viernes, 11 de octubre de 2013

RESÚMENES DE HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN (OCTAVA ENTREGA)


LECCIÓN 19.  LA CIVILIZACIÓN INDUSTRIAL


      Esta lección abarca acontecimientos históricos a lo largo del siglo XIX.



1.      GENERALIDADES ECONÓMICAS.


      La civilización industrial implica o genera una serie de exigencias económicas, entre las que podemos destacar las siguientes:

 

·         Grandes descubrimientos energéticos. Desde el neolítico, el hombre prácticamente no había contado con más fuentes de energía que su trabajo y el de las bestias de carga. A partir de finales del siglo XVIII, una serie de trascendentales avances científicos y tecnológicos multiplicarán casi hasta el infinito las posibilidades de obtener energía para desarrollar los trabajos. La primera fuente fue el vapor (producido por el calentamiento de agua mediante carbón), que dio lugar a las máquinas que funcionaban con calderas. La segunda, desde mediados del siglo XIX, fue la combustión del petróleo, que dará lugar al motor de explosión. Finalmente, al acabar el siglo XIX, la energía eléctrica (producida por medios térmicos o hidráulicos) se aplicará a los motores eléctricos, gracias a la inducción electro-magnética.

·         Explotación masiva de materias primas. La obtención de energía en proporciones enormes y las industrias que ello genera, obligan a una explotación masiva de materias primas para obtener con ellas nuevos materiales. Tal cosa se facilita, a su vez, por el empleo de maquinaria y sustancias químicas en las minas y la agricultura. Las principales materias primas que se precisan son: el carbón y el petróleo, para producir energía; el hierro, para maquinaria y herramientas; el algodón, en la industria textil.

·         Revolución del transporte. Uno de los efectos de la revolución industrial es el de abaratar y hacer más rápido el transporte de personas y mercancías, gracias a los ferrocarriles y los buques de vapor. Al final de este periodo, se inicia el uso del automóvil, facilitado por la existencia de buenas carreteras. Por su parte, el transporte de información y noticias contará ya en el siglo XIX con el teléfono y la telegrafía.

·         Abundante mano de obra industrial. El factor humano se logra mediante una abundante mano de obra industrial, nacida de la explosión demográfica, de la conversión de la población rural en industrial y minera, y de la emigración. La población industrial se concentra en las ciudades, que experimentarán un crecimiento no acorde con la oferta de viviendas y de servicios públicos.

·         Mejores medios financieros. El capitalismo impulsa los modernos medios de acción económica. Las sociedades anónimas proporcionarán los capitales necesarios. Los bancos ejercerán de prestamistas e inversores. Las bolsas de comercio facilitarán los intercambios de materias primas y la negociación de títulos-valores. Las compañías de seguros y de reaseguros garantizarán frente a los riesgos crecientes que la actividad industrial comporta.



2.      REPERCUSIONES SOCIO-POLÍTICAS.


      Una revolución económica de tal magnitud, como la que acabamos de describir, tiene necesariamente que tener el efecto de un cambio radical de la sociedad de su tiempo; un cambio ya apuntado con las revoluciones liberales de fines del siglo XVIII (ver lección 18) y que hará crisis con los movimientos revolucionarios que recorren Europa hacia 1848.

 

·         De los estamentos, a las clases sociales. En esta época se produce la definitiva superación de los estamentos (basados en el nacimiento y en los privilegios), reemplazados por las clases sociales, que tienen su origen en el dinero y la cultura. La existencia de un Derecho igual para todos, hace las clases sociales mucho más permeables al ascenso y descenso en ellas, mientras que los estamentos prácticamente impedían a los ciudadanos pasar de unos a otros.

·         Predominio político de los capitalistas. La nobleza y el clero desaparecen como fuerzas políticas relevantes por sí. En su lugar, son las clases sociales económica o intelectualmente fuertes las que se imponen: en primer lugar, los capitalistas; luego, los pequeños burgueses y los funcionarios de alto y medio nivel.

