sábado, 10 de octubre de 2020

CARTAS DESDE HELSINKI (ENTRE MANNERHEIM Y FRANCO)

 

Cartas desde Helsinki (Entre Mannerheim y Franco)

Por Federico Bello Landrove

 

     Con el recuerdo indeleble de las Cartas Finlandesas de Ángel Ganivet[1] y una probable asociación de papeles históricos entre el español, Generalísimo Francisco Franco[2], y el finlandés, Mariscal Mannerheim[3], recojo retazos de fantasía en un relato de cómo pudo ser, a grandes rasgos, la presencia de un imaginario corresponsal hispano de la agencia de noticias EFE[4] en el Helsinki de la Segunda Guerra Mundial.


El Mariscal Mannerheim, en el día de su 75º cumpleaños


1.      Abriéndome camino

 

     Cuando mi ilustrado y objetivo amigo, el Profesor Pabón[5], me ofreció incorporarme como colaborador a la casi recién creada agencia de noticias EFE, recibí una alegría por partida doble. De una parte, suponía un implícito reconocimiento de que mis notas sobre la corta y movida historia de la Finlandia independiente le habían gustado y servido para sus artículos sobre el tema, publicados en el Noticiero de España[6]. De otra, me abrían una portezuela para ganarme decentemente el sustento, mientras preparaba las oposiciones a cátedras de Geografía e Historia en Institutos, contando, además, con un importante valedor. Pero mi gozo acabó en un pozo, en vísperas de la Navidad de 1940. Era este el momento en que tomaba posesión Don Jesús Pabón de su cargo de Presidente de la Agencia[7]. Pese al gasto, decidí viajar a Madrid desde mi Castellar nativo, a fin de estar presente en el acto posesorio y felicitar en persona a Don Jesús. Fue cuando este me ofreció la incorporación a EFE. Yo acepté, agradecido y sin dudar, imaginando una sinecura burocrática en Madrid o, como mucho, alguna corresponsalía en España. En honor de la verdad, reconozco humildemente que Pabón me había dado la clave, si yo hubiese estado más despierto:

-          De la enseñanza, al periodismo, amigo Pereda, o, dicho de otro modo, de la teoría, a la práctica.

     Y, claro está, nada mejor para ahondar en la historia de la moderna Finlandia, que una corresponsalía en Helsinki. Así me lo confirmó a los pocos días Vicente Gállego[8], Director de la Agencia, aprobando mi nombramiento y dándome el plazo de un mes para trasladarme a la capital finesa y empezar a trabajar.

-          No vas a necesitar más tiempo -aclaró Gállego-. Para empezar, no abriremos oficina y tú serás nuestro único hombre allá. ¿Qué tal se te da el finlandés?

-          Fenomenal -bromeé-. El otro día estuve leyendo en un diario helsinguino acerca del cambio del marco finés con el dólar.

     Vicente captó de inmediato la indirecta:

-          Por ese lado, no te preocupes. El sueldo es más que suficiente para compensar el posible aumento del nivel de vida aunque, si tan bien comprendes el finés, te habrás enterado de que la guerra los está perjudicando mucho: Han tenido que abandonar el patrón-oro y tienen una inflación por el estilo de la nuestra. En todo caso, quede claro que, si te surge algún gasto extraordinario, habrás de pedir y justificar su financiación. Solo tendrás dietas de viaje para ir y venir dos veces al año y cuando te llamemos Pabón o yo a consultas.

-          ¿Y los gastos de correo y teléfono?, se me ocurrió preguntar.

-          Tendrás un fijo aparte. Si lo excedes, o no lo consideramos aquí razonable, correrá por tu cuenta.

     Puede parecer increíble, pero esa fue toda la información con la que inicié mi viaje a la tierra boreal desconocida por los españoles, como la llamó Ganivet. Pero yo era entonces muy joven y, si no se me torcían las cosas, llevaba un plan en la cabeza que imaginaba me abriría el futuro. En seguida les daré noticias de él.

***

     Desde luego, no tenía más idea del finlandés que la acopiada a ratos perdidos durante el mes que tuve para presentarme en Helsinki. Igual era mi ignorancia del sueco o del ruso, que podrían haberme ayudado[9]. En cambio, mi francés era sobresaliente y me defendía en inglés y alemán. El resto formaba parte de mi plan. Voy con él.

     El sueldo en la Agencia era aproximadamente el doble del que habría recibido, de estar ya ejerciendo como catedrático novel de Enseñanza Media. Malo habría de ser que no me mantuviese con la mitad, sin meterme en gastos superfluos. Con el resto, en vez de colocarlo en el banco, pensaba pagar los servicios de algún periodista local bien informado, que me hiciera una selección de noticias y artículos interesantes, con traducción a cualquiera de las tres lenguas extranjeras que conocía. Con ello, mataba varios pájaros de un tiro: superaba el pésimo efecto de mi ignorancia del finés, encontraría hecha más de la mitad del trabajo y, en consecuencia, tendría la oportunidad de dedicar varias horas al día a la preparación de las oposiciones, metiéndome en la cabeza los libros especialmente recomendados por el profesor Pabón. Todo estribaba en aplicar la práctica periodística consistente en presentar como propio lo que es mera copia de lo ajeno, algo no muy difícil de colar en España, si lo original estaba escrito en finlandés.

     Mas uno tenía su amor propio: Lo aprovechado habría de ser de buena calidad. Opté por encaminarme hacia el diario helsinguino que me habían recomendado como el más prestigioso e independiente. Se llamaba Helsingen Sanomat[10]. Había tenido la útil prevención de encargar un buen número de tarjetas de visita con mi nombre y la indicación, en finés y sueco, de Corresponsal de la Agencia EFE en Finlandia. Me pareció que sería hacer de menos a EFE el tener que recordar que su nacionalidad era española. El caso es que, haciendo uso de mi mejor alemán, presenté la credencial en recepción y pedí ser recibido por el Director del periódico o por su Redactor-jefe. La verdad es que, a lo que entendí después, se trataba de la misma persona, quien tuvo la gentileza de recibirme tras un cuarto de hora de antesala.

     Se trataba de Irjö Niiniluoto[11], hombre cordial, de unos cuarenta años de edad, que se dirigió a mí en muy correcto inglés. Se congratuló de que la agencia española oficial de noticias hubiese decidido establecer una delegación en Finlandia. Yo le respondí que estaba hablando con toda la delegación, cuya sede era, por ahora, un modesto hotel en la calle Kaleva[12]. Niiniluoto sonrió y dijo algo así como principio quieren las cosas. Luego aludió a la importancia que podría llegar a tener su País, informativamente hablando, si le daba a la guerra por orientarse hacia el este, una vez que los alemanes casi la habían terminado en occidente y, dando por acabada la entrevista, me hizo ofrecimiento formal del Sanomat y de su persona para cuanto profesionalmente pudiese necesitar. Vi los cielos abiertos y, aunque sin dar detalles, le indiqué que, de entrada, mi ignorancia del finés hacía aconsejable servirme de algún colega que pudiera fungir de traductor de textos. Cuento con una partida de fondos para ello, añadí para darle visos de aprobación por mi Agencia. Reflexionó apenas unos instantes y, con una sonrisa de sorna, descolgó el teléfono mientras me contestaba:

-          Si el señor Kallio pudiera… En todo caso, va usted a llevarse una sorpresa.

     ¡Vaya que me la llevé! Matti Kallio era un veterano del periodismo de combate que, entre otros conflictos, había cubierto a temporadas la guerra española para el propio Sanomat y para la radiodifusión oficial finesa, la YLE[13]. De aquella época, aún reciente en su recuerdo, conservaba, cuando menos, un español vigoroso, de frases hechas, juramentos y canciones guerreras que, unido a un inglés del modesto nivel del mío, podía facilitar un perfecto entendimiento entre nosotros, tanto oralmente, como de cara a las traducciones que yo pretendía.

A la izquierda, el edificio Unicornio a poco de construirse (1890)

     Comprendiendo que me las había con un periodista muy experto y que, por su posición en el Sanomat, no necesitaría de suplementos del sueldo, inicié la negociación por la vía de la ayuda a un colega español novato, llamado a abrir camino en Finlandia para una relación informativa más estrecha entre los dos países. Lo aceptó inmediatamente -total, haré el trabajo mientras me desayuno con los tres o cuatro periódicos del país que se dejan leer, incluido el mío, que no creas…, me dijo-. Le repliqué: Entonces supongo que no me saldrás muy caro. Se echó a reír y, cogiendo un recorte de papel, escribió una cantidad que era como la mitad de la que yo estaba dispuesto a pagar. Con esto podré desayunar más y mejor, mientras te hago el trabajo, apostilló. Ni que decir tiene que le estreché la mano en prueba de acuerdo. Él agregó:

-          Aunque prefiero que nos veamos en algún café cercano, o que recojas cada entrega en la recepción del Sanomat, intercambiemos dirección y número de teléfono, para tener un contacto más fluido.

     Cuando se enteró de que estaba de hotel, me preguntó si esa era mi idea en adelante. Le expliqué que no estaba autorizado por la Agencia para abrir una oficina y que, mientras no me afianzara en el trabajo, tampoco quería comprometerme en alquilar un piso.

-          El alojamiento céntrico está bastante caro en la ciudad, me explicó. En fin, tú verás cómo organizas tu vida pero, en todo caso, te recomiendo que busques algo muy a mano y con buena calefacción. Has llegado en una época que ya, ya…

-          Soy de una ciudad de Castilla. El frío no me asusta.

-          Aún me acuerdo de Teruel, compañero -replicó Matti-, pero este frío de Helsinki es húmedo y te cala los huesos. Y ya sabes que tenemos por ahora seis horas de un sol, que apenas acaricia la piel.

***

     Empezamos el trabajo y, por un prurito de quedar bien ante Pabón, lo convertí en textos variados y bien escritos que diariamente enviaba a Madrid, procurando destacar aquellos aspectos que más podían interesar en España aquel entonces, excusando, no obstante, cualquier comentario o sesgo que pudiese incomodar a la censura. Era tanto como considerar tabú las noticias y rumores referentes a probables acuerdos o negociaciones entre fineses y alemanes, en orden a una colaboración ante la ruptura del Pacto germano-soviético de agosto del 39. Era una tensión continua entre mandar a la central de la Agencia un material interesante para nuestros suscriptores y clientes, pero no para la censura ni para los diversos servicios de información, más o menos oficiales, que todavía pululaban como residuo de su época dorada en nuestra guerra civil. Acabé por comentárselo a Matti, que corroboró mis inquietudes:

-          Aquí, en Helsinki, tenéis un Embajador que parece el clásico aristócrata[14] que ha sabido nadar entre dos aguas, como decís en España, pero alrededor circulan informadores y correveidiles, a los que deberías presentarte, como muestra de respeto.

-          Estoy en ello, pero he querido asentarme antes en el puesto y adquirir un poco de prestigio en la Agencia, no sea que pretendan guiar mis pasos e interferir en mi función.

-          Por cierto, Antti[15], si quieres avanzar por los caminos de la información más ligera, te sugiero hagas algún contacto con los colegas de la radio. Ya sabes que en Finlandia tenemos una cadena monopolística. Eso les facilita la cobertura nacional, el acceso a los políticos de relevancia y, en definitiva, llegar donde nosotros lo tenemos más complicado.

-          ¿Has pensado ya en alguien que me abra los brazos en la radiodifusión?

     Matti se echó a reír:

-          ¡Hombre!, puesto a abrir los brazos a un hombre, ¿quién mejor que una mujer?

     Se explicó: Se trataba de una locutora de la emisora de la YLE en Helsinki, viuda de un joven periodista del Sanomat, que había encontrado la muerte luchando en la línea Mannerheim durante la Guerra de Invierno[16]. Teniendo que sacar adelante a dos hijas, se había empleado en la radio, aprovechando su bella voz y la preferencia como viuda de guerra. Agregó:

-          No tendrás problemas para entenderte con ella ya que habla inglés. Por lo demás, en su caso bien le vendrá una ayuda económica pues ha mantenido su piso de casada, muy cerca de la plaza del Senado que, como sabes, es uno de los lugares más hermosos y exclusivos de Helsinki… Si te parece bien, le daré un telefonazo, avisándola de tu visita.

***

     Verdaderamente Matti tenía toda la razón. El número 12 de la calle Fabian[17] era una espléndida construcción en piedra y ladrillo, que hacía esquina a una especie de bulevar o parque longitudinal, llamado en castellano La Explanada[18]. Constaba de tres pisos y ático aguardillado, con hermosas ventanas dobles molduradas, acabadas en medio punto. La calle, recta y amplia, abundaba en lujosas tiendas y cafés de luminoso interior. Avanzando en dirección norte, quedaba en efecto el centro artístico de la ciudad, la Plaza del Senado, y más allá, varios de los edificios históricos de la Universidad helsinguina. Con tan amplia descripción topográfica, dicho se está que habría de establecerse entre el lugar y yo una íntima relación, de esas que permiten calificar a una ciudad de tuya, a partir de una impresión o de un lugar que te entran por los ojos del corazón.

     La locutora de la YLE vivía en la última planta, cosa que sufrí por empeñarme en no tomar el ascensor, a fin de hacerme una idea de la escalera y la distribución de las viviendas. Llegué un poco jadeante, de lo que se percató la señora que salió a abrirme, asida de la falda por una niña como de tres o cuatro años. Por ello, apenas confirmada mi identidad, me mandó pasar al vestíbulo y sentar en una silla estilo rococó, con estas palabras en correcto inglés:

-          Tome asiento y, para una próxima vez, observe que en la casa hay ascensor desde hace unos veinte años.

     Otra niña, un par de años mayor, que observaba la escena medio oculta por la cortina que celaba el pasillo, agregó en el mismo idioma:

-          Son noventa y ocho escalones.

-          Pues yo he contado cien -bromeé-. Será que no sé contar bien en finlandés.

     Bastó con esa ridícula anécdota para que quedará roto el hielo entre nosotros. ¡Y eso que la mansión no estaba muy caldeada, precisamente!

     Resultó que mi anfitriona se llamaba Taimi y mantenía el apellido, Laine, de su difunto marido. Las niñas respondían a los nombres, más internacionales, de Marija y Liisa. Ante su presencia, me sentí inclinado a presentarme como Antti Päärynä[19], recién llegado de la tierra del Sol. Saciada su curiosidad y tras picar un par de pastas de las preparadas para obsequiarme, mamá Taimi las mandó a jugar un ratito, mientras atendía a este señor tan simpático. Por su actitud, comprendí que ambas jovencitas debían de ser prácticamente bilingües[20].

     Por lo demás, tras hacer los honores a los dulces y a un par de tazas de té, charlando sobre mi primera impresión de Helsinki, entramos en materia. Por lo que constaté, Matti la había puesto perfectamente en antecedentes, de modo que ella me aclaró:

-          Teniendo al Señor Kallio como introductor y ayudante, poco o nada es lo que puedo hacer por usted. Él siempre anda embromándome con lo de que la radio da mucho dinero y poco fuste, que es ligera, pero, exageraciones aparte, tiene razón. De todos modos, hay cosas, como conciertos, entrevistas y cobertura de actos, dentro y fuera de Helsinki, para las que tenemos más medios y facilidades, por nuestro carácter público. Yo soy solo una locutora recién llegada, que pone voz a informativos y eventos sociales en la capital pero, si le interesa algo en que pueda ayudarle, basta con que me lo diga y veré cómo conseguirlo.

     Por hablar de alguna cosa, pasé a alabar la belleza del edificio en que nos encontrábamos, así como su privilegiada situación por más que, según me precisó, el piso daba a la calle Fabian, no al parque de la Explanada; pero también eso tenía sus ventajas. Se levantó y me invitó a acompañarla hasta la ventana geminada. Me señaló hacía la acera de enfrente, indicando un edificio apenas entrevisto en la oscuridad de la ya noche boreal:

-          Ahí la tiene usted, la sede de la YLE, donde yo trabajo[21]. Casi podría estar laborando y, a un tiempo, controlando a las niñas.

-          ¿Qué tal lleva la atención de las pequeñas?, pregunté.

-          ¡Oh!, no puedo quejarme. Por su edad y mi viudez, tengo derecho a acomodar y reducir mi jornada. Otra cosa es que haga un uso moderado de tal facultad, para no perjudicar a mis compañeros ni incomodar a los jefes. Lo que peor llevo es la cobertura de algunos eventos que se celebran por la tarde pues, aunque se quedan a comer en la escuela, mis pequeñas salen hacia las cuatro de la tarde. A veces, he de rogar a los padres de algún compañero que las acojan en su casa hasta que pase yo para recogerlas.

-          Si la escuela no queda lejos, como me figuro, podría encargarme yo algunos días. He encontrado el sitio ideal para estudiar y escribir: la Biblioteca de la Universidad[22]. En el hotel no me concentro y la habitación es muy pequeña.

     Taimi sonrió:

-          En efecto, el colegio no está lejos: en la calle Isabel[23], muy cerca de su admirable Biblioteca, pero ¿qué iba a hacer usted luego con ellas? Y eso que parece tener buena mano para los niños…; quiero decir, que sabe abrirse a ellos.

-          Y no digamos si las llevo de vez en cuando a merendar a Kappeli[24]

-          Un poco caro para periodistas y no muy indicado en pleno invierno, replicó Taimi, echándose a reír.

     Quedamos en silencio unos momentos, mientras volvíamos a acomodarnos en los sillones, tras la excusión a la ventana. La finesa volvió sobre lo de mi hotel, poco satisfactorio para permanecer de día en la habitación:

-          ¿No ha pensado en buscar acomodo en alguna pensión más familiar, o en una casa particular? En este barrio hay mucha demanda, pero la mayoría es de estudiantes y, la verdad, son demasiado movidos para mi gusto.

-          ¿Es que estaría dispuesta a alquilar alguna pieza? Desde luego, el sitio sería perfecto para mí. Claro que no sé si, en su estado…

-          ¡Oh, no! Aquí, en Finlandia, no guardamos esas reservas, máxime con la de mujeres que han quedado solas por razón de las guerras[25]. La verdad, si no le digo desde ahora que sí, es por las niñas. Tendría que explicárselo y que fueran haciéndose a la idea.

-          Pues razón de más para lo que antes ofrecía. Para que vea que soy un español tan serio como un finés, puedo quedar en recogerlas un día determinado de la semana, el que peor le venga a usted.

-          Tal vez, empezar por ir un día festivo juntos al parque… A la Explanada, ya que la tenemos ahí abajo y a usted parece agradarle…

-          Pues no sé hable más -resumí-. ¿Le parece bien el próximo domingo, hacia mediodía?

-          Esperemos que el tiempo acompañe. Pero antes, mi directo Antti, conviene que veamos su posible habitación y hablemos del precio…

     Por supuesto, tenía toda la razón aunque, en mi mente, lo primero era un poco ocioso, teniendo en cuenta que iba a tener para mi toda la casa la mayor parte del día. De todos modos, aquella habitación para huéspedes -fue la de mi suegra, hasta que Mika, mi marido, falleció y ella regresó a Tampere, con mi cuñada-, aunque interior, era amplia, confortable y con el mobiliario indispensable -secreter, sillón, estantería- para el estudio. Y, en cuanto al dinero:

-          Prefiero ganar menos -me confesó- que asumir trabajo adicional. Ajustémonos para alojamiento y desayuno. El almuerzo, que aquí es muy ligero, corre absolutamente de su cuenta. En cuanto a la cena, sería un crimen de congelación dejar a un español que anduviera buscando acomodo todas las tardes[26], dejando de mano sus tareas; pero habrá de conformarse con nuestra dieta y lo pagará aparte.

     Mostré mi aceptación en cuanto al régimen de pensión. Fijamos el importe mensual de alojamiento y desayuno en 40 marcos[27] y nos despedimos hasta el domingo siguiente, a mediodía, a la puerta de su casa. Recuerdo que, mientras el ascensor bajaba despaciosa y ruidosamente -como era habitual entonces- me asaltaron dos pensamientos: ¿Qué edad tendría la gentil Taimi, de voz arrulladora? ¿Cuánto tardarían las niñas en sacarme del hotel para llevarme en volandas a la Casa del Unicornio[28]? Como observarán, en efecto, me iba abriendo camino, según reza la rúbrica de este capítulo.

 

 

2.      Correspondencia y desahogo

 

     En aquellos días que iniciaban la primavera, aunque solo desde el punto de vista astronómico, se me ocurrió la idea de escribir al Presidente de la Agencia, Señor Pabón, para hacerle llegar aquellas noticias que no consideraba oportuno comunicar por vía ordinaria, por recelo de la censura. Al mismo tiempo, ello me permitía informar de modo más personal y menos riguroso, contando con la buena relación que nos unía y con el lógico deseo suyo de estar bien informado, natural en quien se estaba convirtiendo en un notable historiador[29]. Transcribo acto seguido, en letra cursiva, fragmentos destacados de las primeras cartas que le mandé, hasta producirse el inicio de las hostilidades entre Finlandia y la URSS, entre el 22 y el 26 de junio de 1941.

     Tan pronto me aposenté y mandé mis primeras crónicas y noticias a la Agencia, solicité audiencia al Embajador de España en Finlandia[30]. Me recibió el Secretario de la Legación quien, aparte de desearme los mayores éxitos en mi labor, me indicó la conveniencia de ponerme en contacto con el personal que cubría en nuestra representación las tareas informativas. Dicho de otro modo, tratándose de una pequeña Legación, me remitió a quien encabeza aquí el Servicio de Información, conocido con el nombre de Falange Exterior[31], dependiente de quien ostenta la representación de Falange para Escandinavia, que, al parecer, reside en Estocolmo[32]. Como podrá imaginar, el Camarada extendió los tentáculos hacia mí, sonsacándome acerca de mis contactos y ofreciéndose para incorporarme a su grupo de acción, que cuenta -según él- con una buena base económica. Naturalmente, me zafé de tan mefítico abrazo, poniendo a la Agencia como mi único interés y fuente de cobertura y financiación, la cual no puede estar al servicio de labores de propaganda, sino de la objetividad que exigen nuestros abonados y clientes. No le sentó nada bien esa disociación -en la que ni yo mismo creo a pies juntillas- entre la propaganda de Falange y la verdad de EFE, pero estoy dispuesto a hacer lo posible para realizarla, con la inestimable cooperación de usted. Como despedida, me rogó le hiciese llegar mis informes y noticias por copia inmediata, dorándome la píldora con que le había gustado mucho, en general, mi redacción y temática. Mi respuesta -no muy sumisa, por cierto- fue la de que, tanto sus jefes en Madrid, como él mismo, tenían libre e inmediato acceso a los materiales de la Agencia, contando con el beneplácito de mis superiores, es decir, Gállego y usted mismo.

Sede helsinguina de la radiodifusora YLE, hacia 1930

     En cualquier caso, en todas partes cuecen habas o, dicho de modo más fino, la verdad es la primera víctima de todas las guerras. Mi colega Matti me había puesto en antecedentes:

-          Aunque estamos en paz desde marzo del año pasado, el estado de guerra y la censura informativa no han sido revocados. ¿Razones? Para mí, las principales son ocultar el mal estado del ejército y las dificultades con el suministro de alimentos, derivadas en parte de que Rusia nos ha cortado sus exportaciones de granos. Claro que las prioridades parecen haberse vuelto del revés. ¿Sabes que el presupuesto de defensa alcanzó el 45% del total nacional? Todos esperábamos que la Gran Bretaña hiciera de Papá Noel para Finlandia, pero los regalos y préstamos se acabaron cuando Hitler invadió Noruega y Dinamarca y cortó los canales habituales de suministro.

     Todas esas informaciones y otras tales me hacían suponer que estaba viviendo el ocaso de un hermoso periodo de felicidad boreal. Después de pasar dos domingos juntos y de ir a buscar a las niñas tres o cuatro veces al colegio, me dieron el plácet para integrarme en su minúsculo universo del Unicornio[33]. El día que me mudé a su casa, encima de mi cama me tenían preparado un círculo radiante amarillo, obsequio de Marija para el señor del país del sol, y un lapphund[34] de trapo, decisión de Liisa, a fin de que me protegiera y no me diese miedo de dormir solo. Tuve que salir a toda prisa, pretextando el olvido de una maleta, para comprar en una tienda próxima una edición infantil del Kalevala[35] y una pata Okka con Nils Holgersson a cuestas[36]. Claro que el bueno de Nils, por obra y gracia de la imaginación de Liisa, se transmutó en Antti Päärynä viajando sobre una pata salvaje hacia el País del sol.

     En otro fragmento epistolar, me sinceraba con Pabón, de la siguiente manera:

     … Se dice que los rusos, después de haber tensado tanto la cuerda, ahora intentan a destiempo congraciarse con el Gobierno finés; incluso han cambiado al embajador[37]. Se considera ya inevitable una alianza con Alemania, que goza aquí de gran predicamento, tras haber derrotado a Francia y dejado a Inglaterra prácticamente fuera del Continente. En los diarios de Finlandia apenas se recogen críticas contra ningún aspecto de la política nazi, siendo llano que se debe a la censura que sufren los disidentes. Cada vez se habla con menos rebozo de que la paz es transitoria y que hay que revertir las grandes pérdidas territoriales sufridas por Finlandia en la Guerra de Invierno contra los rusos. Surgen grupos ultra nacionalistas, como la -en inglés- Academic Karelia Society, que sugieren una Gran Finlandia, inclusiva, no solo del suelo patrio perdido, sino de toda la Carelia rusa y de la península de Kola. La pregunta para muchos fineses es: ¿qué opina el mariscal Mannerheim? Si seguimos el sensato criterio de conocer a los hombres por sus obras, entonces usted puede colegir fácilmente el criterio de aquel por el siguiente hecho: En apenas un año, volcando dinero y esfuerzos, ha formado un sólido ejército de unos ciento veinte mil hombres; eso, en una nación de tres millones y medio de habitantes. Multiplique por ocho y tendrá la proporción comparativa entre las fuerzas armadas de Finlandia y de España.

     A finales de mayo de 1941, recibí sendos toques de atención por parte de Matti y de Taimi que, cual líneas convergentes, se cortaban en un punto del máximo interés. Primero fue el amigo Kallio quien me puso en antecedentes de lo que los bien informados consideraban un secreto a voces:

-          Prepárate para el bombazo, Antti. Sé de buena tinta que nuestros jefes militares supremos, con Mannerheim a la cabeza, han viajado hasta Alemania para acordar su coordinación final con la Wehrmacht[38].

