que se trataba de matar dos pájaros de un tiro. El profesor
Cantero también da clase en la Atenea,
de alemán.
-
¡Cielos,
alemán! Y ahora que han perdido la guerra…
-
Anda,
deja de quejarte, que peor estarías en Mantuana pateando las calles y repartiendo
bofetadas. Cantero será tu caballo de Troya.
-
No
deja de ser coherente. Decían que el famoso caballo era una ofrenda para
Atenea.
Benítez me miró de
hito en hito. No había cogido mi rasgo de erudición, lo que le molestó:
-
Te
doy otro trimestre para que me peines la
Atenea, y el Centro de la J.O.C. por
añadidura. Y, como me cabrees, te meto a costalero de Jesús Despojado.
Quiere decirse que
me despedí de Estudios Castilla, de
la forma que me pareció más sincera y simple. Aquilino, el mejor de los
profesores, comprendió:
-
Comercio
es bastante duro y árido para quien no gusta de los números ni tiene
experiencia práctica en los negocios. ¿Cómo se te ocurrió elegir esta carrera?
-
Velay.
A la salida, me
estaba esperando Volo.
-
¿Pasa
algo?
-
Nada,
que dejo la sesión de tarde y paso a ocuparme de Atenea. Todavía no sé cómo voy a arreglármelas.
-
Son
buena gente, sobre todo, don Rafael.
Afuera, en la
calle, había caído la noche y hacía un frío de chupa rescoldo. En la sala de fiestas de enfrente, llamada Bolero, entraban un par de músicos de la
orquestina, llevando sendos instrumentos, pertinentemente estuchados. Sonreí al
imaginar lo bien que estaría yo tan bien protegido del gélido relente. A través
de las ventanas de la planta baja, me llegaban los golpes secos de las bolas de
billar y las pelotas de pimpón de los chicos de la J.O.C. Tomé calle arriba,
hacia mi pensión, en la Costanilla. Jueves, sopa de pescado y tortilla de
patata con ensalada. Ensalada, ¿cómo
demonios se dirá ensalada en alemán?
3. La buena gente
La Academia Atenea era, como afirmaba Volo,
un nido de rojos. De su grupo de
profesores -ahora recuerdo a cinco o seis-, no había ninguno que no hubiera
pasado por la cárcel o, cuando menos, no le hubiesen echado del escalafón por
motivos políticos. Claro está que la definición de rojo era para aquel bigotudo guardia civil tan amplia, como la de rebelde para los consejos de guerra de
la época, muy en la línea de una de las frases menos afortunadas del Evangelio
-que Dios me perdone-: el que no está
conmigo está contra mí. De cualquier modo, aquellos maestros eran un lujo
casi obsceno para las academias privadas y los colegios religiosos de entonces.
¡Qué bien nos habrían venido en las escuelas y liceos públicos, a los que
acudía la gente humilde!, como yo en Barcelona, sin ir más lejos. Y no quiero
decir con eso que nuestros catedráticos y ayudantes fuesen todos unas acémilas,
fascistas y brutales. Mi condiscípulo Rodríguez Méndez[8]
algo ha escrito sobre ello y a su testimonio me atengo. Y vuelvo a la academia
de Castellar, que estoy perdiendo el norte.
Atenea era gobernada al alimón por dos
profesores que me parecían un remedo del poli
bueno y el poli malo, el juego
del que hablaba Benítez. El bueno era don Rafael Tomillo Frutos, director
nominal de la academia, ex catedrático de Filosofía, y de los mejores -según se
rumoreaba-. Había pasado un buen número de años en la cárcel, de donde había
salido delicado de salud, con mal en los
huesos, como lo diagnosticaba Volo.
Luego me he enterado de que la enfermedad era de los nervios, según juicio
clínico, mucho más experto, del doctor Marañón[9].
El malo -¡pobre hombre!-era don
Francisco Madruga Cantalpino, que había sido catedrático de Lengua y Literatura
en Ribera de Bañuelos y también tenía libros escritos sobre su asignatura. Todo
lo acogedor y cordial que resultaba don Rafael (casi nadie le apeaba el
tratamiento), parecía frío y distante su colega, a quien los discípulos
apodaban Asdrúbal, por razones que ni
un policía fue capaz de descubrir.
Gracias a Volo, había tenido acceso subrepticio a
la documentación de la academia, con todo lo referente a alumnado, matrícula y
mensualidades, gastos y nóminas del personal. A tenor de todo ello, resultaba
evidente que Atenea no era lo que se
dice un buen negocio, ni negocio a
secas. El cabo retirado, que percibía mensualmente doscientas pesetas por sus servicios
como ordenanza, ya me lo había adelantado:
-
Si
fuera como la Castilla, que la J.O.C.
no le cobra alquiler, les podrían ir mejor las cosas; pero entre la renta,
gastos, impuestos, sueldos y lo que se retrasan los chicos en pagar, hay meses
que pasan apuros.
-
¿Cuánto
gana el director?, pregunté para hacerme una idea de la economía académica.
-
Madruga
y él no tienen sueldo fijo. Van, por así decirlo, a beneficios. Pero, para que
te hagas una idea, don Rafael tiene que trasladarse dos tardes a la semana a una
academia de Mota de Santolín, para salir adelante.
-
Tendrían
que dejarse llevar por Ataúlfo. Ese sí que es un lince para las cosas del
dinero.
-
Estos
señores son de otro estilo y otra
época -me replicó muy en sus puntos-. Es una lástima que piensen como piensan.
-
A
eso voy, Volusiano, a eso voy. A ver qué se nos ocurre para entrarles sin que
sospechen y poder hacer yo el informe que me están exigiendo.
***
Aunque me esté mal
decirlo, fue Volo quien, finalmente,
dio con la llave maestra de la operación, aunque fuera un simple cabo retirado.
A mayores, se proporcionó unas semanas de vacaciones cobrando el sueldo íntegro.
-
Don
Rafael -le dijo al director-, que me han llamado del pueblo. Mi madre está con
pulmonía y tenemos que ir a cuidarla.
-
¡Qué
contrariedad, Volusiano! Ya sabes lo necesario que eres aquí pero, en fin, la
familia es lo primero.
-
No
les voy a dejar sin recambio. Aquí mi amigo, Felipe, se ha prestado a
sustituirme. Conoce bien el edificio, porque ha estudiado unos meses en la Castilla. Es de toda confianza.
-
Tanto
gusto, me dijo el señor Tomillo. ¿Es usted también de la familia?
-
No
señor, pero como si lo fuese. Volo ha
sido un padre para mí.
No era malo el
cuento que nos habíamos inventado, sobre la base de que yo era de muy lejos y
el guardia había tenido más destinos que el general Prim. El esquema argumental
era que, al entrar los nacionales en
Barcelona, mi padre había sido encarcelado, dejando a mujer e hijos en la
indigencia. Volo, cabo en el puesto
de San Baudilio de Llobregat, casado con una mujer del mismo pueblo que mi
madre, nos había echado una mano y yo había podido hacer el bachiller con su
ayuda y una beca por buenas notas.
-
¿Y
qué ha sido de su padre?, preguntó con interés don Rafael.
-
Lo
indultaron hace dos años y ha podido emplearse de mancebo en una botica.
-
Ha
tenido suerte, comentó el profesor. Podrá ganarse la vida dignamente. Pero, ¿y
usted? ¿A qué se dedica en esta ciudad, tan lejos de su Barcelona natal?
Volo terció de una forma, que me produjo
bastante vergüenza:
-
Ya
sabe, don Rafael…, la juventud…, la falta de trabajo… El caso es que, aunque es
un chico majo, se ha vuelto un poco tarambana. Su padre nos lo ha mandado aquí,
a ver si lo pongo a hilo y hacemos carrera de él. Pero ya ve, tan pronto le da
por preparar Comercio, como ahora dice que quiere ser policía.
-
La
guerra y sus trágicas consecuencias nos han descolocado un poco, o un mucho, a
los mayores. ¡Qué tiene de particular que los muchachos estén desorientados! En
fin, joven, aquí solo tenemos alumnos de Segunda Enseñanza pero, si podemos
ayudarle refrescando conocimientos u orientarlo con los libros de texto, no
tiene más que decírnoslo. Basta que sea amigo de Volusiano, que es toda una
institución.
Desbrozado el
camino, Volo me mostró las
instalaciones con detalle e hizo mi presentación a los profesores presentes en
aquel momento. Seguidamente, me entregó las llaves y, con un guiño de ojos, se
despidió hasta dentro de tres o cuatro
semanas.
-
Y
ya sabes -me dijo-, si tienes verdadera necesidad de preguntarme algo, llama a
la centralita de San Pedro de Maslejos y que me pasen el aviso; aunque mejor
que no tengas que llamar, porque funciona fatal. Para cualquier cosa urgente,
te entiendes con Benita, la limpiadora, que viene al cerrar la J.O.C., o de
madrugada. Y, para cosas de trámite o recados, te echará una mano Charo, la de
la oficina, que es un encanto. Hoy no podía venir, pero ya la he puesto en
antecedentes de la sustitución y le he dicho que tenga mucho cuidado contigo.
Me estrechó la
mano, al tiempo que me propinaba un confianzudo pescozón. Susurrando, me
aleccionó:
-
Los
profesores son buena gente: no te propases con ellos en el informe. No me
gustaría que, por mi culpa… Los arrapiezos, en cambio, son de cuidado. Mantén
el orden como te han enseñado en la Academia de Policía y, si te traes la porra
de casa, te será muy útil.
Se alejó riéndose.
Todavía no sé si disfrutaba más pensando en las vacaciones agenciadas a mi
costa o en el tolete que acababa de encajar a todo un policía secreta, aunque
fuese de la Escala de ejecución.
