sábado, 3 de junio de 2023

CARTAS DE GEORGE FELD A ABRAHAM LINCOLN (PRIMERA PARTE)

 


Cartas de George Feld a Abraham Lincoln  (Primera parte)

Por Federico Bello Landrove

In memoriam Abraham Lincoln (1807-1865)

 

     Las cartas escritas a Abraham Lincoln por un presunto corresponsal, culto y bien relacionado, nos resumen de manera vívida el problema político de la esclavitud en los Estados Unidos en los últimos tiempos de vigencia de la misma. Esta primera parte de las cartas alcanza hasta la carrera de Lincoln hacia la presidencia de su nación, y será seguida por una segunda parte, que continuará el epistolario hasta la muerte de su gran destinatario, al que dedico respetuosamente todo este relato.

 


1.      Un preámbulo variado y necesario

 

     Pocas visitas resultan más gratas a un europeo en los Estados Unidos que la de la capital del estado de Maryland que, contra lo que podría pensarse, no es el gran puerto de Baltimore, sino la pequeña ciudad de Annapolis[1]. Eso es lo que pensaba yo visitándola en términos no exactamente de turista, pues había recibido de mi Universidad -que presume con fundamento de ser la más antigua de España[2]- el encargo de visitar algunas de las universidades decanas de otros países, a fin de preparar un libro conmemorativo de nuestro octavo centenario. Tras repartir el encargo con otros colegas, decidí ocupar mis vacaciones veraniegas en visitar las instituciones académicas públicas más veteranas de América. Ninguna duda tuve al hacerlo con las tres más longevas del mundo hispano americano -Santo Domingo, Lima y Méjico[3]-; pero, al decidir extender el trabajo a las de los Estados Unidos, tuve una llamativa sorpresa, que comenté con el decano de la Facultad de Geografía e Historia de mi universidad. Con toda seguridad, me deseó:

-          Que lo pases bien en Harvard[4].

-          ¿Sabes que la cuestión de la antigüedad es dudosa?, repliqué. Desde luego, no hay duda sobre que Harvard sea la universidad privada más antigua de Norteamérica, pero, dados los tiempos que corren, estoy por preguntar al Rector si lo de privada no será un óbice para el trabajo.

-          La política, siempre la política -comentó el decano, con un rictus de desprecio-. Yo te aconsejaría que no levantases la liebre, aunque nuestro rector no sea de los de carné de partido político entre los dientes.

     Precisamente por esto último, opiné que no habría inconveniente en sacar la liebre de la cama y se lo comenté. Su respuesta fue salomónica:

-          Pues entérate de cuál sea la universidad pública más antigua de los Estados Unidos y dedícale su atención. No creo que, por visitar una más, se nos descabale el presupuesto.

     Y sucedió que, según mis datos, tal institución era el llamado Saint John’s College, sito en la citada ciudad de Annapolis, y fundado en 1784, aunque sin solución de continuidad con otro college datado en 1696[5]. En el fondo, el carácter público del Saint John’s era más histórico que actual[6], pero opté por hacerle una visita, aunque solo fuera por conocer una institución académica muy prestigiosa y en las antípodas de la universidad harvardiana[7]. La buena acogida que tuvo la carta, anunciando mi visita y propósitos, acabó por decidirme; de modo que, un día de agosto de 2017, aterricé por el Saint John’s, recibiendo la grata sorpresa de que me confiaban al cuidado y atención de una señora de mediana edad, con todos los rasgos de ser chicana, que hablaba en un español cuya calidad ya habría querido yo para mi inglés. La señora, Karen Rodríguez, lo explicó con facilidad:

-          Desde 1964, este College mantiene un campus en Santa Fe de Nuevo Méjico. Quizá le extrañe a usted, pero lo cierto es que tienen una cierta predilección por lo hispano. Precisamente, estamos en trámites de abrir una nueva delegación del San Juan en la península californiana de Monterrey[8]… En lo que a mí respecta, llevo diez años de bibliotecaria adjunta en el McDowell Hall de nuestro colegio. Así que me tiene a su entera disposición para explicarle la historia, la filosofía y los valores de nuestra institución peculiar.

     Escuchar lo de la peculiar institution y soltarle yo un chascarrillo a la Señora Rodríguez fue todo uno:

-          ¡Caramba! No creía que el Saint John estuviese todavía tan a favor de la esclavitud[9].

     Mistress Rodríguez mostró más sorpresa que hilaridad, pues me replicó:

-          Veo que está usted muy enterado del significado de esas dos palabras. ¿Acaso ha trabajado académicamente sobre el tema?

-          Modestia aparte -presumí-, soy autor de un estudio sobre el caso Dred Scott, citado y elogiosamente valorado por Konig y sus colaboradores[10]. Por lo demás. ¿a quién puede dejar indiferente el tema de la esclavitud y la Guerra de Secesión, o el papel jugado por el presidente Lincoln[11]?

-          En efecto, cualquiera opinaría lo mismo. No obstante, si quiere leer algo interesante y muy poco conocido sobre el tema, le aconsejo que dedique unas pocas horas a la consulta de un manuscrito que tenemos en esta biblioteca… Por tratarse de usted, incluso puedo recabar una autorización especial para que lo saque por veinticuatro horas del MacDowell Hall y tome unas notas del original…, sin utilizar ningún medio técnico de reproducción, por supuesto.

     Acepté la generosa oferta, aunque sin mucho convencimiento. Lo cierto es que luego me alegré mucho de haber dedicado toda una tarde a su lectura, entre otras cosas, porque me ha servido de base para ofrecerles a ustedes el presente relato, tal vez algo indigesto para quienes no gusten de cuestiones históricas; pero para mí tiene el valor añadido de ser la entrada número 500 del presente blog, la cual me he permitido dedicar a la memoria de Mister Lincoln, con toda certeza una de las más dignas figuras de la Historia.

Saint John’s College (Annapolis, Maryland)

***

     Lo que la bibliotecaria Rodríguez puso ante mis ojos atónitos fueron los borradores de varias decenas de cartas que a Lincoln escribió un tal George Feld, natural de Hagerstown, del condado marylander[12] de Washington, en el noroeste del estado. Por lo demás, era muy poco lo que se sabía del Señor Feld, fuera de lo recogido en sus cartas a Lincoln. Rodríguez me lo resumió así:

-          Por los archivos del Colegio de Abogados de Maryland, conocemos que el letrado Feld fue recibido como tal en el año 1840, a la edad de 25 años, tras cursar los pertinentes estudios de leyes en el College of New Jersey[13]. Es casi seguro que no habría pasado de ser un abogado más o menos conocido de Baltimore, de no haberse topado, bastante casualmente, con el famoso Reverdy Johnson[14], cuyo nombre, sin duda, le sonará a usted.

-          Por supuesto -repuse-. Fue el abogado defensor de los derechos de Dred Scott ante el Tribunal Supremo[15], aunque perdió el caso, contra toda justicia, según opino.

-          No fue el único caso sobresaliente que Johnson perdiera -sonrió la dama-, pero, con todo, el letrado Feld entró en su vida por un motivo muy distinto, aunque igualmente doloroso… Me refiero a que, tras un accidente sufrido en 1842, Reverdy perdió un ojo y, pronto, por simpatía, se vio tan limitado del otro, que acabó su vida prácticamente ciego[16]. En tales circunstancias, le era imprescindible la ayuda personal y profesional de un sujeto preparado y de confianza: una especie de pasante y secretario, vamos. Y ahí es donde entró George Feld en su vida, y viceversa. Luego, en 1845, Johnson ganó las elecciones al Senado de los EE. UU., y hasta Washington lo siguió su secretario, teniendo allí la oportunidad de conocer, entre otros muchos políticos, al novato Lincoln, quien hacía sus primeras armas en la política nacional, como representante por el séptimo distrito electoral de Illinois. Note que, tanto Johnson, como Lincoln, pertenecían al mismo partido político[17] y tenían bastantes afinidades en el tema de la esclavitud, siendo moderadamente contrarios a su persistencia en muchos de los estados de la Unión.

-          Con lo que ha dicho -afirmé-, me ha quedado clara la causa de que Reverdy Johnson y George Feld se trataran, y muy íntimamente; pero ¿qué motivo hubo para que congeniara este con Lincoln, hasta el punto de mantener una abundante correspondencia durante muchos años?

-          Eso lo deducirá usted de la lectura de las cartas -respondió Mistress Rodríguez-. En resumen, Feld se ganó la confianza del futuro presidente durante la estancia de este en Washington como representante en la Casa[18], tanto por sus cualidades, como por su relación con el senador Johnson; de modo que, cuando Lincoln abandonó la política nacional en 1849 y volvió a ejercer como abogado en Illinois, rogó a Feld que lo mantuviera al corriente de las principales novedades que fueran produciéndose en materia de abordaje del problema de la esclavitud. Y algo debió de intuir el solicitado acerca del gran futuro que esperaba a su solicitante, pues cumplió a modo con lo que este le pedía.

     Más que objetar, le maticé:

-          Y el Señor Feld debió de cogerle gusto al oficio, pues siguió ejerciéndolo, incluso cuando Lincoln regresó a Washington, ya elegido presidente…

     Rodríguez sonrió, mientras aventuraba una suposición, más o menos sólida:

-          En esa época, por unas razones u otras, Feld había regresado a Baltimore, por lo que el sentido de sus cartas fue cambiando radicalmente: De informador en la capital de la nación, a una especie de colaborador y corresponsal en un estado tan crucial para la Unión[19], como lo era el de Maryland… Quizá le había cogido el gusto a expresar sus conocimientos y sensaciones a un político tan grande e influyente como había llegado a ser Lincoln… Lo cierto es que, con más o menos frecuencia, su intercambio epistolar se mantuvo hasta la muerte del presidente, con un matiz no menor: Feld le escribía a menudo, pero Lincoln, por motivos obvios, fue contestando a sus cartas cada vez con menos frecuencia.

-          ¡Qué lástima -me lamenté- que no se hayan conservado las respuestas del presidente a las cartas de Feld! ¿A qué cree usted que haya sido debido?

