lunes, 8 de junio de 2015

EL MUNDO DE LAS AMAZONAS


 

El mundo de las amazonas

Por Federico Bello Landrove

 

     El mundo onírico y el de mis convicciones se alían para dar un tono fantástico al tema de las relaciones entre los sexos en el futuro de la Humanidad. Claro que no hay por qué pensar que el porvenir resulte seguro, ni muy distinto de nuestro presente. El relato, con un punto de humor, les pondrá al tanto de todas estas cosas.

 


1.      El doble cromosoma X

     Pertenezco a una generación de hombres que ha visto con agrado la justa superación de las desigualdades sociales de la mujer y hasta en algunos casos la ha apoyado activamente. Claro es que en tan razonable equiparación no han dejado de producirse errores y excesos, que no es del caso exponer aquí. No querría que mis lectoras –seguramente más numerosas y fieles que los varones- pudieran ofenderse por mis especulaciones de diletante. No entraré, pues, en mayores honduras, pero sí voy a presentarles a la persona que desencadenó las visiones fantásticas que expongo en este relato. Tratándose de una mujer y catedrática de Antropología, espero la consideren digna de crédito y nada sospechosa de eso que llaman machismo. A mí, desde luego, me produjo una profunda impresión.

***

     La doctora Cristina Regis había completado el amplio preámbulo de su conferencia, arrumbando las mil y una razones por las que las mujeres han sido consideradas inferiores a los hombres, desde la menor fuerza bruta, hasta su presunta inferioridad para el pensamiento abstracto. Sus conquistas crecientes en los campos del arte, la política y la ciencia evidenciaban –según ella- que la inferioridad femenina era mero efecto de siglos de trato social discriminado. Algo así parecía suceder también con los hombres, menos inclinados a tareas como las familiares, tuitivas y del lenguaje verbal, sin que en ello existiesen argumentos biológicos convincentes. En fin, yo contemplaba arrobado el rostro encendido y el atractivo perfil de la doctora, arrullado por su voz cantarina y absorto en sus gráciles paseos, de la cátedra a la pantalla de proyección. Pero eso solo era, como digo, el preámbulo.

     El nudo de conferencia, con mucho de representación teatral, parecía inferirse del título de aquella: El doble cromosoma X. Ya se sabe que las mujeres tienen una par de ese cromosoma, mientras que los hombres solo poseen uno, dado que su pareja no es homóloga, sino el pequeño cromosoma Y, el mini cromosoma o cromosoma genéticamente birrioso, como doña Cristina humorísticamente lo calificó. Y, claro, teniendo dos cromosomas homólogos, la mujer tenía ventaja para superar las mutaciones desfavorables que pudieran aparecer en uno de ellos. Y no se crean que es moco de pavo –argumentaba-, pues el importantísimo cromosoma X tiene no menos de mil cien genes activos.

     Por importante que fuese ese cromosoma sexual, la Doctora se perdía seguidamente en los vericuetos de otras diversas causas genéticas y fisiológicas para las evidentes ventajas comparativas de las féminas. Mitocondrias, estrógenos, telómeros, factores oxidativos y requerimientos nutricionales iban desfilando por la pantalla, al ritmo implacable del cañón de proyección, con una consecuencia uniforme e inevitable: la mujer había alcanzado, a través del ciclo evolutivo de nuestra especie, ciertas ventajas comparativas muy interesantes en la etapa de la Humanidad que estaba a punto de iniciarse, caracterizada por la escasez de alimentos y la crisis medioambiental. Pero ahí acababa el nudo, para dejar paso al desenlace.

     El desenlace despertó a aquella parte del público –entre la que yo me encontraba-, que se había adormecido por los andurriales genético-antropológicos, en los que estábamos tan poco avezados. Con todo, la doctora Regis hacía gala en esta parte de su disertación de una claridad deslumbrante:

     Observen ustedes. La mujer tiene un desarrollo más rápido que el hombre; tiene menores requerimientos nutricionales (salvo en los periodos de embarazo y lactancia); presenta una inexplicable, pero cierta, capacidad de superación de las enfermedades más graves; evita engendrar a edades inadecuadas, gracias a la menopausia; alcanza una mayor longevidad. Pero, sobre todo…, sobre todo…, ¿cómo lo diría sin que los caballeros del auditorio se incomodasen conmigo?