***
Al comisario
Benítez el plan le pareció de perlas, aunque aprovechó para meterme prisa:
-
Habla
con unos y con otros y sonsácalos cuanto puedas. Ten los oídos bien abiertos
para escuchar lo que explican en las clases y hablan entre ellos. Aprovecha la
oportunidad para colarte en la J.O.C., ahora que eres todo un obrero. Pero ya
sabes el límite: hasta Semana Santa; y que conste que este año cae muy pronto.
-
¿No
me darán unos días de permiso, al terminar? Me he pasado los días festivos de
Navidad zambullido en los archivos de las academias, por lo que no he podido ir
a ver a mis padres.
-
Tienes
dos meses para hacer tu trabajo. Termínalo antes a mi satisfacción y tendrás
una semana para lo que quieras.
4.
Los informes del inspector Duplá
Ser chico para
todo tiene, entre otras ventajas, la de enterarse de muchísimas cosas, casi sin
querer. No digamos, si el chico está interesado en la información
y tiene cara de bueno, de inocente, incluso. En el mes que, finalmente, acordé
con Volo para que se dedicara a cuidar
de su madre en Maslejos, me puse al
corriente de cuanto quería y hasta de las cosas más intranscendentes para mí,
desde las desavenencias matrimoniales de la limpiadora Benita, hasta los
denodados esfuerzos de don Rafael por librarse del vicio de fumar. De dos a
tres, mientras comía de fiambrera, anotaba en una libreta cuanto había captado
sobre la vida y milagros de la Atenea.
Como en Estudios Castilla ni para tomar un café me daban tiempo, sus cosas
cotidianas las pasaba directamente a máquina en la pensión, después de cenar, en
la veterana Olivetti[10]
que me habían facilitado en la comisaría. A las siete y cuarto en punto, hacía
mi aparición en la J.O.C.: Los días impares, charlas de espiritualidad o clases
de cultura general; martes y jueves, temas laborales y redacción del periódico
mensual, que luego tiraban en unos talleres gráficos del barrio de los
Encantos; el sábado, partidas de ajedrez y damas, en las que solían darme unas
palizas de campeonato. Los domingos, trataron de cazarme para oír misa en San
Juan o con la cofradía del Santo Cristo del Despojo -la misma de la que Benítez
me amenazaba con meterme a costalero-, pero yo tenía otras prioridades:
-
Anímate,
Felipe -me decían-. Somos la única hermandad que procesiona a cara descubierta,
para que vean que los obreros no nos avergonzamos de ser católicos.
-
¡Hombre,
después de la Guerra, no creo que se necesite mucha valentía!
Me miraron con
cara de pocos amigos, pero no me insistieron más.
***
Guardo copia de
los informes más interesantes que hice llegar a Benítez en aquellos primeros
meses de 1948. Aunque aprovechaba mucho el papel carbón y los textos son ya
difícilmente legibles, les haré seguidamente unos extractos, para abreviar.
Sobre Estudios Castilla, escribía:
-
Esta
Academia tiene gran éxito entre el numeroso alumnado que en Castellar sigue por
enseñanza libre los estudios de Comercio, en todos sus niveles. Ello se debe a
muy diversos aciertos logrados por su joven director, Ataúlfo del Águila,
licenciado universitario en Filosofía y Letras y en Derecho, así como maestro
nacional. Entre ellos, pueden citarse: 1º. El apoyo directo e indirecto que
viene recibiendo de diversos profesores de la Escuela de Comercio de esta
ciudad, en particular del catedrático, don Filodemo Puente, conseguido, tanto
por la calidad del profesorado de la academia, como por afinidad ideológica con
su director. 2º. La selecta elección de algunos profesores, entre los que
destaca el intendente mercantil, señor Menéndez, varios de los cuales tienen
vínculos muy directos con altas Autoridades de Castellar, cosa que protege en
principio a los Estudios de la inquina
o la crítica. 3º. La amistad y buena situación económica de su joven grupo de
profesores, dispuestos a cobrar solo en función de los beneficios que dé la
Academia, la cual no tiene que desembolsar renta alguna por el uso de los
locales y del mobiliario.
He de hacer constar que, aunque su
director y los profesores, hermanos Menéndez, son desafectos al Régimen,
habiendo sido aquel y uno de estos condenados en consejo de guerra, en su academia
no realizan ninguna labor de proselitismo o conspiración, dedicándose
exclusivamente a enseñar y ganar dinero.
Y, en otro
informe, posterior al anterior, recogía una primicia, que mereció el encomio
del mismísimo Benítez:
-
Los
evidentes progresos económicos de Estudios
Castilla y el constante aumento de la matrícula de alumnos parecen haber
determinado a su director a iniciar una segunda etapa, de más altos vuelos,
para la que está en vías de alquilar todo el piso ático del llamado Edificio Singer[11], en la calle San Diego de esta ciudad,
así como de adquirir el mobiliario y material de oficina preciso para amueblar
las dependencias (aún se halla en periodo de precontratación, buscando los precios
y condiciones más ventajosos). El valor total de la operación podría ascender a
unas quince mil pesetas, que el señor del Águila dice haber recibido en
préstamo sin intereses del padre de uno de sus amigos, también profesor de la
misma Academia, el señor Asenjo.
Si la operación prevista llega a buen
fin, es de suponer que Estudios Castilla amplíe
su oferta de preparación de clases y para oposiciones. Entre las expectativas
que el Sr. Del Águila ha comunicado a los suyos está la de centrarse
intensamente en la preparación para el examen de Estado[12].
Sobre el
catedrático de Derecho expulsado -aquel a quien Benítez se había referido
cuando me habló de matar dos pájaros de
un tiro-, me explicaba de la siguiente forma:
-
Don
Astolfo Cantero da clases de licenciatura en Derecho y preparación de
oposiciones de elevado nivel. Se rumorea que el abogado, con el que comparte el
alquiler del piso, le pide consejo y colaboración para algunos de sus asuntos,
dada la gran cultura y conocimientos jurídicos de don Astolfo. De ser así,
podrían incurrir en alguna ilegalidad, pues el señor Cantero, por sus graves
antecedentes penales de tipo político, no está autorizado para ejercer la
abogacía. De todas formas, habiendo sido parcialmente indultado en dos
ocasiones, podría ser que el Colegio de Abogados de Castellar le concediera la
colegiación, cosa que me ha manifestado va a solicitar próximamente.
Debo hacer constar que el abogado con
el que colabora don Astolfo es el
famoso letrado, Sr. Castaño Rey, cuyos bandazos ideológicos son bien conocidos,
así como las sanciones y condenas por ellos. Su amistad con el señor Cantero le
ha llevado a relacionarse profesionalmente con la Academia Atenea y con Estudios
Castilla, a las que ha defendido de las intromisiones y ataques de don
Gedeón Montaña, llegando en alguna ocasión a la discusión violenta, a la que el
susodicho letrado es proclive, dada su incontinencia etílica.
El señor Cantero completa su
agobiante agenda con las clases de alemán en la Academia Atenea, dos días a la semana. Dado mi desconocimiento
total de ese idioma, no puedo asegurar cuál sea el contenido de sus
explicaciones, pero estoy por afirmar que en ningún momento se ha metido en
política, siendo su mayor anhelo -según ha manifestado a este inspector- el de
que se le levante la sanción de expulsión del Cuerpo y pueda volver a ejercer
como catedrático universitario.
Sobre la Academia Atenea, mis informes más extensos los había presentado en
el trimestre anterior. Con todo, en 24 de febrero de 1948, suscribí un a modo de resumen, tras el que me parece
estar sintiendo la mano amiga de Volo
y el influjo de cierta joven a la que luego me referiré. Las conclusiones no
dejaban lugar a dudas de que me había incorporado espiritualmente a la gran
familia de Atenea, sin ofender por
ello mi deber de decir la verdad, casi toda
la verdad y algo más que la verdad.
Después de todo, la imparcialidad absoluta era cualidad de jueces, no de
policías, según me habían enseñado en la calle Miguel Ángel[13].
Dichas conclusiones rezaban así:
Primera. La Academia Atenea es una empresa cultural
y educativa que solo se explica por la necesidad de sus profesores -todos
sancionados, en virtud de la Ley de Responsabilidades Políticas-, de subvenir a
su sostén y el de sus familias, haciendo lo que mejor saben, es decir, dar
clases de Bachillerato.
Segunda. Dicha Academia tiene un razonable éxito de
matrícula, pero padece dificultades crónicas de tipo económico, dado lo módico
de sus tarifas, los frecuentes impagos de los alumnos (algunos de ellos, con
matrícula gratuita) y los gastos e impuestos que supone su mantenimiento.
Aunque no soy experto, creo que también contribuye el excesivo número de
profesores, contratados en función del objetivo prioritario de colaborar a que los
desafectos se ganen la vida ejerciendo la docencia.
Tercera. La
benevolencia del Régimen en materia de indultos parciales y levantamiento de
sanciones administrativas, viene dando lugar a que diversos profesores de la Academia Atenea abandonen su trabajo en
ella y pasen a incorporarse a claustros de Institutos de Segunda Enseñanza,
generalmente fuera de la ciudad de Castellar. Cuando acabe sucediendo otro
tanto con los profesores ahora separados del Cuerpo -en particular, los señores
Tomillo y Madruga-, es de pronosticar el cierre de la academia, al menos, en la
forma y con los objetivos con que viene hasta ahora funcionando.