·         Concentración creciente de la población. En los países industrializados, el campo se despuebla, pues un reducido número de agricultores puede alimentar al resto de la población, gracias a los nuevos medios tecnológicos (mecanización, abonos). En consecuencia, la población rural sobrante acude a las ciudades, en busca de oportunidades en la industria y los servicios, así como de estudios para sus hijos. La clave demográfica y política serán, en lo sucesivo, las medianas y grandes ciudades.

·         Despegue definitivo de los países industriales. La existencia de una industria fuerte y, complementariamente, de un imperio poderoso serán las condiciones necesarias para ser una gran potencia. A lo largo del siglo XIX, cinco Estados alcanzarán indudablemente ese rango: Inglaterra, Alemania y Francia, en Europa; Estados Unidos, en América, y el Japón, en Asia. 

 

 

3.      DIFICULTADES Y TENSIONES.



      Los grandes y rápidos cambios aludidos en los apartados anteriores no se producen sin problemas y luchas. La línea de avance es clara e imparable, pero tendrá que contar (y procurar paliar o resolver) con estas dificultades y tensiones:

 

·         Lucha de clases. El capitalismo y la burguesía ya han alcanzado las cotas de poder político que anhelaban. Ahora le toca el turno al proletariado, que no puede tolerar, ni las pésimas condiciones de trabajo, ni la falta de intervención (a veces, ni derecho al voto) en la vida pública. Surge así la lucha de clases (patronos-obreros y, por extensión, burgueses-proletarios) que, en el siglo XIX es más que una metáfora de violencia. Al lado del sindicalismo meramente reivindicativo, aparecerá el revolucionario, que tratará de alcanzar sus objetivos mediante métodos tales, como la huelga general, el terrorismo o el asesinato político.

·         Grandes bolsas de marginación. La falta de servicios públicos (por crecimiento rapidísimo de la población o por pasividad pública: laissez faire) y de seguridad social ocasiona una forma de vida miserable e insalubre, que la muerte, el accidente o el paro convierten en tragedias. Y así, una gran parte del proletariado forma parte del lumpen, es decir, de quienes carecen de los medios materiales y culturales más elementales.

·         Incomprensión de los ciclos económicos. El cambio radical de estructura económica hace que las escuelas precedentes (mercantilismo, fisiocracia, etc.) sean incapaces de entender la evolución productiva y ofrecer los medios para contrarrestar la fase negativa del ciclo económico. Consecuencia de ello es que las depresiones serán salvajes, sin ofrecer soluciones o paliativos correctores para quienes las sufren con mayor rigor (pequeños rentistas, obreros sin cualificación, etc.).

·         Los países no industrializados pierden el tren. Si una industria poderosa es la clave del poder a partir de ahora, los países que no la tengan irán perdiendo la condición de potencias, cualesquiera que sean su tradición y sus dimensiones físicas. Dos países ejemplifican muy bien esta realidad, a un lado y a otro de Europa: Rusia y España.

 

 



LECCIÓN 20.  EL MOVIMIENTO OBRERO

      Esta lección es una cierta continuación de la precedente. Por tanto, se acomoda al mismo periodo cronológico, a saber, el siglo XIX.

 


1.      EL MOVIMIENTO SINDICALISTA.



      Enlazando con los hechos e ideas reflejados en la lección 19, se explica la aparición del modelo sindicalista para encuadrar a los trabajadores y combatir por sus mejoras económicas y laborales. Una panorámica muy breve de este movimiento tiene que aludir a sus causas, su evolución y sus resultados en esta centuria decimonónica.



       Sus causas.

 

       La idea de que la unión hace la fuerza (sobre todo, para los que individualmente tienen poca) está en la base de la doble causalidad de la aparición de los sindicatos en este momento de la Historia:

 

·         Relevancia y número cada vez mayores de los proletarios. Eso anima a la unión entre ellos, pues comprenden que una acción conjunta puede paralizar la economía del país.

·         Insuficiencia del liberalismo. Las formas socio-económicas liberales son incapaces de otorgar a los trabajadores buenas condiciones políticas y laborales. En un principio, la ideología liberal es reacia a intervenir en la vida económica y no reconoce el sufragio universal, sino que reserva el voto a los que reúnen ciertas condiciones mínimas de riqueza o de cultura.

