viernes, 12 de abril de 2013

EL GATO ENCERRADO (REINTERPRETANDO A SCHRÖDINGER)




EL GATO ENCERRADO (REINTERPRETANDO A SCHRÖDINGER)

 

Por Federico Bello Landrove

 

     Muchos hemos oído hablar, o leído cosas, del gato de Schrödinger (1935), uno de los experimentos imaginarios más famosos y discutidos en la historia de la Física. Pocos, en cambio, conocen el episodio real en que, por un momento, el gran físico hizo de gato y un gato tuvo la clave de su destino. En versión de un colega suyo en Oxford, esta es la fantástica historia.

 

 



1.  El profesor

 

     Más de una vez me he preguntado qué diantres pudo haber impulsado al bueno de Erwin para venir a reposar entre los ciervos y las fritilarias del Magdalen[1]. Bueno, lo de reposar es un decir, pues es obvio que su mente seguía echando humo, aun después de alcanzar el Olimpo del Nobel de 1933, … y no digamos su cuerpo. Pero, como fellow de un College con cinco siglos de antigüedad, bueno será no abdicar de la buena educación y presentarme a ustedes.

     La Física no es, desde luego mi fuerte, pero había perfeccionado estudios musicales en la Viena natal de Rody[2]. Ello, en opinión del President, me habilitaba para sentarme a la izquierda del gran físico en la high table[3] y encargarme de hacerle los honores y la presentación. Mi alemán estaba ya bastante oxidado, pero el Presidente me tranquilizó:

-          El profesor Schrödinger tiene sangre británica[4] y habla perfectamente el inglés. Lo que espero de usted es meramente que le recuerde su pasado vienés el cual, aunque también oxidado en lo académico, sigue bien presente en su forma de ser.

     Algo hallé en su tono, que me impulsó a contestar:

-          Vino, mujeres y canciones[5]. Bien, si se trata de cantar, podré darle la réplica.

-          Sí pero, por favor, si es en cualquier otro de los elementos, no le siga la corriente.

     Con esto y decir que mi nombre es Adam Clayton, queda conclusa mi presentación. A fin de cuentas, el protagonista de la historia será mi colega Erwin. Él… y el gato.
 

***

     La conversación que les he resumido se produjo al comienzo del curso de 1933-1934. Erwin había pasado el verano en el Tirol austriaco y venía atezado y pletórico. Mi charla hubo, por tanto, de derivar hacía Innsbruck y sus encantos. De mis cortas estancias en la capital de los Alpes austriacos apenas recordaba otra cosa que la tumba de Maximiliano[6] y alguna que otra cancioncilla folklórica modulada al uso gutural de la zona. Quizás animado por previas libaciones, Rody me acompañó con tal énfasis, que su voz llenó pujante, al menos, la mitad del histórico ámbito. En aquel entonces, los gorgoritos no alcanzaron siquiera el nivel de anécdota, pues el profesor era un perfecto desconocido en el College. Pero, uno o dos meses después, le fue concedido el Nobel de Física. Al entrar en el comedor el día de la feliz noticia, todo el mundo se puso en pie, en espontánea demostración de respeto. El Presidente pronunció unas palabras de salutación, a modo de brindis, que se perdieron inaudibles en la enorme sala. El gran Sherrington, Nobel él mismo el año anterior[7], comentó jocoso:

-          Espero que la respuesta de Herr Schrödinger se escuche mejor. ¡Qué digo! Estoy seguro de ello.

***

     Estaba visto que ese curso sería inolvidable para Rody, por más que no se encontrara ambientado en absoluto en aquella ciudad, cerrada y pacata, como él gustaba de tildarla. Hube de enterarme de la segunda buena nueva un poco por casualidad, mientras le explicaba el sentido y desarrollo de la Fiesta de Mayo[8], en la que yo tenía una notable participación, como encargado del coro del Magdalen. En el colmo del entusiasmo, me atreví a insinuar:

-          Es el gran momento de la juventud y del amor. Tanto es así, que podrías venir con tus dos mujeres.

     Rody cortó mi perorata, de forma un tanto sibilina:

-          No sería una buena idea, dadas las circunstancias.