Cuarta. El
comportamiento y la enseñanza de los profesores de la Academia Atenea son ejemplares y nada tienen que ver con sus
antecedentes previos a 1936. Ni por las circunstancias de sus alumnos, ni por
el volumen de ingresos y matrícula, están justificadas tampoco las críticas que
se le vienen haciendo desde algunas instancias académicas ni, menos aún, la
pretensión de que se clausuren sus actividades.
***
Lo de la J.O.C.
era más peliagudo. Aquella multitud de jóvenes de ambos sexos, en un movimiento
tan arraigado en Castellar y su provincia, no era fácil de minimizar, con la
disculpa de que era cosa de iglesia. Por
lo demás, a la propia Iglesia no le era fácil digerir y asimilar a los jocistas, orgullosos como estaban de ser
obreros católicos, no el ornato laboral de la Acción Católica, entonces en
mantillas. Me siento orgulloso de comprobar, cuando lo releo muchos años
después, que acerté en mis pronósticos de 1948, gracias -entre otras cosas- a
que no pretendía disimular ni ocultar nada, a diferencia de lo que intentaba
con los académicos. Así, entre otras
cosas, recogía lo siguiente:
-
Como
es sabido, la J.O.C. castellarense surgió hacia 1925, en el ámbito del convento
de los Jesuítas, con intenciones marcadamente lúdicas y recreativas.
Posteriormente, la influencia de movimientos similares más concienciados del
extranjero (particularmente, Francia y Bélgica) y la reacción frente a la
irreligiosidad de la República, les dio un carácter combativo y de reivindicación,
siempre con predominio del aspecto espiritual, y muy alejados de los llamados
sindicatos católicos o amarillos. De
hecho, durante nuestra Guerra, los jocistas
lucharon y murieron como cualesquiera otros ciudadanos, sin integrar, ni
integrarse, en unidades o bajo banderas voluntarias, ni promover o participar
en actos de particular violencia en la retaguardia.
-
A
partir de 1939, siempre bajo la dirección de las jerarquías seglares de su
primera época, pero ahora con numerosos consiliarios del clero secular, la
J.O.C. ha alcanzado en Castellar un volumen comparativamente muy superior al de
otras ciudades de España, como Barcelona o Bilbao, aunque están menos relacionados
con movimientos extranjeros. En este aspecto pueden estar tranquilos los
Sindicatos oficiales. No obstante, poco a poco, el carácter lúdico y cultual de
las actividades jocistas va
encaminándose a sectores más comprometidos: escuelas de aprendices, periódicos,
conferencias sobre temas económicos y laborales, etc. Se calcula en tres mil el
número de jocistas de Castellar y
provincia (1.800 hombres y 1.200 mujeres), siendo de 3.900 ejemplares la tirada
de la revista mensual que publican, llamada J.O.C.
-
Lo
destartalado y poco funcional de los locales que actualmente ocupan en la calle
Leonardo Moreno hace suponer que lleven adelante sus propósitos de trasladarse
en un futuro no inmediato a nuevas instalaciones, al parecer, anejas al
Santuario del Sagrado Corazón, donde se les cedería gratuitamente el terreno
necesario. Indirectamente, ello podría significar el desahucio de la Academia Atenea, si sigue existiendo
para entonces.
-
De
todo lo expuesto, así como de numerosas conversaciones y entrevistas con jocistas y sus Consiliarios[14],
me permito concluir que la J.O.C. puede llegar a ser un serio obstáculo al
monopolio del que disfrutan legalmente los sindicatos nacionales. La propia
expansión de la J.O.C. -poco extendida hasta ahora en España- y las relaciones
que consolide con las Autoridades de la Iglesia, y estas con las del Estado,
darán las pautas para el futuro de esta problemática.
***
Como se deduce de
los textos precedentes, mis informes del año 48 procedían mayormente de las
charlas y confidencias de las personas a las que frecuentaba. Los datos
administrativos y contables habían sido ya obtenidos en el último trimestre del
año anterior, con la inestimable colaboración de Volo, fuera del horario de apertura. La verdad es que no tuve
ninguna dificultad para ello, ni siquiera en el campo de las confidencias. El
ambiente familiar que allí se respiraba, unido a la trapacera presentación que
de mí hizo el expresado guardia, evitó el muro de silencio que los desafectos
del Régimen levantaban frente a las personas a las que no conocían. Hubo
excepciones, Asdrúbal entre ellas,
pero figuras clave, como don Rafael, el profesor Cantero o Ataúlfo, el gran
conseguidor, no observaron para conmigo ninguna circunspección.
Con todo, hubo
alguien que se me cerró en banda, de forma tan llamativa, que no pudo menos de
llamar mi atención. No tardé en sospechar fundadamente que Volo podría tener la culpa. Él mismo me lo había confesado: a la
chica de la oficina le había dicho que tuviese mucho cuidado conmigo. Yo creí
que se trataba de una broma, pero no. Estuve tentado de ponerle una conferencia
y exigirle una aclaración; mas lo pensé mejor y decidí descubrirlo por mis
propios medios, con la cooperación de la propia Charo, por supuesto. A fin de
cuentas, ¿para qué valía un policía de los
de entonces si no era capaz de hacer
hablar a una chiquilla de dieciocho años?
5. Cuatro pasos por la nubes
El segundo piso
del caserón de la J.O.C. era una especie de desván aguardillado, que se
comunicaba con el piso principal por una escalera casi de caracol, construida
en una esquina del edificio. La mayor parte del espacio había permanecido sin
tabicar y servía a la sazón para almacenar, sin orden ni concierto, muebles
rotos, material didáctico obsoleto y juegos descabalados. Siempre tuve la
sospecha de que, en algún lugar de aquel maremagno podrían hallarse escondidos
restos de las pasadas glorias o lujos de la familia noble que habitó antes el
palacio. Que Volo tuviese en el
recibidor de su modesta casa una cornucopia en palosanto al natural con espejo
de azogue, no hizo sino confirmar mis conjeturas, que traté de confirmar en el
tiempo de mi suplencia. Lo único que pude hallar con olor a antiguo fue una
mesa de billar, con una pata quebrada y el tapete parcialmente arrancado.
Al final de la
escalera, unos simples tabiques de panderete cerraban y distribuían un pequeño
ámbito que, por las señas, debió aparejarse para vivienda del portero, aún en
poder de los iniciales propietarios, cuando la planta baja se alquiló a tiendas.
Caída en desuso como morada y precisando las academias de todo el espacio de la
planta principal para clases y salas, se había instalado allí la oficina y
archivo de la Atenea, recibiendo luz
natural de dos ventanas de piñón tejado, cuyos cristales caían a haces de la
fachada a la calle Leonardo Moreno. Para evitar el acceso indeseado de los
alumnos, cortaba el paso de las escaleras una puerta cerrada con llave, salvo cuando
la administrativa estaba en disposición de atender al público, lo que suponía
no más de dos horas diarias, salvo en días de cobro.
Entre mis deberes
como ordenanza, estaba el de llevar y recoger el correo hasta la no lejana
oficina de la Rinconada, lo que hacía a toda prisa en las horas extremas de mi
jornada. Por razones de seguridad, también tenía que acompañar a la oficinista hasta
el Banco Castellano, siempre que hubiese de realizar una imposición o
extracción de fondos de cierta importancia. Fuera de esos motivos bien
fundamentados, cualquier intento por mi parte de coincidir o charlar con la
joven resultaba ajeno a mis ocupaciones como ordenanza, aunque pudiera resultar
interesante para las policiacas.
Seguro que nadie
me creerá si afirmo que mi interés por Charo brotó antes de que la conociera
personalmente, y su dulce belleza no hizo sino confirmarlo. Claro que yo tenía entonces
veintitrés años y era bastante -demasiado- romántico. Pienso que, aunque la
chica no hubiese resultado tan agraciada, las referencias de Volo la habrían convertido en mi Dulcinea.
(De todos modos,
para completar las alusiones de Felipe Duplá a la gentileza de Charito,
incorporo al texto una fotografía que de ella me facilitó una sobrina nieta de
aquel. Lamento que mi interlocutora se negase en redondo a señalarla entre el
grupo. Solo me dijo sibilinamente: es la
más atractiva. Así que juzguen ustedes. Y prosigo con el relato de don
Felipe)[15]
Por lo demás, la
presentación en ausencia que me
habían hecho no tenía nada de especial. Charo era la hija menor de un diputado de Azaña[16],
a quien habían fusilado en noviembre del 36, dejando a su familia en la calle,
como quien dice. Viuda e hijos habían ido capeando el temporal como buenamente
pudieron. La benjamina, a punto de abandonar la escuela, había recibido como
una bendición la apertura de la Atenea,
donde fue recibida gratuitamente. Don Rafael había insistido en que aprovechara
para cursar el bachiller por libre, pero la chiquilla se había negado, alegando
la urgente necesidad de ingresos que tenía su familia. Así que obtuvo con
brillantez el certificado de Estudios Primarios[17]
y, de continuo, pasó a seguir cursos de mecanografía y contabilidad en Estudios Castilla, cuyo director era
amigo de uno de sus hermanos. Ahora Charo, por las mañanas, trabajaba de secretaria para la Academia y, de
tardes, se había colocado en una importante agencia de seguros.
Aparte estos datos
objetivos, Volo se hacía lenguas de
las prendas de la joven, en particular, de la deferencia con que lo trataba (a mí, el último mono de la academia) y,
para acabar de perfilar tan favorecedor retrato, me habló de su belleza y de los
muchos desaires y algún desengaño amoroso que había sufrido, según él, fruto
del egoísmo y la maldad que había legado la guerra:
-
Ya
ves, como si el dinero lo fuera todo y los hijos heredasen los defectos de los
padres.
-
¿Qué
defectos, Volo? Si los victoriosos hubieran
sido los rojos, el color escarlata estaría de moda.
