EL GATO ENCERRADO (REINTERPRETANDO A SCHRÖDINGER)
Por Federico Bello
Landrove
Muchos hemos oído hablar, o leído
cosas, del gato de
Schrödinger (1935), uno de los
experimentos imaginarios más famosos y discutidos en la historia de la Física.
Pocos, en cambio, conocen el episodio real en que, por un momento, el gran
físico hizo de gato y un gato tuvo la clave de su destino. En versión de un
colega suyo en Oxford, esta es la fantástica historia.
1. El profesor
Más de una vez me he preguntado qué diantres pudo haber impulsado al
bueno de Erwin para venir a reposar entre los ciervos y las fritilarias del Magdalen[1]. Bueno, lo de reposar es
un decir, pues es obvio que su mente seguía echando humo, aun después de
alcanzar el Olimpo del Nobel de 1933, … y no digamos su cuerpo. Pero, como fellow de un College con cinco siglos de
antigüedad, bueno será no abdicar de la buena educación y presentarme a
ustedes.
La Física no es, desde luego mi fuerte, pero había perfeccionado
estudios musicales en la Viena natal de Rody[2].
Ello, en opinión del President,
me habilitaba para sentarme a la izquierda del gran físico en la high table[3]
y encargarme de hacerle los honores y la presentación. Mi alemán estaba ya
bastante oxidado, pero el Presidente me tranquilizó:
-
El
profesor Schrödinger tiene sangre británica[4] y habla perfectamente el
inglés. Lo que espero de usted es meramente que le recuerde su pasado vienés el
cual, aunque también oxidado en lo
académico, sigue bien presente en su forma de ser.
Algo hallé en su tono, que me impulsó a contestar:
-
Vino,
mujeres y canciones[5].
Bien, si se trata de cantar, podré darle la réplica.
-
Sí
pero, por favor, si es en cualquier otro de los elementos, no le siga la
corriente.
Con esto y decir que mi nombre es Adam Clayton, queda conclusa mi
presentación. A fin de cuentas, el protagonista de la historia será mi colega
Erwin. Él… y el gato.
***
La conversación que les he resumido se produjo al comienzo del curso de
1933-1934. Erwin había pasado el verano en el Tirol austriaco y venía atezado y
pletórico. Mi charla hubo, por tanto, de derivar hacía Innsbruck y sus
encantos. De mis cortas estancias en la capital de los Alpes austriacos apenas
recordaba otra cosa que la tumba de Maximiliano[6] y alguna que otra
cancioncilla folklórica modulada al uso gutural de la zona. Quizás animado por
previas libaciones, Rody me acompañó con tal énfasis, que su voz llenó pujante,
al menos, la mitad del histórico ámbito. En aquel entonces, los gorgoritos no
alcanzaron siquiera el nivel de anécdota, pues el profesor era un perfecto
desconocido en el College. Pero, uno
o dos meses después, le fue concedido el Nobel de Física. Al entrar en el
comedor el día de la feliz noticia, todo el mundo se puso en pie, en espontánea
demostración de respeto. El Presidente pronunció unas palabras de salutación, a
modo de brindis, que se perdieron inaudibles en la enorme sala. El gran
Sherrington, Nobel él mismo el año anterior[7], comentó jocoso:
-
Espero
que la respuesta de Herr Schrödinger
se escuche mejor. ¡Qué digo! Estoy seguro de ello.
***
Estaba visto que ese curso sería inolvidable para Rody, por más que no
se encontrara ambientado en absoluto en aquella ciudad, cerrada y pacata, como él gustaba de tildarla. Hube de enterarme de
la segunda buena nueva un poco por casualidad, mientras le explicaba el sentido
y desarrollo de la Fiesta de Mayo[8], en la que yo tenía una
notable participación, como encargado del coro del Magdalen. En el colmo del entusiasmo, me atreví a insinuar:
-
Es
el gran momento de la juventud y del amor. Tanto es así, que podrías venir con
tus dos mujeres.
Rody cortó mi perorata, de forma un tanto sibilina:
-
No
sería una buena idea, dadas las circunstancias.