     Ni que decir tiene que, con semejante exordio, los caballeros del auditorio habían recobrado el interés y estaban sobre ascuas. Doña Cristina, por fin, encontró la expresión adecuada:

     Desde el punto de vista de la conservación de la especie, no tiene sentido incorporar a la sociedad a tantos hombres como mujeres. Si estas lo hacen todo igual o mejor que los varones y con menor gasto y mayor eficacia fisiológica, bastaría con procrear un número de hombres suficientes para la fecundación, según las tasas que se juzgasen precisas. Claro que eso lo digo como antropóloga y doctora en Biología. Como mujer, estoy encantada con tener para mí sola un marido y tres preciosos hijos. Y, en todo caso, la cosa no va a discutirse de hoy para mañana. Como en el caso del apagamiento del Sol, no es algo por la que tengan ustedes, amables oyentes, de qué preocuparse… por el momento.

***

     Salí de la conferencia un tanto meditabundo; tanto es así, que no me apeteció encerrarme en casa sin hacer antes un alto en mi cafetería favorita, pese a lo tardío de la hora. Acepté de buen grado la invitación de sentarme a la mesa de unos tertulianos poco conocidos y enseguida traje a colación la tesis de la profesora Regis, sin abundar en sus preámbulos y detalles científicos. Matías Santos, el boticario de la Plaza del Poeta, captó al punto el lado chistoso de la tesis y concluyó, el muy sinsorgo:

-          ¡Pero si eso ya lo defendía mi abuela, que se las tuvo tiesas con un padre senil, un marido abrazafarolas y siete diablillos que comían por los pies al mismísimo rey Creso! ¡Cuánto habría dado ella por vivir su vida o, cuando menos, haber podido cambiar a los chicos por chicas… de las de entonces! Lo que sugiere esa catedrática no es otra cosa que el efecto gallinero.

     En fin, ¡qué les voy a contar que no hayan experimentado ustedes muchas veces! Por envidia o por falsa agudeza, algunos convierten las más sesudas teorías científicas en objeto de chanzas. Forma parte de lo que ahora llaman risoterapia.

 


2.  Viajando en el tiempo

     Me encontré de pronto en aquella calle, larga, empinada y gris de mi costumbre. Sería la hora de acudir al trabajo, pues toda ella estaba salpicada de grupos de muchachas y señoras que, con paso rápido, seguían el sentido de la Plaza, portando bolsos, carteras o mochilas, según su presunta ocupación doméstica, profesional o estudiantil. Sentí la incómoda sensación de ser escrutado y de no llegar a tiempo a mi destino. La rúa parecía interminable y no hallaba en ella las referencias inmobiliarias de sobra conocidas. Es más, el enlosado pavimento se estrechaba paulatinamente y el tropel de las féminas se adensaba, impidiéndome avanzar con fluidez. En esto, vi entre la multitud un rostro conocido, que remedaba los gestos y facciones de la profesora Regis. Entre disculpas y empujones me abrí paso hacia ella, pero la presunta Cristina entró súbitamente en un portal y la perdí de vista por el momento.

     Cuando recuperé su visión, estábamos sentados a la mesa de mi despacho judicial, en el que ella ocupaba la cátedra. A cada poco entraban y salían de la habitación mujeres para mí ignotas, cuya ocupación y sentido no parecían ser otros que tenerme vigilado. La profesora, por el contrario, se mostraba acogedora y proclive a exponerme la situación:

-          Las necesidades simultáneas de controlar la natalidad y de optimizar los recursos llevaron a la Organización Ecológica Mundial, hace más de un siglo, a establecer la proporción de un hombre por cada diez mujeres. ¿Dónde estabas tú en 2408, que no te enteraste de tal acuerdo? Pues anda, que no se discutió largo y tendido antes de adoptarlo.