 

      Su evolución.


       El liberalismo había acabado con los gremios, con el pretexto de que atentaban contra la libre contratación y el libre mercado. Pretenderá hacer lo propio con los sindicatos, esgrimiendo las mismas razones. Esto llevará a las organizaciones sindicales a la clandestinidad y la represión. Por tanto, su acción violenta no es sólo fruto de sus creencias, sino una reacción a la postura negativa de los gobiernos. Pero los sindicatos (que encarnan el futuro) no son los gremios (que eran un residuo del pasado): el liberalismo no podrá acabar con ellos y habrán de aprender a convivir unos con otros.

 

 

     Triunfo final de los sindicatos.

 

     Ese final feliz para los sindicatos, tendrá varias proyecciones:

 

·         Reconocimiento de los sindicatos, como interlocutores esenciales en la vida laboral.

·         Mejoras laborales para los trabajadores, obtenidas gracias a la acción sindical.

·         Extensión del derecho de sufragio (cartismo), hasta generalizarse en la Europa de finales del siglo XIX el sufragio universal masculino (en España, en 1890).

·         Internacionalización del movimiento obrero, que llega hasta pretender superar los Estados y los conflictos bélicos, pero que se quedará en una solidaridad obrera global, sin perjuicio de las divisiones ideológicas nacidas de la fragmentación de la conciencia proletaria, a la que aludiremos en los dos apartados siguientes.

 

 

2. LA UTOPÍA ANARQUISTA.


      Presentar el anarquismo como una utopía parece un prejuicio inadmisible. Lo cierto es que incurre en tales contradicciones internas, que no parece posible que se consolide por mucho tiempo ni en zonas extensas de nuestra compleja sociedad.

 

 

     Los enemigos del hombre.

 

     Para los anarquistas, los enemigos de la realización y felicidad del hombre son tres: la propiedad privada, el Estado y el ejército. En consecuencia, como la sociedad de su tiempo tiene estas tres realidades como básicas, no cabe otra solución que destruir la sociedad presente y construir una nueva, fundada en ideales completamente distintos.


     La sociedad nueva.

 

     La sociedad futura, que los anarquistas preconizan, está basada en tres pilares: la democracia real, el autogobierno y la autosuficiencia.

 

·         Democracia real, que sólo es posible dentro de un completo igualitarismo, sin diferencias económicas entre personas y sin profesionalización de la violencia.

·         Autogobierno, en cuanto que el Estado desaparece y las formas sociales básicas (familia, pueblo, centro de trabajo...) se rigen por la voluntad de la mayoría expresada directamente y sin delegación o profesionalización de la política. La distinción entre representantes y representados políticos se sustituye, si acaso, por la de decisores (todos) y ejecutores (los comisionados a tal fin).

·         Autosuficiencia, en lugar de especialización. Todos deben procurar aprender a hacer de todo y cualquier pequeña unidad social debe bastarse económicamente a sí misma. El comercio aparece como una actividad secundaria y el dinero desaparece como medio de cambio.

 

 

      Los métodos anarquistas.


     Podríamos distinguir, hasta cierto punto, a los anarquistas extremistas de los moderados.

 

·         Métodos generales. Todos los anarquistas aceptan, con más o menos fruición, dos fórmulas complementarias: la autoexclusión de la lucha política (no votan, no forman parte de partidos políticos) y el empleo de la violencia para cambiar la sociedad (terrorismo, revolución armada, atentados políticos o sociales).

·         Anarco-sindicalismo. Se entiende como una fórmula moderada ya que, por lo menos, crea e integra sindicatos que emplean la negociación y la huelga (además de la violencia) para conseguir sus objetivos. El anarco-sindicalismo (CNT-AIT) enraizará profundamente en diversas regiones españolas (Andalucía, Cataluña) y llegará a ser una gran fuerza en la Europa mediterránea en general.

