sábado, 4 de febrero de 2023

LA ESTRELLA DEL DARIÉN

 

 

La estrella del Darién

Por Federico Bello Landrove

 

     Se dice que quienes no conozcan la historia están condenados a repetirla. Yo añado: Y quienes la conocen muy pocas veces consiguen cambiarla. Si no, que se lo digan al profesor protagonista de la siguiente historia, que puede calificarse de policiaca, aunque presente muchas otras facetas de interés, como suele acontecer con mis relatos.

 



 

1.      Un manuscrito del siglo XVIII

 

     El profesor Norniella -Quique para sus conocidos- levantó la vista del documento en cuya traducción estaba enfrascado. El tiempo parecía volar en aquella tarde de primeros de mayo, como las golondrinas que aprovechaban el declinar del sol para sus labores de caza. Quique lamentó no hallarse al otro lado de la ventana, disfrutando de aquellas horas soleadas y plácidas, que tanto se habían hecho de rogar en una primavera particularmente lluviosa, incluso para el clima húmedo propio de aquella provincia norteña. Pero, por el momento, habría de seguir amarrado al sillón de su despacho, en el seminario de Derecho Penal de la Facultad. Y, aunque hubiese desaparecido por ensalmo aquella tragedia burguesa[1], con toda su secuela de notas de léxico y diccionarios de alemán, aún le habría tocado hincar el diente al rimero de exámenes pendientes de corregir, para dar a su debido tiempo las notas finales. Por enésima vez, brotó de sus labios susurrantes la queja de traductor, constantemente insatisfecho:

-          ¿Cómo me dejaría enredar por ese perillán de Salus y aceptaría este reto, tan complicado y tan inútil?

     Y es que, en efecto -concedámoselo al profesor Norniella-, de no ser por su superior, el perillán Salustiano Barcellina, nunca habría emprendido tan insufrible trabajo, por mucho que aquel malhadado manuscrito hubiese yacido en los anaqueles de una librería por otros doscientos años más, sin revelar su contenido, ni la posible identidad de su autor, al indiferente público de habla española[2]. Y no es que Norniella estuviera muy ocupado, ni que fuese insensible a la llamada de la literatura. La clave -y él lo reconocía- es que un par de cursos de la Universidad de Múnich, enganchado a la rutina del alemán jurídico, no le daban para asumir con soltura y garantía la versión al castellano de una obra dramática de doscientos años de antigüedad, trufada de florituras, con diálogos abundosos en extensos periodos, y salida de la mente de un escritor que empleaba el dialecto sajón, con alguna escapada por los cerros de Lusacia[3]. Así se lo había hecho saber a su catedrático, Salustiano Barcellina, pero este había insistido, hasta convencerlo:

-          A Mezger y compañía los puede traducir con diccionario cualquier estudioso[4], pero solo un verdadero conocedor del alemán puede atreverse con un literato, y de los de postín. Es el espaldarazo que necesitas -concluyó con malignidad- para triunfar en las oposiciones a cátedras, ante tanto cantamañanas que no pasa del guten morgen y el danke schoen[5].

     Quique le había replicado, a sabiendas de que tendría que ceder, como siempre que su jefe traía a colación las oposiciones. Le objetó:

-          Pero es que no sabemos quién es el autor y, por tanto, no puede decirse que sea postinero. Para mí que me engatusó aquel pobre Privätdozent[6], para poder comer caliente un par de días, gracias a mi candidez.

-          ¡Anda, anda!, no me vengas con milongas, que bien que presumías de tu hallazgo cuando volviste de Alemania. Además -vamos a ver-, ¿cuántas páginas tiene?

     Norniella bajó los ojos y la voz, algo avergonzado:

-          Treinta y dos, pero no sabes lo enrevesadas que son, empezando por la letra del amanuense. A duras penas he sido capaz de seguir el argumento y hacerme con el nombre y personalidad de los personajes.

-          ¡Qué exagerado eres!... Voy a ponértelo fácil -concedió Barcellina, con sorna-. Te traes el manuscrito al seminario y, en los ratos libres, te dedicas a traducirlo. ¡Y todavía más!: Hablaré con el Decano de Letras para que te publiquen la traducción en la revista de su Facultad, que es de las más prestigiosas de España. Así que manos a la obra y no me seas remolón.

     Y ahora, a un año de aquel confuso diálogo, hallamos a la víctima de la encerrona luchando denodadamente con el in-quarto, que contiene la tragedia en cinco actos titulada La estrella del Darién[7]. Van a dar las siete y el traductor forzado guarda los instrumentos de tortura y decide que le es imprescindible tomar un café antes de ponerse a impartir justicia a los alumnos de la Parte General[8]. Se escabulle para no tener que aguantar la compañía de Salus, cuyo palique le resultaría agobiante en este momento, y baja las escaleras con ánimo depresivo, imaginando para qué diablos soñar con el acceso a cátedras, si no piensa moverse de su amada ciudad de Prestancia y al bueno de Salustiano -que Dios guarde- le quedan treinta y tantos de ocupar la poltrona. En fin…

-          ¡Buenas tardes, profesor, ¿qué tal los exámenes? (Lo interpelan dos alumnos de segundo, que se lo tropiezan en el zaguán)

-          Todavía corrigiéndolos -contesta-, que hay que pensarse mucho las notas finales.

-          In dubio, pro reo, le replica el más descarado de los jovenzuelos.

-          In dubio, studium, sentencia Norniella, con una sonrisa irónica[9].

     Y allá que avanza por el patio el cansado profesor, camino de su asueto con cafeína. Es un buen momento para que atemos cabos y pongamos en claro los muchos temas a que nos hemos referido, como en un caleidoscopio. Y, como por algo hay que empezar, comenzaré por presentar ante ustedes a nuestro protagonista masculino quien, cómo estará de abatido, que pide al camarero:

-          Uno doble, con un chorrito de Fundador[10].

***

     Había tenido Quique la suerte de nacer en el año 23, cuando Primo de Rivera dio el golpe de Estado que lo elevó a la Dictadura; suerte, no por nada que tuviera que ver con ese general, sino por no haber tenido que combatir en la guerra civil, que vino a terminar cuando él, a trancas y barrancas, podía concluir su bachiller y tomar la decisión de seguir, o no, una carrera universitaria. Claro está que la última palabra la había tenido su padre, acreditado comerciante de ultramarinos, en la cresta de la ola del racionamiento y del estraperlo, después de las horas bajas con las estanterías vacías, cuando la guerra. Quique era el hijo mayor, tenía buena cabeza y, a fin de cuentas, para echar una mano en la tienda, o suceder en su día al patriarca, habían ido viniendo al mundo otros cuatro vástagos. Así pues, el chico de Isaías, el de La Tradicional, dio el salto a la Facultad de Derecho en los años más duros de la posguerra española, cuando, por mera ideología, unos profesores eran expulsados, mientras otros adquirían sus títulos y nombramientos por méritos de guerra. Ese fue el momento preciso en que Salustiano Barcellina, joven doctor, que había ampliado estudios en Roma junto a Arturo Rocco[11] y participado en nuestra guerra civil como alférez y teniente provisional, avanzase en su profesión a todo gas. Una buena tesis doctoral y algunos artículos poco relevantes en revistas de España e Italia, habían sido suficiente bagaje para sacar la cátedra de Penal en la Universidad de su tierra, Prestancia, que estaba vacante desde la ejecución de su anterior titular, en 1937.

      Quique, que era tan reservado como poco dado a la política, no dejaba de reconocer la evidencia de que Salus hubiese sido la persona que se había hallado en el lugar adecuado, en el momento oportuno. Con todo, lo respetaba y obedecía en el grado que imponían su superioridad y lo que, de hecho, le debía. No podía olvidar que, cuando acudió a él al terminar la carrera, en busca de consejo y ayuda, lo había acogido como el joven profesor ayudante que ha de haber en toda cátedra que se precie, logrando que le fuese concedida una beca patrocinada por el Banco Minero. Poco después, previendo la próxima jubilación del profesor adjunto, casi le había forzado a tomar lo que Quique llamaba la decisión de su vida: trasladarse a la ruinosa Alemania de su posguerra, para completar su formación y dar a la elaboración de su tesis doctoral el empaque y la vitola de -nada menos- Edmund Mezger, el maestro de Munich. De nada había servido -tampoco en este caso- la disculpa ofrecida por el joven ayudante, de no hablar una palabra de alemán y sudar la gota gorda para traducir algunas citas sobre temas penales. En un principio, Barcellina le doró la píldora:

-          Con mi formación italiana -le explicó- y la tuya de Alemania, podemos formar un dúo que para sí querrían otras facultades de más relumbrón que la nuestra.

-          Pero Don Salustiano -replicó Quique, que aún no lo tuteaba-, ¿cuánto tiempo voy a necesitar para soltarme en la lengua de Schiller y, no digamos, para aprovechar las clases y los seminarios de por allá?

-          Psé. Digo yo que, con un par de cursos, podría serte suficiente.

-          ¡Dos años!, exclamó Quique. ¿Y las clases? ¿Y de qué voy a vivir?

     Salus ya lo tenía cogido por la palabra:

-          De las clases tuyas, se ocupará otro ayudante que contratemos, respetándote en cualquier caso el puesto. Y, sobre el aspecto económico, entre un poco que suba el banco tu beca y otro poco que saques allí con cualquier trabajillo, podrás vivir como un príncipe. ¿O es que te crees que la Alemania de hoy tiene el mismo nivel de vida que la de antes de la guerra?

     Afortunadamente para Quique, el propietario de La Tradicional no estaba dispuesto a que su hijo se dedicara al mercado negro o desescombrara las calles. Hizo sus cuentas y concluyó que quinientas pesetillas mensuales no descabalarían el presupuesto familiar. De todos modos, Don Isaías fue prudente:

-          … Claro que, si te saliera un trabajo de profesor de español, o echar unas horas en alguna librería…

     Quique agradeció el rasgo paterno, siquiera matizado por tan optimista visión de lo que su hijo podría hacer en Múnich, fuera de estudiar. Creo que lo que más le extrañó es que, entre los trabajos decorosos, su padre no hubiese citado el de dependiente de ultramarinos.

***

     Fue una suerte para Quique el que, de buenas a primeras, se topara en sus días liminares de Múnich con un mentor, un guía y un casero, todo de una pieza. El doctor Rupert Knauss era uno de los más veteranos ayudantes del profesor Mezger, con quien mantenía una curiosa relación de admiración aparente y de velado desprecio. Caído en desgracia académica por motivos políticos cuando estaba a punto de lograr una cátedra, había optado por aceptar de buen grado su degradación y convertirse en un simple Privätdozent, a quien Mezger encargaba trabajos ocasionales o secundarios, que él completaba dando clases particulares en su casa a estudiantes adinerados en apuros para aprobar, o a aspirantes a la abogacía que preparaban los exámenes para colegiarse. Y fue a Herr Knauss a quien Mezger confió a Norniella, tras recibirlo muy cortésmente y valorar sus credenciales y cartas de presentación.

     Ya le extrañó a Quique que su preceptor le hiciese de entrada más preguntas sobre sus medios de manutención en Alemania, que no acerca del trabajo que había venido dispuesto a preparar en Múnich. No obstante, y muy agradecido a que, por el momento, Knauss empleara el francés como lengua común para entenderse, le manifestó con total sinceridad sus medios económicos, y hasta la felicidad que supondría para él que en la aduana no se pusieran trabas a los comestibles que su padre estaba dispuesto a mandarle desde Prestancia. Knauss le propuso que se refiriese a él con el apelativo de Doktor o Docteur, para significar brevemente la distancia en edad y dignidad universitaria que los separaba y, a mayores, le ofreció ocupar, por un precio muy razonable, una amplia habitación de su casa, que la muerte o el matrimonio de sus hijos había dejado libre, tiempo atrás:

-          Es casi un milagro -le confesó- que el edificio casi no haya sufrido daños durante la guerra. Claro que está algo alejado del centro de la ciudad, en la Karlstrasse, a poca distancia de lo que los bombardeos han dejado de los museos[12]; pero es un barrio muy tranquilo y acogedor. Además, dispongo de una buena biblioteca sobre temas jurídicos, que estaría a su total disposición, sin coste adicional.

     Quique aceptó la oferta, y a fe que no tuvo motivos sino para alabarse de su acierto. Casi sin salir de casa, tuvo la formación y los medios que en la Universidad le habrían escatimado sin duda, y en contacto con la señora Knauss y los familiares y amistades que frecuentaban la casa, pudo soltarse en la conversación en alemán de forma rápida. Una vez al mes acudía a entrevistarse con Herr Mezger, para darle cuenta de sus progresos con el Derecho Penal alemán y de los avances de su tesis sobre los elementos subjetivos del injusto[13] en el Código penal español. El catedrático, cortés pero poco expresivo, debió de considerar tales progresos como satisfactorios, dado que, para el segundo año que Norniella pasó en Múnich, la confió algunas clases prácticas y hasta una disertación sobre Derecho Penal español en el paraninfo de la Facultad, que el conferenciante consideraba el momento más comprometido y glorioso de su vida académica. Luego, al final de su estancia y por escrito, Mezger se explayaría de modo elogioso con su posgraduado de Prestancia, calificando de altamente satisfactoria la labor realizada, y augurándole para el futuro los mayores progresos en el currículo docente. El informe, debidamente enmarcado, colgaba de una pared del despacho de Quique, justo frente al ventanal de las oscuras golondrinas, que seguramente ya no serían las mismas que llamaban, jugando, a los cristales el día en que el elogiado llegó a la estación de Prestancia, procedente de Múnich, con la loa cuidadosamente guardada en una maleta.

     Pero nos habíamos quedado colgados -también nosotros- en la compleja relación de admiración y de desprecio que Knauss profesaba a Mezger. Hubieron de pasar muchos meses para que, en una distendida velada en su domicilio, aquel le revelase a Quique algo que tardaría bastante tiempo en ser conocido, y todavía hoy ponen en duda quienes, a diferencia del Privätdozent, no comprenden las relaciones complejas[14]. El anfitrión, tal vez con la ayuda de algunas copas de schnapps, resumió a su modo el diferente destino de Mezger y de él mismo:

-          ¡Ahí tienes a los Aliados! ¡Hacen una guerra horrenda para imponer la justicia en el mundo y ¿qué nos queda?! Yo, represaliado en su día por los nazis, malviviendo en un rincón oscuro de la Universidad, como antes del 39[15]. ¡Y, en cambio, el ilustrísimo profesor Mezger, sale del proceso de depuración de los nazis sacudiéndose el polvo de la chaqueta y vuelve a la cátedra, como si tal cosa!

     La Señora Knauss, que estaba sentada al piano, inició una de las Escenas infantiles de Schumann, con el obvio propósito de silenciar a su esposo. Este, aunque achispado, captó el mensaje y calló, tras concluir con amargura:

-          Claro que, como dice mi mujer, aún tengo que dar gracias a Dios por no tener por ahora cátedra en el cementerio…

-          … Como el anterior catedrático de Derecho Penal de Prestancia, completó Quique.

     Si nuestro prestancino hubiese tenido mejor información musical, habría captado que la improvisada pianista estaba respondiendo a su artístico modo, con la pieza Suficientemente afortunado[16], transcripción en re mayor de lo que acababa de recordar su marido.

***

     Eran los días finales de la estancia de Quique en Múnich. Con el curso acabado y el verano en el aire, los alumnos habían volado y, con ellos, los emolumentos indispensables para que la familia Knauss y su huésped pudieran mantenerse sin engordar la cuenta a crédito de los proveedores. Fuese esta la causa, o bien la inmediata partida de Norniella, es el hecho que Herr Doktor tuvo una ocurrencia, sin la que los hechos que narraré seguidamente habrían tenido un desenlace completamente distinto. Y así, una mañana en que Quique se hallaba en su habitación preparando el equipaje, Knauss apareció con gran sigilo, llevando en las manos un folleto con tanta devoción, como si fuera la versión original del Werther[17]. Le tendió el tesoro para que lo examinara y, mientras Quique cumplía con lo sugerido, el viejo profesor le explicó:

-          He observado el interés con que usted hojeaba los libros más antiguos de mi biblioteca. La verdad es que algunos de los que la formaban se perdieron durante la guerra y otros muchos -me duele reconocerlo- han seguido el camino de las librerías de segunda mano, o ahora reposan en manos de bibliófilos ricos, porque también los amantes de la cultura tenemos que comer todos los días.