     Aquellas circunstancias, que yo desconocía en profundidad, consistían en el avanzado embarazo de la esposa del profesor March, amante conocida y oficial de mi interlocutor. Su paternidad era tan evidente, que Anny –la mujer de Erwin- había llegado a sentirse ofendida e incómoda. Finalmente, todo vendría a buenas y la pequeña Ruth[9], nacida el 30 de mayo de 1934, sería reconocida como hija suya por Rody y tratada maternalmente, tanto por su progenitora, como por la esposa de su padre. Un galimatías que seguro comprenderán ustedes mucho mejor que las autoridades académicas oxonienses del momento.

     Años después, he tenido ocasión de leer, y más de una vez, que nuestro físico tenía en tanto la creación y la vida, que no podía privarse de la gloria de la paternidad[10], habida cuenta de que su esposa Anny resultó ser estéril. Aunque mi fuerte no sea la Lógica, creo que tal forma de pensar podría llevar a la deducción de que Erwin hubiera sido padre de un tropel de chiquillos, pero no a la decisión de reconocer, precisamente, a uno solo de entre ellos. Lo cierto es que, metiéndome donde no me llamaban, osé objetar su decisión legal, por el motivo más obvio:

-          Estimado colega, ¿no crees que la comunidad académica tomará a mal tamaña confesión de infidelidad?

-          Amigo mío, tengo bastante con ocuparme de que la tomen a bien Anny y los March. Y, después de todo, fortis est veritas[11].

-          En efecto, Erwin. Y que Dios os ayude: ya sabes, Dominus illuminatio mea.

     Con todo, pese a la fuerza de la verdad, me consta que Rody estuvo a punto de abandonar Oxford por Princeton: Lindemann[12] me lo reveló años después, cuando nuestro nobelizado colega aceptó la oferta de De Valera para dirigir en Dublín un Instituto de Estudios Avanzados; algo que, por el oferente y por lo turbulento de la época[13], algunos ingleses no le perdonaron jamás.

 
2.  El gato


     No era usual la presencia de féminas en el Magdalen de aquel tiempo. Aunque las chicas tenían acceso a la Universidad de Oxford desde 1920, ocupaban sus propios Colleges y Halls, entre los que no se encontraba precisamente el nuestro. Tampoco contábamos en el claustro con profesoras. En consecuencia, teníamos que coincidir con las limpiadoras, o perdernos en los vericuetos de la cocina, para tropezarnos con alguna falda –no escocesa-. Era algo que los profesores soportábamos con la indiferencia que dan la edad y la tradición. Desde luego, yo no me quejaba por ello.

     Entre las fámulas, Nathalie se llevaba la palma. Pese a su poco favorecedora parafernalia, aquella limpiadora, todavía joven, rolliza y rubicunda, tenía toda la gracia de una arrolladora simpatía y una energía desbordante. Y eso que la vida no le era fácil. Después de echar diez horas como ilustre fregona del Colegio, había de ejercer de ama de casa y de muñeca para un fornido y destemplado mecánico de la Morris [14].  Yo había tenido conocimiento de sus cuitas, a raíz de decidirme a comprar un MM8 Semi Sport, a poco de divorciarme. El Grandón –como indefectiblemente Nathalie aludía a su marido en su ausencia- me asesoró en la adquisición y me hizo la puesta a punto, de forma tan cumplida y atenta, que no pude menos de pensar que su esposa exageraba sus defectos. Sin duda, era un caso más de sujeto que presentaba su peor cara en el hogar.

     Ya no recuerdo cuándo ni cómo fue. El hecho es que, en algún momento de aquel año de 1934, Erwin vino a buscarme temprano a mi habitación del College, a fin de dar un paseo euforizante por Addison’s Walk. En el pasillo se tropezó con Nathalie, a la sazón de rodillas y echando los bofes para encerar el tillado. Deslumbrado por las rotundas pantorrillas enfundadas en medias negras y por unas sugerentes y níveas corvas, poco más arriba, el físico me bombardeó a preguntas, que en buena parte pude responder, por mi conocimiento espiritual de la atractiva fregatriz. Y es que hay veces en que resulto un poco gárrulo: aquella fue, sin duda, una de ellas.

