sábado, 21 de mayo de 2011

UN OFICIAL DE ESTADO MAYOR

Por Federico Bello Landrove

     Las indagaciones de un sensato –y, lamentablemente, imaginario- capitán de Estado Mayor nos llevan al Brasil de 1838, en plena Guerra dos Farrapos, contienda civil por la independencia del Estado de Río Grande do Sul. Algunos de los personajes más famosos de aquella conflagración (con Giuseppe Garibaldi a la cabeza) van desfilando por el relato, dejando un regusto de humana  vulgaridad, al reflejar sus imágenes en el espejo del capitán Guedes. Un extenso aparato de notas a pie de página trata de facilitar la comprensión de los lectores no familiarizados con los episodios históricos que fantasiosamente se narran.




  1. Un hallazgo inesperado

     Tengo la suerte de haber nacido en la histórica y bellísima ciudad de Ouro Preto. Mi familia, con no pocos esfuerzos económicos, ha conseguido mantener durante dos siglos la propiedad de una hermosa casa de estilo colonial, situada en la calle de Santa Quiteria (ahora, del Brigadier Mosqueira), entre el Teatro de La Ópera y la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. No daré más detalles, no vaya a ser que se convierta en lugar de peregrinación histórico-literaria y acaben con la tranquilidad de mi pobre madre, ya octogenaria. Pero, antes de pasar adelante, permítanme que me presente. Mi nombre es Ricardo Efraim Troncoso Xavier y mi profesión es la de militar. O, por mejor decir, era, pues me retiré hace ya un par de años, con la honrosa graduación de coronel.

     Soltero y sin nada importante que hacer allá, recogí mis pertenencias de la residencia de oficiales en João Pessoa (guarnición de mi última etapa de milicia) y regresé al lugar de mi nacimiento, con la santa misión de cuidar de mi madre y de la casa familiar. No es fácil lograr lo primero, pues es mujer independiente y de fuerte carácter, que no admite de buen grado las inevitables limitaciones de la vejez. En cuanto a lo segundo, baste con decir que he invertido todos mis ahorros en adecentar y rehabilitar mínimamente el edificio, tratando de dotarlo de las comodidades propias de nuestro siglo. Y, metido en las tareas preparatorias para tales reformas, sobrevino lo sorprendente.

     Sobre la planta principal de la casa, se levanta un amplio desván, que fue pasando por las más variadas funciones, manteniendo en todo caso la de almacenar todos los muebles y cachivaches que se iban retirando de los dos pisos inferiores. Durante mi infancia, aún recuerdo haber jugado –y haberme escondido- entre sus paredes, en la parte más próxima a la escalera y puerta de acceso. Las zonas del fondo, apenas accesibles, despertaban en mí un temor reverencial, dada la poca luz y los ruidos de carcoma y ratones. Pero, de cara a desocuparlo para las obras, no hubo más remedio que ir sacando todos los trastos y pasar revista a su contenido. Tuve no pocas sorpresas y emociones, pero ninguna tan digna de ser contada como el hallazgo, en una vieja caja de madera, con cerradura y asa metálicas, de documentos pertenecientes a un probable ascendiente mío, datados en los años 1838 y 1839. Tengo para mí que, aunque ahora cerrada, la caja había sido desvalijada de parte de su contenido y, desde luego, la humedad y los lepismas [1] hacían incompletos o poco legibles muchos de los papeles. No obstante, un repaso de lo más interesante del contenido me parece tarea no exenta de interés para los amantes de la historia. Juzguen ustedes.

     El autor de los textos resultó ser un desconocido –para mí- capitán de estado mayor del ejército imperial, llamado João Batista Guedes Filho, quien, sin duda, alguna relación tuvo que tener con mi familia, a juzgar por el lugar donde la caja de las sorpresas había aparecido. Mi madre no fue tampoco capaz de dar con el parentesco que podría ligarnos a tan marcial personaje. En los archivos oficiales y en los expedientes militares, silencio asimismo. Así que no me queda sino acogerme a la benevolencia de mis lectores: si pueden proporcionarme alguna noticia sobre el capitán Guedes, les quedaré por ello muy agradecido. Pero entremos ya, sin mayores preámbulos, en el acervo documental susodicho, compuesto, en lo sustancial, por hojas de diarios y cartas, ya originales (cuando el capitán era su destinatario), ya por copia (si Guedes resultaba ser el remitente). Mi labor se ha reducido a seleccionar los textos, retocar y modernizar su redacción y exponerlos, en lo posible, de modo cronológico. Los puntos suspensivos responden en ocasiones a mi personal criterio pero, las más de las veces, al capricho de la humedad o a la voracidad de los insectos.



  1. El capitán y su tarea

     30 de junio de 1838

     El ministro de la Guerra me convoca a su despacho para encomendarme una peliaguda tarea, que dice conviene a mi formación y personalidad, como anillo al dedo. Al parecer, la pérdida de la estratégica ciudad de Río Pardo ha alarmado de tal manera al Regente Araújo [2], que ha encargado al ministro [3] una encuesta profunda y sincera, pues no encuentra de razón que una tropa de desharrapados [4] derrote sistemáticamente al ejército imperial y caiga en sus manos una ciudad considerada fiel y casi invencible. El ministro, ante mis reticencias, destaca mi buena formación estratégica, sinceridad y pertenencia masónica, que puede favorecer eventuales contactos con los rebeldes. Me promete una gran carrera militar, si cumplo con mi cometido a satisfacción. Antes de decidirme, le he pedido me gestione una audiencia con el Regente, para recibir de primera mano sus indicaciones y, a mi vez, transmitirle yo algunas sugerencias. No parece haberle agradado mucho la idea, pero ha transigido con ella.


     8 de julio de 1838

     A las diez de la mañana, me recibe el Regente en palacio. Da la impresión de que el trabajo le ha envejecido prematuramente. Dicen que no tiene aún 45 años, pero ya la calvicie y canicie capilar, así como las pronunciadas bolsas de sus ojos, lo avejentan. Deben de haberle hablado muy bien de mí, pues se ha sincerado conmigo hasta extremos sorprendentes. Parece haber perdido la confianza en los generales y jefes que hacen la guerra en el sur, a la cabeza de más de diez mil hombres. Quiere descubrir los defectos y errores que puedan estarse cometiendo, así como las razones de los éxitos de los farroupilhas, sus objetivos y la posibilidad de llegar a algún acuerdo. Ya es sabido que el Regente es muy partidario, en todo caso, de arbitrar y componer. Le he pedido una credencial general para entendérmelas con los jefes del ejército en Río Grande, así como para perfilar mis poderes para entrevistarme y, en su caso, negociar con los sublevados. Me ha mirado de soslayo, con una sonrisa, diciéndome luego, más o menos, lo siguiente: Presénteme una lista de sus necesidades y yo procuraré atenderlas en lo posible. Así que me he pasado la tarde redactando un borrador que… vestir de paisano… recorrer los puestos y examinar… (a partir de aquí, la hoja del diario es totalmente ilegible).