-          Es lamentable tener que llegar a esos extremos -comentó tópicamente Quique-.

     Knauss prosiguió:

-          De los ejemplares que siguen obrando en mi poder, uno de los mejores y más queridos por mí es el que tiene ahora entre sus manos, con el que quiero obsequiarle en estos emotivos momentos en que usted se dispone a regresar a la patria y a saber si, dada mi edad, podremos volver a vernos.

     Quique intentó expresar su voluntad discrepante, tanto con el regalo, supuestamente tan valioso, como con la fatalidad de no reencontrarse en este mundo, pero su interlocutor no le dejó proseguir, a fin de explicarle la importancia de aquel viejo manuscrito, algo ajado, pero en buen estado de conservación:

-          Se trata de una obra teatral de mediados del siglo XVIII, de la que no hay constancia de otros ejemplares. Tal vez, la escritura sea de la mano de su autor, quien no llegase a verla representada. ¿Quién sería ese autor? Tengo muy fundados motivos para suponer que se trate de una tragedia del periodo juvenil del famoso Lessing[18], a quien seguro que usted habrá estudiado entre los grandes escritores alemanes del periodo de la Ilustración. Su lenguaje y estilo son inconfundibles para los conocedores de su obra. Es más, yo diría que en esta Estrella del Darién está el germen de la inmortal Miss Sara Sampson[19], teniendo para usted el valor añadido de que sus principales personajes son compatriotas suyos y buena parte de la peripecia se desarrolla en España.

     Estaba visto que Quique no podía desairar a quien había sido para él un verdadero padre en aquellos dos años de Múnich. Con todo, le parecía excesivo aceptar tan valioso regalo de un hombre en serios apuros financieros, máxime no teniendo él cosa alguna a mano con la que corresponderle, en amical intercambio. Por tanto, le contestó:

-          Siendo así, acepto emocionado su gesto, pero pongo como condición la de no enriquecerme con él en lo material, sino en lo cultural y lo afectivo. Le ruego, pues, que me permita abonarle lo que pagase usted por el manuscrito. Así el regalo no será material, sino del cariño que me demuestra, al desprenderse de él tan generosamente.

     Contra lo que esperaba Quique, Herr Knauss no ofreció ninguna resistencia a su deseo. Antes bien, maniobró con una habilidad que hacía suponer una cierta premeditación -más bien, una premeditación cierta-.

-          La verdad es -aseveró- que no me acuerdo con precisión de los marcos que me costó este muy probable lessing, ni la cifra exacta significaría nada en nuestros días, con lo que ha oscilado el valor de la moneda. ¿Qué le parecería que lo valorásemos en lo que importan tres mesadas de las que paga usted por su estancia en esta casa?

     Quique se quedó cortado, pues un desembolso tal, aunque ya tuviera pagados los billetes de tren hasta Prestancia, lo dejaba a la cuarta pregunta. ¡Adiós a los regalos de última hora que pensaba llevar para sus hermanos! En fin, no era cosa de regatear, tras haber sido el responsable de la conversión de un regalo en un quid pro quo. De modo que el joven cándido pasó así a ser propietario de una estrella, y el astuto Doktor podría tapar algunas de las goteras que los Knauss tenían por las tiendas del barrio. Quizás ahora comprendamos mejor las razones de fondo del profesor Norniella por sacar algún partido de aquel desconocido fragmento de la historia literaria de Alemania.

     Pero, para conocer el argumento del enrevesado manuscrito y saber qué o quién era la famosa Estrella del Darién, tendrán que pasar al siguiente capítulo, que este va resultando ya demasiado largo.  

 

Gotthold Ephraim Lessing

 


2.      Viejas y nuevas tragedias

 

     El retorno de Norniella a Prestancia tuvo algo de triunfal. Para la lectura de su tesis, el catedrático se esmeró, haciendo venir de Madrid a un famoso colega, para que presidiera el tribunal, junto al Decano de la Facultad local y a tres ilustres profesores de la asignatura de Derecho Penal; habiendo tenido, incluso, la gentileza, de excluirse del quinteto -según dijo-, no por razón de imparcialidad subjetiva, sino por reconocer que no soy yo quien verdaderamente ha dirigido la tesis, sino el maestro de Múnich, Edmund Mezger. El trabajo doctoral obtuvo la máxima calificación y pronto tomó la vía de una editorial especializada, para su impresión y difusión. Como suele ser habitual, de la tesis matriz se generaron una serie de secuelas, en forma de artículos doctrinales de corta extensión, que fueron accediendo a revistas españolas, alemanas e hispanoamericanas, hasta alcanzar un número suficiente para merecer a su autor la plaza de profesor adjunto, que oportunamente había quedado vacante por jubilación del anterior titular, a quien el propio Norniella, en su laudatio del viejo profesor Arias, calificó como una honrosa institución en el claustro de esta Universidad, ejemplo de entrega de toda una vida a su Facultad de Derecho, en los buenos y en los malos tiempos. Quizá imaginó ya Quique que estaba verbalizando su mismo autorretrato o, dicho de otro modo, adelantando lo que otro diría de él cuarenta años después.

     Enseguida se entabló entre Salus y Quique aquella armoniosa relación que, sin olvidar en ningún momento la jerarquía, sabía combinar con ella amistad y gratitud. Barcellina intuyó muy pronto que tenía en Norniella a un colaborador para toda la vida -por más que el dijera esforzarse por proyectarlo a más altas cotas, como lo exigían sus cualidades-; una persona seria y preparada, con la que podría contar para todo, no escatimándole elogios y atenciones. Claro que aquella armoniosa relación de vasallaje tenía un punto flaco, cual era que le remuneración de la adjuntía apenas permitía llegar a fin de mes, y eso, mientras su perceptor no tuviese otras cargas familiares. Quique, por ahora, era soltero. Es más: Salus infería del poco interés que su adjunto parecía mostrar hacia las mujeres una alta probabilidad de acabar siendo un solterón, cualesquiera que fuesen las razones íntimas de tan interesante destino. En resumen, que el astuto y bien relacionado catedrático se empeñó en colocar holgadamente a su colaborador, a la vez que lograba para sí una atractiva liberación de obligaciones:

-          Digo yo, Quique, que, con un profesor de tu nivel, lo mejor que podríamos hacer es repartirnos la tarea, no de modo vertical -como venimos haciendo en Prestancia-, sino en horizontal. Así, actuaríamos con total independencia de criterio y los alumnos sabrían perfectamente a qué atenerse y considerarnos por igual, sin hacer de menos al profesor adjunto.

-          No veo muy claro lo que sugieres -repuso Quique- con lo horizontal y lo vertical. Yo, en esto de la geometría… -bromeó-.

-          Quiero decir que, en lugar de repartirnos los programas, podríamos distribuir los cursos -aclaró Salus-. Tú, con tu técnica alemana, abrirías las puertas de nuestra asignatura a los novatos de segundo curso[20]. Yo me dedicaría a explicarles a los de tercero toda la teoría de los delitos de nuestro Código Penal. ¿Qué te parece?

     Quique no supo que contestar, por el momento. Salus aceptó posponer la decisión definitiva, pero no dejó de lanzar una idea de irresistible aceptación para el adjunto, a poco que la considerase y velara por sus intereses:

-          Yo creo que el que te encargues en exclusiva de la Parte General va como anillo al dedo para lo que voy a anunciarte… He estado hablando con Maximino Corredera sobre ti y tus apuros económicos, y me ha indicado la posibilidad de que trabajes para su bufete, llevando los asuntos penales, que a él le dan grima, pero que frecuentemente son inevitable consecuencia de los pleitos civiles… Yo que tú, iría a verlo y, a poco que concordéis, aceptaría tal colaboración, pues ya sabes que, como catedrático de Civil y águila del Derecho, Maximino es el abogado que más trabaja en Prestancia.

     Cuando salió del despacho de Salus, al bueno de Quique le daba vueltas la cabeza, tratando de valorar las novedades y de poner todos los datos en su sitio. El tiempo y la sensatez hicieron su trabajo y, para los inicios del siguiente curso, el joven profesor Norniella era el encargado de curso de Parte General y asociado del bufete Corredera para llevar los asuntos criminales en la Audiencia Provincial de Prestancia y ante el Tribunal Supremo. El dinero empezaba a afluir a la cuenta corriente en el banco de sus amores: aquel que había sufragado las becas de su formación académica. Pero el profesor Barcellina tenía aún otra idea genial para distinguir a su colaborador predilecto. Nombrado miembro del consejo de redacción del nuevo Anuario[21], difundió las presuntas notables habilidades de su adjunto para traducir textos y trabajos en alemán, proporcionándole la oportunidad de conseguir por esa vía nuevos ingresos, además del prestigio consiguiente. Era la época feliz de las relaciones con Salus, que podemos resumir en la frase con que Don Isaías aconsejaba a su hijo, cuando este le refería las bondades del catedrático para con él:

-          Hijo mío, tendrías que besar por donde él pisa.

     Pero aquella devoción no tardaría en empañarse. Veamos el porqué.

***

        Todo empezó a raíz de la misa funeral por el padre de Salus, fallecido repentinamente de un infarto de miocardio a los 65 años de edad, en Madrid, donde ejercía las funciones de catedrático de Derecho Procesal y vicerrector de la Universidad Complutense. El entierro se había llevado a cabo en la intimidad, por lo que en la misa de réquiem se volcó el todo Prestancia, como correspondía a la influencia y numerosísimas relaciones del finado y de su familia. La catedral apenas fue suficiente para acoger a tantos asistentes, que abarrotaron el templo y su aneja capilla de los Reyes. A base de acudir con media hora de antelación, Quique logró sentarse en un banco de los primeros sin reserva. Casualmente, unos momentos después que él, llegó su predecesor, el adjunto jubilado, Bonifacio Arias, quien tomó asiento a su lado. Por respeto a la ocasión y al lugar sagrado, los dos profesores solo se saludaron brevemente, no sin que Arias manifestase a Norniella su voluntad de charlar con él a la salida:

-          Va a haber tal tumulto en el pésame a la familia del final que, si nos perdemos de vista, nos encontraremos junto a la fuente de la plaza, advirtió Don Bonifacio.

     La tarde era lluviosa, por lo que la pareja de adjuntos pasó en un soplo, de la fuente de agua, a la de café del Rialto. Apenas hubieron tomado asiento, cuando Arias se explicó:

-          Sabes que te profeso un gran afecto desde que eras uno de los mejores y más respetuosos alumnos de la Facultad en tu tiempo. ¡Quién me iba a decir que serías tú quien hicieses mi panegírico a los postres de la comida-homenaje que se me ofreció con motivo de mi jubilación! Y, por supuesto, quien con todo merecimiento ocupa el que fue mi despacho durante más de media vida… Pero eso es ya historia. Lo que ahora me interesa es saber qué tal te va en ese erial cuartelero que es, desde hace un montón de años, nuestra Universidad.

     Comoquiera que Arias no se expresara en susurros precisamente, Quique miró en torno suyo con inquietud, no fuera que concitaran la atención de algún confidente. Don Bonifacio se percató de dicha preocupación y rebajó decibelios:

-          Perdona, me estoy quedando sordo y no controlo debidamente el volumen de mi voz. Además, con este guirigay de conversaciones…

     Quique optó por no hacer comentario y responder al interés de Arias por su marcha como profesor:

-          Pues me va muy bien -repuso-. Verdad es que la Facultad sigue poco más o menos como cuando usted la dejó, pero, en lo que a mí respecta, me voy abriendo camino y adquiriendo la experiencia y conocimientos que me permitan ser un digno sucesor de aquel de quien heredé título y despacho.

     Esta vez fue Don Bonifacio quien, aunque esponjándose, no quiso entrar a comentar el elogio de Quique.

-          No sabes lo que me alegro de que hayas encontrado tu camino. Por lo menos, habrá en Prestancia un penalista que haya merecido realmente el puesto que ocupa.

     Norniella se sintió incómodo de escuchar un juicio tan despectivo de su catedrático. Optó por defenderlo por el flanco más adecuado para ello:

-          Nadie es perfecto -afirmó-, pero Barcellina, sin ser un profesor magistral, es una persona amable con todos y conoce bien la asignatura.

-          No me has entendido -replicó Arias-. No me estaba refiriendo a lo poco o mucho que sepa Salus de Derecho Penal, sino a la forma en que se hizo con la cátedra… Y, en lo tocante a su trato personal, desde luego es muy aceptable…; sobre todo, si se compara con el del caballero a cuyo funeral acabamos de asistir. ¡Ese sí que, aunque fuese procesalista, habría merecido que lo acogiese el Derecho Penal, pero no como profesor, sino ¡como reo!

     Quique se quedó de una pieza. Por supuesto que habían llegado hasta él rumores de que Salus debía la cátedra a ser hijo de su padre y a su historial político y financiero. Pero, a fin de cuentas, el acceso a cátedras después de la guerra no había sido un modelo de justicia. Quien más, quien menos, la mayoría de los titulares de nuevo acceso se habían beneficiado de privilegios e influencias, empezando por el de encontrarse el escalafón medio vacío, de tantos predecesores como habían sido ejecutados o depurados, o habían tenido que exiliarse. Ahora bien, ¡de eso a que acabasen de rendir honras fúnebres a un criminal! En fin, por respeto a Arias, o por no entrar a debatir en un café atestado, optó por mantenerse en silencio, mirando al vacío. El viejo profesor comprendió que Quique tenía un mediocre conocimiento del tema al que se refería y optó por acrecentárselo.

-          Sabrás lo que le pasó a Don Teodoro Mucientes… -comenzó Don Bonifacio-.

-          ¿El anterior catedrático de Penal? -preguntó formulariamente Quique-. Desde luego: Lo ejecutaron cuando la guerra, por motivos políticos.

-          Por azañista[22] y por masón, para ser exactos. Y no lo mataron al empezar la contienda, en el criminal barullo que siguió al alzamiento militar, sino con todo refinamiento, en agosto de 1937, en consejo de guerra celebrado con gran aparato y publicidad, en el salón de actos de la Universidad, de la que era uno de sus claustrales más ilustres.

-          ¿Y qué tuvo que ver en todo ello el padre de Salus?, inquirió Quique, para llegar de una vez al meollo del asunto.

     Arias sonrió, como queriendo expresar su satisfacción por poder demostrar, al fin, ante este bisoño de buena voluntad la justificación de su aversión hacia aquel Práxedes Barcellina, recién fallecido. Apuró su taza de tisana y, con toda calma, explicó:

-          Los piques políticos entre Don Teodoro Mucientes y su colega Barcellina, a la sazón ambos en la Facultad prestancina, venían de antiguo y eran comentados en la ciudad. Por supuesto, se sabía que Mucientes tenía ideas de izquierdas, y no era nada difícil averiguar su adscripción al partido de Azaña, puesto que las listas de afiliados estaban documentadas, como también el pago de las cuotas. Pero lo de ser masón era más difícil de detectar, sobre todo, en quienes, como Don Teodoro, lo tenían como de adorno y no asistían a ninguna tenida. Seguro que lo denunció Práxedes Barcellina, que tampoco hizo ascos a informar pésimamente de su colega, aprovechando que lo habían nombrado decano de la Facultad a poco de triunfar aquí el Movimiento.

