viernes, 6 de septiembre de 2013

RESÚMENES DE HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN (3ª ENTREGA)


LECCIÓN 4.  EL IMPERIO ROMANO



1.      LA ROMA REPUBLICANA


     Esta época se extiende a lo largo de unos setecientos años, desde la fundación de la Ciudad, hasta mediados del siglo I a.C.

 

     Orígenes y tensiones.


     Los romanos databan la fundación de su ciudad en un año coincidente con el 753 a.C. Esta tradición podemos darla aproximadamente por buena, siempre que aceptemos que el origen de Roma no estuvo en una ciudad-estado peculiar y soberana, sino en una fundación de carácter etrusco que, a efectos de adquirir autonomía, tuvo la suerte de estar ubicada en el límite sur del ámbito de influencia de dicho pueblo.

 

     De hecho, entre el año 750 y el 600 a.C., la historia romana es la de una colectividad bajo el dominio y la influencia etrusca. La animadversión que los romanos sentían hacia los siete reyes que los habían gobernado durante aquella etapa parece tener que ver con sentirlos extraños o ajenos. La expulsión de los reyes supone seguramente el moderado afianzamiento de la independencia de la Ciudad.


     Este enfrentamiento con los etruscos (que, por otro lado, formaban una confederación muy abierta de ciudades) es la primera de las tensiones que Roma hubo de afrontar en la primera fase de su historia, pero no fue la única. A lo largo del periodo republicano, otras tensiones que tuvieron que ser resueltas o, al menos, moduladas fueron las siguientes:

 

·         Patricios y plebeyos. Sigue siendo un enigma histórico el sentido de la dualidad patricios-plebeyos. Hay en ella aspectos sociales (clasismo), pero son insuficientes para explicarla. Hace ya tiempo que se viene sospechando un origen étnico, por la procedencia de dos troncos de población diversos. Tal vez, la dualidad etruscos-latinos pudiera estar en la base de todo ello. Lo cierto es que, hasta el año 400 a.C. aproximadamente, la relación entre unos y otros será enormemente conflictiva. Poco a poco (participación política, repartos de tierras, matrimonios mixtos) se irán resolviendo los aspectos más tensos de la relación, que estuvo a punto de dividir a Roma en dos Estados. Sin embargo, los problemas y la discriminación plebeya seguirán a todo lo largo de la República y explicarán diversas tensiones y, en parte, guerras civiles.

·         Romanos y otros latinos. Encajonadas entre los etruscos y los griegos de la Magna Grecia, las ciudades latinas formaron en principio una confederación para la defensa común, con Roma como potencia hegemónica. Aunque esta sensibilidad de pertenecer a un pueblo común no evitó el egoísmo y la prepotencia romanos, es lo cierto que siempre distinguieron a los latinos no romanos como personas aparte de los demás extranjeros. La latinidad dio lugar al ius Latii, situación intermedia entre la ciudadanía y el ius gentium de los extranjeros, que durante cierto tiempo satisfizo las aspiraciones de las ciudades latinas y sus habitantes.

·         Monarquía-oligarquía-democracia. La tensión política entre estas tres formas de gobierno no desapareció al proclamarse la República. Como veremos a continuación, la forma política romana no llegó a decantarse decisivamente por ninguna de las tres soluciones enunciadas y participó de todas ellas, gracias a un sistema de instituciones sumamente ágil y equilibrado, cuando menos, en sus mejores momentos.

 

     ¿Cuáles son las notas generales que podemos asignar a la historia de Roma durante la época republicana? Aun contando con lo difícil que es resumir 700 años, nos atrevemos a señalar las siguientes:

 

·         Equilibrio político. La constitución romana fue un prodigio de armonización de contrarios y contrapeso de poderes, gracias al funcionamiento armónico de estos cuatro pilares institucionales: A) Los Comicios (por curias, por centurias y por tribus), como canal de representación global del pueblo para la elección de los más importantes magistrados y fuente de legislación. B) El Senado, como asamblea de las familias patricias más representativas, dotado de poder legislativo, de control de magistrados y de gobierno de la política internacional. C) Los magistrados, en particular los cónsules y pretores (excepcionalmente, el dictador), que ostentaban el poder ejecutivo, judicial y de dirección militar. Característico de ellos era el cursus honorum, o jerarquía entre magistraturas, no siendo habitual el nombramiento para las más altas (cum imperio), sin haberse fogueado previamente en las más modestas. D) Los tribunos de la plebe, especie de magistratura creada para la defensa de los derechos de los plebeyos, dotada de amplias facultades de intervención en los comicios y de veto de las decisiones de otros magistrados.

