jueves, 11 de febrero de 2021

ARDE CHINA (CRISTIANISMO Y REVOLUCIÓN TAIPING)

 

 

Arde China (Cristianismo y Revolución Taiping)

Por Federico Bello Landrove

 

     A punto de acabar la Segunda Guerra del Opio (1856-1860), un profesor de Edimburgo es comisionado por el Gobierno británico para analizar las relaciones de la Revolución Taiping con el Cristianismo, así como la conveniencia de apoyar militarmente a aquella, o bien, a su antagonista, el Imperio Chino. Lo que sigue es un resumen del informe rendido por dicho profesor, hallado recientemente por mí (creerlo es cosa del lector) en la gran biblioteca personal del famoso político, William Ewart Gladstone, en Hawarden[1].

 

Representación imaginaria de combatientes taiping

 

1.   Un encargo de/en conciencia

 

     Corrían los primeros días del curso 1859-1860, cuando el recién nombrado Canciller de mi Universidad de Edimburgo[2] me mandó llamar a mi habitación en el New College[3], para hacerme un encargo que me sorprendió tanto, como lo había hecho a él:

-          Profesor Young -me informó-: Acabo de recibir una carta del Rector de la Universidad, solicitando le dé licencia y viático para que pueda usted desplazarse a Londres a la mayor brevedad. Ignoro cuál será el motivo pues el Honorable William Gladstone[4] se lo expondrá personal y reservadamente.

-          Siendo así -repuse-, no me queda sino tomar el tren mañana mismo.

     El viaje era endiabladamente largo, como para pasarse todo el tiempo imaginando las mil y una razones que podría haber tenido el recién nombrado Rector para convocarme a su despacho oficial de Canciller del Exchequer. Hasta llegué a sospechar que se hubiese equivocado de persona, quiero decir, de las cualidades que me adornaban. Por lo demás, no había duda: Al Reverendo Ashleton Young, New College, University of Edinburgh, rezaba la dirección. Todo correcto, salvo en un punto de dudosa relevancia para el caso: Yo no era un Reverendo, es decir, un clérigo ordenado de la Iglesia Libre de Escocia, sino un profesor laico, que impartía lecciones de filosofía y -a las veces- de teología a los estudiantes de la Universitas Edinensis[5]. Y, desde luego, no tenía el gusto de conocer al gran político liverpuliano, que no tardaría en convertirse en Primer Ministro[6]. En fin, entre charlas informales, comidas igualmente informales y cabezadas, pasaron las horas de tren, hasta dar con mis huesos en la Capital. Tan pronto dejé el equipaje en una pensión muy conveniente de Abingdon Street, me personé en el edificio del Tesoro, para pedir audiencia con el Canciller, la cual, para sorpresa del oficinista que me atendió, me fue concedida para el día siguiente. Con ello, pude comprobar que era cierto lo que parecía inferirse de su carta, a saber, que el Señor Gladstone estaba presuroso de verme y confiarme lo que fuera que desease de mí.

***

     Toda la adustez que el Canciller tenía en el gesto, se disolvía en sonrisa y amabilidad cuando hablaba de manera distendida, como fue el caso. Mi vestimenta le advirtió, antes que yo lo hiciera, que no se las había con un clérigo, y manifestó su extrañeza por ello:

-          La verdad, Mister Young, es que había sacado una falsa deducción de dos hechos, únicos que me constan de usted: Que es profesor del New College y que ha escrito un excelente y profundo libro de corte religioso, que me impresionó muy gratamente cuando lo leí, hace unos años, hasta el punto de tenerlo como de cabecera en cuestiones de moral.

-          Me siento muy honrado por lo que me dice, Señor, pero dudo sobre cuál sea, entre los tres libros sobre temas éticos de los que soy autor.

-          Me refiero -aclaró Gladstone- a este precisamente, que he traído de casa, a fin de que tenga la amabilidad de dedicarlo.

     Como ya suponía, era el titulado The individual conscience as the inner citadel of the Church[7], que había hecho cierto ruido, cuatro años atrás, por el valor concedido a la conciencia personal en temas morales, lo que algunos tacharon malévola y torpemente de relativismo ético. Gladstone, por el contrario, lo hallaba muy conforme con sus opiniones y así me lo hizo saber de forma pormenorizada. El caso es que iba a dedicárselo a él, cuando me corrigió:

-          ¡Oh, no, yo ya tengo otro! Este es de mi querida hermana Helen[8], que también ha disfrutado mucho con su lectura.

     Cumplí gustoso aquel deber de cortesía. Gladstone, por fin, expuso su propósito, previa advertencia de que habría de mantener en secreto cuanto hablásemos al respecto.

-          Le supongo informado de que la llamada Segunda Guerra del Opio toca a su fin[9]. No oculto a nadie mi repugnancia por esta larga contienda, tanto en lo referente al comercio de dicha droga, como a las graves crueldades que se han cometido durante las hostilidades. En fin, nadie duda de que venceremos, aunque sea sin razón, y ello nos traerá un nuevo problema.

     Yo lo miraba de hito en hito, sin adivinar, ni remotamente, lo que pintaba en esa guerra tan lejana. Gladstone prosiguió, resumiendo el tema al máximo:

-          Simultáneamente, se desarrolla en China una larga guerra civil, entre el Imperio y un bando sublevado, que se hace llamar impropiamente de la Gran Paz[10]. Mientras esta contienda persista, será imposible mantener la existencia y seguridad de nuestro comercio: Hay que acabar con la rebelión, de un modo u otro. Sí, pero ¿a quién ayudaremos las Potencias occidentales? Ese es el dilema que, entre otros gobernantes, se presenta a nuestro Primer Ministro, Lord Palmerston[11].

     Yo seguía in albis. Gladstone sonrió, enigmático, y avanzó en su argumento:

-          Claro está que la propuesta de solución debería partir del Ministro de Asuntos Exteriores[12], y yo lo respeto; pero, conociendo a lord Russell, he decidido adelantarme y proponer al Gabinete una sugerencia que -cosa no muy usual- ha sido aceptada. Y ahí, por fin, es donde entra usted, si tiene a bien aceptar el encargo.

     Si esperaba que aceptase a ciegas, se quedó con las ganas. Tendría que aclararme mucho mejor el objeto de mi eventual mandato.

-          Cualquiera diría -continuó el Canciller- que no tiene sentido ni imaginar que Gobiernos respetables se planteen ayudar a unos rebeldes que, por otro lado, parece que van llevando la peor parte en la contienda, pero es que son unos levantiscos muy especiales: Nada menos que intentan derrocar al Imperio manchú para implantar una forma de gobierno mucho más a la occidental que el caduco Celeste Imperio… Y, por si fuera poco, dicen estar inspirados en el dogma y la moral cristianos. ¿Qué le parece? Chinos cristianos y a la europea.

     ¡Al fin ataba cabos! Algo de eso había oído y leído desde tiempo atrás, tanto a misioneros, como a activistas políticos[13]. Así se lo hice saber a Gladstone, que se mostró satisfecho:

-          Pues, siendo así, mejor que mejor, puesto que lo que quiero proponerle es que, de manera reservada, pero con mi pleno apoyo administrativo y financiero, viaje usted hasta China, hable, vea, escuche y, en definitiva, se ponga en condiciones de rendirme un detallado informe sobre el particular, que yo, a mi vez, pueda presentar al Gabinete, para que lo tenga en cuenta, a fin de resolver la peliaguda cuestión de a quién ayudar en la citada guerra civil. ¿Qué le parece?

-          Me parece extraordinariamente atractivo, máxime viniendo la sugerencia del Rector de mi Universidad. El problema es que China está muy lejos y, una vez allí, habré de moverme en grandes distancias, con malas comunicaciones y en un país en guerra. Solo Dios sabe cuánto podría tardar en emitir el informe que Su Excelencia me encarga.

     Gladstone volvió a sonreír y replicó:

-          Señor Young, tampoco yo sé de cuánto tiempo disponemos, pero hay una cosa clara: No podemos embarcarnos en una guerra, mientras estemos enfangados en otra; no imaginamos por el momento apoyar a un Imperio, al que ahora mismo combatimos. En resumen, cuenta usted con todo el tiempo que dure esta condenada guerra del opio, más lo que tarden en llegar a Europa las noticias de que se haya hecho la paz y firmado, por fin, un Tratado[14]. Y, en efecto, solo Dios sabe lo que eso puede tardar; de modo que creo podemos arriesgarnos a estudiar el tema a fondo y llegar a tiempo. Y, donde no, tendremos un trabajo interesantísimo, que podrá usted publicar, con mis bendiciones, siempre que lo presente como iniciativa exclusivamente suya. ¿Qué le parece?

-          Estoy a las órdenes de Su Excelencia. Solo espero que me ayude a conseguir la licencia de nuestra Universidad y me facilite lo preciso para cubrir los cuantiosos gastos que, por muy parsimonioso que yo sea, han de producirse…

-          Cuente con ello, así como con cartas para nuestras autoridades en Cantón, Hong Kong y Shangai, y una orden de prioridad para que pueda embarcarse en el primer steamer adecuado que zarpe desde Londres para China… Todo lo tendrá, que para eso manejo las finanzas del País. Todo, menos lo que solo Nuestro Señor puede concederle: salud y buena suerte en su misión.

-          Por ello ya Le suplico desde ahora y estoy seguro, caballero, que también contaré con sus oraciones.

William Ewart Gladstone

 

2.   A bordo del Bristol Lightning


     Los pocos días que faltaban para que el vapor de paletas Bristol Lightning zarpara rumbo a Bombay los ocupé tomando notas sobre la historia reciente de China en la Biblioteca Británica y husmeando por las mejores librerías londinenses en busca de los textos más relevantes para mi labor. Tiempo tendría de estudiar todo a fondo durante aquel largo periplo, iniciado justamente en el tiempo en que empezaba a construirse el Canal[15]. Mi mayor preocupación no era, por tanto, la de llegar a China perfectamente ilustrado sobre mi misión sino, si acaso, encontrar a una persona de toda confianza que, conociendo el país, me sirviera de intérprete, pues desconocía por completo el idioma chino o, por mejor decir, sus dos principales dialectos[16]. Afortunadamente, mis inquietudes se desvanecieron en cuanto trabé conocimiento con otro de los escasos pasajeros del barco, dedicado con preferencia al transporte de mercaderías.

     El Reverendo, Samuel Ballantine, natural de Aberdeen, era un veterano de las misiones en China, dentro de la Church Missionary Society[17]. Había regresado a Gran Bretaña para reponer su delicada salud y rendir cuentas de su trabajo a los directivos de la Mission. Ahora, tras casi dos años de estancia en la patria, retornaba a Cantón, para proseguir su labor misional. Nuestra presentación recíproca no resultó fácil, pues me estaba vedado el sincerarme sobre el objetivo de mi viaje. Ya había previsto tan embarazosa situación y decidido presentarme ante todo el mundo como un profesor de la Universidad de Edimburgo que, contando con una situación económica muy acomodada, había decidido viajar a China para preparar una disertación académica sobre la guerra del opio y la rebelión Taiping. A fin de cuentas, todo se ajustaba a la verdad, sin más que ocultar el verdadero destinatario de mis indagaciones y el uso que podría hacer de ellas. Que mis futuros interlocutores me creyesen, o no, era algo que no me preocupaba mucho: A fin de cuentas, salvo los misioneros, pocos viajeros a China decían toda la verdad acerca de sus intenciones y objetivos.