     Las cosas estaban claras, pero Arias estaba embalado y, tras pedir al camarero otro par de cafés, prosiguió:

-          Mira, hijo, aquella fue una época de encanallamiento y de cobardía, que a todos acabó pasándonos factura, aunque solo fuese delinquiendo por omisión; pero lo de Barcellina padre fue muy especial, pues no le movió a hacer lo que hizo la desavenencia política, sino la codicia pura y dura. ¡Vamos, la del décimo mandamiento![23]

     La cosa se ponía interesante, en opinión íntima de Quique; de modo que se quedó mirando fijamente a Bonifacio Arias, como esperando la continuación, que no se hizo esperar:

-          Los Barcellina proceden del concejo de Fredes, donde tenían una casería con ínfulas de casa solariega: ¡como que Práxedes imprimía sus tarjetas de visita con un soberbio De entre el nombre y el primer apellido! Aledañas estaban las propiedades de Carolina Argüelles, la mujer de Don Teodoro. ¡Esas sí que eran señoriales! ¡Menudo palacio rural las presidía, con capilla exenta y todo!

-          ¿No se tratará de la Quinta del Rebollar?, preguntó Quique, que la conocía de haber estado varias veces en ella, invitado por Salus.

-          ¡Justamente, amigo mío! Seguro que la has visitado, y ¿a quién has visto allí? ¿A quién pertenece ahora?... Pues ahí tienes la respuesta a tus preguntas y el motivo por el que estoy firmemente convencido de que, si hay infierno, en él estará asándose en este momento Práxedes, por muchas misas que le digan. Teodoro, fusilado; su mujer y su hija, expoliadas y forzadas a huir a Dios sabe dónde; un patrimonio secular, convertido en botín de un vencedor que solo ganó la batalla que otros lucharon por él. ¡Bah!, para qué seguir… Por hoy, ya has aprendido bastante… Y, a fin de cuentas, quizá sea mejor ignorar u olvidar, para no hacerse mala sangre. Yo ya no puedo, pero tú tienes toda la vida por delante. Contemporiza con Salus y dedícate a tus alumnos que, como diría un optimista, son la promesa para un futuro mejor… ¡mucho mejor!

     Arias hizo un gesto al camarero y de ninguna manera consintió en que pagara Quique la consumición. Sin más palabras, salieron a la calle, casi frente por frente del pórtico de la Universidad. Había dejado de llover. Bonifacio le apretó cariñosamente el antebrazo y se perdió, calle arriba. Quique se encaminó, en dirección opuesta, a su hermosa vivienda, alquilada gracias a un cambio de fortuna que a Salus debía. Le vino a la cabeza el axioma causa causae est causa causati[24] y, al propio tiempo, los dos cafés que acababa de tomar le produjeron un molesto ardor de estómago.

***

     Habremos de esperar un tiempo para que alguien le cuente a Quique lo que aconteció a la viuda de Mucientes y a su pequeña hija, luego de la ejecución de su deudo. Por ahora, él -como nosotros- habremos de contentarnos con lo narrado por Don Bonifacio Arias acerca de lo que he calificado en la rúbrica de este capítulo como nueva tragedia. Y, sin más dilación, pasemos a tratar de la vieja.

     La tragedia antigua era puramente de ficción, puesto que estaba recogida en el manuscrito que Norniella había traído de Múnich. Aquella Estrella del Darién[25] había resultado ser, a un tiempo, un nombre de mujer y el de una bellísima esmeralda, que el autor había supuesto que procedía de aquella región. Para uso de los pocos amigos que le preguntaban acerca de la tragedia que estaba traduciendo, Quique había confeccionado una sinopsis, que juzgo suficiente transcribir aquí, no solo para definir su argumento, sino también para comprender lo mucho que me queda por contar, si ustedes son tan amables como para escucharme. He aquí el citado resumen:

     Efraín Centeno, comerciante de Burgos, es denunciado a la inquisición como hereje y judaizante, por un vecino suyo, llamado Andrés de Fuentes, que ambiciona sus propiedades. Comoquiera que la denuncia tiene cierto fundamento, aconsejado por su familia, Efraín escapa a Sevilla y, desde allí, se embarca para el puerto americano de Cartagena de Indias, perdiendo las autoridades su pista. Será su padre quien sufra las consecuencias en su lugar, siendo ejecutado, entre otras cosas, por haber ayudado a la fuga de su hijo y no revelar a la Inquisición su paradero. Los bienes de la familia Centeno serán decomisados y vendidos en almoneda, rematándolos Andrés de Fuentes, que así los hará suyos.

     Una vez en América, Efraín Centeno cambiará de nombre, trabajará en las minas del Darién y allí se casará con una indígena, con la que tendrá una hija, llamada Estrella. Será a esa hija a quien, al morir, Efraín revelará su historia y le pedirá que lo vengue, viajando a España con tal fin. Para sufragar los gastos consiguientes, Efraín entrega a su hija una espléndida esmeralda, que logró escamotear en las minas en su juventud, y que ha estado puliendo y facetando cuidadosamente durante toda su vida. Estrella promete a su padre cumplir lo que este le pide, y a ello se apresta, tan pronto le da tierra.

     De todos modos, antes que arriesgarse a vender la maravillosa gema, prefiere ir ahorrando para el pasaje, a cuyo fin entra en Santa Fe de Bogotá al servicio de la mujer de un oidor, al haberse enterado de que este y su familia están en trance de regresar a España, para ejercer el mismo cargo en la Audiencia de Burgos[26].

     Una vez en la ciudad burgalesa, Estrella se informa de que el perverso Andrés de Fuentes falleció años atrás, siendo su hijo Santiago, aún soltero, quien disfruta por herencia de todos sus bienes. Ello genera en la joven la duda sobre la justicia de cumplir en el hijo la venganza que debería haber aplicado en el padre. Para resolver el dilema, Estrella hace por conocer a Santiago de Fuentes, para saber de su carácter y comportamiento. Del trato consiguiente entre ellos, surge un mutuo enamoramiento, lo que hace dudar aún más a la muchacha acerca de ejecutar, o no, el voto hecho a su padre. Finalmente, vencerá el deber de cumplir con el juramento y Estrella envenenará a su amado. El crimen provocará una investigación que, casualmente, se encomienda al oidor a quien la joven sirve.

     Acuciada por los remordimientos y estrechada cada vez más por las indagaciones del oidor, Estrella se suicidará, empleando el mismo veneno que suministró a Santiago. Previamente, machacará y reducirá a polvo la esmeralda que su padre le legó. En la copa de la pócima disolverá aquella arena verdosa, que ingerirá como símbolo de su propia perdición.

     Más de una vez se preguntó Quique si cuanto acabamos de recoger era propio de una tragedia burguesa al gusto de Lessing y del público de mediados del siglo XVIII o, más bien, de las espeluznantes obras de Shakespeare, con las que compartía el rasgo de ser los más tremebundos sucesos el fruto de nuestra culpa, y no de las estrellas[27], por muy del Darién que fueren. Luego, encogiéndose de hombros, seguía luchando por ser traductor, no traidor[28], por más que su alemán fuera tan justito:

-          ¡Qué se me da a mí -exclamaba, a solas- que sea de Lessing o del portero de su casa! El caso es dar satisfacción a Salus de forma digna y, luego, que la estrella vuelva al polvo de los siglos, del que nunca debió salir.

 

 

3.      La quinta del Rebollar

 

     El verano había llegado al fin y la familia Barcellina se aprestó a protagonizar la fuga de Prestancia, que era la forma jocosa empleada por Salus para referirse a aquella migración anual. En lo que la memoria de Quique alcanzaba, el suceso siempre implicaba los mismos desplazamientos: la mujer de Salus, Adelina, viajaba con los niños -ya no tan infantes- al Mediterráneo, para secarse y disfrutar de los baños de mar, mientras el cabeza de familia empleaba buena parte de las vacaciones en pasear por Europa, con la razonable disculpa de asistir a congresos y cursos varios, principalmente, en las universidades de Italia, país que lo entusiasmaba desde que lo había descubierto en su año de ampliación de estudios en Roma. A raíz de un congreso en Nápoles sobre delitos contra la familia, que comprobó no había existido, Quique empezó a sospechar que el profesor Barcellina aprovechaba los veranos para echar al aire alguna que otra cana, de las que empezaban a menudear en su bien cuidada cabellera; pero uno y otro eran prudentes y sabían guardar la debida reserva, incluso entre ellos.

     El día de la despedida, Salus preguntó a Quique:

-          ¿Tienes algún plan para este verano?

     Después de las últimas compras para la casa, el adjunto se hallaba bastante corto de dinero, pero optó por echar la culpa de su sedentarismo al trabajo:

-          No pienso moverme de Prestancia -respondió-. Tengo que dar los últimos toques a un par de artículos para el Anuario y la Revista de Legislación[29] y, por supuesto -enfatizó-, acabar la traducción de La Estrella.

     Salus simuló ponerse muy serio y apoyó tal compromiso:

-          Esto último, desde luego; pero no tiene por qué ser obstáculo para que salgas un poco y tomes el tonificante aire del campo. Coge todo lo necesario y vete a mi casona de Fredes. Estarás prácticamente solo y bien atendido por los caseros que ya conoces. Es más -aclaró-, me harías un favor, pues resulta que mi madre, por su reciente viudez, no quiere acompañar a Adelina y los chicos a la playa, ni estar recibiendo pésames y visitas cargantes en Prestancia: Total, que ha decidido recluirse todo el verano en la casona. Tú podrías hacerle algo de compañía y echarle un ojo, por si se pone demasiado mustia y entra en depresión.

     No le gustó el plan a Quique, pero no podía negarle a Salus el favor. Aceptó, pues, aunque matizando acerca de la duración:

-          De acuerdo -concedió-, pero no te aseguro permanecer en la casona hasta septiembre.

-          Eso no hace falta ni mentarlo -replicó Salus, con una sonrisa de oreja a oreja-. En cuanto hayas acabado tu tarea de traductor, puedes ir en busca de cualquier moza que te haga tilín, que ya te vale de soltería y publicaciones.

     Norniella no replicó, ni falta que hacía. Su mente estaba ocupada en hacer una lista del equipaje y libros que tendría que llevar a su estancia campestre, que a él se le volvía una aventura remota, por más que Fredes estuviese a media hora de Prestancia por carretera.

***

     La señora viuda de Barcellina no congenió con Quique. Con la suspicacia propia de los viejos, dio en pensar que aquel profesor adjunto jovenzuelo, era una especie de espía puesto por su hijo para controlar su estado de ánimo y movimientos. Hizo, pues, todo lo posible para darle esquinazo, desde comer en su habitación, a salir a pasear muy de mañana o a la hora de la siesta. Por lo demás, su paso firme y sus arranques de genio dejaban a las claras que sus deseos de aislamiento eran la mera fachada de un luto, que sobrellevaba conforme a las convenciones sociales, mas sin estar dispuesta a soportar a loas visitantes pelmazos ni a pasarse mañana y tarde en los Carmelitas, tocada con tupido velo, aplicando misas y rosarios en sufragio del alma de su querido esposo, quien a lo mejor no había sido tan querido, ni necesitaba tantas oraciones como se ofrecían por su eterno descanso. Total, que Quique dejó a la buena señora por imposible, con el beneplácito de Telva, la casera, poco dada a compartir con otros el cuidado de la casa y de sus amos:

-          Déjela, señorito Quique, que yo ya me encargo. Es muy suya y, ¡claro!, como no le conoce a usted…

 

Imagen idealizada de la Quinta del Rebollar

 

     En consecuencia, nuestro adjunto hacía vida a sus anchas. La mañana la ocupaba con sus trabajos académicos y la traducción; la tarde, en una siesta prolongada y una buena caminata por los amenos alrededores de la quinta. Raras veces se acercaba hasta Fredes, el pueblo que daba su nombre al concejo, para catar las excelencias del lugar: una sidra autóctona que, por supuesto, era la mejor de la provincia, y una cazuelina de callos, que cumplían a las mil maravillas la regla de la triple P: pequeños, picantes y pegañosos. Eso sucedía cuando lo acompañaba Senén, el marido de Telva, pues le era poco gustoso entrar solo en aquel chigre, por más que los circunstantes estuvieran dispuestos a pegar de inmediato la hebra con aquél mozo, que paraba en la Quinta del Rebollar.

     A diferencia de Telva, que era una lugareña de mucha retranca, Senén era un pacense que, durante la guerra, había ejercido de soldado asistente de Salus, a quien salvó más de una vez de caer herido o preso. Al concluir la contienda, el teniente provisional había llevado a Senén a Prestancia para que conociera la tierra y a su familia… Pero dejemos que sea él mismo quien se explique, tal y como lo hizo con Quique:

-          Hacía poco más de un año que Don Práxedes había comprado estas propiedades a su anterior dueña. La mayor parte de las tierras las arrendó a llevadores, pero quiso quedarse con el palacio -como él lo llamaba- y el terreno inmediato. Desconfiando de los criados de la antigua señora, los puso en la calle y, como quien dice, a mí me vino Dios a ver: un campesino sin tierras, que podía colocarse y vivir como un cura -usted dispense la expresión-. La idea fue del teniente, que me tenía ley, y con razón… El resto fue componenda de la señora madre de Salus -yo lo miento sin requilorios, como en el frente-: Tenía una criada, hija de campesinos, en casa desde niña, mi Telva. Nos ofreció quedarnos de caseros en la quinta, si matrimoniábamos. Total, no nos caíamos mal y aquello era la fortuna para los dos… Y aquí seguimos, señorito, mientras el cuerpo aguante y Salus quiera…, que querrá, ya sabe como es, un padre para el que le va por derecho. A usted le guarda mucho miramiento, que bien que me recomendó antes de marchar de vacaciones que lo tratara a cuerpo de rey y no le regatease nada. Así que ya sabe…

          Motu proprio, Senén habría terminado aquí sus confidencias, pero a Quique le dio por satisfacer una curiosidad más:

-          ¿Sabes qué fue de la anterior dueña de la casona? Me han dicho que también tenía una hija.

-          Ahí me pilla usted, pues yo no las conocía y no es cosa de la que se hable claramente, ni en casa, ni en el pueblo -contestó Senén, visiblemente incómodo-. Por lo que yo sé, la señora, a raíz de quedarse viuda, vendió deprisa y corriendo la quinta y las tierras que por aquí tenía, y desapareció de la noche a la mañana. Y sí, creo que se marchó con una niña que tenía. Fue durante la guerra y a saber dónde irían, ni que habrá sido de ellas. Lo único seguro es que por aquí no han vuelto. La gente de Fredes, hablando por hablar, comenta que si se irían a América, que es lo que se dice en estas tierras cuando alguno se va y no vuelve a saberse de él.

***

     Sucedió al día siguiente de concluir Quique el repaso final a la traducción de La Estrella del Darién. Más contento que unas pascuas, se levantó no antes de las nueve y pidió a Telva que le sirviera el desayuno al aire libre, en una mesa larga de madera sin desbastar, en la que solía trabajar cuando hacía buen tiempo. Y, apenas había terminado de almorzar, cuando vio llegar por el camino enarenado que llevaba hasta la entrada principal a una joven morena, de grata apariencia, vestida de modo informal, aunque no como excursionista. Avanzaba cada vez más despacio, contemplando sin duda la magnífica panorámica que ofrecía la fachada de la casona, con la gran capilla al lado. Con cierta timidez, se detuvo a unos metros de Quique, saludó y dijo:

-          Magnífico edificio… ¿Sería posible echar un vistazo al patio y la capilla? Vengo andando desde Fredes, atraída por la fama del palacio.

     El profesor se percató al punto de que el paseo de la muchacha podría haber empezado en Fredes, pero su periplo se había iniciado mucho más lejos, a juzgar por el acento de su, por lo demás, correcto español. Así pues, más por curiosidad que por cortesía, le contestó:

-          Puedo mostrarle lo más notable de la casa, pero no sé si será posible hacerlo con la capilla, pues su uso ha sido cedido a la parroquia de estos contornos.