·         Cortapisas en las magistraturas. Insistiendo en lo antes insinuado, la democracia romana se manifestaba en los estrictos límites establecidos al poder de los magistrados, algunos de los cuales nos resultan hoy difíciles de entender. Tales límites eran: diversidad de competencias, perfectamente definidas y autónomas; carácter colegiado, generalmente doble; corto tiempo de ejercicio (habitualmente, un año); gratuidad del cargo.

·         Enorme disciplina social. El ciudadano romano de esta época tenía un gran sentido de la disciplina, la solidaridad y el servicio a la patria. Las manifestaciones más sobresalientes de esa disponibilidad cívica para lo público eran: la enorme longitud del servicio bajo las armas, que podía fácilmente comprender entre diez y veinte años, y el carácter gratuito del desempeño de los cargos públicos.

·         Regulación precisa del estatus del ciudadano. Los romanos tenían un gran respeto al Derecho (ius), que definían con un talento especial y con la flexibilidad necesaria para adaptarlo a los casos concretos. Pero, en lo relativo a los derechos y deberes de los ciudadanos, era extremadamente preciso, exigente y generoso, siendo un timbre de gloria ostentar la ciudadanía, que a veces se otorgaba a los extranjeros como la más elevada recompensa.

·         Predominio agrario y del pequeño comercio. En la época republicana, la economía romana siguió siendo esencialmente agropecuaria, como en los comienzos de la Ciudad. Los repartos de tierras, la explotación de las comunales, etc. eran cuestiones- clave para la paz social. El comercio terrestre en pequeña escala completaba las fuentes de riqueza más preciadas para los romanos: de él surgió con el tiempo la clase social o categoría de los equites, intermedia entre patricios y plebeyos.

 



     Extensión internacional.


     Hasta el final de la época republicana, el Estado romano adquirió un fabuloso crecimiento, a costa de otras muchas entidades políticas. Las principales fases de tal expansión fueron, sucesivamente, las siguientes:

 

·         Dominio de Italia. Se obtuvo muy lenta y laboriosamente, combatiendo, entre otros, contra los etruscos, los griegos y los galos cisalpinos.

·         Dominio del Mediterráneo occidental. Supuso el enfrentamiento con Cartago, principal potencia competidora en aquella zona y época. Son las denominadas Guerras púnicas (hasta tres), en la segunda de las cuales la supervivencia de Roma estuvo en el fiel de la balanza (Aníbal).

·         Control del Mediterráneo oriental. Implicó el sometimiento de los Estados helenísticos, desde Grecia hasta Egipto.

 


2.      ALTO IMPERIO O PRINCIPADO.


     Este periodo se extiende, desde la definitiva caída de la República (hacia el año 30 a.C.), hasta finales del siglo III d. C. Siguiendo el mismo esquema sistemático del epígrafe anterior, aludiremos sucesivamente a las cuestiones de orígenes y tensiones, notas generales y proyección internacional.

 

     Orígenes y tensiones.

 

     La crisis y caída de la República responde a no haber sabido o podido hacer frente a los siguientes problemas:

 

·         La efervescencia civil. Finalmente, todos los problemas sociales aletargados durante muchos años afloran y provocan una auténtica fractura social: ruina de los campesinos plebeyos; exigencias de los equites; reclamaciones de los aliados italianos...

·         El militarismo. Los problemas sociales dan lugar a verdaderas guerras civiles, en las que se van afianzando fórmulas de dictadura político-militar, cada vez con un tono menos social y más personalista. El ejército se profesionaliza, se desromaniza y pierde el respeto al orden establecido. Sucesivamente, los enfrentamientos se produjeron entre Mario y Sila, César y Pompeyo, Marco Antonio y Octavio.