     Mi interlocutora se encogió de hombros y dijo:

-          Tampoco tenemos los originales de las cartas de Feld, sino solo sus borradores, aunque es de suponer sean completamente exactos… En fin, respondiendo a su pregunta, solo se me ocurre que ambos corresponsales pretendieran mantener en secreto sus informes y opiniones, dado lo sensible de su contenido y la tensión de la época en que fueron escritos. De todos modos, hay un borrador en que Feld comenta a Lincoln que está haciendo tal uso de sus conocimientos de la vida y posturas de Reverdy Johnson, que teme estar atentando contra la reserva que le debe como empleado suyo, y pide a Lincoln que no lo cite como fuente de su información… Pero no me interrogue más: Lea el documento y hallará muchas respuestas a su curiosidad. Seguro que no quedará defraudado.

     En efecto, no quedé defraudado, como espero que no se sientan ustedes al leer la transcripción fragmentaria que voy a hacerles de su contenido. Procuraré seguir, en buena lógica, un orden cronológico, reduciendo en lo posible mis apostillas y notas al texto, el cual, en todo lo acogido literalmente, irá en letra cursiva. Empecemos…

 

 

2.      Resumen de cartas entre 1850 y 1854


     El bienio que Lincoln pasó en la política de Washington, en su calidad de representante por el distrito 7º de Illinois, no le fue especialmente grato. Su punto de vista económico, muy favorable al proteccionismo y al intervencionismo federal en materia económica, no era el predominante en su partido político, temeroso de que tal expansionismo llevase a la inflación. Tampoco fue popular la postura linconiana[20] contraria a la guerra contra Méjico y a la futura adquisición de grandes territorios en el sudoeste, supuestamente proclives al esclavismo. Su formación y experiencia como hombre de campo le animaba a mantener una posición poco favorable al poder de los bancos y al aumento de los impuestos, que la guerra mejicana hacía inevitable. Una moción personal suya, encaminada a emancipar gradualmente y con indemnización a los esclavos del distrito federal de Columbia, ni siquiera llegó a discutirse en el Congreso. Finalmente, su relativo acercamiento al nuevo presidente, Zachary Taylor[21], concluyó con el ofrecimiento a Lincoln de puesto de gobernador del territorio de Oregón, que él rechazó a instancias de su esposa, Mary Todd, por la lejanía de su ubicación. Así pues, en lo que parecía un definitivo adiós a la política nacional, Lincoln retornó a Illinois a finales de 1849 y volvió a ejercer como prestigioso abogado en su capital, Springfield. Apenas unos meses después, sufría el durísimo golpe de la muerte de su hijo Eddie, de cuatro años, y de los consiguientes desarreglos mentales de su esposa y madre del pequeño.

     Este es, a grandes rasgos, el ambiente en que se insertan las cartas de George Feld que inmediatamente resumiré, las cuales permiten suponer que, durante su común estancia en Washington, Lincoln y él habían entablado una amistosa relación, que permitió al primero de ellos pedir al segundo que lo tuviese informado de las principales noticias que fueran produciéndose en la capital de la nación acerca del acuciante tema de la esclavitud, así como de algunos otros conexos. Tengo la impresión de que la petición linconiana apunta a que el ya exrepresentante no consideraba definitivo su apartamiento de la política, cuando menos, a nivel de Illinois.

***

     Washington, a 4 de abril de 1850.

     … Tanto el Señor Johnson -a quien he informado del triste suceso-, como yo mismo, queremos transmitirle a usted y a la Señora Lincoln nuestras más sinceras condolencias por el fallecimiento de su hijito Edward. La noticia nos llega casi simultáneamente con otra necrológica, muy diferente por supuesto, pero así mismo dolorosa: El pasado día 31, ha fallecido Mister Calhoun[22], cuya avanzada tuberculosis hacía presagiar el mortal desenlace desde hace más de un año, cuando usted aún se encontraba en esta ciudad. Mucho me temo que con él se haya ido la mente más preclara y la acción más enérgica en pro de la esclavitud y de los derechos de los estados, aunque no lo peor de aquella “peculiar institución”, ni de la tendencia de muchas gentes del Sur hacia la secesión. Todavía me parece estar escuchando sus cínicas palabras de ponderación de la esclavitud, no solo para la economía y prosperidad de los plantadores, sino para la propia supervivencia de los esclavos. Eran poco más que chascarrillos, que solo podían mover a hilaridad a las personas sensatas. Más peligrosas y fundadas eran sus tesis sobre la anulación[23], como preámbulo o alternativa a una posible secesión. No hará falta que le diga que mi principal, Reverdy Johnson, ha acogido el óbito con alivio, pues están en curso en el Senado muy importantes proyectos de ley -de los que le daré cuenta en otra carta, cuando vayan más avanzados-, en los cuales la influencia de Calhoun era muy nociva, pese a que su debilidad, casi agónica, le incapacitase últimamente para perorar de la forma vehemente que solía…

Reverdy Johnson

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     La indicada promesa de Feld acerca de informar a Lincoln de “importantes proyectos de ley” pudo cumplirse finalmente, cuando estos se aprobaron, en setiembre de 1850, mediante el llamado Compromiso Clay[24]. De este nos dará cumplida cuenta la carta que sigue, pero no así del llamado Wilmot[25] Proviso, una proposición legislativa presentada en 1846, al estallar la guerra entre los Estados Unidos y Méjico, con el objetivo de que el Congreso prohibiera la esclavitud en todos los territorios que los Estados Unidos pudiesen conquistar o adquirir de su vecino país. La propuesta fue rechazada por el Senado, pero, más que ese fracaso, interesa el peligrosísimo motivo que subyacía en el rechazo: En los estados del Sur empezaba a gestarse un movimiento de rechazo a que el Congreso pudiera legislar sobre la esclavitud, porque entendían que era una cuestión doméstica que solo interesaba y competía a los estados el decidir. Revistiendo esa postura, que en el fondo era de fuerza, se aduce en derecho que las materias relacionadas con la esclavitud no estaban constitucionalmente transferidas al Congreso federal[26]. Dicho lo cual, vamos con la transcripción parcial de la carta.

     Washington, 7 de octubre de 1850.

     Me indica usted en su misiva que muchos acontecimientos concurren a perturbar su tranquilidad de espíritu, preocupantes unos, otros reconfortantes… Desde luego, uno de los enfoques posibles de la esclavitud es el de la religión cristiana, desde el cual se trataría de una práctica nefanda, aunque algunos quieran sacralizarla por el hecho de que se practicó entre el pueblo de Israel, según nos refieren los libros históricos del Antiguo Testamento. Con todo, mi concienciado amigo, dejemos que la religión cristiana nutra nuestras más profundas convicciones, pero sin conformar los argumentos legales en contra de la esclavitud, dado que nuestra República no promueve confesión ninguna, ni tampoco puede decirse -al menos, por ahora- que aquella institución sea proscrita por todas las religiones, hasta el punto de formar parte el abolicionismo  de una conciencia universal[27].

     … También yo he lamentado el sorprendente fallecimiento del presidente Taylor[28], que ha llevado a la Casa Blanca a su vicepresidente, el ambiguo y mediocre Fillmore[29] quien, como una de sus primeras decisiones, levantó la oposición que su antecesor observaba hacia el compromiso de Mister Clay, que acaba de convertirse en ley del Congreso hace unos días, con el decidido apoyo del nuevo secretario de Estado, a quien usted tuvo ocasión de conocer como uno de los más destacados senadores, durante su breve estancia en Washington[30]. La componenda ha supuesto mantener el equilibrio entre los estados esclavistas y libres, a base de incluir a Texas en el primer grupo y a California en el segundo. A mayores, los territorios adquiridos a Méjico se dividen en dos partes, Nuevo México al sur y Utah al norte, cuyos pobladores podrán optar en su momento por acoger o rechazar la esclavitud. Aquí todos creen -creemos- que acabarán por integrar estados libres, dado que sus condiciones geoeconómicas no son idóneas para el trabajo agrícola por esclavos. Hasta ahí, nada hay en el acuerdo que no suponga la continuación del equilibrio que nació del compromiso de Missouri[31], lo que puede suponer unos años de pacificación del genio y el orgullo de muchos políticos del Sur. Pero el acuerdo incluye la aprobación de una ley especial, que ha empezado a denominarse “del esclavo fugitivo”, llamada a generar esas graves tensiones y problemas de conciencia a los que usted apuntaba en su carta.

     De entrada, la ley no supondrá grandes cambios en el derecho actualmente vigente: Los esclavos del sur que huyan al norte habrán de ser detenidos y devueltos a sus propietarios, mediando, caso contrario, cierta compensación. Lo desacertado del nuevo orden es que, para aplacar la ridícula[32] excitación de los políticos y plantadores sudistas, se promulgue toda una ley en que, como si de una normativa decente se tratara, contempla la creación de una policía especial, sanciones de hasta mil dólares y un procedimiento sumario y sin garantías para cerciorarse de que el negro es un esclavo huido de sus amos. No hace falta ser muy perspicaz para aventurar que el “ferrocarril subterráneo”[33] seguirá funcionando, tal vez menos que antaño, pero con más fuerza y convicción.