     El Reverendo Ballantine fue de los que me creyó a pies juntillas, ya fuese por amenizar la singladura con mi compañía, ya porque le di muestra inmediata de que había preparado mi viaje hasta el punto de hacerlo plausible. Resultó, en efecto, que había él coincidido en Cantón con el famoso misionero baptista de los Estados Unidos, Jehú Shuck[18]. Yo conocía superficialmente su trabajo, que resumí, para preguntarle finalmente:

-          ¿Estaba usted con él cuando falleció su esposa, Eliza?

-          Desde luego. También ella era una misionera excelente. Es el triste sino de los misioneros evangélicos: Van allá con sus esposas, pero la mayoría de ellas no soportan las privaciones y enfermedades del país. En ese sentido, es mejor el destino de los católicos que, como sabe, son célibes.

-          ¿Y usted, Samuel? ¿Tiene esposa?

-          Mi estado es un tanto especial -sonrió al reconocerlo-. Si llegamos juntos hasta Cantón, tendrá la oportunidad de comprobarlo.

     Si, en cuestión de estado civil, fue muy circunspecto, em cambio se explayó en lo tocante a uno de los temas esenciales para mi trabajo, es decir, la historia del fundador e inspirador de los taiping, llamado Hong Xiuquan[19], precisamente natural de la provincia de Kwangdong, de la que la ciudad de Cantón es su capital. Estoy por afirmar que llegué a conocerlo cuando todavía no era famoso, me aseguró. Y agregó:

-          En cualquier caso, debe usted comprender que Cantón es una gran ciudad[20] y son varias las misiones que funcionan en ella. Desde luego, me consta que Hong recibió doctrina del famoso misionero, Edwin Stevens[21]. Supongo que habrá oído hablar de él…

-          Algo he leído, pero nada en concreto acerca de evangelizar al jefe Taiping.

-          Es comprensible -me disculpó-. Su acción fue más bien indirecta, gracias a haber influido en la formación del misionero y reverendo chino, Liang Fa[22]. En fin, en las misiones de Cantón conocemos bien los primeros tiempos de la vida y la rebelión de Hong, aunque nunca habríamos creído que resultara tan relevante y fuese capaz de sostenerla durante tantos años[23].

-          ¿Sería tan amable de dictarme un breve resumen de la vida de Hong? Gracias a su conocimiento de primera mano, puede darme una seguridad de la que carezco con las fuentes escritas que he consultado.

-          Con gusto -accedió-, aunque no crea que mi relato esté libre de todo error.

***

     Hong Xiuquan -comenzó su relato biográfico el Reverendo Ballantine- nació el 1 de enero de 1814 en el distrito de Hua, en la provincia de Kwandong, como cuarto hijo -tercero varón- de una familia campesina relativamente acomodada de la etnia hakka[24]. Su familia hizo por él un denodado esfuerzo para que progresara socialmente, enviándolo a la escuela desde los seis hasta los catorce años, donde recibió la educación tradicional en los libros clásicos del Confucianismo. Tras continuar sus estudios de forma independiente, aprobó los exámenes de distrito, que le permitieron abrir escuela en su aldea, cuando tenía veinte años de edad.

     Deseando mayor progreso social, Hong se preparó para aprobar los exámenes provinciales, que le habrían dado acceso al funcionariado imperial. Se presentó en Cantón, tres veces sucesivas, entre 1835 y 1837, sin que lograse superarlos, ya por falta de acierto, ya por el desprecio que solía sentirse hacia un hijo de campesinos de una etnia inferior. Fue, al parecer, durante los exámenes de 1836 cuando, paseando por la ciudad cantonesa, tuvo su primer contacto con misioneros cristianos, quienes le aconsejaron adquirir un excelente libro doctrinal, escrito en chino, por el ilustre misionero Liang Fa, y que nosotros llamamos Good words to admonish the Age[25]. Curiosamente, llegado a su casa, guardó el libro y se desentendió de su lectura. Por tanto, ese libro cristiano no pudo ejercer ningún efecto sobre el famoso trance, o visión, de Hong, cuando este se vino abajo el año siguiente, bajo el agotamiento y la depresión que le produjo su tercer suspenso consecutivo. La visión -de la que se dice, con gran exageración, que duró cuarenta días- consistió sustancialmente en que, arrebatado a un lugar fuera de este mundo, tuvo grato contacto con una persona algo mayor que él, con la que sintió una proximidad como si se hubiese tratado de un hermano; y también entró en coloquio con un venerable anciano, padre del anterior, que le manifestó su dolor por la gran cantidad de demonios que pululaban por el mundo, de manera que, hasta el momento, ni los esfuerzos de su hijo, ni los de personajes tan elevados, como Confucio, habían logrado expulsarlos de entre los hombres, sobre todo, en China.

     Hong no olvidó aquel sueño tan vívido, pero no hizo caso de él por entonces. Pasados unos años, en 1843, decidió presentarse una última vez a las pruebas para funcionario imperial, que volvió a suspender.  Fue entonces cuando tornó a parar mientes en su sueño y, en el colmo de la coincidencia, un primo suyo -también lector del libro de Liang Fa- le aconsejó vivamente su lectura, encomiando la calidad de su doctrina. Esta vez, Hong desempolvó el texto y lo leyó y releyó con profunda reflexión, sacando de su examen la interpretación de su sueño: El anciano celestial era Dios Padre, entristecido por el dominio de los demonios en este mundo. El hombre joven y amistoso no era otro que Jesucristo, el Hijo de Dios Padre, que había redimido a la Humanidad pero no había logrado expulsar definitivamente a los demonios. Y a él, Hong, como hijo menor del Padre, estaba confiada la misión de liberar a China y el resto del mundo de aquellos enemigos diabólicos. Imbuido de esta sagrada misión, Hong se llegó a Cantón y trabó contacto con diversos miembros de las Misiones evangélicas, en particular, el Reverendo Roberts[26], quien lo adoctrinó, pero, no encontrando al catecúmeno lo bastante preparado, le negó el bautismo en 1847. Con todo, Hong fue asumiendo, de muy diversas procedencias, ideas y normas para pergeñar un movimiento de adeptos, al que denominó Tai Ping, o de la Gran Paz, basado en algunos principios cristianos, como la comunidad de bienes o la vida libre de toda clase de vicios, al lado de otros más mundanos, como la rebelión contra los manchúes dominantes en China[27] o el empleo de medios militares y violentos para conseguir sus objetivos[28]. Tras unos años de preparativos a nivel local en las provincias más al sur de China, Hong y los suyos llevaron con éxito su rebelión contra el Imperio a las provincias centrales, intentando infructuosamente desde allí la conquista de Pekín. Ahora, como sin duda conoce, su capital es Nankín y, tras varios años de expansión, su Reino Celestial parece estar en retroceso, asediado por los imperiales y no bien visto por las Potencias europeas, que actúan desde Shangai.  

     Aquel resumen me resultó suficiente para comprender que Hong era un chino de formación tradicional quien solo cuando alcanzó la treintena adquirió una mínima formación cristiana, no tanto por la vivencia de los textos bíblicos directamente, sino por un tratado moral y exegético, notable, sin duda, pero como de segunda mano, escrito por otro conciudadano suyo. Y todo ese arsenal cristiano, superficial y apenas digerido, lo había puesto al servicio de ideas o visiones preconcebidas, con tan pintoresco resultado, como el de creerse Hijo de Dios y confundir, en buena parte, los demonios con los manchúes. No era cosa de extrañar que los notables valores que tuvo el movimiento taiping en un principio hubiesen decaído, entre la violencia y las exigencias de establecer un Reino de este mundo. Creo que el Reverendo Ballantine había juzgado rectamente, cuando comentó:

-          Alguna razón ha de haber para que Hong parezca haber asumido las enseñanzas del Antiguo Testamento con cierta precisión, mientras el fundamento del amor y el hecho de que el Reino de Dios no sea mundano le han pasado casi desapercibidas. Tal vez sea porque la traducción al chino de la Biblia comenzó por el Viejo Testamento, no por los Evangelios.

-          ¿Y qué puede decirme de la pureza del mensaje taiping? ¿Se ha conservado o se está perdiendo?

-          A Cantón las noticias me llegan escasas y alteradas. Con todo, la opinión general es que ahora dominan la violencia, el egoísmo y el lujo. De hecho, cada vez más campesinos y gente del pueblo se desilusionan y abandonan a Hong. Pero sobre eso, cuando usted viaje por China, podrá tener una información más completa.

-          Seguramente -concedí-, pero sus palabras me sugieren la necesidad de superar un gravísimo inconveniente: No sé una palabra de chino. ¿No conocerá usted a algún intérprete de confianza?

-          Déjeme pensar… En todo caso, cuando lleguemos a Cantón -si algún día eso sucede-, le orientaré al respecto; y, entre tanto, podría darle a ratos perdidos alguna lección del idioma, para que pueda entender y expresar lo más básico; claro está, olvidándonos de la escritura, que precisaría de un viaje como de aquí a la Luna. 

 

 

3.   En Cantón


     Como es sabido, los chinos denominan Kwangzou a la ciudad de Cantón. Situada al fondo de un amplio estuario, llamado el Río de las Perlas, se encuentra muy próxima a la posesión portuguesa de Macao y a la inglesa de Hong-Kong, que se hallan en las dos entradas de dicho estuario. Lógica consecuencia de ello es que las misiones católicas de la zona se ubiquen en territorio portugués, mientras que las así llamadas protestantes tiendan a trasladarse a la cercana Hong-Kong, bajo la sólida protección del pabellón británico. De todas formas, Ballantine me explicaba, según nos aproximábamos a la populosa ciudad, que el sino de Cantón parecía ser el de perder su importancia internacional, por efecto de las constantes revueltas que en ella y sus alrededores se venían produciendo, ya por la lejanía y debilidad del Imperio, ya por razones étnicas y sociales[29].  Quiérase o no, la tensión política había acabado influyendo en las Misiones cristianas que radicaban en la ciudad: Si en Cantón ser habían establecido algunos de los primeros misioneros evangélicos, como Stevens y Morrison[30], a mi llegada se había iniciado un cierto éxodo hacia Shangai, Hong-Kong y otros lugares. Seguramente, el reverendo más notorio de los que permanecían en Cantón era el baptista, Issachar Roberts[31], con quien procuré, desde el primer momento, relacionarme y tratar de aprovechar su profundo conocimiento del mundo del sur de China y, en particular, de Hong y su movimiento taiping. Gracias a Ballantine, pude vencer sus reservas hacia mí, que interpreté como desconfianza de un inglés, cuando mi País estaba embarcado en la impopular Segunda Guerra del Opio.