     Finalmente, resultó que Senén guardaba también la llave de la iglesia, por lo que la visita pudo ser completa y muy detenida; tanto que Quique, gran aficionado a la historia del arte, consultó su reloj y vio que llevaba dando el rollo a la visitante casi una hora. Se disculpó y ella replicó:

-          ¡Qué va! Por mí, encantada. Esto es precioso y tenía reservada esta mañana para conocerlo. Por lo demás, es lógico que el dueño de toda esta belleza disfrute enseñando sus propiedades, aunque sea a una visitante desconocida y osada, como yo.

     Quique se echó a reír del error padecido por la joven y le explicó:

-          Yo no soy el dueño -¡qué más quisiera!-, ni pertenezco a su familia. Solo soy un amigo que está pasando aquí unos días. Pero, ahora que caigo, no me he presentado: Soy Enrique Norniella, profesor en la Universidad de Prestancia.

-          Mucho gusto. Yo soy Estela Andrade de Jesús, ciudadana brasileña, y precisamente acabo de llegar a España becada para ampliar estudios con un profesor de su academia, el Señor Del Arco.  

-          ¡Ah, sí! Es catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras. Apenas lo conozco, pues yo pertenezco a la de Derecho.

     Fue el punto de partida de una segunda parte de la conversación. Se sentaron en la mesa corrida de la entrada y, como era de esperar, fue Estela quien más se explayó sobre su procedencia y los proyectos que la habían traído tan lejos de su tierra:

-          Soy de familia mixta, de español y brasileña -aclaró-, y procedo de la ciudad de São Paulo, en cuya Universidad acabo de graduarme en filología y lengua portuguesa. Antes de pensar en ejercer mi carrera, mis padres y yo pensamos que era buena idea pasar un año de estancia en España.

-          ¿Y cómo es que se le ha ocurrido optar por Prestancia, en lugar de Madrid o Barcelona, por ejemplo?, preguntó Quique.

-          Precisamente, por enseñar aquí el profesor Del Arco. Supongo que estará al tanto de que es una autoridad internacional en materia de funcionalismo y lingüística estructural…

-          No tenía idea de que contáramos en Prestancia con un claustral tan prestigioso -reconoció Quique-… Así que aquí, y por un año…

-          En efecto, y apenas acabo de llegar, ya me han empezado los problemas, suspiró Estela… Bueno, no es como para preocuparse en exceso: Desde que el mundo es mundo, los estudiantes y los posgraduados hemos estado cortos de dinero. Mi beca en cruçeiros[30] apenas cubre la manutención, con los precios de acá. He tenido que pedir ayuda a mis padres para cubrir todos los gastos necesarios.

     Quique empezó a maquinar una posible ayuda para la joven en penuria:

-          ¿Ha buscado ya hospedaje en Prestancia?

-          Algo he brujuleado, sí, pero nada definitivo. Por ahora, estoy hospedada en una pensión no lejos de aquí, en la villa de Sabadiego.

-          Estoy pensando en que podría convenirle alojarse en un colegio mayor. Tengo entendido que algunos hospedan gratis a licenciados dispuestos a ayudar a los estudiantes allí residentes y a colaborar de alguna otra forma que se les pida.

-          ¡Eso sería estupendo, siempre que no me quite mucho tiempo para mis trabajos!, exclamó Estela.

-          Pues voy a hacerle la menguada lista de todos nuestros colegios, empezando por el que está más próximo a la Facultad de Filosofía… Es de monjas, pero tengo entendido que respetan las creencias de cada cual.

     Estela sonrió ante la indirecta y aclaró:

-          No se preocupe. Soy católica, aunque no muy practicante. Pero dígame: ¿No hay aquí algún colegio mayor para iberoamericanos, como en otras universidades españolas[31]?

-          Por lo que yo sé -respondió Quique-, hay iniciativas para ello, pero aún no han cristalizado. Tenga en cuenta que esta es una universidad pequeña y que sufrió muchos daños en los años treinta.

     Hablando y hablando, llegó el mediodía. De la cercana cocina de la casona, llegaban los apetitosos efluvios de la comida que Telva estaba preparando. Quique ató cabos y dijo a Estela:

-          Tendría mucho gusto en invitarla a comer. Así no tendría que hacerlo solo.

     La chica consultó su reloj y se levantó al punto:

-          No, muchísimas gracias… En otra ocasión. Hoy he quedado a almorzar en Sabadiego con un matrimonio amigo…

-          Habrá de ser en otro lugar menos ameno -lamentó Quique-. He terminado lo que vine a hacer aquí y pienso volver mañana para Prestancia.

-          En ese caso -dedujo la joven-, tendrá que ser allí… Tenemos todo un año por delante… Por cierto, le agradecería me diera un número de teléfono al que llamarle, para así tenerle al tanto de mis exploraciones.

-          Voy a darle el de mi despacho en la Facultad, pues no dispongo de teléfono en casa: Es alquilada y hace poco que me he mudado; eso, por no aludir a lo que tardan en España en atender las solicitudes de nuevas líneas…

     Quique acompañó un trecho a Estela, hasta la cancela de la cerca. En el camino, ella sacó de nuevo el tema de la propiedad de El Rebollar:

-          Tengo entendido que el anterior dueño falleció hace poco…

-          Así es. La familia está todavía de luto.

-          … Y que el actual propietario, del que usted es amigo, es un hijo suyo.

-          En efecto, Salustiano. Es hijo único: Así que ha heredado todo el patrimonio.

-          Ya… ¡Qué pena no haber podido saludarlo y felicitarle por el gusto y el esmero con que conserva esta joya palaciega!

-          No se quede con las ganas. Se lo presentaré en Prestancia, una vez empezado el curso. Ahora está en el extranjero y no creo que regrese hasta septiembre.

     Se despidieron con la mayor cordialidad. Recorriendo de vuelta el sendero, Quique musitó:

-          ¡Qué chica más agradable!... Lástima que no me atraigan mucho las féminas, no como a otros que yo sé.

     Rio para sus adentró y se frotó las manos:

-          Ahora, a comer y, seguidamente, a liar el petate… Espero no volver a ocuparme de La Estrella del Darién en lo que me quede de vida.

 

 

4.      La joven del collar

 

     Llegó septiembre y, como de costumbre, el primer encuentro de Salus y Quique fue para fijar fechas y contenido de los exámenes para los alumnos suspensos en junio. Ese año el ritual se salió de lo común por la ocurrencia del adjunto de dejar la traducción de La Estrella encima de la mesa del catedrático, ceñida por cinta roja, con su inexcusable lazo. El profesor Barcellina rompió a reír a carcajadas y le costó un buen rato proferir las palabras que hacían realidad su promesa:

-          Mañana mismo sale camino de la revista. Telefonearé primero a Del Arco, no sea que se extravíe, después de lo que te ha costado darla a luz.

     Al oír el apellido del profesor de Letras, Quique hizo un gesto, que Salus mal interpretó, sintiéndose obligado a explicar:

-          Es el director de la publicación… De la cáscara amarga[32], pero buena persona.

     En realidad, Norniella había dado un respingo al escuchar Del Arco porque le hizo recordar a Estela y su ampliación de estudios. Por si Telva se le adelantaba a informar de su visita a la casona, Quique sacó la conversación mientras Salus y él tomaban café:

-          Olvidaba contarte que este verano visitó detenidamente la quinta una chica brasileña, que ha venido a Prestancia para estudiar lingüística avanzada, precisamente, con Del Arco.

     El catedrático le salió con una de las suyas:

-          ¿Y qué tal es la moza?

    Quique hizo caso omiso y eludió toda descripción:

-          Andaba bastante apurada, buscando un alojamiento conveniente… Es que la vida se está poniendo en España por las nubes.

-          Seguro que tienes en casa habitaciones de sobra -bromeó Salus-. Podrías realquilarlas a muchachas en apuros…

     Estaba visto que había regresado de Italia más vehemente que de costumbre; comprobado lo cual, Quique optó por cambiar de tema. Salus todavía insistió:

-          No dejes de presentármela.

     Quique se dijo que habíanse juntado el hambre con las ganas de comer, pues también Estela había mostrado interés en conocer a Salus, aunque era de suponer que sus razones no fuesen las mismas…

***

     Estela no telefoneó hasta finales de octubre. Quique le preguntó:

-          ¿Qué tal te va? ¿Qué noticias tienes?

-          De todo, buenas y malas, replicó la joven.

-          ¿Y eso?

-          Si quieres, nos vemos un día de estos y te cuento.

     Para evitar un encuentro casual con Salus, Quique la citó en un café alejado de la Universidad. Allí, Estela se explayó, empezando de mutuo acuerdo por las malas noticias:

-          Del hospedaje gratis, nada de nada -explicó-. Al no tener convalidados mis estudios en Brasil, no puedo ejercer funciones de licenciada. Además, lo consideran una especie de trabajo pagado en especie, para el que no tengo permiso, al ser extrajera. Estoy de pensión al lado de la catedral. Así, por lo menos, me queda cerca de la Facultad de Filosofía.

-          ¿Qué tal está de precio?

-          Es de lo más barato que he podido encontrar, respondió mustiamente la chica.

-          Bueno -animó Quique-; ahora, las noticias buenas.

-          Lo mejor -opinó Estela- es cómo me ha recibido el profesor Del Arco. Parece ser que tuvo antaño ideas republicanas y, ¡claro!, al enterarse de que soy huérfana de emigrados a Brasil por motivos políticos…

     Quique se quedó de piedra:

-          Tenía entendido -arguyó- que eras hija de español y brasileña, y que tus padres vivían y corrían en parte con tus gastos de aquí…

-          Era la primera vez que hablábamos -se justificó Estela- y no era cosa de darte mayores detalles… El hecho es que mis padres legítimos fallecieron en Brasil, siendo yo una niña, y me recogió un matrimonio amigo que no tenía hijos: él, español, antiguo colega de mi padre natural; ella, una brasileña con la que aquél se había casado a poco de llegar exiliado. Al cabo de los años, nos cogimos mucho cariño y decidieron adoptarme y darme sus apellidos, como se estila por allá, es decir, colocando primero el de la madre. Así nació la brasileña Estela Andrade de Jesús, hija -adoptiva- de Helena y de Aureliano. ¿Queda claro?

-          Clarísimo, y comprendo perfectamente los motivos de tus reticencias: Han pasado bastantes años desde el fin de la guerra, pero las cosas siguen tan tensas, que lo mejor es echar un tupido velo sobre ciertos antecedentes.

     Estela le replicó, echando fuego por los ojos:

-          Eso será quienes tengan algo de qué avergonzarse, que mis padres me legaron una ejecutoria intachable, acrisolada, si cabe, por el sufrimiento y la muerte.

     Quique comprendió que había metido la pata. Dejó correr un ratito, aparentando fijar su atención en la taza y sorbiendo lentamente su contenido. Finalmente, optó por no entrar en explicaciones sobre lo que había querido dar a entender y pasó a otro tema:

-          ¿Sigues teniendo interés en conocer a Salustiano Barcellina, el dueño del palacio del Robledal?

-          ¡Por supuesto!, sonrió Estela, contenta de salir de su excesivo enfado precedente.

-          Pásate cualquier tarde por nuestra Facultad, previo telefonazo, y te lo presentaré… Por cierto, no sé si te gustará porque es uno de esos que han echado un tupido velo sobre el pasado; vamos, que vive a tope el presente, sin complejos.

-          Quizá sería lo mejor para todos -comentó Estela, con la duda en los ojos-, pero no es fácil la receta.

     Quique concluyó la charla con un ofrecimiento:

-          Si continúan tus apuros financieros, no dudes en acudir a mí, si crees que puedo echarte una mano.

     Era una oferta atrevida en la situación económica por la que atravesaba, pero quedar bien no suele tener un alto coste…

***

     Más de una vez se maldijo el profesor Norniella de haber sido él quien presentara a Estela a Salus. Hacia falta ser necio -se decía-, para no comprender que el catedrático quedaría prendado de la brasileña y que, a poco que se vieran, también la chica sentiría atracción hacia él, a pesar de la diferencia de edad. La verdad es que a Quique le importaba muy poco personalmente el que Salus pudiese llegar a reemplazarlo en el ascendiente sobre Estela: Los celos no cabían en alguien para quien las féminas no jugaban en su vida un papel importante. Pero sí le desagradaba que un hombre casado e influyente iniciase escarceos con una muchacha soltera, en apuros económicos y alejada de su familia y ambiente. Tanto es así que, en cuanto pudo, decidió transmitir su preocupación a la joven, procurando molestar a Salus lo menos posible:

-          Mucho te dejas caer por Derecho últimamente -le afeó, en tono de broma-, y no precisamente para verme a mí.

     Estela captó el reproche, pero, al no conocer bien a su amigo, lo creyó un rapto de celos:

-          Perdona -contestó con sorna-. La próxima vez que pase por la puerta, no olvidaré subir a saludarte.

     Quique estuvo a punto de perder los estribos, pero se contuvo y trató de aclarar sus motivos:

-          Estás muy equivocada: Te considero una amiga y punto. Pero, por eso mismo, me atrevo a recordarte que Salus es un hombre casado y que, en esta ciudad, ciertas cosas se saben al momento y se les da una importancia de la que carecen en otras partes. Y basta que tú seas una mujer extranjera y en posición algo apurada, para que puedas acabar despellejada por los cotilleos, como una lagartona, que ha hecho tropezar al incauto e imprudente profesor Barcellina.

     Se lo dijo de forma tan seria y sincera, que Estela comprendió sus razones, aunque no dejase de considerarlas una mezcla de obviedades y entrometimiento. Aceptó la reprimenda sin más discusión, y hasta le ofreció algunas explicaciones, que a Quique no le convencieron, aunque no diese muchas muestras de ello:

-          No te preocupes, Quique -dijo, empleando el tuteo, que ya habían implantado-. ¡Si hasta he dejado novio en São Paulo! Solo se trata de no un hacer un feo a Salus y -¿por qué no decirlo?- tener algo de vida social, sin mayor malicia. La verdad es que tampoco creo que él pretenda ir más allá de un poco de compañía juvenil… De cualquier modo, tendré en cuenta lo que me has revelado sobre el ambiente de Prestancia y procuraré dejarme ver menos con un hombre casado o, dicho de otra manera, hacerme más de rogar.

-          Mejor así, concluyó Quique. En todo caso, no volveré a incidir más en el tema, y te pido encarecidamente que, por obvios motivos, no cuentes a Salus nada de lo que acabamos de hablar.

-          Seré una tumba, prometió Estela, empleando una metáfora que Quique no supo discernir si era una mera hipérbole, o tenía alguna oculta intención.

***

     Llegó el mes de enero y, con él, el agotamiento del dinero de su beca. Apurada, Estela buscó la ayuda de Quique, haciéndole de paso nuevas confidencias:

-          Mis padres adoptivos no están en buena posición económica y, además, yo me empeñé en venir a España en contra de su voluntad: Aquello es una prisión y, con tus orígenes familiares, puedes correr peligro, me advirtió mi padre. En consecuencia, no estoy dispuesta a sangrarlos a ellos…, ni a nadie. No soy tan cretina, que haya cruzado el océano sin otra fortuna que la beca. Pero, para conseguir convertir en dinero lo que he traído, necesito tu colaboración… ¿Conoces a algún joyero de confianza?

     Quique, que inicialmente había temido un sablazo, luego se echó a reír:

-          ¡Un joyero, yo! ¡Estela, por favor, me has confundido con el catedrático Barcellina! Solo he pisado una joyería dos veces en mi vida: para comprarme un reloj de pulsera y para encargar la medalla universitaria, cuando me doctoré.

     Estela retomó la alusión a Barcellina:

-          No te creas, que también yo pensé en Salus, pero bajo ningún concepto quiero tener nada que ver con él en materia económica. ¡Lo mismo le da por mezclar y confundir las cosas y acabo, de verdad, siendo una lagartona, como tú me advertiste!