     … Gentilmente me agradece en su carta el tiempo que le dedico a informarle acerca de lo que “se cuece” en Washington. Nada hay más grato que mantener contacto con personas respetables y de ingenio, aunque solo sea de modo epistolar. Con todo, he de confesarle que ha caído sobre mí una nueva tarea, elevada pero gravosa. Es el hecho que el senador por mi estado de Maryland, Señor Pierce[34], me ha convencido para que lo ayude en la ingente tarea de adquirir, fichar y ubicar la infinidad de publicaciones que llegan al Congreso. Cuando, en un principio, le objeté que no me parecía tarea propia de un buen abogado y secretario de un importante político y hombre de leyes, se disculpó y expresó la concreta labor que tenía pensada para “mi superior sensibilidad y conocimientos”. ¿Qué creerá usted que me reservaba? Nada menos que la labor de apartar, de entre todas las obras que nos llegaran, aquellas que fuesen contrarias a la tranquilidad pública y la buena relación entre los congresistas. Dichas obras, como apestadas, deberán custodiarse aparte y consentir un acceso a las mismas muy limitado. Y aquí me tiene, censurando a los más furibundos secesionistas, esclavistas y antiesclavistas, y demás ralea, sin concederles otro derecho o privilegio constitucional que el de la duda. De todas formas, Mister Pierce es hombre influyente en su partido, quizá porque nunca se pronuncia con firmeza sobre los asuntos más vidriosos, como puede ser el de la esclavitud, sobre el que rehúye todo juicio…, mientras posee una hermosa hacienda con muchos esclavos en el condado de Kent[35]Y, para concluir con el senador Pierce, le indicaré que cooperó personalmente en el plan de Clay, logrando que el estado de Texas cediera una buena parte de su territorio del noroeste para ampliar los de Kansas y Nuevo México[36], a cambio de una indemnización de diez millones de dólares…

Zona del Rey Algodón (gentileza de Business Insider)

***

     Entre los años 1850 y 1854, Abraham Lincoln fortaleció su posición de abogado y robusteció con ello su patrimonio, abandonando en parte sus inclinaciones políticas, cosa que favorecía la imparable decadencia y división de su partido político hasta entonces, el llamado whig. Su retorno a la arena política -en principio, poco exitoso- tuvo como detonante la aprobación por el Congreso del llamado Compromiso o Ley de Kansas-Nebraska (1854), que venía a significar la posibilidad de extender la esclavitud por todos los Estados Unidos, en la medida en que así lo acordase la mayoría de los votantes del territorio o estado de que se tratara. La ley fue particularmente auspiciada por el muy influyente senador demócrata por Illinois, Stephen Douglas[37], y la tímida reacción del partido whig supuso, a un tiempo, la definitiva fragmentación de este y el nacimiento del llamado Partido de la Tierra, debido a su lema tierra, trabajo y hombres libres[38]. Este partido acabaría dando lugar al llamado Partido Republicano[39]. Lincoln optó por sumarse al proyecto republicano e inició una firme carrera hacia su conocimiento por toda la nación y a la presidencia de esta. Es con los inicios de esa imparable marcha con los que están relacionadas las cartas que siguen, fechadas entre 1851 y 1854.

     En Washington, a 18 de mayo de 1851.

     … Lamento el fallecimiento de su padre, del que he tenido tardío conocimiento hace unos días[40], a través de su amable carta del pasado día 3, en la que me comunica la muy favorable marcha de sus asuntos profesionales -muchos de ellos, defendidos con éxito ante el Tribunal Supremo de Illinois[41]-. No menos atareado estoy yo en parecidos asuntos, una vez que el Señor Johnson dimitió de su cargo de Procurador General, por discrepancias con el actual presidente, lo que espero permita a su bufete -del que yo tengo un particular encargo del asunto-, afrontar con decisión el complejísimo caso del puente Wheling[42], de tanto interés en sí mismo, como por cuanto pueda servir de precedente, al servicio y progreso de toda la nación[43]. Pero, cumplido el penoso deber de transmitirle mis condolencias, paso a resumirle mi visión de cómo el tema de la esclavitud está pudriendo la vida política de nuestro país, convirtiéndose -se quiera o no- en el principal tema de discusión y discrepancia política, sin visos de que la situación mejore, por más que se empeñen ciertos ingenuos bien intencionados[44]. Lejos de conseguir una mayor calma y equilibrio en la contienda política, nuestros dos partidos tradicionales[45] han iniciado una peligrosa senda de división que puede dar al traste con su existencia o, al menos, generar una multiplicidad de grupos que hagan ingobernable nuestra extensa nación.

     Cuando usted ejerció como representante, ya tuvo ocasión de conocer el movimiento de las sociedades secretas “de la bandera estrellada”[46], del que ha acabado surgiendo un partido, que empieza a conocerse como “nativista”, por las grandes limitaciones que pretende imponer a la inmigración, la nacionalización y el ejercicio de derechos civiles para quienes no sean protestantes nacidos en el país[47]. Supongo que en los nuevos estados y territorios del Oeste no podrá prosperar, pero en algunos del Norte y en los fronterizos con el sur -como el mío de Maryland- esta muestra de egoísmo racista y de antipapismo -tan inglés, por otra parte- puede alimentar un nuevo atentado a la libertad e igualdad consagradas en nuestra Constitución, incluso en personas y lugares que creíamos libres del morbo de la xenofobia, por el hecho de que parecían estarlo del racista.

       Su viejo partido whig [48] no parece bien preparado para resistir los embates del antiesclavismo, cada vez más potentes desde que auspició el Compromiso de Clay del pasado año. Hay muchos whigs que, como usted, no están dispuestos a aceptar que la esclavitud se extienda hasta el océano Pacífico, por más que ello fuere propiciado por los habitantes blancos de esas tierras. Puede hacerse una idea de la importancia que está tomando esa división del viejo partido, si le digo que la encabezan figuras tan ilustres como el expresidente Van Buren y los senadores Chase, Sumner y Hale. Mi principal, el Señor Johnson, vaticina que, si el presidente y el Congreso continúan con una política tan tibia en materia de esclavitud para aplacar momentáneamente a los estados del Sur, esta separación de los freesoilers[49] puede llegar a absorber la mayor parte del electorado whig[50]

     ¿Qué decir del partido demócrata, sino que tiene dos caras, según sea contemplado desde el norte o el sur del país? Es imposible adivinar cuál de ellas resultará la decisiva, cuando tenga que pronunciarse -como inevitablemente sucederá- con una sola voz, si la Unión hubiere de enfrentarse con el fantasma de la secesión. Hoy por hoy, veo a su facción esclavista tan vigorosa como en los tiempos de Calhoun[51], con un nuevo jefe emergente, en la persona del senador por Missisippi, Jefferson Davis[52]. Por lo que hace a los demócratas del norte y del oeste, no le haré saber nada nuevo si le digo que está alcanzando mucho prestigio un hombre de su estado de Illinois, el senador Stephen Douglas[53]. Por tanto, ya conoce usted su línea política: dejar que los estados decidan libremente la opción por la esclavitud, entendiendo que la Constitución no confiere al Congreso la competencia de legislar sobre ella. Claro que Mister Douglas tiene salidas para todo: Tuve hace unos meses la oportunidad de preguntarle por el previsible futuro del esclavismo, dejado tan liberalmente al albur de un referendo. Su respuesta me dejó sorprendido. Despreocúpese de la esclavitud -me dijo-. La peculiar institución caerá, no por las armas ni las leyes, sino por su fracaso económico, por los avances tecnológicos y su escasa productividad. Decir tal cosa después de la invención de la desmotadora a vapor McCarthy[54] me pareció de una desfachatez extraordinaria…

***

     En Hagerstown[55] (Maryland), a 9 de julio de 1854.

     … Su carta me ha sido reenviada desde Washington a esta pequeña villa del noroeste de Maryland, donde me hallo pasando unos días de asueto, visitando a mi familia que -como creo haberle contado en otra ocasión- mantiene algunas fincas y plantaciones de tabaco, en las que se emplea a una cincuentena de esclavos, ninguno de los cuales me pertenece, ni está llamado a ello por herencia, dado que renuncié hace años a la de mis padres, a cambio de dinero en efectivo, con el que hacer frente a los cuantiosos gastos de mis estudios y apertura de despacho de abogado en Baltimore, hasta ser contratado como pasante y secretario por Mister Johnson…

     Las noticias que le han llegado hasta Illinois son completamente ciertas. El partido demócrata, sin especial oposición de los whigs, ha tratado de cerrar el penoso episodio de la “sangrante Kansas”[56], mediante una ley firmada el pasado 30 de mayo[57], de la que ha sido principal muñidor su coterráneo, el senador demócrata Douglas, a quien se ha empezado a apodar con admiración “el pequeño gigante”[58] y a hablarse de él como un futuro candidato a la presidencia de la nación…

     No hace falta que le exponga los riesgos de esa presunta “soberanía de los estados”, que sus partidarios califican de “popular”. Buen ejemplo venimos teniendo en los últimos tiempos con las batidas y los falsos empadronamientos que los esclavistas de Missouri realizan en territorio de Kansas, para así intimidar y empequeñecer el número de los reales habitantes, que no desean la esclavitud en su tierra… Hasta qué punto será maliciosa la conducta del Señor Douglas, que la ley por él promovida contempla sin lugar a duda que los ciudadanos de un estado puedan convertir a este, de libre, en esclavista, pero no lo contrario. Se ve que la soberanía popular es solo una añagaza para dejar sin efecto el Compromiso de Missouri[59] y extender la esclavitud sin control por esa inmensa extensión de nuestra nación que actualmente no ha alcanzado la organización y reconocimiento estatales…

Senador James Pearce

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     La precedente carta del Señor Feld se cruzó con otra, remitida por Mister Lincoln, en la que -según se deduce de la contestación de aquél- este le anunciaba que, en vista de las circunstancias que para la esclavitud tenía la Ley de Nebraska y Kansas, había decidido reintegrarse a la vida política activa, todavía con las siglas del partido whig. El aldabonazo nacional de dicha decisión se produjo en el llamado discurso de Peoria[60], que constituyó la vibrante respuesta de Lincoln a las medias tintas de Douglas en materia esclavista. Al caer en manos de Feld un ejemplar impreso del citado discurso, envió a su autor una nueva carta -la que sigue-, que inicia un cambio en el sentido de la correspondencia entre ambos: La mera información a cargo de Feld irá cediendo paso a su juicio y valoración de la línea política asumida por el futuro presidente.

     En Washington, a 25 de noviembre de 1854.

     … No se figura el éxito que su reciente discurso de Peoria ha tenido en esta ciudad, en particular entre los senadores y representantes del partido whig, que parecían mustios y acobardados desde que sus grandes adalides, Clay y Webster -que Dios tenga en su gloria[61]-, aceptaron el Compromiso de 1850, verdadero trágala, del que ha provenido la absoluta debilidad del partido cuando ha tenido que enfrentarse a la Ley Kansas-Nebraska, nueva bajada de pantalones de los antiesclavistas, a iniciativa esta vez de los demócratas contemporizadores, encabezados por Douglas. Mi principal, el Señor Johnson, no hacía sino leerlo y releerlo -incluso en público-, alabando sus argumentos y riendo de buena gana con su comparación del “comercio de arándanos”[62]. Y el mismo senador Pearce no me puso objeción a registrar y colocar su discurso en la biblioteca del Congreso en lugar perfectamente accesible, en contra de su criterio general de “esconder” los escritos que pudieran mover a contradicción o enfado en la materia que todos suponemos…

     Seguramente no soy quien para juzgar su espléndida pieza de oratoria, que rebasa con creces una mera refutación al senador Douglas, pero permítame, al menos, sentirme entusiasmado con los pasajes en que, con toda claridad y franqueza, se recoge la absoluta oposición de la esclavitud a la igualdad y libertad de todos los hombres. Un país, como el nuestro, inspirado en esos valores, no puede permitirse prosperar -quizás, ni siquiera existir- cuando una parte muy numerosa de su población carece de derechos y es considerada como si de bestias se tratase. Un día llegará, Mister Lincoln, en que sus mismas razones irrefutables valgan también para los llamados indios o pieles rojas, que están siendo sistemáticamente privados de sus tierras y bienes, en beneficio exclusivo de los colonos blancos.