     De todas formas, mis primeros contactos misionales en Cantón fueron muy otros. Entre los pocos conversos chinos que habían alcanzado la condición sacerdotal, se hallaba Wong Min, discípulo predilecto del misionero americano, Jehú Shuck, como se sabe ya en los Estados Unidos cuando yo aparecí por Cantón. Ballantine tenía mucha amistad con él, no solo en términos religiosos, sino familiares, ya que se había casado con una prima de Wong, llamada Lian Min. Esa era la sorpresa que Samuel me tenía preparada a mi llegada a Cantón, pues lo era, y grande, que el misionero escocés se hubiera casado con una nativa, aunque estuviese bautizada y fuera muy honesta. Ese había sido uno de los asuntos que había tenido que despachar con la Church Missionary Society, antes de tomar el barco de vuelta, en el que ambos coincidimos.

     Wong Min fue la primera persona a la que pedí información detallada sobre la forma en que había ido evolucionando la llamada -según opiniones- rebelión o revolución taiping. El comienzo fue verdaderamente impresionante:

-          ¿Cómo quiere -me dijo con disgusto- que valore unos sucesos en los que bien pueden haber muerto veinte millones de mis compatriotas?

     Creí que se habría confundido en el número, dado que se expresaba en inglés con cierta dificultad. Pero él insistió, y hasta admitió la posibilidad de que los fallecidos fueran muchos más; la mayoría, a hierro y fuego; otros, de hambre o por enfermedades.

-          Pues ¿cuántos chinos forman actualmente la población del País?, pregunté, por hacerme una idea porcentual de los finados.

-          Tampoco sobre eso puedo darle unas cifras fiables, porque hace bastantes años que no se llevan a cabo censos generales de población. Los últimos indicaban que el número pudiera estar acercándose a los cuatrocientos millones[32].

-          Aún así -reconocí-, tiene usted razón. No puede justificarse un movimiento que genere tal cantidad de víctimas; menos aún, si pretende tener un origen religioso.

Moderno ejemplar de Biblia en idioma chino

     Wong se encogió de hombros al escuchar el epíteto religioso, aunque tuvo que reconocer que tenía mucho de ello:

-          Aunque me siento muy condicionado por aquella frase de Nuestro Señor a Pilato, mi reino no es de este mundo, tengo que admitir que los cristianos se han dejado llevar muchas veces en la historia por movimientos milenaristas, que pretendían implantar, a un tiempo y de golpe, un orden social en que confluyeran las ideas y las autoridades religiosas y civiles, divinas y mundanas. Según eso, puedo aceptar que los taiping constituyan un movimiento religioso; pero, desde mi punto de vista, se trató inicialmente de una reordenación total de la política y la sociedad chinas, en la que no puede prescindirse en modo alguno de consideraciones raciales.

-          ¿Se refiere usted -pregunté- a la inferioridad de la etnia hakka, a la que pertenecían casi todos los primeros miembros de la secta, incluido el propio Hong?

-          A eso y al sentimiento de la mayoría de los chinos de estar sojuzgados por los manchúes, desde el momento, hace siglos, en que una dinastía de esa procedencia ocupó el trono imperial, los mandos militares y los principales puestos en el gobierno. ¿Sabía usted, por ejemplo, que manchúes y chinos tienen prohibido, hasta ahora, contraer matrimonios mixtos?

-          No creí que la discriminación llegase hasta ese punto -reconocí-. De todos modos, me parece excesiva la reacción de Hong, de considerar que los manchúes sean, precisamente, los demonios que hay que expulsar violentamente de China.

-          Ahí ha dado en el clavo -ponderó-: violentamente. Esa es la raíz de todos los males que han acabado por infectar la misión que Hong y los suyos se han atribuido. Nada hay en su ideario del amor y el perdón de nuestra religión. Así, la formación de grandes ejércitos[33] y la conquista territorial han pasado, de ser un medio de imponer doctrinas, a un fin: el de alcanzar mayor poder y riqueza.

-          Sin embargo, Reverendo Wong, en su origen, la revolución Taiping fue un modelo de ética y moderación…

-          En efecto: Hong aceptó las enseñanzas del venerable Liang Fa, en el sentido de condenar el consumo de vino y de opio, la brujería, la avidez de bienes materiales, el adulterio, el concubinato, la prostitución, el juego y el robo. Asumiendo a mayores tales normas morales, Hong reconoció a las mujeres iguales derechos que a los hombres, incluso el de incorporarse al ejército, y predicó la comunidad de bienes, en particular, de las tierras, cuyos frutos irían a parar a graneros municipales, para la satisfacción de las necesidades de todos los vecinos.

-          ¿Y en qué ha quedado todo eso? ¿Se han relajado las costumbres entre los taiping?

-          Absolutamente; y los primeros en infringir las normas son sus generales, reyes y príncipes[34], que atesoran grandes riquezas, luchan por el poder entre ellos y llenan de concubinas sus palacios. El propio Hong es modelo supremo de tal decadencia moral.

-          Supongo que esa regresión moral habrá calado hondo en el éxito del movimiento…

-          Es claro. Según han progresado los taiping hacia el norte, fuera del ámbito de la etnia hakka[35], su éxito -cuando menos, militar- habría de depender de su sobriedad, energía y generosidad con los autóctonos. Lejos de ello, han pasado a saquear lo que, en un principio, compraban; a cargar de impuestos a los campesinos, para mantener grandes ejércitos y un opulento tren de vida; a seguir repartiendo las prebendas entre los compañeros y familiares de Hong, en lugar de hacerlas accesibles a todos los chinos. La distinta mentalidad y el dialecto diferente han hecho el resto.

-          Veo, Reverendo Wong, que es usted muy crítico con los taiping y que entiende han fracasado en implantar una moral acrisolada y en dar ejemplo de ella.

-          Así es, Señor Young, si bien no sé hasta qué punto les habremos dado nosotros, los cristianos, motivo de escándalo. Cuando uno lee ciertos pasajes del Antiguo Testamento, y lo hace al pie de la letra y sin perspectiva histórica, puede hallar en el Dios de los Ejércitos del Pueblo Escogido ciertos asideros para implantar un comportamiento rígido y despótico. Yo bien sé lo difícil que es hacer comprender a mi pueblo toda la hondura y espiritualidad del Cristianismo, sin que los catecúmenos confundan y mezclen creencias tradicionales con el mensaje de Jesús. ¿Acaso no fue Él quien afirmó que no debe echarse el vino nuevo en odres viejos[36]?

     Fue una hermosa y enigmática forma de concluir la conversación.

***

     El Reverendo Issachar Roberts era la persona indicada para instruirme acerca de las creencias de los taiping, para así dar yo respuesta a la cuestión de hasta qué punto habían sido imbuidos de Cristianismo y, en consecuencia, merecían consideración y cierta confianza por parte de las Potencias occidentales. Precisamente había sido Roberts quien, tras adoctrinar a Hong Xiuquan durante dos o tres meses, le había negado el bautismo que aquel impetraba para así empezar mejor pertrechado su vida pública. Por cierto, ya me habían advertido de que el Reverendo Roberts era persona de carácter difícil y, pese a su experiencia y sabiduría, tenía muchas dificultades con sus colaboradores. A mí me recibió con cierta vanidad:

-          Yo fui el primer misionero que llegó a Hong-Kong, en el mismo año que China lo cedió a su País[37]. Poco después, fui trasladado por mis superiores a Cantón, donde tuve ocasión, en 1847, de impartir doctrina al famoso Hong Xiuquan. Por tanto, no podría haber acudido usted a una fuente mejor de información.

-          Me consta -acepté-, como también que le negó el bautismo por no estar suficientemente preparado. ¿Recuerda algunos extremos de esa falta de madurez espiritual?

-          Usted lo ha dicho: falta de madurez. No se trata, solo, de que no conociese suficientemente la Biblia, sino de que pretendía vanamente comportarse como un cristiano, pero todavía participaba mucho más de las creencias y forma de vida anteriores. El tiempo me ha dado la razón; y es que la palabra de Dios ha de calar hondo en nosotros y debemos arrancar de raíz los abrojos y malas hierbas que puedan crecer con ella.

-          Veo, Reverendo Roberts, que conoce bien la doctrina que Hong ha difundido entre los taiping, para convencerlos de seguirlo y luchar hasta la muerte por su causa. ¿Podría hacerme un resumen de lo que no sea verdaderamente cristiano e indicarme su verdadero origen?

     Con gran benevolencia, Roberts me fue ilustrando acerca del objeto de mi interés. Hong seguramente no había leído a fondo la Biblia, utilizando como intermediario el tratado de Liang Fa, del que apenas había recogido unos cuantos dogmas, como la existencia de un Dios Padre, preocupado por la felicidad de los hombres; la de un Dios Hijo, Jesucristo, pero inferior al Padre, que había venido al mundo con un objetivo de salvación, que solo en parte se había cumplido, pues los demonios seguían pululando por él; la existencia de una Ley de Dios, plasmada en los Diez Mandamientos, que obligaban a todo el género humano; la necesidad de bautizarse para formar parte del pueblo de Dios, y la existencia de un cielo y un infierno para hacer justicia después de la muerte, según haya sido la vida de cada cual. Roberts destacaba en Hong heterodoxias tan evidentes, como la increencia en la Trinidad -el Hijo, inferior al Padre; el Espíritu Santo, como una especie de viento celestial, sin objetivo ni personalidad concretos-; la omisión de los demás Sacramentos -singularmente, de la Eucaristía-, o la elusión de la Iglesia como comunidad espiritual de los creyentes. Pero, sobre todo, el Reverendo levantaba la voz y hacía grandes aspavientos cuando aludía a las peculiaridades que Hong había incorporado a las creencias cristianas.

-          ¡Fíjese!, exclamaba, Hong se atribuye la condición de hijo menor de Dios, dotado de una misión completiva de la de Jesucristo. Confunde la Cena del Señor con una especie de banquete u ofrenda de alimento a la divinidad. Entiende el Reino de Dios como un Imperio terrenal, en el que él es el jefe absoluto, y que ha de imponerse por la fuerza de las armas. Pretende desterrar ciertas supersticiones, pero cultiva el chamanismo y se considera dotado de poderes sobrenaturales, como el de curación milagrosa[38].

-          ¿No cree que esa heterodoxia deriva de elaborar una religión mixta, con mezcla de lo cristiano y de creencias tradicionales chinas?

-          No tengo duda de ello. El Confucianismo original, y otras creencias anteriores[39], ya admitía la existencia de un Dios supremo, sin perjuicio de la existencia de otras divinidades menores, con funciones determinadas. También proponía una comunidad de todos los hombres, basada en la igualdad, la paz y la equidad; y, por supuesto, una vida sana o morigerada, coincidente con las teóricas prohibiciones que Hong impuso en principio a sus seguidores. También el Budismo creo que ha influido en varias de las ideas de Hong, muy en particular, su insistencia en los demonios y su concepción del cielo con 33 niveles[40].