Aquellas circunstancias, que
yo desconocía en profundidad, consistían en el avanzado embarazo de la esposa
del profesor March, amante conocida y oficial
de mi interlocutor. Su paternidad era tan evidente, que Anny –la mujer de
Erwin- había llegado a sentirse ofendida e incómoda. Finalmente, todo vendría a
buenas y la pequeña Ruth[9], nacida el 30 de mayo de
1934, sería reconocida como hija suya por Rody y tratada maternalmente, tanto
por su progenitora, como por la esposa de su padre. Un galimatías que seguro
comprenderán ustedes mucho mejor que las autoridades académicas oxonienses del
momento.
Años después, he tenido ocasión de leer, y más de una vez, que nuestro
físico tenía en tanto la creación y la vida, que no podía privarse de la gloria
de la paternidad[10],
habida cuenta de que su esposa Anny resultó ser estéril. Aunque mi fuerte no
sea la Lógica, creo que tal forma de pensar podría llevar a la deducción de que
Erwin hubiera sido padre de un tropel de chiquillos, pero no a la decisión de
reconocer, precisamente, a uno solo de entre ellos. Lo cierto es que,
metiéndome donde no me llamaban, osé objetar su decisión legal, por el motivo
más obvio:
-
Estimado
colega, ¿no crees que la comunidad académica tomará a mal tamaña confesión de
infidelidad?
-
Amigo
mío, tengo bastante con ocuparme de que la tomen a bien Anny y los March. Y,
después de todo, fortis est veritas[11].
-
En
efecto, Erwin. Y que Dios os ayude: ya sabes, Dominus illuminatio mea.
Con todo, pese a la fuerza de la verdad, me consta que Rody estuvo a
punto de abandonar Oxford por Princeton: Lindemann[12] me lo reveló años
después, cuando nuestro nobelizado colega
aceptó la oferta de De Valera para dirigir en Dublín un Instituto de Estudios
Avanzados; algo que, por el oferente y por lo turbulento de la época[13], algunos ingleses no le
perdonaron jamás.
2. El gato
No era usual la presencia de féminas en el
Magdalen de aquel tiempo. Aunque las
chicas tenían acceso a la Universidad de Oxford desde 1920, ocupaban sus
propios Colleges y Halls, entre los que no se encontraba
precisamente el nuestro. Tampoco contábamos en el claustro con profesoras. En
consecuencia, teníamos que coincidir con las limpiadoras, o perdernos en los
vericuetos de la cocina, para tropezarnos con alguna falda –no escocesa-. Era
algo que los profesores soportábamos con la indiferencia que dan la edad y la
tradición. Desde luego, yo no me quejaba por ello.
Entre las fámulas, Nathalie se llevaba la
palma. Pese a su poco favorecedora parafernalia, aquella limpiadora, todavía
joven, rolliza y rubicunda, tenía toda la gracia de una arrolladora simpatía y
una energía desbordante. Y eso que la vida no le era fácil. Después de echar
diez horas como ilustre fregona del Colegio, había de ejercer de ama de casa y
de muñeca para un fornido y destemplado mecánico de la Morris [14]. Yo había tenido conocimiento de sus cuitas, a
raíz de decidirme a comprar un MM8 Semi Sport, a poco de divorciarme. El
Grandón –como indefectiblemente Nathalie aludía a su marido en su ausencia-
me asesoró en la adquisición y me hizo la puesta a punto, de forma tan cumplida
y atenta, que no pude menos de pensar que su esposa exageraba sus defectos. Sin
duda, era un caso más de sujeto que presentaba su peor cara en el hogar.
Ya no recuerdo cuándo ni cómo fue. El
hecho es que, en algún momento de aquel año de 1934, Erwin vino a buscarme
temprano a mi habitación del College, a fin de dar un paseo euforizante
por Addison’s Walk. En el pasillo se
tropezó con Nathalie, a la sazón de rodillas y echando los bofes para encerar
el tillado. Deslumbrado por las rotundas pantorrillas enfundadas en medias
negras y por unas sugerentes y níveas corvas, poco más arriba, el físico me
bombardeó a preguntas, que en buena parte pude responder, por mi conocimiento espiritual
de la atractiva fregatriz. Y es que hay veces en que resulto un poco
gárrulo: aquella fue, sin duda, una de ellas.