     ¡Y qué decir de su réplica a Douglas, cuando a este se le llena la boca de autogobierno y soberanía popular! Tiene usted toda la razón: ¿Quién le ha dado a un blanco el derecho de gobernar absolutamente a un negro, tan digno de autogobernarse como su amo de raza blanca? ¿Hay mayor contrasentido que el de considerar que el autogobierno de los ciudadanos consiste en impedir que otros -llamados y considerados esclavos- se autogobiernen?...

     Menos encomiable -he de reconocerlo- me ha parecido el aspecto “legal” de su discurso. Ya conoce usted mi opinión de que nuestros Padres Fundadores no abordaron la cuestión de la esclavitud, no porque diesen por supuesto que la Declaración de Derechos[63]y el preámbulo de la Constitución ya esclarecían suficientemente el tema, sino por lo mismo que ahora padecemos: cobardía ante la amenaza de desunión, e intereses creados entre nuestros políticos propietarios de esclavos. De cualquier manera, comparto con usted la certeza de que, con mesura y con firmeza, el Congreso de los Estados Unidos puede, y debe, seguir legislando sobre la esclavitud, hasta acabar con ella lo antes posible y mediando una compensación económica a los directamente perjudicados… Es una materia que afecta a los derechos del hombre, en la que la superación del actual estatus necesariamente habrá de venir de la mano de una enmienda constitucional, que venga a reconocer en nuestros días lo que debió quedar superado hace ya ochenta años…

     … Le deseo la mejor de las suertes en su retorno a la política de su estado, aunque, para más adelante, mantengo la ilusión de verlo competir con Mister Douglas por un puesto en el Senado de la Unión[64], por más que -como usted apunta- quizá ha perdido unos años preciosos para “ascender” … Aunque -¿quién sabe?-, en estos tiempos tan revueltos, muchas carreras serán aceleradas y otras tantas, hundidas. Deseo que la suya se halle entre las primeras, para bien de la nación.

Stephen A. Douglas, el Pequeño Gigante

 

 

3.      Se barrunta la tormenta: Cartas entre 1857 y comienzos de 1860

 

     Entre los años 1857 y 1859, la posibilidad de superar las tensiones esclavistas, sin necesidad de llegar a una guerra civil, se vieron reducidas prácticamente a la nada…, salvo que -como el presidente Buchanan admitía- se consintiese en la secesión de los estados del Sur, sin reacción violenta por parte de la Unión. Fueron años de llamativos episodios relacionados con la esclavitud; algunos tan famosos, como la sentencia del Tribunal Supremo federal en el caso Dred Scott[65], o la incursión del energúmeno, John Brown, por tierras de Virginia[66]. De esos y otros episodios se encuentran enjundiosos comentarios en las cartas de George Feld que siguen. Entre tanto, Lincoln alcanzaba una fama nacional -y, de paso, imperecedera en todo el mundo- con sus discursos de 1858, de réplica a los pronunciados en diversas ciudades de Illinois por Stephen Douglas, que fueron determinantes para que, en el verano de 1860, la convención del partido republicano reunida en Chicago designara a Lincoln como su candidato en las elecciones presidenciales del 6 de noviembre de 1860. Ese es el momento en que interrumpiré este relato -para no hacerlo excesivamente extenso-, el cual reanudaré y concluiré en la segunda parte del mismo, que los lectores interesados podrán encontrar en este mismo blog.

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     En Washington, a 19 de marzo de 1857.

     … No puede imaginarse usted la consternación que ha producido en Reverdy Johnson y en los demás miembros de su equipo legal -entre los que modestamente me cuento- la decisión del Tribunal Supremo federal del pasado día 6 en el caso Dred-Scott, en que nos veníamos ocupando en los últimos años, sosteniendo los derechos del negro demandante. La responsabilidad por el contenido de tan tremenda sentencia no le corresponde al nuevo presidente del país, quien precisamente tomó posesión de su cargo dos días antes, ni solo al del Supremo Tribunal [67], dado que la decisión se tomó por siete votos contra dos, es decir, por todos los magistrados de los estados esclavistas del Sur, pero también por dos colegas suyos del Norte; y solo un juez -Curtis, de Massachusetts[68]- ha emitido un ferviente voto discrepante, recordando que, en los estados del Norte, no se ponía en duda que los negros eran ciudadanos americanos y protegidos por los tribunales, por más que se les discutiera o negase el derecho al voto. Seguramente, ya ha tenido usted ocasión de leer, al menos, un resumen de la sentencia que, a no dudar, avergonzará al Tribunal Supremo de tiempos venideros y, por lo de ahora, pone patas arriba decisiones del Congreso tan consolidadas, como la de no admitir la esclavitud en los territorios que todavía no se hayan constituido en estados[69], o el propio Compromiso de Missouri, excluyendo la esclavitud más al norte del paralelo 36o30[70]. Y, lo que resulta aún más ofensivo para quienes, como usted, tienen un alto concepto de nuestra Constitución, establece que los individuos de raza negra, esclavos o libres, no fueron en ningún momento considerados por nuestra ley suprema como ciudadanos de los Estados Unidos, dotados de derechos políticos dentro de nuestra nación. Sin ánimo de alardear de profeta de desgracias, recordará usted que mi opinión sobre los Padres Fundadores[71] iba en el mismo sentido, aunque no me atreviera a poner en su boca lo que la muchos de ellos tenían en el corazón…

     … Cualquiera que sea la opinión legal que de nuestra Constitución se tenga, no puede recibirse sin sorpresa y sonrojo un fallo judicial que, no distinguiendo a los hombres -por muy esclavos que sean- de las casas, las vacas o el dinero, reconozca a los dueños de personas esclavizadas un derecho absoluto de comerciar con ellos y de trasladarlos e instalarlos dondequiera, sin respetar las leyes antiesclavistas... Y todavía más ha indignado al Señor Johnson el que, como consecuencia de todo lo anterior, se haya anulado cuanto él actuó y defendió ante el Tribunal Supremo, al afirmar este que, no siendo los negros ciudadanos americanos, su patrocinado, Dred Scott, no tenía capacidad legal para presentar una demanda en un tribunal federal. ¡Vamos!, que el equipo legal luchó denodadamente durante largo tiempo, para que ahora se nos diga que hemos estado sosteniendo un caso en que no había caso[72].

     … Mister Johnson opina que vivimos una época en que el supremo bien -y no falta razón a quien así opine- es el de evitar una guerra civil o, cuando menos, la división de nuestra nación. Para intentar conseguirlo, el Presidente, el Senado y, ahora, el Tribunal Supremo, no han encontrado otra vía que la de ceder a las exigencias del Sur, de las que la esclavitud es su punta de lanza. Pero ¿hasta cuándo esta política de apaciguamiento surtirá efecto? Y, sobre todo, ¿es lícito mantener la paz a cualquier precio, incluida la abdicación de los valores de la igualdad de todos los hombres, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad[73]? Creo que no tardaremos en tener que dar una respuesta a tal interrogante… Entre tanto, nuestra democracia va viniéndose abajo, so pretexto de la defensa de un sacrosanto derecho a la propiedad privada[74], que no hace distingos de la de los esclavos, por muy hombres que sean, convirtiendo en papel mojado la decisión de los habitantes de los territorios de Washington, Oregón y Minnesota[75] de rechazar en su ámbito la esclavitud…

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     Pese a su considerable extensión, recojo la siguiente carta de manera casi completa, por referirse a un momento clave en la historia del presidente Lincoln y de los Estados Unidos, en general. Me refiero a la serie de discursos pronunciados en 1858 en diversas localidades de Illinois[76], en forma de debate con réplica, entre los dos aspirantes a la plaza de senador federal vacante en el estado: el republicano Lincoln y el demócrata Douglas. Se trata, en general, de excelentes piezas oratorias -no todas exacta y plenamente conocidas-, que marcaron un hito insoslayable en el camino de los Estados Unidos hacia la abolición de la esclavitud, con evidente extrapolación a todo el mundo. 

      En Washington, a 23 de octubre de 1858.

     Estimado Mr. Lincoln:

      He estado demorando enviarle esta carta, hasta conocer y reflexionar a fondo sobre los magníficos discursos pronunciados por usted, como preámbulo a la campaña electoral de Illinois para enviar a su segundo representante al Senado-, así como las no menos interesantes alocuciones -aunque mucho menos enjundiosas- de su rival, el actual senador Douglas. La demora obedecía a mi deseo de conocer ya, y comentar, el resultado de las susodichas elecciones, que se prometen tan igualadas y significativas. Finalmente, me he decidido -como puede ver- a centrarme exclusivamente en el contenido de sus discursos, dejando para en su día la valoración de un resultado electoral que -Dios quiera- le devuelva a usted a esta capital y a la respetuosa proximidad de su atrevido e incansable corresponsal, el que suscribe…

     Suponiendo que las referencias periodísticas y los folletos -como los editados por Mister Frederick Douglass[77]- recojan sus ideas y palabras en textos presuntamente completos y fieles, me voy a permitir sintetizar sus argumentos y, en algunos casos, manifestarle mi opinión acerca de los mismos.

     No me cabe duda de que su sinceridad y énfasis a la hora de abominar de la esclavitud por motivos morales y religiosos habrá producido una honda conmoción en el ánimo de sus oyentes. Su eco me suena familiar, a su famoso discurso de “la casa dividida”[78], y ya sabe usted que -por más que yo me considere persona de religión cristiana y moral pasablemente decente- las razones religiosas y éticas no me resultan gratas para una nación basada en la plena libertad de creencias -inclusive el ateísmo-, que tiene de facto la esclavitud como una institución recogida en las leyes y en la práctica de gran parte de su territorio. En cualquier caso, veo muy razonable que se haya referido en sus discursos, no solo a la moral cristiana, sino a la ley natural, que todos llevamos en nuestra conciencia, aunque no seamos gente creyente. Más duro me resulta seguir el hilo que usted encuentra entre la ley natural y nuestra Constitución, pues sigo insistiendo -quizá en exceso- en que esta eludió intencionadamente en su articulado el tema de la esclavitud, porque los constituyentes no tenían una postura uniforme acerca de ella. Solo mediante una enmienda constitucional, votada por el Congreso y por los estados en la forma acostumbrada, podrá resolverse la cuestión de una vez por todas, en términos de legalidad obligatoria[79].