-          Para concluir, Reverendo Roberts, ¿diría usted que el mensaje de Hong Xiuquan es de naturaleza cristiana?

-          ¡Uf, qué pregunta tan comprometida! Desde luego, nadie puede negar que, si Hong no hubiese conectado con algunos misioneros y leído la Biblia y algunos otros libros cristianos de espiritualidad, traducidos al chino, no habría predicado un movimiento como el taiping; tal vez, no se habría decidido a difundir ningún mensaje y seguiría siendo un desconocido maestro de aldea. Pero las creencias y normas morales que Hong tomó del cristianismo son sustancialmente las comunes al Confucianismo o, al menos, las ha adulterado y mezclado de manera inseparable con ellas. Ya por su mentalidad genuinamente china, ya por no haber digerido pausadamente el Cristianismo, mi antiguo catecúmeno ha creado una religión propia y confusa que, si hubiera que definir en términos preexistentes, le diría que es un Confucianismo cristianizado.

-          ¿No sería más exacto decir que es un Cristianismo reformado al estilo de Confucio?

     Por primera vez en la entrevista, Roberts sonrió y dijo:

-          A eso lo llaman los chinos zhuke diandao, no pasando de ser un juego de ingenio[41]. Lo cierto es que, demostrando que, en efecto, por China pululan los demonios, Zhong ha puesto el Cristianismo al servicio de una causa política detestable, pero de manera tan inteligente y atractiva, que ha causado una duradera y sangrienta revolución.

***

       Aunque no había pensado detenerme en Hong-Kong, me fue preciso hacerlo pues tenía a mi disposición una importante cantidad de dinero esperándome allá, según libramiento del Tesoro británico a las autoridades de la colonia. Seguro que alguna persona interesante hallaría para ampliar el aporte de información que había obtenido en Cantón. Por otra parte, el viaje era un grato paseo en cualquiera de los veleros y juncos que unían las dos ciudades. Antes de partir, el Reverendo Ballantine me recordó la conveniencia de dotarme de un intérprete de confianza, en toda la acepción de esta palabra. Dijo que tenía la persona indicada, que resultó ser un pariente de su esposa. Ese compromiso familiar me puso en guardia, como también el hecho de que hablase una variante meridional del idioma, lo que podría ser un serio obstáculo para moverme por la China central, como pretendía. En consecuencia, me excusé con la disculpa de que, en realidad, no tendría que viajar por el interior de China hasta hallarme en Shangai. Creo que Ballantine tomó a pretexto tal aplazamiento y no nos despedimos en muy buenos términos, lo que lamenté profundamente.  

 

 


4.   Hong-Kong


     Llegué a Hong Kong en los primeros días de febrero de 1860, cuando no hacía ni medio año que había tomado posesión del cargo de Gobernador, el Caballero, Hercules Robinson[42]. La Colonia había pasado por tiempos muy movidos en los años precedentes, pese a la calidad administrativa y el talante humano del anterior Gobernador, Sir John Bowring[43]; dificultades y peripecias motivadas, en parte, por la inmigración de grandes contingentes de población china, acuciada por los avatares de la Revolución Taiping y de la Segunda Guerra del Opio. Y así, en lo que entonces solo era una pequeña isla, se había concentrado una población desmesurada[44] para el espacio y los servicios existentes. Naturalmente, no era eso lo que a mí me interesaba mayormente, máxime cuando habría de tener una gratísima sorpresa en lo atinente a la misión que se me había encomendado.

     En efecto, entre los misioneros enviados por la London Missionary Society, se encontraba un escocés, James Legge[45], que tenía ya, pese a su buena edad, una larga experiencia en Malaca y Hong-Kong, adonde había llegado a poco de convertirse en Colonia británica. Era un excelente conocedor de la lengua y la cultura chinas y, como misionero, se caracterizó por su rigor formativo, no autorizando el bautismo sino de los catecúmenos verdaderamente preparados. Eso sí, no le dolían prendas a la hora de rodearse de jóvenes indígenas trabajadores e inteligentes, a algunos de los cuales llevó consigo en sus viajes a la Gran Bretaña, u ordenó como clérigos que siguieran su labor entre sus compatriotas. Así, había tenido la oportunidad de acoger en la Misión y formar en ella a un primo lejano del jefe taiping, conocido en nuestra grafía como Hong Rengan[46], quien se había ausentado de Hong Kong en 1858, aceptando la llamada de su poderoso primo, que lo quería a su lado como equivalente a un Primer Ministro. También había tenido el Reverendo Legge a su vera al chino, ordenado clérigo, Wang Tao[47], que había colaborado con él en las traducciones bíblicas y literarias al idioma chino.

     El Reverendo Legge y yo coincidimos por primera vez en los oficios que presidía como pastor de la Union Church de la Ciudad[48], cuando, a su conclusión, me acerqué a saludarlo y tratar de concertar alguna forma de entrevista. Pronto coincidimos en el punto relativo a su indignada oposición al mercado y la guerra del opio, pues yo osé aludir a mi conocimiento de otro furibundo opositor, el Honorable Gladstone, a quien le dije que lo conocía solo como Rector de la Universidad de Edimburgo. Legge había estudiado en la de Aberdeen y, en cuanto supo que yo era profesor de la Universitas Edinensis, me invitó a compartir su mesa y me dio acceso a los numerosos documentos que estaba preparando sobre temas de espiritualidad china[49]. Pronto lo llevé a mi terreno predilecto, dejando caer los datos de mis conversaciones en Cantón, como si fuesen opiniones personales mías, obtenidas de lecturas tales, como la del libro de su colega, el misionero sueco, Theodore Hamberg[50]. El Reverendo Legge coincidió en buena parte con cuanto yo le decía, cosa que mucho me confortó, pues me permitía darle marchamo de veracidad a cuanto iba ya recogiendo para redactarlo en su día.

-          He de confesarle -comenzó- que soy un admirador de Confucio, como lo soy igualmente de Lao-Tse[51]. Uno y otro conforman un compendio moral de elevadísima pureza que, en sí mismo y dada su antigüedad, en nada desmerece del judaico, que está en la base del Cristianismo. Pero, ya que hablamos de Hong Xiuquan, aludiré tan solo al Confucianismo, que a él le sirvió de base para fijar aquellas normas éticas, que tan mediocremente ha cumplido con posterioridad.

-          Según eso, la moral taiping es de matriz confuciana…

-          No le quepa duda. Su adhesión a los Diez Mandamientos es puramente testimonial o, dicho de otro modo, a nivel de conciencia universal.

-          ¿Y las creencias propiamente religiosas o dogmáticas, como Dios Padre o Jesucristo?

-          Las corrientes filosóficas chinas más elevadas reconocen la existencia de un Dios supremo, al que suelen llamar Shang-di, que pudo servir a Hong de modelo para su Dios Padre. En cuanto al resto, usted mismo ha reconocido que la Trinidad está al margen de la teología taiping, así como el papel un tanto degradado de Jesucristo, el Dios Hijo, claramente inferior al Padre y fracasado en su misión redentora, hasta el punto de tener que enviar a Hong, para que acabe de expulsar a los demonios de este mundo.

     Legge resumió el caso de Hong, a tenor de lo que el Reverendo Hamberg había recogido en su libro sobre él:

-          No podemos olvidar que el origen de la misión de Hong se halla en una visión muy elaborada, ya se tratara de un sueño, ya de una alucinación morbosa[52] -yo no excluiría radicalmente, incluso, el consumo de alguna droga-, en la que el Cristianismo no pasó de servir para una interpretación caprichosa y subjetiva de lo soñado. Y tampoco se puede perder de vista que Hong era un catecúmeno con solo dos meses de formación, incapaz aún de leer la Biblia con un mínimo de aprovechamiento.

     Quedó unos momentos en suspenso, para añadir acto seguido:

-          Tiene que creerme, Señor Young, pues me avalan casi veinte años de apostolado en China y de comprensión y cariño hacia los habitantes de esta tierra. Hay misioneros que, con tal de extender el Cristianismo y de ofrecer a sus Congregaciones grandes cifras de convertidos, apenas enseñan los rudimentos de la doctrina y bautizan a quienquiera que los memorice. Otros preferimos calidad a cantidad y no impartimos credenciales de cristiano sino a quienes las merecen[53]. Bien sabían de eso el Reverendo Hamberg y el Reverendo Roberts, que enseñaron algunas verdades a Hong pero lo encontraron impreparado para el bautismo. En resumen: No podemos atribuir al Cristianismo la doctrina de quien apenas lo conoce y, a mayores, mezcla unas religiones con otras. Si lo mejor que podemos esperar del Cristianismo en China es la Revolución Taiping, valdría más -como sentencia el Evangelio[54]- que nos atasen al cuello una piedra de molino a todos los misioneros y nos arrojasen a lo profundo del mar.

Hong Xiuquan (grabado de la época)

***

     Mi siguiente etapa habría de concluir en Shangai, donde tenía previsto que cambiara sustancialmente el sentido de mi viaje, de lo religioso, a lo político y militar. Así se lo expuse al Reverendo Legge, explicándole también que haría lo posible por llegar hasta Nankín para conocer de primera mano a algunos de los jefes de los taiping, incluido el propio Hong Xiuquan, si fuere posible. Con su habitual amabilidad, Legge me entregó una carta de recomendación para el Primer Ministro, Rengan, diciéndome:

-          Si lo que pretende es profundizar en la doctrina, sin duda la fuente principal es Xiuquan, para el caso de que no haya perdido el juicio, como algunos afirman. Pero para alcanzar a comprender los progresos de los taiping en la construcción de un Estado organizado y moderno, el interlocutor indicado es Rengan. Durante varios años mantuvimos una excelente relación: Estoy convencido de que mi carta le predispondrá hacia usted de forma muy favorable.

     Mas aún tenía otra sugerencia o recomendación que hacerme:

-          No piense que ha conocido a los misioneros más notables en China, mientras ignore al norteamericano Bridgman, uno de los primeros en llegar a estas tierras[55]. No solo es un hombre muy espiritual, sino un erudito de primera fila. Además, tuvo la suerte, ya mayor, de casarse en Shangai con una misionera de su misma nacionalidad, aunque de otra confesión evangélica, dedicada con verdadera entrega a la educación de niñas y jovencitas chinas[56]. Procure conocerlos y hablar con ellos. Shangai es hoy día el punto clave en los intercambios entre Occidente y China, aunque está padeciendo más que ningún otro los embates de los taiping que, tras haber fracasado ante Pekín, conseguirían un triunfo histórico ante el mundo si se hiciesen con Shangai.

 

 

5.   Shangai


          No me fue fácil hallar buen acomodo en Shangai a mi llegada. El propio éxito comercial de la ciudad y la inseguridad en el valle del Yang-Tse por efecto de la rebelión Taiping, habían duplicado la población en una década, según me dijeron[57]. Aunque no era mi propósito inicial, me vi obligado a solicitar la ayuda del Consulado británico para conseguir una aceptable habitación en una pensión céntrica, dado que la ciudad se extendía sobre una extensa e intrincada superficie y la seguridad en muchos barrios brillaba por su ausencia. Tal vez habría sido el momento de buscar y contratar un buen criado e intérprete, pero preferí esperar a que alguien de toda confianza me presentase a un recomendado.