Pero el guardia no
entró al trapo rojo. Seguía con su
preocupación por la niña, como si
hubiese sido suya:
-
Figúrate.
Habría podido casarse con cualquier hombre importante pero, lo que es ahora…
-
¿Qué
entiendes tú por importancia, Volo?
Yo andaba buscando
la polémica, pero Volusiano no estaba por la labor:
-
A
buen entendedor…
***
En el anterior
trimestre, aprovechando la facilidad de acceso que me proporcionaban las llaves
de Volo, había obtenido a deshora
cuantos datos económicos y administrativos precisaba para mis informes sobre Atenea. Por tanto, ahora eran otros los
motivos que me llevaban a intentar conversar y a ganarme la confianza de Charo,
pero todo era inútil. Mi presencia parecía ponerla en tensión y, cuando no
tenía más remedio que hablarme o aceptar mi presencia tutelar, era lacónica y
abreviaba en lo posible.
Desconociendo lo
que Volo podría haberle dicho de mí,
procuré erosionar la credibilidad del guardia, de manera ambigua y no muy
peyorativa para él. Aproveché un día, de camino hacia el banco:
-
He
recibido carta de Volusiano y me da recuerdos para usted -aunque, por razón de
edad, me costaba trabajo hacerlo, me sentía obligado a emplear el tratamiento-.
-
Es
muy amable, respondió. Si le contesta, dele a su vez mis saludos.
-
Descuide.
Y eso que estoy molesto con él. ¿No sabe lo que le dijo de mí a don Rafael?
Charo hizo un gesto negativo con boca y
hombros.
-
Pues
que era un tarambana y un culo de mal
asiento -con perdón-. Él es así
-proseguí al cabo de unos instantes-. Como es tan recto, querría que yo fuese
perfecto y, como usted puede comprobar, estoy lejos de serlo. De hecho, pocos
jóvenes lo son, aunque siempre hay excepciones, como es su caso.
La muchacha
enrojeció y yo comprendí que había exagerado el elogio. Así que, antes de que
me respondiese con disgusto, añadí:
-
Y,
en ocasiones -sobre todo, cuando está alegre-,
se vuelve un bromista de tomo y lomo. Sin ir más lejos, hace un par de semanas,
se encontró con mi patrona y le dijo que poco le iba a durar el huésped, pues
estaba a punto de casarse con una chica de su pueblo.
Charo dio un
respingo, que me hizo comprender que iba por el buen camino.
-
Como
lo oye -proseguí-. Y, lo que yo digo, estas bromas confunden y me hacen
desmerecer en el concepto de quienes no me conocen bien…, como puede ser el
caso de la gente de la academia.
Por si acaso no
habían ido por ahí los tiros de Volo, cubrí otro sector:
-
Como
lo de decir que me gustaría ser policía, con lo que habrá sufrido don Rafael
por causa de ellos.
-
No
hace falta ser tan sabio como don Rafael para saber que cualquier trabajo puede
hacerse bien o mal, según sea la persona.
La hubiese
abrazado, de haber podido, pero tampoco era cosa de ahondar en aquel tema tan
candente. Cambié hacia lo sentimental:
-
¡Qué
hombre don Rafael! ¿Lo conoce usted mucho? Fuera de la oficina, quiero decir.
-
Soy
algo amiga de sus hijas -disimuló-… Pero, entonces, usted está a gusto en la
academia…
-
¡Huy,
encantado! Casi todos me tratan de
maravilla.
-
…
Y no lleva a mal que ciertos profesores sean…
-
¿Desafectos? Verás, -perdón- verá, Charo,
en Barcelona nos hicieron sufrir, primero, los rojos y luego los azules y los
caquis. Para mí no hay más diferencia esencial que la de víctimas y verdugos.
Y, cuanto antes pasemos página, será mejor. ¿No le parece?
Estábamos a punto
de llegar a destino. Apuntillé a Volusiano:
-
Espero
que me crea todo cuanto le he contado, coincida o no con lo que Volo pueda haber ido diciendo de mí por
ahí. Yo creo que la aprecia mucho y no quiere que ningún desconocido pueda
hacerle daño.
-
Ya,
pero ¿por qué iba usted a perjudicarme?... No lo entiendo… A lo que parece, el
señor Volusiano me considera todavía una niña.
Le abrí la puerta,
dejando que me precediera hacia el patio de operaciones. Al pasar por delante
de mí, le susurré:
-
No
es el primero que confunde a una chica sencilla y dulce con una niña.
A la salida,
después de haber depositado el dinero en el banco, por vez primera se dejó
acompañar en el corto trayecto que había hasta su casa. Todo lo más que dijo
fue:
-
No
hace falta que me escolte. Solo llevo tres cincuenta en el monedero.
Me lo había puesto
a tiro y no lo dejé pasar:
-
Lo
valioso no es el monedero, sino su portadora.
Vamos, todo un
clásico de la trivialidad.
***
A partir de aquel día, las relaciones entre
nosotros fueron plácidas y cordiales. Por propia experiencia, así como por la
lección número uno de táctica con las chicas, decidí no agobiar a Charo, ni
mostrarle muy a las claras mi creciente interés por ella. Un trato deferente y
afectuoso me parecía la clave para llegarle al corazón, según lo que Volo me había contado de ella y cómo
respiraba la muchacha ante su inmisericorde postergación, fruto de la guerra.
Y, a propósito del malévolo Volusiano, hice varios intentos cerca de Charito
(ya habíamos empezado a tutearnos) para que me revelase las maldades que sobre mí había deslizado.
Fue en vano. La joven sonreía y tan solo me tranquilizaba:
-
Eso
ya quedó atrás; puedes estar seguro.
Los días pasaban y
mi suplencia estaba a punto de expirar. Aunque estaba muy cansado, ahora ya no
deseaba el regreso de Volo, al menos,
mientras no diese un paso decisivo en mis relaciones con Charo. Temía que fuera
capaz de descubrir mi profesión y propósitos académicos, y que, en consecuencia, todo se me fuera al traste. Se
imponía una medida urgente y drástica, y a fe que fue muy llamativa: en aquel
1948 cumplí años dos veces.
Me explico: Yo
vine al mundo un 16 de abril, pero esa fecha de cumpleaños resultaba demasiado
tardía para mi propósito. Se me ocurrió adelantarla estratégicamente al sábado,
21 de febrero, para así camelar a Charo. A juzgar por el resultado, acerté.
-
¡Qué
cosas tiene la vida! -comencé-. El sábado es mi cumpleaños y no tengo con quien
disfrutarlo.
-
Ya
sé que tienes a la familia en Barcelona -adujo Charo-, pero ¿y amigos? Alguno
habrás hecho desde que estás en Castellar.
-
Llevo
poco tiempo y, entre estudiar y trabajar… En fin, otro año será mejor. Claro
que los veinticuatro solo se cumplen una vez en la vida.
La cosa estaba
produciendo efecto: Charo tenía la mirada baja y el gesto compungido.
-
Bueno,
la verdad es que sí tengo una amiga, pero no me atrevo a proponérselo, por no
llevarme el disgusto de que me rechace.
-
No
veo por qué. Total, el no ya lo tienes.
-
Seguro
que por ella -proseguí- no habría problema: es muy afectuosa. La dificultad
viene de que tendríamos que salir solos y, claro, no sé si le parecerá un poco
comprometedor.
Charo estaba in albis:
-
Todo
depende de a dónde vayáis. En fin, si vais a ir a dar un paseo y quieres que os
acompañe durante un rato…
-
No
solucionaría nada porque…, porque la amiga a quien estoy deseando invitar a mi
cumpleaños eres tú.
Permaneció
suspensa por unos momentos y luego rompió a reír. Por mi parte, fingiendo una
seria solemnidad, pregunté:
-
¿He
de entender, señorita, que su hilaridad significa que acepta usted mi
invitación?
Charo, conteniendo
aún la risa, me respondió de forma similar:
-
En
efecto, caballero, y le quedo muy agradecida.
***
Desde las
carteleras del cine Roxy, un
espadachín enmascarado, todo vestido de negro, tiraba una estocada que atravesaba
una enorme zeta roja[18].
Esa habría sido mi opción fílmica, si no fuera por no juzgarla del agrado de mi
valiosa acompañante, por no hablar del guirigay masivo de una sala llena de
chiquillos. En El Noticiero de Castellar
venía la crítica muy favorable de una película italiana, que parecía el colmo
de la sensibilidad y el buen gusto -y, además, no era tolerada para menores-. El título me sedujo desde el primer
momento: Cuatro pasos por las nubes[19]. Yo me conformaba aquella tarde con dar
tan solo el primero.
Quedamos en los
soportales, a pocos metros de su casa, pero fuera de la visión desde los
balcones. Con su cabello suavemente ondulado, discreto maquillaje pero intenso
rojo de labios, abrigo suelto color cereza, guantes y zapatos de tacón negros,
parecía una reina. Un discreto bolso de cocodrilo, con marco y cierre dorado,
completaba su atuendo. A su lado, me sentí como el patito feo y por un momento
deseé haber vestido el uniforme de gala de inspector de policía, con su gorra
de plato, insignias y galones, que me habría dado, a la vez, prestancia y
centímetros.
Un poco tensos,
iniciamos el camino hacia el Teatro del
Campo, donde proyectaban la famosa película de Blasetti. De entrada, solo
me atreví a decirle algo así como lo guapa que estaba. Recuerdo perfectamente
su respuesta:
-
Mi
madre, con ayuda de sus hijas, se ha convertido en una buena modista y mi
hermana Piluca trabaja en la perfumería La
Moderna. Así que todo queda en casa.