-          O sea, que la suerte está echada, concluí.

-          Nada ha transcendido de lo tratado, reconoció, pero es obvio que la guerra contra Rusia está muy próxima y que iremos a ella del brazo de los alemanes.

-          Pues que haya suerte -deseé-. De no ser así, vete a saber si lo perdido en 1940 van a ser tortas y pan pintado para lo que puede esperaros al final de esta guerra.

-          ¿Acaso crees que los soviéticos podrán resistir a los nazis?, preguntó aguardando mi respuesta negativa.

-          Están también los ingleses y mira que los americanos no decidan entrar también en el baile.

     Matti se encogió de hombros, con una aparente indiferencia que me entristeció:

-          Aguantamos a los rusos más de un siglo. No creo que ahora tuviésemos que soportarlos tanto tiempo.

     La segunda, y mayor, sorpresa vino de labios de Taimi, al regresar de la emisora el día 31 de mayo. Como si se tratara de un asunto baladí, me preguntó:

-          ¿Te iría bien participar en un programa de la YLE para los oyentes en el extranjero[39]? Parece que quieren tranquilizar a los forasteros sobre las pacíficas intenciones de los fineses, contra lo que se viene rumoreando con tan malas e infundadas intenciones.

-          La verdad, Taimi, yo me encuentro entre esos malos e infundados. No obstante, si el programa va a ser algo más que contar una historia adormecedora…

-          Pues no lo sé: juzga tú mismo. Se trataría de una rueda de prensa con el mariscal Mannerheim.

     Di un salto en el sillón que asustó a la propia Taimi. ¿Cómo podría tener Mannerheim tanta caradura? Pero pedí disculpas y, sin referirme a lo narrado por Matti, inquirí:

-          ¿Estaremos muchos? ¿En qué idiomas podremos preguntar?

-          A lo primero, no lo sé exactamente. Solo me consta que el señor Vakio me ha dado una invitación para ti, después de mucho pedírselo.

-          Gracias, encanto. ¿Y en qué idioma podremos desempeñarnos?

-          Mannerheim es un gran políglota, salvo para el finés, que le cuesta mucho trabajo y afirma que es una lengua de patanes[40]. Yo que tú, emplearía el inglés.

-          Me apetece mucho usar el alemán, dadas las circunstancias, ironicé.

     En mi siguiente misiva al Presidente de la Agencia dejaba constancia de buena parte de lo acaecido en la rueda de prensa, celebrada finalmente el día 8 de junio, es decir, apenas dos días después de marchar de Helsinki los altos mandos militares alemanes, encabezados por el coronel general Jodl[41], tras amplias negociaciones e intercambios de opinión con los finlandeses, en los días 3 a 6 de junio de 1941.

     El Mariscal fue un muro para las preguntas que se referían a la especial amistad de su País con Alemania, así como a los rumores de movilización general y llamamiento a los reservistas. Se presentó como paladín de la neutralidad, aspecto en el que el Gobierno finés pretende una política común con Suecia. Manifestó ignorar todo lo referente a una próxima declaración de hostilidades entre Alemania y la URSS, la cual de ninguna manera tendría que suponer que Finlandia aprovechase la ocasión para recuperar los territorios perdidos en 1940. Viendo que el secretismo de Mannerheim estaba recibiendo una cierta tolerancia de mis colegas, opté por infringir mi compromiso a Kallio de no sacar a colación las recientísimas conversaciones entre militares nazis y fineses, y pregunté francamente que, si nada bélico había a la vista, de qué habían hablado los generales de ambos países en Salzburgo, Berlín y Helsinki. Como, con todo aplomo, di por seguro que había habido tales contactos y hasta llegué a precisar fechas, se produjo un silencio plúmbeo en la sala, de casi medio minuto. Habiendo hecho la pregunta en inglés, con la mayor finura indiqué al Mariscal si me entendería mejor la cuestión de formularla en alemán. Ello pareció obrar como detonante de su escueta y tajante respuesta: Sin que mi contestación implique corroborar sus fuentes, es obvio que entre dos países amigos los contactos militares son algo común, que de ningún modo puede entenderse como un preludio de alianzas ni de conflictos contra terceros países. No sabe usted cómo disfruté con las palabras países amigos, que en aquel contexto revelaban mucho más que en situación normal. Poco después, para suavizar probables tensiones personales, inquirí al Mariscal por las relaciones con España, de cuya agencia oficial de noticias era yo el primer corresponsal en Helsinki. Como ya expuse textualmente en mi telegrama del día 8 próximo pasado, Mannerheim se congratuló del interés que nuestro País mostraba hacia los asuntos finlandeses y agradeció las expresiones y sentimientos de apoyo y comprensión, a raíz de la desdichada e injusta Guerra de Invierno.

          Como es natural, mi intervención en la rueda de prensa me trajo una severa reprimenda de Matti Kallio, quien me aseguró que, a partir de aquel momento, no haría otra cosa por mí que seleccionar recortes de prensa finesa y traducirlos, conforme a lo acordado de principio. Más llamativa me pareció la contestación de Pabón a la carta que acabo de transcribir y que orientó en lo sucesivo mi labor profesional de manera más circunspecta. Don Jesús se expresaba así:

     Me indica Gállego que la embajada alemana nos ha dado un toque de atención por tu incisiva intervención en la conferencia de prensa del día 8. No les ha sentado nada bien que se aludiera a contactos militares germano-fineses de alto nivel, citando lugares y fechas que, aunque completamente imaginarios, podrían ser tomados por ciertos en estos momentos tan delicados. La posición del Ministerio de Exteriores y, por tanto, la de nuestra Agencia es la de que informes sobre seguro y no te intereses especialmente por otros asuntos que los que afectan concretamente a Finlandia y España. Me comenta Gállego que bien pudiste aprovechar tan inmejorable ocasión para manifestar al Mariscal la alta consideración en que lo tiene nuestro Generalísimo. También me hace llegar el enfado del Servicio Exterior de Falange porque hayas sido tú, no su encargado en Helsinki, el invitado a la entrevista colectiva con Mannerheim. Pero en esto discrepamos con la Falange Exterior tanto Gállego, como yo: EFE se ha apuntado un tanto valioso y no podemos menos de felicitarte por ello.

     Por si hubiese alguna duda sobre la inminencia de la entrada de Finlandia en la guerra, la movilización general y la incorporación a filas de los reservistas dejaron clara la realidad. Todo el país -el masculino, se entiende- quedó bajo las armas, pues se calcula que vistieron uniforme la increíble cifra de medio millón de fineses. Tan es así que, en más de una ocasión, recibí por la calle la interpelación de algunas personas -cosa insólita en Finlandia- porque un hombre joven y fuerte siguiera de paisano. He de reconocer que, en cuanto escuchaban mi explicación en inglés, cambiaban el gesto y pedían disculpas de buena gana…, si es que entendían mis palabras.

     Taimi se mostraba especialmente preocupada por las niñas, ya terminando el curso, debido a que nuestra casa estaba en el centro de Helsinki, a unos pasos del puerto, evidente objeto preferencial de bombardeo aéreo, como se había comprobado durante la Guerra de Invierno. Telefoneó a sus padres y decidieron recoger a las niñas a mitad de camino por ferrocarril, en Tampere, para luego llevarlas a Kokkola, donde residían. Mi casera lamentaba mucho la separación, tanto por su alejamiento de las pequeñas, como porque la ciudad de destino no dejaba de ser un puerto bastante industrial y, además, se hablaba mucho el sueco, que Marija y Liisa aún desconocían. El día 20 de junio, las acompañé a la estación. Hube de prometerlas que no me ausentaría al país del sol en su ausencia, así como que me haría con un casco de acero y una metralleta Suomi para defender a su mamá y su hogar. Le verdad es que, si esto último era hipotético, lo primero sí tenía fundamento: Ante mi pregunta a EFE sobre lo que hacer, caso de que estallase la guerra, Gállego me telefoneó, con su inconfundible acento aragonés:

-          ¡Vaya, hombre! No me digas que quieres largarte cuando la cosa va a ponerse más interesante… No, ya, ya, lo dices para que te confirmemos en el puesto, pero lo cierto es que estás cagadito de miedo. Si hubieses estado pegando tiros en nuestra guerra, en vez de hacerte el inútil por no sé qué del corazón… Bueno, ahora en serio: Tú no eres un corresponsal de guerra ni nada que se le parezca. Ya mandarán a otros para eso, si quieren. Sigue ahí como hasta ahora; protégete en todo lo posible y, si hubiese riesgo de ocupación soviética, te vuelves para España… ¿Cómo? ¿Si fuesen los alemanes los que invadiesen? Pues no se me había ocurrido… Por de pronto, tú sigue ahí y te entrenas en lo de levantar el brazo a la romana… ¡Ah! y nadando y guardando la ropa, que Lazar[42] te tiene enfilado desde lo de la rueda de prensa de Mannerheim… ¡Adiós! y reza un poco al irte a dormir: Según San Ignacio[43], la oración nocturna hace maravillas.

 

 

3.      La cosa se pone interesante

 

     Dicen que el 21 de junio de 1941 inició el Ejército alemán la invasión de la URSS. Apenas un día más tarde, sin que hubiese tampoco una previa declaración de guerra, las fuerzas armadas finlandesas ponían sus pies en el territorio -ahora ruso- que les había sido arrebatado en 1940. Con todo, los helsinguinos tuvimos, por de pronto, una escasa impresión de haber perdido la paz: La movilización general había sido aparentemente secreta y, contra lo acaecido cuando la Guerra de Invierno, nadie nos molestó desde el aire hasta unos quince días después[44]. Taimi se congratuló por haber enviado fuera a las niñas, por más que nuestro Unicornio era de los edificios en que, conforme a las normas de protección civil de 1934, habían acondicionado el sótano como razonable refugio antiaéreo[45], a cuyo conocimiento y reglas de acceso nos convocó de inmediato el supervisor de protección civil de nuestro edificio. Con todo, lógicamente Taimi estaba desolada y, bien desde la emisora de la YLE, bien desde el teléfono particular, llamaba una o dos veces a Kokkola para hablar con las pequeñas o, cuando menos, tener noticias de ellas por sus abuelos.

     Por mi parte, aunque ello encareciese la factura telefónica, acordé con Matti que me daría informes sucintos por el hilo, centrándose casi exclusivamente en las noticias del frente. Él se echó a reír ante mi solicitud:

-          En estos días, resulta más fácil tener noticias fidedignas del desplazamiento del polo norte magnético que de lo que pasa en la frontera sur o en el Báltico. Pero, si las cosas empiezan a irnos bien -como parece- no tardará el Gobierno en cantar las victorias.

     En vista del hermetismo informativo, me curé en salud con Pabón, aunque no dejara de aprovechar rumores y bulos verosímiles, sobre todo, cuando favorecían al bando finés, favorito de nuestras autoridades en España:

     La tranquilidad naval y aérea de que gozamos aquí, unida a las noticias fragmentarias que puedo lograr de mis fuentes, me inclinan a creer que la guerra pinta tan bien a los fineses, como a sus aliados alemanes. Por cierto, la cosa más secreta -diría que un secreto a voces- es lo que son, en realidad, finlandeses y nazis, es decir, los términos de su ofensiva simultánea contra la URSS. Se utilizan toda clase de circunloquios, así como subterfugios para no aludir a la acción conjunta de los dos ejércitos. La palabra más utilizada es la de cobeligerantes. Pero, con matices o no, lo cierto es que cada vez están entrando en Finlandia, desde Noruega, más unidades alemanas que, lógicamente, no vienen a veranear, sino a atacar a Rusia. Pienso que su destino más lógico será el frente de Carelia, para cercar Leningrado en unión de los fineses; pero otra opción sería distribuirse entre ambos ejércitos el frente finés del este[46]. Así tendrían los finlandeses las manos libres para penetrar en la Carelia rusa tanto como pudieran o quisieran, mientras los alemanes tratarían de conseguir el premio gordo en el Ártico, a saber, el control de las minas de níquel de Petsamo[47] y la conquista de los puertos de Murmansk y Arcángel, por donde les llegan a los rusos los suministros militares y alimenticios de los ingleses y, cada vez más, de los estadounidenses, que usan a los británicos para enmascarar su cooperación con los otros Aliados.

     En fin, consideraciones estratégicas aparte, la soledad y el peligro profundizan las relaciones entre las personas con la mayor rapidez. Supongo que esas serían las razones por las que, en aquellos días, Taimi y yo nos convertimos en amantes. Era algo que ya se comentaba en la emisora, donde yo era persona bastante conocida a partir de mi desempeño atrevido con Mannerheim, y candidato a novio de la gentil viuda, desde que la iba a buscar al trabajo cuando tenía que salir del mismo a deshora -no diré que en la oscuridad de la noche, pues estábamos en la época de las noches blancas-. Kallio, por su parte, me alabó el gusto y agregó:

-          Eso sí, en mi modesta opinión, no te tomes las cosas como definitivas, ni se te ocurra pensar en matrimonio o correr al albur de dejarla embarazada. Ayudaos en todo, sed lo felices cuanto podáis y no penséis en el incierto mañana. No me preguntes por qué, pero me consta que Taimi opina lo mismo.

     En efecto, nunca se lo pregunté y procuré ceñirme a las normas de conducta que me había sugerido con tanta claridad, como acierto.

***

Agustín de Foxá en la Embajada de España en Helsinki

 

     Aquel verano empezó a traer diariamente noticias favorables del frente, como Matti había predicho. Podía resultar increíble pero los fineses progresaban en el istmo de Carelia a un ritmo que remedaba, dentro de las dimensiones de sus fuerzas y del frente, lo que los alemanes estaban consiguiendo en su enorme zona de invasión. Pronto vino a suceder lo que en todas las guerras victoriosas: Salvo los que sufren el dolor de la pérdida de vidas o bienes, el resto de la sociedad se muestra unida y eufórica, loando a sus líderes y perdonándolos por lo que, de otro modo, los habría culpado. Así, el mariscal Mannerheim, irreprochable desde el punto de vista militar, era ahora también un héroe político y humano, de quien se olvidaban todos los denuestos anteriores, desde su conservadurismo e injerencia militarista en el Gobierno del país, hasta su vida un tanto alegre y licenciosa. Yo contemplaba la idílica situación con cierta ironía, aunque he de reconocer que el Mariscal subió mucho en mi consideración cuando, contra la opinión del eufórico presidente Ryti[48], decidió olvidarse de la Gran Finlandia, respetando la Carelia rusa y deteniendo sus fuerzas a cuarenta kilómetros de Leningrado. Eso es lo que yo llamo el efecto Bismarck, es decir, llevar las conquistas hasta donde marque, no la fuerza inmediata, sino el razonable futuro.

     Pero para mí, no siendo un corresponsal de guerra, el episodio más influyente en aquel declinante verano del 41 fue la llegada a Helsinki de un nuevo Encargado de Negocios de España, llamado Agustín de Foxá[49]. Que Dios me perdone, pero no había oído hablar de él antes de que me alcanzara una carta aviso de Gállego, en la que advertía:

     Se trata de un falangista lleno de contradicciones, como no puede por menos quien es un fascista, pero aristócrata, rico, viajado e inteligente, aunque menos de lo que él se cree, confundiendo la pose con la valía y el ingenio con la inteligencia. Creo que deberías ir cuanto antes a cumplimentarlo, siendo con él franco y no demasiado acomodaticio: De otro modo, no apeará su histrionismo y acabará por despreciarte.

     Procuré seguir los acertados consejos de mi Director y pronto congeniamos, una cosa bastante hacedera siendo Foxá un recién llegado a un país del que desconocía el idioma y casi todo lo demás. Yo ya empezaba a entender a Finlandia y a balbucear en su lengua, tan musical y armoniosa, que la consideran el italiano del Norte de Europa. Algunas anécdotas de nuestros primeros tiempos les darán una idea de mi espontaneidad:

-          ¿Pero tú ya te defiendes con el finés? ¿Cómo coño lo has conseguido?

-          Podría decirle, Foxá, que tomando clases en la Universidad, pero la verdad es que mi mejor escuela han sido los refugios antiaéreos. ¡No sabe lo que hay que hacer y hablar para entretener el tiempo!

     O esta otra:

-          Dicen los hegelianos que toda la vida se resuelve entre tesis y antítesis, pero para mí que nos movemos por tríadas. Fíjate: libertad, igualdad y fraternidad, según los revolucionarios franceses; patria, pan y justicia, en opinión de nuestros falangistas; y yo, camino de los cuarenta, café, copa y puro. ¿Qué te parece?

-          Me parece, Agustín, que yo cambiaría el puro por una señora comme il faut[50].

-          ¡Toma, y yo! Sobre todo, dicho en francés, que sabe a gloria.

     Con todo, pese a la confianza creciente y a las sugerencias de Taimi, no se me ocurrió por el momento confesar al embajador que, en ese extremo, yo predicaba con el ejemplo e invitarle al Unicornio a comprobarlo.

     Lo precedente no dejan de ser curiosidades, en la línea de lo que todos esperan de Foxá y dicen saber de buena tinta acerca de él. Pero no tardamos en irnos distanciando en el día a día, pues cada uno tenía su trabajo -muy diferente, por cierto-, su exigencia en cumplirlo -muy superior en mi caso- y su resistencia al alcohol etílico, que en él era proverbial. Afortunadamente, pronto llegaría a Helsinki otro famoso y pintoresco individuo, que tomó mi relevo con Foxá, de manera mucho más acertada, estable y conflictiva. Pero, antes de presentárselo a ustedes, les contaré algo que puede servir de contrapunto del individuo ligero y despreocupado que todos creyeron conocer. A principios de aquel otoño, cuando ya era evidente que los fineses estaban zurrando a los rusos -aunque con algo de ayuda-, nuestro Encargado de Negocios se revistió de autoridad y me indicó:

-          Andrés, ¿cómo demonios se las arreglan estos finlandeses para ponerles las cosas tan difíciles a los rusos? Casi los derrotan en el 40 y ahora parece que les están dando una paliza.

     Sonreí y, pensando en quitarme tarea de encima, inquirí:

-          ¿Me lo preguntas como periodista de ABC[51] o como embajador?

-          De amigo a amigo.

-          Entonces me esmeraré. Voy a reflexionar y te lo pondré por escrito.

     No era solo por amistad. Pensado y redactado, habría de servirme para mandarlo a la Agencia y para ilustrar a Pabón. No me salió nada del otro mundo, pero Matti lo dio de paso, y eso es mucho decir.

     Podríamos hablar mucho sobre la respectiva valía del soldado ruso y del finés, pero nunca nos pondríamos de acuerdo. Tampoco creo poder decir nada inteligente sobre los mandos soviéticos, probablemente menos preparados y más mediatizados políticamente que los finlandeses. Encomiar al incomparable Mannerheim podría ponerse en solfa por quienes entienden que el valor de los jefes supremos en los modernos ejércitos ya no es el de los tiempos de Napoleón. Por otra parte, parecen desechables en esta guerra las consideraciones que se hicieron de la de Invierno sobre la importancia del conocimiento del terreno y de la mayor facilidad de la defensiva elástica sobre el ataque frontal. Ahora los rusos maniobran en su terreno y son sus enemigos los que han de avanzar. Unos enemigos que están combatiendo en pleno verano, con una absoluta inferioridad en hombres, tanques, aviones, barcos… Pero estoy volviendo al principio: Si las cosas son así, ¿cómo es que aprovechan a los menos y menos armados? Haré algunos apuntes explicativos, aunque pocos -empezando por mí mismo- los juzgarán mínimamente suficientes.

     Los rusos dicen que son maestros en la ciencia de atacar frontalmente, gastando sin freno ni pudor aquello que más tienen, lo que les sobra: la carne de cañón; y, por lo mismo, son llamados a resistir hasta la muerte, sin importarles el ser copados. Los fineses, escasos en efectivos, los cuidan al máximo. Son expertos en las tácticas de avance flexible, de retirada estratégica, de flanqueo, de progreso en guerrilla para atacar luego al enemigo por la espalda. Conocen el terreno al dedillo; operan por unidades menores; usan todos los medios a su alcance -incluso esquíes y bicicletas- para superar velozmente los obstáculos. Están dotados de una buena artillería pero, sobre todo, de armas individuales de fuego modélicas, por su calidad y precisión, como el fusil de asalto Suomi KP-31 y el rifle M-28 Pystyorka, con los cuales los francotiradores fineses cuentan entre los mejores del mundo[52]. Con estos y otros mimbres están consiguiendo los finlandeses, si no ganar las guerras, por lo menos no experimentar la masacre de su juventud y matar cinco veces más rusos que los que estos logran hacer a los fineses, lo que dicen que no está nada mal[53].

      Algo de lo que estoy mucho más al tanto, por propia experiencia, es de los bombardeos aéreos. Es probable que las tripulaciones soviéticas no sean muy diestras, pero me parecen increíblemente pequeñas las bajas y los daños que causan en Helsinki, tomado como modelo de otras ciudades y poblaciones civiles[54]. Pero hay otras circunstancias en el haber de los fineses: los buenos refugios aéreos preparados en los sótanos de todos los edificios altos; la excelente cortina de fuego antiaéreo; el sistema de localización y aviso de los aviones enemigos, y una curiosidad que bien conocen ya los soviéticos. Se trata de que los aviones finlandeses, cuando no pueden hacer frente a los rusos, por la aplastante superioridad de estos, esperan a que se retiren a sus bases, los siguen a distancia y, cuando han aterrizado en los aeródromos, caen sobre ellos y los destruyen casi a mansalva.

     Diré algunas palabras -conforme a lo prometido- del inesperado amigo y colega de Foxá, que se sumó a los corresponsales de prensa en Helsinki, avanzado el año 41. Se trataba de un enviado de guerra del milanés Corriere della Sera, un fascista muy indisciplinado, llamado Curzio Malaparte[55], que, tras pasar algunas temporadas en la cárcel o el confinamiento, lo habían mandado a informar de la guerra en el frente de Ucrania, donde funcionó sorprendentemente bien y decidió seguir su carrera literaria, recogiendo impresiones y fantasías sobre la guerra horrible que estaba viviendo, tomando el punto de vista de los alemanes -cuya lengua dominaba, por ser hijo de germano-, a quienes premonitoriamente vio en el camino de la derrota[56]. Lógico es que los reportajes que mandaba a Italia gustaran más bien poco a los políticos; de modo que, tras otra temporada en el frente central, por la zona de Bielorrusia, acabó pasando a Finlandia, donde inmediatamente conectó con ambientes refinados y cosmopolitas, en los que inevitablemente conoció a Foxá. Siendo ambos de buena familia, derechistas, díscolos con el Poder, escritores y con fuerte ego, congeniaron desde el primer momento, aunque parece que sus relaciones no acabaron bien, lo que tampoco es extraño. Yo con Malaparte apenas tuve otro trato que el estrictamente profesional, propiciado por nuestra común amistad con Foxá. En otros capítulos dejaré constancia de nuestros encuentros, cuando me tocó visitar el frente, contra mi estricto deber y voluntad.

 

 

4.      Compatriotas in partibus infidelibus


Vista del interior de la Biblioteca Universitaria (ahora, Nacional) de Finlandia, en Helsinki

 

     Había empezado ya el curso escolar y Taimi no acababa de decidirse por traer a las niñas de Kokkola, o por encargar a sus padres de que les buscasen escuela allí. La clave era algo tan imprevisible y aleatorio como los bombardeos aéreos. Si Kokkola hubiera sido una villa campestre no alejada de Helsinki, es muy probable que hubiese sacrificado su instinto materno a la seguridad de las niñas; pero aquella era una ciudad industrial y portuaria, lejana de la Capital, donde no sería extraño que pudiera producirse un ataque aéreo o, incluso, alguna acción naval. Viendo que el fuerte bombardeo del 9 de julio no había tenido continuación importante, y que la escuela de la calle Isabel tenía varios refugios muy próximos, me atreví a aconsejar a Taimi que regresaran sus hijas junto a ella, comprometiéndome yo a ayudar cuanto pudiera. Finalmente, así lo decidió y viajó de nuevo hasta Tampere, a mitad de camino, para recogerlas de brazos de sus abuelos, que no dejaron de lamentar el tenerse que separar de sus nietas, según me contó su vacilante madre.

     El reencuentro de las pequeñas con Taimi y su pequeño mundo del Unicornio fue verdaderamente emocionante. Yo había montado un pequeño escenario de verbena, con gallardetes multicolores, entre los que abundaban las cruces azules finesas y las bicolores rojigualdas, que remedaban la bandera española. Un gran Tervetuloa[57] en el vestíbulo y una opípara merienda en la cocina completaban el improvisado ceremonial del recibimiento. Estuve dudando si debería salir a la estación, resolviendo a la postre permanecer en casa, para hacer de tramoyista.

     El retorno de Marija y Liisa me cambió la vida, día y noche. Separadas de su madre durante casi tres meses, tenían verdadera necesidad de contacto físico y constante atención, que solo ella podía llenar. Estar pendiente de las sirenas de alarma aérea y del reloj era para mí la obligación esencial, que cubría, bien en la Biblioteca cercana al colegio, o bien en casa, acompañándolas y dirigiendo en lo posible los deberes de la mayor. Por la noche, era frecuente que una o ambas, pasado el primer sueño, corrieran a la cama de su madre, buscando calor y compañía. Tuve que volver a mi puesto inicial de huésped bien acogido, recluyéndome en mi habitación para estudiar lo que durante el día no tenía tiempo o concentración para preparar. La Historia me parecía madura para el examen, pero la Geografía que entonces llamábamos Humana se me atragantaba cada vez más, con aquellas estadísticas endemoniadas y los complejos problemas de la Population, aquellos plúmbeos libros sobre demografía en que los franceses eran maestros. Se lo comentaba sinceramente a Pabón, que en esto era inmisericorde:

     Enfoque los temas -me decía- con ese componente sociológico y de economía que los puede hacer atractivos, siempre que no se radicalice y ofenda a alguno de los miembros del Tribunal con opiniones o propuestas demasiado atrevidas. Adelante, y tómelo con el entusiasmo de que la cátedra se gana con estos temas difíciles, no con Julio César, por poner un ejemplo.