     Credencial y poderes del capitán de estado mayor João Batista Guedes Filho, para ante las tropas imperiales y los combatientes que luchan contra ellas en la provincia de San Pedro de Río Grande.

     El portador del presente documento, arriba nombrado, tiene comisión del Gobierno del Imperio de Brasil para desplazarse a la provincia de San Pedro de Río Grande y vecinas, a fin de rendir un informe del estado de la guerra en esos territorios y aconsejar lo procedente, en orden a que tan deplorable situación curse con el menor daño posible de personas y bienes y pueda concluir de forma lo más rápida y satisfactoria  para la nación.

     A tal fin, el expresado capitán tiene pasaporte y salvoconducto para viajar por tierra y por mar entre esta capital y la provincia riograndense; visitar toda clase de plazas e instalaciones militares; ser observador en campañas y combates; examinar cualesquiera documentos de interés político y militar; pasar a territorio de los sublevados contra el gobierno de nuestro señor, don Pedro I;  vestir de uniforme o de civil, según conviniere en cada caso, sin ser por ello tachado de espía, y, en general, tomar las medidas que razonablemente convengan al buen desempeño de su misión.

     Mando, pues, a todas las Autoridades civiles y militares que cumplimenten y atiendan lo que más arriba ha quedado dicho.

     Dado en Río de Janeiro, a 15 de julio de 1838.

     Por el Ministerio,

     Bernardo Pereira de Vasconcelos, Ministro interino del Imperio.


     13 de septiembre de 1838

     Por fin he llegado a Campo dos Bugres [5]. Desde aquí, me propongo visitar, en primer lugar, las zonas de concentración de nuestro ejército, para constatar su disposición, ánimo y equipamiento. Posteriormente, intentaré contactar con algunos de los más destacados políticos y caudillos rebeldes,  a fin de sondear sus motivos e intenciones y, de ser posible, descubrir las razones de sus éxitos militares. Aunque he encontrado en la provincia de Santa Catarina claras evidencias de contagio con la sublevación de Río Grande, procuraré enviar por tierra informes periódicos al ministro de la Guerra, a través de mis asistentes. Tal vez, el camino por mar sería más indicado para la seguridad del correo. Me dicen que funciona aquí una logia, llamada Progreso y Libertad. Voy a entrevistarme mañana con su jefe, a fin de ir preparando mi eventual acceso a los hermanos sublevados.



  1. Las primeras impresiones


     15 de noviembre de 1838

     Señor ministro de la Guerra:

     Creo estar en condiciones de rendir a Su Excelencia mi primer informe sobre el estado de nuestras tropas en la provincia de Río Grande. En verdad, la situación no puede ser más descorazonadora para un militar patriota y que aún recuerde las enseñanzas recibidas en la academia militar o, meramente, en las campañas cisplatinas [6]. Me refiero a consideraciones, que detallaré con precisión en mi relación definitiva, pero que ahora adelanto, con vistas a que se subsanen las mayores deficiencias.


     No dudo de la buena disposición y conocimientos de nuestros generales y coroneles, pero lo cierto es que, formando divisiones que, en el mejor de los casos, apenas llegan a los dos mil hombres, dividen (quizá por eso les cuadra el nombre divisionario) sus fuerzas y efectivos, sin coordinación ni concierto. A ello contribuye lo extenso del territorio rebelde y la circunstancia de que buena parte de las fuerzas, con el Presidente de la provincia y Comandante de Armas [7], estén dedicadas a la defensa de Porto Alegre. Nuestras tropas se componen de una buena infantería y de una aceptable masa artillera, contando con el hecho de que sus enemigos carecen casi por completo de cañones. La intendencia y la sanidad resultan muy deficientes. Pero, sobre todo, la debilidad de nuestro ejército es la caballería, muy inferior en número y calidad a la del enemigo, y carente casi por completo de capacidad para sustituir los animales heridos y enfermos.

     Los rebeldes cuentan con mucho mejor conocimiento del terreno y con el apoyo informativo y logístico de la mayoría de la población. La caballería gaúcha [8], aun falta de disciplina, es valiente y muy capacitada para la maniobra. Ello les da gran superioridad en una guerra –como ésta- que se desarrolla en escenarios muy amplios y la movilidad resulta esencial. Tienen buenas reservas de monturas y la posibilidad de adquirir víveres y refugios en el Uruguay.

     Espero ofrecer próximamente a Su Excelencia mejores y más fundadas informaciones, tras visitar nuevas zonas de guerra y otras unidades, aunque no creo que la primera impresión, que ahora le transmito, cambie de manera sustancial.



      12 de diciembre de 1838

     Hoy he conocido a uno de los jefes más famosos del ejército imperial, que pasa por ser de los más eficaces y profesionales. Se trata del coronel Antonio de Melo Albuquerque [9]. Yo creo que gran parte de su  éxito se debe al buen conocimiento del terreno. Natural de Río Pardo, ha levantado y comanda tropas imperiales de la Guardia Nacional, con las que viene actuando en la zona de Cruz Alta. Son hombres curtidos y buenos combatientes, casi todos de a caballo. El coronel me interpeló:

-          Señor capitán, ¿qué derecho tienen en Río de Janeiro para pedirnos victorias, si nos tienen completamente abandonados? El pasado invierno las tropas estuvieron faltas de equipo y ropa de abrigo. No hay caballos de repuesto; los hombres mueren por falta de atención sanitaria…

     Yo pienso que, en temas de intendencia, están mucho peor las unidades que empiezan a llegar aquí, un poco de todas partes: de Río, São Paulo, Minas o Paraná. No obstante, los gaúchos se muestran celosos de esos soldados foráneos, mandados por oficiales profesionales. A mi vez, le pregunté:

-          Coronel, ¿cuáles son sus próximos planes? ¿Cómo se coordina con los otros cuerpos y divisiones del ejército? ¿Me lo puede indicar sobre los mapas?

     Melo se echó a reír. Podrá ser inaudito, pero carecen de mapas detallados. Los nativos pueden no necesitarlos, pero ¡qué decir de los que vienen de lejos! ¡Es un ejército de ciegos, máxime sin poder confiar en los exploradores de esta provincia, por motivos obvios!

-          En cuanto a mis planes –prosiguió-, tengo la intención de penetrar en Santa Catarina, para atacar la zona de Lages y, de ahí, seguir hacia la costa. No podemos permitir que los sublevados se hagan con la provincia del norte y puedan cortar nuestra comunicación por tierra con el resto de Brasil.

     Me pareció una buena idea y así se lo dije. El coronel pareció relajarse y bromeó:

-          ¿No será usted un caramuru de esos de la Sociedad Militar [10]?