***
El resto de la historia habré de
recomponerlo a retazos, en base al conocimiento propio, las confidencias de
Rody y de Nathalie y la tradición oral del Magdalen,
de cuyo acervo llegó a formar parte el incidente, aunque el paso del tiempo lo
haya ido borrando. Como no soy un científico, me preocupa poco que los hechos
hayan sido comprobados, ni que mis conclusiones coincidan con las de otros
expertos independientes. Creo que fue el insigne matemático Weyl[15]
–por cierto, amante indubitado de Anny Schrödinger- quien afirmó que, cuando
había tenido que optar entre la verdad y la belleza, habitualmente había
escogido esta última. Así que, si un matemático osa publicar esa regla de
conducta, imaginen de qué no será capaz un músico, como yo.
Me consta –por los motivos
automovilísticos antes aludidos- que Nathalie y su marido vivían en una casita
de planta baja, en Newman Court, con entrada principal a dicho lugar y salida
escusada a un pequeño huerto, cuyos mínimos bancales descendían hasta besar las
aguas del Cherwell. También me consta –todos lo sabíamos- que donde Erwin ponía
el ojo, ponía la bala; dicho sea ello, como metáfora de sus cualidades e
inclinaciones sentimentales.
Dicen las fuentes que no era la primera vez que el ilustre
profesor visitaba a la no menos ilustre fregona, aprovechando las ausencias
conocidas de su marido. Mas, ya fuera por desarreglos de agenda, ya por la
osadía que genera la libídine, una noche bastante fría, la pareja fue
sorprendida in rebus Veneris[16]
por el inconfundible y poderoso jadeo de la camioneta Van Built que habitualmente conducía Billy, el mecánico de la Morris.
Innecesario es resaltar que Erwin saltó de la cama sumamente ligero de ropa y,
ayudado por la así mismo despojada Nathalie, tomó sus vestiduras y salió corriendo
al sereno por la puerta trasera, entre los consejos desesperados de aquella:
-
Vístete
en el cobertizo y, en cuanto puedas, coges el bote y subes por el río hasta el
Colegio.
-
Imposible,
no tengo ni idea del manejo de la pértiga.
-
Entonces,
permanece escondido hasta que se duerma mi marido. Ya te avisaré.
El bueno de Rody acató la orden, abrió la puerta de la cabaña y, entre
rozaduras y tropezones, enfundó su temblorosa anatomía en parte de la
vestimenta y se acurrucó en el hueco más recóndito que pudo. Era ya tiempo
pues, Billy, alarmado por el gruñido de las bisagras y la batahola en el
chamizo, había cogido linterna y escopeta, presto a defender hasta el extremo
su propiedad de los asaltantes nocturnos.
Lo que pasara por la cabeza de Erwin en aquellos momentos es algo
difícil de concretar. Aun tratándose de una mente poderosa, no es fácil razonar
cuando se está magullado, acosado, descalzo y en calzoncillos. Pero, con todo,
lo más peliagudo era compartir el habitáculo con un ser de ojos fosforescentes,
que bufaba y ronroneaba ominosamente, y cuyo maullido podía estar conectado a
los gatillos de una escopeta de dos cañones.
En lo que puede definirse como una eternidad según el sistema
referencial de Rody, este se sintió más muerto que vivo o, por mejor decir,
vivo y muerto a la vez, dentro de una incertidumbre que ni siquiera se atrevía
a medir en términos de probabilidad. Por hacer algo a fin de relajar la
tensión, musitó un bisbiseo y tendió una mano hacia el gato. Este, poco agradecido
al gesto, arañó la humana extremidad, dio un salto y salió disparado por la
gatera de la puerta.
-
¡Maldita
Pussy! –tronó Billy al sentir el impacto de la minina contra sus
pantorrillas-. ¡Pues no ha sido este bicho el que ha provocado todo el jaleo!
-
Claro,
querido –corroboró Nathalie desde la puerta de la cocina, echándose la bata
sobre el camisón-. Aunque también ayuda el desorden en que tienes todos los
trebejos en el cobertizo.
Y la pareja, sosegada, retirose a descansar.