***

     El resto de la historia habré de recomponerlo a retazos, en base al conocimiento propio, las confidencias de Rody y de Nathalie y la tradición oral del Magdalen, de cuyo acervo llegó a formar parte el incidente, aunque el paso del tiempo lo haya ido borrando. Como no soy un científico, me preocupa poco que los hechos hayan sido comprobados, ni que mis conclusiones coincidan con las de otros expertos independientes. Creo que fue el insigne matemático Weyl[15] –por cierto, amante indubitado de Anny Schrödinger- quien afirmó que, cuando había tenido que optar entre la verdad y la belleza, habitualmente había escogido esta última. Así que, si un matemático osa publicar esa regla de conducta, imaginen de qué no será capaz un músico, como yo.

      Me consta –por los motivos automovilísticos antes aludidos- que Nathalie y su marido vivían en una casita de planta baja, en Newman Court, con entrada principal a dicho lugar y salida escusada a un pequeño huerto, cuyos mínimos bancales descendían hasta besar las aguas del Cherwell. También me consta –todos lo sabíamos- que donde Erwin ponía el ojo, ponía la bala; dicho sea ello, como metáfora de sus cualidades e inclinaciones sentimentales.

      Dicen las fuentes que no era la primera vez que el ilustre profesor visitaba a la no menos ilustre fregona, aprovechando las ausencias conocidas de su marido. Mas, ya fuera por desarreglos de agenda, ya por la osadía que genera la libídine, una noche bastante fría, la pareja fue sorprendida in rebus Veneris[16] por el inconfundible y poderoso jadeo de la camioneta Van Built que habitualmente conducía Billy, el mecánico de la Morris. Innecesario es resaltar que Erwin saltó de la cama sumamente ligero de ropa y, ayudado por la así mismo despojada Nathalie, tomó sus vestiduras y salió corriendo al sereno por la puerta trasera, entre los consejos desesperados de aquella:

-          Vístete en el cobertizo y, en cuanto puedas, coges el bote y subes por el río hasta el Colegio.

-          Imposible, no tengo ni idea del manejo de la pértiga.

-          Entonces, permanece escondido hasta que se duerma mi marido. Ya te avisaré.

     El bueno de Rody acató la orden, abrió la puerta de la cabaña y, entre rozaduras y tropezones, enfundó su temblorosa anatomía en parte de la vestimenta y se acurrucó en el hueco más recóndito que pudo. Era ya tiempo pues, Billy, alarmado por el gruñido de las bisagras y la batahola en el chamizo, había cogido linterna y escopeta, presto a defender hasta el extremo su propiedad de los asaltantes nocturnos.

     Lo que pasara por la cabeza de Erwin en aquellos momentos es algo difícil de concretar. Aun tratándose de una mente poderosa, no es fácil razonar cuando se está magullado, acosado, descalzo y en calzoncillos. Pero, con todo, lo más peliagudo era compartir el habitáculo con un ser de ojos fosforescentes, que bufaba y ronroneaba ominosamente, y cuyo maullido podía estar conectado a los gatillos de una escopeta de dos cañones.

     En lo que puede definirse como una eternidad según el sistema referencial de Rody, este se sintió más muerto que vivo o, por mejor decir, vivo y muerto a la vez, dentro de una incertidumbre que ni siquiera se atrevía a medir en términos de probabilidad. Por hacer algo a fin de relajar la tensión, musitó un bisbiseo y tendió una mano hacia el gato. Este, poco agradecido al gesto, arañó la humana extremidad, dio un salto y salió disparado por la gatera de la puerta.

-          ¡Maldita Pussy! –tronó Billy al sentir el impacto de la minina contra sus pantorrillas-. ¡Pues no ha sido este bicho el que ha provocado todo el jaleo!

-          Claro, querido –corroboró Nathalie desde la puerta de la cocina, echándose la bata sobre el camisón-. Aunque también ayuda el desorden en que tienes todos los trebejos en el cobertizo.

