martes, 13 de julio de 2021

AQUELLOS TIEMPOS DEL MASURIO (TRAS LOS PASOS DE EMILIO SEGRÈ)

 

 

Aquellos tiempos del masurio (Tras los pasos de Emilio Segrè)

Por Federico Bello Landrove

In memoriam, Emilio Gino Segrè (1905-1989)

 

     Seguramente, los años más decisivos y emocionantes en la vida de Emilio Segrè (premio Nobel de Física de 1959) fuesen los de 1935 a 1938, en que vivió en Palermo, como él escribió, con el olor del azahar. Este relato recuerda algunos de sus más destacados momentos, de la mano del personaje -tal vez imaginario, o quizá real-, que le ayudó a sobrellevarlos; un personaje, por cierto, entre la mafia y el fascismo.


Emilio Gino Segrè (1905-1989)

 


1.   Entre Mussolini y Don Calò


         Como yo no soy el protagonista de esta historia, sino solo el narrador, abreviaré en lo posible la explicación de los motivos por los que conocí y hube de intervenir en aquella, hasta el punto de poder presumir de que, sin mi concurso, el descubrimiento del tecnecio podría no haberse producido allí y entonces, es decir, en la Universidad de Palermo y en 1937. De modo que -como decía- voy con mi presentación y entrada en la escena científica siciliana, aunque de ordinario me quedase entre bastidores.

     Nací en 1904 en la localidad de Porto Empedocle[1], en la provincia siciliana de Agrigento. Sus naturales, no muy conformes con tan artificioso, cuanto filosófico, nombre la llaman habitualmente ‘A Marina, hermoso topónimo dialectal, que indica mucho mejor su ubicación y estilo de vida. Mi padre era uno de los dos farmacéuticos del pueblo, con botica abierta en la via Roma, en una época que, como recordarán, los medicamentos funcionaban mucho más a través de fórmulas magistrales preparadas en la farmacia misma, que no como específicos fabricados y envasados por un laboratorio. Ello permitía al bueno de mi progenitor tener una consideración especial con los pobres del lugar, sin más que ganar un poco menos con su trabajo. Entre otras, se benefició de dicha largueza la familia Sinesio, cuyos miembros, aunque muy trabajadores, malvivían de la pesca y en las minas de azufre de Gessolungo[2], en las que, por su ridícula remuneración y pequeña talla, eran bastante empleados los carusi, como los denominamos en Sicilia[3]. Entre la numerosa familia, se encontraba Vincentino, unos quince años mayor que yo quien, con el tiempo y la ayuda del famoso Don Calò[4], se convertiría en el capo de la familia mafiosa de ‘A Marina. De sus cualidades puede dar razón el apodo con que se le conocía en voz baja y a espaldas suyas: Biscia[5]. Es probable que, sin el auxilio de los consejos y medicinas de mi padre, Biscia no habría llegado a adulto, y con buena salud. A posteriori, hubo mi ascendiente de arrepentirse por tan buen resultado clínico, pero el beneficiario no lo olvidó, para bien. Todavía recuerdo que, cuando el mafioso supo de mi partida a la península para estudiar la Carrera, me hizo conducir por uno de los suyos hasta una taberna junto a la torre de Carlos V. Me mandó sentar -alto honor-, me entregó un sobre cerrado con dinero y me dijo:

-          No hace falta que tus padres se enteren de esto. Eso sí, espero que lo aproveches y vuelvas a Sicilia convertido en un boticario de categoría.

-          Pero, le advertí, es que voy a estudiar para abogado.

-          ¡Ah, mucho mejor!, exclamó entre las risas de los circunstantes. Nos serás más útil de picapleitos que como boticario.

***

     Salí de ‘A Marina con diecisiete años, allá por 1921. Mi destino era la Universidad de Pisa, cuya Facultad de Jurisprudencia era famosa y la ciudad -al gusto de mi madre-, relativamente pequeña y tranquila. Lamentablemente, no tuve tiempo, ni de licenciarme, ni de disfrutar de los encantos pisanos, más allá del primer año en que, la verdad sea dicha, aprobé todas las asignaturas, incluido el coco, el Derecho Romano, a cargo del eminente profesor Brugi[6]. No tenía propiamente un manual de la asignatura, lo que nos obligaba a tomar apuntes desesperadamente y completarlos con obras de otros colegas. Entre ellas, yo opté por el Curso del profesor de Turín, Gino Segrè, que, aunque incompleto[7], era excelente y fácil de entender. Si les he ofrecido este mínimo dato es porque luego tendrá su importancia en la historia.

Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Pisa

     Terminado el curso, regresé a mi ciudad natal, invirtiendo en ello casi todo lo que Biscia me había donado, que se me fue en un pasaje de primera clase en el paquebote Il Gabbiano, que hacía cabotaje entre Génova y Palermo, haciendo escala en Livorno, donde yo lo tomé. Encontré mi tierra tan revuelta, como dejé la Toscana, fruto de la efervescencia social que nos traería el fascismo, unos meses después. Mi padre, del todo apolítico y poco inclinado a las novedades, había tenido no obstante el cuidado de leer el Manifesto[8] y lo valoró con unas palabras, que todavía recuerdo:

-          Tienen buenas ideas, pero dudo de que tengan también los hombres necesarios para llevarlas a cabo.

     No creo que, con mi rebeldía juvenil, las palabras de mi padre me calasen hondo, pero el caso es que, de vuelta a Pisa para mi segundo año de Jurisprudencia, seguí la corriente de varios de mis amigos, me puse una camisa negra prestada -que me venía grande-, enarbolé un garrote y me incorporé a la Colonna Lamarmora[9], con destino Roma. De aquella excursión y de la consiguiente adhesión al Partido Fascista obtuve, no solo una medalla conmemorativa y un carnet de número bastante bajo, sino el abandono de la carrera, con la consiguiente incorporación a la Milizia voluntaria[10], pasando luego a formar parte de la Sicurezza[11] y convirtiéndome en un policía que, aunque de la confianza objetiva del Régimen, no estaba dispuesto a dejar de estar al servicio de Dios y de la Patria, como rezaba mi juramento. Claro está que, ni mi padre, ni Biscia, quedaron muy conformes con mi nuevo camino vital. En lo referente a mi progenitor, recuerdo su comparación:

-          Qué quieres que te diga. Me gusta más mi bata blanca que tu camisa negra.

     Y Biscia, con retranca:

-          ¿Es que no te llegó el dinero que te di para comprar una toga, que te has conformado con una camisa?

     Con todo, antes de regresar a la península para cumplir con mis deberes profesionales en Pescara, vestí el uniforme como afirmación de despedida y tuve ocasión de despertar la admiración del elemento femenino de ‘A Marina. Mariolina Balducci, mi vecina solterona, suspiró:

-          ¡Hay que ver qué bien os sienta el color negro a los rubios!

     (No hagan caso a doña Mariolina: Ella calificaba de rubios a los que, como mucho, éramos trigueños) 

***

     En 1933 ascendí a capomanipolo[12] y fui destinado a la comandancia de Palermo. Para entonces, Mussolini había pregonado a los cuatro vientos que su enemiga siciliana visceral, la mafia, había sido definitivamente vencida y, por efecto de ello, el separatismo siciliano era ya historia y el Estado italiano gobernaba la isla con la misma mano de hierro que el resto del territorio. Claro está que todo eso era muy relativo: Ciertamente, se había hecho mucho en unos pocos años, pero, como la hija del jefe de la sinagoga del Evangelio, la cosa nostra no estaba muerta, sino dormida o, por mejor decir, emigrada a los Estados Unidos, o aletargada en las montañas sículas, a la espera de mejores tiempos, que le llegarían diez años más tarde, gracias a la invasión angloamericana de Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial. Y así, cuando fui destinado a Palermo, el prefecto de hierro, Cesare Mori, y su fiel y eficaz fiscal jefe, el procuratore Luigi Giampietro, ya estaban en Roma, disfrutando de su dorado retiro en el Senado. Tan solo permanecía en Sicilia entre los hombres fuertes antimafia el jefe de carabinieri, maresciallo Spanò[13]. Por su parte, el capo di tutti capi, Calò Vizzini estaba confinado en la Basilicata[14] y mi buen amigo, Vincentino Sinesio, aunque seguía en ‘A Marina, apenas se dedicaba a otra cosa que a regentar el conocido restaurante ‘A Vecchia Masseria o, cuando menos, a percibir los beneficios de tan próspero establecimiento.

     Quiere decirse que mi función era la de tener a raya a los antifascistas, sin necesidad de embarcarme en más peligrosos menesteres contra la mafia. Por otro lado, siendo yo siciliano, de entrada no era muy fiable para tales tareas. En consecuencia, el seniore Fioravanti[15], tras echar un vistazo a mi hoja de servicios, decidió:

-          Di Pietro, observo que tiene usted estudios universitarios, y en una Academia ilustre.

-          Solo un curso, seniore. Luego he procurado reanudar la carrera, pero el trabajo ha acabado por quitarme las ganas.

     Fioravanti sonrió:

-          ¿Qué le parecería que yo le diese esa oportunidad, sin dejar por ello de servir al Duce?... Claro que la Universidad de Palermo no es ninguna maravilla de ciencia. Más bien es un nido de revoltosos; y no me refiero tanto a los estudiantes, cuanto a ciertos profesores… disolventes. ¡Claro!, como en Roma se empeñan en trasladar forzosos aquí a algunos de los peores…

-          ¡Esta sí que es buena! -le seguí la crítica-. A los desafectos de la península los traen para acá y a los sicilianos más recios se los llevan al norte.