Debate Lincoln-Douglas en Charleston (Illinois), 18 de septiembre de 1858

     Encuentro totalmente plausible su postura ecuánime en cuanto a la manera y tiempo de llevar a cabo la abolición de la esclavitud, aunque mi impresión es que su moderación es minoritaria entre los miembros del partido republicano, del que usted ahora forma parte[80]. Pocas personas sensatas pueden dudar de que los Estados Unidos habrán de liberar a los esclavos, como viene sucediendo en casi todas las naciones cultas, pero dando tiempo al tiempo y mediante la pertinente indemnización a sus propietarios. Entre tanto -tiene usted razón-, hay que evitar cualquier forma de extensión de la esclavitud a los estados y territorios en que actualmente no esté reconocida. También concuerdo con que el Congreso pueda legislar sobre cuestiones concretas que la institución pueda plantear, pero no acerca de prohibirla donde los estados la hayan establecido: Para hacer eso, se precisaría de una reforma de la Constitución, en los términos de “enmienda” a que antes he aludido.

     Claro que hablar de temporalidad en materia de esclavitud es decir muy poco: ¿años?; ¿lustros?; ¿décadas? En una de sus cartas, quizá en un momento de afligido realismo, me confesaba usted que no creía llegar a ver en este mundo la liberación de todos los esclavos de nuestro país[81]. En todo caso, comparto de corazón su deseo de que la total emancipación de ellos pueda realizarse de manera pactada con los estados del Sur, aunque esto suponga posponer la definitiva solución a un largo plazo.

     Tengo para mí como lo más granado de sus discursos, y de los del Señor Douglas, el haber levantado el tupido y pudoroso velo que hasta ahora pretendía ocultar la inevitable relación de la esclavitud con el racismo, es decir, de condicionar el estado de esclavitud a que los sometidos a él sean de raza negra. ¿Por qué? Abandonemos el pudor y afirmemos con todo cinismo: Porque en el fondo se niega que Dios haya hecho a todos los hombres iguales; porque se piensa que los negros son “medio hombres”, seres inferiores a los blancos en cualidades físicas, mentales y morales. Douglas lo tuvo que admitir tajantemente. Usted no acabó de ser claro al respecto, aunque admitiera que la educación y el buen trato podían mejorar la situación. Y la misma sinceridad observaron ustedes con el asunto del mestizaje. Me parece que ambos lo consideran inadecuado y, en cierto modo, contra la naturaleza. En lo que usted se mostró muy superior al senador Douglas fue en su réplica, tan astuta: No es lo mismo respetar y liberar a los esclavos negros, que casarse o mezclarse con ellos. Usted no aconsejaría esto último ni, por descontado, lo impondría. Pero en lo que usted estuvo aplastante y magnífico fue en la constatación de que la esclavitud trae aparejado el mestizaje -incluso forzando a las mujeres negras- y no al revés: De poco más de cuatrocientos mil mulatos existentes en los Estados Unidos, casi trescientos cincuenta mil viven en el Sur, donde la esclavitud es legal y los negros se acumulan y son estimulados a procrear, hasta el punto de que actualmente su cifra es de entre tres millones y medio y cuatro millones: Es decir, casi tantos como los blancos que habitan en aquellos estados[82].

     He de confesarle que mi reacción un tanto visceral contra el racismo puede responder al hecho de que, si no yo mismo, sí que mis antepasados llegados del estado alemán de Hesse[83] hubieron de sufrir cierta discriminación por parte de los descendientes de los ingleses; una situación que ha tratado de renacer en nuestros días de la mano de ciertos partidos políticos[84]. En ese sentido, le agradezco muy sinceramente sus amables palabras para con “los Hans, Baptiste y Patrick”[85] y, en general, los hombres del mundo entero que vienen a estas tierras para mejorar sus condiciones de vida. Supongo que sus palabras serán igualmente bien recibidas por los numerosos hijos y nietos de inmigrantes de lengua alemana, que tanto abundan y han contribuido al progreso del noroeste del estado de Maryland, del que procedo[86].

     Y, si los temas constitucionales -como antes escribí- son vidriosos, ¡qué decir de los económicos, que plantea la esclavitud! Con todo y con eso, creo que usted ha acertado plenamente al desenmascarar la malintencionada “confusión” de Mister Douglas, entre el carácter antieconómico en general del sistema de esclavitud y la supuesta consecuencia de que, por ende, la esclavitud morirá por sí sola y no será preciso hacer nada porque desaparezca. Hoy por hoy, los señores del algodón, los plantadores del Sur, viven muy bien a costa de sus esclavos y han montado una sociedad y una mayoría política basadas en la esclavitud, con el más olímpico desprecio a los derechos de los negros y de los blancos pobres o parados forzosos, que no pueden permitirse tener esclavos. Ya ha visto usted la manera vitriólica con que han reaccionado los esclavistas contra el excelente libro del Señor Helper -y contra este mismo-, por poner ante sus ojos una verdad evidente: Que los estados del Sur, viviendo solo del algodón, se empobrecen de año en año, en comparación con el progreso variopinto que experimentan los estados libres del Norte y del Oeste[87]. Tengo por cierto que la muerte por consunción de la esclavitud en el Sur -que Mister Douglas propone- la perpetuará durante décadas.

     Coincido con usted en que la reciente sentencia del Tribunal Supremo en el caso Dred Scott es éticamente insostenible y de imposible aplicación práctica, aunque no será fácil soslayarla a medio plazo, mientras no cambie la forma de pensar de la mayoría de los jueces que dictaron dicho fallo. Entre tanto, sin llamar por eso al desacato al tribunal, parece lógico promover el “acatamiento sin cumplimiento” de la sentencia en los estados no esclavistas. Más peliagudo resultará sugerir otro tanto en los territorios que aún no se han organizado ni han sido admitidos como estados, como es el caso de Kansas, donde la decisión del Tribunal Supremo impedirá a sus habitantes pronunciarse en contra de la esclavitud en su tierra, aunque sea esta la opinión de la mayoría. El senador Douglas trató de eludir esa absurda contradicción -a saber, la mayoría en un estado puede decidir que este sea esclavista, o pase a serlo, pero no está autorizada, en cambio, a declararlo estado libre, ni a cambiar el esclavismo por lo contrario-, alegando que, cualquiera que sea la posibilidad de implantar la esclavitud, esta no será viable donde la agricultura no se acoja al sistema de grandes plantaciones con monocultivo -algodón o tabaco-. Eso es cierto con carácter general, pero no impediría a los ciudadanos particulares el tener esclavos para su servicio “doméstico”, ni el comprarlos o venderlos en la plaza pública, ni el llevar hasta el extremo la aplicación de la ley sobre esclavos fugitivos…

     Aun a riesgo de resultar en exceso prolijo, todavía he dejado para el final de la carta mi modesta apreciación sobre su decidida postura, tan contraria al abandonismo de la mayoría de nuestros políticos -sean ellos whigs o demócratas- frente a las exigencias crecientes de los extremistas del Sur. Coincide usted en esto con mi principal, el Señor Johnson quien, pese a proceder de un estado esclavista, es ferviente partidario de la Unión y de los derechos del Congreso, frente al chantaje de los secesionistas y de los profetas de una próxima guerra civil. En efecto, tan terrible contienda no puede ser tomada a humo de pajas, ni precipitarnos en ella por ligereza o radicalidad; pero tampoco debe consentirse la secesión de los estados esclavistas, ni tampoco convertir a toda nuestra nación en un mundo de esclavos, contra la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Son esas unas líneas no traspasables, ni aún a riesgo de una guerra. No creo que en ello quepan medias tintas, como aquellas con que escribe el senador Pierce y tantos otros. ¿Y el presidente Buchanan? ¿Cómo se comportaría llegado el caso? No parece que con energía y firme decisión; pero habrá que aguardar a las inminentes elecciones al Congreso[88] para ver cómo se conforman las mayorías. Espero que el estado de Illinois tenga el buen acuerdo en esos comicios, ya inmediatos, de elegir a usted para representarlo en el Senado.

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     En Washington, a 18 de noviembre de 1858.

     Apreciado Mister Lincoln:

     A través del senador Pierce -que ha renovado su cargo en las elecciones de hace unos días, por el estado de Maryland-, recibo la triste noticia de que, pese a haber ganado en votos populares, la legislatura del estado de Illinois no le ha elegido a usted como senador por dicho estado, sino al Señor Douglas, que repetirá en tal condición[89]. No puedo menos de mostrar mi decepción, aunque ya me había adelantado usted su corazonada de que ese sería el resultado final. No me queda sino esperar que el gran triunfo republicano para la Cámara de Representantes y su avance en el Senado mismo, le permita aspirar con éxito dentro de dos años al cargo de senador y quién sabe si a logros mayores. No desmaye usted ahora que se ha hecho un nombre y una justa reputación en todo el país…

     Por los resultados de las elecciones, constato que su estado de Illinois está muy dividido, entre republicanos y demócratas[90]. En lo que al mío de Maryland respecta, se ha producido un sorprendente empate entre demócratas y partido americano[91]. Este último también ha obtenido el escaño de senador que salía a elección. Curioso éxito de los know nothing en Maryland, cuando han sido barridos del resto de la nación. Supongo que será el efecto de ser un estado fronterizo del Norte y el Sur, en que la esclavitud no juega un papel tan importante como en los estados algodoneros[92] y donde la población, aunque muy dividida en muchos temas, es ferviente partidaria de seguir perteneciendo a la Unión, lejos de veleidades secesionistas…

     En cualquier caso, está claro que el viejo partido whig está irremisiblemente condenado a la absorción por el republicano y a una probable desaparición a medio plazo. Esto es, al menos, lo que opina Mister Reverdy Johnson. Él mismo, así como el más circunspecto senador Pearce, entiendo que preparan su paso con armas y bagajes al partido demócrata, visto que el republicano es demasiado radical y “nordista” para la tradición y procedencia de ambos…

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     En Washington, a 7 de noviembre de 1859.