     También Gállego me apretaba en un punto en que antes había sido mucho más tolerante: las relaciones con Foxá:

     Sabrás que ese falangista achampanado que tenéis por Helsinki se ha metido a periodista y nos está comiendo la tostada en el ABC y el Arriba, publicando cosas que mucho me temo te pueda estar sonsacando. En nombre de la Agencia te digo: No le des ni agua pues, para una vez que esa plaza puede ponerse interesante informativamente hablando, solo falta que venga un escritor conocido y de buena pluma a robarnos las primicias. Así que estás avisado, que de bueno a tonto solo hay un paso.

     Vean: una razón más para dejar de frecuentar a Foxá y de orientarlo como embajador, ya que luego iba y lo aplicaba al periodismo. Pero el hombre propone y la guerra dispone. Había llegado, al parecer, el momento de que el Conde me devolviera el favor, aunque solo fuera para que le hiciese compañía. No me vino mal tener algo nuevo que hacer pues, desde que volvieron las niñas, Taimi, si bien con todo cariño y mano izquierda, me había dejado un poco solo, con gran nostalgia por mi parte.

Modelo de fusil de asalto finlandés Suomi KP-31

***

     Parece ser que la voz de alarma la dio Malaparte quien, visitando los campos de prisioneros de guerra rusos, se topó casualmente con un grupo de ellos que eran de los niños de la guerra que, para librarse de la civil española, sus padres vascos y asturianos habían mandado a Rusia para protegerlos[58]. Cuatro años más tarde, algunos de los alojados en Leningrado se ofrecieron voluntarios para ir a luchar contra los fineses en Carelia. Un grupo de ellos había caído prisionero y ahora purgaban su valentía entre los alambres de espino del campo de Nastola, en condiciones lamentables. De esa forma, la noticia llegó a conocimiento de Foxá, que decidió desplazarse hasta allí, a unos cien kilómetros al norte de Helsinki, para informarse personalmente y promover la liberación de los muchachos[59], asumiendo su custodia con la ayuda del Vicecónsul honorario en la capital finlandesa, Don Rafael Sánchez, a quien jocosamente llamaba Foxá el Naranjero, por su empeño en fomentar las importaciones finesas del preciado fruto levantino[60].

     Fue, precisamente, el Naranjero quien me dio cuenta por teléfono del propósito de Foxá y de la invitación, en su nombre, para que lo acompañase en su excursión. Naturalmente acepté por razones profesionales, una vez me cercioré de que la hora de salida me permitía dejar antes a las niñas en su colegio. Foxá aguardaba en la legación, impolutamente vestido con un mono blanco, en previsión del frío de aquel octubre avanzado en Finlandia. Nos acomodamos con el chófer, un empleado en la embajada y el vicecónsul en una especie de artefacto a motor sobre esquíes, que recordaba más a un semi blindado militar que a un turismo ordinario provisto de las oportunas cadenas para los neumáticos. Se le notaba exultante en su papel de héroe liberador de compatriotas jovenzuelos, primero en las garras del comunismo y luego, en las duras manos de los guardianes fineses del stalag[61]. Como, por razón de invitación y amistad me senté a la diestra de Foxá, percibí el olor inconfundible del vodka, con el que se habría preparado para soportar la expedición, pronto seguido de visitas a la petaca que guardaba en el bolso de atrás del asiento delantero. De su locuacidad, apenas afectada por las libaciones que tan bien aguantaba, deduje que ya tenía en el magín los artículos que iba a enviar a los diarios españoles, para dejar constancia de la transcendental y heroica gesta. Remachaba una y otra vez un punto, sin duda, sobresaliente:

-          Para eso acogieron los comunistas a esos chavales: para lavarles el cerebro y mandarlos a combatir siendo menores de edad; algunos, unos niños. ¡Anda que no les voy a dar estopa desde los periódicos!

     Así que de eso se trataba. Si no me daba prisa, me iban a tocar las migajas de la noticia. Hice algunas preguntas mientras nos deslizábamos por la carretera nevada y, en la primera estación de servicio por la que pasamos, supliqué que parásemos para hacer aguas menores. Foxá se echó a reír, concediendo lo que pedía:

-          Tienes razón, Andrés. Aquí hace un frío del carajo. Vamos a meternos para el cuerpo un café bien caliente y un copazo de vodka y, de paso, a ver si nos dejan un par de mantas para las piernas. Vayamos, pues, a mear, si no se nos congela el pis antes de caer.

     Mientras, sentados junto a la chimenea, el resto de la expedición bebía y el vicecónsul regateaba el precio de unas pieles de no sé qué macro mamífero, me deslicé sutilmente hasta el teléfono y llamé a Taimi. Afortunadamente, no estaba en el aire:

-          Cariño, manda inmediatamente un telegrama a Gállegos, con este texto sucinto: Localizados en un campo de concentración de Nastola (Finlandia) dieciocho chicos vascos y asturianos, de los llamados “niños de la guerra”. Habían sido convertidos en soldados por sus anfitriones rusos y enviados a combatir contra los fineses en el frente de Carelia. Algunos tienen solo dieciséis años. Personal de la embajada española y nuestro corresponsal en Helsinki están de camino para allá a fin de rescatarlos y ver de devolverlos a España.


Los “niños de la guerra” en Helsinki (1941), con “El Naranjero”

     Todo salió a pedir de boca, de modo que, por la tarde, nuestros clientes vespertinos pudieron publicar la primicia, con todos los pintorescos aditamentos de que era capaz la imaginación de mi Director. Así pues, los artículos de Foxá serían más floridos, pero mi suelto fue el aldabonazo en las conciencias de los más sentimentales y de los que consideraban a los soviéticos el colmo de la maldad. ¿Tenían razón en este caso? Así opino yo pues, por más que aquellos muchachos se hubieran ofrecido voluntarios, su edad y su situación de huéspedes extranjeros acogidos por la URSS hacía indecente su reclutamiento como soldados. Aquellos dieciocho sobrevivieron, pero otros muchos no tuvieron la misma suerte[62].

     La gestión de Foxá resultó un éxito, incluso de propaganda, pues finalmente los chicos fueron repatriados con despacio, vía Suecia y Alemania, para que llegasen a tiempo de ilustrar la visita del camarada Arrese a Berlín[63]. Entre tanto, yo los entrevisté e hice por sacarles la verdad sobre su reclutamiento, pero la mayoría no estaban por sincerarse y, la verdad, tampoco yo por hacer de ellos pasto para la propaganda del Régimen español.

     El caso de los soldaditos españoles, antiguos niños de la guerra, propició jugosas conversaciones con colegas y conocidos finlandeses. Resultó que el tema era de candente actualidad en el País. Nada menos que un total de 70.000 niños fineses fueron mandados por sus familias, durante la Segunda Guerra Mundial, a países extranjeros más en paz, como Suecia -neutral- y Dinamarca o Noruega -ya ocupadas por los nazis-, en la que es considerada como la mayor evacuación de niños habida hasta entonces en el mundo. La verdad, sin ánimo de criticar a nadie, lo que yo viví en Helsinki no parecía justificar tamaño éxodo. Matti me confirmó las cifras y agregó:

-          Puedes añadir que, en sentido contrario, bastantes voluntarios están llegando para luchar a nuestro lado. A la cabeza, con unos doce mil, están los suecos, un tanto avergonzados por la neutralidad que viene practicando su Gobierno.

     Ni que decir tiene que todo aquello me dio abundante material para crónicas de alto interés y para otras de relleno. Yo notaba que mi trabajo estaba siendo bien apreciado por las altas esferas de Madrid. Tan es así que, a mediados de diciembre, recibí un extra de quinientas pesetas, para que puedas adornar el abeto que por ahí ponéis -me escribió Gállego-. En consecuencia, fui un adelantado en la percepción de la paga extraordinaria de Navidad, que se generalizaría pocos años después[64].

     Pero todo esto se quedó pequeño cuando por obra y gracia -¡cómo no!- de Foxá y Malaparte, me vi mezclado en el turbio y peligroso episodio de la División Azul. Creo que bien merece que, para tratarlo, escriba otro capítulo de este relato.

 

 

5.      Un Mariscal finlandés y un Cabo austriaco


Interior del vagón de la entrevista Hitler-Mannerheim del 4 de junio de 1942

     Andaba un poco perdido por Helsinki, en aquella primavera del 42. Hacía meses que los finlandeses habían terminado con éxito su parte de la guerra y no era cosa de desplazarse hasta Laponia, para ver cómo se las habían alemanes y rusos. Pese a ciertas veleidades expansionistas del presidente Ryti y a las peticiones nazis de mayor implicación, el mariscal de campo Mannerheim mantenía sus tropas en las posiciones ya ganadas, sin dar ni un paso adelante más. Se rumoreaba que había rechazado la oferta de Hitler de comandar también las tropas de la Wehrmacht en Finlandia, por cuanto ello significaría de alianza más estrecha y peligrosa que la que hasta entonces tenían. Por otra parte, Marija y Liisa seguían siendo el centro de mi vida doméstica y ni se me ocurría acercarme por la legación, pese a las invitaciones en tal sentido del amigo Foxá, que ya contaba con Malaparte para acompañarlo en sus excursiones al frente de Leningrado, donde ambos parecían disfrutar con los cañonazos y la bombas incendiarias que estaban haciendo trizas la bellísima ciudad sitiada.

     En esas estaba, cuando mi amada anfitriona volvió una tarde de la emisora con una noticia, en principio, intranscendente, que acabaría dando lugar a mi pequeña y poco conocida contribución a la Historia, con mayúscula.

-          Quieren celebrar por todo lo alto los setenta y cinco años de Mannerheim -dijo Taimi-.

-          Lo veo lógico, contesté. El hombre se lo merece y, por otra parte, no creo tenga oportunidad de celebrar un cuarto de siglo más.

-          Eso espero -replicó ella-. Te lo decía por si tu agencia quisiera hacer algo especial con tal motivo. Como parece que a tu Gobierno le cae bien el Mariscal…

     Antes de meterme en berenjenales, escribí a Pabón al respecto, señalando no obstante que no tenía ninguna confianza en que Mannerheim aceptara ser entrevistado por un quídam que, a mayores, le había chinchado en una ocasión precedente. Mi Presidente contestó a vuelta de correo:

     No vaciles en intentarlo. Por aquí Mannerheim es querido y admirado. De hecho, todos esperan que se implique más en la guerra y les dé una buena tunda a los rusos en Leningrado, ciudad que tiene al alcance de la mano.

     Se lo comenté a Taimi, pidiéndole orientación sobre la mejor forma de abordar la solicitud. Me repuso:

-          Han formado un comité para la celebración del cumpleaños, del que, entre otros, forma parte un capitán apellidado Lehmus[65], de mucha confianza con Mannerheim. Él es el enlace con la YLE y, con tal motivo, lo he conocido. ¿Te parece bien que te lo presente?

-          Es una magnífica idea, siempre que no abrigue prejuicios contra mí por lo de la conferencia de prensa del año pasado.

-          Descuida. Tú sé sincero y confiésaselo, si es que no lo conoce ya. ¡Ah! y hazle saber que no eres fascista en absoluto. Es un conocido político del Partido Socialista.

-          Pues adelante.

     Pocos días después, me hallaba, junto a Taimi, ante un hombre fornido, bastante cabezón, de cara ancha y gesto ceñudo, sentados a una mesa del pequeño café reservado del edificio YLE. Afortunadamente, él vestía de civil, lo que evitaba que la impresión fuese en exceso imponente. La familiaridad con que parecían comportarse el tal Kalle y Taimi llegó a provocarme algo de celos. Ya se sabe que nuestra relación no pasaba por el mejor momento y la similitud de edad entre ellos[66] me hacía sospechar. Sentimientos aparte, opté por emplear mi vacilante finés, hasta que Taimi, en voz baja, me aconsejó proseguir en alemán. Con todo, el capitán Lehmus agradeció mi patriótico esfuerzo:

-          La Señora Laine ya me ha puesto en antecedentes de su deseo de entrevistar al Mariscal. ¿Es cosa suya, como periodista, o de su Gobierno?

-          Digamos que ha sido iniciativa mía, pero con la plena conformidad de las autoridades españolas. Ya sabrá que la agencia para la que trabajo tiene carácter oficial.

-          ¿Y cuál es el motivo de interesarse precisamente en este momento?

     No quería comprometer a Taimi, aludiendo a los festejos del 75º aniversario; así que salí de la pregunta como pude:

-          Deduzco, por la calma en el frente de Carelia y la opinión general, que la guerra puede darse por terminada para Finlandia, con su victoria total ante Rusia y la recuperación de lo injustamente perdido en 1940. Supongo que será ahora cuando el Mariscal tenga tiempo y humor para atender a los pesados periodistas extranjeros.

     Lehmus no movió ni un músculo. Se limitó a poner una condición, que yo ya estaba dispuesto a cumplir de antemano:

-          El Mariscal no contestará a preguntas relacionadas con la situación actual o la marcha futura de esta guerra que, por supuesto, no ha terminado.

-          De acuerdo. Si lo desea, puedo presentarle un listado de temas, por si quiere rechazar alguno más.

-          No será necesario… La entrevista se celebrará en el cuartel general de Mikkeli[67], el lunes, 4 de mayo próximo, a las once horas.

-          ¿Podré tomar algunas fotos del mariscal Mannerheim?

-          Lleve usted cámara, por si acaso, contestó ambiguamente.

     El resto del café se lo pasaron Taimi y Kalle hablando en finés, como si yo no estuviera. En vista de ello, hice ademán de despedirme, alegando otras ocupaciones. El Capitán miró el reloj y se puso en pie.

-          También yo tengo prisa, confesó. He tenido mucho gusto en saludar al primer español a quien estrecho la mano después de hacerlo con Caballero.

     Siendo una figura destacada del SDP[68], supongo que se referiría a Don Francisco Largo Caballero[69].

     Taimi nos despidió y siguió allí, acabando tranquilamente su consumición. A fin de cuentas, era como si estuviera en su casa.

***

     La charla con Mannerheim se desarrolló de modo muy distendido. Conociendo sus aficiones tabaqueras, le llevé como presente una caja de excelentes puros habanos. Se extrañó de mi atención, por lo que le expliqué:

-          Aunque estemos a 4 de mayo, he querido hacerle un obsequio de cumpleaños, ya que no creo que tenga la oportunidad de cumplimentarle el 4 de junio[70].

-          ¿Cómo que no?, preguntó con aparente enfado. Desde ahora está usted invitado a la fiesta.

     Obviamente, a esas alturas, ni el Mariscal ni yo caímos en la relevancia de tal promesa. Quede en elogio de Mannerheim que mantuviera su palabra, con algo de ayuda por mi parte, como comprobarán.

     De la entrevista del 4 de mayo, además de la versión larga que más o menos completa se publicó en los diarios españoles de la época, hice un resumen para Pabón, del que recojo algunas frases acto seguido:

     La mala impresión que pude dejar en el Mariscal por mis preguntas indiscretas del pasado año ha quedado superada ahora. En la factura de una caja de puros que he enviado a la pagaduría verá parte del motivo. El resto supongo se debe al momento dorado actual en la ya larga vida del Mariscal, con una gran victoria militar y el respeto unánime del pueblo finlandés. Claro que todo puede volverse del revés, si los alemanes no logran acabar este año con la resistencia rusa, lo que no les va a ser fácil, a juzgar por lo que paso en Moscú y está sucediendo en Leningrado. Mannerheim es listo y, aunque da toda clase de facilidades de tránsito a los nazis, no quiere, ni a bien ni a mal, apoyarlos en el cerco leningradense, ni formar un frente común en Laponia. Pienso que él cree que Stalin está tomando buena nota de esos gestos, pero yo no comparto esa presunta opinión: El oso ruso, si logra vencer a los alemanes, vendrá por los fineses, les hará pagar cara la derrota que le han infligido y a saber si no vuelve a hacer de Finlandia un segundo Ducado de Finlandia, seguramente más rígido y severo que el de los zares…

     Verá que, en mi versión de la entrevista para el público, no recogí nada acerca de la participación finlandesa en las Brigadas Internacionales[71]. A usted puedo decirle que el Mariscal se disculpó con nuestro Gobierno, destacando que el número de combatientes fue muy limitado y que la mayoría de los fineses procedían de América y tenían ya la nacionalidad estadounidense o del Canadá[72]. Yo no estoy en condiciones de corroborar esos datos. En todo caso, si el tema le parece interesante y las explicaciones correctas, puede hacer de lo que privadamente le expongo el uso que tenga por conveniente.

     El viernes, 29 de mayo, fui urgentemente convocado a la YLE. En un pequeño despacho, mano a mano, me senté ante el ya conocido, capitán Lehmus, y un caballero impecablemente vestido de negro, que se me presentó como el Señor Vakio, Director de la radiodifusora[73]. No sabían qué decirme ni cómo salir del apuro. Al fin, después de mucho divagar, comprendí lo lógico de su turbación: Existía la posibilidad -solo la posibilidad, recalcó Lehmus- de que una personalidad destacadísima asistiera privadamente al cumpleaños del Mariscal. ¿Qué tiene de extraño? Mannerheim tiene muchas simpatías, contesté. Se revolvieron en sus sillones. Pregunté:

-          ¿Acaso el Mariscal quiere revocar mi invitación?

-          ¿Estaría usted dispuesto a dejar de asistir, digamos, por una indisposición?, sugirió Vakio.

     Ni le contesté, sino que volví sobre mi pregunta anterior. Lehmus gruñó:

-          El Mariscal cumple lo que promete pero no pretenderá usted participar como periodista, ni como particular, en lo que se ha convertido en… en… un momento solemne.

     Me lo estaba pasando estupendamente, haciendo tragar al Capitán toda su soberbia:

-          Por supuesto, yo soy muy poca cosa; pero no se preocupen por mi cubierto. Quítenlo de la mesa, que con un par de emparedados me conformo. Me los puedo preparar yo mismo en la cocina, o llevarlos de casa.

     El Director estaba lívido y el Capitán rojo. Comprendí que tenía que bajar el nivel de la burla. Dije:

-          Señores, ni como periodista, ni como afecto al Mariscal puedo darme de baja del acto. Eso sí, puedo acudir de incógnito. ¿No habrá ningún empleado de la YLE en el acto, para transmitirlo? Yo, colega de mis amigos finlandeses, podría acompañarlos, sin hacer ni decir nada inconveniente, ni publicar ninguna cosa que no lo haya sido antes por las emisoras finlandesas. Tienen ustedes mi palabra, tan firme, aunque no sea tan alta, como la del Mariscal.

     Lehmus recibió mi oferta sin ninguna convicción. Fue Vakio quien pareció ver un resquicio y susurró en finés al Capitán algo así como déjelo de mi cuenta. Vakio se dirigió a mí y añadió:

-          Señor Pereda. ¿podría venir a verme mañana por la tarde? Tengo que evacuar algunas consultas antes de hacerle una propuesta en firme.

-          Nada me complacerá más, Señor Vakio, respondí con mi mejor sonrisa.

     Por fin aquella noche, después de meses de sequía, Taimi me recibió en su cuarto. Quería conocer con todo detalle mi reunión de la mañana con Vakio y Lehmus. Se la notaba preocupada: Olía complicaciones y no me creía lo suficientemente experto para moverme en tan revueltas aguas. Quité importancia a la cosa, hablando con la boca pequeña:

-          Con la verdad y la sensatez se va a casi todas partes. Y, si las cosas pintan mal, regresaré a España para terminar la preparación de mis oposiciones. Solo lo siento por mi casera y sus niñas, porque les había tomado aprecio.

     De lo que Taimi respondió y de cuanto sucedió a continuación, no creo deba dejar constancia en este relato. Sí, en cambio, de la irresistible oferta de Vakio al día siguiente, en términos de, o lo tomas, o lo dejas:

-          Se pegará usted, desde aquí mismo, al ingeniero de sonido que va a cubrir los actos, como si fuera un ayudante o asesor técnico. No dará un paso sin su autorización y abandonará el lugar cuando lo haga su mentor y por el mismo medio. Le proporcionaremos credenciales, transporte y comida, si fuere necesario. Llevará traje oscuro, preferiblemente negro. Y, para el caso de que incumpla la cláusula de reserva informativa que usted mismo indicó ayer, será expulsado inmediatamente de Finlandia, con queja formal al Encargado de Negocios de su País. ¿Conviene en todo ello?

-          Convengo, convengo. ¿A qué hora tengo que estar aquí el próximo día 4?

-          Se le informará a su debido tiempo, con cuarenta y ocho horas máximo. Ahora voy a presentarle al hombre del que habrá de convertirse en su sombra.

     Telefoneó por interior. A los pocos momentos, apareció un joven, como de mi edad[74], muy alto y delgado, con unas gafas de montura prácticamente invisible.

-          Le presento al ingeniero, Señor Damen, indicó Vakio. Este, prosiguió, es el Señor Pereda, de quien le he hablado.

-          Pues ya está dicho todo -apostillé-. Ahora, si el Señor Director de YLE no tiene inconveniente, voy a pegarme a Herra Damen a ver si tengo la suerte de que me invite a un café, para irnos conociendo.

-          Con mucho gusto -repuso Damen-. Puede llamarme Thor.

***

     Ignoro cuándo supo Damen quién era el invitado especial en el cumpleaños de Mannerheim, a quien su Gobierno acababa de hacerle el regalo de nombrarlo Mariscal de Finlandia, por si era poco serlo de campo. Lo cierto es que el ingeniero mantuvo el secreto, pese a que congeniamos desde el primer momento; mejor dicho, desde que le hice saber mi excelente amistad con Matti Kallio y mi relación sentimental con una finlandesa viuda de guerra y con dos hijas, que trabajaba para la YLE. Cuando el día 3 de junio me comunicaron, al fin, la hora a que tendría que encontrarme a la puerta de la radiodifusora, seguía sin saber nada concreto, fuera de lo que Taimi me había indicado, con cierta inquietud:

-          Aunque lo están disfrazando de un acto más del homenaje al Mariscal, la cosa no encaja: Ir a celebrarlo en medio de un bosque a más de doscientos kilómetros de Helsinki[75]. Aquí hay razones de seguridad o de secreto, que hacen suponer se espere a Hitler, o a alguien de parecida importancia.

-          Pues como no sea el camarada Stalin, le repliqué incrédulo.

-          Anda, anda -me riñó-, deja de tomarme el pelo y deja todo preparado esta noche, que mañana vas a tener que madrugar de firme.

     En efecto, la hora de mi cita eran las cuatro de la madrugada, en una de esas noches blancas que tanto contribuían a desvelarme. Vestía para la ocasión un traje negro, fruto del teñido de otro marrón. Me acomodaron en una especie de camioneta Skoda, cuya cabina tenía tres plazas holgadas, entre un orondo conductor y el espigado Thor Damen, quien me explicó:

-          Ya tenemos la mayor parte del material en su puesto desde ayer. Ahora, relájate y ten calma, que tardaremos lo menos tres horas en llegar… adonde vamos.

     Viendo que no le sacaría una palabra y que no entendía casi nada de lo que hablaban entre el chófer y él, opté por cerrar los ojos y, entre el madrugón y el ronroneo del motor, me quedé dormido.

     No es cosa que les cuente lo que por los libros de historia y los noticiarios cinematográficos sabrán mucho mejor. La cosa es que Taimi había tenido buen olfato y el sujeto para el que se había preparado tan escondido recibimiento era Adolf Hitler en persona, llegado expresamente desde Alemania para celebrar el cumpleaños de su casi aliado, Mannerheim. Y no venía con las manos vacías: Entre otros regalos que yo viera, había un Mercedes estupendo -me figuro que a prueba de balas- y tres vehículos ligeros de aspecto militar. Luego me he enterado de que todos los obsequios fueron donados por el Mariscal al Estado finés[76]; como también de que lo único con que se sabe correspondiera el cumpleañero fue una metralleta Suomi de cargador circular.

     Tengo vagas imágenes visuales de los protagonistas de aquel día: del Führer, milagrosamente crecido en casi diez centímetros, para no parecer tan bajo ante el Mariscal[77]. Del, ya un tanto fondón y poco atendido protocolariamente, mariscal Keitel[78], corriendo entre aburrido y sonriente detrás de los dos grandes, con el bastón de mariscal todo el tiempo en las manos. De los mediocres gerifaltes fineses, Ryti y Rangell[79], figuras de relleno, tan de negro como yo, y que, tras recibir a Hitler al pie del avión, no sabían muy bien el papel que se les reservaba en la celebración. Y, por supuesto, del vagón de ferrocarril en el que, tras el encuentro formal y el paseo por el entorno, se recogieron todas las autoridades para escuchar las palabras de salutación del Mariscal y tomar el refrigerio que fue servido en mesas de a cuatro comensales, compartiendo Hitler y Mannerheim la suya con Ryti y Ragnell. Ese fue el momento que ha pasado a la Historia, y no precisamente por la calidad de los manjares o de la bebida -de la que, por cierto, usó el Führer contra su costumbre, tal vez, por la calidez del momento, o tal vez por el frío cogido durante el paseo-. La cosa fue así:

     Para captar y grabar el parlamento de Mannerheim, estaban instalados un par de micrófonos a la altura del marco superior de la ventanilla que daba vista a la mesa de Hitler y los demás. Acabado lo protocolario, Damen se olvidó de retirar los micrófonos y de dejar de grabar, de lo que su sombra española se percató y lo sacó decididamente del coche a empujones, susurrando: die Geschichte verlangt es[80]. Esto, pues, corrió de mi cuenta. Que Thor no cortase la grabación fue exclusivamente mérito suyo.


Entrevista Hitler-Mannerheim (04-04-1942), archivo YLE

     Se ha dicho que fueron alemanes del séquito de Hitler quienes, tras unos once minutos y medio de charla -como casi siempre, un monólogo del Caudillo germano-, se percataron del atentado a la intimidad y pusieron fin al mismo, cortando los cables del exterior del vagón. Que fueron sujetos de las SS quienes arramblaron con la instalación e intimidaron a Damen para que les entregase la cinta grabadora, es algo que me consta. Pero tengo para mí que alguien de adentro lo descubrió y pasó aviso, y mi sospechoso es el capitán Kalle Lehmus. Dirán ustedes que es que le tengo ojeriza. La verdad, no tengo más que sospechas pues en ningún momento apoyó ante nosotros el intento de los alemanes para quitarnos aquel tesoro. Damen, con valentía y cierto desprecio, cerró el paso al par de energúmenos diciendo que aquello era propiedad del Estado finlandés y que, por si lo olvidaban, estábamos en Finlandia. Yo zanjé el rifirrafe con este argumento: Señores, este es un documento histórico, que se ofrendará al mariscal Mannerheim. Si tienen algo que decir, expóngalo a su Führer y que él lo solucione junto con el nuestro. Ignoro si sería la primera vez que al Mariscal lo apodaban Führer de Finlandia pero, la verdad, no creo que el apelativo fuese inadecuado.