     El seniore se encogió de hombros y matizó:

-          Menos mal que a algunos funcionarios, como usted, los devuelven a casa, donde espero que esté como pez en el agua… Solo tendrá que pasar mucho tiempo en la Universidad y jugar a la escoba[16].

     La risa le impidió darme una explicación puntual sobre semejante dedicación a tal juego de cartas. No importaba: Pronto sabría por mí mismo el motivo de tan insólita alusión.

Camisas Negras en la Marcha sobre Roma (el séptimo por la derecha tal vez sea Renzo di Pietro)

 

 

2.   Llega un físico sospechoso

    

     La Universidad de Palermo estaba lejos de ser el antro de antifascistas que me había anunciado Fioravanti, aunque no dejase de haber algunos que hacían proselitismo liberal y podían contagiar a los jóvenes estudiantes. Creo que el peor de ellos era, precisamente, el profesor de Derecho Romano, Giovanni Baviera, que había tenido experiencia política previa como diputado, y que era el croupier, vale decir, quien reunía semanalmente en su casa a diversos maestros de la Academia, con el hilarante pretexto de jugar a las cartas, de donde la broma policiaca de llamarlos Il circolo dello scopone[17]. Tanto Baviera, como el botánico Montemartini, eran dos de los catedráticos confinados en Palermo por motivos políticos, aunque este último era menos influyente y de carácter menos apasionado. De todos modos, controlar a aquel grupo de tahúres no me era particularmente difícil. Si acaso, me dificultaba la labor la duplicidad de sedes en que se ejercía la docencia universitaria: En aquellas fechas, precisamente, los estudios de Ciencias fueron llevados a nuevos edificios en la vía Archirafi y ello era un incordio, tanto por el tiempo y esfuerzo empleado en el desplazamiento, como por las dificultades de enterarse de todo y pasar desapercibido. Yo no dejaba de encarecer a Fioravanti esas gabelas, a fin de que no me encargase nuevos o distintos menesteres pues -la verdad sea dicha- los que desempeñaba eran bastante cómodos y poco comprometidos.

     Por aquel tiempo no tenía aún conocimiento acerca de qué profesores eran de ascendencia hebrea, algo que tan importante sería pocos años después. Para no ser numerosos los judíos italianos[18], no eran pocos los docentes palermitanos de dicha etnia, quienes serían depurados a partir de 1938[19], y que en parte coincidían con los jugadores de escoba. A ellos se sumaría, en el curso 1935-1936 un joven profesor de Física, con un apellido que inmediatamente despertó mis recuerdos estudiantiles. Se trataba de Emilio Segrè, verdadero protagonista de esta historia, al que la misma viene dedicada.

***

     Como soltero, pese a su buena posición económica, Segrè comenzó hospedándose en un alojamiento de circunstancias, la pensión Lincoln, en la propia via Archirafi, donde radicaba su Facultad. Y he dicho buena posición, refiriéndome a su familia, pues el sueldo de un profesor de su elevado nivel era de unas dos mil liras, un buen salario, ciertamente, pero nada del otro mundo. Sin ir más lejos, yo llegaba, gracias a mi grado profesional, a las mil quinientas.

Universidad de Palermo, edificios de Ciencias

     La verdad es que me tentó lo de alojarme en la Lincoln cuando me di una vuelta por ella y constaté, no solo su inmediatez a las nuevas Facultades, sino la buena fama de su cocina, regentada por una abruzzese, que no escatimaba -como mi patrona- la abundancia de sus menús. De modo y manera que empaqué mis pertenencias y di con mis huesos en aquel destino atractivo, tan pronto quedó libre una amplia habitación exterior, dos puertas más allá de la del profesor. Aunque no tardaría en perder el relativo anonimato, firmé el registro como Renzo di Pietro, viajante de una editorial turinesa especializada en libros de texto -algo que podría explicar mi asiduidad universitaria-.

Hotel “Excelsior” de Palermo, en la actualidad

     El informe que me habían hecho llegar mis superiores del profesor de Física no era nada prometedor desde el punto de vista antifascista. Sin embargo, su autor -un colega romano, al que le estaré siempre agradecido- lo rodeaba de un halo de comprometido misterio, que habría hecho las delicias de un novelista de ciencia ficción. El joven Segrè, nacido en 1905 en la bellísima cercanía romana de Tívoli, era un físico de campanillas, uno de los miembros del grupo de Roma, por otro nombre i Ragazzi di via Panisperma[20]. Ya ese nombre tenía connotaciones de comedia cinematográfica, que mutaba a película de espías cuando mi colega romano agregaba:

     El jefe del grupo no es il caposcuola, catedrático Orso Mario Corbino, sino el profesor Enrico Fermi[21] quien, pese a haber sido postergado por oscuros motivos de política académica, pasa por ser el mayor especialista italiano en la llamada Física atómica, de tan gran interés internacional. Dentro del citado grupo, Emilio Segrè es apodado el Basilisco, por su carácter propenso a los enfados violentos. No obstante, ha sido él quien más ha contribuido al enlentecimiento o dulcificación de unas partículas llamadas neutrones que, por tal motivo, se denominan neutrones lentos[22]. No puedo ofrecer mayores detalles de tal logro: Solo sé que sus compañeros lo han considerado de superlativa importancia...

     Con un poco de labia y otro poco de argumento científico de pega, logré que Fioravanti me diese carta blanca para centrar mis investigaciones, no en Baviera y Montemartini, sino en Segrè. Incluso logré un plus de mi sueldo para compensar el mayor alquiler de la habitación de la pensión Lincoln, aduciendo que mi traslado había sido motivado por estar más cerca del escurridizo físico, que había tenido largas estancias en Alemania y Holanda, y quién sabe si -como su mentor, Fermi- no andaría trajinándose alguna beca en los Estados Unidos. Lo cierto era que el bueno de don Emilio parecía estar muy centrado en Palermo, tratando de poner en marcha un Departamento con profesores razonablemente buenos, pero con una organización y medios que apenas habían progresado desde los tiempos de Cannizzaro[23]. Estas y otras muchas pejigueras me las contaba Segrè los pocos días que coincidíamos en la mesa de la pensión, gracias a la relativa confianza que habíamos establecido, debida a mi respetuoso recuerdo del romanista de su mismo apellido, quien resultó ser tío carnal de mi joven físico.

     Una tarde de otoño, se me ocurrió dejarme caer por el laboratorio de la Facultad para sacar de sus casillas al Basilisco, invitándolo a un café bien caliente, que llevaba conmigo en un termo, ante la inconveniencia de buscar un cafetín bajo la lluvia. Me lo encontré, literalmente, limpiando el polvo a unos aparatos de aspecto arcaico; eso sí, en compañía de un asistente de edad mediana y con la grata cooperación de una jovencita bastante atractiva, que incluso había sobrepuesto una especie de guardapolvo grisáceo para proteger su vestido de calle. No pude menos de echarme a reír y, cogiendo un plumero sin encomendarme a nadie, la emprendí con un solemne busto de bronce, que resultó ser la imagen del profesor La Rosa[24], inmediato predecesor de Segrè, fallecido un par de años antes. Emilio reaccionó a tono con mi broma:

-          ¡Di Pietro, por favor, tenga muchísimo cuidado, que esa pieza es la mejor de todo el Instituto de Física!

     En efecto, todos hicieron un alto en el trabajo y Segrè me guio hasta su espléndido despacho, amueblado con todo el esplendor de la época humbertiana[25]. El subalterno se eclipsó educadamente, pero la muchacha nos acompañó por expresa indicación del profesor. Como me había figurado, se trataba de una alumna de la asignatura, Ginetta Barresi, la única mujer entre los ocho discípulos que seguían oficialmente el curso de Física. La presentación me fue un poco embarazosa pues su padre era un coronel del Ejército, de familia ilustre, por lo que corría el riesgo de ser reconocido como oficial de la Milizia. Preferí no entrar en detalles, con una salida poco comprometida:

-          ¡Bah!, lo mejor de mí es que soy hijo de un boticario de ‘A Marina, con lo que, de no irme bien en el trabajo, siempre puedo ponerme de mancebo en la farmacia.

     La cita de mi localidad natal fue bastante para que Ginetta encomiase su belleza, así como la de Agrigento y su Valle de los Templos[26]. No habíamos terminado el café cuando Segrè ya se había apuntado a una excursión de fin de semana por mi tierra, tan pronto mejorase un poco el tiempo. La joven declinó la invitación. Dijo:

-          Vayan ustedes solos y diviértanse. Yo ya estoy un poco cansada de ver los templos… Además, tengo que estudiar mucho, que el profesor de Física es un hueso de cuidado.

***

     Nuestra excursión por Agrigento nos dio oportunidad de hablar de muchas cosas, incluso de que yo me sincerase sobre mi verdadera profesión, habida cuenta de que me había percatado previamente de que Segrè no tenía nada de peligroso desde el punto de vista político. Mi confesión vino rodada, por cuanto preparé para nuestra excursión un hermoso Fiat-524 oficial, con un caporale de la Milizia como chófer:

-          Las carreteras por las que hemos de viajar no son nada buenas y no quiero que se malogre uno de los mejores físicos de Italia..., ni uno de sus policías más concienzudos -así expliqué el alarde-.

-          No pretenderá hacerme creer que merezco tal protección de nuestras autoridades, replicó, sin dar mayor importancia a mis palabras, como si no le hubiesen sorprendido.

