sábado, 19 de abril de 2014

ENSAYOS DE CINE (4): ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA... EN HOLLYWOOD





LAS HISTORIAS DE HOLLYWOOD, O CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA

“La herencia del viento (Stanley Kramer, 1960)


Por Federico Bello Landrove






     El caso del mono (recte, el Estado de Tennessee contra John Thomas Scopes, desarrollado en la ciudad de Dayton, durante ocho sesiones, en el verano de 1925) pasó por derecho propio a la cinematografía (como luego lo ha hecho varias veces a la TV, mediante telefilms) en la conocida y valorada película La herencia del viento (Inherit the wind, 1960), dirigida por Stanley Kramer, con Spencer Tracy y Fredric March en los papeles protagonistas. Dicha película fue propiciada por la aparición exitosa, en 1955, de una sesgada versión literaria del caso judicial, con el mismo nombre que luego llevaría la cinta.


     Ya sea por la fuente documental en que se basa el guión, ya por exigencias fílmicas, el hecho es que La herencia del viento es un ejemplo prototípico de lo que el cine puede perpetrar con la historia. Y ello es tanto más lamentable, cuanto que la película no pretende distanciarse en absoluto de las circunstancias reales del caso. El ejemplo más flagrante de ello es la presentación de la figura clave del abogado que lleva prácticamente la acusación, como un político de Nebraska (hasta da el lugar exacto de nacimiento), candidato por tres veces a la presidencia de los EE.UU. (derrotado en todas las ocasiones), Secretario de Estado con el presidente Wilson y (¡menos mal!) promotor de la enmienda constitucional que dio el voto a las mujeres. Vamos, una completa descripción del real William Jennings Bryan.


     Una página de Internet (The monkey trial. A closer look at Hollywood’s "Inherit the wind") ha tratado con verdad y detenimiento las principales discordancias entre el argumento de la película y los hechos reales (extraídos principalmente de las actas del juicio). Es cierto que la citada página también incurre en algún exceso que otro (por ejemplo, cuando pretende limitar el maccarthismo a un intento de que los comunistas no pudieran efectuar espionaje en la Secretaría de Estado). No obstante, creo que su contenido es lo suficientemente certero y veraz, como para hacer la labor de síntesis que realizo a continuación, a partir de las treinta y tantas páginas que la citada página web comprende. Vamos allá:


