martes, 1 de noviembre de 2016

BLAS DE LEZO, O HISTORIA DE UNA LEYENDA


Blas de Lezo, o historia de una leyenda

Por Federico Bello Landrove

     Mi afición por la Historia me lleva a defender su verdad, por más que frecuentemente sea discutible o esquiva. Pero hay casos en que, leyendo ciertos libros o artículos históricos, no puedo menos de pronunciar la sarcástica frase: Así se escribe la Historia. Tal sucede con mucho de lo historiado acerca de Blas de Lezo. En consecuencia, he resuelto despacharme con este relato, retando a que se me desmienta en lo esencial.



1.      El monumento

     Tomábamos el cotidiano café de sobremesa, cuando la tertulia de aquel día de finales de noviembre de 2014 se centró en la enésima polémica entre Madrid y Barcelona, que tenía como pretexto una cuestión histórica. Unas fechas antes, concretamente el 15 de aquel mismo mes y año, se había inaugurado en la capital de España un monumento a la memoria del teniente general de la Armada, don Blas de Lezo y Olavarrieta[1], fallecido para la Biología doscientos setenta y tres años antes; y, cuatro días después, el Ayuntamiento barcelonés había aprobado una moción, solicitando del madrileño la retirada de dicha memoria, con el argumento de que Lezo había participado en el bombardeo naval de la Ciudad Condal durante el año 1714. Como era de esperar, siendo casi todos los tertulianos naturales de Castellar, los comentarios eran unánimes a favor de rechazar tal solicitud; tan unánimes en el fondo -no en forma y razones-, que decidí abstenerme de intervenir. No me sentía cómodo en una cuestión cuyos datos desconocía y, de otra parte, tengo una peligrosa inclinación de enfrentarme a las tesis defendidas por una clamorosa mayoría. Sorprendentemente, vino en ayuda del equilibrio y la matización nuestro contertulio Evaristo, profesor de Historia y tan castellarense como el que más. Para empezar, dejó caer esta sorprendente comparación:
-          Amigos, decir que Lezo ganó la batalla naval de Cartagena de Indias, o que salvó la españolidad de dicha plaza, es tan cierto como sostener que el general Saint-Hilaire, no Napoleón, fue el vencedor en Austerlitz.
     El nombre de la gran batalla tuvo la virtud de hacer el silencio. El profesor lo aprovechó para añadir:
-          Y decir que en Cartagena de las Indias decidió la Marina española es una falsedad, además de una ofensa a las fuerzas que combatieron en tierra, las que -como es lógico- eran del Ejército en su mayor parte.
     Nemesio, el boticario, quiso arrimar el ascua a su sardina:
-             Hombre, la Marina o el Ejército, ¿qué más da? El caso es que Lezo era el general en jefe.
     Evaristo replicó, entre el enfado y la displicencia:
-          Eso es más falso aún que lo anterior. ¿No has oído hablar del virrey Eslava[2]? ¿No? ¿Tampoco los demás? Pues, cuando volváis a casa, consultad Internet; claro está, haciendo caso omiso de los cantamañanas que allí pontifican y tocan de oído.
     Por el momento, la cosa quedó así. A la salida, aprovechando mi gran amistad con el regañón de Evaristo, me atreví a pedirle directamente su versión del tema. Aceptó, con una condición:
-          Recoge en esquema las principales razones y méritos del homenajeado, tal y como se han aducido para levantar el monumento de la madrileña plaza de Colón. Luego, me presentas el resumen y yo lo contestaré punto por punto. ¡Ah!, y no comentes nada a los demás, pues no quiero que confundan mi defensa de la verdad histórica con la de los desvaríos anacrónicos de quienes ponen la Historia a los pies de sus intereses políticos.