-          Tan solo recuerdo tu conferencia de 2015 sobre El doble cromosoma X. En ella ya se apuntaba algo, al considerar que las mujeres habían igualado o superado en todo a los hombres, menos en la fuerza física.

-          ¿Para qué rayos se precisa la fuerza bruta? –inquirió despectivamente mi interlocutora-. Toda violencia individual y espontánea es inútil, cuando no contraproducente. Y, para otros tipos de acción, tenemos máquinas y armas, que manejamos nosotras certeramente.

-          ¿Y los hombres se dejaron comer la tostada así como así?

     Cristina sonrió displicente:

-          ¿Qué otra opción les quedaba? Nuestra superioridad acabó siendo aplastante, gracias a ejercitar y potenciar las ventajas comparativas durante muchos siglos, mientras vosotros os dejabais deslizar por la pendiente de la inacción y la condescendencia.

-          Entonces, los hombres de hoy día...

-          Los hombres, querido, habéis quedado reducidos al papel de agentes reproductores, sin otro cometido que el de aportar variabilidad genética, ni otra tarea diaria que la de mejorar en lo posible vuestras habilidades para ello. Tan es así que, cuando juzgamos que estáis en trance de perder salud y energía para tal fin, sois eutanasiados.

-          ¡Cáspita! ¿A qué edad habéis juzgado oportuno dar el letal pasaporte?

-          A los cuarenta años. Pero no creas, con una adecuada preparación mental, habéis terminado por aceptar la compensación de una vida más corta, a cambio de una existencia de ocio y cobertura social de vuestras necesidades.

-          ¡Cuarenta años!, repetí mentalmente, sin percatarme de las ventajas que Cristina apuntaba. ¿Qué hago yo aquí, entonces?

     La doctora Regis no juzgó oportuno contestarme y prosiguió:

-          Naturalmente, este programa ha elevado hasta la cima social el trabajo de quienes, como yo, nos venimos dedicando desde siempre a la Genética. Gracias a esta ciencia, la selección de sexo y la elección de los gametos mejor dotados resulta hoy coser y cantar.

     La claridad ambiente empezó a disminuir, como si la visión vacilase. A punto de recobrar mi vigilia, debí introducir un componente voluntarista, pues Cristina, antes de desvanecerse, aún susurró:

-          Veo que, como jurista que eres, te ha sabido a poco mi resumen. Llamaré a alguien para que haga de guía y te explique con detalle la regulación de nuestra sociedad.

     Mi duermevela llegó así a su fin. La última imagen que recuerdo es la de un calendario electrónico, con la fecha 2515 como indicativo del año. Desperté del todo y comenté en voz alta:

-          Quinientos años para llegar ahí. Mucho me parece.

***

 
     Caí de nuevo en la sima del sueño y allí me topé con una dulce imagen de mi juventud. Vestía una túnica blanca ceñida con un cinturón dorado y, tan pronto llegué a su lado, me tomó de la mano y dijo:

-          Me llamo Hipólita[1] y he sido comisionada por la profesora Regis para explicarte la organización de nuestra sociedad, muy similar, por otra parte, a todas las demás del Mundo. A fin de cuentas, se trata de precisar científicamente el reparto y acceso a los hombres en función de su número y disponibilidad, así como de impedir que nazcan entre ellos y nosotras aquellos lazos sentimentales que en tu época generaron tanta violencia y tristeza, en forma de posesión, celos y despechos.

     Nos trasladamos como por ensalmo ante un gran edificio al modo de nuestros hospitales, rodeado de jardines y zonas recreativas, a cuya vista cercana me explicó:

-          Nuestros niños son fruto de una cuidadosa fecundación in vitro y, tan pronto nacen, son separados de sus madres de alquiler y confiados al cuidado de la Comunidad en lugares como este que ves, donde permanecerán haciendo vida en común hasta cumplir los dieciocho años. Las niñas, en cambio, son fruto de relaciones sexuales naturales y permanecen para lactancia con sus madres durante el primer año de vida, momento en que pasarán así mismo a vivir en grandes residencias comunales, donde la Sociedad les procurará cuanta educación e instrucción precisen.