     Quique quiso, ante todo, satisfacer la curiosidad que Estela le había despertado:

-          ¿Y cuál es ese tesoro que has traído de Brasil? Me gustaría verlo.

-          Nada más fácil, respondió Estela abriendo el bolso de mano. Aquí lo traigo.

     Aunque no fuera conocedor ni aficionado a las joyas, Quique quedó deslumbrado ante lo que vio: un collar tamaño gargantilla, compuesto por trece grandes esmeraldas orladas de brillantes, separadas entre sí por áureas flores de lis, también con diamantes engastados. Naturalmente, la identificación de las gemas se la iba haciendo Estela, quedando a la buena voluntad del profesor el creerla, o no. De todas formas, la joven no fue muy explícita, por el motivo que le aclaró:

-          Si llevas el collar a un joyero, te confirmará la autenticidad de las piedras y la ley del oro en que van montadas. A mí no me cabe ninguna duda, a tenor de las explicaciones que mi madre natural me dio antes de morir, acerca del origen y el valor de la pieza. En cualquier caso, si cumples mi encargo, pide que te valoren el collar con la mayor aproximación posible, para que yo sepa el precio que puedo pedir y aceptar por él.

     Aunque de no muy buena gana, Quique convino finalmente en hacer la gestión que se le pedía. Estela se lo agradeció y dijo:

-          Quédate ya con la gargantilla y guárdala en tu casa. No sabes la preocupación que he tenido estos meses, al tener que esconderla en el fondo del armario de mi habitación en la pensión.

     Volvió el collar a la bolsa de terciopelo negro, harto ajado, y Estela dio por concluida la visita a casa de Quique -la primera que hacía-, con estas palabras:

-          Avísame en cuanto sepas algo pues ya conoces la urgencia del caso.

***

     Era Pedro Suárez el joyero más famoso de Prestancia y Quique recordaba haber visto su nombre grabado en algunas cajitas forradas de cuero verde, donde guardaba su madre pendientes y anillos. Decidió Norniella ampararse en el nombre de aquella, al iniciar unos trámites para los que Estela le había recomendado la mayor discreción. Y así, con el collar en el bolso interior del abrigo, se presentó en la joyería, preguntando por el titular de la misma. Al tenerlo ante él, Quique se presentó como el hijo de los dueños de La Tradicional y rogó a Don Pedro que pasaran a hablar en algún lugar reservado. Vamos al taller, fue la respuesta del intrigado joyero.

     Además de presentarse como hijo de sus padres, Quique llevaba decidido encubrir la presunta identidad de su mandante con un remedio infalible: el secreto profesional. La prudencia del joyero haría el resto.

-          Verá, Don Pedro -inició Quique su engañoso relato-: Estoy empleado en uno de los mejores bufetes de la ciudad y una clienta nuestra, bastante apurada económicamente, nos ha confiado el encargo de vender una joya suya -que dice ser de alto valor-, previa su valoración por un joyero de confianza. Y, claro, ninguno más de fiar en Prestancia que usted.

-          Hombre, muchas gracias… Quiere decirse que he de tasar la pieza de esa señora…

-          ¡Oh, no! Por ahora no quiere una valoración formal, dado que su voluntad de venta no es definitiva. Simplemente ella y nosotros -todo hay que decirlo- queremos asegurarnos de que no se trate de una falsificación, o de un objeto de no mucho valor.

     Don Pedro esbozó una sonrisa, creyendo entender que el bufete de Quique trataba de asegurar el pago de sus honorarios. Sin más preámbulos, preguntó:

-          ¿Trae usted la pieza?

     Por toda respuesta, el profesor hurgó en el forro del abrigo y sacó el collar, todavía enfundado. El joyero acercó una lámpara, de foco muy potente, y la encendió antes de dejar deslizar la alhaja sobre el tapete de fieltro negro que cubría el centro de la mesa. La resplandeciente visión le dejó con la boca abierta. Sin pronunciar palabra, se ajustó al ojo un cristal de aumento y, tomando en las manos la gargantilla, examinó detenidamente las gemas y la labor de engastado de las mismas. Luego, con rostro inexpresivo, preguntó a Quique, que ya empezaba a impacientarse:

-          ¿Me permite consultar un momento con el gemólogo de la casa? Es persona de absoluta discreción.

-          Hágalo, pero tengo bastante prisa pues he de dar una clase. Quédese con el collar y me pasaré a recogerlo, si le parece, a eso de la una.

-          De acuerdo, pero permita que le extienda un recibo… Nada, nada: lo bien hecho bien parece.

     Apenas había ganado la calle, ya estaba Quique arrepentido de su desprendimiento, pero no había otro remedio, si no quería dejar a los alumnos sin su lección sobre las diferencias entre el delito imprudente y el dolo eventual. Antes de echárselo al bolsillo, repasó lo que Don Pedro había consignado en el resguardo: … collar tipo gargantilla, de oro, esmeraldas y brillantes, de estética modernista y fecha probable de finales del siglo XIX. No era mucho decir, pero sí lo suficiente para que Estela pudiera estar segura de vivir a cuenta del collar durante una buena temporada.

     A la una menos cinco, entraba Quique por la puerta de la joyería Suárez. El empleado del mostrador le invitó a pasar a la trastienda, donde ya esperaba Don Pedro, con el collar en su funda. Le rogó que tomase asiento, sacó el collar a la luz y empezó una detallada explicación de las medidas, pesos y técnicas de la pieza. Quique empezaba a sentirse mareado con tantos detalles y pidió al experto un breve resumen, suficiente para que la clienta supiera a qué atenerse. Don Pedro resumió los puntos más relevantes:

-          Como usted comprenderá, aunque el collar tiene más de doscientos brillantes pequeños de excelente calidad, con un peso total de unos veinticinco quilates, lo más valioso son las trece esmeraldas, seguramente colombianas -a juzgar por su tonalidad de verde tan intenso-, que van en aumento desde el cierre de la pieza hasta el centro, entre los cuatro quilates y los siete, que tiene la piedra central. Lo más llamativo cómo están cortadas las piedras, en forma circular -algo insólito en esmeraldas-, lo que, junto a detalles en las flores de lis intermedias, no hace suponer una antigüedad de la gargantilla muy considerable, como de unos setenta u ochenta años[33]… Y vamos con los lises -añadió Don Pedro, tras dejar pasar unos momentos-. Aquí soy yo quien tiene que hacerle a usted una pregunta, dentro de la reserva del caso.

-          Usted dirá.

-          Son un detalle insólito, que puede significar meramente un adorno, inventado por el artista, o bien un símbolo heráldico, que diera a entender el título de nobleza de la persona que se lo hubiese encargado. Usted, que conoce a su cliente, ¿diría que pertenece a alguna familia noble que tenga las flores de lis por blasón?

     Quique divagó y, como es frecuente en ese caso, dijo un despropósito:

-          No la conozco lo bastante, pero yo diría que no parece que sea de alcurnia. De todos modos, conociendo que el emblema son las flores de lis, no será difícil localizar la estirpe de la que podría proceder.

     Pese a ser muy respetuoso, Don Pedro no pudo menos de rebatir con energía aquel disparate:

-          ¿Se imagina? Pocos símbolos son más frecuentes en los escudos nobiliarios que las flores de lis. Supongo que será a causa de su empleo por los reyes de Francia, pero el caso es que habrá cientos de blasones por toda España con las flores del lirio en el escudo.

     Quique decidió ir poniendo fin a la charla, procurando no resbalar más:

-          Para concretar, Don Pedro, ¿cuánto podría pedirse por ese collar, caso de que, finalmente, se opte por su venta?

-          Todo depende -contestó vagamente el joyero- de que se venda privadamente, en cuyo caso la operación no precisa documentarse ni tiene gastos, o si va a hacerse mediante pública subasta. En el primer caso, el collar valdrá lo que los posibles compradores quieran abonar por él. En el segundo, yo le diría que, a tenor de ejemplos recientes de joyas similares, el precio de salida sería de millón y medio de pesetas, pero el remate podría llegar hasta los cuatro millones[34].

     Quique empezó a dividir mentalmente esos cuatro millones entre su sueldo mensual, para llegar al cociente de los años que podría vivir a costa del collar. Le sacó de su ensueño aritmético la voz de Don Pedro, aconsejando:

-          Si la dueña de esta preciosidad fuese mi hija, le aconsejaría que no se desprendiera de ella de momento. En el Monte de Piedad de la Caja de Ahorros le pueden ofrecer muy buenas condiciones para salir del paso, sin vender la joya. Claro que todo depende de si el apuro es temporal, o no tiene remedio…

     Y, con cierto tono admonitorio, el joyero advirtió:

-          Desde luego, Señor Norniella, si su clienta quiere vender el collar por canales serios, como podría ser a través de esta casa, tendrá que exhibir documentos concluyentes de su compra o, si ha sido por herencia, aclarar debidamente de quién y por qué título.

 

 

5.      La verdad se abre paso

 

     Esmeraldas colombianas. Esas palabras de Don Pedro despertaron en Quique los ecos de un relato que, después de martirizarlo durante un año, tenía ahora felizmente archivado en la memoria, a la espera de verlo publicado en la revista especializada. Pero, por el momento fijó su atención en el dato de las flores de lis, como la probable clave de todo aquel embrollo; porque nuestro adjunto tenía cada vez más claro que Estela le ocultaba bastantes cosas, siendo probable, incluso, que hubiese mentido en otras más. Y, de inmediato, se acordó de Argimiro de Arteaga, un secretario judicial experto en heráldica, con quien tenía una buena relación como abogado. En consecuencia, demoró el informar a la Señorita Andrade sobre el valor del collar y se procuró una cita con él para el día siguiente, a fin de intentar aclarar la posible procedencia familiar de la joya.

     Como era de esperar, Arteaga abundó en la opinión del joyero: Pocos elementos de heráldica son más corrientes que las flores de lis. Con todo, Quique insistió:

-          ¿Y si nos limitamos a las familias nobles de Prestancia y sus alrededores?

-          Eso reduciría mucho la indagación -respondió Arteaga-, pero todavía serían numerosas. Si por lo menos supieras cuántas flores tiene el blasón, de qué color son y cómo se disponen…

-          Lo siento, no lo sé. Dame algunos nombres de estirpes de la provincia, que tengan la flor de lis como elemento más destacado de su escudo.

-          Casi podría decirte una docena de memoria, pero no quiero equivocarme… Déjame coger un libro que tengo por aquí. Dicen que ya está anticuado, pero es de lo mejor que se ha publicado a nivel general[35].

     Tomó de la estantería el volumen, lo hojeó durante unos minutos, tomando nota de los apellidos relevantes para nuestro objeto y, de pronto, empezó a soltar una retahíla: Argüelles, Celles, Cueto, Flórez, Maldonado, Rúa, Villamor…

-          En casi todos los casos, la presentación de las flores es la misma: cinco y en sotuer…, quiero decir, como si fuera el cinco de los dados; y casi siempre de oro, vamos, en color amarillo.

     Era suficiente. De hecho, para el profesor Norniella era demasiado. Desde que oyera el apelativo Argüelles, supo que había dado con el quid de la cuestión. Con todo, era cuidadoso y debería aún efectuar una comprobación… ¡cuya prueba obraba en su poder y colgaba de una pared en el despacho de su casa! Hasta allí fue como una centella. Descolgó una foto enmarcada: Salus y él posando ante la portalada de la casona de Fredes. Cogió una lupa y enfocó el escudo de armas que coronaba la puerta de entrada. ¡Allí estaban las famosas cinco flores de lis ordenadas en sotuer! ¡Si sería distraído! En fin, nunca es tarde…

     Telefoneó a Estela a la pensión y quedaron en verse a la tarde siguiente en casa de Quique. La joven preguntó:

-          ¿Me puedes adelantar algo de lo que te hayan dicho?

-          Hay cosas que es mejor no tratarlas por teléfono, replicó secamente.

     La verdad es que no tenía nada claro aún cómo enfocar la conversación del día siguiente, ni hasta qué punto reclamar de la joven una explicación completa y veraz de la historia que el collar y ella ocultaban. Abrió la caja de caudales que guardaba en un altillo del armario de su alcoba y, tras colocar la alhaja sobre la colcha, la estuvo escrutando un rato, como si esperara que la presea le susurrara sus secretos. La hermosa esmeralda central parecía crecer y engrandecerse, hasta alcanzar el tamaño de la legendaria Estrella del Darién.

***

     Ahora era sobre la mesa baja del cuarto de estar donde lucía la alhaja, ante la vista de Estela y de Quique. Este se hallaba a punto de terminar de contar a la muchacha lo que le había informado Don Pedro Suárez acerca del collar y de su probable origen nobiliario. De hecho, estaba llegando al punto clave, a modo de conclusión:

-          En resumen, Estela, ya optes por vender, ya por pignorarlo por un tiempo, vas a tener que aclarar cómo ha llegado hasta ti un objeto tan valioso. De otro modo, deshaciéndote del collar de manera oscura, vas a tener que malvenderlo; y eso, si hallas la manera de ponerte en contacto con personas dispuestas a comprar joyas sin preguntar por su procedencia, o con prestamistas que te pidan un interés usurario, o poco menos.

     Estela parecía muy desanimada:

-          Dicho de otro modo -concluyó-: Que tengo entre las manos una fortuna, pero no puedo disponer de ella, porque me faltan los papeles precisos para probar que es mía.

-          Tal vez no haga falta una prueba documental -opinó Quique-. Lo que sí me parece ineludible es aclarar cómo llegó el collar a la persona de la que tú lo recibiste, y en concepto de qué la has hecho tuya… Es lógico que se adopten cautelas ante una joya tan valiosa y que, en opinión del joyero, debió de ser encargada por una familia ilustre… A tal efecto, yo he hecho algunas indagaciones…

     La expresión de Estela pasó del decaimiento, a la inquietud y la sorpresa. Saltó inmediatamente:

-          ¿A qué indagaciones te refieres?, preguntó.

-          Pues a las de dar con un linaje de por aquí que usara la flor de lis en su escudo de armas. Lo he consultado con un amigo bien informado y él opina que debe de tratarse de los Argüelles… ¿No tendrás, por casualidad, algunos parientes cercanos con ese apellido?

-          Por casualidad, no: por nacimiento -replicó la joven, tajante-. Mi madre por naturaleza se apellidaba así, pero nunca le oí hablar de caballeros, blasones y otras zarandajas.

-          Tampoco es preciso que presumiera de alcurnia -replicó Quique-. Además, según la antigüedad que atribuyen al collar, es más probable que estuviera en la familia desde la generación de tu bisabuela.

     Se hizo el silencio. Estaba visto que Estela no estaba dispuesta a hacer más precisiones, si no se le sonsacaban; de modo que Quique volvió a la carga:

-          ¿Y cómo pasó el collar de tu madre a ti?

-          Supongo que podemos decir que por herencia. Aunque deprisa y corriendo, y con muchos sobornos y gastos, mis padres y yo logramos escapar de Prestancia cuando la guerra, primero, a Francia y, de Francia, a Brasil. Debidamente cosidos en dobladillos de la ropa, mi madre me contó que pudo llevar consigo algunas alhajas de valor, entre las cuales, este collar. Una vez en Brasil, paramos en Río de Janeiro y allí y al poco, murió mi padre, no me preguntes de qué. Mi madre, con joyas o sin ellas, hubo de emplearse de cocinera en casa de un armador, gracias a lo cual pudo matricularme en un buen colegio. Pero, pocos años después, cuando yo tenía dieciséis, contrajo la fiebre amarilla y falleció a causa de ella[36]. Antes de morir, me hizo entrega en secreto de este collar -única joya que aún conservaba- y me recomendó que viajara a São Paulo para pedir protección y ayuda al profesor español emigrado, Don Aureliano de Jesús, que había sido buen amigo de mi padre. Así lo hice, y el resto de la historia ya te lo he contado… Bueno, me falta decir que, siendo hija única, supongo que seré heredera universal de mis padres, aunque no otorgaran testamento en mi favor.