     Estimado Mr. Lincoln:

     Aunque usted parezca muy escéptico sobre sus posibilidades de ocupar a nivel nacional un puesto “muy elevado”, veo que, abandonando el aislamiento en Illinois y su preferente dedicación a la abogacía, está realizando una extensa campaña de apoyo al partido republicano y a su causa contra la esclavitud por todo el Oeste, incluidos Ohio, Michigan y Kansas, teniendo así la oportunidad, no solo de darse a conocer, sino de defender sus ideas firmes y moderadas sobre todas las cuestiones. Tiene razón en considerar al senador Seward [93] como la figura más destacada del partido republicano, como Douglas lo es del demócrata, pero, en opinión del Señor Reverdy Johnson, es un personaje demasiado vehemente y pagado de sí mismo, como para aglutinar en torno suyo los votos de la mayoría de sus correligionarios. Yo diría que tiene tantos enemigos como amigos, y eso es mala cosa en un partido que, por primera vez en su corta historia, tiene serias posibilidades de ganar las próximas elecciones presidenciales. Pero demos tiempo al tiempo. Por ahora, lo único que me atrevo a aconsejarle es que venga al Este y hágase conocer personalmente de las gentes de Boston y Nueva York, quienes estoy seguro lo recibirían con los brazos abiertos…

     Se refería brevemente en su última carta a la impresión tan desfavorable que le había producido la “sangrante Kansas”, donde los buenos habitantes del territorio ven cómo, una y otra vez, son invadidos y aterrorizados por pandillas esclavistas de Missouri, y sus propósitos de constituirse en un nuevo estado libre son eludidos con subterfugios por el presidente Buchanan. Me parece evidente que, mientras este no sea sucedido por un hombre de firmes principios, Kansas permanecerá en el limbo de la no estatalidad, como futura moneda de cambio para admitir a otros estados esclavistas, aunque sea por el torpe procedimiento de dividir al estado de Texas…

     Con todo, la sangre de Kansas ha quedado opacada en los últimos días con el disparatado intento de John Brown[94] por llevar la violencia antiesclavista al Sur. Coincido con sus declaraciones -compartidas por otros muchos líderes abolicionistas- de que ha sido un conato intolerable y que es justo que los responsables paguen con su vida el delito. Ni siquiera admito su matización, en el sentido de que la pena es justa, pero también lo era el impulso que movía a los criminales. Por ese camino, se acabará haciendo de aquel asesino medio loco un mártir y un santo, como parecen opinar intelectuales tan conspicuos como los Señores Emerson y Thoreau[95]. Estos disparates violentos y esta radicalidad emocional no pueden llevar al Sur sino al miedo y la violencia. De hecho, me llegan noticias fidedignas de mi moderado Maryland, en el sentido de que se están formando numerosas milicias estatales, a fin de defenderse de otros Brown que pudieran aparecer, incitando a los esclavos a una sangrienta sublevación.

     En fin, mi respetado amigo, me gustaría acabar con un elogio sincero, al margen de sucesos tan lamentables como los reseñados. Me refiero a su discurso en Milwaukee, en defensa del trabajo libre, que permite al hombre prosperar gracias a su propio esfuerzo, como señaladamente ha sido su caso personal. Comparto plenamente su tesis -que, a la postre, condena la esclavitud de modo indirecto, pero indudable- de que la movilidad social, el esfuerzo personal y la independencia económica son la garantía del progreso de cada individuo y de toda la sociedad…

John Brown

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     Washington, a 4 de marzo de 1860.

     Apreciado Mister Lincoln:

     En medio de la gran barahúnda en la Cooper Union, producida por su exitoso y notabilísimo discurso del pasado día 27 [96], apenas tuve la oportunidad de estrechar su mano y de cruzar unas palabras de salutación al principio, y de felicitación al final de su exposición. Posteriormente, he tenido la oportunidad de constatar con todos mis conocidos que lo escucharon que mi impresión primera ha sido exacta: Sus palabras, medidas, generosas, equilibradas, abiertas a todas las personas sensatas, le han colocado en la grande e influyente ciudad de Nueva York en la boca y el corazón de los ciudadanos, quienes no tardando habrán de votar en las elecciones al Congreso y presidenciales. No creo que tenga usted dudas, a estas alturas, de que debe presentar su candidatura para estas últimas, en lo que tendrá grandes posibilidades de lograr la nominación. Si así fuere, no imagino otro resultado que la victoria, habida cuenta de que, conforme pasan los días, el partido whig se descompone más y más; y, en lo que a los demócratas se refiere, es inevitable la ruptura del partido entre los políticos del Norte y los del Sur. En estas circunstancias, y con algún otro partido que pueda fragmentar aún más el voto, el partido republicano ganará las elecciones. Cosa distinta es que las habrá de perder abrumadoramente en el Sur y en los estados fronterizos esclavistas -como el mío-. Si ello desemboca en la secesión y la guerra civil, es cosa que no me atrevo a vaticinar. Una cosa está clara: Si hay un político juicioso y moderado que pueda evitar el desastre, ese es usted.

     Pero dejaré de divagar sobre el futuro y volveré al motivo principal que me ha movido a escribirle hoy: Resumía su impresión el senador Pierce con estas palabras, poco más o menos, “Este Lincoln tiene la virtud de contentar a todos, procurando no enemistarse con nadie”. Es este un elogio endiablado, que lleva a pensar en que usted sea una persona calculadora y taimada; pero yo estoy tranquilo, y así se lo he hecho saber a las personas que frecuento: esa es su verdadera forma de ser y los valores que comparte. Una actitud ética que impresionó mucho que la refiriera al gran Jefferson[97], cuando afirmó, aludiendo a la esclavitud, aquello de “¡tiemblo por mi país cuando recuerdo que Dios es justo!”. Como también impresionó a su ilustrado auditorio su convincente demostración de que, de los treinta y nueve Padres Fundadores que suscribieron nuestra Declaración de Independencia y nuestra Constitución, no menos de veintiuno -entre ellos, Washington[98]- votaron leyes que proscribían o limitaban la esclavitud en determinados territorios, como el del Noroeste, la Luisiana y el de Missouri. Yo, que en este punto soy escéptico -como ya sabe-, disfruté más cuando usted puso el fiel de la balanza de la situación en la estricta vertical: En un platillo, el rechazo de la soberanía popular o ilimitada de los estados y la extensión de la esclavitud a nuevos territorios. En el otro, el rechazo de una inmediata prohibición de la esclavitud en toda la nación, así como llevar el enfrentamiento político hasta la ruptura de la Unión. Y, aunque esté por ver si su brillante equilibrio nos ahorrará el llegar hasta la guerra civil, es evidente que ha dado usted un paso de gigante en su reconocimiento entre los republicanos del Este como persona conocida y respetada, de empaque como “presidenciable”. Y le aseguro que no hablo a la ligera, si bien la semilla que ha plantado hace unos días en Nueva York tendría que crecer muy rápidamente para superar a Seward en la convención partidaria del próximo verano…

Lincoln en la Cooper Union (Nueva York, 27 de febrero de 1860)

 

4.      Enlazando brevemente con la segunda parte de este relato

 

     Concluyo esta primera parte de Cartas de George Feld a Abraham Lincoln en los momentos decisivos, en que Lincoln inicia el camino que lo llevará imparablemente a la presidencia de los Estados Unidos, y a George Feld, a convertirse en un leal apoyo en la sombra de su amigo presidente, hasta que la guerra civil vaya operando entre ellos un inevitable distanciamiento, más físico que moral. Las cartas de Feld a Lincoln entre las elecciones de 1860 y el final de la guerra civil (1865) serán el contenido de la segunda parte de esta historia, con la que también espero suscitar la atención de los lectores que gusten de lo que algunos han denominado acertadamente rincones de historia[99], desconocidos u olvidados contra toda justicia.

Edificio inicial (1859) de la Cooper Union, en Nueva York

 

   

    


[1] En el censo de 2020, tenía poco más de 40.000 habitantes. La impresión de tamaño y movimiento puede resultar bastante alterada, al estar actualmente englobada en el área metropolitana de Baltimore, cuya población rebasa los 6 millones de habitantes (unos 600.000 en su término municipal).

[2] No quiero entrar en polémicas, sino que me atendré a los datos escritos: El Estudio General salmantino fue fundado por el monarca leonés, Alfonso IX, en 1218, pero no adquirió el refrendo universitario pontificio -del papa Alejandro IV- hasta 1255, lo que suponía el reconocimiento de sus títulos en toda la cristiandad. Acogiéndose a la primera de las fechas citadas, la Universidad de Salamanca celebró los fastos de su octavo centenario en 2018.

[3] La universidad dominicana tiene como fecha de fundación papal la de 1538, pero el no haber sido oficializada por el reino de Castilla hasta 1558, permite dudar de su prioridad entre todas las americanas. La de San Marcos de Lima fue fundada el 12 de mayo de 1551 y la de Méjico, el 21 de septiembre del mismo año.

[4] Esta universidad radica en la ciudad de Cambridge (Massachusetts) y fue fundada en 1636. En 2018, contaba con unos 22.000 estudiantes y 4.671 profesores. A la fecha (2023), sigue siendo una universidad privada.

[5] La King William’s School.

[6] El tema está convenientemente explicado en la Wikipedia, si bien he consultado al respecto en Internet la siguiente obra: Thomas Fell (compilador), Some historical accounts of the founding of King William’s School and its subsequent stablishment at Saint John’s College…, Friedenswald Co. Press, Annapolis, 1894.

[7] Por volumen de alumnado, titulaciones y plan de estudios, entre otras muchas diferencias. No considero del caso profundizar en el argumento.

[8] Prefiero la grafía española a la norteamericana de Monterey.

[9] De forma eufemística, los esclavistas estadounidenses del siglo XIX calificaban a la esclavitud de los negros como la institución peculiar por antonomasia de los estados del Sur.

[10] Se alude al siguiente libro colectivo: David Thomas Konig, Paul Finkelman & Christopher A. Bracey (editors), The Dred Scott case. Historical and contemporary perspectives on race and law, Ohio University Press, 2010. Sobre dicho caso, resuelto en 1857 por el Tribunal Supremo de los EE. UU., se tratará más adelante, en este mismo relato.