  1. La ley aplicada en el caso (Butler Act, 1925) era un estatuto del estado de Tennessee en vigor, exclusivamente, para las escuelas financiadas con fondos públicos, no para todos los centros docentes del estado. Dicha ley impedía, en efecto, exponer la evolución de la especie humana a partir de animales inferiores, pero no imponía la explicación del creacionismo del Génesis, en la medida en que, en los Estados Unidos, no es constitucional impartir la enseñanza de una determinada religión en las escuelas. Por tanto, en la práctica y por unas u otras razones, la Ley Butler implicaba no enseñar en las escuelas financiadas públicamente ninguna teoría sobre la creación del hombre.
  2. Dicha ley consideraba la contravención de la misma como una infracción menor (misdemeanor), sancionada con multa de 100 a 500 $, no contemplando en ningún caso pena de prisión.
  3. Hasta 1925, en el estado de Tennessee se conocía y explicaba generalmente la teoría evolucionista de la especie humana, siendo el manual académico más usado la Civic Biology del profesor George W. Hunter, no sólo evolucionista, sino muy crítico con la Biblia y de tonos eugénicos de corte racista (vid. infra, punto 7). Pese a entrar en vigor la Ley Butler, dicho manual siguió considerándose como libro oficial de texto, lo que generaba una contradicción legal que, no obstante su evidencia e importancia, la defensa de Scopes no alegó en el juicio.
  4. El profesor imputado, John T. Scopes, lo era de matemáticas (y entrenador de football, lo que le hacía popular en la High School de Dayton), habiendo dado clases de Biología como mero sustituto. De hecho, confesó a un periodista que ni siquiera se acordaba de haber tratado de la evolución humana -como algunos de sus alumnos decían recordar-, entre otras razones, porque la supuesta lección había sido impartida tres meses antes del inicio del caso. Lo que sí parece claro es que Scopes cooperó gustoso (si no provocó) con asociaciones de defensa de los derechos civiles y sindicatos de docentes de izquierdas, a fin de causar un escándalo a propósito de la ley Butler y tratar de conseguir la declaración de inconstitucionalidad de la misma por el Tribunal Supremo del Estado de Tennessee, como punto de partida para triunfar en el Tribunal Supremo Federal.
  5. Nada hay de cierto en la detención, prisión o libertad bajo fianza de Scopes, quien fue arrestado para los trámites procesales iniciales por su amigo, el fiscal de la ciudad, acompañándole de manera voluntaria y sin ocupar celda en ningún caso en el depósito municipal. A mayores, es falso cuanto se refiere a presencia de las turbas fuera de la cárcel, o a intentos de linchamiento, físico o moral. De hecho, Scopes siguió viviendo tranquilamente en Dayton, durante y después del juicio, hasta que se trasladó por razones de trabajo a otra ciudad.
  6. Es verdad que Scopes se dirigió a un diario de Baltimore en petición de ayuda, pero lo cierto es que contó desde el primer momento con un equipo legal y de expertos extraordinario, que contaba con el más famoso abogado criminalista americano del momento (Clarence Darrow), el gran expertise Dudley F. Malone y una consultoría jurídica, propiciada por la ACLU, que contaba con grandes abogados y políticos, como Bainbridge Colby (exSecretario de Estado y gran abogado neoyorkino), John W. Davis (exembajador en Gran Bretaña y candidato demócrata a la Presidencia) y Charles E. Hughes (antiguo candidato republicano a la Presidencia y Juez sustituto en el Tribunal Supremo Federal). Frente a ellos, la presencia de William Jennings Bryan lo fue a título de colaborador invitado por la fiscalía de la ciudad de Dayton, sin otro objetivo previo que el de presentar el informe o alegato final; de forma que se tenía en cuenta más su oratoria, que sus conocimientos jurídicos (de hecho, llevaba unos 30 años sin practicar como abogado).
  7. Bryan no negaba la evolución, sino que se limitaba a discutir que la sola evolución hubiera dado lugar a la especie humana y negaba que a la sazón hubiera pruebas irrefutables de la evolución simios-hombres, como para considerarla un hecho científicamente indiscutible. Por otra parte, Bryan rechazaba tajantemente las ideas, entonces muy extendidas entre los evolucionistas (entre ellos, el citado profesor Hunter), de que las razas humanas fueran, en realidad, evoluciones paralelas de especies física y mentalmente distintas (con superioridad de la raza blanca); de que no tuviera sentido la protección pública de pobres, enfermos, locos, etc.; de que hubiera que prohibir la procreación a los elementos parásitos de la población, y de que el capitalismo debiera consagrar su forma extrema: el laissez faire o hands off. En suma, Bryan extraía de sus conceptos religiosos la tesis de que todos los hombres son iguales y merecen protección, frente a la indudable pertenencia a sociedades eugénicas de los evolucionistas llamados a testificar en el caso Scopes.