***
Meses después, empezó a circular por el Colegio, con origen en el
departamento de Física, una conseja sobre un gato al que encerraban en una caja
opaca con un depósito de gas venenoso y le sometían al refinado tormento de
tener las mismas probabilidades de vivir que de morir. Todo dependía de unas
partículas subatómicas juguetonas y de su desintegración, con referencia a un
contador geiger. A mí, eso de que, hasta que se abriese la caja de
marras, el gato estuviera vivo y muerto al mismo tiempo, me parecía ridículo.
No obstante, debo de ser muy bruto, pues los científicos se daban –y se siguen
dando- de cocotones para justificar o para negar tan obvia paradoja. Procurando
no descubrir las confidencias que me había ido haciendo Nathalie, me atreví a
preguntar a Rody, en la high table:
-
Tanto
sadismo con un gato, ¿no encerrará algún trauma personal?
Lindemann se desternillaba. Erwin, corrido, no sabía que contestar. Al
fin, aquel pudo articular, trabucándose, la siguiente frase:
-
Al
contrario, señor Clayton. El profesor Schrödinger le debe la vida a uno de esos
simpáticos felinos.
-
Muy
a pesar suyo, gruñó Erwin, sin apenas levantar la vista del plato.
En presencia de físicos tan punteros, no sé cómo me atreví a concluir:
-
Es
lo que tiene la incertidumbre..., gracias a Dios.
[1] El Magdalen College de Oxford fue fundado a
mediados del siglo XV. En su parque vagan los ciervos y en sus jardines abunda
una hermosa flor poco común, la Fritillaria
meleagris.
[2] El apellido del gran físico Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger
(1887-1961) era lo suficientemente impronunciable en inglés, como para que sus
conocidos angloparlantes lo abreviasen
en Rody.
[3] La primera Autoridad del Magdalen College ostenta el título de President del mismo. La high table
es la mesa de honor del Colegio, reservada a profesores e invitados de postín,
situada en posición elevada respecto de las demás.
[4] En efecto, la
abuela materna de Erwin Schrödinger era inglesa y su nieto hablaba
perfectamente inglés, como también alemán –por supuesto-, francés y español.
[5] Nombre de un
conocidísimo vals de Johann Strauss, hijo.
[6] El monumento
histórico más conocido de Innsbruck es la tumba del emperador Maximiliano I de
Habsburgo, en la Hofkirche.
[7] Charles Scott
Sherrington (1857-1952), premio Nobel de Medicina en 1932.
[8] Hermosa y tradicional fiesta de primavera, que se celebra en la torre y
jardines del Magdalen College, el día 1 de mayo de cada año, a
partir de las seis de la mañana.
[9] Ruth Georgia
Erica Schrödinger, hija de Erwin Schrödinger y de Hilde March.
[10] Merece la pena
consultar, a este respecto, la novela de Jorge Volpi, En busca de Klingsor, 1ª edición, edit. Seix-Barral, Barcelona,
1999, páginas 165 a 171 y 179 y siguiente. Felicitaciones a su autor por esta
obra.
[11] Fortis est veritas (“la verdad es
poderosa”) es el lema de la ciudad de Oxford; Dominus illuminatio mea (“el Señor es mi luz”) lo es de la
Universidad de Oxford, fundada hacia el año 1200.
[12] Frederick
Alexander Lindemann (1886-1957), físico y filósofo, director a la sazón de los
prestigiosos Laboratorios Clarendon de la Universidad de Oxford.
[13] Eamon de Valera
(1882-1975), gran político irlandés, era considerado poco menos que un
terrorista por el público inglés. La incorporación de Schrödinger al susodicho
Instituto dublinés se produjo en 1939, cuando aún no se sabía si Irlanda
apoyaría, o no, a Alemania en la II Guerra Mundial.
[14] Histórica y muy
importante fábrica de motocicletas y automóviles, radicada en el suburbio
oxoniense de Cowley.
[15] Hermann Klaus Hugo Weyl (1885-1955), indudable amante
de la esposa de Schrödinger, Annemarie Bertel (1896-1955), habitualmente
llamada Anny.
[16] Almibarada y arcaica expresión para referirse al acto sexual, muy propia
de un profesor oxoniense.
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