Vista del puerto y torre de Carlos V (Porto Empedocle)

     Durante el trayecto, casi siempre por terreno muy accidentado, me hizo saber su amor por las montañas, así como su predilección por el esquí de travesía o nórdico:

-          Seguramente, mi próxima luna de miel la pasaré en los altos Apeninos, por la zona del Gran Sasso, me confió.

-          Así pues, piensa contraer matrimonio próximamente, deduje.

-          No tardando, en efecto. He pedido permiso para hacerlo el 2 de febrero próximo, en Roma.

     Me comentó que su futura esposa era una alemana, llamada Elfrida[27] que, por su sangre judía, se había acogido años atrás a la hospitalidad italiana y a quien había conocido en las oficinas de una empresa con la que comerciaba Segrè padre, dentro de su negocio de fabricación de papel. No sé si sabe que yo también soy de familia judía, aunque no participo de su religión, añadió.

     Agotado el tema del judaísmo, me sentí en la obligación de dorar la píldora de mi vinculación a la Milicia fascista, lamentando haber perdido la oportunidad de convertirme en un abogado respetable. Para mi sorpresa, Emilio me replicó con sencillez:

-          Cualquier profesión puede ejercerse de manera digna y dulcificando la aplicación de las leyes cuanto sea posible. No obstante, ¿quiere darme a entender que forma usted parte de los agentes que controlan la actividad universitaria?

-          Digamos, más bien -mentí-, que soy su ángel de la guarda, para que el fascismo no pierda a uno de los científicos más prometedores de Italia.

     Y, desarrollando la idea, le endosé la historieta de mi colega romano, neutrones lentos incluidos. Segrè no sabía si reír o tomarme en serio. Optó por esto último:

-          ¡Anda que no tenemos que dar vueltas -o mejor diría, desintegraciones- hasta que estas investigaciones acaben en algo práctico!

-          Pero, práctico o no -objeté-, que se quede en Italia y sirva aquí. Entre los alemanes y los anglosajones, están concentrando la ciencia y a sus cerebros en tres países nada más.

-          Mucho me temo, amigo Di Pietro -replicó- que sea, ante todo, cuestión de invertir mucho dinero en las universidades y los laboratorios de las empresas. ¡Ah!, y en no maltratar a las personas por su raza o la de su familia. ¿Ignora usted que la esposa de Fermi es judía[28] y, a cada paso que da Mussolini hacia Hitler, nuestro mejor físico se echa a temblar?

     Me dio un pronto y le hice una promesa que trabajo me costaría cumplir:

-          Pues por mí no va a quedar. Puede contar conmigo para cualquier ayuda que le evite problemas raciales.

     Me miró sonriendo, aunque con cierta malicia, y retrocedió en la temática de nuestra conversación:

-          Si le han mandado controlarme, será que tiene usted alguna formación teórica en Física…

-          Ni papa, fuera de un bachiller bien trabajado -repuse-. Como máximo, para ejercitar la memoria, suelo recordar de viva voz todas las mañanas la tabla periódica de los elementos químicos.

-          ¡Caramba!, qué interesante. Lo voy a poner a prueba. ¿Puede decirme el nombre del elemento número 43?

-          Por supuesto, contesté sin vacilar. Se trata del masurio, de símbolo Ma. La verdad es que, en mis tiempos de bachiller, había un hueco en la tabla, que se llenaba, al modo de Mendeleyev, con la expresión Eka-manganeso[29], pero tengo entendido que un matrimonio alemán descubrió el elemento hace unos pocos años[30].

-          La cosa se presta a discusión -juzgó- y, dado su buen conocimiento del tema, le tendré informado acerca de cuanto se avance en el descubrimiento de nuevos elementos.

-          Espero que no sean muchos -bromeé-: Mi memoria ya no es la de mis quince años.

***

     Terminado el viaje hasta Agrigento, invertimos el resto del día en recorrer el Valle de los Templos -que, como no podía ser menos, entusiasmó a Segrè, que aún no lo conocía-.  Comimos de picnic, pese a que el día no acompañaba y, por la tarde, realizamos una visita relámpago, a la capital agrigentina, incluyendo el Monasterio del Espíritu Santo y la hermosísima Biblioteca Lucchesiana, tan decadente como evocadora. Segrè no dejó pasar la oportunidad de guasearse, a propósito de Pirandello[31], como se sabe, nacido en esta ciudad:

-          Supongo que el señor Pirandello no les planteará problemas a usted ni a sus colegas…

-          Cuando uno ha conseguido el premio Nobel -repuse-, hay que consentirle casi todo, incluso que sea fascista.

-          Vaya, ya sé lo que tengo que lograr para que me deje la policía en paz, concluyó echándose a reír.

     Veinticuatro años más tarde tendría Segrè la ocasión de comprobarlo[32].

     Entrada ya la noche, llegamos a Porto Empedocle. En el camino había tratado de convencer a mi acompañante para que se dejara hospedar en casa de mis padres, pero resultó, si no imposible, sí razonablemente embarazoso, dado que apenas nos habíamos tratado. Acepté, pues, que se alojara, en unión de nuestro chófer, en el hotel Villa Romana, al pie de la playa del Lido Azzurro, donde el caporale miliciano le serviría de escolta y, si a mano venía, de transportista. Lo que sí aceptó de buen grado fue cenar en casa para conocer a mi familia, de lo que esta ya tenía adelanto. El caporale optó por comer aparte y le aconsejé hacerlo en la Vecchia Masseria, para lo que lo proveí de una nota, a fin de evitarle una reacción desagradable, yendo de uniforme. La esquela iba dirigida a la atención de Don Vicentino Saverio y decía así:

     Le ruego atienda a este humilde conductor en acto de servicio, como si de mí mismo se tratase. Mañana iré sin falta a cumplimentarlo personalmente.

     Ni que decir tiene que el chófer quedó encantado. Cuando pasó por casa para recoger a Segrè después de la cena, me comentó admirativamente:

-          ¡Una cena digna del rey, y no quiso cobrarla! Me dijo que mañana estará muy honrado de recibirle en su modesto establecimiento.

-          Se ve que eres muy popular, Renzo -comentó el profesor, que había decidido durante la cena que nos tuteásemos-.

-          Sobre todo, entre ciertas personas, repliqué con vaguedad. Ya te contaré… Que pases muy buena noche y duerme pronto, que mañana iniciaremos nuestra visita a las nueve. No sabes la de cosas hermosas que tiene nuestra pequeña ‘A Marina.

***

     Dedicamos el domingo a visitar las bellezas de ‘A Marina: torre de Carlos V, Chiesa Madre, Palazzo Montagna, el palacete de la familia Melluso -con el permiso de sus moradores, a quienes les cayó en gracia que un afamado profesor romano se interesara por tan pintoresca como poco frecuentada localidad-. Con todo, nada le llamó más la atención a mi invitado que la amistosa acogida que tuvimos en la Vecchia Masseria, gratuidad del banquete incluida. Menos mal que, previendo la generosidad de Biscia, me había pertrechado de una espectacular cassata de la mejor confitería de la ciudad, como obsequio para su madre, así como de dos botellas de añeja sambuca[33], para brindar por nuestra prosperidad en el ya muy próximo año 1936, en que mi amigo Emilio, aquí presente, pasará a mejor estado -expliqué-. Ni que decir tiene que, entre rasgos de cortesía y cierta sobreabundancia alcohólica, la despedida entre Don Vincentino y un servidor fue de lo más efusiva, no faltando la paternal obsequiosidad del mafioso, pese al estado de latencia en que lo había puesto el fascismo:

-          No hay mejor amigo -ponderó- que el que no se da importancia y trata con campechanía a quien está pasando una mala racha. De modo que, Renzo, cuenta conmigo para cualquier cosa que se te ofrezca… Repito, para cualquier cosa.

     Ya con el coche en marcha, camino de regreso a Palermo, Emilio me preguntó:

-          Tratamiento de Don, besos a dos carrillos…: No será un tipo de la mafia…

     Me eché a reír -tal vez por efecto de la sambuca- y le dije al conductor, que había participado con nosotros del ágape y su ceremonia:

-          Contéstele usted, caporale Pessina, que yo no quiero comprometerme.

     El interpelado, muy respetuoso, respondió:

-          Es muy posible que lo sea, pero, ante todo, para un siciliano, es un paisano amigo que está en horas bajas.

     Segrè pareció tardar en asimilar aquella prioridad, tan impropia en un policía. A mí, en cambio, me dio en pensar que habrían de pasar cien años y seguiría siendo el mismo marinise[34] de la infancia, que nunca haría uso de un policía para resolver sus asuntos personales, con amigos o con enemigos.

 

 

3.   Radiactividad por correspondencia


     Como estaba previsto, Emilio Segrè contrajo matrimonio con Elfriede Spiro en una sinagoga de Roma, el domingo, 2 de febrero de 1936. Debido al mal tiempo, no pudieron cumplir su deseo de pasar la luna de miel esquiando en los Apeninos, sino de turismo en Nápoles y sus alrededores. A su regreso a Palermo, Emilio tuvo la gentileza de invitarme personalmente para que conociera a su esposa, tomando café en el hotel Excelsior, donde se habían instalado de manera provisional. Elfrida era una mujer hermosa, de rasgos notoriamente germánicos, amable y con dificultad aún para expresarse en italiano con precisión. De manera piadosa, le fui introducido como un agente de policía sinceramente interesado por la ciencia y la historia. Por supuesto, antes, en la intimidad, ya la habría aleccionado Segrè sobre mi verdadero cometido en la Universidad, pues noté cierta tensión en su joven esposa. Yo llevé la conversación a las bellezas de Sicilia y de su mar, ofreciéndome como anfitrión, si decidían repetir por Agrigento. También prometí mi ayuda en la búsqueda de algún piso conveniente en Palermo si -como suponía- no pensaban seguir largo tiempo de hotel, aunque fuera tan espléndido como el Excelsior de aquella época[35]. Segrè bromeó:

-          Tiene razón Renzo. Las habitaciones son lujosas y la cocina, de primera, pero presenta el inconveniente de que el gerente está confinado aquí por antifascista.