     No le respondí. Me pareció una impertinencia, dirigiéndose a un emisario del Gobierno de la nación.


     26 de diciembre de 1838

     He tenido suerte y, aprovechando la relajación navideña, pude entrar en Porto Alegre, sin necesidad de pedir favores a los jefes rebeldes. Tuve más trabajo para convencer a nuestros soldados de que era un auténtico capitán leal, aunque fuera vestido de paisano y hubiera cruzado las líneas enemigas. Está claro que el sitio de Porto Alegre, que ya dura más de dos años, puede prolongarse durante mucho tiempo más, a juzgar por el equilibrio de las fuerzas en liza y por su escasa combatividad. Una vez identificado y presentada mi credencial, hablé sobre ello con el gobernador de la provincia y jefe de las fuerzas imperiales, mariscal Miranda e Brito:

-          ¿Cómo cree posible, mariscal, que los farroupilhas puedan conquistar la ciudad, estando ésta fortificada y sobre aviso? No tienen artillería suficiente, ni marina para asediarla por la parte de la laguna.
-          A fuer de sincero, capitán, no me inquietan tanto las fuerzas uniformadas, como los partidarios de la rebelión, que abundan dentro de Porto Alegre. Además, no podemos permitirnos, en ningún caso, perder esta ciudad que, no sólo es el símbolo de nuestra presencia en la provincia, sino la llave de su acceso por mar.
-          ¿Hay algún riesgo … marina rebelde?
-          … un tal Garibaldi (lamentablemente, los insectos han devorado parte del documento, haciéndolo incompleto en este punto).

     Mañana pienso recorrer las líneas de defensa, trincheras y puestos avanzados que rodean la ciudad. En días sucesivos, navegaré por la Laguna de los Patos y los principales ríos que en ella confluyen. No creo probable la amenaza aludida por el Comandante de Armas, pero no están de más las precauciones. Entre tanto, de manera discreta, voy a ponerme en contacto con las autoridades masónicas de aquí, pues es una ocasión inmejorable para que me gestionen el acceso a los jefes rebeldes que dirigen el asedio.


     8 de enero de 1839

     Señor ministro de la Guerra:

     Durante los dos meses transcurridos desde mi anterior informe provisional, he fortalecido mis primeras impresiones, con la reserva de no haber podido entrar hasta ahora en directa relación con los jefes rebeldes, como Su Excelencia el Regente me recomendó.

     Todos aquí reconocen el esfuerzo del Gobierno, al mandar hombres y equipos a una provincia tan alejada. Es cierto que algunos de los jefes preferirían una atención preferente a las fuerzas leales reclutadas en Río Grande, pero es difícil poder apoyar esta opinión, dada la escasa confianza que puede dispensarse a quienes han convivido y siguen teniendo grandes lazos económicos y personales con los sublevados. No obstante, me permito insistir a Su Excelencia en la conveniencia de no enviar acá a más hombres de infantería, con mediocre equipo y entrenamiento. Sería mucho más productivo, fortalecer la caballería y, según las impresiones que he recibido, destacar algunas unidades más de la Marina, a fin de evitar el acceso al mar de nuestros enemigos, que podrían intentar, no sólo desde Río Grande, sino por la limítrofe provincia de Santa Catarina… (nueva laguna del texto, esta vez obra de la humedad)

     … se necesitan mapas detallados de las zonas de combate; oficiales de estado mayor y de enlace entre nuestras columnas y unidades, así como un mando operativo unificado, que no se encierre en Porto Alegre, ni en ninguna otra ciudad cercada. También resulta crucial intentar un movimiento en cuña, que corte en lo posible la comunicación de Río Grande con la República Oriental del Uruguay, donde los rebeldes se refugian y proveen de caballos y otros suministros. Considero asimismo muy conveniente apoyar la fidelidad de los inmigrantes alemanes del Planalto y el valle de los Sinos, para evitar que se extienda la rebelión hacia el noroeste.

     Remito la presente por vía marítima y ruego a vuecencia que, por el mismo conducto y sin tardanza, me envíe la cantidad correspondiente a los suelos atrasados, míos y de mis asistentes, o bien extienda una orden de libramiento al Gobierno de esta provincia, en nuestro favor.

     Reitero mi intención de presentar a Su Excelencia un detallado y completo informe de la situación militar, que juzgo relativamente estabilizada, aunque no exenta de serias amenazas y lejana aún de un final venturoso para la nación.



  1. En campo enemigo

      24 de enero de 1839

     Por fortuna, mi solicitud de entrevistar a uno de los jefes enemigos que cercan Porto Alegre fructificó, en la mañana de hoy, con la designación para tal cometido del general Bento Manuel Ribeiro [11], quien, como es sabido, abandonó nuestro campo, en marzo hará dos años, y, en unión de Antonio de Sousa Neto, nos derrotó completamente en Río Pardo.

     Me recibe vestido de punta en blanco, con uniforme de gala, condecoraciones y sable. Es un hombre corpulento, de estatura menos que mediana, blanco de tez, con gesto severo y bigote finamente delineado. Lee detenidamente mi ya ajada credencial y se adelanta a una eventual admonición por mi parte:

-          Ya ve, capitán, hasta dónde me han llevado la ingratitud y los manejos de políticos sin escrúpulos. Antaño defendí Porto Alegre para su Gobierno; hoy, lo cerco y trato de conquistarlo para la República riograndense.
-          No le culpo, general. No ha de ser fácil haber nacido en esta tierra y guardar fidelidad a un poder tan lejano. Pero según usted, que es buen conocedor de la materia, ¿qué razones existen para que un riograndense se decante por un bando u otro?

     El general sonríe, reflexiona durante unos momentos y me indica:

-          He ahí la razón de nuestra fuerza y, también, de nuestra debilidad. Cada uno de nosotros cree encontrar razones, y diversas, para profesar devoción a la bandera tricolor [12].  Unos defienden sus haciendas ganaderas de la ruinosa competencia a la que las abocó la errada política aduanera; otros invocan el derecho de los pueblos a la independencia y la voluntaria confederación; quienes reclaman una más completa libertad, ante las vacilaciones y reticencias del Gobierno de Regencia –no digamos de la política del rey Don Pedro-; quienes se sienten preteridos por portugueses y advenedizos, que ganan sus poderes en Río de Janeiro para venir a ejercerlos aquí. Todos somos descontentos, aunque por muy diversos motivos. Fácil será satisfacer a algunos, imposible contentarnos a todos.
-          Pero, general, entiendo que el amor a esta tierra no está reñido con el patriotismo y la fidelidad a la nación. De otro modo, podemos estar, no tardando, en una situación similar a la que usted combatió en varias campañas, durante más de veinte años [13].
-          Cierto. Es cuestión de prioridades. La mayoría de los gaúchos no han perdido el espíritu de unidad con sus hermanos del norte, ni pretenden una independencia como la que ha proclamado Gonçalves hace unos meses [14].
-          Entonces, mi general, ¿cree que tendría sentido abrir conversaciones o vías de aproximación entre ustedes y el Gobierno del Brasil, como el Regente sugiere?