Poco a poco, me
fui relajando, a base de ponerla en antecedentes de lo que íbamos a ver. Fui
tan prolijo, que me preguntó:
-
¿Pero,
tú ya has visto la película?
-
No,
mujer -repuse-. Solo he procurado enterarme de qué va, para procurar acertar
con tus gustos.
-
No
siendo de violencia o de miedo, me lo suelo pasar bien con todas. Además, voy
con mis amigas, que son muy divertidas.
Me quedo con ganas
de exponer aquí el argumento de Cuatro
pasos por las nubes, pero se puede encontrar en muchos libros, aparte de
que hicieron una nueva versión muy similar, pocos años después[20].
Algo tendré que reflejar, para que pueda entenderse nuestra charla ulterior y
la repercusión que lo que hablamos tuvo más tarde en nuestras vidas. El tema es
el empleo de la mentira con buena intención, vale decir, para suavizar
tensiones y aplazar problemas. En la película, desde mi punto de vista, el
generoso objetivo del engaño resulta, a la postre, innecesario y aún está a
punto de provocar mayores males y complicaciones; pero eso Charo y yo debimos
de pasarlo por alto, a juzgar por la clave del coloquio que tuvimos. Dijo así
ella, con mucha convicción:
-
Pasear
por las nubes, o por el paraíso, o por el país de la fantasía, me da lo mismo.
Después de tanta violencia y de tanta tristeza, prefiero la alegría y la
solidaridad, por engañosas que sean, a la cruda realidad que me está tocando
vivir.
-
Pero
es mejor que la felicidad sea cierta. ¿Por qué no va a llegarte? Te la mereces.
-
Ojalá
llegue… pero, mientras tanto, permitámonos unos pasos por las nubes…, cuatro
tan solo. ¿No crees?
-
De
acuerdo, demos el primero: Vayamos a merendar al Café del Norte.
De camino, en la
calle de San Diego, nos encontramos con dos chicas, que hacían el paseo en
sentido contrario. Charo se paró a saludarlas y, ante mi respetuosa detención a
unos metros, ella me hizo retroceder para hacer las presentaciones. Resultaba
que una de sus amigas era hija de don Rafael. Ella, muy jovial, apostilló:
-
Así
que tú eres el sustituto de Volo.
Pues qué quieres que te diga, Charo; yo creo que la Academia ha ganado mucho
con el cambio.
-
Es
solo por un mes, repliqué un poco secamente.
-
Ya
lo sé, hombre: era una broma. Felicidades por tu cumpleaños y que os divirtáis.
Tan pronto nos separamos, pregunté a
mi acompañante:
-
¿Entraste
a trabajar en Atenea por amistad con la
hija del director?
-
No.
Mi madre y la suya ya se conocían, de los tiempos en que sus maridos estuvieron
encarcelados en la Provincial de acá. Luego, Alicia y yo nos hemos hecho muy
buenas amigas, pero el cariño que me profesa don Rafael y la ayuda que siempre
me ha prestado han nacido de su relación con mi difunto padre.
-
Buena
persona, don Rafael. Parece mentira que se las hayan hecho pasar tan malas.
-
Y
todavía se las hacen pasar. Ahí lo tienes, sosteniendo a duras penas la
academia, trabajando como un burro y pasando muchas estrecheces.
-
¡Qué
me vas a decir! He estado varias veces en su casa.
-
No
sabía. Habla bien de ti pero no creí que te hubiera invitado a…
-
¡Oh,
no es eso! Es que le he llevado correspondencia urgente y hecho algunos
recados.
***
Habíamos llegado al Café del
Norte. Estaba prácticamente lleno y sumergido en una neblina tabaquera poco
grata para quienes no éramos fumadores. Pero había hecho reserva de una mesa
próxima al estrado de la música, todavía vacío. Charo solo pidió chocolate,
aduciendo una sospechosa falta de apetito, pero yo completé su pedido con un
suizo. Por mi parte, un café con leche y una apetitosa ración de tarta de
chocolate fueron el encargo. Mientras esperábamos, hurgó en el bolso y sacó una
cajita alargada, envuelta en papel azul marino, la cual me entregó con una
sonrisa:
-
Un
pequeño obsequio, por tu cumpleaños. Espero que te sea útil.
Abrí el envoltorio
y me encontré con una estilográfica negra, marca Kaweco[21].
-
¡Cielos,
Charo, esto es un regalazo! Te has excedido hasta tal punto, que no sé si debo
aceptarlo.
-
No
seas tonto. Solo prométeme que la usarás para todo lo que escribas. No hagas
como mi hermano, que el abogado con quien trabaja le regaló una Mont Blanc[22] y la tiene guardada en un cajón de su
buró.
Mientras dábamos
cuenta de la merienda, salieron los músicos y la vocalista que habían de
amenizar la velada. Ni la música caribeña ni el timbre de la cantora fueron de
nuestro gusto. Nos miramos con tácita coincidencia: entre el calor, el humo y
la discordancia musical, nos encontrábamos incómodos. Terminamos de comer,
pagué y salimos inmediatamente a la calle. Hacía frío pero nos apetecía pasear.
No eran ni las ocho.
Quizá por la
fuerza de la costumbre, tomamos el camino de la academia. Pasábamos por delante
de ella, cuando una voz femenina gritó a nuestra espalda el nombre de Charo. Se
saludaron cariñosamente y esta me informó:
-
Es
mi vecina Silvia Gobernado, una estupenda pianista, que nos alegra la vida a
toda la casa.
-
No
exageres, Charito: lo justo para ganarme la vida dando clases y tocando aquí.
-
¿En
la sala Bolero?, pregunté. Tengo
entendido que hay una orquestina muy armoniosa, no como el conjunto del que
acabamos de huir.
Charo le explicó.
Silvia sonrió y nos invitó a entrar:
-
Más
tarde cobrarán entrada para escuchar a una cantante venezolana, a la que
tendremos que acompañar, pero ahora la sala estará medio vacía y mis colegas y
yo tocaremos a nuestro aire, sobre todo, música vienesa, que es lo que nos ha
hecho famosos en Castellar. ¿Por qué no entráis? Por lo menos, no pasaréis
frío.
Aceptamos el
ofrecimiento. Silvia habló con uno de los camareros, quien nos llevó hasta una
mesa entre el entarimado de los músicos y la pista de baile. En efecto, el
local estaba en ese momento muy poco concurrido y el humo de los cigarrillos
era aún poco perceptible.
A los pocos
momentos, aparecieron los siete componentes del grupo. Me llamó la atención que
había tres violinistas, además de la pianista, el consabido batería, y dos
músicos de viento, de los que uno era el cantante, si bien ejerció poco de tal
en lo que estuvimos nosotros. Las piezas alternaban entre la balada, el bolero
y los valses puramente instrumentales. Aunque mis especialidades eran el
pasodoble y la sardana, las melodías sonaban tan tiernas y pegadizas, que me
levanté, hice una inclinación y dije a Charo:
-
Señorita,
¿quiere usted hacer la felicidad de un bailarín que, aunque pésimo, cumple hoy
veinticuatro años?
Ella asintió y se
dejó guiar hasta la pista, donde otras tres o cuatro parejas compartían el
espacio. Apenas la tomé en los brazos, en la forma suave y despegada que
entonces se estilaba entre amigos,
comprendí muchas cosas: que bailaba mucho mejor que yo; que llevaba un sencillo
vestido color topacio, de cuerpo camisero, con mangas hasta el codo, y falda de
airosos pliegues con amplio vuelo; y que nos iba a ser mucho más difícil
separarnos en la vida de lo que lo era al final de cada baile.
Llegaron las
nueve y media y Cenicienta tenía que
regresar a su casa. Para que no hubiera de hacerlo a la carrera y sin el
príncipe, nos levantamos ambos, hicimos un gesto de despedida a Silvia y, del
brazo, nos perdimos por las callejuelas del viejo Castellar. Unos minutos antes
de las diez llegamos ante su casa. Rocé fugazmente su mejilla con mis labios y
le dije:
-
¿No
sería posible cumplir años todos los días?
-
No,
pero sí lo es no cumplirlos.
No supe cómo
reaccionar. Evidentemente, Charo había leído Alicia en el País de las Maravillas[23],
pero yo todavía no.
6. La cruda realidad
El retorno de
Volusiano provocó la tempestad que yo ya me esperaba. A la segunda vez que me
vio a la puerta de la academia esperando a Charo, me mandó pasar adentro y me
echó una bronca:
-
¿Es
así como te tomas el trabajo? ¿Y cómo crees que se va a sentir Charito cuando
se entere de que eres policía y la has estado sonsacando?
-
Poco
a poco, señor civil retirado. Si
quieres que siga hablando contigo, tendrás que darme una explicación y una
disculpa de las barbaridades que le contaste sobre mí, antes de marcharte de
vacaciones.
Bien fuera por la
sorpresa ante mi impavidez, bien porque estuviera deseando sincerarse, me
contestó con claridad:
-
Pues
le dije que eras muy dado a enamoriscarte y bastante cotilla; que tuviera
cuidado contigo, pues ya tenías novia.
-
Ya
me lo figuraba. ¿Crees que es esa forma de portarse con un amigo o, cuando
menos, un compañero?
-
Oye,
oye, de amigo, nada y, en cuanto a lo de compañero, no me parece que un guardia
veterano tenga mucho que ver con un secreta[24]
recién salido de la Academia.
-
Muy
bien. Transmitiré al comisario, punto por punto, lo que acabas de decirme. Le
va a gustar mucho la ayuda que me estás prestando en mi servicio, incluso lo de
irte de vacaciones a mi costa y soltarle a don Rafael que me estoy preparando
para policía.