     Quique le respondió:

-          De ello no hay duda, aunque, si quieres, puedo tratar de tu caso con el letrado Corredera, el jefe de mi bufete, para que te oriente y aconseje.

     Estela sonrió con amargura:

-          No, déjalo. Está visto que esta alhaja habrá de seguir oculta e improductiva, como parece ser su sino. En todo caso, si no encuentro otra salida y a la desesperada, ya me las agenciaré para venderla, aunque sea perdiendo dinero. La necesidad agudiza el ingenio.

     Por entonces, estaba todo dicho. Quique metió el collar en la bolsa de terciopelo y se lo entregó a Estela. Esta protestó:

-          Quédate por ahora con él. Ya te dije que no me siento segura teniéndolo en la pensión.

-          De ningún modo -rehusó el profesor-. Mi intranquilidad viene siendo aún mayor, al no pertenecerme.

***

     Liberado de la inquietante posesión de la gargantilla y de la no menos preocupante de ser consejero de Estela, Quique decidió agotar la investigación, pues estaba claro que la joven no decía toda la verdad. Cuando menos, parecía ocultar la forma y lugar de morir su padre, si es que este era -como con toda probabilidad suponía- el profesor, Teodoro Mucientes, ejecutado en Prestancia el año 1937.

     Nuevamente acudió al secretario judicial Arteaga, en busca de ayuda profesional. Se trataba de dar con alguna acta del registro civil en que figurasen los nombres y la relación entre Teodoro Mucientes, su esposa y una presunta hija de ambos. El solicitado torció el gesto:

-          Verás, Norniella -arguyó-, no es que no quiera moverme: Es que, todavía a estas alturas, mentar al profesor Mucientes y rebuscar en su vida despierta sospechas en sus antiguos enemigos quienes, a la postre, se siguen considerando tales, aún después de haber acabado con su vida de manera tan ignominiosa.

-          ¡Hombre, Argimiro! No me digas que averiguar nombre y apellidos de su esposa y de su hija es como desenterrar al pobre profesor…

-          Está bien -concedió Arteaga, refunfuñando-, pero tendré que consultar los libros registrales personalmente; así que ármate de paciencia.

-          Siempre que la paciencia sea como para unos quince días…, matizó Quique.

     Y una quincena justa es lo que tardó Norniella en recibir la información solicitada. Todos los datos casaban con sus conjeturas:

-          Aquí tienes cuanto me pediste -expuso el secretario-. El profesor Mucientes falleció, dejando mujer y una hija. La esposa se llama, o llamaba, Lucinda Argüelles Cabal, y la hija, Estela Mucientes Argüelles. No consta en el registro español que Doña Lucinda haya fallecido. Y Estela Mucientes nació el 11 de mayo de 1927, lo que quiere decir que sus padres le pusieron por nombre el de una santa de su natalicio, virgen y mártir, por más señas.

-          Eres un fenómeno, Argimiro -ponderó Quique-. Te debo una.

-          Puede que no tarde en cobrármela, porque tienes en tu clase a un sobrino mío que es bastante mal estudiante…

-          Pues dile a su tío -bromeó Quique- que le dé clases particulares de Penal. Seguro que así aprueba.

     Así pues, todo iba cuadrando; las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección y la imagen que ofrecían tenía cada vez más parecido con los tres primeros actos de La Estrella del Darién. ¿Acabaría pasando lo mismo con las dos últimas jornadas de la tragedia? Quique no estaba dispuesto a sentarse en la platea y contemplar la obra hasta que bajase el telón; pero tampoco era cosa de crear innecesarias alarmas, ni de hacer el ridículo. Y en esa tesitura estaba cuando vino a sacarle de dudas una charla casual con Salus. Estaba visto que le iba a tocar hacer personalmente de deus ex machina, habida cuenta de que no tenía fe en que lo hiciera alguna divinidad, como en el teatro antiguo[37]. Pero, a fin de cuentas, ¿qué se habló en aquella conversación y qué premonición despertó en el intrépido profesor Norniella? Veámoslo.

***

     Pasó un mes, aproximadamente, del momento en que Norniella se libró del collar y despidió a Estela, con la secreta esperanza de que acabara por marcharse a Brasil y no volver a tener tratos con ella. Dicho deseo pareció frustrarse, a tenor de lo que habló con Salus un día de principios de primavera, tomando el café de media mañana.

-          ¿Has visto en los últimos tiempos a Estela, la brasileña?, preguntó el catedrático así, de pronto, sin que viniese a cuento.

     Quique se puso en guardia y, cogido de improviso, contestó con otra pregunta:

-          ¿Por qué? ¿Le pasa algo extraño?

-          Chico, cada día está más rara. Nunca fue un prodigio de claridad ni de firmeza, pero lo que es últimamente…

     Como si hubiese estado confiándose a un amigo íntimo, Salus prosiguió:

-          En un principio se comportaba -¿cómo te diría?- de forma cariñosa, aceptando mis atenciones y hasta buscando mi compañía. Pero, desde hace una temporada, uno no sabe a qué atenerse: Tan pronto me llama al despacho y se muestra encantadora, como la encuentro deprimida y me despide a las primeras de cambio. Últimamente habla de volverse a Brasil sin terminar el curso siquiera… Para mí que hay algo que la agobia: tal vez, el andar escasa de fondos… ¡Cuidado que le he ofrecido en todos los tonos adelantarle algo de dinero, pero no hay forma! Regalitos y pequeñas atenciones, las que quieras, pero en efectivo, ni una peseta, aunque sea a préstamo. En fin que, si me permites la humorada, a Estela le pasa lo que a Quevedo, que ni subo, ni bajo, ni estoy quedo[38].

     Quique, ya con tiempo para meditar la respuesta, decidió tirar de tópico psicológico:

-          Yo creo que lo que le puede pasar a Estela es lo mismo que sucedería con cualquiera de nuestras alumnas si, de repente, la trasladases a otro continente, lejos de su familia, con poco dinero y, por añadidura, sufriendo las atenciones de un caballero con clase y experiencia. La muchacha está hecha un lío y, en mi opinión, harías bien en dejarla que decida sobre sus cosas, a solas y con tranquilidad.

     Salus escuchó con atención e interés la primera parte del razonamiento de su amigo, pero, al escuchar la segunda, torció el gesto y cometió la incorrección de zaherir a Quique, quizá sin intención:

-          Para ti es muy fácil eso de dejar a las mujeres interesantes, así como así, pero otros no tenemos tanto cuajo.

     El adjunto se revolvió sarcásticamente:

-          Tienes razón. Si, ni tus deberes familiares, ni el qué dirán de esta chismosa ciudad, te mueven a ser prudente, no creo que lo consigan mis consejos de hombre pachorrudo. Así que dejemos estas espinosas cuestiones para las que, según tú, no soy un interlocutor válido.

     Ante el mudo estupor de Salus, Quique dejó sobre la mesa el importe de las dos consumiciones, se levantó y salió sin esperar a su contertulio, afirmando:

-           Hay días en que resultaría mejor no interrumpir el trabajo.

***

     Tras ese rifirrafe, los dos profesores limitaron su relación al saludo y el contacto mínimo para resolver cuestiones académicas. Es posible que, con toda su superioridad, Salus deseara hacer las paces y olvidar el incidente, pero ahora era él el cachazudo. Esperaba a una disculpa de Quique o, cuando menos, a una oportunidad propicia, para echar pelillos a la mar, pues pelillos era para él los temas de faldas, a no ser que algún rival se cruzase provocativamente en su camino. Por su parte, el adjunto no estaba dispuesto, así como así, a que un colega -por muy catedrático que fuese- le tirase puntadas sobre el poco interés que mostraba hacia las mujeres. Con todo, le sabía mal que el panoli de Salus pudiese estar en un tris de tener un problema grave con Estela, al insistir en su asedio, en lugar de aprovecharse de sus vacilaciones y ponerle puente de plata para que retornase a América. Claro que el sabihondo profesor Barcellina ignoraba todo cuanto Quique sospechaba, gracias a haberlo leído en aquella tragedia alemana, y que hacía presagiar nada menos que un peligro de muerte para quien -enfurruñados o no- había sido para él un protector y un buen compañero.

     Después de mucho reflexionar, Quique creyó encontrarse ante un dilema. Por una parte, el momento parecía propicio para que tratara de meter una cuña entre Salus y Estela, dado que esta dudaba qué camino tomar y su admirador empezaba a estar cansado de sus indecisiones. Pero, por otro lado, sería ridículo trasladar a la pareja sus insólitos temores de que lo relatado en una obra de teatro del siglo XVIII pudiera repetirse en la realidad de dos siglos después. ¿Qué hacer para tranquilizar su conciencia sin que lo tuvieran por loco?

     La solución le vino a la mente de la mano de una idea que, en principio, nada tenía que ver con aquella: Que él supiera, Estela no conocía el argumento de La Estrella del Darién. Bien, ¿y qué? Pues volvamos la situación del revés: ¿Y si llegase a saberlo y, como había hecho él, relacionase la tragedia literaria con su propia vida y con las aviesas intenciones que pudiera tener hacia Salus? ¿Y si fuera él quien expresamente le hiciese llegar la obra, dando con eso a entender que había adivinado sus criminales propósitos y no estaba dispuesto a mantenerse pasivo, si no los abandonaba de inmediato?

     Cuanto más rumiaba su iniciativa, más positiva la encontraba para ser eficaz sin comprometerse ni quedar en ridículo: algo así como tirar la piedra, escondiendo la mano. En efecto, esa era la clave: No había que recalcar o hacer explícito nada. Si Estela albergaba un propósito homicida, hallaría por sí sola las claves de la ambigua y aparentemente anodina conducta de Quique; y, si estaba lejos de ella la intención de hacer daño a Salus, tomaría el envío de La Estrella como una simple gentileza de su traductor.

     Dicho y hecho. Tomó una de las copias a ciclostil, la metió en sobre cerrado, dirigido a Estela, y un lunes la envió por correo a su pensión, evitando así el encontrarla en ella y tener que explicarse. Estuvo a punto de incorporar al envío una nota que apuntase en la intención que el mismo perseguía, pero desistió de hacerlo: Tiempo habría de obrar de modo más personal y directo -se dijo-, si la joven no daba muestras de darse por aludida y él olfateaba un peligro inminente.


Bien podría ser Estela luciendo su valioso collar

       

 

6.      Un nido de amor en Madrid

 

    Justo a los siete días del indicado envío postal, se hallaba Quique en su despacho leyendo a Maurach[39], cuando se presentó uno de los bedeles para informarle:

-          Don Enrique, que ya son las diez y veinte, y Don Salustiano no se ha presentado a dar clase a los de tercero.

     Norniella comprobó la exactitud de la hora y de ella dedujo lo raro del caso. Barcellina tenía la costumbre inveterada de empezar su clase solo diez minutos después de la hora prefijada. Por otra parte, él no tenía noticia de que Salus tuviera que ser reemplazado por ningún motivo. En cualquier caso, se levantó del sillón y respondió al conserje:

-          Ahora mismo voy para allá. Avise de ello a los alumnos, no sea que se cansen de esperar y se marchen.

     Fue una falsa alarma. En lo que Quique bajó las escaleras de los seminarios y cruzó el gran patio al que daban las aulas, ya había iniciado la clase el profesor ayudante -un doctorando, que simultáneamente preparaba oposiciones a la judicatura-. Un poco mosca, volvió a su despacho, no sin antes advertir al bedel:

-          Cuando termine Don Matías la clase, indíquele que quiero hablar con él en mi despacho.

     El tal Matías -Campuzano de apellido- disculpó su retraso como buenamente pudo, pero lo más interesante fue lo siguiente:

-          El profesor Barcellina me llamó el viernes a casa, a la hora de comer, y me dijo que iba a hacer unas gestiones urgentes en Madrid, las cuales, dado que había un fin de semana por delante, le llevarían cuatro o cinco días, durante los cuales tendría que sustituirlo en clase. Me indicó las lecciones que tocaba explicar y se disculpó por no haberme podido avisar con más tiempo… ¿Es que no sabías nada?

-          Así es, reconoció Quique. No querría comprometerme y cargarme con sus clases. De todas formas, seguro que tú las das estupendamente, aunque bueno será que seas más puntual, a fin de que los alumnos no tengan disculpas para irse a pasear al parque.

     Pasaron con exceso los cuatro o cinco días de asueto y Salus seguía sin aportar por la Facultad. A Quique le repelía llamar a casa del catedrático para no alarmar a la familia, ni prestarse a la censura de Salus en un momento en que no estaba entre ellos el horno para bollos. A la postre, fue Adelina, su mujer, quien telefoneó a Quique, en busca infructuosa de información. Hubo algo que le salió de ojo al adjunto que no cuadraba:

-          Estoy preocupada porque me dijo que el congreso sería de lunes a miércoles, y estamos a viernes por la tarde y no ha regresado, ni nos ha avisado de que se retrasaría. Nos llamó la noche del viernes pasado para decir que había llegado a Madrid sin novedad y que se había alojado en un hotel cercano a la Ciudad Universitaria… ¿Querrás creer que no sé su nombre? Cuando se lo pregunté, me dijo que ya nos llamaría él, que iba a parar poco en la habitación porque los organizadores del congreso lo habían preparado por todo lo alto, con cenas y excursiones.

     Con esos antecedentes, Quique no tuvo ninguna duda de que el presunto congreso era una disculpa de Salus para pasar unos días en grata compañía. Quizá Adelina empezaba a imaginar otro tanto, pues no era la primera vez que su marido había dado que hablar en la Universidad, sobre escapadas con una profesora de la Facultad de Química. El hecho es que la señora le consultó:

-          No sé cómo actuar. ¿No podrías tú hacer algunas indagaciones cerca de otros asistentes a ese congreso?

     Quique no tuvo más remedio que descubrir la tostada, aunque solo fuese a medias:

-          Adelina -reconoció-, que yo sepa no ha habido ningún congreso de Derecho Penal en Madrid esta semana. Yo que tú, dejaría pasar lo que queda se semana y, si el próximo lunes siguen igual las cosas, denunciaría la desaparición a la policía… Si lo deseas, yo mismo puedo acompañarte a comisaría, ya que tengo alguna experiencia en la materia, como abogado.

     En eso quedaron, con el mutuo compromiso de comunicarse cualquier novedad. Por su parte y reservadamente, Quique telefoneó a la pensión de Estela, preguntando por ella. La respuesta fue de lo más reveladora:

-          La Señorita Estela dejó la habitación hace una semana. Nos informó de que había tomado la decisión de regresar a Brasil, debido a que su madre se había puesto gravemente enferma.

     Quique se dijo al colgar que se daría con un canto en los dientes de que Salus solo estuviera tan gravemente enfermo, como la Señora Andrade. Desgraciadamente, no era así y de ello tendrían constancia días después.

***

     La denuncia de Adelina empezó a mover la acción de la policía, aunque no daría resultados tangibles. Tal vez, los agentes actuaban de forma calmosa, dada la personalidad del desaparecido y la confusión que él mismo había querido generar para evitar que lo localizaran. Pronto quedó claro, por su esposa y otros testigos de vista, que el profesor había tomado en la estación de Prestancia el tren de las 13:30 horas el viernes de la semana antepasada, con destino Madrid, viajando aparentemente solo y con equipaje de una maleta de tamaño mediano y una cartera de mano. Su pista se perdía en la madrileña Estación del Norte, a la que había llegado el convoy a las 22:35 horas del mismo día, con algunos minutos de retraso. Para desmoralización de los investigadores, el viajero no había tomado a la salida ninguno de los taxis que esperaban clientes, y que fueron pronto identificados. Tal cosa, dado lo avanzado de la hora y el portar equipaje, parecía evidenciar que Barcellina había pretendido esfumarse, aunque su esposa lo explicaba de otro modo:

-          Mi marido era un hombre fuerte, que se agobia en los espacios cerrados. Después de pasarse casi diez horas encerrado en un vagón, seguro que decidió -como el solía decir- estirar un poco las piernas, aunque llevase equipaje.