     Como sabrán, los SS recularon y se limitaron a formular una protesta a funcionarios fineses de medio pelo. La cosa la remedió un individuo de la Censura finlandesa, llamado Kustan Vilkuna[81], con la solución salomónica de respetar la integridad de la cinta, guardándola en un cofre sellado, como secreto oficial. Supongo que los policías alemanes no insistirían más para no evidenciar su propia negligencia.

     Poco más dio de sí la visita de cinco horas de Hitler a Mannerheim, que este devolvería el 27 del mismo mes, reuniéndose con el Führer en Rastenburg[82]. Todavía se quedó el Mariscal un buen rato en aquella vía muerta, disfrutando del día y, tal vez, de haber despachado a su incómodo visitante sin ningún compromiso militar a mayores. Fue entonces cuando nos dieron unos instantes para acabar de desmontar cámaras y demás trebejos. El Mariscal estaba arrellanado en un banco del coche, fumando con fruición un buen veguero. Debía de ser de los de mi regalo pues, sin decirme una sola palabra, sacó el puro de la boca y dijo mirándome sonriente: Erinomainen. Yo le contesté con una inclinación de cabeza: Onnittelut[83]. Taimi me comentaría luego: Milagro que el Mariscal se dirigiese a ti en finlandés. A lo que le respondí: ¿Y en qué va a hablar un finlandés con otro?

     Aquel día debía de estar yo bendecido por la Historia. De otro modo, no se entiende que volviese sano y salvo a Helsinki, con la media trompa que llevaba Richard, nuestro conductor.

 

 

6.      La división 250


     No quería que mi rocambolesca escapada a Immola me trajese más dolores de cabeza. Por tanto, guardando mi ego en el armario, oculté a la Agencia mi presencia en la entrevista de Hitler con Mannerheim. Simplemente le ofrecí detalles de ella, que daban sopas con honda, en precisión y exactitud, a los ofrecidos por los diarios fineses. Todo lo demás -aunque había estado escuchando el contenido de la cinta- me lo guardé para el fuero interno, respondiendo a lo prometido a Vakio. Tan solo expuse a Pabón algunas generalidades, ya de puro sentido común, ya basadas en otras fuentes, aunque corroboradas por las declaraciones robadas a Hitler[84]:

     Todas las opiniones parecen coincidir en el hecho de que la visita de Hitler a Finlandia fue anunciada con muy poco tiempo, siendo el cumpleaños de Mannerheim un mero pretexto. Parece claro que, en los inicios de la ofensiva en Rusia de este año 42, los alemanes están bastante más preocupados que el año pasado por la fuerza militar de Stalin y la dificultad de hacerse con Leningrado, llave del frente norte. Creo que la Wehrmacht está impresionada del éxito finés en Carelia y considera una pérdida lamentable que el Ejército finlandés se limite a defender sus nuevas fronteras, en vez de ayudarlos en Laponia y en la citada ciudad imperial. Creo haberle dicho ya que, para animar al reflexivo Mariscal, los nazis han ofrecido a Mannerheim el mando supremo de un futuro ejército conjunto operativo, desde el Cabo Norte hasta Leningrado y Nóvgorod. Supongo que esto puede interesar al Gobierno español, al estar acantonada nuestra División Azul[85] en esta zona de Rusia. Pero todo indica que el Führer se ha vuelto a Berlín con las manos vacías, a pesar de sus peticiones y ofertas para una más profunda alianza, unidas, la verdad, a la amenaza latente sobre Finlandia, consistente en que los soviéticos puedan invadirla y destruir su independencia. En suma, se trata de convencer al Gobierno finés y a su Mariscal de que los destinos de Alemania y Finlandia en esta guerra están indisolublemente ligados. Ciertamente, yo opino lo mismo.

     Por cierto, me alegro de la noticia que me da Gállego, en el sentido de que su recomendado, el dibujante, Señor De Alba, alias Kin, se encuentra ya de regreso en Madrid, después de su no muy grata experiencia en la División 250[86]. De cualquier forma, tengo que insistirle en que, hasta ahora, la citada División ha estado muy lejos de Helsinki, para mis menguadas influencias y formas de transporte. Se rumorea que está siendo trasladada más al norte, para participar en el cerco de Leningrado[87]. Cuando ello sea así, supongo que nuestro Encargado de Negocios en Finlandia, Señor Foxá, podrá tener mejores medios para informar y ayudar, en los términos que nuestro Gobierno tenga a bien encargarle.

     Antes de que tuviese la oportunidad de volver a ocuparme con temas de la División, me avisó Pabón de que en el mes de julio de aquel año se celebraban las oposiciones que estaba preparando. Me animaba a no dejarlas pasar, con este razonamiento:

     Es una oportunidad muy interesante. Los opositores combatientes de la guerra civil mejor preparados o más influyentes ya obtuvieron plaza en los dos años anteriores; los jóvenes que no combatieron apenas han tenido tiempo de acabar la carrera o de preparar los exámenes. Es tu oportunidad. Ven y examínate, aunque no te juzgues con seguridad de aprobar. Tómate un mes de permiso, o de vacaciones si quieres, para dar los últimos toques. Yo no sé si andaré por Madrid en esas fechas veraniegas, pero he tenido ya ocasión de hablar de ti con varios miembros del tribunal, encareciendo tu preparación y el valor de que estés simultaneándola con un notable servicio informativo a nuestro País. Adelante, pues; no me desilusiones.

     No hubo, pues, otro remedio que pasar el Rubicón o, si ustedes prefieren, el Manzanares. La cosa fue tanto más grata, cuanto que, enviadas también este año las niñas con sus abuelos, Taimi estaba libre de los deberes de madre y tenía un par de semanas de vacaciones. Aunque ella no se decidía, la puse entre la espada y la pared: o me acompañaba, o yo no me movía de Helsinki. Aceptó y acomodé como pude los viajes, para que las fechas entrasen en la quincena vacacional de ella. De todos modos, el Señor Vakio prometió cerrar los ojos, si se demoraba unos días en reincorporarse a la emisora.

     En lo sentimental, el viaje no resultó muy grato. Las comunicaciones telefónicas con Finlandia estaban imposibles y las cartas tardaban ni se sabe cuánto. Yo, por mucho que quisiera acompañarla y enseñarle lugares gratos, estaba más preocupado de dar la última vuelta a los temas. Paseando -a veces, sola- por Madrid, Taimi parecía fijarse solo en todo lo más triste y gris, que era mucho en aquella capital en la inmediata posguerra. Acabamos por recluirnos en nuestro céntrico hotel de la calle Galdo; yo, estudiando en la habitación; ella, hojeando revistas o, como mucho, paseando arriba y abajo, de Sol a Callao, con la comprensión e infructuosos intentos de palique del personal de servicio. Uno de los días, cenando, me soltó:

-          Nunca más volveré a poner los pies en esta ciudad. Mucho calor para el cuerpo, pero te hiela el alma.

     Opté por descender de la metáfora a algo más prosaico:

-          Querida, mira a ver si mañana completas los regalos para las pequeñas, que, a última hora, nos será más difícil elegir bien.

     Menos mal que, por otro lado, las cosas iban saliendo mucho mejor. Aunque sin especial brillantez, aprobé las oposiciones con un buen número, aunque esto último no me preocupaba, pues tenía ya el compromiso de Pabón: se me concedería de inmediato la excedencia en la cátedra, para seguir cumpliendo con el cargo oficial de corresponsal de la Agencia. Me pasé por las oficinas de la calle Ayala para dejar ya tramitada la petición de excedencia y aproveché para invitar a cenar a Gállego, celebrando mi plaza. Como sabía que era casado, hice extensiva la invitación a su esposa, indicándole que yo también acudiría acompañado. Me sonsacó cuanto pudo y hube de hacerle algunas precisiones sobre Taimi. Escogí para reunirnos Casa Labra[88], por su tipismo y proximidad al hotel. Los Gállego eran muy agradables y Vicente estuvo particularmente afectuoso con Taimi, usando de su locuacidad y humor proverbiales. En eso, al menos, dimos en el clavo: A partir de entonces, cuando echaba venablos contra mi Director en presencia de Taimi, esta lo defendía invariablemente:

-          Sus razones tendrá -me decía-. Es mucho más humano y razonable que tú.

-          Que Dios te conserve el buen criterio, pero que no te lo empeore, replicaba yo.

     Creo que, pese al mucho tiempo que estuvimos juntos, mi queridísima amiga no llegó a entender la jerigonza con que intentaba yo traducir al inglés esa irónica frase.

***

     Nuestro regreso a Helsinki coincidió con la entrada en acción de la División Azul en el frente de Leningrado, precisamente en la parte sur del cerco, es decir, la más alejada de Finlandia. Eso tuvo un efecto decisivo para lo que ahora diré. Y es que, insistiendo Foxá en que lo acompañase alguna vez en sus excursiones a la zona de guerra, no tuve más remedio que aceptar en una sola ocasión, cuando comenzaba septiembre del 42, con el consiguiente retorno de Marija y Liisa a Helsinki. Mi objetivo era aprovechar los medios y los buenos oficios de nuestro Encargado de Negocios, a ver si era posible establecer algún tipo de conexión o enlace con la famosa División 250, pues consideraba poco digno ser corresponsal en Finlandia de una agencia oficial y no contar algo personal y próximo de los voluntarios españoles en la Wehrmacht. Foxá fue tajante:

-          ¡Y un cuerno! Si quieres jugarte la vida, te dejo en las líneas finesas y te las arreglas para infiltrarte entre los alemanes y los soviéticos, hasta llegar a los nuestros. ¿Sabes algo de ruso?

-          ¿No te haría ilusión ver con tus propios ojos los palacios imperiales? Dicen que el sector español incluye Pushkin y Pavlovsk[89], nada menos.

-          A juzgar por lo que Malaparte y yo vemos a lo lejos, no quedará de ellos ni los rabos.

     Era cierto, en parte. A Foxá y su compañero fascista parecían divertirles los fuegos y las explosiones, que iban a contemplar de lejos con cierta frecuencia, con la tolerancia de los militares fineses. Con todo, opté por sumarme a la pareja de ilustres literatos y recoger la experiencia en una de mis crónicas para EFE. En carta simultánea a Pabón, ofrecía algunos detalles adicionales, que supongo habría cortado la censura, de pretender publicarlos:

     El día en que estuvimos decía Foxá que el frente estaba tranquilo, en comparación con el espectáculo de otras ocasiones. Cada ver soporto menos el diletantismo de nuestro embajador quien, en presencia del Señor Malaparte, parece crecerse en la apariencia de ser original y tomar todo a chacota. Me cae mejor el italiano que, por lo menos, ha ido a la cárcel por su rebeldía y parece tener un sentido trágico sobre esta guerra, que él considera perdida para los alemanes y para sus compatriotas, aunque en el fondo los únicos triunfadores serán la crueldad y la destrucción. En fin, dejando de lado mis filias y fobias, tengo la impresión de que, como los finlandeses no lo remedien, Leningrado resistirá, no solo por el heroísmo de sus defensores, sino porque no llegan buenas noticias de otras partes del frente ruso. Oí de pasada que los nazis estaban retirando unidades blindadas del cerco leningradense para llevarlas a Ucrania o más allá, donde parece está la clave de su ofensiva en este año 42.

     Por lo demás, le reitero que, pese a que han acercado mucho nuestra División a la frontera, me será imposible ponerme en contacto con sus hombres. De todos modos, a juzgar por la indiferencia de Foxá, me malicio que nuestras autoridades no tienen mucho interés en conocer la realidad de los hechos y de sus sujetos pasivos. Les resulta más agradable prestar atención a la Hoja de Campaña[90] y a los inexactos partes de guerra que ofrecen los alemanes. Como dicen que no se espera un nuevo relevo de los voluntarios hasta finales de año[91], tienen tiempo de transmitir mensajes euforizantes, hasta que los que regresen puedan abrir los ojos del pequeño núcleo de familiares y amigos a quienes se atrevan a revelar las penalidades que sufren y lo duros que son los hijos de Stalin.

     No había acabado aún septiembre, cuando recibí un telefonazo de Foxá que habría de agradecer vivamente en el futuro:

-          ¿No querías empaparte de la División? Pues tengo en la embajada a un tío que estuvo el año pasado y que sabe de ella más que Muñoz Grandes[92]. Y quítamelo pronto de aquí, que me tiene mareado con su verborrea y persiguiendo al personal femenino de la Legación.

     La carta de presentación del personaje, como ven, no era muy favorable, pero para mí dominaba lo de “excelente conocedor de la División”. Lo fui a buscar, dos días después, a su hotel, que era en realidad una modesta pensión en la calle Lönnrotin, frente al mercado de Hietalahti. El tipo, llamado Álvaro N.[93], impresionaba: alto, muy delgado, con largo cabello rizado, rostro poco expresivo, casi adusto, y solemne voz de barítono. Siendo así, con el rostro atezado y rigurosamente vestido de oscuro, me hizo pensar inmediatamente en dos cosas: un empleado celtibérico de funeraria y un locutor para los partes informativos de nuestra Radio Nacional. Desde luego, de entrada, la locuacidad y la persecución de las señoras no parecían cualidades propias de aquel joven, que apenas me llevaría dos o tres años. A la hora y cuarto de estar juntos, tras un aperitivo bien regado en el vecino Bulevar[94], tuve ya motivos para creer que Foxá podía estar en lo cierto.

     En lo que a este relato conviene, les diré que Álvaro, niño de derechas con elevada imaginación, se había enrolado en la División Azul en los primeros momentos, cuando había que hacer cola, como para casi todo en España, incluso para entrar en el cementerio. En la dura batalla de Possad[95], le explotó cerca una granada y estuvo a punto de perder una pierna -que colocó ostentosamente encima de la mesa del bar, para mostrarme el costurón en la rodilla-. Lo evacuaron, curó con leve cojera, le dieron un par de medallas y el título de caballero mutilado.

-          No me importó mucho, agregó, porque ya había tenido bastante guerra en que combatir, y, chico, aquello era una auténtica mierda. No te digo que nosotros seamos ángeles, pero los alemanes son unos auténticos cafres: Para ellos, todos los prisioneros -civiles o no- tenían pinta de judíos y ya sabes cómo se las gastan con los hijos de Abraham.

-          Tengo una idea -repuse-, pero tú cuéntame con cierto detalle lo que hayas visto y permite que tome nota.

-          Te lo permito porque me has invitado a almorzar y eres colega mío. No sé si te habrá contado el cantamañanas del Embajador que soy periodista y algo escritor. Pero no como él, sino respetable: como que soy humorista.

-          Pues hala. Cuenta, que soy todo papel y lápiz.

     El hombre en verdad se ganó lo que consumía, y eso que fue mucho -no es por jamar, me decía, sino porque vuelva la camarera, que está jamón-. En fin, Álvaro tuvo la gracia de ofrecerse como cronista literario, o algo así, de la División, con el apoyo de Ridruejo[96], y llevaba meses viajando por el frente, aprovechando primero los aviones al servicio de la División Azul[97] y, posteriormente, en trenes o como le daba Hitler a entender. Hablaba y no acababa, de Minsk y de Smolensk, de Varsovia y de Riga, de los mariscales Keitel y Rommel, de los bombardeos y las ciudades en tinieblas. Llegó un momento en que me sentí solidario de un compañero tan entregado y le dije:

-          Supongo, Álvaro, que pensarás publicar todas estas experiencias. ¿No te pisaré el relato, si lo aprovecho para mis crónicas a la Agencia?

-          La verdad es que lo tengo todo recogido en cuadernos -me confesó-, pero no siento ninguna gana de contar esas hazañas de la humanidad.

-          Entonces, repliqué, ¿a qué demonios sigues empecinado en meterte donde no te llaman? Yo estoy en Helsinki por cumplir un deber informativo pero, ¿y tú?

-          Yo estoy de turismo. Me dijeron que en Finlandia había mil lagos y no pienso parar hasta haberme bañado en todos ellos.

-          Te informaron mal, Álvaro. De más de una hectárea, hay 56.000. De todas formas, suele estar tan fría el agua, que solo lo resistirías pasando antes por la sauna.

     Se me quedó mirando espetado y preguntó con su voz más grave:

-          ¿Es verdad que se meten en la garita hombres y mujeres desnudos?

     En verdad, aquel hombre era imposible. Tras conocer de una tacada a Foxá, Malaparte y Alvarito, empezaba a pensar si todos los escritores serían tan insoportablemente raros. Ahora pienso que no, que no era ninguna bacteria de los libros, sino algún virus de esa mefítica combinación de los extremismos y la guerra.

     Aún nos explotamos recíprocamente Álvaro y yo otro par de veces. Luego, se cansó de Helsinki, cogió un mercante hacia Dantzig y desapareció de mi vida. Su huella quedó en mis celebrados -y censurados- reportajes sobre la División Azul, así como en el recuerdo de su fuerte y curiosa personalidad. Prueba de ello es lo que me dijo Taimi una velada de aquel invierno:

-          Querido Antti, me has hablado tanto de ese tal Álvaro, que no sabes lo que lamento no haberlo conocido.

     La veía tan guapa, que no puede menos de sentir un escalofrío:

-          No creas, repliqué. Hay personas que pierden mucho en las distancias cortas.

 

 

7.      Un año tranquilo, relativamente

 

     Debo de ser algo masoquista pues para mí el tranquilo -en Finlandia- año 43 empieza con un bombardeo en noviembre del año anterior y concluye con las tres grandes incursiones aéreas sobre Helsinki de febrero del 44. De la primera de ellas daba cuenta a Pabón, de forma muy similar a la de mi crónica en EFE, así:

     En todos los quince bombardeos anteriores de este año Helsinki había tenido, como era habitual, la suerte de cara, si puede considerarse así el salir a un muerto por ataque. Esta vez, empero, sucedería todo lo contrario, quizá porque no se consideró oportuno dar la alarma aérea por el hecho de que nos sobrevolara un simple y solitario avión de reconocimiento. Sin embargo, su gentil tripulación quiso obsequiar a los helsinguinos con una bomba, como regalo dominical[98], cuando estaba lleno de gente menuda un cine en el lugar, pues proyectaban una parodia musical de Los tres mosqueteros[99]. Esa sola bomba causó 51 muertos y 120 heridos, mayoritariamente entre niños y jóvenes. Imagínese la desolación de toda esta ciudad. Por mi parte, no se me quita de la cabeza que podríamos habernos contado entre las víctimas, si las pequeñas de mi casera hubiesen sido de poca más edad de la que tienen.

     A partir de entonces, Taimi y yo optamos por sacar a las niñas lo menos posible y, en los días de fiesta, hacerlo a algún parque de los alrededores de Helsinki, lejos del puerto. La estabilización de la guerra en Finlandia y la aprobación de las oposiciones me permitían una casi plena dedicación a Marija y a Liisa, facilitada además por mi fluidez con su idioma. Apenas recibíamos visitas pues Taimi era de la opinión de no invitar a casa más que a personas de mucha confianza, descartando a quienes solo fuesen compañeros de trabajo más o menos amicales. Por mi parte, solo acogía a Kallio, y eso porque solía hacerme el favor de pasarse por el Unicornio para dejarme el resumen de prensa del día. Ya no tenía que hacerme la traducción, pues mi finés era suficiente para traducir de corrido y hacerme una buena idea de conjunto de los textos.

Fineses haciendo el saludo nazi ante la embajada de la URSS en Helsinki

     Al comenzar la primavera de aquel año, volví a tener noticias directas de Foxá. Tras casi dos años en la nevera, le había llegado la hora del relevo. No sé hasta qué punto ello era debido a la sustitución en el Ministerio de Asuntos Exteriores del Cuñadísimo, Serrano Suñer, por el Conde de Jordana[100]. Acudí a la legación a despedirme y lo encontré tan ligero y superficial como siempre.

-          No me preguntes por qué paso a mejor vida -me dijo-, pero el caso es que pienso disfrutar a modo de España y escribir o publicar todo lo que llevo dentro… del portafolios, por supuesto. Luego, nuestro Führer resolverá, que lo que es el de Berlín ya va a tener poco tiempo. En fin, cuídate mucho y huye de mi sucesor, que es un auténtico botarate.

     No lo volví a ver, pero sí que aún sufrí una de sus bromas. Pocos días más tarde, un taxista me subió a casa un paquete atado con bramante, con el sello de la Legación y a mi nombre. Era nada menos que el mono blanco y guateado que había lucido Foxá en nuestra excursión al campo de prisioneros de Nastola. Lo acompañaba una nota manuscrita suya, que aún conservo:

     A mí ya no me servirá; así que úsalo tú, si te apetece y logras engordar treinta kilos.

     ¡Qué tendrán algunas personas que solo muestran lo mejor de sí mismas cuando se van de tu lado!

     Y, en efecto, el embajador Prat era, también en mi opinión, un auténtico botarate[101]. Llegaba a Helsinki con la resaca de una ejecutoria en Rumanía y en Turquía, donde, más en labor de falangista del Servicio Exterior que en misiones diplomáticas, había jugado a los espías, pretendiendo favorecer a los alemanes en detrimento de los rusos. Las había organizado tan gordas en Ankara y Estambul, que el Ministro decidió quitarlo de país tan relevante entonces, y enviarlo a Helsinki, para ver si enfriaba sus peligrosas y fallidas iniciativas. La verdad es que el Conde de Jordana no tuvo muy buen ojo pues, a partir de mediados de 1943, las cosas se iban a poner candentes en Finlandia, tal y como yo apuntaba en mi quincenal misiva al Presidente de la Agencia EFE:

     El frente ruso-alemán retrocede decididamente hacia el oeste y, de seguir la iniciativa soviética, no sería extraño que la zona lindante con el golfo de Finlandia quedase en poder de los rusos hacia finales de año. Eso querría decir que Leningrado sería liberado y que en el istmo de Carelia quedarían de nuevo frente a frente fineses y rusos. La dura e ineficaz ofensiva alemana en Laponia estaría a merced del difícil acceso por el norte de Noruega. El Gobierno de Finlandia no puede ignorar todo eso, como tampoco que los rusos, vencidos los alemanes de la zona báltica, tienen todas las de ganar, si se deciden a recuperar los territorios que les fueron arrebatados por los fineses en 1941. Me informan mis fuentes de que el presidente Rity, lejos de sus coyunturales afirmaciones de entonces acerca de una Gran Finlandia, mantiene una actitud cripto británica, pese al absurdo cometido por Churchill al declarar la guerra a este País en diciembre de 1941[102]. Por su parte, Mannerheim, con la reserva que lo caracteriza, parece estar tranquilo aún y, de hecho, apenas ha tomado medidas adicionales, ni para reforzar las posiciones finesas en el frente, ni para colaborar más estrechamente con los nazis. Nada me extrañaría que, si continúa haciendo retroceder a los alemanes, Stalin pretenda hacer valer ante sus aliados sus tesis del Pacto con los nazis de agosto del 39: reclamar una zona de libre influencia rusa en la Europa oriental con la que limita la URSS, Finlandia incluida[103]. Eso sería tanto como dejar a los fineses abandonados a la ambición de los soviéticos que, como pusieron de manifiesto en el pasado, es insaciable.

     Más aparentemente activo que el hierático Mannerheim era nuestro embajador Prat, también marqués -¡cómo no!-, que llegaba a Helsinki con una merecida fama de falangistón metido a espía, con muy dudosos resultados y absoluta autonomía funcional. Más por esto que por aquello, el Ministro Gómez Jordana había decidido su traslado, desde la efervescente Turquía de la época, hasta el tranquilo frío de Finlandia. No contaba el Ministro con las inminentes tensiones que la marcha de la guerra iba a producir en esta República escandinava, proclives a resucitar en nuestro Encargado de Negocios su vena del Servicio Exterior de Falange y de servil correveidile de los nazis. Alguien -espero que no fuese Foxá- debía de haberle soplado que el corresponsal de EFE en Helsinki era persona bien informada y respetuosa de la autoridad diplomática. Así, aunque no tuve para con él la atención de acudir a su toma de posesión, ni solicitarle audiencia, no tardé en recibir un tarjetón con membrete de la Embajada, convocándome para día y hora determinados en la sede de la legación. La verdad, acudí con cierto enfado pues, por muy oficial que fuera la Agencia EFE, no me parecían formas de entrar en contacto con su corresponsal. Pero, en el decurso de la entrevista, las cosas fueron de mal en peor, como tuve que informar a Pabón, con cierto aire de fingida contrición:

     Es posible que me pudieran la irritación por haber sido convocado a toque de corneta y por la mala impresión que Foxá me había transmitido de su sucesor. Lo cierto es que, lejos de dejarme llevar por los derroteros de las glorias imperiales y del Rusia es culpable[104], le hice ver que la posición de Finlandia en aquellos momentos -y, por extensión, la de los extranjeros recibidos en su seno- era muy delicada y seguramente precisaba de poner una vela a Dios y otra al diablo. Comoquiera que, cambiando de tercio, el diplomático pasara a cantarme las excelencias del Servicio Exterior de Falange y de potenciar la ayuda a nuestros amigos nazis en todo lo posible, me revolví y le recordé el pase de pecho de Franco en Hendaya[105], la limitación a una división de la presencia española en Rusia y el rumoreado retorno de España a la estricta neutralidad, abandonando el estatus de no beligerante[106]. Con todo esto, el que fue perdiendo el control fue el Señor Prat, que supondría tenía que vérselas con un rojo o, cuando menos, un sonrosado. Jugándome el todo por el todo, aunque con exquisita suavidad, le aconsejé mucho tacto y cuidado en lo referente a abrir en Helsinki otra sucursal como la que había promovido en Estambul, tanto por la postura circunspecta del Ministro Jordana, como por lo poco acostumbrada que estaba Finlandia a los manejos de espionaje dentro de sus fronteras. El embajador alzó un poco más la voz, envaneciéndose de su buen desempeño en Turquía, a lo que yo le repliqué -aprovechando información recibida de Foxá- que sin duda había sido una lástima que su organización eficacísima hubiese sido permeada por el MI6 británico[107]. Contra lo que usted y yo podríamos haber previsto, la fundada alusión no provocó mi expulsión del despacho de Prat, sino que este comprendiera que se las había con alguien muy bien enterado y, tal vez, con algún ignoto contacto en Exteriores. Así pues, rebajó la tensión, trató de explicar el fiasco en Turquía y acabó pidiéndome simple colaboración para abrirse camino en Helsinki, dado que Foxá se había marchado sin dejarle ninguna clase de informes o sugerencias. Yo le contesté que cuanto sabía de buena tinta lo reflejaba en las crónicas enviadas a EFE, de algunas de las más relevantes podía hacerle llegar copia, si contaba con la autorización de mis superiores en la Agencia -la cual, dado el destinatario, doy por supuesta, salvo objeción por parte de usted-. Con esto nos despedimos, ya dentro de la corrección y la cortesía. No sé si considerará que soy demasiado díscolo o sincero, pero en ciertas cosas suelo cumplir con la frase hecha: prefiero ponerme una vez colorado que ciento amarillo; tanto más ahora en que -quiera Dios que no me falle- tengo una excelente retirada de mi cargo en la Agencia, incorporándome a la cátedra que me está esperando en algún Instituto de esa España que, pese a todo, empiezo a echar de menos.