-          No lo decía yo por eso -repliqué un poco amostazado-, sino por la inferioridad de un hotel frente a la intimidad de un hogar, por modesto que sea.

-          Cierto -concedió el físico-: Eso y la circunstancia de que un profesor no cobra un sueldo que le permita costear un hotel lujoso, a no ser con la cooperación de sus padres.

Elfriede Spiro Segrè, primera esposa de Emilio Segrè

     Fuera como fuese, pronto se trasladó el matrimonio Segrè a un piso casi nuevo en la plaza Crispi, con magníficas vistas al Jardín Inglés. Supongo que, ni el precio de compra, ni los soberbios muebles que trajeron de Florencia, se corresponderían tampoco con el salario de Emilio, máxime habiendo dejado su mujer de trabajar.  Más adelante les informaré de los motivos por los que llegué a conocer bien dicha vivienda y su ajuar.

     Por unos motivos u otros, abandoné mi asiduidad de Segrè, con el pleno acuerdo de mi jefe, Fioravanti, y me concentré en los veteranos conspiradores del Círculo de la Escoba. Todavía me dejaba caer algunas tardes por el seminario de Física, tratando de camelar a la encantadora Ginetta Barresi, pero la diferencia de edad y de clase social eran entre nosotros obstáculos casi insalvables, por no hablar del profumo di poliziotto[36] que me acompañaba desde mi confesión a Segrè. Por si todo eso fuese poco, se cruzó en mi camino un jovencísimo y prometedor recién licenciado en Física, apellidado Santangelo[37], con el que las cosas no llegaron a mayores, pero fue lo suficiente para que Ginetta se desligase de mis cafés del atardecer. En resumen, perdí todo interés por la Física, hasta que Fioravanti me llamó la atención, con bastante malos modos:

-          ¡Vaya, Di Pietro! Está usted dedicado en exclusiva a la Universidad y tengo que enterarme de lo que pasa allí por otros compañeros suyos.

     Mi presunto despiste tenía que ver, precisamente, con Segrè. Al parecer, se había embarcado en alguna ignota tarea con otro profesor, uno de tantos antifascistas reconocidos, el químico y mineralogista, Carlo Perrier[38]. Yo lo conocía de vista, dado que su despacho y laboratorios ocupaban la primera planta del edificio, justo por encima de las dependencias de Física. Precisamente Segrè había bromeado en alguna ocasión sobre la circunstancia de que ciertas salas que también le correspondían en el primer piso se las había encontrado ocupadas por los químicos, cuando él llegó a Palermo. Su natural realista le había movido a no reclamarlas, ya que tenía en la planta baja espacio más que suficiente. ¡Mira tú por donde, su generosa gentileza le permitió contar al año siguiente con el concurso de uno de los más destacados profesores de Italia en las materias complementarias que él iba a necesitar!

     Pues, en efecto, eso era lo sospechoso que habían descubierto mis colegas: Que Segrè y Perrier se habían puesto de acuerdo para llevar a cabo una investigación conjunta. Y lo que se traían entre manos fue algo que supuso mi primer complimiento de la promesa de ayuda amistosa, aunque no tuviese que ver con el antijudaísmo; al menos, no directamente. Para contarlo, habré de retroceder unos cuantos meses, hasta el verano de 1936. Voy con ello.

***

     En dicho momento, aprovechando las vacaciones académicas, el matrimonio Segrè viajó a los Estados Unidos sin ningún problema, fuera del que representó el estado de gestación de Elfrida, poco adecuado para el tremendo calor húmedo con que los recibió Nueva York. El caso es que el aspecto científico del viaje se desarrolló casi en su integridad por California, en concreto, en la Universidad de Berkeley. Esto me contaba el propio Emilio, en su despacho, tras pedirme que acudiese a verlo con cierta urgencia. Y añadía:

-          En resumen, he conseguido de mis colegas americanos que me envíen a Palermo todas las muestras que desee, para analizarlas aquí y ver de descubrir en ellas algún elemento todavía no identificado. ¿Se acuerda de lo que hablamos?

-          ¡No me diga más! -exclamé-: ¡el masurio auténtico, no ese de pega del matrimonio nosecuantos!

-          En efecto -asintió, sonriendo-. Pero tenemos un pequeño problema, para el que deseo rogarle que nos eche una mano. Se trata del transporte.

-          Pues ¿qué?, inquirí, ¿le han puesto pegas en la aduana?

-          Me temo que lo hagan, pero no es solo eso lo que me preocupa.

     Y, a partir de aquí, el profesor trató de explicarme de manera sencilla que las muestras que esperaba recibir eran de materiales radiactivos y, por tanto, tenían que ser manipuladas con sumo cuidado, sin inspección o apertura ninguna para comprobación, pero, al mismo tiempo, no dando el cante, de manera que prohibiesen su importación.

-          Ya creo entender, afirmé. Es algo así como la radiación de los aparatos de rayos X, que tan buen servicio prestan a la medicina; pero sus rayos ¿qué beneficio van a prestar a la sociedad?

-          Es el progreso, amigo Renzo, como en su día lo fue la radiación X. ¿Acaso cree que Roentgen hizo el descubrimiento y, acto seguido, los médicos empezaron a usarlo?

     Hasta ahí, la cosa era clara: primero, la ciencia teórica y, a partir de ella, las aplicaciones prácticas. Pero, como policía llamado a hacer un favor tan peligroso, quería algo más que una vaga invocación al progreso. Segrè se puso solemne y acabó por convencerme:

-          Mira, toda la física moderna está caminando por esta vía y los países que no se den prisa en tomarla acabarán en la cuneta, en todos los sentidos, desde el médico y el energético, hasta el militar. Que eso le pase a Haití o a Liberia -por poner dos ejemplos- es normal y casi inevitable, ¡pero a Italia!, la tierra de Galileo, de Volta, de Marconi…

     Pese a tanto entusiasmo, seguí dudando. Finalmente, accedí, cuando me aseguró que el nivel de radiación y el tipo de empaquetamiento impedían cualquier efecto gravemente perjudicial o peligroso. De todos modos, de haber sabido que aquella tremenda energía era detectable con los aparatos adecuados, sin necesidad de abrir el envío, me lo habría pensado mejor. En fin, decidí subirme al rayo del progreso. Acudí a Fioravanti para pedirle que intercediera con los aduaneros, claro está que sin darle mucha información:

-          Jefe, me he enterado de que van a empezar a llegar a la Universidad de Palermo unos paquetitos desde la de Berkeley, en los Estados Unidos. Hay que decir a los de aduanas que los depositen sin abrir ni inspeccionar en sus almacenes, hasta que vaya a recogerlos personal autorizado de la Facultad de Física, acompañado por mí o de algún policía a mis órdenes.

-          Pues, ¿qué demonios contienen?

-          Algo que, cuando nuestros científicos lo analicen y empleen, dejará los rayos X a la altura de la Edad de Piedra.

     Fioravanti titubeaba. Tendría que hacer un uso arriesgado del argumento de autoridad:

-          Pregunte a Roma, si no acaba de estar convencido, pero corremos el riesgo de desvelar un secreto nacional. Por otra parte, no creerá usted que los americanos iban a ayudarnos en algo tan importante, sin que nuestro Gobierno no estuviera al tanto y les hubiese hecho alguna contrapartida. ¡Menudos son los yanquis!

     En fin, con mucha suerte y bastante inconsciencia, los residuos radiactivos procedentes del ciclotrón de Berkeley llegaron silenciosamente y sin impedimentos a los laboratorios de la modesta Universidad de Palermo. Y creo tener motivos para vanagloriarme de haber contribuido a ello. ¿Que por qué no se me han reconocido hasta ahora los méritos? Yo voy a contestarles con otra pregunta: ¿Creen ustedes que yo iba a permitir a Segrè, ni a ningún otro, que sacase a relucir mi nombre en esta materia, sin recibir previamente mi autorización?

***

     La primera consecuencia de la aplicación del dúo Segrè-Perrier para analizar aquella muestra de molibdeno radiactivo, que yo había contribuido a que entrase de matute en Italia, fue el indudable descubrimiento de varios isótopos del elemento químico número 43, aquel que en el instituto llamábamos masurio, en la creencia de que lo habían hallado, y aislado, los Noddack. Los dos profesores panormitanos, exultantes, publicaron su verdadero descubrimiento aquel mismo año de 1937[39], aunque decidieron no entrar en mayores polémicas y no rebautizar al masurio, hasta que las comprobaciones imparciales fuesen aplastantes. Lo malo es que se atravesó la Segunda Guerra Mundial, por lo que no fue hasta 1947 cuando el masurio pasó a mejor vida. No hay mal que por bien no venga -dicen muchos- y aquel retraso contribuyó a que Segrè, con el apoyo de Perrier y de la IUPAC, escogiera libremente un hermoso nombre para su elemento: tecnecio, debido a que fue obtenido, no directamente de la Tierra, sino por la técnica humana, aplicada a la manipulación de otro elemento[40].