  8. Como secuencia del punto 2, hay que decir que Bryan no se oponía a que se enseñase la teoría de la evolución en las escuelas, sino que reivindicaba el derecho del estado de Tennessee a prohibir que se presentase como un hecho científico indiscutible la procedencia simiesca del hombre, en colegios pagados con fondos públicos. Por lo mismo, se infiere que el político no creía en versiones literales de la Biblia, en lo referente a temas evolutivos no vinculados directamente con el hombre, tal como que los días del Génesis fueran de 24 horas, y no largos periodos geológicos. Es discutible, por tanto, de qué lado estaba la mayor intolerancia en el caso Scopes, si de los evolucionistas o de los creacionistas: de hecho, el propio Scopes llegó a afirmar que había constatado mayor intolerancia en los altos niveles educativos que en todas las montañas de Tennessee.
  9. Resulta falso y estéril tratar de presentar a Bryan (aunque sea en su edad avanzada) como un rudo y extremista ignorante. Bryan era generalmente reconocido como persona de trato afable, tolerante con la discrepancia, pacifista convencido (abandonó la Secretaría de Estado por las prisas de Wilson de entrar en la Gran Guerra), promotor de importantes enmiendas a la Constitución americana (como las relativas al impuesto sobre la renta, sufragio femenino, elección directa de los senadores y prohibición de las bebidas alcohólicas), proponente de la creación del Departamento federal de salud, educación y bienestar y, desde luego, uno de los oradores más grandes en toda la historia de los EE.UU. Parece acreditado que fue el periodista H.L. Mencken (este sí, indiscutible extremista, anticristiano y racista) quien presentó al Bryan del caso Scopes como un furibundo y fundamentalista cristiano, simplemente porque a él le interesaba convertir el caso Scopes en una palestra donde derrotar a un enemigo cristiano, naturalmente desvirtuado, para así poderlo presentar a la medida de sus propias fuerzas.
  10. También está lejos de la verdad que Bryan no hubiera leído a Darwin, o que fuera un ignorante en temas de evolución. Sus buenos conocimientos en la materia se pusieron de manifiesto mucho antes, en las páginas del New York Times, en la polémica que sostuvo sobre el particular con Henry F. Osborn, presidente del Museo Americano de Historia Natural. Y, desde luego, resulta ridículo censurar a Bryan por no compartir el testimonio en el caso del científico Maynard M. Metcalf de que la evolución del embrión en el huevo era la mejor demostración de la evolución de las especies, por la sencilla razón de que la una no es en absoluto ejemplo o consecuencia de la otra, aunque pueda sostenerse, a título de hipótesis comparativa, que la ontogenia reproduce o resume la filogenia. Por otro lado, el tiempo ha venido dando la razón a Bryan cuando, ante las pruebas fósiles de la hominización de ciertos monos, sostuvo en el juicio que faltaban muchos eslabones y que tenía el convencimiento de que bastantes supuestos fósiles eran, en realidad, falsificaciones más o menos sofisticadas.
  11. Resulta casi totalmente falso todo lo referente al ambiente de discriminación y hostilidad en que la película presenta el juicio. No hubo recibimientos oficiales ni desfiles para Bryan; el juicio se desarrolló dentro de niveles normales de relación, habida cuenta de la lógica expectación y excitación; el pueblo de Dayton estuvo encantado de la popularidad levantada por el juicio, sin especiales tensiones ni diferencias entre evolucionistas y creacionistas; Dayton no era históricamente favorable a Bryan, puesto que era un sólido feudo de los republicanos; sus habitantes, en un cincuenta por ciento, no estaban inscritos en ninguna iglesia, y las dos congregaciones más numerosas eran metodistas (es decir, tibias en temas de evolución). Finalmente, el propio Darrow manifestó varias veces en el juicio que agradecía a los ciudadanos de Dayton su recibimiento y actitud, que comparó ventajosamente con la de muchos lugares del Norte, donde le había tocado actuar.
  12. Puede resultar interesante indagar qué es lo que, en realidad, pretendían con el juicio las dos partes rectoras del mismo. Del lado de la acusación, Bryan lo reflejó en sus Memorias: aceptar que quienes pagan un colegio tienen el derecho de controlar lo que se enseña en el mismo, y presentar la teoría de la evolución del hombre como tal teoría, no como un hecho incontrovertible. Por su parte, Darrow (en opinión del especialista Larson, en su Summer of the Gods) defendía la libertad de cátedra frente a ignorantes y oscurantistas y, en definitiva, cerrar el paso de los cristianos (que, para él, eran los anteriores) a las decisiones sobre el contenido de los planes educativos.