***

     Con ayuda de crónicas periodísticas y de referencias en Internet, preparé una breve nota informativa sobre Blas de Lezo, que rezaba así:
     Lezo es el modelo del marino español experto y valiente, que nunca fue derrotado en combate, sufriendo en cambio la pérdida total o parcial de un ojo, una pierna y un brazo, por lo que fue apodado respetuosamente Pierna de palo y Mediohombre. Su mayor y más relevante hazaña fue la defensa de la plaza de Cartagena de Indias, frente a una gran escuadra inglesa, en la primavera de 1741. Al mando de fuerzas muy inferiores en número y medios, preparó y dirigió los combates con tal tenacidad y acierto, que evitó la invasión, la cual habría supuesto el comienzo de un gran Imperio británico en América del Sur. Sin embargo, sus méritos no le fueron reconocidos, ni en vida (murió a los pocos meses de su gran victoria, quizás a resultas de las heridas sufridas en batalla), ni a su muerte. Su nombre ha permanecido olvidado de la generalidad de nuestros conciudadanos y jefes políticos, siendo una víctima más de la ingratitud hispánica, favorecida en este caso por el deseo inglés de ocultar una derrota, vergonzosa por muchos motivos.
     Pertrechado con esas referencias, acudí a la cita con Evaristo, quien la leyó e hizo el siguiente comentario:
-          Más o menos, es la versión general que circula, pero me gustaría que hubieses puntualizado más… ¡Bah!, no importa; ya añadiré yo algunas cuestiones, si bien evitaré alargar innecesariamente la exposición. No se trata de darte una conferencia, sino de dejar claro que estamos ante un caso significativo de lo que decía aquel: Así se escribe la Historia.
      Nos arrellanamos en los cómodos sillones del Casino y Evaristo comenzó su explicación. La voy a reproducir tal y como la recuerdo, pues no tomé notas, ni creo que él me lo hubiera permitido.



2.      Verdades a medias y mentiras enteras



-          Comenzaremos por un hecho que puede parecer baladí, pero que, a más de llamativo, lo considero esencial para valorar las cualidades de Lezo como marino. Me refiero al hecho de que toda su formación como militar del mar la hizo en la Armada francesa.
-          ¿Qué me dices?
-          Como lo oyes. Por proximidad geográfica -su familia era guipuzcoana- o por las afinidades políticas nacidas de la Guerra de Sucesión española, el niño Blas fue enviado a estudiar a un colegio de Francia y, a eso de los doce años, ya estaba embarcado como guardiamarina en un navío francés.
-          Estamos hablando del año…
-          1701. Y hasta 1714 Lezo no se incorporó formalmente a la Armada española. Para entonces, había alcanzado el grado de capitán naval, amén de perder una pierna y un ojo. Hay constancia de su participación en varias acciones de guerra importantes y del prestigio que tenía entre sus superiores, en especial, el almirante, Conde de Toulouse.
-          Has citado el año 1714, o sea, el del bombardeo naval recordado por los munícipes barceloneses de ahora mismo.
-          En efecto; firmado el tratado de Utrecht, los marinos españoles al servicio de Francia pasaron a depender directamente de la Armada española. En tal concepto, al mando del buque de línea Nuestra Señora de Begoña, Lezo participó, como un capitán de navío más, en las acciones que culminaron con la toma de Barcelona y la rendición de Mallorca.
-          Es decir, que don Blas estuvo unos doce años bajo las banderas francesas…
-          Así es, hasta los veinticinco de edad. La verdad es que aprendió muy aprisa y, gracias a sus méritos de guerra, ascendió rápidamente.