-          ¿Hay diferencias en la formación de hombres y mujeres?, pregunté.

-          Por supuesto, dado que está en función de lo que de unos y otras se espera. Los hombres son preparados exclusivamente para la procreación y su etapa formativa se da por terminada cuando te he dicho. Las mujeres prosiguen sus estudios hasta los veintitrés años, por término medio, edad que también se considera óptima para la primera maternidad.

-          ¿Cuántos embarazos suelen consentirse?, pues supongo que eso también estará reglamentado.

-          En efecto. La indicación de la O.E.M. es un máximo de tres, cifra que permite un crecimiento moderado de la población y a la que nos ajustamos aquí. Otros países, más pobres y superpoblados, rebajan el número en consecuencia.

-          Me has dejado claro, amable Hipólita, que existe una razonable restricción de la natalidad. Supongo que también os será impuesto mantener relaciones sexuales fecundas, hasta conseguir el número máximo de hijos.

-          En efecto, toda mujer ha de cumplir con su cuota de fertilidad. Claro que bastantes de ellas tienen tendencias lesbianas. Estas habrán de acatar la ley mediante inseminación artificial.

-          Según me parece entender, habéis retornado a la primitiva idea cristiana de que las relaciones sexuales deben tener un objetivo genésico. Vamos, que los anticonceptivos os están vedados.

-          No en todos los casos, pues hacemos uso de ellos –y ni te figuras la variedad y exactitud de los que ahora tenemos- en algunos casos, como el de las relaciones consentidas antes de llegar a la edad lícita de nubilidad, o en los coitos de premiación, de los que en otro momento te hablaré. Desde luego, no usamos barreras para evitar el contagio sexual: Los hombres con enfermedad venérea son inmediatamente eliminados y las mujeres en análoga situación quedan ipso facto fuera de la comunicación sexual.

     Mientras me ponía al corriente de las ordenanzas sexuales de aquella sociedad, nos íbamos alejando de aquel gigantesco e impoluto falansterio juvenil masculino, para hacerme conocer las zonas residenciales en que convivían los adultos, también separados por sexos. Me atreví a preguntarle:

-          ¿Y qué? ¿Resulta suficiente la proporción de un hombre por cada diez mujeres?

-          En nuestro país, sí. Otros Estados aumentan o disminuyen tal proporción, en función de sus apetencias. Es más, si me permites una observación personal, yo reduciría todavía más el número de hombres. Fíjate –sonrió- si les sobrarán fuerzas a los machos, que frecuentemente practican la homosexualidad. Claro está que se tolera solo si siguen rindiendo correctamente con las mujeres.

-          Será que les dais bien de comer –bromeé-.

-          Por supuesto. Precisamente, mira a tu derecha, hacia esos bloques de tres alturas, con avenidas arboladas y una gran zona deportiva en el centro… He ahí un modelo algo anticuado de viviendas protegidas para hombres. Se trata de pequeños apartamentos con servicios y dependencias comunes, en que todo les resulta extremadamente barato. Gracias a tal generosidad estatal, sus inquilinos viven estupendamente con el salario básico que se les abona. Claro que también pueden habitar en otros barrios, o en el centro de las ciudades, pero entonces tienen dificultades para llegar a fin de mes. No se trata solo de economizar, sino de que estén localizados y poderlos controlar mejor. Con los hombres nunca se sabe.

-          Sí, concedí, lo mejor es atarnos corto. Pero, ¿qué me dices de vosotras?

-          ¡Ah, nosotras somos el alma y la vida de la Sociedad! Razón es que vivamos de una manera radicalmente distinta. Cobramos según el trabajo que realicemos y la mayoría de nosotras tenemos hogares individuales libremente escogidos, pues podemos permitírnoslo en todos los sentidos. Aunque, no creas, también existen muchísimos gineceos, que es como llamamos a las residencias de mujeres adultas.