     Deseoso de concluir -¡eso pensaba yo!- mis encuentros con misioneros de renombre, me puse en contacto en cuanto estuve convenientemente instalado con el matrimonio Bridgman[58], de quien tan bien me había hablado el Reverendo Legge. La verdad es que el encuentro me resultó decepcionante: El Reverendo Elijah Bridgman se encontraba delicado de salud y dedicado en exclusividad a terminar su segunda traducción de las Sagradas Escrituras al idioma chino; de modo que apenas pudo concederme una corta entrevista, de la que lo más interesante que obtuve para mis intereses fue la revelación de que el jefe taiping había manejado dicha versión para sus estudios cristianos, algo que puede confirmar cuando lo visité en Nankín, como en su momento diré. Según el Reverendo Bridgman, el ejemplar bíblico traducido arrancaba, a su vez, de una traducción al inglés directamente de lengua hebrea o aramea, lo que le daba una certeza fuera de lo común, al menos, en lo tocante al Antiguo Testamento. Curiosamente, y contra lo que otros me habían asegurado, la traducción del Nuevo Testamento había precedido a la del Viejo[59], razón por la que Hong podría haber bebido de las fuentes de Cristo antes que de las estrictamente judaicas.

     Compensando la parquedad del contacto con su esposo, la Señora Bridgman, también misionera como ya he dicho, me concedió una más generosa atención, haciéndome conocer el colegio para señoritas chinas que regentaba, así como el plan de estudios y los materiales didácticos. Ello me dio pie para preguntarle por una circunstancia sobre los taiping, que me tenía perplejo:

-          Aunque pueda haber cierta exageración, he oído que los seguidores de Hong valorar de modo igual a ambos sexos, hasta puntos muy curiosos, como admitir a las mujeres en el ejército, prohibir el concubinato y el bárbaro vendado de los pies de las niñas…

-          Todo eso es cierto -admitió Mistress Bridgman-, pero la teoría inicial ha sido contradicha por la práctica presente: Los taiping defienden hoy una ética de la sumisión femenina; han levantado la mano con el concubinato y han acabado por recluir a las mujeres en sus casas. Con todo, su revolución supuso una obvia mejoría de la condición de la mujer china a nivel -diríamos- filosófico. Yo aplico aquí una consecuencia menos ambiciosa, pero más sincera, en la instrucción de las jovencitas. Lástima que solo las mejores familias chinas tienen la mentalidad y los posibles para darles carrera académica…

***

     Habiendo llegado a Shangai a comienzos del verano de 1860, podría decirse que el enemigo a batir no era ya el Imperio Chino, que estaba a punto de perder la Segunda Guerra del Opio y no constituía amenaza ninguna para la ciudad. Por el contrario, la guerra civil entre los Quing manchúes y los Taiping ensangrentaba el valle del río Yang-Tse y había acercado el confuso frente hasta las inmediaciones de Shangai. En esta población, se tenía la impresión de que los rebeldes tratarían de apoderarse de ella, como forma de compensar sus fracasos ante Pekín y de dar a su revolución una relevancia internacional. Con el ejército franco-británico combatiendo muy al norte, era llegado el momento en que, según consolidada tradición, las legaciones y compañías comerciales de los numerosos Estados representados en Shangai tomaran de nuevo las armas y formasen el orgulloso Shanghai Volunteer Corps para la defensa de la ciudad[60]. La iniciativa parecía corresponder a oficiales británicos, pero yo recibí un soplo, que me llevó hasta un aventurero norteamericano muy joven, llamado Ward[61], quien, al principio, se mostró reacio a sincerarse conmigo, no fuera una especie de correveidile de los británicos, por quienes no tenía mucha simpatía; pero, poco a poco, fui intercambiando noticias con él, hasta que, tomándome afecto, me aportó abundante información:

-          Tiene usted razón -me dijo-. Las cualidades militares de los taiping son, en verdad, singulares y muy superiores a las del resto de sus compatriotas. De hecho, todo arranca de que, desde un principio, están llamados y preparados para la guerra. Todos los hombres y, en un principio, las mujeres se integraban en unidades preconstituidas y armadas de espadas y lanzas, con sus mandos y una organización modélica. ¿Sabe que, siendo gente sin formación militar, fueron capaces de inventar la división?

-          Lo ignoraba -admití-. De hecho, si me apura, no sabría definirle una división, en el sentido militar del término.

     Ward se echó a reír y se avino a darme alguna explicación de las divisiones taiping:

-          La verdad es que a ellos les es más fácil formar divisiones que a nosotros, que tenemos que integrar armoniosamente todas las armas: infantería, caballería, artillería, etcétera. Ellos solo tienen, en principio, infantería, que organizan así: Cada cuatro soldados (una escuadra) son mandados por un cabo; cinco escuadras forman un pelotón, mandado por un sargento; cada cuatro pelotones forman una sección, que comanda un teniente; cinco secciones forman una compañía, al mando de un capitán; cinco compañías forman un regimiento, que manda un coronel; y cinco regimientos integran la división, mandada por un general. ¿Ha sumado ya todos los efectivos?

-          ¡Qué se yo! ¿Acaso serán diez mil?

-          Trece mil y pico, sumando, a los diez mil soldados rasos, 3.156 mandos de todo rango. Luego, diez de esas divisiones forman un ejército, mandado por uno de los -diría- mariscales, que funcionan de modo autónomo; demasiado autónomo, para mi gusto.

-          ¿De cuántos hombres dispone hoy en día el Emperador taiping?

-          En cuatro años, sus fuerzas, de un millón de hombres, han pasado a alcanzar entre dos millones y medio y tres millones. Increíble, ¿verdad? Menos mal que su valor personal es muy inferior al de los comienzos, y su armamento, no mucho mejor que en los primeros tiempos de la revuelta.

Puerto de Shangai en la década de 1860

     Y Ward me explicó que, alejados de sus bases del sur del País, mandados por generales egoístas e inexpertos y en medio de campesinos cada vez más reticentes a seguirlos, los taiping no tardarían -en su opinión- en ser derrotados por los imperiales, ayudados de los occidentales. Yo salté inmediatamente:

-          ¡¿Cómo que ayudados por los occidentales?! Está por ver lo que pasará cuando la Guerra del Opio concluya…

Placa histórica del Shangai Volunteer Corps

     Ward insistió con firmeza:

-          Si nuestros Países saben lo que les conviene, apoyarán a los imperiales lo bastante, como para acabar con el terrible desorden que hay en China central, que impide el comercio y cuesta vidas y riquezas. Además, los taiping han hecho algo que acabará por arruinar su causa: Empeñarse en conquistar Shangai y hacer la vida muy difícil a los comerciantes que trafican en el valle del Yang-Tse. De hecho -y no haga usted mucho uso de esta información-, estamos organizando en esta ciudad una nueva Milicia, con cuatro o cinco mil hombres para empezar, que contará con el apoyo, incluso artillero, de las Potencias; y esa Milicia -unos cuatro o cinco batallones- estará en contacto con el Ejército imperial más eficaz de la zona, mandado por Li Hongzhang, para enfrentarnos de consuno a los taiping de Shi Dakai.

-          Por lo que veo -deduje-, se cuenta con usted para mandar las fuerzas de Shangai de las que me habla; pero -perdóneme la franqueza-, parece extraño conferir el mando a un hombre valiente, pero sin rango militar. No creo que el Gobierno británico acepte que esté al mando un no oficial.

-          En pura teoría, así podría ser, pero, sobre el terreno, unos hombres voluntarios y no muy disciplinados necesitan que los mande alguien como yo. Shangai necesita salvarse y no pondrá muchas objeciones a que yo contribuya a ello, como protagonista.

***

     No quedé a gusto con el futuro militar que anunciaba el Señor Ward. Pensé que algún oficial británico habría en Shangai que pudiera ofrecer una visión más fiable de la eventual colaboración militar de los occidentales, bien con los rebeldes taiping, bien con los imperiales, una vez concluyese la ya agonizante guerra del opio. Tuve la suerte de encontrar a un brillante y culto capitán, recién llegado de Hong-Kong, que pronto sería famoso, hasta convertirse con el tiempo en uno de los militares más admirados de Inglaterra, el Señor Charles George Gordon[62]. El capitán Gordon había recalado brevemente en Shangai, camino del norte de China, en donde se estaban desarrollando los últimos combates de nuestra guerra contra el Celeste Imperio, en la que parecía ansioso de participar el Señor Gordon, quien se decía preocupado por llegar demasiado tarde a la cita.

     Además de ser un cumplido militar, condecorado en la Guerra de Crimea, el Capitán conocía aceptablemente el idioma chino y parecía tener cierto interés por los taiping, según lo que él mismo me manifestó:

-          He de reconocer, profesor Young, que yo profesaba una simpatía inicial por esos rebeldes, tanto por su oposición moral y política al decadente Imperio chino, como por su origen cristiano, aunque sea este un tanto peculiar. Sin embargo, he tenido que cambiar de opinión, al constatar los crímenes, daños y demás crueldades que perpetran, no solo contra el ejército enemigo, sino contra los campesinos y los extranjeros. De apoderarse de Shangai, no dudo de que se produciría un baño de sangre.

     Le pedí que me facilitara detalles acerca del comportamiento real de los taiping, ofreciéndome numerosos ejemplos de barbarie y del mayor desorden. Parece que, habían acabado por arruinar la agricultura y el comercio en todo el valle del Yang-Tse, sin respetar la nacionalidad ni el pabellón de barcos y caravanas. Gordon parecía no tener dudas de que, tan pronto se firmase la paz con China, el ejército franco-británico, así como otras fuerzas occidentales, tendrían que volverse contra los taiping y acabar con su mal llamada revolución.

-          ¿Y cómo cree usted que habrá de hacerse tal cosa?, le pregunté. Los rebeldes tienen un ejército calculado en millones de combatientes y parecen valer más, militarmente hablando, que los imperiales.

     Gordon lo tenía claro y discrepaba de Ward:

-          No se trata de formar tropas de mercenarios, salvo para la defensa de ciudades en peligro, como Shangai, ni tampoco de perpetuar en China la presencia de un gran ejército de europeos. En mi opinión, tan pronto se firme el Tratado de paz con el Imperio, nuestras tropas deberán ser reembarcadas, rumbo a la patria, a no ser los pocos efectivos precisos para garantizar el orden en las concesiones y en las embajadas. Lo que el ejército chino precisa son instructores y mandos eficaces, y ahí sí que pueden ayudar mucho los oficiales occidentales voluntarios.

-          Esta opinión suya, ¿es compartida por nuestro Alto Mando?

-          He tenido el honor de coincidir con Lord Elgin durante mi viaje por China, y creo que participa de mis opiniones militares, que pienso exponer al general Staveley, tan pronto pueda presentarme ante él, en las inmediaciones de Pekín[63].