***

-          De buena gana -prosiguió mi amigo- pasaría ya a los hechos de Cartagena de Indias, pero me parece oportuno antes aludir a una circunstancia en que, dado su subjetivismo, puedes creerme o no. Me refiero a que Lezo fuese en vida una víctima de la pequeñez de espíritu de sus superiores; vamos, el sujeto pasivo de la envidia de los mediocres. La verdad es que él mismo tenía un mal carácter que rozaba la indisciplina, como quedó demostrado en los años que nuestro marino pasó en el Mar del Sur -como entonces llamaban al Pacífico-, como segundo jefe de dicha Armada, con base en El Callao. Fueron ocho años duros -de 1720 a 1728-, en que Lezo combatió especialmente el contrabando y el corso, amén de contraer matrimonio y tener a sus primeros hijos. Pero, sobre todo, evidenciaron el comportamiento intemperante de don Blas, que chocó repetidamente con los mandos del Ejército de Tierra y con el virrey Armendáriz. No digo yo que careciese de razones, pero sí que la situación se hizo tan insostenible, que Lezo renunció al mando y regresó a la Península.
-          Eso le haría perder el favor de la Corte y de los mandos de la Marina…
-          En absoluto. Felipe V lo apreciaba sinceramente desde los años de la Guerra de Sucesión, tal vez, por su dominio del francés y su formación en la Marina gala. El caso es que, tras un merecido descanso, Lezo fue puesto al frente de la Escuadra del Mediterráneo, en 1731. Su ejercicio fue brillante, de modo que le significó el ascenso a teniente general de la Armada y, ante ciertos problemas de salud, pasó al cargo, importante y más tranquilo, de Comandante General del Departamento de Cádiz.
-          Ya voy entendiendo. Da la impresión de que don Blas se desempeñaba mucho mejor cuando estaba al mando pleno, sin subordinación ni coparticipación alguna.
-          Es lógico, dado su carácter vivo y dominante. Lo que resulta ridículo es loar y disculpar sus excesos y llamar envidia o desprecio a los de los demás, sobre todo, cuando estos tenían igual o superior rango que nuestro pasaitarra.