     Nueva sonrisa y nueva reflexión. Finalmente:

-          Por ahora, tratemos de llevar la guerra con menor crueldad y los manifiestos con mayor prudencia. Venga, capitán, le presentaré a algunos de mis oficiales. Seguro que entre ellos encuentra a algún conocido.


     12 de febrero de 1839

     He debido caerle bien al general Manuel, pues me ha facilitado pase y escolta hasta la ciudad de Piratini, actual capital de los rebeldes. Mis acompañantes, en número de unos veinte, son en su mayoría de raza negra, grandes jinetes, apenas identificables como soldados por el machete y las boleadoras que guardan bajo el poncho, así como por la lanza que enarbolan. He tratado de hablar con ellos pero habrán recibido órdenes al respecto, ya que no me han respondido ni palabra. Tengo que informar al ministro sobre la abundancia de negros y de indios que he visto entre las tropas rebeldes, pues podría ser una buena idea para negociar, la de otorgar la libertad a los esclavos que se uniesen a nuestras fuerzas.


     14 de febrero de 1839

     Al aproximarnos a Piratini, mis escoltas me han vendado los ojos, a fin de que desconozca el estado de las avanzadillas y fortificaciones de la población. Así es que, al quitarme la venda, lo primero que he podido ver ha sido el zaguán de una casona, con patio interior porticado y florido, antaño residencia de algún caballero de esta pequeña ciudad. Actualmente, tiene que estar dedicada a despacho oficial de los mandos rebeldes, pues ha sido constante el tránsito de civiles y militares, en el largo tiempo que me han tenido esperando, ahora vigilado por un sargento y varios soldados de guardia en el edificio.

     Al cabo de unas dos horas, me hacen subir por una amplia escalera hasta una de las salas del piso principal, donde me recibe una persona relativamente joven –más o menos de mi edad-, que se me presenta amablemente:

-          Disculpe la tardanza, capitán, pero comprenderá que estemos muy ocupados. Soy Antônio Vicente da Fontoura, ministro de Hacienda de la República Rio-Grandense[15].

     Por su diálogo, encuentro que está perfectamente informado de mi misión y personalidad, gracias a sus contactos masónicos, a través de la logia Filantropía y Libertad. Para abrir vías de conversación, le manifiesto mi preocupación por la masiva presencia de negros en la caballería de su bando y su respuesta parece coincidir con mis inquietudes:

-          Nuestros hombres de raza negra reciben, en la medida de lo posible, instrucción y solidaridad, pero no le niego los riesgos de un retorno al régimen de esclavitud, cuandoquiera que termine la guerra.
-          ¿Y la economía, señor ministro -me atrevo a preguntar retóricamente-? ¿Cuánto cree que podrá resistir su República esta situación de guerra y bloqueo naval?
-          Esa es decisión de ustedes –me responde-. Todos sufrimos con el conflicto, pero éste no concluirá en tanto su Gobierno no transija en los puntos políticos, económicos y militares, que constituyen la razón de ser de nuestra sublevación.

     Insensiblemente, Fontoura me ha dado la clave. No es separatista, ni cree en la viabilidad de una república independiente. La cuestión es: ¿su moderación es general en su bando, o predomina más bien la postura contraria? Le pregunto:

-          ¿Estarían ustedes dispuestos a entablar contactos informales con el Imperio? ¿Sobre qué condiciones principales?
-          No me cumple ahora negociar, ni tomar iniciativas. Tendrá usted la oportunidad de conocer a nuestro presidente; él le dirá. Pero confidencialmente, capitán, sepa que no todos aquí estamos dispuestos a soportar una guerra larga e incondicional. Dígaselo a las autoridades que le han enviado.

     Yo pensaba que el presidente me recibiría a continuación, pero Fontoura hizo llamar a un mayor de su confianza y, en voz baja inaudible para mí, le confió la tarea de alojarme con la debida consideración. Es en ese amable confinamiento donde redacto estas líneas, una vez obtenida la seguridad de ser recibido en audiencia por el jefe rebelde, en uno o dos días.


     16 de febrero de 1839

     Hacia las cuatro de la tarde, soy conducido a la presencia de Bento Gonçalves [16]. He estudiado a fondo su larga ejecutoria militar, en los archivos del Ministerio de la Guerra en Río de Janeiro, y su espectacular evasión de los presidios de Bahía, con la inestimable ayuda de sus compañeros masones. Su complexión mediana y rostro enjuto reflejan cansancio y, probablemente, alguna enfermedad. Le saludo militarmente, pese a mi atuendo civil, y le manifiesto la consideración del Regente por sus éxitos militares, razón de ser de mi embajada. Gonçalves me responde:

-          Esa consideración es recíproca, señor capitán; pero, más que a cortesías versallescas, debería apuntar a reconocer a nuestras tropas la condición de militares beligerantes, eludiendo prácticas inhumanas, como el fusilamiento masivo o la degollación, y a un trato menos cruel y dañoso de la población civil. De no ser así, temo no poder imponer a mi ejército un comportamiento ejemplar.

     Convengo con él en la necesidad de humanizar la guerra y evitar prácticas bárbaras, pero muestro mi oposición a considerar a los riograndenses como un ejército regular, dado que su República ha nacido de una secesión, no aceptada por Brasil, ni afianzada por una victoria decisiva. Gonçalves parece indignado, entendiendo que la consolidación del territorio libre y sus numerosas victorias parciales son suficientes al efecto:

-          Sepa, capitán, que la guerra  será larga y que no está lejos nuestro reconocimiento, al menos, como beligerantes, por parte de Inglaterra y Francia.
-          Eso no será antes, señor, de que Río Grande consiga una salida franca al mar, con marina y posibilidades de comerciar.
-          Le veo bien informado. No tardaremos en conseguir lo que usted dice. Entretanto, Uruguay y Argentina nos reconocen de facto como Estado.

     La conversación languidece, en un statu quo tedioso. Decido darle un giro:

-          ¿Existe, desde su punto de vista, alguna posibilidad de retorno de su República a la nación brasileña? ¿En qué condiciones?
-          De ninguna manera. Mi postura quedó bien definida en la proclama de agosto pasado [17], que su Gobierno conoce perfectamente.
-          ¿Ni siquiera contempla Su Excelencia la opción federativa, dentro de condiciones de armonía y libertad, comunes y ventajosas para toda la nación brasileña?
-          Para mí, señor, no existe la nación brasileña o, por mejor decir, termina en el río Pelotas[18].

     No pude resistir la ironía, para terminar la poco agradable audiencia:

-          De ser así, espero, al menos, que su ejército abandone Lages y deje elegir su suerte a la provincia catarinense. En fin, señor, trasladaré a mis superiores sus puntos de vista.