     Como había anticipado a Pabón, en lo sucesivo mis relaciones con el embajador Prat fueron normales y poco frecuentes, más allá de hacerle llegar algunas noticias interesantes, que él podría no conocer. Para evitar un posible control policial de las visitas a la legación, preferí acudir al sistema -quizá un poco simple- de alquilar un apartado de correos en la Central postal[108], para uso exclusivo de las comunicaciones con la embajada. El Secretario de esta y yo mismo teníamos sendas llaves, con lo que podíamos recoger nuestra correspondencia interna sin necesidad de mandarla por correo, como si fuese una taquilla de una estación, pero con contrato fijo y concreción de titularidad. Y, por lo demás, yo creo que Prat fue rebajando su extremosidad con el tiempo y la derrota nazi, hasta desarrollar una carrera diplomática con menos trajín que hasta entonces.

***

     El invierno del 43 se echaba encima y, por primera vez desde que estaba en Finlandia, pensé en lo agradables que podrían ser unas vacaciones en mi Castellar natal, a la gratísima temperatura de seis o siete bajo cero -una bicoca, en comparación con lo que me esperaba en Helsinki-. Me refrenaba, no solo la tristeza de haber perdido ya a mis padres, sino el disgusto de Taimi, que contaba con mi concurso en fiestas para alegrar la casa y distraer a las niñas. Finalmente, todo me lo vino a solucionar una insólita llamada telefónica de Gállego, la tercera que recibía de él en casi tres años:

-          Andrés, amigo, ¿qué tal te parecería disfrutar de permiso de navidad un poco adelantado?

-          Como no te expliques mejor, querido Director…

-          Es que temo que me cuelgues el aparato y quiero entrarte poquito a poco.

-          Ya sabes como soy. Todo dependerá de que tengas fundados motivos y de que no me mandes al frente a repartir bufandas a los de la División Azul.

-          ¡Caliente, caliente! De la División quería hablarte.

     En resumidas cuentas: Los divisionarios volvían a casa y serían repatriados en expediciones sucesivas, desde finales de octubre a principios de diciembre, aproximadamente. De hecho, ya habían sido retirados del frente y llevados a retaguardia, para ir siendo embarcados en trenes sin parada programada, hasta llegar a Alemania. A la Agencia se le había ocurrido que, si alguien de ella hacía un buen reportaje sobre los ex combatientes antes de que llegasen a España, podía apuntarse un magnífico tanto informativo.

-          ¡Toma!, y si el reportaje va a hacerse en Alemania, ¿por qué no se lo encargáis a algún compañero de allí?

-          Porque, fuera coba, eres el mejor elemento que tenemos para este tipo de cosas. Eso pienso yo y eso mismo opina Pabón.

-          Ya, ya… Pero, si acepto, me quedo sin navidades en familia, que ya había avisado a mis hermanos.

-          Es cosa tuya, si quieres dejar a la dulce Taimi sin tu compañía. De hecho, no hay inconveniente en que alargues la licencia y, desde Alemania, te vengas para acá. El caso es que nos mandes el reportaje antes de que lleguen los divisionarios a Madrid.

-          O sea -bromeé-, que incluso puedo colarme de polizón en uno de los trenes de repatriados y así me ahorro el billete.

-          ¡Pues no sería mala cosa, mira tú por dónde! Así puedes informarte con mayor intimidad.

General Agustín Muñoz Grandes

     En fin, no les entretendré a ustedes con la logística del viaje, desde la obtención del visado en el consulado alemán de Helsinki, hasta mi llegada a la bellísima ciudad bávara de Hof, donde tendrían que parar todos los trenes de españoles, para entregar el armamento y los uniformes de la Wehrmacht, liquidar haberes y recuperar su indumentaria española. Solo diré que llegué a la crítica de recibir en el andén al primer convoy de divisionarios y quedar con algunos de ellos para iniciar mi trabajo; una tarea que me llevó quince días, y que concluyó -como yo había imaginado- viajando con una expedición hasta Hendaya, para disponer de mi persona en España y, con el permiso de la Policía, llegar hasta Castellar, sin más himnos ni ceremonias. Lamento que, por ese desapego al flamear de las banderas, no pudiera contar de propia mano cómo fue el recibimiento del tren en Madrid, aunque me lo figuro, siendo ya el enésimo llegado en unas pocas semanas, con el hastío consiguiente de los jerarcas y sus comparsas.

     Mi trabajo público para la agencia fue todo lo detallado, sentimental y aceptable para la censura, que mis sobresalientes cualidades permitían. Luego, todavía al amor de una cocina bilbaína, pero en Castellar, no perdí la costumbre y escribí a Pabón, de manera más escueta y políticamente reprobable:

     Me cuentan que el general Esteban Infantes se despidió de sus colegas alemanes con lágrimas en los ojos y balbuciendo disculpas. No es esa, por supuesto, la actitud de sus soldados, que se retiran de Rusia con la satisfacción del deber cumplido y dando saltos de alegría. Cuando se entra en mayores detalles, uno constata que no han sido solo el frío y las balas los mayores enemigos de la moral de nuestros divisionarios, sino el inicial desprecio de los alemanes por ellos -poco a poco superado, a base de muertos y de cruces de hierro[109]- y la forma criminal e inmisericorde de llevar la guerra los nazis para con la población civil, en especial, para con los supuestos judíos. Me hablan de ejecuciones con simples pretextos; de liquidaciones de prisioneros que no podían tenerse en pie; de ahorcamientos o fusilamientos de falsos partisanos, hostigadores o elementos sospechosos, con la medida -afortunadamente, no cumplida siempre- de cien rusos por cada soldado alemán. Claro que nuestros propios hombres reconocen que los pocos que hicieron algo por no secundar estas canalladas, o por tratar de impedirlas, fueron los de tropa, que jefes y oficiales solían mirar para otro lado. Me aseguran -fácil será de comprobar- que en todo momento la Hoja de Campaña de la División insistía en que los enemigos a los que había que combatir, no solo eran los bolcheviques, sino los judíos. Como no podía ser menos, insisten en la especial crueldad de las unidades de las SS, que a la vista de todos realizan masivas operaciones de escarmiento y de limpieza semítica.

     Ahora que ya sueñan con pisar tierra española, no dejan de sentir el escalofrío de lo que les depare el retorno. Muchos vienen heridos -incluso con heridas abiertas- y mutilados, sin que se los atienda ya en los hospitales alemanes y -temen- quién sabe si lo serán en los militares de España, ya que, una vez desmovilizados, no forman parte del Ejército nacional -tal vez, no han formado parte nunca del mismo, estrictamente hablando-. Otros dudan de que los alemanes, decadentes como van, sigan haciendo frente a las pensiones que, como mutilados de guerra, les corresponden a muchos de los nuestros [110]. Otros sospechan que nuestro Gobierno, tal y como marcha la guerra, deje de interesarse por ellos y no haga nada por facilitarles la obtención o recuperación de un puesto de trabajo. En resumen, Profesor, la felicidad de los divisionarios por retornar a su patria está empañada por muchos malos recuerdos y otros tantos temores por el futuro; y eso que muchos de los que ahora regresan pertenecen a un segundo, y aún a un tercer relevo, con menos de un año en el frente ruso. Ustedes, en España, estarán mejor informados de lo que está sucediendo con los que regresaron a partir de mayo del año pasado y, en consecuencia, compartirán, o no, los temores de estos últimos en regresar. Por cierto, últimos, excepción hecha de los que hayan caído prisioneros de los rusos, que me aseguran no son muchos[111], muestra de su propósito de morir antes que rendirse.

     Finalmente, cuando les he preguntado, uno a uno y en secreto, qué los llevó a Rusia me he llevado una sorpresa. Mi prejuicio era el de que habían querido salir de la miseria, o librarse de la amenaza de la marginación y represión en nuestro País. Sin embargo, han sido amplia mayoría quienes me han asegurado haber sido movidos por la propaganda y el ejemplo de la Falange, por inquina contra los comunistas e, incluso, por el honor de vestir el uniforme del mejor Ejército del mundo. ¿Quién puede saber el grado de verdad que hay en estas aseveraciones, un tanto grandilocuentes para ser completamente ciertas?

 

 

8.      Las volteretas del Mariscal


Interior del palacio de la Presidencia de la República (Helsinki)

     1944 convirtió al camarada Stalin en el amo y señor del frente del este. Buena prueba de ello tuvimos los helsinguinos en febrero, con lo que se ha dado en llamar las grandes incursiones, que nos pusieron a prueba con aquella dolorosa realidad, que yo había pulsado en mi viaje de regreso de España, un par de meses antes, al pasar en ferrocarril por Alemania. Me refiero, naturalmente, a los bombardeos aéreos. Es cierto que continuó la tónica de excelente defensa antiaérea y de notable falta de precisión de las fuerzas aéreas soviéticas. De lo acaecido en la primera gran incursión, la de la noche del 6 al 7 de febrero, daba cuenta a Pabón así:

     Los aparatos rusos llegaron en dos oleadas, a partir de las siete y media de la noche del día 6 y desde las cero horas del día 7, no acabando efectivamente el bombardeo hasta casi las cinco de la madrugada de este último día. Según los datos más fiables de carácter oficial -aquí la información de este tipo es bastante creíble-, participaron en el bombardeo más de setecientos aparatos, sin que la defensa contase con un solo caza que oponerlos, más allá de la defensa artillera desde tierra. Aunque pueda parecer casi imposible, se sostiene que solo unas 350 bombas cayeron en el casco urbano de la Capital, frente a unas 2.500 derramadas por las afueras y unas 4.000 perdidas en el mar. También resulta extraño que no se haya reportado ni un solo avión derribado, pese al notable trabajo que suele realizar siempre nuestra defensa antiaérea, que llegó a efectuar un total de diez mil disparos. Dentro de Helsinki, resultaron dañados unos 160 edificios, entre los cuales -ya es mala suerte- el de la antigua embajada de la Unión Soviética. Las víctimas ascendieron a cien muertos y trescientos heridos. Se dice que las bajas fueron tan crecidas porque había habido varias falsas alarmas en los días anteriores, circunstancia que disminuyó la prudencia de cierta gente. Si así fue, puedo asegurarle que no volverá a suceder: De hecho, se está asistiendo a un éxodo de los helsinguinos hacia residencias en los alrededores, aunque ello no garantice nada, habida cuenta de que los rusos parecen bombardear al tuntún; tanta es su imprecisión.

     Adelantándome a su segura preocupación, he de decirle que, habiéndonos pillado el bombardeo a toda la familia en casa, bajamos al refugio del sótano, pertrechados de mantas, cojines, libros y juguetes. Las niñas se durmieron, entre oleada y oleada de bombas y tuvimos que llevarlas en brazos de vuelta al piso, casi a la hora de levantarlas para ir al colegio. Como es lógico, Taimi decidió darles vacación ese día, hasta comprobar que la escuela no había sufrido daños y que se reanudaban efectivamente las clases.

     En otra misiva, pocos días después, le daba cuenta de los otros dos grandes bombardeos sobre Helsinki y de una incursión sorpresa sobre Estocolmo, cuya intención enseguida captó el Gobierno sueco, actuando en consecuencia. Escribía lo siguiente:

     Las otras dos incursiones se produjeron en las noches del 16 al 17 y del 26 al 27 de febrero y fueron tanto o más largas que la primera, pero menos mortíferas y bastante más movidas pues reaccionaron contra ellas cazas alemanes y fineses, que derribaron 25 aparatos soviéticos. El total de víctimas mortales fue en ambas incursiones de 46 y el de heridos, de 64. Fueron destruidos 86 edificios y dañados, 112. El espíritu de la población continúa fuerte y solidario, intercambiando chistes y anécdotas sobre la falta de puntería de los rusos. Otra cosa me supongo será la opinión de los gobernantes: Ha llegado hasta mí el rumor de discrepancias en el Gobierno, entre iniciar aproximaciones a Moscú, o cerrar filas con los nazis más íntimamente que hasta ahora. Me dicen que ha habido contactos también con el Gobierno sueco para que este salga de su neutralidad y ayude francamente a Finlandia, más allá de su tolerancia con la incorporación de voluntarios para luchar junto a sus hermanos finlandeses.

     Es probable que tenga que ver con esto último el sorprendente bombardeo de la zona de Estocolmo por tres aparatos rusos, a primera hora de la noche del 22 de febrero, con resultado de dos soldados heridos y la destrucción de un teatro al aire libre, lógicamente vacío en aquel momento. Supongo que los suecos habrán tomado nota y responderán negativamente a las peticiones finesas[112].

     En uno de esos giros afortunados de la guerra, el sur de Finlandia volvió de repente a la relativa calma en que había estado durante los dos años anteriores. Ni por tierra, ni por el aire, hubo novedades dignas de mención hasta el verano del 44. Es posible que los rusos consideraran bastante castigo las dos mil seiscientas toneladas de bombas que habían lanzado en las tres grandes incursiones para animar a los finlandeses a dejar las armas. Lo que no sabían era que solo una bomba de cada veinte había caído sobre Helsinki, incluidas las que, por hacerlo en parques y zonas deshabitadas, habían causado más ruido que daño. Así que Taimi, tras haber estado a punto de mandar a las niñas con los abuelos, fue tranquilizándose y escuchando cada vez más la voz de sus pequeñas, que ni a bien ni a mal querían separarse de ella, seguramente por temer que pudieran no volver a verla. Marija llegó a decirle que lo pasaba estupendamente en el refugio y que dormía mejor en él que en su habitación. Esto último no me extraña pues, cuando estábamos en nuestro cuarto piso, cualquier ruido nos desvelaba, mientras que en el sótano nos sentíamos seguros o, cuando menos, compartíamos nuestro temor. Insisto en que yo aprendí más finlandés en aquellas charlas improvisadas con los vecinos, que no con lecturas e intentos formales de sumergirme en el idioma.

     Pero todo, lo bueno y lo malo, llega a su fin. La tranquilidad para Finlandia acabó en junio, muy poco después de que los aliados de Stalin abriesen el anhelado segundo frente, desembarcando en Normandía. Un formidable ataque ruso a todo lo ancho del istmo de Carelia desbarató rápidamente las defensas finesas y la superioridad abrumadora de los soviéticos en blindados y aviones hizo prácticamente imposible organizar algún contraataque. Kallio apareció una tarde por casa, sin anunciarse, lo que presagiaba algún notición que quisiera compartir conmigo:

-          ¡Ribbentrop[113] está en Helsinki! ¡Se ha reunido por sorpresa con nuestro Gobierno!

-          ¡Tate!, respondí asombrado, procurando ocultar mi escepticismo ante la noticia. ¿Y qué diablos habrá venido a hacer aquí?

-          Pues lo mismo que Hitler hace dos años: evitar que Finlandia se les vaya de las manos. Los rumores de contactos con los soviets son cada vez más intensos: Mannerheim y compañía no pueden resistir el ataque ruso. Ya sabes que Viipuri[114] ha caído anteayer. Supongo que el Ministro nazi habrá venido para prometer la mayor ayuda militar posible, a cambio de que sigamos uncidos a su yugo.

-          ¿Y qué crees tú? -pregunté-. ¿Habrá cambios importantes?

-          No creo, contestó Matti Kallio. Lo que no imagino es cómo nos las arreglaremos para contentar a la vez a rusos y alemanes…, porque, si no lo logramos, unos u otros nos apuñalarán, de frente o por la espalda.

-          Bueno, suspiré. Supongo que lo sabremos por cómo se desarrollen los combates en los próximos días.

     Una vez más, mis informes siguieron los dos cauces habituales: el inmediato y más escueto, hasta llegar a la Agencia, y el más reposado y personal de las cartas a Pabón. En este caso, le escribía:

     Es opinión general de los finlandeses mejor informados que, ni Mannerheim, ni el Gobierno, tuvieron nunca certeza de la victoria alemana: Si se sumaron a la marea nazi contra Rusia, fue para conseguir recuperar lo que les había sido injustamente arrebatado en 1940. Las dudas sobre el triunfo alemán se reforzaron cuando la visita de Hitler, en junio del 42, siendo muestra de ello que Finlandia no quiso implicarse más a fondo en la guerra y decidió conformarse con lo recobrado hasta entonces. Permitir a los alemanes atacar a los rusos desde Laponia, teniendo en suelo finés más de doscientos mil soldados, fue la renta que Finlandia tuvo que pagar a Alemania para evitar ser invadida, como Noruega, o aplastada, como la Italia no fascista que abandonó a Hitler el pasado año. Y hay algunos datos de que los fineses preferirían ahora un modus vivendi con los triunfantes soviéticos: Recuerdo, en este sentido, el cambio de Primer Ministro, Rangell por Linkomies, o la exclusión del Gobierno del expansionista Movimiento Popular Patriótico. Pero parece que, hasta ahora, los rusos no han hecho caso de los guiños de Helsinki[115] y, tan pronto se ha abierto un segundo frente, han lanzado toda su fuerza contra Carelia, sin que se sepa si solo persiguen recuperar el istmo, o conquistar el sur de Finlandia, cogiendo a los alemanes entre dos fuegos.

     Mis fuentes se inclinan por entender que Ribbentrop ha conseguido ciertas seguridades por parte del Gobierno finlandés, en el sentido de no abandonar su alianza[116]. Prueba de ello es que se han detectado diversos movimientos de tropas de la Wehrmacht, de Laponia hacia el sur y las fuerzas aéreas alemanas han ampliado sus efectivos, sobre todo, en el campo de Immola, en posición muy próxima al frente ruso-finés. Veremos si llegan a tiempo de parar el rápido avance soviético.

     Efectivamente, el apoyo alemán, tanto en material, como en aviación, resultó muy importante para el radical cambio en la guerra. Los fineses, en apenas un mes, detuvieron el avance soviético, salvando aparentemente la independencia de su patria y la conservación de casi todo su suelo nacional. Ciertamente, yo no era un experto en cuestiones militares pero, barajando todas las informaciones recibidas, hice para Pabón el siguiente resumen:

     Una vez más, ha quedado claro que Mannerheim es muy distinto de Hitler. Como usted sabe, el cabo austriaco difícilmente autoriza una retirada profunda, para conseguir rehacerse y colocarse en líneas de más fácil defensa: Ya ve, por poner un ejemplo decisivo, lo que pasó en Stalingrado, donde prefirió sacrificar todo un Ejército, antes que ceder voluntariamente un metro de terreno. En cambio, Mannerheim, aunque con obvia preocupación, dejó opinar a sus generales al mando y autorizó una retirada estratégica a la llamada línea defensiva VKT[117]. Sobre esta base, es indudable que los finlandeses combatieron con un superior aprovechamiento de su escaso material, tanto en tanques, como en concentración artillera, uso de bazucas anticarro y aviación -primordialmente alemana-. Y dicen que Dios ayuda a quienes hacen por merecerlo: Hete aquí que los radioescuchas fineses captaron un mensaje ruso, que anunciaba un ataque masivo para envolver y atacar por la espalda la posición clave de Ihantala, para las 4 horas del 3 de julio. Esto permitió a los fineses concentrar tropas, blindados y artillería en proporción similar, por una vez, a los rusos y, apoyados por la aviación propia y la alemana, machacar a los soviéticos y frenar decisivamente su ofensiva, causándoles unas quince mil bajas. El 9 del mismo mes, los rusos daban por estabilizado el frente, trasladando la mayor parte de sus fuerzas a la zona sur del Báltico, donde los alemanes están ofreciendo mucha más resistencia de la esperada al avance soviético. Los finlandeses están eufóricos -cosa comprensible-, entendiendo que han impedido a los soviéticos acabar con la independencia de su país. Yo pienso que el objetivo de Stalin sería, más bien, ocuparlos y convertirlos en una especie de satélite de la URSS, pues no es comparable la situación de Finlandia con la de las llamadas Repúblicas Bálticas. Y, en cualquier caso, ya se verá cómo reacciona Rusia, una vez venza la feroz resistencia alemana y tenga soldados y medios para volver a la carga en el Norte. Por de pronto, Leningrado ya está libre de cerco, tras unos mil días de terrible asedio.

     En aquellas fechas de agosto, recibí una breve carta de Vicente Gállego, despidiéndose. Por razones que no concretaba, había sido cesado como Director de la Agencia EFE y quería informarme de ello personalmente:

     Me va a ser difícil olvidarme del mundo tan diverso y multi personal de EFE, para encasillarme en un periódico, viendo las mismas caras y leyendo a los mismos articulistas todos los días. Claro que alguna ventaja tendré, como la de no tener que pelear con el corresponsal en Helsinki… En serio, Andrés, me ha encantado conocerte, como también a tu bella finlandesa, a quien te ruego saludes en mi nombre. Por lo demás, no creo que notes mucha diferencia entre mí y el nuevo Director, Pedro Gómez Aparicio[118], que también se formó en el diario El Debate, a los pechos de Herrera Oria[119]. De cualquier modo, espero sigas trabajando para la Agencia hasta que consideres preferible volver a España y encargarte de esa cátedra que te está esperando.

     No eran buenos días para mí, desde el punto de vista personal. Aquel verano Taimi había decidido completar su periodo de vacaciones pagadas con un permiso no retribuido por su emisora, a fin de estar con sus hijas en casa de sus padres. Me dejó como único ocupante del piso, con un estimulante encargo:

-          Limpia la casa, al menos, una vez por semana. Que no volvamos y la encontremos hecha una leonera.

     Pocos días antes de recibir la carta de Gállego, se produjo la dimisión del Presidente Ryti, en medio de un escándalo, que no dejaba de ser una tempestad en un vaso de agua. Kallio me abrió los ojos al respecto:

-          Dicen que Ryti rebasó sus poderes presidenciales cuando escribió una carta personal a Hitler prometiéndole que, mientras él fuese Jefe del Estado finés, no nombraría un Gobierno que se apartase de la alianza alemana. Siendo Ryti como sabemos que es, muy prudente y anglófilo, ¿cómo vamos a creernos semejante patraña? El pobre hombre, presionado por Mannerheim y Linkomies[120]  y en bien de Finlandia, hizo lo acordado: comprometer su honor para engañar a los nazis.

-          Pues ya me dirás cómo.

-          Muy sencillo. Como le quedaban dos años y medio de Presidente, el Führer se frotó las manos con el compromiso epistolar. Con lo que no contaba es con que Ryti dimitiera y lo sucediese enseguida otro, que ya no tiene el deber de seguir siendo su aliado. Y, para tapar un poco la mentira, alegan que Ryti se ha pasado de rosca, al enviar la carta de marras sin contar con su Gobierno ni con el Parlamento. ¿Qué te parece?

-          Pues, para empezar, que los alemanes pueden cabrearse e invadir el sur de Finlandia desde Laponia, como hicieron en Italia.

-          Aunque son muchos y fuertes, no les será tan fácil. Nuestro ejército está ahora triunfante y crecido: sería un enemigo formidable. Además, Mannerheim ya ha conseguido lo que quería: haber sido entusiásticamente ayudado por los germanos para ganar a los rusos las batallas decisivas. El enemigo más peligroso era la URSS y ya la ha sorteado. Ahora, a torear a los nazis, como diríais en España.

-          ¿Y quién va a ser el matador, ahora que Ryti lo ha dejado?

-          No hay más remedio: Mannerheim tendrá que dar un paso al frente y aceptar el puesto de Presidente. De hecho, han convocado al Parlamento para encargarle el mandato. Nos guste o no, solo él concita el respeto, si no el temor, de las autoridades de Berlín y de Moscú.

-          ¿Cuál será el mandato que se le encargue: calmar a Berlín o negociar con Moscú?

-          Será necesario hacer lo primero para gestionar luego lo segundo. Todos sabemos que Rusia va a ganar la guerra. Por tanto, los alemanes pueden meter miedo solo durante unos meses; en cambio, los soviéticos van a ser los amos de la Europa oriental durante muchos años, si nadie lo remedia.

-          En fin, Matti -concluí-. Va a resultar que nuestro Mariscal, no contento con los campos de batalla, va a tener que dirigir un circo de dos pistas.