***

-          ¿Qué te parece, Evaristo, si nos centramos ya en la defensa de Cartagena de Indias[3], la mayor acción bélica y mérito histórico de Lezo?
-          Me parece muy bien. Todo ello fue precedido del nombramiento, tan apetecido, de primer jefe de la Flota de Indias, producido en 1736, cuando don Blas había cumplido los 48 años de edad. Realizó el viaje al año siguiente y, apenas dos después, España entraba en guerra con Inglaterra, conflicto conocido con el curioso nombre de la Guerra de la oreja de Jenkins.
-          Recuerdo tal apelativo y sus razones. También creo recordar que, al hilo de esta guerra, los ingleses concibieron el magno propósito de sustituir a España en el dominio de América del Sur.
-          Nada menos… Fue una idea acaudillada políticamente por el primer ministro, Pitt el Viejo, y, en lo militar, por el influyente y pretencioso vicealmirante Vernon, el gran antagonista de Lezo en Cartagena.
-          ¡Por fin hemos llegado a la hermosa ciudad, ahora colombiana! Céntrate -te lo ruego- en lo que atañe a los errores y falacias que se han ido deslizando sobre el episodio.
-          Está bien. Veamos. ¿Qué te parece empezar por la mayor quimera, el disparate mayúsculo? Me refiero, por supuesto, a considerar que fue Lezo el comandante en jefe de los defensores de Cartagena. A eso me referí el otro día en la tertulia, cuando dije que era lo mismo que tratar de escamotear a Napoleón el mando supremo en Austerlitz.
-          ¡Arrea! ¿Quién tuvo, según tú, el mando supremo?
-          Según yo, no: según la Historia. Es cierto que, en momentos previos, por vacante o ausencia, Lezo ejerció poderes mayores, que aprovechó para mejor preparar la ciudad a su esperado asedio; pero, cuando este empezó en marzo de 1741, y a todo lo largo de los dos meses que duró, el jefe supremo fue el virrey, Sebastián de Eslava, y, bajo su autoridad inmediata, los mandos en tierra fueron el coronel, Melchor de Navarrete, y el ingeniero jefe de las fortificaciones, Carlos Desnaux. Blas de Lezo fue el comandante de las fuerzas navales españolas, surtas en las bahías de Cartagena[4], a las órdenes  supremas de Eslava.
-          Bueno, ya se sabe que una cosa es la teoría y otra la práctica. Seguro que el tal Eslava era un burócrata apergaminado, que descansó en Lezo el mando efectivo de todas las fuerzas.
-          Pues te equivocas de medio a medio con ese virrey. Eslava era teniente general del Ejército, con sobrada experiencia militar, y ejerció su mando durante el asedio con tal decisión y presencia, que el propio Lezo se quejó amarga y repetidamente de que lo marginaba y reducía a la inoperancia. Y ello fue a más, según avanzaba el cerco inglés, por la elemental razón de que Lezo se quedó sin barcos que mandar.
-          ¿Me puedes explicar esto? Tenía entendido que en Cartagena de Indias jugó un papel decisivo la flota española, al mando de don Blas.
-          Otra vez, no das una. Para empezar, los seis navíos de guerra con que Lezo contaba inicialmente poco podrían haber hecho contra los treinta y seis barcos de línea británicos, sin contar fragatas y otras embarcaciones menores y de transporte, hasta un total de más de ciento ochenta unidades. Pero es que, con mejor o peor acuerdo, los seis barcos españoles fueron deliberadamente averiados o hundidos, para dificultar el acceso de los ingleses por las dos bocas de la Bahía Exterior cartagenera, y sus cañones y tripulaciones fueron convertidos con gran acierto en tropas y medios de guerra para actuar en tierra, a las órdenes de Eslava y los mandos del Ejército.
-          ¡Vaya faena para el pobre Lezo, dejarlo sin fuerzas que mandar!
-          En eso puedes tener algo de razón. De hecho, nuestro marino se quejó amargamente de que hundieran varios de sus buques -no siempre de forma efectiva-, pero lo cierto es que él tomó la iniciativa en algunos casos y, sobre todo, fue el artífice de la decisión de privarlos de buena parte de su artillería, llevándose los cañones a las fortificaciones de tierra. ¿Me quieres decir que podría haber hecho con sus últimos cuatro barcos, desartillados a medias? Haciendo pasar estas medidas por una mera afrenta a Lezo y a la Marina, no solo se olvida que aquel participó de ellas, sino que se priva a los militares españoles de una de sus glorias mayores en aquel sitio: haber considerado que se trataba de una operación anfibia en gran escala, en la que la Marina solo podía tener -al menos, de la parte hispana- un papel auxiliar y de transporte.
-          Así que lo de que la batalla de Cartagena fue naval, nada de nada.
-          En lo que respecta a los españoles, desde luego. Mira tú si es por ahí, por donde se ha deslizado parte de la falacia histórica: la Marina española, colgándose unos laureles que eran casi exclusivamente mérito del Ejército.
-          Humm, no me gustan esas consideraciones tan ruines. Sigamos con la batalla de Cartagena. Ya que no como mando supremo, ni como jefe de una verdadera y efectiva flota, no me negarás que Lezo jugó un papel muy importante en la defensa de las fortificaciones. He oído que…
-          Sé por dónde vas -sonrió Evaristo- y no te lo reprocho, pues es uno de los fiascos más famosos y decisivos en la historia de la poliorcética. Pero, antes de llegar a él, es de justicia reconocer que, aunque sin mando directo sobre los fuertes, Lezo apoyó su mejora, contribuyó a artillarlos con los cañones de marina y discrepó en alguna ocasión del criterio del virrey de abandonar algunos, para concentrar fuerzas. De todas formas, el hombre decisivo en materia de fortificaciones fue el coronel ingeniero Desnaux, a quien me he referido antes.
-          De acuerdo. Vamos ya con el asunto de las escalas para asaltar el grande y decisivo fuerte o castillo de San Felipe de Barajas.
-           Todo partió de una decisión de última hora, atribuida a Lezo -no sé con qué fundamento probatorio-, de dificultar el asalto a sus muros mediante la excavación de un foso seco. Los ingleses desconocían tal refuerzo y, por ende, al hacer desde la lejanía los pertinentes cálculos trigonométricos, dieron una altura para sus escaleras de asalto insuficiente, en unos dos metros. Y así, cuando se lanzaron al precipitado y decisivo asalto, se encontraron con que no podían alcanzar lo alto de las murallas. Sin saber qué hacer, en terreno despejado y con gran impedimenta, fueron masacrados con armas de fuego y a la bayoneta, en la acción definitiva de toda la campaña. A partir de ella, la toma de Cartagena era imposible por el momento, y hubieron de retirarse, con toda la lentitud y tranquilidad que quisieron, pues las fuerzas españolas no eran suficientes a entorpecérselo. De este modo, lo que había sido solo una buena idea -excavar un foso- se convirtió en la clave de la batalla, más por errores ajenos que por méritos propios. En cualquier caso, la suerte es de quien la persigue. Sabido es que, en el ajedrez y en la guerra, suele ganar quien mejor aprovecha los fallos del contrario.