     Recuerdo que acudí a la pequeña fiesta de natalicio que se dio en el laboratorio, con la presencia de los dos felices papás, así como de otros colaboradores o parteros, como el ya citado Santangelo, el fisiólogo -judío y antifascista- Camillo Artom[41], Cacciapuoti[42] y otros más. Con la venia de Segrè, me hice acompañar de mi jefe, Fioravanti, para que fuese testigo privilegiado del alumbramiento del primer elemento químico que había sido descubierto en Italia. El hombre parecía tan contento como el que más y no dudo de que semejante éxito patriótico me hiciera crecer unos cuantos pies en el respeto y la confianza del comandante.

     No quiero concluir este capítulo sin recordar, todavía con hilaridad, la controversia que se suscitó a propósito del nombre que habría de llevar el nuevo elemento, la cual sorteó Segrè con la astucia de demorar el bautismo. Cada miembro del equipo fue proponiendo sugerencias: Recuerdo las de panormio y trinacrio[43]. Es muy posible que esta última hubiese resultado vencedora, de decidirse la cuestión en aquellos momentos. El botánico Montemartini envió una papeleta en guasa, proponiendo el nombre de victorio, por nuestro rey de entonces. Yo me animé -y tuve gran éxito- a sugerir el vocablo mussolinio[44], a fin de multiplicar la importante cifra de doscientas mil liras que acababa de recibir el departamento general de Ciencias de la Universidad. Artom, que apenas sabía de mí otra cosa que era un policía de la Sicurezza, me miró de arriba abajo y, no entendiendo la broma, me dijo tajante:

-          A ese precio, prefiero rastrear el metabolismo de los fosfolípidos con una linterna.

     Ya dicen de los italianos que somos muy apasionados.

 

 

4.   La encomienda del Commendatore


     La Física no dejaba de darme sustos. El primero, en el verano de 1937, cuando se le ocurrió al Duce visitar la Universidad de Palermo en plena canícula. El rector[45] ordenó de inmediato la incorporación a sus Facultades de todos los profesores, estuvieran o no de vacaciones. Por supuesto, yo también tuve que regresar de ‘A Marina, para encontrarme con el sofocón añadido de que el profesor Segrè era el único de su departamento del que no se había obtenido contestación. Finalmente, se supo que la comentadísima ausencia estaba bien justificada: Su coronel no le había dado permiso para abandonar el cuartel de Civitavecchia e ir a rendir pleitesía a Mussolini, cosa inconcebible y que olía a montaje y desprecio político[46]. Así lo entendió y me lo recordaría el commendatore[47] Mancini, cuando fuese a visitarlo al año siguiente en interés del propio Segrè.

     El segundo sofoco -este, en época primaveral- fue aún más grave. Un famoso físico siciliano había sido nombrado catedrático de Nápoles a comienzos de 1938 y tuvo la feliz idea de visitar Palermo antes de incorporarse a su destino, hospedándose en el hotel Sole, desde donde envió a un colega amigo un telegrama, manifestándole su propósito de dejar la enseñanza de inmediato, no obstante lo cual, abandonando previas ideas de suicidio, tomaría el vapor para Nápoles, a fin de renunciar en forma a su cátedra. En efecto, el 27 de marzo tomó el barco, pero nunca llegó a destino, presumiblemente por tirarse al mar durante la travesía, sin que nadie se percatara[48]. Naturalmente, me tocó ayudar en la investigación, buscando pistas y rumores entre sus colegas palermitanos que, dicho sea de paso, lo consideraban un genio, pero desequilibrado y fuera de casi todo contacto social. No tuve mejor forma de explicárselo a Fioravanti que con una expresión, cogida al vuelo en la Facultad:

-          Dicen que era un genio estudiando los neutrinos.

-          ¿Y qué demonios son los neutrinos?

-          Unas partículas que, hasta ahora, nadie ha encontrado y hasta se duda de que existan[49].

-          ¡Claro! -dedujo mi jefe, perdiendo todo interés por la búsqueda del científico-. ¡Y todavía se extrañan de que un tipo así de pirado se tire por la borda!

Aviso periodístico de la desaparición de Ettore Majorana (1938)

     Apenas se habían apagado los ecos de la desaparición de Majorana, cuando recibí la invitación de Segrè para tomar café una tarde en su casa. Pensé: petición tenemos. Por supuesto, llevaba razón.

-          No tengo más remedio, tan pronto me den las vacaciones, que viajar a Berkeley, pues se me han acabado las muestras radiactivas, me dijo.

-          Pues que te manden más por correo -repliqué-. No dirás que estás teniendo dificultades para recibirlas.

-          ¡Oh, no, amigo Renzo! Es que ahora me va a tocar estudiar las que tienen un periodo de semidesintegración muy corto, y sin ellas no podré acabar mis investigaciones sobre ese nuevo elemento que hemos descubierto.

     Ante mi perplejidad, el profesor me explicó que había muestras que perdían su radiactividad en días, horas o, incluso, fracciones de segundo, un tiempo muy inferior al que tardaban en llegar por barco los paquetes desde California.

-          Bueno -opiné-, pues date una vuelta por los Estados Unidos, como hace dos años.

-          Eso es lo grave -suspiró Emilio-. La situación política ha cambiado mucho en este bienio. Si me ha sido complicado explicarte lo de la desintegración radiactiva, todavía es más complicado conseguir un pasaporte italiano con visado del consulado americano.

-          Me figuro, repuse, que será cosa de lo mucho que está acercándose el Duce al Führer, como hemos tenido la oportunidad de comprobar[50]. De todas formas, un visado turístico para unas cuantas semanas no creo que sea difícil de obtener…

     ¡Pues sí, hasta esa visa era casi inalcanzable, al menos, en el caso de Segrè! La cosa debía de depender más bien de Italia -por ser judío y desafecto al Régimen-, que de los Estados Unidos, que tenían una tolerancia legal especial para profesores de universidad y otras personas distinguidas. En fin, me convenció y quedé en hacer cuanto me fuera posible por complacerle. ¡Ay, esa promesa de favores del viaje a Agrigento!

     La figura clave para conseguir que un pasaporte italiano se visara para los Estados Unidos resultó ser el commendatore Bruno Mancini, hombre muy engreído, del que se rumoreaba se había hecho rico en la década anterior traficando con pasaportes y documentos varios para los mafiosos que, huyendo de la persecución fascista, habían emigrado a América. Tanto es así, que llamé por teléfono a Biscia, pidiéndole información y, si a mano venía, recomendaciones. Me fue clarísimo:

-          Lleva un buen fajo de liras. Si no hay trabas políticas insalvables, te dará lo que le pidas. De todas formas, capomanipolo, ¡vaya unos amigos que te echas!

     ¡Y tanto! En fin, no era cosa de presentarme yo con el soborno, siendo un policía. Decidí tocar dos teclas, en acorde: la nula peligrosidad del profesor y la importancia de su trabajo para la Patria. El commendatore me escuchó con cierta atención y, en un momento dado, cortó mi perorata:

-          ¿Dice usted que ese profesor Segrè es un individuo joven, romano, que está casado con una alemana?

-          Así es, en efecto.

-          Y es un catedrático de Física, que lleva aquí poco tiempo. De eso no hay duda, ¿verdad?

-          Ninguna. Es la máxima autoridad en Física de nuestra Universidad, a la que llegó destinado hace menos de tres años.

-          Y, en consecuencia, dará clase a los estudiantes de la Facultad.

-          Por supuesto: de licenciatura y de doctorado.

     Pareció complacido del resultado de tan anodino interrogatorio, que cerró con una alusión, que acabó por descolocarme:

-          Seguramente habré coincidido con él en el Rotary Club en alguna ocasión[51]… ¡Bah!, no importa. Dígale que venga a verme y se hará lo que se pueda.

***

     La explicación de todo aquel interés por identificar en lo superficial a Segrè la hallé cuando este volvió a convocarme por el tema del pasaporte, con una sonrisa de oreja a oreja.

-          ¡Qué razón tenías, Renzo! El commendatore es más venal que Judas; pero lo curioso es que no he tenido que entregarle ni una sola lira.

-          ¡Diablos! ¿Cómo se compagina lo uno con lo otro?

-          Pues, amigo mío, porque los profesores tenemos algunas cosillas con las que mercadear…, siempre que no pasemos del pecado venial.

     El pecado consistía en aprobar a un sobrino del commendatore que, bien por el rigor calificativo del profesor, bien por deficiencias del alumno, no había manera de que superase la Física. Segrè recordaba bien el caso, que presentaba el óbice de que las calificaciones ordinarias ya estaban puestas. Así pues, llegaron al acuerdo de que el aprobado llegaría en los exámenes de octubre. El tío se puso tan contento por el prometedor futuro de su sobrino que, no solo validó y selló el pasaporte de Emilio, sino el de su esposa pues, al parecer de buena fe, pretendía tener la diligencia hecha a prevención, pese a que Elfrida no tenía todavía intención de abandonar Italia con el niño, Claudio. Prueba de ello es que, acto seguido, Emilio se preocupó de conseguir el visado americano solo para él, no para el resto de la familia. Sea como fuere, la cosa tuvo algunas curiosas consecuencias: Yo quedé como si no hubiese hecho nada útil ante el commendatore, y desconozco lo que pasaría con el prometido aprobado del sobrino, ya que Segrè no volvió de los Estados Unidos para refrendarlo[52].

     Cuando, semanas más tarde, volví a encontrarme con Biscia en ‘A Marina, le referí lo acaecido. Don Vincentino puso cara de escandalizarse y, cínicamente, me manifestó:

-          ¡Qué falta de moral! Una cosa es comprar a alguien con dinero -que es sucio y deleznable- y otra vender las calificaciones, que deberían ser lo más sagrado para un profesor.