 

 

3. EL SOCIALISMO.


      Desde C. Marx, es habitual distinguir dos etapas y corrientes dentro del socialismo: el socialismo utópico y el socialismo científico. Pero lo cierto es que, durante el siglo XIX, el socialismo aparece como una realidad unitaria de carácter drástico y violento para defender sus objetivos laborales y cambiar la sociedad.


      Aludiremos muy brevemente al socialismo, en dos apartados: ideas-clave y métodos de acción.

 

      Ideas-clave del socialismo.

 

·         Materialismo histórico. Toda la historia de la humanidad se reduce a la economía, es decir, a quién tiene y cómo usa los bienes de producción. La religión y la cultura no son sino superestructuras falaces, que ocultan o hacen olvidar la realidad subyacente: que hay ricos y pobres, poderosos y débiles, y que eso no debiera ser así.

·         Falacia y excesos del capital. No es que los capitalistas deban ser más generosos y menos ricos; es que no deben existir, pues los trabajadores pueden perfectamente organizarse y dirigir fábricas y negocios, sin enriquecerse brutalmente ni explotar a sus compañeros. Los bienes de producción no son de los capitalistas: se los han apropiado, dejando a los trabajadores únicamente su fuerza de trabajo.

·         Lucha de clases. Es la ley que mueve la Historia. No puede haber transacción ni cuartel entre capitalistas y proletarios. Aquellos irán siendo cada vez menos y más ricos; estos serán cada vez más y más pobres. Esta lucha concluirá cuando, dándose cuenta de su fuerza y número, los proletarios hagan la revolución y derroquen a los capitalistas y sus esbirros armados.

·         Dictadura del proletariado. Durante un tiempo, después de la revolución, los proletarios tendrán que mantener la vigilancia y reorganizar la sociedad, conservando una apariencia de Estado y de ejército, pero formado por ellos y a su estricto servicio. Esta situación concluirá cuando la sociedad nueva y socialista haya quedado definitivamente establecida.

·         Sociedad final sin clases y universal. Esta es la utopía socialista. Establecido el socialismo a nivel mundial, cada hombre aportará a la sociedad según sus capacidades y recibirá de aquella según sus necesidades. Los bienes de producción (incluida la tierra) serán de propiedad comunal y un planeta de felices proletarios no conocerá ya de fronteras ni de ejércitos.

 


      Sus métodos.

 

      El socialismo del siglo XIX fue evolucionando, hasta admitir conjuntamente tres tipos de métodos: sindicales, políticos y revolucionarios.

 

·         Métodos sindicales. Los proletarios socialistas (entre los que, a duras penas, se admite a los obreros de la inteligencia y de la corbata) se integran en sindicatos de clase, que utilizan como métodos principales la negociación, la huelga puramente laboral y la huelga general o revolucionaria. Estos sindicatos son mayoritarios en casi toda Europa (en España lo son, sobre todo, en el Norte y en Madrid) y se integrarán a nivel interestatal en la Internacional Socialista.

·         Métodos políticos. En la segunda mitad del siglo XIX, los sindicatos socialistas crearán, como correas de transmisión, partidos políticos socialistas, que pretenden dirigir, gracias a la coincidencia de militancia (no cabe ser miembro del partido si no se es del sindicato) y a que la jefatura del partido se asigna a miembros preparados y destacados del mundo obrero sindical. Antes de que acabe la centuria, los partidos políticos socialistas empezarán a tener cierta representación y se contemplará, aunque con  reticencias, su entrada en Gobiernos de coalición.

·         Métodos revolucionarios. Los socialistas no abdican generalmente del empleo de la fuerza, cuando creen encontrarse en peligro o entienden llegada su hora. La pistola en el bolsillo, las prácticas armadas y de orden abierto, las huelgas generales violentas y, en última instancia, la sublevación armada, están en la teoría (mítines, editoriales, etc.) y en la praxis de los socialistas decimonónicos.

 

      Para concluir esta referencia al socialismo, debemos señalar la enorme influencia posterior que tendrá, tanto en las revoluciones, como en los programas políticos. Sobre ello hemos de volver en la lección 23.