     Por de pronto, le tocó dirigir un Estado con dos amenazas internacionales. Rompiendo con su repugnancia a ejercer funciones estrictamente políticas, el 4 de agosto aceptaba la decisión del Parlamento, nombrándolo Presidente de la República mediante una ley de emergencia. Ahora disponía de plenos poderes para gestionar la crisis como tuviera por conveniente; y la verdad es que no tardó en resolverla, lo que evidenciaba que tenía las ideas claras y los preparativos ya organizados. Se lo contaba así al Profesor Pabón, tras haber cambiado impresiones con mi mentor, el periodista Kallio:

     El tiempo corría muy aprisa y parece que los rusos se aprestaban a activar el frente finlandés; de modo que el Mariscal, en su doble función de Jefe de Estado y del Ejército, concertó un alto el fuego con los soviéticos, que entró en vigor a las siete de la mañana del día 4 de septiembre, aunque no se respetó plenamente hasta el día siguiente. Una misión finesa acudió a Moscú con plenos poderes para acordar los términos de un armisticio, siempre que no implicara la ocupación o la pérdida de la independencia del País. Parece ser que Stalin puso la condición inexcusable de que Mannerheim apoyase lo acordado y fuese él, como Jefe del Estado, quien se comprometiese a cumplirlo. Dicen que el Dictador soviético tiene una especie de especial respeto y consideración hacia el Mariscal, que apenas reserva para un puñado de personas. Lo llamativo en alguien tan pragmático como Stalin es que extienda esos sentimientos al pueblo finés, hasta el punto de no imponerle medidas dramáticas, por más que lo tenga casi a su merced. En fin, como usted sabe y yo he transmitido ya a la Agencia, el pasado día 19 de septiembre se firmó en la capital rusa el armisticio entre Finlandia y la Unión Soviética -con el Reino Unido como convidado de piedra-. Seguidamente, Mannerheim envió una carta a Hitler haciéndoselo saber personalmente, agradeciéndole su ayuda pasada y asegurándole que no era posible otra opción para Finlandia, dadas las circunstancias de la guerra. Así mismo, se dice que, como cláusulas secretas adicionales, el Mariscal se ha comprometido a no ejercer ninguna hostilidad contra las tropas alemanas, con tal que se retiren de Laponia con cierta diligencia, algo que el Gobierno finlandés valoraría con bastante tolerancia, en atención al número de efectivos de la Wehrmacht desplegados en el frente norte y a lo complicada que puede resultar su retirada hacia Noruega, ahora que se aproxima el tiempo invernal.

     Antes he escrito que los términos del armisticio no han sido dramáticos y lo sostengo, siempre en atención a lo previsible. Finlandia volverá a perder el istmo de Carelia, y Petsamo, por añadidura; habrá de pagar una indemnización de guerra a la URSS de trescientos millones de dólares[121] en seis años; colocará a su Ejército en pie de paz, en el plazo de dos meses y medio; procederá a garantizar la inmediata retirada de las tropas alemanas de su territorio, o su desarme en otro caso; legalizará el partido comunista finés, y juzgará a los criminales de guerra o contra la paz finlandeses, según una lista a fijar posteriormente. Una Comisión de Control soviética se encargará de velar por el cumplimiento de estas y las demás cláusulas del acuerdo.

     Lo dicho: Mannerheim era tan buen prestidigitador como general; pero todo truco de magia tiene un posible fallo. En este caso, sería la llamada Guerra de Laponia, que acabaría por enfrentar a dos ejércitos cansados de pelear y hasta entonces amigos. Pero antes de eso, Taimi y las niñas regresaron de Kokkola. Tenían un aspecto muy saludable y muy pocas ganas de reincorporarse al trabajo. Las fui haciendo pasar por todas las habitaciones de la casa para que diesen el conforme a su limpieza. La revisión fue muy favorable, si bien me abstuve de confesarles que un par de días antes había contratado a la esposa del portero, para que dejase la vivienda en orden de revista.

 

 

9.      El taller de Joulupukki[122] y otros motivos de inquietud

    

     La reavivación de la guerra fue la ocasión de prolongar mi estancia en Finlandia. Al parecer, los del Ministerio de Educación Nacional empezaban a cansarse de mi dilatada excedencia. Así se lo habían hecho saber a Pabón, y este a mí. Iba a comenzar el curso 1944-45 y había abundantes cátedras vacantes. El Presidente de la Agencia apuntaba que el nuevo Director, Gómez Aparicio, aunque no tenía nada contra mí, tampoco sentía el afecto de su antecesor hacia mi persona. En fin, andaba yo un poco mustio, remoloneando en informar a Taimi y a las niñas de mi inminente partida. En esto, recibí una llamada telefónica de Kallio, que me abrió los cielos:

-          ¡Atento, Antti, que la cosa se pone caliente! Parece ser que Stalin ha amenazado con ser él en persona quien eche a los alemanes de Finlandia, si Mannerheim no se pone manos a la obra.

-          Pues mejor para vosotros -empezaba a distanciarme de aquella nación entrañable-. Así no tendréis que empeñaros en una tarea tan desagradable.

-          No sabes lo que dices -rugió Matti-. ¿Crees que, una vez cumplida su función, los rusos se iban a ir de Laponia? Además, está el honor de Mannerheim, que se comprometió con Hitler a darle tiempo para retirar su Ejército.

-          En conclusión -le pedí-, ¿qué opinas?

-          Pues que tenemos conflicto germano-finés a la vista. La cuestión es: ¿guerra en toda regla o meras escaramuzas?

-          Gracias, Matti, no sabes el peso que me quitas de encima.

     Y colgué, sin más, dejándolo atónito. Una hora más tarde, un escueto comunicado mío a la Agencia empezaba: Conflicto entre los antiguos aliados. Y aquella misma noche redactaba una nueva carta para Pabón, con el ruego de que defendiera ante Pedrogó[123] mi continuidad en Helsinki:

     Esta corresponsalía vuelve a estar en un lugar y un momento candentes. O los finlandeses acceden a echar a toda prisa a los alemanes de Laponia -y hay todo un Ejército de ellos[124]-, o los rusos invadirán Finlandia y puede hasta producirse una guerra a tres bandos. Sabe usted que yo conozco perfectamente la situación y tengo fuentes de toda solvencia. El Mariscal Mannerheim, tan estimado por mucha gente en España, puede estar en peligro, como también su País. ¿Creen los chupatintas del Ministerio de Educación que es buen momento para que vaya yo a enseñar a los muchachos españoles dónde está el Pico de Aneto?

     Una vez más, Pabón salió en mi defensa y pude seguir en Finlandia. Quiero creer que había algo más que simpatía por su parte. Ustedes opinarán por lo que sigue.

***

     Yo creo que Mannerheim habría estado dispuesto a que los alemanes se retirasen tranquilamente del norte de Finlandia, dando tiempo, además, para que obtuviesen de las minas de Petsamo la mayor cantidad de níquel posible; pero Stalin no estaba por la labor, como ya he indicado. Ante la amenaza de que los rusos invadirían el sur del País para encargarse por sí mismos de la expulsión de los germanos, el Mariscal no tuvo más remedio que urgir a la Wehrmacht una salida rápida hacia Noruega. La cosa se complicó y acabó dando lugar a una especie de conflicto limitado germano-finés, que sería conocida como la Guerra de Laponia. De su desarrollo informé a Pabón en varias cartas, que extracto de forma continuada:

     La feliz culminación del proceso de armisticio se está complicando por momentos, por lo que parecía una cuestión secundaria: el ritmo de retirada alemana del territorio finés. Mannerheim tenía razón en prometerle a Hitler un tiempo moderado y razonable, no solo por respeto, sino porque el Ejército finlandés no podía permitirse un enfrentamiento armado con el alemán. Piense, Profesor, que, al mismo tiempo que debe garantizar el abandono de Finlandia o, en otro caso, el desarme de la Wehrmacht, el armisticio también le obliga a ponerse en pie de paz, reduciendo sus efectivos hasta unos cincuenta o sesenta mil hombres. Los soviéticos presionan, pero los nazis también advierten: Ha habido un conato de operación de desembarco por la Marina de Guerra germana para ocupar una isla en el golfo de Finlandia[125], con el pretexto de poder retirarse, no solo por el norte, sino por el sur, lo que no conviene a los rusos pues así las unidades alemanas podrían estar pronto dispuestas para enfrentárseles en Polonia. La verdad, la situación no es nada fácil…

     Como le informaba en misivas precedentes, parece estar desarrollándose en Laponia una nueva drôle de guerre[126], para contentar a los rusos y permitir que los alemanes se retiren en un plazo de tres meses, que es el cálculo de lo que razonablemente necesitan. No habría más tensión, si no fuese porque los nazis, al abandonar Laponia, están mostrando su vergonzosa forma de hacer sufrir a quienes han abandonado su alianza. Afortunadamente, Laponia está muy poco poblada y carece casi totalmente de grandes fábricas, instalaciones y vías modernas de comunicación; pero lo cierto es que no hay vía férrea, puente o finca que no destruyan, practicando una política de tierra quemada, absolutamente injustificable, dado que ni finlandeses, ni rusos se proponen perseguirlos. Por supuesto, desmontan y se llevan todo cuanto pueden, con el pretexto de que ha sido instalado por ellos como esfuerzo de guerra. Se maneja la cifra de unas quince mil casas destruidas o convertidas en inhabitables, lo que sería casi la mitad de las existentes en los campos de Laponia. ¡Pobre Papá Noel!...

     La guerra de pega se está convirtiendo en una de verdad. Los finlandeses no están dispuestos a que su tolerancia se convierta en una libertad plena para que los alemanes minen el golfo de Botnia, destruyan Laponia o tomen rehenes fineses. De todas formas, los choques, terrestres y navales, son limitados y aseguran mis fuentes que el Ejército de aquí no parece muy motivado para la lucha, no solo por ser antiguos aliados, sino porque, a fin de cuentas, Finlandia va quedando libre de ocupantes. Más al norte, los rusos han decidido tomar la iniciativa para liberar la comarca y minas de Petsamo, llegando a penetrar profundamente en territorio finés. Los periódicos informan de que, sabedores de ello, las unidades finlandesas han subido hasta el extremo norte, para encontrarse con los rusos y forzarles a la retirada, conforme a los términos del armisticio…

     Anteayer sería el Día de Difuntos en España[127]. En Finlandia se da por concluida la guerra en Laponia y llega el momento de contar los muertos. Por parte finesa, se calculan en unos mil. Los alemanes son más, aunque no rebasan en ningún caso los dos mil. Finlandia ha hecho 1.300 prisioneros alemanes que, para su desgracia, serán entregados a los soviéticos, según compromiso adquirido por el armisticio de Moscú. Las últimas tropas germanas en abandonar el País se han fortificado en la frontera con Noruega, a fin de evitar que los rusos ataquen este último país desde el norte. La tarea por hacer en Laponia será enorme, empezando por limpiar su suelo de minas y explosivos, a fin de evitar accidentes luctuosos. En fin, Señor Pabón, la guerra parece haber terminado para Finlandia y quizá piense usted que ya no hay razón para retenerme en Helsinki. Con todo, tenga en cuenta que el curso académico ya ha comenzado y no sé si el Ministerio de Educación tendría acomodo para mí a estas alturas…

     El hombre propone y sus superiores disponen. Juzgando perdido todo intento de permanecer en Helsinki, decidí organizar una pequeña fiesta en el Unicornio, con el motivo aparente de celebrar el fin de la guerra. En el curso de ella, me proponía confesar de alguna forma suave que mi estancia helsinguina estaba también tocando a su fin. Yo ya me había acabado por hacer a la idea y pensaba más en mi regreso a España que en mis obligaciones de corresponsal. Mi amigo Kallio, que estaba al corriente de la situación, me había hecho, como despedida, el regalo de un cuchillo con mango de cuerno de reno, con la siguiente inscripción en la hoja: Antti Päärynä, Soturi[128]. No dejaba de ser cierto: Aquel hombre pacífico había llegado con la guerra y se iba con ella.

Pero todo cambió, cuando recibí una sibilina carta de Pabón, en estos términos:

     Tienes razón: No es razonable que regreses con el curso empezado, después de tanto tiempo de excedencia. Además, tengo que hacerte un encargo de la máxima importancia. No hables a nadie de ello. Tómate vacaciones en Navidad y ven a verme a Madrid. Te contaré personalmente de qué se trata.

***

     Viviría mil años y no habría imaginado el motivo por el que Pabón me animaba a seguir en Helsinki. Es más, de no ser por el secreto natural al caso, es posible que la causa hubiese desbancado a la grabación de la conversación de Hitler, en cuanto a mi pobre pero personal contribución a la Historia, con mayúsculas.

-          ¿Sigues en buenas relaciones con Mannerheim?, me preguntó Pabón, tan pronto nos acomodamos en el salón de su casa, mano a mano y con la puerta cerrada.

-          No lo he vuelto a ver desde la visita de Hitler, repuse. Eso sí, no se me olvida hacerle llegar, cada 4 de junio, una caja de puros igual que la del año 42… ¡Ah!, y una felicitación epistolar por su promoción a Presidente de la República.

-          ¿Y él te contesta?

-          Por supuesto, y de su puño y letra. Cuando me muera, legaré sus contestaciones al archivo de la Agencia EFE.

-          Según eso -prosiguió Pabón, haciendo caso omiso de mi humorada-, no tendrás dificultad en pedirle una entrevista, como si fuese cosa tuya.

-          ¡Hombre!, ahora que es todo un Jefe de Estado, pues no sé…

-          Tienes que conseguirlo -afirmó con énfasis-. Tal vez, metí la pata por prestigiar a la Agencia, pero me he comprometido con alguien muy, pero que muy, importante.

-          Entonces -concluí, aunque no convencido del todo-, delo por hecho: Ya me las arreglaré. Pero ¿de qué encargo se trata?

-          De entregar al Mariscal una carta personal del Generalísimo, pero no tengo ni idea de su contenido, como es natural.

-          ¡Tate!, cuánto honor, teniendo en Helsinki a un embajador de España.

-          Ya, de eso se trata, precisamente. Su Excelencia, por motivos que él sabrá, no quiere dar pábulo a habladurías, ni dar a su misiva carácter oficial.

-          Conociendo a nuestro Encargado de Negocios, empiezo a suponer los motivos del Caudillo, afirmé. Pero, Don Jesús, sincérese usted y dígame cómo fue la gestación del encarguito.

     Pabón me hizo un resumen escueto. Comprendí que no tuviera muchas ganas de confesar su metedura de pata, por emplear sus propias palabras. Con motivo de la celebración del 1 de octubre[129], habían ido a cumplimentar a Franco las autoridades de la Agencia EFE y le entregaron un libro, lujosamente encuadernado, con un resumen de las actividades de sus corresponsales. Ahí salía yo, en mis mejores momentos, entre los que estaba mi llamativa presencia en la entrevista de Mannerheim con Hitler, que había acabado por saberse. Días más tarde, Pabón recibió una llamada de El Pardo[130], citándolo para una audiencia particular con el Jefe del Estado. Mi Presidente acudió, temblándole las piernas, para encontrarse con una de esas sorpresas que daban la minuciosidad y atención de Franco por muchas cosas aparentemente nimias.

-          Figúrate que había estado hojeando la memoria de la Agencia y le había interesado mucho lo relativo a la entrevista de marras y a tu presencia en ella. Es el caso -me dijo Su Excelencia- que quiero hacerle llegar una carta privada al Mariscal Mannerheim y no querría usar de los canales oficiales. Ese corresponsal que se lleva tan bien con él, ¿podría encargarse? ¿Responde usted de su fidelidad y reserva? Estaba tan aturullado que solo se me ocurrió responderle: Naturalmente, Excelencia. No es un simple periodista: es catedrático. Franco sonrió: Pabón, no todos los catedráticos son como usted. Yo callé abochornado, pero él se limitó a agregar: Le avisaré cuando tenga ultimada la misiva. Entre tanto, vaya advirtiendo al periodista y catedrático de lo que se espera de él.

-          ¿Tiene usted ya la carta en su poder?, pregunté.

-          El Caudillo quiere entregártela directamente y no sé si te preguntará por el idioma a que, por cortesía, sería oportuno traducirla para su mejor comprensión.

-          Mannerheim es un notable políglota -comenté- pero, que yo sepa, no sabe ni papa de español. Pienso que el alemán sería una buena opción, entre otras cosas, porque no tendrá Franco ninguna dificultad en encontrar traductor de plena confianza.

     Cosa de una semana más tarde, en vísperas de Nochebuena, cruzaba por primera vez en mi vida los umbrales del palacio de El Pardo, en compañía de Pabón. El Caudillo nos recibió en una salita de mobiliario barroco -o neobarroco: no soy un experto-, con un hermoso tapiz de La nevada, de Goya. A media luz y con su vocecilla más mortecina que de costumbre -en opinión de Pabón-, Franco me asaeteó a preguntas sobre mis previos contactos con Mannerheim y acerca de las recientes victorias finesas contra Rusia. Con respeto, pero de forma coloquial, le di la información que requería, incluidos los puros con que obsequiaba anualmente al Mariscal. Luego, ¿fuma? Así es, señor, le dije. ¿También en presencia del Führer? No, mi General. Por lo que yo vi solo encendió el puro cuando Hitler ya iba de vuelta para Alemania. Ya me lo figuraba yo, comentó con una sonrisa pícara[131].

      Seguidamente, tomó del buró un sobre tamaño folio que, según él, guardaba en su interior la carta para Mannerheim. La cubierta exterior no llevaba membrete o escrito ninguno, solo un sello de lacre con el escudo de España, para asegurar su inviolabilidad.

-          He escrito la carta en alemán, como usted aconsejó, añadió el Jefe del Estado. ¿No habría sido mejor hacerlo en finlandés?

-          El Mariscal Mannerheim ha aprendido su idioma de mayor, repuse. En mi opinión, habla ruso, sueco o, incluso, alemán mejor que la lengua finesa.

-          Un hombre excepcional, el Mariscal, dedujo el Generalísimo, entregándome el mensaje para el Jefe del Estado de Finlandia, que inmediatamente sepulté en una lujosa cartera de piel con grabado Agencia EFE, que Pabón acababa de regalarme para la ocasión.

***

     En cuanto Pabón me advirtió del objeto del encargo, telefoneé a Kallio, aún a riesgo de que nuestra conversación fuera interceptada. Tomé únicamente la precaución de llamar desde la Agencia y con autorización de su Presidente. Como es lógico, tan solo le informé de que, por muy poderosas razones, tenía que ver a Mannerheim de forma reservada, tan pronto llegase a Finlandia, a principios de año. Mi amigo periodista empleó para conseguirlo, según creo, la vía de que el Director del Helsingen Sanomat, Niiniluoto, se pusiera en contacto con el coronel Grönwall[132], ayudante del Mariscal desde antes de ocupar la Jefatura del Estado. Las cosas en Finlandia eran menos formales y difíciles que en España. En tres días tenía en mi poder un telegrama de Matti Kallio: Te espera, era todo su texto.

     Cuando me despedí de Pabón en el andén de la estación de Príncipe Pío, tenía a mi lado a un fornido policía de la Secreta, que me acompañaría hasta París en el convoy. Una vez allí, sería cosa mía velar por la integridad de mi tesoro. Pabón me adelantó:

-          Como comprenderás, nada sé en firme de lo que voy a decirte, pero no me extrañaría nada que, si la carta obtiene contestación, seas tú el encargado de traerla. En cuanto sepas algo de ello, me avisas.

     Como era de esperar, pese a la guerra y a la natural preocupación, el mensaje y yo llegamos a Helsinki sin novedad el miércoles, 10 de enero de 1945. Atrás solo había dejado trescientas pesetas, que me birló el inspector Benavides jugando al póquer para entretener el viaje. Algo mejoraría mi juego pues dicen que perdiendo se aprende.

     Mi encuentro con Mannerheim fue de lo más rápido. Me recibió unos instantes en su despacho, de pie. Según me dijo, había surgido la necesidad de trasladarse al Parlamento y apenas podía concederme unos momentos.

-          ¿Qué se le ofrece, Pereda? -al menos, recordaba mi apellido-.

-          Una carta privada del General Franco para Su Excelencia. Me ha hecho el honor de ser yo quien se la traiga en mano, con el ruego de que no transcienda el hecho, ni el contenido de la misiva.

-          ¡Caramba, del Generalísimo!, se asombró el prócer. No dude usted de que la leeré cuanto antes y en privado…, si no está escrita en español.

-          Creo que lo está en alemán. Al menos, eso le sugerí.

-          ¡Perfecto! Si la misiva solicita o aconseja contestación, ¿podría también yo usar de sus servicios?

-          Por supuesto, Mariscal. Tiene en mí a un servidor y, si me lo permite, a un amigo.

-          Claro que se lo permito. Por cierto, no me había dado cuenta de que estábamos hablando en finés.

-          Me voy defendiendo, aunque es muy difícil. Su Excelencia, sin duda, compartirá mi opinión.

     Mannerheim rompió a reír; estrechó mi mano y me despidió con un hasta pronto.

    La respuesta no se hizo esperar. Diez días después, un sábado, recibí una llamada del coronel Grönwall, convocándome ante Mannerheim lo antes que pudiera, ofreciendo enviarme un coche oficial. Decliné la gentileza y me presenté en Palacio usando un taxi, para evitar habladurías. El Presidente me recibió en una salita, a solas, fumando un veguero de los de mi cosecha, según dijo.

-          Pero ¿todavía le quedan desde junio?, bromeé.

-          Solo los fumo cuando estoy con amigos, replicó con máxima cortesía.

     La carta de respuesta presentaba el mismo formato protector que la de Franco, salvo el escudo nacional español, como es natural. Me preguntó cuánto había tardado en el viaje de Madrid a Helsinki, para calcular la demora en llegar la contestación.

-          No crea que tengo prisa, pues el contenido de la respuesta no es urgente, ni mucho menos. Lástima que no pueda revelarle nada, a petición de su Caudillo.

-          La verdad, Señor Presidente, aunque trabaje para una Agencia oficial española, no creo que el General Franco sea mi Caudillo, ni el de millones de otros españoles. Lo que no puedo negar ni discutir es que sea el Jefe del Estado, por méritos de guerra… civil.

-          También en Finlandia -concedió- la guerra civil de 1917-18 fue una dura prueba y una barrera entre compatriotas durante bastante tiempo, pero la superamos en una decena de años y, si la guerra actual ha tenido una virtud, ha sido la de unirnos en defensa de nuestra independencia.

-          Bueno, también pudo haber ayudado a superar el trauma el que Su Excelencia, comandante en jefe del bando vencedor, no explotara políticamente el triunfo del año 18 y se presentara a unas elecciones…

-          En que, por cierto, me derrotaron. Fue una buena lección. Nunca más he querido meterme en política, salvo en la militar. De hecho, ahora soy Presidente para superar una contingencia gravísima, y a petición de todo el Parlamento. Ya veremos cuánto dura.

-          Dure lo que quiera -afirmé-, Finlandia va saliendo airosa de esta prueba. Su Excelencia ha tenido mucha parte, pero su pueblo todavía más. Hace cincuenta años lo definió muy bien un español, que ejerció de Cónsul de España en Helsinki: Me asombra el capital social de esta nación. Los finlandeses, antes que individuos, son miembros del organismo social[133].

-          Muy cierto. Yo me retiraré no tardando, pero Finlandia perdurará. Es una hermosa herencia para el futuro.

     La conversación estaba concluyendo. Mannerheim me preguntó con interés:

-          Dígame, Pereda, ¿cree usted que el General Franco está dispuesto a perpetuarse en el poder?

-          No lo dude, siempre que los Aliados se lo consientan.

-          Si por los rusos fuera, no duraría ni seis meses, pero, claro, los ingleses y los norteamericanos no me parecen tan decididos a intervenir en España.

     ¿Sería de algo de eso acerca de lo que versaban las cartas? ¡Quién sabe! Lo cierto es que tendría que regresar a España y confirmar inmediatamente a Mannerheim la recepción de la suya por Franco. Me puse en contacto con Pabón y le informé de que ya tenía la misiva del Mariscal. Mostró su alegría y me exhortó a ponerme de inmediato en camino. Tal vez para animarme, agregó:

-          Después de este trabajo, ¡que vuelvan los chupatintas del Ministerio a reclamarte para que vengas a desasnar a los muchachos de un Instituto!

-          No crea, Don Jesús -repliqué-. Yo no estoy hecho para estos trotes.

 

 

10.    Últimos tiempos en Helsinki, que luego no lo fueron

 

     El 27 de abril de 1945, la Wehrmacht se retiraba de sus últimas posiciones en territorio finés, confinante con Noruega. Al día siguiente, todos los diarios traían la fotografía de una patrulla finlandesa colocando su bandera en el punto geográfico en que confluyen los confines de Noruega, Suecia y Finlandia. Era el principio de la celebración del final de las hostilidades, que en toda Europa apenas durarían diez días más. Contagiado del entusiasmo colectivo y animado por el buen tiempo, reservé mesa para los cuatro en mi amado Kappeli para el sábado, día 11. Pero, antes, Taimi me tenía reservada una sorpresa, que quiso hacerme conocer antes de celebrar aquella comida festiva.

-          Tenemos que hablar, Antti, y tal vez sea este el mejor momento, cuando la guerra ha acabado y todos imaginamos ya una vida nueva y, dentro de lo que cabe, mejor.

     Las claves de lo que tenía que decirme eran dos. De una parte, y aunque yo no se lo hubiese hecho saber expresamente, conocía y comprendía mi intención de abandonar Finlandia no tardando, para reintegrarme a España y empezar a ejercer la docencia. De otra, las niñas se iban haciendo mayores -Marija había cumplido ya diez años- y no le parecía oportuno darles un confuso ejemplo de convivencia, en que se mezclaban el hospedaje, la relación amorosa y un afecto cuasi paterno-filial entre sus hijas y yo, pero sin estabilidad ni compromiso. En consecuencia, si mi partida de Finlandia iba a producirse antes del comienzo del siguiente curso escolar, las cosas podían seguir como estaban, informando a las niñas de mi próxima despedida y dejando el verano para adaptarse a mi ausencia. Pero, si la marcha se seguía demorando indefinidamente por razones políticas o informativas, me rogaba que fuese buscando otro alojamiento, para lo cual había estado viendo algunos apartamentos céntricos, si lo prefería a residir de pensión o en algún hotel.

     Pocas veces tuve ocasión, como en aquella, de comprobar una de las notas que se atribuyen al carácter finés: cierta timidez de palabra y gesto al manifestar los sentimientos, unida a la firmeza y constancia en mantener su opinión. Taimi me habló sin fijar en ningún momento sus ojos en los míos, ni evidenciar por las inflexiones de la voz la emoción que no dudo la embargase, tras más de cuatro años de íntima y armoniosa convivencia. Pero tal vez fuese más llamativo el que hubiese presentado la situación sin referirse en ningún momento a la posibilidad que yo tenía en mente y que, seguramente, ella no descartaba; pero habría de ser yo quien tomase la iniciativa:

-          ¿No has pensado que podríamos casarnos? Nos entendemos perfectamente y las niñas y yo estamos muy encariñados.