-          Es posible -admitió el comisario-. A fin de cuentas, la Estación del Norte no queda lejos de algunos hoteles próximos a la Ciudad Universitaria, que es donde el Señor Barcellina se hospedó, tal y como le comunicó a usted… Por cierto, señora, ¿a qué hora la telefoneó desde Madrid aquella noche?

-          No lo recuerdo con exactitud -repuso Adelina-. Yo diría que entre las once y las once y media.

     El policía hizo un cálculo mental y concluyó:

-          Un poco pronto para encontrarse ya en la habitación del hotel. Quizá cogería un taxi en el camino.

     Adelina le corrigió:

-          No me llamó desde la habitación, sino desde el restaurante, porque, al preguntarle yo si había cenado, me respondió que estaban a punto de servirle espinacas a la crema y salmón en papillote.

-          ¿No le dijo qué tomaría de postre?, inquirió el comisario. Quizá podría ayudarnos para identificar el hotel en que se había alojado.

     También Quique había sido interrogado y puso de manifiesto la contradicción en el motivo del viaje, aunque dejando claro que él era un simple testigo de referencia:

-          No tengo la menor noticia de que se haya celebrado un congreso de Derecho Penal en Madrid la pasada semana… Claro que mis noticias sobre la razón de que el Señor Barcellina viajara a Madrid son otras. Mi compañero, el profesor ayudante Campuzano, fue quien me lo reveló.

-          ¿Cómo? -preguntó el inspector actuante- ¿Es que también él estaba informado?

-          Según lo que me comentó, el catedrático -quiero decir, el Señor Barcellina- le telefoneó para que se encargase de sus clases durante dos o tres días, porque iba a desplazarse a Madrid para hacer unas gestiones. Del supuesto congreso, yo no he oído hablar más que a la esposa del profesor.

     Al inspector se le veía con ganas de levantar el velo que, por respeto y pudibundez, hasta ahora nadie había siquiera rozado:

-          ¿Había habido otras ocasiones en que así, de golpe y porrazo, Barcellina se hubiera marchado de Prestancia, dejando sus clases varios días en manos de sus ayudantes?

     Quique decidió contestarle en los mismos términos coloquiales:

-          La verdad es que no era la primera vez. El profesor Barcellina es una persona muy activa y creo que viaja con frecuencia. Y, en cuanto a encargar a otros que dieran algunas de sus clases, es cosa corriente en la Universidad…, sobre todo, si se es el catedrático de la asignatura.

***

     Al ser las investigaciones competencia principal de la policía de Madrid, en Prestancia no se tuvo conocimiento suficiente de su estado y avances, hasta que el comisario prestancino llamó por teléfono a Adelina para preguntarle:

-          Señora, ¿tenía su esposo casa en Madrid, en la calle de Ferraz, número…[40]?

-          Allí vivieron mis suegros hasta el fallecimiento de él. Como el padre de mi marido murió hace poco más de un año y aún vive mi suegra -aunque se haya venido para Prestancia, para no estar sola-, mi marido todavía no ha vaciado y puesto en venta el piso, como es su propósito en el futuro.

-          Siendo así, supongo que su marido tendría llave de la vivienda…

-          Naturalmente… Pero ¿qué pasa? ¿A qué me pregunta todo esto?

-          Doña Adelina, le ruego que se pase por la comisaría cuanto antes… ¿Quiere que envíe un coche a buscarla?

     Las noticias de Madrid no podían ser peores. Como consecuencia de salir del piso olores como de putrefacción, algunos vecinos del inmueble se quejaron al portero. Este tenía llave del apartamento; abrió y encontró el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición. Por lo demás, la puerta del piso no se encontraba forzada, ni en su interior se observaban huellas de desorden, registro ni desvalijamiento. Ni el conserje del inmueble, ni los vecinos del mismo, habían escuchado voces o ruidos, como tampoco tenían evidencias de que el departamento hubiese estado ocupado durante las últimas semanas.

     Adelina, acompañada por su padre y un chófer de la Policía Armada, se desplazó inmediatamente hasta Madrid, en vehículo facilitado por la comisaría. En la morgue se realizó la penosa identificación del cuerpo, que resultó ser el de Salustiano Barcellina, como era de esperar. A continuación, el juez instructor ordenó la autopsia del cadáver, para determinar las circunstancias y causas de su muerte.

     El informe médico-legal determinó, como más probable, que el fallecimiento se hubiera producido entre tres y cuatro semanas antes. El forense, conociendo que la llamada telefónica del finado a su esposa había sido realizada el mismo día de su viaje de Prestancia a Madrid, concluyó que la muerte databa de los dos días posteriores al mismo. Por lo demás, el cuerpo de Salus no presentaba ninguna huella de violencia física, pero en el estómago se detectaron elevadas cantidades de cianuro potásico, así como cantidades inferiores en sangre, pulmones, corazón, riñones, páncreas y cerebro, tras la absorción del tóxico en el tracto gastrointestinal. En consecuencia, la etiología de la muerte era, indudablemente, la de intoxicación por cianuro[41]. El juez instructor competente de los de Madrid, sobre esa base clínica, abrió sumario por presunto delito de asesinato, ordenando a la Policía realizar las investigaciones pertinentes para identificar y detener a los responsables del mismo.

***

     Las noticias de Madrid alarmaron a Quique, aunque en el fondo esa preocupación no derivaba de datos objetivos, sino de la aflicción y cargo de conciencia que le suponía haber sido determinante en que Estela tomara su mortífera resolución, y a toda prisa, venciendo las dudas que, al parecer, había tenido hasta entonces. Norniella se decía:

-          Es probable que Salus hubiese acabado lo mismo, de no intervenir yo; pero de lo que no me cabe la menor duda es de que habría tenido más oportunidades de salir con bien de las asechanzas de Estela… Lo que yo pretendía haciéndole llegar La Estrella, era que se sintiera descubierta y vigilada y, en consecuencia, desistiera del crimen en que pensaba, ante el riesgo de que yo descubriera su maldad y esta no quedase impune… Pero, en cambio, ¿qué es lo que he conseguido? Animarla a cometer el asesinato, y con tal prontitud, que seguramente podrá escapar a la justicia en España, si no está ya camino de Brasil.

     Y es que Quique no tenía la más mínima incertidumbre: Aquello era cosa de Estela. En consecuencia, él era responsable ante la ley de no haber advertido previamente a Salus y, ahora mismo, de no ir con sus conocimientos a la policía, orientando así sus pesquisas. Ellos sabrían hasta qué punto eran relevantes para resolver el crimen y obrarían en consecuencia.

     De todas formas, sus buenos propósitos se veían empañados y aplazados de día en día por el temor de verse arrastrado en la vorágine de aquel homicidio por razones de venganza política, en un país que dominaban con mano de hierro, precisamente, los correligionarios de los Barcellina. ¿Cómo iban a tomarse los vencedores de la guerra el que un tibio, un apolítico, hubiera llegado al fondo de un asunto tan alarmante, sin denunciar a una izquierdista criminal, hija de un fusilado? ¿Y qué decir de la aventura del collar? ¿Cómo podría explicar sus gestiones ante el joyero Pedro Suárez, sino como una forma de ayudar a Estela a permanecer en España para hacer de las suyas? ¡Vaya usted a saber si no lo tomaban como un signo de que había querido sacar tajada del asunto!, pues no resultaba muy creíble que, después de tener la joya en su poder, la hubiese devuelto gentilmente y sin lucrarse lo más mínimo.

     Poco a poco, se fueron enfriando sus propósitos de tomar el camino de la comisaría y, en paralelo, iban naciendo las inquietudes de que la policía descubriese sus relaciones con Estela y su mundo, antes de que él se las confesara espontáneamente. Ciertamente, en aquella pequeña y murmuradora ciudad era muy posible que algunos recordaran que la joven había estado en el seminario de Derecho Penal, pero eso podía explicarlo sin dificultad con la mucho más evidente relación de Estela con Salus. De la jornada en la Quinta del Rebollar, nada había que pudiese despertar sospechas. Argimiro de Arteaga difícilmente ataría cabos respecto de sus preguntas acerca de las flores de lis o el registro civil. ¿Qué es lo que quedaba entonces como ominoso? ¡En efecto!, el joyero, siempre el joyero; pero, si Quique no confesaba de quién era el collar, todo podía quedar reducido a las gestiones de un abogado en favor de una clienta de su bufete en apuros. El profesor respiraba. No obstante, volvía una y otra vez a repasar los indicios que podían obrar en su perjuicio y, siempre llegaba a la misma conclusión: Solo su confesión podía convertir aquellos en una losa que hundiera su vida o, cuando menos, su futuro profesional.

     De pronto, le vino a la cabeza un pormenor que le había pasado inadvertido: ¡la traducción de La Estrella! En su opinión, podía darse por supuesto que la copia enviada a Estela la habría hecho desaparecer esta, ya que conservarla en su poder no podía tener para la policía otra explicación que la de que había tomado la peripecia teatral como modelo a imitar en la vida real. Pero, ¿y la traducción oficial, esa que había remitido meses atrás a la revista de la facultad de Letras para que viera de publicarla? Desde luego, no era fácil que ningún policía fuese tan aficionado a la lectura, que le diera por hojear aquella publicación, pero ¿y si fuese un profesor o algún alumno de la misma Prestancia quien leyera la tragedia y hallase las analogías con lo acaecido a Salus? Tenía que hacer algo al respecto, sin despertar sospechas y aprovechando que la edición de su trabajo parecía haber quedado muy a la cola en las preferencias del consejo de redacción…

***

     Cuando quien apareció ante su vista fue el profesor Del Arco, casi le da un desmayo a Quique. ¡Nada menos que estaba en presencia de la luminaria de la Universidad, el mentor de Estela, de quien era probable que esta se hubiese despedido a la francesa!

     El profesor Del Arco fijó en él sus penetrantes ojillos, le invitó a sentarse y, sin más preámbulo, le preguntó:

-          ¿Es usted el profesor que quiere hablar con un redactor, acerca de algún problema con un original enviado a la revista de la Facultad para su publicación?

     Quique, pasado a medias el susto, le soltó el rollo que llevaba preparado:

-          En efecto. Hace unos meses les hice llegar un original, consistente en la traducción de una tragedia inédita en alemán y querría retirarlo.

     Del Arco entendió que lo hacía como represalia por la tardanza en publicarlo y le dio lo más parecido a una explicación:

-          Estamos muy cortos de presupuesto y muy largos de original. Además, creo recordar que su trabajo es muy extenso, hasta el punto de que teníamos decidido publicarlo en dos números consecutivos de la revista.

-          No es eso, profesor -replicó Quique-. Al contrario, me alegro de que no lo hayan editado hasta el momento, porque quiero hacer unos retoques y hacer constar en el prólogo algunas nuevas publicaciones que sobre Lessing han aparecido últimamente en Alemania.

-          Bien -concedió Del Arco-, siendo así, voy a dar orden de que se lo devuelvan inmediatamente… No estoy muy seguro de quién lo tiene, porque estaba encargada de ayudarnos una becaria brasileña, que nos ha dejado repentinamente por problemas familiares.

     Del Arco se levantó, estrechó la mano de Quique y lo despidió con estas palabras:

-          Cuando lo tenga corregido, no dude en volverlo a traérnoslo. El difunto profesor Barcellina tenía mucho interés en su publicación. Esta sería una especie de tributo de la revista a su memoria.

     Camino de casa, con la traducción ya en la cartera, Quique no hacía más que darle vueltas a una idea que Del Arco había grabado a fuego en su cerebro:

-          ¿Y si, después de tanto darme golpes de pecho por el envío deliberado del drama a Estela, resulta que ella ya lo había leído sin ninguna voluntad por mi parte, al figurar entre los originales a publicar por la revista?

     A cada paso que daba con aquella razonable posibilidad en la cabeza, el cuerpo le parecía más ligero y las cuestas, menos empinadas. Rio para sus adentros, mientras mentalmente repetía la frase, tantas veces escuchada a Salus, muy inclinado a los dichos en italiano: Chi lo sà?[42]

 

Piedra de armas de los Argüelles

 

 

7.      La vida sigue

 

     Por esas cosas que tiene el temperamento humano, Adelina le había cogido afecto a Quique, ¡quién sabe si por ser la antítesis de su marido, pese a estar profesionalmente tan cercano a él! Tras la compañía y ayuda prestada en los primeros momentos, el bufete de Corredera se había encargado de todos los trámites de la testamentaría, pero la viuda, en su nombre y en el de los dos hijos menores, había decidido:

-          No le parezca mal, Maximino, pero quiero que lleve el asunto personalmente Enrique Norniella. Mi marido y él se conocían bien y se tenían gran afecto.

     No pasaba de ser una disculpa para que el jefe del bufete no se incomodara, pues Salus había hablado en contadas ocasiones a su esposa sobre su adjunto, la mayor parte de las cuales para ridiculizarlo por su poco espíritu y ambición y, sobre todo, para murmurar sobre su patológica vocación por la soltería. No es improbable que aquella supuesta patología fuese un motivo más por el que la viuda se sintiese cómoda y confiada, al poner confidencias y herencia yacente en aquel joven sin pretensiones.

     Valga lo dicho para explicar por qué estaba Quique tan al tanto de la marcha de las investigaciones de la policía, así como de las interioridades que acabaron por poner precipitado fin a aquellas. Veamos cómo.

-          Estoy muy preocupada -confesó Adelina a Quique-. Por deferencia a mi amigo, el gobernador civil, ha venido a visitarme el comisario, y me ha indicado que tienen ya un sospechoso de haber envenenado a mi marido… Vamos, una sospechosa.

     Quique tragó saliva y ni siquiera preguntó la identidad de la mujer. ¡Demasiado había tardado la policía en dar con ella!

-          Se trata de una chica brasileña -prosiguió Adelina-, que parece que se entendía con Salus desde hacía meses… La verdad es que ya había escuchado algunos comentarios sobre esa relación, pero no les hice mucho aprecio. Ya sabes que mi marido era un poco faldero: nada serio ni que durase arriba de una temporada; y lo peor que podías hacer era tomarlo por la tremenda o echárselo en cara.

     Norniella se limitó a asentir con la cabeza, con cara de circunstancias. Adelina pasó al meollo del asunto:

-          Yo no entiendo de leyes ni de juicios, pero me da toda la impresión de que la policía de Madrid no tiene más que barruntos y quiere exagerarlos, para que no se diga que tiene un crimen sin resolver desde hace seis meses. Vamos, salir del paso y, de paso -valga la redundancia-, preparar un escándalo mayúsculo en Prestancia, dejando la memoria de Salus por los suelos, y a los niños y a mí, ni te cuento…

     El adjunto entendió perfectamente las reticencias de Adelina y, maliciosamente, decidió incrementarlas:

-          ¿Han detenido ya a la sospechosa? ¿La han interrogado?

-          ¡Ahí está lo más gordo!, exclamó la viuda. La pájara ha volado y se da por seguro que ya está en Brasil a buen recaudo pues, por lo que me dio a entender el comisario, ese país no suele conceder la extradición; menos aún, de sus nacionales. Así que, ya ves, avergonzarnos a todos, incluidos los pobres niños, para no conseguir nada. Para eso, mejor archivar el asunto y no causar más daño que el irreversible, que ya está hecho.

     Quique decidió dar ya su opinión, visto que coincidía plenamente con la de Adelina:

-          Estoy de acuerdo contigo. ¿Por qué no hablas con el gobernador civil para ver de parar los excesos de celo de la policía, cuando menos, mientras no tengan pruebas más concluyentes?