-          Entonces, Capitán -inquirí-, ¿prefiere usted a chinos bien armados y entrenados, que no a mercenarios occidentales, mejor preparados, pero indisciplinados y hasta levantiscos?

Charles George Gordon

     Gordon sonrió y pareció convenir en ello, pero tan solo repuso:

-          Si les damos un buen ejemplo, los chinos serán excelentes soldados, y con una gran ventaja: Son infinitamente más que los occidentales.

     Parecíamos haber congeniado -lo que era muy sencillo con el capitán Gordon- y se me ocurrió que resultaría una excelente compañía para viajar por el interior de China. Se lo dije así y le sugerí la posibilidad de trasladarnos hasta Nankín, que era mi próximo destino. Gordon lo rechazó:

-          Imposible. He de llegar a Pekín lo antes que pueda. Incluso, es probable que, para abreviar, haga el trayecto por mar, hasta Tianjin.

     Estaba visto, pues, que mi compañero de viaje habría de ser el misionero, Issachar Roberts, que aún iba a tardar una quincena en ponerse en camino. Aproveché, pues, el tiempo para redactar un amplio informe parcial de mis indagaciones hasta el momento, y lo envié por correo marítimo al Honorable Canciller del Exchequer, por conducto del Consulado británico.

 

 


6.   Nankín

 

     El avance de los taiping en dirección a Shangai, que para sus habitantes era un grave peligro, suponía una bendición para el viaje que el Reverendo Roberts y yo íbamos a hacer hasta Nankín. Prácticamente, toda la provincia de Jiangsu había caído en manos de los rebeldes, quienes habían tomado la ciudad de Suzhou, distante de la de Shangai unas setenta millas. Pero, ante todo, habré de aclarar cuál era el objetivo de Roberts al visitar la capital de Hong y los suyos, que había caído en sus manos unos siete años atrás.

     Parece ser que, al enterarse de que el citado misionero se hallaba en Shangai, Rengan, el reciente Primer Ministro del Gobierno taiping, había solicitado la presencia de Roberts en Nankín, con fines de consejo. Ahora, al fin, era el momento de aceptar la invitación, dado que los revolucionarios se habían hecho con todas las ciudades importantes entre Shangai y Nankín, separadas entre sí por algo menos de 150 millas. Yo me apresuré a unirme a su reducido cortejo, tras asegurarle que también sería bien recibido, toda vez que llevaba para Rengan cartas de recomendación muy favorables del Reverendo Legge, persona -dicho sea de paso- que no era muy del agrado de Roberts, como era de esperar del carácter severo y criticón de este. Contando con que pudiera haber durante el camino desavenencias entre nosotros, o con la conveniencia de separarnos, me decidí por fin a contratar los servicios de un criado e intérprete, en la persona de uno de los más fiables recaderos chinos del Consulado británico, llamado Liang, quien, con gran cortesía y poca veracidad, me indicó que, dado mi nivel del idioma, habría de darle muy poco trabajo. Ciertamente, mi chino era escaso y un verdadero galimatías, al haber empezado en el dialecto cantonés, para continuar en wu, variante hablada en Shangai, que resulta -según dicen- bastante diferente del mandarín, aunque inteligible para los hablantes de este.

En oscuro, zonas de China dominadas por los Taiping

     Alcanzamos Suzhou, casi a mitad de nuestro recorrido, el día 22 de septiembre de 1860. La ciudad había sido recientemente conquistada y presentaba terribles vestigios de la violencia y el saqueo, pese a que los taiping carecían casi por completo de artillería. El campo circundante era un gigantesco campamento del ejército vencedor, cuyo jefe era el famoso general Li Xiucheng quien, al frente de unos doscientos mil soldados, había recobrado para los suyos toda la provincia de Jiangsu, con la excepción de Shangai y su tierra. Conducidos hasta él, nos trató con cortesía y hasta nos mostró alguna parte de los tesoros que había expoliado de aquella hermosa ciudad, sin ningún rubor de reconocer que pensaba incorporarlos a su patrimonio personal. Correspondiendo a la cortesía oriental, Roberts aceptó la hospitalidad de su anfitrión, la cual me dijo solía durar varios días. Aunque semejante demora resultaba muy perjudicial para mi gestión oficial, no tuve más remedio que aceptarla pues no había ninguna garantía de viajar incólume por la zona, sin la guardia que nos facilitaría Xiucheng.

     Finalmente, abandonamos Suzhou, debidamente custodiados, el día 4 de octubre y, con la lentitud proverbial, invertimos nueve días en recorrer ochenta millas, hasta presentarnos en Nankín el sábado, 13 de octubre. Roberts lo consideró de buen augurio ya que, según me informó, era el día de San Eduardo, el santo Rey de Inglaterra[64].

     En lo que a mí respecta, no quería otra cosa que entrevistarme a la mayor brevedad con Rengan y con el Emperador Hong, dado que, según me había informado Gordon, estaba al caer el final de la guerra del opio y, en consecuencia, el momento en que el Gobierno de Su Majestad británica tendría que tomar postura en la guerra civil china. El encuentro con Rengan no se hizo esperar, pese a la enorme cantidad de trabajo que pesaba sobre sus hombros, no solo como Primer Ministro, sino como Generalísimo y director de la política internacional de los taiping. Precisamente en ese último sentido, Rengan había solicitado la presencia del Reverendo Roberts, a quien infructuosamente ofreció un cargo equivalente a Ministro de Asuntos Extranjeros. Me consta que, aunque el Misionero americano rehusó, no por ello dejó de auxiliarle en la materia y de enviar cartas y recibir generosamente a cuantos misioneros y enviados visitaban la capital de Nankín.

     Rengan recordaba con gran cariño y gratitud su contacto con Legge en Hong Kong, lo que expresaba en un inglés bastante fluido, de modo que no precisé de intérprete para conversar. Su trato era afectuoso y nada engreído, hasta el punto de que me sentí inclinado a traslucir que era portador de cierto encargo oficial. En aquel momento, todavía Rengan se sentía satisfecho de la marcha de los asuntos, pues había logrado levantar el cerco de su capital en la pasada primavera y realizado amplias conquistas en el curso bajo del Yang-Tse, aunque ello planteaba graves problemas políticos:

-          No me es fácil -se quejaba- hacerme obedecer de los generales, quienes parecen empeñados en desvalijar a los comerciantes y conquistar Shangai y otros puertos. Sería una campanada internacional, pero bien sé que las Potencias occidentales no tolerarán algo semejante: Dificultar el comercio o conquistar los puertos sería nuestra sentencia de muerte, pues los imperiales recibirían toda la ayuda extranjera que ahora les falta.

-          Así lo veo yo -coincidí-. Además, atacar a los comerciantes no es otra cosa que incumplir el compromiso taiping de tratar a los extranjeros como a hermanos y abrir China a los aires del mundo.

-          En efecto -convino Rengan-, aunque no es fácil cohonestar esa buena relación con el hecho de que ingleses, franceses, americanos y otros ocupen nuestros mejores puertos y pretendan comerciar sin pagar aranceles, cubriendo incluso las mercaderías de las empresas chinas con sus pabellones intangibles.

-          Tengo entendido -cambié de tema- que Su Excelencia tiene el propósito de organizar el movimiento revolucionario como un Estado moderno, emprendedor e igualitario, aunque la cosa no sea fácil, ni mucho menos.

     El Primer Ministro abrió uno de los cajones de su escritorio y me entregó un panfleto bilingüe, en cuya versión inglesa podía leerse, como título: A new work for aid in Administration[65].

-          Léalo -me indicó-. Es la forma más clara y sencilla de exponerle mi programa político, que no es sino la traducción de las ideas que inicialmente inspiraron a nuestro Emperador y a sus seguidores.

-          Algo que parece cada vez más lejos de la práctica real de los taiping…

-          Nadie puede conseguir todo lo que pretende, cuando ello es grande y muy difícil, pero en eso estamos. En lo que a mí respecta, entregaré toda mi vida en el empeño.

-          Sí, pero ¿y los otros generales y príncipes? ¿Y su primo, el ilustre Hong Xiuquan?

     Sonrió con tristeza y me respondió a la segunda pregunta:

-          Él me apoya cuanto puede pero, aún con los pies en la tierra, tiene la cabeza en los cielos.

-          Aunque así sea, ¿sería posible que me recibiese unos momentos? Todo mi trabajo en China resultará menospreciado por mis colegas, si no puedo hablar con el impulsor y maestro del movimiento taiping.

-          Será usted mi huésped mientras permanezca en Nankín. De ese modo, podré intentar que Hong le conceda una breve audiencia, sin darse casi cuenta de ello.

***

     Tres días más tarde entendí al fin lo que Rengan había querido decir. Un criado se presentó en mi habitación y, en nombre de su señor, mi anfitrión, me rogó que vistiera al punto mi mejor traje, pues iba a ser recibido por el Emperador. Hice algo más que eso: Cogí los dos ejemplares del Nuevo Testamento, traducidos por Medhurst[66] al dialecto chino mandarín hablado en Nankín, precisamente, y que llevaba como sendos regalos para Hong y Rengan. Este me agradeció vivamente el obsequio, que también le pareció muy apropiado para su lejano primo. En el camino del palacio imperial, me aleccionó:

-          Sea usted breve y no le hable de otras cuestiones que las de orden espiritual. La verdad es que voy a sorprenderlo, pues no le he advertido anticipadamente de su presencia.

     He de admitir que la impresión que me produjo Hong coincidía con algunas opiniones que había escuchado antes, en el sentido de que pudiese estar perdiendo el juicio. Cuando menos, su atención apenas se concentraba y mezclaba lo divino y lo humano, divagando sin parar. Naturalmente, no quiere ello decir que fuese un enfermo mental, ni que hubiese tenido las mismas dolencias, quince o veinte años atrás. Por eso, mis recuerdos son, más bien, visuales que auditivos, siéndome muy difícil ordenar lo poco que el Emperador me habló, espontáneamente o a preguntas mías.

     Ante todo, se interesó por la novedad que presentaba la nueva versión del Nuevo Testamento, haciéndole yo saber que era, sobre todo, idiomática, muy apropiada para quien tenía a Nankín como su capital. A mayores, le provoqué en cierto modo:

-          Sin dejar de admirar su perspicacia y conocimiento del Cristianismo, quizá pueda serle útil pues se dice que prestó mucha más atención al Dios del Pueblo de Israel, que no a Nuestro Señor Jesucristo.

     Nada me contestó, sino que siguió hojeando el libro. Yo me atreví a insistir, en otros términos:

-          El Dios de los Judíos era justiciero y algo voluble. ¿Será por eso por lo que los taiping, como el Pueblo Elegido, ha quebrantado muchos mandamientos inicialmente respetados? Tal vez, si se basaran en el amor…

     Hong no me dejó acabar:

-          ¿Conoce usted al misionero Issachar Roberts? ¿Sabe que me negó el bautismo?