     Informe provisional confeccionado por el capitán João Batista Guedes Filho y remitido al Ministro de la Guerra

     Excelencia:

     Mi visita a territorio rebelde y las entrevistas allí realizadas confirman los rumores existentes, sobre el evidente cansancio de una parte de la población y del ejército rio-grandenses por el desarrollo largo y poco ventajoso de la guerra. Parece evidente que una parte relevante de las Autoridades rebeldes no consideran acertada la declaración de independencia y podrían conformarse con el establecimiento de condiciones razonables de paz que, sin embargo, no se atreven por ahora a concretar.

     Me será necesario completar la información y los contactos, viendo más de cerca la actuación y posibilidades de las tropas enemigas. En cualquier caso, más por debilidad nuestra, que por fortaleza del adversario, auguro todavía nuevas campañas, hasta que la superioridad de nuestras armas y medios compense la concentración y conocimiento del terreno de las de Río Grande. Mientras tanto, resulta necesario que, aunque no se les dé a los enemigos la condición de beligerantes, se ordene a nuestras tropas que se comporten con humanidad y respeto a las leyes de la guerra. Si ésta termina como todos deseamos, volveremos a ser hermanos y ello será tanto más fácil, cuantos menos sean los agravios recíprocamente infligidos… (nueva interrupción del relato, por obra de los estragos del tiempo)

     … oportuno enviar refuerzos, especialmente navales, a Santa Catarina, pues los rebeldes ponen buenas esperanzas en el comercio naval con las potencias extranjeras. Por ello, me propongo concluir lo sustancial de mi misión, regresando a Porto Alegre y, desde allí, recorrer la costa, desde Tramandaí hasta Laguna, para ver sobre el terreno los posibles avances del enemigo y las medidas para contrarrestarlos.

     Enviaré este informe a Su Excelencia, tan pronto me encuentre seguro en la ciudad de Río Grande, empleando para ello, a ser posible, la vía marítima.

     Dado en camino de retorno hacia Porto Alegre, a 28 de febrero de 1839.



    
  1. Encuentro con la Historia

     Comunicación del Ministerio de la Guerra al capitán João Batista Guedes Filho, en comisión especial de servicio en la provincia de San Pedro de Río Grande.

     De orden del señor Ministro, le comunico haberse recibido en esta dependencia sus informes de 15 de noviembre de 1838 y 8 de enero del corriente año, que Su Excelencia ha valorado como muy útiles y ha cursado con su plácet al Regente imperial.

     En atención a cuanto expone, este Ministerio ha decidido prorrogar su comisión, en principio, hasta el día 30 de junio próximo, esperando que, para entonces, haya ultimado todas las visitas y gestiones precisas para presentar un informe completo, por conducto oficial. 

     Con esta misma fecha, se ha cursado orden a la pagaduría militar de Porto Alegre, para que proceda a abonar los emolumentos correspondientes a usted y a sus ayudantes, con los respectivos atrasos y cantidades adicionales para el mantenimiento en campaña.

     Dado en Río de Janeiro, a 4 de marzo de 1839.

     El Coronel, Segundo Jefe de Estado Mayor, Fernando Ribeiro Antunes.



     27 de marzo de 1839

     Me informa el Comandante de Armas de que, a falta de expediciones más importantes –que se están preparando para más adelante, en coordinación con la marina imperial-, va a darse una batida contra los astilleros de los rebeldes en el río Camaquâ y me invita a incorporarme a ella. Declino la invitación, pues no creo favorezca mi misión el jugarme la vida cuerpo a cuerpo en alguna confusa escaramuza. Decido, pues, mantener mi plan de recorrer la costa sistemáticamente. No obstante, pido entrevistarme con el jefe de nuestras tropas en la operación de destrucción, quien resulta ser un capitán, famoso en Porto Alegre por su bravura, llamado Francisco Pedro Buarque de Abreu, a quien se conoce habitualmente por el apodo de Moringue [19] .

     Moringue no es un militar de carrera. No obstante, ha tenido una destacada actuación en el cerco de esta capital, dirigiendo varias salidas para acopiar ganado y alimentos. También se ha distinguido en los combates por la posesión de Caçapava. Muy joven, moreno, macizo, con la cabellera desordenada y el uniforme aún más, recibe con desdén mi petición de informes sobre la forma en que va a desarrollar su misión y los objetivos finales de ella.

-          Aquí, dice, no se juega a la guerra con las tácticas del estado mayor. No hay frentes definidos, ni mapas. Constantemente se corre el riesgo de nuevos levantamientos y deserciones. ¡Valor y mano dura! Eso es lo que se precisa.
-          Entonces, ¿no sabe a qué o quiénes va a enfrentarse? ¿Con qué tropas cuenta?
-          Vamos unos cien hombres y supongo que nos harán frente otros tantos. Dicen que, a su frente, está un hombre de mar italiano, que estuvo preso en Río de Janeiro y lo dejaron escapar [20].
-          ¿Y cómo se llama ese individuo?
-          Garibaldi.

     El capitán Buarque estaba deseando terminar la conversación, que tampoco para mí resultaba agradable. Así que le deseé suerte y abandoné la habitación. Procuraré enterarme más adelante del resultado de su expedición y, por curiosidad, recabaré información del tal Garibaldi y su peligrosa idea de formar una pequeña marina farroupilha, dada la poca presencia de nuestros barcos en esta costa.


     15 de abril de 1839

     Han llegado noticias del desastrado fin de la expedición mandada por Moringue, quien ha resultado gravemente herido, al asaltar sin precaución alguna el galpón en que se encontraban Garibaldi y sus hombres construyendo los barcos[21]. De hecho, en mis reconocimientos de la laguna, a bordo de una cañonera comandada por John Grenfell [22], he tenido ocasión de divisar en lontananza  dos lanchones artillados, que dicen pertenecer al ejército rebelde. En la mañana de hoy, al avistar uno de ellos, he tomado la decisión –muy discutida por el señor Grenfell- de pedir prestado un bote y, bajo bandera blanca, con mi fiel ayudante Soares Pereira y un marinero a los remos, dirigirme al enemigo, que ostensiblemente enarbolaba la enseña tricolor de Río Grande. Al subir a la embarcación, ante el estupor de sus tripulantes, he dicho de forma rotunda:

-          Soy el capitán Guedes, representante especial del Gobierno imperial de Brasil y quiero  entrevistarme con el capitán [23] Garibaldi.

     El comandante al mando del pequeño buque, un italiano de apellido Carniglia [24], me responde en una jerga difícilmente inteligible:

-          Soy el capitán incidental de la nave Río Pardo, de la marina de Río Grande[25]. ¿Puede mostrarme sus credenciales?