·         Control de un gran imperio. La República, con su constante efervescencia y ruptura social, se ve incapaz de gobernar con eficacia el gran imperio romano. Todo el mundo exige un gobierno fuerte, que se identifica con formas cada vez más monárquicas y personalistas.

·         Crisis de los valores romanos. Estos tradicionales valores, fundamento de la República, se ven desplazados: en lo económico, por la implantación de una economía mundial; en lo ético y social, por la influencia cada vez mayor de la cultura helenística.

 

 

     Notas generales del Alto Imperio.

 

·         Predominio del Emperador, que va concentrando en sí mismo todos los poderes del Estado y adquiere amplias facultades para designar sucesor.

·         Profesionalización del servicio del Estado. Tanto los funcionarios civiles, como los militares, pasan a dedicarse vitalicia y retribuidamente al servicio público, dependiendo en su mayoría del favor del emperador.

·         Economía mundial. El Imperio se perfila como una gran unidad económica interrelacionada. En consecuencia, se produce la especialización de la producción y el comercio a gran escala.

·         Pax romana. El Imperio permanece tranquilo y relativamente satisfecho, gracias a un ambicioso programa de obras públicas, defensa frente al exterior, moneda común e impuestos razonables.

·         Ciudadanía generalizada. Los derechos de latinidad y de ciudadanía se conceden cada vez más generosamente (en especial, en el ejército). Finalmente (año 212), se otorga el ius civitatis a todos los habitantes del Imperio. Consecuencia indirecta de ello es la pérdida de influencia de Italia en el gobierno estatal.

 

 

     Proyección internacional.

 

     El Alto Imperio asiste a un cierto hartazgo de conquistas, aunque de lo que se trata en el fondo es de la dificultad de encontrar medios económicos y personales para implementarlas. En consecuencia, se produce la consolidación de fronteras, procurando encontrar límites naturales para una mejor protección. Las provincias interiores o senatoriales se consideran definitivamente pacificadas y se desmilitarizan. Las exteriores o imperiales, se guarnecen con las legiones y se establece en las zonas más desprotegidas un limes fortificado artificialmente.

 

     También en esta época, por primera vez desde la segunda Guerra púnica, el Imperio romano se encuentra con enemigos a la medida de sus fuerzas, con los que mantiene conflictos bélicos intermitentes, largos y equilibrados. Son los casos de los pueblos germánicos en el oeste y de los partos en oriente.

 

 

3.      EL BAJO IMPERIO O DOMINADO.

 

     Esta época se extiende a los siglos IV y V d.C. Como en los dos epígrafes anteriores, se tratará de “orígenes y tensiones” y de “notas generales”. No será necesario hacerlo de la extensión o proyección internacional, ya que, al concluir este periodo, desaparecerá el Imperio romano occidental, sustituido por los nuevos reinos germánicos.

 

 

     Orígenes y tensiones.

 

·         El Bajo Imperio se alumbra entre graves dificultades económicas, que apenas cesarán a lo largo de su historia en Occidente. Las manifestaciones más notorias de tal crisis son, en el campo de la hacienda pública, los grandes impuestos y la devaluación de moneda y, en la macroeconomía, los problemas de subsistencias y los baldíos esfuerzos por establecer un sistema de precios tasados.

·         Simultáneamente, y agravando lo anterior, surgen enormes tensiones militares, como consecuencia de no poder sostener el gran ejército que requiere la defensa imperial. Las guerras son constantes y se asiste a una creciente indisciplina militar.

·         Como efecto, en parte, de todo lo anterior van triunfando tendencias desintegradoras del Imperio, hasta dividirlo en dos Estados con un cierto equilibrio territorial: Oriente y Occidente. Esta división será definitiva a comienzos del siglo V d.C.

·         Los más grandes emperadores, de Diocleciano a Teodosio, harán muchos esfuerzos por implantar un sistema de economía dirigida, frente al liberalismo anteriormente imperante. La tarea resultará, a la postre, ineficaz.

 

 

     Notas generales.