-          Estoy seguro de que, si Dios Padre le envió a este mundo como a su Hijo menor, no precisará de bautismo para estar unido a él. Bastará con que expulse a los demonios y no se deje ganar por algunos de los peores: el de la lujuria o el de la avaricia, por ejemplo.

     Rengan me miraba estupefacto. Yo, la verdad, fiaba en que Hong no parecía hacerme mucho caso. Pero esta vez sí que había captado mi mensaje:

-          Estoy rodeado de demonios; y los del palacio son los peores. Se odian, se matan y rechazan obedecerme.

-          Majestad Imperial, dejaos ayudar y aconsejar por quienes os quieren bien, como vuestro primo y Ministro, aquí presente.

     Hong miró con tristeza hacia su pariente. Cada vez parecía más consciente:

-          Él es mi mano derecha pero, cuando yo vuelva al Cielo, ¿quién me sucederá?

     Escrutó mi rostro, esperando un gesto, ya que no una respuesta. Finalmente, me preguntó:

-          Tú eres ilustrado. Dime, ¿qué era el maná[67]?

-          Nadie lo sabe a ciencia cierta, Gran Emperador. Lo más probable es que fuera un alimento milagroso, que nunca más haya de caer a la Tierra.

-          Eso, solo Dios Padre lo sabe, afirmó con vehemencia.

     Dos años más tarde, tendría yo ocasión de rememorar con emoción este breve diálogo.

***

     El Reverendo Roberts, como era de esperar, acabó por quedarse en Nankin para colaborar con el Primer Ministro, aunque sin aceptar formalmente ningún cargo. En cuanto a mí, con grandes apuros de tiempo, solicité de Rengan que me diese licencia para partir lo antes posible. No solo no me puso inconvenientes, sino que ordenó se nos diese escolta armada, a mí y a mi intérprete Liang, hasta las inmediaciones de Shangai, donde entré el 22 de octubre, es decir, dos días antes de la firma de la Convención de Pekín, que puso fin a la Segunda Guerra del Opio, de forma harto deprimente para el Imperio Chino[68]. Liang se reintegró al servicio del Consulado británico y yo logré embarcar el día 5 del mes siguiente, rumbo a Londres, con la esperanza de llegar a mi destino antes que los portadores de la noticia fehaciente de la firma del tratado. A bordo, tuve tiempo más que sobrado para terminar mi relación de los acontecimientos, recogiendo los que había vivido en Nankín. Finalmente, formulé mis conclusiones, favorables a que las Potencias intentaran acabar con la guerra civil de China, a base de apoyar al Imperio, que, de hecho, era el único bando capaz de concluir victoriosamente la contienda. Dentro de la prudencia aconsejable en alguien que era un mero informador autorizado, recuerdo una frase que, más que reflejar una nítida realidad, pretendía ser una forma de tranquilizar la conciencia del Honorable Gladstone:

     Por muy triste que ello pueda parecer, el Cristianismo inicial de los Taiping -ya de por sí limitado y deficiente- ha quedado completamente ahogado por los delirios de su Jefe y la realidad de la situación humana y social en China.

 


 

7.   Epílogo, desde Edimburgo


     La Historia nos muestra que fue finalmente el Imperio Chino quien obtuvo apoyo de las Potencias occidentales para acabar victoriosamente la guerra civil taiping, la que pudo darse por concluida, en lo fundamental, a lo largo del año 1864. En cuanto a las vicisitudes experimentadas en esos años por algunas de las personalidades a quienes tuve el honor de entrevistar, me permito hacer el siguiente resumen:

·         El Emperador taiping, Hong Xiuquan, permaneció en la ciudad de Nankin durante el larguísimo asedio a que fue sometida por el ejército imperial chino, entre mayo de 1862 y julio de 1864. Cuando la situación era desesperada, tanto militarmente como por el hambre, Hong se suicidó por ingestión de hierbas venenosas, el 1 de junio de 1864. La tesis de suicidio es rebatida por algunos, que achacan el envenenamiento a una conducta ejemplarizante de Hong, animando a sus seguidores para que comieran cualquier cosa antes que rendirse[69], con la esperanza de que, al igual que por medio de Moisés en otro tiempo, Dios les daría a comer un maná milagroso.

·         El Primer Ministro, Hong Rengan, cada vez con menos poder e influencia, se mantuvo dentro de Nankín hasta su conquista por los imperiales. Seguidamente, logró huir en dirección al sur, en compañía del hijo de Hong Xiuquan, en quien se pensaba como su sucesor, pero ambos fueron finalmente detenidos y ejecutados por sus enemigos chinos, en noviembre de 1864.

·         El Reverendo Issachar Roberts continuó ayudando a Rengan hasta que, enemistado con él por el trato violento inferido a un criado del misionero, se ausentó de Nankín en enero de 1862 y, en lo sucesivo, mantuvo una postura muy crítica hacia los taiping y sus jefes. He tenido recientemente noticias de que ha fallecido en los Estados Unidos[70].

·         El soldado de fortuna americano, Frederick Townsend Ward, estuvo al mando de las tropas mercenarias occidentales, con notable éxito y valentía, hasta el mes de septiembre de 1862, cuando perdió la vida en combate en las cercanías de la ciudad de Ningbo.

·         El entonces capitán Gordon sucedió a Ward, aunque con forma muy diversa de organización y comportamiento. Su desempeño político y militar fue excelente hasta el final de la guerra, en agosto de 1864, siendo ascendido al grado de teniente coronel y condecorado con la Orden del Baño. En lo sucesivo sería conocido como Gordon de China, como título de honor[71].

·         Mi comitente, William Ewart Gladstone, permanecería en el Gobierno hasta 1866, en su condición de Canciller del Exchequer. Su siguiente cargo fue ya el de Primer Ministro (1868). He de decir que, aunque recibió todos mis informes sobre China con gratitud y encomio, no ha vuelto a solicitarme para otro encargo, cosa que mi tranquilidad y mi salud no pueden menos de agradecerle.

Tropas Taiping, según pintura de la época

    

 



[1] William Ewart Gladstone (1809-1898), cuatro veces Primer Ministro del Reino Unido, con un total de unos 15 años en el cargo. En lo que a este relato interesa, fue Canciller del Exchequer (Ministro de Hacienda) entre 1859 y 1866, así como Rector de la Universidad de Edimburgo (1859-1865). Residió largos años en la casa solariega de la familia de su esposa, en Hawarden (Condado de Flynt, Gales), donde acopió una gran biblioteca. Véase, William Henry Gladstone, The Hawarden visitors’ hand-book, Revised edition, Philipson & Golder, Chester, 1890 (totalmente accesible por Internet, en el Proyecto Gutenberg).

[2] Había de tratarse de Henry Brougham, que lo fue entre 1859 y 1868.

[3] College de la Universidad de Edimburgo, fundado en 1846, a cargo de la llamada Iglesia Libre de Escocia, con una dedicación preferentemente filosófica y teológica.

[4] Le correspondía ese tratamiento, cuando menos, por ser miembro del Parlamento (Cámara de los Comunes).

[5] Universitas Académica Edinensis es el lema de la Universidad de Edimburgo, fundada en 1582.

[6] El Señor Young estima poco tiempo nueve años, que fueron los que tardó Gladstone en alcanzar el olimpo de la política británica: El primer Ministerio Gladstone gobernó entre 1868 y 1874.

[7]  Traducible por La conciencia individual como la ciudadela interior de la Iglesia.

[8]  Helen Gladstone (1814-1880) quien, desde los años de 1840, fue una constante preocupación para su familia. Entre otras cosas, se convirtió al Catolicismo y contrajo la opiomanía.

[9] Contienda que, entre 1856 y 1860, enfrentó a Gran Bretaña y Francia, de una parte, y al Imperio Chino de otra, con el fondo de la libertad de comercio, incluso para importar y vender en dicho Imperio el opio cultivado, más que nada, en la India. La guerra terminó con el triunfo de las Potencias europeas, con la firma de la Convención de Pekín, a la que más adelante se aludirá.

[10] En chino, Taiping.

[11] Henry John Temple, vizconde Palmerston (1784-1865), que fue Premier, por segunda vez, entre junio de 1859 y octubre de 1865.

[12] Conde, Lord John Russell (1792-1878), quien ya había sido Primer Ministro (1846-1852) y volvería a serlo al cesar Palmerston, entre 1865 y 1866.

[13]  Es probable que Ashleton Young lo hubiese leído en Marx y Engels, que opinaban muy favorablemente acerca del movimiento Taiping, claro está que de lejos y sin mucho conocimiento de causa.

[14]  Gladstone alude a que ya había firmado, desde 1858, un Tratado, el de Tianjin, pero, habiendo sido considerado demasiado favorable a las Potencias occidentales, el Emperador chino no lo ratificó. Esto último solo se logró el 24 de octubre de 1860, por la Convención de Pekín, ya citada en la nota 9.

[15]  Evidente alusión al Canal de Suez, cuya construcción comenzó en 1859 y su inauguración oficial fue diez años más tarde. Dicha obra de ingeniería reducía en unos 8.000 km los 20.000 que antes suponía el viaje por vía marítima entre Londres y Bombay.

[16]  A la sazón, existían dos principales modalidades del chino: el mandarín, hablado en el norte y centro de China, y el cantonés, en el sur. Sus diferencias eran tan notables entonces, que sus hablantes respectivos no eran capaces de entenderse entre sí. Por cierto, esto fue un grave obstáculo para que los taiping, sureños y hablantes de cantonés, llegasen a extenderse con fluidez por el Imperio chino, más allá de la cuenca del río Yang-Tse.

[17] También conocida por Church Mission Society, fundada en 1799 dentro del ámbito de la comunión anglicana, para predicar el Cristianismo por todo el mundo.

[18]  Jehu Lewis Shuck (1812-1863), virginiano, pasa por ser el primer misionero estadounidense en China, habiendo predicado sucesivamente en Hong Kong, Cantón y Shangai, entre 1846 y 1853, en unión de su esposa, Eliza, que fallecería en China en 1851. De regreso a los Estados Unidos, siguió su labor entre los trabajadores chinos inmigrantes en California, para los que llegó a abrir una iglesia en Sacramento.

[19] Hong Xiuquan (1814-1864). La bibliografía sobre su vida y obra es muy abundante, incluso numerosos artículos accesibles por Internet. En este capítulo del relato se hace un breve resumen de algunos aspectos de aquellas.

[20]  Se le calcula, a la sazón, una población de un millón de habitantes, cifra muy grande para la época.

[21]  Edwin Stevens (1802-1837), norteamericano, misionero en China e Indonesia.

[22]  Liang Fa (1789-1855), autor de una obra esencial, escrita hacia 1832, y cuyo título en inglés es Good words to admonish the Age.

[23] La Rebelión Taiping, prescindiendo de pródromos y epílogos, se considera que duró de 1851 a 1864.