Volo plegó velas y bajó el tono,
mascullando algo sobre que estaba liando las cosas. Como Charo debía estar a
punto de bajar, concluí de forma condescendiente:
-
Comprendo
que lo hayas hecho por afecto hacia la chica, pero yo también quiero lo mejor
para ella y el caso es que también se ha encariñado conmigo. Encontraré la
mejor forma de revelarle quién soy y el momento más oportuno para ello. Pero,
como te entremetas de nuevo y te vayas de la lengua, no pararé hasta que te
echen de este trabajo.
Nada contestó mi
antagonista, si bien dicen que quien calla, otorga. No quedándome tranquilo, ni
mucho menos, comprendí que tenía que moverme pronto y bien, si quería evitar en
lo posible el disgusto y el enfado de la niña
que me tenía sorbido el seso. Me pasé toda la tarde dándole vueltas, hasta
dar con la presunta solución, que pasaba por los buenos oficios de don Rafael.
El
director-filósofo había estado muy cariñoso conmigo al despedirme. Y, aparte de
afecto, me había mostrado generosidad:
-
Como
me figuro que, por amistad, no vas a reclamarle a Volusiano remuneración alguna
por tu trabajo, voy a tener contigo una atención, en nombre de la academia.
Me entregó un
sobre abierto. Dentro iba un billete de cien pesetas, es decir, la mitad de lo que
mensualmente cobraba Volo. Ni que
decir tiene que el dinero voló, en interés y beneficio de la amada discípula de
don Rafael. Pero, ahora, tiraría de mis ahorros. Me encaminé a los soportales y
compré una preciosa boquilla de marfil y ámbar. Seguidamente, acudí a la casa
del profesor en la calle de la Fontana de Oro, con la esperanza de hallarlo y
poder hablar con él.
-
Has
tenido suerte, me dijo. Iba a salir dentro de un momento.
-
Si
quiere que vuelva mañana, o que vaya por la academia… Pero, la verdad, el
asunto corre un poco de prisa.
Me pasó al
despacho -única habitación que contaba con balcón a la calle- y nos acomodamos
en sendos sillones, cabe la amplia mesa, llena de libros y papeles sin orden
aparente. Empecé por lo de la boquilla.
-
¡Caramba,
Duplá, qué boquilla más preciosa! No tenía que haberse molestado.
-
Espero
que la use usted lo menos posible -bromeé-. Sería la mejor prueba de que habría
logrado dejar de fumar.
-
Lo
dudo mucho. A mis cincuenta y dos años es difícil abandonar las viejas costumbres.
Pero, ¿qué es eso urgente de que quería hablarme?
Pensé que lo mejor
era andarme sin circunloquios, entre otras cosas, por si el tiempo de visita
estuviera limitado.
-
Lo
mejor, don Rafael, será que me presente. Soy Felipe Duplá, inspector de policía,
encargado por mis superiores de informar detalladamente acerca de su academia y
de los Estudios Castilla.
El señor Tomillo
despegó ligeramente los labios y se me quedó mirando con extrañeza. Comprendí
que debía proseguir pues no iba a hacer comentarios:
-
Mas
no debe preocuparse. Las denuncias que se han formulado contra ustedes no
tienen el menor fundamento. Así lo hago constar en los informes que he de
presentar en la Jefatura dentro de unos días.
Solo entonces me
percaté del fallo de no haber llevado una copia de mis conclusiones.
-
Lamento
no tenerlo aquí, pero mañana se lo traigo a la hora que me diga.
Seguía sin obtener
respuesta. Concluí:
-
Se
trata de una actuación secreta pero me permito advertirle reservadamente, para
que esté al tanto de lo que algunos maquinan contra ustedes y puedan tomar las
medidas pertinentes.
Callé. Don Rafael
comprendió que nada más tenía por ahora que decirle, y habló:
-
Las
denuncias contra la academia y sus profesores no son nada nuevo. Llevamos con
ellas desde que la abrimos, va para seis años. Incluso estoy por asegurar que
acertaría los nombres de los denunciantes, si me los preguntaran. Y, en cuanto
a estar prevenido, no sé qué más podremos hacer que enseñar lo mejor que
sabemos, vivir en familia y no abrir la boca. De todos modos, le agradezco
mucho su deferencia y, por supuesto, nada tengo que disculparle, ni hace falta
que me presente el dossier: lo creo,
sin verlo.
Sonreí y exhalé un
suspiro, aliviado. Tal vez por ello, el profesor me hizo una importante
confidencia:
-
Bajo
la misma reserva que usted me ha pedido, le voy a contar algo, para su
tranquilidad. Acaban de comunicarme que han archivado por falta de pruebas el
sumario por pertenencia a la masonería, que me habían abierto hace años, a cuenta
de las denuncias falsas y malévolas que antes le refería. Así que, con eso y la
cancelación de mis antecedentes penales, nada impide que me autoricen el
reingreso en el Cuerpo de catedráticos. La cosa va por buen camino, siempre que
no me empeñe en volver a Legión, ni reclame plaza en Castellar. Vamos, que
acepte un destierro cerquita. De modo
que, si todo marcha como me han prometido, adiós a la Academia Atenea, lo que mucho me temo suponga el cierre de mi
querida y achacosa institución.
Dirigió la vista
al reloj de pared -yo pensé que para animarme a marchar-, pero prosiguió:
-
Con
tanta política, estoy olvidando las más elementales normas de cortesía. A esta
hora, mi esposa y yo solemos tomar un café con pastas. Le ruego nos acompañe.
Los dulces son excelentes. Los compro en Mota, cuando voy los jueves a dar
clase.
-
Con
mucho gusto, don Rafael, pero antes querría que acabásemos con todo lo que he
venido a contarle.
-
Bien,
pues usted dirá.
Como es de
suponer, se trataba del tema de Charito. De la forma menos apasionada posible,
le expuse nuestras incipientes relaciones, el recíproco cariño y esperanzas que
habíamos puesto en ellas y el pánico que sentía a causarle dolor y decepción,
cuando le revelase mi actuación policiaca. El profesor pareció estar bastante
al corriente de nuestras cosas, seguramente por su hija Piluca.
-
Charo,
aunque muy joven, es muy firme en sus sentimientos y convicciones -me dijo-.
Estoy convencido de que, explicadas las cosas con calma y sensibilidad, las
comprenderá y no se apartará de testimoniar el afecto que le profesa. Creo que
ha de ser usted quien le explique todo y cuanto antes, mejor. Una vez que haya
cumplido con su parte, yo puedo apoyarle, exponiéndole su caballerosidad para
conmigo y las inevitables obligaciones de su profesión. Siempre hemos dicho que
lo malo no es la función, sino los malos funcionarios, sean policías,
profesores o médicos.
-
En
efecto, así piensa ella.
-
Pues,
ánimo y adelante. Cuente conmigo… y con Piluca, que no hace más que decir la
buena pareja que hacen, aunque está algo mosca por no tener claro a qué se dedica
usted.
-
Lo
que se les escape a las mujeres, don Rafael…
***
El siguiente
domingo, 21 de marzo, era de Ramos. Poco interesado ahora en pasar unos días de
descanso en Barcelona, había demorado la entrega a Benítez de todos los
informes hasta el viernes anterior, justo a tiempo de cumplir con el límite
impuesto. El comisario recibió la documentación y dijo:
-
En
el último día, Duplá. Ya estaba pensando en sancionarlo.
-
Perdone,
comisario, pero el último día habría sido mañana, que es laborable y anterior a
la Semana Santa.
-
Anda,
anda, que te has corrido un semestre de ensueño, a costa de don Gedeón y demás
cantamañanas de denunciantes. Pero, eso sí, el próximo lunes ya puedes
presentarte en la comisaría de Mantuana, que aquí ya no precisamos de tus
valiosos servicios.
-
Me
dará un justificante y un informe para los jefes de allá…
-
Los
mandaremos por correo, que antes he de leer bien despacito todo lo que has
escrito. Por lo poco que abulta, no has debido de esforzarte mucho.
-
Hay
cosas, comisario, que no se miden al peso.
Así pues, el
Domingo de Ramos era el final de una etapa. Charo había estado bastante mustia
el día anterior y yo lo achacaba a mi inminente partida de Castellar, por más
que Mantuana estuviera tan solo a cincuenta quilómetros. Pensé que podría ser
un buen estado de ánimo para que no se indignara ni me abroncase, cuando me
confesara con ella. De todas formas, para animar el día, decidí repetir el plan
de la tarde de mi fingido cumpleaños: cine, merienda y baile. ¿Dónde
intercalaría la gran revelación?
Procuré que la
película fuese ligera y alegre. Escogí la espectacular Escuela de sirenas[25].
Hacía buen tiempo y, a la salida, sugerí que, en vez de tomar directamente la
concurrida calle de San Jacobo, paseásemos un rato por la Acera de los
Agustinos. El rostro serio de Charo, un poco crispado, me animó a exponerle la
situación en modo peripatético.
-
Tengo
que decirte algo y no sé cómo empezar.
-
Si
es lo que yo creo, no hace falta que te tomes la molestia, y ya puedo
anticiparte que te comprendo y que no veo problema para que sigamos con nuestra
relación.
La miré atónito;
tanto, que fue ella la que hubo de explicarse:
-
No
sé si debiera decírtelo pero, en fin, el caso es que don Rafael le contó a doña
Emilia lo que habíais estado hablando. Piluca lo oyó sin querer y le ha faltado
tiempo para decírmelo, con una insistente e innecesaria recomendación: que no
te lo tomara a mal. Ya sabes cómo es ella, práctica y lista como un rayo.
¿Sabes que me dijo?