 



LECCIÓN 21.  IMPERIALISMO Y COLONIALISMO
      En otras lecciones anteriores (singularmente, en la 12) hemos tratado del colonialismo, pues este es un fenómeno que se ha producido en épocas muy diversas de la Historia. Pero dedicamos una lección completa al colonialismo del siglo XIX,  porque en ningún otro momento histórico vivió Europa, globalmente considerada, con tanta importancia e intensidad, el proceso de la colonización.

 

 

1.      FACTORES DEL PROCESO COLONIAL DECIMONÓNICO.

 

      La colonización se ve impulsada, a la vez, por motivos económicos, políticos e ideológicos.


Factores económicos.
 

·         La gran necesidad –fruto de la revolución industrial- de materias primas baratas. Ciertamente, el comercio podría haber facilitado parte de ellas, pero otra parte importante tenía que ser producida o extraída mediante la presencia y la imposición de las potencias coloniales.

·         La precisión de mano de obra barata (como era la indígena) y consumidora en régimen de monopolio de los productos de la metrópoli. Es decir, la colonia producía las materias primas baratas y consumía los productos elaborados, al precio que le fijaban los capitalistas metropolitanos.

·         La colocación y rentabilidad de capitales, suponiendo que los mismos fueran excedentarios, una vez agotadas las posibilidades de inversión en la propia metrópoli.

 

    

      Factores políticos.


     En el siglo XIX se asiste a un fuerte auge del nacionalismo, que tiene el imperialismo como la otra cara de la moneda. En efecto, la creencia en la superioridad nacional propicia el expansionismo y acaba haciendo de la colonización una necesidad de geoestrategia militar.

 

 

      Factores ideológicos.

 

     Con lo económico y lo político, se mezclan razones morales, científicas y religiosas, no siempre sinceras y, desde luego, insuficientes por sí mismas para alimentar el fenómeno colonial. Si acaso, tales motivaciones culturales suavizaron la dureza de la colonización, aunque con alta dosis de paternalismo y espíritu de misión.

 


2.      EXPANSIÓN EUROPEA CONSIGUIENTE.

 

      El colonialismo, fenómeno casi exclusivamente europeo.

 

     La colonización decimonónica es dedicación y tarea de las potencias europeas. Las mismas se extienden por tres continentes (África, Asia y Oceanía), proyectando sobre ellos una emigración de no menos de 25 millones de personas.

 

      El denominado proceso colonial engloba, en realidad, distintos tipos de interferencia europea en otras partes del mundo: colonias propiamente dichas; protectorados, que respetan hasta cierto punto la soberanía del gobierno local; concesiones, o territorios pequeños cedidos por cierto tiempo y precio para facilitar el comercio de la potencia extranjera.

 

 

      Tensiones entre las potencias coloniales.

 

      La expansión colonial genera tensiones entre las potencias interesadas en ella. Para evitar la guerra, es necesario llegar a repartos consensuados. El más importante y general es el propiciado por Bismarck (Berlín, 1885), que procurará dejar un cierto margen para los Estados bisoños en temas coloniales, que han llegado tarde a tal vocación y repartos. Pero lo cierto es que sólo las mayores potencias coloniales (Inglaterra y Francia) logran formar imperios mundiales, con una cierta lógica y continuidad territorial (sobre todo, en África).

 

 

      Consecuencias culturales y geográficas.


      La colonización decimonónica pone el mundo atrasado a los pies de Europa. Nuestro continente, a través de sus mayores potencias, llega a dominar el 60 % del Globo, con una población del 65 % del total de toda la Tierra. Esta gigantesca expansión, que tendría por término medio una duración de un siglo, está en la base del mundo actual y explica la extensión de las razas, idiomas y culturas occidentales por los más variados lugares de nuestro planeta.

 
 

      3.  ORGANIZACIÓN DE LAS COLONIAS.

 

      Haciendo un poderoso esfuerzo de síntesis, podemos distinguir dos formas muy diversas de organizar las colonias, que denominaremos colonia de población y colonia de explotación.