 

·         El Bajo Imperio es un mundo político a la defensiva. Finalmente, las invasiones germánicas resultarán imparables y se producirá la desaparición del Imperio Romano de Occidente (se data en 476, pero, en realidad, este Imperio desaparece prácticamente a principios del siglo V).

·         Primacía económica y cultural de Oriente. A ciertas ventajas iniciales, el Imperio oriental añade el haber sabido desviar las invasiones hacia Occidente. Constantino reconocerá esa superioridad y trasladará a Constantinopla la capital del Imperio. Y la superioridad cultural oriental se verá, en principio, potenciada por el auge del cristianismo, considerado inicialmente como una religión procedente del mundo judaico.

·         Gobierno absoluto y abrumador. Aunque la práctica puede llegar a ser muy otra (falta de medios, indisciplina, ineficacia), el Bajo Imperio se presenta teóricamente como un Estado absoluto, de corte casi oriental, en el que la única fuente de poder es el emperador, que gobierna apoyado en una plétora de funcionarios y en un ejército enorme.

·         Desintegración económica. Como ya hemos indicado, el Imperio se debilita y, en su parte occidental, se viene abajo en medio de un marasmo económico, cuyas manifestaciones inmediatas son el agobio fiscal y la devaluación de moneda. Finalmente, la constante crisis traerá como consecuencias la ruralización socioeconómica y el establecimiento de la servidumbre, que dan paso al mundo medieval.

 

 

4.      CULTURA Y ARTE.

 

     En términos generales, el Imperio romano fue más un unificador y difusor de la cultura, que un creador de la misma. Ahora bien, en ese aspecto su labor fue decisiva (cuando menos, en Occidente), dejando una impronta permanente, gracias a su larga duración (por ejemplo, en la Península Ibérica, podemos establecer una duración media de la romanización de unos cinco siglos).

 

     Expondremos una breve panorámica de estas cuestiones, comenzando por fijar los principales rasgos de la cultura romana.

 

 

     Rasgos culturales.

 

·         Una cultura urbana. A partir de Roma, como la Urbs por antonomasia, el Imperio se va extendiendo a base de fundar ciudades o de asentarse en las ya existentes, y de dar a sus ciudadanos un sistema unificado de normas, magistraturas y control del campo circundante. En suma, la ciudad aparece en el mundo romano como el modelo y el ejemplo de la política general.

·         Gran valor del Derecho. A largo plazo, el Derecho suele calificarse de la más grande, original y duradera obra del pueblo romano. ¿Qué es lo que hizo de los romanos tan finos juristas? Para decirlo con un solo rasgo, el equilibrio alcanzado entre la ley (bien definida, breve y respetada) y la jurisprudencia (aplicación de la misma al caso concreto). En tal sentido, la labor de interpretación y creación (edictum) de los pretores fue decisiva.

·         El idioma latino. Con independencia de la perfección ligüística que alcanzó, el uso del latín como lengua de todo el Imperio resultó esencial para la unidad y comunicación en este. Ello acaeció, sobre todo, en Occidente (como la historia posterior ha evidenciado), ya que en Oriente el griego se afianzó cada vez más como la koiné, es decir, la lengua común.

·         Practicidad, disciplina y religiosidad. Estas tres notas distintivas del romano clásico hicieron la base de su Imperio. Se discute mucho sobre el origen del que pudieron dimanar. Lo cierto es que esas cualidades parecen haber sido compartidas y, tal vez, heredadas de los etruscos.

·         Escasa originalidad intelectual. La rusticidad de los romanos fue superada, a partir del siglo II a.C., por el abrumador dominio de lo griego en el campo cultural: filosofía, historia, arte... Por ello (y sin exagerar), la cultura romana nos aparece como transmisora, más que como creadora.

 

 

     El arte romano.

 

·         Literatura. Los romanos sobresalieron principalmente en poesía y en historia. Los principales poetas fueron Virgilio, Horacio y Ovidio. Entre los historiadores, pueden destacarse Salustio, César, Tito Livio y Tácito.

·         Pintura y escultura. La influencia griega es en ellas absoluta. Tal vez sobresalga como rasgo peculiar más notable la abundancia y calidad del retrato.