-
…
-
Pues
que ahora que ya sabía que tenías un trabajo y que no era malo del todo, era el momento de hacernos novios formales y de que
yo saliese cuanto antes de las faldas de mi madre.
Me eché a reír,
liberado de inquietudes; antes de tiempo, como veremos. La propia Charo me puso
sobre aviso:
-
Tal
vez la cosa no sea tan fácil ni tan libre. Soy menor de edad y a mi familia no
les ha parecido nada bien que seas un policía y que lo hayas ocultado hasta
ahora.
-
Mujer,
ya contaba yo con que, de principio, no me mirarían bien. Con todo lo que
habéis pasado…
-
También
me lo figuraba yo, pero estaba tan ilusionada, que me sinceré con ellos en
cuanto me enteré por Piluca. Chico, qué disgusto. Mi hermana Paloma grita
mucho; luego, me da un par de besos y se le pasa. Pero mi hermano y mi madre…
En fin, vamos a tener que ser muy pacientes, hasta que vayan haciéndose a la
idea.
-
Claro,
mujer. Lo importante es seguir queriéndonos y no venirnos abajo por nada del
mundo.
Era más fácil de
decir que de soportar, pero aquella tarde los dos pudimos sentir la intensidad con
que se vive el amor, cuando la pareja arrostra unida las contrariedades.
***
Con esas
sensaciones agridulces, empecé mi auténtica vida de policía, sobre la que nada
diré, pues no viene al caso. Salvo que estuviese de guardia, el domingo tomaba
el tren para Castellar, donde Charo y yo pasábamos unas horas juntos. Si no
estaba libre, adelantaba el viaje a la tarde del sábado. Aunque ambos éramos
circunspectos y procurábamos abstraernos de los sinsabores del resto de la
semana, me daba perfecta cuenta de que estaba muy presionada en casa y no le
resultaba fácil que la dejaran salir para estar conmigo. En ocasiones, quedábamos
en las inmediaciones de las viviendas de sus amigas íntimas. Estas nos
acompañaban al cine y en algún tramo del paseo, por razones implícitas, que yo
comprendía perfectamente. A ciertos efectos, éramos cuatro a luchar y eso
reconfortaba a mi novia de tal modo, que yo les estaba muy agradecido a las dos
carabinas.
Avanzada la
primavera, optamos por escaparnos al Pinar, donde teníamos la casi total
seguridad de no tener algún encuentro indeseado con familiares o conocidos de
Charo. Yo traía de Mantuana algunas vituallas, preparadas por mi patrona en la
consabida cesta de mimbre, y un renqueante y atestado autobús nos llevaba y
traía de Castellar. La novedad se produjo el domingo, 30 de mayo, día de San
Fernando, al coincidir en la parada del Campillo con don Rafael, su esposa y
Piluca. Era una coincidencia totalmente prevista por Charo y, dicho sea de
paso, la primera vez que veía al profesor sin corbata. El objeto quedó muy
claro, ya en el pinar, cuando hizo un aparte conmigo.
-
No
creas que eché en saco roto - dijo- mi compromiso contigo. Para empezar, a
través de Piluca en realidad, apoyé ante Charo tu forma de actuar. Como
esperaba, no tuvimos el menor problema pues bien sabemos que está muy enamorada
de ti.
-
Lo
sé. Gracias, don Rafael.
-
Ya
que todo había ido como la seda, mi mujer y yo resolvimos hacer una visita a la
madre de Charo, cuando nos enteramos de que por ese sector las cosas iban
bastante peor. Y, en efecto, pinchamos en hueso, como quien dice.
-
Estoy
al corriente de la situación a grandes rasgos, pues a Charo se le pone un nudo
en la garganta, cada vez que le pregunto sobre ese tema.
-
Sinceramente,
Felipe, se me hace difícil de entender tanta cerrilidad. Mi esposa me dice que
tal vez ella actuaría igual, si a mí me hubiesen fusilado y un falangista
pretendiese a Piluca…
-
¡Pero
yo no soy falangista!
-
Por
descontado, pero así es como mal razonan muchos: si eres policía, o guardia
civil, es porque estás dispuesto a aceptar cualquier orden que se te dé, por
disparatada o criminal que sea. No admiten términos medios, ni el mal menor de
que, en teniendo que haber fuerza armada, mejor que posean la fuerza y las
armas unas personas respetables. En fin, no hay modo de cambiar por ahora ese
modo de pensar. Diez años son pocos, para lo gordo que fue aquello. Tal vez, con otra década…
-
¡Muy
largo me lo fiais!
-
No,
hombre. En el peor de los casos, a Charito le faltan dos años y pico para la
mayoría de edad… Pero déjame que te haga la disección de la familia Alvarado,
para que sepas el terreno que pisas, ya que tarde o temprano tendrás que
vértelas con ellos.
-
Por
mí, ya lo habría intentado, pero Charo no quiere que los visite.
-
Sí;
mejor esperar… Pues bien, imagina a unas personas que, de la noche a la mañana,
lo pierden todo; que se ven lanzadas al hambre, el miedo y el desprecio; que,
dilapidando su salud y con esfuerzo ímprobo, se abren un estrecho camino con su
trabajo manual; que no tienen otro capital moral que sus valores políticos, su
íntima unidad y su solidaridad a ultranza. Piensa, ahora, que a una de las
mujeres, la más frágil aparentemente, la vean alejarse y desligarse del hogar,
atraída por un policía, para ellos un esbirro del Régimen, quien, para mayor
escarnio, la ha enamorado ocultándole su condición. Ese es su punto de vista,
más que erróneo, subjetivo y egoísta, pues no tiene en cuenta la opinión de los
protagonistas, que sois vosotros. Bien, amigo Duplá, así están las cosas y ese
es el terreno en que habréis de jugar y ganar. De esto último creo estar totalmente
seguro. Que lo hagáis con el menor sufrimiento posible para todos, es mi
mayor deseo.
-
¡Qué
terreno para jugar, don Rafael!
¡Quién diría que la guerra acabó hace nueve años!
-
¿Estás
seguro de eso, Felipe? Yo lo pongo frecuentemente en duda, hasta que me doy
cuenta de que unos ganaron y otros perdimos.
-
Se
equivoca, profesor. Por lo que estoy empezando a ver, aquí perdimos todos.
Nos reunimos con
las féminas, a tiempo de recibir la reprimenda, por la tardanza, de doña
Emilia, que ya tenía sobre yerba y mantel una suculenta merienda. Ante mis
ponderaciones, la señora preguntó a su marido:
-
¿No
le has dicho, aquí, al joven lo que celebramos?
-
¡Huy!,
se me había olvidado… En efecto, Felipe, el jueves recibí la feliz noticia que
esperábamos. Vuelvo a ser catedrático y, a partir del próximo septiembre,
enseñaré Filosofía en el Instituto de Mantuana.
-
¡En
Mantuana!, exclamé. Entonces me tendrá por uno de sus oyentes.
-
¡Je!
Dame tiempo para entrenar, que estaré un poco oxidado.
-
¡Oxidado,
tú, que no has hecho más que dar clases, leer y escribir! -replicó indignada su
esposa-.
-
Mujer,
no es lo mismo perorar en una academia privada que disertar en un liceo
centenario[26].
***
Que nuestra guerra
civil había dividido a los españoles en vencedores y vencidos era cosa fuera de
toda duda. A mayores, la coyunda entre unos y otros estaba muy mal vista, como
los vencidos se habían encargado de recordar
a Charo. Faltaba que los vencedores me lo advirtieran a mí. Fue casi de
casualidad. Iba a casarse un compañero de la comisaría y, en el café, comentó:
-
Ya
tengo todo el papeleo hecho. Acaba de darme la licencia para casarme el
Comisario Jefe.
-
¿Cómo
dices? -pregunté-. Es que…
-
¡Mira
este!, saltó un tercero. Nosotros, y los guardias civiles, los militares y no sé
cuantos más. Menudo rollo me dieron porque el padre de mi mujer había combatido
con los rojos. Figúrate, qué iba a hacer, si le pilló el Movimiento en
Albacete…
-
¿Y
en qué ley dice eso?, insistí a riesgo de importunar.
-
Será
por lo de observar buena conducta y ser adicto al Régimen[27].
En cualquier caso, Felipe, nos lo exigen y basta. Así que mira a ver a quien te
arrimas.
Confirmado el
requisito, no era cosa de esperar que llegase el momento y encontrarnos con el
problema. No queriendo dar tres cuartos al pregonero en Mantuana, me dejé caer
por Castellar y me entrevisté con Benítez quien, por cierto, había dado muy buenos
informes de mí. Tal vez le moviese a ello que Atenea y Castilla cerraron
en el intervalo de pocos meses; la primera, definitivamente; la segunda, por
traslado de sus principales a Madrid, hartos de campañas de prensa e incordios
del malvado Gedeón.
-
¡No
me digas!, exclamó. Eres un tío puntilloso hasta el extremo. No te basta con
investigar las telarañas de la Atenea,
que ahora quieres casarte con la de la oficina.
-
Le
hablo a prevención, como a un amigo. La cosa está todavía muy verde.
-
Pues
menos mal, Duplá, porque a juzgar por algún precedente que conozco, el
historial de tu novia es como para que no te dejen casarte con ella. Y no solo
es cosa de su padre, sino de su hermano. Está de pasante con Ugarte.
-
No
lo conozco.
-
Pues
otro de la cáscara amarga, como tu investigado Astolfo Cantero, aunque algo
menos que el energúmeno de Castaño Rey. En fin, la cosa no tiene por dónde
cogerla.
-
Ni
aunque yo me fuera a trabajar lejos de Castellar…
-
Eso
no es disculpa.