     Momentos después, el Río Pardo vira hacia el oeste y toma la derrota de la desembocadura del río Camaquâ, que rebasamos, atracando finalmente en São Lourenço, donde unos pontones hacen las veces de embarcadero. Durante la breve singladura, los tripulantes otean constantemente el horizonte para comprobar que no están siendo seguidos por el temible Grenfell. Compruebo que maniobran con la presteza y coordinación de la gente marinera, aunque entre ellos hay italianos, uruguayos, río-platenses y sólo algunos farrapos. Llegados a tierra, el tal Carniglia cambia brevemente impresiones con un negro, llamado Procopio, que blasona de haber sido quien hirió a Moringue hace unos días. Me acompaña hasta unos cobertizos, donde una veintena de obreros se afanan en labores de carpintería de ribera. Entre ellos, desnudo de medio cuerpo, pese al tiempo desapacible, destaca un hombre como de treinta años, de largo cabello rubio, membrudo, aunque pequeño de estatura, que parece dirigir los trabajos: es Garibaldi [26].

     Lee atentamente mi documento oficial de presentación, con la ayuda de Procopio como traductor. Me sonríe, estrecha mi mano y aplaza nuestra entrevista hasta la hora de comer, es decir, poco más de una hora más tarde:

-          Entretanto, me dice, puede usted circular libremente por el lugar y ver cuanto le interese. Después de la reciente visita de sus tropas, creo que ello no le deparará ninguna sorpresa o información novedosa.

     Efectivamente, compruebo que nuestras noticias son ciertas. Se está preparando una pequeña flotilla de, al menos, dos embarcaciones, apenas calificables de cutters, todavía no artillados. Lo más sorprendente es la confección de grandes armazones de madera, con ruedas gigantescas, que supongo aptos para trasladar por tierra los cascos hasta la orilla oriental de la laguna, a fin de evitar la acción impeditiva de nuestra marina. Me dispongo a comentárselo pero, al iniciar la modesta colación, levanto antes mi vaso para hacer un brindis, muy bien acogido por los presentes:

-          ¡A la salud de los buenos marinos, vengan de donde vinieren!

     Junto a Garibaldi ha tomado asiento quien resulta ser el capitán del Republicano, la otra embarcación que ya tienen aprestada para el combate. Se trata de un norteamericano, llamado John Griggs [27], de aventajada talla y excelentes modales. El italiano me asegura que no tiene animadversión ninguna hacia Brasil o su gobierno. Tuve buenos momentos en Río y hasta posibilidad de enriquecerme. De hecho, su Gobierno me parece liberal y moderado, en comparación con la violencia y crueldad que he vivido en el Río de la Plata.

-          Entonces, capitán, ¿qué le ha llevado a tomar partido por la llamada República de Piratini? ¿Acaso su afición a la piratería?

     Garibaldi ha entendido perfectamente el juego de palabras y estalla en una carcajada. Luego, contesta:

-          Nunca he sido pirata en América. De hecho, tengo patente de corso desde 1837, otorgada por la República de Río Grande. Ahora estamos en guerra y nos jugamos la vida. Así que comprobará usted que, de perseguir riquezas, no habría hecho una buena elección de escenario.
-          Pero se rumorea en Porto Alegre que sus compañeros y usted mismo están a sueldo de los rebeldes; vamos, como si hubiera puesto su valor e indudables conocimientos a disposición del mejor postor.
-          Nada de eso. Río Grande no es rico. Yo estoy a favor del bando más liberal y que puede acabar con la esclavitud de los negros.
-          ¿Está usted seguro? He tenido la oportunidad de entrevistarme con los jefes de los farroupilhas y ninguno me ha asegurado que esté por el abolicionismo.
-          La guerra lo hará, amigo mío. ¿Ve posible que, por ejemplo, mi amigo Procopio regrese a una estancia, en régimen de esclavo?

     Cambio de conversación y descendemos al terreno personal. Un tal Rossetti, amigo de Garibaldi, canta las bellezas de Río Grande y de sus mujeres. Intuyo que incluye una indirecta, que se me escapa. Garibaldi enrojece por un momento y dice:

-          Eso es agua pasada, pero ¿qué hombre joven, que se juega la vida, no querría tener una mujer valiente a su lado?

     A los postres, vuelvo a los asuntos militares:

-          Veo que siguen con sus propósitos de hacerse a la mar. Tropas río-grandenses están avanzando por tierra en territorio de Santa Catarina. ¿Pretenden ustedes ampliar la sublevación a otras provincias?
-          Eso son secretos militares, capitán –replica lógicamente Garibaldi-. Gonçalves y nuestras armas tendrán la última palabra.
-          Eso, por no hablar de nuestra marina, que no tardará en ser muy poderosa en estas aguas, apostillo.

     Garibaldi da por concluido nuestro encuentro. Me pregunta:

-          ¿Quiere regresar por la laguna a Porto Alegre?
-          ¿No sería posible entrevistarme con el jefe de sus fuerzas terrestres en territorio de Santa Catarina?
-          Sin duda, se refiere… (a partir de aquí, la narración se interrumpe, por desaparición de la hoja siguiente del diario, siendo de suponer, por lo que sigue, que la solicitud del capitán Guedes fuese rechazada [28])


     Informe parcial que eleva al Ministerio de la Guerra el capitán de estado mayor, João Batista Guedes Filho.

     Señor:

     Éste será con seguridad mi último informe sobre el terreno, antes de regresar, Dios mediante, a Río de Janeiro y exponer formal y detalladamente mi análisis y conclusiones. La decisión e iniciativa de los rebeldes, dirigida en parte por un mercenario italiano, apellidado Garibaldi, está poniendo en evidente peligro nuestro dominio de la costa y, por extensión, el de Santa Catarina, que corre también riesgos de ataque desde el interior. Las fuerzas enemigas no son numerosas y entiendo que –como ya manifesté en un informe anterior- debe fortalecerse la marina en esta zona, con la presencia de algunas unidades, no de gran porte, pero sí bien artilladas y con tripulaciones duchas en la maniobra y el abordaje.

     Por lo demás, me parece que los rebeldes pueden estar llegando al límite de su capacidad ofensiva en Río Grande. Si no son capaces de extender la guerra a Santa Catarina, ni aceptan la ayuda de Rosas [29], la guerra puede entrar en una fase en que la benevolencia y las negociaciones debiliten la unidad del enemigo y lo fuercen a reintegrarse en la nación, como creo es el designio de Su Excelencia, el Regente.

     En breves días, y a punto de expirar mi mandato, me pondré en camino hacia el norte, no sé aún si por tierra o por mar. Mi salud se ha resentido en las últimas semanas. Creo pudiera tratarse de malaria, agravada por un serio enfriamiento, pues el invierno aquí se aproxima, con rigores y lluvias infrecuentes.

     Con todo respeto, queda a las órdenes de Su Excelencia, João Batista Guedes.

     Dado en Río Grande, a 3 de mayo de 1839.