-          ¿Tan gregarias os habéis vuelto?

     Me pareció que Hipólita se sonrojaba al responder:

-          Hay quien sostiene –yo no lo afirmo ni lo niego- que esos gineceos son lugares ideales para intimar amorosamente y llevar una vida sexual muy promiscua. ¿Qué quieres? Las mujeres jóvenes tenemos que compensar la escasez de relaciones con el sexo opuesto y vivir una sexualidad más personal y menos volcada en la maternidad.

     Estábamos llegando a los arrabales de una pequeña ciudad. Hipólita calló durante un buen trecho, como si hubiese hecho alguna revelación impertinente. En efecto, sus últimas palabras me habían producido la sensación de que aquel mundo reglamentado no era tan feliz ni tan sólido como parecía, si sus mayores beneficiarias –las mujeres- lo encontraban -¿cómo diría yo?- … aburrido. Iba a hacerle alguna observación al respecto, cuando sonrió y, por fin, rompió su silencio:

-          Mira, esa es mi casa. ¿Te apetece que entremos un momento?

     No sé qué me impulsó a responder sin reflexionar:

-          Lo que me apetece es que me regales ese maravilloso cinturón de oro.

     Hipólita se puso roja como la grana; apretó mi mano como si quisiera reducirla a polvo y replicó con voz ronca:

-          ¿Para qué quieres mi ceñidor? ¿Acaso crees que vas a tener un mejor destino que los hombres de este tiempo?

-          Perdóname, niña. Tu rostro es igual a otro que amé antaño y el viaje en el tiempo me ha hecho rememorar la pasada juventud.

-          La hora del esplendor en la hierba[2], recitó ella, como si se sumiera también en un sueño vivido y lejano.

     Hipólita, quizás, empezaba a soñar. Yo, por el contrario, desperté y me sentí solo.

 

 

3.  La excepción arruina la regla


     ¡Cuánto me habría gustado volver a encontrarme con Hipólita y escuchar su prometida explicación del sexo entendido como premio, para las mujeres distinguidas de su tiempo! Mas el sueño tiene sus reglas y una de ellas es la imprevisibilidad. Así que de día me enfrasqué, quisiéralo o no, en la persecución de las corruptelas de los políticos, con la música de fondo de sus mensajes y promesas durante cierta campaña electoral. Y en esto –y, tal vez, por esto-, llegóme la hora y volví a caer en el mundo de los sueños del futuro.

     Me llevó hasta allí un ceñidor de oro, a cuya punta me así con fuerza tal que, arrastrado por él, recorrí el túnel del tiempo. Desdichadamente, quien tiraba del otro extremo no era la gentil Hipólita, sino una especie de arpía con rasgos de candidata a alcaldesa, quien me hizo sentar en un banco de la ergástula y tendiome con displicencia un diario, similar a los de nuestro tiempo, pero datado en Castellar a no sé cuantos de mayo de 2516. En su primera página leí:

     Los motines y manifestaciones de meses precedentes, motivados por los privilegios sexuales que, bajo cuerda, venían auto concediéndose las directivas de nuestro País, así como las premiadas por méritos más que discutibles, han tenido finalmente su efecto legal. La Comisión formada para encontrar respuesta a tan justas demandas ha decidido en el día de ayer no acabar con las discriminaciones positivas, pero sí extender a todas nosotras la tolerancia de las relaciones sexuales puramente placenteras. La fórmula sugerida –que no se duda sea aprobada por el Parlamento y ratificada por la O.E.M.- se resume en los siguientes cuatro puntos:

     1º. Se autoriza la implantación de la prostitución masculina, lo que obligará a elevar la proporción de hombres a 1:9, en vez de la de uno a diez vigente.

     2º. El “hombre de más” ejercerá de prostituto a la demanda, si bien se fijarán unas tarifas relativamente altas (se sugiere la equivalente a medio mes de salario mínimo por acto), a fin de evitar el desmoronamiento del sistema sexual felizmente vigente.