-
¿Cuál
sería la sanción para el caso de que contrajese matrimonio sin permiso?
-
Si
solo fueras policía armada, a lo mejor se conformaban con un traslado forzoso a
las quimbambas, o una suspensión por uno o dos años. Siendo un secreta, te echarán del Cuerpo
definitivamente y te las verás negras para trabajar en muchas otras cosas.
En ese momento,
debió de haber pasado un ángel. Me quedé tan hundido, que Benítez tuvo lástima
e hizo por mí lo que un buen amigo:
-
Dices
que la cosa está muy verde; vamos, que no tenéis ninguna prisa.
-
¡Qué
remedio! La familia de ella pone toda clase de dificultades. Como es menor…
-
¡No
te fastidia, todavía con ínfulas! Bueno, en ese caso, yo veo una solución,
aunque no te aseguro el resultado.
-
Hable,
comisario. Haré lo que me aconseje.
-
Pide
la excedencia por dos o tres años. La chica llega a la mayoría de edad; os
casáis, sin informar a nadie; tenéis una criatura. Luego, pides reingresar. Ya
casado y padre, no creo que nadie se atreva a rechazarte por los antecedentes
de tu mujer. Ahí sí que podría ser importante que pidieras voluntario un
destino lejano y poco apetecible: tu Barcelona, por ejemplo. Y, conforme pasa
el tiempo, cada vez abren más la mano en estas cosas de la política. Ahí tienes
a don Rafael Tomillo, comiendo
caliente todos los días.
-
Dios
le bendiga, comisario. Pero, por favor, no me delate.
-
Descuida.
Ni tú a mí. Hay cosas que no deben enseñarse a los novatos, no sea que lleguen
a comisarios, aunque no valgan para ello.
***
Si todo lo que
cuento no fuese rigurosamente cierto, alguien podría dudar de la fantástica
casualidad con que voy a cerrar mi relato. En efecto, era muy fácil pedir la
excedencia por tres años, pero muy difícil mantenerse durante ese mismo tiempo.
Tuve la suerte de que, durante unos meses -hasta el final del curso 48-49- no
se cerrara Estudios Castilla, aunque
el director y parte del profesorado ya se hubiese trasladado a Madrid y abierto
una nueva academia, a mucha mayor escala -Ataúlfo del Águila seguía siendo un
osado-. Con muy pocas esperanzas, me presenté en la Casa Singer y hablé con
mi antiguo profesor de Comercio:
-
No
tendréis nada para mí. He pedido la excedencia en la Policía. Quizá podría
seros útil dando clases de preparación para la Escuela Nacional.
-
Aquí
vamos a cerrar, pero en Madrid estamos ampliando el negocio. Hablaré con Ataúlfo
y te daré razón.
Al cabo de unos
días, volví a pasar por Castilla. A
mi pregunta contestaron con otra:
-
Pregunta
Ataúlfo la razón por la que has pedido la excedencia.
Se la dije, no
fueran a creerla deshonrosa. Esta vez, la contestación fue concluyente:
-
Dice
Ataúlfo que, con ese motivo de la excedencia, te hará un hueco en Madrid,
aunque tenga que dejar fuera a su hermano.
Aquilino y yo nos
miramos de hito en hito durante unos segundos. Observé que estaba tratando de
contener la carcajada:
-
¿Qué
sucede?, inquirí. ¿He dicho algo gracioso?
-
No,
tú no. Es por lo que dijo Tufo: Que
estando tú de profesor, la academia no podrá llamarse Atenea. Lo suyo es que se denomine Afrodita.
7. Un final como Dios manda
-
¿Termina
así el relato de tu tío abuelo?, pregunté a mi amiga Carolina, que me había
dado a leer las páginas precedentes.
-
En
efecto. ¿No te ha parecido suficientemente largo?
-
Hasta
demasiado; pero ¿y el final?
-
El
final es el que mi tío Felipe quería transmitir: Cómo la posguerra envenenó
tanto como la guerra las relaciones entre españoles y que, a veces, los peores
fueron los que tenían que haber sido más comprensivos.
-
Ya,
y que los mejores lo fueron, no por sus valores políticos, sino por su sensibilidad.
-
Bien,
pues ya está. ¿Qué más quieres?
-
¡Qué
demonios voy a querer! Saber si llegaron a casarse Charito y Felipe. No
pretenderás que yo transcriba el relato dejando este tema en el limbo.
Carolina sonrió.
-
Vamos
a ver, hombre, ¿cuáles son mis apellidos?
-
Hernández
Alvarado.
-
Segunda
pregunta: ¿Apellido paterno de Charo?
-
Alvarado,
según creo haber oído.
-
Tercera
y última: ¿No te he dicho que Felipe Duplá era tío abuelo mío?
-
En
efecto… ¡No me digas más! Ya me ha quedado claro.
-
Entonces,
ya puedes darlo a conocer. Para mí, al menos, es una curiosa historia.
[1] Siglas de la Juventud Obrera Católica (o
Cristiana), movimiento internacional de espiritualidad de/para obreros, que
alcanzó notable importancia en España, aproximadamente, entre 1945 y 1970.
[2] Aniversario de la proclamación, en 1931, de
la Segunda República Española.
[3]
Conocida actriz cinematográfica inglesa (1911-1979). Su nombre real era Estelle
Merle O’Brien Thompson.
[4] Dark
Waters, película de 1944, dirigida por André de Toth.
[5] Acróstico de Red Nacional de los
Ferrocarriles Españoles, fundada en 1941.
[6] Expresión latina usada frecuentemente para
referirse a las Universidades, particularmente a aquella en que se ha
estudiado. A la letra, viene a significar madre
nutricia.
[7] Sindicato Español Universitario, único y
oficial durante gran parte del franquismo. Se había fundado en 1933.
[8] José
María Rodríguez Méndez (1925-2009), famoso dramaturgo español.
[9] Gregorio
Marañón y Posadillo (1887-1960), el más famoso médico español de la época.
[10] Empresa
italiana, famosa por la fabricación de máquinas de escribir, a partir de 1908.
[11]
La Singer Corporation es una empresa
americana líder en la fabricación de máquinas de coser, que inició en 1851.
[12] Denominación que, en la época de este relato,
tenían las pruebas para obtener el título de bachiller. Estaban reguladas por
Ley de 20 de septiembre de 1938 y los examinadores eran profesores de
Universidad.
[13] Nombre de la calle madrileña en donde
radicaba a la sazón la Escuela de Policía
Española.
[14] Nombre dado en la J.O.C. a los sacerdotes
ligados al movimiento que aconsejaban y dirigían espiritualmente a sus
miembros. Su nombramiento contaba con el beneplácito del obispado
correspondiente.
[15] Nota del autor, en su calidad de transcriptor
fiel del relato de un fragmento de la biografía de Felipe Duplá, tal como se la
contó Carolina Hernández Alvarado, sobrina nieta de aquel. La prometida
instantánea la tienen los lectores a continuación del inciso y está tomada a
Charo y un grupo de chicas que hacían juntas las actividades de Auxilio Social.
[16] Manuel Azaña Díaz (1880-1940), político
español, Presidente del Consejo de Ministros y de la República, en diversos
periodos de la II República Española. El padre de Charo sería diputado por Acción Republicana o por Izquierda Republicana, según que las
elecciones hubieran sido antes o después de 1934, respectivamente.
[17]
Título que acreditaba la superación con aprovechamiento de la Educación
Primaria, a tenor de la Ley de 17 de julio de 1945.
[18]
Habiendo consultado viejos carteles y programas de mano, no me ofrece duda que
se trataba de El signo del Zorro (The mark of Zorro), película de 1940,
dirigida por Rouben Mamoulian, que en España se estrenó muy tardíamente.
[19]
Quattro passi tra le nuvole, película
de 1942, dirigida por Alessandro Blasetti, cuyo estreno en España también se
hizo esperar.
[20] En vida de Felipe Duplá se estrenó una
película homónima en España (Era di
venerdì 17 / Sous le ciel de Provence), dirigida por Mario Soldati en 1956.
Después de su muerte, apareció una nueva versión, bastante diferente de las
anteriores: Un paseo por las nubes (A walk in the clouds), dirigida por
Alfonso Arau en 1994.
[21] La fábrica alemana de estilográficas Kaweco funcionó entre 1883 y 1981,
habiendo reanudado su producción tras la II Guerra Mundial, en 1947. A partir
de 1981, persiste la marca de fábrica Kaweco,
pero a cargo de otras empresas alemanas asociadas.
[22] Famosa marca de plumas y otros ítems, de
fabricación alemana, fundada en 1906.
[23] Originalmente, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, obra de Lewis Carroll
(primera edición, 1871), en cuyo capítulo VI se desarrolla el concepto y
celebración de los “no cumpleaños”. Se trata de la continuación de las Aventuras
de Alicia en el País de las Maravillas, del mismo autor, aparecidas en
1865.
[24]
Secreta o policía secreta era la denominación vulgar de los agentes del
Cuerpo General de Policía, para diferenciarlos de los uniformados, o Cuerpo de Policía Armada y de Tráfico (Ley de 8 de
marzo de 1941).
[25]
Bathing beauty, dirigida por George
Sidney en 1944, estrenada en España a finales de 1946 y repuesta en 1948, año
al que se contrae el relato.
[26]
Efectivamente, el Instituto de la ciudad de Mantuana
empezó a funcionar en el curso 1845-46, aunque en su actual (2017) ubicación lo
hizo en 1908.
[27]
Con carácter general, Ley de 8 de marzo
de 1941, por la que se reorganizan los servicios de Policía (BOE de
08/04/1941), artículo 3º.
No hay comentarios:
Publicar un comentario