     Me sentí un poco molesto del rapapolvo, aunque no tuviera yo nada que ver en él, y le repliqué, casi en serio:

-           Signore Sinesio, también entra dentro de los deberes de un profesor el ser humano con sus discípulos.

     Biscia se puso meditabundo y concluyó:

-          Ojalá que mis maestros hubiesen sido tan comprensivos como ese al que tú quieres tanto.

 

 

5.   Adiós a Italia


     Creo recordar que Segrè se embarcó para los Estados Unidos a finales de junio de 1938, en lo que iba a ser una estancia de trabajo de no más de tres meses, pero que duraría muchos años. No lo culpo a él, sino a la política antijudía del fascismo, que estalló en pleno verano[53], provocada -según se dice, con una verdad a medias- por nuestros amigos nazis. Fue un clarinazo que, al parecer, sorprendió a donna Elfriede veraneando en el Véneto con sus padres y con Claudino, sin que el hecho le generase particular inquietud, aunque solo fuera -como decía Emilio- porque en Italia siempre había habido antisemitismo de boquilla, pero no de obra. Lo cierto es que también él, preocupado o no, siguió trabajando en los laboratorios de Berkeley, sin alterar sus planes iniciales.

     Lo que siguió ya fue mucho más ominoso y, según me contaron, lo pilló en Chicago, en unión de Fermi y de su hebrea esposa, cuando ya había iniciado el retorno hacia Italia, vía Nueva York. Aunque su esposa Elfrida seguía impertérrita, la referencia que los periódicos americanos hacían de las primeras leyes contra los hebreos italianos[54] determinaron a Segrè a cambiar su decisión: No volvería a Palermo, donde ya no podría ejercer como profesor, sino que se quedaría en los Estados Unidos, donde, mejor o peor, tendría trabajo como físico[55]. La cuestión, pues, se tornó en la siguiente: ¿cómo lograr que Elfrida y el niño pudiesen salir de Italia y reunirse con él en América?[56] Y entonces fue cuando entré yo; esta vez, con una ayuda verdaderamente dirigida a proteger a mi amigo de la furia antisemita.

     Todo empezó con una llamada telefónica de quien menos la esperaba:

-          ¿Di Pietro?... Soy Ginetta Barresi… ¿Podríamos vernos lo antes posible?... ¿Sí?... ¿Qué te parece en la recepción del Hotel Excelsior?... Espléndido… Mañana, a las cuatro.

     Para entonces ya había hecho mía la frase de mi padre, cuando mi madre me urgía a buscar novia: Un policía que se mueve entre la mafia y los fascistas, lo mejor que puede hacer es quedarse soltero. Con todo, me dio un pequeño vuelco el corazón, al escuchar la voz risueña y cantarina de Ginetta por el auricular. Luego, comprendí que la llamada había de tener muy otra intención que la de ligar. Así era, en efecto.

-          Me ha escrito alarmadísimo el profesor Segrè -aclaró Ginetta-. Me ha pedido que le prestemos toda la ayuda posible para sacar de Italia a su mujer y a su hijo, antes de que estos energúmenos la devuelvan a Alemania y los metan en un campo de concentración.

-          No sabía nada… A mí no me ha escrito, repuse vagamente.

     La joven captó inmediatamente mi desilusionado reproche hacia el profesor. Precisó:

-          Se ha dirigido a mí como forma más segura de que no interceptasen el correo, pero dice expresamente en su carta: Poneos inmediatamente en contacto con el bueno de Renzo di Pietro, con el mismo objeto. Está muy bien colocado para ayudar y tiene recursos para todo.

-          Para casi todo -puntualicé-. Con las nuevas leyes y con lo que sabe el commendatore Mancini, es una tarea casi imposible.

-          No creas -matizó-. La signora Segrè cuenta ya con un pasaporte italiano con autorización sellada para viajar a Estados Unidos. Solo nos falta el visado americano y llevar las gestiones tan en secreto, que no se enteren, ni Mancini, ni ningún policía de emigración que no sea de confianza.

     Yo seguía viéndolo muy negro. Ella, para animarme, hubo de hacerme esta confesión:

-          Mi padre está dispuesto a ayudar. Ya sabes que es coronel del Ejército, muy influyente aquí y emparentado con los Crocco[57]. Y, para que pasen más desapercibidos, tendremos a Elfrida y al niño en nuestra quinta de Mondello hasta el momento del embarque.

-          Para embarque, el mío -bromeé, cediendo del todo-. No me extrañaría que, cuando esto se sepa, pase una temporada en la cárcel y acabe despachando aspirinas en la botica de mi padre.

***

     La buena de doña Elfrida, no muy consciente del peligro que corría permaneciendo en Italia, siendo judía y de nacionalidad alemana, no nos puso fáciles las cosas: No solo se trataba -según ella- de ponerlos a buen recaudo en los Estados Unidos, sino que no quería marcharse de Sicilia sin antes dejar arregladas las cosas. Eso significaba vaciar su piso de piazza Crispi, enviando a California, debidamente embalados, muebles y demás ajuar doméstico; vender a buen precio la vivienda y depositar el valor recibido en el Bank of Italy[58], de manera que Segrè pudiera sacar todo el numerario en los Estados Unidos. Menos mal que teníamos a un coronel del Ejército en nuestras filas. A la postre, Elfriede se conformó con que le tramitásemos visado y pasajes a Nueva York. Por su parte, Ginetta le prometió solemnemente que pondría en venta el piso y, con tiempo, contrataría el transporte de los muebles adonde convinieran. En lo que a mí respecta, como policía, le aseguré que el piso quedaría mejor cerrado que el cónclave del Vaticano y me encargaría de que diariamente se comprobase que nadie intentaba acercarse a él con aviesas intenciones.

     Llegados felizmente a tal acuerdo, el coronel Barresi y yo nos repartimos los trámites más perentorios. Él, que era bien conocido en el consulado estadounidense en Palermo y se defendía en inglés, haría directamente y de forma reservada la gestión del visado. Yo me encargaría de los pasajes para doña Elfrida y su pequeño, comprándolos en Nápoles, pocos días antes, a nombre de signora Segreti. Nadie podría decir que el deliberado error no estaba bien traído[59].

     Finalmente, el 15 de septiembre de 1938, Ginetta, el coronel Barresi, mi chófer y yo despedíamos a Elfriede y Claudino al pie de la pasarela del trasatlántico Rex[60]. Todo estaba bajo control… o lo parecía. Por aquellas mismas fechas, estuvo a punto de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, a propósito de la crisis de los Sudetes. De haber sido así, es lo más probable que el trasatlántico italiano hubiese sido internado en el puerto gibraltareño durante toda la guerra[61]. Afortunadamente para los Segrè, las aguas diplomáticas se calmaron, mediante las conversaciones que concluirían en los acuerdos de Munich[62].

      El 1º de octubre, recibí un telefonazo de Ginetta, con la noticia que estábamos esperando:

-          Elfrida y el niño llegaron a Nueva York sin novedad y en este momento estarán a bordo del tren que los llevará a California.

-          ¡Magnífico!, exclamé. Ahora tendremos que ponernos a lo de la mudanza y la venta del piso.

-          No es preciso que te andes molestando. Papá ya encargó a un cerrajero una cerradura de alta seguridad, y todo lo demás corre también de cuenta nuestra.

     Me quedé un poco cortado, pero comprendí que sería lo mejor para todos -en especial, para mí- que no anduviésemos juntos, después de la fuga en que habíamos colaborado. Le respondí:

-          Me parece bien. No obstante, si precisas de mi consejo o ayuda, solo tienes que avisarme.

     Y eso fue todo.   

 

 

6.   Epílogo. Sobre lo que fue de Renzo di Pietro


     Di Pietro no escribió ni una sola palabra más sobre sus relaciones y contactos con Segrè. He tenido que ser yo, el editor de sus memorias, quien le siguiese la pista en ‘A Marina. No he logrado saber mucho. Pero, al menos, me lo he pasado muy bien en esa zona de Sicilia, que, por obra y gracia de su hijo distinguido, Andrea Camilleri[63], se ha hecho mundialmente famosa, o poco menos.


Aviones aliados bombardeando Porto Empedocle (1943)

     Desde luego, está claro que Renzo acabó vendiendo aspirinas, como él había augurado. De una manera u otra, sus superiores llegaron a saber que había facilitado la escapada americana de Segrè, Elfrida y el pequeño Claudio, y no se conformaron con menos que con que pidiese su abandono voluntario de la Milizia. Si la represalia no llegó a mayores fue por la implicación de otras personas de postín, como el coronel Barresi y el commendatore Mancini, temerosos de que Di Pietro largara, si acababa en la cárcel o en el frente de los Balcanes. Con todo, la casa y la farmacia se esfumaron durante los bombardeos de mayo del 43, dejando a la familia Di Pietro literalmente en la calle. Pero el 15 de julio del mismo año, los americanos tomaban Porto Empedocle y una nueva era de influencia y prosperidad se iniciaba para la mafia. Don Calogero Vizzini retornaba de su confinamiento y su secuaz Biscia recuperaba el poder de facto en ‘A Marina. Fue una bendición para los Di Pietro, siempre en la generosa memoria de quien volvía a ser Don Vincentino. De su patrimonio procedió el préstamo a largo plazo y sin intereses que permitió levantar nuevamente casa y botica, ahora en via Marullo. Y de sus chanchullos políticos, surgió la reposición de Renzo quien, expulsado por antifascista, lo menos que podía hacer la nueva República era restituirle a la fuerza pública. Le ofrecieron ingresar en los Carabinieri con el grado de maresciallo, pero él encontraba un poco ridículo el uniforme de entonces. Optó, pues, por convertirse en ispettore de la Policía y, no tardando, pasaría a dirigir la comisaría de Porto Empedocle, a plena satisfacción de sus convecinos, incluido Biscia, quien suavizó un tanto sus maneras, convencido, como sus colegas ultramarinos, de que valía más manipular a los políticos y convertirse en un peculiar hombre de negocios:

-          Pero, amigo Renzo -le llegó a decir, tomando un marsala-, todo tiene un límite. Jamás consentiré que me traicionen o me hinchen las narices…

-          ¡A quién se le ocurriría semejante osadía, Vincentino! Con todo, no se pierde nada por dar un severo toque de atención, antes de pasar a mayores. Y, si me lo cuentas antes, yo podría…

-          ¡Hasta ahí podíamos llegar -bramó Biscia-, a que la policía se meta en nuestras querellas! No sé cómo mi santa madre me anda siempre diciendo que te escuche, que te inspira Santa María del Buen Consejo[64].