3.      Fabricando una víctima y creando una leyenda



     Nos tomamos un respiro. Evaristo desplegó sobre la mesa algunos planos explicativos del asedio de Cartagena de Indias en 1741, a fin de aclararme ciertos puntos. Luego, retomando el hilo del relato, prosiguió:
-          Vamos con el aspecto lacrimógeno del asunto, a saber, la conversión de Blas de Lezo en la víctima de una confabulación de ingratitud y olvido, que habría surgido en su época y continuado, hasta que ciertos tratadistas de vía -y vista- estrecha intentaran repararla, con ditirambos y monumentos.
-          Bueno, no sería nada diferente de lo acaecido con tantos otros personajes históricos. Tal vez el olvido sea injusto y mal consejero, pero, con el tiempo, se hace casi inevitable.
-          Coincido contigo. No obstante, te diré algunas cosas concretas sobre el caso Lezo. Y, ante todo, veamos la supuesta victimización primaria, es decir, la marginación o el desconocimiento de los méritos de don Blas por el Gobierno de su tiempo. Debería recordar aquí, de nuevo, su mal carácter y poca disciplina. Y así, apenas concluida la campaña, envió una extensa misiva -junto con su diario del asedio- al Secretario de Estado, marqués de Villarías, poniendo de vuelta y media al virrey, con toda clase de reproches, entre injustos y desproporcionados. Y, en lo que respecta a la actuación bélica de los demás mandos, su valoración puede concretarse en la siguiente infamia: El éxito de las armas españolas solo pudo deberse a los efectos de la Divina Providencia. Claro está -añadía- que él en nada había podido participar, en cuanto que el virrey y los mandos de su predilección lo habían impedido. La carta concluía pidiendo la venia de Madrid para regresar a Europa, ya que no me queda qué hacer con oficiales, tropa y gente de mar de mis navíos, por haber reunido en sí Don Sebastián de Eslava todas mis facultades. Es obvio que, perdidos todos sus barcos y con la gente de los mismos convertida en tropa de tierra, nada tenía que hacer, con Eslava y sin Eslava.
-          Ya veo. ¡Menudos exabruptos, habiendo vencido! No sé qué habría dicho de haberse producido una derrota. No obstante, me gustaría saber cómo le contestó el Ministro.
-          Ni falta que hace saberlo, ya que Lezo murió a los cuatro meses de levantado el asedio por los ingleses, al parecer, por enfermedad contagiosa. De modo que, si te parece, vamos a trasladarnos al presunto proceso de victimización secundaria, o negativa a sus descendientes de títulos y prebendas; algo a lo que, para vivir en los tiempos actuales, las plañideras de don Blas dedican una importancia superlativa.
-          Creo que casi todo gira en torno a las dificultades para la concesión del título de marqués a sus descendientes.
-          En efecto. Dicho título[5] fue otorgado a petición de su hijo primogénito en el año 1760, cinco meses después de la concesión de otro análogo al virrey Eslava, fallecido el año anterior. Creo que, para tratarse de una víctima de la inquina de otros, y sujeto de hipotéticas órdenes reales condenatorias, la equiparación de Eslava y Lezo es sorprendente. Yo creo que no deja lugar a dudas de la realidad de los hechos, por mucho que se haya escrito por personas entendidas, incluso almirantes. En esta materia, almirante rima muy oportunamente con ignorante.
-          Sí, pero todo eso que me cuentas data del siglo XVIII. El olvido pudo producirse posteriormente y ser intencionado…
-          Como comprenderás, todo es relativo. Voy a responderte, recordando las palabras de algunos de los hagiógrafos de don Blas, que decían -y dicen- que su nombre está olvidado en el País que él defendió con su sangre. Estudios históricos, biografías, relatos novelados, rótulos de calles, monumentos, buques de guerra, sellos, etc. se le han dedicado o llevan su nombre[6]. Tanto a nivel de la sociedad española, como de su Marina, Blas de Lezo ha estado constantemente presente, como ahora puede decirse que está de actualidad. Lástima que, como hemos visto, mucho de lo que se le ha dedicado cumpla un objetivo de mitificación, que te he resumido con algún detalle y que me abstendré de ponerle nombre y apellidos, o de explicar. Como modesto historiador, me conformo con ridiculizarlo y despreciarlo.
-          Entonces, ¿no me darás tu opinión sobre el porqué de la leyenda histórica, o la historia legendaria, de Blas de Lezo?
-          Ese, por bien fundado que se pretenda, es terreno abonado para las conjeturas. Lo dejo para aficionados a la Historia, como es tu caso.