     Y la pareja, sosegada, retirose a descansar.
***

     Meses después, empezó a circular por el Colegio, con origen en el departamento de Física, una conseja sobre un gato al que encerraban en una caja opaca con un depósito de gas venenoso y le sometían al refinado tormento de tener las mismas probabilidades de vivir que de morir. Todo dependía de unas partículas subatómicas juguetonas y de su desintegración, con referencia a un contador geiger. A mí, eso de que, hasta que se abriese la caja de marras, el gato estuviera vivo y muerto al mismo tiempo, me parecía ridículo. No obstante, debo de ser muy bruto, pues los científicos se daban –y se siguen dando- de cocotones para justificar o para negar tan obvia paradoja. Procurando no descubrir las confidencias que me había ido haciendo Nathalie, me atreví a preguntar a Rody, en la high table:

-          Tanto sadismo con un gato, ¿no encerrará algún trauma personal?

     Lindemann se desternillaba. Erwin, corrido, no sabía que contestar. Al fin, aquel pudo articular, trabucándose, la siguiente frase:

-          Al contrario, señor Clayton. El profesor Schrödinger le debe la vida a uno de esos simpáticos felinos.

-          Muy a pesar suyo, gruñó Erwin, sin apenas levantar la vista del plato.

     En presencia de físicos tan punteros, no sé cómo me atreví a concluir:

-          Es lo que tiene la incertidumbre..., gracias a Dios.

 

 



[1]  El Magdalen College de Oxford fue fundado a mediados del siglo XV. En su parque vagan los ciervos y en sus jardines abunda una hermosa flor poco común, la Fritillaria meleagris.
[2]  El apellido del gran físico Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger (1887-1961) era lo suficientemente impronunciable en inglés, como para que sus conocidos  angloparlantes lo abreviasen en Rody.
[3]   La primera Autoridad del Magdalen College ostenta el título de President del mismo. La high table es la mesa de honor del Colegio, reservada a profesores e invitados de postín, situada en posición elevada respecto de las demás.
[4]  En efecto, la abuela materna de Erwin Schrödinger era inglesa y su nieto hablaba perfectamente inglés, como también alemán –por supuesto-, francés y español.
[5]  Nombre de un conocidísimo vals de Johann Strauss, hijo.
[6]  El monumento histórico más conocido de Innsbruck es la tumba del emperador Maximiliano I de Habsburgo, en la Hofkirche.
[7]  Charles Scott Sherrington (1857-1952), premio Nobel de Medicina en 1932.
[8]  Hermosa y tradicional fiesta de primavera, que se celebra en la torre y jardines del Magdalen College, el día 1 de mayo de cada año, a partir de las seis de la mañana.
[9]  Ruth Georgia Erica Schrödinger, hija de Erwin Schrödinger y de Hilde March.
[10]  Merece la pena consultar, a este respecto, la novela de Jorge Volpi, En busca de Klingsor, 1ª edición, edit. Seix-Barral, Barcelona, 1999, páginas 165 a 171 y 179 y siguiente. Felicitaciones a su autor por esta obra.
[11]  Fortis est veritas (“la verdad es poderosa”) es el lema de la ciudad de Oxford; Dominus illuminatio mea (“el Señor es mi luz”) lo es de la Universidad de Oxford, fundada hacia el año 1200.
[12]  Frederick Alexander Lindemann (1886-1957), físico y filósofo, director a la sazón de los prestigiosos Laboratorios Clarendon de la Universidad de Oxford.
[13]  Eamon de Valera (1882-1975), gran político irlandés, era considerado poco menos que un terrorista por el público inglés. La incorporación de Schrödinger al susodicho Instituto dublinés se produjo en 1939, cuando aún no se sabía si Irlanda apoyaría, o no, a Alemania en la II Guerra Mundial.
[14]  Histórica y muy importante fábrica de motocicletas y automóviles, radicada en el suburbio oxoniense de Cowley.
[15] Hermann Klaus Hugo Weyl (1885-1955), indudable amante de la esposa de Schrödinger, Annemarie Bertel (1896-1955), habitualmente llamada Anny.
[16]  Almibarada y arcaica expresión para referirse al acto sexual, muy propia de un profesor oxoniense.

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