-          Tu madre exagera, Vincentino, pero soy lo más parecido a Ella que tienes, dado que no has pisado la Chiesa Madre desde que recibiste la primera comunión.

     Esto me lo contó un camarero, que dijo haberlo escuchado perfectamente, dado que Biscia tenía un vozarrón tremendo. Y, por una buena propina, me dio su parecer sobre un tema muy interesante:

-          Aunque sea usted español, le supongo al corriente de un comisario que tenemos aquí, llamado Salvatore Montalbano.

-          Por supuesto. También en nuestra televisión circulan sus aventuras, y con mucho éxito.

     El camarero sonrió con suficiencia:

-          De lo vivo a lo pintado, ¿sabe usted? Pero lo que es muy cierto es que tiene un carácter amable y reservado a la vez; que nos conoce a casi todos por nuestro nombre y parentela, y, sobre todo, que no deja que una mala ley le impida hacer una buena justicia. Pues bien, Montalbano empezó de inspector cuando Di Pietro era el comisario. Puede decirse que todo lo aprendió de él, además de que haya sabido ser un buen discípulo.

-          ¿Y también Di Pietro tenía un amor de Génova, o de otra ciudad lejana?

     Mi informador, fuera por ignorancia, fuera por reserva, me contestó:

-          Algo tengo oído a mi padre de que el comisario bebía los vientos por una viuda de Palermo, pero lo cierto es que ella no vino nunca por aquí y Di Pietro falleció soltero, hará cosa de diez años.

     Esto es todo cuanto puedo decirles sobre Renzo di Pietro. Sobre Emilio Segrè, en Internet tienen tanta información, cuanta puedan desear. Así que, ¿para qué alargar más esta ya dilatada historia?[65]

El Comisario Montalbano, según el escultor Giuseppe Agnello

 



[1]  Para todas las referencias y alusiones a Porto Empedocle, o ‘A Marina, me remito al relato Justicia por delegación (En honor de Camilleri), en este mismo blog, etiqueta “cuentos de misterio”, entrada de 27 de agosto de 2020.

[2]  Provincia de Caltanisetta. Dichas minas se explotaron a nivel capitalista o empresarial entre 1839 (por lo menos) y 1986, en que fueron cerradas por escasa productividad.

[3]  Caruso, en dialecto siciliano, equivale a chiquillo; en este caso, aprendiz o pinche de la mina.

[4]  Se trata de Calogero Vizzini (1877-1954), el más famoso y poderoso de los jefes mafiosos de la época, quien, entre otras funciones aparentemente legales, tuvo la de representante del consorcio minero dueño de las menas sulfurosas de Gessolungo.

[5]  Equivalente italiano a nuestro culebra.

[6] Biagio Brugi (1855-1934), catedrático de Derecho Romano en Pisa entre 1918 y 1934. Fue miembro de la Accademia dei Lincei y Senador del Reino.

[7]  Solo se publicaron (a partir de 1919, con numerosas ediciones sucesivas) dos tomos: Corso di Diritto Romano, I (Derechos reales y posesión), y II (Obligaciones solidarias), edit. Viretto, Torino.

[8]  Textualmente, Manifesto dei Fasci Italiani di Combattimento, publicado en el periódico Il Popolo d’Italia del 6 de junio de 1919. Funcionó como programa oficial del fascismo hasta los momentos de la Marcha sobre Roma (27 de octubre-1 de noviembre de 1922), tras la cual Mussolini fue nombrado Jefe del Gobierno italiano.

[9] Una de las columnas de voluntarios fascistas para la Marcha sobre Roma, que siguió la vía costera del Tirreno. Estaba mandada por el general Santi Ceccherini y el marqués Dino Perrone Compani. De ella se dice formaron parte 2.063 camisas negras pisanos. Véanse, Renzo Castelli, Fascisti a Pisa, edit. Ets, Pisa, 2006; “Darioski” (Dario Lischi), La marcia su Roma con la colonna “Lamarmora”, edit. Florentia, Firenze, 1923 (con abundantes ilustraciones).

[10] La denominada, por las siglas, MVSN (Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional), tradicionalmente llamados escuadristas o camisas negras, que acabó integrándose en la estructura policial del Estado, como Cuerpo distinguido. Luego pasó a denominarse OVRA (Organización para la Vigilancia y la Represión del Antifascismo), policía política del fascismo italiano que, aunque se creó en 1927, no estuvo totalmente operativa a nivel nacional hasta 1930.

[11] Sicurezza Nazionale, o Policía italiana, que funcionó con dicho nombre entre 1924 y 1943.

[12] Grado de la Milicia, equivalente al de teniente en el Ejército, o inspector de primera en la Policía.

[13] Francesco Spanò (1878-1949) fue, además, Vicecuestor de Palermo entre 1925 y 1937, pasando seguidamente, como cuestor, a Reggio Calabria.

[14] Para mejor conocimiento de estas cuestiones relacionadas con la mafia, véanse, a título de ejemplo: Cesare Mori, Con la mafia ai ferri corti, edit. Flavia Pagano, Milano, 1932 (se trata de unas Memorias del famoso Prefetto di ferro de Palermo entre 1925 y 1929); Christopher Duggan, La mafia durante il fascismo, traducción italiana a cago de P. Niutta, edit. Rubbettino, Soveria Mannelli (Catanzaro), 1986; Salvatore Lupo, Storia della mafia dalle origini ai giorni nostri, edit. Donzelli, Roma, 2004, espec. pp. 209 y ss.

[15]  Personaje del todo imaginario. Seniore es un grado de la Milizia equivalente al militar de mayor o comandante y al policiaco de comisario. Por descontado que el narrador, capomanipolo Renzo di Pietro, también es una persona de mi invención, así como el mafioso Biscia.

[16]  La escoba (scopa) y la brisca (briscola) se consideran los juegos de naipes más populares de Italia. Como también son muy conocidos en España, ahorro cualquier explicación sobre ellos a mis lectores.

[17] Asumo la licencia literaria de adelantar en unos pocos años la formación de ese circolo, cuya actividad solo fue destacada a partir de la entrada de Italia en guerra (1940). Véanse: Giovanni di Capua, Il bienio cruciale (luglio 1943/giugno 1945). L’Italia di Charles Poletti, edit. Rubettino, Soveria Poletti (Catanzaro), 2005, p. 106; Matteo Morione, Romanisti proffessori a Palermo, “Index”, 25 (1997), pp. 587-616, apartado 11 (dedicado, precisamente, a Giovanni Baviera). El domicilio para las reuniones radicaba en la via Ariosto de Palermo.

[18] La cuestión es debatida, pero suele sostenerse que el total no pasaría de unos cincuenta mil: unos 39.000 con nacionalidad italiana y 11.200 de otras nacionalidades (estadísticas oficiales hacia 1938). Sobre la cuestión hebrea en la Italia fascista, véase mi relato La línea roja, en este mismo blog, etiqueta de cuentos históricos, entrada de 12 de enero de 2019.

[19] Se citan como de estirpe hebrea, y represaliados por ello años más tarde conforme a las Leyes sobre la raza mussolinianas: Maurizio Ascoli, Camillo Artom, Mario Fubini, Alberto Dina, Alberto Baviera (que se libró de las represalias) y Emilio Segrè.

[20] El nombre suele venir atribuido a la esposa de Enrico Fermi, en el libro: Laura Fermi, Atomi in famiglia, Milano, Mondadori, 1954 (primeramente, en inglés: Atoms in the Family: My Life with Enrico Fermi, University of Chicago Press, 1954). Véase también la película: I ragazzi di via Panisperma (1989), film dirigido por Gianni Amelio. El Real Instituto de Física de la Universidad de Roma radicaba en el número 90 de la via Panisperma, razón por la que sus más jóvenes miembros era llamados los Chicos de la calle Panisperma.

[21] Orso Mario Corbino (1876-1937), director del Real Instituto de Física de la Universidad de Roma. Enrico Fermi (1901-1954), uno de los más grandes físicos nucleares del siglo XX, premio Nobel de Física de 1938.

[22] El enlentecimiento neutrónico, logrado mediante dispositivos a la parafina, no solo facilitó el estudio de las interacciones nucleares teóricas, sino la fisión nuclear masiva, que permitió las bombas atómicas.

[23] Stanislao Cannizzaro, excelente químico y precursor de los estudios atómicos, fue profesor en Palermo entre 1861 y 1871.