  13. Siguiendo con el perfil de Bryan, en contradicción con el film, se nos presenta como glotón y obeso, exagerando su silueta y apetito, ciertamente prominentes, pero no excesivos y, probablemente, fruto de una diabetes mal cuidada, al menos, durante el juicio. También es inexacto su papel protagonista en el juicio, donde no intervino formalmente hasta el quinto día (de ocho que duró) y se le privó –como más adelante se verá- de su momento de gloria: pronunciar el alegato final. Y lo que ya entra en el terreno de la mala fe es el enfoque del título de coronel, pues el mismo no era fruto de ninguna dispensación política, sino de un tratamiento histórico dado en los tribunales de Tennessee a los abogados y fiscales (al fiscal general del estado se le trataba, precisamente, de general). No hubo, por tanto, favoritismo ni politiquería en esta cuestión; tanto más, cuando que Bryan (pero no Darrow) era efectivamente coronel, grado con el que había combatido en la guerra contra España de 1898 y por el que, al morir, fue enterrado con honores en el cementerio militar de Arlington.
  14. El relevante reverendo Jeremiah Brown de la película no existió en absoluto. La iglesia no interfirió en el juicio, salvo en lo relativo a la costumbre tradicional en los tribunales de Tennessee (y en tantos otros actos públicos en EE.UU. entonces, empezando por los del Congreso y el Tribunal Supremo Federal) de iniciar la sesión con un breve rezo, lo que, ante las protestas de Darrow, se mantuvo, pero cambiando de oficiante cada día (entre los eclesiásticos, dirigieron el rezo un rabino judío y dos clérigos metodistas de talante progre). Finalmente, ante la queja de Darrow, de tener que pasar bajo una pancarta con el texto “Leed vuestra Biblia”, la decisión del juez, de conformidad con el parecer de Bryan, no fue otra que la de ordenar la retirada de tal pancarta.
  15. Tampoco intervino para nada en el juicio una novia de Scopes, ni tiene sentido crear la identidad evolución = pecado, según el cristianismo de la época. Ni tiene el menor fundamento presentar la fe de Bryan como una creencia acomodaticia, para satisfacer al pueblo inculto y autoritario; ni como una ocasión para pavonearse ante el auditorio, tal y como la película pone en labios del periodista Mencken. Lo cierto es que nada se sabe de si Scopes tenía, o no, novia en Dayton: desde luego, no subió a estrados, ni Bryan dirigió contra ella (o contra otros testigos) el interrogatorio en el caso.
  16. Pasando al tema de la oposición a que declarasen científicos evolucionistas como testigos, dejando a un lado la razonable irrelevancia (mejor, impertinencia) de su testimonio para el caso, no es cierta en sí misma, ni la responsabilidad de Bryan en ella. El científico Maynard M. Metcalf depuso durante dos horas en el cuarto día del juicio. Seguidamente, uno de los abogados de la defensa propuso que los restantes declararan en ausencia del jurado, por si su testimonio era considerado relevante por un tribunal de apelación. Pero fue el propio abogado-jefe de la defensa, Darrow, quien rehusó esta fórmula, al percatarse del riesgo que podía suponer la moción de Bryan de reexaminar (cross examination) él mismo a dichos testigos. Finalmente, el juez optó por incorporar sus testimonios escritos al acta del juicio, con posibilidad para la prensa de conocerlos. Quedan por imaginar las razones que pudo tener Darrow para renunciar a la declaración testifical de sus expertos científicos, aunque es de suponer que tuviera miedo de que salieran a relucir sus teorías eugénico-racistas, su absoluta increencia en milagros, o su tendencia a considerar la evolución de la especie humana, no como una teoría digna de enseñarse, sino como una verdad incontrovertible y que no admitía discusión ninguna.
  17. En lo tocante a la sanción de Darrow por desacato al tribunal, además de merecida (él mismo lo reconoció y se disculpó, como la película reconoce), no supuso en ningún momento la exigencia de pago o fianza inmediata (no hubiera sido fácil, tratándose de 5.000 $), ni se le conminó con detención en la cárcel local. De hecho, el juicio continuó sin interrupción alguna y, finalmente, la sanción fue perdonada.  