     3º. La decisión de prostituirse será tomada libremente por los hombres al cumplir los 18 años de edad. Para compensar su posibilidad de vivir mejor y más libres, los prostitutos serán eliminados a los treinta años, es decir, diez años antes de lo previsto para el resto de los varones.

     4º. Las relaciones sexuales en el ámbito de la prostitución se llevarán a cabo empleando dos medios anticonceptivos homologados, bajo sanción de inmediata ejecución del varón infractor.

     Al concluir la lectura, y pese a lo ominoso de mi situación, me carcajeé de buena gana. El vestiglo que tenía por carcelera me escupió con desprecio:

-          Con todo lo que sabes, no vas a salir vivo de aquí; ¿y aún tienes ganas de reír?

-          Perdone, es que constato que el paso del tiempo no ha cambiado el egoísmo de los políticos ni la ingenuidad de los juristas. Pese a todas esas cautelas, se ha introducido en el sistema una pequeña concesión que, a la postre, lo derribará y no dejará de él ni los cimientos.

     Imprevistamente, mi guardiana mostró vivo interés por mis palabras:

-          ¡Demonios!, no tienes mala intuición para ser un hombre y sin conocimiento de nuestro mundo. Hasta ahora, estás acertando de medio a medio.

-          ¿Cómo? ¿Es que tiene usted dotes de adivinación?

-          No tal, sino que el periódico que acabas de leer era atrasado. Ahora vivimos en el 2520 y, en los últimos cuatro años, están pasando cosas que han convertido nuestra bien organizada sociedad en un verdadero pandemonio.

     No debía tener muchas ganas de hablar. Se limitó a gruñir y sacó del seno unos recortes impresos, que dejó caer junto a mí, sobre el escaño. No me acuerdo ahora de todos, pero sí de varios, que pueden constituir una muestra suficientemente expresiva.

-          Castellar, 15.- La oleada de atracos que viene padeciendo nuestra ciudad en los últimos meses ha desembocado en la detención de una banda dirigida por Margarita F.D., de la que formaban parte otras siete profesionales de clase media, entre 28 y 43 años de edad. Fuentes judiciales han informado de que todas ellas eran clientes habituales del prostíbulo La verga salaz, cuyos prostitutos han alcanzado tal fama por sus habilidades sexuales, que ciertas mujeres parecen estar dispuestas a llegar a todo, con tal de tener bastante dinero con el que pagar sus servicios...

-          Villafranca, 4.- La conocida profesora de nuestra Universidad, Cristina Regis, ha sido condenada a cuatro años de prisión por mantener en la cátedra doctrinas contrarias a la seguridad del Estado. Dicha genetista y antropóloga es, además, fundadora y presidenta de la Sociedad para la Promoción de la Sexoterapia Homeopática (S.P.S.H.), que ha estado propalando la tesis de que practicar sexo sin trabas mejora y alarga la expectativa de vida, incluso entre las mayores de sesenta años. En la última sesión del juicio, al concedérsele la última palabra, la señora Regis exclamó: ¡Viva el sexo libre!, siendo muy aplaudida por el público asistente.

-          Magerit, 30.- Ha presentado la dimisión de todos sus cargos (y mira que son muchos) la vicepresidenta del Parlamento y del Partido Prudencial, Esperanza de la Huerta. Como recordarán nuestros lectores, hace una semana se practicó una entrada y registro en el chalet de la señora Huerta en término de Valhondo, hallándose ocultos en la bodega a dos prostitutos mayores de treinta años, que prestaban desde hacía tiempo servicios exclusivos a doña Esperanza, quien se prestó a esconderlos al llegar a la edad de su eutanasia, a causa de lo que la Policía calificó como adicción sexual. Es que los había cogido cariño, explicó la vicepresidenta en la rueda de prensa durante la que presentó su dimisión.