[24] Para lo que aquí interesa, basta con señalar que dicha etnia minoritaria estaba considerada como inferior por los grupos han dominantes, como eran los punti en la provincia de Kwangdong. Se dedicaban en esta provincia, predominantemente, a la agricultura y la minería. Las tensiones entre punti y hakka desembocaron en luchas sangrientas, entre 1855 y 1867, que afectaron negativamente a la economía y seguridad de la ciudad abierta de Cantón.

[25] Véase antes, nota 22. Podría traducirse por: Buenas palabras para amonestar a nuestra época (o para aconsejar en nuestro tiempo). La transcripción china en caracteres latinos sería Quanshi lingyang.

[26] Issachar Jacox Roberts (1802-1871), norteamericano de Tennessee, baptista, misionero en Cantón, del que más adelante se tratará directamente en este relato.

[27] Después de haber resistido con éxito durante siglos la invasión de los manchúes del norte (recuérdese la erección de la Gran Muralla), China fue dominada por estos a comienzos del siglo XVII, instaurándose la Dinastía Qing, que se impuso en el País entre 1616 y 1911.

[28] Certera y relativamente breve referencia al tema, en Carl S. Kilcourse, Taiping Theology. The localization of Christianity in China (1843-1864), Palgrave MacMillan, New York, 2017.

[29] Cantón había sido reconocida como puerto abierto al comercio occidental desde 1690. Al final de la Primera Guerra del Opio (1842) fue reconocida como uno de los cinco puertos que el Gobierno chino admitía para comerciar internacionalmente. A partir de 1854, Cantón se vio muy afectada por la rebelión de los llamados Turbantes Rojos, por la Segunda Guerra del Opio y por los enfrentamientos raciales entre los punti y los hakka. Ello disminuyó considerablemente su fuerza comercial, en favor de Hong-Kong y de Shangai.

[30] Sobre Stevens, véase nota 21. Robert Morrison (1782-1834), misionero estadounidense, uno de los principales traductores de la Biblia al chino.

[31] Véase antes, nota 26.

[32] Se admite que podría, incluso, ser superior: unos 430 millones. Por aquellas mismas fechas, la población sumada de Gran Bretaña, Alemania, Francia y los Estados Unidos era de alrededor de 125 millones. Todo el mundo indostánico tenía entonces unos 200 millones de habitantes.

[33] Naturalmente, la cuestión varió con el tiempo, pero no fue extraño que los ejércitos taiping alcanzasen la cifra de cien mil combatientes, siendo el total de los reclutados de hasta 1,3 millones. Tan elevados números eran posibles, entre otras cosas, por la posibilidad de que las mujeres formasen parte de sus tropas.

[34] Reyes y príncipes fueron títulos conferidos por Hong, para distribuir competencias o premiar servicios muy distinguidos. Hong se reservaba el poder supremo, con el título de Emperador.

[35]  Dicha etnia, precisamente, procedía del norte de China pero, por emigraciones sucesivas, había llegado a ser más numerosa y autoconsciente en el sur (particularmente, en las provincias de Kwangsi y Kwangdong).

[36] Parábola de los Evangelios sinópticos: Mt., 9, 14-17; Mc., 2, 21-22; Lc., 5, 33-39.

[37] La cesión de Hong-Kong a la Gran Bretaña por ciento cincuenta años, tuvo lugar en 1842.

[38]  En efecto, Hong Xiuquan se atribuyó ese poder, pero el más famoso sanador entre los taiping fue Yang Xiuquing, que falleció en 1856.

[39]  Recuérdese que Confucio vivió aproximadamente entre el 551 y el 479 antes de Cristo.

[40]  Buda vivió también los siglos VI y V antes de Cristo, como Confucio, pero su doctrina no se expandió por China sino a partir del siglo I después de Cristo.

[41] Literalmente, convertir al invitado en anfitrión, no sabiendo si es más verdad una proposición o su contraria.

[42] Hercules Robinson (1824-1897), 5º Gobernador británico de Hong-Kong, ejerció efectivamente su cargo desde septiembre de 1859 hasta 1865.

[43] Sir John Bowring (1792-1982), Gobernador de Hong-Kong entre 1854 y 1859.

[44] El censo correspondiente a 1859 arrojaba una población de casi 87.000 habitantes, cuando la Colonia solo comprendía la pequeña isla de Hong-Kong.

[45] James Legge (1815-1897) misionó en Hong-Kong durante treinta años (1843-1873), antes de convertirse en profesor de Oxford y una de las grandes figuras de la Sinología de su tiempo. Su gran obra son los 50 volúmenes, titulados Sacred Books of the East, publicados entre 1879 y 1891.

[46] Hong Rengan (1822-1864), también conocido como Hung Jenkan, con quien Ashleton Young tendrá ocasión de encontrarse personalmente en el decurso de este relato. Véase sobre este personaje histórico, So Kwan-wai, Eugene P. Boardman & Chiu Ping, Hung Jen-Kan, Taiping Prime Minister (1859-1864), Harvard Journal of Asiatic Studies, vo. 20, No 1/2 (June 1957), pp. 262-294 (artículo accesible en abierto por Internet).

[47] Wang Tao (1824-1897). Nota biográfica del personaje en espowiki.com.

[48] Templo común a las diversas confesiones protestantes, fundada en 1844 por el propio James Legge. Como institución, sigue existiendo al presente (2021).

[49]  Es accesible por Internet uno de los más famosos: James Legge, The religions of China: Confucianism and Tâoism described and compared with Christianity, Hoder and Stoughton, London, 1880.

[50]  Se alude al siguiente libro: Theodore Hamberg, The visions of Hung-Siu-Tshuen, and origin  of the Kwang-Si insurrection, The China Mail Office, Hongkong, 1854 (es accesible en abierto por Internet).

[51]  Personaje de dudosa existencia real, que se dice vivió en China en el siglo VI o en el IV antes de Cristo y que sería el autor del conjunto de máximas y doctrinas filosóficas y morales, conocidas con el nombre común de Taoísmo.

[52] Es una de las tesis que se baraja para explicar la visión de Hong que, por otra parte, casi nadie pone en duda acerca de su realidad personal, es decir, su sinceridad.

[53] Clara alusión al enfrentamiento, por ese motivo, entre el rigor del Reverendo Hamberg y la manga ancha de su superior jerárquico en la Misión de Basilea en Hong Kong, Reverendo Karl Gutzlaff (1803-1851).

[54] A propósito del escándalo: Lc., 17, 2.

[55] Elijah Coleman Bridgman (1801-1861), natural de Massachusetts, episcopaliano, gran erudito, publicista y misionero. Su esposa publicó una biografía suya, a poco de fallecer Elijah: Eliza J. Gillett Bridgman (edit.), The Pioneer of American Missions in China: The life and labors of Elijah Coleman Bridgman, Anson D.F. Randolph, New York, 1864 (accesible plenamente en Internet).

[56] Eliza Jane Gillett Bridgman (1805-1871), misionera congregacionalista y notable educadora. Contrajo matrimonio con el Reverendo Elijah Bridgman en 1845, en Shangai.

[57]  De 250.000 habitantes, pasó a medio millón.

[58] Breve presentación de la pareja -interesante, sobre todo, por la antigüedad de la fuente- en, Anónimo, Memorials of Protestant Missionaries to the Chinese…, American Presbyterian Mission Press, Shangae (sic), 1867, pp. 68-72 (puede consultarse libremente por Internet).

[59] En concreto, el Nuevo Testamento se tradujo entre 1847 y 1850, mientras que el Antiguo lo fue, con inusitada rapidez, en 1851-1852.

[60] Estas tropas, en cierto modo irregulares e, incluso, mercenarias, habían salvado a Shangai de las acometidas de gubernamentales y rebeldes chinos entre 1853 y 1855. Disueltas en este último año, tendrían que ser reconstituidas en 1861, manteniéndose ya continuamente en activo hasta 1942.

[61] Frederick Townsend Ward (1831-1862), que llegaría a ser el Comandante del Ejército Siempre Victorioso, que se enfrentó a los Taiping, apoyando al Ejército imperial chino y a las propias tropas propias de Shangai, hasta caer muerto en acción de guerra, el 21 de septiembre de 1862.

[62] Charles George Gordon (1833-1885), distinguido militar y diplomático británico. Su biografía ha sido repetidamente historiada aunque, en general, de manera sucinta. Para una aproximación a sus años en China, puede resultar suficiente, por ejemplo, C. Brad Faught, Gordon, victorian hero, Potomac Books, Washington, 2008, espec. pp. 19 y ss. La personalidad y últimos tiempos de Gordon se recogen en la interesante película histórica, Khartoum, dirigida por Basil Dearden en 1966.

[63]  James Bruce, Octavo Conde Elgin (1811-1863), Alto Comisario Regio en China durante la Segunda Guerra del Opio. Charles William Dunbar Staveley (1817-1896), General al mando de las tropas británicas en China durante la citada guerra.

[64] Eduardo, llamado El Confesor, rey de Wessex y el principal de los monarcas anglosajones de la época. Su reinado se extendió entre 1042 y 1066.

[65]  Es decir: Un nuevo trabajo para ayuda en la Administración. Es el más conocido escrito de Rengan como político reformador. En 1861, publicaría otro, titulado de forma poética: Imperially ordained conversion of the Brilliant to Truth (Conversión ordenada por el Emperador del brillante en verdad).

[66] Walter Henry Medhurst (1796-1857), misionero congregacionalista inglés que, ya años antes, había colaborado en la traducción completa de la Biblia, llamada Versión de los Delegados, conocida y aprovechada por Hong Xiuquan, al comienzo de su misión.

[67] La duda de Hong puede ser consustancial al confuso concepto del maná, o bien a las discrepancias entre los libros bíblicos del Éxodo (capítulo 16) y de los Números (capítulo 11). No es cosa de traer a colación aquí las explicaciones científicas sobre el maná, diversas y poco fiables.

[68]  El texto de la Convención de Pekín de 1860 puede hallarse por doquier en Internet. El contexto está muy bien descrito en: James L. Hevia, English lessons. The pedagogy of Imperialism in nineteenth-century China, Duke and Hong-Kong Universities Presses, Durham and Hong-Kong, 2003. Curiosamente, el citado Tratado solo sigue plenamente vigente en lo relativo a las grandes ventajas territoriales en Manchuria Exterior otorgadas al Imperio Ruso, que no fue beligerante en la Segunda Guerra del Opio.

[69] Recuérdese lo indicado en el capítulo anterior. Se dice que Hong, ante la duda sobre si el maná bíblico era alimento sólido (libro del Éxodo) o una especie de rocío líquido (libro de los Números), decidió que las hierbas que se recogiesen fuesen humedecidas con agua antes de consumirlas.

[70] Issachar Jacox Roberts falleció el 28 de diciembre de 1871, en la localidad de Upper Alton (Illinois), a consecuencia de lepra, al parecer, contraída en Macao, muchos años antes (1837).

[71] Tiempo después, pasaría a la historia con el título de Gordon de Kartum, al comportarse heroicamente en la defensa de la capital sudanesa, hasta perder la vida el 26 de enero de 1885, cuando los fieles del Mahdi tomaron la ciudad. Véase también antes, nota 61.

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