6. Un remanso de paz


     8 de mayo de 1839

     Mis dolencias empeoran y el tiempo es infernal. Constantes lluvias han convertido todos los caminos en lodazales. Aprovechando la salida para Porto Alegre de un lanchón con mercancías y correo, me embarco en él, con el sargento Soares. Por respeto, me acomodan en una yacija improvisada en el sollado, entre sacos y cajas. Tengo mucha fiebre y apenas puedo escribir. El sargento se ofrece a continuar la redacción al dictado, pero decido poner fin a la entrada de hoy, pues poco más hay que contar.


     3 de junio de 1839

     Tras casi un mes de reclusión en cama, del que tengo muy parcial conocimiento, estoy lo suficientemente restablecido, como para reanudar mi diario. Resumo, pues, lo que me ha relatado Soares, referente al tiempo –casi un mes- que llevo aquí.

     Avanzada la travesía entre Río Grande y Porto Alegre, a la que antes me referí, se desataron las fuerzas naturales, en forma de una terrible tormenta con viento del este, que aconsejó al capitán de la nave aligerar la carga o poner rumbo, a favor del huracán, hacia el embarcadero occidental más próximo. Es así, como arribamos a São Lourenço, donde los farrapos se incautaron inmediatamente del lanchón y de su carga y apresaron a los tripulantes. Ante mi situación delirante y de pérdida de conocimiento, fue Soares quien se identificó y pidió ayuda médica. La hacendada Anna Joaquina Gonçalves, hermana de Bento Gonçalves –el jefe rebelde- dio orden de acogerme en su fazenda y en ella he estado recibiendo cuidados médicos y toda clase de atenciones, en una amplia habitación de la planta alta, en tanto Soares era alojado en un galpón adyacente, con los trabajadores y los esclavos.

     Según me refiere mi asistente, la señora de la casa es viuda. El matrimonio tiene tres hijas, llamadas Anna, Tereza y Perpétua, ya casadas, pero quien  ha participado con solicitud en mi cuidado, ha sido su joven prima Mariana, modelo de laboriosidad y compasión. También me ha contado que, en esta hacienda, hace cosa de una semana, ha habido una reunión de jefes farroupilhas, en la que cree participó el propio Gonçalves. La proximidad del edificio principal a la laguna, permite divisar ésta desde el sobrado que culmina aquél, por cuyo motivo es tradición en el lugar que se hacen señales a los barcos que por ella navegan, como si se tratase de un verdadero faro [30].


     12 de junio de 1839

     Por la mañana, recibo la visita del médico, don José de Oliveira [31], quien me da el alta, aunque no aconseja todavía que emprenda un largo viaje. Al parecer, Bento Gonçalves ha autorizado que pueda salir de aquí con Soares, rumbo a Porto Alegre, poniendo incluso a nuestra disposición un barco de pesca. Su hermana me comenta:

-          Debe ser usted muy importante. No sólo mi hermano se interesa por su salud, sino que he oído hablar de su persona a otros próceres republicanos con gran consideración.
-          Así son las cosas, doña Anna. Estoy seguro de que el conocerse y escuchar la opinión de cada cual favorece el consenso y el respeto mutuo.
-          Por mi parte –agrega-, puede quedarse en esta casa cuanto precise. Su mejoría es aún precaria; su color y delgadez lo delatan. Y las tercianas son muy traidoras.
-          Es imposible, señora. Debo regresar a la capital del Imperio antes de que acabe el mes o, cuando menos, aproximarme mucho a esa fecha. No pudiendo haber informado de mi enfermedad y retención acá, podrían darme por desertor o desaparecido.


     El sol invernal me permite un corto paseo por el terreno arbolado, frente a la fachada principal de la casa. Contemplo con cariño sus muros encalados, las amplias ventanas de dintel curvo, sus amenazadoras saeteras y el rojo tejado de airosa pendiente, coronando toda la edificación. Se me acerca la señorita Mariana, sin yo percibirlo:

-          ¿Es hermosa, verdad? Un lugar para quedarse.
-          Ciertamente, he llegado a amarla. Después de tanto tiempo lejos de casa, he tenido que estar al borde de la muerte para encontrar un hogar.
-          Entonces, ¿por qué no se queda más tiempo? ¿Acaso se le trata mal?

     Trato de explicarle algo de la milicia, la guerra y el sacrificio. Ella me mira de hito en hito, como no comprendiendo nada. Me siento ridículo, escuchando mis propias palabras, que tan vacías parecen en su presencia. Ella prosigue:

-          Tengo una hermana, Manuela, que parece opinar como usted [32] .  Se encaprichó de un italiano que lucha con nuestras tropas, pero no fue capaz de aceptar su petición de seguirle en campaña. Ahora no para de añorarlo y parece completamente arrepentida de lo que ella llama su cobardía.
-          No le haga caso, Mariana. Las armas son crueles y los uniformes se convierten en farrapos cuando, al fin, llega la paz. Quiera el Señor poner en su camino a un hombre pacífico que la merezca y haga feliz.

     La joven parece contagiada de mi evidente emoción. Me insinúa:

-          Algún día acabará la guerra. ¿Se acordará usted del camino de la Fazenda do Sobrado?
-          Tendré que olvidarlo. Por desgracia, mi vida tiene su ruta trazada en muy otra dirección.

     Me mira. En un momento ha comprendido que yo no estaba diciendo la verdad, sino tratando de no darle falsas esperanzas.


     7 de junio de 1839

     A mediodía, llego junto a Soares a Porto Alegre, cuyo cerco ... (aquí concluye el relato, según los documentos conservados en mi casa de Ouro Preto)




7. Epílogo

     ¿Qué fue del capitán Guedes? ¿Por qué no hay ni rastro de él, que yo sepa, en los expedientes históricos que conservan los archivos militares? ¿Tuvo alguna relación con mi familia mineira [33]? ¿De qué manera llegaron sus papeles a mi casa? ¿Hubo expurgos o sustracciones de ellos, antes de que yo los descubriera y leyese? Si Dios me da vida, procuraré encontrar respuestas para esos interrogantes, aunque bien sé que puede a veces más la suerte que la constancia, la imaginación que el prosaico sentido de la realidad. Y, si no creen lo mismo, permítanme que termine con una pequeña anécdota.

     Sin saber nada de mis indagaciones, una amiga mía oropretana –maestra jubilada- me contó que había pasado unos días de descanso en la Fazenda do Sobrado, ahora felizmente reconvertida en hotel con encanto. Una tarde, no teniendo cosa mejor que hacer, visitó el viejo cementerio de São Lourenço. En una ennegrecida lápida, le impresionó una leyenda: Volví pero no te encontré.  Ningún nombre, ninguna fecha: sólo la cruz y la inutilidad del retorno.