[11] Abraham Lincoln (1809-1865), decimosexto presidente de los Estados Unidos (1861-1865). De la plétora de biografías sobre él -incluso en español-, me he valido de la César Vidal, Lincoln. La unidad frente a la autodeterminación, Planeta, Barcelona, 2009. Acerca de la Guerra de Secesión (1861-1865), he manejado profusamente la obra de Isaac Asimov, Los Estados Unidos, desde 1816 hasta (el final de) la guerra civil, edición española de Alianza Editorial, Madrid, 1983, espec. pp. 203-338. Son obras de dudoso valor y originalidad, pero fácilmente accesibles y suficientes para ilustrar un relato de ficción, como este.

[12] Me acojo al discutible expediente de utilizar el topónimo inglés para lo relativo al estado de Maryland, dado que no existe -que yo sepa- en español una alternativa aceptada por la Real Academia Española.

[13] Desde 1896, su nombre oficial es el de Universidad de Princeton.

[14] Reverdy Johnson (1796-1876), uno de los más grandes abogados estadounidenses de su tiempo, además de político de relevancia (Procurador General en 1849-1850; senador en los periodos 1845-1949 y 1863-1868). Su biografía es accesible por Internet: Bernard C. Steiner, Life of Reverdy Johnson, Norman Remington Co., Baltimore, 1914.

[15] Dred Scott v. Sanford (60 U.S. 393 (1857)). El caso fue perdido por el demandante por siete votos contra dos. La sentencia fue redactada por el presidente del Tribunal, juez Roger B. Taney. Insisto en lo prometido en la nota 10.

[16] Los detalles están esquemáticamente expuestos en la obra citada en la nota 14, p. 15 (rebote de una bala, al impactar en un árbol de madera particularmente dura: el hickory, o Caria tomentosa, una especie de nogal -juglandácea-)

[17] El llamado whig o “liberal”, que pronto daría lugar al Partido Republicano, hoy (2023) subsistente.

[18] La traducción habitual al castellano del nombre en inglés de la Cámara de los Representantes del Congreso de los Estados Unidos podría perfectamente reemplazar Cámara por Casa, ya que la cámara baja norteamericana recibe, literalmente, el nombre de United States House of the Representatives.

[19] Unión y Confederación eran términos legales y respetuosos para referirse a la sazón a los estados del Norte y del Sur, respectivamente. Yanquis y rebeldes serían expresiones equivalentes, pero coloquiales.

[20] Empleo este adjetivo para referirme a lo relativo a Mister Lincoln, ya que la ele de este apellido no se pronuncia en inglés.

[21] Zachary Taylor (1784-1850), duodécimo presidente de los Estados Unidos. Su mandato, iniciado en marzo de 1849, concluyó con su muerte natural, el 9 de julio de 1850.

[22]  John Caldwell Calhoun (1782-1850), seguramente el más notable de los políticos esclavistas de su tiempo. Entre otros cargos relevantes, ejerció las secretarías de Guerra (1817-1825) y Estado (1844-1845), el de senador federal (1845-1850) y el de vicepresidente de los Estados Unidos (1825-1832). Referencias a su persona y política en André Maurois, Historia de los Estados Unidos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1972, pp. 263-267 y 318-320.

[23] Doctrina política consistente en asignar a los estados de la federación americana el derecho de no aplicar las leyes que consideraran contrarias a la Constitución o a su propia pervivencia, sin necesidad de que las declarase nulas el Tribunal Supremo de los EE. UU.

[24] Por el apellido de su promotor, el insigne senador Henry Clay, Sr. (1777-1852).

[25] David Wilmot (1814-1868) era representante a la sazón por el 12º distrito de Pennsylvania.

[26] Dicho entre paréntesis, tal aseveración era una obviedad, dado que la Constitución de los EE. UU. había evitado cualquier referencia a la esclavitud, para evitar serios problemas a corto plazo. En ese pecado llevaría la penitencia en las décadas de 1820 a 1870, aproximadamente.

[27] Estas consideraciones de George Feld pueden responder a un dato conocido en la biografía de Abraham Lincoln: su mayor compenetración con la religión cristiana a partir de esas fechas, así como la integración del punto de vista cristiano en su rechazo de la esclavitud. Corresponde a esa época su fructífera lectura (y ulteriores contactos personales con el autor) de la siguiente obra: Reverendo James Smith, The Christian defense…, J.A. James, Cincinnati, 1843.

[28] Recuérdese la anterior nota 21.

[29] Millard Fillmore (1800-1874), decimotercer presidente de los EE. UU. (1850-1853). El prejuicio del Señor Feld resultó acertado, según la mayoría de los historiadores.

[30] Se alude a Daniel Webster (1782-1852), que fue secretario de Estado en los periodos 1841-1843 y 1850-1852.

[31] Acuerdo adoptado por el Congreso federal en 1820, para que el número de estados esclavistas y no esclavistas fuese igual, entre otras cosas, a fin de lograr paridad en el Senado de los EE. UU. Llegó, incluso, a marcarse una línea de delimitación entre unos estados y otros, a lo largo del paralelo 36o 30 Norte. El compromiso se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XIX, con un total de quince estados de cada clase.

[32] El calificativo despectivo de Feld parece aludir al escasísimo número de esclavos que efectivamente se fugaban a los estados del Norte: De un total de 3,5 millones de esclavos en 1850, pocos más de 350 lograron llegar a territorio “libre” en los años de vigencia de la ley del esclavo fugitivo. A la postre, la indignación acabó siendo más de los nordistas, al contemplar la poco edificante imagen de la caza del negro en su propia tierra. Recuérdese el trascendental libro de Harriet Beecher Stowe, Uncle Tom’s cabin, John P. Jewett, 2 volúmenes, Cleveland, 1852, cuya primera traducción al español data del año siguiente: La cabaña del Tío Tom, traducción de A.A. de Orihuela, Juan Oliveres, Barcelona, 1853 (accesible íntegramente por Internet).

[33] Denominación coloquial de la red de colaboradores nordistas que trataban de pasar a los estados libres a esclavos fugitivos y de ponerlos a buen recaudo. De forma novelada, pero muy descriptiva, véase, Colson Whitehead, The underground railway, Doubleday, New York, 2016 (premio Pulitzer, está traducido al español).

[34] James Alfred Pierce (1805-1862), senador y presidente de la Comisión Bibliotecaria del Congreso entre 1843 y 1862. Lo que sigue sobre él se considera cierto, por extraño que pueda parecernos hoy día.

[35] Condado del estado de Maryland, cuya capital es Chestertown.

[36] Puede calcularse la pérdida de extensión en 1/3 de la inicial, quedando finalmente el territorio tejano en unos 700.000 km2 (268.600 millas cuadradas).

[37] Stephen Arnold Douglas (1813-1861), senador por Illinois entre 1847 y 1861.

[38] En inglés, free soil, free labor, free men.

[39] Con toda la evolución que se quiera, dicho partido, fundado en 1854, sigue siendo el actual Partido Republicano, que se enorgullece de tal progenie, autodenominándose GOP, es decir Great Old Party (el subrayado es mío).

[40] Thomas Lincoln, padre de Abraham Lincoln, nacido en 1778, falleció el 17 de enero de 1851.

[41] Quienes se dedican a contabilizar curiosidades, aseveran que su número llegó a un total de 243, con una muy alta proporción de casos ganados

[42] Se trata del primer puente colgante que superó en los EE. UU. el caudal de un gran río (el Ohio). Fue el más ancho del mundo en su género entre 1851 y 1853. La tramitación legal del asunto se extendió de 1849 a 1856.

[43] Véase, Wheling history. Wheling bridge case in the Supreme Court, en www.ohiocountypubliclibrary.org. El puente enlazaba (y sigue uniendo) los estados de Virginia (luego, Virginia Occidental) y Ohio, contra la oposición del de Pennsylvania, cuyos intereses de ferrocarril y carretera podía perjudicar.

[44] Al parecer, el Compromiso de 1850, ya aludido, incluía el esfuerzo para mantener fuera de las campañas políticas (en especial, la presidencial) el tema de la esclavitud. No hace falta decir que -como nuestro narrador apuntaba- esa llamada a mayor equilibrio y calma resultó completamente inútil.

[45] El llamado entonces comúnmente whig y el demócrata, que sigue existiendo actualmente (2023).

[46] Conocido popularmente como el de los know nothing (los que lo saben nada), por tener el deber de silencio ante cualquier pregunta sobre la existencia y funcionamiento de su organización.

[47] El movimiento nativista tenía un especial sesgo anticatólico, propiciado por la muy numerosa inmigración de irlandeses y de bávaros y de otras regiones del sur de la entonces políticamente inexistente Alemania.

[48] Fue el de Lincoln -como también de R. Johnson y de Pierce-, hasta pasarse en 1854 al recién creado partido republicano, que lo propondría como candidato presidencial en las elecciones de 1860.

[49] Véase texto más arriba y notas 38 y 39.

[50] La premonición se cumplió en 1856. El partido whig sería absorbido por el republicano durante la guerra civil.

[51] Recuérdese la nota 22.

[52] Jefferson Davis (1808-1889) es famoso como presidente de los Estados Confederados de América (1861-1865), pero antes había sido senador (1847-1851 y 1857-1861) y secretario de Guerra (1853-1857).

[53] Véase antes, nota 37. Sobre él habrá de volverse en varios puntos del relato.

[54] Este avance tecnológico multiplicó exponencialmente la producción de algodón en los Estados Unidos, con su lógica secuela de enriquecimiento de los plantadores e incremento del número de esclavos. Véase, Angela Lawkete, Inventing the cotton gin: Machine and myth in antebellum America, Johns Hopkins Studies, Baltimore, 2003.

[55] Localidad del estado de Maryland, capital de su condado noroccidental de Washington.

[56] Periodo de violencias y de preguerra civil que se produjo en los años de 1850 y sucesivos en el territorio de Kansas, entre partidarios y opositores de la esclavitud y de que Kansas ingresara como estado en la Unión en calidad de esclavista.

[57] An Act to organice the territories of Nebraska and Kansas. El nombre responde a que el territorio inicialmente llamado de Kansas se dividió en dos: Nebraska, al norte, y Kansas, al sur. Aunque la ley se aplicaba a todo el territorio, el tema de la esclavitud era particularmente sangrante en la zona sur, es decir, en Kansas propiamente dicha, pues era la más apta para establecer un sistema de “plantaciones”.