-          Ya lo he hecho y ha quedado en que hará todo lo posible por evitar el escándalo. El problema es que el asunto se tramita en Madrid, por lo que él no puede intervenir directamente. Me ha sugerido que, como mujer del asesinado, me persone en el proceso ejercitando la acusación… no sé qué

-          Particular -precisó Quique-. Es habitual hacerlo en los casos de crímenes graves.

-          Pues de eso se trata -puntualizó la mujer-. Creo que hace falta un abogado que esté colegiado en Madrid[43], para que defienda mis intereses. Tendré que buscarlo. ¿Conoces a alguno bien preparado y de confianza?

-          Yo ya estoy colegiado en Madrid, para intervenir en asuntos del bufete de Corredera. Si quieres…

-          ¡Por supuesto, encantada! Precisamente iba a pedírtelo… Pero no quiero que se meta en ello Maximino. Es buen abogado, pero no me fío de su discreción en este caso.

-          No te preocupes -concluyó Quique-. Él me confía todos los asuntos penales del despacho… cobrando su parte, naturalmente.

***

     El letrado Norniella tenía el santo de cara. El juez instructor que le había tocado en suerte era uno de esos mirlos blancos -aunque vistan toga negra- que resultan, todo a un tiempo, amables, sensatos y expeditivos. Le había solicitado audiencia a los tres meses de haberse personado, y halló en el magistrado a una persona comprensiva y que conocía perfectamente el asunto en tramitación.

-          Así que de Prestancia -comentó el juez-. Hace la broma de veinte años, estuve de juez de término en Ferrera, y aún recuerdo con cariño toda aquella hermosa provincia.

-          Tanto mejor que Su Señoría conozca la zona y sus costumbres, para que reciba con buena voluntad y comprensión lo que, en nombre de mi patrocinada, la viuda de Barcellina, y de sus hijos voy a exponerle.

     De modo breve y sentido, Quique transmitió al magistrado el sufrimiento moral y las habladurías que se generaban por la prolongación, mes tras mes, de aquel sumario, sin que se hiciesen progresos en la investigación, ni se concretasen las sospechas o indicios en datos probatorios tangibles. El juez convino en ello:

-          Tiene usted toda la razón. De hecho, estoy demorando la conclusión del asunto por la insistencia de la policía en que les dé tiempo para tratar de poner en claro el asesinato de alguien tan notorio, como un catedrático de Derecho Penal. Pero todo tiene un límite y, de hecho, lo mismo opina el fiscal, con quien he consultado el tema, al saber que usted había pedido hablar conmigo… No hay nada más contra esa chica brasileña que haber tonteado con el difunto y haberse marchado de Prestancia -con causa aparente bien justificada-, más o menos, en las fechas en que envenenaron a la víctima en Madrid… Algo completamente insuficiente para procesar a nadie, y menos a una muchacha sin antecedentes y que, a estas horas, estará en São Paulo cuidando de su madre. ¡Menuda bronca me iban a echar los de arriba, si les pido que promuevan una extradición con esos nimios indicios!

-          Y con lo difícil que es conseguir algo así de Brasil, y respecto de sus ciudadanos…, añadió Norniella.

     El magistrado quedó como absorto por unos momentos y luego, dirigiéndose a Quique, sugirió:

-          ¿Por qué no toma usted la iniciativa y me pide que concluya el sumario sin exigencia de responsabilidad contra persona alguna? Luego, el fiscal y usted piden a la Audiencia el sobreseimiento provisional[44] y punto. Así, no podrá decir la policía -como alguna vez han murmurado de mí- que ya está el juez del número 10 con las prisas de siempre.

-          Mañana mismo le presento el escrito -repuso Quique, exultante-, y muy agradecido por su atención.

-          El agradecido soy yo -replicó el magistrado-. Ojalá todos los abogados agilizasen los procesos, en vez de dilatarlos mucho más allá de lo necesario.

***

     Las navidades se echaban encima y Quique se dispuso, como en años anteriores, a cerrar la casa y trasladarse por unos días a la de los padres, que la soledad es muy triste en estas fechas, según decía su madre. Dio la casualidad el que, la jornada en que se disponía a hacer el traslado, recibiese una carta sin remite, con matasellos de São Paulo. Le dio un vuelco el corazón y lo primero que hizo fue comprobar detenidamente que el sobre no presentaba huella ninguna de haber sido manipulado ni abierto. Ya con más confianza, procedió a su apertura. Halló una tarjeta postal a color, con una vista del parque de Ibirapuera, y un sucinto texto al dorso:

     Con mis mejores deseos para Navidad, el Año Nuevo y todos los años de tu vida.

     Cariñosamente,

     La Estrella del Darién.

     Quique esbozó la mueca de una sonrisa, redujo a trocitos el sobre y la postal y los echó a la lumbre en que estaba haciéndose el estofado de alubias, del que era un consumado maestro. Luego, recordando el alias que había usado Estela, fue hasta el despacho, tomó el manuscrito original de la obra y su traducción, y los condenó a la misma pena que a la carta que acababa de recibir. Mantuvo el fogón abierto hasta que se consumió el último adarme y pensó si podrían igualmente consumirse y escapar por la chimenea todos los punzantes recuerdos que guardaba de lo que sucede, cuando alguien tan ignorante e inexperto como él osa atravesarse en los inescrutables designios del destino.

 



    

   


[1] Traducción casi literal de la expresión germana burgerlisches Trauerspiel, nuevo modelo de tragedia o drama, generalizado a partir de mediados del siglo XVIII, del que fue pionero y maestro en Alemania, Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781). En el curso del relato se harán mayores precisiones al respecto.

[2] Para las no muy abundantes traducciones de obras de Lessing al español, véase la enumeración de María Teresa Ruiz, en la web phte.upf.edu. La tragedia Miss Sara Sampson (1755) fue traducida del francés e impresa en un in-quarto tipo folleto, de 32 pp., en la imprenta de Carlos Gibert y Tutó, en Barcelona, s.f. (se cree que entre 1775 y 1796) -tiene acceso libre por Internet-; su siguiente traducción al español hubo de esperar hasta 2014.

[3] La falta de uniformidad y normalización del alemán en el siglo XVIII daba lugar a su diversificación en varios dialectos, uno de los cuales es el denominado “medio oriental”, hablado en Sajonia. Lusacia es una comarca al este de Sajonia, en la que se hablaba -y se sigue hablando, ya residualmente- el idioma sorabo, que no es lengua germánica, sino eslava noroccidental, emparentada con el polaco y el checo.

[4] Líbreme Dios de compartir la aseveración por profesor Barcellina, en cuanto pudiera sentirse en ella una insinuación contraria a la calidad científica y conocimiento de la lengua tedesca de quien pasa por ser el más ilustre traductor y anotador de Mezger (a quien aludiré poco después con más detalle): José Arturo Rodríguez Muñoz (1899-1955), que tradujo al español, en la Editorial Revista de Derecho Privado de Madrid, el Tratado de Derecho Penal (1935) y la Criminología (1942), del citado profesor alemán.

[5] Buenos días y gracias, en español.

[6] Equivalente aproximado a un profesor universitario que, por su menor titulación o dedicación a la Facultad, recibe menores ingresos, los cuales procura completar con la docencia privada de algunos alumnos u otras ocupaciones no remuneradas por la Universidad.

[7] O, como rezaba en el original, Der Stern von Darien. In-quarto es el libro o folleto cuyas páginas tienen el tamaño de medio folio (es decir, de una cuartilla).

[8]  La Parte General del Derecho Penal se cursaba a la sazón en segundo año de Carrera. La Parte Especial, en tercero. Véase también la nota 20.

[9] In dubio, pro reo, equivalente a favorecer en caso de duda al acusado (en el caso del texto, al alumno que se examina). In dubio, studium, con lo que Norniella quiere decir que el estudiante cuyo aprobado esté dudoso debe esforzarse por mejorar.

[10] Fundador, marca de brandy de las bodegas jerezanas de Pedro Domecq, de gran consumo en España en la época a que se refiere el presente relato (década de 1950).

[11] Arturo Rocco (1876-1942), catedrático de Derecho Penal en Roma entre 1929 y 1942. Una buena aproximación a su importante y controvertido perfil: Giovannangelo De Francesco, Rocco, Arturo, Enciclopedia Treccani, 2012, con amplia bibliografía complementaria.

[12] Herr Knauss se refiere a instituciones señeras de Múnich, como la Gliptoteca y la Altepinakothek.

[13] Se trata de objetivos o intenciones en la acción criminal, sin los cuales el sujeto no incurre en delito, ya que los exige como esenciales la norma penal (ejemplo: el ánimo de lucro en los delitos de robo y hurto). La consecuencia más destacada de su concurrencia es la de que los delitos en que se exigen no admitan la forma culposa de responsabilidad. Suele considerarse a Mezger como el pionero en su detección y estudio.

[14] Ha llegado el momento de aludir en nota al profesor Edmund Mezger (1883-1965), catedrático de Derecho Penal en Múnich entre 1932 y 1952, uno de los más grandes penalistas del siglo XX y, al propio tiempo, simpatizante y apoyo de varias de las doctrinas o posturas nazis en materia criminal. Para detalles, me remito a la siguiente obra: Francisco Muñoz Conde, Edmund Mezger y el Derecho Penal de su tiempo. Estudios sobre el Derecho Penal del Nacionalsocialismo, 4ª edición, Tirant lo Blanc, Valencia, 2003, en especial pp. 87-88, 156-157 y 358-376. El libro tiene completo y libre acceso por Internet: ¡Gracias a los responsables de ello!

[15] 1939: año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial.

[16] Glückes genug, Escena infantil número 5, en re mayor, de Robert Schumann.

[17] Las penas del joven Werther (1774), la más famosa novela de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832).

[18] Véase antes, nota 1.

[19] Véase antes, nota 2. Aparte las cualidades intrínsecas en esta tragedia, su importancia se multiplica, al considerarla un eslabón pionero y decisivo en el paso del teatro barroco e ilustrado, al romántico.

[20] La distribución tradicional de los estudios de Derecho Penal en los planes históricos de estudios de Derecho, suponía dedicar dos cursos a la materia: el primero, en segundo año de la licenciatura, dedicado a la llamada Parte General de la materia; el segundo, en tercer año de carrera, a la Parte Especial, o estudio de los distintos delitos y faltas. Este plan ha sido paulatinamente reemplazado por el nacido del R.D. 1424/1990, de 26 de octubre (BOE nº 278, de 20 de noviembre).

[21] Pese a la imprecisión de nombre y de fecha, debe de tratarse del Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, editado en Madrid por el Ministerio de Justicia de España a partir del primer cuatrimestre de 1948. Actualmente (2023), dicha revista sigue publicándose, con notable aceptación.

[22] Es decir, partidario de Manuel Azaña Díaz (1880-1940), presidente del Consejo de Ministros (1931-1933) y de la República (1936-1939), o afiliado a su partido político, Izquierda Republicana (fundado en 1934).

[23] No codiciarás los bienes ajenos. Más completa es la versión del libro del Éxodo (20. 17): No codiciarás… nada que sea de tu prójimo.

[24] Aforismo acuñado por Santo Tomás de Aquino y que es discutido en Derecho Penal, al plantearse la relación de causalidad relevante entre la acción del autor y su resultado delictivo. Podría traducirse por la causa de la causa es (también) causa de lo causado (en este caso, del mal causado). Y perdonen el galimatías.

[25] El Darién es el nombre dado desde la conquista española (siglo XVI) a una extensa región, a un lado y a otro del istmo de Panamá, correspondiente al oeste de la República de Panamá y al noroeste de la de Colombia.

[26] Se trata de una licencia o de un error del autor de Der Stern von Darien, ya que, ni en el siglo XVIII, ni en los anteriores, Burgos tuvo Audiencia, la cual fue creada en 1834, con el carácter de Territorial.

[27] Alusión a una conocida frase de Casio a Bruto, en la tragedia histórica Julio César.

[28] Alusión a la irónica expresión italiana: traduttore, traditore.

[29] Para el Anuario, véase la nota 21. Revista de Legislación alude sin duda a la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, fundada en Madrid en 1853, actualmente (2023) en funcionamiento, siendo la decana de las publicaciones jurídicas en lengua española.

[30] Moneda de curso legal en Brasil entre 1942 y 1967, 1970 y 1986 y, finalmente, 1990 y 1993, en que fue sustituida por el real.

[31] Los colegios mayores para estudiantes hispanoamericanos (incluidos, también, los brasileños) fueron una iniciativa del Instituto de Cultura Hispánica, siendo el primero que empezó a funcionar (1947) el de Nuestra Señora de Guadalupe, en Madrid, que lo hizo con tres estudiantes brasileños entre los hospedados. Véase, Concepción Navarro y Antonio Niño, La casa matriz del sueño hispánico. El Colegio Mayor hispano-americano Nuestra Señora de Guadalupe (1947-2009), Creative Commons, espec. pp. 40-70.

[32] La Real Academia Española define esta expresión como ser de ideas muy avanzadas pero, en su origen, significaba ser de izquierdas o, concretamente, de los que perdieron nuestra guerra civil o simpatizante de los mismos.

[33] Recuérdese que el relato está ambientado hacia 1950.

[34] Las cifras indicadas en el relato son conjeturales. Una gargantilla parecida a la descrita fue subastada en 2018 en Ginebra, especulándose con que alcanzara un precio entre 0,7 y 1,2 millones de dólares.

[35] Particularmente, me reveló Enrique Norniella que se trataba de la siguiente obra: Ciriaco Miguel Vigil, Heráldica asturiana y catálogo armorial de España, Oviedo, 1892. Como le lo contó, lo cuento.

[36] El hallazgo de una vacuna eficaz contra la fiebre amarilla data de 1938, esforzándose la Fundación Rockefeller por aplicarla masivamente en Brasil. No obstante, en la fecha probable de defunción de la Señora Argüelles (hacia 1945), todavía había amplias capas de la población sin vacunar. A titulo de curiosidad, véase: Erling Norby, Yellow fever and Max Theiler: the only Nobel Prize for a virus vaccine, Journal of Experimental Medicine, 204(12), November, 2007, pp. 2779-2784 (puede consultarse por Internet).

[37] El narrador juega aquí con los dos significados más frecuentes de la expresión, según la Real Academia Española: 1. En el teatro de la Antigüedad, personaje que representaba a una divinidad y que, mediante un mecanismo, descendía al escenario para resolver situaciones complicadas o trágicas. 2. Persona o cosa que, con su intervención, resuelve, de manera poco verosímil, una situación difícil dentro de una obra literaria.

[38] Relato de esta verosímil anécdota en historiasdealcala.wordpress.com, por José Antonio Peralvárez, entrada de 30-10-2013.

[39] Reinhard Maurach (1902-1976), insigne penalista alemán. Véase, Francisco Muñoz Conde, Reinhard Maurach. Vida y obra de un penalista alemán del siglo XX, Eunomía. Revista en Cultura de la Legalidad, 20 (2021), ppg. 61-85, espec. pp 65-82 (accesible libremente por Internet).

[40] Por respeto a sus actuales moradores, eludo el recoger en el relato el número y piso de la aludida vivienda.

[41] Si algún lector tiene curiosidad por el tema, le sugiero la libre consulta por Internet del siguiente artículo: Augusto V. Ramírez, Toxicidad del cianuro. Investigación bibliográfica de sus efectos en animales y en el hombre, Anales de la Facultad de Medicina, v.71 n.1, Lima, ene./mar. 2010.

[42] Equivalente a nuestro ¿quién sabe?

[43] En la época del relato, la colegiación de los abogados se hacía Colegio por Colegio, según se precisara para actuar ante los juzgados y tribunales de cada sede. Actualmente (2023), dicha colegiación tiene carácter único para todo el territorio nacional.

[44] En la época del relato, todo auto de sobreseimiento de un sumario -fuera libre o provisional- tenía que acordarse por la Audiencia Provincial. El sobreseimiento provisional significa que puede continuar la investigación policial de los hechos y, si aparecen nuevas y significativas pruebas, reabrir la causa judicial.

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