  18. El momento crucial del testimonio de Bryan fue, en efecto, idea a la desesperada de Darrow, pero aquel aceptó, no por soberbia, sino con el compromiso de que, seguidamente, sería Darrow quien se sometería al interrogatorio de Bryan al día siguiente. El juez convino con este acuerdo, que no llegó a consumarse, por la abrupta terminación del juicio, a petición de Darrow (vid. infra, punto 21). En el curso de las preguntas a Bryan, surgió el libro The descent of man de Darwin, que aquel había leído unos veinte años antes, y que el interrogado esgrimió como prueba de la peligrosa enseñanza de que “el hombre desciende del mono”, aunque tal tesis estaba literalmente superada en 1925. Igualmente, Bryan se manifestó propicio a aceptar que determinados pasajes de la Biblia hubieran de ser tomados a título ilustrativo, no literal, tales como la parada del sol y de la luna por Josué (para la que Bryan sugirió la alternativa de una breve detención del movimiento de rotación terrestre), o el de Jonás devorado por una ballena (en que defendió la traducción alternativa de un gran pez). Desde luego, lo que Bryan sostuvo tenazmente es la posibilidad de que Dios hiciera milagros (incluso a nivel cósmico). Y, por otra parte, es completamente inventada la referencia en el interrogatorio forense al tema del sexo en la Biblia y a que Bryan supusiera que el pecado original fuera de tipo sexual.
  19. Siguiendo con los temas del interrogatorio de Bryan, este reconoció de buen grado (y no por astucia de Darrow) que los días del Génesis pudieran durar, incluso, centenares de millones de años. Evidentemente, no tiene sentido la consideración de la cinta, en el sentido de que no pudiera haber días mientras no existiera el sol, pues el día es función de la rotación de la tierra y de la existencia de una fuente de luz (y ambas cosas, Tierra y luz, se crearon antes que el Sol, según la Biblia) y, de otra parte, la Biblia no alude a días en la Tierra, sino a días en la medida de Dios. Y no hubo en el juicio referencia alguna a las esponjas y a su posible capacidad de pensar, ni a la de otra especie alguna distinta del hombre.
  20. Para terminar con dicho interrogatorio, debe sostenerse (según las actas del juicio) que Bryan no hizo referencia alguna a que tuviera una especial iluminación de Dios, ni concluyó su intervención con una balbuceante enumeración de los libros del Antiguo Testamento. Es lo cierto que, de principio a fin, el público disfrutó alternativamente con los rasgos de ingenio de una y otra parte, aplaudiendo y riendo de manera moderada a ambos letrados.
  21. Las sesiones del juicio terminaron abruptamente, ante la decisión de Darrow, tan pronto concluyó las preguntas a Bryan, de solicitar que el jurado se pronunciase in continenti sobre la culpabilidad de su cliente; fórmula desusada y peligrosa con la que, sin duda, pretendió conjurar el riesgo de un fracaso aún mayor, si se dejaba interrogar por Bryan y si este tenía la oportunidad de pronunciar su largo y elaborado alegato final (del que actualmente tenemos conocimiento por una publicación posterior al juicio). Lo cierto es que el jurado se retiró a deliberar y, nueve minutos después, regresó a la sala y emitió un veredicto unánime de culpabilidad de Scopes. El juez emitió una sentencia de multa de 100 $, que fue apelada. Bryan se ofreció a pagar la multa, si Scopes no podía hacer frente a ella, cosa que no fue necesaria, entre otras cosas, porque el reo no fue expulsado de la High School de Dayton, donde continuó como entrenador de football el otoño siguiente. Acto seguido, pasó a profesar en otro colegio, en plaza financiada por suscripción popular, por el Baltimore Evening Sun y diversas sociedades científicas.
  22. Es falso que Bryan muriera en la sala de vistas al concluir el juicio. Falleció en Dayton, cinco días más tarde, tras hacer vida normal y pronunciar diversos discursos durante esas fechas. Se sugieren como causas de la muerte la diabetes desatendida y/o el fuerte golpe que le propinó un coche cuando cruzaba una calle y cuya importancia fue minusvalorada, no recibiendo tratamiento hospitalario. Esta muerte, al parecer, no fue sentida por Darrow, que es quien pronunció la famosa frase “habrá muerto de un hartazgo”, correspondiendo –se dice- a Mencken la de “hemos matado al hijo de puta”. 
  23. La impresión que la mayoría de los observadores imparciales sacaron del juicio del mono no fue, ni mucho menos, la de una derrota de las tesis de la acusación. Lo cierto es que el tribunal de apelación anuló el juicio por una infracción legal en la fijación de la cuantía de la multa de la sentencia (por cierto, no alegada por el apelante), decisión que habría llevado a tener que celebrar un nuevo juicio, lo que el Tribunal Supremo de Tennessee y el Fiscal General del Estado decidieron evitar (decisión de nolle prosequi), por lo que a la postre Scopes resultó absuelto. Y todos los esfuerzos de la defensa por promover la inconstitucionalidad de la ley Butler resultaron fallidos (dicha Ley se mantuvo en vigor hasta 1967). De cualquier forma, hay algo en que es inevitable convenir con la película: el caso Scopes fue uno de los juicios más grandes en la historia judicial americana.            

No hay comentarios:

Publicar un comentario