-          Si tú, tal y como eres, fueses finlandés, no dudes de que me hubiera insinuado hace mucho tiempo, o te lo habría pedido directamente. Pero eres español, un extranjero que, por muy bien que se haya integrado en Helsinki, más tarde o más temprano pensarás en marcharte, o podrás verte impulsado a ello. No es justo que te veas obligado a decidir entre tu patria y tu profesión, o tu matrimonio. Y el riesgo es mucho más amenazador, porque, pese a lo mucho que te queramos, nunca nos iríamos contigo a España. Yo sola aún puedo imaginarlo, pero con las niñas es imposible.

-          Pero yo sí puedo decidir por mí mismo y puedo hacerme la misma pregunta que tú, pero dando una respuesta segura: No tengo ningún problema para seguir viviendo felizmente en Finlandia y no se me ocurre nada por lo que tu Gobierno me vaya a expulsar del país. Hasta puedo nacionalizarme: No me gusta la España actual y soy de los que piensa que la patria no es la tierra donde se nace, sino las personas y las cosas que realmente se aman.

-          ¿Y tu trabajo? ¿Qué va a pasar si, como parece, cierran la corresponsalía de Helsinki, una vez llegada la paz?

-          Es una posibilidad, pero no una certeza. Seguro que Pabón me alargaría el contrato hasta que me saliera algo. Malo ha de ser que no encuentre colocación, ahora que me defiendo con el finlandés.

-          ¿Y tu cátedra?

-          ¡Déjame respirar! Mientras esté por aquí de corresponsal, no creo que nadie me la quite después de mi éxito con el mandamás de El Pardo.

     Taimi parecía calmada y medio convencida. Le sugerí:

-          Dame de margen cuatro meses en el Unicornio para que procure conseguir la armonía entre nuestro amor y la realidad. Entre tanto, no alarmes a las niñas ni des por hecho que te vas a librar de mí así como así.

     Nuevo rasgo finlandés: Taimi apenas reaccionó con una leve sonrisa de asentimiento. Pero, por la noche -tal vez fuese otra nota finesa-, me visitó en el dormitorio y expresó cuanto había dejado sin manifestar durante aquel día.

***

     La cláusula 13ª del armisticio firmado en septiembre de 1944 afirmaba que Finlandia se compromete a colaborar con las Potencias aliadas en la aprehensión de personas acusadas de crímenes de guerra y en su juicio. Lo que nadie esperaba, visto el precedente de los juicios contra los nazis, es que la URSS permitiera que fuese la propia Finlandia la que sentara las bases legales y procesales para juzgar a sus propios criminales de guerra o contra la paz. Era un regalo envenenado que Stalin hizo al Gobierno finés, con algunas correcciones importantes. Yo estaba encantadísimo con dicho regalo cuando me dirigí a Pabón para exponérselo y, a mayor abundamiento, pedirle mi continuidad en Helsinki para seguir como corresponsal los juicios:

     El Dictador del Kremlin parece dispuesto a manejar los hilos a distancia, gracias a la intervención de la Comisión de Control aliada, que fiscalizará las listas de acusados y la marcha de los procesos. Además, se da por seguro que Stalin ha aprobado la selección de los mayores criminales, es decir, de las máximas autoridades que serán procesadas. Mis fuentes aseguran que en esa lista de notables figuraba en el primer lugar el Mariscal Mannerheim, pero Stalin tachó personalmente su nombre, ya sea por respeto, ya por no querer que desaparezca tan pronto de la escena política finlandesa quien asegura para Moscú el mantenimiento de un orden firme y relativamente favorable. Esas máximas figuras serán juzgadas por el Tribunal Supremo finlandés, con base en una ley aprobada por su Parlamento, calcada de las establecidas por los Aliados para los juicios de Nuremberg[134]. Los diputados fineses se han resistido a votar una ley que infringe el mandado constitucional de no aplicar leyes penales con efecto retroactivo, pero han tenido que transigir, no sin aprobar también la pertinente modificación de su norma fundamental. Ahora queda por ver quiénes serán los acusados, esperando se publique la lista de forma inminente. Los restantes criminales de guerra serán juzgados conforme a la misma ley, pero por tribunales de menor categoría. Con todo, lo más importante es, para mí, que las penas previstas están lejos de la severidad de las anunciadas para los nazis, dándose por seguro que se respetará el principio de no aplicar la pena de muerte, cualquiera que sea la gravedad del delito y la categoría del delincuente.

     Pronto se conocería la relación de las autoridades sometidas al juicio del Supremo: en total, ocho personas, encabezadas por el ex Presidente de la República, Ryti, y los Primeros Ministros, Rangell y Linkomies. Otros cuatro ministros y el embajador finés en Alemania completaban el grupo. Aquello era la parte visible de un gigantesco iceberg, que llegó a incluir no menos de 1.381 otros acusados, en su mayor parte, responsables de las violencias y penurias sufridas en campos de concentración y de prisioneros, donde fallecieron en tres años no menos de 19.000 soldados rusos y 4.000 civiles de la misma nacionalidad, lo que supone un porcentaje cercano al treinta por ciento de los internados.

     Los juicios de Helsinki se desarrollaron pausada y tranquilamente, entre octubre de 1945 y enero de 1946. No dejó de haber momentos llamativos, como la declaración de Ryti, verdadero chivo expiatorio del Gobierno finlandés, o la lectura del testimonio escrito de Mannerheim -fue muy mal visto que no diese la cara, alegando enfermedad-, que desde luego exculpó a Ryti y a los demás de ser responsables de crímenes contra la paz. En otra carta a Pabón le resumía el fallo de la sentencia del juicio principal y de otras que me eran conocidas:

     Con diferencias de duración difícilmente explicables, las penas de prisión alcanzan los diez años en el caso de Ryti; 6 años, en el de Rangell; cinco años y seis meses, para Linkomies; otro tanto para el ministro Tanner; 5 años son impuestos a Kivimaki, embajador en Berlín; dos años y seis meses, al ministro Ramsay; dos años para los ministros Kukkonen y Reinikka. Cuando se conocieron las penas, hubo una especie de clamor entre los periodistas extranjeros, opinando que eran demasiado benévolas; pero aquí, el común de los ciudadanos las juzga suficientes, si no excesivas. Queda por ver en qué quedan esas duraciones cuando se les apliquen beneficios penitenciarios y, tal vez, indultos[135].

      Una estimación global de las sentencias contra los acusados de menor categoría arroja cifras de 723 condenas y 658 absoluciones: nueve cadenas perpetuas; 17 prisiones de diez a quince años; 57, entre cinco y diez años, y así sucesivamente.   

     En paralelo a los juicios, se desarrollaban mis intentos por encontrar un acomodo en Helsinki, más allá de la pronta conclusión de aquellos. Pabón parecía dar por cerrado el caso:

     Comprendo las razones sentimentales que aduces y, puestos a ejercer influencias, es posible que desde El Pardo se consiguiera alargar un poco más tu demoradísima incorporación a la cátedra. Pero lo que ya está inapelablemente decidido por Gómez Aparicio es la reducción de gastos y corresponsalías una vez acabada la guerra, en lugares -como Finlandia- que apenas ofrecen interés informativo para los medios españoles. Es cosa resuelta que, dentro de Escandinavia, quedará abierta solo la sede de la Agencia en Estocolmo y, como comprenderás, ya está bien cubierta y no vamos a defenestrar a su titular. Es posible que, encomiando tus méritos, yo lograra colocarte en Suecia pero, la verdad, amigo Pereda, teniendo a tu disposición una cátedra de Instituto en España y un indudable camino de progreso hacia la Universidad, no encuentro razones para hacer una cacicada en tu favor. ¿No sería posible que tu novia finlandesa y sus hijas se vinieran contigo a España? Después de todo, tras la victoria de los Aliados, no será tan mal lugar para vivir pues los peores excesos autoritarios tendrán que ser necesariamente corregidos.

     Pero pronto dieron las cosas un vuelco tan grande, que Pabón tuvo que comerse sus palabras; un cambio que favorecería mis aspiraciones de un modo incontestable, hasta para Pedrogó y el embajador Prat, tan poco afín con mi manera de ser y de pensar. Vean ustedes la forma curiosa e histórica en que todo se desarrolló.

***

     Allá por el mes de octubre del 45 transcendió a la prensa que el Presidente Mannerheim estaba delicado de salud y que se proponía pasar una temporada de reposo en la isla de Madeira (Portugal), con el beneplácito del dictador luso, Oliveira Salazar, y el disgusto del Reino Unido[136], que era evidente desde la llegada del Premier Attlee al poder[137]. Mi amigo Kallio lo comentaba así:

-          Es cierto que el Mariscal tiene 78 años y severos padecimientos del aparato digestivo, pero todos creemos que se marcha temporalmente de Finlandia para no tener que intervenir en los procesos por crímenes de guerra. Ya sabes que debe a Stalin el no estar sentado también él en el banquillo. Los defensores de Ryti y los demás lo han propuesto como testigo y él, alegando enfermedad y ausencia, va a limitarse a prestar declaración exculpatoria por escrito. Vamos, que se va a Portugal, principalmente, para desaparecer una temporada de Finlandia.

Hotel Ritz (Madrid)

     Fue transmitir yo la noticia a la Agencia y recibir la llamada telefónica de Pabón:

-          ¿Es completamente seguro que Mannerheim viajará próximamente a Portugal?

-          En efecto, respondí. Y la cosa es inminente: para finales de este mes o primeros de noviembre próximo.

-          Aguarda instrucciones de modo inmediato. Por razones de seguridad, llegarán a nuestra Legación por valija diplomática, en sobre cerrado. No consientas que te lo entreguen abierto, ni expliques nada a nuestro embajador.

     En efecto, a la semana tenía el mensaje en mis manos. Como habría dicho mi abuela, volvía la burra al trigo. Aprovechando el viaje de Mannerheim, el Caudillo me ordenaba que le diese el sobre lacrado que iba dentro del externo. De la nota que en este me iba dirigida, solo se desprendía que habría de entregarlo de manera urgente y recibir y transmitir la contestación que el Presidente tuviera a bien facilitarme. En consecuencia, esta vez fui yo directamente a ver al ayudante Grönwall y bastó que le dijera Del General Franco, otra vez, para que me ordenara esperar en una antesala pues el Presidente estaba siendo reconocido por sus médicos. Cosa de una hora más tarde, me dieron el plácet para que pasara al despacho presidencial. Con la mayor gentileza, tras algunas frases sobre su estado de salud, Mannerheim me indicó:

-          Supongo que estará escrita en alemán, como la vez pasada; así que, si es tan urgente como me dice, la echaré un vistazo y le diré cuándo ha de volver para recibir la contestación.

     Tuve la impresión de que la misiva no era larga. El Mariscal la leyó un par de veces, con gesto impasible, aunque traslucía extrañeza y cierta contrariedad. Luego, guardando el texto en el sobre, me comentó:

-          No tengo claro, así de pronto, lo que voy a hacer con su Führer, por lo que la respuesta va a demorarse hasta un punto que, si se la entregase a usted, iba a tener muchas dificultades para llegar a tiempo y lo mismo se ganaba injustamente una reprimenda. La cursaremos por vía diplomática, a través del Consulado de Finlandia en Madrid, o de la Embajada nuestra en Lisboa[138] y así podrá desentenderse.

-          Muy agradecido, Señor Presidente. Espero que su próxima estancia en Madeira le resulte muy beneficiosa para su salud.

     Mannerheim sonrió al escuchar el nombre de la isla, pero tan solo comentó:

-          Hay que ver cómo corren los rumores en esta pequeña capital[139].

     Poco tiempo después captaría el sentido de esa frase: Es posible que el Mariscal nunca quisiera llegar más allá del Portugal ibérico como, en efecto, acabó sucediendo[140].

     Nada más supe, por el momento, y me enfrasqué en el seguimiento de las sesiones del juicio contra Ryti y los otros siete. Por una vez, hubieron de ser los medios españoles y portugueses quienes me dieran noticias del viaje de Mannerheim. Y lo primero que leí hizo levantar mis suspicacias: Un hombre anciano y valetudinario, que incluso viajaba acompañado de sus médicos, llegado a París tras tres días de viaje, en vez de tomar algún avión con rumbo a Lisboa, cogía un tren expreso -que no se afirmaba fuese un convoy especial- y se embarcaba en un recorrido de mil trescientos quilómetros, que bien podría durar todo un día, en las penosas condiciones férreas de la posguerra. Ítem más, un Presidente que estaba en el punto de mira de los Aliados[141], en vez de eludir el paso por España, atravesaba nuestro país en tren, desde Irún a Madrid, para seguidamente tomar un avión de Iberia, de los de línea regular, hasta Lisboa. Algo no me cuadraba, por más que los diarios insistiesen en que el viaje era particular y los personajes que cumplimentaban al Presidente, de segunda o tercera calidad[142]. La confirmación me vino del Profesor Pabón, quien cometió tal indiscreción por estar convencido de que yo estaba al tanto de las maniobras por el propio Mannerheim:

     Sabrás que todo salió a pedir de boca. Quien tú sabes esperaba al Viajero en una salita del hotel Ritz[143]. Tuvieron conversación y refrigerio, tras lo cual el Viajero se retiró unos momentos a descansar en una suite, antes de trasladarse a Barajas para tomar el avión a … Quien tú sabes ha quedado muy complacido con el encuentro, por él largamente esperado. Pensando en tu interés y voluntad, creo que podría ser el momento de que hiciésemos una gestión para que te quedes en Helsinki, en condiciones tales que te permitan la estabilidad y solvencia económica que exige mantener una familia.

     No lo dudé. Pedí a Kallio el favor de que me telefonease a Madrid cada dos días, para darme noticia de los avances del interminable juicio de los ocho y partí rumbo a España para lograr lo que Pabón juzgaba ahora factible. Del entorno del Jefe del Estado obtuve los nombramientos de Jefe de Prensa y Agregado Cultural de nuestra Legación en Helsinki, a los que Pabón añadió el mantenimiento de mi puesto de corresponsal de la Agencia EFE, aunque con rebaja del sueldo, al no tener ya mi dedicación carácter exclusivo. Mi excedencia en la cátedra quedó convertida en una toma de posesión en el Ministerio de una vacante existente en Ponferrada, con inmediato cese y comisión de servicio, mientras formase parte del personal de nuestra Legación en Finlandia. Vamos, que solo les faltó regalarme las alianzas para mi boda.

 

 

11.    Un final feliz, dentro de lo que humanamente cabe

 

     Como era lo lógico, Mannerheim retornó a Finlandia el día 2 de enero de 1946, por vía aérea con escalas y sin pisar suelo español. Yo lo había hecho una semana antes, demasiado tarde para celebrar la Navidad en familia, pero con regalos que alegraron a mis tres mujeres, sobre todo el de que había quedado expedita la vía para mi matrimonio y permanencia en Helsinki, con un trabajo muy interesante. Con todo, tenía aún un hueso que roer: El embajador Prat estaba que bramaba, por no haber sido consultado acerca de mi doble nombramiento:

-          Esta es una Legación de tres al cuarto -explotó-. ¿Para qué demonios necesitamos a un jefe de prensa y un agregado comercial? Más les valdría a los sabios de Madrid mandarnos, si acaso, un Canciller y dinero para calefacción, que se muere uno de frío.

-          Y, además -añadió el Secretario, presente en la entrevista-, el Señor Pereda no tiene ninguna experiencia diplomática.

-          Si yo le contara…, repliqué con mucha sorna y pocas ganas de contar nada. Pero, en fin, al menos llevo media vida en Helsinki y hasta conozco alguna carbonería donde pueden servirles barato. Todo dependerá de que no les abran los ojos, diciendo que es para una Embajada, nada menos.

     No sé cómo habríamos acabado Prat y yo, pero tuve la suerte de que lo cesaran poco después en el cargo, en reciprocidad con la ausencia de representación genuinamente diplomática de Finlandia en España. Fueron para mí seis felices años, entre 1946 y 1952, en los que llegué a hacer muy buenas migas con los funcionarios de carrera. Luego, durante otros cinco años, estuve a las órdenes del Cónsul[144]; así que, cuando por fin llegó un embajador en 1957, me había convertido en una institución, que es la forma de definir en España a quien resulta indispensable o, cuando menos, inamovible, a poco que se desempeñe con savoir faire o, como dicen en finés, taito.

***

     El 4 de marzo de 1946 Mannerheim presentó su dimisión como Presidente de la República. Me pareció el mejor momento, por cariño y cortesía, para comunicarle mis nuevos cargos en la Embajada, apenas estrenados, y hacerle saber mi próximo matrimonio con una finlandesa, por más señas, viuda de la Guerra de Invierno. Todavía mantenía parte de su infraestructura de ayudantía, en la que descollaba Lehmus, aquel famoso capitán con el que había tenido que contactar, y discutir, cuando la entrevista de Mannerheim con Hitler. Me recordaba perfectamente, pese a los cuatro años transcurridos, y pareció gustarle mi propósito de visitar a quien, de algún modo, estaba entrando ya en la vía muerta de la vida y de la Historia. La respuesta del Mariscal fue tajante, según me indicó su Ayudante:

-          Lo espero pasado mañana a tomar el té, a las cuatro y media de la tarde. ¡Y que venga con la novia!

     La reunión resultó extraordinariamente grata, incluso para Taimi, que nunca había hablado con el Mariscal, ni este le era particularmente simpático. En cambio, él se esforzó por hacer de su compatriota el centro de la charla, quizá en recuerdo de su marido, muerto en una guerra a sus órdenes. Tan amistosa fue la acogida, que no pude por menos de decirle de corazón:

-          Mariscal, no hace falta que le digamos que, si lo ve oportuno, estaríamos encantados de que asistiese a nuestra boda.

-          Tomo nota, dijo sonriendo, pero ya no estoy para fiestas. No puedo comer bien ni beber, y en cuanto a los puros, Señor Pereda, mejor será que no vuelva a molestarse en enviármelos, si no quiere que mis médicos lo denuncien por atentar contra mi vida.

     He de reconocer que desobedecí al Mariscal hasta que pasó a mejor vida, en enero de 1951, lejos de su patria[145]. Pero antes, él también me había hecho un obsequio, un regalo de boda, que aún preside nuestra mesa de comedor: un hermoso jarrón de vidrio de Iittala[146], testigo mudo de que cuanto he contado en este extenso relato no ha sido un sueño, ni mero fruto de mi imaginación.

Jarrón de cristal de la fábrica Iittala (diseño de Alvar Aalto -1898-1976-)

    



[1] Ángel Ganivet García (1865-1898), Cartas Finlandesas, Tipografía Hijos de Sabatel, Granada, 1898 (accesible en pdf por Internet). El autor fue Cónsul de España en Helsingfors (Helsinki) entre 1895 y 1898.

[2] Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), Jefe del Estado español entre 1936/1939 y 1975. La asociación de papeles históricos, por ejemplo, en Alberto Penadés, Franco en Finlandia, diario El País, Madrid, 20 de noviembre de 2018.

[3]  Carl Gustav Emil Mannerheim (1867-1951), destacadísimo militar y hombre público finés, Presidente de la República de Finlandia entre agosto de 1944 y marzo de 1946.

[4]  Agencia española de noticias, fundada en 1939 y actualmente (2020) existente.

[5] Jesús Pabón y Suárez de Urbina (1902-1976), notable historiador y Director de la Real Academia de la Historia (1971-1976), Presidente de la Agencia EFE entre 1940 y 1965.

[6] Noticiero de España fue una publicación cuasi oficial que, entre 1937 y 1941, sirvió a la difusión de la realidad de España y de su visión internacional, según la versión del bando nacional-franquista. Su principal objetivo era la difusión en el extranjero, a través de la actuación de las representaciones en el exterior y de los corresponsales extranjeros en España. Los artículos a que se alude en el relato fueron obra de Jesús Pabón y publicados entre noviembre de 1939 y marzo de 1940, alabando el desempeño militar de Finlandia en la llamada Guerra de Invierno y lamentando el triunfo final soviético en dicha contienda. Véase, Carlos Pulpillo Leiva, Visión y objetivos de la política exterior del primer franquismo en el Noticiero de España (1939-1941), Actas del V Congreso de Historia de Nuestro Tiempo, Universidad de La Rioja, Logroño, 2016, pp. 215-231, espec. p. 223.

[7] Numerosas fuentes lo rebajan a Director, cosa inexacta, siendo este último un cargo de carácter ejecutivo, a cargo de profesionales del periodismo. Lamentable que dicho error se haya deslizado en momento y por persona tan poco proclives a ello, como el Profesor Carlos Seco Serrano, en su nota biográfica de Jesús Pabón y Suárez de Urbina en el Boletín de la Real Academia de la Historia.

[8]  Vicente Gállego Castro (1898-1979), Director de la Agencia EFE entre 1939 y 1944, cuando fue destituido, al parecer, por excesiva inclinación o simpatía por los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.

[9] Además de la presencia de importantes grupos de esas nacionalidades en la Finlandia de entonces, es preciso recordar que Finlandia fue territorio de soberanía sueca desde el siglo XII hasta las guerras napoleónicas, momento en que pasó a manos rusas, hasta su independencia en diciembre de 1917. Incluso, el sueco es idioma oficial en Finlandia, pese a ser poco usado actualmente.

[10] Con tradición que se remontaba a 1889, apareció con el nombre citado en 1905 y, a partir de 1930, se declaró independiente de cualquier línea política concreta. Continúa saliendo al presente (2020), siendo conocido abreviadamente como HS o Hesari.

[11] Irjö Niiniluoto (1900-1961), Director del Helsingin Sanomat entre 1938 y 1961.

[12] Kalevankatu en finlandés, o Kalevagatan en sueco.

[13] O.Y. Suomen Yleisradio, fundada en 1926, siguiendo el modelo público de la B.B.C. británica. A partir de 1934, su control por el Estado fue completo y se estableció un régimen de monopolio. En la época del relato, su Director ejecutivo era Jalmar Voldemar Vakio. A partir de 1958, la entidad pasó a ocuparse también de televisión. Desde 1995 su régimen de monopolio ha ido desapareciendo.

[14] Se trataba del Encargado de Negocios, Don Fernando de Valdés e Ibargüen, Marqués de Valdeterrazo y Conde de Torata, que ejerció dicho cargo en Finlandia entre 1939 y 1941.

[15] El nombre del narrador, Andrés, se traduce en finés por Antero, con los familiares Antti y Tero.

[16] Véase antes, nota 6. La llamada línea Mannerheim era una cadena de defensas y fortificaciones construida por los finlandeses en la zona del istmo de Carelia, para protegerse frente a los rusos.

[17] En finlandés, Fabianinkatu; en sueco, Fabiansgatan. El edificio, de estilo neorrenacentista, está datado en 1882, siendo su arquitecto Theodor Höijer y su decorador de fachada, Karl Magnus von Wright. Por el adorno metálico que corona su esquinazo, es conocido como El Unicornio. En las fechas del relato, ocupaba su principal local comercial la oficina del Finland Travel Bureau, Ltd.

[18] En finlandés, Esplanaadi; en sueco, Esplanad.

[19] Literalmente Andresillo Pera (lo de traducir Pereda era demasiado para mis conocimientos de finés).

[20] La autorizada impresión de Agustín de Foxá fue la de que en Finlandia casi nadie sabía inglés en los años cuarenta del siglo pasado, siendo mucho más conocido el alemán. Tengo algunas razones para pensar que lo primero no era exacto, cuando menos, en las personas cultivadas de Helsinki, y así lo reflejaré en el relato.

[21] En aquellas fechas, radicaba en el número 15 de la misma calle Fabian.

[22] Era su nombre tradicional puesto que pertenecía a la Universidad de Helsinki. Hoy se la conoce como la Biblioteca Nacional.

[23] Liisakatu, en finlandés: Elisabetsgatan, en sueco.

[24] Café y restaurante en la Explanada helsinguina, operativo desde 1867. Sus paredes encristaladas de arriba abajo quizá se prestan al comentario estacional de Taimi.

[25] Las más inmediatas, la guerra civil (1917-1918) y la Guerra de Invierno contra los rusos (1939-1940). Entre ambas, en un país de alrededor de tres millones de habitantes, se produjeron unas 80.000 bajas, de hombres jóvenes en su mayoría. Actualmente (2020), Finlandia cuenta con unos 5,5 millones de ciudadanos.

[26] En Finlandia se cena, mayormente, entre las cinco y las seis de la tarde. Ello puede aconsejar un pequeño refuerzo alimenticio hacia las 21 horas, antes de retirarse a dormir.

[27] Alojamiento y desayuno en hoteles buenos españoles valía, en 1940, unas 25 pesetas. No habiendo encontrado la conversión pesetas – marcos finlandeses para dicho año, he aceptado provisionalmente la de ambas divisas al euro inicial (2002), que fue de casi 6 marcos, o algo más de 166 pesetas, por euro.

[28] Véase la nota 16. El nombre en finés del Unicornio es Yksisarvinen.

[29] En 1941, Don Jesús Pabón era nombrado catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid. Anteriormente, lo había sido en la Universidad de Sevilla. Del mismo año, 1941, data la publicación de su primera obra importante: el volumen I de La Revolución Portuguesa.

[30] Véase antes, nota 13.

[31] Servicio informativo, de propaganda y, en ocasiones, de espionaje que, con cierta cobertura diplomática, mantenía desde nuestra Guerra Civil la Falange Española. No he encontrado referencias específicas para nuestra Legación en Helsinki en aquella época. Con carácter general, véanse: Jesús González Calleja, El servicio exterior de Falange y la política exterior del primer franquismo: consideraciones previas para su investigación, Hispania, Revista española de historia, vol. LIV-1, nº 186, 1994, pp. 279-307; Iván Garnelo Morán, Los límites de la Paradiplomacia. Misión y adaptación de Falange Exterior, Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Historia Contemporánea, septiembre de 2017, 64 pp. Ambos textos son accesibles libremente por Internet.

[32] Se trataba de Joaquín Herráiz quien, junto con el también falangista, Carlos Oroz, ya estaban introducidos en el entorno sueco desde que, en 1931 y 1932 respectivamente, habían sido lectores de español en la Universidad de Uppsala.

[33] Véase nota 17. La palabra finesa para unicornio es Yksisarvinen.