 

·         Colonias de población. En ellas se produce un trasvase importante de población de la metrópoli y, por ende, de instituciones y formas metropolitanas. Ello tiene el efecto positivo de que la colonia tenga pronto un alto grado de madurez y autosuficiencia, y acabe separándose amistosamente de la metrópoli hermana, pasando previamente por una relación cuasi-federal. La contrapartida es que la población autóctona tiene que ser relativamente pequeña, para poder absorberla, y eso puede exigir una previa cuasi-aniquilación. Ejemplos: Canadá, Australia, Nueva Zelanda.

·         Colonias de explotación. Con abundante y poco asimilable población nativa, la potencia colonial limita el trasvase de población casi exclusivamente a los funcionarios que ejercen el servicio civil, militar y naval. En interés de la obtención de materias primas, la metrópoli establecerá una mínima infraestructura para el control y la atención pública básica de los nativos. Ejemplo: las colonias africanas, en general.

·         Formas intermedias. Excepcionalmente, se pretendió implantar el modelo de colonia de población en tierras de numerosa población nativa. El mestizaje y la asimilación no prosperaron y la convivencia y ulterior independencia resultaron altamente traumáticas. Ejemplos: Argelia, Unión Sudafricana.

 

  

4. ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA COLONIZACIÓN.



      Para los países colonizadores.

 

     Al menos aparentemente, todo son ventajas para las metrópolis, en especial, si tienen fuerza y medios económicos suficientes, no actuando por el mero prestigio. Entre las ventajas que obtienen los países colonizadores, podemos señalar las siguientes:

 

·         Potencian su economía, gracias a la obtención barata y suficiente de materias primas y a la consecución de mercados cautivos, como hemos visto antes.

·         Mejoran la organización militar, si bien el modelo de fuerzas armadas coloniales puede volverse contra la metrópoli, por su carestía y tendencia a entrometerse en la vida civil, obteniendo múltiples granjerías de ello.

·         Desarrollan un aparato estatal muy completo, frente al liberalismo abstencionista en Europa, que más adelante podrá ser empleado en el interior, contando con la gran experiencia y preparación que atesoran los mejores funcionarios del servicio exterior.

·         Dan salida a partes excedentarias de su población, aunque a veces la sangría es demasiado fuerte y debilita a la metrópoli.

 

      En conjunto, la mejor prueba de que la colonización sienta bien a las potencias es el deseo de los Estados menores (España, Portugal) o de los llegados tarde (Alemania, Italia) de formar su propio, aunque pequeño y difuso, imperio colonial.

 

      Para los países colonizados.

 
      Constituye la antítesis de lo expuesto para los países colonizadores: el balance es muy desfavorable, aunque no deje de tener aspectos positivos (y conste que nos referimos a las colonias de explotación e intermedias, que antes vimos):

 

·         En lo económico y demográfico. La mayor parte de las colonias sufren una crisis demográfica (cuando no verdaderos genocidios) y una explotación económica más o menos esquilmadora.

·         En lo cultural. El total puede resultar positivo, en cuanto que la colonia tiene la oportunidad de  incorporarse a la civilización más desarrollada de los occidentales.

·         En lo político. La suma algebraica de ventajas e inconvenientes es dispar, según potencias coloniales y según qué colonias, pero, en general, todas estas sufren el efecto negativo de ver desarticulada su organización autóctona.

 

 

 

 

LECCIÓN 22.  CULTURA DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

 

 

     Esta lección complementa a las anteriores y cierra el estudio del siglo XIX. Se desarrolla en tres apartados, que sucesivamente tratan de la ciencia, la incidencia en el arte de la masificación y de la tecnología de la información, y las diversas tendencias artísticas.

 

 

  1. LA CIENCIA Y SU INFLUENCIA.

 

     La deseada acción coordinada de la ciencia pura y la tecnología (insuficiente en tantas épocas de la Historia para que aquella rindiera resultados en la vida práctica) se inicia en el siglo XVIII y continuará ya casi sin fisuras hasta nuestros días. El siglo XIX se beneficia, pues, de esta unidad ciencia – tecnología, que agiganta y da efectos prácticos a los avances científicos y, a su vez, en un proceso de retroalimentación, proporciona estímulos altruistas y económicos a los científicos para seguir investigando.