***

     Así que, por obra y gracia de mi amigo el profesor, heme aquí, a cara descubierta, imaginando motivos plausibles que puedan haber tenido tantas personas para construir la leyenda de Blas de Lezo, con fraude o por buena intención. Se me ocurren, al menos, cuatro, que podamos calificar de respetables.
     El primero de ellos es el de la conmiseración admirativa que produce su invalidez física. Recuerda de cerca el caso del vicealmirante Nelson, también tuerto y con un brazo perdido, a lo que Lezo agregaba una pierna cortada por la rodilla. Con independencia de otras consideraciones, hemos de convenir en el valor y la energía que suponen el superar tales limitaciones, en particular, para la gente de mar de la época. Adicionalmente, suscribo las consideraciones de los marineros de la flota comandada por Nelson, cuando encarecían la valentía de este, por cuanto es insólito que sean los almirantes, no los marineros, quienes pierdan sus miembros y órganos en combate.
     El segundo ya fue apuntado por Evaristo -y por otros muchos- y hace alusión a la competencia y rivalidad entre los militares de mar y de tierra. En una gran operación anfibia, como la de Cartagena de Indias, es inevitable comparar méritos y defectos, relevancia y accesoriedad. La Marina española tomó a Blas de Lezo como su paladín en la gesta histórica cartagenera y así lo sigue manteniendo, contra viento y marea -nunca mejor dicho-. Extraña, en cambio, que el Ejército no haya hecho lo propio con Eslava, Desnaux, Navarrete y otros de los suyos. Ojalá que, si en el futuro se deciden a hacerlo, se guíen por el respeto a la verdad histórica, no de corporativismos legendarios.
     Un tercer motivo puede ser el que Lezo falleciera apenas cuatro meses después de la retirada inglesa, sin que exista una constancia clara de las causas de tal óbito. Aunque se dice que la etiología más probable es la contracción de una epidemia, o peste -debida a la multitud de cadáveres insepultos o arrojados al mar en aguas interiores y someras-, existe también la opinión de que don Blas pudiese haber muerto a resultas de heridas recibidas en combate, hallándose a bordo de su buque insignia Galicia, el 4 de abril de 1741. De ser así, resultaría una similitud más con la biografía de Nelson, aunque con un dramatismo mucho menor.
     He dejado para el final el fundamento más llamativo, que bien merece se le dedique un apartado propio en este relato.