·         Arquitectura. La originalidad romana frente a lo griego se concreta en el empleo de elementos curvos (arco de medio punto, bóveda) y de materiales dúctiles y económicos (mortero). También fueron muy certeros en la fijación de estereotipos bellos y prácticos a la vez. Las necesidades imperiales se plasmaron en grandes y duraderas obras públicas de ingeniería, como las calzadas, puentes y acueductos. Los edificios públicos más notables (siempre, con clara impronta griega) fueron las termas, las basílicas (palacios de justicia), anfiteatros y templos.

 

 

 

 

LECCIÓN 5.  JUDAÍSMO Y CRISTIANISMO




     Nadie puede dudar sobre la conveniencia de dedicar una cierta atención a los primeros tiempos del cristianismo, en unos apuntes sobre la civilización occidental. Más discutible puede ser hacerlo con la historia del pueblo judío. La explicación estriba en la directa conexión judaísmo-cristianismo y en el hecho de que enfocamos dicha historia como punto de partida para aludir a la religión judaica. En cualquier caso, quede claro el encuadre cronológico de esta lección: el apartado de “pueblo hebreo y judaísmo” abarca fundamentalmente todo el primer milenio a.C. El relativo al “cristianismo primitivo” comprende los siglos I a V de nuestra era.

 

 

1.      PUEBLO HEBREO Y JUDAÍSMO.

 

     Las principales etapas históricas del pueblo hebreo son las siguientes:

 

·         Los orígenes. Son dudosos. Los hebreos se consideraban una fracción desgajada del pueblo sumerio (región de Ur) que, iniciada en Abraham, se había ido desplazando sucesivamente a Palestina, a Egipto (donde habrían sido esclavizados) y nuevamente a Palestina. Todo este recorrido, durante el cual habían ido creciendo en número y personalidad, comprendería el segundo milenio a.C.

·         Pueblo soberano. Este periodo incluye la conquista definitiva de la tierra palestina, su elevación a reino –incluso bastante poderoso: David, Salomón- y su posterior división en dos reinos independientes (Judá e Israel). Cronológicamente, abarca la primera mitad del primer milenio a.C.

·         Sumisión y tensiones nacionalistas. Los reinos hebreos son destruidos por asirios y babilonios. Posteriormente, ya unificado, el pueblo judío alcanza una cierta autonomía dentro del imperio persa y trata de mantener la independencia entre los reinos helenísticos. Finalmente, se lleva a cabo la conquista romana. Todo abarca la segunda mitad del primer milenio a.C.

·         Sublevaciones contra Roma. Los judíos se sublevan abiertamente contra Roma en tiempos de Tito y de Adriano. La derrota definitiva llevará consigo su diáspora, dejando de ser Palestina su tierra de residencia. Esto tiene lugar entre los años 70 y 130 d.C.

 

 

     La religión judía.

 

     Resulta innecesario profundizar en el tema más allá de ofrecer unas notas generales, que nos permitan encuadrar sus principios y la importancia del hecho religioso en la historia de Israel. Así, podemos establecer las siguientes generalidades:

 

·         La religión judía posee las notas (muy peculiares para su tiempo) de ser monoteísta, de intensa espiritualidad y específicamente revelada a este pueblo, que por ello alcanza la autoconsideración de ser el pueblo elegido.

·         Dicha religión acaba configurándose como bíblica, es decir, recogida en libros. A lo largo de un extenso periodo que se inicia hacia el siglo VIII a.C., pero que tiene su mayor desarrollo alrededor del siglo V a.C. (para concluir en lo esencial en el siglo II a.C.), los escribas y doctores de la ley plasman de manera extensa y artística la historia del pueblo de Dios, de sus profecías y sabiduría espiritual, en un conjunto de textos (alrededor de cuarenta), que conocemos por el nombre de Antiguo Testamento. Una vez fijados los textos, el ser una religión del Libro le da una precisión y capacidad de transmisión muy superior a otras religiones.

·         Además de por su espiritualidad, la religión judía se caracteriza por su influencia política. El pueblo hebreo se constituye en una teocracia y su religión aparece como un signo distintivo de la nación: religión y nacionalismo acaban por integrarse y nutrirse una de otro y viceversa.