 

      Algunos de los efectos más destacados de este gran progreso científico son los siguientes:

 

·         Avances educativos a nivel general. Cuando menos en los países más avanzados, se implanta un sistema nacional de enseñanza pública, con planes de estudio oficiales, profesores titulados y pagados con fondos públicos, universidades en menor número pero mejores prestaciones, etc. Y, por encima de todo, las ciencias experimentales alcanzan el prestigio y el soporte de laboratorios e industrias, que les resulta indispensable.

·         Relativa superación de las enfermedades infecciosas. Y ello, gracias a los avances médicos y de la higiene pública y personal. No es preciso encarecer la importancia que tuvo en el orden demográfico y para la calidad y duración media de la vida.

·         Las revoluciones industriales. En el siglo XIX se vive el apogeo de la primera revolución industrial (la del vapor) y los inicios de la segunda (la de la electricidad). Tampoco será preciso insistir en que la aportación de una inmensa cantidad de energía aplicable para la realización del trabajo resulta de enorme trascendencia en los sectores de la  producción económica, los viajes, el urbanismo, etc.

·         Crisis de la religión tradicional, superada por el auge del racionalismo y por la propia crítica bíblica. Esto generará, bien el descreimiento y el desprestigio de las ideas religiosas, bien la necesidad de apartar de la religión sus aspectos más exagerados y externos. Aunque se trata de un fenómeno general, suele personalizarse este enfrentamiento ciencia–religión en la teoría evolucionista (Darwin), de cuya importancia histórica y trascendencia futura no cabe dudar.

 

 

  1. INFORMACIÓN Y ARTE DE MASAS.

 

      En el siglo XIX se producen los primeros esbozos de la información y la cultura de masas, gracias a la generalización de medios de comunicación tales, como los periódicos, el telégrafo o las agencias de noticias.

 

 

      La posibilidad consiguiente, de que el artista conecte de una manera directa con un público numeroso, pudiendo obtener del mismo el apoyo económico y moral que necesita, tiende a desarrollar la independencia y personalidad de los artistas, cada vez más desligados del mecenazgo y volcados hacia el público y hacia su libertad creadora. Aunque viviera en una época en la que todavía todo esto era incipiente, Beethoven (1770-1827) aparece como el modelo y pionero de ese nuevo tipo de artista.

 

 

  1. TENDENCIAS ARTÍSTICAS.

 

      Como había sucedido también en el siglo precedente, el XIX es una centuria de diversos movimientos y estilos artísticos, que pasan con cierta rapidez y no llegan a consolidarse en el gusto de la sociedad más allá de unas décadas. Además del Neoclasicismo, que pervive aún en la primera mitad del siglo, podemos destacar, como estilos o tendencias decimonónicos, los siguientes:

 

  • El romanticismo. Es, tal vez, la tendencia artística más característica del siglo XIX, aunque no alcanza proyección precisa en todas las artes. Constituye una apoteosis de la libertad individual, de los sentimientos y del espíritu de los pueblos (vertiente historicista y nacionalista). El romanticismo es, ante todo, un movimiento del arte abstracto, es decir, de la literatura y de la música. La pintura también se nutrió de él (especialmente, la de historia), pero la escultura y, sobre todo, la arquitectura no llegan a perfilar y definir un estilo o modo de hacer genuinamente romántico.
  • El realismo. Lógica reacción frente a los excesos románticos y tendencia burguesa por antonomasia, el realismo llena la segunda mitad del siglo XIX, aunque casi exclusivamente en literatura y en pintura. Es maestro en hacer el análisis de lo cotidiano y lo vulgar, incluso de lo sórdido (Naturalismo). Su mejor realización es, sin duda, la novela (Balzac, Dickens, Zola, Galdós…).
  • El impresionismo. Ruptura, incluso escandalosa, con el arte establecido, este estilo supone una valoración de lo subjetivo y lo cambiante, reclamando el valor de la impresión frente a la verdad objetiva. Apenas tuvo relevancia más allá de la pintura y de la música, pero en aquella su originalidad y trascendencia son extraordinarias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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