[24]  Michele la Rosa (1880-1933). Era rector de la Universidad panormitana cuando falleció, relativamente joven.

[25] El rey de Italia, Humberto I, lo fue entre 1878 y 1900, año este en que resultó asesinado.

[26] Sitio arqueológico, que constituye uno de los mejores ejemplos de conservación de templos griegos de la época clásica, gracias a haber sido la antigua Agrigento (Ákragas) una importante ciudad de la Magna Grecia.

[27] Elfriede Spiro (1907-1970).

[28]  Se trataba de Laura Capon Fermi (1907-1977).

[29] Dmitri Mendeleyev (1834-1907), autor, en 1869, de la primera tabla científica de los elementos químicos. La expresión Eka-manganeso venía a indicar el primer elemento a continuación del manganeso, todavía no descubierto ni aislado en su tiempo.

[30]  Walter e Ida Noddack (a quienes volveremos a encontrar en el relato) publicaron un artículo en 1925 en el que, al parecer equivocadamente, dijeron haber descubierto el elemento 43 y le dieron el nombre de masurio. También sobre esta cuestión trataré más adelante, en esta misma historia.

[31] Luigi Pirandello (1867-1936), gran escritor italiano, premio Nobel de Literatura de 1934. Sorprendió muy negativamente su adscripción al fascismo a partir de 1924, aunque manteniendo en cierto modo la independencia y originalidad de su carácter y comportamiento.

[32] Emilio Gino Segrè (1905-1989) alcanzaría el premio Nobel de Física en el año 1959.

[33] Cassata: pastel o tarta que tiene como principales ingredientes bizcocho, queso y frutas confitadas. Sambuca: licor anisado, al que pueden agregarse café y otras yerbas. Ambos productos son elaborados en Porto Empedocle, como también en otros muchos lugares de Italia.

[34] Marinisi es la forma dialectal de aludir a los naturales de Porto Empedocle, habida cuenta de que la localidad -desde 2009, ciudad- se llamó ‘A Marina, o Molo di Girgenti, hasta 1863. Girgenti, por supuesto, es la evolución fonética del latino Agrigentum, derivado a su vez del griego clásico, Ákragas.

[35] Este hotel, hoy centenario, ocupa toda una manzana, abierta a la via della Libertà.

[36] Olor a policía.

[37] Alusión de fantasía a un personaje real, Mariano Santangelo (1908-1970), pronto doctor y ayudante de Segrè, a quien llegaría a suceder en la cátedra de Física palermitana entre 1955 y 1965.

[38] Carlo Perrier (1886-1948), profesor ordinario en la Universidad de Palermo entre 1929 y 1939.

[39] Perrier C., Segrè E., Some chemical properties of element 43 J. Chem. Phys. 5 (1937) 712-716; Los mismos, Some chemical properties of element 43. II J. Chem. Phys. 7 (1939) 155-156. El propio Segrè ha historiado el descubrimiento del tecnecio, cuando menos, en dos publicaciones accesibles por Internet: Emilio Segrè, A mind always in motion.The autobiography of Emilio Segrè, University of California Press, Berkeley, 1993, pp. 112-118; Emilio Segrè, A 50 anni della scoperta del Tecnezio, Palermo, 1987, en fisicaechimica.unipa.it. Puede verse, también en Internet, Aurelio Agliolo Gallito, Ileana Chinnici e Roberto Zingales, 1937: Palermo. The discovery of technetium, Atti del XXXVIII Convegno annuale SISFA – Messina 2018, pp. 25-34.

[40] La oficialidad del nombre de tecnecio se produjo en 1947. IUPAC son las siglas de International Union of Pure and Applied Chemistry, máxima autoridad mundial en dichas materias. Con todo, hay quienes siguen aceptando que fueron los Noddack quienes descubrieron en 1925 el elemento que, por tanto, debería seguir llamándose masurio.

[41] Camillo Artom (1893-1970), profesor de Fisiología en la Facultad de Medicina de Palermo entre 1935 y 1938, cuando fue desposeído de su cátedra por ser judío, exiliándose entonces a los Estados Unidos.

[42] Bernardo Nestore Cacciapuoti, destacado físico italiano en materia de radiación cósmica y partículas elementales, a la sazón profesor en Palermo (luego pasaría a Roma).

[43] Panormia, uno de los nombres antiguos de Palermo, conservado en el gentilicio panormitano. Trinacria, nombre griego clásico de Sicilia, debido a su forma sensiblemente triangular.

[44] Víctor Manuel III, rey de Italia entre 1900 y 1946. Benito Mussolini, jefe del Gobierno italiano entre 1922 y 1943 (en la llamada República Social Italiana, o de Salò, hasta 1945).

[45] Se trataba de Gioacchino Scaduto (1898-1979), que lo fue entre 1935 y 1938. Afortunadamente para Segrè, no simpatizaba con el fascismo. De hecho, fue alcalde de Palermo en etapa democrática, entre 1952 y 1955.

[46]  En su autobiografía, Segrè atribuye a su coronel la idea, para evitarle un viaje relativamente largo, en un verano bochornoso y alejándose de su mujer e hijito de apenas cinco meses. La verdad es que, aunque no fuese el muñidor, el valor del coronel al denegar el permiso fue muy considerable. Se recuerda que Segrè ya había hecho el servicio militar, bastantes años antes, en artillería antiaérea; lo que hacía bajo las banderas en 1937 eran unas prácticas de mantenimiento, de breve duración.

[47]  Título honorífico derivado de recibir una condecoración de ciertas Órdenes italianas, muchas de ellas anteriores a la unificación (1870), singularmente la Orden del Mérito del Reino de Italia (hoy, de la República Italiana).

[48] Ettore Majorana (1906-1937), ilustre físico italiano, cuya muerte ha sido objeto de infinidad de lucubraciones y elaboraciones novelescas, siendo la más famosa la de Leonardo Sciascia, La scomparsa di Majorana (1ª edición italiana, 1975), de la que hay traducción española: La desaparición de Majorana, edit. Tusquets, Barcelona, 2007.

[49] Evidentemente, se trata de un resumen pedestre de la situación científica de los neutrinos en 1938.

[50] Seguramente que Di Pietro alude a la larga visita (siete días) que Hitler giró a Italia (Roma, Florencia, Nápoles…) a comienzos de mayo de 1938, estrechando los lazos con Mussolini.

[51]  Segrè fue socio de dicho club en aquella época: Veáse, Emilio Segrè, A mind always in motion, cit. en nota 39, p. 127.

[52]  Esta anécdota del aprobado es cierta pues, sorprendentemente, la recoge Segrè, sin ningún rebozo, en su autobiografía citada en la nota 39, pp. 128-129.

[53] Manifesto della Razza, publicado en Il Giornale d’Italia del 14 de julio de 1938.

[54] Tales textos legales comenzaron a promulgarse el 5 de septiembre de 1938, continuando en fechas y años sucesivos. La batería completa de textos está referenciada en la web, governo.it/leggi antiebraiche.

[55] Aunque parezca mentira, Segrè hubo de colocarse inicialmente en Berkeley con un sueldo de 300 dólares mensuales, pronto rebajado a menos de 150, aprovechándose descaradamente de su situación como refugiado el factótum de los laboratorios, Ernest O. Lawrence (1901-1958), quien tanto lo había ayudado con la famosa remisión de muestras residuales radiactivas, aludida antes en este mismo relato.

[56]  Esta cuestión está expuesta por el propio Segrè en su autobiografía, citada en la nota 39, pp. 140-142.

[57] Ilustre familia italiana de pioneros de la aviación, a nivel teórico y técnico, encabezada por el entonces más influyente, Gaetano Arturo Crocco (1877-1968), y seguida por su hijo Luigi (Gino) Crocco, que fue profesor de Física en la Universidad romana, La Sapienza.

[58] Hoy, Bank of America. Como Bank of Italy fue fundado en 1904 por Amedeo Giannini, con sede en San Francisco de California, con la lógica pretensión de acoger en los Estados Unidos el capital, préstamos y negocios de la abundantísima colonia italiana de América del Norte.

[59] Segreti, además de un apellido, significa en italiano secretos.

[60] Magnífico buque italiano de pasajeros que, por razones bélicas, tuvo una vida muy corta (1932-1940), en el curso de la cual alcanzó la Banda Azul en 1933, tardando entre Gibraltar y Nueva York tan solo 4 días y 13 horas, a una velocidad media de casi 29 nudos (unos 53 kilómetros por hora).

[61]  Di Pietro realiza aquí una afirmación atrevida pues no es probable que Italia hubiese entrado entonces en guerra, como tampoco lo hizo cuando esta realmente estalló (septiembre de 1939), demorando su beligerancia unos nueve meses.

[62] Dado el carácter de este relato, me limitaré a consignar que su fecha fue el 30 de septiembre de 1938.

[63] Andrea Camilleri (1925-2019), famoso escritor empedoclino, que en sus obras protagonizadas por el comisario Salvatore (Salvo) Montalbano recreó e hizo famosa a su ciudad, con el nombre de Vigata.

[64] Es la advocación mariana con la que está consagrada la Chiesa Madre, iglesia parroquial de Porto Empedocle.

[65] Además de las fuentes citadas a tal efecto en anteriores notas, añado ahora estas dos: Intervista a Emilio Segrè a cura di Ottavia Bassetti, 17 de septiembre de 1986 (tiene una duración de 41 minutos y puede encontrarse en youtube). Biagio Dibillo, Emilio Segrè, un físico poco ricordato, www.matmedia.it, 27 de mayo de 2020 (excelente resumen biográfico).

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