 

 

2.      EL CRISTIANISMO PRIMITIVO.

 

     El cristianismo inicia su andadura a mediados del siglo I d.C. Sus primeros siglos de vida, desarrollados dentro del Imperio romano, le dotan de unas bases sólidas, dogmáticas, organizativas y políticas; de manera que, llegado el siglo V, puede decirse que su etapa primitiva ha concluido.

 

 

      Caracteres generales.

 

     No puede discutirse que el cristianismo se nutre del judaísmo. Puede también afirmarse que la inicial doctrina o mensaje de Cristo (de cuya existencia histórica es difícil dudar) era sustancialmente judaico, aunque llevara importantes gérmenes para un desarrollo peculiar y hasta autónomo. Sin embargo, serán algunos de sus primeros discípulos (Juan Evangelista, San Pablo) los que establecerán la conciencia de ser una nueva religión y la dotarán de nuevos dogmas, entre los cuales, el más importante: el carácter divino de Cristo y lo definitivo de su mensaje.

 

·         Desde el punto de vista de ese mensaje, lo esencial es que se trata de una religión basada en el amor (de y a Dios; entre los hombres) y en la universalidad de la llamada al reino de Dios y a la salvación (religión católica).

·         El cristianismo alcanza pronto una intensa cohesión entre sus adeptos, gracias a dos notas esenciales: la jerarquía ministerial (papa, obispos, presbíteros, diáconos) y la comunicación de bienes (inicialmente, coparticipación o puesta en común de los mismos).

·         Otra razón de su éxito y difusión fue su temprana plasmación escrita (en lo esencial, data de la segunda mitad del siglo I d.C.). Muy diferente de la judaica, este Nuevo Testamento se integra, en lo esencial, por el atractivo e instructivo relato de la vida, dichos y milagros de Jesús (los Evangelios) y el compendio doctrinal y diferenciador de lo judaico, que constituyen las Epístolas de San Pablo.

·         Finalmente, hay que señalar la considerable rapidez con que el cristianismo se extendió por todo el Imperio romano, pese a las persecuciones que desencadenó su hostilidad hacia ciertas manifestaciones políticas y religiosas de las autoridades civiles. De tal suerte que, apenas en trescientos años, podemos decir que se pasó, de las catacumbas, a las basílicas, es decir, de la ocultación ante la persecución, al culto público y solemne.

 

 

 

     Cristianismo e Imperio romano.

 

     Como decíamos al comienzo de este epígrafe, los tiempos primitivos del cristianismo se desarrollan dentro del Imperio romano. ¿Cómo fueron, en lo sustancial, las relaciones entre uno y otro? Podemos distinguir tres etapas:

 

·         Primera etapa. Se caracteriza por el desprecio que el poder político hace de una religión que le parece oscurantista y propia de esclavos. Seguidamente, ante posturas enfrentadas por el exclusivismo cultual del cristianismo (un solo Dios; el emperador como un simple mortal, etc.), se desencadenan periódicamente persecuciones; se citan diez, pero lo cierto es que algunas de ellas fueron bastante livianas. En fin, esta primera etapa dura hasta finales del siglo III (Diocleciano desencadenará la última y más violenta de las persecuciones).

·         Segunda etapa. Viene marcada por la libertad de cultos, que proclama Constantino en el año 313. Seguidamente, el cristianismo conoce una rapidísima expansión, sin duda propiciada por la labor misionera anterior y la crisis del paganismo romano. Esta segunda etapa coincide sustancialmente con el siglo IV.

·         Tercera etapa. Se inicia con la declaración por Teodosio (año 395) del cristianismo como religión oficial del Imperio. De ella arranca un cierto cesaropapismo y atribución a los obispos de algunas funciones políticas, que serán el punto de partida de un profundo cambio ideológico y social del cristianismo, a juzgar por las actitudes y comportamiento de sus jerarquías y de los propios fieles de base. Pero esa es ya otra fase de la historia; la etapa que ahora tratamos sólo abarca el siglo V.

 

 

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