    


    

    





    



[1]  O pececillos de plata, insectos tisanuros que devoran con fruición el papel, para nutrirse con la celulosa.
[2]  Pedro de Araújo Lima, marqués de Olinda (1793-1870), regente del Brasil entre 1837 y 1840.
[3]  Probablemente, Sebastião do Rego Barros, ministro de la Guerra en el primer Ministerio del regente Araújo.
[4]  Traducción literal de os farroupilhas, denominación peyorativa de los rebeldes de Río Grande do Sul durante la llamada guerra o revolución dos Farrapos (1835-1845).
[5]  Actual Caxias do Sul.
[6]  Nombre genérico dado a las campañas bélicas que, entre 1811 y 1828, se desarrollaron intermitentemente en el sur de Brasil y norte de Argentina, las cuales perfilaron casi definitivamente sus fronteras y supusieron el nacimiento como independiente de la República Oriental del Uruguay.
[7]  Que lo era, a la sazón António Elzeário de Miranda e Brito (1786-1858). Contrariamente a la opinión inicial del capitán Guedes, el mariscal Miranda e Brito no se quedó quieto en Porto Alegre, sino que hizo varias salidas, con éxito diverso, reconquistando incluso la ciudad de Río Pardo, perdida por los imperiales a raíz de la derrota de Barro Vermelho, origen de la misión informativa a que se refiere este relato.
[8]  Palabra hispano-portuguesa que, en Brasil, alude genéricamente a los naturales de Río Grande do Sul.
[9]  Apodado o Melo Manso (1803-1869). 
[10]  Alusión a los políticos y militares más reaccionarios, partidarios de la restauración estricta del antiguo régimen del emperador Pedro I. Los rebeldes llamaban caramurúes a todos los imperiales.
[11]  Bento Manuel Ribeiro (1783-1855) se hizo famoso en la Guerra dos Farrapos por haber cambiado dos veces de bando, sin detrimento de su prestigio militar y rango. Por ello, se le describió como o fiel da balança en el conflicto.
[12]  Frente a la bandera bicolor brasileña (verde y amarilla), la de la República de Río Grande era tricolor (verde, roja y amarilla, a franjas transversales), colores y disposición que conserva la actual enseña del Estado federado de Río Grande do Sul.
[13]  El capitán Guedes hacía referencia a la campaña contra los españoles de 1801, la primera campaña cisplatina (1811-1812) y la llamada guerra contra Artigas (1816-1820).
[14]  Alusión a la famosa proclama de Bento Gonçalves (1788-1847), Presidente de la República Riograndense, fechada el 29 de agosto de 1838.
[15]  Se trata, como es sabido, del mayor líder civil de la Revolución farroupilha (1807-1860). Mantuvo una postura antiseparatista y lideró la corriente  de opinión contraria a Bento Gonçalves. Más adelante, negoció la paz de Poncho Verde (1845) y, tal vez por ello, murió asesinado en 1860. En el momento de la entrevista tenía unos 31 años, edad que –según el texto- era aproximadamente la de nuestro capitán Guedes.
[16]  Bento Gonçalves da Silva (1788-1847), militar y político, que encabezó la República de Río Grande, hasta la tardía fecha de 1844, en que su intransigencia independentista y por continuar la guerra, dio paso a un confuso movimiento (precedido de la muerte en duelo de Paulino da Fontoura) que lo depuso y facilitó la paz y reincorporación de São Pedro de Río Grande al Estado brasileño. Gonçalves moriría poco después.
[17]   Véase nota 13. La indicada proclama tenía un incontrovertible carácter independentista.
[18]  Río que históricamente ha marcado la frontera entre los Estados de Río Grande do Sul y Santa Catarina.
[19]  Y también por el de Chico Pedro. Efectivamente, había nacido, y murió, en Porto Alegre (1811-1891). Otras fuentes le atribuyen ya el grado de coronel en la expedición a que Guedes hacía referencia.
[20]  Lo que dice Moringue no es exacto y parece fruto de su desprecio o animadversión hacia los políticos y militares de la entonces capital del Brasil.
[21]   De resultas de esas heridas, Moringue quedó permanentemente inválido del brazo izquierdo.
[22]  Comandante de la Marina Imperial en la provincia de San Pedro de Río Grande (1800-1869). Era un inglés al servicio del ejército brasileño. Murió siendo vicealmirante y cónsul general del Brasil en Liverpool.
[23]  Aunque el título parecía ser dado a título honorífico, Guedes acertó, pues Garibaldi había sido nombrado capitão-tenente de la marina  río-grandense.
[24]  Luigi Carniglia, compañero de Garibaldi, quien más tarde salvaría la vida de éste. Ver Anita Garibaldi Jallet, I protagonisti  italiani nella revoluzione farroupilha, Roma-Porto Alegre, septiembre de 2005.
[25]   Según momentos, el nombre también fue el de Farroupilha.
[26]  Absurdo sería por mi parte hacer la presentación de Giuseppe Garibaldi (1807-1882). Me remito a la biografía, un tanto encomiástica, de Andrea Viotti, Garibaldi, the Revolutionary and his Men, Blandford Press, Dorset, 1979 y ediciones sucesivas.
[27]  Era un cuáquero virginiano de buena familia que, al parecer, se había embarcado en la causa río-grandense por mejorar su fortuna, cosa que impidió su temprana muerte. El nombre de su buque fue anteriormente Seival, pero lo mudó, por decisión personal, en el citado de Republicano.
[28]  Lo que le impediría conocer al general David José Martins (1796-1867), conocido como David Canabarro, héroe de la segunda campaña cisplatina (1825-1828) y comandante de las fuerzas farroupilhas que, en 1839, conquistaron por tierra la comarca de Laguna y dieron lugar a la breve República Juliana. En 1843, Canabarro asumió la jefatura militar de la revolución, rechazó la ayuda ofrecida por el dictador argentino Rosas y, finalmente, llevó, junto a Antônio Vicente da Fontoura, las negociaciones y firma del tratado de Poncho Verde (1845), en nombre de los farrapos.
[29]  Juan Manuel de Rosas (1793-1877), que, entre 1829 y 1852, fue el principal y más poderoso gobernante de la provincia de Buenos Aires y, luego, de la Confederación Argentina.
[30]  Recuérdese la novela histórica Um Farol no Pampa, de la que, al igual que de A Casa das Sete Mulheres, es autora la notable escritora Letícia Wierzchowski (Porto Alegre, 1972). Ambas obras están traducidas al español.
[31]  Quizá padre, o pariente, del yerno de doña Anna, Inácio José de Oliveira Guimarães, importante político farrapo y consejero de Bento Gonçalves.
[32]  Alusión a Manuela de Paula Ferreira, conocida en la pequeña historia brasileña como a noiva de Garibaldi, o sea, la novia de Garibaldi.
[33]  Es decir, natural o avecindada en el Estado de Minas Gerais, al que pertenece Ouro Preto.




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