[34] Literalmente, perro lapón, también conocido como spitz finlandés.

[35] Epopeya nacional finlandesa, publicada en 1835 por Elias Lönnrot (1802-1884), recopilando y unificando leyendas y tradiciones folklóricas populares.

[36] Famosísima narración infanto-juvenil en dos tomos (1906-1907), obra de la escritora sueca, Selma Lagerlöf (1858-1940), premio Nobel de Literatura de 1909.

[37] Como gesto conciliatorio, cambiaron al rígido Ivan Zotov por el más flexible Pavel Orlov.

[38] O fuerzas armadas unificadas de la Alemania hitleriana. Las reuniones se celebraron entre el 25 y el 28 de mayo de 1941 en las ciudades de Salzburgo (entonces, alemana) y Berlín.

[39] En efecto, hubo esa programación a partir de 1928. Todo lo demás que consta sobre este tema en el relato tiene un carácter ficticio.

[40] Se da por cierta esta aseveración, que verdaderamente es definitoria del personaje, llamado El Ruso por los fino-parlantes, aunque su idioma materno había sido el sueco.

[41] Seguramente, el más influyente de los mandos militares de Hitler. Vivió entre 1890 y 1946, en que fue ahorcado como criminal de guerra, tras los juicios de Núremberg.

[42] Josef Hans Lazar (1895-1961), influyente propagandista nazi en la España de la época, en particular, en la Agencia Efe. Véase, Alejandro Pizarroso Quintero, Diplomáticos, propagandistas y espías: Estados Unidos y Espan̋a en la Segunda Guerra Mundial. Información y propaganda. CSIC, Madrid, 2009.

[43] Vicente Gállego había nacido en Zaragoza y su formación moral y académica era jesuítica y de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Véase la fuente citada en la nota anterior.

[44]  En concreto, hasta el 9 de julio (de 1941), primer bombardeo aéreo importante de la Capital, con un resultado letal de 22 personas. 1941 registró un total de 9 raids aéreos sobre Helsinki, con un total de 33 muertos y 210 heridos, bastantes de los cuales, lógicamente, fallecerían días después.

[45] Simplemente, se construían en los sótanos habitaciones con paredes reforzadas para resistir bombas de impacto cercano. Los refugios en roca sólida eran totalmente insuficientes para albergar a toda la población.

[46] Finalmente, fue esa segunda alternativa la elegida por los cobeligerantes.

[47] En la zona de Petsamo (en ruso, Pechenga), compartida entonces por Finlandia y la URSS, se encuentran las minas de níquel más importantes de Europa.

[48] Risto Heikke Ryti (1889-1956), Presidente de la República de Finlandia entre 1940 y 1944.

[49] Agustín de Foxá y Torroba (1906-1959), diplomático y escritor, que ejerció el citado cargo en Helsinki entre 1941 y 1943.

[50] Frase hecha en francés, traducible por las españolas, como es debido, o como Dios manda.

[51] Agustín de Foxá publicó numerosos artículos de actualidad sobre su estancia en Finlandia para los diarios madrileños ABC y Arriba. Véase, Agustín de Foxá y Torroba, A las orillas del Ladoga: artículos, poemas y cartas, edición al cuidado de Cristóbal Villalobos Salas, Editorial Renacimiento, Sevilla, 2019.

[52] Seguramente, Andrés Pereda tenía en mente el caso del francotirador más letal de todos los tiempos, el finés Simo Häyhä (1905-2002) que, en ciento cinco días, mató a entre 505 y 542 militares rusos, sin emplear para su fusil, al parecer, la mira telescópica. Véase, Tapio Saarelainen, La muerte blanca, Esfera de los Libros, Madrid, 2019.

[53] En la Guerra de Invierno se contaron unos 35.000 muertos y desaparecidos finlandeses, por no menos de 170.000 rusos (se manejan cifras mucho más abultadas). En la Guerra de Continuación, las bajas mortales fueron de unos 63.000 finlandeses y 23.000 alemanes, por entre 250.000 y 300.000 rusos.

[54] Andrés Pereda, por guardar una cierta reserva, no detalla lo mínimo de los efectos del bombardeo ruso. Durante toda la guerra 1941-1944, los muy numerosos raids aéreos soviéticos causaron en Helsinki un total aproximado de 250 muertos y 762 heridos, de los cuales la mitad, aproximadamente, lo fueron en las tres grandes incursiones de febrero de 1944, cuando los soviéticos ya se habían desembarazado del enemigo nazi en el aire. De hecho, los altos mandos soviéticos, al visitar Helsinki tras el armisticio, se llevaron la desagradable sorpresa de que la ciudad parecía prácticamente intacta, cuando ellos creían que había sido completamente devastada.

[55] Curzio Malaparte (Kurt Erich Suckert Perelli) -1898-1957-, cuya estancia en Finlandia coincidió con la de Foxá, pero fue ligeramente más corta.

[56] Me refiero a los libros de Curzio Malaparte, Il Volga nasce in Europa, Bompiani, Milano, 1943, y Kaputt, Casella, Napoli, 1944 (traducido al español desde 1947).

[57] Bienvenidas.

[58] Algunas cifras a vuelapluma: Se calcula en poco más de 2.500 los niños de la guerra que, desde Gijón y Santurce, salieron para Rusia a lo largo de 1937. Los prisioneros de guerra rusos en Finlandia, a todo lo largo de la guerra, fueron unos 64.000, de los que 19.000 fallecieron de enfermedad y penalidades, y unos 2.600 fueron ilegalmente entregados a los alemanes, cosa que algunos entienden como un crimen de guerra no perseguido.

[59] El grupo era de 18 muchachos, nacidos entre 1922 y 1925, por lo que sus edades en octubre de 1941 oscilarían entre los 16 y los 19 años. Sus procedencias eran vasca -once jóvenes-, asturiana -seis- y leonesa -uno-. Véase, Asociación Sancho de Beurko, De Finlandia a España, vía Berlín: “niños de la guerra” vascos y asturianos en manos de la propaganda del régimen franquista (1941-1943), el.Diario.es, 19 de noviembre de 2019.

[60] El nombre completo era Rafael Sánchez Rosenlindt, y todavía continuaba en dicho cargo en 1960, cuando acompañó hasta Burriana (Castellón) a un grupo de finlandeses interesados en el comercio de la naranja, presididos protocolariamente por la entonces Embajadora de Finlandia en España. Véase, elperiòdic.com, Burriana, 17 de junio de 2008.

[61] Palabra apocopada de origen alemán, que fue pasando a numerosos idiomas (entre ellos, el finés) para aludir a los campos de concentración para prisioneros de guerra.

[62] Parece ser que fueron unos sesenta los niños de la guerra reclutados en Leningrado en el año 41 para ir a luchar al frente de Carelia. Aparte los 18 de que se escribe, consta que dos murieron, otro estuvo hospitalizado en Finlandia y cuatro fueron repatriados en otros momentos. Otros niños de la guerra fueron repatriados desde otros lugares de Rusia por aquellas fechas -trece-. El resto, si acaso, lo sería en el bienio 1956-57. Véase fuente citada en la nota 57.

[63] Visita que se desarrolló a finales de enero de 1942. José Luis de Arrese Magra (1905-1968) era a la sazón Ministro-Secretario General de FET y de las JONS (1941-1945).

[64] En concreto, el primer año que se cobró con carácter general fue el de 1944.

[65] Kaarle Aukustus (Kalle) Lehmus (1907-1987). Fue autor de una biografía íntima del Mariscal: Kahle Lehmus, Tuntematon Mannerheim, M. Weilin & Göös, Helsinki, 1967, sin traducción al español, que yo sepa.

[66] Kalle Lehmus tenía entonces 35 años. Lógico es pensar que la pequeña diferencia de edad fuese a favor de Taimi.

[67] Ciudad finlandesa a orillas del lago Saimaa, a unos 240 kilómetros al nordeste de Helsinki.

[68] Siglas de Partido Socialdemócrata Finlandés.

[69] Destacado político español socialista (1969-1946), que en 1942 se hallaba exiliado en Francia y sometido a la vigilancia del Gobierno de Vichy.

[70] Día del cumpleaños del Mariscal, que se sigue celebrando festivamente en Finlandia, en especial, en ambientes militares.

[71] Unidades de voluntarios extranjeros que lucharon a favor de la República en nuestra guerra civil, entre noviembre de 1936 y octubre de 1938.

[72]  Se calcula en 225 fineses los que combatieron por la República y en 15 los que lo hicieron por los nacionales; y, efectivamente, parece cierta su procedencia mayoritaria de América. Véase, Jyrki Juusela, Suomalaiset espanjan sisällissodassa, Atena Kustannus oy, Helsinki, 2003 (que yo sepa, no hay traducción española, pero sí resúmenes de su contenido en Internet).

[73]  Véase nota 13. Jalmar Voldemar Vakio (1891-1954) fue Director de YLE entre 1927 y 1945.

[74] Andrés Pereda no ha dejado dicho en ningún lugar cuál era su edad. Calculo que sería entonces de unos 25 años.

[75] El lugar tenía como centro el aeródromo de Immola, cuya pista de tierra era demasiado corta para el aterrizaje de un cuatrimotor FW 200 (Condor), precisando de toda la pericia del piloto de Hitler para no sufrir un accidente. De hecho, hubo de frenar tan intensamente, que una de las ruedas del tren de aterrizaje empezó a arder. Immola estaba a unos 240 kilómetros de Helsinki, siendo hoy prácticamente fronteriza con Rusia.

[76] Hubo uno que no pudo regalar a su vez: la concesión de la gran cruz de la Orden del Águila Alemana, categoría de oro, con el consiguiente pergamino acreditativo enmarcado.

[77] La estatura de Hitler estaba ligeramente por encima de los 170 centímetros, mientras la de Mannerheim era lo menos veinte centímetros superior. Se dice que los fotógrafos alemanes que cubrían el evento fueron advertidos que tomasen las imágenes de la forma en que menos se notase la diferencia de estatura. Con todo, debido a las alzas y tacones de las botas, así como al alto armazón de su gorra de plato, Hitler parecía aquel día inusitadamente espigado, por encima del metro y ochenta centímetros, seguramente.

[78] Wilhelm B.J.G. Keitel (1882-1946), máxima autoridad militar alemana de la época. A sus sesenta años, había perdido buena parte de la apostura y esbeltez de sus buenos tiempos. Como criminal de guerra y contra la humanidad, fue ahorcado tras los juicios de Nuremberg.

[79] Respectivamente, Presidente de la República y Jefe del Gobierno en aquel momento.

[80] La Historia lo exige.

[81] Kustan Vilkuna (1902-1980) mantuvo la cinta en su poder, hasta reintegrarla a los archivos oficiales en 1957. El contenido, conocido años más tarde, ha sido considerado casi unánimemente como auténtico. Esperemos que este relato de Andrés Pereda lo confirme aún más.

[82] Cuartel general de Hitler en Prusia Oriental, famoso por el atentado que en él sufrió el 20 de julio de 1944.

[83] Excelente… Felicidades.

[84] Hay muy numerosas transcripciones en Internet -traducidas o no al español- de lo hablado en aquellos famosos once minutos y medio. Por tanto, no juzgo necesario ni oportuno hacer un resumen de tan jugoso e histórico documento.

[85] Unidad de voluntarios españoles, que el Gobierno de Franco puso a disposición de Hitler para luchar contra los rusos. Algunas cifras básicas y aproximadas: Fuerza sobre el terreno: 18.000 hombres. Total de combatientes en los diversos momentos y relevos: 47.000. Periodo en activo: junio de 1941 a octubre de 1943. Bajas: 5.000 muertos, 2.100 mutilados, 6.600 otros heridos, 400 prisioneros de guerra. Compensaciones económicas: sueldos acumulados de soldado de la Wehrmacht y de legionario español; beneficios a la familia, 7,30 pesetas diarias y doble cartilla de racionamiento. Algunas fuentes de fácil acceso: Ramón Salas Larrazábal, La División Azul, Espacio, Tiempo y Forma, Historia Contemporánea, nº 2, 1989, pp. 241-269 (versión esquemática y favorable de los sucesos); Juan Eugenio Blanco, Rusia no es cuestión de un día. Estampas de la División Azul, Publicaciones Españolas, Madrid, 1954 (visión anecdótica, con abundantes ilustraciones); Varios Autores, La División Azul. Una mirada crítica, Cuadernos de Historia Contemporánea, 2012, vol. 34, pp. 11-144 (el subtítulo lo dice todo).

[86] Alusión al pintor, dibujante y famoso caricaturista, Joaquín de Alba Santizo (1912-1983), a la sazón, en la División Azul, enviado por el diario Arriba en actividades de propaganda, además de las militares. La División 250 era el número de orden de la División Azul entre las de la Wehrmacht. Jesús Pabón, Presidente de la Agencia EFE, estaba interesado por Kin y lo recomendaba a la atención de Andrés Pereda, por haber sido ilustrador de un libro suyo: Jesús Pabón, Diez figuras, Rayfe, Burgos, 1939.

[87] La División Azul cubrió una zona del frente de Nóvgorod y el río Voljov entre octubre de 1941 y junio de 1942. Concluido con éxito ese menester, fue trasladada bastante más al norte (unos 200 km), a un sector sur del cerco de Leningrado, donde permaneció entre agosto de 1942 y octubre de 1943, cuando fue en su conjunto repatriada a España.

[88] Casa de comidas en la calle Tetuán de Madrid, fundada en 1860.

[89] Residencias de verano de los zares, erigidas en el siglo XVIII en las inmediaciones de San Petersburgo. Están incluidas dentro del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

[90] Periódico editado en el frente, a cargo de redactores e ilustradores de la División, entre los años 1941 y 1944. Existe edición facsimilar de los números 1 a 104, a cargo de la Hermandad Nacional de la División Azul, Madrid, 1984.

[91] Tras el masivo relevo en la primavera de 1942, estaba previsto otro para principios de 1943, que hubo de retrasarse con motivo de la batalla de Krasny Bor (febrero de 1943), la más intensa y mortífera en que participó nuestra División de Voluntarios.

[92] Agustín Muñoz Grandes (1896-1970), primer general jefe de la División Azul (julio de 1941-diciembre de 1942). Posteriormente alcanzaría el rango de Capitán General y sería Vicepresidente del Gobierno entre 1962 y 1967.

[93]  Por razones lúdicas y de respeto hacia una persona conocida, de quien no consta estuviese en Helsinki con Andrés Pereda -aunque sí todo lo demás que de él se cuenta-, eludo el apellido. Solo agregaré un dato, para facilitarles la búsqueda de su identidad: falleció en la ciudad inglesa de Manchester.

[94]  Bulevardi, en finés; Bulevarden, en sueco.

[95] La más intensa de las libradas por la División en el frente de Nóvgorod y del río Voljov. Se desarrolló en noviembre y diciembre de 1941.

[96] Dionisio Ridruejo (1912-1975), también divisionario, escritor y político. Sobre su estancia en el frente ruso, véanse sus Cuadernos de Rusia. Diario 1941-1942, publicado tras su muerte (la edición definitiva parece ser la de editorial Fórcola, Madrid, 2013, al cuidado de Xosé M. Núñez Seixas).

[97] Se trataba de la Escuadrilla Azul que, además de los aviones de caza, contaba con un aparato Junker para servicios de enlace y correo, que hacía periódicamente el vuelo de Berlín a Orel oeste.

[98] El hecho sucedió en pleno día, el domingo 8 de noviembre de 1944, en la intersección de las calles Yriön y Roobertin. El aparato fue un Petlyakov Pe-2.

[99] Sin duda, se trataría de la versión de 1939, dirigida por Allan Dwan y protagonizada por Don Ameche y los tres Hermanos Ritz.

[100] En realidad, el relevo se había producido en septiembre de 1942, pero las combinaciones de embajadores lógicamente se efectuaban con cierta lentitud, salvo casos de verdadera urgencia.

[101] Véanse las fuentes citadas en la nota 31 y, además, Carlos Sanz Díaz, nota biográfica de Pedro Prat y Soutzo (1892-1969) en la página web de la Real Academia de la Historia. Era Prat a la sazón Ministro Plenipotenciario de Segunda clase, siendo nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de España en la República de Finlandia, por Decreto de 13 de mayo de 1943 (BOE del día 15), permaneciendo en el puesto hasta el año 1946 (hay quien sostiene que hasta 1948).

[102] El Reino Unido, por presiones de Stalin, declaró la guerra a Rumanía, Hungría y Finlandia el 6 de diciembre de 1941. En lo que respecta a Finlandia, Churchill evidenció mala conciencia, por entender que la postura finesa hacia la URSS había estado totalmente justificada por lo sucedido en 1939-40, cuando los soviéticos invadieron Finlandia y los aliados anglo-franceses no hicieron nada por impedirlo.

[103] Andrés Pereda parecía haber adquirido un excelente olfato político: La fijación de zonas de influencia, con Finlandia en la de la URSS, se gestó y acordó parcialmente en la Conferencia de Teherán, celebrada entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943, es decir, pocos meses después de redactada la carta que en el relato se transcribe.

[104] Consigna acuñada por Serrano Suñer para animar a los españoles de 1941 a alistarse en la División Azul. La supuesta culpabilidad rusa aludía sobre todo al apoyo del Gobierno soviético al bando republicano durante nuestra guerra civil.

[105] Alusión a la entrevista de Hitler y Franco en Hendaya, el 23 de octubre de 1940, en la que -por las razones que fuesen-, el primero no logró atraer al segundo a una alianza que implicase su entrada en la Segunda Guerra Mundial.

[106] Gestionado, sobre todo, por los Estados Unidos, el cambio se produciría formalmente el 1 de octubre de 1943, siendo seguido inmediatamente de la retirada y disolución de la División Azul. Una vez más, Andrés Pereda acreditaba una excelente información.

[107] Siglas para el Servicio Secreto de Inteligencia británico en el extranjero.

[108] En finés, Postitalo. Es un notable edificio racionalista, erigido en 1938 junto a la Estación Central del ferrocarril.

[109] Como es sabido, la Cruz de Hierro, en cualquiera de sus múltiples categorías, era la condecoración habitual en Alemania por méritos de guerra. Los divisionarios españoles obtuvieron unas 2.500 de dichas cruces, a más de otras cuatro condecoraciones distintas (Cruz de Caballero, Cruz del Águila Alemana).

[110]  En efecto, la difícil situación económica de Alemania en la posguerra, además de otras consideraciones, dio lugar a que las pensiones por incapacidad o mutilación a los divisionarios españoles dejaran de pagarse al final de la guerra, no reanudándose el cobro -creo que con los atrasos- hasta 1965.

[111] En efecto, el número de prisioneros no alcanzó los 400. Los 220 que no murieron fueron puestos en libertad y repatriados a España en el año 1954.

[112] En efecto, así fue. También se cumplió la exigencia rusa de devolver al espía Vasili Alexándrovich Sidorenko. Véanse, Vilhelm Assarsson, I skuggan av Stalin, Bonnier, Stockholm, 1963 (con resúmenes o referencias en inglés por Internet); Krister Wahlback, Sweden: Secrecy and neutrality, Journal of Contemporary History, vol. 2, no. 1 (january 1967), pp. 183-191 (consultable por Internet).

[113]  Joachim (von) Ribbentrop (1893-1946), Ministro de Asuntos Exteriores alemán de 1938 a 1945.

[114] Más conocida por su nombre sueco, Vyborg, era la segunda ciudad más poblada de Finlandia. Actualmente (2020), y desde 1944, es una ciudad rusa de unos 80.000 habitantes.

[115] Posteriormente, fue conocido que Stalin exigió en 1943, para aceptar el armisticio con Finlandia, una rendición incondicional, a lo que Ryti estuvo dispuesto, pero no Linkomies ni Mannerheim.

[116] En efecto, el Presidente Ryti se comprometió por escrito a no abandonar la alianza alemana, mientras estuviera al frente de los destinos de la República. Eso contentó a Hitler, que no contaba con que Ryti, que tenía mandato hasta diciembre de 1946, renunciara a su cargo el 1 de agosto de 1944, aparentando haber perdido la confianza del Parlamento. Pruebas de que todo fue una añagaza, no una desautorización real de Ryti, son los sibilinos términos de su carta al Führer y el hecho de que, tan pronto cesó como Presidente, pasó a encargarse del importante puesto de Director del Banco Nacional de Finlandia, descabalgando del mismo al ex Primer Ministro, Rangell.

[117] Línea de defensas de unos 30 km de anchura, entre las localidades de Viipuri y Kuparsaari. Véase, Erik Norling, 30 días que salvaron a un pueblo, Revista Española de Historia Militar, núms. 61-62 (2005), pp. 35-42.

[118] Pedro Gómez Aparicio (1903-1983), periodista y notable historiador del periodismo. Su obra culminante es la Historia del periodismo español, en cuatro volúmenes aparecidos entre 1967 y 1982.

[119]  Ángel Herrera Oria (1886-1968), periodista, cofundador de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, obispo de Málaga y Cardenal (1965).

[120]  Véanse notas 115 y 116.

[121] Se fijó como valor del dólar el de un treintaicincoavo de una onza troy de oro puro.

[122] Nombre finés para Papá Noel quien, para los finlandeses, vive a unos ocho kilómetros al norte de la capital lapona, Rovaniemi, justo por donde pasa el Círculo Polar Ártico.

[123] Apodo jocoso de Pedro Gómez Aparicio, debido a que los oyentes de Radio Nacional apagaban sus aparatos en cuanto escuchaban que iba a empezar el comentario de actualidad a cargo de Pedro Go…

[124] Concretamente, el Primer Ejército de Montaña de la Wehrmacht, de unos 200.000 hombres.

[125] En concreto, en la isla conocida por Gogland, Hogland o Suursaari, el 15 de septiembre de 1944. Aviones soviéticos ayudaron a los fineses a rechazar el intento de la Kriegsmarine.

[126] Traducible por guerra en broma. El término había sido utilizado en 1940, para referirse al periodo en que el frente occidental franco-anglo-alemán estuvo prácticamente tranquilo, mientras Alemania se expansionaba por otras zonas de Europa; situación que cambió de golpe en mayo de dicho año.

[127] Como es sabido, se celebra el 2 de noviembre.

[128] Literalmente, Andresín Pera, guerrero. Véase antes, nota 19.

[129] Aniversario de la elevación del General Franco al máximo poder civil y militar en la España sublevada contra la República, hecho acaecido en Burgos, el 1º de octubre de 1936.

[130] Nombre del palacio en que residió habitualmente Franco entre 1939 y 1975, año de su muerte.

[131] Hitler no fumaba y llevaba muy a mal que alguien lo hiciese en su presencia. Ha corrido la especie de que Mannerheim se atrevió a hacerlo el 4 de junio de 1942, en prueba de superioridad de carácter, y que el Führer lo consintió. Andrés Pereda, como se ve, parece desmentir esa presunta descortesía.

[132] Ragnar Robert Grönwall (1901-1989) desempeñó funciones de ayudante al servicio de tres Presidentes de la República de Finlandia: Mannerheim, Paasikivi y Kekkonen.

[133] Véase antes, la nota 1.

[134] Sin entrar en polémicas de Filosofía del Derecho, no puede omitirse que las leyes para los juicios de Nuremberg, Tokio y otros análogos tenían una doble base previa: 1ª. Las leyes de Ginebra sobre el desarrollo lícito de las guerras. 2ª. Las normas morales generalmente asumidas, que valoraban en conciencia como auténticas canalladas la mayor parte de los hechos que ahora pasaban a ser delitos.

[135] En lo que respecta a los ocho criminales mayores, todos cumplieron sus penas entre 1946 y 1949. El último en abandonar la cárcel fue Risto Ryti, por indulto concedido el 19 de mayo de 1949.

[136] El enfado británico se debía a que, pese a la secular alianza anglo-portuguesa, Portugal decidió mantener su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, que no rompió parcialmente hasta 1944, cuando pasó al estatus de no beligerante, a fin de conceder a los Estados Unidos el derecho de instalar bases aéreas militares en las Islas Azores.

[137] Clement Attlee (1883-1967), laborista, Primer Ministro del Reino Unido entre el 26 de julio de 1945 y el 26 de octubre de 1951. El anterior Premier, Churchill, había mantenido una actitud más condescendiente, por la mala conciencia que sentía para con Finlandia, ante el abandono en que se había dejado a los fineses cuando la inicua Guerra de Invierno con la URSS de 1939-1940.

[138] Entre 1942 y 1955, Finlandia solo mantuvo un Consulado en Madrid. En 1955 envió un Encargado de Negocios, elevándose las relaciones a rango de Embajada en 1957. Véase, Juan Carlos Díez Lorenzo, Cien años de diplomacia entre Finlandia y España, www.puentedemando.com, 15-08-2018.

[139] A la sazón, Helsinki tenía una población de 275.000 habitantes.

[140] El Mariscal pasó su mes y medio portugués en la zona de Estoril, próxima a Lisboa.

[141] Obviamente, los Aliados veían mal que un Jefe de Estado se aproximara al Generalísimo Franco, considerado con toda razón un fervoroso partidario de Hitler, hasta que a este empezaron a irle mal las cosas de la guerra.

[142]  Sobre todos estos temas, véanse las breves reseñas del diario barcelonés, La Vanguardia, de los días 10 de noviembre de 1945 (página 4) y 11 de noviembre de 1945 (página 8), así como del cotidiano lisboeta, Diario de Lisbõa de 9 de noviembre de 1945, página 1 (la ortografía lusa del título es la propia de la época).

[143] Lujoso hotel madrileño, situado en la Plaza de la Lealtad, inaugurado en 1910 y actualmente (octubre de 2020) en restauración.

[144] En 1952, Don Fulgencio Vidal y Saura fue nombrado Cónsul de España en Helsinki y, entre 1955 y 1957, simultaneó tal cargo con el de Encargado de Negocios. Finalmente, en 1957, fue nombrado un Embajador, formalmente hablando: Don Fernando Valdés e Ibargüen, Conde de Torata, que ya había sido Encargado de Negocios entre 1939 y 1941.

[145] Concretamente en Lausana (Suiza), país en que pasó la mayor parte de los últimos cinco años de su vida, por razones médicas y, seguramente, de tipo político.

[146] Famosa fábrica de vidrio finlandesa, fundada en 1881 y todavía (2020) activa.

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