-          Alacant, 27.- Contra el parecer de la fiscal, el juzgado de lo Civil número 34 de esta ciudad ha admitido a trámite la demanda de paternidad de un hombre, respecto de una pareja de mellizos habidos de sus relaciones con A.M.H., fisioterapeuta de Campello. A preguntas de nuestros reporteros, el varón, P-5.217-JB, manifestó su pleno convencimiento de ser el padre de las criaturas: No me pregunten de que artes se valió la madre para que yo le tocara siempre en suerte, pero el hecho es que ella copuló solo conmigo durante los tres meses anteriores al comienzo del embarazo. El caso, de llegar a sentencia, sentará jurisprudencia, pues no hay regulación precisa sobre los efectos de una paternidad demostrada. Pues, si existe ese vacío legal, que apliquen las normas sobre deberes de los propietarios de perros, que ahí sí que la ley no distingue en razón del sexo del dueño, apostilló P-5217-JB.

-          Azemur, 10.- Tres hombres han sido eutanasiados antes de tiempo por reclamar ilegalmente dinero a las mujeres con quienes iban a mantener coyunda, como si de prostitutos se tratase. Al parecer, la razón de reclamar un precio por lo que debían haber dado gratis era la de compensar el plus de satisfacción que aseguraban. Mujeres consultadas por este diario, afirman que los hombres se esfuerzan cada vez menos durante las relaciones reglamentadas, que desarrollan de manera veloz y rutinaria. No me extraña que algunas transijamos con sus peticiones de dinero, con tal de pasarlo medianamente bien cuando nos toca, manifestó una de ellas.

***

     Apenas hube acabado la lectura, la arpía con cara de alcaldesa me arrebató los recortes y preguntó con el mayor interés:

-          Ahora, que ya sabes como estamos, exprímete el cerebro y aventura un pronóstico sobre nuestro futuro.

-          Respetada celadora –repliqué con fingida cortesía-, no hace falta ser mujer culta para comprender que la conjunción de poder político, sexo y dinero es una mezcla fatal. Esta su sociedad perfecta lleva, pues, dentro de sí el germen de una pronta disolución, si no le ponen inmediato y radical remedio.

-          ¿Cuál se te ocurre?

-          Más de uno, desde luego. Pero ya que mi deseo de saber parece haberme condenado al presidio y, tal vez, a la muerte, justo será que satisfacer tu anhelo de conocimiento me libre de tales tormentos y permita que retorne a mi mundo del siglo XXI.

-          No soy quien para aceptar ningún trato, pero conozco a la que tiene autoridad para negociar. No obstante, si quieres que actúe de intermediaria, habrás de ofrecerme un anticipo de tus soluciones.

     Por unos momentos, reflexioné sobre el origen de aquellos problemas y comprendí que no estaban tanto en la perversión de las normas, como en la funesta mezcla inicial de las leyes naturales y los excesos de la así llamada cultura o civilización. Me puse en pie, atusé mis cabellos, sacudí los harapos que medio me cubrían e imposté la voz, de manera que retumbó la bóveda de la celda:

-          El gran libro siempre abierto, que hay que esforzarse por leer, es el de la Naturaleza. Los demás libros están sacados de él y en ellos están las equivocaciones e interpretaciones de los hombres[3].

     La arpía nada dijo. Salió del calabozo, al tiempo que por el ventanuco reaparecía el extremo fulgente del ceñidor. Lo sujeté con todas mis fuerzas y reemprendí el viaje de retorno a mi dormitorio, sin llegar a saber qué misteriosa persona o fuerza me traía hacia la libertad. Solo sé que, cuando desperté, tenía entre las manos el cinturón amarillo de judo de Samuel, mi nieto.

 

 

   



[1]  Evidente conexión onírico-subconsciente del relato con el personaje mitológico de Hipólita, una de las reinas de las Amazonas, dueña del cinturón de oro del que hubo de apoderarse Hércules en uno de sus famosos doce Trabajos.
[2]  The hour of the splendor in the grass, conocido fragmento del poema de William Wordsworth (1770-1850), conocido como la Oda a la Inmortalidad.
[3]  Famoso pensamiento del arquitecto Antoni Gaudì (1852-1926) que, por lo que se ve, tomé prestado en el sueño.

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