[58] Pequeño, por su estatura, y gigante, por su energía y elocuencia.

[59] Véase antes, nota 31.

[60] Pronunciado en la ciudad de Peoria (Illinois), el 4 de octubre de 1854 y -repetido- el 16 del mismo mes y año. Al ser impresa y distribuida, esta obra maestra de la oratoria de Lincoln llegó a ser conocida de toda la nación, haciendo de él, por primera vez, un político de relevancia en los Estados Unidos. El discurso puede consultarse íntegro en Internet: por ejemplo, en la web nps.gov.

[61] Ambos políticos habían fallecido en 1852, con una diferencia de cuatro meses.

[62] Lincoln ridiculizaba a Douglas y a cuantos opinasen que los estados tenían la exclusiva de la regulación de la esclavitud, por el hecho de que la Constitución se la atribuyera para regular el mercado interno de bienes y productos de tanta nimiedad, como los arándanos.

[63] Aprobada el 14 de octubre de 1774 en Pensilvania, por el Primer Congreso Continental. Se considera a Thomas Jefferson como el principal redactor de dicha Declaración.

[64] Lincoln obtuvo el cargo de representante en la legislatura de Illinois en 1855, con la vitola del partido whig. En ese mismo año aspiraría a un puesto en el Senado federal, pero hubo de retirarse en favor de su compañero, Trumbull, para evitar el triunfo del candidato demócrata, Matteson. Estos cambalaches respondían a la circunstancia de que el cuerpo electoral para las elecciones a senador federal por el estado de Illinois no eran todos los ciudadanos con derecho a voto, sino los legisladores de dicho estado (alrededor de un centenar).

[65] Ya citado antes, en las notas 10 y 15. Además del texto citado en la primera de ellas, véase, Don E. Fehrenbacher, The Dred-Scott case: Its significance in American law and politics, Oxford University Press, Oxford & New York, 1978 (premio Pulitzer de libros históricos en 1979).

[66] John Brown (1800-1859) ha sido biografiado en varias ocasiones. Yo prefiero: Stephen B. Oates, To purge this land with blood: A biography of John Brown, Harper Collins, Nueva York, 1970 (puesto al día en 1984, editado por la University of Massachusetts Press).

[67] Se trataba -como he dejado dicho en la nota 15- del juez, Roger B. Taney (1777-1864), que fue Chief Justice -es decir, Presidente del Tribunal Supremo federal- entre 1836 y 1864.

[68] Benjamin Robbins Curtis (1809-1874), juez del Tribunal Supremo entre 1851 y 1857, en que abandonó la judicatura por razones económicas y de serias discrepancias con su presidente, Taney.

[69] La doctrina arrancaba nada menos que del 13 de julio de 1787, cuando los EE. UU. eran aún una Confederación, y se recogió en la Ordenanza para el gobierno del territorio de los Estados Unidos al nordeste del río Ohio.

[70]  Véase más arriba nota 31 y texto al que la misma se refiere.

[71]  Solía darse este apelativo a los americanos que más contribuyeron a la independencia de los EE.UU. y, en su momento, redactaron las Declaraciones de Derechos y de Independencia, así como la Constitución de la república; todo ello, en el periodo 1774-1787.

[72]  Juego de palabras basado en la expresión forense de “no haber caso”, como sinónima de que no hay una reclamación o tema legal a plantear y discutir ante un tribunal.

[73] Alusión a los derechos humanos, reconocidos en el preámbulo de la Declaración de Independencia de los EE.UU. (Filadelfia, 4 de julio de 1776).

[74] La sentencia del caso Dred Scott invocó la Quinta Enmienda de la Constitución americana (1791), que exige para la expropiación de los bienes privados la previa existencia de un procedimiento legal (due process). De ella extrajo la conclusión de que ninguna persona o institución podía privar a un dueño de sus esclavos, ni de trasladarlos donde quisiere, por el mero hecho de que un determinado estado o territorio hubiera votado por ser no esclavista.

[75] En 1857, esos tres territorios todavía no se habían convertido en estados.

[76] Dichos discursos fueron siete, pronunciados en los lugares de Illinois y en las fechas que a continuación se indica: Ottawa, 21 de agosto 1858; Freeport, 27 de agosto 1858; Jonesboro, 15 de septiembre de 1858; Charleston, 18 de septiembre de 1858; Galesburg, 7 de octubre de 1858; Quincy, 13 de octubre de 1858; Alton, 15 de octubre de 1858.- Existen numerosas monografías sobre el tema (Fehrenbacher, Jaffa, Zarefsky…). Para los efectos de este ensayo puede ser suficiente con los libros -citados en la nota 11- de César Vidal, pp. 96-117, y de Isaac Asimov, pp. 204-208.

[77] Frederick Douglass (c. 1818-1895), negro nacido esclavo en el estado de Maryland, personaje muy influyente en el abolicionismo y la vida intelectual americana. Entre sus libros autobiográficos, puede verse, Life and times of Frederick Douglass…, De Wolfe & Fiske, Boston, 1892, accesible íntegramente por Internet, en la página web de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, docsouth.unc.edu.

[78] Expresión basada en el famoso texto evangélico (Mt., 12, 25; Mc., 3, 25), en que Jesucristo reputaba de imposible subsistencia una casa entre cuyos habitantes existiera una grave división. Lincoln aplicó el ejemplo a la nación americana, mientras estuviera dividida entre estados libres y esclavistas.

[79] Así se actuó finalmente, aprobando la XIII Enmienda a la Constitución de los EE. UU., proceso que llevó casi todo el año 1865.

[80] Abraham Lincoln había abandonado el partido whig en 1856, por la posición en exceso tibia que el mismo observaba en materia de limitación de la esclavitud.

[81] Me atrevo a recoger esta afirmación porque se da por cierto que Lincoln la hizo de palabra, ante algunos amigos de confianza. Dada su edad (había nacido en 1809), puede imaginarse que el presidente consideraba el año 1900 como una fecha máxima aproximada para la supresión pactada de la esclavitud en la nación.

[82] La población total de ciudadanos libres en 1860 era de casi 31,5 millones, de los cuales unos 4,5 millones vivían en los estados del sur que, al año siguiente, se integrarían en los Estados Confederados de América.

[83] El narrador no especifica si su familia procedía del Estado de Hesse-Kassel, que mantuvo su independencia hasta 1866, o al de Hesse-Darmstadt, que se integró en el Imperio Alemán de manera confederada hasta 1918.

[84] Véase antes, notas 46 y 47 y texto en ellas concernido.

[85] Especie de antonomasia que empleó Lincoln en su discurso de Alton (Illinois), el 15 de octubre de 1858, para aludir a todos los emigrantes de origen alemán, francés e irlandés, respectivamente.

[86] Véase antes, nota 12.

[87] Se alude al autor Hinton Rowan Helper (1829-1909) y a su famosa obra, The impending crisis of the South: How to meet it, Burdick Brothers, New York, 1857, que puede encontrarse íntegra en la página web docsouth.unc.edu, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.

[88] Las elecciones de 1858 al Congreso de los Estados Unidos supusieron el triunfo en la Cámara de Representantes del recién creado partido republicano (116 -mayoría absoluta-, frente a 98 demócratas, 15 whigs y 5 nacionalistas know nothing), mientras que el Senado quedó conformado por 38 senadores demócratas (mayoría absoluta), 26 whigs y republicanos y dos know nothing.

[89] En votos populares, Lincoln aventajó a Douglas por 190.000 a 176.000, pero en la asamblea legislativa del estado, Douglas triunfó -gracias a la mayoría demócrata- por 54 a 46.

[90] Illinois eligió en aquellos comicios a 5 representantes demócratas y a 4 republicanos.

[91] Empate a 3. Partido Americano era el nombre oficial para los vulgarmente conocidos como know nothing. Véase nota 46 y texto al que la misma se refiere. Los know nothing de Maryland también ganaron la plaza de senador en juego entonces, que lo fue Anthony Kennedy.

[92] Para una población total de personas libres de 687.000 (84.000 de ellos, negros emancipados), los esclavos de Maryland, en el censo federal de 1860, eran 87.189. En cambio, en los estados del Sur que luego se separarían de la Unión, el promedio de población esclava era de, al menos, el 40% del total.

[93] William Henry Seward (1801-1872), insigne político norteamericano, que ocupó los cargos de gobernador de Nueva York (1839-1843), senador de los EE. UU. por dicho estado (1849-1861) y secretario de Estado (1861-1869). Compitió infructuosamente con Lincoln para la nominación como candidato republicano a la presidencia de la nación en las elecciones de 1860.

[94] Sobre John Brown, véase nota 66. Sobre su asalto a la ciudad y arsenal de Harpers Ferry en Virginia (octubre de 1859) y posterior juicio y ejecución, véase el resumen de César Vidal en Lincoln… (citado en la nota 11), pp. 118 y sigte.

[95] Ralph Waldo Emerson (1803-1882) y Henry David Thoreau (1817-1862), famosos poetas y ensayistas estadounidenses. Sobre la glorificación de John Brown, recuérdese la John Brown song, editada en 1861 y sumamente popular desde entonces.

[96] Cooper Union for the Advancement of Science and Art, famosa institución a modo de la École Polytechnique de París, fundada en Nueva York en 1859. En su Grand Hall pronunció Lincoln, el 27 de febrero de 1860, uno de sus más afamados y trascendentales discursos. Véase, Harold Holzer, Lincoln at Cooper Unión. The speech that made Abraham Lincoln President, Simon & Schuster, Nueva York, 2006 (en mi opinión, un libro excelente).

[97] Thomas Jefferson (1747-1826), tercer presidente de los Estados Unidos (1801-1809) y el más grande de los Padres Fundadores. Como propietario de esclavos y -posiblemente- amante de una esclava negra y padre de algunos de sus hijos, es comprensible que tuviera mala conciencia respecto de la inmoralidad de la práctica de la esclavitud.

[98] George Washington (1732-1799), jefe militar norteamericano en su guerra de independencia y primer presidente de los Estados Unidos (1789-1897).

[99] Así, León Arsenal y Fernando Prado, en su obra titulada, Rincones de Historia española, Edaf, Madrid, 2008.

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