***

     La precipitación presuntuosa del vicealmirante Vernon le llevó a incurrir en un fiasco imperdonable, que figura en los anales de la Historia a un nivel similar al de las escalas de longitud insuficiente. Es ello que, desembarcadas sus tropas de tierra, con parte de las defensas españolas acalladas o destruidas y habiendo podido franquear con parte de sus naves la Bahía Exterior del puerto cartagenero, el comandante en jefe británico creyó indudable su triunfo, a juzgar por la disparidad de fuerzas y la marcha de los combates. En consecuencia, despachó correos a su rey, anunciándole haber alcanzado el triunfo definitivo. Cortesanos oficiosos rindieron tributo al gran Vernon -tan militar, como político- acuñando diversas medallas conmemorativas de la victoria. En algunas de ellas, se aludía al triunfo sobre Lezo (o Don Blass -sic-) y se representaba a este arrodillado, en ademán de rendición y pleitesía. Así, por causas imprecisas, los propios ingleses de Inglaterra sirvieron a la leyenda de Lezo, por más que Vernon y sus hombres supieran muy bien quiénes mandaban en Cartagena de Indias y qué jerarquía poseía cada uno.
     Cuando, finalmente, Vernon hubo de explicarse ante su monarca, Jorge II, el escándalo fue de tal magnitud, que perdió inmediatamente su mando y no se le concedió ningún otro hasta su fallecimiento. Llamativamente, el rey inglés se sintió corresponsable del error y, deseando superar el ridículo mediante el fraude, prohibió expresamente a sus cronistas que aludieran a tal hecho de armas, o que se diese explicación oficial alguna de la desaparición de los diez mil soldados y hombres de mar que aproximadamente Inglaterra perdió en la empresa, por todos los conceptos[7]. Finalmente, al fallecer Vernon, se le enterró con honores de héroe en la abadía de Westminster, como si efectivamente hubiese sido el vencedor de Cartagena.
      Ante tamaña desvergüenza por parte de la Corte británica, las falacias españolas sobre Blas de Lezo parecen realmente mínimas. Tal vez de aquellas puedan haber surgido estas: ¿quién sabe?



4.      Epílogo

     Expuse mis conclusiones a Evaristo, que se mostró sustancialmente de acuerdo con ellas:
-          Habrás observado -añadió- que la verdadera víctima del caso Lezo es la verdad histórica, truncada por la exageración, la leyenda o la franca falsedad.
-          Yo creo -repuse- que, entre las víctimas, ocupa un lugar destacado el virrey Eslava, privado -él sí- de fama y consideración por la posteridad.
     Mi amigo quedó mirándome con una media sonrisa, como dudando en decir algo más. Finalmente, agregó:
-          Fíjate lo que son las cosas. Muerto ya Lezo, al año siguiente del gran asedio de 1741, volvió a presentarse Vernon con sus fuerzas ante Cartagena, dispuesto a hacer un último intento por convertir en verdad su supuesta victoria. Buen conocedor ya de la zona, fue a tiro fijo, a examinar el estado de los fuertes y baluartes exteriores que defendían la ciudad. Desembarcó exploradores técnicos, quienes volvieron asombrados a él. El virrey Eslava[8] había dirigido tales y tan rápidos trabajos de reconstrucción, que las fortificaciones estaban de nuevo en condiciones de buen servicio. Irritado y escaldado, Vernon bombardeó la ciudad desde el océano y definitivamente se alejó. Como es natural, los turiferarios de Lezo pasan por alto esta segunda parte de la historia, o no explican la pronta retirada británica.
     Tomó un sorbo de café y concluyó, malicioso:
-          Así que el gran Blas de Lezo consiguió lo que el también legendario Cid Campeador, muchos siglos antes: ganar batallas después de muerto.








[1] Nació en Pasajes (Guipúzcoa), el 6 de febrero de 1689, y falleció en Cartagena de Indias (actual Colombia), el 7 de septiembre de 1741.
[2]  Sebastián de Eslava y Lasaga (1684-1759), virrey de Nueva Granada de 1740 a 1749.
[3]  Dicha defensa, o batalla, se desarrolló entre el 20 de marzo y el 20 de mayo de 1741.
[4] Su cargo militar naval durante el asedio fue, precisamente, el de Comandante de la Escuadra de Cartagena (de Indias).
[5]  En concreto, el de Marqués de Ovieco. El concedido a los descendientes del virrey Eslava fue el de Marqués de la Real Defensa, coincidente con los planteamientos de este relato histórico.
[6]  Para los reconocimientos a Blas de Lezo, hasta el año 2011, me remito al resumen de Manuel Gracia Rivas, en el artículo En torno a la biografía de Blas de Lezo, publicado en Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, San Sebastián, 2012, páginas 487-522. La enumeración de reconocimientos está en las pp. 488 a 490.
[7] La mayoría de las bajas inglesas fue a causa de enfermedades carenciales y epidemias, en particular, la fiebre amarilla o vómito negro.
[8] Ya entonces ascendido al máximo rango de Capitán General del Ejército, sin duda, por méritos de guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario